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Iván Pérez Solís

Prólogo José Luis Domínguez

Estudio introductorio David Piñera


Este volumen rescata certeras descripciones que se hicieron de Tijuana y el sur
de California, entre 1951 y 1955, por el médico Iván Pérez Solís, quien
acababa de llegar procedente de su natal Mérida, Yucatán. Los destinatarios
eran sus paisanos, ya que se publicaron en las páginas del prestigiado
periódico el Diario de Yucatán. Después de seis décadas, tales artículos se
reunieron en esta obra, que permite conocerlos tanto a los lectores actuales de
Tijuana y de Mérida, como a los del sur de California.
De manera puntual los textos describen el perfil de Tijuana en esa mitad
del siglo XX, al igual que una serie de sitios de la vecina California, por lo que
reconstruyen la región binacional en su conjunto. Ello corrobora que algunos
documentos escritos para captar la realidad presente, sin proponérselo, con el
correr del tiempo se convierten en testimonios susceptibles de interpretación
histórica. A esto hay que agregar que el Dr. Pérez Solís llegó para quedarse,
pues a sus 97 años continúa radicando en Tijuana, profundamente identificado
con ella y a la vez fiel a sus raíces yucatecas.
Dados esos valores, este volumen es acogido bajo los sellos editoriales de
la Universidad Autónoma de Baja California y de la Universidad Autónoma
de Yucatán, a través de un Estudio Introductorio del Dr. David Piñera,
miembro del Instituto de Investigaciones Históricas de la UABC y del Prólogo
del Mtro. José Luis Domínguez Castro, del Archivo Histórico de la UADY.
Iván Pérez Solís

CONTRASTES
Tijuana y el Sur de California
vistos por un yucateco.
1951-1955

Prólogo José Luis Domínguez


Estudio introductorio David Piñera
Dedicatoria

Escucha bien, Tijuana, tú que sabes


que cuando decidí quemar mis naves
para cambiar el curso de mi vida
tú me abriste los brazos sin reservas,
y por esa bondad que aún conservas,
Tijuana, ésta es mi ofrenda agradecida.

A mi padre, el Dr. Iván Pérez Solís, ami-


go, maestro y ejemplo de toda mi vida
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Índice
Prólogo
José Luis Domínguez………………………………………IX
Estudio introductorio
David Piñera……………………………………………….XII
Agradecimientos .................................................................. 27
Palabras previas ................................................................... 28
Tijuana: Una Ciudad con Perfiles Singulares .................. 35
Cruzando la Línea: El Otro Lado ....................................... 57
El Otro Lado ......................................................................... 57
El Parque Balboa .................................................................. 63
Punta Loma........................................................................... 77
Mission Beach ....................................................................... 87
Presidio Park ........................................................................ 94
Chula Vista ......................................................................... 100
Matrimonio en el Cementerio .......................................... 100
El Punto Inicial ................................................................... 109
En Todas Partes se Cuecen Habas ................................... 114
¡Hagan Cola! ....................................................................... 118
El Ala Simbólica ................................................................. 122
Coronado ............................................................................ 126
La Feria Internacional de San Diego ............................... 132
Los Ángeles......................................................................... 140
Contrastes

El Negocio de la Presión Arterial ..................................... 144


Anemia Aguda .................................................................... 150
En Este Lado y en Otro Lado ............................................ 156
Malinchismo Norteamericano .......................................... 162
Una Corrida de Toros Bilingüe......................................... 166
Desfile de Navidad ............................................................. 170
Un Caso Singular ................................................................ 174
Una Navidad Trágica ......................................................... 180
Un Ejemplo Conmovedor .................................................. 184
Conclusiones Ofensivas a México .................................... 188
Yucatán Ante el Turismo ................................................... 195
El Cementerio Greenwood ................................................ 202
Baja California Debe Conservar su Nombre ................... 208
La Jolla .................................................................................. 214
El Cerro de la Mula ............................................................ 218
San Juan Capistrano ........................................................... 224
El San Diego Viejo .............................................................. 230
Ramona’s Marriage Place .................................................. 234
La Fiebre de las Pantaletas ................................................ 240
Morena Lake........................................................................ 244
Una Plaga de Distingos Raciales ...................................... 250
La Resolución de Nuestros Problemas Asistenciales .... 254
Excitativa a los Médicos..................................................... 261
Balboa Island ....................................................................... 265

vii
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Hazañas de los Alambristas Mexicanos ......................... 269


El Monopolio del Poder .................................................... 275
La Inmoralidad en el Cine Mexicano .............................. 279
Plaga Cínica y Voraz de Inspectores de Salubridad
¿Quiénes son los Cómplices? ..................................... 283
El Censo Radiográfico de Estados Unidos ..................... 289
Sugerencias a Cantinflas ................................................... 293
Una Bella Realidad ............................................................ 298
La Carretera Tijuana-Mexicali.......................................... 298
El Embrujo de la Televisión .............................................. 305
Resolución Inaplazable ..................................................... 309
Horizontes Bajacaliforniano Hacia el Congreso
Constituyente ............................................................... 313
Infama Cometida con Dos Jóvenes Compatriotas ........ 317
Las Violaciones a Nuestra Soberanía .............................. 322
El Presupuesto de Baja California ................................... 327
La Grave Situación en Tijuana ......................................... 331
Podredumbre en el Gobierno de Baja California .......... 338
El Gobierno y la Iniciativa Privada ................................. 342
El Hospital Civil de Tijuana ............................................. 346
Cartonlandia ....................................................................... 351
Contrastes

Prólogo

Para los que vivimos en Yucatán: “el país que no se


parece a otro” según palabras de José Castillo Torre, no
nos resulta extraño que un prestigiado médico yucateco,
como el Dr. Iván Pérez Solís, sea a la vez un reconocido
escritor o alguien que se atreve a incursionar en las pági-
nas del periodismo.
La genética de esta peculiar combinación nos remite
al Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez, (1876-1955) quien a
manera de “eslabón perdido” de esta raza, inaugura una
manera de ser y ejercer la medicina partiendo del princi-
pio de que nada humano podía serle indiferente. Se tra-
taba de un tocólogo que al mismo tiempo que atendía
partos, dirigía el departamento estatal de educación y
que cuando ya era rector de la naciente Universidad Na-
cional del Sureste, enviaba sus colaboraciones periódicas
al Boletín de la misma. Estos escritos, que a manera de
pequeños ensayos enriquecían dicha publicación, lo
mismo abordaban temas educativos, que el análisis de la
personalidad del Quijote; y con ese espíritu universal, lo
mismo abordaba la importancia del caballo que el des-
pertar de la psiquiatría. Este polifacético personaje que
fuera médico, educador y poeta, hizo estudios de psi-
quiatría y tomó clases de pintura con otro yucateco ex-
cepcional: Juan Gamboa Guzmán.

ix
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Pero el Dr. Urzaiz, no sería el primero ni el último.


Numerosos médicos y abogados han cultivado en Yuca-
tán el arte de las letras y lo han sabido combinar con el
ejercicio de sus profesiones liberales. Solo por citar a al-
gunos nombres de galenos-escritores que han seguido
este ejemplo: desde el Dr. José Peón Contreras, drama-
turgo e icono de las letras yucatecas, cuyo nombre lleva
el principal teatro de la ciudad; el Dr. Jesús Amaro
Gamboa, rector, autor de algunas novelas y del famoso
vocabulario de “Uayeismos” (localismos); el Dr. Manuel
Contreras Gómez, poeta, ginecólogo y novelista; el Dr.
Gonzalo Pat y Valle, quien fuera rector y autor de poe-
marios de reconocida inspiración; y en tiempos más re-
cientes, el Dr. Carlos Urzaiz Jiménez, hijo del multicitado
médico que combinó la dirección de la Facultad de Medi-
cina con la publicación de varias obras de cuentos, ensa-
yos y otros géneros literarios; el Dr. Alejandro Cervera
Andrade, historiador del teatro yucateco y el Dr. Álvaro
Vivas Arjona, especialista en enfermedades de la piel y
autor de numerosos artículos y ensayos históricos.
Heredero de esta tradición, el Dr. Iván Pérez Solís re-
cibe el ejemplo de su padre, el también médico y escritor
Pedro I. Pérez Piña, quien influyera para que nuestro
autor se inclinase a escribir estas narraciones descriptivas
de Tijuana y el sur de California, finas reflexiones que
aquí se ofrecen y que se editaran en su momento en el
Diario de Yucatán.
Cabe mencionar que dicho diario ocupa un lugar sig-
nificativo dentro de la historia del periodismo en la enti-
dad. Fundado en 1925, sus antecedentes se remontan
hasta 1869 con la Revista de Mérida, a la que sucediera en
1912 la Revista de Yucatán, publicaciones en las que tuvo
Contrastes

un papel protagónico el destacado hombre de letras Car-


los R. Menéndez. Nacido en Tixkokob, Yucatán, en 1872,
se caracterizaría por una producción intelectual polifacé-
tica. Cultivó con talento la poesía, lo que le mereció que
uno de sus poemarios lo prologara el ilustre José Peón
Contreras; en el campo de la historia su labor fue fecunda
y le fue reconocida al ser electo en 1936 miembro de nú-
mero de la prestigiada Academia Mexicana de la Histo-
ria. Pero sin lugar a dudas el objeto principal de sus em-
peños fue el Diario de Yucatán, que fundó y dirigió hasta
1961, año en que falleció. Sus herederos han preservado
el legado y se sigue publicando hasta la fecha, siendo uno
de los diarios de mayor circulación, tanto en Yucatán,
como en Campeche y Quintana Roo.
Ese es precisamente el diario que de 1951 a 1955 reci-
bió las colaboraciones que desde Tijuana enviaba el Dr.
Iván Pérez Solís. Enhorabuena a los editores de esta obra
y a nombre de la comunidad de la Universidad Autóno-
ma de Yucatán, reciban nuestro orgulloso reconocimiento
por haber tenido entre ustedes por más de 60 años, a este
egregio médico egresado de nuestra máxima Casa de
Estudios, al tiempo que expresamos nuestra sincera grati-
tud por el rescate de estos interesantes escritos editados
en el Diario de Yucatán.

José Luis Domínguez Castro


Archivo Histórico
Universidad Autónoma de Yucatán

xi
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Estudio introductorio

El 8 de noviembre de 1950 arribó a Tijuana un médico


de 31 años de edad, procedente de Mérida, Yucatán. Lle-
gó acompañado de su esposa y el pequeño primogénito,
nacido apenas el año anterior. Vinieron en busca de me-
jores horizontes, ya que en su tierra resultaba difícil ini-
ciarse en el ejercicio profesional.
Dio la circunstancia de que ese joven médico parale-
lamente tenía sensibilidad para la escritura, de tal manera
que pronto se puso a describir las impresiones que le
causaba Tijuana, el nuevo lugar de su residencia. Percibió
con agudeza un sinfín de facetas de este mundo fronteri-
zo, que le resultó fascinante y a los tres meses de su lle-
gada escribía un primer reportaje de la ciudad. Tras él
vendrían otros artículos que enviaría al periódico El Dia-
rio de Yucatán, en cuyas páginas estuvieron apareciendo
dos o tres veces al mes, durante cuatro años, de 1951 a
1955.
Ya han transcurrido seis décadas de su publicación y
ahora resultan un valioso testimonio histórico, pues es
difícil encontrar algún otro texto que describa tan pun-
tualmente los perfiles de Tijuana en esa mitad del siglo
XX. Las descripciones cubrieron también una serie de
sitios del sur de California, por lo que los artículos re-
construyen la región binacional en su conjunto. Esto co-
Contrastes

rrobora que algunos textos escritos en su momento para


captar la realidad presente, sin proponérselo, con el co-
rrer del tiempo se convierten en testimonios susceptibles
de interpretación histórica.
Iván Pérez Solís nació en Mérida, el año de 1919, hijo
de Pedro Ildefonso Pérez Piña y de Sufragio Solís de Pé-
rez, ambos de familias yucatecas. Su padre también era
médico, egresado de la Escuela de Medicina de Mérida y
si bien hizo suficiente clientela ahí, era desinteresado por
el dinero, ya que le atraían las lides sociales y políticas de
oposición, que frecuentemente sólo dejan sinsabores.
Otra de sus inclinaciones fue la literatura, que lo llevaría
a incursionar en la novela, el teatro, la poesía, el ensayo y
el periodismo. Su novela Atavismo, encuadrada en la
corriente naturalista, en boga en ese tiempo, le valió una
medalla de honor y su publicación por una editorial de
Barcelona, en 1930.
Esa vocación dual, por la medicina y las letras, la
transmitió a su hijo Iván, quien asimismo cursó la carrera
en la Escuela de Medicina, para entonces ya convertida
en plantel de la Universidad de Yucatán. En el edificio
en que se impartía dicha carrera estudiaban también los
alumnos de química y fue así como conoció a la señorita
Elsa Méndez, con la que, con el transcurso del tiempo, se
casaría. Así la joven pareja, con sus respectivos títulos de
médico y química, salió a probar fortuna a una remota
población, ubicada en el confín de México, que no cono-
cían. Les sorprendió su lejanía, pues al medir distancias
se dieron cuenta de que, por ejemplo, Mérida estaba más
cerca de Caracas, Venezuela, que de Tijuana. Sobrepo-
niéndose al temor que despierta lo desconocido, se lanza-
ron hacia acá, trayendo consigo a su pequeño Pedro Iván.
xiii
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Las primeras impresiones que les causó Tijuana fue-


ron muy estimulantes, pues en el aeropuerto los recibió el
tío político de él, por parte de su mamá, que fue precisa-
mente el que lo invitó a venir a Tijuana. Médico también,
tuvo el rasgo de preparar una reunión de bienvenida, con
un grupo de colegas, que lo trataron con mucha cordiali-
dad, lo que se traduciría en que pronto empezara a ejer-
cer y a obtener ingresos. Varios detalles le hicieron perci-
bir la bonanza existente en el medio, entre otros, que su
tío manejaba un automóvil del año, detalle muy promiso-
rio para un joven profesionista como él.
Eso encuadraba en los años de prosperidad que traje-
ron a Tijuana la Segunda Guerra Mundial y la Posguerra,
dada su vecindad con California. Como es sabido, ésta
resultó altamente beneficiada con el conflicto bélico, ya
que el fortalecimiento de la base naval de San Diego y la
alta producción de aviones, generaron un desarrollo eco-
nómico y demográfico, que llevó a la entidad a tener en
1950 más de 10 millones y medio de habitantes, colocán-
dola como una de las más pobladas de toda la Unión
Americana. Eso se tradujo en fuertes corrientes de turis-
tas del sur de California a Tijuana, que si bien no a la es-
cala de su vecina, también incrementó considerablemente
su población, ya que de 16,486 habitantes que tenía en
1940, llegaron a más de 65 mil en 1950, es decir, casi se
cuadruplicó en una década. En ello influyó también el
Programa Bracero, que la convirtió en punto de entrada y
salida de numerosos compatriotas que venían del interior
del país a trabajar en los campos agrícolas californianos y
muchos de ellos se quedaban en este lado.
Esos eran algunos de los factores que dinamizaban el
ambiente tijuanense, que de alguna manera o de otra se
Contrastes

contrastaba con la imagen de Mérida, en la sensible per-


cepción del recién llegado Iván Pérez Solís.

