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Meditación 1ª: (Martes-mañana)

LA ULTIMA CENA:
JESUS LAVA LOS PIES A SUS DISCIPULOS

TEXTO BIBLICO
«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su
Hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de
Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el
Padre había puesto todo en sus manos, y que había salido de Dios, y a Dios
volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se
la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los
discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
(...) Después que les lavó los pies tomó sus vestidos, volvió a la mesa y
les dijo: — ¿Comprendéis lo que he hecho convosotros? Vosotrosme llamáis
el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el
Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies
unos a otros. Porque os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis
como yo he hecho con vosotros». (Jn 13,1-15)
OTROS TEXTOS
Lc 17,7-10: «Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: —
Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer».
Flp 2,5-8: «Tened los mismos sentimientos que Cristo... que se despojó a sí
mismo tomando la condición de siervo».
2. Cor 8,9: «Jesucristo... siendo rico, por vosotros se hizo pobre».
a

Lc 22,24-30: «El mayor entre vosotros sea como el menor; y el que gobierna
como el que sirve... Yo estoy en medio de vosotros como el que
sirve».
Jn 13,31-35: «Os doy un mandamiento nuevo... Que como yo os he amado así
os améis también vosotros los unos a los otros».

PUNTOS
1. Los amó hasta el extremo.
2. Durante la cena se levantó de la mesa.
3. Se puso a lavarles los pies.
4. Os he dado ejemplo.

MEDITACION
1. Los amó hasta el extremo
En la Cena comienza propiamente la Pasión de tu Señor. Las cartas ya
están jugadas: Jesús se ha metido en la boca del lobo yendo a Jerusalén para
celebrar la Pascua. Además no ha escatimado las críticas a los fariseos y a las
autoridades del Templo, a los que se enfrenta dialécticamente ante la regocijada
multitud de peregrinos venidos de todas partes a la fiesta.
Por otra parte el traidor, seducido por el diablo y movido por la codicia (Jn
12,4-6) o el desencanto (Jn 6,67-71), ya había convenido la entrega de su Maestro
—de tu Maestro— para aquella noche.
Y Jesús lo sabe. Pero su corazón, inundado de tristeza, está también rebosante
de amor en este momento en que ha llegado, por fin, su Hora: la Hora de pasar de
este mundo a su Padre por la puerta estrecha de la Pasión y de la Cruz.
«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo...» Los suyos. Tú, a
quien el Señor ama y considera como cosa suya. Tú, que por el bautismo quedaste
sellado, consagrado.
«Los amó hasta el extremo», es decir, hasta el colmo del amor. Y el amor es
paciente, es servicial (1.a Cor 13,4).
Por ello el Señor va a realizar un gesto muy especial. El que tú contemplas
ahora en un silencio lleno de estupor y admiración.

2. Durante la cena se levantó de la mesa


Advierte que no fue antes de cenar, lo cual lo hubiéramos interpretado —
los Apóstoles y nosotros— como un gesto de humildad simplemente, aunque
ésta fuera asombrosa. Ocurre en la mitad de esa Cena solemne y litúrgica.
El Señor quiere subrayar el carácter de signo de su acción. Aquello adquiere
entonces una densidad insospechada, trascendiendo la simple anécdota: es una
parábola en acción.
Los Apóstoles le siguen con sus ojos. Perciben que hay algo especial, pero
no comprenden qué ocurre, por qué el Maestro ha llenado aquella palangana, se
quita el manto y se ciñe la toalla.
Tú les llevas ventaja porque sí sabes qué va a pasar. Y consideras con amor
cómo el Señor se levanta con prisa —no le queda ni un día de vida— a prestar
ese servicio humilde.

3. Se puso a lavarles los pies


Lo que ocurre ahora es demasiado fuerte, y nos cuesta acostumbrarnos a
esta escena. Como le costó a Pedro.
Lavar los pies era oficio de esclavo, no de hombre libre. Pero dicen que ni
siquiera a los esclavos israelitas debía exigírseles esta tarea, demasiado humillante...
Jesús, siendo Dios, se hace mi humilde siervo. No desdeña tomar mis pies,
sucios del polvo del camino. No siente disgusto de lavarlos con delicadeza y
secarlos con su toalla.
Es propio de quien ama el querer demostrar el amor con peque-ños servicios,
y el no sentirse humillado por bajos que sean estos.
Quien así actúa quiere, con ello, mostrarnos cómo a través de toda su
vida, que fue un continuo acto de humilde servicio, se preparó a derramar su
sangre salvadora. La sangre que nos lava verdadera y definitivamente de
nuestros pecados, de nuestra pequeñez y soberbia, de nuestros egoísmos y
arrogancias.
Mira a tu Señor a tus pies, y no te resistas. ¡Adora de rodillas a tu Dios
arrodillado! No hables, no repliques como Pedro: es preciso que el Señor te lave.
El es el único que puede hacerlo.
Ya que lo pusiste en ese trance, no trates ahora de impedírselo, porque en
ello va toda tu vida. Mira y escucha todavía...

4. Os he dado ejemplo
Aquí tienes la clave, la llave que te permite entrar en el corazón de tu
Señor. El no ha fingido, no ha hecho teatro: ha manifestado lo que encerraba su
interior. Pero lo ha hecho también por ti, por nosotros: «Para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros».
Porque tú también te tienes que poner a los pies de tu hermano. De aquel
que te cae bien, y de aquel que te cae fatal. Del que te ama, y del que te odia.
¿Acaso no lavó él, de rodillas, los pies de Judas, sabiendo que le había vendido?
Jesús te pide —de una forma a la que tú no puedes negarte— que te
pongas al servicio incondicional de los que te rodean. Sin el paternalismo
suficiente de quien domina la situación, de quien da limosna. Antes al contrario,
se te pide un servicio humilde —lavar los pies— hecho sin esperanza de
recompensa: por puro amor del Maestro, que antes te lavó a ti.
En mi casa, en mi comunidad, en mi trabajo, en mi descanso, en la calle...
me aguardan las ocasiones de amar y servir a los hermanos como él me amó a
mí. Ahora es el tiempo de gracia, ahora es el momento oportuno, ahora ha
llegado el día en que puedo decirle a mi prójimo: —Gracias, hermano; que el
Señor te premie la ocasión que me brindas de servir en ti a Jesús.

ORACION
Señor, me da miedo verte así, a mis pies. Miedo porque sé que tu gesto
tiene que cambiar muchas cosas en mi vida, y yo soy un hombre «prudente»
al que no le gustan las transformaciones radicales.
Miedo de que pases ante mí y yo continúe como ahora, sentado,
aparentando indiferencia y renegándote en mi corazón, cada día, como
Judas.
Y sin embargo, ¿cómo temerte a ti, mi Dios, que porque me amas más
allá de lo que yo puedo imaginar, te me entregas como esclavo?
Aunque indigno, soy de los tuyos. Y tú eres mío, porque así lo quieres:
eres mi Señor y mi Maestro, mi amigo y mi verdadera alegría.
Dame, Señor, la gracia de sentirme siervo inútil. Cámbiame por dentro
con la fuerza de tu Espíritu Santo, para que yo no aprecie y defienda tanto mi
honor, como el tuyo; para que yo no busque tanto el ser estimado por los
demás, como el que te amen a ti.
Perdona mis fallos pasados: mi soberbia, mi ambición y la dure-za de
mi corazón de hielo. Di una sola palabra, una sola palabra que yo pueda
escuchar en mi interior —como a la pecadora, como a Zaqueo- y verás cómo
se transforma a imagen de tu Corazón.
Que no pierda la ocasión —¡ni una sola!— de servirte en mis hermanos.
Más aún, te pido como favor especialísimo que las mul-tipliques, pero de
forma que pasen desapercibidas a los demás. Que mi servicio sea tan
normal, algo tan debido, que nadie repare en él.
Como el de tu Madre bendita, espejo de santidad y causa de nuestra
alegría, que contigo en su seno se puso en camino hacia la montaña de Judá,
a casa de Isabel, para servirla en sus necesidades.

ORACIONES BREVES
«Señor, lávame y quedaré limpio».
«Jesucristo, por nosotros, se hizo pobre».
«Amaos los unos a los otros, como yo os amé».
«Nos amó hasta el extremo».
«Somos siervos inútiles».
Meditación 2ª: (Martes-tarde)

LA ULTIMA CENA:
JESUS INSTITUYE LA EUCARISTIA

TEXTO BIBLICO
«El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le
dijeron: — ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el
cordero de Pascua? El les dijo: —Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: El
Maestro dice: Mí tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con
mis discípulos.
Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon
la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían dijo: —
Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará (...).
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo par-tió y,
dándoselo a sus discípulos dijo: —Tomad, comed, éste es mi cuerpo. Tomó
luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: —Bebed de ella todos,
porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para
el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé de este
producto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino
de mi Padre». (Mt 26,17-29)
OTROS TEXTOS
Paralelos: Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1ª Cor 11,23-25.
Jn 4,7-14: «El que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que
beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás».
Jn 7,37-39: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí».
Jn 6,22-26: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan,
vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por
la vida del mundo».
1ª Cor 10,16: «El pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de
Cristo?»
Ex 24,8: «Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros».
Mt 11,25-30: « Yo te bendigo, Padre... porque has ocultado estas cosas a sabios
e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños... Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré
descanso».

