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VOCACIONAL
I.
“El hombre viene a la vida porque es amado, pensado y querido” por Dios. Porque
ama, Dios Padre llama a la vida. Al llamar, saca a cada uno de la no-existencia. A cada
uno conoce desde antes de nacer (Cf. Jer 1, 5). Porque es llamado, la vida es vocación.
Es vocación a ser imagen del Hijo. Es, además, llamado a la santidad, porque Dios es
Santo. Para que cada uno sea feliz, el Espíritu ama y enseña a amar. La vocación-
misión es a construir el Reino. Asimismo, la llamada es única, singular, irrepetible y
personal; es a cada uno. Estamos ante la dimensión humana o antropológica de la
Vocación.
La vocación de cada uno es, pues, un sueño- proyecto- propuesta de Dios Uno y Trino.
Por un lado, el Padre Creador propone ser su imagen y semejanza. Por otro, cada uno,
redimido por el Hijo Redentor, ha de aceptar la redención y colaborar a que ella llegue a
otros. De ahí que creación y redención son dos polaridades de la vocación. La primera
se realiza en la medida en que cada uno se vincula con el Creador y Redentor. La
segunda se plasma cuando cada uno se vincula con su prójimo concreto. La primera
lleva a la oración y a la contemplación, la segunda a la relación interpersonal activa y
servicial. Así, cada persona redimida es colaboradora de la redención y del Redentor.
Esta es la dimensión cristiana o bautismal de la Vocación. Esta misión es semejante y a
la vez diferente para cada vocación eclesial. Todas están al servicio de la salvación,
cada una, de una forma particular. Por ello, el despertar y el discernir de cada vocación
sólo puede darse en comunidades vivas, dinámicas, articuladas y comprometidas con la
salvación. En comunidades adormecidas, estáticas y envejecidas espiritualmente,
difícilmente surjan vocaciones de especial consagración y de laicos comprometidos.
La sociedad está en crisis porque la familia está en crisis. Descubrimos signos de muerte
en las familias y en la sociedad. El profeta nos dice: “tu hijo está vivo”; la familia es
llamada a la vida. San Pablo invita a testimoniar a Cristo con el amor matrimonial.
Acercándonos a Jesús le escuchamos decir: “levántate”. El matrimonio es una de las
vocaciones al servicio de la comunidad. Más que nunca, hemos de valorizarlo como
signo del amor de Dios Creador y Redentor.
Oración de los fieles: Para que valoremos la vida como vocación y llamado a colaborar
con la salvación de todos, oremos…
Ofrenda: Ofrecemos un vaso de agua. Nos recuerda al Dios Padre que creó el agua y el
llamado a cuidarla y compartirla con los sedientos del mundo.
1
Cf. CENCINI Amedeo, “No cuentan los números”, Madrid 2012, p 39- 43
Signo: Así como los granos de trigo conforma una sola harina, así los cristianos
llamados al matrimonio, son invitados a “ser uno” para comunicar la vida y ser “Iglesia
doméstica”.
II.
Invitamos a que las comunidades puedan crear un espacio en esta semana para
rezar y celebrar las vocaciones a la vida consagrada en la Iglesia, y especialmente en
nuestro país. En las comunidades parroquiales donde esté la presencia vocacional de la
vida consagrada, se puede compartir fraternalmente testimonios vocacionales, buscar e
informarse sobre las nuevas vocaciones a la vida consagrada, etc.
2
Cencini, A., “No cuentan los números”, Ed. Paulinas, pág. 43.
Teniendo presente las lecturas de este XI Domingo, le pedimos a Jesucristo que
vive en nosotros (segunda lectura, cfr. Gál. 2,16) que tenga misericordia y derrame su
amor que perdona (Evangelio, cfr. Lc. 7,36-8,3) nuestras faltas de amor en todas sus
manifestaciones y en especial, en cuando no manifestamos con amor nuestra vocación.
Que María, Nuestra Madre, que protege la vocación de todos sus hijos, nos
acompañe en la oración y en el camino de discipulado de nuestras comunidades para
continuar sembrando la cultura vocacional como terreno fecundo donde cada vocación
sea acogida, valorada y amada.
III.
Rezar, es sentirse llamado a estar ante Dios, para dejarse mirar por una mirada
penetrante y amante.
Vivir una relación es percibir en el otro una mediación que me conduce a Dios,
me habla.
Tropezar con acontecimientos negativos (una enfermedad, un accidente, una
injusticia) es captar más allá de todo la voz de Quien en todo y por medio de cada
circunstancia me quiere hablar.
Hablar a los otros, quiere decir transmitir una palabra, una voz que antes me ha
alcanzado a mí, en mi mundo interior.
Amar significa haber gozado del Amor de Dios y sentirse llamado a transmitirlo.
3
Cf. Cencini, Amedeo ibid, p. 45-47.
4
Se puede ampliar en el Documento Conclusivo del II Congreso Continental Latinoamericano de
Vocaciones, Cartago-Costa Rica 2011, p.26-29.
