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AMÉRICA. I
AZTECAS E INCAS
El origen de los aztecas es un misterio. Su dominación surge tras movimientos
demográficos y cambios de alianzas entre ciudades estado. Grupos chichimecas
procedentes del norte fueron aculturados por otros más avanzados. El valle de México se
vio dividido en dos: la ciudad de Tula, al norte; Cholula, al sur. Los mexica, principal
grupo azteca, llegaron al valle en 1253, guerreando con pueblos de la región. Se
refugiaron en un islote del lago Texcoco y se emparentaron con la nobleza de
Azcapotzalco. Con la Triple Alianza (1426) entre Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, se
hicieron con la región pero, por exceso de población y falta de recursos agrícolas
disponibles en el valle, unidos a malas cosechas y catástrofes naturales, iniciaron la
expansión sobre sus vecinos a través de toda Mesoamérica (1454) bajo Moctezuma
Ilhuicamina.
Los militares tuvieron, por ello, una función principal en el imperio azteca. Éste se dividía
en provincias, que debían pagar tributos al imperio. Además de para obtener tierras y
tributos, los aztecas guerreaban también para esclavizar a sus enemigos, empleándolos
también para sacrificios humanos. Desarrollaron la agricultura.
La sociedad estaba estratificada piramidalmente: el Tlatoani orador era la máxima
jerarquía y gobernaba la ciudad. Los distintos tlaotani estaban emparentados, siendo el
de Tenochtitlan la cabeza de todo el imperio. La nobleza (pipiltin) ocupaba el segundo
escalón junto a los guerreros Caballeros Jaguar y Caballeros Águila. Los grupos
dominantes percibían tierras, tributos, tenían centros educativos exclusivos y tribunales
propios. En la base de la pirámide, los macehaltin (campesinos y artesanos). Los calpulli,
grupos de parentesco básico, adscrito a la tierra, era la organización nuclear.
En América del Sur, los incas, originarios de la región de Huari, se establecieron en la
región del Cuzco a finales del siglo XIII. Los aymaras que la poblaban hasta entonces
fueron asimilados por los incas. El ayllu era cada uno de los clanes patrilineales,
endogámicos, y según la leyenda diez ayllus fundaron Cuzco, que se dividió en cuatro
barrios. El inca Pachacuti transformó el reino de Cuzco en Imperio del Tawantinsuyo y
controló toda la región hacia 1438. A fines del siglo XV, durante el reinado de Topa Inca
Yupanqui, el imperio se extendió hasta Quito, al norte, el centro de Chile, la Amazonía y
el Gran Chaco. Construyeron una red viaria de 25.000 kms., con dos ejes principales de
norte a sur: uno era la carretera real, por Quito, Jauja, Cuzco, Titicaca, Cochabamba y
hasta el norte de la actual Argentina; el otro, por la costa pacífica.
La base de la economía inca era la agricultura (quinoa, papa, maíz, frioles, calabaza),
aprovechando terrazas e infraestructuras hidráulicas. A diferencia de los aztecas, no
practicaban comercio a gran distancia, ni tenían monedas ni tributos pagados en especies.
Todas las tierras eran del Inca y éste las distribuía entre ayllus y curacas (nobles). Todos
los pueblos tenían que donar parte del trabajo de las comunidades (ayllus) al gobierno, a
los sacerdotes y a los curacas. El producto de esas prestaciones (mita) se almacenaba en
grandes depósitos, que servían para mantener el imperio y para las campañas militares,
construir caminos o socorrer a la población. El inca tenía su propio grupo de parentesco
(panaca), formado por todos los descendientes varones del rey, salvo el príncipe, que
tenía su propio paneca. Los miembros de la paneca administraban los pueblos
conquistados, junto a sus noblezas locales (curacas), y éstos enviaban a Lima a sus hijos
para ser educados en la tradición incaica.
LA PENÍNSULA IBÉRICA
El fin de la reconquista permitió a Portugal y Castilla dotarse de reinos centralizados,
dejando atrás el dominio de la nobleza, propio de la época feudal.
Notables fueron los progresos marítimos para Portugal con el infante Enrique el
Navegante (conquista de Ceuta, descubrimiento de Madeira y Azores, se dobla el cabo
Bojador, llegan al río Senegal), formando pilotos, cosmógrafos, cartógrafos. Mercaderes
italianos pusieron sus capitales con ánimo de hacer grandes negocios.
EL LABORATORIO ATLÁNTICO
La presencia europea en Canarias arranca en 1312 con el temprano descubrimiento de
Lanzarote por el genovés Lancelotto Malocello. Siguieron marinos mallorquines en ese
siglo XIV, pero la conquista del archipiélago arranca en 1402 a cargo de los normandos
Bethencourt y Lasalle al servicio del rey de Castilla. La colonización de Canarias se basó
en el reparto de tierras y de mano de obra indígena para los conquistadores, en un esquema
propio medieval. Sin embargo, la Corona rescató para sí los derechos de conquista de las
islas mayores Gran Canaria, la Palma y Tenerife, conquistadas entre 1478 y 1496),
apareciendo la figura del gobernador, que será clave en las colonias ultramarinas,
dirigiendo las actividades en la colonia y dirimiendo disputas entre facciones de los
conquistadores.
El dominio de Madeira y Azores permitió asegurarse el regreso en sus viajes por la costa
africano, pudiendo llevar la volta, adentrándose en el Atlántico para escapar de la
atracción de los alisios y encarar el regreso a Portugal. Los portugueses llegaron así a
dominar el arte de la navegación y el régimen de los vientos. Los portugueses, rivales de
los castellanos, acudieron al papa Nicolás V que, en su bula Romanus Pontifex (1455)
concedía al monarca portugués todos los territorios por descubrir al sur del cabo Bojador.
En su avance hacia el sur de África, los portugueses se internaron en zonas de vientos
más complejos, para lo que trazaron la doble volta, una especie de ocho en el mapa que
les permitió franquear África, internándose en el Índico, hacia India y China. Que en una
de esas voltas para doblar África una embarcación diera con el continente americano era
cuestión de tiempo (fue el caso de Pedro Cabral, en 1500, y posiblemente del legendario
piloto anónimo que pudo haber revelado a Colón hacia 1478 la existencia de tierras más
allá de los archipiélagos conocidos).
2. LAS ANTILLAS. Del descubrimiento a la fragmentación.
La llegada de los españoles a América.
EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
El Tratado de Alcaçovas negaba a Castilla la posibilidad de explorar la costa africana y
de alcanzar las tierras de la India y de los países productores de especias, el
reconocimiento de sus derechos sobre Canarias y el silencio sobre las exploraciones en
dirección a occidente, lo que permitió a Isabel y Fernando atender los planes de Cristóbal
Colón. Éste, tras estudiar cartógrafos árabes, llegó a la errónea conclusión de que el
diámetro de la Tierra era más pequeño que los 40.000 kms. reales (que ya había calculado
Eratóstenes de Cirene, 100 a.C.) y que, además, el continente asiático era más alargado,
por lo que la distancia entre las costas de Europa y de Asia apenas era de 4.300 kms,
colocando Cipango en el Caribe, en vez de los 19.500 kms. existentes. Podría encontrar
financiación para una travesía corta, pero los expertos, portugueses en primer lugar,
desecharon su proyecto.
