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complicidad tirilluda de mis nupcias pobres.

En ese momento el alcohol


Noche Quiltra todo lo empantana, todo lo exagera, y el pozo etílico del sexo malandra
estrangula el corazón como un beso ciego. Por eso escribo de mi pueblo
Pedro Lemebel, Adiós mariquita linda (2004)
con este desenfado, porque conozco y bebo gota a gota la emoción
pelleja de su sexo roto. Y a esa hora, con el hielo del alba nevando el
óxido de los techos, en un minuto no supe más, se me apagó la tele y
La tiniebla del amanecer sabatino me acompaña de regreso al
tratando de despertar, tirado en la escalera, me di cuenta de que todos
hogar. Vivo fuera del centro y mi carrete en Bellavista se alargó en
los chicos se habían ido; en realidad, casi todos, pensé con los ojos
copas y fumadas piteras de eufórico trasnoche. Pero es tarde, la vidriada
cerrados sintiendo un bulto tibio enroscado en mi pierna. Casi todos,
mirada del alcohol estalla las luces en el parabrisas del colectivo; trato
dije, tanteando la muda sombra que entumida se apegaba a mi costado.
de no sucumbir a la modorra del sueño y no pasarme del paradero doce
Y era tan suave el pelaje arisco de su quiltra piel, y era tan velludo ese
y despertar en San Bernardo, como tantas veces me pasó y terminé
cuero canino que dormía a mi lado, que no parecía humano ese acezar
cagado de frío en un peladero esperando la primera micro de regreso a
animal que lamía mis dedos en el estruje de la caricia. Y en realidad no
Santiago. Por suerte el chofer me conoce y con un grito avisa que llegué
era humano ese perro Cholo que en busca de calor buscaba mi
a mi destino. La periferia poblacional ilumina de azul marchito el sueño
compañía. Era más que humana la orfandad negra de sus llorados ojos.
de la plebe; de seguro que a esta hora todos duermen en el habitar de
Y estaba tan solo, tan infinitamente triste como yo esa noche perruna,
los bloques, todos menos los chicos carreteros que, acomodados en las
que me sentí generoso en la repartija de mi mano multiplicando fiebres.
escaleras, siguen brindando con su caja de vino por la pequeña alegría
Me sentí San Francisco de Asis lujuriosamente enamorado de su lobo.
de su anónimo penar. Un poco temeroso, saludo a la rápida y trato de
Y dejé correr su cochambre arestiniento por mis yemas, por su
pasar piola directo al tercer piso. Pero un duende despeinado me ataja
estómago desnutrido de perro guata de pan, perro trasnochado, perro
diciendo: hola, Pedro, ¿querís un copete? Y la verdad pienso que
cunetero, perro sin amo y sin amor. Por eso archivé la moral ecológica
necesitaba ese último sorbo para ver con cariño la joven cesantía patria
de Greenpeace, y le brindé a mi Cholo una paja gloriosa que nunca una
tirada a pata suelta en los peldaños orinados del bloque. Y de allí la
caricia humana le había concedido. Y así se fue meneándome la cola
conversa y luego un pito y más temprano que tarde aparece un pisco sin
caninamente agradecido, y yo también le dije adiós con la mano
marca que me quema la garganta con ansiedad de borrarme, de terminar
espumosa de su semen, cuando en el cielo una costra de zoofílica
raja y revolcado con el último chico que casi siempre se queda hasta el
humanidad amenazaba clarear.
final. Ese infaltable compañero de la copa del olvido, cuando todo da
lo mismo, cuando la felpa erótica de mi mano trepa el muslo y despliega
su desesperado tantear. Siempre es igual, la noche boca abajo y los ojos
del péndex turbios de alcohol en la cabalgata eyaculante que me aplasta
en el cemento frío de la pobla. Casi siempre todo es igual en la

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