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SAGRADAS ESCRITURAS

Introducción al cristianismo II
Cesar Iglesias Ayesta

¿Cómo hablar del Misterio que nos supera infinitamente ¿Cómo evocar y suscitar la experiencia del
encuentro con el Viviente, que cambia la vida? ¿Se debe hablar de Dios a partir de él o se debe hablar
de él partiendo del hombre? La alternativa es sólo aparente: en realidad, no se habla de Dios sino
partiendo de aquello que él ha hecho por nosotros, en la creación y en la redención, y por lo tanto
considerando juntamente la iniciativa libre y gratuita de su amor y la nostalgia y la búsqueda de su
rostro presentes en el inquieto corazón delos hombres.
Es lo que ha hecho la Biblia: la Biblia no discute en abstracto sobre Dios, sino que relata las Gestas
de Dios a favor nuestro, y la historia de fidelidad e infidelidad de aquel que el Dios vivo llama a la
vida y a la salvación. La misma reflexión sobre el poder creador del Señor y sobre su dominio
universal nace como profundización de una experiencia salvífica: el que ha hecho grandes cosas por
su pueblo, el que ha derribado al poderoso y enaltecido al humilde, no puede dejar de ser también el
que ha creado el día y la noche, las estrellas y el firmamento, el mar y todos los seres vivientes.

El Dios de la salvación es el Creador y Señor del cielo y de la tierra; el Dios de los padres y el Señor
de la historia. A saber, el Dios bíblico es un Dios «narrado»: el conjunto de los relatos de sus gestas
de amor en favor del pueblo es el libro de la fe de Israel, el alimento de su esperanza.
La Iglesia naciente tampoco se desligó de esta tradición de relatos: solamente la enriqueció con las
nuevas e inauditas maravillas operadas en Jesús de Nazaret. La más antigua confesión de fe cristiana,
la proclamación pascual «Jesús es el Cristo», «Jesús es el Señor», no es más que un relato: aquel Jesús
crucificado en el abandono es el que el Padre ha exaltado en la gloria; el Humillado de la cruz ha sido
resucitado por Dios y constituido por él Señor y Cristo.

Si se nos pide la razón profunda por la cual el pueblo de Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento
ha confesado su fe «narrando» a su Dios, no puede haber otra respuesta que la de una exigencia de
obediencia a la revelación divina: Dios mismo, para hablar de sí al hombre y comunicarle su amor, ha
debido relatarse en eventos y palabras íntimamente ligados.
Dios se ha «relatado»: y este santo relato es la historia de la salvación. Por eso, todo el que quiera
hablar con cierta propiedad de Dios, debe lo; es decir, debe hacer memoria de sus maravillas, para que
la narración suscite historias siempre nuevas de fe y de amor.
El relato contagia lo que narra, es historia que suscita historias. En Esta bella parábola de los hasidim,
los hebreos de la diáspora empeñados en mantener viva la fe de Israel en el exilio, transmiten la fuerza
transformadora de la narración: «Mi abuelo era paralítico. Un día le pidieron que contara una historia
de su maestro, el gran Baal Shem. Entonces contó que el santo Baal Shem tenía la costumbre de saltar
y bailar mientras rezaba. Mi abuelo se levantó y lo contó. La historia le excitó tanto que se puso a
saltar y bailar, como hacía su maestro. En aquel momento se curó».

