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Celos, amor y duelo

Lukas Gutiérrez Montoya

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Agosto 9 del 2012.

Me vi en el interior de un auto gris, escapando de mí mismo y

de la fría ciudad enclavada sobre montañas. Mi felicidad una

errónea percepción de la mujer que persiguiera desde entonces,

mi infelicidad una historia que comenzara a delinearse entre las

carreteras, pero jamás le diera importancia a la posibilidad de

finales devastadores cuando las ilusiones eran las máscaras que

me cegaran.

Nunca un viaje tan corto se hizo tan largo. La ansiosa idea de

poseer un amor y en mi pecho el corazón atropellando los

interminables kilómetros que nos separaban.

Viví ese corto tiempo en eternidades mentales y ensoñaciones.

Quizá, entonces, el viaje fue demasiado corto para comprender

el hecho de que sólo huía del hombrecillo enclaustrado entre

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paredes; de la música, la tinta y los idealismos. El hombrecillo

hecho pedazos por sus incapacidades sociales y sus lágrimas

remarcadas en las largas noches en que se cuestionara,

creyéndose casi especial por ello, pero tan abrumadoramente

igual al mundo que aborrecía y que tanto se negara enfrentar.

El hombre que buscara cada día un motivo para suicidarse sin

tener éxito, al final encontrara un motivo no menos sencillo para

vivir: amor. Sí, no era un hombre difícil de complacer.

Su gran dilema fuera la ingenuidad por la que desconociera el

mundo, pues él no estaba acostumbrado a vivir como el resto de

personas. Él había dedicado casi toda su vida a soñar hasta el

punto creerse él mismo tales experiencias. Él era su propia

utopía y los sucesos del mundo real le causaban desidia y

desesperación, pues decía que el hecho de vivir no garantizaba

esa línea inamovible por la que todos debían hacer sus pasos.

“¡Están todos equivocados!” Gritara para sí. Porque gritarlo en

las calles sonaría a locura, excepto la vez que lo hizo estando

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ebrio a media calle y varias personas se burlaron. El

hombrecillo argüía que si la humanidad entera se basaba en las

experiencias de otros siempre terminarían crucificados. Sin

embargo, cuando se enamoró nadie pudo advertirle…

La pereza que lo acogía en los últimos años por realizar

actividades productivas lo convirtieron en el hombre que tanto

temió. Un hombre de ideales implantados. Un hombre educado

por la sociedad. Un hombre normal de los muchos que no

contribuían. Debía ser ateo o con ciertas diferencias ante las

religiones para mantener su cuadriculada dignidad, pero se

desmoronaba cuando veía tantos como él. Tampoco arreglaba el

asunto el hecho de que se volviera creyente, aunque estuvo muy

cerca de dios cuando tomaba de la mano a su enamorada, no

bastó esto para crucificarse a sí mismo, pese a entrar a la Iglesia

por simple admiración; por instantes quiso rogar al cielo para

que tal cosa jamás terminase. “Es que la vida juega con los

hombres”, decía, he aquí su temor hacia la infelicidad. Cuando

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lo abandonaron decidió odiar incluso el amor en el que creyera,

y creó a dios, ¡Sí, lo creó! Para vaciarse en Él de la misma

forma en que se vaciaba en las mujeres que ya no amaba.

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Una llamada, primera parte.

Hoy pensé en hablar con tu madre. Por varias horas lo llevo

pensando, de hecho. También pensaba en por qué no llamabas y

me llenaba de euforia seguir esperando la condenada llamada

que prometiste hacerme, pero respiré profundo entreviendo que

quizá tú también estarías preocupada por intentar llamarme,

desconcentrada por la intensa presencia de tu padre y el genio

voluble de tu hermana, por lo que decidí resignadamente

escribirte esta carta para aspirar mi propia paciencia.

Temo lo mucho o lo poco que pueda significar este acto

imprevisto. Escribirte algo que posiblemente no leas en largos

días, dada nuestra situación actual con tu padre… parece tu

sombra; admirable la forma en cómo te cuida. Es irónico que

antes te quejaras por su falta de atención y ahora que la tienes

ninguno sabe corresponderse. ¿Y quién soy yo para juzgar tal

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cosa? El simple novio que de repente llenó de preocupación a

toda tu familia. Aunque para serte franco, me es un poco

inverosímil atribuirme todas estas molestias que te he dado. Me

atrevo decir que fui un buen motivo para incentivar las

pretensiones de tu padre en su esmero por comprar alguna

propiedad en esta ciudad, a la cual ya me siento ajeno.

Y cómo no sentirme solo si por varias eternas semanas nuestros

esfuerzos por estar juntos se vieron interrumpidos por la

inesperada llegada de tu padre. No lo puedo culpar, así lo desee

inmensamente. Es tu padre.

Me abstuve en llamar a tu madre porque es la última

oportunidad que podría tener para que no te alejen de mí. Me

abstuve, también, porque de tanto pensarlo lo arruinaría de

seguro. No es como si fuera a planear lo que tengo que decirle;

la sinceridad no se planea, es espontánea.

En el fondo, me alegra saber que tu padre no tuvo motivos

verdaderamente negativos para alejarme de ti. Comprendo que

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le asuste la idea de que deje mi semilla dentro de ti, un

embarazo a este punto sería un gran inconveniente no sólo para

ti, sino para ambos. Pero confío en nuestra propia inteligencia y

en los proyectos que nos planteamos desde antes. ¿Cómo

pretenden que no tengamos algo serio si apenas nos dejan? No

es como si nos fuéramos a casar o a cometer cualquier tipo de

locura; se trata de nuestras propias vidas.

Las horas que hablé con tu padre me dieron a conocer a alguien

que realmente se preocupaba por ti, al menos a su única forma.

Pero me desconcierta mucho que desconfíe tanto de mí siendo

yo quien te abrió las puertas de mi casa, de mi familia;

Comimos juntos en la misma mesa, caminamos juntos, como si

ya fuera algo natural; como si llevaras años en mi mundo.

Me sorprende que tu padre siga creyendo que no te convengo

cuando fui yo quien me presté para hablarle por horas, horas de

las cuales dudo cualquier otra persona hubiese podido soportar.

Dudo de la misma forma que alguien más se tomara las cosas

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tan enserio y que lograra hacerle frente a tu propio padre como

yo lo hice. Pobre de tu padre si cree que puede encontrar a

alguien “mejor” para ti. O al menos alguien que sí llene sus

expectativas “capitalistas”. De esos hay muchos, y seguramente

muchos más en el mundo donde estás ahora, seguramente

muchos tipos que tienen mucho qué perder dadas sus

prioridades y sus estatus sociales, tipos que posiblemente no

lograrían apreciarte como yo lo he hecho.

Me ofendió el hecho de que tu padre me tratara como algo tan

nocivo para ti; Supongo que si esta vez no fue por el hecho de

que no bebo ni fumo en lo absoluto, o porque poseo mucha más

cultura como para haberme dedicado mi vida entera a escribir y

a cultivarme a mí mismo, lo fue, posiblemente, porque tiene

miedo a perder su niña con alguien que ni siquiera tiene tarjeta

de crédito.

Sí, lo entiendo. Tu padre intentó enseñarme que “el hombre

debe aportar” en la medida que pueda. Sí, yo también tuve el

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reflejo de mi familia entera y de mis padres que me educaron

poco, y con los cuales, pese a todo, tengo buena relación. Es

que si estoy aquí fue para seguir cultivándome estudiando, no

porque tuviera necesidad de trabajar por falta de recursos. Yo

vine a estudiar para mejorar y alcanzar un futuro estable. Y sería

mucho más fácil si te tengo a mi lado…

Si mi familia me quiere seguir apoyando por lo que soy a mis

veinticuatro años, creo humildemente, que me merezco algún

crédito. A mí me siguieron caprichos toda la vida sin ser el “hijo

de papi y mami”. Me siguieron mis resabios por el tipo de

persona que soy. Todos pensaron que me merecía mucho más

en la vida. Y sí, apareciste tú. Tú misma viste a mi madre

llorando de felicidad porque tú decidiste darme tu confianza. Y

lo aprecio.

Dudo que el amor esté sujeto a las reglas de terceros. Si este va

a ser el principio de nuestra historia que así sea.

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20 de noviembre de 2011. Horas más tarde.

Hace casi tres horas me llegó éste mensaje tuyo en inglés:

“Hola, estuve con esta gente en busca de un apartamento

durante todo el día. Te llamo en un rato, voy a hablar con mi

padre, te amo. Justo cuando lo recibí yo estaba finalizando este

documento, la voz de mi tía resonó desde la cocina llamándome

a cenar y decididamente fui sabiendo que quizá hoy no podría

hablar contigo. No lo sé, aún es temprano (20:55).

Por fortuna, tengo algún dinero con el cual moverme por estos

días (Y soy malo administrándolo), precisamente lo último que

tuve me lo gasté llamándote a ti y a mi madre, pero eso ya lo

sabes.

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Siento que estamos llegando hacia algún tipo de encrucijada. Tu

partida a Cúcuta va a ser terrible e insoportable. Es algo que

también tengo que entender porque se supone que uno está en

las fiestas de fin de año con su familia. Yo no estoy seguro de

volver a Manizales, esa ciudad me deprime y deprimirme es lo

único que iría a hacer. Verte partir de nuevo va a ser difícil…

Al principio, te hablé como reclamándote cada cosa. No sería mi

falta de ver las cosas con claridad sino el enojo que todo esto se

merece. Preferiría escribirte un “Lo siento” a un “Te amo”. Tú

ya lo sabes.

He buscado tantas formas para desencajar que termino

divagando, temo terminar igual con esta carta que hasta ahora

me parece algo que jamás podría compartir con nadie más que

no fueras tú. Y sólo por eso es maravillosa. Dejarme llevar por

tantas líneas que antes me limité a “organizar” como poemas

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que escribiera para ti, hizo que recordara por qué escribía.

Admito que he perdido práctica. Por el bien de mi vanidad

espero que sea de tu agrado leer esto.

No tanto por desahogarme ante ti escribo tales cosas. Sino

porque te mereces algo como esto. Al menos para que me

guardes de recuerdo en caso de que lleguemos a separarnos.

(21:13).

Pensar en ti hace que mi vida se mueva con lentitud. Casi como

tener todo el tiempo del mundo sin poder aprovecharlo, por tu

propia ausencia. Algún tipo de ecuación de la vida.

Yo te voy a deber toda la vida la paciencia que me hayas tenido

hasta ahora. No he logrado ser tan fuerte como tú, pues para

ambos ha sido algo nuevo. Dudo, en verdad, que sea un simple

capricho pasajero. El mundo basa su razón en la experiencia de

su pasado, y con eso quieren juzgar al resto marcándolos desde

su nacimiento. Qué forma tan egoísta de enseñar tiene la vida.

Algunos dicen que uno tiene lo que se merece, también tu padre

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me lo dijo en una de nuestras conversaciones; me gusta creer

que tú seas lo que me merezco. Y yo para ti de igual forma.

Sentirse cómodo con otra persona en este universo tan diverso

no es algo que resulte tan fácil, así sea de meras coincidencias o

causalidades; Me gusta pensar que encajamos en el otro. Ya

había sido bastante difícil encontrarnos desde el principio,

ignorando que estábamos junto al otro todo el tiempo. Ambos

tuvimos que perdernos para encontrarnos. Y créeme, yo lo

estuve por bastante tiempo. Hoy comienzo tarde con mis

proyectos pero estar motivado por ti es suficiente para subirme

al metro y enfrentar todo ese batallón de gente. (21:23)

Amé la forma en cómo me dejabas agarrarte la mano cuando

toda esa gente se abalanzaba contra nosotros. Y sé que tú lo

disfrutabas. Hoy ya no me aferro tanto sólo para demostrarte

que contigo me siento seguro de aquello que temía. Pero si

alguna vez me dejé caer fue siempre en tu pecho cuando me

acurrucaba por miedo a perderte. Te abrazaba amando tu calor y

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tus ganas de consolarme. Te amaba tanto que hoy mi pecho se

desangra por la ausencia que tú cubrías en mí. (21:32)

23:31. En las últimas semanas estuve encerrado y solo la

mayor parte del tiempo en esta casa. Por extraño que parezca no

me hizo falta mi viejo hogar, ni mi antigua vida. No Puedo estar

muy equivocado si digo que no siento ningún tipo de nostalgia

por aquello porque la razón por la que vine a este lugar sigues

siendo tú. Estos últimos días los he pasado deprimido,

esperando algún tipo de solución divina. Esas que nunca se dan

por completo, ya que cuando piensas que algo está saliendo bien

al cabo se complica más.

Dado que tu padre me pidió tu guitarra de vuelta, los dedos de

mi mano izquierda se fueron ablandando de nuevo. Como si

todo el trabajo que antes logré con tu instrumento hubiese sido

en vano. Aunque sé que no es así. Supongo que tuve que aceptar

que tu padre me dejara en claro el hecho de que cuando él

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quisiera podría alejarme de ti… pero confío en que esto sigue

siendo una decisión tuya. Yo no dejaría de sentirme mal

respecto a ello creyendo que de alguna forma te estoy

presionando con cada una de mis palabras, quizá ya no me

merezco tanto tu confianza como antes por lo que haya

cambiado entre nosotros.

Por cruel o frío que parezca, lentamente tuve que irme

acostumbrando a la idea de que no estabas. Me acostumbraste

mal a ti y a tus caprichos, a tus vicios y virtudes. Me acostumbré

a tenerte como en el principio cuando llegaste y, luego te me

ibas por días a tu Universidad, mientras yo me esforzaba por

creer que era lo mejor. Pero incluso ahora no me acostumbro a

no tenerte, aunque la vida nos lo haya hecho difícil a ambos

siempre estuvimos lejos desde un principio. En realidad nunca

nos tuvimos. Pensándolo bien la distancia fue el menor de

nuestros problemas, al menos hasta ahora.

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De alguna manera la vida me ha ido enseñando que no te puedo

tener siempre así yo lo quiera; casi como si intentase mostrarme

cómo entender que probablemente un día te irías más allá de mi

aceptación… prefiero no pensar en ello.

00:04. Espero sinceramente que esta carta no se haya convertido

en un quejumbre hacia tu padre. De mala gana lo respeto y lo

seguiré respetando. Algo tuvo que enseñarme así aún no puedo

dilucidarlo.

Hoy después de llamarte a eso de las 21:30 y enterarme de lo

que dijo tu padre bien pudo tranquilizarme. No había entendido

bien lo que habías dicho sobre lo bien que él había entendido las

cosas, espero que por esa “solución divina” no se compliquen

las cosas aún más. No soy pesimista, sólo no confío en la

facilidad que la vida suele mostrarnos las cosas. Presumo que

por esto la gente acude a la fe.

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Pese a que no conseguí decírtelo, me alegró sobremanera el

hecho de que pudieses venir mañana, así no sea algo seguro.

Después de tantos días anhelo tanto poder abrazarte y no decir

una sola palabra. Tan solo quedarme contigo y llenarme,

respirarte como por pura necesidad.

De igual forma deseo profundamente leer cada línea que

escribiste. Mi sed por ti es tal que no lograría calmarla ni

haciéndote el amor, ojalá esta codicia no sea mi perdición.

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21 de noviembre de 2011. 09:28

Hace tiempo escribí cartas despidiéndome, queriendo con ello

culminar una especie de pasado que quise superar. Debí darle

un final para poder continuar mi vida con tranquilidad, puesto

que las cosas que la vida le va mostrando a uno tampoco son del

todo gratis. Siempre hay una especie de llaga que uno deja

abierta para acudir a ella en caso de no ver salidas, yo preferí

dejar que sanara y creo que hoy ha dado sus frutos con la vida

que tengo ahora. Es que fueron muchas las decepciones para

lograr encontrarte, de tal forma por ello no pude evitar

enamorarme de nuevo.

Hasta ahora no he temido enamorarme. Las personas que viven

evadiendo este tipo de sentimientos se engañan descaradamente,

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puesto que eluden directamente aquello que desean o temen.

No dejarse tentar no las hace precisamente personas fuertes. Sin

embargo, esto abarca otro tipo de situaciones incomparables al

amor… no todo se puede poner sobre la misma tela de juicio.

He allí la delgada línea entre saber distinguir lo bueno y lo

malo… al menos para uno mismo.

Acabo de ver pasar tu reflejo sobre una ventana ajena a la mía.

Tanto anhelarte va a hacer de este día otra larga espera. Por

ahora dejo esta carta en manos del tiempo.

10:26. Y bien, que regresando al motivo de mi última anotación

puedo asegurar que escribirte de esta forma ha sido de profundo

agrado (No sé qué tanto lo sea para ti). Hoy escribo no para

culminar alguna época incierta de mi púber inseguridad, sino

para dejar rastro de aquello que nos une hasta que alguno de los

dos decida iniciar un fin. Dudo que sea tan fácil teniendo en

cuenta la buena forma en que hemos venido aferrándonos. La

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idea de los juegos platónicos quedó atrás cuando decidimos

nunca más hacernos buscar… sino nunca dejarnos ir.

13:40. Nota: Me duele tanto el pecho que a veces pienso que

me asfixio. Ella debe estar igual… es increíble ver cómo todo

cambia por una frase que por alguna razón me hizo dudar. “Te

amo tanto”. Fue lo primero que leí de ella. De inmediato pensé

que algo más que simple culpa la invadía a ella, y mi siempre

latente hábito de intentar descubrir qué había tras sus palabras

me llenó de una ira incontenible. Es imposible no sentirse mal

cuando lo único que debí hacer fue corresponderle de igual

forma, “Te amo de igual forma”. Pero no lo hice porque nos

encontrábamos en un mundo que yo bien reconocía: Las letras.

De tantas veces que pude llamarle nunca recibí un saludo tal, y

hoy que logré leerla descubrí un “Te amo tanto” que sonó más

bien a un “Lo siento mucho”. Odio pensar que juegan

conmigo…

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Alguien me dijo un día que tenía una retorcida forma de unir

cabos. Yo pienso que esa persona quedó sorprendida por mi

manera de entrever las cosas, pues ya es bastante molesto

acertar los sucesos que vendrían. A veces pienso que dejo a la

gente sin opción cuando las acorralo con mis argumentos sobre

aquello que podrían hacer… por ello se arrepienten. Es triste

eso, en verdad. Esto me recuerda a uno de los personajes de mi

libro “Vadener”. Su sagacidad se basaba en comprender las

consecuencias de ciertos actos para prever el futuro. No como

un vidente, sino como alguien que analizaba su entorno. Yo lo

llamo “sentido común”. No obstante, Vadener sigue siendo uno

de mis cabos sueltos en esta historia.

Es molesto y limitante aceptar cierto tipo de filosofías populares

para entender las cosas. Peor aún esforzarse por desencajar: “No

soy gente”. Aunque suene interesante la vida termina por

encarrilarlo a uno de vuelta al camino donde transitan millones


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iguales. Yo no podría pretender que me amaran a mi forma pero

tampoco podía dejar que se dieran el lujo de elegir una actitud o

un rumbo individual si contaban conmigo. Para qué darle

lecciones a alguien si la vida misma se encargaba de eso. Era

mejor aprender los dos.

La peor parte es que me toca aguardar la reacción de ella

después de lo que le dije hoy para que ambos decidamos

respecto a eso… De nuevo, todo se reduce a tener paciencia

como si sólo eso fuera posible. ¿Y si no quiero esperar? Podría

partir ahora mismo y arrepentirme el resto de mi vida, pero sería

egoísta no dejar que ella luchara por mí, así como yo alguna vez

lo hice. Si quisiera irme sin más le demostraría lo poco que me

importa, pero sigo aquí esperando esa reacción; Y si nunca

llega… entonces a ella no le importa. Lo de no “dejarnos ir”

funciona bien hasta ahora.

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14:11. Tuviste que mentir para estar conmigo. Y ahora que no

tienes excusas no puedes estar conmigo. Te ves obligada a decir

la verdad: Que vas a estar conmigo, pero te resulta más difícil

hacer esto que mentir… Y quieres que confíe.

¿De qué debo ocultarme? Hay algo que no veo. Probablemente

soy yo mismo y la única forma de verme a mí mismo sería sobre

el reflejo de un espejo, o el reflejo de lo que soy cuando estoy

contigo. No sé tú qué preferirías. Personalmente sólo me miro

al espejo para peinarme, y no para buscarme desesperadamente;

suficiente tuve con hacer de mí un isla repleta de textos que

hicieron de mí lo que soy ahora, al menos es algo sincero.

Nota: Mi padre me llama a contarme que perdió su trabajo por

la mujer que amaba, puesto que esta se molestaba cuando me

mandaba algún dinero. “Yo no me dejo controlar de nadie”, dice

él. Bien hecho padre, también fue algo que había previsto.

“Sentido común”.

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14:24. Hace varios años me hice la idea de que mi padre ya no

tenía ningún tipo de responsabilidad conmigo. Sin embargo, no

le podía quitar el derecho de ser padre. Las pocas veces que le

pedí dinero lo hice con cierto desdén imaginando el esfuerzo

que debía costarle, tanto por su manera de pensar como por su

forma de vivir la vida. Nunca fue egoísta, sencillamente yo dejé

de ser su prioridad cuando me fui de sus brazos a corta edad

dizque por irme a educar a otra ciudad. Hoy me llama después

de dos meses diciéndome que logró consignarme algo por el

sólo hecho de que se siente solo después de abandonar a su

“nueva” mujer, dejándome en claro que “nadie podía meterse

con nosotros”. Como dije, no le podía quitar el derecho a ser

padre. Por mi parte, este dinero estaba destinado para mi viaje

de vuelta a casa, pero mis pretensiones fueron otras desde el

principio. Usar ese monto aquí mientras pudiera, y mientras el

amor de mi vida quisiera que estuviera. Sólo se vive una vez…

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15:58. Me duele aceptarlo pero llegué a mi límite. No es fácil

perder a la persona que amas sin poder hacer nada al respecto,

cual si fuera un barco hundiéndose lentamente.

Los momentos que viví con Amelia siempre quedaron

congelados en un tiempo donde fui feliz, el resto del tiempo fue

una espera constante para que ese tiempo que habíamos dejado

sin concluir retornara.

Tenemos menos de un mes para estar juntos antes de que ella

parta hacia su hogar, y ni siquiera puedo hablarle tranquilamente

para no darle motivos a su padre o incluso a su hermana para

que se la lleven antes.

Ignoro la mucha presión por la que ella está pasando y ahora

siento que soy un terrible manipulador cuando me vi en la

necesidad de reclamarle todo aquello. Hoy tampoco podré verla.

Después de discutir por teléfono por treinta y tres minutos ella

decidió complacerme diciéndome que avisaría a su padre y a su

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hermana que estaría conmigo mañana. Dudo que se tomen esto

con agrado. Y ahora no dejo de sentirme mal por lo que yo

causara. Aunque me muera por verla, ahora sólo prefiero

esconderme y hacerle a ella la vida más fácil…

Si bien, sentirme despreciado ha sido suficiente motivo para

abandonar todo. Mi necesidad por marcar mi posición en la vida

de Amelia termina por importarle poco a su familia; por lo tanto

no les importa el hecho de que ella y yo no nos veamos. Qué

egoístas. A este punto cualquier cosa que yo haga es

imprudente; Desde una simple llamada. Ahora por si fuera poco

tampoco simpatizo con la dueña de la casa donde vive Amelia, o

depende de la hora que llame. Mis manos están atadas y

tampoco me siento bien presionando a Amelia.

21:16. Ya no logro definir lo que siento con respecto a todo lo

que está sucediendo con tu padre. “Es Normal”. No lo sé… eso

es lo que uno debe pensar si me pongo en sus zapatos.

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Realmente estoy exhausto, ya te lo había dicho. No imagino

cómo debes estar tú conviviendo con él. Ojalá no malinterpretes

mi enojo, pues, sé que lo último que debo hacer es hacerte

reclamos, espero puedas perdonarme y que maduraremos juntos

con todos estos inconvenientes; esto puede fortalecer nuestra

relación de muchas formas, así a veces pendamos de decisiones

ajenas. Sin embargo, también puede dañarnos, dudo que sean

sólo cosas buenas las que salgan de todo esto, la vida no es tan

fortuita.

Muchas veces te había advertido sobre este tipo de

inconvenientes. Pero por más que uno intente prepararse nunca

es suficiente. Maldita sea lo voluble de la mente humana, somos

tan niños en este universo abrumadoramente incierto.

Temo que mi actitud reciente te haga pensar erróneamente

sobre lo que siento sobre ti. Estamos supeditados a lo que

sentimos y a lo que refleje el otro y, por esto mismo nos

juzgamos entre sí; Si no nos hubieran criado en un ambiente

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capitalista veríamos estas situaciones adversas como algo

superficial. El error que cometemos es siempre esperar algo del

otro… así son los capitalistas. "Yo sé que odias mi lógica. Es

mutuo. Yo odio tu imaginación", Amelia Páez.

Si lográramos tener un poco más de humildad nos

conformaríamos con pequeñeces. ¿No fue así como

comenzamos? Era tan sencillo como hablarnos el uno al otro sin

esperar nada. Sencillamente estabas o no estabas. Nos

extrañábamos pero era soportable. Sabíamos que nos

importábamos pero no nos atrevíamos cruzar esa línea; estoy

casi seguro que el amor se lo inventó alguien de pensamiento

capitalista, no es irónico ver cómo entre los mismos cimientos

bíblicos hay cosas como “Dar para recibir”.

Una lástima estar envuelto entre toda esta basura sistemática

que por milenios a controlado a las masas. “De pronto tuve que

creer, desde mis más profundas convicciones que debía amarte


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para poseerte y hacerte mía, me inventé el amor para que fuera

una buena excusa y luego lo poeticé inescrupulosamente; así es

como me adueñé de ti. Luego me inventé una gran historia

basada en el sacrificio sobre un hombre que murió crucificado,

pero precisamente por amor tuvo derecho a reclamarse ante el

mundo”. No es extraño que casi todas las religiones se basen en

el amor. Ahora que lo comprendo estoy más seguro de amarte a

mi forma.

“I don’t know why I’m standing here, but I wanna be around

you”. Concluyo que fue mi sinceridad la que terminó por

asombrarte, y no precisamente el amor que te tuve en el

momento. Eso lo fuiste descubriendo luego. Admito que usé mi

inteligencia para enamorarte, pero no es como si uno planeara

con antelación sobre hojas o cuadernos. La mejor parte fue que

nunca pretendimos nada el uno con el otro, dejamos que las

palabras cayeran y nos empaparan; entonces nuestro amor sí fue

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espontáneo. Surgió de la nada igual que el universo, o incluso a

partir de la propia incredulidad de ambos.

21:49. Recuerdo cuando hacíamos el amor despreocupadamente

y sin presiones. Nos amamos sin pretensiones ni consecuencias.

Nos resultaba tan fácil amarnos que fue suficiente confiar en el

mero juicio del otro y no en condones u otro tipo de

anticonceptivo.

Extraño lo seguros que estábamos de nosotros mismos y la

confianza que nos dimos. Hoy hacer el amor se reduce a si

tenemos condones o no… por ende, se reduce a tener sexo. Es

triste ver que por presiones externas se nos haya ido la

seguridad que alguna vez tuvimos de hacer las cosas, algo así

como una llaga de la modernidad absurda… aprendimos a tener

miedo. Comienzo a entender por qué el sexo se convierte en

algo tan superficial.

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22 de noviembre de 2011. 08:07.

Llevamos tanto tiempo sin vernos y discutiendo por teléfono

que ya comienzo a sentir nostalgia. Mi mayor temor es que

quieras alejarte creyendo que sea lo mejor; lo digo porque

alguna vez yo lo pensé, o que creas que he cambiado. Soy

optimista al pensar que de todo este revuelo algo bueno surja,

pero ahora lo que más necesito es mimarte. Espero por nuestro

bien que el motivo de esta carta no sea por un fin que habíamos

previsto. No me la quites…

08:24. Estoy consciente de que mucho de lo que hay aquí escrito

va a molestarte sobremanera. Pero prefiero arriesgarme con mi

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sinceridad a no ser parte de ello; es también una forma de

amarte.

Amelia dice:

Yo te amo, amor. Pero no puedo correr. Yo estoy dispuesta a

darte todo lo que tú quieres. Pero a mi paso.

Asumir cosas no es difícil. Yo te criticaba eso al principio

cuando éramos "un no sé qué sin título"

Está bien que me guíes y me prevengas. Pero yo me encargo de

lo demás, de terminar de hacer las cosas que me confieren, no

es que te sientas excluido de mi vida por eso.

Sino que yo no puedo pretender que por tu experiencia

soluciones todos mis problemas Si no, nunca voy a crecer.

Nunca voy a aprender nada. 2 de noviembre de 2011.

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23 de noviembre del 2011. 01:23

Hablando de sexo… hoy llegué después de verme contigo a leer

cada una de las notas que habías guardado en mi ordenador.

Varias de ellas bien pude recordarlas, y otra que voy a incluir en

esta historia la cual me sorprendió no haber leído antes. Asumo

que olvidaste mostrármela, pero recuerdo que hace tiempo

dijiste algo sobre un escrito que me habías hecho sobre el cual te

“daba pena mostrar porque era muy morbosa”; No recuerdo tus

palabras exactas. ¡Qué fortuna poder disfrutarte! Al leerla

varias sonrisas se escaparon de mis labios. También leí otras

notas que no estoy seguro si son para mí por lo cual me puse

celoso inevitablemente; no tengo excusa, excepto que te amo.

Aquí el texto:

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Acabo de tener sexo y ahora parto en el metro sola y triste,

dejando en aquel pasillo oscuro muy urbano al único que puede

llenarme en cuerpo y alma.

Sí mamá, me acaban de coger como usted dice, me lo hicieron

anal, vaginal y oral, y los disfruté, una noche de mucha

variedad y deleite, extrañaba todo lo que tuve esta misma noche

después de tanta depresión, no como escape sino como soporte,

yo a él lo amo como seguramente no amaré a nadie, no necesito

tener 10 novios y 7 amantes para descubrirlo, no necesito

experiencias de alguien más para yo darme cuenta, se lo acabo

de chupar con ganas, como estoy segura que nadie se lo había

hecho antes, ojalá se hubiese venido en mi boca, para

pertenecerle más, para sentirlo más, para llenarme los vacíos

que ustedes me dejan del otro lado del teléfono. Yo estoy feliz

con él, ojalá lo entendieran realmente, a ustedes nadie les dañó

la vida, a mí no me lo hagan en vano, esto no es ningún

capricho ni ninguna rebeldía, no voy a hablar con ustedes en un


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buen tiempo, verán ustedes que represaría tomarán, a mí me

vale mierda. Pueden hacer con sus vidas lo que realmente

quieran, que bien cagadas sí la tienen. De mí encárguense de

mandarme plata y no se limiten a llamarme, más bien no lo

hagan, necesidad no hay.

01:38. Hoy fue un día bastante inusual. Es decir, el día de ayer

fue bastante inusual, a juzgar por la hora actual. Pensaba que iba

a deprimirme como ya lo venía haciendo, durmiendo

indefinidamente para quemar el tiempo, y escribiendo sin parar

hasta el cansancio. A eso de las 2 pm mi amigo Rafael llamó

preguntándome si quería ensayar.

Rafael fue la persona que me relacionó con todos los poetas y

artistas de este municipio (Envigado) y con varios de la ciudad

Medellín, al menos aquellos con los que yo me había topado

hacía tiempo por medios electrónicos. Nosotros habíamos

estado en contacto por casi dos años y tuvimos la oportunidad

de participar en un proyecto que él venía planeando hace


37
tiempo. Una antología de poetas jóvenes apoyados por la

universidad de Envigado. Esfuerzo meritorio teniendo en cuenta

que todo se hizo por medio electrónicos como Facebook o

MSN; En un principio creí que iba a tener que escudriñar entre

la ciudad para relacionarme con otras personas, pero a un mes

de mi llegada a esta parte de la ciudad, convenientemente

cercana a la casa de Rafael y otros conocidos, me propusieron

participar en una banda de rock alternativo.

Dos horas después de la llamada de Rafael caminé hasta el

parque central donde se postraba una Iglesia blanca y pomposa,

de esas que cautivan a los escépticos como yo.

Desde allá subí en un pequeño bus verde que me llevó al lugar

de reunión. Conocí a Alex, el otro guitarrista, puesto que Rafael

era el primero que había conocido, y a un pintor llamado Sergio

que también había destacado hace meses por medios

electrónicos, gracias a este círculo de artistas y poetas en el cual

se movía Rafael.

38
Por alguna razón estas personas que llevaban años tocando

guitarra se interesaron en mi voz para su banda, yo apenas un

aprendiz. Esta vez, aunque ya había tenido experiencia en mi

antigua ciudad con bandas y eventos de este tipo, sentí la

humildad que me profesaron pese a su gran conocimiento.

Al principio, en un cuarto muy reducido por el humo de los

cigarrillos, las guitarras y el retraimiento de Sergio leyendo un

libro, comenzamos a tocar la primera canción con la cual

intentamos acoplarnos. Al parecer logramos sentirnos bien con

la primera, así que continuamos con la segunda canción. A este

punto tuve que exigirme sin recordar bien la letra de las

canciones pero motivado por la manera en como terminamos

relacionándonos, por primera vez en casi dos años desde por

mera coincidencia me los topé entre letras y desaires.

Esa tarde creí no poder verme con Amelia. Salí tarde del

ensayo, a eso de las 6 pm, me tomaba casi una hora llegar a su

casa. Ella me había llamado con antelación mientras ensayaba,

39
de allí mi apuro. Sergio y Rafael me acompañaron hasta que el

primer bus para el parque de Envigado pasó.

Una vez en el parque de Envigado la llamé esperando que aún

pudiéramos vernos sin dificultades. 06:30 pm. Yo no dejaba de

mirar mi reloj y calculando el tiempo que estaríamos juntos. Te

espero, me dijo. Le dije que entraba a mi casa y salía para allá.

Esa noche, al fin, caminamos por el boulevard de la 70

tranquilamente, como cualquier pareja feliz. Fuimos hasta un

centro comercial cercano, hablando trivialidades y

recodándonos el uno al otro lo mucho que nos amábamos. Nos

besamos mientras nos dejábamos llevar por las escalas

eléctricas, así como esas parejas que uno solía ver y que

causaban enajenación. Fue una salida típica, comimos helado,

vi su rostro iluminado por el deleite que esto le causaba. Estar

ahí, tan sólo eso. Pero no fue algo que antes no hubiéramos

vivido, sin embargo, ese día logró ser espontáneo, sin platónicas

pretensiones.