IV.
EL ETERNAMENTE LLAMANTE5
1. El eternamente llamante.
Ante todo, la vocación no habla en primer lugar del llamado, de nosotros y aquello que
cada uno está llamado a ser; la vocación cristiana habla ante todo de Dios, nos revela un
aspecto fundamental de su identidad divina. Nos dice que Dios es un Dios-que-llama, y
que llama porque ama. No puede menos de llamar, es más, de lla-amar, porque en Él
llamar es voz del verbo amar: llama para manifestar el propio amor, para expresar su
atención y preocupación (el celo bíblico) por la persona llamada como si fuera única
para Él; Dios sabe contar solo hasta uno. La vocación es ya en sí misma signo del amor
de Dios al hombre, independientemente de su contenido.
En Él hay demasiada luz, una luz que nos cegaría si pretendiésemos mirarla con
nuestros pobres ojos de carne. Pero el acontecimiento de la vocación nos habla siempre,
Dios es el Misterio bueno y amigo, cordial y tierno, precisamente porque desea
revelarse, darse a conocer, hacerse ver y oír…, es el valioso sentido que puede dar luz
también a nuestra vida; por eso, nos envía continuamente mensajes (la vocación es uno
de estos, tal vez el más importante) o nos llama constantemente.
En resumen, el misterio remite al divino, el enigma tiene algo de diabólico, pero puede
relacionar y contaminar también la relación con Dios.
5
Ibid, Cencini, Amedeo.
Por eso es importante comprender y vivir bien la identidad del llamado, porque el
auténtico llamado (aquel que descubre continuamente el pequeño misterio de su
llamada) es aquel que permanece siempre en actitud contemplativa, frente al gran
misterio de Dios; es más, es aquel creyente que capta constantemente el pequeño
misterio del propio yo dentro del gran misterio de Dios, o se descubre cada vez más a sí
mismo como parte del misterio divino. Con gran sorpresa por un lado, e infinita
confianza, por otro, de descubrirlo cada vez más, dejándose conducir y guiar por esta
“luz amable”6.
Mientras, al contrario, quien más o menos conscientemente vive con Dios una relación
“enigmática”, no podrá ni siquiera descubrir la propia vocación ni sentirse motivado a
hacerlo. Y viceversa: quien no se siente llamado o no se empeña en descubrir la propia
vocación como Dios la ha pensado y soñado, termina por tratar a Dios como enigma,
rostro sin trazos ni voz, superficie rígida donde saltan y vuelven atrás preguntas sin
respuesta. Hasta convertirse él mismo en un enigma…
Pero hay todavía otro aspecto interesante en la idea teológica, y no solo antropológica,
de la vocación. La vocación es ante todo revelación de Dios porque en todo llamado
Dios expresa un aspecto particular de su propia identidad. El Padre, en efecto, nos llama
a ser como Él, cada uno según la gracia recibida o según el proyecto que manifiesta en
el mundo la multiforme y extraordinaria belleza del rostro del Eternamente llamante.
La vocación nos habla de Dios mucho más y mucho antes que del futuro del hombre en
cuestión o de su simple autorrealización humana; desvela al hombre, lo que es y lo que
está llamado a ser, como manifestación de Dios. También por este motivo
exquisitamente teológico las llamadas son tantas, tantas como son los seres humanos
vivos, y ciertamente no podemos ser nosotros los que presumamos de reducir las
vocaciones a una única vocación.
Si Dios llama porque ama, el hombre viene a la vida porque es amado, pensado y
querido por una voluntad buena que lo ha preferido a la no existencia, que lo ha amado
incluso antes de que fuese, que lo ha conocido antes de formarlo en el seno materno,
consagrado antes de que saliese a luz (cfr. Jer 1,5; Is 49,1.5; Gál 1,15). La llamada del
Padre es, por tanto, a la vida, llamada dirigida a todos los vivientes, que son tales no
solo porque sean llamados a la vida por el Viviente, sino porque son llamados a ser
conformes a la imagen del Hijo, a su vida y a su manera de vivir, a Él, el Viviente por
excelencia (o el primogénito entre los resucitados), por la acción del Espíritu Santo7.
En esa conformidad está oculta una llamada a la santidad que es para todos, como bien
sumo, cualidad alta, la más alta, de la vida para el ser humano, que encierra en sí todo
cuanto él podría desear o a lo cual tender: el amor, el don de sí, la felicidad, la plena
realización de la propia persona… Nadie puede dar al hombre todo lo que Dios solo le
puede dar; y que el hombre puede descubrir y gozar especialmente cuando busca ante
todo el Reino de Dios, y su modo de colaborar en ello activamente, o bien a su
vocación. Así, todo lo demás se le dará por añadidura (Mt 6,33).