Este es el modo de contar historias, de nutrir y anunciar la fe: pasando de cuento en cuento, de historia
en historia, de las gestas de amor del Dios vivo a los signos de amor del hombre que vive en él y para
él. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios narrado, no puede disolverse en el Dios de los
filósofos y de los sabios, el Dios «argumentado».
Sin embargo, la necesidad de unidad y claridad es constitutiva del conocer humano y responde al
anhelo de sentido unitario y totalizante que anima el corazón del hombre. Por eso los relatos de nuestra
fe han suscitado siempre comentadores e intérpretes que han buscado su unidad profunda, a fin de
que, partiendo de ellos y con su ayuda, se pudiera encontrar el sendero unitario de respuesta a las
muchas preguntas sobre Dios, el hombre y la historia: la peripecia de la teología sirve para demostrar
la verdad de esta exigencia.
En particular, la inteligencia inquieta —desafiada a menudo por el espectáculo del infinito dolor del
mundo y por la percepción de la inexorable finitud de todo lo que existe— no ha podido dejar de
interrogarse sobre la misma existencia de Dios y sobre su acción de Todopoderoso bueno y providente:
¿hay en el universo y en la historia señales y cifras que indican su presencia?, ¿hay vías de acceso a
la profundidad de su misterio? A partir de diferentes aspectos de la realidad —el movimiento, la
cadena de las causas y efectos, la contingencia o caducidad de los entes, los grados del ser y la
finalidad que lo gobierna todo— santo Tomás de Aquino1 ha indicado cinco vías de aproximación al
Trascendente: todas ellas remiten a una causa última, que no forme parte de la cadena de las causas
penúltimas, porque esta, por infinita que sea, está caracterizada por la limitación de no darse el ser,
sino de recibirlo. Este último principio que da el ser a todo y no lo recibe de nadie, es el primer motor,
la causa primera, el único necesario, dotado de todas las perfecciones y de la suprema inteligencia
ordenadora del universo: es Dios, el fundamento supremo contra toda precipitación en la nada, el seno
eterno en el que descansa el destino del hombre y del mundo, el sentido y la patria de todas las cosas.

A este mismo Dios —escrutando no en el exterior, en el vasto mundo de los entes, sino en el interior,
en el abismo que se asoma al pensamiento humano—llega el «argumento ontológico» de san Anselmo
de Aosta: Dios, como el «ente más allá del cual no puede pensarse nada mayor»2, es el Sujeto
supremo, que piensa todas las cosas creándolas de este modo, y que por ende no puede ser pensado
sino como aquello que está más allá del extremo pensamiento de la criatura, su última orilla, su
supremo e inasible horizonte.
Entre estas dos aproximaciones al Misterio, que conducen la una a la Objetividad suprema y la otra a
la Subjetividad infinita y trascendente, la inteligencia creyente ha buscado con frecuencia una
conciliación, descubriendo en Dios la respuesta absoluta a la nostalgia de infinito presente en el
hombre o reconociendo en él al Otro que viene a visitar el corazón humano y lo libera de la prisión de
su soledad y de la violencia de una razón presuntuosa, movida únicamente por la «voluntad de poder”.
Estos distintos esfuerzos para acceder al Misterio más grande muestran cómo, hablando de Dios, es
necesario argumentar, además de relatar: por eso, en la fidelidad a la narración bíblica es menester
vivir también la fidelidad a la búsqueda de sentido unificante del hombre. Un camino integral de
conocimiento no podrá renunciar nunca a unir ambas perspectivas.
Hablar de Dios, contando su Amor, es lo que hace exactamente la Biblia que confiesa al Dios vivo
narrando la historia del Padre, creador y señor del cielo y de la tierra, la del Hijo, que se encarnó,
murió y resucitó por nosotros, y la del Espíritu, que anima a la Iglesia y es el vínculo de la comunión
en el tiempo y la eternidad.

EL ANTIGUO TESTAMENTO Y LA HISTORIA

La Revelación divina ha sido realizada mediante "hechos y palabras intrínsecamente ligados" (DV,
2). Para acceder a las fuentes de esa Revelación se hace necesario realizar aproximaciones a la historia
que trata de esos hechos, y a la literatura en la que se trasmiten esas palabras.
Historia y literatura son ciencias distintas, que utilizan técnicas y modos de expresión diversos para
transmitir información acerca de una realidad. Sin embargo, en el caso de la Revelación divina, los
hechos y las palabras están intrínsecamente ligados, y en el estudio y reflexión teológica sobre la
Biblia con frecuencia se han mantenido tan unidos que hasta épocas relativamente recientes no se ha
puesto particular atención a discernir lo que corresponde específicamente al arte de la historia y lo que
es competencia de la literatura en el acceso racional a los libros sagrados, que es uno de los
presupuestos necesarios para la reflexión teológica. Y esto, con el peligro evidente de considerar
"historia" lo que es "literatura", El lector del Antiguo Testamento se encuentra desde las primeras
páginas del mismo con unos relatos que comienzan por la creación del mundo y de los hombres, y
continúan con la narración de algunos acontecimientos engarzados en una línea más o menos continua,
hasta los albores de la romanización de Palestina. Sin embargo, es bien conocido que la técnica del
relato es un procedimiento que excede los límites del género histórico, y se emplea muy
frecuentemente en otros géneros literarios. No se puede afirmar sin más que todo lo que es narrado en
el Antiguo Testamento sea histórico.

Tanto en la religión de Israel como en la Iglesia, la Biblia se ha leído con frecuencia como una
"Historia Sagrada", esto es, como un relato en el que se presenta a Dios como guía de la historia: la
inicia creando todo mediante su palabra, establece unas normas para el funcionamiento de la
naturaleza y del hombre, anuncia sus planes de salvación para una humanidad caída desde sus
orígenes, y conduce con su providencia la ejecución de los mismos.
Con una sencilla pero profunda intuición, el pueblo de Dios no se ha planteado durante mucho tiempo
los problemas derivados actualmente de la distinción entre historia e historiografía: no se ha planteado
el problema de la veracidad de lo narrado donde no se lo habían planteado los escritores de la Biblia.
Estos, con sus escritos, quieren dar testimonio de unos hechos, pero no para satisfacer la curiosidad
de generaciones venideras, sino para instruir en la fe. Por eso, en cada texto concreto no es fácil
dilucidar si un dato preciso pertenece a la forma del relato o a su contenido. Pero eso no es lo
importante en la intención del autor. Este ofrece una interpretación de los hechos a la luz de la fe en
la que vive. Cuando se leen sus relatos se puede penetrar en la fe que los informa y saber cómo se
contemplan los acontecimientos desde ese punto de vista eminentemente religioso. En una lectura
creyente de los libros sagrados, realizada sin detenerse en aspectos críticos, es posible captar con
sencillez y limpieza ese mensaje final. Y no es poco. De este modo, los relatos bíblicos han
proporcionado un material de primera importancia para la instrucción en los contenidos fundamentales
de la Revelación divina.
Los Padres de la Iglesia y los más antiguos autores cristianos leyeron la Biblia con simplicidad y
provecho, sin plantearse graves problemas acerca de la historicidad de los detalles narrados, y
buscando más bien la utilidad para los lectores. Así dice, por ejemplo, Orígenes en sus Homilías sobre
el Éxodo: "Nosotros, que sabemos que todo ha sido escrito, no para narrar hechos antiguos, sino para
instruirnos y para sernos útil, comprendemos que lo que hoy se ha leído también se realiza ahora".

.
El teólogo, que parte de la fe en la existencia de Dios y admite como creíble una manifestación del
mismo a los hombres en el proceso de la Revelación sobrenatural, puede encontrar en esa historia una
presentación del marco real en el que se han producido esas intervenciones, tan delicadas que pudieron
pasar desapercibidas para quienes no tuvieran la sensibilidad necesaria para captar el sentido más
profundo de los acontecimientos que proporciona la fe. Dice la Escritura con palabras misteriosas que
Elías aguardaba al pie de la montaña el paso del Señor, y "sopló un viento fuerte e impetuoso que
descuajaba los montes y quebraba las peñas delante del Señor, pero el Señor no estaba en el viento.
Después del viento, un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Tras el terremoto un fuego,
pero el Señor no estaba en el fuego. Y al fuego siguió una leve brisa..." (1 Re 19, 11b-12) y en ella
descubrió Elías al Señor que pasaba. El Señor ha pasado por la historia sin hacer ruido. Podría decirse
que no se encuentra a gusto en el rumor del viento, la trepidación del terremoto, ni la luz del fuego,
que son reclamo para la atención de los curiosos. No busca el espectáculo para manifestarse. Pasa sin
hacer ruido cerca de quienes están dispuestos a acoger su palabra.

INTRODUCCION AL PENTATEUCO

A pesar de estar integrado por cuatro tradiciones de edad distinta y cada una con una forma literaria y
teológica propia, sin embargo la fusión de las cuatro tradiciones se hizo en el seno de una comunidad
viva, animada siempre del mismo espíritu y de los mismos principios religiosos. Por eso el resultado
de la fusión no ha sido un conjunto inorgánico, desconectado y confuso, sino una obra que tiene
repeticiones fallas y rupturas, pero al mismo tiempo con fuerte dinamismo interno que le da unidad
y cohesión .Este dinamismo se debe a las líneas axiales que están presentes en los cinco libros y que
son el sustrato de tanta variedad de narraciones relatos y leyes.

NOMBRE

Los cinco primeros libros de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) son
generalmente conocidos bajo el nombre global de Pentateuco. Teujos es una palabra Griega que
significa el «estuche» en el que se guardaba un rollo de papiro; más tarde pasó a significar «volumen»,
«libro». Por eso, Pentateucos (biblos) equivale a «el libro compuesto de cinco volúmenes». De esta
expresión griega viene la latina Pentateuchus, y de ella procede la nuestra, Pentateuco. Naturalmente,
los judíos de lengua hebrea no usan esta terminología. Se refieren a los cinco primeros libros como la
«ley»(Tora), «la ley de Moisés», «el libro de la ley», «el libro de la ley de Moisés», subrayando con
ello el contenido legal de estos libros, especialmente del Deuteronomio. Estos libros eran llamados
por los judíos la Torah o Ley, en contraposición a los libros Proféticos (Nebi’im) y Sapienciales
(Ketubim)2. En el N.T. se llama al Pentateuco "libro de laLey"3, "la Ley"4, "la Ley de Moisés"5. Estas
denominaciones dependen de otras similares del A.T. 6 Los diversos libros de la Ley recibían nombres
conforme a las primeras palabras hebreas de cada uno entre los judíos palestinenses7; los alejandrinos,
en cambio, los denominaban por su contenido substancial: Génesis(trata del origen del mundo y de la
humanidad), Éxodo (salida de los israelitas de Egipto), Levitico (legislación relativa a la tribu de Leví),
Números (se inicia con el censo numérico de los israelitas en el desierto), Deuteronomio (o "segunda
Ley”: recapitulación en forma oratoria de la legislación del desierto).

CONTENIDO

A primera vista, el Pentateuco ofrece un conjunto bastante armónico, que abarca desde la creación del
mundo (Gn 1) hasta la muerte de Moisés (Dt 34). A grandes rasgos, cuenta los orígenes de Israel,
desde su remoto antecedente patriarcal hasta que se convierte en un pueblo numeroso que recibe de
Dios los grandes dones de la libertad y la alianza, y está a las puertas de la tierra prometida. Se trata,
pues, de una obra básicamente narrativa, «histórica», aunque también contiene amplias secciones
legales (parte del Éxodo, todo el Levítico, gran parte del Deuteronomio). Su contenido podemos
esbozarlo de la siguiente forma.
1. Historia de los orígenes (Gn 1-11)
2. Los patriarcas (Gn 12-50)
3. Opresión y liberación (Ex 1,1-15,21)
4. Primeras etapas hacia la tierra prometida (Ex 15,22-18,27)
5. En el monte Sinaí (Ex 19 - Nm 10,10)
6. Del Sinaí a la estepa de Moab (Nm 10,11-21,35)

1.El Génesis comienza hablando de los orígenes del mundo y de la humanidad. Aunque la situación
inicial es paradisíaca, se rompe pronto por el pecado de la primera pareja, al que siguen otra serie de
injusticias y crímenes que terminan provocando el diluvio. Ni siquiera con esto escarmienta la
humanidad; comete un nuevo pecado de orgullo -torre de Babel- y es dispersada por toda la tierra (Gn
1-11). Pero Dios responde a la cadena continua del mal con la vocación de Abrahán, comienzo de la
salvación para todos los hombres.

2. Con esto comienza la segunda parte, centrada en las tradiciones de Abrahán, Isaac y Jacob (Gn 12-
36). Andanzas y aventuras de pequeños pastores, alentados por una doble promesa que Dios les hace:
una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y una tierra en la que poder asentarse. Ambas
promesas se van cumpliendo dramáticamente, con retrasos y tensiones que hay que aceptar con fe.
Desde el punto de vista de la promesa de la tierra, el momento más duro es cuando los antepasados de
Israel deben ir a Egipto en busca de alimento. La tierra prometida no les da de comer. Sin embargo,
el libro del Génesis termina con estas palabras de José a sus hermanos: «Yo estoy para morir, pero
Dios cuidará de vosotros y os hará subir a la tierra que juró dar a Abrahán, Isaac y Jacob» (50,24).
Esta vuelta desde Egipto hacia la tierra prometida será el tema central de los cuatro libros restantes
del Pentateuco (a excepción del Levítico, que se limita a cuestiones legales).

3. Los comienzos del libro del Éxodo nos sitúan en el momento en el que «subió al trono de Egipto
un faraón que no había conocido a José». Tiene lugar entonces una dura y creciente experiencia de
opresión. Pero Dios escucha el clamor de su pueblo, y encomienda a Moisés que lo salve de la
esclavitud.
La confrontación dramática de las plagas llevará a la libertad -precedida por la celebración de la
pascua-, que alcanza su punto culminante en el paso del Mar de las Cañas (Ex 1-15,21).

4. Siguen tres meses de camino hacia el monte Sinaí. En pocas páginas se condensa la nueva
experiencia del desierto, con sus amenazas de hambre y sed, el acoso de posibles enemigos, la
tentación de volver a Egipto, la falta de fe en Dios, la necesidad de organizar al pueblo (Ex 15,22-
18,27).

5. Llegamos al monte de la revelación. Allí tiene lugar la alianza, y el Señor dicta las normas que
deben regir la conducta del pueblo en los más diversos aspectos. Se trata de una amplísima sección
legal (Ex 19-40, salvo algunos capítulos; todo el libro del Levítico; Nm 1,1-10,10) que no es útil
detallar ahora más exactamente. Entre los pocos pasajes narrativos de este inmenso apartado destacan
los encuentros de Moisés con Dios en el monte, y el famoso episodio del becerro de oro (Ex 34).

6. Se reanuda la marcha, caminando desde el Sinaí hasta la estepa de Moab (Nm 10,11-21,35). Es
una sección predominantemente narrativa, marcada por conflictos dramáticos hambre, sed, motines
del pueblo, rebelión de algunos cabecillas, desánimo ante los primeros informes sobre la tierra, muerte
de Aarón (hermano de Moisés). Tampoco faltan páginas de contenido legal (Nm 15,1-31; 18; 19).
7. Finalmente, llegamos a la estepa de Moab, y allí se desarrollan los últimos acontecimientos que
cuenta el Pentateuco: oráculos del vidente pagano Balaán, primer conflicto con los cultos cananeos
de fecundidad, primeras ocupaciones de territorio en TransJordania y, sobre todo, la gran despedida
de Moisés y su muerte. Este amplio apartado (desde Nm 22 hasta Dt 34) incluye abundante material
legislativo. Pero lo más importante desde el punto de vista teológico es el libro del Deuteronomio,
compuesto como un extenso discurso de Moisés antes de morir. Comienza recordando los años
pasados, desde que Dios ordenó ponerse en marcha en el Sinaí (Dt 1-4). A la promulgación del
decálogo y una exhortación sobre la ley (Dt 5-11) sigue un amplio cuerpo legal con comentarios (Dt
12-26).Cierra el discurso una extensa serie de bendiciones y maldiciones (Dt 27-28). El estilo oratorio
cede el puesto una vez más al narrativo, para contarnos la alianza en Moab (Dt 29-30). La obra termina
con las últimas disposiciones de Moisés su canto, sus bendiciones y su muerte (Dt 31-34).

AUTORIA

Al abordar esta intrincada cuestión hemos de adelantar que, de suyo, el problema de la autenticidad
del autor humano de la Sagrada Escritura no afecta al problema de la inspiración, y, por consiguiente,
a las verdades de fe. Desde el punto de vista dogmático, nos basta saber que un libro está inspirado
por Dios para utilizar sus enseñanzas religiosas como infalibles. La cuestión del origen humano de un
libro dela Biblia ha de resolverse por razones de crítica histórica y literaria. Así, pues, respecto del
problema concreto de la autenticidad mosaica del Pentateuco, hemos de utilizar los medios crítico-
histórico-filológicos empleados en la investigación de otros libros bíblicos (como Sam., Tob., Job,
Ecl. y Sal.), cuya autenticidad humana resulta discutible.

LÍNEAS AXIALES DE PENTATEUCO.

Por su carácter constitucional, el Pentateuco fue el primer cuerpo del Antiguo Testamento que alcanzó
rango canónico, es decir que fue considerado como escritura sagrada y normativa. Para los judíos tiene
un grado de canonicidad superior al de Profetas y los Escritos, las otras dos partes del canon hebreo.
Es una obra que, según el análisis literario nos ha hecho ver, está integrada fundamentalmente por
cuatro tradiciones o fuentes: La tradición Yahvista (J); la tradición Elohista (E); la tradición
Sacerdotal (P); y la tradición Deuteronomista (D), elaboradas en distintas épocas y cada una con su
fisonomía literaria y con líneas teológicas propias. Sin embargo, la fusión de las cuatro tradiciones
iniciales, se hizo en el seno de una comunidad viva, animada siempre del mismo espíritu y de los
mismos principios religiosos. De ahí que el resultado final haya sido una obra con repeticiones, fallas
y rupturas, ciertamente; pero al mismo tiempo con un fuerte dinamismo interno que le da a todo el
conjunto unidad y cohesión. Este dinamismo interno que corre a lo largo de toda la obra se mantiene
gracias a ciertas líneas axiales que vienen a ser como los hilos de oro que nos guían a través de tanta
variedad de narraciones, relatos y leyes. Nos vamos a fijar en estas líneas axiales:

a) Historia de Salvación: El Pentateuco cubre las primeras etapas y pone los cimientos de la historia
de salvación, tema que constituye la espina dorsal de toda la Biblia. En el sentido bíblico la
“salvación” implica un aspecto negativo: peligro, angustia, lucha; y el aspecto positivo: liberación,
triunfo, bienestar. En la Historia de la salvación se nos relatan los peligros, las luchas del pueblo,
y a la vez, los logros, la liberación, y la intervención bienhechora de Dios con su pueblo.
b) Promesa- cumplimiento: Toda la historia bíblica va articulada en torno a estos dos polos: las
promesas que Dios va haciendo a su pueblo y su cumplimiento progresivo. Esta tensión “promesa-
Cumplimiento” da cohesión y dinamismo a todo el Pentateuco.

c) La Alianza, que marca al pueblo de Israel como pueblo de Dios. El Pentateuco está fuertemente
articulado por la idea de la Alianza, que es la que ratifica y refrenda las promesas hechas por Dios a
su pueblo:
- Alianza con Abraham: Las promesas patriarcales, hechas a Abraham y reiteradas a Isaac y Jacob,
han sido rubricadas con la alianza.
- Alianza del Sinaí: En virtud de la alianza del Sinaí se establece una relación recíproca entre Yahveh
y el pueblo de Israel: Yahveh será el “Dios de Israel” e Israel será “el pueblo de Yahveh”. La Alianza
del Sinaí actúa en una doble dirección: en una dirección vertical estableciendo especiales relaciones
entre los hijos de Israel y Yahveh; y en una dirección horizontal, en cuanto estas relaciones establecen
cohesión a las tribus dándoles la conciencia de que formaba un pueblo. Estas relaciones están
ordenadas y explicitadas en la ley que recibe de la Alianza su razón de ser.

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