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Mártir
Mártir
© Jesús Ovallos
jesusdovallosc@gmail.com
ISBN: 978-958-56470-7-7
Imagen de portada:
Martirio de San Sebastián, óleo sobre canvas,
de Marcela Vega, recreación a partir de una obra de Guido Remi.
Instagram: @amarillocromo
Impresión:
Editorial Gente Nueva
Tel: 320 21 88
Bogotá D.C.
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nombres y pasarlos a la posteridad en
letras de molde. Afortunadamente nos
ha tocado vivir un momento histórico
donde la visibilidad de los artistas, no
hablo solo de los escritores, es mucho más
evidente, una época donde definitivamente
se han alterado los rígidos mecanismos
tradicionales de difusión cultural. Digo todo
esto, precisamente porque me voy a referir a
un libro escrito por un nortesantandereano
contemporáneo, por Jesús Daniel Ovallos,
un joven ocañero que con Mártir, un
conjunto de relatos breves que conforman
su ópera prima, se presenta como una
bocanada de aire puro dentro de la literatura
escrita en el nororiente colombiano. El libro
está compuesto por seis relatos cortos, con
temáticas diferentes, pero con un buen
manejo del material narrativo todos ellos.
Es destacable cómo Ovallos, recurriendo a
la economía verbal, logra manejar la tensión
narrativa y atrapar al lector con historias
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que siempre guardan una dosis de suspenso.
Cuando digo economía verbal no me refiero
a la evasión de la descripción del detalle, que
muchas veces está presente cuando el texto
la demanda, sino quiero decir que hay una
voluntad explícita del autor de alejarse de un
lenguaje recargado, amanerado, anacrónico.
Veamos cómo en el cuento “Mártir”, por
ejemplo, con unas pocas pinceladas precisas
el autor nos pinta narrativamente un tipo
ideológico reconocible en la figura del
capitán Matallana, cuando este se refiere a
los rojos:
–Recientemente– retomó el capitán –han
conseguido muchos adeptos entre los
colegiales, entre los poetas borrachos y los
degenerados disfrazados de intelectuales.
Los estudiantes se están dejando ensuciar
los oídos con las patrañas liberadoras, que
no son sino depravación reprimida, señor
Obispo…
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El lector se encontrará en este libro, en
primer lugar, con la soledad del samaritano
en Tanatocracia. En principio, un espectador
de la barbarie irracional impulsada por
una secta fantasmagórica que incita a la
autoeliminación de los habitantes del pueblo,
luego, víctima también él de ese estado de
cosas.
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de los cambios que experimenta la pareja, los
que ven al camión de mudanzas y a Karenin
tirarse del auto en movimiento. Son los que
reparan en los cambios de hábitos, tanto
del dueño del perro como de la mascota.
Finalmente, son los que llaman a la policía,
para que estos se encuentren con esa escena
entre previsible y sorpresiva.
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Manuel Jacinto Palomo, máximo hombre
de letras de la ciudad, es el relato más
extenso del libro. Una crónica que comienza
cuando el personaje narrador, siendo niño,
conoce al autor del himno de su colegio, un
candidato a alcalde frustrado que termina
convirtiéndose muchos años después en
su mentor. Siguiendo la voz de un ingenuo
narrador protagonista, veremos cómo ciertos
personajes con experticia en mover los hilos
burocráticos pueden ascender en distintas
esferas y hacer un culto de la personalidad.
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costumbrista, que tiene como telón de fondo
los aconteceres de una sociedad.
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Tanatocracia1
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y comenzaba a coagularse. Pensó que en
lugar de una ambulancia, llamar a Medicina
Legal habría sido más conveniente. Absorto
en la contemplación del cuerpo e intentando
identificarlo solo por su vestimenta, le tomó
un tiempo considerable advertir que era el
único, de entre los miles de habitantes de
su ciudad, que había mostrado interés en el
finado.
16 Jesús Ovallos
negro y que iba acompañado por algunos
personajes en similar atavío; mientras sus
acompañantes aplaudían, un hombrecillo
encorvado por el peso de su propia sotana
blanca repartía bendiciones a diestra y
siniestra.
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era el camino hacia la redención, solución
definitiva. El samaritano volvió su mirada
a los edificios que rodeaban la plaza solo
para constatar que la muerte de su vecino no
había sido ni un accidente ni mucho menos
un caso aislado. Varios de los asistentes a
la plaza ahora recorrían el camino señalado
por las bestias en la tarima, lanzándose de
los edificios cercanos o interponiéndose en
el camino de los conductores indiferentes.
Mientras el hombre de sotana bendecía
el frenesí suicida, un vaho sanguinolento
comenzaba a apoderarse de la ciudad.