40
El día hubiera sido perfecto si mi regreso no hubiese arrebatado

varias lágrimas de su rostro, y yo solo en el último tren que

partiera.

02:09. Nota: Comienzo a extrañar la época en que lograba

escribir sin parar hasta el amanecer, sin embargo, fue una época

de malos hábitos que por un mero cambio de ambiente logré

acomodar.

Y bien, días después de llegar a Medellín contacté con Rafael y

hablamos sobre proyectos y anécdotas que de alguna forma nos

relacionaban por provenir desde una tierra muy parecida.

Aunque yo era oriundo de Manizales y él de Filadelfia, ambos

pudimos relacionarnos con cierto tipo de personas que también

estaban por el mundo de la literatura. Y es que en cada uno de

los mundos la gente apropiada suele encontrarse.

Esa tarde tomando café en este “pasaje”, o “La oficina” como le

llamaban ellos, cercano a la gobernación de Envigado, Rafael

41
me propuso enviar un poema a un concurso que estaba

organizando por esos días. Allí mismo conocí a otro de sus

amigos y poetas, Julián, una persona a mi parecer bastante

bohemia Y “Nacho”, un personaje no tanto poeta pero sí un gran

crítico por su afinidad intelectual, con el cual tuve la

oportunidad de entablar conversaciones bastante llenadoras por

medios electrónicos; a pesar de su juventud poseía grandes

conocimientos, algo que yo le adjudico a las largas horas de

lectura, hábito que lamentablemente yo dejé de practicar un par

de años atrás.

Fue muy cómico haber ganado el segundo lugar en el concurso

recién llegado de Manizales, que sin pensarlo, esa noche,

mientras pasaba por allí de la mano con Amelia decidimos

acercarnos al evento que se estaba realizando. Allí logré ver a

Rafael a la cabecera junto con el concejal que había ayudado a

la realización del evento. Por un momento logró verme y sin

esperármelo me pidió que fuera a recibir el premio. Siendo

42
franco, creí haber ganado ese puesto por puro desorden, pero

luego vi lo ofensivo que fui con estos comentarios cuando

Rafael me aclaraba que los poemas participantes habían sido

bien escogidos con antelación.

Meses atrás, mientras estuve en mi ciudad natal, Rafael me

habló sobre la intención que tenía que armar una banda con

buenos músicos de su círculo, pero nunca lo había visto tan real

hasta el día que comenzaron a enviarme las canciones que

íbamos a preparar para acoplarnos.

Por esos días mi mente estuvo entre confusiones y desganas con

la situación que comencé a vivir con el padre de Amelia. Y

nosotros por intentar hacer las cosas “bien” terminamos por

complicarnos más. En gran medida fue mi culpa. Yo presionaba

a Amelia diciéndole que les contestara a sus padres cuando la

llamaban y que les dijera dónde estaba. El día que me hizo caso

43
le habló su padre y este le gritó diciéndole que se fuera de

inmediato para su casa.

Así fue como terminaron nuestros días felices. Al cabo de unos

días, recibí una llamada de Amelia avisándome que venía en

camino, pero que se había topado con su padre en la entrada de

su casa. Ella mintió sobre su destino haciéndole creer que iba

para la Universidad. A partir de allí fue una semana

escondiéndonos de la verdad para poder vernos a escondidas, al

menos si el padre de Amelia se creía el cuento de que ella aún

estaba estudiando.

De pronto los días que nos veíamos se vieron reducidos por la

presión que esto comenzó a ejercer sobre Amelia. Ahora él se

quedaba con ella en su cuarto y era imposible tener una

conversación tranquila incluso por teléfono. Ella no podría

seguir mintiendo por mucho tiempo sobre que estaba en finales,

sabiendo que salía a vacaciones la semana próxima.

44
11:37. Por su parte, Amelia ya me había prevenido que su padre

quería hablarme para conocerme, yo estuve esperando ese

momento desde mucho antes en mi afán por “hacer las cosas

bien”, yo mismo hasta quise llamarlos. Por petición de ella no lo

hice, yo iba demasiado rápido, después de todo ella conocía a

sus padres mejor que yo.

En el transcurso de esa semana esperé cual ficha de ajedrez

esperando a un movimiento ajeno, el timbre sonó y mi corazón

se puso a mil. Me asomé por la ventana y reconocí gracias a una

foto que me antes me mostró Amelia de su padre y a su

hermana. Bajé las escalas y los invité a pasar y logré darle un

beso bastante modesto a Amelia después de días sin vernos,

sonreí someramente a su familia y los saludé con la mano. “Al

fin la conozco” dije a Magali, la hermana.

Una vez en la sala de estar tuvimos una conversación de dos

horas. Les ofrecí café pero prefirieron agua. Cuando apenas

íbamos a sentarnos, sonriendo el padre vio la guitarra de

45
Amelia puesta sobre la silla y me preguntó si podría tocar algo

para romper el hielo. Él es músico. De inmediato me puse

nervioso, puesto que mi pasión por este instrumento no

significaba que lograra tocarla bien, sin embargo, quise tocar y

cantar una canción que había venido practicando. Los primeros

tres acordes estuvieron bien hasta que mi voz comenzó a

flaquear por los nervios, allí decidí parar excusándome en que el

encuentro me tenía nervioso. Luego le objeté el hecho de que

sabía que el mismo era músico por lo cual me causaba

admiración. Vi en Magali un poco de incomodidad ajena.

Terminé sentándome al lado de Amelia, tomé su mano

sudorosa; ella estuvo más nerviosa que yo. Su padre no dejaba

de sonreír o no sé si era su estado corporal natural.

En las siguientes dos horas comenzó el interrogatorio. Hubo

llantos por parte de Magali recordando el pasado de Amelia.

¿Cuál? Tenía 18 años recién cumplidos, supuse que le molestó

la difícil transición de Amelia en su adolescencia y ver que por

46
su carácter se robó más de una vez la atención de sus padres.

Magali era la mayor con 21.

El padre me preguntó desde si teníamos sexo hasta si eyaculaba

o no. Logré ver a Amelia serena cuando comenzaron estas

preguntas puesto que al fin y al cabo nuestro sexo había sido

genial. Esto me dio seguridad. Su padre no contaba con mi

manera tan abierta de responderle sus preguntas directas y

mucho menos su hermana que permaneció en silencio casi toda

la conversación. Logré ver en los ojos de Amelia la gracia que

esto le causaba, aunque supo ocultarlo bien.

Me preguntó si trabajaba. “No, yo vine a estudiar”, dije. Al

principio esto no le causó gracia. Luego continuamos hablando

principalmente de sexo y de las probabilidades de un embarazo

y de que yo no tuviera trabajo a mis 24.

Cuando comenzamos a hablar de condones Magali al fin opinó

arguyendo que sí era peligroso. Yo me reí del destino cuando

por palabras de Amelia un día ella me confió el hecho de que su

47
hermana aún era virgen. Concluí diciéndoles que eran riesgos

que se tomaban por ser personas responsables.

A este punto hablar de tabúes y de la presión que las sociedades

causaban entre los adolescentes con tantos sistemas de

planificación era absurdo. Un padre no lo entendería. Para él yo

sólo era el desgraciado que se comía a su hija. Comprensible. Al

final tuve que tragarme mi ego y evitar explicaciones respecto a

las eyaculaciones, eso que la mayoría de los hombres estaban

seguros de controlar dándose hombría en las típicas

conversaciones con otros hombres; ni siquiera el que lo tuviera

más grande sino el que aguantara más.

Decirle a mi suegro que hacerlo por más de una hora sin parar y

sin eyacular y luego retomar por amor o por placer no sé si lo

hubiera alarmado o tranquilizado. Las ventajas de educarse solo.

He aquí que la palabra precoz cause tanta ofensa entre los

hombres. Amelia suele usarla conmigo. La amo.

48
10 de noviembre de 2011. Nota precoz.

- Te amo.

- Sí, también disfruté el sexo contigo.

¿Y le pareció tan ofensivo hacerlo por mí que prefirió hacerlo

por ella misma? ¿Y yo sí tuve que hacerlo por ella? Ilusamente

yo pensaba que éramos dos. Pero siempre fui yo quien la

sostuve. Es que ella se iba cuando quería y, le insultaba que yo

siempre le viese partir, dado que nunca fui yo el que lo hiciera.

Se le marcaba el orgullo en sus gestos cuando alzaba las cejas,

que tampoco eso lograba evitar. Sus gemidos y gestos no

precisamente sexuales aludieron cosas diferentes a las que ella

quiso sentir. Es que también sentía ella lo que quería sentir;

49
Quizá fuera esto algún tipo de máscara antisocial para escudarse

de los tipos como yo. Yo, el espécimen de su propio mundo, el

de ella.

Yo, el bufón que construía manicomios para dramas poéticos y

de poca importancia; Ella la niña ideal de cualquier bufón… o

príncipe.

¿Y si supiera ella quién fuera? No sería necesario. Era mujer,

eso ya le daba la ventaja. Yo un bufón con pene y, con guitarra.

Las toqué a ambas casi con la misma pasión. Ninguna fue mía.

Ambas prestadas; La vida me la presentó a ella para que la

amara, y ella a su guitarra para que la tocara. Qué curioso fue

aprender de ambas… hoy dejaron huellas en mis dedos y en mi

sexo.

¿Cómo no enamorarse de algo que fácilmente podría uno

desechar? Qué pesar ver la guitarra tirada en un lodazal, y a ella,

en las ruinas de lo que fui mientras la tuve.

50
Y es que era yo quien la tuve a ella, porque también, aunque lo

duden, no era común que ellas nos tuviesen a nosotros, pero sí

muchos otros las tienen a ellas. Ellas eran del mundo y por eso

éramos machistas. ¿Quién no? De algo debíamos apropiarnos,

tanto por la forma en cómo ellas se iban, como por la forma en

que nos dejaban partir cuando nos decidíamos dejarlas.

¿Y yo sí tuve que hacerlo por ella? Al final no le ofendió tanto

verme partir.

Y ella. Ella conoció a otro hombre con pene… y con guitarra.

Cual duelo; Cual delirio.

51
12:40. 23 de noviembre de 2011

Un par de días después de la reunión con la familia de Amelia,

su padre me citó cerca al hospedaje de su hija para que

habláramos en solitario. Su padre me había pedido que llevara

conmigo la guitarra. Yo me entristecí porque sabía que nunca

más vería esa guitarra, y era posible que pasara de igual forma

con Amelia, pues por varias amenazas su padre quiso llevársela

a Cúcuta, o sea muy lejos de mí. Aunque no estaba seguro de

eso.

Esa mañana estuve tranquilo. El viaje en metro fue ameno y sin

mucha gente. No sé si de algo sirvió haber vivido veinticuatro

años para ese momento, pero estoy seguro que eso que la gente

vive reclamándose entre sí como la madurez no fue fortuito en

este punto.

52
Tuve que parar de escribir por los largos minutos en que la

canción “Sexy boy” de la agrupación Air comenzó a sonar

desde el ordenador portátil de mi primo. No es que me haya

interrumpido sino que me vi tan saturado de información que no

lograba definir bien por dónde comenzar. Si bien, ahora mismo

me estoy hospedando en su casa, viviendo con él y su madre.

Desde mi llegada de Manizales he dormido en las cómodas

sillas de la sala, donde varias veces Amelia y yo dormimos

juntos. Hoy las cosas no serían tan fáciles desde la llegada del

padre de Amelia, mucho menos si estaba al tanto de la situación.

A mi llegada al parque cercano al hospedaje de Amelia, esperé

por unos largos diez minutos. Con antelación tuve que alejarme

rápidamente de la estación de tren, el lugar original de reunión,

puesto que dos soldados andaban por allí persiguiendo

juventudes. Yo llevaba la mitad de mi vida huyéndole al ejército

53
de Colombia, comenzando porque nunca me presenté el día que

me citaron. Negocio infame armamentista. Para cuando esto

salga a la luz espero que el ejército no me siga buscando.

Con sinceridad tuve que hacerle notar mi preocupación al padre

de Amelia. Y supimos evitar los lugares más públicos mientras

caminamos. En ese momento no me importó lo mucho que esto

pudo preocupar al señor, pero yo me inventé una excusa

diciendo que había dejado mis documentos en casa.

Nuestra charla duró 4 horas. Desde las 10 am hasta las 2pm.

Prácticamente le repetí lo de la conversación anterior y

hablamos de otras tantas trivialidades como libros o filosofías

extranjeras. También pude tocarle una canción con más

tranquilidad en el parque donde charlamos, y por un momento

lo pude ver maravillado. Decía que era afinado, además de

haberse sorprendido por el hecho de que también hablara inglés

y que lo hubiera aprendido por mi cuenta, pero quién no hacía

eso en la actualidad.

54
Él era la personificación de la culpa y la preocupación en carne

y hueso bajo el sol mas o menos soportable a esa hora del día.

Al final la gran preocupación del señor fue el sexo y el trabajo.

Por virtudes que tuviera esto no le importaba a alguien de

pensamiento capitalista. Por un momento creí que estaba

conforme conmigo. Y todo parecía ir bien. Nunca tuve

necesidad de mentir más allá de detalles que relacionaran a

Amelia; Como yo también era atrevido le hice preguntas como

“Usted a qué edad perdió su virginidad” o “Usted cuánto es lo

máximo que ha durado”. Lo primero me lo contó casi como

contándoselo a un hijo, algo corto y conciso a sus 16 con la

mujer del servicio. Lo segundo me lo especificó claramente y

sin escrúpulos “Toda una tarde, y los cuerpos sudados”. Le creí.

Obviamente yo había practicado las mismas situaciones con su

hija, pero en la noche. Por mi parte no podía tragarme todo lo

que me dijera sin tener en cuenta mis propias experiencias, eso

sería ingenuo. Así que ambos éramos desconfiados, además,

55
ambos éramos estudiantes del sexo. Asumo que a un hombre le

preocupa más complacer a una mujer que a sí mismo, con tantos

tabúes y mitos urbanos esto no es ninguna sorpresa. Y dicen

ellas que ser hombre es fácil.

13: 55. Desde que pude masturbarme sin parar a los catorce y

quince años comencé a llenarme de información bastante útil

para complacer mujeres. No entiendo cómo son tan feministas

de venir a decir cosas como “ellos sólo buscan eso”. Sí, los

malos amantes también existen, pero no es culpa de todos los

hombres. Comienzo a creer que la eyaculación precoz es otra de

esas enfermedades inventadas por la modernidad para el

marketing. En mi pubertad comprendí inocentemente pero al

tanto de la razón que uno puede eyacular en menos de 30

segundos o durar toda la noche sólo pensando en el hecho de

complacer a una sola mujer.

56
Al final me sorprendió sobremanera que dijera que hacíamos

buena pareja puesto que incluso nos veíamos bien juntos, pero

casi instantáneamente cambiaba de parecer como si viera en mi

algún demonio reflejado en mis ojos. Por el momento prefiero

no intentar dilucidar más a esta personalidad.

57
24 de noviembre de 2011. 11:09.

Ayer recibí una llamada del padre de Amelia mientras

terminaba el último párrafo. Me cogió por sorpresa y con tono

malhumorado me preguntó si podía ir a su casa. Con amabilidad

le dije que sí pero por dentro la paciencia que había logrado

mantener de repente se convirtió en desolación.

Eran las 2 pm y Amelia no había llamado. Pensé lo peor. Yo no

quería presionarla pero como habíamos planeado vernos ese

mismo día me preocupé, así que hice lo que bien pude abstener

hasta el momento: llamar a su casa. Parecía algo fácil pero

siempre fue incómodo llamarla a ese lugar donde apenas ella

podía hablar con tranquilidad por la gente que decía respetar su

espacio. Mucha gente “preocupada” por nuestra relación, y yo

58
en boca de todos a oídos de su padre. Nada bueno, por cierto.

Por fortuna ella fue quien contestó y me sentí aliviado, supuse

que estaba esperando la llamada. Lo primero que oí fue su voz

quebrada por el llanto diciéndome que la llamara al celular. Sin

perder tiempo agarré las llaves de la casa y salí a paso rápido

hacia la tienda donde usualmente iba a llamarla.

Ella no dejó de llorar diciéndome que su padre pensaba en

llevársela de nuevo. Intenté calmarla inútilmente pensando que

era otra de sus amenazas. Me dijo que él quería que me

terminara. Le dije que la decisión era más de ella que de su

padre. Nuevamente estuvimos a prueba, después de diez

minutos escuchando su llanto le dije que me esperara mientras

llegaba, estábamos a cuarenta minutos de distancia. Iba tarde.

18:54. Al llegar a la estación del estadio un aguacero me recibía

junto con decenas de hinchas del Nacional, que jugaba contra El

Pereira esa noche. Me dirigí al teléfono público para hacerle

saber a Amelia que estaba cerca, pues quise hablar con ella

59
antes que enfrentarme de nuevo a su padre. Al cabo de diez

minutos ella llegó bajo una sombrilla azul. Ambos nos dirigimos

hacia un lugar apartado. Una vez allí Amelia rompió en llanto

contándome lo que le había dicho su padre. La principal idea era

que ella me terminara la relación o sino él no le seguía

costeando el estudio. Para mí era absurdo y la tranquilicé

diciéndole que él no haría eso si en verdad la quería. Era

demasiado egoísta incluso para él; se notaba lo desesperado que

estaba sin lograr tomar una decisión. Finalmente la decisión

seguía siendo de ella, pero ella tampoco podía arrebatarle el

derecho de ser padre.

Después de unos veinte o treinta minutos preparándonos para

enfrentar al padre, decidimos dirigirnos hacia su hospedaje, el

mismo lugar donde Amelia habría vivido por casi un año. La

situación no pintó bien desde el principio cuando al abrir la

puerta el padre se asomó, y de inmediato me preguntó por qué

no lo había llamado antes. Como no tenía excusa le dije que fue

60
por la lluvia, a lo que él respondió “Puro cuento”. Yo respiré

profundo y finalmente atravesé ese umbral que no me había

atrevido cruzar por dignidad y respeto. Pues como nunca fui

bienvenido ni invitado siempre preferí quedarme afuera.

Amelia bien pudo invitarme a pasar otras tantas veces, pero no

siendo su casa y estando advertido con antelación sobre las

inquebrantables reglas de la señora dueña de no entrar “novios”

ni nada parecido, (Excepto, claro está, los de su hija que

asimismo vivía con ella), concluí, pues, en no abusar. Aunque

suene estúpido en esta época, asumo que la señora dueña lo

hacía para evitar volver su casa un tipo de prostíbulo especial

universitario. Por mi parte, no hubiera dudado en quedarme a

dormir con Amelia en esa casa si hubiera podido.

23:17. La conversación con el padre comenzó con una sentencia

que me puso eufórico. “Me la voy a llevar”. Respondí yo que

bien podría llevársela, pero que la decisión siempre iba a ser de

61
Amelia. Antes le hice prometer a Amelia que permaneciera

callada, para defenderme yo mismo, puesto que sus comentarios

siempre eran motivo de enojo para su padre dado su tono

odioso. No la culpo, estaba herida.

Luego, él comenzó a retarme preguntándome qué podría

ofrecerle yo. Le respondí que no podría ofrecerle nada

económicamente y que por eso había venido formarme en esta

ciudad ahora que tenía el motivo. Esto tampoco le convenció

mucho, puesto que la idea romántica de hacer cosas por alguien

suelen ser patrañas para alguien que ha vivido demasiado,

aunque admitió que una mujer cambia a un hombre para bien o

para mal. Yo comencé a ofenderme y a subir mi voz, por

primera vez desde que lo conocí, ya estaba harto de intentar

convencerlo, sencillamente me limité a decirle que siempre iba a

estar ahí, o hasta que Amelia eligiera lo contrario, puesto que si

ella temía tanto perder su estudio en esta ciudad yo no sería tan

egoísta como para hacerle perder esa oportunidad. Amelia lanzó

62
su primer comentario hostil “Yo no soy estúpida”, dijo con tono

odioso. Esto por la idea de que yo pudiera ser cualquiera. De

hecho, lo era.

La conversación se tornó voluble y finalmente no logré contener

mis lágrimas. Y por extraño que fuera, esto ablandó al padre.

Casi lo vi retractado cuando nos vio llorar juntos a Amelia y a

mí. Me preguntó si podría comprometerme; sin dudarlo le dije

que sí, pero le dejándole en claro que a mi forma. Mi proyecto

era estudiar derecho y continuar con la música.

Se escuchó un ruido en la puerta. Era la señora dueña. Nos

calmamos y decidimos salir con sombrillas bajo la lluvia.

Hablamos más tranquilamente mientras caminábamos por los

andenes; se tornó en un círculo vicioso al intentar convencerlo

de que éramos responsables con el sexo, le dije abiertamente las

propuestas que yo le hacía a Amelia de abstenernos a hacerlo y

de la contemplaciones que habíamos tenido respecto al tema. A

nosotros nos resultaba fácil hablarlo. La mayor parte del tiempo

63
ella y yo hablábamos de sexo. Asumíamos que era algo muy

importante dentro de una relación, pero de igual forma nocivo.

Y cualquier otra duda por la cual todos cometieran errores

nosotros no estábamos exentos por saber o no, las posibilidades

existen. La conciencia tampoco era una excusa, lo que él

sencillamente quería era que yo no fornicara con su hija.

En un vaivén de indecisión, el señor lo aceptaba y luego se

retractaba. Pero al final, cansado, viendo la posición de ambos,

se decidió por pagar el segundo semestre en la universidad de

Amelia. Me decidí por no cantar victoria aún, pero pude

respirar.

23:43. Esa misma noche, decidimos hablar con Magali, la

hermana de Amelia, puesto que antes nos lo había pedido; así

que fuimos más por cortesía que por gusto, para no darles

motivos negativos en un futuro. Sin embargo, yo sí quería

conocerla por pura curiosidad tiempo atrás, antes que todo esto

64
sucediera. Personalmente, estaba exhausto de que me quisieran

decir cómo comportarme a mis veinticuatro, y bueno, he aquí el

precio de tener algo abierto con alguien menor, no obstante,

ambos éramos jóvenes.

Era la segunda vez que la veía. La esperamos en la puerta de su

apartamento. Por alguna razón me sentía incómodo y fuera de

lugar. Al principio ella parecía muy cómica y tierna, yo estuve

callado la mayor parte del tiempo mientras las dejaba hablar

trivialidades, en realidad estaba absorto por todo lo que había

sucedido hasta ahora. Pero no fue sino hasta que nos detuvimos

en unas mesas para hablar que ella cambió por completo su

semblante, una faceta que bien pudo sorprenderme, pues antes

hube de juzgarla erróneamente. Ahora parecía muy madura e

imparcial.

Supe por boca de ella que muchas de las cosas que su padre

hacía era porque ella se lo “aconsejaba”, en su afán por hacer lo

correcto para la “niña” Amelia. Amelia siempre se quejó porque

65
su familia no era unida, me hizo gracia ver que por mi les

hubiera cambiado tanto la vida y que en cierto grado se hubieran

acercado.

Yo estaba cansado de oír sanciones u otro tipo de “debería”, y

me importó poco intentar entablar algún tipo de conversación

madura con ella. Así que la dejé hablar y le respondía

concisamente. Amelia estuvo en silencio, ahora veo lo mucho

que confía en cómo yo hago las cosas; ella sólo tomaba mis

manos o me abrazaba.

Cabe resaltar que lo que verdaderamente le importaba era que

no nos hiciéramos daño. Pero hasta ahora prefiero no creerme

mucho este tipo de cordialidades… después de todo, yo

tampoco los conozco a ellos.

En una oportunidad Amelia me dijo: “No les des tanta

confianza”. Eso fue suficiente para que yo frenara mi simpatía,

puesto que sí hube de vagar la guardia por mucho tiempo.

66
25 de noviembre de 2011. Nota, 0:07.

Hoy hablé con Rafael. Dado que ayer no pude contestar sus

llamadas ni ir al ensayo por estar conversando con mi suegro, lo

llamé hoy y le pregunté qué había acontecido. Se habían reunido

todos y al parecer seguían motivados con mi voz. Esto me

alegró mucho. Por ahora tengo varias canciones que ensayar.

0:10. Ayer, el 24 de noviembre, fui a averiguar sobre mis

estudios. Si bien, aún no soy bachiller graduado y esto tampoco

lo sabe la familia de Amelia y, no tengo necesidad de

mentárselos; mucho menos si algo como esto termina siendo

también un motivo para que la alejen de mi. Me molestó el

hecho de que me quisiera poner en período de prueba, puesto

67
que los resultados que yo pudiera mostrarles serían después de

casi 6 meses o un año, cuando finalice mis estudios. De allí

podría presentarme a la universidad y si corro con suerte califico

entre los elegidos. Pero qué suerte va a tener uno en un país

donde prácticamente le niegan la educación a la gente.

Me debo confesar con respecto a lo del bachillerato y mis años

escondiéndomele al ejército, con respecto a este punto.

Usualmente la gente piensa que las Universidades culturizan

personas, pero en realidad lo que hacen es moldear masas. No es

raro ver profesionales con títulos colgados de sus paredes pero

con mala ortografía, digamos. Tampoco es raro ver una persona

empírica y autodidacta que sabe idiomas, maneja el lenguaje e

instrumentos musicales y, se cultiva a sí mismo de otras formas

que la academia jamás le podría ofrecer; algún otro dilema

sistemático, no obstante, el título es necesario, la academia no.

De allí la mediocridad de nuestro mundo moderno.

68
11:03. Después de averiguar lo de mis estudios me pareció

cómodo seleccionar el día domingo para asistir y así tener

tiempo para mis propios caprichos personales; Era un sistema

semi-escolarizado diseñado para personas que trabajaban toda la

semana o que les resultaba imposible asistir entre semana. Por

mi parte, sin trabajo o responsabilidades, elegí ese sistema sólo

por finalizar rápido mis tan postergados estudios, y sobre todo

para complacer al padre de Amelia y a ella en un futuro; Mi

mentalidad respecto a las instituciones siempre estuvo en duelo

dado que para mí el sistema educativo sólo significaba una

manera de acoplara la gente al mundo en el que vivía tan

cómodamente para que siguieran viviendo cómodamente.

Bastante sensato. Entre otras cosas mi sentido de pertenencia al

mundo, pese a ser un humanista en variados aspectos, nunca

hizo sentirme parte de ello. Jamás ingresé a estos lugares por

mí y nunca me importó hacerlo por mí, las veces que lo hice fue

motivado por alguien más o por los mismos valores que me

69
implantaban de acuerdo a esa educación que me enseñaba algún

tipo de responsabilidad con el mundo. Supongo que no está

mal, eso quiere decir que de hecho existe una sociedad

esforzándose para su propio beneficio, no estaba en contra de

eso, sencillamente yo no lograba acoplarme.

Llamé a Rafael y a Amelia, para definir con quien lograba

verme en ese día tan aburrido. Con Amelia siempre había sido

un problema verme las últimas semanas, pues, además de las

barreras que comenzaron a surgir entre nosotros, ella también

estaba ocupada en busca de un apartamento para ella y su

hermana antes de fin de año. Por lo tanto yo debía acoplarme a

lo que dijera su padre o su hermana; peor aún cuando la llamé y

escuché lo siguiente: “a él no le gusta que yo salga tan seguido”,

lo dijo como pidiéndome disculpas sabiendo con antelación mi

reacción, “Qué maricada” me quejé. No era culpa de ella, aún

tenía esperanza de verla ese día. Con Rafael arreglé verme a las

70
5 pm de ese día (eran las 4pm), con tanta gente en el parque

decidí entrar a la Iglesia.

Si bien, la mayor parte de mi vida argüí en contra de la filosofía

de la Iglesia, estos lugares siempre me parecieron admirables.

Además estaba fresco adentro y casi no había gente. Me adentré

entre los corredores observando los grandes cuadros y vitrales, y

las gigantes columnas que hacían el templo. Al principio dudé

en sentarme porque para mi mente este círculo cristiano siempre

lo había catalogado como algo muy cerrado al mundo exterior.

Vi a la gente observándome, no sé si con desaprobación o

extrañeza, mientras caminaba con cautela por el baldosado, al

final logré sentarme en una de las sillas más apartadas, al lado

de los confesionarios.

Allí logré tener tanta quietud que no vi la necesidad de salir

pronto. Cerca al altar varios músicos afinaban sus instrumentos.

Yo ignoraba para qué se preparaban. Pensé en que sería una

buena forma de ganarme alguna moneda y divagué sobre ello.

71
Me limité a mirar en rededor, vi una chica joven que me miraba

pero en cuanto yo posé mi mirada en ella se volteó. La poca

gente que había observaba hacia el altar o hablaban en susurros.

Me impresionó el respeto que algunos le profesaban a su fe,

pero ciertamente limitados al “qué dirán”, no todos tenían las

agallas de inclinarse ante Jesús.

De pronto comenzó a entrar más gente y me sentí incómodo.

Decidí quedarme un poco más para ver comenzar la ceremonia.

Me sorprendí cuando el cura salió por la puerta principal y todo

el mundo se puso en pie. Yo seguía observando impasible. La

música comenzó a sonar solemnemente, para mi sorpresa vi que

entraban lentamente con un féretro hasta el altar, y vi que las

lágrimas de varios de los presentes comenzaron a rodar.

Decidí quedarme un poco más. Ni por curiosidad ni por respeto.

Tan sólo me agradó estar allí sentado, lejos de la muchedumbre

del parque. Leyeron varios textos y la gente correspondía con

frases que nunca pude dilucidar, como murmullos a coro. Luego

72
el cura comenzó a leer un texto sobre la resurrección, decía que

si creías en el Mesías al cabo tendrías vida eterna; Algo así

como el premio que te daba la Iglesia por creer en Jesús. Esto

me molestó y decidí salir de la Iglesia. Me pregunté si toda esta

gente realmente creía eso o si sólo asistían a la Iglesia por hábito

o temor. Nunca lo sabré, pero para mí fue demasiado.

Eran las 5:13 pm. Rafael no me había devuelto la llamada.

Tenía el mal hábito de llegar tarde siempre, al menos en eso era

puntual. En el parque llamé a Amelia, le dije que Rafael me

había dejado esperando de nuevo, así que por ahora sólo la iba a

esperar a ella. Ella no se notaba convencida de poder vernos. Yo

me ofusqué sin querer, le dije que la llamaba luego. Caminé

varias cuadras cerca de mi casa, vi un teléfono público y

aproveché para llamar a Amelia. Me contestó y me dijo que iba

para la tienda con Luis. Le dije que me iba a conectar en el café

de al lado para hablar por Msn. Luis era su compañero de

residencia, un estudiante de ingeniería que estaba enamorado de

73
ella. Para mí no era alguien por el cual pudiera sentirme

amenazado, puesto que no era un tipo bien parecido. Sólo por

eso. Me pregunté por qué carajos el padre de Amelia confiaba

más en Luis que en mí. Me llené de rabia. Sentí que no podía

más.

Me conecté y vi a mi madre conectada, la saludé y le resumí

todo en cortos párrafos. Me dijo que mis decisiones tendrían

consecuencias y que por ahora no era necesario intentar

demostrarle algo a alguien. En eso estábamos de acuerdo.

Por fortuna siempre tuve buena relación con mi madre.

Hablábamos muy abiertamente de todo. Supongo que tuvimos la

oportunidad de crecer juntos. Ella no era tan vieja, apenas con

43 años. Pero esto era algo muy usual en mi generación. Mi

padre con 47 lucía mucho más joven quizá por su vida

despreocupada e irresponsable, parecía más mi hermano que mi

padre.

74
Le dije que estaba cansado de la situación y que por dignidad no

debía aguantarme. “No es como si no pudiera conseguirme a

alguien más”, escribí con rabia. Ciertamente me sentía limitado.

Pero no era tan sencillo después de mentarlo. No era como

cambiar calcomanías de una bicicleta. Algo más que simple

apego y no voy a justificarme.

Vi el aviso de Amelia conectándose. Ella me saludó primero

con un “Hola, amor”. Yo escribí “Hola”. Y comencé a decirle

cada cosa que me molestaba. Ella aguardó en silencio a que yo

terminara. Me replicó diciéndome que era como si yo le

estuviese echando la culpa; me disculpé y dije que no era así,

ella lo entendía, o al menos eso me dijo. Al cabo me sentí mal y

quise escribirles al padre y a la hermana de Amelia todo lo que

le había dicho a ella, pero me abstuve conociendo lo

susceptibles que estaban con todo esto, ellos jamás lo

entenderían.

75
Me preguntó si podíamos vernos mañana, le dije que no

dependía de mí. “Llámame, si quieres”, dije, ella se justificó

diciendo que yo no tenía que decírselo puesto que ella lo iba a

hacer de igual forma.

Me escribió “Yo entiendo si me quiere terminar”. Esto me sacó

de quicio. Yo no quería terminar nada. Fue como si quisiera

dejarme ir. Luego siguió “Yo sé que si no fuera por ti no

hubiéramos llegado hasta aquí, tú te podrías ir cuando

quisieras”. Le respondí con seriedad que había sido por los dos,

yo no necesitaba que comenzara a hacerse la víctima conmigo si

tenía a su hermana y a su padre para eso; le insistí con rabia que

había sido por los dos que tenía presente lo que ella también

había hecho por mí, luego me dijo que no lo había dicho en ese

sentido.

Al final tuve que irme para pagar la hora de internet. Le

expliqué que si me quedaba más tiempo no iba poder ir a verla.

76
Nos despedimos tristemente intentando comprender al otro.

Cerré mi sesión y me fui a casa.

23:24. Tengo fiebre. Recibí un torrente de lluvia a mi llegada al

parque, aunque fueron unas cuadras de exposición preferí

caminar que escamparme. Una hora después comencé a

sentirme mal.

Había llegado desde el estadio en metro de verme con Amelia,

pero no todo había salido según lo planeado. Ella sólo quería ir

al “Parque de los pies descalzos”.

Esa tarde llamé a Amelia y noté frialdad en su voz. Me extrañé

y le pregunté qué pasaba, por alguna razón comencé a creer que

alguien más escuchaba nuestras conversaciones. Ella sólo me

decía “Estás equivocado, quiero salir de aquí”. Pensé que se

estaba alejando, “estás equivocado”, me aclaró.

