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Acción Colectiva
Charles Tilly
Este artículo constituye la entrada para el témino “Collective action” en la Encyclopedia of European
Social History. Traducción: Claudio E. Benzecry.
Columbia University. Departamento de Sociología.
Apuntes de investigación del CECYP, Nº6 ,año 2000 2
Los historiadores sociales saben mucho acerca de los detalles de la acción colectiva
popular en la Europa occidental porque los estudiosos de esta región han estudiado más
a menudo la acción colectiva popular de modo sistemático. En el resto del mundo, la
mayoría de la información publicada sobre el tema viene como material ilustrativo en
historias políticas generales o como documentación de grandes conflictos. Cualquiera sea
la región y el período de la especialización, sin embargo, los estudiosos serios de la
acción colectiva en Europa generalmente adoptan una combinación de tres
procedimientos disímiles: la recolección y el análisis de un catálogo de eventos
relativamente homogéneos; las reconstrucción de un o algunos pocos episodios
característicos; la reformulación de narrativas políticas previas por su inclusión en la
acción colectiva, vistas generalmente desde las experiencias de algunas localidades o
grupos.
Los catálogos sistemáticos de episodios de acción colectiva requieren grandes
esfuerzos, pero ofrecen grandes recompensas a la historia social. Porque muchos
gobiernos europeos comenzaron a recoger informes comprensivos de las huelgas durante
el s. XIX, los estudiosos de los conflictos industriales se han concentrado, a menudo, en
la realización de catálogos sistemáticos de huelgas y lock-outs. Otros historiadores, sin
embargo, han utilizado correspondencia administrativa, periódicos y otras fuentes para
construir catálogos de eventos a los que llamaron motines, protestas o reuniones
contenciosas. Los catálogos de este tipo tienen la ventaja de facilitar la comparación y
detectar el cambio, pero quedan vulnerables ante los huecos en la información.
Los episodios estudiados minuciosamente ofrecen la posibilidad de unir a los
participantes y las acciones a su medio social de un modo mucho más firme que los
catálogos. Ellos han atraído, entonces, muchos estudiosos de crisis, revoluciones y
rebeliones. En sí mismos, tienen la desventaja de extraer el evento de su contexto
político más amplio (incluyendo sus relaciones con acciones colectivas previas,
subsecuentes e incluso simultáneas) y de dificultar las comparaciones.
La narrativa aumentada tiene dos ventajas advertibles: primero, clarifica el aporte del
estudio de la acción colectiva a las interpretaciones convencionales de la historia política
en cuestión. Segundo, provee respuestas directas a la pregunta: ¿porqué los historiadores
deberían interesarse por esta clase de eventos? Demasiado fácilmente, sin embargo, se
presta a la suposición de que las preguntas construidas en las narrativas previas eran
válidas. Ya que las preguntas formuladas por las narraciones existentes (por ejemplo, ¿la
gente apoyaba el régimen o no?) a menudo hacen perder la pista a los investigadores
(por ejemplo, cuando los participantes en acción colectiva están fuertemente unidos a
líderes locales que mantienen un compromiso sólo contingente con el régimen), es
siempre prudente realizar una examinación minuciosa de la acción colectiva por su
propio objeto.
Podemos ver las ventajas de los catálogos sintéticos, los episodios específicos y las
narrativas aumentadas, observando las acciones colectivas populares en los Países Bajos
desde 1650 hasta 1900. Durante esos dos siglos y medio, las regiones ahora conocidas
como Holanda, Bélgica y Luxemburgo, soportaron grandes cambios de régimen y de
políticas populares. Vistos desde arriba, los Países Bajos cambiaron de peleas dinásticas a
políticas intermitentemente revolucionarias, movilizando porciones substanciales de la
población general en un intento por controlar a los gobiernos centrales.