PUNTOS
1. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
2. Este es mi Cuerpo.
3. Bebed todos: ésta es mi sangre derramada.

MEDITACION

1. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce


El último acto que el Maestro quiere tener con el grupo de sus amigos más
cercanos, es la celebración de la cena pascual. En el marco de esa fiesta que
conmemoraba la alianza de Dios con el pueblo, él quiere establecer la Alianza
nueva y eterna.
Es importante que tú, que también perteneces al grupo de los que siguen
al Señor, te sientes con él a la mesa. Que prestes atención al último mensaje
que quiere transmitirte. Que acompañes y consueles con tu presencia a Jesús,
cuyo Corazón comienza a sentir la congoja de la traición y del abandono: «Yo os
aseguro que uno de vosotros me entregará...»
Si quieres preguntarle, como los Doce aquella noche, ¿acaso soy yo, Señor?,
déjate penetrar por su mirada triste y profunda.
¿Es que ha habido solamente un discípulo del Señor que, en toda la Historia,
lo haya entregado? ¿No te basta su silencio?
Pero aunque hayas sido en el pasado Judas, o Pedro, intenta ahora ser
simplemente Juan: siéntate cerca del Maestro, reclina tu cabeza cerca de su
Corazón y calla. Es el momento de la admiración, de la contemplación.
2. Este es mi Cuerpo
Por fin se explica bien aquello que el Señor había dicho hacía casi un año
en Cafarnaúm: Yo soy el Pan de Vida.
Piensa en esto todo lo que te plazca, pero no pretendas comprenderlo a
fondo, porque no podrás penetrar así «el Misterio escondido desde siglos y
generaciones» (Col 1,26).
Ahora el Maestro siente la soledad de la incomprensión y la traición; el
abandono del condenado a muerte. Mañana serás tú quien sienta esa soledad:
cuando el Señor se vaya, cuando comience el tiempo de la prueba, de las
tribulaciones.
Pero no estarás solo. Jesús ha deseado ardientemente comer esta Pascua
con sus amigos para dejarles algo más que una enseñanza: para dejarles su
presencia. Una presencia real y viva que durará por los siglos de los siglos, hasta
que él mismo vuelva en su gloria.
Esa presencia suya en el sagrario es la misma que la del cenácu-lo, tan
verdadera. ¿No te dice eso nada?
«Este es mi Cuerpo que se entrega». No mi Cuerpo acariciado dulcemente
por mi Santísima Madre. No mi Cuerpo transfigurado en el Tabor. Aunque el
Cuerpo del Señor no sea más que uno, éste es el sacramento —el signo visible—
de su Cuerpo entregado por tu salvación. El Cuerpo del cordero pascual al que
no había de quebrársele hueso alguno.
La presencia del Señor en el sagrario está eternizada en el instante de su
entrega sublime y salvadora. Aprovecha la primera ocasión que tengas para
postrarte ante él reconociendo, agradeciendo, amando.

3. Bebed todos: ésta es mi sangre derramada


Si la «entrega» de su cuerpo pudiera dejar lugar a dudas, el «de-rramamiento»
de la sangre no. Jesús está ya hablando de su muerte en la cruz, de su muerte
cruelísima que, sin haber todavía acontecido, místicamente se hace presente
ahora.
La sangre de Jesús se verterá por ti. No cicateramente. Se «derramará», y
hasta la última gota que salió de su costado traspasado.
Si el Señor pudo haberte redimido de otra forma, no lo hizo. El quiso dejarte
un testimonio desgarrado del amor que te tiene y de su obediencia filial al
Padre. Porque esa sangre suya podría moverte más que todas las razones y
enseñanzas, más que todas las filosofías y doctrinas. Moverte a «grande amor y
agradecimiento»; moverte a compasión, y dolor de tus pecados y de tu tibieza.
Esta es la sangre que, a diferencia de la de Abel —que clama a Dios desde
el suelo—, intercede permanentemente por ti, por todos nosotros, desde cada
eucaristía, desde cada cáliz, desde cada sagrario.
Es la sangre que no pide venganza, sino misericordia. Que no acusa, sino
que impetra. Y no hay crímenes por nefandos que sean, ni pecados tan
abominables, que no puedan ser «lavados con la sangre del Cordero» (Ap 7,14).
ORACION
Jesús, al comienzo de la Pasión tu amor impaciente ha hecho brotar el
misterio de la fe. Te me has dado día a día, en cada camino, en cada palabra,
en cada gesto precioso de tus manos, en cada mirada.
Sientes tu Hora inminente. La entrega se va a completar en Getsemaní
dentro de muy poco. El momento de la soledad y del abandono, de la traición
y del desamor...
Pero ahora precipitas los acontecimientos. Tu donación se concentra
en un gesto densísimo y definitivo: Tomad, comed... Tomad, bebed...
Mi pobreza, Señor, jamás podría haber soñado tanto de tu parte.
¿No bastaba el abajamiento de la Encarnación? ¿Era preciso que ese
Cuerpo tuyo entregado, que esa tu sangre derramada, se hicieran pan y vino,
nimiedad de lo cotidiano?
¡Dios escondido en la sencillez de mi alimento más vulgar! Locura de
misericordia, insensatez del amor.
Pero la necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la de-bilidad
de Dios más poderosa que los hombres. Por eso, Trinidad Santísima,
concededme el espíritu de contemplación que necesito para acercarme a
tan gran misterio.
Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo. Entrégate
a la alabanza y a la adoración toda entera. Abre la puerta del corazón —esa
puerta que sólo tú puedes abrir desde dentro— y deja entrar a quien desea
hacerlo para sentarse contigo a la mesa y comer juntos.
Señor Jesús, haz mi corazón como el de tu Madre, para que yo también
pueda conservar todas estascosas y meditarlas en él. Dame,Señor, hambre
de ti, y ayúdame a saciarla. Hazme digno de tu Eucaristía, haciendo que mi
vida sea también una entrega, sin reservas, a la voluntad del Padre. Así sea.

ORACIONES BREVES
«Señor, dame siempre de ese pan».
«Cuerpo de Cristo, sálvame».
«Sangre de Cristo, embriágame».
«El que coma de este pan vivirá para siempre».
«Acercaos a mí los sedientos».
Meditación 3ª: (Miércoles-mañana)

LA ORACION EN GETSEMANI

TEXTO BIBLICO

«Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y


dice a los discípulos: —Sentaos aquí mientras voy allá a orar. Y tomando
consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y
angustia. Entonces les dice —Mi alma está triste hasta el punto de morir;
quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó rostro a tierra,
y suplicaba así: —Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no
sea como yo quiero, sino como quieres tú.
Viene entonces donde los discípulos, y los encuentra dormidos, y dice a
Pedro: —¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad
para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne
es débil. Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: —Padre mío, si
esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Volvió otra
vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se
fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras». (Mt 26,36-44)
OTROS TEXTOS
Paralelos: Mc 14,32-40; Lc 22,39-46; Jn 18,1-2.
Jn 12,27-30: «¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero, ¡si he
llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre.»
Hb 5,7-10: «Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal rue-gos y súplicas
con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte...»
Mt 6,10: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.»
Jn 4,34: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado...»
Jn 6,38: «He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino...»
Flp 2,5-11: «...se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte...».
Sal 55(54): «Se me retuercen dentro las entrañas, me sobrecoge un pavor
mortal, me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto...».
Sal 77(76): «En mi angustia te busco, Señor mío, de noche extiendo las manos
sin descanso y mi alma rehúsa el consuelo...»
PUNTOS
1. Comenzó a sentir tristeza y angustia.
2. No sea como yo quiero, sino como quieras tú.
3. Velad y orad para no caer en tentación.