Terminé diciéndole que ya iba para allá. Tomé un baño y salí,

me arreglé el cabello. Lo siento, soy vanidoso, no tardé mucho

77
haciendo eso, (me tomó tiempo aprenderlo). Busqué el primer

teléfono público y le dije que nos veíamos en la estación del

estadio, cerca a su casa. Me dijo “ok”.

Ya en la estación de San Antonio, en la plataforma de

intercambio, escuché mi celular. Era un número desconocido

pero contesté suponiendo que fuera Amelia. Me tomó por

sorpresa la voz del padre de Amelia, que en un letargo de gritos

comenzó a decir cosas como “Aléjese de la pelada, no me la

enamore más, consiga trabajo, no la busque, no quiero

problemas con usted”. Me llené de júbilo y le repliqué, un tanto

cohibido por la gente que me rodeaba mientras esperabas el

tren de intercambio: “Yo tampoco quiero problemas con usted,

no me amenace”. La gente alrededor me miró pero permanecí

sereno, aunque apretando mis dientes de ira. Le colgué mientras

seguía hablando. Ahora más que nuca quería llegar a la última

estación. Era obvio que ya no iba a ver Amelia pero yo iba

preparado para lo peor.

78
Al llegar a la estación del estadio miré a todos lados con la

esperanza de ver a Amelia. Me engañé a mí mismo. Busqué el

primer vendedor de minutos y le llamé de nuevo. Estaba

llorando y enterada de que su padre me había llamado, le dije

que ya iba para su casa, quería ver que tanto daño podría recibir

y qué tanto podría decirme su padre.

Me sorprendía la energía que tuve en ese momento sin haber

probado bocado desde la mañana. Yo había salido con afanes y

no tuve oportunidad de almorzar. Caminé con tanta decisión que

no me sorprendió ver la puerta de la casa abierta. Amelia me vio

llegar y de inmediato se acercó a abrir la segunda puerta

enrejada que nos separaba. El padre se levantó e intervino.

- ¡Usted a qué viene aquí! –levantó la voz

Sólo necesité de eso para encresparme de nuevo. Mi paciencia

finalmente se había colmado.

- Vine por ella, no por usted – le dije secamente.

79
- ¿Es que usted se manda solo?

- ¡Sí!

- Usted no se la merece, consiga trabajo.

- ¡Vine a estudiar!

- Me la voy a llevar, usted no se la merece ni pasar a esta

casa.

- Mire, señor, usted no es el único que levanta aquí la voz

– lo interrumpí, mientras caminaba hacia él, con mi ceño

fruncido y hablándole fuertemente, sin necesidad de

gritarle -¿O es que me falta cultura? ¿O qué, ah?

¡llévesela si quiere, usted no es capaz!

- ¿No soy capaz? ¡Mire la reacción de él! –le gritó a

Amelia. ¡Váyase!

Y pretendía que yo no reaccionara después de tanto.

Amelia permaneció en silencio. Por un momento pensé que iba

a salir conmigo pero no tuvo el valor. No pude culparla. En el

80
fondo yo seguía pensado que ella podría decidir pero respetaba

demasiado a su padre.

Él apenas podía mirarme a los ojos, se entró casi como asustado

y me cerró la puerta en la cara.

Me sentí desolado. Nada podía hacer. Me quedé parado

pensando qué hacer y lo único que se me ocurrió después de 5

minutos en shock fue caminar hasta el vendedor de minutos más

cercano.

Llamé a Amelia pero no contestó. Llamé a la hermana. Le conté

lo que había pasado, me dijo que iba a hablar con su padre. Pero

no lo hizo. Me senté una hora frente a la casa de Amelia, estoy

seguro que el señor me vio y la señora dueña, porque la puerta

estaba entreabierta nuevamente. No vi a Amelia por ningún

lado, supuse que estaba encerrada llorando en su cuarto. Volví

con el vendedor de minutos con el cual logré disgustarme por su

mala cara, me tranquilicé cuando al fin me contestó Amelia.

Estaba llorando y me pedía perdón. Llamé a Magali por segunda

81
vez y por un momento desconfié de su imparcialidad. Estaba

enferma con dolores de cabeza y como también había tenido

discusiones con su padre no quería hablarle. Le creí, pues de

antemano supe de su condición con medicamentos y otras

dificultades médicas.

Recuerdo haber dado vueltas por el parquecito aledaño a la casa

de Amelia. Pensaba a quién llamar pero no había nada que

pudiera hacer. Me dirigí a la estación e hice una última llamada.

Mi madre. Le conté y me dijo que no me preocupara porque

todo iba a salir bien. Le tomé la palabra casi con ingenuidad,

pero por alguna razón mi madre siempre había tenido razón en

muchas cosas no sólo de mi vida, sino la de todos la que la

rodeaban. Era algo así como una bruja buena, de esas que tienen

todas las familias.

Finalmente compré el boleto de ida pero decidí sentarme un rato

para dejar que la hora pico pasara. Odiaba viajar en vagones

82
repletos. Allí tuve la oportunidad de llamar a Amelia para

despedirme y decirle que ya me iba para mi casa. Ya casi no

tenía dinero y dudaba lograr poder verla de nuevo; Ella sólo

quería ir al “Parque de los pies descalzos…”.

26 de noviembre de 2011. 0:13.

Al principio estuve a gusto escribiendo esta historia que iba por

buen camino. Hoy es insoportable ver como todo se derrumba y

mucho peor si tengo que recordar todo para manchar las hojas.

Incluso llegué a pensar en rendirme y continuar con mi vida.

Aquí tenía mi banda y mis habilidades, y pronto comenzaría a

estudiar. Realmente estoy manteniéndome firme para no caer en

profunda depresión. Es doloroso imaginar cómo estará ella en

83
estos momentos… me preocupan las reacciones que ella pueda

tomar para rebelarse ante sus padres, después de todo, es mi

nena.

15:16. Hoy pensé en llamar al padre de Amelia y disculparme.

Él estaba por irse de la ciudad y posiblemente yo había

cometido un error gritándole, eso le daría más motivos para

quedarse el tiempo que fuera e irse junto con Amelia. Fue grato

enterarme que él también quisiera disculparse, según Amelia,

cuando la llamé. Esto me sorprendió. La escuché de buen humor

pero aún sigo esperando su llamada. Por alguna razón este tipo

de situaciones siempre se resolvían a favor de nosotros.

15:24. Con esta lluvia dudo que reciba su llamada. Hace menos

de media hora estaba asoleando y ahora llueve

interminablemente. Esto me recuerda el clima de Manizales. Ya

84
comienzo a preocuparme por la hora puesto que yo debo ir y

volver y me toma bastante tiempo desde Envigado.

85
27 de noviembre de 2011. 10:56

“No era cuestión de Machismo”, dijo el padre de Amelia,

mientras se retocaba el cuello de la camisa como su maña

habitual, “Si me la llevara nos perjudicaríamos los tres, y yo no

quiero eso”.

Ese día yo estaba de mal humor. Esperé en el parquecito

cercano a la casa de Amelia por su padre. Ella apareció primero

y la vi sonreír pero hice como si no la hubiese visto. Yo aún

tenía síntomas de fiebre de la noche anterior.

Cuando estuvo más cerca nos sonreímos. La vi tranquila. Por

alguna razón no me nacía ser cariñoso en ese momento, no

podía darme lujos sin antes hablar con su padre de nuevo, pese a

que tampoco me nacía mucho verle la cara al señor. Le objeté

86
sobre el hecho de que ella pudo haberlo desafiado esa vez. La

entristecí y pese a lo mal que logré sentirme no se lo hice saber.

Amelia me contó nuevamente sobre lo que había hecho para

convencer a su padre. Fue una buena forma de hacerlo dadas las

limitaciones de comunicación entre ellos dos. Me dio una

memoria USB con la conversación para que la leyera. Le dije

que la leería luego.

El día después de mi discusión con su padre, ella habló con su

madre por Msn y se desahogó con ella. Luego le mostró esta

conversación a su padre y al parecer fue suficiente para

convencerlo. Me extrañó el cambio de actitud de su padre

cuando incluso bendijo nuestra relación. Yo no estuve dispuesto

a ceder de ninguna forma esa vez. Y tampoco hubo necesidad.

“Son afortunados de haberse encontrado –dijo –esta ciudad es

peligrosa sobre todo para las mujeres, él hubiese podido ser

cualquiera”. Exactamente lo mismo le había dicho yo a Amelia

cuando la conocí, le dije que era demasiado confiada. También

87
recalcó que por alguna razón yo había entrado en su vida y que

le alegraba que yo fuera una persona “sana”: Aclaro, una

persona sana es aquél que no tiene ningún vicio nocivo para la

salud. Al final nos dio un par de recomendaciones, que entre

otras cosas Amelia y yo ya habíamos tratado como pareja, nos

ofreció su apoyo y luego se fue.

Por un momento vivimos un sueño. Lo único que realmente me

molestaba era que su padre se iba a quedar hasta que ella

decidiera irse, o al menos hasta que pagara la matrícula en su

Universidad. Nos quedaban pocos días juntos y seguía

sintiéndome limitado, después de todo no iba a verla hasta

dentro de casi dos meses.

11:45. Como dije, por un momento vivimos un sueño, hasta que

por una confesión de Amelia volvimos a pisar el pavimento.

Ella había cortado la piel de sus piernas por segunda vez desde

que estaba conmigo con una navaja de afeitar.

88
Caminamos por los anchísimos andenes en dirección a un centro

comercial que solíamos visitar. Fue cuando ella me contó lo de

sus cortadas en la pierna. Me sentí devastado porque nunca

quise formar parte de eso. “Perdóname por hacerte esto” decía

ella, como por tercera vez. Era temprano y nos quedaba mucho

tiempo libre. Pero yo no logré sentirme cómodo y todo ese

tiempo le estuve recalcando el error que había cometido. De

alguna forma ella sabía que yo la iba a perdonar. Esta era mi

desventaja. Pero con la ira que tuve al principio quise

terminarle, decisión que fui reconsiderando cuando pensaba en

todo aquello que habíamos vivido, especialmente los últimos

días. “Yo te amo… no es fácil terminarte” le decía con tristura.

Una vez en el centro comercial, le dije que entrara a los baños y

que se tomara una foto con el celular para ver la herida. Sonrió y

me dijo que ya la había tomado. Esto me llenó de enajenación.

89
Le dije que me la mostrara pero no quiso, así que la acorralé

diciéndolo que no estaba en posición para negociar.

Al ver la fotografía volví a enojarme, y me sentí defraudado.

Era una herida considerablemente grande, casi del tamaño de la

palma de una mano; había algo escrito pero no pude mirar más

la foto. Prevenida por mi reacción ella comenzó a tomarme del

brazo y apretarme. Yo no quería ni llevarla de la mano, ella se

enojaba por este hecho y me lo reprochaba “¿Tanto asco te da

cogerme?”, yo no le respondía. Me metía las manos en los

bolsillos y seguía caminando como perplejo. Ella me tomaba del

brazo, como aferrada a mí. Salimos del centro comercial.

“No pensaste en mí en lo que te demoraste haciéndotelo –le

dije, -porque bastante tiempo te debió haber tomado ¿no?”

Su respuesta poco me interesaba. Ni siquiera quería besarla.

Estaba furioso con ella. Le dije que volviéramos para

acompañarla a su casa pero se negó. Cuando comenzó a

comportarse rebeldemente mi paciencia comenzó a colmarse. Le

90
quise terminar allí mismo. Cruzó la calle y no me espero, yo me

quedé mirándola hasta que se diera cuenta, y caminé en

dirección contraria. Caminé rápido pero sabía que ella venía

atrás. “Oye… no puedo correr, por si no sabías”, me reclamó

cuando me alcanzó. “No es mi problema”, dije secamente. Me

tomó el brazo y seguimos caminando, a mi paso.

Comencé a quitarme el collar que ella había regalado desde la

primera vez que vine a Medellín. Nunca me lo había quitado,

pero quise devolvérselo. “Cuando se lo di le dije que lo botara o

que hiciera lo que quisiera”, dijo en tono odioso. Sentí más

rabia, lo empuñé en mi mano y me dirigí el primer basurero que

vi. Ella me vio tan decidido que prefirió pararme y me arrebató

el collar de las manos. Luego volvió a tomarme del brazo.

Estuvimos divagando por largas horas. Nos sentamos en un

parque. Por mi parte no la había hecho sentir lo suficientemente

mal. Seguí bombardeándola con frases como “En este momento

sólo pienso en tener sexo contigo, hasta ese punto te cagaste las

91
cosas”. Ella comenzó a llorar. Al cabo me preguntó “¿Por qué lo

del sexo?”. Le respondí con frialdad que sólo me interesaba

desahogarme, y que por eso prefería alejarme. Lloró de nuevo.

Me pedía perdón. Yo no dejaba de pensar en la fotografía y esto

me enfurecía más. Ella intentaba besarme pero yo le quitaba mi

rostro. En una ocasión me dijo que entendía que estuviera

siendo tan duro con ella, pero cuando comencé a mirarle el

rostro lleno de tristeza mi corazón comenzó a ablandarse,

después de todo la amaba.

En algún punto ella buscó entre su cartera y sacó las navajas.

Me las quiso entregar pero le dije que no me interesaban. Las

botó en un basurero del parque.

Continuamos con dirección a su casa. Ella me frenó en un

callejón y me miraba. Intentó besarme de nuevo. Esta vez tomé

su rostro y la besé, pero no sentí nada. Le dije que sólo la quería

utilizar, que me dejara ir. Comenzó a llorar y a pedirme perdón

por haber dañado las cosas, la abracé y ella a mí. Permanecí en

92
silencio. “Utilízame”. Me dijo. Le dije que prefería alejarme.

Seguimos caminando. Llegamos a su casa y fue difícil

despedirme; “Cómo quieres que sienta algo con la rabia que

tengo”, le dije. Le dije que la amaba. Nos besamos brevemente

y me fui hacia el metro.

En el metro no dejaba de pensar en ella y mi actitud desde que

me había dicho que se había cortado. Estaba siendo demasiado

duro con ella, pensé. Al llegar a Envigado busqué un teléfono

público y la llamé con mis últimas monedas. Le dije que la

amaba y que lucháramos por lo que teníamos, juntos podíamos

aprender de esos errores. No era como si se hubiese acostado

con alguien más, sin embargo, me causaba grande tristeza.

93
94
Madurando Tarde. Segunda parte.

“Me esforcé tanto por desencajar… que encajé”.

13:.47.El gato salta sobre la silla como lo hace usualmente a

hacerme compañía. Más bien, viene a que lo consienta. Me lame

los dedos con su áspera lengua y como ve que no le hago caso

salta hacia la otra silla y me mira hasta que se queda dormido.

Hasta ahora no he sido un hombre mujeriego. Para mi es

cuestión de mentalidad y apariencia. Sí, es genial cuando sales a

la calle y te miran por tu apariencia, inevitablemente te sube el

ego y la autoestima; cualquier persona medianamente bien

95
parecida tiene autoestima alta, dependiendo de sus complejos,

pero es diferente si uno se quiere acostar con cada mujer que lo

mire a uno. Como digo, es cuestión de mentalidad.

Potencialmente cada persona que sale al mundo está buscando

relacionarse. Sabiendo esto surgen las inseguridades, los celos y

los comportamientos infinitos por el mero afán de al menos

tener sexo, puesto que en un principio podríamos conformarnos

con eso. En el amor uno suele evitar este tipo de

confrontaciones, la gente lo llama sacrificio, al principio los

juegos platónicos sirven para engancharse con la persona

“ideal”, una especie de seguro de vida. Sin embargo, estos

juegos de colgar el teléfono, hacerse buscar, recurrir al orgullo,

o hacer sentir a la otra persona insegura se tornan dañinos para

una relación que lucha por ser estable… ser mujeriego es fácil,

mucho más si tienes “verbo” y las mujeres te miran por la

apariencia.

96
14.09. La gente suele tener estos perfiles psicológicos que yo

llamo estereotipos. Las redes sociales los califica muy bien. Mi

“Forma de pensar”, eso por lo que nos queremos identificar se

reduce a los libros que leí, a la música que escucho y a la

manera en cómo me visto. Mi cabello largo y mi apariencia

aparentemente sencilla hacen que atraiga cierto tipo de mujeres

y que me relacione con cierto tipo de personas, que para mí, son

las ideales. Estoy casi seguro que Amelia pensó lo mismo

cuando vio mi perfil en Facebook meses antes de que nos

conociéramos bien.

Por alguna razón siempre atraje mujeres de mayor estrato al

mío, con aptitudes líricas o artísticas, al menos con

inclinaciones románticas hacia algún tipo de arte. De alguna

manera siempre fueron personas que se esforzaban por

desencajar o que se cultivaban a sí mismas para marcar la

diferencia y que “admiraban” lo que uno hacía en el mundo, (lo

digo sin estar tan convencido) así fuera poco.

97
Yo no era del tipo sociable, por eso, hasta ahora, nunca me

relacioné directamente con nenas que escuchasen Reggaetón,

por ejemplo, puesto que lo mío era el rock. Obviamente, existen

personas que son “de mente abierta” (Algunos se llaman a sí

mismo crossover) y se relacionan sin darle importancia a ello; lo

que para mí en una forma forzada de ser abierto y aguantarse

situaciones para lograr tener sexo.

14:35. Nota: El gato volvió a mí. Esto me recordó una sentencia

misógina.

14:38. Cinco meses atrás, la primera vez que vine a Medellín

para ver a Amelia hicimos el amor por primera vez y sin

protección. Yo llevaba una semana y no podía quedarme

mucho. Surgió la oportunidad de dormir juntos en la casa donde

actualmente me hospedo, y no desaprovechamos la oportunidad.

Una de esas noches, ella me preguntó si quería cortarla. Le dije

que no sabía. Ella sacó una minora y me tentó. Le dije que no de

98
buena manera. Ella siguió insistiendo y al final accedí “está

bien, sólo un poco”, dije. Me acosté boca abajo y sobre aquella

oscuridad levantó mi cabello y me hizo una pequeña cortada en

la nuca. “Ahora tú… pero si no quieres no”. No sé por qué

accedí esta vez pero lo hice. Le dije que se pusiera de espaldas y

le hice una pequeña cortada en el hombro de 5 milímetros.

Luego me sentí mal y comencé a llorar. Ella se condolió

preguntándome qué me pasaba… le dije que sentí como si

pudiera lastimarla, y me pidió perdón mientras lloraba. Sabía

que no era la primera persona con la que ella hacía eso. Después

de eso fui a la nevera por una manzana y esta se convirtió en la

fruta cliché de nuestra relación; desde entonces le hice prometer

que nunca más se cortara, o me haría creer que yo no sería

suficiente motivo para no hacerlo.

La confianza que nos tuvimos desde el principio fue un ensueño

desde el primer día que caminamos juntos en El jardín botánico

de Medellín.

99
Allí mismo me regaló el collar que nunca me quité. Ese día

había poca gente y logramos sentirnos cómodos el uno con el

otro, teniendo en cuenta que nunca antes en la vida nos

habíamos visto, esto ya era un gran paso. Lo único que

sabíamos del otro fue lo que Facebook y otras redes sociales nos

mostraban, además de los meses que compartimos hablando en

Msn.

En el transcurso de esa semana siempre nos reuníamos en la

estación de Envigado; ella me esperaba adentro con un boleto de

tren para que yo pasara y de allí elegíamos nuestro destino. Ella

siempre me acompañaba de regreso mientras yo me

familiarizaba con el metro, y ya era difícil verla partir sola hacia

su casa, que hasta entonces no conocía. Pero sólo hasta que yo

tuve que acompañarla a ella y volverme solo en la época actual

entendí que era mucho peor eso.

En esa época pocas cosas nos preocupaban. El hecho de que yo

tuviera que partir hacia Manizales en pocos días era una de

100
ellas, asimismo el título de nuestra relación. Pero eran cosas

ingenuas de momento.

Ella me decía entre burlas que antes de conocerme pensaba que

yo pudiera ser algún ingeniero en sistemas, gordo, feo y de

treinta años que jugaba juegos de videos en internet,

precisamente, el espacio donde la conocía a ella. Y no estaba

muy lejos de la verdad cuando acertadamente yo tenía

conocimientos básicos en computadores (al menos no tenía

necesidad de llamar a un técnico para arreglar mi PC, otra

carrera desvalorizada por estos días), aunque no era tan viejo ni

tan feo.

Sin embargo, mi forma de comunicarme con otra gente llamó su

atención y fue entonces cuando descubrió mi página donde

publicaba mis escritos y mi perfil en Facebook.

Por boca de Amelia supe que desde mucho antes ella estuvo

siguiendo lo que yo hacía con mis estados de Facebook, puesto

que siempre insistí en escribir cosas medianamente interesantes.

101
Sí, supongo que se dejó impresionar, como diría su padre.

Concluyo con defenderla arguyendo que no cualquier tipo de

persona se interesa por leer lo que uno escribe… como dije, los

estereotipos.

Por increíble que pareciera, sentí que nos enamoramos. Mi

última relación seria, aclaro: seria de contacto físico, había

terminado hace casi dos años y no veía por qué no podía sentir

algo ahora. Pero mientras estuvimos juntos en esa semana

ninguno de los dos se atrevió a revelarlo, he aquí que todos esos

escudos que aprendemos a usar después de ciertas relaciones

nos servían al menos para disimular.

Cuando tuve que partir de nuevo hacia Manizales nos

despedimos fríamente y le dije que por ningún motivo mirara

atrás.

Aquí un poema que escribí después del viaje, el cual me parece

apropiado añadir a esta historia puesto que narra brevemente lo

que sucedió en aquella semana.

102
La Estación.

Sentados entre vagones y sobre líneas de tiempo

Y yendo contra las rotaciones y las estaciones

Dejando pasar transeúntes por advenedizos

Y nosotros la figura centrada por las miradas

Nosotros que sólo vimos los ojos del otro

Túneles de bastos sueños entre memorias

La realidad hecha una encrucijada soportable

La que temimos que por cruces nos separaran

Y por efímero no fueran por ello irreales

Ni la señora que nos miraba con empatía

103
Y sonreía ya por lejanos recuerdos de su tiempo

El que nosotros mantuvimos inmortalizado

Hasta la siguiente estación…

II

Cruzamos los corredores absorbidos por la gente

Los anuncios nos arrastraban como por inercia

Y de vez en cuando cruzábamos miradas raídas

Las mismas que comenzaron a darnos confianza

Y por poco cruzamos nuestras manos sudorosas

Y en ese mismo instante desistimos de ello

Es que por no ser tiempo ni aquel cruce fue digno

Quizá por la torva que se abalanzaba en el asfalto

O por las miles de razones que nos circundaban.

III

104
Llegamos a un parque inundado de ilusiones

Y de las ganas de pretender entre argumentos

La esperanza inmerecida que por miedo mantuvimos

Y aunque caminamos por horas incluso sin sed

Decidimos saciarnos para recordad lo que éramos

Y no asustarnos con lo que hubiéramos pretendido

Quizá otra sombra grabada en el camino

Lo que sin esfuerzo hubiese perecido…

Entonces sus labios comenzaron a tentarme

Y por fortuna ambos logramos ser distraídos

Por alguna otra causa que se traía el viento

Lo que bien mis aladares y los de ella cubrieron

Disimulando la única verdad que dudábamos tomar.

IV

105
La estación comenzó a tragarse la gente entre bocados

Y pese al miedo que tuve ella jamás soltó mi mano

Ya el sudor no era por el mundo que me arrastraba

Sino por el afán de sentirla a ella entre mis manos

Y aunque al principio el mundo se pavoneara

Por mera ironía nos sentimos a salvo en los vagones

Los mismos que se comían a la gente…

Los mismos que transportaron mi corazón

Y el de ella.

Lukas Guti.

17 de julio de 2011

106
27 de noviembre de 2011, 17:00.

Por tanto amor que de mi sangrara nunca quise usar vendas,

pero hoy temo desangrarme. ¿Acaso la vida nos enseña a no

amar? No creo en los amores mesurados, son profanos, son

obra del individuo amedrentado. Es otra forma de adornar las

frivolidades.

17: 00.La desolación que se siente cuando una relación que te

importa demasiado comienza a derrumbarse es casi

insoportable. Aunque varias veces se vive esto en una relación

que valoras…. Yo sólo pude quedarme sentado en el patio

107
oscurecido esperando que algo más que mi propia voluntad me

calmase. Supongo que así debió sentirse Amelia cuando

comenzó a cortarse para desahogarse; aclaro, que no era algo

suicida sino algo “liberador” para ella. Para mí cualquier razón

para cortarse después de haberme prometido no hacerlo era una

excusa para hacerlo. Sin embargo, como la amo ni yo puedo

convencerme de que no haya tenido verdaderos motivos para

hacerlo, porque tampoco estuve bajo la presión que ella soportó

esos días con su padre.

Había esperado casi todo el día por una llamada que Amelia

logró hacer muy entrada en la tarde. Esto me tuvo de mal humor

casi todo el día porque yo no podía llamarla antes. “Al fin te

acordaste de mí”, le dije en tono seco cuando me llamó; después

de la confesión de ayer yo tenía poca paciencia para aceptarle

otro tipo de excusas. Terminamos en una discusión y colgamos.

Hoy estuve todo el día con mi tía, los domingos no trabaja a

diferencia de su hijo. Brevemente le referí lo que sucedía para

108
escucharle algún consejo, y es que con todo lo que había

sucedido hasta ahora con el cambio de actitud del padre de

Amelia y con todo esto no me fiaba de absolutamente nada.

Comencé a creer que Amelia estaba bajo una mayor presión y

que su padre la obligaba a decidir sobre mí. “¿Estoy siendo

paranoico?” le dije, “sí”, respondió ella.

La segunda vez que me llamó terminó colgándome de nuevo. Le

dije que me iba para Manizales en los próximos días para la

graduación de mi hermana, y que si quiso darme motivos para

alejarme ahora los tenía para no volver nunca. Pero esta

amenaza iba más allá de mis propias pretensiones.

19:25. Mi estadía aquí estaba costando dinero que yo no tenía.

Mi tía siempre quiso ayudarme y ahora que me decidía las cosas

no estaban tan equilibradas en sus vidas.

Pensé en mis prioridades, lo que había venido hacer, pero me

sentía demasiado mal como para quedarme. Por primera vez en

mi vida vi la necesidad de trabajar.

109
Amelia había acomodado los horarios del siguiente semestre

para tener más tiempo y verse conmigo. Pero si yo comenzara a

estudiar y a trabajar no tendría tiempo para verla, además

debería dejar la banda a un lado. Ese tipo de sacrificios que la

gente madura suele tomar. Recordé las palabras del padre de

Amelia cuando me decía que mientras estudiaba, trabajaba y

tocaba guitarra en las noches. “No me tocó fácil”. La épica frase

que los jóvenes solemos oír pero que nunca llegamos a dilucidar

bien hasta que nos toca en carne y hueso.

Ahora bien, soy un vago declarado que nuca había trabajado, mi

excusa era venir a estudiar y pasarla con mi novia. Vivir la vida

un poco con lo que lograra hacer, con la banda que estábamos

formando con gente dedicada, pese a que esto último había sido

inesperado; sí, la vida seguía dividiéndose entre las necesidades

y los sueños, y de llegar a viejo con todas estas experiencias

para aconsejar a jóvenes que no se van a dejar aconsejar. Lo

correcto sería estudiar y trabajar, arriesgarme a perder a Amelia

110
y a no vivir mis sueños por falta de apoyo o de dinero. No es

que mi banda o mis mamotretos vayan a tener fama espontánea

o algo semejante, pero son experiencias que la mayoría de gente

“madura” no considera valiosas para la vida. Difícil decisión

¿Eh? Quizá la forma en cómo me educaron me hace divagar un

poco más que la mayoría y por eso me doy el lujo de cuestionar

tal cosa, pero tampoco querría oírme diciendo algo como

“alguna vez pude hacerlo”. Quién sabe, aún soy joven y

estúpido. Desde ahora tenía poco menos de dos meses para

considerarlo, teniendo en cuenta las fiestas de fin de año.

21:35. Hace un par de horas estaba sentado en el patio bajo la

oscuridad después de la llamada de Amelia. Ella colgó. Al poco

tiempo me llegaron varios mensajes disculpándose por ello y

pidiéndome que no me fuera. Por cómo pude sentirme antes aún

no logro perdonarla. Ya es difícil vivirlo y tener que escribirlo.

Casi como vivirlo dos veces; Escribir esta historia ya no me

111
resultó tan buena idea… a veces creo que me falta el aire. Estoy

deprimido.

28 de noviembre del 2011. 16:20.

Realmente me esforcé por evitar hacer del padre de Amelia un

villano o algo parecido, pero me arriesgo a decir que es culpable

por las cortadas de ella.

Desde que conozco a Amelia ha sido una persona bastante

reservada, pero lo es al punto de reprimir sus propios

sentimientos hasta ahogarse en ello. La actitud posesiva de su

padre la estuvo afectando toda su vida, y por difícil que fuera

para mí creerle, su mejor época fue cuando al fin logró alejarse

de él. El respeto que creí que le tenía a su padre no era respeto,

sino una posición de sometimiento que tuvo que ir adquiriendo a

112
lo largo de los años, para defenderse de las continuas

acusaciones y críticas de su padre. De alguna forma él la

manipulaba con su dinero. Comencé a odiarlo sin querer.

Mi afán por conocerlo había sido un error desde el principio,

pese a mis buenas intenciones. Antes había discutido con

Amelia porque se guardaba todo cuánto le sucedía y ni siquiera

lograba confiar en sus padres. Creí que era mera desconfianza y

por esa razón las cosas entre ella y yo no iban a funcionar, pero

luego descubrí que el daño en ella era mayor, incluso desde su

niñez, entonces acudí a la paciencia.

Lo que más le atrajo a Amelia de mí fuera la forma en cómo yo

me abría a ella, pues me resultaba fácil hablarle de mi pasado o

de mi presente. En suma tuve el lenguaje de mi lado y esto la

cautivaba en mayor forma. Sin embargo, esto no quería decir

que ella pudiese hacer lo mismo conmigo, aunque de esta forma

logré ganarme la confianza que ninguno de sus padres pudo.

113
De igual forma, era hermoso cuando ella comenzaba a hablarme

y a desahogarse espontáneamente sobre cosas que ni sus

mejores amigas sabían. Fue un buen fruto a recoger.

Era realmente molesto verla cerrándose ahora por la constante

presencia de su padre. Sentía que se alejaba, pero en realidad

ella usaba esos escudos que tanto había aprendido usar contra su

padre para mantenerlo calmado y para que no dañara más

nuestra relación… ni a ella. Aunque temo que ella termine peor.

Hoy supe de ello cuando decidí bajar mi orgullo para hablarle

de nuevo. La llamé al fijo de su casa, porque no tenía monedas

para llamarla a su celular. Su voz estaba débil y comenzó a

hablarme en inglés porque la señora dueña de la casa y el padre

estaban cerca; La vida es una continua ironía, y si por alguna

razón yo no hablase inglés, las cosas serían mucho peor para

ella. Esta era la única forma de privacidad que teníamos cuando

ellos estaban cerca, no obstante, seguía siendo incómodo para

ambos.

114
Ambos teníamos un grado básico de inglés que por fortuna

aprendimos por nuestros propios medios. Suficiente para

entender al otro. En una ocasión recuerdo haberme quejado de

que no me hablara en inglés puesto que me negaba a seguir

ocultándome, pero en ese entonces no conocía bien al padre de

Amelia.

A pesar de la “bendición” de su padre, cualquier cosa que

hiciéramos era potencialmente un motivo para hacerlo cambian

de opinión. Le dije a Amelia que estuviera tranquila, que yo iba

a tener paciencia. Por una vez logramos hablar tranquilamente

por teléfono cuando la señora y él salieron. Comenzó a

contarme los continuos bombardeos que le daba su padre, en su

intento por ser buen padre. “Yo no me estoy alejando” me decía

llorando, “Sólo estoy cansada de mi papá”. Le expliqué que si

sentía que no era capaz de seguir con la relación me hablara;

comencé a sentirme culpable por toda la presión que ella

recibía. Pero terminar era lo último en la mente de ella. Le dije

115
que la amaba las veces que pude y se me salieron varias

lágrimas. Me dijo que no me deprimiera. Me calmé y le dije que

estuviera tranquila, que yo la esperaría.

Me arrepentí de haber sido tan frío el día que me confesó lo de

su cortada. Le pedí perdón y le dije que hubiese querido

mimarla. Había desperdiciado tiempo. Le dije que entendía por

qué se cortaba pero que no por ello iba a permitir que lo hiciera

de nuevo. Escuché un suspiro de alivio.

Por más tentación que tuviera de enfrentar a su padre la

situación me lo impedía. Ya era difícil intentar hacerle entender

a alguien tan dado a su parecer por sus propias experiencias.

17:15. Nota: Sin habérmelo percatado ya llevo bastante tiempo

alejado de las redes sociales. En última instancia esto fue algo

inesperado que sucedió hace un mes después de que cortaran el

internet en la casa donde me hospedo. Este siempre fue un

medio por el cual Amelia y yo manteníamos en contacto incluso

116
cuando ella estudiaba. Desde su celular me escribía cada vez

que podía, desde su aula de clase o la cafetería, y yo le

respondía mientras tuviese mi PC encendido, lo cual era la

mayor parte del tiempo.

Ambos redujimos nuestros círculos a lo que teníamos. Por mi

parte los estados de Facebook o Tiwtter los escribía para que

ella supiera que estaba allí, en su vida. Todo lo demás era

superfluo. Asimismo ella me escribía continuamente. Sin

embargo, nuestras formas de escribirnos en estas redes siempre

fueron intentos de marcar la diferencia con respecto otras

relaciones que uno solía ver en este espacio. Sea cliché o no,

hasta poemas nos escribimos, y otros los escribimos juntos sin

siquiera vernos los rostros.

Escribir demandaba mucho tiempo libre. Otra errónea

concepción de por qué el oficio de escribir está tan mal

valorizado, por eso opto por abstenerme a hablar sobre ello con

117
personas que coparan el trabajo físico con el mental; los últimos

años de mi vida dejé mi PC encendido día y noche, así saliera de

mi casa, siempre con una hoja en blanco lista para escribir; por

mala o buena fortuna dejé las hojas de papel y los bolígrafos a

un lado, un hábito que me hubiese gustado mantener.