Pero pese a sus deficiencias científicas, los monarcas vieron en su proyecto el modo de
expansión y llegada a las Indias sin violar el tratado de Alcaçovas. Así, en el campamento
de Santa Fe (Granada), en abril de 1492, firmaron las capitulaciones que otorgaban a
Colón los títulos de virrey y almirante y los derechos sobre la décima parte de las tierras
que fuesen descubiertas, al tiempo que facilitaban los medios financieros
(fundamentalmente dinero tomado en préstamo de las rentas de la Santa Hermandad que
tenía arrendadas el converso valenciano Luis de Santángel, sumado a cantidades
aportadas por Colón y sus amigos andaluces, genoveses, florentinos) y la colaboración de
los armadores onubenses (los hermanos Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón) para
armar la expedición que zarpó de Palos de Moguer el 3 de agosto de 1492. En palabras
de Guillermo Céspedes, se creaba una empresa comercial en la que los monarcas eran los
socios capitalistas y Colón, el socio industrial.
La colonización hispánica.
La Querella de los Justos Títulos
Desde el principio fueron enconadas las disputas entre misioneros españoles deseoso de
evangelizar, e incluso crear sociedades ideales de indígenas regidas por el espíritu
evangélico e indígena, como la de Pedro Córdoba, en Cumaná (Venezuela), enfrentado a
los colonos buscadores de perlas que raptaban indios, la de Vasco de Quiroga, obispo de
Michoacán, que puso en marcha comunidades indígenas (“hospitales” inspirándose en
Tomás Moro, o Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas. Mucho más tarda se
consolidaría el modelo en las reducciones jesuíticas en América del Sur (s. XVIII).
El inicio de la querella parte de los sermones del dominico Antonio de Montesinos (1511),
ante el gobernador de La Española, Diego Colón, y diversos encomenderos (entre ellos,
el propio Bartolomé de las Casas antes de hacerse dominico) y funcionarios.
El franciscano Juan de Zumárraga, primer obispo de México, aplicó con esmero las Leyes
Nuevas (1542) protectoras de los indios, se ocupó de su educación, economía familiar,
evangelización e implantó la primera imprenta en el continente.
Pero las utopías chocaban con la realidad de una conquista y una colonización orientadas
por las ambiciones de soldados y funcionarios. Francisco de Vitoria, en su Relectio de
Indis (1539), rechaza todos los “justos títulos” aducidos para justificar la conquista de
América: ni el imperio universal, ni la potestad temporal del romano pontífice, ni el
rechazo de la religión cristiana por los indígenas, ni siquiera el derecho de tutela sobre
unas poblaciones salvajes. Para Vitoria, el único derecho que asiste a los españoles es
predicar libremente la fe cristiana, pero sin imponerla por la fuerza, del mismo modo que
tienen derecho a viajar y comerciar en el Nuevo Mundo, pero no al sometimiento de unos
pueblos que poseen una organización política previa. En este sentido, las campañas de
fray Bartolomé de las Casas no resultan tan radicales ya que no pone en cuestión los
títulos españoles sino que se limita a denunciar los excesos de la conquista y d ela
colonización, especialmente de la encomienda. Consecuencia de la obra de las Casas,
“Brevísima relación de la destrucción de las Indias” (1542) fueron las Leyes Nuevas
(1542) promulgadas por Carlos V y una serie de proclamaciones pontificias sobre la
ilicitud de la esclavitud de los indios (aunque no de los negros), sobre la igualdad de
derechos de todos los bautizados y sobre otras cuestiones relativas a la situación de la
población indígena.
Vitoria y Las Casas tuvieron enfrente al sacerdote Juan Ginés de Sepúlveda, máximo
defensor de la conquista y colonización de América, que defiende como justos títulos la
licitud de la guerra contra los infieles, la predicación del evangelio aun en contra de la
voluntad de los pueblos paganos y el derecho de tutela de lso pueblos de superior cultura
y religión sobre los bárbaros, sobre todo si (como en el caso de los indios americanos) se
entregan al canibalismo y a los sacrificios humanos, prácticas que son contrarias a la ley
natural.
La crónica de Felipe Huamán Poma de Ayala, indio peruano nieto de Túpac Yupanqui,
narra a inicios del s. XVII las injusticias cometidas por encomenderos y funcionarios
sobre los indios de la región.
LA ADMINISTRACIÓN VIRREINAL
Las Leyes Nuevas (1542) significaron una reacción del poder monárquico frente al
proceso de señorialización amparado por los colonos (ya “encomenderos”), suprimiendo
las prestaciones personales, aboliendo los señoríos jurisdiccionales y estableciendo las
instituciones características del absolutismo. Así, el territorio se dividió en los dos
virreinatos de Nueva España y Perú (separados por una frontera situada en el istmo de
Panamá), a su vez subdivididos en las demarcaciones menores de las audiencias, mientras
cada unidad regional se dotaba de oficinas fiscales llamadas cajas reales. El virrey,
máxima encarnación de la autoridad regia, era gobernador y capitán general de su
territorio y presidente de la audiencia de la capital. Las audiencias, en principio órganos
colegiados para la administración de justicia, desempeñaron también funciones
gubernativas en sus demarcaciones, que indicaban ya un rápido e inevitable proceso de
regionalización (Santo Domingo, México, Panamá, Lima, Guatemala, Santa Fe de
Bogotá, Charcas, Quito y Chile). Algunas provincias tuvieron demarcaciones especiales,
las gobernaciones o capitanías generales de los territorios fronterizos, como Venezuela,
Chile y Yucatán. Finalmente, el cabildo presidía la vida política de cada una de las
ciudades que iban surgiendo a lo largo de la geografía americana. Todo el sistema
dependía en última instancia del Consejo de Indias (creado en 1524), supremo órgano
administrativo para las cuestiones del Nuevo Mundo.
Al mismo tiempo, la Iglesia (estrechamente regida por la Corona en virtud del patronato
de las Indias) se dotaba de su propia división diocesana (tres arzobispados –Santo
Domingo, México y Lima- y una veintena de obispados a fines del s. XVI). Mientras que
la evangelización se encargaba al clero regular (franciscanos, dominicos, agustinos,
mercedarios y, más tarde, jesuitas), el clero secular permanecía en las ciudades.
