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La salud mental no debe pensarse únicamente desde el individuo como organismo único

sino desde su existencia y relación con el otro, con la sociedad, con su contexto histórico desde

donde se entraman las relaciones sociales.

La situación de la Colombia actual, que está a la expectativa que por fin logre firmarse unos

acuerdos impresos en un papel con las firmas de los representantes del Estado y las FARC en las

negociaciones que se adelantan en la Habana, Cuba, nos lleva en un viaje hacia el pasado, con el

fin único de intentar comprender el funcionamiento que ha tenido la violencia colombiana y su

impacto en la salud mental de millones de colombianos, de los que han sido víctimas directamente

como de los que no.

Abordar la psicología desde Latinoamérica y el papel que ha tenido algunos profesionales

como Martín Baró en contextos de violencia como lo fue El Salvador, es abordar el tema que como

psicólogos nos concierne en nuestro quehacer como profesionales de salud. Intentar ampliar

nuestro conocimiento de la historia del conflicto colombiano para así identificar los retos que tiene

la psicología colombiana y ver cuál ha sido su papel en este contexto.


“la pugnacidad política y las acciones violentas entre los partidos tradicionales, Liberal y

Conservador, alcanzaron su nivel más crítico en el periodo conocido como La Violencia, que

comprende desde 1946 hasta 1958” (informe general Centro de Memoria Histórica, 2014) acto que

dejo miles de asesinatos y desplazados. Esto de las guerras bipartidistas supone lo que Martin Baró

(1990) calificó como una polarización social, es decir, lleva a una diferenciación radical en el

marco de la convivencia social donde “ellos” son siempre los malos y “nosotros” los buenos. “hasta

el punto de que los que se les reprocha a “ellos” como defecto se alaba en “nosotros” como “virtud”

(Bronfenbrenner, 1961; White, 1966; Martin-Baró,1980 citado por Martin-Baró, 1990) los núcleos

ya polarizados buscan y aun exigen la definición de todos en términos partidistas , de tal modo que

no comprometerse con unos es signado como compromiso con los otros, y el no definirse por nadie

entraña correr el riesgo de ser tomado como enemigo por ambos (Martín, Baró, 1990) esto deja

resultados como los revelados en el informe general del Centro de Memoria Histórica (2014) donde

se expone las masacres cometidas por los grupos armados, los actos violentos con sevicia, los

crímenes sexuales, etc. Con los cuales “castigaban” al adversario. La violencia como formas de

ejercicio del poder, y se va imponiendo como forma para resolver los conflictos o reclamar los

derechos ciudadanos (Rosario, 1999 citado por Salas, I, 2008) llega a pensarse entonces como dice

Friedrich Hakcer (1973) citado por Martín-Baró (1990) que la violencia es la única solución al

problema de la misma violencia.

¿Cuál ha sido entonces el aporte de la psicología colombiana al conflicto, si tenemos en

cuenta que la Psicología colombiana nació el mismo año (1947) que el fenómeno que conocemos

como “violencia? “dolores de guerra por todo el territorio nacional y una psicología enfrascada en

discusiones de salón sobre teorías alejadas de nuestra realidad” (Barreto, E, 2010) en este punto es

importante tomar en cuenta la consideración que hace Martin-Baró (1990) acerca de buscar o
elaborar modelos adecuados para captar y enfrentar la realidad dolorosa de nuestro pueblo

volviendo la mirada científica hacia la realidad concreta que es el hombre, mujer, anciano y niño

colombiano, en el entramado de sus relaciones sociales. La psicología colombiana debe pues,

examinar los presupuestos teóricos y analizar si sirven y son realmente eficaces en el aquí y ahora.

