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Relación entre principios y valores

pueden organizarse en función de su referencia al ser o al hacer. Son valores referidos al hacer de
los actores comunitarios, los siguientes:

• La unión entre la teoría y la práctica. Desde fines de los años setenta había, en la naciente
psicología comunitaria, la convicción de que la relación entre la teoría y la práctica no podía ni
debía escindirse. La teoría sola, al desprenderse del asidero concreto de la aplicación a
circunstancias específicas, no sólo no logra demostrar sus alcances y sus limitaciones, sus aciertos
y sus errores, sino que además no logra dar fe de sí misma. La práctica sola, sin la capacidad
sistematizadora, relacionadora y explicativa de la teoría, se pierde en acciones sin sentido para la
producción de conocimiento. Gestos olvidados en el tráfago de la vida cotidiana. En este principio
reside el carácter científico de esta rama de la psicología y, en general, de toda otra. Donde hay
producción de conocimiento hay una estrecha relación entre teoría y práctica y lo que las
convierte en eso que llamamos praxis es la reflexión.

• La reflexión fundamentada en el diálogo es un valor íntimamente unido a la acción desde la cual


se genera y a la cual conduce, pues supone un análisis crítico que permite desnaturalizar lo que ha
sido naturalizado y, por lo tanto, es considerado como modo de ser esencial de ciertas cosas o
hechos, que permite la movilización de la conciencia, en el sentido del "darse cuenta", y que hace
posible la recuperación crítica de la historia vivida. Es el examen que transforma "la necesidad
verbalizada en acción" y que permite deslindar las necesidades inducidas de aquellas provenientes
de carencias profundas e insoportables o de deseos no menos intensos (Montero, 1998a: 221).
Aquí como antes y como sigue, los valores son nuevamente el conocimiento y la igualdad en su
expresión más amplia y la concientización como expresión de ese conocimiento.

• El poder y el centro de control ubicados en la comunidad. Quizás sea éste uno de los principios
más controvertidos, probablemente debido a lo profundamente arraigada que está la concepción
asimétrica del poder. Y en particular, en su relación con el saber. De tal manera que es muy difícil
aceptar que otros puedan saber (entendiendo como "otros" a todos los excluidos de aquellas
categorías detentadoras del control de ciertas formas del saber). Pero si se habla de participación,
y el método fundamental de esta psicología está centrado en ella (investigación acción
participativa), no es posible prescindir de este principio.

Peligros asociados a una praxis que admite estar fundamentada en valores

La psicología comunitaria se basa en valores éticamente deseables, es decir, orientados por el


respeto y la consideración del otro, por la armonía y lo que en el mundo en que vivimos es
considerado positivo. Pero podríamos encontrar grupos, comunidades o sociedades para los
cuales la violencia, o bien la perfección física (como fue el caso de Esparta, donde los recién
nacidos con defectos congénitos eran eliminados), fuese un valor. O sociedades que no hablen de
valores, pero cuyas acciones revelen los valores que las orientan, o también grupos que declaren
su apego a ciertos valores socialmente aprobados y cuyas acciones los contradigan. El trabajo
comunitario debería entonces:

1. Explicitar los valores que lo orientan, indicando su concepción del mundo, de la sociedad
deseable, de la comunidad buscada, de la persona. Esto no debe llevar a pensar que hay que hacer
grandes declaraciones de principios. No se trata de largas disquisiciones, sino de coherencia entre
lo que se dice, se planifica o diseña, se hace, se corrige, se evalúa y se festeja y el porqué y el para
qué se lo hace. Y pocas líneas y palabras bastan.

2. Plantear y formular entonces objetivos acordes con esas concepciones del mundo, la sociedad,
la comunidad y la persona.

3. Diseñar y emplear modos de acción coherentes con esos objetivos y fines últimos.

La psicología comunitaria señala que participación y compromiso son fundamentales para su


praxis y, de hecho, transforma la investigación-acción incorporando, en calidad de participantes, a
los que solían ser llamados sujetos de la investigación. Esto significa, como ya se ha dicho, que
esos participantes tienen derecho a intervenir en la investigación como agentes activos, con
derecho de voz, voto y veto.

El tratamiento explícito de los valores en la psicología comunitaria

se señala como objetivo de la psicología comunitaria la búsqueda del bienestar y de la liberación.


Tanto en las primeras obras escritas en el campo, como hasta bien entrados los años noventa, el
bienestar estaba sobreentendido en la idea de transformación, o bien mencionado como la
finalidad a alcanzar mediante dicha transformación o cambio. En cuanto a la liberación -si bien ha
sido una idea que ha tenido gran influencia en la psicología comunitaria, que a su vez ha
suministrado un modus operandi a las ideas liberacionistas surgidas en el seno de la psicología
social y en especial de aquella referida a la política-, tampoco tuvo en la literatura un lugar
predominante si bien era mencionada, sobre todo en América latina. De esta manera encontramos
que el primer valor general, universal podríamos decir, que aparece relacionado con la psicología
comunitaria es la transformación social dirigida al logro del bienestar demandado, ya que siempre
se lo condiciona a lo que las personas integrantes de la comunidad definan como tal y a lo que en
el intercambio de conocimientos que se produce en el trabajo comunitario pueda definir como tal.
No puede haber bienestar sin liberación.

Prilleltensky (2001) considera que hay cuatro requisitos que debe cumplir un valor para orientar
eficazmente el trabajo comunitario:

• Guiar los procesos conducentes hacia un escenario ideal. Para este autor, ese escenario es la
idea de sociedad buena que se tenga. Esto ya introduce un matiz relativo e indica cómo los valores
responden también a las condiciones sociales en que se vive y, por lo tanto, el cambio social que
se pretende está sometido a la tensión entre diferentes fuentes de valores en una misma sociedad
y entre sociedades.

• Evitar el dogmatismo y el relativismo. El primero impone ciertos valores sobre otros según lo
determine un grupo dentro de una sociedad; el relativismo los considera a todos en el mismo
plano, conduciendo así a la parálisis o a la veleidad desorientadora.

• Los valores deben ser complementarios y no contradictorios entre sí. Nuevamente, en este
criterio vemos que vuelve a presentarse el problema de la pluralidad de valores y la dificultad en la
decisión sobre cuáles son los mejores o más adecuados. Prilleltensky (2001: 752) recomienda que
sean internamente consistentes, es decir, que aquellos que guíen a un grupo sean coherentes
entre sí.

• Promover el bienestar personal, colectivo y relacional. Es decir que lleven a acciones con
resultados satisfactorios tanto para las personas y el grupo como para las relaciones entre ellos.

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