Supongamos que reconocimos como situaciones revolucionarias aquellas instancias
en que por un mes o más al menos dos bloques de gente respaldados por fuerzas
armadas y recibiendo apoyo de una parte substancial de la población general, ejercieron
el control sobre importantes segmentos de la organización estatal. Por esta prueba de
calibre grueso, los probables candidatos a situaciones revolucionarias en los Países Bajos
entre 1650 y 1900 incluiría:
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Entonces, hasta donde el catálogo de Dekker indica, las luchas en Holanda alrededor
de la comida se concentró de 1693 a 1768 en los pueblos con mercados en los períodos
de alza de los precios cuando las autoridades locales no cumplían en garantizar
productos al alcance del bolsillo de los pobres locales. Su catálogo de rebeliones
impeditivas (el cual Dekker piensa que sólo ha sido “la punta del iceberg”; Dekker
1982:28) está enfocado en impuestos derivadost antes que en impuestos directos, y
agrupa las rebeliones en una época de lucha generalizada acerca de la autoridad política
como el período 1747-1750. En una Holanda donde la mitad de la población pertenecía a
la Iglesia Reformada Holandesa establecida, el 10 por ciento a otras denominaciones
protestantes y el 40 por ciento a la Iglesia Católica Romana, y un número muy pequeño a
congregaciones judías, los conflictos religiosos a menudo incluían de modo ostensible
luchas por hacerse escuchar en asuntos locales así como respuestas a eventos externos
identificados religiosamente, por ejemplo la persecución de Savoy de los protestantes de
1655. Del mismo modo que las rebeliones impositivas, sin embargo, la beligerancia
religiosa aparecía surgiendo en tiempos de lucha política general como 1747-1750. En
esos tiempos, la suerte de cada actor político en la arena pública enfrentaba riesgos.
Como resultado, un amplio rango de acciones de toma de lugares y de preservación de
lugares sucedieron, más allá de como había comenzado el ciclo beligerante.
Los eventos que Dekker clasifica como abiertamente políticos pivotearon sobre la
Casa de los Orange. Bajo el mando de los Habsburgo, el rey ausente había típicamente
delegado el poder en cada provincia a un Stadhouder (detentador del Estado =
lugarteniente = teniente o delegado). Desde la revuelta del siglo XVI contra la España
Habsburgo en adelante, las provincias holandesas habían nombrado generalmente
(aunque de ningún modo siempre o automáticamente) al actual príncipe de la línea de los
Orange su Stadhouder, su ocupante provisional del poder estatal; esto sucedía
especialmente en tiempos de guerra. Más allá de que un príncipe de los Orange fuera
Stadhouder o no, su clientela siempre constituía una facción mayoritaria en la política
regional, y la oposición a ella generalmente se reunían en torno a una alianza de gente
por fuera de la Iglesia Reformada, los artesanos organizados y la población rural
explotada. Durante las luchas de 1747 a 1750, la discusión en torno a los reclamos del
Stadhouder sobre el mando se mezcló con la oposición a los campesinos que pagaban
impuestos y las demandas por la representación popular en las políticas provinciales.
Este tipo de eventos fueron transformados substancialmente entre 1650 y 1800, mucho
más que los eventos centrados en torno a la religión, la comida y los impuestos.
Durante el final del siglo XVIII, hemos visto surgir las demandas concertadas para la
mayor participación en el gobierno provincial y local, tanto en así que el libro de R.R.
Palmer Age of the Democratic Revolution (1959, 1964) equiparaba la Revuelta
Patriótica Holandesa de 1780 con la Revolución Norteamericana (1775-1783) como
representantes significativos de la corriente revolucionaria. El análisis sistemático de
Wayne te Brake de la revolución holandesa en la provincia de Overijssel identifica la
década de 1780 como un punto de apoyo histórico en la historia de los reclamos
populares. Las reuniones públicas, las peticiones, y las marchas de las milicias, hicieron
mucho del trabajo político cotidiano, pero en compañía con otras formas más antiguas de
venganza e intimidación. En la pequeña ciudad de Zwolle, informa te Brake, que, por
ejemplo, en noviembre de 1876:
“Una reunión de más de mil personas en la Grote Kerk produjo
una declaración que decía que una elección fijada para completar
la vacante en el Consejo Completo por el viejo método de la
cooptación, no sería reconocida como legítima. Cuando el
gobierno, sin embargo, procedió con la elección, el candidato
elegido fue intimidado por la multitud de los patriotas y obligado
a renunciar” (te Brake 1989: 108).