El primer reportaje

Fechado el 6 de febrero de 1951, esto es, a poco tiem-


po de su arribo a Tijuana, se publicó en El Diario de Yu-
catán un extenso artículo que marcó el inicio de las cola-
boraciones de Pérez Solís. Se trata de un extenso reportaje
que merece especial atención, lo intituló “Tijuana: una
ciudad con perfiles singulares”. El autor desde luego per-
cibió que ésta era muy distinta a su natal Mérida, ya que
aquí no encontró la plaza central, característica de las
ciudades fundadas en la época virreinal y que las consti-
tuía en el centro de convergencia de la población. Traía
muy fresca la imagen de la plaza meridana, circundada
por el palacio de gobierno, la imponente catedral y su
kiosco en medio. Aquí no había ese elemento urbano que
le diera coherencia a la estructura de la ciudad. En ese
sentido halló que lo que permitía encontrar cierto orden
era la Avenida Revolución, que de alguna manera hacía
las veces de columna vertebral de la población, pero en
términos generales la ciudad daba la idea de un creci-
miento anárquico.
De entrada también sintió el benigno clima de Tijua-
na, muy distinto al sofocante calor característico de Mé-
rida. En el aspecto visual algo que le sorprendería fue lo
profusamente iluminada que se encontraba la Avenida
Revolución, con sus incontables anuncios de gas neón, de
múltiples colores parpadeantes. Le transmitió una sensa-
ción de modernidad, dinamismo e intensa vida.

xv
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

La línea divisoria llamó su atención, como reflejo sus-


tancial de lo fronterizo; le sorprendió su movimiento con-
tinuo durante las 24 horas del día y las cifras astronómi-
cas recogidas por las estadísticas: más de cinco millones
de automóviles cruzaron la línea el año anterior, 28 mil
los fines de semana y el súmmum, 70 mil, el 4 de julio,
aniversario de la Independencia de los Estados Unidos.
Dentro de esa baraúnda, a su ojo de universitario no se le
escapó el sólido monumento de piedra que estaba en ese
tiempo inmediato a la garita, como para que los turistas
al entrar a nuestro país recibieran un mensaje de mexica-
nidad, ya que en una de sus caras tenía inscrito el lema
de la UNAM: “Por mi raza, hablará el espíritu”.
Por el sentido educativo llamó su atención también la
Escuela Álvaro Obregón, a la que calificó de “soberbio
edificio… verdadero modelo en su género”, agregando
que desde su terraza “se divisa una preciosa vista pano-
rámica de la ciudad”. Con el tiempo se corroboraría lo
acertado de su opinión, ya que ese edificio, que en la ac-
tualidad aloja a la Casa de la Cultura de Tijuana, está
declarado Patrimonio Histórico de Baja California.
En cuanto a la composición demográfica de la ciudad
percibió que así como él llegó procedente del otro extre-
mo del país, también habían llegado muchas otras perso-
nas de las más distintas regiones, de tal manera que la
mayoría de la población era foránea, procedente de Jalis-
co, Sonora, Sinaloa, etcétera. Ello le daba riqueza a la
convivencia y explica la costumbre de los tijuanenses de
alternar con personas de otras partes, a los que recibe con
cordialidad, actitud que él podía testificar en su expe-
riencia personal. Textualmente asentó “Aquí nadie se
burla de nosotros por nuestro peculiar acento yucateco,
Contrastes

nadie cuenta chistes malos a costa de nosotros, ni nos


subestima como en la ciudad de México”.
Desde luego transitó por la Avenida Revolución y da
cuenta de las tiendas de curiosidades, los burros cebras,
los cabarets, con sus “gritones” llamando al showtime,
las orquestas tocando día y noche y los tropeles de mari-
neros y soldados estadounidenses. El turismo familiar,
atraído por las buenas tiendas, que ofrecían mercancías
extranjeras, en virtud de la Zona Libre. Destaca el edificio
del Jai Alai, con su atractiva arquitectura morisca (un
tanto holliwoodesca) con todos los letreros en inglés y
apuestas en dólares, lo que le produjo la curiosa sensa-
ción de ser él un turista en su propia tierra. Algo similar
experimentó en el elegante Hipódromo de Agua Calien-
te.
Captó con toda claridad la estrecha relación existente
entre Tijuana y San Diego, con sus múltiples vínculos
económicos, sociales y lo que implican las acciones e in-
teracciones de la vida fronteriza. Entre ellas, quizá por ser
médico, hizo énfasis en la práctica existente en cierto sec-
tor de las mujeres de Tijuana, de ir a dar a luz a San Die-
go, a fin de que sus hijos obtuvieran la nacionalidad es-
tadounidense; le pareció que era una actitud pragmática
que contradecía el sentido de nacionalidad.
Como puede observarse, se trata de un texto que
con objetividad recoge los claroscuros de la Tijuana de
inicios de los años cincuenta, a la que acababa de llegar el
autor y que además sorprende la forma en que traza a
grandes rasgos el perfil esencial de la ciudad.

xvii
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Iván Pérez Solís frente a Fernando Jordán

Circunstancialmente ese reportaje coincidió en más


de un aspecto con otro texto que se considera un clásico
en la materia. Pérez Solís lo publicó en 1951 y en ese
mismo año Fernando Jordán daría a luz su conocida obra
El otro México. Biografía de Baja California, que incluye
un capítulo en el que también hace una descripción de
Tijuana. Otra coincidencia, ambos eran prácticamente de
la misma edad, pues el primero nació en 1919 y el segun-
do en 1920, además los dos escribieron casi al mismo
tiempo sus reportajes sobre Tijuana, cuyas calles acaba-
ban de recorrer.
Pero ese conocimiento simultáneo del objeto de su
narrativa, en mi opinión dio resultados diferentes. Aclaro
que soy devoto de Jordán, pues me fascina el talento con
que describe el paisaje y los ambientes bajacalifornianos
en su libro, que he leído y releído con deleite. Pero eso no
me impide reconocer que en el caso concreto de Tijuana
se le fue la mano, al hablar de una supuesta “cara equí-
voca, mixtificada, impúdica, sínica e interesada” y al casi
reducirla a una serie de bares, mexican curious y prostí-
bulos. Pienso que ahí le faltó equilibrio y le ganó su papel
de reportero procedente de la Ciudad de México, en bus-
ca del tema impactante. En cambio Pérez Solís es un mé-
dico que desinteresadamente escribe sobre Tijuana, sin
otro propósito que transmitir sus impresiones. Ahí están
ambos textos para que el lector los compare y formule su
juicio.
Contrastes

El sur de California

Con su buena prosa, Pérez Solís dice “pongámonos


los anteojos de turista y entremos de una vez a el otro
lado”. Efectivamente, al poco tiempo de establecerse en
Tijuana, empezó a recorrer una serie de sitios de la vecina
California, acompañado siempre de su esposa y condu-
ciendo su automóvil. Podemos imaginar que a un indivi-
duo culto como él, le llamara la atención conocer a un
país con una cultura diferente y que lo tenía a la mano.
La lectura de los artículos que escribió sobre diferentes
lugares del sur de California nos pone de manifiesto que
esos recorridos los emprendió pronto y en forma sistemá-
tica. Quiero pensar que aprovechaba para eso los fines de
semana o algunos días de asueto, pero lo que sí es segu-
ro, es que sus descripciones reflejan una notable capaci-
dad de observación, un agudo sentido para interpretar la
cultura anglosajona, en su versión californiana, pertinen-
tes comparaciones con la nuestra y un lenguaje que con
frecuencia tiene un excelente nivel literario.
Desde luego, lo primero que visitó fue San Diego,
del que captó su aire de ciudad moderna, asentada en la
espléndida bahía y con el toque de su origen hispano
colonial. Le agradó en especial el Parque Balboa, de
enormes áreas verdes y los varios edificios heredados de
la famosa Panamá-California Exposition de 1915. El Mu-
seo del Hombre, con fachada barroca, el Puente Cabrillo,
el Jardín Botánico y toda una serie de instalaciones, que
además de prestar sus servicios para ese evento, se con-
servaban en excelentes condiciones. El famoso zoológico,
uno de los más importantes del mundo, para el disfrute

xix
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

no sólo de las personas de San Diego, sino también para


las de Tijuana, muy especialmente de los niños.
No faltó Coronado, área residencial de la aristo-
cracia sandieguina y asiento del renombrado hotel del
mismo nombre, inaugurado en 1888, con sus líneas arqui-
tectónicas victorianas, construido de madera a la usanza
de la época; la también elegante área de La Jolla; San Juan
Capistrano, célebre por la misión fundada por Fray Juní-
pero Serra y las golondrinas que cada año arriban al ini-
ciarse la primavera y emprenden el viaje de retorno
cuando llega el invierno. La metrópoli de Los Ángeles,
con su enorme concentración de personas de origen me-
xicano y de la que incluye como algo que llamó podero-
samente su atención, un elevadísimo número de pozos
petroleros en su área circundante. También dedica am-
plia atención al núcleo original de San Diego, el llamado
Old Town por los norteamericanos, que conserva su pla-
za central del siglo XVIII, rodeada de casonas de persona-
jes de los tiempos de la California novohispana y la Cali-
fornia mexicana, entre ellas la de Estudillo, convertida en
Ramona’s Marriage Place, por suponer que ahí se casó el
personaje femenino de la conocida novela escrita en el
siglo XIX. Esto, muy a la manera norteamericana, conver-
tido en un lucrativo negocio, por la gran cantidad de tu-
ristas que atrae.

Constantes temáticas

De manera persistente afloran en los artículos algu-


nos temas que reflejan rasgos definidos de la manera de
ser del autor. Están, por ejemplo, alusiones que hace en
virtud de su profesión de médico y que de alguna mane-
Contrastes

ra o de otra las trae a colación. Las marcadas deficiencias


que presenta el Hospital Civil de Tijuana, en cuya pro-
blemática se involucra. La labor del Colegio Médico de la
ciudad, al que pertenece y en fin, cuando narra anécdotas
derivadas de su ejercicio profesional. Al respecto es per-
tinente agregar que, en entrevista que le hicimos en pre-
paración de este texto, nos dimos cuenta que su forma-
ción de médico es parte fundamental de su sentido de
identidad personal. Ello parte desde la buena instrucción
que recibiera en la Escuela de Medicina de la Universi-
dad de Yucatán, que incluyó tanto los aspectos teóricos
como prácticos, impartidos por competentes maestros,
entre los que recuerda especialmente al Dr. Eduardo Ur-
zaiz, que fuera director de la escuela, rector de la univer-
sidad y además, prestigiado médico, psiquiatra, novelis-
ta, poeta y conferencista. Todo ello hace que a cada paso
emerja en Pérez Solís su naturaleza de profesional de la
medicina.
Otra faceta que le aflora es su condición de yucateco,
lo que quizá se explique porque los destinatarios de los
artículos que escribe son sus paisanos, tal vez también
por la nostalgia de la tierra lejana. Cuando habla de la
visita al Parque Balboa hace amplias referencias a las
maquetas de Chichén Itzá y Uxmal, confesando que le
dieron ganas “de que los demás visitantes supieran que
junto a ellos estaba un descendiente de los preclaros ar-
quitectos de esas joyas arqueológicas que hoy y siempre
causarán la admiración de todo el mundo civilizado”. Las
playas de Mission Beach le recordaron las de Puerto Pro-
greso, en donde transcurrió su infancia. Imagina lo que
podrían pensar algunos sectores conservadores de Méri-
da, ante algunas actitudes de la juventud estadounidense
xxi
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

que tiene al frente, digamos los minúsculos bikinis de las


muchachas. En fin, Yucatán está siempre presente.

Crítica social

Al lado de un tono dominante de elogio al ámbito ba-


jacaliforniano en el que recientemente se integró y en
especial a Tijuana, a la que le augura un futuro promiso-
rio, está también en los artículos del autor un sentido
crítico y de interés permanente en las cuestiones sociales.
Dado que le tocó vivir el proceso de transición de territo-
rio a estado de la federación, que experimentara Baja Ca-
lifornia, se ocupó de registrar algunas dificultades y tro-
piezos que se dieron en ese tránsito. Señaló con energía,
como una de las principales causas de esos problemas, el
excesivo control del gobierno del estado -que encabezaba
el licenciado Braulio Maldonado Sández- sobre los mu-
nicipios, así como reprochables actos de corrupción.
Enfatizó la penuria que atravesaba el Ayuntamiento
de Tijuana, debido a que el gobierno estatal disponía in-
debidamente de recursos presupuestales que le corres-
pondían. Hizo eco a las acusaciones que se escuchaban
sobre el florecimiento del vicio en Mexicali y en Tijuana,
con protección oficial; llamó la atención sobre las defi-
ciencias de la educación pública y muy especialmente de
los servicios médicos asistenciales. Sobre esto último se
ocupó ampliamente del caso del Hospital Civil de Tijua-
na, que ya mencionamos con anterioridad. Lo hizo tam-
bién respecto de “Cartolandia”, el hacinamiento vergon-
zante de casuchas, levantadas con cartón y otros materia-
les deleznables y que se encontraba precisamente a la
entrada de Tijuana, de tal manera que era lo primero que
Contrastes

veían los turistas que la visitaban. Con energía y a la vez


sentido metafórico señaló que “mientras exista Cartolan-
dia, Tijuana será un joven atleta vigoroso con una pústula
en el rostro”.
Obsérvese como los artículos periodísticos que nos
ocupan tienen el tono de un ciudadano genuinamente
preocupado por las cuestiones públicas de la comunidad
en la que hace poco se ha afincado, pero a la que pronto
empezó a integrarse y a sentirse parte de ella, llamándola
“nuestra ciudad”. Textualmente expresa que opina “co-
mo nuevo tijuanense que ya me siento”.

Llegó para quedarse

Hombre de decisiones firmes, echaría raíces en esta


ciudad, en la que ya lleva 66 años radicando, más del
doble de los que vivió en Mérida. Junto con su esposa,
doña Elsa, fundó aquí un hogar estable, en el que a sus 97
años de edad, cual patriarca, vive rodeado de hijos, nie-
tos y bisnietos.
Ha forjado una larga trayectoria en esta ciudad
que incluye un ejercicio profesional exitoso, especializado
en urología. En su consultorio hizo y conservó a través de
los años a numerosos pacientes. Desde otro ángulo, tan
pronto como llegó intervino en la fundación del Colegio
Médico de Tijuana y con el transcurso del tiempo su espí-
ritu universitario lo condujo a participar, en 1973, en la
creación de la Escuela de Medicina, en Tijuana, de la
Universidad Autónoma de Baja California. Colaboró
desde en la etapa previa al arranque de labores, en la
selección de los futuros maestros y ya iniciadas las clases,
xxiii
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

fungió como Jefe de Enseñanza y catedrático de diversas


materias.
Su extensa producción literaria requeriría ser tratada
ampliamente en un estudio que se elabore exprofeso, de
tal manera que aquí me concretaré a mencionar de mane-
ra breve las obras principales. En Intimidades de un mé-
dico, publicada en 1967, reunió una serie de interesantes
experiencias, producto de su quehacer profesional, que
tuvo una excelente acogida en el público lector de los
años sesenta, no sólo de Tijuana, sino de Baja California
en general. Quizá siguiendo el modelo paterno, incursio-
nó en la poesía y en 1991 sacó a luz el volumen intitulado
83 Sonetos. De carácter autobiográfico fue la publicación
Remembranzas, primera y segunda parte, aparecidas en
1994 y 1995 respectivamente. En La cruz y otras minucias
(2005) se ocupa en primer término de un tema yucateco
en torno a una mítica cruz parlante y en segundo, a una
serie de asuntos varios. Su más reciente publicación es la
novela La encrucijada, que apareció en 2010, lo que habla
de una longeva y fructífera vida intelectual, que pude
corroborar en la entrevista que le realizamos el 26 de di-
ciembre de 2015, en preparación de estas líneas.
Felicitémonos pues del valioso legado que hace
don Iván Pérez Solís con el texto que ahora nos entrega,
en el que transmite su percepción de Tijuana y del sur de
California en los años cincuenta, del siglo pasado. Cir-
cunstancialmente, hasta hoy, después de que han trans-
currido más de seis décadas, los lectores de esta ciudad
pueden conocer ese texto, convertido en virtud del trans-
curso del tiempo en un invaluable testimonio histórico.
Esas descripciones de Tijuana, que en su momento tuvie-
ron como destinatarios a los lectores yucatecos, ahora se
Contrastes

ponen en manos de los tijuanenses. Damos pues las gra-


cias al autor, al que no sé si caracterizar como yucateco
afincado en Tijuana o como tijuanense nacido en Yuca-
tán, o quizá lo más acertado sea reconocerlo como un
ilustre mexicano, que encarna la riqueza regional del
país.