Hoy estar tan alejado de Amelia, pese a estar en la misma

ciudad me frustra sobremanera. Un cambio de vida forzado que

me obligaba a sentirme como la ruina de ambos por mi

incapacidad de hacer algo al respecto. Mas que escribir.

118
30 de noviembre de 2011. 0:03.

Hace unas horas hicimos el amor pero sentí como si quisieras

complacerme, puesto que pronto me iría para Manizales y

posiblemente no nos veríamos en más de un mes. Dijiste que no

era así y te creí. Me sorprendió cuando me dijiste que lo

hiciéramos sin condón, “Quiero que las cosas sean como antes”.

Eso dijiste. Accedí; Yo también lo quise. Aunque quisiéramos

las cosas no eran como antes, pero adoraba la forma en cómo te

entregabas a mí. Nunca pensé que llegarías por alguna otra

incertidumbre pero llegaste. Cuando oí el timbre mi corazón se

puso a mil y bien pudiste sentirlo en tu boca cuando bajé

corriendo las escaleras para abrazarte. Nos quedamos varios

largos minutos abrazándonos. Te besé como si llevara años sin

verte o como si fuera a perderte. Tenías calor y te ofrecí agua

119
fría, lo único que podría ofrecerte. Nos mirábamos

incesantemente. Traías un vestido a rayas y sabía que te lo

habías puesto sólo porque me gustaba. Era tan fácil quitártelo;

ambos queríamos hacernos el amor pero ninguno de los dos

quiso mentarlo. Mientras te besaba viste que me excitaba pero

no dijiste nada, tú estabas igual de excitada por cómo me

devolvías los besos. Por momentos me detuve para volver en sí,

tú también te detenías conmigo. Nos respetábamos demasiado

para sólo tener sexo. Pero nos deseábamos aún más. Por respeto,

por amor o por orgullo ninguno de los dos se atrevió a acceder.

Al final yo fui el más débil y te lo susurré “¿Quieres hacer el

amor conmigo?” y entonces creí que lo hacías para

complacerme; Y por si alguien se atreviera a decir que no es

amor lo nuestro, entonces se lo inventaron mal.

0:29. Nos duchamos juntos y aunque quisimos sexo no lo

tuvimos. Debíamos ir al Jardín Botánico, tu padre te prestó su

cámara fotográfica y debías llevarle la prueba de que estuviste

120
allí, e ignoraba que estuvieras aquí. A este punto de no dar

celos habíamos llegado. Pero ya sabía que querías ir desde hace

tiempo para seguir guardándome en tus recuerdos.

121
Viajando. Tercera Parte.

Me remonto a casi dos años atrás partir de la fecha actual, 30

de noviembre de 2011.

En aquella época sólo éramos tres amigos. Roberto, Julio y yo.

Yo era el más viejo de todos, Roberto con 18 años, Julio con 21

y yo con 22. Personas comunes, estudiantes o con relaciones de

cualquier tipo.

Desde hace tiempo ellos venían diciéndome que los acompañara

en un juego de vídeo en línea llamado World of warcraft

(Wow).

El juego nunca me llamó la atención a pesar de que la cifra de

jugadores de personas que lo jugaban en el mundo era de

millones y aumentando. Era de esos juegos que enviciaban a la

gente y las enclaustraba por meses e incluso años en sus cuartos

122
frente a sus PC. En ese entonces lo veía desde esa perspectiva,

pero era algo un poco más complicado que eso.

Al cabo ellos siguieron insistiendo a que jugara por la fiebre de

estar en vacaciones. Yo acaba de salir de un largo trance

después de haber escrito un libro que me tomó cuatro años

terminar, y de varias relaciones fallidas o inciertas que al final

habían terminado por deprimirme más, así que no vi razón por

la cual no jugar el mentado jueguito.

Los tres creamos nuestros personajes con sus respectivos

nombres. Recuerdo que en esta etapa de inicio nos tardábamos

bastante en seleccionar los nombres de nuestros personajes,

dado que marcarían para siempre nuestro avatar. Uno de mis

amigos no sabía cuál nombre ponerle a su personaje así que le

sugerí a Odinevo (Roberto), un mago elfo de fuego. Adrastos

(Julio), que por su parte lo seleccionó él mismo; un guerrero con

aires de toro y grandes cuernos, y Vermillión, o sea yo, un

cazador elfo con arco y flechas.

123
Siendo buenos jugadores y por ser de esta generación poseíamos

buenas nociones sobre computadores y este tipo de interfaz, en

el juego fuimos avanzando rápidamente sin ayuda de otra gente.

El juego consistía en subir de nivel por cada punto de

experiencia que uno iba acumulando. Ya fuera con misiones

(Quest) que uno iba encontrando en los gigantescos mapas,

literalmente tan grandes como una pequeña ciudad de

Colombia, o sencillamente matando animales o cualquier tipo

de quimera que uno se fuera encontrando en el largo viaje.

Literalmente, uno podría tardarse varias horas cruzando mapas

completos a pie, en caso de no conocer rutas de vuelo o de no

tener algún tipo de montura. Eran 80 niveles comenzando desde

nivel 1. Por cada criatura que uno mataba daban cierto

porcentaje de experiencia para llegar al siguiente nivel,

dependiendo del nivel que uno tuviera se iba haciendo más

difícil y lento, las misiones, las obteníamos desde unos

personajes del sistema que brindaban información adicional y el

124
lugar posible donde uno debía ir, por lo cual la experiencia

ganada era mayor; no obstante, este tipo de juego de rol es muy

común en Internet, lo que cautivaba de Wow era su historia y

las relaciones humanas dentro de ello eventualmente.

La gente no jugaba por sencillamente subir de nivel sus

personajes y volverlos más fuertes. Esto al cabo se tornaba

monótono y aburrido. Este vídeo juego poseía dos facciones en

guerra con diferentes razas y personajes que daban al usuario la

posibilidad de elegir entre ser el bueno o el malo. Por alguna

razón la mayoría de las personas prefería pertenecer al bando

malo, en mi experiencia me atrevo a decir que la razón son los

Elfos de sangre que estaban en la facción enemiga, el avatar

perfecto para la persona que buscaba identificarse con algo.

Y bien, en medio de estos mapas gigantescos uno podría

toparse con la facción enemiga y tener duelos a muerte que

también daban algún tipo de retribución. Las dos facciones

estaban separadas alrededor del mapa por fronteras que bien se

125
podrían cruzar. En ocasiones la gente de niveles más altos

preparaba invasiones en grupos de hasta 50 personas bien

organizados que se comunicaban vía Skype o sencillamente por

el mismo chat del juego.

Sin embargo, nosotros no comenzamos a jugar en el servidor

original de la empresa Blizzart, sino en un servidor privado

donde se podía jugar gratis, con riesgo a perder personajes en

caso de su cierre inesperado por la misma empresa Blizzart,

después de meses o incluso años de juego. Esto a nosotros no

nos importaba mucho.

La gente se cambiaba del servidor original de la reconocida

empresa Blizzart donde era más difícil subir de nivel y

conseguir equipamiento, a servidores privados montados por

algún fanático al Wow que lograra llevar su servidor privado,

montado posiblemente desde su propia casa al tope de las listas

de estos sitios en internet, para jugar con sus amigos sin costo

alguno. Sin embargo, el administrador también podría obtener

126
regalías por parte de otros jugadores que deseaban algún tipo de

objeto o ítem raro.

Los primeros meses de juego fueron constantes. A veces

jugando hasta 14horas de juego. Dejamos de jugar fútbol, de

salir, permanecíamos varios días despiertos.

Pero como era un servidor privado avanzamos rápido y

aprendimos a movernos dentro de este mundo que más que un

juego era un estilo de vida para muchos. Conocí a gente que

llevaba 6 años jugando. Yo jugué durante nueve meses hasta

que finalmente me cansé del tipo de relaciones que uno llegaba

a establecer con la gente.

Cuando Julio (Adrastos) entró a la Universidad, comenzó a

quedarse atrás y nuestra relación con él se deterioró cuando nos

reclamaba el hecho de que no lo esperásemos. Roberto

(OdinEvo) también tenía clases pero tenía más tiempo libre. Y

yo que no estudiaba fui el que avanzó más de los tres.

127
Después de un tiempo Julio nos dejó de hablar y se concentró en

su trabajo y su estudio. Él había sido quien nos hablara sobre

Wow en un principio. Ahora llegaba tan cansado que ni tiempo

le daba jugarlo. Al final vio que nosotros habíamos adquirido

mejores equipos, así que hizo una donación con tarjeta de

crédito por una espada que le costó 40 dólares. De esta manera

se mantenían los servidores privados.

Después se enojó porque no contábamos para los diferentes

eventos y terminó borrando su personaje. Ese fue el final de

Adrastos. Roberto y yo continuamos jugando por los siguientes

nueve meses.

Yo era Vermillión, un Cazador de nivel 80 con los peores

equipos que no sabía nada respecto a las innumerables

posibilidades en este juego. Odinevo era un mago muy

entusiasta que aprendía con rapidez.

128
El servidor en el que estábamos era latino, la mayoría de la

gente hablaba en español. Jugaban de 300 a 500 personas

diariamente. Era una comunidad muy cerrada.

Como nosotros apenas nos estábamos familiarizando con el

juego nos parecía gigantesco, pero una vez que lo conoces todo

se torna menos abrumador y hasta monótono.

A Odinevo y a mí nos tomó cerca de 4 meses armar los

personajes jugando casi diariamente. Esto era un compromiso

que los mejores clanes o gremios del servidor armaban cada fin

de semana para llegar hasta el último jefe y obtener las mejores

armas. El juego no sólo tenía misiones diarias y preestablecidas,

porque una vez que llegabas a nivel 80 lo más fácil se había

hecho. A partir de allí comenzaba la esencia del juego.

Cuando nuestros personajes estuvieron armados comenzaron a

tener renombre en el servidor. Podíamos hacer alarde de nuestro

esfuerzo. Pero a este punto el usuario termina por contemplar la

129
posibilidad de crear otro tipo de raza y comenzar de cero. El tan

temido círculo vicioso.

Yo siempre dije que jamás iba a crear otro personaje desde cero,

con Vermillión había tenido suficiente. Darle la fama había sido

lo más difícil. El avatar perfecto, comencé a convertirme en un

jugador especial que retaba cualquier tipo de raza. Fundé un

clan para tener mi propia gente y no depender de ningún grupo

extraño que nos robara las armas. Odinevo fue el segundo al

mando. Y por un tiempo, estuvo bien. Pero Vermillión aún era

un don nadie.

En esa época conocí a mi ex novia, una estudiante de

periodismo; fue esta el motivo para borrar mi personaje aunque

ella nunca lo supo. Mi relación con ella duró tres meses; Ella

fue la que me contactó vía MSN gracias a un perfil público

donde yo aparecía como escritor Caldense. Al principio ella me

habló como estudiante diciéndome que realizaba una

investigación, pero luego el interés fue mutuo y no tardamos en

130
citarnos para un encuentro días después. Gracias a ella yo dejé

Wow por unos meses, e incluso hasta me alejé de mis amigos.

Aunque mi relación con ella fue corta se desarrolló con

intensidad y yo iba a visitarla cada vez que podía a su casa

residencial. Vivía con algunas residentes que jamás vi. Mis

entradas a ese lugar fueron casi siempre furtivas en medio de la

tardía noche, y encerrados en su cuarto hasta el día siguiente.

La primera vez que ella me vio en persona, muy cerca al cable

de Manizales, lo primero que me dijo fue que no aparentaba mi

edad. Caminamos a lo largo de la avenida Santander un sábado

en la noche, conversando trivialidades. Ella era de la ciudad de

Pasto y estaba en cuarto semestre de Periodismo en la

Universidad de Manizales. Yo, por mi parte, fui lo que ella

quiso que fuera. Un escritor, nada más ni nada menos. La

atracción fue mutua, pero me arriesgo a decir que la relación se

basó sólo en el sexo a partir de la segunda cita.

131
Cuando ella me terminó, casi cuatro meses después, volví a

jugar Wow gracias a que un amigo que antes ayudó dentro del

juego me regaló un personaje llamado “Bellkros”, y estaba

medianamente armada; Lo cual quería decir que no tendría que

comenzar desde cero. Esto fue una buena terapia para superar a

esta mujer. Odinevo, por el contrario, no tuvo problemas para

seguir con su novia y jugar Wow al mismo tiempo.

Al principio comencé desmotivado, Odinevo tenía su personaje

absurdamente equipado y ahora era uno de los mejores magos

del servidor, sino el mejor. Yo tenía un personaje ajeno de un

“amigo” en Costa Rica que en cualquier momento podría

arrebatármelo cuando quisiera volver a jugar.

Es que la gente que está enviciada con estos juegos siempre

intenta desistir pero es poca la que en verdad lo logra. Al final

terminan por volver. Yo había sido uno de ellos.

En cuestión de cuatro meses volví a armar este personaje, pese a

que no era mío, la gente que me conocía ya sabía que yo era el

132
viejo “Vermillion”, así que hice mi donación para cambiar la

contraseña y evitar conflictos.

Al retirarme dejé el clan al mando de Odinevo. Cuando lo dejé

no era un clan muy respetado pero al menos lo conocían de

nombre. Tenía bastantes miembros activos pero no muy bien

armados; mi objetivo al fundar este clan fue ayudar a las

personas a que se armaran teniendo en cuenta lo difícil que

había sido para Odinevo y yo. Nosotros nunca fuimos jugadores

promedio por la facilidad con la que nos desenvolvíamos;

Cuestión de generación y mentalidad, supongo.

Cuando volví estuve exiliado del clan mientras me armaba solo

y me hacía renombre de nuevo. De nuevo fui convirtiéndome en

un jugador excepcional e incluso mejor que Vermillion, así que

le pedí Odinevo que me invitara de regreso al clan.

Yo no quería el liderato porque Odinevo había cargado con el

peso del clan hasta ese momento, entonces me dediqué a ser

uno más. Pero por más que quise estar en este bajo perfil la

133
gente me hacía caso en los diferentes eventos que hacíamos

como grupo, por lo que Odinevo terminó cediéndome el líder de

la hermandad.

Ahora bien, la interfaz de este video juego tiene varios tipos de

chats incluidos. El chat del clan o hermandad donde nos

comunicábamos sólo con los miembros activos o conectados,

sin importar dónde estén. El chat de “Raid” que generalmente se

usaba cuando se agregaban más de 10 personas a un grupo para

hablar sin interrumpir los otros chats. Y el chat general que era

principal donde nos comunicábamos externamente con otros

jugadores cercanos. Podríamos ver las palabras surgir de la

cabeza del personaje entre una nube que todos alrededor

notaban. Estos eran los chats más importantes del juego.

Mediante estos chats, el líder, generalmente alguien que conocía

bien el juego o el tipo de evento al que se dirigían, explicaba los

obstáculos y lo que cada uno debía hacer en el momento. En el

grupo cada uno tenía una función especial, desde hacer daño o

134
sanar. En realidad era un poco más complicado, pero prefiero no

entrar en detalles.

Yo, por tener buena redacción y por conocer bien el juego

lograba mantener la atención de docenas de personas que hacían

exactamente lo que les decía. Gente como yo que generalmente

sabían jugar pero que necesitaban que los liderasen. La

importancia de la comunicación.

Del orden que lograra dar el líder dependía el éxito de la

misión. Por esa razón “Bellkros” comenzó a convertirse en un

personaje respetado, odiado y envidiado dentro del servidor. En

ocasiones la gente me preguntaba cuánto tiempo llevaba

jugando y yo les respondía que unos cuantos meses; no me

creían. Algunos pensaban que llevaba años dentro de este

ámbito.

De pronto nos habíamos convertido en la hermandad más

grande y poderosa del servidor pero esto demandaba mucho

tiempo y dedicación. Para mantenerla así debía jugar unas diez

135
horas diarias. Y me estaba cansando. De allí que lo consideren

un estilo de vida.

Bellkros fue un personaje polémico en el servidor y la gente

siempre se me acercaba pidiéndome mi E-mail o mi Facebook.

Yo les decía que no me gustaba mezclar mi vida privada con

Wow, puesto que existían grandes comunidades de jugadores

que se relacionaban de esta manera.

En el transcurso de esos meses jugando, varios amigos se nos

unieron y logramos ayudarlos con facilidad dado el poder que

habíamos adquirido. Odinevo también me ayudó mucho pero

en cualquier momento yo iba a desistir. Era casi una

responsabilidad vuelta vicio.

Cuando no había eventos el chat de la hermandad era muy

activo. La gente hablaba de sus vidas abiertamente o de

cualquier otra trivialidad. Se copiaban sus E-mails y de esto

surgían esas relaciones virtuales que tan comunes se fueron

volviendo en la actualidad. Yo, por mi parte, era un jugador de

136
edad (o al menos eso creía yo) y me parecían ridículas este tipo

de relaciones. Me consideré viejo hasta que conocí un cubano

de 46 años que jugaba con sus dos hijos. Todos estaban en la

hermandad. También conocí una pareja de casados de Santa

Marta que llevaban cuatro años jugando. Psicólogos, abogados,

obreros… y la lista sigue. Me sorprendía mucho el hecho de que

personas profesionales jugaran estos juegos. A ellos les

sorprendía la manera en como yo manejaba a la gente y siempre

me calculaban más edad.

Las personas que no estaban en la hermandad me consideraban

un tirano, algunos líderes de otras hermandades me

consideraban admirable. Yo no me había percatado la seriedad

con la que la gente se tomaba este tipo de cosas. Llegaban de

sus trabajos directamente a jugar y se tomaban su lugar en el

juego como algo verdaderamente serio. “Es un juego, pero un

juego jugado por personas” dijo un buen amigo en una ocasión.

137
Amelia se había unido a la hermandad pocos meses antes de que

yo dejara Wow por completo. Como eran pocas las mujeres

conocidas que jugaban solían acosarlas mucho. Por alguna

razón las mujeres que yo agregaba a la hermandad me

mandaban mensajes privados pidiéndome que no revelara su

sexo a los demás. Yo cumplía con mi voto de silencio, aunque

muchas de estas supuestas mujeres eran en verdad hombres

queriendo conseguir todo más fácil de esa manera.

Mi forma de escribir ciertamente llamaba la tención. Siempre

con tildes y buena ortografía. La buena ortografía no se vía

mucho en los servidores latinos. Esto me convertía en una

persona medianamente interesante. Aunque al principio no daba

mi E-mail, comencé a darlo a cierto tipo de personas que me

interesaban.

En las noches yo era de los pocos jugadores que aguardaba en

alguna de las principales ciudadelas del juego. Por esa época yo

estaba pensando en abandonar Wow pero la gente seguía

138
insistiendo en que no me podía ir. Más allá de querer jugar o no

mi vida real era un desorden. Raramente volví a escribir

teniendo en cuenta que fue algo a lo que me dediqué por entero

desde los once años. Dejé la guitarra a un lado, la música, y

cualquier otro pensamiento existencial era suficiente para seguir

enclaustrado. Siempre había sido una persona bastante

depresiva.

A lo largo de estos meses tuve la oportunidad de hablar con

muchas personas en esas noches en vela. Incluso hice amigos

que hoy aprecio. Conocí varias mujeres universitarias

ciertamente atractivas, pues siempre me sorprendió encontrar

este tipo de personas sumidas en ese ambiente tan

aparentemente aislado. A ellas les sorprendía de igual manera

una vez que nos veíamos por webcam. “Al fin conozco al

famoso Bellkros”. Como dije, ni tan feo ni tan viejo. El propio

Odinevo estableció una relación de varios meses con una de las

mujeres miembros de la hermandad y se la pasaban juntos. En

139
los diferentes eventos no era raro ver a muchos de los

participantes cada uno con sus respectivas parejas.

La realidad era que habían muchas más personas involucradas

en este tipo de espacio de las que uno podría imaginar. La

mayoría se esforzaba por mantenerlo oculto dada la presión

social que, principalmente, Estados Unidos nos reflejaba

diariamente con sus “nerds” y sus malos hábitos. Cuestión de

asimilación. No era algo que se pudiese explicar. Personalmente

no me gustaba que la gente de afuera supiera que me dedicaba a

jugar videojuegos, otros no tenían problema con ello y hablaban

abiertamente del tema y caían tildados inmediatamente de

manera negativa por la gente que desconocía este tipo de cosas.

Mis últimos días en Wow tuve la oportunidad de entablar

amistad con el personaje de Amelia. Se llamaba Purple. Ella

siempre había estado allí pero nunca logré involucrarme

demasiado hasta ese día. Si bien, primero logró llamarme la

atención la forma puntual y exacta como ella también escribía.

140
Fue mutuo. De igual forma investigué su perfil en Facebook y vi

era una niña de 17 años, en ese entonces estudiante de medicina.

Qué vulnerable, pensé. Lo mismo que ella había hecho meses

atrás. Después de todo, como había dicho su padre, yo podría

ser cualquiera, quizá un gordo feo y negro, según sus palabras

textuales.

Un mes antes de entablar una relación directa con Purple

conocí a una de sus amigas que también jugaba. Su personaje,

Saber, ciertamente fue envidiada porque conocía al

administrador del servidor y este la proveía con armas e ítems

de los más raros. Yo, por otro lado, vi una oportunidad para

hacer más fuerte mi Clan. La invité y comencé a entablar

amistad con ella. Incluso tuvimos una relación platónica y

romántica durante un mes, en el que ella quiso venir a

visitarme; Era estudiante de derecho, al igual que su padre, a

quién también conocí mediante el juego. Yo nunca mentía sobre

mi condición social o respecto a lo que me dedicaba en mi vida.

141
Vago, escritor y hasta hedonista. Las mujeres con las que me

relacionaba siempre terminaban por ofrecerme algún tipo de

salida, Saber llegó a ofrecerme trabajo y hasta un cuarto si yo

llegaba a viajar hacia su ciudad. No obstante, Nuestra relación

duró muy poco tanto por problemas entre nosotros como por la

propia popularidad de ambos dentro del juego; Fue algo así

como una cuestión de estatus social del que todo el mundo se

enteraba. Siempre fui demasiado sensible con respecto a la

gente que me rodeara y mi rompimiento con ella ciertamente

hubo de afectarme, al punto de tomar la determinación de borrar

a mi personaje Bellkros, en el que tanto había trabajado.

Pocos días antes de borrar mi personaje entablé conversación

con Purple. Como de costumbre, me encontraba solo a esa hora

de la noche, sentado en algún lugar de la ciudadela principal

(Dalaran). La vi caminando muy cerca de donde yo estaba. En


142
estos juegos, cuando seleccionas a otro personaje con el cursor,

ves si él o ella te está seleccionando a ti. Fue esta la forma en

cómo comenzamos a llamar la atención del otro. En ese

entonces usábamos el chat de susurros para hablar

privadamente.

- ¿Observándome? – Me escribió ella.

- Siempre. –le dije.

- Es notable.

- Qué mal.

- ¿Por qué lo dices?

- Ser tan obvio…

- A veces es mejor ser obvio, cínico o esas cosas. Como

prefieras llamarlo.

- Al menos no me avergüenzo.

- Es que no deberías. –Hubo un silencio en el que ninguno

de los dos siguió escribiendo.

143
- De hecho a veces te huyo –Continué.

- Yo no. ¿Por qué lo haces?

- Porque estamos jugando con fuego. Bueno, al menos yo.

La razón por la que le decía esto fue porque yo tenía

conocimiento de su propia relación con uno de los miembros de

la hermandad. Pero a diferencia nuestra ellos se conocían en la

vida real y fueron novios tiempo atrás. Amelia llevaba viviendo

6 meses en Medellín, pero antes de eso vivió en Cúcuta casi

toda su vida, donde tenía una relación con su novio. Según ella

su relación comenzó a deteriorarse cuando se alejaron. El futuro

de ella estaba en Medellín ahora, lejos de Cúcuta, y muy cerca

de mi ciudad. Asimismo, mi relación virtual con Saber se iba

deteriorando cada vez más.

- Pero literalmente no estamos haciendo nada malo. –Dijo

ella. Y seguidamente dibujó una carita feliz “:)”.

- Cierto –Le dije –Maldita la razón. –Escribí al cabo.

- Sí, por eso es mejor ni pensar en lo bueno o en lo malo.

144
- ¿Y en este caso? –Pregunté con curiosidad.

- Mejor ni pensarlo.

- Te huyo para que no me gustes demasiado.

A partir de allí nuestra relación se desarrolló con discreción.

Nadie supo de lo nuestro sino hasta cuando logramos reunirnos

más tarde en la ciudad de Medellín.

En una discusión con Saber tomé la determinación de borrar mi

personaje Bellkros en el que tanto había trabajado. Pero no sólo

borré mi personaje sino también el juego de mi PC y a la

mayoría de gente que había conocido de mi lista de MSN y

Facebook. Odinevo continúa jugando hasta la fecha.

Estaba deprimido y mi vida necesitaba orden. Me vi estancado

en esta ciudad tan pequeña de la cual no lograba escapar.

Reflexioné y supe que llevaba años en ese estado desde que

había escrito algo con seriedad.

145
En los siguientes cuatro meses mi vida se redujo a Facebook y

MSN; Amelia y yo entablamos muy buena relación y me alegró

saber que ella estaba más cerca de lo que imaginaba. Llevaba

seis meses en Medellín.

Manizales nunca me ofreció nada realmente serio con lo cual

llenar mi vida. Ni siquiera la banda fallida de Indie-rock que

tuve un par de años atrás. Ni el corto noviazgo que tuve con una

mujer que se interesó en mis letras tiempo atrás y por la que

lloré varios meses; Ni las famosas universidades de la tan

prestigiosa ciudad “Universitaria”. Francamente el cariño que le

acogí a esta ciudad en mis últimos 5 años viviendo allí había

sido algo forzado. Mi vida anterior viviendo en la ciudad de

Cali por razones de estudio me había convertido en alguien

ajeno a esta ciudad. Sin embargo, en los 6 o 7 años que viví en

Cali jamás logré acostumbrarme a su clima abrasador ni a la

calidad de la gente. Sólo por esto mi retorno a Manizales logró

ser ameno. Por la gente y por el clima.

146
De repente la relación entre Amelia y yo comenzó a tornarse

seria. Hablábamos por celular diariamente por horas; recuerdo

que la primera vez que la llamé estaba tan nerviosa que sus

palabras brotaban de su boca como por pura espontaneidad. Nos

veíamos por web Cam por horas y ya era difícil dejar de vernos,

estábamos maravillados con la imagen del otro. Comenzaron

los planes para conocernos en persona.

Cabe mencionar que en este servidor logré conocer una pareja

de una joven argentina de 20 años y un mexicano de 19 que

llevaban años jugando Wow. Dentro del servidor se conocían

hace 6 meses y nunca se habían visto en persona. Estaban

enamorados. Su historia era muy similar a la de Amelia y yo

con la diferencia de que a ellos los separaban casi 16 mil

kilómetros.

147
Por un tiempo sus planes iban bien hasta que la propia distancia

deterioró su relación. La idea de reunirse en algún punto de sus

vidas no iba a ser tan sencillo a pesar de que él estudiaba y

trabajaba a la par para ir a verla algún día. Como yo había

entablado amistad con ambos supe de su relación e incluso logré

convertirme en una especie de consejero para desgracia mía.

Ella decidió dejarlo y por varios días lo vi devastado

preguntándome por qué ella hacía eso. Ahora yo era un puente

entre ellos dado que ella había tomado la determinación de

borrarlo de su vida.

Lo último que supe de ellos fue que ella decidió volver a su lado

pero él estaba herido. Ignoro si siguen juntos… la ironía de la

modernidad aislando cada vez más a las personas.

A Amelia y a mí sólo nos separaban 4 horas. Yo tenía familia en

Medellín y vi la oportunidad perfecta para visitarla. Días antes

de mi viaje le comenté a Roberto, mi mejor amigo, sobre mis

decisiones acerca de Amelia. Le dije que había visto en ella una

148
oportunidad para cambiar, aquello que ningún hombre debe

hacer por convicción: Actuar por alguien más. Pero eso no me

importaba mucho.

Así fue como todo comenzó a surgir de la nada. En esa época un

primo quería viajar en su carro a Medellín a pasar sus

vacaciones, precisamente en el lugar donde me hospedo

actualmente. No lo pensé un solo instante. De repente me vi

envuelto por el cálido clima de Medellín. Permanecí por casi

dos semanas.

A mi regreso a Manizales percibí mi casa y mi habitación como

lugares desconocidos. Pero el olor familiar me hizo volver en sí

y se sintió bien por el momento en que no pensé en ella. En los

siguientes tres meses permanecimos en contacto diariamente y

casi con obsesión. Nos escribíamos y hacíamos de todo un ideal

romántico.

149
Comencé a pensar en la posibilidad de irme a estudiar a la

ciudad de Medellín. No eran tan mala idea, tenía familia allá y

había Universidades prestigiosas. Era una ciudad amena de la

que todo el mundo hablaba, y lo mejor, Amelia estaba allá ¿Por

qué me iba a quedar en Manizales? Nunca imaginé la

determinación con la que tomé ese tipo de decisiones,

sencillamente lo hice. Lo primero que hice fue preguntarle a mi

tía si podría vivir con ella y con mi primo. Me dijo que le diera

tiempo de pagar unas deudas antes de irme, sólo me puso una

condición: Que estudiara. Por primera vez en años no le vi

problema a ello. Pero el tiempo pasaba y no recibía respuesta.

Nuestra relación comenzó a deteriorarse a causa de ello. Yo

perdí la esperanza y para no vivir ilusionado quise terminarle.

Mi debilidad la impaciencia. Quise tomar una decisión

“madura” para no hacernos daño pero en realidad fue a causa de

mi falta de fe. Viendo esto Amelia decidió venir a visitarme

cuando la universidad le diera tiempo, no fue una decisión fácil

150
para ella. De alguna manera yo había influido en ello; yo

también me moría por verla.

En el transcurso de tres meses ella me visitó dos veces, y

siempre me traía regalos. Por obvias razones sus padres no

tenían conocimiento de ello, pero sí su hermana. Mi familia la

acogió bien, sobretodo mi madre. Estaban felices de que yo

fuera feliz. Por fortuna ella vio todo esto y por ello le era difícil

regresar cada vez, yo nunca miré atrás cuando me despedía de

ella en el terminal “No lo hagas más difícil” decía ella entre

lágrimas.

Cada vez que regresaba a casa después de llevar a Amelia al

Terminal caía en profunda depresión. Volvía a mi cuarto

percibiendo olores y recuerdos. Su ausencia era insoportable.

Por esos días evitaba dormir en mi casa. Prefería irme a dormir

a casa de mis abuelos, donde vivía mi padre.

Mi padre siempre tenía una botella de ron tras el monitor en el

escritorio. Yo seguía absteniéndome a beber con él porque

151
siempre temí sus reacciones depresivas. Lo sabía porque yo era

igual. Por esta razón yo no bebía alcohol. Él también había

conocido a Amelia una vez que fuimos a casa de mis abuelos.

Pero esta familia era muy diferente de la de mi madre. Ellos

eran menos cálidos y su personalidad era mucho más antipática;

me tomó años comprender que era algo de familia y no algo

precisamente voluntario, por eso ya no le prestaba atención a su

falta de cordialidad. Sin embargo, mi padre seguía siendo una

persona humilde y servicial, alguien muy “Acomedido” como

decía mi abuelo.

Una noche mientras estaba en el cuarto de mi padre él me

ofreció ron y se lo recibí sin querer. Me dijo que programara

música en su PC y así lo hice. La fortuna de tener un padre que

escuche la misma música que uno. Él confiaba tanto en mi gusto

como yo en el de él. A ambos nos gustaba mucho el rock pero él

apenas conocía bandas nuevas gracias a mí. Yo conocía las

viejas gracias a él. “¿Entonces me va a dejar la guitarra?”, me

152
preguntó sonriendo. Él hablaba de mi guitarra eléctrica. Le

sonreí y le dije que no, que esa también me la llevaba. Luego

siguió insistiendo diciéndome el lugar donde la iba poner en su

cuarto. Esa noche, por primera vez no veía a mi padre triste y

enjuagado en licor, sino feliz de poder tomarse unas copas con

su hijo.

La vida de mi padre también había sido solitaria después de la

separación de mi madre. No había sido un hombre mujeriego,

pero el rompimiento con mi madre lo devastó. Había tenido dos

hijos con otra mujer mucho más joven, pero duraron menos de

un año juntos.

Mi padre se comportaba más como un hermano que como un

padre. Nunca le vi problema a ello. Pero tampoco nunca pude

depender de él, sin embargo, ni mi madre ni yo se lo

reprochamos.

Fue curioso verlo por esos días con una mujer que, según mi

madre, siempre lo había buscado desde joven. Me vi reflejado

153
cuando me confesó que quería irse de esta casa donde

aparentemente vivía bien y con comodidades, atendiendo a sus

padres, o más bien, bajo el cuidado de sus padres. Me dijo que

lo hacía por la necesidad de estar con alguien y de no envejecer

solo, pero estaba indeciso. Me deprimí oyendo esto. Le dije que

la única forma de saberlo sería haciéndolo, precisamente lo

mismo que yo planeaba. Fue esta la mujer por la que abandonó

su trabajo cuando esta comenzó a enojarse por la única vez que

me mandó dinero estando aquí en Medellín. Hoy ignoro si

siguen juntos.

Varios días antes de mi viaje Amelia y yo discutimos. Mi tía al

fin me había permitido vivir en su casa. Pero lo que Amelia y yo

habíamos sembrado era demasiado bueno como para arruinarlo

por discusiones, así que viajé con apenas una maleta donde cupo

toda mi ropa y mi mochila al hombro. La guitarra no pude

llevarla.

154
155
24 de diciembre del 2011.

Pasaron varias semanas desde mis últimas líneas escritas, pues

decidí darme un tiempo para continuar con el desenlace de esta

historia. Sin embargo, hoy me veo agobiado por lo deprimente

que estas fechas son para ciertas personas de mi familia, en

especial para mi padre, quien con sus mensajes suicidas hace

buen uso del software MSN para hacérmelo saber. Mi padre, un

hombre de 47 años, se ve martirizado por la soledad que lo

encausa a su edad después de su rompimiento con mi madre

hacía más de 10 años y otras relaciones que nunca le

funcionaron.