MEDITACION
1. Comenzó a sentir tristeza y angustia
El evangelista San Marcos dice «pavor». El Señor se ha separado de los Apóstoles
para orar retirado, y se lleva con él a los tres que lo vieron transfigurado en el Tabor.
«Mi alma está triste hasta la muerte, quedaos aquí», y se aleja aún más.
¿Quién podría acompañarle más allá?
El último paso ha de franquearlo solo, en la oscuridad de la obediencia de
la fe. Sobre él se han desatado con furia los poderes de las tinieblas.
Humanamente la soledad del Señor es múltiple. De un lado está la huida
cobarde que todos van a protagonizar allí mismo. ¡Qué lejos quedan aquellas
protestaciones de otro tiempo!: «Señor, ¿a dónde vamos a ir? Tú tienes palabras
de vida eterna.» Y aquél: « ¡Vayamos y muramos con él!»; y todavía hace unos
minutos: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré».
Está la traición de Judas, que no se conmovió en la Cena, ni siquiera al ver
a su Maestro postrado a sus pies. Está la despedida dolorosa que hizo —
¿podemos dudar de que así fuera?— de su santa Madre. Está el silencio de la
noche, cargado de paz otras veces, preñado de amenazas hoy.
De otro lado está una soledad más terrible: la incomprensión de los discípulos
que, hasta en esa última cena, habían comenzado a discutir entre ellos sobre
quién era el más importante. Que no preveían lo que se les venía encima.
No sólo eso. «El tomó sobre sí nuestros pecados». En aquel instante, Jesús,
que había hecho cola para recibir el bautismo de Juan, pudo sentirse aplastado
por todos los pecados y crímenes, injusticias y opresiones, de los hombres de
todas las épocas. No quiso sustraerse a la amargura del alejamiento de Dios:
solidario de nuestros pecados, de una humanidad sufriente y pecadora.
Y así «el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros» (Is 53,6).
En el fondo es un gran misterio, el cómo «la divinidad se esconde» (San
Ignacio), y la humanidad padece angustiosamente unos terribles sufrimientos
morales, aumentados por la previsión lúcida de los tormentos físicos que
comenzarían de inmediato.
Ve considerando todo esto para preparar tu corazón a la oración.

2. No sea como yo quiero, sino como quieras tú


Mira a tu Maestro cómo ora al Padre: «cayó rostro en tierra y suplicaba».
Duélete ahora de esa oración tuya, perezosa y negligente, que no busca sino
consolaciones, gustos y «ricas experiencias».
Contempla sin escándalo cómo aquél que desde el comienzo de su vida
mortal no hizo sino realizar la voluntad del Padre, suplica tan lastimeramente
que, si es posible, pase de él aquél cáliz de dolor.
Tan grande había de ser su desamparo y amargura ante la vista de los
padecimientos y humillaciones que le iban a ser infligidos y de la ingratitud de
tantos hombres: de aquellos que pedirían a gritos su crucifixión, prefiriendo el
indulto de un malhechor, y de aquellos que algún día menospreciarían su sangre,
haciendo inútil su Pasión.
Pero su súplica es condicionada: «Que no sea como yo quiero...»
Si su sensibilidad se rebela, su voluntad se identifica plenamente con la
del Padre, sea la que sea, cueste lo que cueste: «... sino lo que quieres tú».
Y es esta entrega total a la voluntad del Padre, esta obediencia perfecta, la
que te ha salvado en la Cruz: obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz (Flp 2,8).

3. Velad y orad para no caer en tentación


Ellos se han dormido, ignorantes, insensibles a tanta tristeza. Como tú —
como yo— tantas veces, en tanto descuido, en tanto desprecio del amor del Maestro.
Y él nos quiere vigías, centinelas en la noche de un mundo que olvida su
Corazón misericordioso, su entrega y su muerte en la Cruz para la remisión de
los pecados. Nos quiere llamas encendidas en su mismo fuego («he venido a
traer fuego a la tierra»): la pasión por el Padre.
A la hora que menos lo esperemos, vendrá el Hijo del Hombre. ¿Qué será
de nosotros si no nos encuentra en nuestro puesto? Por eso necesitamos, no
sólo velar, sino orar para no caer en tentación.
Perseverar en la oración. Dice San Lucas que «sumido en la agonía, insistía
más en su oración» (22,44). Y así debe ser nuestra plegaria, a pesar del tedio, de
la sequedad, de la desolación, de la sensación de que no hacemos nada agradable
a Dios, de que perdemos el tiempo. ¿Acaso sintió otra cosa el Señor? Y, ¿no
tiene él deseos de ser acompañado, consolado, por sus amigos?
Maravillosa cosa es ésta que, separado inconmensurablemente en la
distancia y el tiempo, tú puedas hoy acompañar a Jesús en el huerto. Si todo es
posible al que cree, ¡con cuánta más razón todo le es posible al que ama!
ORACION
Señor mío, ¿qué te puedo decir sino: Ayúdame a orar?
Yo también estoy hoy triste: triste de haberte abandonado tantas veces,
por cualquier motivo. Tú sabes, mi buen Jesús, que siempre me parece que
hay algo más importante que rezar, que nunca encuentro el tiempo
necesario. Pero la verdad es que me aterra el «combate» de la oración. Me
angustia la sensación de que no soy escuchado, el tedio.
Me desasosiega la soledad, y mis pies corren solos hacia la distracción
superficial, buscando alivio, encontrando siempre un buen pretexto.
Tú lo sabes, Señor. Tú has querido sentir, en tu carne y en tu espíritu, lo
mismo que yo, y en unas circunstancias mucho más difíciles. ¿Cómo no me
comprenderías, hermano de los hombres?
Yo sé que me perdonas y, sin embargo, no puedo soportar tus palabras
cargadas de tristeza: « ¿No habéis podido velar una hora...?»
Yo querría que todo hubiera sido distinto. Volver a empezar de nuevo.
Hazme comprender cómo quieres tener necesidad de mí, de mi
compañía, de mi consuelo —como lo tuviste del ángel— en el huerto de
Getsemaní, y en todos los lugares donde hoy tú sigues sufriendo soledad,
dolor o marginación en mis hermanos.
Dame fuerza para velar en oración en la noche del mundo: noche de
pecado, de olvido de Dios,de injusticias.No tepido que me saques del mundo,
al que tú me has enviado, como tu Padre te envió a ti, sino que me guardes
del mal.
No me dejes caer en tentación: conoces la debilidad de mi carne. Que
desde esta debilidad sea capaz de decir al Padre: ¡Hágase tu voluntad y no la
mía!, aunque mi plegaria no sea más que un grito de dolor o de perplejidad;
sostenía y purifícala. Tómala y preséntala, con la tuya, al Padre, que así será
grata en su presencia.

ORACIONES BREVES
« ¿No podéis velar una hora conmigo?».
«Velad y orad para no caer en tentación».
«No se haga mi voluntad, sino la tuya».
«Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».
«No nos dejes caer en tentación».
Meditación 4ª: (miércoles-tarde)
EL PRENDIMIENTO

TEXTO BIBLICO
«Todavía estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los Doce,
acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los
sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les
había dado esta señal: —Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle. Y al
instante se acercó a Jesús y le dijo: ¡Salve, Maestro!, y le dio un beso. Jesús
le dijo: —Amigo, ¿a qué vienes?
Entonces aquellos seacercaron, echaronmano a Jesús y le prendieron.
En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e,
hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces
Jesús: —Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen la
espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre,
quien pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?
Pero, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?
Entonces dijo Jesús a la gente: — ¿Habéis venido a prenderme con
espadas y palos, como a un bandido? Todos los días mesentaba en el Templo
para enseñar y no me detuvisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se
cumplan las Escrituras de los profetas. «Entonces todos los discípulos lo
abandonaron y huyeron». (Mt 26,47-56)
OTROS TEXTOS
Paralelos: Mc 14,43-52; Lc 22,47-53; Jn 18,2-11.
Gal 2,19-20: «Con Cristo estoy crucificado... que me amó y se entregó a sí
mismo por mí.»
Ef 5,1-2: «...se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave
aroma».
Sal 40(39): «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; y en cambio me abriste el
oído... entonces yo dije: —Aquí estoy, porque está escrito en el
libro que cumpla tu voluntad.»
Sal 56 (55): «Piedad, Dios mío, que me atacan y me acosan... Cuando siento
miedo confío en ti..., acechan mis pasos, me están aguardando...
Que retrocedan mis enemigos cuando te invoco...»
Sal 55 (54): «Si mi enemigo me injuriase lo aguantaría... pero eres tú, mi
amigo...»
PUNTOS
1. Y le dio un beso.
2. Vuelve tu espada a su sitio.
3. Los discípulos le abandonaron y huyeron.