David Piñera
Instituto de Investigaciones Históricas-UABC

xxv
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950
Contrastes

Agradecimientos

A mi hijo Pedro Iván, que convirtió en realidad lo que


parecía una utopía, al realizar una minuciosa edición del
contenido de este libro, incluyendo la reestructuración de
algunos párrafos. Sin el entusiasmo, la perseverancia y la
colaboración de Pedro Iván, este libro jamás se hubiera
publicado.
A mi amigo David Piñera, promotor de la idea de la
publicación de este libro y pilar fundamental de la publi-
cación del mismo.

27
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Palabras previas

A finales de 1950 yo vivía en la ciudad de Mérida


cuando recibí una carta de mi tío, el doctor José Jesús
Vázquez Escalante, casado con mi tía doña Fidelia Solís,
en la que me invitaban a venir a vivir en Tijuana, ciudad
en la que ambos residían desde hacía siete años cuando él
fue enviado a esta ciudad como médico de la Secretaría
de Salubridad.
Cuando le enseñé la carta a Elsa, mi esposa que es
química, y le pregunté si estaba dispuesta a emprender
aquella inesperada aventura, consultamos un mapa en el
que el nombre de Tijuana no aparecía y en el lugar de su
actual ubicación sólo se leían muy visibles las palabras
Agua Caliente.
Vimos, con cierto temor, que estaba tan lejos de la ca-
pital yucateca, que cuando medimos con una cinta, Agua
Caliente quedaba más lejos de Mérida que de Caracas,
Venezuela; pero, a pesar de todo, tomamos la decisión
más importante que cambió para siempre el curso de
nuestras vidas.

28
Contrastes

En compañía de Elsa y de nuestro hijo Pedro Iván,


quien acababa de cumplir un año, en un DC3 de la Com-
pañía Mexicana de Aviación, el 30 de octubre viajamos a
la ciudad de México en donde pasamos una semana para
tramitar nuestras cédulas profesionales y registrar mi
título de médico en la Secretaría de Salubridad.
De inmediato, siempre por Mexicana, volamos hacia
Tijuana en un tedioso vuelo que duró 12 horas, después
de hacer escalas en Guadalajara, Mazatlán y Hermosillo,
para aterrizar en el entonces Territorio Norte de Baja Ca-
lifornia a las 8 de la noche del 8 de noviembre de 1950.
Mis tíos, que para mí resultaron unos verdaderos me-
cenas, con el fin de recibirnos habían organizado una
reunión en su casa a la que asistieron unos 10 médicos de
la ciudad, todos colegas y amigos del doctor Vázquez.
Ahí me enteré de que en Tijuana en esa época ejercían 75
médicos y que el total de habitantes de la ciudad ascen-
día a unos 80,000, aunque más tarde supe que el censo
oficial registraba en ese año apenas a 69,952 personas.
Pero a pesar de tan escasa población, desde los pri-
meros días Tijuana me impresionó tanto por su dina-
mismo y por la diversidad de la procedencia de sus habi-
tantes, que al vislumbrar su crecimiento y su acelerado
desarrollo, a escasos 3 meses de haber llegado a Tijuana
escribí un largo reportaje con mis impresiones sobre esta
ciudad, mismo que remití al Diario de Yucatán, el más
antiguo y prestigioso diario de la península yucateca. El
reportaje se llamaba Tijuana, una Ciudad con Perfiles Singu-
lares, en el que vaticiné que en poco tiempo Tijuana ad-
quiriría un desarrollo descomunal. No me equivoqué
porque hoy, con 1.7 millones de habitantes, es una de las
ciudades más importantes de nuestro país.
29
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Y es que Tijuana ha tenido un origen y un desarrollo


sui géneris, pues como hoy todos sabemos, el 11 de julio
de 1889, declarado oficialmente como el día de su funda-
ción, es una fecha virtual. Estrictamente Tijuana es una
ciudad que no tiene acta de nacimiento y en aquella leja-
na época su nombre no figuraba en los mapas. El em-
brión de lo que hoy es nuestra ciudad surgió después de
1920 con motivo de la implantación de la Ley Seca en
Estados Unidos. Los norteamericanos de California te-
nían a un paso la frontera con México y solo necesitaban
cruzarla para hacer aquí lo que en su país estaba prohibi-
do, y para ello comenzaron a venir a lo que hoy es Tijua-
na.
Una de las consecuencias de la gran sed de los norte-
americanos fue el surgimiento del primer ícono de la bi-
soña Tijuana con la creación de la cantina La Ballena, que
presumía de tener la barra más larga del mundo.
Cuando en 1933 Roosevelt abolió la Ley Seca, muchos
aseguraron que Tijuana se marchitaría. Los más pesimis-
tas casi firmaron el acta de defunción de nuestra naciente
ciudad. Pero no fue así porque el balneario de Agua
Caliente y su casino fueron un imán lo suficientemente
atractivo para que los turistas continuaran viniendo. No
cabe la menor duda de que en la década de los años vein-
te nuestra ciudad dependía fundamentalmente de Agua
Caliente y por tanto fue con este nombre que hizo su
primera aparición en los mapas de la región noroeste de
nuestra república.

30
Contrastes

Cuando en 1935 Lázaro Cárdenas clausuró el casino,


de nuevo los agoreros vaticinaron el final de Tijuana.
Tampoco fue así, porque la triada formada por los cen-
tros nocturnos de la Avenida Revolución, el Frontón Pa-
lacio y el Hipódromo de Agua Caliente tomaron la estafe-
ta que permitió a Tijuana no sólo sobrevivir, sino adqui-
rir el explosivo desarrollo que ha culminado en lo que
hoy es nuestra ciudad.
De nuevo se equivocaron los que pronosticaron que
Tijuana languidecería sin la triada mencionada.
Hoy la Avenida Revolución ha venido mucho a
menos, el Jai Alai y el Hipódromo ya no existen y, sin
embargo, Tijuana no sólo no ha languidecido, sino que
continúa impertérrita su desarrollo que la ha convertido
en la cuarta ciudad más importante de nuestro país.
No cabe duda que Tijuana es una ciudad que no tiene
acta de nacimiento; pero por sus propios méritos, jamás
tendrá acta de defunción.
Posteriormente me enteré de que algunos datos y ci-
fras que aparecen en mi reportaje no son exactos; pero yo
no inventé ni modifiqué nada. Simplemente me basé en
informaciones que algunos residentes de Tijuana me
proporcionaron cuando los interrogué al respecto. Pero
eso no desvirtúa en lo absoluto el espíritu del menciona-
do reportaje.
Si he de ser sincero, nunca creí que el Diario de Yuca-
tán publicara mi reportaje, porque su director, don Carlos
R. Menéndez, era muy estricto para aceptar colaboracio-
nes no solicitadas y yo era totalmente un desconocido

31
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

para él, además de que mi referido reportaje era dema-


siado largo.
Pero para mi sorpresa, el Diario de Yucatán publicó
íntegro mi escrito en su página editorial, sin quitarle ni
ponerle una sola coma, aunque dividido en cuatro capí-
tulos a los que la redacción añadió unos subtítulos para
hacerlos más interesantes desde el punto de vista perio-
dístico. Fueron publicados los días 12, 13, 14 y 15 de fe-
brero de 1951.
Otra sorpresa. Debido a la aceptación que tuvo en
Yucatán mi ópera prima, don Carlos R. Menéndez me
invitó a que yo siguiera escribiendo en su periódico, en
cuya página editorial publiqué durante cinco años, de
1951 a 1955, numerosos artículos sobre diversos temas.
Con una redacción correcta o no y con un léxico tal
vez no muy adecuado, mis artículos jamás fueron veta-
dos o mutilados y recibieron algunos elogios del propio
don Carlos, aunque no faltó alguien que me juzgara
acremente, como un periodista del Diario del Sureste,
periódico del Gobierno del Estado, enemigo y antagonis-
ta del Diario de Yucatán, que con motivo de la publica-
ción de mi artículo que aparece en la página 217 de este
libro con el nombre de La Feria de las Pantaletas, me til-
dó de “pudibundo hasta la exageración y moralista tras-
nochado”.
Hoy, a más de seis décadas de distancia, decidí editar
este libro en el que, además del reportaje, aparecen casi
todos mis artículos aludidos para que algunos jóvenes de
la actual generación conozcan y los pocos supervivientes
contemporáneos míos recuerden el entorno de la época
en la que fueron escritos en Tijuana, para ser publicados
en Yucatán, algunos de los cuales requerirán ciertas aco-
32
Contrastes

taciones para poder ser comprendidos, y quizás juzga-


dos, adecuada y benévolamente.

Dr. Iván Pérez Solís

Tijuana, B. C. noviembre de 2015

33
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

34
Contrastes

Tijuana: Una Ciudad


con Perfiles Singulares
6 de febrero de 1951

Para nosotros los yucatecos, tan cerca geográficamen-


te del Territorio de Quintana Roo y tan ligados a éste, ya
que se puede decir que un elevado número de familias
yucatecas tienen parientes que viven en Chetumal, Carri-
llo Puerto o Cozumel, para los que aprendemos en la
escuela que los Territorios Federales dependen directa-
mente del Gobierno del Centro, porque por sus propios
elementos no pueden bastarse a sí mismos económica-
mente, constituye una enorme sorpresa el conocimiento
del Territorio Norte de Baja California.
Creo, por tanto, interesante dar a conocer lo que yo
he podido palpar en unos cuantos meses de vivir en
Tijuana que, después de Mexicali, es la ciudad de mayor
importancia del Territorio y que constituye, indudable-
mente, si no la primera, puedo asegurar que una de las
ciudades de nuestra nación que más auge ha adquirido
durante la última década.
El que conoció a Tijuana apenas hace dos lustros y
vuelve a ella en la actualidad, encuentra una ciudad
completamente nueva, totalmente distinta desde el mo-
mento en que desciende del avión. El aeropuerto de Ti-
juana está ubicado en lo alto de una meseta; tiene una
sola pista lo suficientemente amplia para brindar un có-
35
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

modo aterrizaje a cualquier avión; pero que de todos


modos no se puede comparar a las del campo de aviación
de nuestra Mérida.
Desde que uno comienza a descender del aeropuerto
hacia la ciudad, cambia completamente la idea que se
traía de la misma. Yo llegué de noche y pude solazarme
al ver la enorme cantidad de focos que se extienden por
todo el valle que ya Tijuana ocupó en su totalidad para
invadir luego los cerros circundantes.
En el sitio en donde comienza lo que podemos llamar
el centro de la población se encuentra la Línea Interna-
cional. Aquí se ve un movimiento continuo durante las
24 horas de los 365 días del año. Ahora bien, los sábados
y domingos, la zona cercana a la Línea adquiere caracte-
res sin paralelo en ninguna otra ciudad del mundo. En
efecto, la frontera más transitada de todo el Universo es
la línea que separa a Tijuana de San Ysidro, California:
cinco filas interminables de automóviles cruzan de
México hacia Estados Unidos sin que parezca que dichas
filas vayan a tener fin, mientras que otras dos hacen lo
propio en sentido inverso.
Las cifras astronómicas que voy a mencionar son co-
mo para no creerse: durante el año que acaba de termi-
nar, cruzaron la Línea Internacional 5,270,000 automóvi-
les. Los sábados y domingos cruzan la línea un promedio
de 28,000 autos. Con las que van adentro y las que cruzan
a pie promedian 200,000 personas los fines de semana.
Pero cuando la cuestión llega a su máximo, cuando un río
incontenible de vehículos invade todos los lugares posi-
bles de la población, es el 4 de julio, aniversario de la in-
dependencia de los Estados Unidos, pues ese día alrede-
dor de 70,000 automóviles cruzan la frontera.
36
Contrastes

La zona que vengo describiendo constituye, por tan-


to, un sitio muy pintoresco por el ir y venir de los auto-
móviles. En la parte correspondiente a nuestra Patria se
encuentra una glorieta circundada por los edificios de la
Aduana y de la oficina de Migración. Más allá se levanta
airoso un sólido monumento de piedra dedicado a la
Patria. En su parte superior, el monumento, que tiene la
forma de un fuerte, presenta una pirámide cuyo vértice
remata en un asta en la que ondea el lábaro patrio. En la
parte visible de una de sus caras laterales se lee una ins-
cripción que dice: Educar es Gobernar; en otra, Verdad,
Bondad, Belleza y en la cara anterior, el lema vasconceliano
de la UNAM: Por mi Raza Hablará el Espíritu.
Sobre la propia línea hay un alambrado que en algu-
nos trechos da paso a los carriles que sirven para el paso
de los automovilistas, que asediados por numerosos
vendedores ambulantes, se dirigen a cruzar la frontera.
En cada uno de los carriles de la derecha, uno o dos cela-
dores norteamericanos que revisan los pasaportes de los
mexicanos que desean pasar al otro lado, como se dice en
el variado y pintoresco argot fronterizo. En el extremo
derecho, un estrecho pasillo con una caseta con un mar-
cador automático que sirve para el paso de los peatones
para que ahí enseñen su pasaporte y marquen su entrada
para el registro de los cruces fronterizos que se lleva ofi-
cialmente. Los aludidos celadores, revisan así mismo los
automóviles de los turistas y a los peatones que regresan
a su tierra después de pasar algún tiempo en Tijuana,
Ensenada, etc.
En el lado izquierdo se ven dos carriles similares a los
antes descritos. Aquí se encuentran los celadores mexica-