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dirigían al público. Desde su posición, podía
distinguir los verdaderos rasgos detrás
de las caras falsas, facciones demacradas
por la eternidad misma, rostros llenos de
cicatrices y de pústulas que expelían un olor
nauseabundo, prestas a reventar. Buscó con
su mirada al de sotana, de quien alcanzó
a percibir cómo de sus cuencas oculares
salían regordetes gusanos del tamaño de sus
dedos. No dudó que se trataba de criaturas
sobrenaturales, más allá de las leyes del
mundo y de Dios.
Mártir 19
los alrededores y se sumaban a la audiencia.
Sin embargo, su determinación de desnudar
la verdadera esencia de las criaturas lo llevó
hasta la primera línea de la multitud, desde
donde podría dejarlos en evidencia.
20 Jesús Ovallos
definitivo. Avanzó por la marea tratando
de llegar al cuerpo de policía, que desde la
última fila y en absoluta tranquilidad parecía
cuidar lo que parecía un macabro ritual. Ya
que el escuadrón seguía hipnotizado por
los discursos de las criaturas, se le facilitó
despojar furtivamente a uno de los policías de
su arma de dotación. Con el dedo en el gatillo
se acercó lo más que pudo a la tarima, a solo un
par de metros de los monstruos. Era la última
esperanza para desterrarlos de la existencia,
y sentía que debía agotarla. A pesar de ser
consciente de lo inútil de su acción, disparó
dos balas que atravesaron sin lastimar a
los predicadores, quienes continuaron sus
diatribas y pregones mortales.
Mártir 21
desesperación. Tal como era de esperarse, el
acto público no fue interrumpido ni por su
muerte ni por las siguientes. Nadie pareció
alarmarse, el pueblo seguía absorto en la
palabra que esas prístinas criaturas les
presentaban.
22 Jesús Ovallos
Cándido can
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pareció agilizarse con la llegada de la familia.
En todas sus actividades, el perro los
acompañaba, siempre echado a sus pies.
24 Jesús Ovallos
la pareja. Los encargados llevaron los muebles
al camión mientras el hombre, botella de
cerveza en mano, se limitaba a observar el
desalojo desde la tiendecita de enfrente. Los
últimos en salir de la casa desocupada fueron
la mujer y Karenin, llevado por ella con un
lazo hacia el auto familiar.
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vecinos de la casa contigua se enteraban de
la llegada de su vecino cuando escuchaban
el ruido de un televisor catódico encenderse
pasada la media noche.
26 Jesús Ovallos
Cuando decidieron llamar a la autoridad
ambiental, ya las señales de vida del can eran
una rareza.
Mártir 27
casa. Karenin hizo el respectivo recibimiento;
meneaba su cola y arqueaba su columna en
señal de sumisión, lo que le dio la confianza
a uno de los uniformados para acercar su
mano al hocico del animal, quien lamía la
mano brevemente y brincaba para hacer lo
mismo con su rostro. El policía se deleitó
con la espontánea y legítima efusividad del
can hasta que este le ladró casi al oído y se
apresuró a la puerta de la habitación de su
amo. Allí permaneció y ladró repetidamente
hasta que los policías se acercaron a registrar.
A medida que se aproximaban, el olor a
mortecina que los había llevado hasta allí se
mezclaba con el aroma del whisky.
28 Jesús Ovallos
características de la cabeza: quedaban a la
intemperie los huesos de las manos y los de
una parte del antebrazo. Al lado de la cama,
en la mesa de noche, encontraron una copia
de La insoportable levedad del ser y una
bolsa de papel junto a un paquete vacío de
Clonazepam; al otro costado, una botella de
whiskey reventada contra el suelo.
Mártir 29
Premio Internacional de Poesía
de Los Infiernos
Mártir 31
–Pues para nosotros, debo decir, vuestra
participación ha sido todo un honor que…
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para conversar y concretar la entrega del
premio.
–Sí señor.
Mártir 33
Quisiera haceros un par de preguntas acerca
de vuestra vida y de cómo llegasteis a la
inspiración para componer ese maravilloso
poema que es Bajo el cielo azul de Los
Infiernos.
–Le agradezco mucho la amabilidad, don
Ramiro; me disculpará si llego a ser cortante,
pero de verdad el tiempo que tengo es muy
limitado…
–No os preocupéis. Para no perder más
tiempo, maestro, ¿podéis decirme vuestra
edad, domicilio y profesión? Seguramente
seréis un profesor de literatura o algo
relacionado con la lengua castellana…
–Realmente no. No señor. Soy estudiante de
ciencias políticas de la Universidad Nacional.
Y a las otras preguntas, tengo veinticinco
años y vivo en Bogotá.
–Ya veo. Pero entonces supongo que os
encontráis ya en la etapa final de vuestra
carrera…
34 Jesús Ovallos
–La verdad, apenas voy en tercer semestre…
Mártir 35
de mes con cierta holgura. A menudo navego
por internet en búsqueda de certámenes
literarios y me encontré con este. Como los
cien euros de la dote me caían bastante bien,
pues busqué una foto de Los Infiernos y me
puse a jugar con la irónica belleza del lugar
respecto a su nombre. De allí viene Bajo el
cielo azul…
36 Jesús Ovallos
–Sí, acá estoy, pero...