Mi pésima memoria me hace recurrir a las fechas que

constantemente estoy implementando, pero es curioso seguir

conteniendo varios recuerdos de mi infancia de los cuales dudo

156
su constancia: Yo diciéndole a mi padre que abriera un carrito

de juguete del cual nunca me apartaba para ver qué contenía en

su interior. Lo curioso fue descubrir una pequeña cucaracha

muerta dentro de ello y nada más que eso. Absolutamente

decepcionante. Después de eso jamás volví a jugar con el

carrito. Y sí, le tengo asco a las cucarachas, pero para evitar

darle algún tipo de explicación psicológica prefiero seguir

conteniendo el recuerdo como algo decepcionante.

157
4 de febrero de 2012. 1:45.

Dejé pasar el tiempo y mis recuerdos se difuminaron. Escribir

acerca de ello iba a ser algo forzoso. Lo que más tengo presente

fueron varias palabras que ella aludió hace algunas horas contra

mí, diciéndome que yo padecía de una enfermedad llamada

paranoia. Evité negarme pero argüí diciendo una frase tonta que

sonó más a excusa que a argumento. Le dije que la paranoia era

“algo muy serio”; recordé por tal sentencia que un días antes,

escondido en su cuarto, guardado como una mascota a ojos de

su hermana, comencé a leer Opio en las Nubes recostado en su

cama mientras ella terminaba de estudiar para una exposición,

justo a mi lado. Ella estaba medio desnuda y concentrarse en la

lectura ya era difícil. Logré leer las primeras 30 páginas hasta

que su hermana tocó la puerta y mi corazón se detuvo. Ella

jamás le abría, pero yo fui corriendo hacia el armario. Esa noche

158
dormimos juntos por segunda vez en su apartamento, a expensas

de su hermana sumida en su cuarto de arriba, y de su padre muy

lejos en Cúcuta.

Íbamos a pie camino a la estación; cualquier cosa por

mantenernos juntos, como cualquier pareja entre tantas parejas

de estas calles. Nos veíamos particularmente bien,

vanidosamente bien, “una pareja bonita”, aún recuerdo tales

palabras de su padre. Me lo creí. Lo veía reflejado en los vidrios

de los autos parqueados, o en las grandes ventanas de los

edificios; “Vanidoso”, me dice ella. Yo le sonrío. Nos gusta

vernos juntos, nos celamos. Si la miran le reclamo, si me miran

me reclama.

Antes no era así, estábamos orgullosos de tenernos y nunca fue

un problema que otros nos miraran. Y si le dijera cuántas me

miran sin que lo note… lo mismo diría ella y con mayor éxito, y

se lo aseguraba por ser mujer, pero yo como hombre tuve que

hacérselo saber, pues esto fuera una victoria.

159
17: 01. Amelia había pasado la navidad conmigo en mi ciudad

natal, Manizales, después de una lamentable discusión que tuve

con su padre una noche en la entrada del apartamento. Por esos

días él aún se hospedaba con ambas hermanas tanto por

economizar como por mantenerme a raya. Más la segunda que

la primera. Esa noche, después de un ligero ajetreo entre su

padre y yo, en un momento en que pensé que me alejaría de ella

por siempre, le estiré la mano a Amelia sin importar lo que su

pensara su padre para que nos fuéramos. Yo estaba cansado de

que me alejara de ella y de que me calentara el oído cada vez

que podía, soltando su lengua entre juzgamientos y

pretensiones, cansado de asentir sumisamente como por inercia.

Sin embargo, esa noche mis manos fueron atadas por una calma

inmanente que surgió en mi a pesar de los insultos de su padre,

que gritándome cuanto pudo en la cara no logró provocarme; la

única vez que intervine fue cuando vi que la empujaba contra la

160
puerta, entonces sentí una cólera repentina en mi pecho que me

hizo separarla de ella, sin llegar a más. Él seguía alebrestado

amenazándome con llamar a la policía, un padre desesperado,

celoso por su hija; intenté comprenderlo en mi humilde designio

pero la ira me agobiaba.

La noche incierta en que Amelia huyó conmigo en un descuido

de su padre caminamos a paso ligero por calles solitarias hasta

la estación. En todo el recorrido hasta la estación le pregunté si

estaba segura de lo que hacía, luego no podría arrepentirse; Me

dijo que prefería estar conmigo que con su padre, que no los

soportaba más. Al cabo le seguí preguntando, esto hizo que ella

dudara de mí pero le aseguré que no había vuelta atrás. Entendí

que lo hacía por mí, me sentí feliz pero aún así tuve que

cuestionarla. Hice que nos detuviéramos, la tomé de las manos y

le pregunté de nuevo si quería volver, que aún podría hacerlo.

Respondió que no, que si se iba se la alejarían para siempre de

161
mí. Tomé un respiro y continuamos a paso rápido, la llevé de la

mano a pasos largos; Ambos seguíamos en shock después de la

discusión con su padre. Le dije que evitáramos el boulevard

para no encontrarnos con su padre. Ella asentía en todo, igual

que la primera vez que caminamos juntos cuatro meses atrás,

cuando nos desviamos del caminos y nos perdimos dejándose

llevar por mi adónde fuera, enamorada, desligada del mundo, yo

apretando su manos y esclavizado por la frialdad de las calles,

mirando receloso cada esquina y cada indigente que se nos

acercaba… tantos recuerdos y tan poco tiempo para apreciarlos.

Salimos a unas cuantas cuadras de la estación. Temí que su

padre estuviera por los alrededores, no quería otra escenita ni

mucho menos, le dije a Amelia que me esperara mientras

buscaba un teléfono público. Me pidió que no la dejara sola y

así lo hice; Continuamos, pues, juntos hacia la estación,

rodeamos la calle y evitamos las entradas. Fuimos hacia uno de

los tantos teléfonos públicos cercanos al Estadio. En rededor

162
transcurría todo con normalidad, pero tuve la ligera sensación

de que todo el mundo nos observaba. Decidí calmarme y llamé

al único número que me respondería. La privilegiada memoria

de Amelia me recordó el número. Al otro lado se oyó una voz

suave y soñolienta, mi tía, la persona que me había apoyado

desde el principio. Le conté el asunto lo más rápido que pude y

le pregunté si podía llevar a Amelia. Aceptó sin dudarlo y sin

cuestionarme. Corrimos hacia el metro y emprendimos nuestro

viaje, Amelia con nada más que su ropa puesta y yo con su

corazón y el mío palpitándome en la boca. A partir de ese día

Amelia estuvo conmigo por casi un mes.

Nuestro viaje en el metro fue algo trivial. Nos recostamos a un

lado de una de las puertas, muy juntos el uno del otro, frente a

frente y nos reímos de los acontecimientos. Seguíamos siendo

los mismos pese a todo. Al llegar a mi casa fue un alivio. Mi tía

nos esperaba tan calmada como siempre, tan jovial y

universitaria, pese a sus 43 años.

163
Lo primero que ella hizo fue llamar al padre de Amelia para

hacerle saber que estaba bien. Para fortuna nuestra, pese a su

última visita hacía un par de meses, él no recordaba la ubicación

de la casa. Lo primero que el señor preguntó fue por la

dirección, pero mi tía le dejó muy claro que no quería escenitas

en su casa, este le cuestionó que si le resultaba normal que

Amelia y yo tuviéramos relaciones sexuales, a lo que con

sinceridad ella le respondió: “Sí, me parece algo absolutamente

normal”. Amelia y yo no pudimos evitar soltar varias prudentes

carcajadas.

Me arriesgo decir que esta brecha por la que están sujetas las

generaciones es nada más el yugo al que se niegan soltar. La

supuesta mentalidad abierta acerca de la sexualidad es un

cambio forzado hacia métodos que muy pocos se inclinan a

usar. Ojalá no me trague varios moscos al abrir mi boca y decir

que la responsabilidad sexual está sujeta no sólo a la experiencia

ni a la veces que tengamos este tipo de charlas, sino a la forma

164
en cómo vemos la vida; para mí los embarazos no deseados son

el producto de las opresiones sociales y la falta de exploración

sexual.

A los 55 años, el padre de Amelia era un hombre obsesionado

con el sexo, de su boca siempre surgían frases tales como “el

sexo es algo maravilloso”, enalteciéndolo de formas espirituales

y pretendiendo, en algunas de nuestras conversaciones, que no

tuviera relaciones con su hija y que redujera todo a una amistad.

Recuerdo muy bien que se forzaba asimismo porque de su boca

brotaran palabras como penetración o eyaculación. Frases que

yo mismo le ayudaba terminar. Me resultó cómico que me

preguntara cada vez que si yo controlaba mis eyaculaciones,

cuando para mí era más placentero no eyacular después de una

hora de oír a mi nena quejarse de placer, cansado pero

satisfecho, al menos por mi parte. Y es que, eyacular también

era importante. Que si bien una mujer que te ame se va a tragar

todo tu semen o empaparse con él. Incluso las que no te aman.

165
“No señor, yo no me vengo adentro, lo saco de vez en cuando y

limpio los residuos seminíferos en sus propias piernas, luego se

lo vuelvo a meter, a veces lo saco para que me lo chupe, a veces

lo saco para chupársela a ella y meterle los dedos, le muerdo el

clítoris y lo succiono, le paso toda mi legua y me mojo los

labios y el mentón de sus jugos, la poso sobre mí y la penetro

con mi lengua, caminamos juntos por toda la cama, sudamos las

sábanas y las almohadas, halamos nuestros cabellos y apretamos

nuestras manos entre sí, la clavo hasta el fondo, la clavo en la

cama, mi cruz y mi duelo, mi perdición, me rasga la espalda y

los lunares, la hago sentirse amada por miedo a que no me

ame, me entrego así como ella me abre sus piernas; la volteo y

la penetro lo más profundo, la pongo en cuatro, nos amamos,

nos susurramos cosas el uno al otro, eso que seguramente dicen

todas cuando uno se los mete… Y qué, al menos tuve el gusto

de oírlo, a ella le gusta y, cuando quiero eyacular, lo hago en su

estómago o en su boca, y a ella le gusta”.

166
Señor, yo también leí los libros de sexualidad donde enaltecen

al sexo y todas esas cosas que la gente como usted lee para

educarse, más que por educarse para ellos mismos practicarlo,

desgraciados los faltos de imaginación, como usted, que se

educó tarde. Sin embargo, tener sexo es fácil… amar y tener

sexo es lo difícil, pero usted esto no lo habría entendido. Lo

siento, me cojo a su hija.

Es tan detestable planificar en esta sociedad corrompida por los

porcentajes. Conoces a tu novia, que hasta entonces sólo había

planificado con los condones que vos o ella conseguían, porque

por inexperiencia, falta de información, o contraindicaciones

físicas no usaba otro tipo de planificación. Está bien,

planifiquemos hoy, compramos 3 condones a 7 mil pesos. Y si

lo vamos a hacer toda la semana nos jodimos, para que no todo

sea sexo ¿no? Y si me dieron ganas de penetrarte me aguanto las

ganas o te penetro. Más bien te penetro, está bien, consigamos

otros 15 mil para una Post day por si acaso. Y si no los tenemos,

167
mierda, nos embarazamos o abortamos ¿no? ¿Por qué no se

cuidaron? Te tenía muchas ganas, mujer. Entonces pongan

condones gratis en cada esquina, para follar tranquilos, pero si

comprarlos en una droguería es hasta vergonzoso, imagínense

que nos vean sacando condones diariamente. A la mierda, yo

sacaría el dispensador completo. Quiero follar tranquilo, hasta

que me arda ponerme condones. “Amor, cómpralos tú”; está

bien, digo, yo los compro. Sociedad gran puta donde nos

educaron, no hay peor puta que usted, Don señor de mente

abierta, usted, un dibujito coloreado del prójimo. Está bien, me

voy a calmar y voy a comprar los condones, “métemelo sin

condón”, te susurra una tarde. Ok. 30% de probabilidad de un

embarazo de esta forma, bueno, eso dicen en internet. Maldita

sea, no puedo follar tranquilo, no tengo condones, no tenía

dinero. Mejor te hago anal, amor ¿Te duele? Voy despacio ¿Te

gusta? A mí me gusta, estás muy lejos amor, mírame, soy yo

quién te penetra, igual que cuando lo hacemos en cuatro, aquí

168
estoy, estás muy lejos, acércate, estamos juntos… no es sólo

sexo, te estoy penetrando, corrompámonos juntos, te amo.

Esa noche dormimos juntos sobre los cojines de la sala tirados

en el piso. Hicimos el amor dos o tres veces, no recuerdo. Hubo

un tiempo en que tuvimos que dormir en el cuarto de mi tía

junto con ella, porque la novia de mi primo llegaba de otra

ciudad a hospedarse aquí. Amelia y yo les ofrecimos la

privacidad de la sala, nosotros ya habíamos follado lo suficiente.

Sólo entonces descubrimos que siempre nos habían oído gemir

cuando los escuchamos a ellos. Amelia tomaba mi mano con

fuerza en la oscuridad cuando ambos escuchábamos el ajetreo

proveniente de la sala. Mi tía yacía dormitando a menos de un

metro de nosotros, o eso creo. Mi primo tenía 21 años y llevaba

casi 3 años de relación con su novia. Sin hijos hasta ahora. El

último año lo habían vivido alejados desde que viajara desde

Manizales a Envigado, para estar con su madre.

169
Amelia pasó la navidad aquí y lloraba cada vez que la llamaba

su madre. Estaba feliz de estar conmigo pero triste por su

madre. Por mi parte comencé a odiar a su hermana y a su padre,

puesto que sólo la juzgaba por sus actos; Su madre, a quien

pronto conocería, me resultó alguien muy cálida y llevadera.

Esto hubo de tranquilizarme puesto que Amelia necesitaba su

apoyo.

En el tiempo que pasamos juntos aquí no nos separamos.

Cocinábamos juntos y ayudábamos en cuánto podíamos, incluso

comenzamos a buscar trabajo por si las cosas empeoraban, pero

dada la época no tuvimos suerte. Esta empresa surgió con el

ingenuo afán de lograr sostenernos sin necesidad del padre, o mi

familia, quizá para lograr aportarle algo a mi tía y no sentirnos

tan mal. Sin embargo, todo era más complicado que eso. Ya

aunque contara con el apoyo de mi familia no pretendía

apoyarme de entero en ellos, al menos no sin un trabajo.

Realmente no estaba preparado para ello. Nunca había trabajado

170
pero tampoco tenía miedo de hacerlo. Tenía un buen motivo

para hacerlo.

Fue una navidad incierta. Amelia y yo hablábamos de eso a

diario. Sobre todo con el tema del embarazo. Tenemos que

cuidarnos, le decía, ahora menos podríamos cometer un error.

Ella asentía, ambos estábamos de acuerdo en que tener hijos era

prematuro, aunque quisiéramos no estábamos preparados ni

poseíamos los fondos para costear tal responsabilidad.

Actuábamos lo más maduramente posible, bajo la presión en la

que nosotros mismos nos sumimos. Sin embargo, a ambos nos

alegraba entender que considerábamos tener un hijo en algún

punto. ¿Qué putas es ser maduro?

Mi afán por conseguir trabajo se hizo notable. Pero estábamos

divagando. Varias veces tuvimos discusiones en las que le

sugerí a Amelia que lo mejor sería que se fuera para Cúcuta, con

sus padres, pero esto significaba perderla; Además no podía

171
dejarla sola. Al cabo me sentía culpable y comprendía la

injusticia de mis palabras.

Decidimos hablar con su padre para aclarar las cosas. Amelia

había pasado los últimos días con las únicas prendas que traía

puesta y con un poco de ropa que mi tía le había comprado. De

pronto su padre accedió a hablar y vimos la oportunidad de

cambiar el rumbo de la situación. Creíamos ingenuamente que

iba a acceder a nuestras condiciones. La noche que Amelia

escapó conmigo había traído consigo las llaves de su

apartamento. Esto no fue del agrado de su padre, quién varias

veces llamara preguntando por ello. Incluso pospuso su viaje a

Cúcuta para cambiarle la cerradura al apartamento. Por mi parte

creía que era por su desmedida desconfianza hacia mí.

De pronto su hermana llamó a mi celular. Fui el puente entre

ellas y su hermana el puente entre su padre y yo, dada la

reticencia por hablarnos. Me dijo que su padre quería hablar con

172
Amelia para llegar a un acuerdo. No me confié demasiado, no

obstante me dejé llevar por las palabras de su hermana.

Por obvias razones no iba a dejar a Amelia ir sola, pero me

mantendría alejado mientras ellos discutían.

Horas antes del encuentro íbamos en el tren sofocados por la

gente, sentados juntos y acallados por la situación actual.

Nuestra relación se fue deteriorando pese a nuestras fuertes

intenciones de mantenernos juntos. Tantas malintencionadas

fuerzas externas desde terceros que nos obligaron a cambiar el

uno con el otro, condicionando el amor que nos teníamos. Antes

sólo caminamos con tranquilidad absoluta por aquél parque en

el que nos conocimos, ese día ni siquiera fue placentero cruzar

ese boulevard untado de la pretensión y mierda de otro. A quién

no le molestaría. Fue como encarar recuerdos que habían sido

profanados. “Están agotando mi relación”, dijo Amelia a su

madre en una ocasión.

173
Ese día llegamos temprano al apartamento. Amelia me pidió

estar con ella y lo así lo hice. Ella timbró varias veces pero

nadie abrió. Supusimos que su padre estuvo acompañando a la

hermana hacia el aeropuerto, pues ése día viajaba.

Pensamos en entrar al apartamento y sacar ropa y algunos

utensilios femeninos de Amelia. Pese al riesgo la convencí de

que lo hiciéramos sin pensarlo demasiado. Rodeamos el edificio

por las calles siendo precavidos, al final ella me miró como sin

saber qué hacer y le dije “Hazlo”. Ella introdujo la llave y

traspasamos la primera puerta. Subimos los peldaños hacia el

tercer piso y nos topamos con la puerta principal del

apartamento. Volví a insistir con un ademán, pese a tener mi

corazón desbocado. Ella introdujo la segunda llave y entramos

al apartamento.

Nos fijamos si había gente, si nos encontrábamos con su padre

sencillamente le entregaríamos las llaves y le pediríamos algo

de ropa para Amelia; Nosotros estábamos convencidos de que él

174
nos dejaría salir de allí con una maleta llena de sus cosas. Por

fortuna no había nadie. Todas las puertas de los cuartos estaban

cerradas excepto la del cuarto de Amelia, donde su padre

dormía. También su computador personal estaba sobre la cama,

supongo que su padre hurgaba en ello cuánto pudo. Amelia

intentó abrir la puerta del cuarto de al lado donde se

encontraban todas sus cosas sin desempacar, pero sin éxito.

Le dije que nos diéramos prisa, fui hasta la cocina y cogí varia

bolsas. “Toma lo que puedas”, dije.

En el closet había varias camisas y ropa interior, y entre sus

cosas personales varias gotas para los ojos y lentes de contacto.

Le dije que los tomara, todo en una bolsa pequeña, de igual

forma los necesitaría. Su laptop decidimos dejarlo para que no

fuera tan obvio, ella dudó pero la presioné para que saliéramos

rápido de allí.

Cuando salimos del apartamento sentí calma y desolación. Nos

alejamos de allí a paso rápido esperando que nadie notara nada.

175
Desconfiamos incluso del tendero de la tienda ubicada a una

casa del edificio. Pero ya lo habíamos hecho.

Una vez a salvo, decidimos llamar a su hermana. Hablé con ella

y le dije que su padre no estaba, que habíamos tocado el timbre

y esperado por varias horas. Era obvio que él estaba con ella.

Nos dijo que aguardáramos por él a lo que asentí sin mala gana.

Dejé de confiar en sus intenciones cuando por voluntad propia

habíamos decidido hablarles, pero tanto orgullo me parecía

irracional. Decidí, pues, hacer lo que ellos quisieron, y darles

esa importancia inmerecida. Esperamos hasta en anochecer,

mientras caminamos hacia un centro comercial cercano. A eso

de las 7 pm su hermana llamó de nuevo, diciéndome que su

padre estaba esperando en el apartamento, pero que pronto debía

partir.

Acompañé a Amelia de vuelta pero esta vez aguardé en la

Iglesia cercana, sólo atreviéndome entrar un poco en la entrada.

176
Allí esperé a que Amelia fuera con su padre, sola, sin gustarme

mucho la idea.

Cuando la vi desaparecer en un recodo fueron largos los

minutos que esperé, en tanto la misa culminaba. Para sorpresa

mía ella volvió al cabo de quince minutos, con esa carita de

incertidumbre que había cargado consigo estos últimos días.

“¿Qué pasó?”, pregunté. Me dijo que no la había dejado sacar

nada, si quiera sus documentos de identidad. Que si quería

comenzar de cero no le iba a dar nada. Sonreí con ironía.

También me dijo que él quería verme, a lo que me negué, me

parecía absurdo tener que verle la cara a ese ser tan

despreciable.

Le dije a Amelia que nos fuéramos a mi casa, intenté

tranquilizarla diciéndole que no la iba a dejar sola. Lo que me

preocupaba en ese momento fue el escaso dinero que cargaba

conmigo en el bolsillo. Estábamos bastante alejados de mi casa.

Antes había gastado en varias llamadas a su hermana dizque

177
para demostrarle interés a solucionar la situación, pero me

confié en que Amelia me había dicho que ella tenía dinero en su

billetera, en el apartamento.

Por un momento pensé en que no iba a lograr mantener mi

postura ante todo aquello. Ella, una niña que lo había tenido lo

suficiente, ni muy rica, ni muy pobre, acostumbrada a sus

comodidades. Yo, un pobre desesperado de clase media

sosteniéndola de la mano, haciendo memoria de las pocas veces

que me sentí afortunado de vivir cómodamente, bajo el falso

orgullo de jamás haber mendigado una moneda, un capitalista

condicionado; Con desánimo, le hice saber a Amelia que sólo

tenía un pasaje de ida. Se me ocurrió vender allí mismo mi

propio celular pero recordé algo que hizo mi padre tiempo atrás

cuando yo tenía 9 años, que vendió mi guitarra eléctrica por

miserables 20 mil pesos para regresarnos a casa. Recuerdo muy

bien al tipo que hizo la oferta, un hombre obeso que notó la

ignorancia de mi padre sobre instrumentos; Bastó un

178
destornillador para abrir la lámina trasera de la guitarra y pocas

palabras para convencerlo de su precio: “Uhm… mire eso, pura

madera”. Bueno, al menos regresamos. Pero incluso hasta hoy

sigo apenado por mi guitarra.

Y bien, le dije a Amelia que no se preocupara, no quería hacerla

sentir peor. Cuando llegamos a la estación esperé a que no

hubiera gente en la casetica donde vendían los tickets para el

metro, cuando vi la oportunidad me acerqué con determinación

y le pregunté al señor que atendía si podría venderme dos tickets

para Envigado por el precio de uno. Inesperadamente me dijo

que sí. Le di las gracias y nos dirigimos al metro.

El viaje fue largo y silencioso. Cuando llegamos a la estación

caminamos hasta mi casa. Mi tía nos recibió amenamente y le

sonreímos por cordialidad. Mi primo aún no llegaba del trabajo.

Comimos y nos relajamos. La amé porque comprendí su

humildad pese a las dificultades, la amé por quedarse a mi lado

siempre…

179
Esa noche tiramos los cojines de las sillas al piso de la sala,

como siempre. Apagamos las luces y nos acostamos

semidesnudos. Esto, además de ser placentero, nos llenaba de

profunda tranquilidad.

Allí, aferrados el uno al otro después de una larga conversación

me confesó que su hermana era lesbiana. Esto no me sorprendió

tanto, de hecho comprendí muchas otras cosas como en una

repentina revelación, en cambio pudo alegrarme el hecho de

que ahora yo tenía una carta más poderosa entre mis manos. Su

hermana, la privilegiada de su padre.

Amelia había guardado este secreto por varios años hasta esa

noche, sentí júbilo pensar lo que su padre creería si se enterara

de eso, por ahora guardaría silencio. Asimismo, sentí pena por

Amelia, pues imaginé por lo mucho que había tenido que pasar

desde entonces. Al final tuvo que acostumbrarse, no sé qué tanto

influyeran las obsesiones de su hermana y su padre con sus

propias cortadas en las piernas.

180
La abracé tan fuerte como pude cada vez que tuve la

oportunidad. Hicimos el amor mientras ella lloraba, le pregunté

si estaba bien y me decía que sí. Jamás paré, luego paró de llorar

y se dejó llevar. Al final dormimos plácidamente. En pocos días

partimos hacia Manizales a pasar la navidad. En realidad nunca

entendí por qué lloraba.

El 4 de febrero de 2012, Amelia había venido a visitarme y

estuve casi todo el día en mi casa con ella. Luego la acompañé

hasta su apartamento, donde con mayor tranquilidad y

aprovechando la ausencia de su padre yo entraba de vez en

cuando incluso en presencia de su hermana.

Al principio ella me saludaba por cortesía, después no se

molestaba con tal cosa. Yo no le di importancia hasta que

comenzó a interponerse molestamente en la relación de Amelia

y yo. Eran las 9 pm y bastó con esto para oír de su hermana un

reclamo de esos típicos que la gente madura se precipita

181
recalcar: “Llegó una hora tarde”, dijo con tono mandón. Yo

estaba sentado en el piso de la sala, puesto que aún no tenían

muebles que adornaran el lugar. Sonreí sin que me viera.

Amelia no le respondió.

Como era de esperarse, bastaban las palabras de su hermana

para luego oír de su padre los gritos y reclamos por el celular de

Amelia que en ocasiones tuve oportunidad de escuchar, en los

que oía variados insultos hacia mí y todo el desprecio que su

boca no fue capaz de contener. Al principio decidí no prestarle

atención a tales cosas. Pero fue bastante molesto ver a mi novia

de 18 años limitada por su hermana de 19 años, peor aún si iba a

ser siempre si mi culpa que Amelia llegara “tarde” cuando por

esos días apenas lográbamos vernos dos veces a la semana. La

universidad ahora le quitaba más tiempo y mi situación

económica era difícil, tanto más la ubicación apartada de

nuestras casas.

182
Días antes yo me había quedado a dormir a escondidas en su

apartamento. Por obvias razones esto no lo iba a hacer esa

noche, así que le pedí a Amelia el libro que había comenzado a

leerme antes en su cuarto, para terminarlo en casa.

Después de este protocolo innecesario me dispuse a salir de esa

casa, bajo la mirada de su hermana.

Y bien, que con El Opio en la Nubes en mis manos, caminé a

paso ligero hacia la estación. En todo el camino pensé en que

leer este tipo de literatura me resultaba un poco vulgar, pero

sólo porque un montón de universitarios que se adjudicaban el

hábito de la lectura leyeron tales cosas. El cliché de leer. Pensé

que debía leer este libro después de mucho tiempo de haber

renunciado a mi propio hábito de devorar cuanto libro se

interpusiese en mi camino, por la infantil y no menos cara idea

de afinar mi inteligencia, mas no por otras mamertas

presunciones; pensé en dejarme llevar por tales páginas para

entender por qué la gente que decía leer se empeñaba ufanarse

183
por los libros que leyeron, descubrí, pues, que la razón por la

que los leyeron fue porque fueron libros simples y vulgares,

ventas preconcebidas.

Aunque, mis páginas son igual de vulgares, jamás dije que fuera

algo malo. Sin embargo, es lo que somos: “intelectuales”.

Casi con vergüenza llevé este libro en mis manos, y cubrí su

solapa cuánto pude de la gente. No era el libro en sí, sino su

desgraciado título. Mierda, que me vean de “intelectual” con la

Ilíada, no con esta mierda elaborada, pensé con prepotencia.

El único libro que me cautivara por su lenguaje, La Ilíada, entre

otros pocos que no se daban a la tarea de amansar la

muchedumbre, sino de transmitir algo que muy pocos

apreciarían.

Llegué a casa cansado y puse el libro sobre una mesita que

había en la sala de estar. Allí reposó por varios días separado

entre las primeras treinta páginas que leí.

184
Fue muy curioso ver a mi primo leer el libro por casi dos días

seguidos en que lo llevó hasta la mitad, teniendo en cuenta que

había sido una persona perezosa para la lectura y que nunca

había tomado un libro por sus propios medios, hasta ahora. Que

me entiendan ahora, los “intelectuales”.

185
28 de febrero de 2012. Celos.

Varias semanas atrás tuve una discusión con Magali, la hermana

de Amelia. Desde entonces no volví a quedarme a escondidas en

su casa, a excepción de un sábado que fui muy temprano para

visitarla, estuvimos la mayor parte del día afuera entre los

centros comerciales o en su Universidad manoseándonos en la

biblioteca. Tanto deseo nos llevó de nuevo hacia su apartamento

aprovechando la ausencia de su hermana, hicimos el amor y

salimos rápidamente hacia la Universidad, para evitar

encontrarnos a su hermana.

Actualmente nuestra relación se ha deteriorado. Tanto por mis

celos como por las escasas veces que logramos vernos ahora.

186
Estábamos acostumbrados a tenernos casi siempre y no

temimos aprovecharnos de tal cosa, hasta ahora. Por mi parte,

para mí era un problema el hecho de que ella estudiara a solas

con otro hombre, por ejemplo, o que pasara demasiado tiempo

con sus amigas o amigos cuando yo apenas lograba verla dos

veces entre la semana. Entonces me proclamo yo mismo alguien

posesivo para no hacer de esto una discusión innecesaria. He

llegado a pensar que me han dañado lo suficiente como para

ignorar lo que mi novia también podría hacer, posiblemente soy

demasiado desconfiado para no confiar en ella de lleno o

demasiado ingenuo para pretender ignorar mis propias

experiencias. No lo sé, yo suelo llamarlo “Sentido común”. Sin

embargo, soy celoso.

En el mundo de Amelia giran varias personas como yo que le

causan el mismo efecto, como por ejemplo su padre y su

hermana. Por fortuna su madre no está metida en esto. Su

hermana, además de envidiosa era celosa, y su padre un celoso

187
empedernido contra mis propias pretensiones de “Hijueputa

aprovechado”, como me llamó una vez. “Aprovéchate de mí”,

me dijo Amelia un día al mencionarle esto, justo cuando apenas

la estaba penetrando. Sonreí.

En una de mis conversaciones le sugerí a Amelia que yo le

gustaba a su hermana. De esto no logro estar seguro y tampoco

lo afirmo, pero me causa mucha gracia notarlo para mi propio

ego, ojalá la paranoia de la que mi tildó mi novia no sea la causa

de ello. Por obvias razones esto afectó a Amelia y supe lo poco

que confiaba en su hermana.

El día que discutí con su hermana fue cuando oí de su padre

mientras le gritaba por teléfono que yo era un “hijueputa

aprovechado” bastó esto para llenarme de júbilo e ir corriendo

hasta donde ella para reclamarle el hecho, dado que fue ella

quién se tomara la molestia de llamar a su padre y decirle que

Amelia había salido un momento a unas cuantas cuadras de allí

para recogerme, y que por su culpa los de Telmex no habían

188
logrado arreglar el internet dañado desde hacía varias semanas,

pese a que ella misma estuvo presente en la casa. Subí, pues,

hacia su cuarto, toqué la puerta y amablemente le pregunté si

podíamos hablar un momento. Me respondió que no tenía

tiempo, a lo cual le espeté que no demoraría mucho. En pocas

palabras le expliqué que mantuviera los límites entre nuestra

relación, pero ella se aferró a lo que su padre dijera varios meses

atrás, que Amelia estaba en período de prueba. De inmediato

sentí la necesidad de hacerle saber que yo sabía lo de su

lesbianismo, no me faltaron motivos para acusarla contra su

padre, pero decidí encaminarme con prudencia y la ataqué

diciéndole que no se creyera tan madura cuando no lo era, que

la atención no era sólo de ella. La vi temblar con nerviosismo,

aproveché y le sugerí levemente sobre sus relaciones: “¿Y sus

relaciones qué?”, Ella se quedó mirándome como estupefacta,

luego respondió “¿Qué de qué?” Yo sonreí, con descaro, lo

189
admito, entonces volví a increparle sobre lo de mantener el

límite sobre mi relación, así como yo lo mantenía en las de ella.

Amelia había escuchado todo desde abajo y permaneció en

silencio hasta que su hermana explotó inesperadamente. En su

gran acto de madurez me echó de su casa y le gritó a Amelia

“Que ella no había estado cuando intentó suicidarse”, luego

corrió hacia su cuarto y tiró la puerta. Qué niña, pensé. Amelia

me miró como con un “Te lo dije”. De alguna forma me sentí

bien, le pedí perdón y le juré que debía hacerlo. A ella se le

salieron las lágrimas porque quería que yo me quedara y

compartir una miserable tarde de sábado viendo películas, le

dije que lo mejor era irme. Ciertamente me dolió dejar a Amelia

en ese entorno tan dañino, pero quién era yo para juzgarlo, cada

familia tiene sus dramas.

Cuando llegué a mi casa, más temprano de lo esperado, mi tía

me cuestionó sabiendo con antelación que algo más había

sucedido, le conté levemente hasta que sonó el teléfono. Era

190
Amelia. Me dijo que su hermana había llamado a su padre y le

había contado lo sucedido “Qué imbécil”, pensé. Lo peor fue

que su padre llamó a reclamarle a Amelia y a gritarle como de

costumbre, objetándole por qué había permitido que yo insultase

a su hermana. ¿Insultar? Pensé… ni que le hubiera dicho

“Hijueputa aprovechado”. Calmé a Amelia diciéndole que

eventualmente esto perjudicaría más a su propia hermana. Qué

gran acto de madurez fue llamar a su padre para esto, pensaba

yo con ironía.

Varias veces entre mi ira soñé con la posibilidad de pegarle a su

padre. Por tantos insultos debería ser yo quién le diera en la

geta, pensé. Sin embargo, esto sólo complicaría las cosas. Se lo

hice saber a Amelia y me dijo que “no la fuera a cagar así”. Le

dije que no se preocupara.

Divagué en lo que sucedería si llegáramos a ese punto, tal vez

dejaría que el señor me pegase para que más tarde se sintiese

mal. Por ahora prefiero calmarme.

