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n la Misa del día de hoy rezamos, aparte de la oración habitual en este último
tiempo, por la salud del Papa y nuestros Obispos y pedimos también por la
Patria en uno de sus días de fiesta. Siempre me toca a mí la Misa en estos
días patrios, lo cual tiene algunos inconvenientes. Primero, que no voy a
inventar cosas nuevas todos los años para decir. No son tantas ni tan variadas.
Lo cual no sería inconveniente del todo, porque precisamente nuestra misión
tiende a fijar algunos conceptos fundamentales. En segundo lugar, el hecho
de amar a la Patria y de amarla incluso con cierta intensidad, es algo de lo
cual no me avergüenzo, nunca lo he hecho. Pero tiene el inconveniente en
nuestro tiempo de que en ciertos ambientes católicos el patriotismo carece
de buena prensa, o buen concepto, por algunas confusiones que será
conveniente aclarar.
Tal vez porque un amor tibio y demasiado desencarnado siente como una
exageración el amor de la Patria cuando es fuerte y concreto. Y además, por
una mala interpretación de lo que es la «oecumene católica», es decir el
universalismo católico. Que no es lo mismo que un internacionalismo de tipo
apátrida, de tipo anárquico o de cualquier otro tipo.
Por eso es un error cuando en los ambientes católicos se habla solamente del
amor a la Patria para prevenir contra sus exageraciones: el peligro de un
nacionalismo exagerado, el peligro del «chauvinismo», el peligro de llegar a
través del amor de Patria a odiar a los demás. Todo eso es cierto, pero a veces
se acentúa solamente ese peligro y no los aspectos positivos, los aspectos
reales de este amor de Patria que es para nosotros una obligación de virtud
cristiana.
O se afirma el universalismo en frases como aquella de San Pablo: «Ya no
hay judíos ni griegos...». ¡Guarda! Eso se refiere a un plano de orden distinto,
interior. En primer lugar en Cristo, no hay judío ni griego; en segundo lugar,
dentro de la misma frase San Pablo dice «ya no hay varón ni mujer» y
ciertamente Cristo no quiso establecer un «unisex», no quiso borrar esas
diferencias naturales, esas diferencias que el mismo Dios ha puesto en la
naturaleza de las cosas.
Sin las raíces hundidas en la tierra no hay frutos, sin las raíces hundidas en
el pasado, en la familia, en la Patria, no hay fruto, no hay porvenir; no se
hace el porvenir con las rupturas, no se hace el porvenir con la negación del
pasado. No podemos renegar de aquello que hemos recibido en la familia y
en la Patria; no podemos renegar de nuestra herencia biológica, de nuestro
idioma, de nuestra cultura, de todo aquello que hemos recibido. Es mucho
más lo que recibimos en el pasado que lo que hemos hecho nosotros de
nosotros mismos; mucho más lo que recibimos por la herencia, mucho más
lo que recibimos por la educación, mucho más lo que recibimos por el
ejemplo, mucho más lo que recibimos por la alimentación, tanto física como
espiritual. Y entonces hacia eso: una gratitud, hacia los padres y hacia la
Patria que es etimológicamente «tierra de los Padres». No sólo la tierra, sino
aquellas comunidades de hombres, que han poblado esta tierra y que han
hecho una Patria.
Que la han hecho en las luchas de la Conquista, que la han hecho en las
guerras de la Independencia, que la han hecho en el trabajo silencioso y
callado de cada día.
Es una herencia que hemos recibido y que tenemos que transmitirla hacia el
futuro. La virtud de la Piedad es aquella que nos hace amar y respetar a
aquellos de quienes hemos recibido la herencia, pero la virtud de la Justicia,
sobre todo entendida como Justicia legal, que nos hace mirar hacia la
promoción y hacia la defensa del Bien Común de la sociedad en que vivimos,
es algo que nos hace mirar hacia el futuro y nos señala que esa herencia que
recibimos somos responsables de conservarla, de aumentarla, de mejorarla y
de que se transmita a nuestros descendientes. Virtud de la Piedad que mira
al pasado, virtud de la Justicia que mira hacia el futuro, hacia el Bien Común
de la Patria y de la sociedad en la cual vivimos y que junta la caridad política
o la preocupación por el futuro de esta comunidad, y estas dos virtudes en el
cristiano, no pueden limitarse solamente a ser un amor natural.