–¿Don Bustillo?
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ha afecta’o; así que mucho temo deciros que
el tamaño de la estatuilla se ha reducí’o de
cuarenta centímetros de altura a solo diez.
Espero no os ofendáis…
38 Jesús Ovallos
–Pues que ha debí’o ser un error en la
digitación, chaval.
Mártir 39
–La pura verdad, don Fernando. Que es
un tío ingrato este tal Bustillo. Despreciar
un certamen de la importancia de nuestro
concurso. Y sí, acá tengo la entrevista,
por lo menos. Ahora sí, a lo que habíamos
veni’o. ¿Está to’o listo para el Concurso
Internacional de Flamenco Moderno Urbano
de Los Infiernos?
40 Jesús Ovallos
Manuel Jacinto Palomo,
máximo hombre de letras de la ciudad
I
La primera vez que tuve la fortuna de ver a
Manuel Jacinto Palomo fue en los cándidos
años de mi infancia. En mi memoria
permanece vívido el día en que se presentó
a nuestra escuelita, en plena época electoral;
también recuerdo que nos visitó en nuestro
salón de clases después del descanso de las
diez de la mañana. Ya imaginará usted el
cuadro: mis compañeritos con sus pantalones
de dril y las rodillas puercas de tierra; sus
camisas, unas horas antes impecables, ahora
llenas de estampas de balonazos, y esas
caritas redondas, coloradas y sudadas por
la actividad física. Al frente de nosotros, un
señor de cabellera y barba excepcionalmente
negras, ataviado de camisa guayabera y
Mártir 41
pantalones blancos inmaculados, rematados
por unos zapatos impecables del mismo
color. Alto como una casa de dos pisos, el
hombre nos miraba con complacencia.
42 Jesús Ovallos
El hombre se acercó sin ocultar su
satisfacción y me estrechó la mano. “Mucho
gusto, yo soy Manuel Jacinto Palomo”. Ni
siquiera volteé para ver la cara de asombro
de mis compañeros; sí, debía ser de asombro,
pues, ¿cuándo el compositor de un himno
había visitado nuestra escuelita? “A este
tipo deben conocerlo en todo el país ¡Y me
dio la mano, qué orgullo!”, pensaba en ese
entonces. Manuel Jacinto nos contaba de sus
libros (sí, porque además de ser compositor
de himnos escribía ensayos, poesías, recetas
culinarias, entre otras) y de sus obras
sociales. ¡Había escrito nada más y nada
menos que sesenta y nueve libros! ¡69! ¡Y el
tipo no tenía aún ni cincuenta años! Luego
nos dio a conocer sus propuestas y sus planes
en el caso de llegar a ser elegido alcalde, que
era la razón por la que nos había visitado.
¿Pero qué importaban sus proyectos e ideas?
¡Un hombre que ha escrito sesenta y nueve
libros debe tener la cura para los males
del mundo, era obvio que convencería sin
Mártir 43
mucho esfuerzo a mi familia de votar por él!
Por mi recién adquirida admiración por el
hombre de traje níveo, nunca perdonaré la
insolencia de mi maestra cuando, después de
que Manuel Jacinto se había ido, dijo que el
letrado era “de lo más regular que tenía este
pueblo” y remató con un falaz “cuando sean
más grandes lo entenderán”. Y lo decía ella,
una nadie que solo había escrito dos libritos
y cuyos máximos orgullos eran haber sido
finalista del Concurso Nacional de Poesía
y haber escrito el himno del colegio, aquel
que sonaba justo después del compuesto por
Manuel Jacinto.
44 Jesús Ovallos
debió escribir la nada despreciable cifra de
un libro cada seis meses, un poco más, un
poco menos. ¡Por fin tendríamos un político
del que se pudiera decir que era inteligente!
Preso aún por el entusiasmo de mi saludo con
Manuel Jacinto, me bajé del bus escolar y me
apresuré a la casa para notificar a mi familia
de tamaño acontecimiento. Esperé a que
estuvieran todos en la mesa y les anuncié que
había conocido al hombre más famoso que
hubiera nacido en esta ciudad. Mis padres
se miraron entre sí; en los ojos del otro, sin
decirse, buscaron entre actores, futbolistas,
cantantes y demás personalidades notables
de mi terruño. Sin respuesta, volvieron
sus pupilas hacia mí, con inconfundible
curiosidad. “Manuel Jacinto Palomo”, les
informé. Mis padres volvieron a mirarse
entre sí. Mi madre dejó escapar una expresión
de ternura mientras que mi padre apenas
disimuló una mueca socarrona. Más tarde,
a la hora de la siesta, alcancé a escuchar
la conversación de mis padres. Alcancé a
Mártir 45
escuchar de boca de mi padre frases como
“No le bastó la desfachatez de cambiar el
himno para poner el de él”, pero no entendí
a qué se refería.