37
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

nos encargados de vigilar la entrada de los turistas que


nos visitan diariamente.
Cuando se entra a nuestra Patria en automóvil vi-
niendo por la carretera 101, llama la atención la palabra
México escrita con caracteres sugestivos en la pared late-
ral del edificio de Migración cuyo jefe, el Sr. Fernando
Calzada Jiménez, al frente de numerosos empleados,
brinda siempre magnífica atención. Dichos carriles sirven
para el paso de los automóviles de los turistas norteame-
ricanos que, día a día, acuden a Tijuana en un número
que invita a cavilar: personas de todos los aspectos, co-
ches de todas las marcas y modelos, algunos arrastrando
trailers en los que llevan toda una residencia ambulante.
Y ahí van los coches, uno tras otro en fila india, y en
un número que asusta. Atraviesan el Puente México que,
muy largo y muy estrecho, pasa por encima del Río
Tijuana y desemboca en la Avenida Revolución, la prin-
cipal arteria citadina, cuya descripción merece un capítu-
lo aparte. Los que no se quedan en esta avenida siguen,
siguen unos para el Jai Alai y otros para el Hipódromo de
Agua Caliente y algunos para Rosarito, hermoso balnea-
rio situado a corta distancia de Tijuana. Muchos se re-
montan hasta Ensenada, cuya accidentada carretera ha
sido testigo de innumerables muertes causadas por el
vértigo de la velocidad y los vapores del alcohol.
Me faltó mencionar que en el extremo izquierdo de la
Línea Internacional se halla un pasillo con semejantes
características de los que antes describí, mismo que sirve
para el paso de los turistas norteamericanos que vienen a
pie, generalmente soldados y marineros que, procedentes
de la gran Base Naval de San Diego, acuden a pasar aquí
sus días de asueto. Por el mismo pasillo regresan a Tijua-
38
Contrastes

na los trabajadores mexicanos que, ya sea por haber na-


cido en el otro lado siendo hijos de padres mexicanos o
por ser mexicanos de nacimiento que han logrado su in-
migración al vecino país para trabajar en el campo o en
las fábricas, inclusive las oficiales.
Es mucha la gente de Tijuana que trabaja en el otro
lado y que vive aquí, personas cuyas familias viven en
México y desarrollan todas sus actividades en Estados
Unidos. A propósito de esto aquí existe una costumbre
difícil de entender. Yo desconozco en lo absoluto tolo lo
relacionado con las leyes de migración; pero el asunto
que voy a mencionar me ha llamado poderosamente la
atención: y creo que a todos los que me lean les va a cau-
sar la misma sorpresa que a mí.
Numerosas señoras de Tijuana, no importa su clase
social ni condición económica, cuando están en vísperas
de dar a luz, se trasladan al otro lado de modo que un
elevado porcentaje de niños que deberían nacer en Tijua-
na nacen en San Diego. En otras palabras, en lugar de ver
la primera luz en México, sus padres los llevan a verla
deliberadamente en Estados Unidos. Con esta maniobra,
a todas luces antipatriótica, los niños quedan automáti-
camente con dos nacionalidades: son estadounidenses
por haber venido al mundo en el vecino país y mexicanos
por ser hijos de padres mexicanos. De este modo, me ex-
plican algunas personas, se evitan muchas dificultades
para que cuando crezcan los niños estudien y trabajen en
los Estados Unidos, pues gozan de todas las prerrogati-
vas que les concede el hecho de haber nacido en suelo
norteamericano y en caso de guerra, como ha sucedido
en no pocas ocasiones, pueden venir a residir en nuestra
tierra.
39
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Aquí hay un doble juego: cuando se trata de recibir el


beneficio de los dólares se escudan en la bandera de las
barras y las estrellas, pero en caso de querer evitar el pe-
ligro en un conflicto bélico, enarbolan prestamente el
pabellón tricolor. Para mí existe en esto una anomalía que
alguien debe de investigar; es verdaderamente el fraude
a una nacionalidad.
Hay muchas personas en el mundo en esas condicio-
nes; pero es muy distinto que un matrimonio tenga un
hijo fuera de su país por un accidente fortuito o por cir-
cunstancias especiales del momento, a que las futuras
madres, sistemáticamente y de un modo deliberado, se
ausenten del suelo patrio en vísperas de dar a luz, cuan-
do viven, conciben y gestan en suelo nacional sólo para
que su hijo sea gringo. El monumento dedicado a la Pa-
tria tiembla de vergüenza y el pabellón nacional palidece
de ira cada vez que ve regresar a una madre mexicana
con un niño norteamericano en los brazos.
Tal vez no sea criminal, pero sí es antipatriótica la
tendencia de tanta familia mexicana que no quiere tener
hijos mexicanos. Es inexplicable el esnobismo de tanta
gente a veces culta y adinerada que se empeña en que sus
hijos nazcan en los Estados Unidos y luego, como si fuera
un galardón, renuncian a su propia nacionalidad man-
dando publicar en los periódicos locales: “Ayer, en el
Hospital Mercy de San Diego, vino al mundo el niño…”1

1
Esta práctica continúa vigente no sólo en Tijuana, sino en otras ciu-
dades fronterizas como Ciudad Juárez, tanto que para combatirla, por
ser considerada fraudulenta, los legisladores texanos acaban de pro-
mulgar una ley que prohíbe entregar actas de nacimiento a los niños
nacidos en Texas, a los que ellos llaman anchor boys, cuando sus pa-
dres sean extranjeros y no puedan comprobar su estatus migratorio
como residentes legales en Estados Unidos.
40
Contrastes

Con esas prácticas encauzan a sus hijos por un des-


precio a todo lo nuestro pues los niños, con toda razón,
orillados a esto por el esnobismo de sus padres que, ofus-
cados por las luces de el otro lado, no aciertan a com-
prender nuestras costumbres, dejan de sentirse mexica-
nos considerando a nuestra Patria como un paracaídas,
como una tabla de salvación, cuando su vida peligra en el
agitado mar de una contienda bélica. Y estas gentes mio-
pes que se quejan de la discriminación son las primeras
en autodiscriminarse en el seno de sus propios hogares.
Tijuana es una ciudad con una fisonomía muy curio-
sa. El centro de la población lo constituye la Avenida Re-
volución. No encontramos aquí una plaza, como en las
ciudades mexicanas, alrededor del cual se encuentren un
templo, el palacio municipal, etc. Solamente hay un par-
que pequeño que tiene poca importancia para la ciudad
nombrado en honor al Teniente Miguel Guerrero, un
militar sonorense que participó en los acontecimientos
bélicos que sucedieron en la ciudad en el año 1911. Las
iglesias todas están en construcción y algunas en proyec-
to todavía. En este aspecto encontramos muy pobre a la
ciudad que en otros late con un ritmo acelerado. En la
última década Tijuana ha tenido un desarrollo fantástico,
pues si en 1940 contaba apenas con unos 8,000 habitantes,
en la actualidad posee cerca de 77,000; fantástica, repito,
si se toma en cuenta la proporción en que se ha incremen-
tado la población. Ha crecido tanto y tan a prisa, que sus
cuatro salas de espectáculos resultan insuficientes para
satisfacer la demanda de los tijuanenses.

41
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Se puede decir que Tijuana ya no cabe dentro de sí


misma. Es una ciudad moderna, bien trazada, con calles
muy amplias que permiten que el tránsito se efectúe sin
contratiempos. Todas las calles, en su mayoría rectas son
de doble sentido y todo muy bien organizado al estilo
americano.
Yo creo que en Mérida se podría implantar fácilmente
el mismo sistema que es cómodo, sencillo y barato ya que
proporciona seguridad a los peatones y facilidad a los
conductores de automóviles. Aquí, con un promedio de
10,000 vehículos transitando por la ciudad, no se escucha
un solo claxon ni las campanadas de los camiones y sólo
existe un semáforo en una esquina en la que desembocan
cinco calles.
En las demás esquinas hay unas señales permanentes
que indican alto obligatorio a los vehículos que vienen en
un sentido y paso preferente a los que circulan en sentido
perpendicular de modo que nadie necesita hacer sonar el
claxon. El que viene por la vía preferente porque tiene el
paso libre y el otro porque tiene la obligación de detener-
se. Así de sencillo.
Si el Departamento de Tránsito de Mérida adoptara
una medida similar, fácil de aplicar en nuestra bella ciu-
dad, porque sus calles casi todas son rectas, dejaríamos
de oír de ella que es una de las ciudades más ruidosas del
mundo. Un turista con el cual tuve la oportunidad de
conversar aquí me dijo que Mérida le había encantado;
pero que el ruido de los cláxones de los coches y las cam-
panadas de los autobuses que se escuchan a cada instante
le habían parecido insoportables.
Realmente mueve a risa que ante una misma situa-
ción, reaccionen de una manera opuesta los peatones de
42
Contrastes

Mérida y los de Tijuana, pues mientras los de aquí se


enojan cuando alguien hace sonar el claxon cerca de ellos,
los de Mérida se enojen cuando no haces sonar el bocina-
zo. Y es que aquí en Tijuana, tal vez por la influencia de
las costumbres americanas, se respeta mucho a los peato-
nes que, cuando desde la banqueta se disponen a cruzar
la calle en las zonas peatonales marcadas en el pavimento
en las esquinas, basta con que uno de ellos ponga un pie
en el arroyo, para que los automovilistas se detengan
para dejarlo pasar.2
Sin más interés que el de contribuir en la medida de
mis posibilidades a la solución del problema del ruido en
Mérida, me permito exhortar al Departamento de Tránsi-
to para que estudie la posibilidad de implantar este sis-
tema tan sencillo y barato. Éste existe en todas las ciuda-
des norteamericanas y yo he tenido la oportunidad de
palpar sus excelencias en San Diego y en Los Ángeles.
Aquí, con un tránsito que permite considerarla como la
primera ciudad del mundo en movimiento vehicular, no
se oye el desagradable sonido de un claxon, salvo en
condiciones especiales.
Tiene Tijuana otro aspecto sin paralelo con otra ciu-
dad de nuestra Patria y es que está habitada por personas
de todos lados. Aquí cuesta trabajo encontrar a alguien
que diga que es nativo de Baja California. En su mayoría
son procedentes de Jalisco, Sonora, Sinaloa, etc. La pobla-
ción está formada, por tanto, por una mezcla heterogénea
de personas distintas en sus costumbres, en su forma de
vestir y hasta en su manera de hablar. Aquí nadie se bur-
la de nosotros por nuestro peculiar acento yucateco, na-

2
Desafortunadamente este respeto al peatón ya no existe.
43
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

die cuenta chistes malos a costa de nosotros, ni nos sub-


estima como en la ciudad de México.
La vida de Tijuana está mancomunada con la de San
Diego. Se puede decir que laten al unísono sus corazones,
pues dada la circunstancia de que el turismo es su prin-
cipal fuente de ingresos, cuando hay auge en San Diego
hay movimiento en Tijuana. Como corolario obligado
aquí la moneda mexicana no vale nada. Todos desprecian
a nuestros pobres pachucos, como llaman a los billetes de
un peso. Los precios de todas las cosas están en dólares;
los médicos cobramos en dólares, el comercio vende en
dólares, las rentas se cobran en dólares. El resultado de
todo esto es que la vida es espantosamente cara y los que
resultan unos verdaderos chivos expiatorios cuya vida es
un auténtico misterio, son los empleados federales que
tienen qué apechugar con la poco grata circunstancia de
ganar en pesos mexicanos y gastar en dólares.
La calle principal de Tijuana es la Avenida Revolu-
ción. Comienza al final del Puente México y termina en el
Boulevard Agua Caliente. Como todas las calles de la
ciudad es amplia, muy amplia, pues pueden cruzarse en
ella hasta ocho automóviles. Como todas las calles de la
ciudad, la avenida tiene circulación en dos sentidos y
automóviles estacionados en ambos lados sin que ello
obstruya el tránsito debido a su amplitud. Tiene un mo-
vimiento constante tanto en los días comunes como en
los feriados. Se ven muchas familias americanas en las
tiendas de curiosidades y numerosos marineros unifor-
mados que van de un lado a otro. Por las placas de los
automóviles puede uno darse cuenta de la presencia de
turistas procedentes de todos los estados de la Unión
Americana, incluyendo Alaska; pero es California, a cau-
44
Contrastes

sa de su cercanía, el estado que surte más de coches a las


calles tijuanenses.
Cuando uno ve por primera vez la Avenida Revolu-
ción, sobre todo si es de noche, llama la atención la in-
terminable línea de focos de los coches que regresan de
Agua Caliente a la Línea Internacional y viceversa, así
como la profusa iluminación de los numerosos centros
nocturnos y tiendas de curiosidades. La Avenida Revolu-
ción es uno de los ejes alrededor de los cuales gira la vida
de Tijuana. Es un enorme buzón en el que lo turistas de-
positan diariamente sus dólares, buzón que constituye,
junto con el Hipódromo de Agua Caliente y el Frontón
Palacio, las tres grandes cajas colectoras de dólares que
patrocinan la economía tijuanense.
En la Avenida Revolución están los cabarets y las
tiendas de curiosidades, como los puestos de baratilleros3
en la calle 65 de la 60 al correo en la capital yucateca: uno
junto al otro en toda su extensión. Aquí hay invertidas
buenas fortunas. Cada centro nocturno presenta noche a
noche diversos cuadros de variedades, algunos tan mor-
bosos, que son capaces de ruborizar a cualquiera.
Los cabarets funcionan todas las noches sin interrup-
ción y su clientela está formada en un 98% por visitantes
norteamericanos entre los cuales un elevado número son
soldados y marinos uniformados. En las puertas de los
mencionados centros se encuentran los gritones, emplea-
dos que a viva voz invitan a los transeúntes a entrar

3
Éstas eran unas calles peatonales en cuyos ambos lados, uno junto a
otro, estaban unos puestos semifijos en los que se vendía toda clase de
baratijas.

45
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

”show time, come inside; show time, come inside” repi-


ten hasta el cansancio.
Numerosos vendedores ambulantes ofrecen chuche-
rías y cigarrillos En cada esquina se encuentran unos
puestos ambulantes sobre un vehículo de dos grandes
ruedas como los que utilizan los carretilleros en Mérida.
Sobre dichas carretas hay amontonados, sin estética al-
guna, algunos motivos mexicanos como sarapes, nopales
pintados, grandes sombreros zapatistas desflecados con
letreros de Viva México o Pancho Villa. Al frente, tienen
burros pintados a rayas semejando a una cebra. Estos
armatostes sirven de fondo para tomarse fotografías y
asombra ver a los ingenuos turistas desfilando, uno tras
otro, para tomarse una foto montados sobre el burro
adulterado, o recostados entre dos palmeras con un som-
brero de charro y un sarape. Son muchos estos auténticos
adefesios.
Cerca del final de la Avenida Revolución se encuen-
tra el Frontón Palacio que funciona todas las semanas de
jueves a domingo. Es un enorme edificio que ocupa toda
una manzana. y de una construcción sólida y estética.
Constituye, a no dudarlo, una de las cosas dignas de ver-
se en Tijuana. De un acabado perfecto, con una soberbia
belleza que acusa el sentido artístico del arquitecto, el
Frontón Palacio podría estar situado en cualquier parte
de cualquier ciudad del mundo sin verse mal. Por dentro
y por fuera ofrece un aspecto magnífico. En su esquina
noroeste tiene una esfera que simula a nuestro planeta,
sobre la cual se yergue la estatua de un pelotari ilumina-
do inteligentemente. Alrededor del edificio se extiende
un espacio amplísimo para el enorme estacionamiento
para los automóviles que de noche es insuficiente para
46
Contrastes

los vehículos que ahí acuden. En la parte perimetral del


suelo, en unos recipientes construidos ad hoc, están colo-
cados numerosos reflectores ocultos que de noche le dan
un aspecto muy bello y cautivador. Cuando uno viene de
noche de San Diego, desde muy lejos destaca la ilumina-
ción del edificio que semejan gigantescas cortinas de fue-
go que permiten ver con grandes letras las palabras Jai
Alai Games y un rayo luminoso que surca a cada instante
el cielo de San Diego para indicar que la sesión nocturna
del frontón ha comenzado y que las taquillas se encuen-
tran listas en espera de los dólares.
Por dentro tiene todos los servicios necesarios: res-
taurante, café, bar, todo muy limpio y muy bien atendi-
do. Empleados de mantenimiento se disponen a levantar
cualquier colilla de cigarro o pedazo de papel que al-
guien tire al suelo. En la parte anterior se encuentra una
serie de ventanillas detrás de las cuales unos empleados
hacen sonar entre las manos unas monedas para llamar la
atención. Entre juego y juego los turistas hacen cola, unos
para cobrar cuando acertaron y otros para apostar de
nuevo en el siguiente juego de acuerdo con las prediccio-
nes de los expertos o los momios escritos con caracteres
instalados en lugares visibles. Ahí están los especulado-
res viendo qué pelotari paga más y cuál es el favorito.
Todos los letreros están en inglés y todas las apuestas se
cruzan en dólares. Personas de todos los aspectos, algu-
nas vestidas de manera extravagante. Ancianas de 75
años con pantalones y una copa de whisky en la mano
acuden presurosas a comprar su ticket antes de que suene
un timbre y el locutor anuncie en inglés que el siguiente
juego va a comenzar. Algunos apuran rápidamente el
contenido de su copa y dejan ésta vacía en cualquier lu-
47
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

gar a su alcance, inclusive en el suelo, otros llevan consi-


go su high ball y acuden todos en tropel hacia los pasillos
que conducen al stand a presenciar el juego en las exten-
sas gradas.
Al ver los letreros en inglés por todos lados, al escu-
char en inglés las instrucciones que el locutor da a los
apostadores, al verse de pronto uno mezclado entre tanta
gente que habla y habla sin que uno entienda nada, da la
impresión de que el turista es uno y no ellos. Por momen-
tos dan ganas de salir de un sitio en el que los mexicanos
somos los extranjeros y en el que si alguien quiere echar
una canita al aire y saca un billete mexicano para apostar,
recibe una carcajada de burla del cajero, porque ahí la
moneda nacional no la recibe ni como propina un ba-
rrendero.
Definitivamente, cuando se pone el primer pie en el
Jai Alai es como si se abandonara México, es como si uno
cruzara la frontera, solo que para ello ahí no tienes qué
llevar un pasaporte, sino una billetera llena de dólares,
dólares y más dólares.
Los domingos al medio día funciona el Hipódromo
de Agua Caliente. Desde muy temprano se congestiona la
Avenida Revolución a causa de los automóviles que, uno
tras otro, van a ocupar el extenso estacionamiento del
centro hípico. Desde arriba se mira como un tablero mul-
ticolor de proporciones colosales cuyos cuadros estuvie-
ran formados por los techos de los automóviles que, en
un número que oscila en unos 8,000 acuden a apretujarse
en forma tal, que es necesario anotar el lugar en el que
cada quien estaciona su vehículo para poder encontrarlo
a la salida.