La Carrera de Indias
España sintió la necesidad de establecer un cauce para enviar a sus colonos en las Indias
los productos necesarios (vino, aceite, así como mercurio de Almadén para extraer mejor
la plata de las minas por el procedimiento de amalgación, hierro de Vizcaya, así como
productos manufacturados europeos –ropas-) y en traer del Nuevo Mundo los metales
preciosos y otros géneros de interés en Europa (como los colorantes grana y añil, semillas,
etc.). Se denominó Carrera de Indias a ese sistema comercial que regulaba esos
intercambios entre la metrópoli y las colonias americanas.
La Carrera de Indias se consolidó a lo largo del s. XVI, consolidándose la Casa de la
Contratación (fundada en 1503 como institución técnica y administrativa para la
ordenación de tráfico) y el Consulado o Universidad de Cargadores (creado en 1543 como
órgano representativo de los mercaderes interesados en dichos intercambios y como
tribunal privativo de comercio). Con ambas instituciones, Sevilla quedaba incluida como
único puerto de llegada y de salida de las flotas hacia América. El monopolio comercial
lo ejercía el Consulado, que debían ser españoles (incluyendo los de la Corona de Aragón)
o extranjeros naturalizados, siempre católicos y de países amigos, que obtenían su carta
de naturaleza por avecindamiento, estancia continuada, matrimonio con española o
nacimiento en segunda generación.
En 1564 se estableció el llamado Proyecto de Flotas y Galeones, que establecía la salida
de dos grandes flotas compuestas de galeones. La primera, llamada usualmente “la flota”,
desde Sevilla se dirigía al puerto de Veracruz, en Nueva España, tras tocar los puertos de
Santo Domingo y La Habana. En Veracruz descargaban los productos y se internaban por
tierra a México.
La segunda, que recibía el nombre de “los galeones”, se dirigía a la llamada Tierra Firme
(puertos de Nombre de Dios, Portobelo y Cartagena de Indias). Los productos de “los
galeones” se transportaban por tierra a Panamá, ya en el Pacífico, donde eran embarcados
con destino al puerto de El Callao para su distribución en el virreinato del Perú.
El viaje de regreso seguía el mismo destino, con los galeones cargados, principalmente,
de plata (minas de Zacatecas, en Nueva España, y Potosí). Ambas flotas se encontraban
en La Habana, desde donde regresaban juntas a Sevilla.
En el último tercio del siglo XVI se puso en funcionamiento una línea de prolongación:
el Galeón de Manila, que partía de Acapulco, en el Pacífico de Nueva España, para
alcanzar Filipinas, donde intercambiaba sus cargamentos de plata contra las sederías y las
porcelanas de China, antes de regresar a Acapulco, transportar por tierra esos productos
a México y Veracruz y embarcarlos hacia La Habana y a Sevilla. Dicho Galeón de Manila
perduró hasta 1898.
La plata indiana servía para pagar las remesas metropolitanas y una parte importante se
dirigía a los proveedores del norte de Europa, además de a los banqueros que financiaban
las guerras de los Austria, por lo que se ha venido en hablar de un “puente de plata” entre
América y Europa. Pero no era desdeñable la parte que quedaba en los intermediarios
hispanos (avituallamiento de los buques, venta de licencias de embarque, importe de los
fletes, participación en seguros y riesgo de mar, beneficios comerciales, etc.
La llegada de cantidades ingentes de plata produjo uno de los fenómenos más llamativos
de la economía del siglo XVI: la revolución de los precios. Se basó, gracias a la
abundancia de medios metálicos de pago por la llegada de plata, en la potenciación del
crecimiento de la economía europea ocurrido en el s. XV, propiciando una inflación
moderada y estimulante. Sin embargo, en el caso español, debido a la rigidez de la oferta
y el bajo nivel tecnológico, se produjo una inflación excesiva, subiendo los precios en
España por encima de los europeos, haciendo menos competitiva la economía española,
que pasó a ser una economía de importación, entrando en crisis las manufacturas propias.
Los empresarios se desinteresaron por una economía que era cada vez menos competitiva
y los consumidores, con el dinero fácil de la plata americana, optaron por importar
productos más baratos del extranjero. Así, como señalaban los contemporáneos que
analizaron el fenómeno (Martín de Azpilicueta y otros arbitristas), la riqueza de España
fue la causa de su pobreza, por más que en el declive del siglo XVII entren también otros
factores derivados de la evolución del mundo rural.
El Galeón de Manila
El Galeón de Manila, o Nao de China, o Nao de Acapulco, era la ruta comercial (también
cultural y espiritual) que unió Manila con Acapulco desde 1573 hasta 1815 (OJO,
MTNEZ SWAH PONE 1815, NO 1898 como puse yo antes).
Sus prolongaciones eran, por un lado, desde Acapulco a México, Veracruz y hasta Sevilla;
por otro lado, desde Manila a China, Japón, Formosa, Molucas, Camboya, Siam, Malasia,
India, Ceilán y Persia.
Como hemos visto en “La Carrera de Indias”, la ruta arrancaba de Sevilla, cruzaba el
Atlántico hasta el puerto de Veracruz, pasaba por tierra a México y de allí, por el Camino
de Asia, a Acapulco y cruzando el Pacífico hasta Filipinas. Si bien la ruta Filipinas-
Acapulco se inauguró en 1565, con el tornaviaje logrado por Andrés de Urdaneta
siguiendo la corriente de Kuro-Siwo, hasta 1640 hubo barcos que desde Manila
alcanzaban El Callao o el litoral nicaragüense. Pero quedó regulado en 1593 con dos
barcos anuales (que la conveniencia de los mercaderes unificaría en uno solo), así como
la exclusividad del puerto de Acapulco como entrada y salida para el comercio con
Filipinas.
El galeón partía del puerto de Cavite (Filipinas) en julio para aprovechar el monzón del
verano, siguiendo la corriente de Kuro-Siwo y llegaba a fin de año a Acapulco. Se
procedía a la descarga y se celebraba la feria anual de Acapulco, con mercaderes de
México, Puebla, Oaxaca y otras poblaciones vecinas, bajo la supervisión del alcalde
mayor y el castellano del fuerte de San Diego. En marzo, el galeón abandonaba Acapulco
y tras tocar en las Marianas (Guam) llegaba a Manila en julio, a tiempo de ver zarpar a su
relevo en dirección opuesta.
Eran unas largas travesías en un mundo casi desconocido, fragmentado en miles de islas,
tan lejano del mundo hispano como variado en etnias, lenguas y religiones. El viaje de
Acapulco duraba entre tres y cuatro meses, y el tornaviaje, unos seis. La dieta era de
menestra deshidratada, frutos secos, frutas pasas (uvas, orejones, higos). El escorbuto era
común, por falta de vitaminas.