46 Jesús Ovallos
cada reporte de la Registraduría. Debí
escuchar cómo los candidatos de los partidos
de siempre, liberales, conservadores y
demás, se repartían miles de votos, mientras
que los sufragios por nuestro hombre de
letras se podían contar con los dedos de
las manos. Al final, a las diez de la noche,
el último boletín anunció que el candidato
de los conservadores había ganado la
alcaldía con dos mil quinientos votos, dos
mil cuatrocientos ochenta y tres más que
el gran Manuel Jacinto. Desencantado por
el resultado y con el corazoncito como bola
de papel, prometí que nunca volvería a
interesarme por el asunto político.
II
Mártir 47
aspecto que se podía notar en artículos como
“¿Por qué volver al verso alejandrino?” o el
“Memorial de agravios de Walt Whitman al
arte poético”. Recuerdo un fragmento de un
poema que da cuenta de sus convicciones
poéticas y filosóficas que reza: Para salvar la
humanidad/y ya que la biblia pide tal / palo
al homosexual. De igual manera, recuerdo
algo de su prosa panfletaria que mostraba la
firmeza de su convicción política: Mi padre
mató un liberal ayer / el tipo cristiano no era
/ al confesarse, el padre le dijo / que el lugar
del liberal es la hoguera.
48 Jesús Ovallos
años atrás, ahora se veían grisáceas y le
daban un aspecto de sabiduría, como el de
un Gandalf recién afeitado. Mi emoción por
verlo después de tantos años, sin ápice de
rencor con este pueblo ingrato, me animó
a saludarlo y presentarle mis credenciales
como bachiller recién egresado. Traté de
acercarme, y cuando estuve a apenas un par
de metros, como con poder telequinético, la
palma de su mano detuvo mi andar. “¿Quién
es usted?” me preguntó. Mis esperanzas
de que me recordara de inmediato, por ser
aquel niño que lo había reconocido en la
calurosa mañana del año 97 en mi escuela, se
esfumaron de inmediato. “Yo fui el único que
sabía que usted era el compositor del himno
cuando usted visitó la Escuela Núñez, en
plena campaña por la Alcaldía, ¿recuerda?”.
Manuel Jacinto Palomo me analizó de arriba
a abajo, arqueó las cejas y miró al cielo
mientras apretaba ligeramente sus labios.
Cuando bajó sus ojos, vio mi figura expectante
y con los dedos de mis manos entrelazados a
Mártir 49
la altura del ombligo. “Ah sí”, dijo “¿Necesita
algo?”. No dudé en responderle que, desde
que lo había conocido, quería convertirme
en su aprendiz. Manuel Jacinto dirigió
su mirada hacia el profesor Tornasol; me
pareció verles un semblante de incrédula
alegría. “No pudiste haber llegado en mejor
momento”, dijo el maestro. “¿Tienes dinero
para comprar algo de comer? Si lo tiene,
acompáñanos y te comentaré de un proyecto
en el que podrás sernos muy útil”. No lo podía
creer, el sueño principal de mis años recientes
estaba próximo a cumplirse. Aunque solo
llevaba dinero suficiente para tomar el bus
de vuelta a casa, acepté la oportunidad para
acompañar a los dos hombres por el resto de
la tarde.
50 Jesús Ovallos
el doctor Palomo le contaba al profesor
Tornasol cómo la violencia política lo había
condenado al destierro. Según narraba, el
maestro había recibido cartas anónimas
que lo habían obligado a dejar a su familia
y buscar refugio en un lejano paraje a cinco
kilómetros de nuestra ciudad. Tamaña
injusticia cometió la revolución, exiliar al
máximo representante de la literatura local
por expresar con claridad y respeto sus
puntos de vista tan imparciales como sus
poemas.
Mártir 51
sentirse afortunados de compartir el recinto
con semejante personaje. Los más deferentes
incluso se levantaban de sus sillas para
estrechar la mano de Manuel Jacinto y de su
cuñado. Yo por mi parte, debía conformarme
con ser testigo de honor del respeto con que
eran tratados.
52 Jesús Ovallos
proyecto a cargo de la Biblioteca Pública
Manuel Jacinto Palomo. ¿La conoces”.
