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pueden organizarse en función de su referencia al ser o al hacer. Son valores referidos al hacer de
los actores comunitarios, los siguientes:
• La unión entre la teoría y la práctica. Desde fines de los años setenta había, en la naciente
psicología comunitaria, la convicción de que la relación entre la teoría y la práctica no podía ni
debía escindirse. La teoría sola, al desprenderse del asidero concreto de la aplicación a
circunstancias específicas, no sólo no logra demostrar sus alcances y sus limitaciones, sus aciertos
y sus errores, sino que además no logra dar fe de sí misma. La práctica sola, sin la capacidad
sistematizadora, relacionadora y explicativa de la teoría, se pierde en acciones sin sentido para la
producción de conocimiento. Gestos olvidados en el tráfago de la vida cotidiana. En este principio
reside el carácter científico de esta rama de la psicología y, en general, de toda otra. Donde hay
producción de conocimiento hay una estrecha relación entre teoría y práctica y lo que las
convierte en eso que llamamos praxis es la reflexión.
• El poder y el centro de control ubicados en la comunidad. Quizás sea éste uno de los principios
más controvertidos, probablemente debido a lo profundamente arraigada que está la concepción
asimétrica del poder. Y en particular, en su relación con el saber. De tal manera que es muy difícil
aceptar que otros puedan saber (entendiendo como "otros" a todos los excluidos de aquellas
categorías detentadoras del control de ciertas formas del saber). Pero si se habla de participación,
y el método fundamental de esta psicología está centrado en ella (investigación acción
participativa), no es posible prescindir de este principio.
1. Explicitar los valores que lo orientan, indicando su concepción del mundo, de la sociedad
deseable, de la comunidad buscada, de la persona. Esto no debe llevar a pensar que hay que hacer
grandes declaraciones de principios. No se trata de largas disquisiciones, sino de coherencia entre
lo que se dice, se planifica o diseña, se hace, se corrige, se evalúa y se festeja y el porqué y el para
qué se lo hace. Y pocas líneas y palabras bastan.
2. Plantear y formular entonces objetivos acordes con esas concepciones del mundo, la sociedad,
la comunidad y la persona.
3. Diseñar y emplear modos de acción coherentes con esos objetivos y fines últimos.
Prilleltensky (2001) considera que hay cuatro requisitos que debe cumplir un valor para orientar
eficazmente el trabajo comunitario:
• Guiar los procesos conducentes hacia un escenario ideal. Para este autor, ese escenario es la
idea de sociedad buena que se tenga. Esto ya introduce un matiz relativo e indica cómo los valores
responden también a las condiciones sociales en que se vive y, por lo tanto, el cambio social que
se pretende está sometido a la tensión entre diferentes fuentes de valores en una misma sociedad
y entre sociedades.
• Evitar el dogmatismo y el relativismo. El primero impone ciertos valores sobre otros según lo
determine un grupo dentro de una sociedad; el relativismo los considera a todos en el mismo
plano, conduciendo así a la parálisis o a la veleidad desorientadora.
• Los valores deben ser complementarios y no contradictorios entre sí. Nuevamente, en este
criterio vemos que vuelve a presentarse el problema de la pluralidad de valores y la dificultad en la
decisión sobre cuáles son los mejores o más adecuados. Prilleltensky (2001: 752) recomienda que
sean internamente consistentes, es decir, que aquellos que guíen a un grupo sean coherentes
entre sí.
• Promover el bienestar personal, colectivo y relacional. Es decir que lleven a acciones con
resultados satisfactorios tanto para las personas y el grupo como para las relaciones entre ellos.