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Luchas obreras, todos de azul, sindicalismo, trabajadores.

Algunas
veces retornan, al menos en los libros.

Diego Giachetti

1-Libros de lucha

Aquellas personas que se interesan afirman que hoy la historiografía política del
movimiento obrero y sindical ha superado la crisis a la que se había precipitado en los
años ochenta, momento en el cual, luego del gran vigor que había asumido en los años
sesenta, cayó ene el limbo incoloro y desinteresado de la cultura de la empresa,
incluyendo la historia y la historiografía del movimiento obrero dentro del estudio y las
narraciones de las historiase de empresas, una perfecta incorporación del capital
variable (la fuerza de trabajo)dentro del Capital en cuanto tal, sin ningún tipo de
reconocimiento de la existencia de una subjetividad autónoma, incluyendo ala plano
historiográfico y las cátedras universitarias. Lo tres libros que hemos apuntado para
extender estas notas, representan una señal de la inversión de esta tendencia, por lo
menos en el campo de la investigación histórica y política.
Se trata de los textos de Andrea Sangiovanni, Todos de azul. La parábola obrera en la
Italia republicana (Roma, Donzelli, 2006); Fabrizio Loreto, El “alma bella del
sindicato”. Historia de la izquierda sindical (1960-1980), (Roma, Ediesse, 2005) y
Donato Antoniello y Luciano Vasapollo, Y sin embargo aún sopla el viento. Capital y
movimiento de los trabajadores en la Italia de la posguerra a hoy, (Milán, Jaca Book,
2006). Cada uno de estos libros conlleva un problema y lo resuelve. El problema está
dado por el hecho no nuevo, que la historia de la conflictividad de clase procede de a
saltos, tiene un andar sinuoso con picos y recaídas, ausencias y vacíos.
Si por clase se entiende una identidad marcada y compartida por los sujetos que ocupan
el proceso productivo y en las relaciones de producción el mismo rol social, entonces a
veces, la clase (“para sí”, como aprendimos en los manuales de las escuelas de cuadros
de los años setenta) no siempre existe, sino que existen los trabajadores, los
subordinados en general que por muchas razones no están en condiciones de expresar su
propia voluntad subjetiva y una representación de intereses y reivindicaciones
autónoma.
Todos los autores de los textos considerados Acuerdan en afirmar que 1980 marca en
Italia el fin de un período que había abierto su paréntesis desde principios de la década
del sesenta para alcanzar su pico en el otoño caliente de 1969 y perdurar por toda una
década. Cerrado este período, el trabajo y los trabajadores permanecieron, aún cuando
no hubo expresiones de conflicto ni de protagonismo obrero y sindical, cuando
disminuyen las movilizaciones colectivas, las acciones de lucha obrera, el trabajo
vuelve a ser la parte variable del capital a organizar a nivel de empresa según las
técnicas corrientes de las firmas y la negociación se resuelve con las técnicas de gestión
del capital en su conjunto (constante y variable, o sea plantas y organización del trabajo
+ fuerza de trabajo), y ya no como medio de modificar las condiciones de quienes
trabajan en detrimento del sistema productivo.
La solución sería adoptar una pareja conceptual de historia del trabajo e historia de las
conflictividades capaz de hacernos razonar tanto sobre los puntos altos del conflicto,
como sobre los momentos en que el conflicto y el antagonismo disminuyen.
Examinando la historia de los trabajadores es posible captar y analizar, cosa que hace,
por ejemplo el texto escrito por varios autores promovido por el Centro di
Documentazione e di ricerca per la storia del lavoro di Imola, titulado Obreros (Turín,
Rosemberg & Sellier, 2006) y compilado por Stefano Musso, la evolución del mundo de
los trabajadores de la industria en el tiempo largo, sin confinarlo a las tres décadas que
comprenden el boom económico hasta los años ochenta. Por lo tanto usar un concepto
amplio de trabajo y de trabajadores para definir y comprender el siglo XX que ha sido,
además el siglo del trabajo, significa abrirse a un “viaje aun territorio ilimitado donde
interactúa la historia económica y la historia de las ciudades, ética empresarial y estética
de los productores, la audacia del progreso y la innovación tecnológica y la explotación
humana; es fatiga y libertad, movimientos colectivos e iniciativa individual, democracia
y participación, conflictos y globalización”1
Se trata de aspectos complejos y controversiales de las sociedades y culturas del siglo
pasado que son asumidos por pocos centros dedicados al mundo del trabajo, a los cuales
debemos agregar el de Turín a partir del 2008. Por lo tanto construir un estado de la
cuestión debería ser un método común, consistente en no dejarnos atrapar por los
trabajos específicos del tema objeto de investigación y tratamiento, sino insertarlo
constante y continuamente en el marco de una historia más amplia del período tratado.
Es lo que hace muy bien Andrea Sangiovanni, autora de Todos de azul, que examina
como fueron representados los obreros en la historia italiana de la primera república; y
también Fabrizio Loreto, que aborda la historia de la izquierda sindical y obrera, así
como la batalla política y teórica dentro de los sindicatos. En ambos la historia que
narran está siempre relacionada ala contexto y a los elementos políticos y económicos
generales a los que esos hechos refieren; por lo tanto no es una historia que se repliegue
sobre si misma, sino que interactúa y dialoga con “otras historias” de la sociedad
italiana. Igualmente o aún en mayor medida, el texto de Donato Antoniello y Luciano
Vasapollo que pretende ser una historia general no sólo del sindicalismo italiano de la
segunda posguerra a hoy, sino de su capitalismo, y a su vez, una sociedad inserta en las
grandes transformaciones estructurales, económicas y culturales que reflejan las
transformaciones de la composición y el cambio de la clase trabajadora. Se trata de una
síntesis en trecientos y más páginas de una historia compleja y rica en interacciones con
otras historias y marcos que tiene la ventaja de limitar con decisión lo que
frecuentemente se toma como el Rubicón periodizante de estas investigaciones: nos
referimos al año 1980 marcado por la derrota de en la Fiat, que abrió el terreno para la
reestructuración de las empresas en Italia y la nueva función de los sindicatos en las
relaciones contractuales e institucionales entre los distintos organismos y centros de
poder.