48
Contrastes

El edificio en sí es muy bonito, muy limpio y muy


bien atendido. Consta de dos alas: el Gran Stand que se
encuentra a la izquierda y que aloja a gente medianamen-
te acomodada en el que caben 15,000 personas y el Club
House, con un aforo de 10,000, casi todos de la crema y
nata de los adinerados de el otro lado. En ambos se respi-
ra la especulación; en ambos se hacen juegos malabares
con los dólares; en ambos se respira en inglés como en el
frontón, por lo que vuelve uno a sentirse un extranjero en
su propia tierra. Exactamente el mismo mecanismo de las
ventanillas para apostar sólo que aquí en mayor número
y de mayor cuantía. Entre carrera y carrera, como sucede
en el frontón, un ir y venir incesante de personas, algunas
con su copa en la mano. En la parte baja del Club House
existen unos apartados con mesas ocupadas por gente
rica que de ese modo no tienen qué levantarse de sus
asientos para comer y sobre todo para tomar mientras se
desarrolla el espectáculo por lo que así satisfacen al mis-
mo tiempo a Baco y a Birján, sin que ninguno de ellos se
sienta menospreciado.
En el segundo piso, todo alfombrado y muy elegante,
destaca a un lado una enorme barra en la que los toma-
dores ambulantes se apiñan en busca de un aperitivo y en
el lado opuesto las ventanillas para las apuestas. Al fon-
do, una enorme pantalla luminosa tiene al tanto a los
apostadores del estado de las especulaciones. Suena el
timbre y de inmediato en las ventanillas aparece el rótulo
de closed. La carrera va a comenzar.
Salen los caballos y comienza el locutor a describir en
inglés todos los pormenores de la carrera. Se escuchan un
murmullo y los gritos desaforados de los apostadores. En
un santiamén la carrera ha terminado. Inmediatamente
49
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

una gigantesca pizarra luminosa marca el resultado de la


carrera para que los pocos afortunados puedan ir a co-
brar, mientras la mayoría rompe sus boletos y los tiran en
el suelo.
Como ya lo dije anteriormente, el Hipódromo, el
Frontón y la Avenida Revolución son las tres cajas en las
que Tijuana colecta el dinero para su subsistencia. Fuera
de estos tres sitios, que no necesitarían estar juntos en la
misma ciudad para singularizarla, pues cada uno se basta
por sí mismo para imprimirle un carácter muy especial a
esta urbe fronteriza, ésta ofrece el aspecto de lo que es:
una ciudad en pleno desarrollo económico, una urbe cu-
yo ascenso meteórico la está conduciendo rápidamente
hacia una condición insospechada. Una urbe que cada
vez que el astro rey se oculta en occidente ya ha crecido
con relación al momento en que el propio astro despuntó
el día.
Y aunque ahora se puede decir que faltan muchas ca-
lles por pavimentar, cuando esto suceda va a ser una ciu-
dad de primer orden, pues está muy bien trazada, con
servicio de drenaje y con calles muy amplias y rectas.
Con lo nueva que es, Tijuana ha tenido un desarrollo tal,
que podemos decir que se ha desbordado. En efecto, ha
invadido todos los cerros circunvecinos, lo que le hace
ofrecer un aspecto muy pintoresco con las casitas ubica-
das en lo alto de ellos.
En la Colonia Altamira, ubicada en lo alto de un ce-
rro, se encuentra la Escuela Álvaro Obregón, soberbio
edificio que es un verdadero modelo en su género y des-
de cuya terraza se divisa una preciosa vista panorámica
de la ciudad. Por las noches, desde la Altamira, se obser-
va la ciudad muy bien iluminada, que se antoja como si
50
Contrastes

fuera una gigantesca amiba luminosa cuyo cuerpo estu-


viera formado por el centro de la ciudad y sus seudópo-
dos por cada una de sus dilatadas colonias. A lo lejos,
como ascua de oro, la miríada de luces que indica la cer-
canía de la ciudad de San Diego.
Debajo del cerro de Altamira existe un alambrado
que marca la división entre nuestro país y los Estados
Unidos, alambrado que ha servido para bautizar a quie-
nes noche a noche lo escalan para ir a el otro lado sin pa-
saporte para trabajar en labores agrícolas.
Camiones repletos de alambristas4 traen las autorida-
des norteamericanas a la frontera para reintegrar a los
fallidos braceros al suelo patrio. Pero por la noche, bur-
lando la vigilancia a la que están sometidos y exponién-
dose a todos los peligros inherentes, vuelven los alam-
bristas a brincar el cerco para internarse de nuevo en te-
rritorio americano.
En las calles de Tijuana se ve mucho movimiento. La
población flotante de la ciudad es de unas 10,000 perso-
nas que conservan llenos los 92 hoteles y hoteluchos de la
ciudad. Entre esta gente que deambula por las calles se
divisan algunos que por su indumentaria acusan su pro-
cedencia del sur de nuestro país, que sólo esperan que las
sombras de la noche les permitan volverse alambristas.
Algunos logran quedarse ofreciendo su trabajo casi rega-
lado a cambio de la complicidad del patrón; otros, la ma-
yoría, son devueltos a la tierra que los vio nacer y que de
un modo tan obcecado se empeñan en abandonar. Se
calcula que mensualmente las autoridades americanas
4
Alambristas era el nombre que se le daba en esa época a quienes
brincaban el cerco fronterizo para internarse ilegalmente a los Estados
Unidos.
51
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

reintegran a nuestro país, solo por Tijuana, ¡un promedio


de 26,000 alambristas!
Tijuana, en pleno auge económico, crece día a día. Se
puede decir que sus habitantes la ven crecer diariamente.
Una fiebre de construcciones indica claramente el auge
de la población. Constantemente se ven surgir nuevos
edificios comerciales y modernas zonas residenciales.
Existen en algunas de éstas verdaderos palacetes con
todo el confort moderno, inclusive aparatos de televisión
tan numerosos, que hay lugares en donde sus erizadas
antenas se encuentran una junto a otra como las veletas
en nuestra blanca ciudad.
El comercio tiene bastante movimiento. Grandes apa-
radores exhiben las más variadas mercancías procedentes
de la Unión Americana: calentadores, estufas, refrigera-
dores, televisores, recámaras, etc.
Escuelas, casi todas modernas y grandes, se encuen-
tran por varios rumbos de la ciudad; pero como sucede
en todas partes de la República, resultan siempre insufi-
cientes para dar cabida a todos los niños en edad escolar.
Por todos lados se encuentran gasolineras Richfield,
Chevron, Texaco y otras que venden gasolina americana a
los vehículos que invaden la ciudad. Tiene Tijuana un
aceptable servicio de camiones a todos los rincones de la
ciudad y numerosos taxis. Hay dos buenos hospitales
privados: el Sanatorio Aubanel y el Sanatorio Balcázar y,
con grandes rótulos, numerosos consultorios médicos,
muchos de ellos a cargo de médicos militares.
A parte de la carretera 101, que da acceso a cualquier
lugar de los Estados Unidos, aquí estamos comunicados
con Mexicali, capital del Territorio, por una accidentada
carretera, aunque sólo utilizada por los que carecen de
52
Contrastes

pasaporte, pues los que poseen éste prefieren ir por el


lado americano. La misma carretera que nos lleva a Me-
xicali pasa por la Presa Rodríguez que constituye por sí
sola un atractivo suficiente para visitar el camino que
vengo describiendo, que nos conduce igualmente a Teca-
te, pequeño poblado industrial cuya vida depende en
gran parte de la cervecería que lleva su nombre.
Existe así mismo una peligrosa carretera que conduce
a Ensenada, cuya hermosa bahía, digna de verse, absorbe
gran cantidad de turistas que entran a nuestra Patria por
Tijuana. En Ensenada se encuentra el hotel Riviera del
Pacífico, cuyas características de acabado, lujo, dimensio-
nes y detalles lo colocan entre los primeros de nuestro
país. Al mirar este soberbio hotel uno piensa sin quererlo,
que no es el hotel el que está enclavado en el centro de
Ensenada, sino que la ciudad se ha desarrollado alrede-
dor del hotel.
Tijuana está así mismo comunicada con Mexicali por
medio de un ferrocarril cuya vía férrea está totalmente
tendida sobre el lado americano y que sólo acepta servi-
cios de carga. Dos compañías, Mexicana de Aviación y
Aerovías Reforma, tienen a su cargo la comunicación
aérea con la capital de la República. El número de vuelos
y el hecho de que los aviones siempre viajen repletos in-
dican el gran movimiento de pasajeros que diariamente
llegan o salen de Tijuana.
Solamente me falta mencionar el Centro Escolar Agua
Caliente, creado en virtud de una acertadísima disposi-
ción del entonces presidente General Lázaro Cárdenas en
el sitio en donde se encontraba el mundialmente casino
del mismo nombre. Sobre el Boulevard Agua Caliente se
ve una alta torre, la Torre de Agua Caliente, perforada,
53
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

en su parte inferior por un túnel a través del cual pasan


los automóviles que se dirigen al hipódromo. En la parte
superior de la torre está un potente reflector que servía
para señalar la ubicación del casino.
Muy cerca de ahí, inaugurado hace poco por el pro-
pio Presidente de la República, se levanta el Hospital
Civil Miguel Alemán que, aunque nuevo, adolece de mu-
chas carencias y que no fue construido pensando en una
ciudad en explosivo desarrollo como Tijuana. En frente
se encuentra el antiguo hospital convertido hoy en el
Club Deportivo Campestre con un extenso campo de golf
de 18 hoyos. También sobre el Boulevard se levanta la
plaza de toros el Toreo de Tijuana, construida de madera,
con un aforo de 10,000 personas. Muy cerca de ahí hay un
antiguo campo de aviación utilizado en la actualidad
para vuelos experimentales que antaño servía para que
descendieran las avionetas particulares que traían a los
potentados que venían a visitar el complejo turístico de
Agua Caliente.
Aledaña a la Torre de Agua Caliente se encuentra la
entrada a una estrecha calzada que conduce al Centro
Escolar Agua Caliente, que ocupa las instalaciones de lo
que antes fue el balneario más famoso de la época al que
acudían a curarse el aburrimiento los multimillonarios.
Lo que antes simbolizaba el refinamiento más perfec-
to en el arte de degradar al prójimo, es un sitio en el que
ahora se trabaja, se estudia y se vive tranquila y sosega-
damente. Las callejuelas entrecruzadas en un verdadero
laberinto, tal vez así diseñadas para que sus mismas si-
nuosidades contrarrestaran en algo los pasos tambalean-
tes de los beodos que tantas veces vieron horrorizados
cómo habían perdido su fortuna en la ruleta, ven ahora el
54
Contrastes

retozar alegre de los de los hijos de los maestros que hoy


habitan gratuitamente los antes lujosos bungalows en las
que los millonarios venían a pasar semanas enteras en-
tregados a todas las concupiscencias.
Elevándose hacia el cielo, todavía se conserva y se
puede ver desde lejos una esbelta columna de tipo árabe
llamada El Minarete y, me informan también, que se con-
serva intacto lo que fue el corazón del casino: El Salón de
Oro, con enormes lámparas y una decoración con lujo
oriental sin paralelo, aunque este último no he tenido la
oportunidad de conocerlo.
Como se ve, Tijuana es una ciudad con perfiles singu-
lares. Ha tenido un desarrollo extraordinario y, si las ac-
tividades tijuanenses siguen creciendo al mismo ritmo
acelerado, en diez años va a ser una de las principales
ciudades de la República. Creo firmemente que una ciu-
dad que en dos lustros ha decuplicado su población. Que
una ciudad que de El Rancho de la Tía Juana, que ni si-
quiera figuraba en el mapa, se ha convertido de un modo
tan rápido en lo que ahora es, tiene derecho a llegar a ser
una urbe que por su ubicación privilegiada, su clima ma-
ravilloso, su acertado trazo y su ritmo acelerado de vida,
se ha de convertir en una de las principales ciudades de
nuestra Patria.
Tijuana, la ciudad con perfiles singulares que en
pleno embrión ha logrado alcanzar el desarrollo que hoy
tiene, es una ciudad a la que no hay qué perder de vista.

55
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

56
Contrastes

Cruzando la Línea:
El Otro Lado
22 de marzo de 1951

Indudablemente, el atractivo mayor que ofrece la vi-


da de Tijuana para nosotros los habitantes de esta lejana
urbe, es la cercanía de la muy moderna y preciosa ciudad
de San Diego, California, y las grandes facilidades que
tenemos para cruzar la línea fronteriza; pues si es bien es
cierto los norteamericanos no necesitan pasaporte ni
permiso alguno para entrar en Tijuana, y a nosotros si se
nos exige un pasaporte especial para poder pasar al otro
lado, éste, en mi concepto, no es más que un trámite muy
fácil de llenar, pues hasta ahora no he conocido a ningu-
na persona que no tenga el mencionado pasaporte que se
otorga gratuitamente a cuanto residente de Tijuana lo
solicite, siempre y cuando reúna los requisitos que para
estos casos exigen las leyes respectivas, como honestidad,
buenos antecedentes, etc. Además, los automóviles parti-
culares tienen permisos para cruzar la línea, de modo que
mientras los turistas norteamericanos nos invaden para
divertirse en Rosarito, Agua Caliente, la Avenida Revo-
lución, etc., nosotros podemos internarnos en el territorio
americano a admirar las bellezas que encierra el en tantos
conceptos interesante Estado de California.
Pero esta facilidad para trasladarse a Estados Unidos
a la hora que sea y cuantas veces a uno se le antoje, es un
57
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

arma de dos filos para la ciudad; pues si bien nos brinda


la oportunidad de conocer los progresos que han coloca-
do a nuestra vecina nación a la vanguardia de todos los
países del Universo, proporciona igualmente los medios
para que los miles de dólares que los turistas dejan en
nuestras tres grandes cajas colectoras, regresen ipso facto
a su lugar de origen, pues casi toda la gente de Tijuana
tiene la costumbre de ir a efectuar sus compras en las
casas comerciales de nuestra vecina ciudad.
Trajes, sombreros, zapatos, abrigos, relojes, leche,
sorbetes, dulces, chucherías insignificantes, todo va la
gente a comprarlo a el otro lado, sin importarles que en
los establecimientos locales pueda encontrarse la misma
mercancía al mismo precio y a veces hasta más barata.
En la época de Nochebuena, llama la atención el ver
como regresa la gente que ha ido a San Diego exclusiva-
mente a comprar regalos, aunque los establecimientos de
aquí tengan atiborrados sus aparadores y vitrinas.
Es una absorción total la que ejerce San Diego sobre
Tijuana. Ya está demasiado dentro de la mente de todas
las personas que lo de el otro lado siempre es mejor. Pero
soslayando por el momento todas estas consideraciones
en las que me ocuparé después, pongámonos los anteojos
de turista y entremos de una vez a el otro lado.
La primera vez que cruza uno la línea fronteriza, se
experimenta una agradable sensación al desembocar
bruscamente en la carretera 101, que bordeando toda la
costa occidental de los Estados Unidos, se dirige hasta
Alaska después de atravesar Canadá. La porción de la
carretera 101 que llega hasta la línea fronteriza de nuestra
Patria es amplísima, de una amplitud que permite que el
tránsito sea siempre cómodo y seguro a pesar de la gran
58
Contrastes

cantidad de vehículos que constantemente pasan por ella.