Los intercambios e basaban en las remesas de plata desde Acapulco a Manila, donde se
intercambiaban por productos asiáticos, muchos de ellos llegados en sampanes chinos. El
Galeón transportaba frailes y plata de Acapulco a Manila (los pesos españoles de plata
circularon por el Celeste Imperio chino), más la grana de Oaxaca, el jabón de Puebla y el
añil de Guatemala, los envíos oficiales (la plata del “situado” o asignación para el
mantenimiento de la colonia, el papel sellado y los naipes de cuenta de la Real Hacienda,
junto con artículos destinados para los Reales Almacenes, tales como imágenes religiosas
o vino para consagrar).
El comercio en Manila estaba en manos, principalmente de mercaderes chinos
(sangleses), que llevaban en juncos a Manila productos alimenticios (trigo, cebada,
azúcar, frutos del tiempo y secos), pero especialmente las manufacturas procedentes de
todo el mundo oriental. La negociación se celebraba en el mercado abierto, el Parián de
los Sangleses, adonde llegaban los comerciantes españoles establecidos en Manila para
hacer llegar a Acapulco los productos necesarios para Acapulco, bajo un complejo
sistema intervenido llamado la “pancada”.
Al igual que la Carrera de Indias, el Galeón de Manila era un monopolio de particulares
y el tonelaje de los navíos debía repartirse entre los españoles avecindados. Los galeones
que partían de manila iban cargados de productos chinos, pero también de todas las
maravillas de Asia (sedas chinas, tallas de jade y de cuerno de rinoceronte, porcelanas,
botellas, vajillas, etc., destinadas a funcionarios o a la familia real). De Japón provenían
biombos de múltiples hojas, objetos de laca negra para uso doméstico, bandejas, cajitas,
escritorios. De tierras más lejanas, objetos indoportugueses (relicarios, marfiles, muebles
de India), tejidos de algodón de Bengala, alfombras persas, canela de Ceilán, especias de
Molucas (clavo, pimienta, nuez moscada), y también de Filipinas sus tejidos de algodón,
mantas o canela de Mindanao, y más tarde abanicos, mantones. También llegaban a
España productos mexicanos de inspiración oriental. Con el final de esta ruta se puso fin
a la dependencia de Filipinas del Virreinato de Nueva España, el término a una vía de
llegada a España de productos exóticos y el final de una corriente de ideas religiosas,
artísticas, intelectuales entre España, Hispanoamérica y el Asia española.
La economía de plantación
Los europeos impusieron en el siglo XVI en América una economía basada esencialmente
en la extracción de metales preciosos, como el oro y, sobre todo, la plata, que fue la
palanca para superar la crisis de medios de pago en el viejo mundo y para sustentar el
comercio con Asia. Esta economía extractiva, que incluyó la de las perlas, se unió a la
explotación de otros ramos: materias primas tintóreas (grana, añil, palo de Brasil, palo
Campeche), y una agricultura y ganadería de subsistencia pero que pronto se centró en
una agricultura especulativa, sobre todo al trasplantar al nuevo continente la caña de
azúcar, antes ensayada en Madeira, Azores y canarias. Al azúcar se le unió el cacao,
tabaco, algodón y, más tardíamente, el café.
Esta agricultura dio lugar a las plantaciones, sistema agrario latifundista en régimen de
monocultivo, que exigía para su rentabilidad mano de obra barata. Estas plantaciones se
extendieron durante el siglo XVII por distintas regiones americanas (Brasil, Antillas
francesas –Saint Domingue-, inglesas –Jamaica-, o españolas –Cuba-), cultivando azúcar,
pero también tabaco, añil o café. Os ingleses en Virginia y Maryland se dedicarían pronto
al tabaco. Esta economía de plantación fue la causa de la esclavitud en América y provocó
la aceleración de la trata de esclavos y el consiguiente comercio triangular entre Europa,
África y el Nuevo Mundo, lo que determinó el traslado masivo de población africana a
América con su cultura.
Los capitanes de los barcos europeos pagaban a sus proveedores africanos con
aguardiente, armas, pólvora, telas, utensilios domésticos, abalorios europeos, junto con
tabaco americano, antes de poner proa al Brasil o a las Antillas, donde desembarcaban
los esclavos africanos y cargaban los típicos productos de plantación para luego
introducirlos en el mercado europeo. Este comercio triangular fue una de las causas de
expansión de la economía europea durante los siglos XVII y XVIII. Durante el siglo
XVIII al menos seis millones de esclavos africanos fueron transferidos a América (si
sumamos las víctimas de las “razzias” y de la travesía, unos doce millones de individuos
jóvenes fueron sacados de África durante la Edad Moderna.
En el siglo XVIII los puntos de destinos principales pasan a ser la América inglesa (30%
del total), la francesa (22%), la neerlandesa (8%) y desciende la llegada a la portuguesa
(aunque aún en cabeza con el 30%) y la española (10%).
Los esclavos eran capturados en Senegal, Sierra Leona, Costa de Oro, Guinea, el Congo
y Angola. Portugal perderá tras 1640 sus provechosos asientos con España. Francia se
reservó la exclusiva de las costas de Senegal y de Guinea, atendidas por la Compagnie du
Sénégal o la Companie de Guinée) para suministrar a las colonias francesas y españolas.
Varios puertos franceses se especializarían en la trata (Nantes, Burdeos, La Rochelle).
Los holandeses se instalarán en la Costa de Oro con trece factorías, por nueve inglesas,
una danesa y una prusiana. España, excluida por Tordesillas de la costa africana (salvo la
franca de Santa Cruz de la Mar Pequeña, al otro lado de Canarias), dispuso por cesión de
Portugal en el Tratado de San Ildefonso (1777) y del Pardo (1778) de la franja continental
del Río Muni y de las islas de Fernando Poo y Annobon. Existió una Compañía Gaditana
de Negros (1765-78). Sin embargo, la gran potencia esclavista fue Inglaterra, que contaba
con la exclusiva de Sierra Leona y participaba en Costa de Oro a trasvés de la Royal
African Company, la Company of Merchand Trading, la “South Sea Company”,
beneficiaria ésta de los asientos españoles tras el Tratado de Utrecht. Puertos importantes
del tráfico esclavista fueron también Londres, Bristol, Liverpool y Ámsterdam.
La trata se tradujo en terribles consecuencias para el territorio africano: estado de guerra
permanente para los estados negreros africanos que vendían a su propia población; tráfico
de armas; depresión demográfica; desarticulación social del África negra y sudanesa.