Asentí. “Resulta, y necesito que me prometas
que vas a mantener esto en secreto, que
la Biblioteca Palomo está organizando el
Primer Festival Internacional de Poesía del
departamento. ¿Qué te parece?”. En nuestra
ciudad, realizar un evento de tal envergadura
era impensable, pero gracias a la habilidad
del maestro Palomo como gestor cultural,
ahora contaríamos con recursos de parte
del gobierno para semejante empresa. En
ese instante vino a mi cabeza una pregunta
fundamental. “¿Y qué puedo hacer yo por
usted?”. Manuel Jacinto me puso las manos
sobre mi cabeza con ternura. “Por ahora,
debes ir todos los días a la Biblioteca y allí
te diré lo que tienes que hacer. Te puedo
pagar un salario mínimo mensualmente,
¿te parece bien?”. ¿Que si me parecía bien?
¡Hubiera trabajado gratis con tal de estar al
lado del maestro Palomo! Así que acepté sin
miramientos.
Mártir 53
Llegado el momento, pagué mi cuenta y me
fui a casa. Caminé durante más de una hora,
pero por lo menos ahora tenía trabajo.
III
Por primera vez en mucho tiempo sentí
plenitud en el alma. Mi jornada, que iniciaba
a las seis de la mañana y culminaba a las seis
de la tarde, no representaba mayor dificultad.
Mi labor principal era leer los poemas de
Manuel Jacinto, versos elevados como
cohete gringo, así que de a poco fui tomando
pericia en la crítica poética y cuentística.
Verlo trabajar era un deleite: podía escribir
unos veinte poemas al día cuando no quería
dedicarse a los asuntos del concurso; la
tinta corría a chorros por las hojas; cuando
terminaba un total de cien poemas, yo los
organizaba y dejaba listos para ponerles una
portada y un título. Manuel Jacinto Palomo,
a ese ritmo, era capaz de publicar un libro
por semana, y hasta dos cuando se sentía
inspirado.
54 Jesús Ovallos
Por otra parte, mi trabajo como coordinador
del concurso de poesía se limitaba a firmar
papeles y más papeles exigidos por el
Ministerio de Cultura y las secretarías
departamental y municipal de cultura, ya
que el maestro, con esa pericia burocrática
que tanto le había ayudado a la hora de
hacer justicia a su legado y bautizar tamaña
cantidad de sitios de interés con su nombre,
se encargaba de todo lo concerniente de los
aspectos ejecutivos del concurso. Él mismo
llenaba formularios, agendaba a los jurados
y les enviaba los poemas participantes,
programaba las reuniones concernientes
a la realización del concurso y, además, se
cercioraba de que los recursos provenientes
del gobierno estuvieran disponibles.
Incansable, se encargó hasta del último
detalle para que no hubiera riesgo de que mi
impericia arruinara el éxito del certamen.
Mártir 55
Internacional, al que asistió lo más granado
de la ciudad. Bibliotecarios, gestores
culturales, profesores de español, de
danza, el arzobispo, autoridades políticas y
algunos jóvenes curiosos asistieron a la gran
clausura; en total, una multitud de quince
personas. Allí me parecía estar viendo de
nuevo a todos mis compañeritos de la
escuela, sudados y maltrajeados, al frente de
un hombre precedido por la grandeza que
sus contemporáneos ignoraban; el cuadro
también me recordó a mis compañeritas,
representadas por esas señoras elegantes que
ahora no se abanicaban con sus cuadernos,
sino con el folletito de la programación
del día, a la par que espantaban el olor a
aguardiente que expelían los invitados que
no esperaron el brindis de agradecimiento
para ponerse a tomar.
56 Jesús Ovallos
en su totalidad por la Editorial Palomo, y
constituían una enorme cantidad de libros
apiñados en tres estantes recostados a la pared
frontal; según el maestro, las colecciones de
literatura universal llegarían a completar el
catálogo de la biblioteca en el transcurso de
este mismo año, pero desde ya me imagino
lo bien que se verán los Poemas Clásicos de
Palomo al lado de las Rimas de Bécquer o el
Werther de Goethe. El espacio que dejaban
libre los estantes, unos doscientos metros
cuadrados del lugar, fue aprovechado para
realizar la clausura y premiación del evento.
El profesor Tornasol, designado maestro
de ceremonias, leía el programa desde el
atril frente al público; a su lado, reposaba
en una mesita forrada en un mantel blanco
el gran galardón de la noche: el Palomo de
Plata, una estatuilla hecha de aluminio con la
figura de una Columba Livia, o en términos
coloquiales, una paloma común, con su pico
en alto y las alas extendidas al vuelo. Los tres
jurados eran conocidos para mí, pues fueron
Mártir 57
aquellos que con más efusividad saludaron al
maestro Manuel Jacinto el día que sellamos
nuestro contrato verbal de trabajo en la
cafetería.
58 Jesús Ovallos
Jacinto Palomo, organizado por la Biblioteca
Pública Manuel Jacinto Palomo, era nada
más y nada menos que: ¡Manuel Jacinto
Palomo!
Mártir 59
poesía. Pensé que, semejante trabajo, quizá
hasta podría candidatizarlo al Nobel, ¿por
qué no?