Como todas las carreteras norteamericanas, tiene una
construcción magnifica y numerosas señales que facilitan
al guiador conducir su automóvil hacia el sitio que desee.
A poco menos de un kilómetro de la línea, la carretera
se bifurca y disminuye en amplitud. Tomando hacía la
derecha llegamos pronto a National City, que es toda un
preciosidad por la austera belleza de sus casas, su pulcri-
tud esmerada, el exquisito gusto de sus adornos y deco-
raciones y la casi cronométrica organización de su tránsi-
to. Las tiendas, todas muy grandes y muy bien surtidas,
tienen su mercancía perfectamente clasificada, lo que
permite que cada quien se sirva solo y luego pase a la
caja registradora en donde el único empleado cobra el
importe de la compra. Cada tienda es un mercado en el
que se encuentra de todo y cada mercado es un alarde de
organización, buen gusto, pulcritud y belleza.
Son la organización del tránsito y la sorprendente
limpieza de los mercados lo que más ha llamado mi aten-
ción, quizás a causa de que ahí en nuestra ex blanca ciu-
dad de Mérida estamos ayunos de ambas cosas. No creo
oportuno hacer hincapié en lo que al tránsito se refiere,
ya que sobre este tema me extendí bastante anteriormen-
te. Ahora bien; por lo que respecta a los mercados, no
puedo resistir la tentación de compararlos con los de Mé-
rida, aunque el balance nos sea a todas luces adverso:
está tan bien dispuesto, tan bien cuidado y tan limpio;
está la gente tan bien educada, que aquí no encontramos
ni colillas de cigarros, ni papeles, ni cáscaras en el suelo;
todos depositan los desperdicios en botes colocados en
sitios a propósito y al ver esto, nosotros que tenemos in-
crustada en la mente la idea de nuestros mercados tal
59
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

como son ahí, pensamos, sin quererlo, en que los de aquí


estarán muy bonitos, muy limpios y muy todo lo que se
quiera, pero que no tienen aspecto de mercados, Por
momentos hasta se siente uno incómodo en ellos, con la
misma paradójica incomodidad de quien, estando acos-
tumbrado de sentarse sobre una tosca piedra a tomar su
jícara de pozole, se ve de pronto en el cuarto de un lujoso
hotel ante un exótico desayuno servido en vajilla de pla-
ta.
Las residencias son todas de un aspecto que encanta,
con jardines muy bien cuidados alrededor y con todo el
confort que este siglo puede ofrecer. Hay algunas, sin
embargo que se salen de los límites de lo imaginable y
hay que verlas para poder comprender hasta donde llega
el cuidado y la dedicación que sus moradores han puesto
en ellas para conservarlas con una belleza tan singular.
Situadas en alto, semejan gigantescos pasteles de cum-
pleaños, pues circundando a la casa propiamente dicha
se hallan preciosos jardines con hileras multicolores simé-
tricamente colocadas y constituidas por la más bellas
sugestivas flores. La casa, por lo general de estilo español
con su arquitectura muy irregular, lo que le imprime ma-
yor atractivo, termina casi siempre en una chimenea de
ladrillos y remata más arriba con la imprescindible ante-
na de televisión. Estas son tan numerosas, que semejan
en conjunto un extenso campo otoñal, después de que la
caída de las hojas ha dejado escuetas las ramas de los
árboles. Así están las antenas de televisión: como largas y
puntiagudas espinas que se dirigen en todas direcciones,
podría decirse que para captar todos los detalles posibles
y trasladarlos a la pantalla que en el interior de los hoga-
res constituye el centro de las miradas de chicos y gran-
60
Contrastes

des, quienes pueden así gozar plenamente de esta ultra-


moderna maravilla del siglo XX.
National City se encuentra en las goteras de San Die-
go, pues al morir la calle principal de esta ciudad, se ve
un letrero que indica que el límite del puerto de San Die-
go ha comenzado.
Al llegar a este nivel, se miran a un lado del camino
numerosas lanchas de guerra que se utilizaron durante la
contienda pasada y que ahora están en tierra, en unos
terrenos sólo separados de la carretera por un alambrado.
Siguiendo el camino, llama la atención un extenso sitio de
estacionamiento en donde incontables automóviles se
apretujan de un modo casi inverosímil: son los coches de
los obreros que trabajan con ritmo febril en una fábrica
de aviones situada en las proximidades de la bahía, en la
que se encuentran tantos barcos de guerra que es inútil
intentar hacer un cálculo del número de ellos: cruceros,
destructores, trasportes, submarinos y portaviones. Toda
una variada gama de unidades de la Armada Norteame-
ricana se encuentran materialmente amontonados en la
complicada bahía sandieguina, como se encuentran los
barcos de juguete en los aparadores de las jugueterías en
la época de navidad.
San Diego, como todas las poblaciones de los Estados
Unidos, ha tenido siempre un desarrollo ascendente; pe-
ro de diez años a esta parte dicho desarrollo ha sido fan-
tástico y hoy por hoy, sin hipérbole, puede considerarse
como una de las ciudades más importantes de la Unión
Americana, ya que en ella se encuentra nada menos que
la primera base naval del Pacifico.
Y ahora que en el Lejano Oriente los Estados Unidos
pulsan uno de los problemas más serios de su historia, la
61
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

base naval de San Diego, juega un papel de capital im-


portancia en el futuro de nuestro hemisferio, lo que in-
dudablemente ha contribuido al progreso inusitado de
nuestra vecina ciudad.
Tijuana situada a 20 minutos de la urbe sandieguina,
disfruta por este solo hecho de grandes facilidades para
que nosotros sus habitantes podamos admirar todo lo
que de bello, interesante e instructivo hay en ella.

62
Contrastes

El Parque Balboa
2 al 7 de abril de 1951

La Oficina Nacional de Turismo de los Estados


Unidos, en la propaganda que hace de la ciudad de San
Diego, dice de este modo: “Visite usted San Diego, la
ciudad que tiene por corazón a un parque”. En efecto, en
el corazón de nuestro vecino puerto se encuentra situado
el Parque Balboa, que es, a no dudarlo, uno de los sitios
más importantes que tenemos a nuestro alcance los habi-
tantes de Tijuana.
Llamado así en honor al navegante español Vasco
Núñez de Balboa, este parque es muy extenso e intere-
sante para poder describirlo en un solo artículo. Pienso,
por tanto, seguir un plan consistente en describir una por
una sus diversas dependencias, para que el lector, cono-
ciendo ya las partes aisladas, pueda comprender mejor la
mirada de conjunto con que terminaré mis descripciones.
De todas las secciones con que cuenta el Parque
Balboa, la más visitada es indudablemente el Zoológico, a
causa de que, por su extensión, organización y variedad
de animales que ahí se exhiben, es uno de los primeros de
los Estados Unidos.
Fundada en octubre de 1916, la Sociedad Zoológica
de San Diego, a cuyo cargo se encuentra la administra-
ción del Zoológico, tropezó con numerosas dificultades
inicialmente; pero el dinamismo y las miras altruistas del

63
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Dr. Harry M. Wegeforth hicieron que la idea cristalizara


felizmente; pues después de que en jaulas provisionales
situadas en distintos sitios tuvieron las primeras especies
que sirvieron de base, en 1922 consiguieron los amplios
terrenos en los que desde entonces se encuentra situado
al Zoológico.
El acondicionamiento del terreno cuya extensión es
de más de ochenta manzanas y que como veremos más
tarde es muy irregular, así como la obtención de las nu-
merosas especies que hoy pueden admirarse en el Zooló-
gico, pintan de cuerpo entero la férrea voluntad del Dr.
Wegeforth, quien consagró el resto de su vida al que se-
gún él era el más caro de sus anhelos: la creación de un
parque zoológico para los niños de San Diego.
Organizó fiestas e hizo colectas, cuyos productos uti-
lizó íntegramente para la empresa que se había propues-
to llevar al cabo y, como halló eco en los distintos secto-
res de la sociedad, pronto le llovieron aportaciones parti-
culares que hicieron más grata y más fácil su tarea. Como
testimonio de lo anterior, se puede ver en cada jaula una
placa de bronce con una inscripción que dice “Un regalo
para los niños de San Diego” y abajo el nombre de la per-
sona o institución donadora.
Ocupando toda la porción norte del Balboa, el Zooló-
gico está situado en un terreno cuya enorme extensión y
gran irregularidad ya mencioné, condición esta última
que contribuye en grado sumo a imprimirle un aspecto
muy pintoresco. Tiene dos entradas: la principal y una
accesoria situada junto al restaurante del propio Zoológi-
co, que es muy amplio y cuenta con todos los servicios
necesarios.

64
Contrastes

El terreno ocupado por el Zoológico consta de cuatro


extensiones llamadas mesas separadas entre sí por tres
calzadas a las que llaman cañones. Una serie de vericue-
tos entrelazan entre sí a los cañones, lo que hace que el
conjunto se vuelva un verdadero laberinto, pero en el que
se orienta uno rápidamente debido a los letreros que se
encuentran por todos lados y que algunas veces están
escritos en español.
Cada bifurcación de las calzadas tiene un conjunto de
flechas indicando la situación de las jaulas de los distin-
tos animales, de modo que según que alguien quiera ver
a los elefantes o a los leones, por ejemplo, sigue tal o cual
flecha.
Es tan extenso el Zoológico, que posee un servicio de
camiones propio que cada cierto tiempo recorre las de-
pendencias del mismo, mientras el chofer, que es un ex-
perto guía al mismo tiempo, va dando por medio de un
magnavoz las explicaciones necesarias con relación a los
animales y deteniéndose ante ellos un rato más o menos
largo según la importancia que los comentarios del pú-
blico se concedan a tal o cual especie.
Todo está perfectamente bien dispuesto y los anima-
les están situados en lugares a propósito según la región
del mundo de donde proceden y según sus costumbres y
el peligro que puedan ofrecer. Empleados adiestrados los
cuidan y conservan sus jaulas siempre limpias. Los ani-
males lucen fuertes y gordos, pues están tan bien alimen-
tados, que en el menú de algunos de ellos figuran habi-
tualmente las jugosas manzanas de California, que noso-
tros no podemos ver en nuestra mesa más que durante la
obligada cena de Navidad, y eso a gran costo.

65
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

En el interior del propio Zoológico existe un hospital


que sirve para el tratamiento de cualquier afección que
pueda sufrir alguna de las especies cautivas, hospital que
cuenta con los servicios veterinarios más modernos y
eficientes.
En la mesa A se encuentran los reptiles. Comienza es-
ta mesa con un edificio rectangular con cuatro espaciosos
corredores en medio de los cuales se halla una serie de
jaulas cuya pared anterior es de vidrio, y que sirven para
la exhibición de las serpientes que, desde la gigantesca
boa hasta la diminuta coralillo, pasando por la cascabel y
la cobra de la India, ocupan las distintas jaulas ya men-
cionadas. Ante una de estas jaulas me detuve largo rato a
cavilar: estaba frente a una cuatro narices, a unos centí-
metros de ella, y al verla mi pensamiento voló a nuestros
montes; abstraído de todo lo que en ese momento me
rodeaba, me sentí de pronto en los hatos chicleros de
nuestra península de Yucatán, en donde tantos trabajado-
res mueren año a año víctimas de la mordedura de estas
víboras.
A la izquierda, al aire libre y sólo encerradas por rejas
de acero, las más variadas especies de tortugas, los coco-
drilos y los lagartos.
Pasando a la mesa B lo primero que llama la atención
es el ruido ensordecedor que hacen los loros, guacama-
yas, cacatúas, etc., que en una enorme jaula como de diez
metros de altura, revolotean de un lado para otro lla-
mando la atención de chicos y grandes. En frente de esta
jaula, hay un estanque en el que nadan numerosos patos
de todos tamaños, especies y colores y alrededor, pavos
reales, pingüinos, gallinolas, etc., etc.

66
Contrastes

Un poco más adelante viene la zona que siempre tie-


ne más público, pues aquí, como en todos los Zoológicos
del mundo, son los monos los que más atraen la atención.
Esta es una de las secciones más completas de todas, pues
en ella encontramos: gorilas, chimpancés, orangutanes,
gibones, macacos, monos plateados, etc. Cada especie
ocupa jaula aparte y cada una adquiere actitudes diferen-
tes, desde la casi humana del gorila y la contemplativa
del chimpancé, hasta la inquietud constante de los oran-
gutanes y de los gibones que hacen maromas incesante-
mente recorriendo en fracciones de segundo toda la ex-
tensión de su jaula, yendo de un lado para otro de un
modo ininterrumpido, y que en ocasiones hasta reciben
cerradas ovaciones de la concurrencia cuando hacen al-
guna graciosa machincuepa o dan un salto mortal.
Al fondo de la mesa B están dispuestas en forma de
herradura una serie de jaulas pequeñas para los pájaros.
Son tan numerosas estas jaulas y tan variadas las especies
que en ellas se encuentran, que sería interminable y fasti-
dioso intentar dar una relación de las mismas. Sin em-
bargo, mencionaré al tapacamino, al pájaro pujuy al que
Guty Cárdenas le canta en su Caminante del Mayab,
pues no deja de ser curioso que según el lugar de la Tie-
rra en donde el pájaro se encuentre, la gente le adjudique
distinto significado al sonido que emite el mismo, tratan-
do de encontrar a la fuerza una onomatopeya. Y así como
nuestros ancestros los mayas oían que decía pujuy, aquí
en Estados Unidos el mismo sonido es interpretado como
how are you, que quiere decir “cómo está usted”. En efec-
to, el guía lo anuncia como el pájaro que habla.
Desde la mesa B, la mesa C se mira en un precipicio;
para descender a esta última existen dos largas escaleras
67
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

dispuestas en forma de paréntesis, entre las cuales está


colocada una jaula muy grande, semejante a la que aloja a
los loros, que sirve para exhibir a las aves de rapiña. Ca-
da una de estas escaleras tiene más de cien escalones, lo
que da una idea de la altitud de la mesa B con relación a
la C. Aquí encontramos a las jirafas, los hipopótamos, los
elefantes, especies enormes que atraen mucho público
constantemente.
Más hacia el fondo, en la mesa D, podemos ver: ce-
bras, bisontes, alces, una hermosa pareja de venados con
su cría y otros muchos que no menciono para no cansar
más la atención.
Los cañones son también muy importantes. A cada
lado de ellos encontramos distintas especies; en el cañón
E podemos ver una gran variedad de patos, garzas, fla-
mencos, alcatraces, cisnes blancos, preciosos cisnes ne-
gros, faisanes, avestruces y otras aves más, procedentes
de los cinco continentes del globo. En ese momento un
hermoso pavorreal extendió el multicolor abanico de su
cola, lo que junto con el avestruz que en ese momento se
acercaba, me hizo recordar los años de mi infancia cuan-
do visitaba el Parque del Centenario de Mérida, que en
esa época poseía esta última interesante especie. Y luego,
volando la imaginación, reuní en mi mente al faisán con
el venado y vi que en aquel ajeno rincón tan alejado de
Yucatán, se encontraba el símbolo de mi tierra, el símbolo
de esa inmensa roca en la que nuestros antepasados for-
jaron la cultura prehispánica más notable de toda la
América: La Tierra del Faisán y del Venado.
El cañón F nos permite observar unas cuevas artificia-
les diseñadas en forma de hemiciclos que están separadas
del propio cañón por unos fosos de dimensiones que no
68
Contrastes

permiten a las fieras salir de su cautiverio y que de este


modo proporciona comodidad a los animales y seguri-
dad a los visitantes. En una de estas cuevas vemos a una
arrogante pareja de leones que a ratos lucen como resig-
nados a su obligada prisión; pero por momentos el león,
acordándose de que por algo es el rey de la selva, emite
potentes rugidos que atraen la atención de la concurren-
cia. Al lado, en otra cueva igual, el precioso y fiero tigre
de Bengala midiendo la estancia con pasos ágiles y ner-
viosos y viendo como de reojo a la gente que lo observa.
Más allá, en una enorme alberca situada profunda-
mente y uno de cuyos bordes termina en una rampa,
numerosísimas focas hembras y un solo macho; pues
según nos dice el guía, estos animales no permiten la pre-
sencia de otro de su mismo sexo en la jaula, porque enta-
blan una lucha a muerte entre sí. Dando unos gritos es-
tridentes que se pueden escuchar en todos los confines
del parque, el macho persigue por todos lados a las azo-
radas focas que unas veces nadan desesperadamente pa-
ra quedar fuera del alcance de su implacable persegui-
dor, y otras, siempre tratando de eludir los efusivos piro-
pos de tan celoso pretendiente, dan enormes saltos hacia
los bordes de la alberca en donde se arrastran conto-
neando graciosamente su resbaloso cuerpo ayudado con
sus pequeñas aletas.
Siempre sobre el cañón F una variedad completa de
osos: oso blanco, oso pardo, oso negro, todos muy fuertes
y hermosos y casi siempre sentados de frente al público
con el objeto de recibir los dulces que la gente les arroja.
El cañón G, por último, nos permite admirar a los
leopardos, las panteras, los jaguares, los canguros, los

