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¿Monjes para el tercer milenio? ¿Es que tiene sentido la vida monástica en una era
posmoderna y de avanzadas tecnologías? ¿No es un residuo medieval? ¿Este tipo
de existencia tiene algo que ver con lo que se vive en la calle? ¿Es un
planteamiento vigoroso, el del monje, que choca con la ideología “light”? ¿O es una
evasión para no afrontar los retos que nos plantea la sociedad?
A pesar de que puede aparecer a los ojos de muchos como una vida monótona,
quieta, la vida monástica es dinámica. Más aún, es un combate. Así la define, por
ejemplo, la Regla de San Benito en el capítulo I. Un combate diario. Un combate
contra muchos elementos que anidan en el propio mundo interior. Un combate que
pone en juego los elementos fundamentales de la existencia: el amor, la propia
estima, la soledad, la sexualidad, el uso de la libertad, la relación entre personas o
grupos, el cansancio por el trabajo, la limitación en el uso de los bienes materiales
y la dificultad de compartirlos. Un combate que pone en juego, también, la opción
de creer, la pregunta por el sentido de la existencia, la oscuridad de la fe.
Con sus tareas diarias trata de subrayar la dignidad del trabajo, sin buscar la
ganancia por la ganancia, sino tratando de ser útil ante las necesidades de los
demás con el fruto directo de su labor o con la distribución de parte de los
beneficios proporcionados por el trabajo comunitario. El monasterio, y según la
sabiduría transmitida por los Padres y Madres del monacato, debe procurarse en la
medida de lo posible que el trabajo, sea del tipo que sea -manual o intelectual-, no
esclavice ni resulte excesivamente gravoso ni vaya en detrimento de otros valores,
como la oración, la convivencia, la formación, la cultura.
¿Tiene, pues, sentido la vida monástica en el umbral del tercer milenio? ¿Puede
aportar algo a sus contemporáneos? ¿O es una opción personal, respetable –cómo
no en una época que valora muchísimo las libertades individuales- que no tienen
nada que ofrecer a los demás?
Probablemente el servicio que puede prestar el monje es más necesario ahora que
en otras épocas de la historia. En efecto, nuestro tiempo se caracteriza por ser un
periodo de crisis de la civilización, de desencanto, de un gran progreso de la
tecnología pero que no llega a producir felicidad plena, de decepción ante los
límites de la ciencia, de desmoronamiento de las ideologías que sustentaban la
esperanza de tantos, de mucho vacío a pesar de tantas palabras como se oyen y se
leen, de consciencia de la brevedad de la vida y de la llegada inexorable de la
muerte. En este contexto, son muchos los que buscan una vivencia trascendente:
Cuando, pues, la posmodernidad ha proclamado el fracaso de tantas cosas y los
más lúcidos se preguntan por el sentido de la existencia y de la persona, los
monjes pueden portar, desde su opción peculiar, una palabra iluminadora que acoja
las inquietudes no siempre explicitadas de sus contemporáneos, puesto que en su
vida monástica viven experimentalmente el combate de la existencia y la pregunta
por el sentido de la misma. Su respuesta constituye una parábola para los demás.
Una indicación del camino que conduce a la auténtica felicidad: Esta debe ser su
aportación fundamental junto a otras en otros ámbitos concretos. Y no es algo
nuevo; este servicio ya lo prestó el monacato en otras épocas de crisis, como la que
vivió San Benito.
(Tomado del prólogo del libro titulado Monjes para el tercer milenio,