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Imperio romano

Las gentes de la época explicaban la ascensión de Roma diciendo que se debía al


carácter moral, las instituciones políticas, el talento militar y la buena suerte del pueblo
romano.1 Autores de la era de Augusto (31 a.C.-14 d.C.) aducían también el entorno
físico de Roma e Italia. Pero Plinio el Viejo, que escribió a mediados del siglo i de
nuestra era decía que: Alabó la productividad de la península italiana como
Varrón.

Pero para Estrabon el que poseía las cualidades señaladas era menos que el
Mediterráneo entero que la parte europea del mismo: porque es la que ha aportado
más cosas buenas de su propia reserva a los otros continentes; porque toda ella es
habitable excepto una pequeña región que está deshabitada debido al frío. La idea de
Estrabon concordaba con la idea ideología de augusto sobre roma .

El imperio romano, en su apogeo, a principios del siglo III d.C., comprendía no sólo las
penínsulas, islas y costas del Mediterráneo, así como grandes extensiones del interior
(hasta el borde del Sáhara y hasta el río Tigris), sino también zonas de Europa situadas
tan al norte como el sur de Escocia, el Rin y el Danubio

Bajo el principado, los avances más extensos se hicieron en Europa durante el reinado
del primer emperador, Augusto. Sus generales empujaron la frontera septentrional
desde los Alpes hasta el Danubio y finalmente pacificaron la península ibérica. Por lo
cual según Lutwack decía que por lo menos 100 de los seis millones de habitantes
de Italia residían en ciudades.

En tiempos de Augusto, Roma era la sede de emperadores, la corte y la


administración, así como la residencia de cerca de un millón de personas. Roma era,
esencialmente, una ciudad parásita, una ciudad que se alimentaba del potencial
humano y la riqueza de Italia y de las numerosas provincias que constituían el imperio
romano. El crecimiento espectacular de la ciudad capital en los dos siglos que
precedieron a Augusto, en el curso dé los cuales es posible que su población se
quintuplicara, se logró mediante los altos niveles de inmigración de campesinos
indigentes de Italia y esclavos de las provincias.
Una vez más, las costosas distribuciones de grano, los programas de obras públicas y
las diversiones de la ciudad de Roma se financiaron con impuestos imperiales y rentas
de propiedades públicas arrancadas del territorio de otros estados. Estas rentas se
recibían en gran parte de las provincias. Italia no era una provincia y estaba exenta del
impuesto directo sobre la propiedad y las personas. Esta situación privilegiada duró
hasta finalizar el siglo III. No obstante, el estatuto especial de Italia se vio socavado
poco a poco, durante el principado, por la entrada de las clases altas provinciales en el
senado y en el segundo rango de la aristocracia romana

Los objetivos estratégicos de Augusto, era la conquista del norte y la reconciliación del
mundo griego con Roma, presentan un marcado contraste, Menos de dos
generaciones antes, el dominio del Mediterráneo oriental por los romanos había
sobrevivido a duras penas a la rebelión de Mitrídates VI del Ponto y sus aliados de
habla griega.

En otras partes, se nos cuenta cómo los romanos «contribuyeron» no sólo domando a
los hombres salvajes de las montañas, sino también haciéndoles bajar a los valles y
transformándoles en agricultores sedentarios. Así, cuando los romanos extendieron su
avance hacia el interior de la península ibérica durante el reinado de Augusto, se
consideró símbolo de su triunfo el hecho de que las tribus vencidas abandonasen sus
refugios en las cumbres de las montañas y formaran comunidades de agricultores en
las llanuras, preferiblemente dentro del territorio y el control jurídico y fiscal de un
centro urbano. En cual Bowersock decía que La totalidad de ella está diversificada
con llanuras y montañas, de tal modo que en toda su extensión el elemento
agrícola y civilizado mora al lado del elemento belicoso.

El gobierno romano abordaba las cosas de un modo esencialmente pragmático y sus


objetivos culturales eran limitados. Los pueblos fronterizos tenían que ser domados,
neutralizados y explotados. La revelación de una forma superior de vida a los bárbaros
conquistados formaba parte de esta política, pero constituía un medio dirigido a un fin y
no un fin en sí mismo.
Los romanos controlaban un imperio muy extenso, sean cuales sean las pautas
históricas que se usen para medirlo. Sin embargo, no crearon una administración
imperial que hiciera juego con las dimensiones del imperio. Un aparato funcionarial
rudimentario era suficiente para un gobierno al que sólo preocupaban los aspectos
esenciales. Los objetivos básicos del gobierno eran dos: mantener la ley y el orden y
recaudar impuestos. Los impuestos eran necesarios para pagar los salarios, sufragar
los gastos militares y proporcionar espectáculos, construir edificios y repartir alimentos
o dinero en efectivo en la capital. Para cumplir estos objetivos tan limitados, los
primeros emperadores tomaron el sistema republicano de administración senatorial y lo
ampliaron, creando más puestos para senadores, pero, además, empleando por
primera vez, en puestos de responsabilidad pública, a funcionarios no electivos.

Por otro lado, se daba una gran continuidad en las prácticas administrativas. Los
limitados objetivos económicos del gobierno se alcanzaban sin necesidad de recurrir al
dirigismo económico. El Estado no pretendía controlar la producción y la distribución de
artículos. No había fábricas estatales, ni flotas mercantes del Estado, y si bien las
tierras propiedad del emperador aumentaron ininterrumpidamente debido a la
confiscación de tierras ajenas, los legados o, sencillamente, el abandono.

Hacía falta una política fiscal, aunque no era necesario que fuese complicada. La
naturaleza del sistema tributario que se creó en los primeros tiempos del imperio refleja
los fines restringidos que debía servir: no era un sistema normalizado, su supervisión
era insuficiente y experimentó pocos cambios.

1
Thomson J “Imperio Romano”, Editorial ICALA P.16
2 Estrabon H “Imperio Romano y Fases” Editorial BRUNT P.14
3 Walker V “Antigüedad de Roma” Editorial Braudel P.22

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