69
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

zorros, los dromedarios, los camellos y una lista intermi-


nable que no intento ni esbozar.
En distintos lugares del Zoológico hay grandes kios-
cos con golosinas y refrescos; en otros lados servicios
sanitarios gratuitos para los visitantes; más allá algunas
casitas rusticas que sirven para que los que deseen llevar
desde su casa su comida, puedan situarse en ellas libre-
mente a tomar sus alimentos. Todas estas comodidades,
unidas al atractivo innegable de las numerosas y variadas
especies de la escala zoológica que ahí se encuentran,
explican el crecido número de visitantes que acuden dia-
riamente a esta sección del Parque Balboa; pero si es cier-
to que día a día el Zoológico recibe la visita de numerosí-
simas personas, los domingos aquello adquiere los carac-
teres de una verdadera romería.
Ya repetidas veces he dicho que nosotros estamos a
un paso de San Diego, lo que ha permitido que la obra
del Dr. Wegeforth no se haya limitado a ser un parque
zoológico para los niños de San Diego, como él pensaba,
sino también un parque zoológico para los niños de
Tijuana.
En el costado sur del Zoológico se encuentra otra de
las dependencias del Balboa que por sí sola es capaz de
atraer diariamente un enjambre de visitantes; se trata del
Museo de Historia Natural.
Rodeado de preciosos jardines que de un modo cons-
tante lucen como recién inaugurados, el edificio del Mu-
seo se levanta majestuoso y gallardo como si supiera que
es dueño de una belleza indiscutible y que en su interior
aloja multitud de cosas verdaderamente interesantes.
En cada una de sus dos alas tiene numerosos diora-
mas graciosamente decorados y que por este motivo im-
70
Contrastes

presionan favorablemente al visitante desde un principio.


En su porción central, una amplia y cómoda escalera
conduce a lo que constituye la sala principal del Museo.
Esta sala es lo suficientemente espaciosa como para alojar
a las incontables vitrinas y aparadores en los que se exhi-
ben infinidad de animales disecados con tal perfección,
que pregonan a los cuatro puntos cardinales el arte y los
conocimientos de los taxidermistas que tuvieron a su
cargo esta obra.
Es imposible tratar de hacer una relación de las cosas
que aquí se pueden admirar: muy a la entrada y como
dando los buenos días, cuatro enormes ciervos canadien-
ses con su complicada cornamenta en un aparador hecho
todo de vidrio, lo que permite observar las distintas acti-
tudes de cada uno de los mencionados animales. En otras
vitrinas más pequeñas, jaguares, lobos, topos, conejos,
ratas de todas clases, etc. Con relación a esto, quiero ha-
cer notar que las especies disecadas están colocadas en
dioramas que semejan a los lugares en donde residen
habitualmente las mismas cuando están vivas y en liber-
tad. Por ejemplo, puede verse a los topos en sus vivien-
das subterráneas, a los conejos saltando alegremente so-
bre el césped, a las ratas devorando desperdicios en el
fondo de unas cajas destruidas y así sucesivamente. Exis-
ten más allá una serie de aparadores en los que se exhi-
ben todas las aves de la región del Salton Sea: patos, pelí-
canos, gansos y toda una variedad completa de plumífe-
ros colocados en dioramas inteligentemente decorados,
de modo que dan la impresión de estar vivos en su lugar
de origen. Además, y esto es muy importante por las en-
señanzas que encierra, puede verse a cada especie en las
distintas épocas de su vida, desde el huevo hasta el ani-
71
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

mal adulto, pasando por todas sus diversas etapas. Los


aparadores tienen un sistema de iluminación automático,
pues si habitualmente están en la penumbra, lo que no
permite ver con detalle el interior de los mismos, en el
momento en que uno se acerca a ellos y se apoya en los
barandales ad hoc, el interior de los mencionados apara-
dores se ilumina.
En otros lados vemos erizos y estrellas de mar de to-
dos tamaños y colores, arañas, avispas, abejas, alacranes,
langostas, grillos, etc. Existe en una vitrina aparte un gri-
llo mecánico que funciona mediante la presión de un
botoncito que sirve para demostrar objetivamente que el
grillo hace su peculiar ruido con las alas y no con las pa-
tas traseras como cree la generalidad de las personas.
En el Museo del Hombre tiene el parque también en
exhibición una serie de maquetas cuya construcción pue-
de catalogarse de perfecta con las obras más notables que
pudo hacer el hombre de la antigüedad. Aquí sentí de
nuevo una gran satisfacción al mismo tiempo que la nos-
talgia se apoderaba de mi, pues entre todas las maquetas,
y ocupando lugar preponderante, figura una preciosa
reproducción en miniatura de nuestras ruinas mayas de
Chichen Itzá y Uxmal.
El Castillo, el Caracol, el Juego de Pelota, el Palacio
del Adivino, todos nuestros portentosos monumentos
arqueológicos están fielmente reproducidos aquí en el
Museo del Hombre. Yo me fui mezclando paulatinamen-
te con la gente que admiraba estas maquetas y por mo-
mentos hasta me sentía orgulloso y con ganas de que los
demás visitantes supieran que junto a ellos estaba un
descendiente de los preclaros arquitectos de esas joyas

72
Contrastes

arqueológicas que hoy y siempre causarán la admiración


de todo el mundo civilizado.
Pero haciendo a un lado todas estas consideraciones
sentimentales, el Museo del Hombre ofrece a la vista de
todos los que tienen la fortuna de visitarlo, una serie de
enseñanzas de incalculable valor.
El Zoológico, el Museo de Historia Natural, el Museo
de Arte, el Museo del Hombre, estas cuatro dependencias
del Balboa, son cuatro poderosas razones para que el
interés por el parque aumente día a día.
Pero esto no es todo lo que de interesante ofrece a sus
numerosos visitantes el Balboa, pues su enorme exten-
sión da cupo a toda una serie de lugares que hacen que
en él todos los gustos queden satisfechos. En efecto, en-
contramos un hermoso Teatro al Aire Libre para la repre-
sentación de operetas y otros para conciertos de órgano;
un teatro para títeres en donde los niños pasan verdade-
ros momentos de sano esparcimiento; el Teatro Globo,
utilizado para la representación de comedias; un mo-
derno salón de baile en el que a veces se efectúan exposi-
ciones de modas y flores; salones para patinar, canchas
deportivas, restaurantes de todos tamaños y categorías
entre los que destacan unos tan lujosos, que sólo viéndo-
los se comprende que puedan existir recintos así; carruse-
les, un trenecito en miniatura cuyos coches dan cabida a
un par de personas y que hace la delicia de los niños y de
las personas adultas también. Este trenecito efectúa un
recorrido en el interior del parque siguiendo un trayecto
a lo largo del cual se encuentran señales luminosas y
cambios automáticos, exactamente como si se tratara de
un ferrocarril verdadero.

73
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

A la entrada al parque desde el centro de San Diego,


pasa por encima de la carretera Cabrillo5 un alto puente
que a causa de esta su última característica, ha sido utili-
zado numerosas veces para que los decepcionados se
corten el hilo de la existencia. Desde la parte más alta del
puente, los presuntos suicidas se lanzaban hacia la carre-
tera Cabrillo y encontraban segura muerte en el pavimen-
to, razón por la cual hoy todos conocen el mencionado
puente con el nombre de El Puente de los Suicidas. Con
relación a esto, vale la pena mencionar un curioso alegato
que sólo puede suceder en los Estados Unidos: en virtud
de que ya eran muchos los suicidios que ahí se habían
efectuado, se pensó en poner una especie de red que sir-
viera para frustrar los propósitos suicidas de tanto de-
cepcionado; pero hecho el presupuesto respectivo y en
virtud del alto costo de la obra, hubo quien alegó que no
debería hacerse semejante desembolso para una obra de
esa naturaleza, ya que los que tienen la firme idea de qui-
tarse la vida, encontrarían de todos modos la manera de
hacerlo, si no ahí, en otro sitio cualquiera. En virtud de
estos razonamientos se acordó no tender la red como
estaba proyectado; pero al publicarse esto último, los
choferes protestaron airadamente argumentando que si
bien estaban de acuerdo con que cada quien es libre de
matarse cuando le plazca, los suicidios en el puente en
cuestión los lesionaba a ellos, pues se había dado el caso
de que el cuerpo de un suicida cayera precisamente sobre
un automóvil que en ese momento pasaba sobre la carre-
tera Cabrillo, ocasionando con esto complicaciones y pe-
ligros a quien era totalmente ajeno a los motivos decep-

5 La Carretera Cabrillo hoy es la carretera número 163 en San Diego.


74
Contrastes

cionantes del suicida. En vista de lo anterior, se reconsi-


deró el acuerdo y se autorizó el gasto para tender la red,
que a pesar de todo no ha sido barrera infranqueable
para que El Puente de los Suicidas siga siendo escenario
propicio para la actuación de quienes voluntariamente
abandonan este mundo.
Y ya para poner punto final, diré que todo este varia-
do conjunto de edificios y de atracciones que acabo de
mencionar, se encuentra rodeado de preciosos jardines
que ofrecen un aspecto encantador. Por todos lados hay
bellísimas flores cuyos distintos matices proporcionan
una vista subyugadora. Todas las calzadas están igual-
mente bardeadas de flores y cobijadas bajo la fresca som-
bra de los esbeltos pinos gigantes de California. Y en esta
época de primavera, cuando florecen los numerosos ce-
rezos, los duraznos y los manzanos, los alrededores del
Balboa constituyen una verdadera feria de colorido por
los variados matices de sus flores, entre las que destacan
los numerosos nenúfares que en una amplia piscina flo-
tan perezosamente y de un modo tan lento, que tal pare-
ce que quieren quedarse extasiados a admirar también
ellos el paisaje.

75
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

76
Contrastes

Punta Loma
19 de abril de 1951

La entrada de la hermosa bahía de San Diego se en-


cuentra limitada en su porción occidental por un alto y
escarpado promontorio que avanza hacia el sur y que se
conoce con el nombre Punta Loma. Su situación estraté-
gica es privilegiada, ya que desde ahí se domina toda la
bahía de San Diego y su interés histórico radica en el he-
cho que aquí fue donde desembarcó por primera vez el
navegante lusitano Juan Rodríguez Cabrillo la tarde del
28 se septiembre de 1542, fecha que marca el día en que
por vez primera los europeos establecieron contacto con
esta parte del nuevo mundo que hoy constituye el Estado
de California. Se puede decir que por el panorama que
desde su cima se puede admirar, Punta Loma es induda-
blemente uno de los sitios más pintorescos e interesantes
de los alrededores de San Diego.
Tomando la carretera 101, y en medio de un verdade-
ro torrente de automóviles que tapizan materialmente la
amplia calzada en toda su extensión; torrente que de un
modo vertiginoso, pero perfectamente organizado, se
precipita en todos sentidos con precisión cronométrica,
77
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

llegamos pronto a lo que constituye la moderna zona


residencial de Punta Loma, en las que encontramos ver-
daderos palacetes de ensueño imposibles de describir.
Mientras por el lado derecho las residencias desfilan ante
la mirada perpleja del turista como si fuera un caleidos-
copio a través del cual se mirara una exposición de posta-
les multicolores, en el lado izquierdo se contempla una
serie interminable de arbolitos cortados de un modo ca-
prichoso que sirven de marco a los numerosos edificios
en los cuales se alojan los alumnos de la Escuela Naval.
Más adelante, muy cerca de lo que es el extremo de
Punta Loma, vemos en medio de formidables fortalezas
los equipos de radar que de un modo ininterrumpido
giran auscultando el firmamento.
Punta Loma tiene una situación estratégica de primer
orden y por este motivo el Gobierno Americano ha hecho
de ella una fortaleza tan extraordinaria que ha sido lla-
mada con justicia el Gibraltar de Norteamérica. La inte-
gridad de punta Loma garantiza la vida de la Gran Base
Naval de San Diego. A esto se debe el formidable sistema
de fortificaciones que ahí se han hecho, fortificaciones
que hacen del promontorio uno de los establecimientos
militares más importantes de Estados Unidos..
Un poco más adelante, en el lado izquierdo del ca-
mino, se encuentra el Cementerio de la Marina, que a
causa de la contienda que actualmente se libra en Corea,
ha sido ampliado considerablemente a últimas fechas.
Este cementerio posee una sencillez que por el momento
no me atrevo a comprender si encanta o desencanta; en el
no hay ningún monumento, ninguna lámpara, ninguna
imagen, ninguna cruz.