MEDITACION
1. Y le dio un beso
Todavía sigues sin comprender cómo el Señor consintió que los labios del
traidor le rozasen en un gesto tan falso. Y ello es porque todavía no has perseverado
lo suficiente en la escuela de la Pasión, y no has hecho tuyas las entrañas de
misericordia del divino Maestro.
Ese beso le costó a Jesús más que el hecho de que lo maniataran con
brusquedad aquellos hombres violentos. Pero... « ¡Eres tú, mi amigo y confidente,
a quién unía una dulce intimidad!» (Sal 55,14-15).
Como le cuestan —le costaron— todas las traiciones y menosprecios de los
que se dicen amigos suyos. De aquellos que le siguen en el contento, en la
comodidad y en la consolación, pero que no son capaces de velar una hora en
Getsemaní, ni permanecer al pie de la cruz viendo el fracaso de aquello que amaban
y en que creían.
Fíjate, amigo de Jesús, que la amistad no es algo conquistado de-finitivamente,
sino algo que no cesa de construirse. Puedes profundizar en ella abriéndote con
confianza, sin repliegues, al Señor, con un sincero conocimiento de ti mismo: de tu
limitación, de tu inconsecuencia, de tu pobreza. La humildad será la contraseña
que te permitirá llegar más lejos.
Pero puedes retroceder, si no vas hacia adelante. Cambiar poco a poco,
insensiblemente, haciéndote más «razonable», más calculador, como Judas. Tu
amor puede entibiarse si no te preocupas de encenderlo, incluso extinguirse. Y
quedarse en gestos externos, vacíos y traidores... ¡como aquel beso!
Entonces no te será difícil captar, cuando vayas al Getsemaní de la oración,
aquella queja inefable: —Amigo, ¿a qué has venido?
2. Vuelve tu espada a su sitio
Admiras, sin duda, el gesto valiente de Pedro, acometiendo él solo a aquel
tropel armado de palos y espadas. Ciertamente su coraje no le duró mucho, pero
la reacción fue de un celo gallardo.
Lástima que, en aquel, momento ese fervor fuera indiscreto. El Señor,
identificado totalmente con el querer del Padre que conocía perfectamente, se
entrega a una Pasión voluntariamente aceptada.
La Pasión no fue inevitable, como algunos piensan hoy. Fácilmente Jesús
podría haberse defendido, o haber huido esta situación.
Sin embargo, él quiere que se cumplan las Escrituras de los profetas, en las
cuales había leído el destino del Siervo de Yahveh: aquel cuyos padecimientos y
muerte traerían la salvación para todo el pueblo.
Esto tiene que moverte a amar a tu Señor por encima de toda medida. Amor
con amor se paga. Y él «me amó y se entregó a sí mismo por mí») (Gal 2,20). Soy
yo, es mi rescate y mi liberación, el motivo por el que el Señor se deja atar, por el
que renuncia a toda defensa para dar muerte en su cuerpo al pecado y a la muerte:
¡a mi pecado y a mi muerte!
Por eso la defensa armada de Pedro es inoportuna. Por eso el Maestro te
enseña, a un tiempo, el camino de la mansedumbre y el camino de la conformidad
con la voluntad de Dios.

3. Los discípulos le abandonaron y huyeron


¡Qué pronto nos olvidamos de los beneficios recibidos! ¡Qué poco duran, casi
siempre, nuestros buenos propósitos!
Sí, estas breves palabras sobre el abandono de todos resultan dolorosas, y
nos sublevamos contra aquella actitud cobarde de los apóstoles. Ellos, que habían
sido los testigos privilegiados de su vida y sus milagros, que fueron dichosos
porque vieron lo que muchos profetas y justos hubieran querido ver y no vieron...
Ellos, que fueron enseñados por la misma Verdad, que habían sido alimenta-dos
con el Pan de vida hacía pocas horas..., fallaron.
Tú no has sido favorecido de tantos dones como los Apóstoles y, sin embargo,
puedes aprovecharte ahora de la meditación de este episodio. Querrías con todas
tus fuerzas permanecer al lado del Maestro, ser apresado con él y seguirle —atado
con su misma cuerda— hasta la casa del Pontífice. Querrías permanecer con él
hasta el final, por gratitud, por lealtad.
Y, sin embargo, sabes para cuán poco vales. No ya las amenazas de una
multitud armada, sino las malas caras, el respeto humano, el temor al ridículo, a la
burla del otro, al qué dirán..., todo eso, llegado el momento, te hace temblar y huir.
Y dejarle solo.
No, el Maestro no fue abandonado una sola vez. La desbandada continúa
hasta hoy, y por eso la Pasión, en cierto sentido, no ha terminado.
Sólo la vista de la cruz, el dolor de María, las lágrimas de Pedro, nuestra
humilde petición de perdón, la oración perseverante, conseguirán aquel prodigio:
«cuando Yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).
Dile al Maestro, con lágrimas en los ojos, que así lo deseas. Duélete de tu
huida y propón, para las ocasiones venideras, permanecer junto a él siempre,
aunque os quedéis los dos solos contra todo y todos.
ORACION
Señor Jesús, un beso fue el sello de la traición del apóstol. Un beso
cobarde de quien jamás, ni siquiera al final, fue capaz de enfrentarse
abiertamente a ti. Un beso más amargo que las injurias de los que, con palos
y espadas, salieron de noche a prenderte.
Tú sabes, Señor, que yo te quiero con sinceridad. Pero tú me sondeas y
me conoces perfectamente. No se te oculta el que, debajo de mis gestos y
acciones más superficiales, se oculta un repliegue egoísta que te niega y te
traiciona. Incluso cuando parece que te busco de verdad, es a mí a quien
busco incansablemente.
Por la contemplación de tu prendimiento, concédeme el don del
desprendimiento más absoluto de mí mismo. Purifica cuanto hay en el fondo
de mi alma que te desagrade.
Queyopuedadecirtecontodoelcorazónquetequiero,yquedarmereposando
en tu Corazón sin escuchar esa dulce queja: — ¡Si me amaras de verdad...!
Yo me esforzaré con mayor empeño, a partir de ahora, por superar mis
miedos, mis complejos, mis depresiones. No quiero volver a huir jamás en
el momento de la prueba, dejándote solo.
Espíritu Santo consolador, que guías mi oración y me enseñas a pedir
lo que conviene: dame tus siete dones, y en especial el de la fortaleza. Que
éste me ayude a permanecer firme en medio de las pruebas más duras, con
la certeza de que, si Cristo está conmigo, ¿quién será capaz de separarme
de su amor?
También en las pruebas más vulgares: en ese deber cotidiano que me
fatiga y aburre; en el malestar físico que me aflige e impacienta; enel respeto
humano que me atenaza y me impide ser testigo valiente del Señor; en el
trato con las personas que no me son agradables...
Espíritu divino, que por amor esté dispuesto a emplear violencia
conmigo mismo, pero jamás contra mi prójimo. Y que el canto del gallo me
encuentre, ya compungido, velando en oración junto a mi Maestro. Amén.

ORACIONES BREVES
« ¿A quién buscáis».
«Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme».
«Líbranos del mal».
«Del maligno enemigo, defiéndeme».
«El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
«Siempre confío en mi Dios».
Meditación 5ª: (jueves-mañana)
LAS NEGACIONES DE PEDRO

TEXTO BIBLICO
«Pedro le iba siguiendo de lejos. Habían encendido una hoguera en
medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó con ellos. Una
criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: —Este
también estaba con él. Pedro lo negó: — ¡Mujer, no le conozco!
Poco después, otro, viéndole, dijo: —Tútambién eres uno de ellos. Pedro
dijo Hombre, no lo soy!
Pasada como una hora, otro aseguraba: —Cierto que éste también
estaba con él, pues además es galileo. Le dijo Pedro: — ¡Hombre, no sé de
qué hablas!
Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor
se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le
dijo: —Antes que cante hay el gallo, me habrás negado tres veces. Y saliendo
fuera, rompió a llorar amargamente». (Lc 22,54-62)
OTROS TEXTOS
Paralelos: Mt 26,69-75; Mc 14,66-72; Jn 18,15-18 y 25-27.
Sal 141(140): «Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centi-nela a la puerta
de mis labios; no dejes inclinarse mi corazón a la maldad...»
Sal 73(72): «Qué bueno es Dios para el justo... pero yo por poco doy un mal
paso... viendo prosperar a los malvados... Insultan y hablan mal,
y desde lo alto amenazan con la opresión...»
Jer 2,1-5,19-21: «De ti recuerdo tu cariño juvenil... aquel seguirme tú por el
desierto, por la tierra no sembrada... que tus apostasías te
escarmienten; reconoce y ve lo malo y amargo que te resulta
dejar a Yahveh tu Dios...»
Sal 51(50): «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa
compasión borra mi culpa... Contra ti solo pequé...»

PUNTOS
1. Pedro se sentó con ellos.
2. ¡Mujer, no le conozco!
3. El Señor se volvió y miró a Pedro.
4. Saliendo fuera rompió a llorar.