60 Jesús Ovallos
y vasos de cocteles que los invitados habían
dejado tirados en el suelo.
IV
Mártir 61
un abogado privado por si el asunto se pone
más peludo y, en sus palabras, la Fiscalía se
pone más insistente con su preguntadera.
Hoy, cuando cumplo mi tercer mes
encerrado, ha venido a conversar conmigo
el fiscal delegado. Me ha insistido en que,
para salir de acá en el menor tiempo posible,
lo único que tengo que hacer es admitir que
yo no gesté nada del concurso, que todo fue
maquinado por Manuel Jacinto: la idea de
organizarlo, la elección de los jurados, las
bases del concurso, todo. El fiscal insiste en
que basta eso para que yo salga de la cárcel
y, según él, poner a quien es el verdadero
delincuente acá. Pero no entiendo a qué
crimen se refiere, y me rehúso firmemente a
que mi legado como el organizador fundador
del legendario Concurso Internacional de
Poesía Manuel Jacinto Palomo quede en el
olvido. La verdad, poco entiendo de lo que
me ha dicho el Fiscal, y mi abogado no se
interesa mucho por explicarme a qué se
refiere cuando dice que “Peculado esto”,
62 Jesús Ovallos
“Peculado en favor de terceros lo otro” y
demás. Mi abogado solo me recomienda
aceptar la responsabilidad, y que del resto
se encargarán él y Manuel Jacinto, y aunque
no comprendo bien lo que eso implica, sé
que el maestro Palomo no permitirá que
ocurra una injusticia conmigo. Así que no
me queda sino confiar en las habilidades de
mi abogado y de mi mentor, que no dudo
que estarán en pro de sacarme de acá lo más
pronto posible.
Mártir 63
para que mi estadía en la cárcel sea tan breve
como esta línea.
64 Jesús Ovallos
mi habitación completaré la crónica con el
final perfecto: celebrando mi libertad con mi
mentor y con mi abogado.
Mártir 65
Mártir
Mártir 67
persignaba, el Capitán apoyó sus rodillas
en el reclinatorio, dispuesto a anunciar
las novedades y a descargar una que otra
angustia en el obispo; sabía que no podía
demorar más de la cuenta, pues era él
quien debía encender la cadena de cohetes
pirotécnicos que clausuraría las fiestas del
pueblo y que la misma policía financiaba.
68 Jesús Ovallos
–Mi papá solía decir, señor Obispo, que
la puntualidad es la forma más sutil de
demostrar el respeto, y hacia usted, eso me
sobra– se explicó. Dentro del confesionario,
el obispo esbozó una sonrisa de satisfacción
ante la delicada reverencia.
–Cuénteme, ¿viene esta vez a contarme sus
culpas o solo a darme a conocer las novedades
de la actividad?
–Un poco de ambas, señor Obispo, aunque
debo decir, con total honestidad, que cierta
circunstancia turba mi tranquilidad…
–O sea, que las noticias sobre la lucha no son
buenas.
–Definitivamente no, de ninguna forma,
señor Obispo –replicó el capitán, antes de
inhalar una enorme bocanada de aire. –Las
calles están llenas de rumores de que los
rojos están planeando un golpe, un golpe
duro. Hablan de dos personas importantes
como probables objetivos...
Mártir 69
El rostro risueño del obispo Manrique
demudó en un semblante de intriga. La
curiosidad lo llevó a preguntar por los
nombres de los amenazados. El policía se
tomó su tiempo para responder.
70 Jesús Ovallos
que, en una o dos semanas, a alguno de los
dos nos van a matar.
Mártir 71
era consciente de los riesgos que corría
cuando aceptó la carrera policial– sentenció
Manrique.
72 Jesús Ovallos
Obispo. Capturamos algunos, pero no hablan,
no dan nombres de jefes o algo parecido.
Mártir 73
palabras alentaron de forma especial al
Capitán Matallana a cumplir con el cometido
que se había propuesto para aquel día.
Augusto Matallana, aún un temeroso de
Dios, sentía el deber de seguir consultando
al Obispo.
74 Jesús Ovallos
cumplir el deber. Usted, Capitán, tiene el
carácter y los valores necesarios.
–Monseñor... ¿Y si fallo?
Mártir 75
muerto defendiendo la cruz y los valores que
ella representa, santos, hombres de Dios.
Además, si la desgracia ocurriese y alguno de
los dos resultásemos muertos, Capitán, usted
bien sabe que el caso llamará la atención de
la opinión pública nacional y que el gobierno
se verá obligado a reforzar la lucha, con más
pie de fuerza y recursos, Capitán.
76 Jesús Ovallos
–Capitán, quien muere en Dios, obrando de
acuerdo a su palabra, no debe tener miedo
a la muerte. Usted ha sido un cristiano
ejemplar y honesto, y puede estar tranquilo.