Hay un amor natural de la Patria como hay un amor natural del hombre, que
es la filantropía y que nos lleva por motivos humanos a preocuparnos de los
demás, del dolor, de la alegría de los demás, a sentir la compasión por los
otros. Pero la filantropía no es la Caridad. El amor natural de la Patria no es
todavía la Caridad.
Pero en el cristiano, como lo señala el Cardenal Mercier, ese amor tiene que
estar informado por la Caridad, que no solamente lo sana y lo purifica, sino
que lo eleva a un plano superior, a un plano más alto.
Eso también está dentro del Plan de Dios y al estar dentro del Plan de Dios,
eso también marcami vocación, esto también marca mi misión, eso también
marca aquello que la Providencia de Dios tiene pensado sobre mí, no es
indiferente el que Dios me haya puesto en un lugar o en otro, porque eso de
alguna manera me condiciona, de alguna manera me forma. Los que hablan
de universalismo, dice por ahí el Padre Castellani, dicen: «Mi Patria es el
mundo», pero si uno los trasladara a la China o al Congo, que también son
parte del mundo, al poco tiempo llorarían de emoción si sienten hablar a
alguien castellano o cuando sienten que alguien toca, qué sé yo, un tango,
una zamba, o pongámosle, una chamarrita. Mi Patria es el mundo, pero en la
otra punta del mundo extrañarían ciertamente este pedazo, este terruño,
aquello donde han nacido.
Un amor crítico
Y ese amor, como alguna vez lo hemos señalado también, tiene también dos
aspectos: por una parte, ese amor es amor de complacencia; y el amor de
complacencia es el amor más sensible de la Patria y el que mira sobre todo a
su pasado. La emoción que uno puede sentir en el folklore, en la historia, en
las tradiciones de la Patria, en aquello que es típico o propio de nuestro
terruño o de nuestro pueblo; la emoción que uno puede sentir cuando
contempla un paisaje, sobre todo cuando contempla un paisaje que le es
querido por muchos motivos. Y todo aquello que hace para nosotros el
contorno físico o el contorno humano sensible de nuestra Patria. Todo esto
es el amor sensible.
Pero luego hay otro amor, y es ese amor que mira hacia el futuro. Existe ese
amor que mira a la Patria no solamente como la tierra sino como la
comunidad de hombres que viven en esta tierra y que teniendo una herencia
común en el pasado, en la historia, en la religión, en la cultura, en la raza,
tiene un destino común de Patria. Que es así mirando el futuro como una
unidad de destino que la diferencia en medio del conjunto de la universalidad
de las naciones.
Hay muchas cosas que enderezar, y no me voy a extender en esto, pero que
sobre esto se dirija nuestra oración.
Por eso tenemos que rezar al Señor para que nuestra Patria recuerde que
nació cristiana, y que recuerde que fue hecha con la Cruz de los misioneros
al mismo tiempo que con la espada de los conquistadores. Que los ejércitos
que nos dieron Patria levantaron la Bandera con los colores del Manto de la
Virgen Inmaculada.
Que nuestra Patria nació cristiana y que si nuestra Patria quiere la paz, no
una paz mentirosa y exterior, sino la única paz verdadera, aquella que es
como decía San Agustín: «la tranquilidad del orden», y no de cualquier
orden, sino del Orden que se funda en la Verdad y que se funda en la Justicia,
nuestra Patria tiene que volver sus ojos hacia sus orígenes cristianos y pedir
de la Virgen Nuestra Madre, nuestra Protectora, nuestra Patrona, y de Cristo,
aquella paz que solamente Cristo puede dar y que nace de la conversión de
los hombres y de los corazones en los cuales por la Gracia reina la paz con
Dios y por la paz y el amor de Dios, reina también, surgiendo de allí, como
desde su fuente, la paz y el amor por los hermanos.