MEDITACION
1. Pedro se sentó con ellos
Después de aquella efímera muestra de arrojo, atacando espada en mano, él
solo, a los que venían a prender a su Señor, y después de la vergonzosa huida,
Pedro sigue de lejos. Teme y ama. Quisiera estar con Jesús, pero no se atreve; no
es capaz de superar sus aprensiones y respetos humanos, de modo que ni acompaña
ni abandona totalmente.
Como tú y yo cuando nos encontramos tibios: sin valor para romper del todo
con Jesús, e incluso añorando la intimidad de otros tiempos, pero sin la decisión
de apartar aquello que nos estorba el dulce reencuentro. Sin la diligencia de poner
los medios a nuestro alcance, cuesten lo que cuesten, para recobrar su amistad...
Pero fíjate que, aquel que no pudo velar una hora con su Maestro cuando éste
se lo había pedido, ahora vela imprudentemente —no una hora, sino varias— con
los enemigos de su Maestro.
Nosotros no podemos juzgarle. ¿Acaso somos más fuertes que él, o más
consecuentes? ¿Acaso amamos más ardientemente a Jesús que lo amaba él?
Aprovéchate, más bien, amigo, del ejemplo para procurar no caer tú. «Pedro
se sentó con ellos». Cuando el Señor parece ausente, nuestro corazón inquieto
busca cualquier consuelo que colme su vacío. Y el remedio suele ser peor que la
enfermedad, porque ese alivio nos aleja más del Señor y nos expone a perderlo
para siempre.
Apártate, incluso en la desolación, de todo lo que no es Jesús ni puede llevarte a
él. No te sientes, sino ponte de pie y sal en busca del bien perdido. «Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos..., ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino
que su gozo es la Ley del Señor, y medita su Ley día y noche». (Sal 1,1-2).
2. ¡Mujer: no le conozco!
La negación, el pecado. La triste consecuencia de aquel primer abandono en
el huerto, de aquel perseverar en amigable trato con los enemigos de tu Maestro.
Peligrosa pendiente que va a conducir a nuevas e inmediatas negaciones: « ¡Hombre,
no lo soy!», «¡No sé de qué hablas!».
Nosotros sí lo sabemos, ¿verdad? ¡Es una experiencia tan frecuente y tan
amarga la del pecado! Forma parte de nuestra vida, de nuestra historia.
Como dice San Pablo (Rom 7,14), estamos vendidos al poder del pecado.
Porque, no una ni tres veces, sino muchas más, hemos renegado del Señor. Hemos
actuado como si no le conociéramos, muy conscientes a veces de que él nos pedía
otra cosa.
¿Motivos? Nosotros mismos no nos lo explicamos muy bien. En el fondo
pequeñas tonterías que nos hacen enrojecer cuando las consideramos seriamente:
nuestros malos hábitos, un deseo venido- so y desordenado de estima, nuestra
comodidad o conveniencia, la incontinencia de la lengua... No muy distintos de los
de Pedro, como vemos.
El se arredró ante una criada de la casa del Pontífice. Tú, hombre que te
precias de ser libre, ¿ante qué o quién vacilas?
Que nos mueva a humildad considerar quién cayó, tan incompa-rablemente
más alto en dignidad y santidad que nosotros. Y cuando alguna vez, animosamente,
le digamos al Señor que no le abandonaremos jamás, sepamos añadir: con tu
gracia ayudándome.

3. El Señor se volvió y miró a Pedro


Seguramente éste bajaba en aquel momento hacia el patio, después de haber
sido sometido al primer interrogatorio; y escuchó la última de las negaciones,
aquella que, según San Mateo, Pedro acompañó de imprecaciones y juramentos.
El Señor miró a Pedro. ¿Cómo sería aquella mirada? Los evangelios nos dicen
cómo Jesús miró con ira a los fariseos que condenaban el hacer curaciones en
sábado (Mc 3,5), y con amor a aquel rico que le preguntaba cómo obtener la vida
eterna (Mc 10,21).
El Señor no miró con ira a Pedro; él había previsto ya lo que pasaría. Pero el
Buen Pastor, atadas sus manos, todavía atrae hacia sí, irresistiblemente, a aquella
oveja que se le perdía. También había mirado a Judas, pero la traición de éste
venía de antiguo, y se debía a un plan largamente meditado; Judas apartaría su
vista, rechazando en la mirada del Señor su arrepentimiento y su salvación.
Déjate tú también mirar por el Maestro. Déjate penetrar por ese dulce reproche,
que no condena, pero que mueve mucho más que mil razones que te expusiera yo
ahora. Aunque te traspase el corazón, como a Pedro; aunque te des cuenta de que
después de esa mirada ya no puedes ser el mismo. Déjate mirar por el Señor.
Jesús desea sólo eso de ti: el resto déjalo en sus manos.

4. Saliendo fuera rompió a llorar


Antes de seguir adelante en nuestra meditación de la Pasión, también será
bueno, amigo mío, que salgas fuera a llorar.
Que salgas de ti mismo, de tus intereses y de tus mezquindades, y te purifiques,
con las lágrimas del arrepentimiento y la compasión, después de este preludio; así
te prepararás mejor a contemplar escenas mucho más dolorosas.
Pedro llora su ingratitud con un corazón noble. Lágrimas muy sentidas —
amargas— y no de temor. ¿Acaso no había visto a Jesús perdonar a la pecadora
arrepentida, o a aquella mujer sorprendida en adulterio? ¿No había escuchado de
sus labios la parábola del hijo pródigo, y la de la oveja perdida? ¿Cómo temer al
Maestro bueno, al amor de su alma por el que había abandonado casa, familia,
profesión...?
El Apóstol nos deja un ejemplo utilísimo, si no de inocencia, sí de penitencia.
A veces el Señor, en nuestra vida espiritual, permite que toquemos fondo, con tal
que allí peguemos un talonazo que nos permita volver a la superficie. Y, en definitiva,
siempre estarán vigentes aquellas palabras suyas, tan escandalosas cuando uno
está instalado en una confortable observancia: «Habrá más alegría en el cielo por
un sólo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan
necesidad de conversión» (Lc 15,7).

ORACION
Señor, hepecado. No querría haberlo hecho, no querría haberlo dicho, peroya
está. Me gustaría volver atrás, rectificar, peroya es tarde.
Nadie puede servir a dos señores, y yo he escogido el mío. Lo he escogido sin
convicción,porquemeatraíaconmilpromesasfalsasdefelicidad,dedichaplacentera
y fácil. He sido engañado porque me he querido dejar engañar, pues yo sabía, buen
Maestro, dónde estabael tesoro escondido. Pero,¡resulta tan duro aveces partir en
su búsqueda!
Cuando te contemplo así, maniatado, despreciado por tantos motivos por los
poderosos y por sus criados, abandonado de todos... se me hace muy difícil, Jesús,
ponerme a tu lado. No quiero parecer un «bicho raro» (¡todos lo hacen!); no quiero
quedarenevidencia(¡éstetambién estabaconél!); no quieroperder elpuestoque he
conquistado conmi esfuerzo.
Y, sin embargo, hoy no puedo soportar que me mires así sin que algo se me
rompa en mi interior. Hoy mis pecados han perdido su brillo, y se me vuelven una
carga insoportable. Todo lo que me parecía valioso se me ha convertido, bajo tu
mirada, en basura. Querría quedarme solo contigo, contra todo y todos...
Señor, tú conoces mi debilidad, pero también mi dolor. Señor, con Pedro yo te
digo también: Tú lo sabes todo; tú sabesque te quiero.
Permite que me deshaga en lágrimas. Aunque tú me hayas perdonado ya —
¡benditoseas!—yonecesitoreparartuamortraicionado.Necesitoaprender,necesito
experimentar que fuerade ti no puedo hallar la verdadera alegría.
Que no me desanime nunca, Señor. Que por pesadas que sean mis culpas no
pierda la esperanza, pues no hay comparaciónposible entre éstas y el valor infinito
de tuSagrada Pasión.

ORACIONES BREVES
«Éste también está con El».
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad».
«Contra ti solo pequé».
«El Señor miró a Pedro».
«Señor, que vea».
Meditación 6ª: (jueves-tarde)
JESUS ESCUPIDO Y CORONADO DE ESPINAS
TEXTO BIBLICO
«Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a
golpearle, diciendo:—Adivínanos, Cristo. ¿Quién te ha pegado?» (Mt 27,67-
68)
«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al
pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le
echaron encima un manto púrpura; y trenzando una corona de espinas, se
la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla
delante de él, le hacían burla diciendo: —¡Salve, Rey de los judíos!, y después
de escupirle, cogían la caña y le golpeaban con ella la cabeza». (Mt 27,27-30)
OTROS TEXTOS
Paralelos: Mc 14,65; Lc 22,63-65.
Is 50,4-11: «Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Porque Yahveh
habría de ayudarme... por eso puse mi cara como el pedernal.»
Is 52,13-15: «Así como se asombraron de él muchos —pues tan desfigurado
tenía el aspecto que no parecía hombre ni su apariencia era
humana— otro tanto se admirarán muchas naciones...»
Sal 22(21): «Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente,
desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí...»
Sal 27(26): «Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor,
no me escondas tu rostro... no me abandones, Dios de mi
salvación.»
Is 50,4-11: «Mi rostro no hurtó a los insultos y salivazos. Porque Yahveh
habría de ayudarme... por eso puse mi cara como el pedernal».
Is 53,1-7: «No tenía apariencia ni presencia... Despreciable y desecho de los
hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante
quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta».
PUNTOS
1. Se pusieron a escupirle y abofetearle.
2. Adivina quién te ha pegado.
3. Le pusieron una corona de espinas.