Mártir 77
la iglesia y asintió con su cabeza. Cuando
los subordinados pasaron por su lado, les
recordó que debían actuar sin temor, pues
obraban con la complacencia de Dios.
La algarabía producida por la música de la
banda y la multitud que bailaba a su ritmo
concentraban la atención de todos los
presentes en el parque, quienes esperaban
que el Capitán Matallana apareciera para
encender los fuegos artificiales.
Los dos sujetos esperaron hasta que el
primero de los voladores de la hilera de
cien explotara en el aire para actuar; uno se
quedó custodiando la puerta desde afuera
mientras el otro, también uniformado,
repitió los pasos previos de su Capitán hasta
el confesionario, abrió la cortina del cubículo
y encontró al obispo aún sentado secándose
el sudor de la frente. Ninguno de los
habitantes se percató de que se escucharon
ciento dos detonaciones, en lugar de las cien
correspondientes a los juegos pirotécnicos. El
78 Jesús Ovallos
gendarme encargado de ejecutar la treta tuvo
tiempo de cerrar la puerta por donde había
entrado y hacer la señal a su compañero para
alejarse caminando con tranquilidad, pues
solo su capitán los vio entrar, y nadie los vio
salir.
Dos horas después el pueblo notó el retardo
del Obispo para la bendición de la clausura
de las fiestas. Lo buscaron primero en la
casa cural, pues algunos aseguraron haberlo
visto entrar antes de las cinco de la tarde.
Al no hallarlo, continuaron su búsqueda en
la iglesia, a la que accedieron a través de
la puerta que la conectaba con la casa que
habían registrado previamente. El denso olor
a cobre y el charco de sangre procedente del
confesionario delataron pronto la ubicación
del cuerpo de Monseñor Manrique.
Fue el mismo capitán Matallana el designado
para anunciar el terrible suceso a la multitud.
Aprovechó la tribuna pública para exaltar las
cualidades del inmolado faro espiritual de la
Mártir 79
ciudad. Ordenó a la comunidad recluirse en
sus casas al tiempo que decretaba un duelo de
tres días y el fin inmediato de las actividades
festivas.
80 Jesús Ovallos
las medidas necesarias para evitar que el mal
se propagara.
Mártir 81
Y solo yo sabía por qué
Mártir 83
a la que se iban adhiriendo otros niños a
medida que llegaban y se iban del vecindario.
En andadas infantiles duramos hasta que
cumplimos doce años, cuando los padres de
Julián terminaron de construir su casa a las
afueras de la ciudad. Después de eso, solo
nos saludábamos cuando nos topábamos
accidentalmente en alguna calle; además,
nuestras amistades e intereses empezaron a
cambiar y nos distanciamos levemente. Eso
sí, cada vez que nos topábamos nos sobraban
las anécdotas, la risa y los comentarios sobre
la actualidad del fútbol mundial.
84 Jesús Ovallos
eran sobre fútbol y recuerdos ya lejanos, sino
también sobre música, cine, política, y cómo
no, mujeres. Fue precisamente a través de
redes sociales que Julián me comentó que sus
padres volverían a vivir al barrio de nuestra
infancia, y que esperaba que eso se tradujera
en más charla, chiste y cervezas en época de
vacaciones.
Y así había sido en general. En los periodos
de descanso, varias veces a la semana, nos
sentábamos al frente de mi casa con nuestros
otros amigos de infancia sin más objetivo que
comentar cuán incómoda podía resultar la
vida de joven adulto. “Sin plata, sin tiempo, sin
novia, lo único que tengo es sueño”, solía decir
él, mientras que los ahorros que hacíamos
para vacaciones ebullían en nuestras lenguas
en forma de cerveza o gaseosa.
Fue en ese tiempo cuando empecé a
percatarme de las visitas femeninas a casa de
Julián mientras sus padres salían al trabajo.
Se puede decir que estas visitas se daban sin
Mártir 85
mayor frecuencia; supongo que su timidez
era un rasgo que aún se conservaba, y que
eso hacía que no las recibiera en la misma
cantidad que yo. Eso sí, valga decirlo, cada
visita se trataba de una muchacha distinta,
cada cual de una belleza muy diferente a la
última que le había visto entrar.
Esto cambió cuando lo vi llegar una y otra
vez de la mano, repetidamente durante dos
años, con una muchacha muy morena, de
piernas torneadas y una cadencia al caminar
como de modelo; su cabello se curvaba a la
altura de sus prominentes nalgas y se movía
con soltura al ritmo de su cabeza. Más de
una vez le expresé a Julián que su novia era
una auténtica belleza, a veces incluso con
comentarios que se podrían considerar de mal
gusto, pero él, muerto de risa, solo atinaba a
agradecer y a advertirme irónicamente que
la chica estaba fuera de mi alcance.