191
16:20. A esta hora Amelia debe haber salido de la U. Aún sigo

esperando su llamada. Es la segunda vez que estamos así de

alejados por la falta de internet. Casi un mes desde que

suspendieran el servicio en mi casa. He pensado muchas veces

en terminar la relación pero no es una decisión fácil para

ninguno de los dos, pero después de la discusión que tuvimos

ayer por teléfono después de que le reclamé el hecho de que se

“perdiera” toda la tarde; “Estaba estudiando” me dijo, no podía

creerle después de encontrar que aún se hablaba con un amigo

que no me caía bien. “Yo te lo iba a contar”, me dijo. Tampoco

le creí. Por primera vez sentí que tenía problemas y que mi

desconfianza estaba deteriorando aún más las cosas, por otro

lado mis malas experiencias de este tipo de cosas me carcomían

el pecho. Mi propia culpabilidad y la forma en que todo giraba

alrededor del sexo me abrumaban. Mi miedo a perder a

Amelia…

192
6 de julio del 2013. 2:14am.

Han pasado casi tres años desde la última vez que posé estas

líneas detestables. En ese momento escribí apurado con

intención de transcribir la mayor parte de mis recuerdos,

nublados por dolor y lágrimas. Sin embargo, siento que al final

terminé omitiendo no adrede varios detalles que jamás lograré

recuperar.

El temor que tuve con los bloqueos mentales sobre esos

recuerdos hoy se hacen recurrentes, no obstante aún poseo un

193
capítulo final que por descuido y desmotivación personal hacia

mis últimos días de estadía en Envigado.

En esa época mi hermana iba a graduarse por culminar su

bachillerato. Pese a mis preocupaciones con mi vida sentí que

debía ir a su grado hasta Manizales. Debía viajar por un par de

días y realmente no pensaba en demorarme más. Por esos días

Amelia estuvo demasiado ocupada con su padre, que a su vez la

mantenía a ella ocupada en busca de apartamentos o cualquier

otra cosa relacionada con eso. Pensé que irme calmaría la

situación entre el padre de Amelia y yo, pese a que llevaba días

sin hablar con ella. Ella también lo vio así, por ahora nos

tomábamos todo con calma, después de todo su padre nos había

manifestado antes que no podía quedarse mucho tiempo en

Medellín, puesto que debía viajar de vuelta a Cúcuta a hacerse

cargo de sus asuntos. En realidad yo fui una más de sus tantas

preocupaciones como padre. Él sólo quería dejar bien instaladas

a sus hijas en su nuevo apartamento.

194
Cuando al fin encontraron apartamento Amelia bien pudo

sentirse aliviada. Estuve feliz por ello. Varias veces tuve la

oportunidad de ir a lugar, bastante ameno por cierto, en un

tercer piso, con el ojo de su padre sobre nosotros por supuesto.

Jamás estuvimos solos mientras él estuvo en ese lugar. Aunque

entré pocas veces y prefería quedarme con ella en las escalas del

primer piso charlando con ella mientras de vez en vez su padre

se asomaba por el balcón para echarnos un ojo. Aunque iba dos

veces a la semana su padre no se mostraba muy conforme. Pero

en un par de ocasiones me invitó a entrar y hasta me ofreció

comida. Cuando yo iba le pedía humildemente que me dejara ir

a caminar con ella a los centros comerciales cercanos “Pero no

se demoren” “A qué horas vuelven”. En media hora, le

respondía yo conteniéndome. Recuerdo que en una de esas

contadas ocasiones en las que entré a ese lugar mientras él aún

estaba, yo esperaba a Amelia sentado en las escaleras que

daban al cuarto de arriba contiguas a la puerta principal, él se

195
me acercó con un libro y me preguntó si me gustaba leer. “Por

supuesto”, le respondí. Me ofreció un libro pequeño y delgado,

abierto en una página específica. Lo leí rápidamente y me

preguntó qué pensaba de ello. Le respondí que me parecía bien,

casi sin saber qué responderle, el libro no me generó ninguna

admiración, y agregué que yo había perdido mi buen hábito de

lectura hacía un par de años. Si quería decirme algo con ello

jamás lo entendí o no vi malicia en ello, por lo que dejé el libro

a un lado. Hoy me pregunto si con mis celos de los que padezco,

llegaré a ser igual de desconfiado que él, sin embargo, ese día

ninguno de los dos sorprendió al otro con nada. En mi mente

seguía rondando el concepto de “poeta labioso” en el que me

tenía él, puesto que me lo dijo en una de nuestras tantas afrentas.

Cuando viajé a Manizales me quedé cerca de cuatro días, en mi

afán por volver a Medellín. Mis expectativas sobre mi relación

con Amelia se tornaron ominosas, incluso vi a esta ciudad gris

como si mis pensamientos la truncaran entre ese tipo de

196
emociones decadentes que me agobiaban. Cuando llegué a mi

casa encontré mi viejo cuarto ocupado, y pude sentirme

desolado. Sin embargo, en mi casa siempre fui bien recibido. La

calidez y el amor familiar que tuve allí eran innegables, sobre

todo porque de alguna forma siempre fui privilegiado con mis

caprichos.

Mi hermana me cedió su cuarto en los días que estuve allí

mientras ella dormía con mi madre. Ambas sabía de mi

situación sentimental pero mi rostro demacrado les preocupaba

más. Sencillamente no lograba quitarme esa máscara de tristura

que aplastaba mi alma.

Pese a sentirme acogido, no logré sentirme a gusto. Me sentí

ajeno, casi como un extraño. Iba y volvía entre las calles. No

logré contactarme con los pocos amigos de adolescencia que

tuve, excepto con uno que vivía a una cuadra de mi casa,

precisamente OdinEvo, el amigo con el que comenzó todo en el

juego online y que él aún jugaba. La mayor parte del tiempo

197
estuve en su casa hasta altas horas de la noche compartiendo

ratos de música o de conversaciones triviales, casi siempre sobre

mujeres o nuestras propias relaciones con ellas y sobre lo

desconfiados que éramos. A veces salíamos a caminar como

solíamos hacerlo entre las calles desoladas medio iluminadas

con las farolas amarillas y titilantes del típico barrio medio. En

una de esas noches, estando en el parque del barrio, mientras

nos sosteníamos de las cadenas de los columpios al tiempo que

comíamos Choclitos le conté sobre las cortadas de Amelia, y

logré verlo apenado por mí.

- Usted por qué no se vuelve para acá –Me decía entre

risas –volvamos a las viejas andanzas, a jugar hasta tarde

y a no preocuparnos por viejas. Las viejas sólo

complican las cosas.

Esto último era una frase a la que siempre recurríamos. Pero me

lo decía alguien que llevaba tres años con la novia y con la cual

estaba a punto de terminar. Mi relación más larga había sido con

198
Amelia y hasta ese momento habían sido 10 meses. 10 meses

que cambiaron toda mi vida…

Aunque antes de eso logré estar enamorado en muchas

ocasiones, no lograron ser relaciones que generaran apegos o

necesidades importantes. Recuerdo haber sufrido por mujeres

desde los 11 años por romántico o por idealista. Sufrir por

mujeres ha sido uno de mis principales problemas desde que

tengo memoria. Quizá me enseñaron a adorarlas demasiado por

el hecho de ser mujeres e incluso a respetarlas al punto de

limitarme con ellas. El viejo error de idealización sobre la carne.

Pero me arriesgo a pensar que si en la sociedad actual existen

religiones o regímenes que enseñan a las personas a actuar bajo

ciertos mandatos, en la sociedad en la que yo crecí también

existe este privilegio que se les brindó a las mujeres de ser

dignas de adoración por el hombre, casi como una religión. En

el mundo actual el hombre está ciertamente en desventaja

199
respecto a eso y las mujeres lo saben. El hombre es un

cavernícola que cree tener el control.

Casi todas las noches llegué entre las 3 y las 4 am a mi casa.

Siempre que llegaba entraba al cuarto de mi madre donde oía

los suspiros de mi hermana durmiendo profundamente. Mi

madre no dormía hasta que yo entraba a la casa. Una de esas

noches llegué tan deprimido que me acosté en medio de mi

madre y mi hermana, y lloré hasta quedarme dormido sobre el

pecho de mi hermana. Ciertamente fui afortunado al poder eso.

Al retornar a Medellín, con anhelos de ver a Amelia, logré

llevar conmigo una vieja guitarra acústica que uno de mis tíos

había dejado abandonada en casa de mis abuelos. Esta guitarra

tampoco era mía por lo que mi padre la sacó a escondidas de mi

abuela o de cualquiera que pudiera informarle a mi tío, quién

estaba en Bogotá. Desde que había devuelto la guitarra de

Amelia a su padre no había tenido oportunidad de tocar

nuevamente, sin embargo, esta nueva adquisición tampoco pude

200
disfrutarla mucho en los días venideros. Aprovechando mi viaje

también empaqué mi guitarra eléctrica, que nunca usaba. Esta

vez partí tan rápido que no sentí el peso de mi familia

despidiéndose de mí; le pedí a mi hermana que me acompañara

al terminal, no recuerdo días más tristes que esos.

Llegué a Envigado una tarde fresca, ya caía el sol. El ambiente

caluroso me hizo sentir en casa y logré sentir cierta nostalgia.

Subí al apartamento cargado como estaba de maletas e

instrumentos. No había nadie. Mi tía trabajaba y mi primo

también. El gato se asomó hacia la puerta y maulló contadas

veces a mi llegada. Coloqué mis cosas sobre los cojines de la

sala, mi cuarto desde hacía largos meses. Sin pensarlo

demasiado salí nuevamente hacia el teléfono público y llamé a

Amelia. “Ya llegué”, le dije. Nosotros seguíamos un poco mal

desde la última vez que hablábamos. Le pregunté si quería que

fuera y me dijo que sí, pero que era muy tarde y yo había

acabado de llegar. Le dije que no importaba. Ese día logré verla

201
sin que su padre supiera que yo había llegado. Aunque sólo

estuve con ella merodeando por los parques aledaños a la calle

70 las pocas horas que tuvimos antes de que partiera el último

metro.

Finalmente retorné a mi casa, llegué tarde y no alcancé a

abordar el último bus que salía de la estación. Tuve que caminar

a eso de las 10:30 pm por largos minutos hasta mi casa. Nunca

me sentí tan solo. Crucé por el parque de Envigado, evité las

multitudes hasta internarme en la oscura calle por los árboles de

la cuadra donde se encontraba mi casa. Cuando llegué mi tía se

levantó y me preguntó cómo me había ido en el viaje. Le dije

que bien. “Hay una hamburguesa en la despensa”, dijo. Le

agradecí, pero lo primero que hice fue encender mi portátil,

abrir mi sesión en MSN y hablar con Amelia para decirle que

había llegado. Con su padre cerca no logramos hablar mucho, y

mi cansancio terminó por vencerme al cabo.

202
Mi motivación por la banda que planeábamos crear se fundió

cuando la inconstancia de los integrantes terminó por disolverla.

Las vacaciones habían terminado. Para mí era un mundo

completamente diferente, yo no tenía ningún tipo de

responsabilidad, aparte de acudir al colegio los domingos, pero

para los demás que comenzaban estudios o trabajos era

diferente.

Posesión

Mi deseo por ella era tal y tanto creció mi obsesión que no

demoré en proponerle sexo anal, pero sólo por demostrarle mi

posesión.

203
Ella estuvo de acuerdo, aunque no lo hicimos tantas veces como

yo hubiese querido, no precisamente porque a ella no le gustara,

sino porque yo no estaba del todo cómodo. Sin embargo, la

mayoría de veces lo hice con gusto y especialmente con

curiosidad.

A pesar de mi inexperiencia en esta área específica, siempre

tuve la facilidad de adaptarme a las situaciones, jamás tuve

temor o inseguridades, y tampoco recibí duda alguna de ella en

el proceso; Siempre pensé que en el sexo lo único que se debe

tener es imaginación y valor para ejecutar las fantasías, no

obstante yo contaba con la fortuna de tener una buena

compañera sexual.

Pese a mis temores de que la relación se convirtiera en algo

meramente físico, con el típico cliché de las parejas que

comenzaban a disfrutar mucho del sexo, en mi obsesión la amé

de todas las formas en que mi imaginación y mi físico me lo

permitieran, me aseguré tanto de marcarla que pronto fui yo

204
quien comenzó a sentirse vacío. Más tarde cada baldosa, silla o

migaba me la recordaba como en un castigo por mi manera de

entregarme.

Por estar rodeado de este ámbito psicosocial de amigos y

amigas que practicaban estos estudios, terminé por creer mi

apego a la carne y mis patologías, y a cuestionar el amor ante

todo. Pues ante todo la falta de fe en los conceptos suscita este

tipo de juicios entre los que reciben algún tipo de educación

superior. No es coincidencia que las personas menos educadas

tengan mucha más fe que las más educadas, es irónico. ¿En

verdad estaba tan enfermo? ¿Era tan inaceptable amar? Siempre

hube de negar a asistir a algún psiquiatra o psicólogo desde que

comencé a sumirme en fuertes depresiones desde los catorce

años. Depresiones que jamás cesaron desde entonces. También

esto era normal, y además, detestable. Pero el hecho de que mi

primera gran depresión haya sido a mis once años por un amor

imposible y no tres años después cuando comenzaron sin cesar

205
por cuestiones totalmente diferentes al amor, deja mucho qué

pensar. El amor fue mi primer intento de asesinato.

Una tarde, después de discutir largamente por chat gracias a mis

celos incontenibles, ella vino al apartamento aprovechando que

estaba solo, como siempre lo estaba todas las tardes. Yo no

había almorzado. Me sentía con sueño y sin ánimo, la relación

iba mal.

Ella insistió en arreglar nuestros asuntos, para bien o para mal.

Incluso fuimos al restaurante más cercano y compramos dos

almuerzos con su dinero. Regresamos a paso ligero pensando

siempre en el tiempo que tendríamos a solas antes que llegara

mi tía o mi primo de sus trabajos.

Mi corazón comenzó a ablandarse, ella siempre quiso estar bien

pero mi negación absurda sobre que nada podía estar del todo

bien en la vida nunca le dio paz. Al principio logré estar serio y

mi antipatía tan fingida no pudo contra mi deseo. Quizá

intentamos hablar al principio. Pero las miradas de ambos iban

206
de arriba abajo, sobre los labios, sobre los ojos. Sé que ambos lo

notamos y nos sentimos traicionados. Era imposible hablar, nos

deseábamos demasiado. Insistimos en que el sexo de

reconciliación no mejoraría las cosas. Intentamos hablar de

nuevo, fue imposible… la besé y ella se dejó besar. Siempre

adoré la forma en cómo se dejaba llevar por mis besos. Traía el

vestido de pepitas blancas que siempre me gustó verle. Fue tan

fácil tocarla bajo los pliegues… corrimos hacia los cojines rojos

de la sala y medio desnudos comenzamos a excitarnos. Besé con

desesperación todo su cuerpo, mordí y halé sus pantis con mis

dientes, le mordí las piernas, estaba descontrolado y ella me

dejaba estarlo. Con su ayuda desabroché mi pantalón y quise

penetrarla con desesperación.

Siempre me enamoré de la manera en cómo se mojaba, tan

sexual, tan segura… lagos que me empapaban hasta la pelvis.

La penetré tan rápido como pude, comencé a llorar y a decirle

que la amaba, que no me abandonara. Le pedí acabar adentro y

207
asintió. Terminé rápido y exaltado. Mi pecho se hinchaba y ella

se quedó abrazándome el torso y la cabeza. Quedé largo rato

sobre su pecho intentando calmarme. Ella contraída su vagina

contra mi pene sabiendo que esto me gustaba cuando terminaba.

Los gemidos que me robaba…

Al cabo saqué mi pene y sentí el frío recorrer todas la partes

cálidas de nuestros cuerpos. Me acosté a su lado, frente a frente.

Lo que hice a continuación definió tanto mi temor por esas

patologías que al cabo dejó de importarme por lo bien que se

sentía. Le pedí que me dejara besar sus senos. Ella accedió

como siempre.

Cuando ella accedía me sentía envuelto un éxtasis que calentaba

mi pecho. Chupé, pues, sus grandes senos como

amamantándome. Y allí me quedé por largo rato incluso hasta

quedarme dormido. “Qué hermoso”, suspiró ella, besando mi

cabeza y abrazándome fuertemente.

208
Celos, amor y duelo; Cuarta Parte.

En los siguientes días aguardando la partida del padre de Amelia

me dispuse a escribir cartas a manera de diario que planeaba

209
mandarle a Amelia para evitar alejarnos más mientras su padre

se calmaba. De alguna forma funcionó, pero mi pretensión fue

tomando otra forma cuando comencé a escribir demasiado al

respecto. Ya había escrito suficiente de esto y me mantenía

ocupado, y para entonces su padre al fin dejaba la ciudad.

Amelia y yo nos sentimos realmente aliviados. De alguna

manera el señor había dejado de insistir en meterse en lo

nuestro, y aunque para ambos fue de gran alivio, yo seguía

pensando que algo debía traerse entre manos. Sin embargo, el

mes siguiente fue bastante bueno y tranquilo, al menos gran

parte del mes. Al fin podíamos vernos sin preocupaciones. No

obstante Amelia ingresaba a la Universidad y ahora el tiempo lo

distribuía entre sus responsabilidades y yo. Yo sólo estudiaba

los Domingos, por lo que para mi resultó ser a veces bastante

desesperante mantener en casa escribiendo sin hacer nada más.

Me preocupaba demasiado por todo y el no mantenerme

ocupado tampoco ayudó mucho. En ocasiones me reunía con

210
Rafael y los otros en el parque, o en el pasaje de la gobernación

a tomar café o a hablar. Pero cada vez que podíamos Amelia y

yo nos reuníamos, al menos unas tres veces por semana, casi

siempre en mi casa.

Yo siempre la acompañaba a ella desde Envigado hasta la

estación del Estadio de Medellín, incluso salía con ella de la

estación y hacíamos el largo camino por la calle 70 hasta su

casa. Yo evitaba ir demasiado cerca a su apartamento para evitar

que su hermana nos viera juntos y le diera motivos para llamar a

su padre. Yo siempre debía llevarla antes de las 10 para

quitarme a su hermana de encima. Amelia estaba en un supuesto

período de prueba. Pese a ello, en varias ocasiones Amelia me

pidió quedarme en su casa, algo que ella siempre quiso hacer.

Al principio me negué varias veces, pero luego asentí y el par

de veces que me quedé a expensas de su hermana corrí el riesgo

de ser visto por ella. Dormir con ella pese a todo ese riesgo valía

la pena. Al siguiente día yo debía esperar a que ella regresara de

211
la U un poco antes del medio día, mientras tanto yo me quedaba

jugando en su portátil hasta que ella llegaba y salía con ella.

Varias veces oí entrar a su hermana pero ella nunca se atrevió a

irrumpir en su cuarto, no obstante yo tomaba precauciones

encendiéndome en su closet o bajo la cama hasta que ella se iba.

Todo iba bien, y este tipo de “riesgos” le daba un poco más de

emoción a lo nuestro. En el fondo me gustaba. Y sé que a ella

también… A veces nos veíamos más temprano en la tarde y

hacíamos el amor justo antes de que llegara su hermana de la

Universidad, y a partir de esa hora yo debía quedarme

encerrado, pretendiendo no estar. Al final esto no dudaría

mucho. A pesar de que la relación comenzaba a fortalecerse de

nuevo, mis celos no ayudaron mucho.

Por mi parte, uno de mis temores era perder a Amelia por la

Universidad. Para mí era obvio, o al menos yo lo veía así. La

Universidad le mostraba un nuevo mundo, nuevas personas, y

un nuevo mundo al que yo francamente nunca logré acoplarme

212
por mi problema con las multitudes… y más claramente con la

academia, pero sobre todo, por mis celos. Amelia comenzó a

pasar mucho tiempo con un par de amigas y amigos; Hoy siento

que mi vagancia fue la gran culpable de que todo acabara. Pese

a mi esfuerzo por mantenerme estudiando cada fin de semana,

tenía tanto libre para pensar… “Atas cabos de manera muy

retorcida”, me dijo una amiga una vez. Y es cierto. Amelia,

viendo el problema que me generaba esto, decidió presentarme a

sus amigos y amigas, incluso compartimos una tarde de

películas y comida. Eran bastante amables y jóvenes. Alrededor

de 18 y 19 años. Yo casi con 25 me sentí un poco marginado,

pero no por la edad, sino por el hecho de no pertenecer a esa

academia que los diferenciaba a ellos y que les daba estatus. Es

algo que vale la pena mencionar, puesto que en esos círculos

universitarios que de alguna manera intento evitar siempre surge

la pregunta “A qué te dedicas”. Para ser digno de tal respuesta

las respuestas correctas para la sociedad son: “Yo estudio o yo

213
trabajo”. Yo no hacía ninguna de las dos cosas, y prefería

mantener el hecho de que no había terminado mi bachillerato de

manera secreta, por lo que al final terminé respondiendo que me

dedicaba a escribir y que lo llevaba haciendo desde hacía más

de una década. Esto, por supuesto, no los convenció demasiado.

Sentí vergüenza con Amelia, a ella no pareció importarle. Al

cabo el tema quedó olvidado y el resto de tarde se cultivó en

trivialidades. Cabe decir que entre el grupo había un coreano

que había llegado a Colombia por intercambio. Estaba

aprendiendo español, por lo que debíamos hablarle despacio.

Era una persona bastante educada y respetuosa, sin embargo, mi

cabello largo no le causaba gracia, porque según él, en su país

sólo las mujeres o los homosexuales lo lucían. Entre su mal

español nunca entendí si fue una broma de mal gusto o tan sólo

sinceridad. El otro era un costeño que por mi desconfianza

jamás logré tragarme por completo; Estoy casi seguro que el

sentimiento era mutuo. Pero con hipocresía logramos mantener

214
las cordialidades. Sus dos amigas, por el contrario, eran bastante

agradables. Una de ellas seguía siendo virgen, que por boca de

Amelia supe enterarme de ello, y no niego que por ello pudo

llamar mi atención, aunque jamás tuvimos algún tipo de relación

más allá de esa reunión.

Al final del día, Amelia parecía bastante contenta. En verdad la

pasaba bien con sus amigos. Y al parecer ellos conmigo, pero en

el fondo yo quería irme de allí lo más pronto posible. Ya era de

noche y aproveché esa excusa para advertirle a Amelia que era

mejor irnos. Ella asintió con pena. Nos despedimos de todos

cordialmente y salimos caminando largamente entre clubes y

gente hasta su casa. En el camino ella me preguntó sobre sus

amigos y le respondí que me habían caído bien. Pero en el fondo

me sentí celoso por verla tan feliz con ellos. También sabía que

no podría arrebatarle tal cosa. Al cabo eso dejó de molestarme y

supe controlarme. Sin embargo, mi supuesto control no duró.

215
Yo estaba consciente de mi actitud posesiva sobre Amelia, e

incluso le pedí ayuda porque la estaba perdiendo por ello. Ella

se esforzó para ayudarme a que yo confiara en ella pero al final

sólo empeoré y me torné más posesivo. Sólo necesité un motivo

para mandar todo a la mierda y el día que encontré ese motivo

bien pude arrepentirme, hasta hoy.

Mis constantes reproches y nuestras discusiones por chat no nos

ayudaron en nada. Una tarde ella decidió pasar a mi casa para

solucionarlo y hablamos largamente. Meses atrás, yo le había

prestado mi celular porque a ella le gustaba la interfaz y las

innumerables opciones que traía. Yo no le vi problema a

quedarme con su celular, así que intercambiamos SIMS. A mí

no me interesaban las opciones wi fi o cualquier otro tipo de

opción multimedia, para este tipo de cosas siempre fui bastante

desapegado; sólo me interesaba hacer o recibir llamadas. Ese

día mientras hablábamos, yo tomé su celular, es decir, mi

celular. Comencé a jugar con esas opciones que jamás me

216
habían interesado; vi entre sus contactos a alguien que ella me

había jurado había dejado de hablarle en el pasado. Me

encolericé y me llené de celos. Le pregunté por qué aún lo tenía

y por qué seguía hablándole. Era un compañero de clase, que

según ella tenía 26 años y sólo por esa simple razón lo vi como

una amenaza para mí. Toda mi desconfianza salió a flote, por

más que ella intentó darme explicaciones yo no quise recibirlas,

sencillamente no le creía y no le creería. No quise escucharla,

recordé como en una película fugaz todas mis malas

experiencias del pasado. Le pedí que se fuera de mi casa, que se

largara, incluso la manoteé y ella se asuntó. Cuando me di

cuenta de ello, ya era demasiado tarde. Quedé en shock y le pedí

perdón. Para ella había sido suficiente. Comenzó a empacar sus

cosas y salió. Le rogué que se quedara pero no quiso. Salí

corriendo tras ella e intenté tomarla de las manos pero me

rechazaba. Mi corazón se partía en dos, más por el daño que le

había causado que por mi propio dolor. “déjeme en paz”, decía

217
mientras seguía caminando. Le pedí que me dejara acompañarla

hasta la estación. “Haga lo que quiera”, me dijo. Intenté tomar

sus manos varias veces pero no me dejaba. Al final logré

caminar con ella casi como un extraño, cabizbajo. Sentía ganas

de llorar pero para evitarle vergüenza evité hacerlo. Seguí

caminando a su lado. Le pedí que me dejara llevar su bolso y me

lo arrebató. Estuvimos en silencio todo el camino hasta la

estación, a mi me pesaba la mirada. Sentí que si la dejaba entrar

a la estación la perdía para siempre.

Caminamos por el puente peatonal hacia la estación del metro;

yo no quería llegar ni que ella se fuera, pero jamás la vi tan

reacia conmigo. Al final sentía que no podía cargar con mi

corazón y al fin ella lo notó. Decidió caminar conmigo hasta la

otra estación para estar más tiempo conmigo. Yo era incapaz de

levantar mi rostro, parecía un niño regañado, estaba

profundamente deprimido por lo que había hecho en el

apartamento. Logré sentirme aliviado cuando al fin ella se dejó

218
tomar de las manos, pero seguimos en silencio. Cuando

llegamos a la otra estación le pedí que me dejara acompañarla

hasta su casa. No quería dejarla ir. Hice lo posible para estar con

ella cada segundo, en mi mente ella se iba a ir lejos de mí, para

mí era inaceptable. Llegamos a la segunda estación y por la hora

el metro estaba repleto. Encontramos la manera de estar juntos y

entre la multitud pude sentirme mucho más agobiado. Fui

incapaz de levantar mi rostro pero me mantuve cerca a ella,

podía sentir su respiración. Pese al gentío esto no me importaba.

De pronto ella perdió la paciencia y comprendí que había estado

observándome todo el tiempo. “Levanta la cabeza” me dijo

obligándome a levantar la mirada desde el mentón. Yo no quise,

estaba realmente deprimido y arrepentido, jamás pensé en llegar

a eso con la persona que yo amaba. Para mí había sido

imperdonable. Ella se compadeció y se acercó más a mí, me

abrazó en medio de la multitud mientras viajábamos hacia su

219
casa, sujetados de los tubos del metro y de pie en medio de uno

de los vagones… logré suspirar de alivio.

Al llegar a la estación del estadio yo no pude salir, no tenía más

dinero. Nos quedamos un rato juntos, cerca a las registradoras.

Al parecer ella ya me había perdonado. Pero yo aún seguía

sintiendo miedo. Me tranquilizó y me dijo que volviera a mi

casa, de igual manera ella ya no podría volver porque era muy

tarde y mañana madrugaría a la Universidad. Asentí con

pesadumbre. Esperé que se fuera y luego retorné hacia los

vagones medio vacíos. En todo el camino cubrí mi rostro con

mis aladares, de alguna manera esto siempre pudo

tranquilizarme, evitando las miradas de las personas en rededor.

A mi regreso al apartamento ya había caído la noche. Caminé

desde la estación de Envigado hasta mi casa en un largo camino

de pensamientos. Cada vez que llegaba encontraba a mi tía

esperándome y seguidamente me ofrecía comida. Acto seguido

220
lo primero que yo hacía era encender el pc para hablar con

Amelia.

En las siguientes semanas hablamos mucho por chat pero nos

vimos poco. Para mí fue inevitable seguir pensando en lo que

había sucedido el día de nuestra discusión. Los celos volvieron.

Era algo en verdad incontrolable y molesto. Esa noche, mientras

yacía sentado en los cómodos cojines de las sillas de la sala de

estar, vi cómo mi cabeza comenzó a calentarse

descontroladamente por pensar las razones por las cuales ella

seguía teniendo a ese contacto en el celular. Mi desconfianza

llegó a tanto que le sugerí terminar con la relación, y luego de

tratarnos mal mutuamente ambos lo aceptamos. En el fondo, yo

no me creí lo de culminar la relación con esa simple discusión,

pero estaba equivocado.

Mi motivación para seguir estudiando se fundía en la

importancia que yo le daba a mi relación con Amelia. Unas

veces asistía y otras no. Pese a que mi desempeño como

221
estudiando era realmente bueno en todas las áreas no fue

suficiente para motivarme a mí mismo. Pasar los días casi

siempre solo sentado o durmiendo sobre los cojines rojos

mientras observaba el polvo acumulándose en mis guitarras

tampoco ayudó mucho. Rafael se comunicó varias veces

conmigo para que nos viéramos en el parque pero me negué con

cualquier excusa. Mi único hábito fue escribir patéticos poemas

de desamor y rabia que publicaba con desespero en mi blog

personal para que ella los viera. Estaba alcanzando mi propio

límite, pero jamás pensé que cómo debía estar ella.

Una temprana noche, con la presencia de mi tía y mi primo en

casa, decidí llamarla. Fui al teléfono público y cuando contestó

oí una frívola voz del otro lado. ¿En verdad habíamos

terminado? ¿Tanto pudo cambiar en tan pocos días? Era lo que

me preguntaba. Cuando hablamos me dijo que estaba con sus

amigos y se notaba la incomodidad que yo le causaba cuando

hablaba conmigo delante de ellos. Su frialdad me llenó de rabia

222
y mi paranoia causó otra discusión en la que ella terminó por

colgarme el teléfono. Recuerdo que insistí varias veces en

llamarla pero jamás contestó. Volví a paso rápido hacia mi casa,

con ese dolor agudo que se había plantado por semanas en mi

pecho. Una mezcla de ira y frustración. Recordé las veces que

yo le colgué el teléfono cuando comenzamos a hablar tiempo

atrás, mientras ella estaba en Medellín y yo en Manizales. Lo

estaba pagando con creces. Sentí que perdía el control, y jamás

logré llamar la atención de mi tía o de mi primo, distraídos con

el televisor en su cuarto. Vi la guitarra acústica que traje sin

permiso desde Manizales reposando sobre uno de los cojines, mi

primer impulso fue agarrarla a golpes hasta hacerla pedazos.

Asustados ellos vinieron a mi encuentro mientras yo yacía

sentado frente al PC, cubriendo mi rostro en lágrimas. En ese

momento, comprendí que ellos llevaban tiempo dándose cuenta

de mi proceso, después de todo vivía con ellos.

223
En los siguientes días cometí tantos errores infantiles seguidos

que hasta hoy no he logrado perdonármelos. La borré de mis

contactos en Facebook y en MSN, para cuando la agregué de

nuevo con intenciones de contactarla ella misma me bloqueó

para que no la molestara. Realmente la había cagado. En mi

desesperación le escribí cartas rogándole que me respondiera,

que nos viéramos. Pero no tuve el valor de llamarla por temor

de oír la frialdad de su voz. En uno de mis arranques de

paranoia la insulté asegurándole que me había dejado por otro.

Seguramente con eso había terminado de hundirme. Pero insistí

cínicamente escribiéndole cartas de tantas maneras que al final

sencillamente me quedé sin armas. Dejé que pasaran los días,

asimismo desistí de mis estudios. Para mí los motivos para

prolongar mis estudios se habían acabado. Mi tía nunca me lo

reprochó. Así que no le vi problema a quedarme tirado como un

vegetal sobre los cojines rojos de la sala.

224
Un día, cuando decidí que ya había pasado tiempo (En realidad

sólo habían transcurrido 15 días desde mi último contacto con

ella), me levanté decididamente para ir a buscarla. Recuerdo que

en varias ocasiones hablé con mi madre por chat contándole

sobre mis problemas, pero al final siempre terminaba por

descargar mi ira contra ella. Con antelación, mi madre sabía que

yo iba en busca de Amelia, con lo cual ella estuvo de acuerdo.

Me bañé y arreglé mi largo cabello, busqué la mejor ropa que

tenía. Vi a mi vanidad reflejada en una silueta demacrada en el

espejo. Por un momento tuve miedo de salir pero al cabo me

decidí y salí a paso rápido. Corrí al teléfono público y marqué el

único número que me había aprendido de memoria en toda mi

vida. Era casi medio día. Sin embargo desistí en llamarla por

temor a que me rechazara y preferí ir a buscarla directamente en

la Universidad. Quizá no fue la mejor decisión. Me puse

ansioso y comencé a sudar. En suma el calor abrazador del

medio día. Intenté tranquilizarme en todo el recorrido del metro

225
y preferí no sentarme. Había poca gente por lo cual logré

sentirme más cómodo. Nunca pensé en lo que le diría ni planeé

nada, sencillamente estaba nerviosamente emocionado por

volverla a ver. Si podía hacerla regresar lo haría sin juegos

platónicos o artimañas. Sólo esperaba en llegar rápido al lugar y

verla. El viaje se me hizo largo y lento.

El lugar al que me dirigía era la Universidad Pontificia

Bolivariana. El metro me dejaba en la estación del estadio por lo

que debía caminar un poco por la calle 70 unas cuantas y largas

cuadras hasta las puertas de la Universidad. Aunque visité el

lugar varias veces en compañía de Amelia el lugar me agradaba.

No era una universidad tan ajetreada, o al menos nunca lo

estuvo las veces que estuve allí.

Cuando llegué crucé la portada sin problemas. El lugar donde

creí encontrarla era la biblioteca, así que caminé en esa

dirección por las calles del parqueadero. Preferí buscarla más

que llamarla. Sin embargo, no la vi por ninguna parte. Ingresé

226
en la biblioteca y caminé por los pasillos y varios lugares

específicos que yo había frecuentado con ella tiempo atrás.

Busqué en los pasillos de Kundera y de Baudelaire creyendo

ingenuamente que la encontraría, autores de mi gusto que

alguna vez le sugería a ella leer. Luego visité los pasillos de

derecho, filosofía y psicología. Recorrí casi todos los pisos y

entre los computadores, entre las sillas súper cómodas de

colores del segundo piso. No la vi. Salí de allí como un extraño,

pero el silencio pudo mantenerme en calma. Me dirigí a la

tarima que había saliendo de la biblioteca y esperé allí sentado a

la sombra por largo rato. Observé los alrededores, desde allí

podía ver la cafetería, el gimnasio y los bloques de psicología.