MEDITACION
1. Se pusieron a escupirle y abofetearle
Esta escena nos resulta repugnante. En ella vemos hasta dónde puede
llegar la vileza y depravación del ser humano.
Condenado a muerte Jesús por los pontífices, para sus criados deja de ser
una persona. Es ya una cosa que no tiene derechos; algo en que poder saciar el
sadismo, el deseo de destrucción, la maldad... El juguete de una cruel y cobarde
decisión. No hay riesgos de que nadie vaya a pedir cuentas, de que nadie vaya a
tomar represalias. El «rabbí» no se defiende; sus discípulos han huido
atemorizados... ¿Por qué no bajarle los humos?
Por eso se ponen a escupirle a la cara. Y el rostro de tu Maestro se ensucia
con aquella porquería. Con la saliva asquerosa de los hombres pecadores.
Aquel rostro, el del «más bello de los hombres» (Sal 45,3), que tú y yo ansiamos
encontrar, se nos deforma, se nos oscurece. Nos cuesta trabajo reconocerlo.
¿Y cómo no ha de ser así, cuando tan poco nos esforzamos en mantenerlo
limpio? Cuando la baba de tu murmuración, de tus injurias, de la violencia que
llevas dentro, salpica su rostro purísimo, ya no atinas a verlo.
Míralo, que por ti él no esquivó aquella injuria humillantísima. Contempla a
tu Señor escupido con una compasión infinita, llora de pena por la parte de
culpa que tienes, e intenta limpiar, con actos de amor y desagravio, lo que todos
hemos contribuido a poner de esa manera.
2. Adivina quién te ha pegado
Aquellas furias están desatadas con ímpetu demoníaco contra el Maestro.
San Lucas dice que le cubrieron el rostro con un pañuelo, y así se comprende
mejor la frase.
¡Este se tenía por profeta! Adivina entonces quién te ha pegado esta
bofetada..., y este puñetazo en el costado..., y esta patada.
Y las risas... Las risas son lo peor.
Seguramente aquellos hombres, criados del palacio del Pontífice, no
conocían quién era Jesús. Por supuesto, no podían imaginar que era el Mesías,
que su pueblo esperaba ansiosamente. ¿No lo había condenado el Sanedrín,
junto con su amo, el representante oficial del pueblo depositario de las promesas
de Yahveh?
Nunca habrían visto antes al Señor, ni lo habrían escuchado...
Ignoran todo, pero se burlan, porque saben que con sus canalladas agradan
a sus señores.
Y Jesús sufre todo pacientemente. En silencio, sin quejarse. Sabiendo que
el Padre, a pesar de todo, no lo ha abandonado, soporta aquellas risas, aquellas
burlas, aquellos golpes y salivazos...; aceptándolo todo voluntariamente. Pudo
librarse de ellos, como de los demás sufrimientos; pudo destruir y confundir
instantáneamente a sus torturadores, con solo quererlo. No lo hizo.
Y, sin embargo, quiso su Pasión, porque amaba sin reservas al Padre, y te
amaba —¡hasta tal punto!— a ti.
Ama y pide perdón. Estudia la mejor manera de agradarle, y no alegues
jamás ignorancia en el cumplimiento de tus obligaciones, de tu deber, aunque
te parezcan de poca importancia.

3. Le pusieron una corona de espinas


No cesaron los soldados de azotar a Jesús hasta que temieron por su vida.
Pero ni siquiera entonces dejaron a su víctima, sino que, por propia iniciativa,
buscan otros medios con que divertirse con ella. Así le visten la clámide púrpura,
emblema de realeza, y le ponen, a modo de cetro, una caña en la mano.
Para terminar la cruel burla, le encasquetaron en la cabeza una corona de
espinas. Tal vez, dicen algunos, estos soldados no eran romanos, sino mercenarios
reclutados en los pueblos vecinos y rivales de Israel. Considera, por tanto, la
saña con que atormentaron al Rey del cielo, del que habían oído decir que se
hacía pasar por rey de sus enemigos judíos.
Contempla esas espinas largas y agudísimas penetrando en la cabeza del
Maestro, la sangre que le comienza a chorrear por la frente y le nubla los ojos, ya
empañados por las lágrimas.
Considera las terribles punzadas en toda su cabeza y en las orejas. Todo
eso tuvo que pasar el Señor para mortificar en sí todo lo que en ti era desordenado:
tus pensamientos e imaginaciones alocadas, la concupiscencia de tus ojos y la
curiosidad de tus oídos.
La corona de Jesús es de espinas, ¿buscarás tú una de rosas? Su cetro es
de caña, ¿buscaras tú uno de oro?
Aprende dónde está la gloria vana del mundo, para despreciarla, y prefiere
revestirte de un harapo viejo —como tu Maestro, que por ti quiso llevarlo—
antes que cubrirte de lujo y ostentación.

ORACION
Maestro bueno, me impresiona y me entristece siempre el sufrimiento de los
inocentes.Cuandomiroamimundoylocontemplollenodevíctimasdelasinjusticias
y atrocidadesde los hombres, meentranganas de llorarode emigrar aotroplaneta.
Hoy te hemirado a ti, lastimadoen tu cuerpo, yhumillado en tu espíritu,y con la
tristeza he sentidounagran admiración.
¡Qué bondad sin límites la tuya para identificarte con los pobres y oprimidos!
¡Para hacerte uno de ellos, cargando con nuestras dolencias, siendo molido por la
culpa denuestros pecados!
Estanocheeslaúltimadetuvidamortal.Nochelargayhorribleenquenopudiste
dormir, siendo continuamente atormentado. Permíteme, Señor, que te acompañe;
que, como discípulotuyo, comparta tu profundo anonadamientoy tus dolores.
Déjame que limpie ese rostro tuyo que tanto busco. Que descubra tus ojos
vendados y que me mire en ellos:yo, pobre pecador por cuyas culpas padeces todo
esto gustosamente. Necesitoque me mires otravez; no me basta con una —como a
Pedro—parallorar, puesmistraicionesfueronmuchas. Necesitoqueme mires para
po-der saber quién soy yo, por dónde van mis pasos extraviados.
Mírame, Señormío y Rey mío,para que sepa queme sigues amando apesar de
misdescuidos,yquemeaceptasentuseguimientoaunconociendomispocasfuerzas
y constancia,mis anteriores deslealtades.
Entre tus manosatadas dejo mi vida; tómala y dispón de ella según te parezca
mejor,que enelloencontraré yo mialegríay mi pazmás honda. Así,enelcielo, podré
contemplar un día tu rostro glorioso, en el que se complace el Padre, y al que la
multitud deángeles y santos adoracon júbilo por todala eternidad. Y así,en la tierra,
no olvidaré el rostro desfigurado de todos mis hermanos, en quienes tu Pasión
continua porlos siglos.

ORACIONES BREVES
«No me abandones, Dios de mi salvación».
«Su rostro no hurtó a insultos y salivazos».
«Oigo en mi corazón: buscad mi rostro».
«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro».
«Se admirarán de él muchas naciones».
«Al verme se burlan de mí».
Meditación 7ª: (viernes-mañana)
JESUS CARGA CON LA CRUZ
TEXTO BIBLICO
« Tomaron, pues, a Jesús, y él, cargando con su cruz, salió hacia el lugar
llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota...» (Jn 19,16-17)
OTROS TEXTOS
Gen 22,1-18: «Toma a tu hijo... al que amas, a Isaac, vete al país de Moña y
ofrécele allí en holocausto en uno de los montes... Tomó Abraham
la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac... y se fueron
los dos juntos».
Sal 121 (120):«Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».
Lc 9,23-26: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame» (también en Mt 16,24-27 y Mc 8,34-
38).
Is 30,30-21: «...con tus ojos verás al que te enseña, y con tu oído oirás detrás
de ti estas palabras: Ese es el camino, id por él...»

PUNTOS
1. El cargó con su cruz.
2. Salió hacia el Calvario.

MEDITACION
1. El cargó con su cruz
Una vez pronunciada la sentencia y entregado Jesús a sus verdugos,
no queda sino ejecutar la sentencia. Y a ello se procede inmediatamente.
¡Ahí está la cruz! No era esa cruz pulida, de rica madera y engastada
de metales preciosos; no esa cruz cubierta de flores que se venera en
mayo en muchos de nuestros pueblos; no esa joya que tal vez se lleva de
adorno sobre el pecho.
La Cruz del Señor es un madero tosco y sin desbastar. Sólo su vista
hace estremecer a cualquier hombre: instrumento del tormento más
cruel, más doloroso y más infamante que se había podido inventar.
Es posible que un escalofrío sacudiera también —¿por qué no?— la
delicada sensibilidad de Jesús. ¿Qué sentiría al escuchar los alaridos
desesperados de aquellos dos malhechores que sacaron a crucificar con
él? Muy seguramente éstos no esperaban ser ejecutados aquel día, la
víspera de la Pascua. Se aprovechó la ocasión que brindaba la condena a
muerte del Señor, tan urgida por los ju-díos, para cumplir también la de
aquellos desventurados; así se le restaba, además, importancia a la de
Jesús.
Y a los alaridos se unirían los insultos, pues por culpa de aquel loco
se les privaba de algunos días más de vida, de la esperanza que nunca se
pierde...
Tu Maestro, sin embargo, domina el estremecimiento de su
humanidad. Él, que se ha preparado muy largamente a este momento.
No es tiempo de echarse atrás, sino
de abrir los brazos para abrazarla.
¡Y en ese abrazo te estrecha
también a ti, a nosotros, a la
humanidad pecadora de todos los
tiempos!
La Cruz es pesada, pero el
amor da fuerzas. Así Jesús la carga
sobre sus hombros ensangrentados
por los latigazos y no la soltará hasta
llegar al Calvario. La Cruz que es el
peso de nuestros pecados, el precio
de nuestra redención. La Cruz en
que se va a clavar tu condena.