6
J. H. Newman, significando una etapa importantísima de su peregrinación interior hacia la verdad,
misterio en el cual su vida se perderá cada vez más, decía poéticamente: “Condúceme tú, luz amable,
condúceme en la oscuridad que me rodea; la noche es oscura, la casa está lejos, condúceme tú, luz
amable. Tú guía mis pasos, luz amable, no pido ver muy lejos, me basta un paso, solo el primer paso,
condúceme adelante, luz amable…”.
7
Son significativas las palabras “configura tu vida con el Evangelio de Cristo”, que resuenan y laten en
aquellos que están especialmente llamados a configurar su corazón al del Buen Pastor, a través del
ministerio sacerdotal.
La llamada que viene de Dios, al mismo tiempo, es llamada única, intransferible,
singular, irrepetible, porque alcanza al individuo, hecha a propósito para él y adaptada a
su medida como Dios la ve, es el sueño del Padre sobre aquel amado hijo suyo, es el
nombre que Dios le ha dado y que se ha escrito sobre la palma de la mano. Palabra
dicha una sola vez y nunca repetida. Pronunciada para siempre.
“Maravilla, que se pueda hacer presente aquello que uno mismo no posee, dulce milagro
de nuestras manos vacías. La esperanza, que se moría en mi corazón, ha reflorecido en
el suyo… heme aquí, desposeído, Señor, como tú solamente sabes desposeer, porque
nada escapa a tu tremenda solicitud, a tu tremendo amor”. Con estos versos, Bernanos 8
se refería a la realidad del sacerdote situado en la vivencia de su vocación.
Para ejercer este ministerio es necesario reconocer el llamado de Dios a esta vocación
concreta, y ser aceptado por la Iglesia, que discernida y cuidadosamente cultivada ora
por la perseverancia y la fidelidad hasta el fin.
San Juan Bautista María Vianney, navegó contracorriente a lo largo de toda su vida. En
medio de una Francia en ruinas, política, cultural y religiosamente, confiando
únicamente en el carisma recibido por la imposición de manos, cuando fuera ordenado
sacerdote; consciente de su incapacidad intelectual, supo hacer renacer un potentísimo
foco de renovación espiritual en la Parroquia de Ars.
Fue ordenado después de haber realizado a pie, en completa soledad, un viaje de cien
kilómetros, en una diócesis distinta a la suya (Grenoble), atravesando la invasión
austríaca. Al llegar, los sacerdotes que lo reciben informan al Obispo, Monseñor Simon,
que lo molestaban por muy poca cosa: una ordenación de aquel diácono, al que nadie
acompañaba, ni familiares ni amigos… el Obispo, con todo, replicó: “No es un gran
trabajo ordenar a un buen sacerdote”.
8
Bernanos, G.,Journal d’ un Curé de Campagne, Pries, Paris 1951.
9
Lee Jn 10, especialmente los versículos 11-18 e identifica las cualidades del pastor con las que se ha de
identificar todo sacerdote.
“¡Qué cosa grande es el sacerdote! Si lo comprendiera, moriría… Dios le obedece; él
dice dos palabras y Nuestro Señor desciende del cielo a su voz y se encierra en una
pequeña hostia”10.
“Lo que nos impide ser santos, es la falta de reflexión. No entramos en nosotros
mismos, no sabemos lo que hacemos. Nos falta la reflexión, la oración, la unión con
Dios… cuando los santos llegan a cierto grado de perfección, son insensibles tanto a los
elogios como a las censuras” 11.
“El buen Dios me ha elegido para ser instrumento de las gracias que otorga a los
pecadores, porque yo soy el más ignorante y miserable de todos los sacerdotes… Yo
soy como los ceros, que no tienen valor sino al costado de otras cifras” 12.
3. Un rato de oración13.
San Francisco de Asís exhortaba a los sacerdotes diciendo: “Ruego por ustedes,
hermanos míos… Manifiesten toda la reverencia y toda la honra que puedan al
Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo… el Señor los mandó por
mundo para dar testimonio de su voz, con palabras y obras, y hacer saber a todos que no
hay otro Omnipotente sin Él… deseen, pues, agradar únicamente a Él… Vean,
hermanos, la humildad de Dios. Derramen delante de Él sus corazones, humíllense para
que Él los exalte. Nada retengan para ustedes mismo, a fin de que totalmente los reciba
Aquel que totalmente se da” (Ct Or 9.12.15.28-29).
Tómate un tiempo para rezar el Salmo 23 (22), y recuerda a los sacerdotes que han
pasado por el camino de tu vida.
Puedes hacer tuya esta oración por los sacerdotes y tener muy presente a quienes has
traído a tu memoria:
10
Nodet, B., Le Curé d’ Ars, Sa pensé-Son Coeur, Paris 1966.
11
Ratzinger, J. y Messori, V., Informe sobre la fe, BAC, Madrid 1985.
12
Nodet…
13
Extraído del material elaborado por la Comisión de Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de
Montevideo, en ocasión del Año Sacerdotal 2009.
Para terminar, te proponemos el Padrenuestro vocacional-sacerdotal: