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Cuando las células ciliadas situadas en la cóclea, que es el órgano en forma de caracol que
se encuentra en el oído interno, envían las señales eléctricas al nervio auditivo, estos
impulsos se transfieren al centro auditivo del cerebro.
En el centro auditivo del cerebro, existen varios grupos de neuronas que reciben los
impulsos y los traducen a un lenguaje que el cerebro puede comprender. Esta traducción
nos permite tener una percepción consciente de los sonidos que escuchamos.
Asimismo, otras áreas del cerebro permitirán que la percepción se llegue a hacer
consciente, y de ese modo, poder reconocer el sonido al relacionarlo con patrones que
han sido almacenados en la memoria (experiencia pasada). Tras la identificación se
producirá una respuesta voluntaria apropiada.
La primera parada del viaje se produce en el tronco del encéfalo, donde se decodifican las
señales básicas del sonido, como la duración, la intensidad y la frecuencia.
Posteriormente, el mensaje pasa por dos canales adicionales intermedios que juegan un
papel importante para identificar la localización del sonido.
La siguiente parada se produce en el tálamo, una masa ovoide de sustancia gris situada en
la base del cerebro. El tálamo integra los sistemas sensoriales del cuerpo, por lo que su
función es esencial para que se inicie una respuesta motora, por ejemplo, una respuesta
vocal.
La última neurona de la vía auditiva primaria conecta el tálamo con el córtex auditivo. En
esta fase el mensaje ya ha sido decodificado en su mayor parte. Sin embargo, es en la
corteza auditiva donde la señal se identifica aún más, se memoriza, y como resultado final
se produce una respuesta.
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