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Cuando las tropas prusianas culminaron la revolución con una invasión en septiembre
de 1787, sin embargo, los activistas opuestos a los patriotas de Orange tomaron
venganza por mano propia, al saquear las casas de los partidarios de los Patriotas.
Hablando de la cercana Deventer, te Brake concluye que:
formas principales de la acción beligerante. Como dice Demeckere, los trabajadores y los
líderes socialistas diseñaron las huelgas generales para que fueran grandes, mantuvieran
una forma standard, coordenadas a través de múltiples localidades, y orientadas hacia los
detentadores nacionales del poder. Estas nuevas acciones se construían sobre la identidad
socialista o de los trabajadores como un todo. Ellas representaban un cambio
significativo de repertorio.
Por supuesto estos cambios reflejaban los principales cambio sociales del siglo XIX
como la rápida urbanización y la expansión de la industria de capital intensivo. Pero el
cambiante repertorio contencioso también tenía una historia política. Deneckere ve una
creciente y estrecha interdependencia entre la beligerancia popular y la política nacional.
En la década de 1890:
“La correspondencia entre las acciones de masa de los socialistas
y la apertura parlamentaria hacia el sufragio universal es muy
evidente como para perder la conexión causal. Basados en la
correspondencia publicada y privada de los círculos gobernantes
uno puede concluir que la huelga general tuvo un impacto
genuino, de hecho más significativo que lo que los propios
socialistas habían pensado. Una y otra vez las protestas de los
trabajadores socialistas enfrentaran a los detentadores del poder
con una amenaza revolucionaria que aplanaría el terreno para la
abrupta expansión de la democracia (Deneckere 1997: 384)”.
Así, en Bélgica, la política de la calle y la política parlamentaria llegaron a depender la
una de la otra. El análisis de Deneckere indica que tanto antes como durante la
democratización, las principales alteraciones del repertorio interactúan con profundas
transformaciones del poder político. Identifica a la confrontación como una espuela para
la democratización.
Metodológicamente, los análisis de Dekker, von Hornacker y Deneckere nos ofrecen
tanto esperanza como precauciones. Los tres utilizan los catálogos de eventos
contenciosos para medir tendencias políticas y variaciones en el carácter del conflicto
(Franzosi 1987, 1994; Olzak 1989; Rucht, Koopmans y Neidhart 1998). Estos catálogos,
claramente, disciplinan la búsqueda de la variación y el cambio en la política contenciosa.
Pero, la comparación de los tres catálogos también establece cuan sensible son estas
enumeraciones a las definiciones y la fuentes adoptadas. La búsqueda de Dekker de
archivos holandeses para los eventos que involucran por lo menos veinte personas en
encuentros violentos, más allá del asunto, le brindan un amplio espectro de acciones y
alguna evidencia de cambio, pero excluye los reclamos a menor escala y sin violencia. La
búsqueda dedicada de Von Honacker de desafíos colectivos a las autoridades públicas
dentro de los archivos belgas, encuentra muchos de los episodios a menor escala y sin
violencia, pero omite los conflictos intergrupales e industriales. Las fuentes y los
métodos de Deneckere, por el contrario, concentran su catálogo en eventos industriales.
Ninguna de las tres elecciones es intrínsecamente superior a las otras, pero cada una
hace la diferencia a partir de las evidencias a mano. Cuando tratamos de hacer
comparaciones acerca del tiempo, el espacio y el tipo de área de acción, debemos tener
en cuenta en nuestro juicio la selectividad de estos catálogos. Estamos sin embargo,
mucho mejor con estos catálogo que sin ellos. Los Países Bajos se encuentran entre las
pocas regiones que los académicos han monitoreado los episodios de beligerancia en una
escala sustancial antes del siglo XX. Francia y Gran Bretaña son los otros dos. Para la
mayoría del resto de Europa, debemos conformarnos con escoger de Historias Generales
y estudios especializados ocasionales de lugares, temas, y poblaciones particulares.