Todo ese cauce enorme de población produjo una cultura propia en el continente
americano surgida de la mezcla del legado africano (angolano, yoruba, mandinga,
carabalíes, etc.) y las formas preexistentes mestizas, derivadas del contacto entre europeos
e indios. Fue una cultura surgida en la esclavitud y con un carácter de resistencia frente
al dominio blanco. La resistencia y la huida derivaron en la creación de comunidades
negras libres: quilombos, palenques o cumbres (en Venezuela), poblados por esclavos
huidos (cimarrones, mambises, “marrons”), que se rebelaron a menudo. La iglesia
católica intentó encuadrar a la población negra: tuvieron sus propios santos (San Benito
de Palermo, cofradías (en Brasil, las del Rosario o de los “pretos”). Pervivieron viejos
cultos africanos bajo el matiz católico: los dioses yorubas tuvieron predicamento en
Brasil; Shangó fue Santa Bárbara en Cuba; Ogún fue San Pedro, San Antonio o San Juan;
yemanyá fue la virgen del Rosario en Bahía y la virgen de Regla en La Habana. Era el
mundo de los “orishás”, que se hacía patente en las ceremonias de candomblé y macumba
brasileñas, mientras que en Cuba se practicaba la santería (de origen también yoruba) y
en Haití, el “vudú”, procedente de Dahomey, animista y politeísta.
Rebeliones indígenas
A lo largo del siglo XVII, el descontento y la situación de opresión ejercida sobre algunos
sectores sociales provocó una serie de protestas, tanto pasivas como activas. Las protestas
pasivas se manifestaron en juicios, peticiones en juzgados y una serie de reajustes que
mantuvieron una tranquilidad relativa. Las protestas activas fueron las conspiraciones,
levantamientos y rebeliones, pero en la mayoría de los casos se focalizaron en problemas
puntuales y de corta duración.
En las zonas marginales de la selva, donde los misioneros franciscanos y jesuitas eran los
únicos representantes del estado virreinal, los levantamientos respondieron más a la
tradicional combatividad de los pobladores de la zona y al descontento originado por la
obligatoriedad de la prédica cristiana y por los trabajos forzados para la manutención de
la institución eclesial.
En cambio, en el resto del territorio y la población funcionó, con relativo éxito, un
régimen de inclusión social, aunque con una diferenciación interna marcada. De esta
manera, el nuevo estado colonial pudo desarrollarse sobre el vasto territorio dejado por
los incas. Este sistema buscó jerarquizar la sociedad y permitir la satisfacción de
necesidades y prebendas, por un lado, mientras acentuaba la distinción entre los sectores
sociales, divididos en castas.
Hay que señalar, que los mecanismos de inclusión y represión del estado virreinal fueron
aceptados mayoritariamente por la población, de lo contrario el dominio español sobre
sus colonias no hubiese podido sostener.
La historia del siglo XVIII virreinal es un relato de rebeliones anticoloniales. Las más
conocidas, las de Juan Santos Atahualpa (1742-1752) y la de Túpac Amaru II (1780-
1782).
La primera coyuntura rebelde del siglo XVIII la encontramos durante el gobierno del
virrey Castelfuerte (1726-1737). Había un intento por incrementar las arcas de la Real
Hacienda mediante la mita minera y el tributo indígena. Si bien es cierto que la
producción minera de Potosí se recuperó a partir de la década de 1730, sus métodos no se
renovaron y se siguió basando principalmente en la explotación de mitayos, sin ninguna
innovación tecnológica que aliviara su carga.
Otra característica importante de esta primera etapa es que los movimientos no llegaron
a tener gran envergadura ni presentaron planes muy elaborados. Buscaban sobretodo
conseguir objetivos inmediatos. Una tercera característica destacable es que estos
movimientos pedían reivindicaciones o cambios solo parciales dentro de las estructuras
coloniales de poder, y hasta juraban lealtad al rey de España.
Las dos rebeliones de 1730, la de Cochabamba y la de Cotabambas, se produjeron en
directo rechazo a las revisitas que ahora incluían a los mestizos para los efectos de las
mitas. Esto no solo afectaba a los mestizos, también perjudicaba a los terratenientes, pues
iban a ver reducida su mano de obra. La rebelión de Cochabamba, en Bolivia, se inició
en noviembre de 1730 y comprendió a indios, mestizos, criollos y curas liderados por el
mestizo platero Alejo Calatayud. Esta rebelión buscaba cambiar la naturaleza del
corregidor, al exigir que fuese un criollo quien ocupase el cargo. El movimiento fue
reprimido con crueldad y su líder ahorcado el 31 de enero de 1731, junto a once
participantes. La rebelión de Cotabambas (Cusco), también en 1730, se inició con el
asesinato del corregidor de dicho pueblo por parte de un grupo de indios y mestizos, que
reclamaban contra el sistema de repartos y el incremento del sistema de mitayos. Los
cabecillas rebeldes fueron ejecutados.
La rebelión de Juan Santos Atahualpa Apu Inca Huayna Cápac se desarrolló en la selva
central, entre los departamentos de Huanuco, Junín, Pasco y Ayacucho. Fue una de las
más importantes del siglo XVIII, no sólo por su larga duración (1742-1752), sino también
por su propuesta mesiánica y sus éxitos militares.
Hacia mediados del siglo XVIII los franciscanos habían logrado establecer unas 32
misiones de trescientos habitantes cada una: en total unas nueve mil personas. Otro dato
importante es que la selva central fue una zona de constante intercambio de productos y
de personas. La llegada de Juan Santos Atahualpa al Gran Pajonal en mayo de 1742, con
su mensaje anticolonial, fue muy bien recibida y logró organizar en poco tiempo un
contingente de casi dos mil personas. La proclama de Juan Santos, quien aseguraba ser
descendiente de los últimos incas, consistía en la expulsión de los españoles del Perú y
sus esclavos negros, dejando a los indios, mestizos y criollos en el territorio, a la vez que
proponía el retorno al imperio de los Incas, pero sin dejar por completo algunos rasgos
culturales ya interiorizados por la población, como el cristianismo. Otro rasgo heterodoxo
de su proclama es que la coronación del nuevo Inca no sería en el Cusco sino en Lima, la
sede política colonial.
El movimiento de Juan Santos Atahualpa, luego de la toma de Andamarca, se diluyó hasta
desaparecer, y se dice que su líder murió luchando contra un curaca local en Metraro,
alrededor de 1756.
El movimiento rebelde de mayor envergadura y trascendencia fue el liderado por José
Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru. Asumió este nombre por Túpac Amaru, el último
Inca de la resistencia de Vilcabamba. Esta rebelión articuló a sectores sociales muy
diversos, desde criollos e indígenas, hasta el clero, gracias al descontento generalizado
producido por los ajustes fiscales y presiones sociales de las reformas borbónicas.
La situación del virreinato para la sétima y octava década del siglo XVIII se fue tornando
difícil para muchos sectores de la sociedad. El aprovechamiento que la Corona llevó a
cabo con las reformas borbónicas dejó a las elites coloniales en pugna por los excedentes
y la mano de obra restante, la cual debían compartir con el clero.
Para la población indígena, sumado a la mita y el tributo, ahora debía lidiar con los
repartos de mercancías impuestos desde la década de 1670, pero que se tornaron
insoportables en el siglo XVIII ya que la decadencia del comercio trasatlántico llevó a
que los comerciantes limeños colocaran sus productos en el mercado interno de manera
compulsiva. Además la Corona estableció ajustes para incrementar el tributo de la
población indígena y la mita minera, siendo el primero incrementado 16 veces entre 1750
y 1820. Para lo segundo, se realizó un nuevo censo en el cual los mestizos, el sector de
población que crecía con mayor rapidez, entregaran pruebas de su condición étnica, con
lo cual se abría la posibilidad que una gran cantidad de mestizos indocumentados pasaran
a trabajar en las minas.