Obreros “buenos” y “malos”, pero marginales.

Las elecciones del 18 de abril de 1948, con la derrota de las izquierdas agrupadas en la
lista del Frente Popular y la clara afirmación de la Democracia Cristiana seguida del
atentado a Togliatti de julio, marcaron el fin de la política de colaboración de clase
sancionada por la constitución del CLN en la lucha de liberación contra el nazifascismo;
al mismo tiempo, el recrudecimiento de las relaciones entre los dos bloques daba
comienzo a la guerra fría y decretaba el fin de la unidad militar antifascista realizada
entre la Unión Soviética, Gran Bretaña y los Estados Unidos. La política de unidad
nacional seguida después de la guerra había dado vida en el plano sindical a la
colaboración interclasista para la reconstrucción del país. Se intentaba desde ese
enfoque econtrar un espacio sindical autónomo de los partidos políticos, proposición a
la que se oponían duramente los comunistas por concebir al sindicato como correa de
transmisión del partido. Los acontecimientos de 1948 pusieron fin a la unidad sindical,
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la Cgil se convirtió en el sindicato con mayoría comunista y socialista, mientras que los
católicos se agruparon en la Cisl y los socialdemócratas y republicanos en la Uil, ambos
en fuerte oposición a la Cgil. Desde comienzos de la década del 50’ comenzó en las
fábricas el desmantelamiento de las posiciones de poder que aún mantenían los
comunistas y la Cgil para retomar la autoridad de la patronal, primer paso hacia una
reorganización de tipo taylorista de la producción que implicaba un visible aumento del
rendimiento del trabajo y la producción. Son también los años del paternalismo, de la
discriminación hacia los trabajadores comunistas y socialistas de la Cgil, de la
mortificación de los valores profesionales y humanos, de la forzada ruptura de vínculos
de solidaridad y amistad que vinculaba a la comunidad obrera. La Cgil, en el caso más
emblemático de la Fiat es desplazada, la Fiom pierde fuerza electoral y afiliados y
adopta un cuadro interpretativo adoptado en gran medida de los análisis económicos del
Pci que resulta inadecuado. En los congresos sindicales de los primeros años cincuenta
domina entonces la cultura de la crisis del capitalismo, su incapacidad para desarrollar
las fuerzas productivas y con ellas la ocupación y la producción, ya que está dominado
por los monopolios que conducen a una representación pauperizada de la condición
obrera. Sin embargo, también en esos años, tímidamente en la Cgil se abre camino la
idea que se debía comprender a fondo la transformación en curso en las fábricas y en el
modo capitalista de producción a la par que el sindicato debía buscar la autonomía de
los partidos.
En los medios de información aparecen dos imágenes contrapuestas de los obreros: la
del “obrero como elemento subversivo, posible fuente de sabotaje o bien dócil
instrumento de un sindicato dedicado a subvertir el orden social” y la del ‘buen’
trabajador, exento de pasiones políticas y respetuoso de las jerarquías” 2. La primera
imagen se refiere mayormente a la representación del obrero comunista por parte de las
fuerzas anticomunistas, una imagen que a su vez es valorizada por la izquierda para la
cual militancia partidaria y sindical se mezclan de modo indistinguible: “en los años
duros se exaltan sus características principales: fuerza física, integridad moral e
intransigencia doctrinaria. Emerge la figura un tanto gris de un obrero de oficio y
conciencia profesional, posiblemente piamontés, con una fuerte ética del trabajo y la
producción, acompañada con una concepción dura, un poco estalinista de la lucha de
clases y la organización”. 3 Un obrero productor cuya conciencia sindical llega a
rechazar al sistema capitalista, pero reconoce la objetividad del mecanismo de
producción mismo actuante en las fábricas. Por lo tanto, el fin no es tanto la liberación
de las condiciones de trabajo en la fábrica, sino liberarse de quien explota dicho trabajo,
o sea liberar ala trabajo del capitalismo.
Contrapuesto a este modelo se encuentra el del obrero integrado cuyas matrices
constitutivas las ofrece la cultura católica y empresarial ya que ambas no tienen
dificultades para unirse, cruzarse y mezclarse dando vida en la Fiat de Turín a la
experiencia del Sida, que nace de una escisión de la Cisl y constituye una organización
sindical “integrada” y filo empresarial. Una integración que se garantiza en el plano
estructural por ele desarrollo económico y productivo que envuelve a la industria
italiana a partir de la segunda mitad de los años cincuenta. Son los años del milagro
económico cuyo alcance innovador, al menos en el plano político y social no se enfatiza
demasiado ya que se alimenta de una “combinación de liberalismo económico e