Preguntas históricas significativas están en disputa en cada investigación. Como lo
muestra el Cuadro 2, las descripciones de los historiadores y las explicaciones de la
acción popular colectiva varían significativamente en dos dimensiones: la intencionalidad
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y los proceso sociales precipitados. Con respecto a las intenciones, algunos autores
enfatizan el impulso: el hambre, el miedo, la ira. En estas visiones, la gente común
aparece de modo explosivo en la política pública cuando es llevada por emociones
imposibles de reprimir. Otros autores argumentan que las distintas agencias y programas
existentes imponen formas de conciencia a la gente común, como cuando las iglesias, los
partidos políticos, o los poderosos locales dominan los puntos de vistas populares.
Historiadores más populistas o radicales comúnmente contraponen las explicaciones
basadas en el impulso y la imposición con el argumento de que la acción colectiva
popular surge del entendimiento compartido de las situaciones sociales -más allá de que
estos entendimientos compartidos se desarrollen de la experiencia cotidiana o resulten en
parte de la exposición a nuevas ideas-.
Sobre la dimensión de los procesos sociales precipitados, los historiadores a veces
enfatizan las presiones sociales (por ejemplo el hambre, las epidemias, la guerra, o la
movilidad geográfica) como el catalizador principal de la acción popular colectiva. Estas
investigaciones, típicamente, explican la acción colectiva como la respuesta a una crisis.
Otros destacan la movilización política por organizaciones comprometidas a cambiar, o
por consultas locales con segmentos disidentes de la población. Sus investigaciones se
centran más directamente en la organización y consulta entre la gente perjudicada. Un
tercer grupo de historiadores trata la acción colectiva popular principalmente como una
expresión de conflicto de grupo. Este conflicto puede alinear a clase contra clase, pero
también se forma sobre clivajes religiosos, étnicos, lingüísticos, de parentesco, o locales.
Aunque el tercer grupo de historiadores se parece bastante al segundo en que estudian la
organización y la consulta, se diferencian en que ellos también estudian las relaciones
intergrupo en los contactos diarios.
Los dimensiones se correlacionan. Mientras que el impulso directo y los males
sociales coinciden, tenemos análisis de la acción colectiva como desorden realizados por
historiadores -como una disrupción del orden político local mantenido por la autoridad
establecida-. Las formas de conciencia impuestas y la movilización política también se
emparejan en los análisis del cambio social, mientras que los movimientos en
competencia y los líderes se articulan cambiando los intereses populares de modo más o
menos efectivo. Finalmente, los historiadores que ven el conflicto como el motor de la
historia atribuyen, de modo característico, entendimientos compartidos a actores
ordinarios y retratan a los conflictos grupales como la fuerza motivadora. Escasamente,
en contraste, los historiadores que consideran a las desgracias sociales como las
principales precipitantes de la acción colectiva popular, imputan entendimiento
compartido -excepto, quizás, en forma de creencias silvestres- a los participantes. De
modo similar, son pocos los historiadores que explican la acción colectiva como
consecuencia del conflicto de grupo, y que, sin embargo, leen la conciencia de los
participantes como impulso inmediato; la mayor excepción a la regla es la explicación
(casi siempre errada) del conflicto inter-grupal como la expresión directa de odios
ancestrales.
Hay más en juego en la descripción y la explicación de la acción colectiva que la mera
diferencia de opinión entre los historiadores. En total, los análisis en la zona de desorden
deniegan la efectividad histórica a la gente común; en su lugar, ellos tratan la historia
como el producto de los grandes individuos, que de a poco cambian las mentalidades, o a
fuerzas impersonales. Ellos también tratan a los atributos individuales (en vez de, por
ejemplo, su ubicación social en relación a otros individuos) como las causas
fundamentales de su comportamiento, incluyendo su participación en la acción colectiva.
Dentro de la zona de cambio social, los historiadores típicamente consideran que los
procesos sociales a gran escala, como la secularización, la urbanización, o el desarrollo
del capitalismo, son los causantes de una amplia gama de efectos, incluyendo la
transformación de incentivos y las oportunidades para la acción colectiva. Aquí la
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Bibliografía