En 1776, la Corona decidió separar el territorio del Alto Perú del virreinato peruano y lo
incorporó al recién creado Virreinato del Río de la Plata, rompiendo así una unidad
económica y política que encontraba sus raíces los inicios de la colonia. Las rutas
comerciales se vieron comprometidas aún más con la política de libre comercio de 1778,
que abrió los puertos americanos al comercio irrestricto con España.
Estas medidas afectaron a sectores de la población que no habían tenido motivos de mayor
descontento a lo largo del virreinato. Es por ello que las rebeliones a partir de la década
de 1770 tendrían un signo característico diferente de las anteriores, la participación de un
mayor número de criollos y mestizos.
El curaca José Gabriel Condorcanqui nació en 1738 en el pueblo de Surimana, a 90
kilómetros al sudeste del Cusco. El discurso rebelde fue muy diverso y sus
reivindicaciones contradictorias. Al tratar de aglutinar diversos sectores sociales como
criollos y mestizos terratenientes, hacendados y comerciantes, con indígenas tributarios
y mitayos, terminó olvidando pedidos básicos y evidentes a favor de los indígenas, como
lo fue el tributo, la tenencia de la tierra y las formas de prestación laboral. En cambio, su
programa reivindicatorio destinado a las elites era bastante completo, tomando en cuenta
que la mayoría de esos pedidos le favorecían, como los relacionados a la alcabala,
aduanas, cargos públicos y la supresión de la mita y los repartos.
Esta actitud dubitativa del líder del movimiento provocó que no muchos curacas no se
plegaran al movimiento, en parte al no compartir los intereses del grupo económico que
representaba José Gabriel Condorcanqui y por una serie de alianzas coloniales que ya
mencionamos al ver la rebelión de Juan Santos Atahualpa. Posteriormente, el triunfo
inicial en Sangarará llevó a la exacerbación de las masas del movimiento, atentando en
muchas ocasiones contra los intereses de los criollos o de las elites mestizas e indígenas,
dejando de lado a una serie de potenciales aliados.
Túpac Amaru organizó su rebelión de acuerdo a las tradiciones andinas coloniales. En
ese sentido, el sistema de parentesco jugó un papel vital en la organización de la rebelión.
La jerarquía interna de la rebelión también respondió a los patrones coloniales, pues los
cargos más altos tanto militares como estratégicos fueron ocupados por mestizos, curacas
o criollos. En muy pocas ocasiones indios del común tuvieron bajo su cargo a tropas, y
en ningún caso los negros.
Luego de la victoria de Sangarará, un contingente se dirigió a Tinta para reunir refuerzos
y otro liderado por Túpac Amaru II se dirigió a la zona de Titicaca para difundir la
rebelión en el altiplano. Recién los rebeldes asediaron la ciudad de Cuzco el 28 de
diciembre, momento en el cual ya se había organizado una defensa no sólo de las huestes
españolas sino también de indígenas liderados por Mateo Pumacahua, curaca rival de José
Gabriel Condorcanqui. De todas maneras, los seis mil hombres comandados por Túpac
Amaru II hubieran podido atacar la ciudad, pero el líder del movimiento prefirió negociar
una rendición de la ciudad a cambio de proteger los intereses de los criollos. El fracaso
de la toma de la ciudad del Cusco significó el punto crítico de la rebelión, pues dio tiempo
para que las tropas españolas se reorganizaran y fortalecieran, mientras que el movimiento
rebelde no volvió a conseguir ninguna victoria de envergadura.
El 23 de febrero el visitador Areche llegó a la ciudad del Cusco con más de 17 mil
soldados, además de una gran cantidad de indígenas y curacas que se habían plegado al
movimiento. En marzo se inició la contraofensiva realista, liderada por Mateo Pumacahua
quien venció a los rebeldes en Llocllora y en Mitamita a inicios de abril. Finalmente, el 5
de abril de 1781 fue capturado junto a sus familiares y principales líderes del movimiento.
El 18 de mayo José Gabriel Condorcanqui fue ejecutado en la plaza del Cusco junto a su
esposa Micaela Bastidas, quien tuvo un importante papel en la organización del
movimiento, a sus hijos, otros familiares y colaboradores más cercanos.
Las medidas de la Corona para evitar que una rebelión de la envergadura de la de Túpac
Amaru se repitiera fueron inmediatas. El ministro de Indias, José de Gálvez, organizó una
gran represión en contra de cualquier aliado de la rebelión, además de los parientes de los
dirigentes, inclusive se aplicó el quintado que consistió en ejecutar a cada quinto hombre
en las aldeas donde se apoyó a Túpac Amaru II. Las penas contra los criollos fueron más
leves, en un afán por reconciliar a la corona con dicho grupo que ya estaba enemistado
desde las reformas borbónicas.
Una serie de medidas fueron implementadas para erradicar lo que se había percibido como
un nacionalismo inca. En 1787 se abolió el cargo hereditario de curaca y se prohibió el
uso de la vestimenta real incaica, la exhibición de toda pintura o iconografía de los Incas,
el uso de símbolos precoloniales e inclusive la lectura de las obras de Garcilaso de la
Vega.
A largo plazo, estas acciones perjudicaron principalmente a la elite indígena, al ser
despojada de sus fueron y privilegios. El sector que lograba comunicarse de mejor manera
con los mestizos y criollos y defender los intereses de los indígenas fue desapareciendo
paulatinamente no sin ofrecer resistencia en interminables litigios que no pudieron
detener la debacle de los curacas. Así, con el pasar de los años todos los pobladores
andinos pasaron a ser indios sin distinción, aumentando el sentimiento de desprecio y
humillaciones a medida que sus derechos eran socavados cada vez más, mientras los
criollos percibieron el peligro que significaba movilizar a contingentes indígenas para
realizar sus propios pedidos y reclamos. La incapacidad de los líderes multiétnicos del
movimiento para establecer una alianza criollo-india y las mismas divisiones dentro de la
población indígena fueron el germen del fracaso rebelde.
6. LA PERIFERIA DEL PERÚ. Nueva Granada, Charcas, Quito, Chile.
Nueva Granada, antes y después del virreinato.
En 1535, Sebastián de Benalcázar, sale hacia el norte de Quito con 300 hombres en busca
de un territorio muy rico (El Dorado). El indio chibcha que llevaba por guía no alcanzó a
encontrar el valle del Magdalena, y su hueste se encajonó en el del Cauca. El capitán
español fundó las ciudades de Cali y Popayán en 1536. Regresó luego a Quito y volvió a
Popayán con refuerzos, iniciando en 1538 su conocida expedición al valle del Magdalena
que le condujo hasta el valle de Neiba y, finalmente, al Nuevo Reino de Granada.
