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La configuración de la experiencia estética

Rafael Gómez Alonso, Análisis de la Imagen, Estética Audiovisual.


Colección Laberinto comunicación N.° 5 - Análisis de la Imagen. Estética
audiovisual

La experiencia estética surge de la propia contemplación de las imágenes. Puede ser


entendida como un proceso individual cognitivo, como un apreciamiento sensitivo hacia
un determinado objeto visual, o como un proceso cognoscitivo relativo a un cierto
conocimiento que obliga, en cierto modo, a incitar una captación visual pormenorizada.
La propia observación de imágenes lleva implícita la construcción de un análisis previo,
convirtiendo lo innato en algo que necesita ser considerado y valorado. Es, por tanto,
un término muy particular y subjetivo, un proceso en el que se asientan, en cierta
medida, las pasiones y tendencias específicas de cada receptor. Los objetos visuales
proyectan determinadas sensaciones en los receptores que invitan a la apreciación de
su imagen. Ese aprecio puede ser positivo o negativo, es decir, algo puede agradar o
desagradar, pero no por ello deja de tener una determinada capacidad de atracción.
Usualmente se suele decir, en el lenguaje coloquial, que algo es estético cuando es
bello y antiestético cuando no agrada. Cualquier imagen denota por sí misma una
determinada estética y connota en el receptor una visión particular que responde a que
sea de su gusto o no.

Tanto lo que se considera bonito o feo, agradable o desagradable, es estético y produce


en las personas distintas experiencias que se encuentran definidas por multitud de
factores psicológicos (estados de ánimo, actitudes, sentimientos), sociológicos
(influidos por pautas heredadas de los roles sociales), antropológicos (marcados por
variables etnográficas, geográficas e incluso climáticas), culturales (determinados por
la sociedad intelectual con la que se convive) y, por ende, mediáticos, que, en cierto
modo transmiten la mayor parte de comportamientos en torno a la recepción de las
imágenes. El placer estético es un elemento fuertemente condicionado por las culturas
y por la formación artística; es un factor utilizado esencialmente por las corrientes de
psicología visual (estudio sistemático de la conciencia estética), y ha sido tratado y
estudiado desde diversos puntos de vista: desde la perspectivia del propio artista o
autor, desde la apreciación y acogida del espectador, y desde la representación del
objeto artístico, es decir, desde la relación entre mundo interior y mundo exterior de la
obra de arte, lo que ha dado lugar a las llamadas interpretaciones psicoanalíticas.

Robert Stam (2001) comenta que la estética, procedente del término griego aisthesis
(que significa percepción y sensación), surgió de manera disciplinaria en el siglo XVIII
con el fin de estudiar la belleza artística y sus temas afines, como son lo sublime, lo
grotesco, lo cómico y lo placentero; y bajo los parámetros filosóficos, junto a la ética y
la lógica, atendía a reglamentar lo bello, lo bueno y lo verdadero. La experiencia estética
necesita de la contemplación. No es lo mismo ver que mirar. La mirada exige atención.
El teórico e historiador del Arte E. H. Gombrich, en su libro La imagen y el ojo, indica
que podemos centrarnos en algo que está en nuestro campo visual, pero no en todo.
Para ver tenemos que aislar y seleccionar, es decir, crear un preanálisis de lo que
vemos. El análisis visual, por tanto, permite adentrarnos en la propia experiencia
estética, denominado también placer estético. Mediante la observación visual se
generan estereotipos, es decir, colecciones de rasgos sobre los que un gran porcentaje
de personas concuerdan como apropiados para describir clases y tipologías de
personas y objetos. Los estereotipos manipulan los principios estéticos. Según indica
el profesor Calvo Serraller, el pintor impresionista Delacroix comentaba que «el principal
mérito de un cuadro [léase imagen] consiste en ser una fiesta para el ojo... Todos los
ojos no están igualmente capacitados para disfrutar las sutilezas de la pintura. Muchos
tienen el ojo falso o inerte; ven literalmente los objetos, pero no lo exquisito», y esta
afirmación es la que puede aplicarse del mismo modo a la recepción de los actuales
medios de difusión de imágenes.

Lo que este pintor entendía como fiesta para el ojo ha sido metaforizado por otros
teóricos de la comunicación como el carnaval de las imágenes, y el lugar de lo
«exquisito» lo ocupa la percepción personal. La estética ha de ser entendida como un
proceso consistente en atribuir rasgos y características generalizadas y simplificadas a
grupos de gente (u objetos) en forma de etiquetas (escaparates) visuales, influidos por
tendencias socioculturales de una determinada época. La propia configuración de la
estética necesita de la experiencia y placer producido, de la capacidad física para
desarrollarse y de la habilidad intelectual basada en el desarrollo de conocimientos y
teorías. Muchas de las claves para comprender la estética de un determinado momento
aparecen reflejadas en el significado de determinados verbos asociados al mundo de
la cultura audiovisual, o si se quiere, de la propia historia de la imagen. Tales conceptos
como ver, mirar, mostrar, observar, discernir, pensar, transmitir, interpretar, construir,
entender, valorar o admirar, están estrechamente relacionados con el propio mundo de
la creatividad.

Jacques Aumont (2001) comenta que la Historia de la Filosofía del Arte y, en general,
la Historia de la imagen ha habituado a pensar al receptor que una determinada obra
vale por lo que significa, por lo que expresa, por la emoción que provoca en el
espectador y por los pensamientos que produce, pero no por el lujo de su aspecto, por
la riqueza de sus elementos compositivos o por el trabajo de un autor. Estas ideas
inciden en el valor personal que se otorga a una obra de arte desde planteamientos
puramente estéticos y utópicos, pero en la realidad cotidiana la manipulación de los
medios de comunicación puede transgredir los sentimientos individuales mediante
estrategias persuasivas y cambiar los criterios del gusto.

La estética ha estado condicionada a lo largo de la historia de la humanidad, tanto


desde el punto de vista sincrónico como diacrónico, por diferentes perspectivas
artísticas y socioculturales, y sus teorías se han visto solapadas, interconectadas,
enfrentadas, asentadas y completadas desde diversas posiciones intelectuales. La
perspectiva filosófica ha impuesto cánones rígidos que se han ido sucediendo y
contraponiendo. Sus teorías han influido y han condicionado la perspectiva artística
visual, literaria y cultural. En la Grecia clásica, por ejemplo, el término estaba
relacionado con todo tipo de producción que se hiciera con destreza, es decir, que se
hiciera de acuerdo con unos principios y reglas establecidas. El propio Aristóteles
asociaba la estética con la creatividad basándose en el hecho de comprender ambas
expresiones como la «habilidad de ejecutar algo».

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