2. Salió hacia el Calvario


Con paso vacilante Jesús sale.
Sus fuerzas están muy debilitadas
y la Cruz le estorba la marcha, produciéndole con sus oscilaciones un
dolor insoportable.
Los sumos sacerdotes, llenos de un odio satánico, lo cubren de injurias
en cuanto lo ven aparecer. Muchos se mofan de él, otros gritan, todos se
empujan para ver pasar al triste cortejo del que el Señor es el principal
espectáculo.
Lo siguen, a golpe de látigo, los dos malhechores, portando cada
uno su cruz. Los custodian unos soldados.
De los dos malhechores, uno de ellos va a tener una conversión
repentina e inesperada en la cruz. Otro no. Fíjate la importancia de marchar
con Jesús haciendo el camino de la cruz, pues hubo quien se aprovechó
de él hasta el punto de enmendar, al final, una vida malgastada.
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9,23). Delante de la Cruz no te
rebeles. De esa cruz nuestra que son los fracasos, las pruebas, las
tentaciones, el aburrimiento de la vida cotidiana, el trabajo
crucificante, la fatiga, la incomprensión y la enfermedad. Acuérdate
entonces más bien de tus pecados; acuérdate de que tienes un Padre
en el cielo que te ama, como amaba a Jesús, y que no dejará que la
prueba supere tus fuerzas.
Pídele con toda tu alma valor y fe para ver en la Cruz tu misión y su
voluntad amorosa. Pídele paciencia y generosidad. Pídele, en nombre de
tu bien amado Maestro, el poder comenzar cada día con un «sí» en los
labios y en el corazón: el «vía crucis» de tu vida.
ORACION
Señor mío, ha llegado el momento deemprender la marcha. LaCruz te espera.
Los verdugoshan preparado ya todoen el Gólgota.
Duranteunospocosañoshasrecorridoelpaís,siempreapie,esparciendo,como
un buensembrador, la semilla detu Palabra.
Ahora te queda por realizar el último tramo, el más difícil, pero el que más
ansiabas. Aquelcuyo pensamiento te hacíacaminar más deprisa quelos apóstoles,
adelantándote aellos, en tu última subida a Jerusalén.
Por eso levantas tus ojos nublados al cielo y le dices una vez más a tu Padre:
«Hágase tu voluntad. Holocaustos y sacrificios no quisiste, pero me has dado un
cuerpo.Heaquíquevengoparahacertuvoluntad».Yacontinuacióncargas,sinofrecer
resistencia, con la Cruz que los hombres te of recemos. Con la Cruz de nuestras
re-beldíasy miserias,denuestra muerte yde nuestro egoísmo. LaCruz, también, de
nuestra falta deabnegacióny penitencia, denuestroscaprichos ysuperficialidades.
Preciso era que tú la tomaras,pues yo tantas vecesla rehuí.
Ayúdame,buenJesús,acomprendertodoelabismoinsondabledesufrimientos
y humillaciones que has consentido abrazando la Cruz: el peso insoportable del
madero entus espaldas llagadas,lasblasfemias ysarcasmosdelpopulacho, que no
compadece a los perdedores... y todo lo que ocurrirá enel Calvario.
Concédeme la gracia de seguirte toda mi vida, llevando mi propia cruz, sin
protestar, sin desfallecer, sin murmurar, por pesada que sea. Porque no hay nada
que yo deseecon más fuerza que elser tu discípulo.
Tú visteen eseleño misalvación, y por esolotomaste decididamente;queyo no
retroceda nuncaante el sacrificio generosopor los demás.
Maestromío,enséñameacaminarsiguiendotushuellas.Si elcaminoesáspero
me consolaré pensandoquetú lo recorristeprimero, y encontraré enél mis delicias
identificando el rastrode tus pisadas.
Contigo, ahora, quiero ofrecerme al Padre, con mi trabajo de cada día y mi
oración,conmis sufrimientos y alegrías,enreparaciónde todosnuestros pecados y
para que tuReino venga. Amén.

ORACIONES BREVES
«El cargó con la Cruz de nuestros pecados».
«Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo».
«Toma tu cruz cada día y sígueme».
«El auxilio me viene del Señor».
«Misericordia, Señor, que desfallezco».
«Mándame ir tras de ti».
Meditación 8ª: (viernes-tarde)
JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ
TEXTO BIBLICO
«Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a él y a los
malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: —Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen.
Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo
mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: —A otros salvó; que se
salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.
También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían
vinagre y le decían: —Si
tú eres el Rey de los
judíos, ¡sálvate!
Había encima de él
una inscripción: Este es
el rey de los judíos. Uno
de los malhechores
colgados le insultaba: —
¿No eres tú el Cristo?
Pues ¡sálvate a ti y a
nosotros! Pero el otro le
respondió diciendo: —
¿Es que no temes a Dios,
tú que sufres la misma
condena? Y nosotros con
razón, porque nos lo
hemos merecido con
nuestros he-chos; en
cambio éste nada malo
ha hecho. Y decía: —
Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas con tu
Reino. Jesús le dijo: —Yo
te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso».
(Lc 23,33-43)
PUNTOS
1. Lo crucificaron allí (1.a Palabra).
2. Se burlaban de él.
3. Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino (2.a Palabra).
4. Agonía de Jesús (3.a, 4.a y 5.a Palabras).

MEDITACION
1. Lo crucificaron allí (1.a Palabra)
Este instante de la crucifixión tuvo que ser tan espantoso, que no hay duda
de que tu Madre, la Santísima Virgen, recibió una gracia especial de Dios para
soportarlo sin morir de dolor.
Nuestro Señor también sería asistido de una forma particular, porque, si no,
no podemos explicarnos cómo permaneció consciente hasta su muerte, tres
horas después, y cómo pudo darnos las últimas enseñanzas desde la cruz.
Escucha esos golpes secos que crucificaron el Corazón de tu Madre. Mira
esas manos adorables que han bendecido y curado, acariciado a niños y partido
el pan de la Eucaristía. Ahora, traspasadas por los clavos, sujetas al leño, manan
abundante sangre. Mira también esos pies infatigables que llevaron la Buena
Nueva a todo el país, esos pies que con tanta devoción ungió y besó la pecadora
arrepentida, y que ahora son inmovilizados con otro clavo.
Considera el dolor insufrible que provocaron los clavos al tala-drar partes
tan sensibles y puntos nerviosos tan importantes.
Y escucha a Jesús: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Invoca ante el Padre el único atenuante posible a tan horrible crimen. Con
paciencia y caridad infinitas, en semejante momento, es capaz de hablar para
perdonar.
Si tienes dudas de fe alguna vez, acude a este lugar y ellas desaparecerán:
un hombre que es de tal manera consecuente con su enseñanza, en esas
circunstancias, no puede ser más que Dios.
Pídele a Jesús perdón, y duélete de cada golpe de martillo, de cada gota de
sangre vertida. Por tus pecados te haces enemigo y verdugo de tu Maestro,
aunque por su Cruz quedes justificado.
Llora tus faltas, pide misericordia y dale gracias por lección tan dolorosa.

2. Se burlaban de él
Los fariseos, los sumos sacerdotes, los soldados y el pueblo contemplan
cómo Jesús es elevado en la Cruz. Con sus brazos abiertos, queriendo estrechar
contra su Corazón a todo el mundo. Con una palabra de perdón en los labios.
Pero no se apiadan de él sino que, para que se cumpliera la Escritura, lo
cubren de injurias y burlas. «A otros salvó, ¡qué se salve a sí mismo si es el
Cristo!». «Baja de la cruz si eres el Hijo de Dios» (Mt 27,40).
¿Acaso no merecían morir ellos mil veces por blasfemar del Unigénito de
Dios? Ciertamente que sí. Pero ni bajó fuego del cielo, ni se abrió la tierra para
tragarlos. El único fuego fue el que ardía en el pecho sacratísimo de Jesús:
fuego de amor y misericordia.
Y lo único que se abrió fue la compuerta del perdón de Dios y las puertas
del cielo, cerradas desde el pecado de Adán.
Misterio insondable que no deberías cansarte nunca de contemplar. Si la
vista de la serpiente de bronce, erigida por Moisés en el desierto (Num 21.6-9),
curaba a los mordidos por las serpientes venenosas, ¡cuánto más la visión de
Cristo levantado en la Cruz por los pecadores, nos podrá salvar de las mordeduras
mortales de nuestros vicios y pecados! Y en esta contemplación no te olvides
nunca de consolar a nuestra Señora.

3. Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino (2.a Palabra)


Aquel malhechor había seguido a Jesús desde el Pretorio al Calvario, cargado
con su cruz. Había visto, había escuchado. Ahora, en el paroxismo del dolor, no
se desahoga insultando a Jesús, sino que es capaz de tomar su defensa. ¡El
primero y el único que habla por Jesús! Porque Pilato también reconoció su
inocencia, pero lo condenó a muerte. Este ha creído en la verdad de ese título
irrisorio que está sobre el patíbulo: el Rey de los judíos. Y porque ha creído «le
fue reputado como justicia» (Rom 4,3).
¿Podrás todavía desesperar? ¿Cederás al desaliento? Olvida lo que pecaste
y arroja tus delitos en el abismo de amor del Corazón de Cristo.
Aquel ladrón rehízo en un instante su vida sin sentido, y acompañará a
Jesús en su entrada en la gloria como el primer mártir, el primer testigo: «Todo
el que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante
mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,32).
Dile a tu Maestro, con una encendida confianza, que se acuerde de ti que
continúas debatiéndote bajo el peso de una cruz que, a veces, se hace demasiado
pesada, aunque sea justa y merecida. Que te consuele con sus palabras, y con la
gracia de una fe intrépida.
Prométele que, tanto en la alegría como en la tribulación, le confesarás con
valentía, y pídele perdón por tus pasadas cobardías e indecisiones.

4. Agonía de Jesús (3.a, 4.a y 5.a Palabras)


¿Cómo podremos acompañar al Señor durante las tres horas de su agonía,
nosotros que nos dormimos en el Huerto y no fuimos capaces de velar con él
una hora?
Considera sus sufrimientos y medita sus palabras. Si no entiendes todo, no
importa. Contempla al crucificado, consuélale con tu firmeza y perseverancia en
la oración, y acompaña el dolor arrebatado y mudo de María.
El peso del Señor ha desgarrado sus heridas. Cuatro manantiales de sangre
caen a tierra purificando nuestro pobre barro. Los judíos no se cansan de sus
burlas. La gente que vuelve del campo a Jerusalén, al pasar por el Calvario se
detiene curiosa e inquiere noticias. Algunos se quedan allí y hacen comentarios
desfavorables de tu Maestro.
Muy posiblemente hay moscas que atormentan su divino rostro, atraídas
por la sangre. ¡Qué desesperación suplementaria constituirían para otro que no
fuera Jesús! ¡El no poder espantarlas! Pero por eso también él aceptó pasar.
El tiempo transcurre despacio, mientras la tarde se oscurece paulatinamente.
Tu Maestro ve allí a su Madre, inundada de un dolor que no aciertan a
consolar Juan, ni las santas mujeres que la acompañan. Ella, el amor más fiel, la
primera y más auténtica discípula. La que le dio todo, absolutamente todo, sin
pedir nada a cambio: ni privilegios, ni siquiera el consuelo de su compañía
habitual. La que creyó sin ver y sin pedir explicaciones, contra toda esperanza.
La que no se escandalizó de la Cruz. María, tu Madre, allí, al pie de la Cruz, no
impotente sino oferente. Perdonando, como oía perdonar a su Hijo. Amando
como ninguna criatura humana podía amarle.
«Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu Madre» (Jn 19,26-27).
Y tú, discípulo de Jesús, ¿acaso sigues pensando que amar a María supone
desviar el amor que le debes a Dios? ¿No comprendes que, si buscas al Señor
en su cruz, es inevitable que encuentres a María? ¿No escuchas la palabra postrera
de tu Maestro que te la da por Madre? ¿Por qué dudas?
Pues ella te aceptó desde ese instante por hijo, dispuesta a acompañarte
durante toda tu vida, a amarte y a sufrir por ti, entrégate todo entero a ella.
Recíbela en tu casa, como Juan, sin preguntarte si eres digno de tal Madre.
Amala y venérala como a Señora.
Confíale tus penas, pide su ayuda en tus tentaciones. Desagráviala y hónrala
como buen hijo. Y pídele dolor y amor para acompañarla en su contemplación
del Crucificado.
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46 y Mc 15,34).
Agonizando, el Maestro, los ojos tornados al cielo, clama con las palabras del
salmo 22.
En medio de la tribulación mayor que pueda pensarse, de sufrimientos
físicos que deberían haberle hecho perder el sentido, Jesús se vuelve al Padre.
El, siendo Dios, sufre como hombre. Por eso su agonía, que comenzó en el
Huerto, es oscura y angustiosa, como la de todo hombre.
El salmo 22 —que deberías rezar a menudo con atención y devoción—
describe los sufrimientos del Justo perseguido, del Siervo de Yahveh del que
habló Isaías. Expresa con intensidad y dramatismo estos sufrimientos, para
terminar cantando la alegría del triunfo y la seguridad de la esperanza.
Trata de profundizar en los sentimientos del Corazón del Señor, y pídele
que te haga fuerte y tenaz. Asido a la cruz y desnudo, como tu Maestro.
«Tengo sed» (Jn 19,28). La pérdida de sangre, el calor, el no haber bebido
nada desde la víspera, provocan en Jesús una sed loca.
El mismo salmo 22, que tal vez siguió recitando, dice: «mi garganta está
seca como una teja, la lengua se me pega al paladar» (v. 16). Para que se cumpla
la Escritura, el Señor dice entonces esas dos palabras. Y para que se siga
cumpliendo, los soldados hicieron lo que decía otro salmo: «para mi sed me
dieron vinagre» (Sal 69,22).
Aunque fuera buena su intención, la sed del Señor sólo encontró aquella
bebida desagradable y agria en que saciarse. El la probó. Y gustó, con el vinagre,
la ingratitud de todos los pecadores que, a lo largo de todos los tiempos, le
devolvieron la acidez de su indiferencia u hostilidad, a cambio del agua viva (Jn
7,37-38), y del vino generoso de su sangre (Mt 26-27-29) que él les ofrecía.
Por eso el Señor tiene sed de tu amor y de tu entrega, de tu re-conocimiento
agradecido de la salvación que él te procuró con tantas fatigas y sufrimientos.
¿No te inflamas, apóstol de Jesús, en celo por la salvación de todos? ¿Dejarás
que por tu falta de testimonio alguien deje de aprovecharse del beneficio
impagable de la redención? Arde, tú también, de sed espiritual, y ofrece a tu
Maestro el agua limpia de tu conversión, y el vino exquisito de tu oración y de tu
celo.
ORACION
Señor, a veces inconscientemente me
hago la señal de la cruz, o beso un crucifijo o
una crucecita que llevo al cuello. Me he
acostumbrado a mirar la Cruz, pero no con
una mirada de fe, sino banalmente, como un
símbolo del cristianismo o como un adorno
más.
Ayúdame,Jesús crucificado, a situarme
al pie de la Cruz —junto a María—
descubriendo en su horror todo el amor de
tu entrega.
Por esa sangre que mana
abundantemente de tus manos y de tus pies,
perdona la multitud y gravedad de mis pecados. Cada gota tiene un mérito
infinito y podría haber bastado para redimir al mundo entero.
Tú perdonas a quienes te atormentan y prometes el cielo al ladrón
arrepentido que sólo pide que te acuerdes de él. ¿Cómo no llenarme de
confianza? ¿Cómo dudar de tu misericordia mirando la cruz?
Y pues me siento perdonado y salvado, permíteme, amado Jesús, que
concentre todas mis fuerzas y todo mi afecto en amarte sobre todas las
cosas. Yo quisiera tener siempre presentes esas últimas palabras tuyas en
la Cruz, y hacerlas carne de mi carne.
Dame la gracia de la caridad perfecta, con la que sea capaz de perdonar
a los que me injurien, o a los que me hagan daño, con o sin intención.
Concédeme el don de la oración y la perseverancia en mis buenos
propósitos. Que cuando sienta la tentación de alejarme de ti, el recuerdo de
tus pies crucificados me haga continuar a tu lado.
Te ofrezco mi vida. Dígnate aceptarla aunque no valga mucho. Porque
para ti no cuentan las cosas que se ofrecen, sean muchas o pocas. Tú, Señor,
no te conformas sino con todo. Y eso es lo que hoy, junto a la Cruz, yo te
presento y te entrego. Para mí el mundo está crucificado contigo, y mi vida
herida para siempre por tus mis-mos clavos. ¿A dónde podría ir, si sólo tú
tienes palabras de vida eterna?
Concédeme también un amor tierno y delicado a tu Maestro, María,
refugio de los pecadores.Que en mis pruebas y enmis sufrimientos yo tenga
también el consuelo y la certeza de su compañía. Amén.
ORACIONES BREVES
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
«Hoy estarás conmigo en el paraíso».
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
«Ahí tienes a tu Madre».
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
«Tengo sed».
«Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de mí».
«Me taladran las manos y los pies».
«Mi Corazón se derrite en mis entrañas».
«Para mi sed me dieron vinagre».
«El mundo está, para mí, crucificado».

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