Abandonó el descubrimiento del Magdalena y siguió una ruta de comercio, que le condujo
directamente al país de los Chibchas. Entró allí en marzo de 1537, hallando numerosas
esmeraldas y objetos de oro. En mayo encontró las minas de sal gema y el 21 de abril
llegó a la capital de la confederación tribal del Zipa, en Bogotá. El valle le recordó
Granada, poniendo al territorio el nombre de Nuevo Reino de Granada.
Entre 1537 y 1538 siguió la conquista de las confederaciones chibchas, un territorio muy
rico en oro porque los naturales intercambiaban dicho producto por sus panes de sal con
otros pueblos de regiones auríferas (Antioquia). El 6 de agosto de 1538, Jiménez de
Quesada fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá.
La conquista tardía del Nuevo Reino de Granada no acabó hasta 1550, cuando se creó la
Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá con el cometido de administrar las provincias de
Santa Fe, Tunja, Cartagena, Santa Marta y Popayán. La Audiencia gobernó 14 años,
durante los cuales se evidenció su incompetencia política y militar, aparte de acometer
ruidosos pleitos (contra Benalcázar, Armendáriz, Galarza, Góngora y Montaño).
En 1550 se completa la conquista tardía de Nueva Granada y se crea la Real Audiencia
de Santa Fe de Bogotá con el cometido de administrar las provincias de Santa Fe, Tunja,
Cartagena, Santa Marta y Popayán (esta última dependió luego de la Audiencia de Quito).
La Audiencia gobernó hasta 1564 durante los cuales se evidenció su incompetencia
política y militar, aparte de acometer ruidosos pleitos.
En el Reino había gran cantidad de españoles ‐por lo tardío de su conquista a los que se
unieron otros venidos del Perú que no pudieron obtener encomiendas, ni cargos públicos
y que constituyeron una hueste de vagabundos. Durante el gobierno de la Audiencia, se
fundaron poblaciones mineras o centros de comunicación.
En 1564 se inauguró la Gobernación togada, nombrándose un graduado en Leyes como
Presidente y Capitán General, con lo que la Audiencia quedó relegada desde entonces a
su papel jurídico. También en 1564 se creó el arzobispado de Santa Fe.
La Presidencia Togada fue mejor que la colegiada. Incentivó la producción de oro, plata
y esmeraldas y se utilizó a los indios en los trabajos productivos, cuidando de aplicar las
leyes contra la explotación de los naturales. Por la costa atlántica aparecieron los
contrabandistas y corsarios ingleses. En 1596 Drake destruyó Riohacha y Santa Marta.
En 1605 se constituyó la Presidencia de Capa y Espada, nombrando Gobernador,
Presidente de la Audiencia y Capitán General a un militar. Durante el siglo XVII, se hizo
la guerra contra los indios pijaos, que sirvió para unir los territorios centrales y
occidentales, y otra contra los carares y yareguíes para despejar la navegación por el río
Magdalena.
La colonia se asentó mediante las fundaciones del Tribunal de Cuentas (1605), de la
Inquisición (1610), de la Casa de Moneda (1620) y de las universidades Javeriana (1622)
y Santo Tomás (1639). En la costa atlántica, se fortificó Cartagena, aún así sufrió varios
ataques. Durante la segunda mitad del siglo abundaron los enfrentamientos entre criollos
y españoles. El Nuevo Reino tuvo una gran riqueza agropecuaria orientada hacia la
subsistencia. Exportaba oro, esmeraldas y perlas.
El reino de Nueva Granada.
La Nueva Granada, transformada de Audiencia en Virreinato, empezó a existir en 1717,
cuando la Dinastía Borbónica resolvió la creación de la Nueva Granada y el Río de la
Plata a partir de territorios antaño pertenecientes al Perú. El Virreinato de Nueva Granada,
abarcó los actuales territorios de Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela. Fue creado
mediante Real Cédula el 27 de mayo de 1717 uniendo la Real Audiencia de Quito, la
Capitanía General de Venezuela y la Real Audiencia de Santa Fe. Abarcaba el territorio
comprendido entre Costa Rica y el Río Darién por el norte, y la Bahía de Guayaquil por
el sur. Sin embargo, la Capitanía General de Venezuela mantuvo casi siempre su régimen
militar propio. La Corona se vió obligada a constituir este nuevo virreinato, por dos
razones principales: era la zona más importante de producción aurífera y su estratégica
posición le permitía enfrentar con efectividad el contrabando y la piratería. La ciudad de
Bogotá, pasó a ser la capital del nuevo virreinato, convirtiéndose de esta manera en uno
de los principales centros de actividad de las posesiones del imperio en América. Tuvo
Universidad en Santa Fe de Bogotá. Tuvo una Biblioteca Pública que fue inaugurada en
1774 (por el Virrey Guirior del Perú). Tuvo también un Observatorio, así como un
Instituto de Ciencias Naturales, abierto (por el Virrey Caballero y Góngora) a raíz de la
famosa expedición botánica de Don José Celestino Mutis (de Cádiz). En 1759 publicaba
el Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá. Tuvo imprenta. Amenazado constantemente
por piratas, constituyó también apreciable fuerza militar. Su riqueza principal fueron el
oro, las esmeraldas, la plata y el platino.
Su fundación obedece a la nueva política borbónica de reorganización administrativa y
de reforma y modernización de los sistemas de extracción y comercialización de materias
primas obtenidas de las colonias. De existencia intermitente, el Virreinato de Nueva
Granada fue disuelto y vuelto a formar en numerosas ocasiones: tras su primera fundación
en 1717, fue disuelto por dificultades económicas, fruto de la derrota española en la guerra
de la Cuádruple Alianza (1718-1720), en 1724; refundado en 1740; disuelto por los
independentistas que se hicieron con el poder en 1810; recuperado por Fernando VII en
1816; y finalmente, reemplazado por una nueva entidad, la Gran Colombia, tras ser
definitivamente disuelto por los independentistas en torno a 1822.
Tras su segunda fundación, el virreinato fue atacado por la flota británica, que tomó la
ciudad de Portobelo y sitió Cartagena. Tras fracasar en este último cometido, la
expedición se retiró, diezmada por el hambre y las enfermedades.
Los virreyes de Nueva Granada, se caracterizaron por la puesta en marcha de numerosas
políticas de carácter ilustrado, enmarcadas en el proceso de la reforma borbónica,
destinadas a modernizar las estructuras administrativas, productivas y
comerciales. Entre estas medidas, cabe destacar la fundación de la Casa de la Moneda de
Bogotá, la creación de la primera biblioteca pública de Bogotá por parte del virrey Manuel
de Guirior, y la implementación de la Pragmática de Libre Comercio, que revitalizó el
comercio entre puertos americanos.