Posiblemente iba a estar allá así que dirigí mis pasos allí. Había

poca gente, recordé que por esa época los estudiantes salían a

vacaciones. Sentí que se me enfriaba la sangre. “Soy un tonto”

pensé. Recorrí el segundo piso del bloque de psicología, incluso

entré a los baños de ese piso donde alguna vez ella me llevó

227
cuando yo no sabía dónde quedaban. Comencé a abrumarme

subyugarme. Salí del edificio con pesadumbre hacia la cafetería

y tomé el lugar más alejado de las personas. Por fortuna pasé

desapercibido. Me quedé un rato observando los alrededores

desde la cafetería con esperanza de verla en algún lugar.

Algunas veces creí verla y pensé en esas películas donde el

enamorado ve a su amada en todas partes. Me sentí patético y

desolado. Perdí la esperanza y el lugar comenzaba a llenarse.

Quise salir corriendo de ese lugar pero mejor pensé en llamarla

y agotar posibilidades. Busqué un teléfono público con la

mirada y el único que vi estaba precisamente en medio del

gentío. Me puse de mal humor pero igual caminé hacia allí.

Busqué las monedas nerviosamente en mi bolsillo, me sentí

observado y bajé mi mirada. “No estoy de humor” pensé.

Marqué su número de memoria pero sin esperanza. Dejé que el

tiempo hiciera lo suyo y tras varios timbrazos Oí su voz. Sentí

que se me enfriaba el alma. “Hola”, dije casi quebrando mi voz.

228
Ella me reconoció al instante. “Por poco no contesto”, dijo.

“¿Podría verte hoy para aclarar las cosas?” le pregunté

entrecortadamente, temiendo que dijera que no. “Sí”, respondió.

“Estoy en la Universidad, si quieres nos vemos aquí o si quieres

voy hasta tu casa”, le dije. “Mejor allá, en media hora llego”.

Dijo.

De alguna forma logré sentirme tranquilo, al menos la vería.

Regresé hacia la tarima anterior y me senté a la sombra, era el

lugar más alejado de la gente. Su apartamento quedaba a unos

10 minutos a pie, por mi parte hubiese preferido conversar con

ella en ese lugar, pero comprendí que ya no podía ser

bienvenido. Ciertamente sentí un agudo dolor en mi pecho al

pensar en ello.

Esperé por poco más de una hora. Cada minuto fue largo y mi

corazón palpitaba al unísono con el tiempo. Por fortuna traía

conmigo un reproductor mp3 con el que logré distraerme un

poco. No entendía por qué tardaba tanto y comencé a ponerme

229
de mal humor. Observé la calle que surgía desde la portada

esperando verla venir pero nunca la avisté. Al cabo dejé de

preocuparme y me quedé mirando el suelo por largo rato.

Cuando volteé la vi justo atrás de mi, junto con el coreano que

yo había conocido semanas atrás.

La intromisión del coreano despertó en mí unos celos que antes

no creí posible. ¿Por qué venía con ella? Pensé. Me acerqué a

ellos pero el coreano prefirió mantenerse alejado. Quise

saludarlo pero quizá ninguno de los dos tomó verdadera

determinación en hacerlo. No le presté atención y me concentré

en Amelia. Quise saludarla de beso en la mejilla pero me

abstuve por mero respeto. Su seriedad hizo que me contuviera.

“¿Prefieres que hablemos aquí o en la biblioteca?”, pregunté. El

coreano se alejó y no vi hacia dónde. No le di mucha

importancia. “En la biblioteca”. Dijo. Caminamos como dos

desconocidos hacia el lugar. Cada paso eran estacadas en mi

corazón. Deseaba tomarla de las manos, abrazarla y decirle

230
cuánto la había extrañado pero de pronto noté una barrera entre

ambos que me hizo sentir desamparado.

Al ingresar ella dejó su bolso con el portero. Yo también dejé

mi mochila, en la que traía mi reproductor y un libro de poemas

que pensaba obsequiarle a ella en su momento.

Subimos al segundo piso buscando las poltronas más solitarias

del lugar. “Tengo dos horas” Me dijo ella. “Okay”, dije con

desánimo. Me decidí por sugerir el primer lugar que vi. Sin

mucha privacidad pero al menos desocupado de gente.

Ella se sentó cruzada de manos y alejada de mí, su rostro

impasible y su mirada siempre evitando mis ojos.

Mientras yo buscaba sus ojos con ahínco ella seguía mirando al

vacío, el vacío mismo que sentía yo por tanta ausencia suya.

Hablamos por unos treinta minutos en los que le pregunté casi

lo mismo tantas veces como pude. “¿Por qué no vuelves? ¿Por

qué te fuiste? ¿Por qué no seguir?”. Las respuestas para todas

fueron más o menos lo mismo “No se pudo, ya nos dimos la

231
oportunidad”. Bastante sensata, por cierto. Sin embargo, yo no

comprendía tanta frialdad. Supongo que quería dejarme las

cosas en claro. Comencé a desesperarme y le repetí que la

amaba cuantas veces pude pero ella no se lo creyó. Estaba

dolida por mis tonterías y sentí que jamás me perdonaría. Me

dijo que se lo decía sólo por temor. Me quedé sin palabras y con

ello me tragué mis “te amos”. Me le acerqué y le pregunté si

podía besarla. “No” dijo rotundamente. “¿Puedo tomarte de las

manos?”, le pregunté con pesadumbre, “Haga lo que quiera”,

respondió. Sin dudarlo tomé una de sus manos con mis dos

manos y comencé acariciarla.

Por fin podía tocarla de nuevo, mi cuerpo se desvanecía, me

dejé llevar y comencé a besarle tiernamente los dedos y la

palma de la mano. Percibí su olor y se me salieron varias

lágrimas… de repente me alejó y yo sentí que me habían

arrebatado la vida.

232
La miré con tristeza y ella seguía tan impasible, tan serena.

¿Tanto daño le había hecho con mis cartas? Le pedí perdón pero

se quedaba en silencio… me acerqué de nuevo, esta vez a su

oído, y le pregunté si podía besarle la frente. Suspiró diciendo

que hiciera lo que quisiera. Me alejé y la miré, ella seguía allí

sin pestañear. ¿Cómo podía estar así? Comencé a ponerme

paranoico pensando en que alguien debió decirle algo malo de

mí para que se comportara así, mi desesperación se acrecentaba

con cada segundo y yo contaba los minutos temiendo que mi

tiempo se acabara. “¿Por qué no me miras a los ojos?” pregunté

casi en una súplica. Ella volteó lentamente y finalmente posó

sus ojos inamovibles en los míos. Sentí un escalofrío. ¿Qué

había hecho?, me preguntaba. “¿Qué te hice?” le pregunté.

¿Cómo pude lastimar tanto a la persona que amaba tanto? Me

preguntaba yo como incrédulo. Retornando el permiso que ella

misma me había concedido antes besé su frente casi en un

impulso. Ella ni se inmutó. Luego besé sus mejillas, y si hubiera

233
sido posible dibujar el amor que sentía por ella en su rostro con

mis labios temblorosos lo hubiera hecho. Al final ella terminó

por alejarme nuevamente y esta vez quedé mirando el suelo casi

como desarmado. “Ella piensa que sólo intento reconquistarla

con lo que hago” pensé. Pero en realidad yo no sabía nada de lo

que pasaba por su mente. Me confundí tanto que me costaba

tenerla tan cerca sin poder hacer nada.

De repente oí su celular. Ella atendió, se levantó y buscó un

lugar alejado de mí. Cada uno de sus actos me hizo sentir un

desgraciado. Desde la forma en cómo le hablaba a la persona en

cuestión por celular hasta la manera en como caminaba por los

pasillo, tan despreocupadamente mientras yo la observaba. “Me

tengo que ir”. Dijo –Me están esperando. Yo asentí sin querer.

La seguí lo más cerca que pude hasta las escaleras del segundo

piso y descendimos lentamente. Cuando recogimos sus cosas y

las mías vi la oportunidad para obsequiarle el libro que traía

conmigo. Era una antología poética donde me habían publicado

234
recientemente. Sin evitar mi tristeza logré indicarle la hoja que

yo mismo había separado para ella, donde había una nota escrita

en la parte final del poema. Ella lo abrió y no entendí si lo hizo

con indiferencia o con ofuscación. Se percató de la nota pero no

la leyó. Fue la última vez que la vi. Al final del poema le había

escrito con mi letra minúscula y desigual los siguientes versos:

Fuimos entelequia, hasta volvernos ideal

y el amor que alguna vez nos profesamos

Fuimos mejor que el bien y que el mal

sin embargo, terminamos separados...

Esa tarde caminé pendiendo de un hilo de poco sentido, e

incluso pensé en suicidarme. Aunque mis pensamientos suicidas

eran frecuentes incluso mucho antes de conocer a alguno de mis

desamores, incluyendo a Amelia, jamás cometí algo contra mí.

Quizá era más que suficiente el hecho de pensarlo día y noche

235
desde mis 14 años. De alguna manera había logrado sobrevivir a

tanta desidia. A mis 26 años me sigue costando no pensar en

ello. La manera en que logré amortiguar tanta tristeza fue

gracias a la escritura, pues siempre fue fácil acudir a este tipo de

expresión cuando me sentía deprimido. De manera racional no

es normal, a pesar de que jamás me sometí a ningún tipo de

psicoanálisis o de medicamento para manejarlo, fue irónico

toparme en este punto con una estudiante de psicología.

236
Una semana antes de reunirme con Amelia, Rafael me contactó

para decirme que iban a hacer el lanzamiento del segundo libro

aquí en Envigado. Esto me tomó por sorpresa; Como yo era uno

de los participantes me preguntó si iba a ir, le dije que por

supuesto iría.

La noche del lanzamiento llegaron varios amigos desde Manizales,

también poetas que participaban en la Antología, y varios otros

poetas desde Bogotá, Bucaramanga, Cali y Armenia.

Esta vez intenté ocultar mi aflicción por la gente acumulada, sobre

todo porque la mayoría eran desconocidos, de todas maneras

eran pocos por decencia debía al menos hacer presencia. Yo

estaba bastante agradecido con Rafael y con David, el poeta y

237
escritor de Manizales, quienes me ayudaron a integrarme en el

grupo de poetas.

Fue una velada tranquila donde cada uno de los poetas salía a leer

sobre una tarima los poemas de su autoría. Finalmente me tocó a

mí, leí uno de mis poemas más cortos, algo que había escrito a

mis 16 años y que pensé sería bueno seleccionarlo por la

ingenuidad que el texto remarcaba en su propia esencia. Para mí

era un poema sin pretensiones poéticas. Después de explicar

estos torpemente sobre la tarima, tras varias sonrisas y aplausos

me liberé de aquella responsabilidad.

Al final de la velada David nos pidió firmar su copia del libro con

dedicación incluida. Tardé un tiempo en escribir algo; Al cabo

yo regresé a mi casa despidiéndome cordialmente. Llevé

conmigo dos libros obsequiados por David, uno de ellos se lo di

a Amelia el día que rompió conmigo.

238
239
8 de julio de 2013. Polvos y guitarra.

Desde mi regreso a Manizales mi vida no era muy diferente a lo

que fue 1 año antes de viajar a Envigado. Han transcurrido casi

dos años desde que abandoné Envigado y con ello mis estudios

y mi tan planeado futuro.

Los primeros meses en Manizales anduve errabundo de aquí

para allá, con el corazón roto, apenas logrando ver más allá de

mi propia nariz. Lo malo de estar deprimido es que se cierne

una sombra de incredulidad por todo cuanto nos rodea. Una

240
especie de zombi moderno pero no muy diferente de la masa de

gente que pese a sus motivos por vivir entretenidos en este

mundo con sus vidas al cabo eran todos iguales. Unos con más

motivos que otros, pero al cabo motivos temporales.

Mis distracciones eran pocas al igual que la cantidad de amigos

que hacía años no veía. Volví a mi vieja rutina de ir y venir a

casa de mis abuelos y de casa de mis abuelos a la casa actual

donde vive mi madre. Recuperé mi antiguo cuarto, el mismo

que dejé cuando me fui en busca del amor, el mismo lugar que

tanto me recordara a Amelia por la intimidad que compartimos

las veces que ella vino. Estos fueron los recuerdos más difíciles

de soportar. Las paredes, el piso o casi cualquier cosa me la

recordaban.

Al principio no lograba quedarme mucho tiempo enclaustrado

en este lugar, y salir caminando hasta la casa campestre de mi

abuelo era una buena ruta de escape. Incluso pasaba días en el

cuarto de mi padre, donde había una segunda cama para

241
huéspedes. Mi mejor compañía cuando él no estaba fue mi PC y

un videojuego online que comencé a jugar por los siguientes dos

meses día y noche. Jugar sólo me mantenía distraído de mis

propias depresiones, o al menos eso pensaba yo, era como hervir

entre recuerdos; pero estos iba y venían inevitablemente.

En una ocasión, abatido por mis pensamientos, le pedí prestado

el celular a mi abuelo para llamar a los padres de Amelia. Rara

vez lo hice en el pasado sin compromiso o sin necesidad. Esta

vez lo hice por pura nostalgia. Subí a la terraza buscando

privacidad, en medio de la temprana noche. Primero marqué el

número de la madre mirando un pedazo de hoja donde también

tenía el número del padre. Nuestra conversación fue amena,

para mi sorpresa. Después de varios minutos dando vueltas

finalmente le pregunté por Amelia, comenzó a contarme que

estaba estudiando mucho y que la Universidad le quitaba

bastante tiempo. Finalmente terminé por desconfiar un poco de

su amabilidad cuando comenzó a decirme que había subido

242
mucho de peso por comer tantas golosinas. Sentí como si

quisiera alejarme con tal tontería y hasta logré sentirme

ofendido, pero mantuve la calma. Temiendo demorarme más me

despedí y le rogué que evitara contarle sobre mi llamada a

Amelia; justo antes de colgar me dijo que estaba pensando en

venir a Manizales para conocer y me preguntó si le podría servir

de guía. Esto me sorprendió aún más, no sé si lo hacía por

cordialidad o para llamar mi atención. Al terminar la llamada

quedé en silencio observando las siluetas oscuras de las

montañas que rodeaban esa parte de la ciudad. De alguna

manera supe estar tranquilo, incluso por varios días, por esa

razón preferí aplazar la llamada al padre, a quién más temía yo.

Dos semanas después tomé valor e hice lo mismo para llamar al

padre. Subí a la terraza nuevamente, esta vez mi abuelo notó

algo raro cuando me entregó su celular, yo rara vez le pedía

favores, no obstante su seriedad le impidió preguntarme al

respecto.

243
Una vez en solitario, marqué el número con nerviosismo. Saludé

cordialmente y esperé que me reconociera. Se notó su sorpresa

cuando lo hizo, me saludó por mi nombre y me preguntó cómo

estaba y dónde estaba. Para evitar alargar la conversación le dije

que había vuelto a Manizales hacía varios meses (Le dije esto

más para tranquilizarlo que por la necesidad de decírselo), que

lo llamaba para pedirle perdón, y para hacerle saber lo

importante que Amelia había sido para mí. Mientras lo hacía no

pude evitar que mi voz se quebrara. “Por supuesto, yo lo

perdono”, me dijo con tono seguro y hasta alegre. Esto bien

pudo tranquilizarme. En sus palabras manifestó que Amelia

había estado profundamente enamorada de mí, y que yo había

sido su primer amor. ¿En serio fue así? Pensé, deseando que así

fuera. En ese momento pude dudarlo, algunas veces pensé más

bien que ella había sido mi primer amor y yo no tanto el de ella.

La conversación duró 10 minutos, el tiempo pasó demasiado

rápido. Por razones que hoy desconozco también me contó que

244
su otra hija, Magali, tenía novio, y que esta vez él no había

tenido problemas con ello puesto que Magali se lo había dicho

con anticipación. Francamente no vi la diferencia entre aquello

que le daba tranquilidad ahora, cuando conmigo jamás la tuvo.

Yo sonreí, teniendo en cuenta que Amelia alguna vez me

confesó el secreto de su hermana, que era lesbiana. Pese a todo

no sé cuál de dos estaría engañado en este punto, si él o yo. Por

obvias razones le sigo creyendo a Amelia; En cuanto al padre,

como padre es obvio que prefiere creerle a su hija Magali. Al

cabo me despedí con abatimiento y no sé por qué razón me dijo

que “no me perdiera”, fueron sus palabras textuales. La llamada

sólo me entristeció, seguía viendo la desconfianza que el señor

me tenía, sentía que era injusto.

A pesar del odio que alguna vez sentí por la hermana de Amelia,

nunca pensé en contarle respecto su condición sexual a su padre.

Imaginé que nunca me creería tal cosa, tanto por ser quién soy,

245
como por su propia negación. Más allá de eso, la condición de

Magali me tenía sin cuidado, era su vida.

Si bien, mi padre sabía de mi situación, jamás hablamos de ello.

Él no era una persona con la que se pudiera hablar de cosas

personales, pero su manera de hacerme sentir bien era mejor que

cualquier conversación inútil sobre la vida. Aunque a veces no

estaba, la mayor parte del tiempo trabajaba afuera en el gran

patio del jardín con las plantas o los árboles, o practicando

mantenimiento general a la enorme casa, de vez en cuando

entraba al cuarto a ofrecerme comida, a traerme jugo o a

invitarme a salir al jardín. Siempre cuidó de mí. Por otro lado, él

le daba tranquilidad a mi abuelo, que encerrado en su estudio se

dedicaba a lo suyo escribiendo todo el día sus memorias;

asimismo mi abuela se la pasaba en su cuarto trabajando con

pinturas o tejiendo.

En ese lugar logré tener la tranquilidad que venía buscando hace

tiempo y me dejé distraer por un tiempo hasta que mi padre

246
comenzó a beber de nuevo. Sin embargo, no se lo reproché, él

se había esforzado por mantenerse sobrio el tiempo que estuve

allí, y comprendí que era yo quien estaba invadiendo su espacio.

Decidí, pues, volver a casa de mi madre por cortos periodos de

tiempo y luego retornaba a casa de mi padre, de aquí para allá, a

pie por la Panamericana, de día o de noche, cargando con un

morral donde cargaba principalmente mi portátil, mi cepillo de

dientes y alguna camisa para cambiarme.

Cada vez fue detestable volver a la soledad de mi cuarto, y

percibir el olor remarcado acumulado por días de encierro. Pero

era mi hogar, y al menos esa vez tuve adónde llegar.

Intenté restarle importancia y al final fue demasiado fácil

volver a enclaustrarse por días, jugando con mi PC hasta caer

rendido de cansancio. Como el insomnio era recurrente mi

manera de contrarrestarlo era mantenerme varios días despierto

hasta una hora en la que pudiera dormir bien y despertarme

temprano. Dados mis esfuerzos, al siguiente día despertaba

247
cansado y con desánimo. En la noche sencillamente no

encontraba el sueño. Masturbarse tampoco servía, me quedaba

despierto como si el tiempo fuera insignificante.

Una noche, después de pasar tiempo evadiendo la idea, pensé en

buscar las fotos y vídeos que tenía guardados en mi ordenador.

Luego no pude impedir ver los vídeos que ella y yo habíamos

grabado mientras hacíamos el amor. Fue devastador, realmente

muy mala idea. Me deprimí tanto que pensé en llamarle o

escribirle, pero me abstuve. Los vídeos eran frívolos puesto que

cuando los grabamos lo hicimos por curiosidad, era como ver

porno pero con tu novia y tú mismo de estrellas principales.

Llegué a pensar lo vacío que había sido grabar algo así por no

haber captado un verdadero acto de amor en las innumerables

oportunidades que lo hicimos, pero como solemos caer entre

idealizaciones quizá el único que hubiese notado la diferencia

habría sido yo. Sin embargo, en los días siguientes mi propia

curiosidad seguía traicionándome, también mi soledad.

248
Comencé a ver los vídeos seguidamente y a masturbarme

mientras los veía. Una autodestrucción placentera; Una mezcla

de dolor y placer que por esos meses me hundió tanto como

podía hundirme. Mis pensamientos suicidas se hacían cada vez

más latentes peor por alguna razón siempre me mantuve a raya.

Al comprender mi propio patetismo mi dolor se convirtió en

orgullo. Decidí buscar a una ex con la que había terminado

hacía poco más de 3 años, la misma con la que había roto justo

después de comenzar a jugar Wow con mis amigos. (Con ella

tampoco terminaron bien las cosas, nuestra relación sólo duró 4

meses) En ese tiempo yo no tenía Facebook o ninguna otra red

social a la cual acudir para encontrarla, pero busqué su correo

entre la bandeja de entrada de mi correo electrónico y le escribí

para vernos. Un par de días después recibí su respuesta y para

mí fue fácil encontrarla porque desde que la conocí vivía sola en

una casa no muy grande en el centro de la ciudad. Mi excusa

para verla fue bastante sencilla. Había llegado hacía poco de

249
Medellín y quería verla para saludarla. En realidad lo único que

yo quería era sexo. Para mí fue obvio, no sé qué tanto para ella.

Sin embargo, antes de reunirnos tuvimos varias conversaciones

en las que le hice saber que la deseaba y que quería hacerle el

amor de maneras que nunca lo hicimos cuando estuvimos

juntos. Ella aceptó eligiendo su casa y la hora.

Llegué a eso de las 11 pm. El taxi me dejó cerca al viejo

Terminal de Manizales, comencé a caminar por la calle

buscando la casa y a hacer memoria. Todas las casas eran

iguales. “Mierda”, pensé. Justo cuando pensé que no recordaría

la entrada reconocí las rejas del antejardín. Ingresé hasta la

puerta y golpeé suavemente. Poco después la vi tras la puerta

medio abierta, sus ojos grandes y sus labios gruesos. Una

muñeca, pensé. “Hola”, nos dijimos, al tiempo que besábamos

nuestras mejillas cordialmente. Percibí su perfume familiar y

con ello varios recuerdos enterrados resurgieron, pero fueron

soportables. No dejé llevarme por sentimentalismos y logré

250
mantenerme sereno. Sólo quería sexo, no obstante en ese punto

no sabía si realmente iba a obtenerlo.

Me invitó a entrar. Esperé a que cerrara la puerta, fuimos hasta

su cuarto y nos sentamos sobre su cama grande. Dejé llevar mi

imaginación por un breve momento hasta que ella comenzó a

preguntarme sobre mi vida.

- ¿Cuándo regresaste? –preguntó tomándome de las

manos.

- Hace un par de meses, le dije.

- ¿Estás de vacaciones?

- Sí. –mentí.

- ¿Cómo va tu carrera… estás estudiando Derecho, no?

- Sí, todo va bien. –Volví a mentir.

Cuando regresé a Manizales dejé mi colegio faltándome apenas

un mes para culminar por fin mi bachillerato. Mi plan siempre

había sido terminar y estudiar Derecho o alguna otra carrera

donde pudiera aplicar el lenguaje. Nunca estuve seguro cuál

251
camino escoger. Lo hacía más por presión social que por

decisión propia. La razón por la que ella sabía de esto era

porque en una ocasión, cuando acaba de llegar a Envigado, ella

me contactó y tuvimos una conversación trivial sobre nuestras

vidas.

Era casi media noche, y comencé a ponerme ansioso. Por un

momento imaginé que no debía estar allí, pero desvié mis

pensamientos y me obligué a estar ahí, en el momento. El

televisor yacía prendido y apenas le prestábamos atención.

Como siempre, ella esperaba que yo hiciera el primer

movimiento; Esto me molestaba. Hasta entonces no había

estado en ninguna relación en la que la mujer tomara la

determinación de besarme o tocarme. Evité que me viera

ansioso y le dije que nos recostáramos sobre su cama. “Dale,

espera” –dijo mientras se levantaba a apagar la luz. Acto

seguido se acostó a mi lado, tan cerca que escuchábamos

nuestros corazones. Pero esta vez fue muy diferente, ambos

252
yacíamos completamente tranquilos, ninguno de los dos quería

comenzar a hacer algo que nos llevara al acto sexual, o quizá no

iba a suceder. Esto me hizo sentir frustrado y el televisor servía

de distractor. Así que actué. Comencé a acariciarla. Las manos,

su abdomen. Como no estábamos desnudos se convirtió en una

especie de juego inocente. Comencé a tocarla bajo su blusa,

sentí su suave piel y comencé a excitarme. Ella suspiraba; me

levanté sobre ella, abrí sus piernas y comencé a besarla. Me

encantaban sus labios, eran carnosos y suaves, me encantaba

morderlos. Le quité la blusa y ella a desabrocharme el pantalón.

Bajé mis pantalones sólo hasta mis rodillas, hice igual con su

licra negra. Mordí y besé sus piernas haciendo un camino con

mi lengua, la besé cerca a la vulva pero no quise hacerle sexo

oral. Mi desconfianza fue suficiente motivo para no hacerlo. La

penetré con mis dedos y recordé su olor. Lo hice más para

cerciorarme que por curiosidad. Bajé mi bóxer hasta los tobillos,

atrancados con mi pantalón. Me posé sobre ella pero no la

253
penetré. Seguí besándola, lamiendo sus orejas y mordiéndola.

Seguí penetrándola con mis dedos y tocando su clítoris.

“¿Quieres que te penetre?” Le dije, más que como una pregunta.

“Sí”, me dijo. Me levanté sobre mis rodillas mientras ella yacía

acostada con las piernas abiertas. Busqué los condones en el

bolsillo derecho del pantalón, entre las llaves de mi casa y

algunos billetes. Me costó sacarlos. Mi erección se iba.

“Tócame” le dije. Ella sonrió y comenzó a masturbarme. Yo

sonreía mientras destapaba el condón con ambas manos. Fue

cómico, ella tampoco me hizo oral, evité sugerírselo, sino quería

no se lo iba a pedir, en el fondo quería que me lo hiciera. Me

puse el condón y comencé a jugar con mi pene alrededor de su

vulva, al tiempo que la besaba. Comencé a penetrarla

lentamente. Yo sólo quería sexo, comencé a entrar, “Despacio”

decía, no le hice caso; Sólo quería penetrarla. Comencé a

penetrarla con fuerza hasta que sentí su calor interno. Me

apretaba tanto que comencé a sentirme incómodo y al final sólo

254
la penetré tan fuerte y tantas veces como pude antes de

venirme. Fue un polvo rápido y sin remordimientos. Me quedé

un rato allí y ella me abrazaba. Era incómodo, quería quitarme

el condón y limpiarme. Me levanté de la cama y fui al baño

arrastrando mis pantalones. Ella intentó detenerme la atajé

diciéndole que regresaba en un momento. En el baño limpié mi

pene con papel higiénico y tiré el condón en la tasa. Me vestí y

salí hacia el cuarto. Allí me acurruqué con ella un rato sin hablar

mucho. Al cabo le pregunté si quería hacerlo de nuevo pero me

dijo que no. Me puse de mal humor. “¿Por qué”? pregunté con

rabia, y su respuesta terminó de molestarme más “Porque no”.

Ella no estaba de mal humor, sólo yo. Sin embargo, seguí

insistiendo pero desistí en cuanto rechazó mis besos. Pensé en

irme pero me contuve. Decidí cerrar mis ojos por un rato largo

en el que mi mente estuvo en blanco. Fue extraño nunca pensar

en Amelia mientras estuve allí, pero no lo supe sino mucho

255
después cuando entendí que estaba allí únicamente por mí

conveniencia.

A eso de las 3 am, después de mucho silencio, alguien tocó a la

puerta. Yo me sorprendí, ella al parecer no tanto. Se asomó por

la ventana y me dijo que era un amigo suyo. “¿A esta hora?” le

objeté. No dijo nada, yo evité que me viera. La luz amarilla

proveniente de los postes de luz de la calle penetraba desde

afuera. Según ella él estaba borracho. “Bah”, murmuré

incrédulo. “¿Le vas a abrir?” musité. Ella abrió sus ojos y dijo

que no. Al cabo el tipo se fue.

- Usted no cambia –le dije sonriendo irónicamente

- Sólo es un amigo -dijo.

- Sí, por supuesto. Igual que yo. –Sonreí nuevamente.

Esto la ofendió. Pero no me importó. Encontré el motivo

perfecto para irme. Pese a no tener nada con ella, una de las

razones por las que no seguíamos juntos fue precisamente

porque para ella no tenía nada de malo dormir con los amigos.

256
Quizá en ese momento no debí sentirme ofendido, después de

todo no era mi novia ni nada parecido, pero recordé el daño que

me había hecho y preferí salir de su casa.

Hacía frío y el lugar no era muy seguro a esa hora. Cubrí mi

cabeza con la capucha del buso que llevaba puesto y busqué un

taxi en la esquina; por fortuna no pasó mucho tiempo antes de

subirme a uno.

En todo el camino lo único que pensé fue en que había sido una

lástima no poder haber seguido teniendo sexo, al menos un par

de veces más, y en que mi desconfianza por las mujeres

seguiría creciendo con este tipo de experiencias. Lentamente me

iba convirtiendo en eso que siempre renegué de las personas.

Alguien egoísta.

En los siguientes días, mi búsqueda de placer se enfocó en casi

todas las mujeres que podrían darme una oportunidad.

Obviamente actué bajo un dolor enmascarado. No fue difícil

encontrar a alguien con quien tener sexo cuando recordé a una

257
vieja amiga a la que yo le gustaba y que varios años atrás se me

había confesado. Ella no me gustaba, pero si esta vez me daba

la oportunidad estaba bien para mí. Por primera vez actuaba

pensando en mí y en las oportunidades que por caballeroso o

por “no hacerle a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”

perdí.

De nuevo, usé el medio más fácil para contactarla. El correo

electrónico. Esta vez fue más fácil, puesto que ella vivía en mi

barrio. Las dos veces que nos reunimos no fueron realmente lo

que tenía en mente. Mi afán por penetrarla sólo nos dejó

insatisfechos, y mi falta de afecto y de gusto por ella tampoco

ayudó mucho. Sentí que debía esforzarme demasiado por

excitarme por mi desconfianza latente sobre ella. Pero su fama

la precedía, era la amiga de todos en el barrio y yo lo sabía,

aunque ella me juraba que sentía algo especial por mí, jamás le

creí algo como eso. En una ocasión mientras la penetraba con el

condón, sentí que me tallaba y preferí parar. Me quité el condón

258
y al final ella terminó haciendo oral y masturbándome. Por la

forma en que me hizo sexo oral se notaba la manera en como

ella me deseaba, pero para mí sólo fue algo doloroso, por lo que

tuve que detenerla.

Ella solía visitar mucho a mi amigo OdinEvo, quien vivía a unas

cuantas cuadras de mi casa. También a él lo estuvo persiguiendo

por bastante tiempo, aunque según ellos nunca tuvieron nada.

Jamás les creí tal cosa, pero me importaba poco si habían

tenido algo o no. Una noche, mientras chateaba con OdinEvo,

este me dijo que nuestra amiga estaba allí y que me mandaba

saludos.

- Dígale que suba pero ella sabe a qué. –le escribí a él por

chat.

- ¿En serio? –respondió él como incrédulo, seguido de un

“hahahahah” en el chat.

- Sí –le dije.

- Que le ponga cuidado, ahí va subiendo. –dijo OdinEvo.

259
Yo estaba seguro de que a él no le molestaría tal cosa. En cosas

como esa él era diez veces peor que yo. Salí de mi cuarto en

dirección a la puerta principal y justo cuando la abrí la vi a ella

llegando. La invité a entrar en silencio y nos encerramos en mi

cuarto.

Esta vez no perdí tiempo y comencé a besarla, ella parecía

sorprendida pero me siguió. Su sorpresa fue quizá porque en el

fondo ella sabía que yo nunca actuaría de esa forma con

mujeres, incluso yo mismo pude extrañarme de mi

comportamiento machista pero no me importó. Sin embargo,

por alguna razón no me excitaba lo suficiente. Comencé a

frustrarme. “¿Qué pasó?” me preguntó. “Nada”, respondí

bruscamente. Acto seguido bajé mis pantalones y le mostré mi

pene. Ella se sorprendió aún más “Ay Lukas…” suspiró

tapándose la boca. “Hágame oral” le dije. “Parce… ¿Usted por

qué es así?”. Perdí la paciencia. Así que tomé su mano y la posé

sobre mi pene, ella comenzó a tocarlo y yo a excitarme. Minutos

260
después se arrepintió, casi como si le hubiera picado la chispa

de dignidad en su alma. Para mi ella era una perra y la trataba

como tal. “No parce, hágamelo bien o sino ni mierda”, me dijo.

“Está bien, entonces ni mierda, váyase”. –le dije. Abroché mis

pantalones y me levanté de la cama. Abrí la puerta y le señalé la

puerta. “Parce, usted tiene esa mente llena de mierda”. Acto

seguido salió azotando la puerta principal.

Mi relación con ella había sido desde siempre de profundo

rechazo hacia ella. Dadas sus confesiones, desde sus 15 años

venía diciéndome que yo le gustaba y que para ella era el

hombre perfecto. En ese entonces yo tenía unos 19 años y supe

dejarlo pasar por alto.

Esa noche fue la última vez que la vi en largo tiempo. Un mes

después nos encontramos cruzando por la calle. Iba con su

novio, nos saludamos de paso con total normalidad y cada uno

siguió por su camino.

261
Fue en aquella época en que decidí replantear mi vida.

Extrañaba escribir, leer y cada día me arrepentía de haber

abandonado mi guitarra. Mis conocimientos fueron muy básicos

pero me tenía confianza aprendiendo por mi cuenta y lo hacía

bastante rápido.

Las veces que quise retornar a escribir para finalizar esta

historia me fue imposible hacerlo. Actualmente, como le hice

saber recientemente a un amigo de confianza y de letras, escribir

esto era como jugar con una herida, por su parte él piensa que al

contrario es una autoayuda. En ese tiempo preferí dejar la idea

a un lado y me limité a escribir poemas o notas sin importancia

en mi olvidado blog personal. Decidí enfocar mi energía en otra

cosa: La música. Después de todo ya había dedicado más de

diez años a la literatura. Era tiempo de concentrar mis

aspiraciones hacia la música.