No podemos pensar la salud mental como algo que incumba únicamente al individuo sino

que debe verse como un problema de relaciones sociales, interpersonales e intergrupales que hará

crisis en una familia o incluso en una sociedad entera, por lo tanto bien cierto es que “la salud

mental no está tanto en el funcionamiento abstracto de un organismo individual cuanto en el

carácter de las relaciones sociales donde se asientan, construyen y desarrollan las vidas de cada

persona” (Martín-Baró, 1990). Desde esta perspectiva, es claro aceptar el hecho que el conflicto

armado colombiano no ha cometido los mismos estragos de manera uniforme en toda la población,

por lo que partiendo del abordaje que hace Martin-Baró, es importante analizar la clase social, el

involucramiento en el conflicto y la temporalidad (Martín-Baró, 1990).

Hay que tener en cuenta que al hablar de postconflicto no solo se debe examinar los

acuerdos firmados entre las partes en conflicto, sino las consecuencias que preceden dicho acuerdo.

Es muy probable que se encuentre (de hecho, se ve en la actualidad) lo que Samayoa, J (1990)

refería sobre patrones aberrantes de pensamiento y conducta social: aferramiento a prejuicios.

Según Moya, M & Rodríguez, R (2011) el prejuicio consiste en juzgar y reaccionar ante un

individuo basándose en la categoría o grupo al que pertenece, sin tener más información referente

a él, sin embargo, al hablar de prejuicios es casi indispensable hablar también de estereotipos ya

que estos pueden tener un componente descriptivo que recoge las características asociadas a los

miembros de un grupo (Moya, M & Rodríguez, R, 2011) y estos también pueden incluir

connotaciones positiva y negativas que constituirían su componente evaluativo. Así, la evaluación


de prejuicios puede tener como en las actitudes, tres componentes; el componente cognitivo que se

asienta en el conocimiento o creencia que se tiene de un determinado grupo, por ejemplo, tener

prejuicio de las personas que han sido despojadas de sus tierras y que son desplazadas hacia las

ciudades, considerarlos como delincuentes, agresivos, etc. Un componente afectivo, basado en

experiencias sean positivas o negativas, con los miembros de un grupo, por ejemplo, los mismo

que tienen prejuicios hacia los desplazados puede ser debido porque han sido víctimas de alguno o

de alguien que se ha hecho pasar por víctima. Por último, el conductual, la evaluación procede de

comportamientos con los miembros del grupo en cuestión, es decir, alguien que haya compartido

vecindario con algún grupo de desplazados.

“una vez instalados, los prejuicios funcionan como filtros en la percepción de la

realidad, de forma que se tiende a ignorar o distorsionar todo lo que no encaja en los

esquemas mentales preconcebidos, todo lo que cuestiona una determinada visión del

mundo” (Samayoa, J, 1990)

Es por esto que se debe tener especial cuidado en la educación que se da a los niños que

vienen a ser hijos de la guerra, han nacido y crecido y se “educan” en medio del conflicto armado.

“la experiencia de vulnerabilidad y de peligro, de indefensión y de terror, puede marcar en

profundidad el psiquismo de las personas en partículas de los niños” (Martín-Baró, 1990). Es pues,

que la fomentación de odio, el esparcimiento de violencia por todos los medios de comunicación

ayuda para que se generen prejuicios lo que en palabras de Samayoa, J (1990) menoscaban el

respeto y la tolerancia que requiere la convivencia social.

Para concluir, la psicología Colombia debe replantearse el papel que está desempeñando en

el actual momento histórico de la violencia colombiana, debe ir abriendo caminos desde una
perspectiva propiamente latinoamericana, made in Colombia, sin olvidar claro está, las otras teorías

que han sido base de la propia psicología, es retomar el consejo de Martín-Baró (1990), examinar

nuestros presupuestos teóricos, no tanto desde su racionalidad intrínseca, cuanto desde su

racionalidad histórica.
Bibliografía

Moya, M. & Rodríguez, R (2011). Fundamentos de Psicología Social. Madrid, España:

Ediciones Pirámide. ISBN 978-84-368-2431-5

Martín-Baró & (1990) Samayoa, J. Psicología social de la guerra: trauma y terapia. El

Salvador: UCA Editores

Recuperado de

http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/micrositios/informeGeneral/estadisti

cas.html hora de ingreso: 14:04hrs, fecha de ingreso: 16 de noviembre de 2014

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