Fue notable la influencia ejercida por los ilustrados, en Nueva Granada a lo largo del siglo
XVIII, siendo en el virreinato el principal referente de esta corriente de pensamiento, José
Celestino Mutis. Mutis, nacido en Cádiz en 1732 en el seno de una familia burguesa,
estudió filosofía, gramática, arte y medicina. Ejerció como médico en el Hospital de la
Marina de Cádiz, donde implementó los nuevos métodos traídos desde el exterior. Se
muda a Bogotá, donde funda y dicta la cátedra de matemáticas en el Colegio Mayor. Es
en esta época cuando entra en contacto con los círculos ilustrados de la ciudad, con
quienes defiende la creación de una universidad ilustrada, escindida del control
eclesiástico.
Entre sus contribuciones al saber de la época, destacan, la creación de una enorme
colección de dibujos de la flora colombiana, la elaboración de un diccionario con palabras
elementales utilizadas por los aborígenes de la zona, y numerosas aportaciones en áreas
tan diversas como la industria, la medicina, la minería y la destilación de bebidas
alcohólicas.
En el campo económico, las reformas borbónicas no habían alcanzado sus objetivos. La
falta de integración de los territorios que formaban el virreinato y las altas cargas
impositivas impuestas por la corona, provocaron la debacle financiera de la colonia. A
pesar de esto, se continuó fomentando la exportación de productos tales como la caña de
azúcar, el cuero, el algodón, se intensificó la actividad minera y se crearon numerosas
industrias como las de pólvora en Bogotá. Al igual que en el resto de colonias españolas
en América, en Nueva Granada se empleaba mano de obra aborigen en las minas y en las
plantaciones.
En el Virreinato del Perú tenemos el hallazgo de Potosí, por el indio DIEGO GUALPA,
en 1543, cuya explotación se iniciaría en 1545. Las minas de Potosí han sido las mayores
generadoras de riqueza en la historia de la humanidad, según GUILLERMO CÉSPEDES
(1983) a finales del siglo XVI producían el 50% de la plata mundial y el 80% de la de
este virreinato. La población de la ciudad crecería, llegando hasta los 120.000 habitantes,
en 1570, al poco tiempo de su descubrimiento (en 1611 la villa tenía más de 150.000
vecinos) convirtiéndose en una de las mayores ciudades del orbe.
En el Virreinato de Perú, señala CIEZA DE LEÓN (1553) que los españoles intentaron
fundir el metal argentífero de Potosí sin lograrlo, siendo los indios quienes realizaban el
proceso con sus hornillos o guayras, que situaban en lo alto de las montañas para su
aireación. El metal obtenido era afinado posteriomente, por los españoles.
La importancia de la producción minera del Virreinato se manifestó repetidamente a lo
largo de su historia y, con especial detalle, en los informes de gestión que realizaron sus
virreyes y gobernantes, corroborando así el hecho de que la colonización del territorio se
debió a sus numerosos yacimientos auríferos. Gracias a ellos, los españoles superaron las
tremendas dificultades que la orografia, la vegetación y la climatología imponían al
asentamiento de núcleos de población. A falta de un gran yacimiento que aglutinara a los
mineros, como fuera Potosí en el Virreinato del Perú, los escasos habitantes de Nueva
Granada vivían dispersos en una gran extensión de terreno y, en estas condiciones, era
muy dificil que el Virreinato produjera otros bienes exportables.
Pese a su escaso aporte a la renta, la minería tenía una gran capacidad de arrastre sobre la
economía colonial. Durante años, su estudio estuvo condicionado por las relaciones
mercantiles con la metrópoli. Según el derecho castellano, la propiedad de las minas era
de la Corona que cedía su explotación. Este derecho se materializaba con la explotación
continua de los yacimientos y el pago del quinto real.
La Audiencia de Quito.
La Audiencia y Cancillería Real de Quito (1563-1822) fue el más alto tribunal de
la Corona española en los territorios de la Provincia o Presidencia de Quito, dentro
del Virreinato del Perú, que después formaron parte del Virreinato de Nueva Granada.
El antiguo gobierno de Quito de Gonzalo Pizarro, había alargado ya su territorio,
hasta Cali y Popayán por el Norte; por el Sur hasta los desiertos de Piura; y por la cuenca
del río Amazonas, la exploración de Gonzalo Pizarro, el descubrimiento y exploración
del río Amazonas hasta el Atlántico por Francisco de Orellana, y las fundaciones
en Yaguarzongo y Bracamoros, como los descubrimientos del alto río Marañón y al río
Ucayali por Loyola, dieron al antiguo gobierno de Quito una extensión nueva en
la cuenca del río Amazonas. Por estas razones, el 4 de julio de 1560 los quiteños pidieron
al rey de España la creación de una Audiencia en la Gobernación de Quito para de esa
manera lograr una cierta forma de autonomía con relación al Virreinato de Lima, al cual
había pertenecido desde su creación en 1541.
El rey Felipe II, en la ciudad de Guadalajara el 29 de agosto de 1563, dictó una real
cédula por el cual la Gobernación de Quito de Gonzalo Pizarro es elevada a una Audiencia
Real y se le señala límites. Fue inaugurada el 18 de septiembre de 1564.
A la jurisdicción de la Real Audiencia de Quito se hallaban adscritas varias
Gobernaciones: La más importante era la de Quito, a la que se hallaban subordinadas -en
el aspecto judicial- las gobernaciones de Esmeraldas, Quijos, Jaén, Mainas, Popayán y
Pasto. Posteriormente, en el siglo XVIII se crearon las gobernaciones de Cuenca y
Guayaquil.
En los primeros años de la colonia la economía de la Audiencia se basó principalmente
en la riqueza que generaban los astilleros de Guayaquil, que eran los más importantes de
la costa americana del Pacífico; también fue importante la extracción de oro de las minas
de Zaruma y de los ríos del oriente, y la elaboración de sayas y bayetas que con gran
habilidad tejían los indígenas del centro de la serranía. Otros rubros fueron los
relacionados con la actividad agrícola -especialmente de la costa, donde se producía un
cacao de extraordinaria calidad para la exportación- que también ayudaron a la evolución
económica de la Real Audiencia.
Desde su fundación la Real Audiencia de Quito perteneció a la jurisdicción del Virreinato
del Perú o Lima, que había sido creado el 1 de marzo de 1543, es decir, constituyendo
parte de dicho virreinato.
En 1717 la Corona Española expidió la Cédula Real del 27 de Mayo por medio de la cual
se la privó de su personalidad y se la anexo al Virreinato de Santa Fe (Bogotá), al que
perteneció hasta que 1720 en que volvió a ser incorporada al Virreinato de Lima para,
finalmente, en 1739 pasar a formar parte -de manera definitiva- de Nueva Granada (Santa
Fe – Bogotá).