Como no tenía guitarras acústicas por mi pasada y

descontrolada ira, comencé a tocar con mi guitarra eléctrica. Sin

262
embargo, para un aprendiz como yo tocar sobre guitarra

eléctrica era bastante incómodo. Acudí a mi abuelo, el padre de

mi padre. En su juventud quiso ser músico pero, según me

enteré por él recientemente, sus intenciones se vieron frustradas

por no tener oído y voz. Aunque conocimientos poesía jamás

pudo completar alguna composición, excepto la letra del himno

del colegio donde enseñó por tantos años, con ayuda de su

compañero el Docente de música Juan Manuel, quién también

me enseñara a mí sobre historia de la música mucho tiempo

atrás.

Pedirle prestada la guitarra a mi abuelo fue un proceso que vale

la pena mencionar. Primero debía mentalizarme por largos

minutos para pedírsela, pensar la forma y las palabras exactas, y

sobre todo, convencerlo de que no le iba a pasar nada. Mi

abuelo era bastante quisquilloso con su guitarra, todas las veces

que se la pedí prestada me contaba la historia del músico

descuidado al que se la prestó y se la devolvió rayada. En su

263
restauración terminaron de arruinarla. Era una guitarra clásica

española, vieja, avaluada, según él, en varios millones de pesos.

Pese a las presiones de tener este instrumento en mis manos, al

contrario, me sentí bastante cómodo cultivando mis cayos en

mis dedos por un par de meses. Sin embargo, para evitar que mi

abuelo se molestara por pedirle su tan preciada guitarra, preferí

acudir a mi madre para que me comprara y evitarle dolores de

cabeza a mi abuelo. En realidad temí convertirme en la siguiente

persona en la lista que arruinaría su guitarra. Tuve que esperar

un largo mes con la promesa de mi querida madre, quien nunca

me fallara con sus promesas. Fue inevitable desmotivarme

nuevamente, mis cayos desaparecían y con ello el trabajo que

había logrado. Sabía que la constancia con un instrumento era

clave para el proceso. Al cabo, ella misma me dio el dinero

para ir a comprarla. En mucho tiempo no me había sentido tan

feliz como entonces, incluso abandoné el video juego que había

264
comenzado a jugar meses atrás, tocando diariamente de 4 a 6

horas.

Mi motivación era tal, que apenas con conocimientos logré

componer mi primera canción, “La ausencia”. Fue un logro

significativo en lo personal, con mis pocos meses de práctica

logré sentirme orgulloso. Tuve la facilidad de escribirla,

aunque los acordes los acoplé sólo con la noción de mi oído, fue

básica y fácil. La canción era melancólica y hablaba de mis

experiencias con Amelia, por obvias razones, este fue mi punto

para explotar aquella expresión. Fue la primera de 6 canciones,

hasta la fecha, de las cuales dos iban dedicadas a ella.

Con el tiempo, comprendí que la práctica mejoraba muchísimo

tanto en el canto como en tocar. Las canciones iban a sonar cada

vez mejor pero mi timidez me obligaba a tocar sólo cuando

dejaban la casa sola o cuando encontraba un lugar privado para

hacerlo. Por esta razón mi proceso hacia la perfección se ha

hecho lento y a veces frustrante. Pese a todo, en los pocos

265
momentos que tuve para mí mismo grabé varias canciones y

vídeos que no dudé en mostrar.

Gracias a esto tuve la oportunidad de tocar de nuevo con mi

vieja banda en Manizales, y con canciones que yo mismo había

compuesto. Mi propuesta fue novedosa y en un principio

estuvimos trabajando constantemente hasta que grabamos un

demo de una de las canciones. Después de eso por razones de

tiempo y responsabilidades nos reuníamos poco y yo comencé a

desmotivarme. Por mi parte, tenía todo el tiempo del mundo; Mi

tiempo lo dedicaba enteramente a tocar o a componer, pero

ellos debían dedicarle tiempo a sus universidades; Si bien,

algunos se consideraban afortunados por asistir a la universidad,

yo me consideraba afortunado por no asistir.

El respeto que ciertamente les tuve como músicos se fue

difuminando, no por las circunstancias sino porque años atrás,

cuando tuve la oportunidad de ser su vocalista, mis

conocimientos eran realmente pocos. Descubrí que lo único que

266
había hecho era subestimarme a mí mismo y dejar que ellos me

subestimaran. Esta vez logré aportar y de cierta forma me sentí

conforme con eso, siguiera o no el proyecto.

Pensar en ingresar a la academia para estudiar música o

literatura fue una posición a la que siempre me negué, pues la

presión de la gente que me rodeara siempre incurría sobre ello

por mi interés en estas dos áreas. Yo solía llamar a eso la eterna

lucha inacabable entre el empirismo y la academia. En la

academia se aprenden datos realmente útiles sobre cómo

ejecutar ciertas herramientas, y que en general sirven para

funcionar en la sociedad sobre la que nos hayan educado, en

suma la invaluable experiencia de los maestros; pero más allá de

eso, lo que hace la academia es disciplinar al individuo bajo una

responsabilidad para que este ejecute bien ese proceso. Y en

última instancia ganar la certificación para ser alguien. Es un

buen negocio, no hay duda en ello, sobre todo en una sociedad

capitalista. Por mi parte, siempre he pensado que no necesito de

267
una institución que me discipline para aprender yo mismo sobre

lo que quiero aprender. Esa es la diferencia entre los empíricos

y los académicos: la autodisciplina. Esto me recuerda algo que

dijo un viejo amigo que por estos días llegó desde Bogotá “Si

usted cree estar por encima de la academia, debería también

estar en capacidad de demostrarlo, puesto que no la necesita”.

Se refería a la autodisciplina, no sólo a los conocimientos

adquiridos con los que pudiera vanagloriarme.

Mi dedicación hacia la música se vio frustrada por la falta de

constancia de las personas con las que participaba en el

proyecto. Sin embargo, no le vi problema a seguir solo, pese a

que la idea de tener una banda le daba más peso al asunto, ir

como solista lo consideré un riesgo que de igual forma debía

tomar. Aparte de eso, al parecer era el único que se tomaba el

asunto lo suficientemente en serio como para no dejar que las

responsabilidades de la vida afectaran ello. Sufría del mismo

problema con mis proyectos que con las mujeres. Me entregada

268
de lleno al amor que le invertía a las cosas sin importar lo que

sucediera más allá, y pensaba poco en el futuro. Recuerdo que

con mi primer libro demoré cuatro años en culminarlo y cuando

lo terminé fue casi tan comparable como la ruptura entre Amelia

y yo. (Vamos, de alguna forma debía relacionarlo). Pero

¿Cuáles responsabilidades? Si al fin y al cabo yo era un vago

que no le servía a la sociedad y que hacía lo que le daba la gana.

La vida sabe ponerlo a uno en el camino, de una u otra forma.

Comencé a reunirme con un viejo amigo que conocí desde sus

inicios con la guitarra. Actualmente estudiaba música en la

Universidad de Caldas. Hace años tuvimos la oportunidad de

reunirnos e hicimos varios covers de canciones que nos

gustaban. Mi único aporte fue la voz; en ese entonces no estuvo

tan mal para mi ego. Fue grato volver a reunirme con él para

tocar, esta vez ambos con guitarras y con canciones propias. Su

conocimiento académico complementaba muy bien mi

entusiasmo empírico y como nos conocíamos desde hacía varios

269
años fue bastante cómodo ensayar a su lado. De él he aprendido

bastante, y actualmente trabajamos sobre varias canciones

propias de las cuales tenemos demos grabados.

270
9 de julio de 2013. El Duelo.

El día que Amelia rompió conmigo en definitiva en la biblioteca

de la Universidad Pontificia Bolivariana, regresé meditabundo

sobre un largo camino hasta la estación del metro. No recuerdo

cómo regresé a partir de allí hasta mi casa, supongo que me dejé

llevar por mis funciones mecánicas, pues todo el tiempo estuve

en un estado de aturdimiento.

Las siguientes semanas las pasé enclaustrado en mí auto

delegado espacio de la sala de estar. Mi PC sobre la mesita del

medio, las cobijas dobladas sobre un extremo de las sillas, junto

con las almohadas, y algunas pertenencias como libros y

documentos sobre la segunda mesita de acomodada en la

esquina más alejada.

271
Decidí abandonar mis estudios por completo e incluso regresar a

Manizales. Ya no tenía motivos para estar allí. Mi tía insistió en

que me quedara y culminara mis estudios, tan cerca de acabar,

pero no quise escucharla. Sin embargo, su bondad le permitió

dejarme actuar de esa manera, y nunca más volvió a

presionarme. Hoy aprecio profundamente ese apoyo

incondicional que me dio entonces. Mi rutina se convirtió en ver

cualquier película online hasta las 4 am o hasta que cayera

rendido, despertarme todos los días a las 11pm o casi hasta el

medio día cuando el gato se me subía encima para que le abriera

la ventana.

En varias ocasiones escribí a Amelia con esperanza de que

volviéramos. Las pocas veces que me respondió fue para

decirme que la dejara en paz. Pese a todo continué escribiéndole

insistentemente. Incluso le escribí a su hermana para que

hablara con ella, bastante ingenuo, su hermana me odiaba.

272
Jamás me respondió, le escribí a su amiga, aquella que me había

llamado la atención, tampoco recibí respuesta.

Mi primo llegaba pasado el medio día a preparar su almuerzo, y

preocupándose por mí me preguntaba si ya había almorzado. Mi

respuesta siempre fue si, la verdad era que preparaba comida

cada vez que me daba hambre, en mis depresiones nunca hice a

un lado la comida. Pero igual me veía flaco y les preocupaba.

Yo vivía con ese constante dolor en el pecho que atacaba mi

corazón, la autoflagelación a la que nos sometemos cuando

perdemos a alguien. La causa de mi desánimo físico era más

específicamente eso. Ellos lo sabían pero jamás lo hicieron

latente.

En las noches cuando pensaba demasiado en ella intentaba llorar

en silencio para que no me escucharan, pero en una ocasión

cuando sentí que el dolor era insoportable lloré fuertemente para

que me escucharan. No sucedió nada. Hoy me pregunto si esa

273
noche me escucharon y prefirieron dejarme a que lo afrontara

solo, o si sencillamente estaban profundamente dormidos.

Comencé a sentirme culpable, como la rata indeseada que

rondaba la casa acabando con los alimentos. El gato Felix era mi

única compañía y las pocas veces que hablé con mi madre

mediante el chat fue para descargarme con ella. Recuerdo que

ella me decía que su trabajo era escuchar mi ira y mis descargas

contra ella. Pensé en que si tenía hijos y que si tendría que pasar

por tal cosa preferiría no tenerlos. En algún monumento cuando

estuve enamorado pensé en que si Amelia quedaba embarazada

lo asumiría. Después de mis innumerables decepciones cambié

totalmente de opinión. Sin embargo, no niego que actualmente,

en ocasiones, se me cruza la idea de tener hijos con esa persona

que amé tanto.

- ¿Por qué siempre usa a dios como una excusa cuando no sabe

qué decir? –Pregunté iracundo.

274
- - Es un bien que puedo hacer, sólo él me escucha y por eso

acudo a él –Respondió mi madre con paciencia.

- - ¿Por esa razón siempre está sola, no? ¿Por eso prefiere hacer

silencio y prefiere hablar con dios que con nosotros? ¿Prefiere

hacerse la boba no? ¿Y nosotros qué? ¿Dios la aleja de

nosotros? –Me esforzaba por escribir la palabra “dios” con

minúsculas. Para mí era un adjetivo nada más.

- -No, pero me siento tranquila. En paz, para mí es suficiente.

- -¿Y nosotros qué? ¿Cuando nosotros necesitamos hablar

entonces qué? ¿Dios la aleja de nosotros? ¡Nos deja a un lado!

- -Le ofrezco lo mejor que tengo, es su problema si lo acepta o

no.

- -Yo lo recibo con gusto, pero no me lance a dios en la cara

cuando no sepa qué hacer o decir. ¿Ok?

- -No lo haré, ya estoy muy vieja.

- -No vale la pena luchar.

- -Sí, aunque no lo crea.

275
- -No tengo nada qué perder.

- -Su vida es suficiente.

- -Mi vida no es suficiente. Necesitamos de un motivo. Usted

nos tiene a nosotros y por eso lucha. ¡Yo no tengo nada! Creí

tenerla a ella.

- -Aprenda a perdonar y así tendrá muchas respuestas.

- -Es obvio, lo digo por lo que vi. La forma en cómo se alejó, la

forma en cómo me negaba un miserable beso en la mejilla.

- -No le de tantas vueltas al asunto y viva, más bien.

- -Genial vivir haciéndose el “güevón”. Qué vida tan enfermiza.

- -Se aprende a aceptar todo lo que venga y luego nada duele.

- -¿Quién quiere eso? Eso se llama resignarse.

- -Bien, no voy a decir más.

- -Okay. Si yo me muero ¿Usted lo acepta y sigue?

- -Hijo…

- -¡Contésteme! Si me hermana se muere ¿Usted sigue?

276
- -¿Y si yo me muero? ¿Qué hacen ustedes? Nada, llorar y

seguir viviendo.

- -No todos soportan igual las cosas.

- -Se soporta eso y más. Hay gente que ha soportado más

muertes…

- -Porque tienen un motivo por el cual quedarse. Quizá hijos.

Suficiente motivo…

- -Es dios quien le enseña a aceptar eso.

- -¿Y dónde carajos está dios?

- -Búsquelo, llámelo. Estoy segura que lo va a escuchar.

Acéptelo en su vida.

- -Nunca lo he sentido cuando estuve llorando, solo y

desesperado. ¿También hay que llamarlo? ¿Y si no lo llamo no

viene? Qué humano me suena eso… Yo no tengo fe en eso, no

intente convencerme, por favor. No meta más a dios en nuestras

conversaciones.

277
- -No es por intentar convencerlo. Conmigo ha estado toda la

vida.

- -Usted acudió a dios en cuanto le hablé sobre los hijos. ¿Ahora

entiende?

- -Ajá.

- -Siempre es igual, cuando la acorralo usted habla de dios.

- -No me ofende, si eso cree.

- -No la estoy ofendiendo.

- -Todo esto que usted hace es parte de su limpieza, y lo acepto.

- -Estoy siendo racional. Yo quería luchar por un motivo que

creía real. Acudir a dios es como no saber qué hacer, como estar

vencido. Por eso el mundo está en la mierda, por las creencias.

- -Es no querer aceptar su verdadera realidad, y la única válida.

- -¿Cuál es la única realidad? ¿Dios?

- -Sí.

- -Eso se llama fe… entiéndalo.

- -Si es fe en su vida, entonces le falta mucha, hijo.

278
- -¿Por qué cree que he llorado toda mi vida? ¿Por nenas? He

llorado por mi falta de fe. La humanidad entera lo hace.

- -Pero llora por la falta de fe material, y no espiritual. La

espiritual es la más importante.

- -El amor no es fe material. Yo necesito amor. Incluso las

religiones se basan en ello.

- Está mendigando amor.

- -¿Usted no le ha mendigado fe a dios?

- -La fe nos da amor y más, sin tener a alguien tratando de

darnos afecto.

- Usted me está diciendo que la fe es aceptar vivir solo y

aceptar que al final siempre lo vamos a estar. ----Entonces el

amor es igual que dios.

- -La fe es amor verdadero, no material.

- -Somos humanos, no es malo apegarse ¡Somos materia!

Apegarse a algo espiritual es lo mismo. Usted está apegada a

dios y yo a una mujer.

279
- -¡Imagínese! Pero a usted le hacen mucho daño, a mí no.

- -El amante perfecto… dios, ¿no? Sentir es lindo. Prefiero estar

enamorado a vivir mi vida haciéndome el “guevón”. La gente

cree en dios sólo porque creer en las personas les resulta

decepcionante.

- -Hijo, también me puedo enamorar de dios y es algo muy

lindo.

- -No puedo creer que haya escuchado eso de usted.

- -Ustedes no saben nada de mí por su ego, sólo piensan en su

dolor. Y ya ve, aquí estoy.

- -Entonces hábleme de usted, y no huya con dios.

- -No importa, no soy yo la que lo necesita ahora. Es usted el

que tiene sed… te amo.

Yo también te amo mamá. He llegado a la conclusión de que lo

único que hago con el amor que me brindas es devolverlo con

280
un golpe. Espero que mi madre también pueda perdonarme por

ello. Ser joven es un error que sólo se comete una vez…

Recuerdo que usé mi blog contadas veces para desahogarme. Por

buena o mala fortuna había borrado mi Facebook y mi twitter el

día que regresé de la Universidad. Quería aislarme, sin embargo

mi Blog fue una buena terapia:

281
Amor y Duelo; De un suicida. (Archivo del Blog)

Esto es una carta suicida ¿En verdad se le pude llamar así a

este tipo de cosas? Tanto drama es innecesario. Posiblemente

busco con tan embarazosa pretensión desenfundar los motivos

de una muerte preconcebida, y existen tantas formas de hacerlo

y todas tan poco sublimes. ¿Acaso qué muerte es sublime? En

realidad es sublime sólo la forma en cómo las personas se

empeñan en hacer de la muerte un espectáculo fúnebre o

religioso. Es difícil no ver algo como esto cual creación

literaria, tan sincera como falsa; No se preocupen, no les voy a

hablar de sexo en el mismo ensayo para que no se alteren.

Pensar en el suicidio es egoísta cuando recordamos a las

personas que nos rodean, y no encuentro formas para

justificarme ante ello, sin embargo, si el individuo busca

justificaciones para vivir, por qué no buscarlas para morir.

282
Me atrevo a comparar la vida con el amor que un individuo le

adjudica a algo o a alguien, el sentido. El individuo lucha y

cree en ello, en la vida, la vive y teme morir porque teme perder

la vida; igual que en el amor, [1]La Entelequia. Al final el

individuo muere por algo que lo motivó o desmotivó.

La idea del suicidio no surge de manera instantánea. Es una

idea que se cultiva a medida que pasan los años. Una decisión

que se va construyendo en conjunto con las experiencias y

decepciones, sea cual sea. El hombre necesita de su

aniquilación para simplificar el sentido del que desea pender,

los ideales insoportables que lo crucifican, y la necesidad de

buscar su propio camino.

Confieso que nunca he intentado hacerme daño a mí mismo. Le

tengo pavor a tales actos, y precisamente por este motivo

siempre he considerado que lo haría con mayor seguridad,

suicidarme, sí, no debe sonar tan dramático ¿No? Como el sexo

¿No? “Me he visto al borde de un abismo con mis manos

283
empapadas en sudor frío saltando hasta el fondo con decisión”

¿Y quién no? Somos “volublemente idénticos” porque la

repercusión del ser en el otro determina la propia visión del

mundo, por tanto iguales.

Es complicado, asimismo, juzgar a una persona que “intenta”

suicidarse o que falle en el intento, o bien que sólo se haga

daño a sí mismo y descubra que esto es mayormente liberador,

pero efímero como orgásmico, por tanto un círculo vicioso que

evoluciona en el daño propio; Es complicado dilucidar la

magnitud de [2]Esplín que acoge al ser en esos momentos de

abandono, la soledad no por estar solo, sino por el abatimiento

que encausa el peso del universo entero sobre una existencia. El

peso de existir dentro de limitaciones y sub-

limitaciones creadas por nuestras sociedades a partir de esa

necesidad de liberación. ¿Entonces por qué el suicidio no es

algo digno como la propia decisión de vivir?

284
Por la única razón por la que el individuo vive es semejante a

la de un reloj de cuerda que camina hasta cierto punto en el

tiempo. No por inercia sino por función. Nuestra limitación es

nuestro propio cuerpo, pues al cabo deja de funcionar por

agotamiento físico y natural.

Cuando el individuo comienza a cuestionarse, también

comienza a considerar el suicidio como una opción. Lo que

detiene al hombre reflexionar ante ello es que este es un

camino ensombrecido por la incertidumbre, desconocido al

final, el raciocinio; Es lógico, pues el hombre es terrenal y de

alguna manera se siente seguro en esta tierra. Entonces el

hombre vive por inevitable continuidad. El presente es su

continuidad, todo lo demás son percepciones para situarse en

un punto del camino recorrido, alguna otra manera de darle

sentido a tal continuidad. Ahora bien, la forma en que el

individuo supera esta idea es “intentando” no pensar en ello,

igual que los suicidios fallidos, esto es la distracción. Y surge

285
el sentido tan necesitado, el ideal desde una yaga, el

significado a postrer para seguir con la continuidad. Y bien,

que como digo, el individuo sólo busca motivos para vivir, o

para morir.

Si bien, el suicidio es por causa emocional, sin importar el

motivo, esto amerita justificación. Comparemos de nuevo al

amor, que si el amor no fuera emocional no existiría la pasión

en ello. ¿Qué sucedería, pues, con el sentido? El amor racional

no existe, tampoco el suicidio racional. No sean suicidas,

suicídense. He ahí la entelequia.

[1] En la filosofía de Aristóteles, fin u objetivo de una actividad

que la completa y la perfecciona.

[2] El esplín es propiamente un estado duradero

de melancolía o hipocondría, que produce tedio de todo.

El tedio, el hastío y el aburrimiento pueden ser pasajeros y

circunstanciales, mientras que el esplín se lleva dentro, como

286
una disposición de ánimo motivada por causas físicas o

morales.

Lukas Guti.

Jueves 24 de mayo de 2012.

Según un amigo sociólogo, este artículo fue el tema de discusión en

una de sus clases. Esto bien pudo alegrarme, al menos mis

depresiones le eran de utilidad a alguien. Incluso él mismo dejó

su opinión en mi blog. Esto eran detalles que yo agradecía

profundamente con las personas que dedicaban su tiempo a leer

lo poco que uno podía ofrecer.

Mi duelo ha durado casi tres años, y me ha complicado bastante la

vida. También he aprendido mucho de ello, quizá, también he

desaprendido algunas cosas, como mi manera de amar, por

ejemplo. Aún no logro dilucidar si todo esto ha sido para bien o

para mal, después de todo vivir se torna en algo inevitable.

287
Un día desperté con ganas de regresar al colegio. Se lo hice saber a

mí y ella se puso feliz. Inmediatamente sacó dinero de su bolso

y me lo dio para que comprara comida en los descansos.

Pese a mi duelo, logré despertarme cada domingo del siguiente mes

para ir al Colegio. Creí que no me recibirían por falta de

asistencia, pero mi recibimiento fue ameno e incluso me

felicitaron por volver. Yo sabía de mis propias capacidades y de

lo bien que me desempeñaba, por lo que logré nivelarme

rápidamente. Sin embargo, entre semana tenía mucho tiempo

libre y fue inevitable no deprimirme con tanto tiempo libre.

Salía cada vez que podía al parque con Rafael, y en ocasiones

tomábamos hasta el amanecer entre largas conversaciones sin

importancia.

Llegué a anhelar la llegada de cada domingo porque dentro de ese

mundo me iba tan bien y me sentía tan entusiasmado que no

tardé en comenzar a cuestionar todo eso. Allí tenía la atención

de las mujeres, de los hombres y de los profesores de mi salón.

288
Tanto por mi manera de vestir y mi cabello como por

desempeño académico. Muchos acudían a mí para que les

ayudara con sus tareas o para que les prestara mis cuadernos

para ellos copiar mis tareas. Yo no le veía importancia y

terminaba por darles mis cuadernos. Recuerdo ver mi cuaderno

rondar por cada fila del salón de los 50 estudiantes que había.

La atención de las mujeres era lo que más me importaba y supe

aprovecharme de ello en su momento. Conocí una en especial,

con 22 años de edad, de piel canela y ojos verdes, pero bastante

humilde. En una ocasión salimos a caminar al parque de

Envigado y le ofrecí buena conversación, supe de sus indicios

humildes por su manera de expresarse, en verdad hacía un gran

esfuerzo por aparentar ser educada. A mí esto no me costaba en

lo más mínimo. También supe que tenía un hijo y que estaba

casada con un abogado. Esto bien pudo prevenirme. Pero

cuando fui conociéndola comprendí que lo único que quiso de

mi fue tener mi atención, lo mismo que hacía con todos los

289
hombres del salón. En parte, yo hacía lo mismo, pero por puro

orgullo no quise caer en el mismo juego. Antes de alejarla por

mi propia desconfianza, cuando creí tenerla en mi palma de la

mano la invité a mi casa pero tras varias excusas dejé de insistir.

Aunque nuestra confianza comenzó a decaer después de eso, a ella

le gustaba que la vieran conmigo en las horas de descanso, y a

mi con ella. Decidí jugar su juego por un tiempo, sin embargo,

ella lo jugaba bastante bien. Para ella no era problema alejarse

de mí y buscar otra víctima. Comencé a alejarme de eso y

preferí desistir del juego. Al ver esto, ella comenzó a mover sus

fichas femeninas. En una ocasión me llamó a su lado y me

mostró desde su celular varias fotos de ella semidesnuda. Hice

bien en no mostrarme sorprendido, le dije que se veía bien. Ella

se reía con malicia, yo sabía lo que quería hacer con ello. No le

di importancia y seguí mi camino. Pero ella seguía insistiendo.

En otra ocasión, varios nos quedamos sentados a la hora de

descanso en el interior del salón. Al cabo de unos minutos ella

290
ingresó al salón y se dirigió a mí. Se acercó a mi mejilla con su

boca rosó mis labios ligeramente con sus labios. No pude evitar

un suspiro que desafortunadamente ella notó. Sentí que había

perdido la batalla, pero también pensé que si quería algo

conmigo sencilla yo debía preguntarle. La segunda vez que

insistí dijo que podíamos ser amigos; asentí decepcionado.

Quizá no supe jugar bien. Mi reacción fue alejarme más de ella,

sentía que me tenía donde quería. En mi defensa, las mujeres

tienen una gran ventaja sobre los hombres. Sin embargo, yo

continué en mi empresa con otras mujeres, y enfoqué mi energía

en una que me gustaba. Una tarde, culminando clases, vi la

oportunidad de invitarla a salir, y por pura coincidencia la mujer

de ojos verdes estuvo allí para verlo, mi revancha fue ver sus

celos develados por su mirada.

Al final mi motivación se resumió al éxito de mi supuesta

popularidad en la institución. Conocí a un profesor que se

maravilló con mis escritos y logré tener una buena relación con

291
él. Era mi profesor de español, pero el día que se presentó llegó

como Docente de la Universidad de Bello, con doctorados en

muchas cosas que no recuerdo y además maestro de latín. La

típica presentación del docente Universitario. Sin embargo, yo

lo admiraba, y él a mí. No dudé en enseñarle varios de mis

manuscritos.

Todo iba demasiado bien hasta que recibí una mala noticia de mi

tía. Se había quedado sin trabajo y debía regresar a Manizales.

Me dijo que me quedara y finalizara mis estudios, y que ella me

ayudaba a instalarme antes de irse. El primero en partir fue mi

primo. Mi tía y yo quedamos solos por varias semanas. Hacia

las últimas semanas le ayudé a empacar y nos dedicamos a

buscar un cuarto para mí. Encontramos uno cerca al parque de

Envigado, bastante conveniente de hecho. Quedaba mucho más

cerca al Colegio y a mi sitio de reunión usual con mis amigos.

En las siguientes semanas, mi tía trabajó sus últimos días. Yo tuve

una nueva decaída y por impulso decidí cortar mi cabello. Fui a

292
la primera peluquería que vi, y me rapé por completo. Recuerdo

que el peluquero me preguntó entre sonrisas si estaba seguro de

hacerlo, le dije que sí. Luego vi como todo mi cabello caía al

suelo, y con ello varios recuerdos. En realidad lo hacía más por

un cambio personal y por un nuevo aire.

Mi cambio afectó de manera positiva mi vida, tanto en el colegio

como en mi vida fuera del colegio. Pero esto no evitó que me

siguiera deprimiendo. La idea de quedarme solo en esa ciudad

comenzaba a asustarme.

La señora de unos 55 años que nos alquiló el cuarto era amable y

me dejó en claro varias cosas antes de acomodarme. Lo de

ingresar mujeres lo tenía prohibido, y esto me desanimó un

poco, pero irónicamente su temor yacía precisamente con otra

persona que se hospedaba en la misma casa, en el último cuarto,

muy cerca al mío. Allí vivía una mujer de unos 42 años, amiga

de la señora, que desde el primer momento en que llegué

comenzó a lanzarme piropos. Era su forma de ser, alegre,

293
extrovertida y hasta imprudente, pero más allá de ese

comportamiento vi otra oportunidad para tener sexo. Estoy

seguro que para ella también estaba implícito.

Un par de días después realicé mi mudanza; Tenía pocas cosas por

lo que fue sencillo trasladarme en taxi con todo. Mi tía estuvo

conmigo hasta el último momento; entró al cuarto y se aseguró

de que me gustara tanto el lugar como mi cuarto. Yo estaba

conforme, era un apartamento grande, fresco, en el segundo piso

de un edificio. Al final ella partió tranquila hacia Manizales,

ahora estaba por mi cuenta. Antes de irse habíamos realizado

algunas compras en el supermercado más cercano. Tenía

suficiente comida para 15 días y mientras organizaba los

alimentos tuve la oportunidad de socializar con la señora y la

mujer.

Fueron amables y sonreían mucho. Hicieron varias bromas a mis

expensas, en especial la mujer que se burlaba de mi contextura.

Incluso se ofrecían a cocinarme.

294
Los pocos días que estuve allí salí poco. Había transcurrido una

semana, y no pasó mucho más tiempo cuando la mujer del

cuarto del fondo tocó a la puerta de mi cuarto una noche. Lo

hizo discretamente y entró. Yo estaba viendo televisión, como

usualmente lo hacía a esa hora de la noche. Había estado

bebiendo, pero no se veía bien. La mujer tenía buen cuerpo y un

rostro de facciones remarcadas, incluso usaba minifaldas que se

le veían bien. Una mujer bastante común y corriente. “¿Puedo

pasar?” me preguntó con su voz mimada. “Dale”, le dije sin

levantarme de la cama. Acto seguido subió a la cama y recostó

su cabeza sobre mi pecho. Me mantuve tranquilo viendo el

televisor, queriendo ver hasta donde llegaba. Me preguntó por

qué mantenía tan triste y encerrado, le conté brevemente lo de

mi ex novia. De igual manera ella compartió un desamor propio,

al parecer estaba triste por lo mismo. Confesó que también se

deprimía mucho. La conversación no duró mucho. De repente se

levantó y mientras abría la puerta me dijo que si quería

295
compañía la buscara en su cuarto. “Okay”, le dije. Cerró mi

puerta suavemente. Pensé en la señora que dormía

profundamente en el cuarto principal. Pensé en mis condones

guardados en el cajón. Aguardé unos 10 minutos antes de

moverme o actuar. Sentí que ya era suficiente y levanté

nerviosamente; respiré profundo y abrí mi puerta. Me dirigí a

pies descalzos por el corredor oscuro hacia el fondo de la última

habitación. Toqué suavemente “Entra”, le oí decir. El cuarto

estaba frío y las ventanas abiertas. Una luz proveniente de

afuera traspasaba las persianas. Sentí escalofríos, y fue buena

excusa para subirme a su cama, justo a su lado. En mi bolsillo

derecho aguardaban dos condones, pero introduje mi mano para

cerciorarme. Hablamos por largo rato, quizá demasiado rato. Me

habló de su hijo, tocaba en una banda y tenía 18 años. Me dijo

que me parecía mucho a él, para mí no fue buen signo eso. Dejé

el pensamiento a un lado y continué la conversación, reiteró que

a su edad se deprimía mucho, yo pensé que si iba a llegar a su

296
edad con las mismas dificultades existenciales sobre la vida

preferiría no vivir tanto. “Entonces soy muy inmadura”, dijo.

Sentí que la había ofendido, pero mi paciencia se agotaba y

decidí hacer la pregunta de fuego: “¿Para qué querías que

viniera?”. “Para hablar”. Respondió con ese tono que usan

todas las mujeres cuando saben que la pregunta que uno les hace

posee muchas más intenciones. Está bien, pensé. Me sentí

decepcionado. Continuamos hablando por un largo rato y

realmente no me sentí capaz de iniciar algo. Quizá ambos nos

respetábamos demasiado o nos temíamos demasiado, más

nosotros mismos que al otro. A las 3am regresé a mi cuarto. En

la actualidad sigo arrepintiéndome de no haber sido más audaz.

Esa semana no asistí al colegio. Tuve una extraña y profunda

decaída. Pensaba demasiado en Amelia. La señora de la casa

bien pudo notarlo pese a mis esfuerzos porque no lo hiciera.

Pero mantener encerrado no ayudaba mucho. Una cosa era

hacerlo con mi familia y otra con personas desconocidas. Una

297
tarde la señora irrumpió en mi cuarto con delicadeza y casi

como una madre me preguntó qué me pasaba. No pude evitarlo

y rompí en llanto. Ella se sentó a mi lado y hablamos sobre lo

que me había sucedido. Me aconsejó tomar varias plantas

medicinales para que organizara mi sueño puesto eso podría

ayudarme con mis hábitos y mis depresiones. Le aseguré que

seguiría el consejo, pero hasta hoy no he tomado ninguna planta

medicinal.

Fue bastante difícil continuar viviendo solo y mucho más difícil sin

el amor de Amelia. Si tan sólo estuviéramos juntos, pensaba

melancólicamente. Le hice saber a la señora que partiría pronto

hacia Manizales, probablemente el día siguiente. Por fortuna

tenía un dinero extra que mi tía me había dejado.

Esa noche me reuní con Rafael y con “Nacho” que hacía tiempo no

los veía. Con mis bolsillos llenos de dinero los invité a tomar

aguardiente y de repente nos dieron las 5 am. Pese a todo no

estábamos tan ebrios. Nos dirigimos a una tienda de buñuelos

298
que abría a esa hora y nos comimos unos 20 buñuelos entre los

3. Insistí en pagar todo, arguyendo que ellos invitarían la

próxima vez. Yo bien sabía que no habría próxima vez porque

partiría pronto. Dieron las 6 am y cada uno escogió su propio

camino. Ellos dos se fueron juntos y yo regresé a mi nuevo

hogar. Desperté a las 12 pm y lo primero que me dijo la señora

fue que la próxima vez le avisara si no iba a llegar para no

preocuparse.

Ese mismo día empaqué mis cosas pero esperé hasta el siguiente día

para salir temprano. Dejé Envigado con un sabor amargo, pese a

todo jamás me arrepentí de lo vivido allí y en Medellín; ni al

amor tan grande que le tuve a la mujer que amé.

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