3
intervencionismo público”4 y produce un “fatigoso proceso de integración social”5 y una
modernización contradictoria.
Sin embargo con respecto otras categorías de clase subordinadas, como los campesinos
o los braceros rurales, la condición obrera en esos años asume una connotación positiva,
un progreso en la escala de valores y de estatus en tanto que el trabajo en la fábrica
significa un puesto garantizado, remuneración segura y mayor ganancia que en el
campo y, por lo tanto, posibilidades de acceso a los consumos: electrodomésticos,
televisión, ferias. No obstante, de conjunto el mundo obrero aparece aún separado del
resto de la sociedad, poco conocido, poco visible, tanto como las fábricas. La opinión
pública y los organismos destinados a la información y la representación (radio,
televisión y cine) tienen dificultades para captar los que se está moviendo al interior de
la clase obrera debido sobre todo al recambio generacional, aunque los síntomas no
faltan: desde las manifestaciones de julio de 1960, el incremento de la conflictividad
obrera (en ese año las horas de trabajo perdidas son 126 millones, número sólo superado
en 19696), hasta la “extraña y moderna” revuelta de Plaza Statuto en Turín en julio de
1962, durante la cual aparece la figura del joven obrero meridional que vive en los
márgenes de la ciudad, en los confines entre lo lícito y lo ilícito y que turba por
momentos la geométrica y gris forma de la lucha obrera de los militantes turineses. Los
procesos de modernización que el boom económico introduce en el país abren un
contraste generacional en la sociedad y en la fábrica. “En los diarios y las películas
confrontan dos representaciones: por un lado la dominante en el imaginario colectivo de
un obrero caracterizado por fuertes valores morales, depositario de una ética y moral
rígidas que conduciría a un estilo de vida digno, sobrio y marcado por una fuerte
solidaridad familiar y de grupo; por otro la imagen de un obrero que incorpora
necesidades y estilos de vida de una sociedad que aparece como moderna” 7y quiere
“consumir”. ¿El consumismo es sólo un valor de integración al sistema? ¿Conduce a
una pérdida de la conciencia de clase? ¿Cómo piensa la izquierda y cómo pensará
también una gran parte de la cultura del sesenta y ocho, crítica de la sociedad de
consumo?

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