86 Jesús Ovallos
vi juntos por primera vez, precisamente
en el día de mi cumpleaños. Yo había
rentado una cabaña en las afueras para la
celebración de la fecha y naturalmente mis
amigos del barrio fueron invitados, junto
con algunos excompañeros del colegio con
los que nos congregábamos a jugar fútbol.
Mientras mis amigos trataban de seducir
a las solteras invitadas, quienes habían
llevado a su respectiva pareja, Julián
incluido, bebían y bailaban con ellas. En
uno de esos momentos de jolgorio miré
hacia donde Julián y su novia bailaban,
solo para percatarme de la incomodidad de
la morena; él se veía ridículamente torpe
tratando de seguir el ritmo que con tanta
gracia y soltura le imponía ella. Sabiendo que
Julián no se incomodaría o se sentiría celoso
de mí, puse mi mano sobre su hombro, y a
modo de chanza le pedí que me “prestara”
a su mujer; “ni más faltaba, muchas gracias
hombre, seguramente contigo se sentirá más
cómoda”, me dijo, y se apresuró a tomar
Mártir 87
asiento en la mesa de nuestros amigos de
barrio. No tardé mucho en acostumbrarme al
paso sensual de Carolina; seguía sus caderas
casi serpenteantes con destreza y mis pies se
movían a la par. Yo aprovechaba para hacer
señales burlonas a Julián, ella le lanzaba uno
que otro beso mientras girábamos alrededor
de la pista. En medio de nuestra segunda
canción, Carolina acercó su boca a mi oído
para decirme que, indudablemente, yo era
mejor bailarín que él. Agregó que ella, al
igual que yo, vivía en la capital, e insinuó que
Julián no se molestaría si fuera yo quien la
invitara a bailar los fines de semana en lugar
de alguno de sus compañeros de clase. Al
final de la pieza, terminó con un “Entonces
saldremos a bailar alguna vez, ¿no?”, y
remató asegurando que el baile sería el único
vínculo que habría entre nosotros.
88 Jesús Ovallos
unió en sendos despliegues pasionales que
repetidamente nos llevaron a la cama. Al
principio entendí cada encuentro sexual
como meras casualidades irresponsables
motivadas por la lujuria, pero al tiempo me
percaté de que ella amanecía con sus brazos
aferrados a mi pecho. Esto me llevó a optar
a no comunicarme nunca más con Carolina
y a romper toda relación o contacto con ella.
Al fin y al cabo, a pesar de sus muestras de
afecto, si se les puede llamar así, considero
que debía entender nuestra situación de
amantes furtivos.
Mártir 89
casa y lo vi, primero asomado por su balcón,
y luego abriendo la puerta de su casa para
abordarme. Ese día no me devolvió el saludo,
sino que se acercó para encararme con sus
ojos hinchados y enrojecidos, pero en calma
aparente.
90 Jesús Ovallos
en su casa. No tuve oportunidad de decirle
que nuestros encuentros sexuales habían
sido casi que accidentales, una deshonrosa
casualidad, y mucho menos alcancé a
explicarle que nunca hubiera pensado en
enamorar a su novia a propósito.
Mártir 91
cuadro que se repitió por dos semanas hasta
que tuvo el arrojo de suicidarse en frente de
su casa, que también resultaba ser el frente
de la mía.
¿Y en cuanto a Carolina? Sospecharía apenas
de los motivos de Julián, o quizá muy en el
fondo no quisiera admitir que los conocía. La
vi por última vez en el velorio, al entierro no
quise ir; a veces nos cruzábamos no miradas
de odio, sino de culpabilidad, pero nadie entre
nuestros conocidos, sentados todos ellos
cerca de mí, pudo darse cuenta del secreto
escondido entre nuestras miradas. Solo supe
que, tiempo después, ella había optado por
una beca internacional, había terminado sus
estudios en Europa y establecido su familia
allí.
Ha pasado una década ya desde el suicidio
de Juliancho. Tendríamos treinta años y
seguramente tendríamos varios estudios
de posgrado ambos. Quizá estuviéramos de
vacaciones con nuestras familias, mis niños
92 Jesús Ovallos
y sus posibles hijos, quizá ellos de Carolina
misma. O quizá le hubiera jugado una mala
pasada el destino, quién sabe, a veces me
consuelo pensando esta posibilidad. Pero en
últimas, siempre que salgo de mi casa tengo
que encontrarme la de Julián de frente, allí
donde vivieron sus padres hasta unos meses
después de su muerte. Diez años desde el
suicidio de Julián, y contando. Y, hasta hoy,
solo yo sabía por qué.
Mártir 93
Contenido
Prólogo
Jesús Ovallos, un aire puro más allá
de los estoraques 7
Tanatocracia 15
Cándido can 23
Mártir 67
Mártir 95
Este libro se terminó de imprimir
para Ediciones Exilio
en el mes de agosto de 2018
en los talleres gráficos de Gente Nueva Editorial
en el barrio Teusaquillo de Bogotá