78
Contrastes

Ocupando un terreno irregular formado por numero-


sas lomas separadas entre sí por estrechas y retorcidas
calzadas, el cementerio se halla en la orilla de un precipi-
cio del que lo separa una barda de cemento por encima
de la cual puede verse, muy en el fondo, la entrada de la
bahía de San Diego.
Desde lejos, el cementerio se mira como una inmensa
alfombra de terciopelo verde con pequeños puntos blan-
cos colocados sobre ella en hileras simétricas. Ya dentro
de él, el terciopelo verde, de un color verde esmeralda, no
es más que el césped siempre fresco y bien cuidado; y los
puntitos blancos, unas pequeñas columnas de mármol
cada una de las cuales indica la situación de una tumba.
Todas son iguales, ninguna desentona: iguales en color,
en tamaño, y orientación. Todas tienen la forma de una
pequeña columna de vértice redondeado, como de medio
metro de alto; todas miran hacia el mar como si no qui-
sieran apartar la vista de la inmensidad de las aguas en
las que perdieron la vida los marinos a los que simboli-
zan. Aquí desaparecen las jerarquías que existieron en la
vida; aquí desaparecen los grados y condecoraciones;
aquí vuelven todos a valer exactamente lo mismo; solda-
dos, tenientes, capitanes, almirantes, todos están repre-
sentados del mismo modo: por una pequeña columna de
blanco mármol, en cuya cara anterior está grabado el
nombre y el grado correspondiente y que miran siempre
de un modo conmovedoramente simbólico, hacia el ele-
mento que los unió en la vida y que los condujo hacia la
muerte; el mar.
Abandonamos el Cementerio de la Marina y a los po-
cos minutos ya nos encontramos en la extremidad de
Punta Loma, en donde se ubica el Monumento Nacional
79
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

a Cabrillo. Aquí, en medio de un jardín situado en alto,


una pequeña terraza rústica perpetúa la memoria del
descubridor de California. La terraza es muy pequeña y
al mismo tiempo muy interesante: en su lado norte se
levanta una columna de piedra en cuya parte superior
tiene una representación en miniatura de la carabela San
Salvador, en la que Juan Rodríguez Cabrillo recorrió an-
tes que nadie la bahía que el bautizó con el nombre de
San Miguel, pero que posteriormente fue rebautizada por
Sebastián Vizcaíno con el nombre de Bahía de San Diego,
con el que se le ha conocido desde entonces.
En la parte anterior de la mencionada columna, una
placa de bronce ostenta la siguiente inscripción: “Aquí,
en el extremo de Punta Loma, la tarde del 28 de septiem-
bre de 1542, Juan Rodríguez Cabrillo, distinguido nave-
gante portugués al servicio de España, comandando la
carabela San Salvador desembarcó por primera vez y
descubrió lo que hoy es el Estado de California”.
En el lado sur de la terraza rústica, hay un monumen-
to que representa sobre una base de piedra, la figura cor-
pulenta y fornida de Cabrillo mirando siempre hacia la
bahía que descubrió. Por detrás de él se levanta una alta
columna, siempre de piedra, que remata en su parte su-
perior con una cruz. Esta estatua de Cabrillo fue obse-
quiada por Portugal al pueblo de California en 1940 y
traída a Punta Loma para ser colocada en el lugar en el
que hoy se encuentra.
A espaldas del monumento a Cabrillo se levanta el
antiguo faro español de Punta Loma. Construido un poco
después de la ocupación de California por los Estados
Unidos, este faro fue inaugurado el 15 de noviembre de
1855; pero en virtud de que sus cuidadores fueron siem-
80
Contrastes

pre personas de ascendencia española, se le conoce con el


nombre de El Viejo Faro Español. Ahora bien, en virtud
de que la misma altura de la montaña en cuya cima el
faro está colocado hacía que en las noches de mucha ne-
blina su luz no fuera distinguida por los navegantes, en
1891 se construyó uno nuevo en un sitio más adecuado,
con lo que automáticamente dejo de funcionar El Viejo
Faro Español
Sin embargo, esta no fue razón para que el Gobierno
lo abandonara, sino que por el contrario le ha dedicado
mucho su atención en virtud de que constituye una reli-
quia histórica de mucho valor, ya que fue el primer faro
construido en la costa occidental de los Estados Unidos
después de que este país nos despojó de más de la mitad
de nuestro territorio.
Se ve que la casa del guardafaro era muy sencilla y
humilde. Hoy sus habitaciones se hallan convertidas en
sitios en donde se exhiben curiosidades hechas con cara-
coles, conchas, etc., y en donde proporcionan a los visi-
tantes libretos con informes relacionados con El Viejo
Faro Español .
Una incómoda escalera de caracol conduce a la parte
superior del faro, desde donde la vista se recrea con un
panorama encantador. Yo tuve la fortuna de visitar Punta
Loma en un día extraordinariamente claro, lo que me
brindó la oportunidad de ver: por un lado, la entrada de
la bahía con numerosos barcos que van en todos sentidos;
un poco más allá, formando el límite oriental de la propia
entrada de la bahía, la Base Aérea de North Island, que
parece desde lo alto una inmensa explanada tapizada de
aviones de combate. Junto a North Island, se divisa per-
fectamente el conjunto de edificios de la risueña ciudad
81
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

de Coronado, entre los que destaca el hotel del mismo


nombre con sus colores blanco y rojo y su arquitectura
irregular.
North Island y Coronado se hallan situados en una
porción de terreno que es casi una isla, pues solamente
están unidos al continente por una estrecha faja de tierra.
Esta faja se desprende del ángulo sureste de Coronado y
avanza hacia el sur hasta muy cerca del límite de nuestra
línea fronteriza y separa a la Bahía de San Diego del
Océano Pacífico propiamente dicho.
North Island es una base aérea de primer orden y no
es más que una dependencia de la Gran Base Naval de
San Diego. Coronado es una pequeña ciudad encantado-
ra; más que esto, es una de las zonas residenciales de San
Diego cuyos atractivos ya mencioné en repetidas ocasio-
nes.
Coronado está a poco menos de un kilómetro del co-
razón de la ciudad de San Diego; pero dada su situación
especial y en virtud de que entre ambos se interpone una
porción de la bahía, para ir de un lado a otro es necesario
dar una vuelta enorme recorriendo toda la longitud de la
estrecha faja que une Coronado al continente. En virtud
de esto, y para evitar esta pérdida de tiempo, existe un
servicio de ferrys que con frecuencia salen de San Diego
para Coronado y viceversa.
Los ferrys son una especie de lanchones a los que por
medio de una rampa suben fácilmente los automóviles;
de modo, que con este servicio, en un abrir y cerrar de
ojos se encuentra uno con todo y su vehículo al otro lado
de la bahía.
La primera vez que pasé por el ferry, tuve oportuni-
dad de ser testigo de una costumbre muy curiosa que
82
Contrastes

tienen los americanos. Delante de mi había un automóvil


en el que viajaba una pareja de recién casados; pues bien,
apenas alguien descubrió la presencia de los novios, hizo
sonar insistentemente el claxon de su automóvil; al oír
este toque de alarma, todos los cláxones de los automóvi-
les comenzaron a sonar haciendo un ruido ensordecedor.
Por el momento yo no comprendía de que se trataba,
pero me explicaron que en los Estados Unidos existe la
costumbre de que durante los cortejos nupciales, tanto el
automóvil de los novios como los que lo siguen, y hasta
los que ocasionalmente se cruzan con ellos, hacen sonar
su claxon, con lo que simbólicamente envían sus parabie-
nes a los recién casados. Y así, en medio de un ruido en-
loquecedor, cruzamos la bahía de Coronado a San Diego
y al encontrarnos con el ferry que venía en sentido inver-
so, los automóviles que venían en él hicieron sonar
igualmente sus cláxones ininterrumpidamente.
A un lado de la estación del ferry en San Diego, se ha-
lla de un modo permanente una goleta conocida con el
nombre de Estrella de la India. Construida en Inglaterra
en 1863, esta goleta que sirvió durante 30 años haciendo
la travesía entre Inglaterra y Nueva Zelanda, ha sido
convertida en el Museo de la Marina, al que acuden dia-
riamente numerosos visitantes a contemplar las reliquias
que ahí se exhiben.
Desde Punta Loma se divisa perfectamente toda la
bahía. Esta tiene la forma de un bastón de bordes irregu-
lares cuyo mango estuviera formado por Punta Loma y
North Island y cuyo cuerpo estaría representado por lo
que constituye la porción más abrigada de la misma
bahía, limitada por un lado por la estrecha faja de terreno
ya mencionada varias veces y por el otro por la costa
83
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

propiamente dicha. Puede verse, en lo que hace el mango


del bastón, la marina del Club de Yates de San Diego, con
veleros que con sus blancas velas se deslizan lentamente
junto a los barcos de guerra que en un número imposible
de calcular se dirigen a sus bases.
Más lejos, se ven numerosos muelles ocupados to-
talmente por diversas unidades de la Armada Norteame-
ricana y, hacia el fondo, la ciudad y puerto de San Diego
con todos sus bellos alrededores, y sus numerosos puen-
tes con el ir y venir incesante de los vehículos que desde
aquí se divisan como filas de hormigas en vísperas de
una tormenta. Más hacia el fondo, en medio de una hon-
donada que dejan las montañas, se dibuja la silueta de
Tijuana.
Mirando hacia el otro lado, se ve la inmensidad del
Océano Pacífico, sólo interrumpida por la presencia de
las Islas Coronado. Desde Punta Loma, nuestras Islas
Coronado se miran como tres picachos que emergen
bruscamente del fondo del mar.
Situadas al suroeste de Punta Loma, las Coronado se
hallan a cinco millas al sur de la línea internacional y por
tanto dentro de la jurisdicción de nuestra Patria; pero
como prácticamente están abandonadas, ya que fuera de
un pequeño destacamento federal que se encuentra en la
Isla Sur, no hay ningún ser viviente por ahí, los Estados
Unidos han querido apropiarse de ellas en numerosas
ocasiones. En efecto, he podido leer en el diario San Die-
go Union el párrafo que sigue: “Disputaremos a México
las Islas Coronado. El Sr. Harry C. Herrich, funcionario
del departamento del cual dependen los asuntos de
aguas y límites con México, hará una investigación sobre
la verdadera pertenencia de dichas islas, pues aunque se
84
Contrastes

ha presumido que son mexicanas, no existe en Washing-


ton ningún documento que lo compruebe”.
Por otra parte, leyendo el informe que rindió la expe-
dición científico-militar de la Escuela Superior de Guerra
que llevó al cabo en 1948 para hacer un estudio de nues-
tras islas del Pacífico, al hablar de las Islas Coronado con-
cluye de este modo:
“Primero: Por la riqueza pesquera de las
aguas que bañan estas islas y por la proximidad a
las grandes ciudades costeras de Alta California,
las Coronado reúnen excelentes condiciones como
centro turístico y base para la pesca deportiva.
Por eso se propone la construcción de un hotel a
base de la aportación gubernamental y de la par-
ticipación privada, en donde se den las máximas
atracciones al turismo”.
“Segundo: Por la proximidad de las Coronado
a la costa de California, sus aguas son frecuenta-
das por pescadores estadounidenses que actúan al
margen de las leyes mexicanas explotando y des-
truyendo indebidamente recursos marítimos y
pesqueros que pertenecen a México. En conse-
cuencia, es indispensable la debida vigilancia de
esas aguas”.
Pero a pesar de las recomendaciones contenidas en el
informe anterior, no solamente los pescadores norteame-
ricanos siguen violando nuestras leyes, sino que se ha
dado el caso incalificable, comentado por un valiente
artículo firmado por mi dilecta amiga Sra. María Luisa
Melo de Remes y publicado en El Dictamen de Veracruz,
de que las autoridades de nuestro vecino país multen a
85
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

un pescador mexicano por el hecho de haberlo sorpren-


dido dedicado a la pesca en nuestras Islas Coronado.
Solo menciono todo lo anterior relacionado con las
Coronado en virtud de que trato de hacer una reseña de
todo lo que pude divisar desde El Viejo Faro Español de
Punta Loma.
Como se ve, aparte de su interés histórico y estratégi-
co, Punta Loma es un perfecto mirador, una elevada ata-
laya desde la cual podemos ver una hermosísima bahía,
varias islas, algunas ciudades, escarpadas montañas y la
inmensidad del Océano Pacifico, conjunto todo que ofre-
ce un panorama majestuoso y un paisaje de maravilla, en
el que se funden la omnipotencia de la Naturaleza y la
tenacidad y el empeño de los hombres.

86
Contrastes

Mission Beach
4 de mayo de 1951

De todos los alrededores de San Diego, es induda-


blemente la playa de Mission Beach uno de los lugares
que más llaman la atención a causa de algarabía perpetua
que en ella existe.
Es Mission Beach la playa de recreo más cercana a la
ciudad de San Diego y por esta razón a ella acuden ver-
daderas caravanas de bañistas durante todas las épocas
del año; pero es en verano cuando hay que ver el increí-
ble amontonamiento de gente que materialmente no cabe
en la arena ni en el mar.
Aquello parece un hormiguero multicolor a causa de
la gran variedad de los colores de los trajes de baño y de
las enormes sombrillas debajo de las cuales, con sus len-
tes negros, permanecen horas y horas numerosas perso-
nas.
La playa de Mission Beach se parece mucho a la de
Progreso; se puede decir que es idéntica; no, perdón, que
era idéntica, porque hoy, a causa de la influencia de la
mano del hombre, la de aquí se halla muy modificada.
Sólo que nuestra playa progreseña es muy extensa y la de
Mission Beach es bastante reducida; pero dado que por
aquí por lo general las costas están constituidas por
grandes y peligrosos acantilados en los que las olas se
estrellan furiosamente, la presencia de una playa, por

87
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

pequeña que sea, resulta un oasis que nadie quiere dejar


de visitar.
En frente de la playa hay numerosos edificios entre
los que se encuentra uno muy grande en cuya parte su-
perior funciona un departamento meteorológico. Desde
aquí se hacen las observaciones encaminadas a conocer
las altas y bajas de la marea, así como los cambios de
temperatura, de modo que por medio de unos magnavo-
ces se da a los bañistas las instrucciones necesarias para
que abandonen el mar cuando el departamento meteoro-
lógico lo conceptúe pertinente.
Esto tiene por objeto proteger a los bañistas hasta
donde sea posible con el fin de evitar accidentes. Por este
motivo, arriba hay un empleado de guardia de un modo
permanente, pues aquí los bañistas acuden al mar tanto
de día como de noche. Cada determinado trecho, en unas
torrecitas como de dos metros de alto, se encuentran los
salvavidas, que son expertos nadadores adiestrados para
salvar a las personas que se encuentren en peligro de
ahogarse.
Con la presencia de estos salvavidas, que con catale-
jos vigilan atentamente la zona del mar que les corres-
ponde y con el funcionamiento del departamento meteo-
rológico ya mencionado, las personas que acuden a sola-
zarse a Mission Beach encuentran bastante protección, lo
que explica la casi ausencia de accidentes fatales en una
playa en donde tanto de día como de noche, sobre todo
en verano, la gente se apiña para disfrutar la playa.
El que sale de San Diego con la idea de bañarse en
Mission Beach no queda nunca defraudado; pues si por
desgracia para él la marea se ha puesto peligrosa y los

88
Contrastes

magnavoces han ordenado que nadie debe entrar en el


mar, tiene todavía el recurso de acudir a la alberca.
En efecto, como a unos cincuenta metros de la playa
hay una alberca muy grande en la que se refugian los
bañistas cuando por las circunstancias apuntadas no
pueden bañarse en el mar. La alberca, alrededor de la
cual se ven numerosos trampolines, está situada bajo
techo en un edificio construido ad-hoc y el agua que la
llena es la misma del mar que por un sistema de bombeo
muy ingenioso, se mantiene siempre limpia y tibia.
Alrededor de la alberca se extienden unas amplias
gradas para los espectadores que acuden siempre en gran
número a observar las actividades de los bañistas. Cali-
fornia es uno de los estados de la Unión Americana en
donde la discriminación racial es menos cruel; y como
una prueba incontrastable de lo anterior, se encuentra el
hecho de que en la alberca que describo se bañan al mis-
mo tiempo blancos y negros. Y en virtud de que los trajes
de baño actualmente se hallan reducidos su mínima ex-
presión, la diferencia del color de la tez se hace más evi-
dente, pues junto a la acharolada y brillante piel de un
negro, vemos que se deslizan confiadamente los güeros,
como le llaman aquí en Tijuana a los norteamericanos.
Con motivo de la gran cantidad de gente que acude
de un modo constante a Mission Beach, las diversiones se
ha multiplicado junto a la playa, lo que ha permitido que
ahí se establezca una feria permanente que le proporcio-
na un atractivo mayor aun al lugar.
Cuando uno se va acercando a Mission Beach, en el
momento en que se pasa por un alto puente que conduce
a la feria, lo primero que llama la atención es una monta-

89
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

ña rusa retorcida en forma de laberinto y cuya parte su-


perior tiene cerca de quince metros de altura.
A ella se sube en un carrito en el que caben veinte
personas, carrito que se mueve por medio del impulso de
la electricidad a una velocidad fantástica, recorriendo
todo el accidentado y peligroso trayecto en un santiamén,
mientras los espectadores gozan y ríen unos y se erizan y
se tapan los ojos, otros, al mismo tiempo que los ocupan-
tes del carrito, emiten gritos desaforados. Todos suben
sonrientes y optimistas y bajan tambaleantes y con caras
largas; pero a pesar de todo, hay que hacer cola para po-
der subir a este desquiciante pasatiempo.
Por otro lado vemos sillas voladoras, ruedas de la for-
tuna, carruseles, todos ocupados por gente de todas eda-
des y vestidos de todos modos. Vemos ancianas con sus
pantalones montadas en un caballito del carrusel gozan-
do el momento con alegría infantil; vemos hermosas mu-
chachas en las sillas voladoras llevando como única in-
dumentaria su traje de baño de dos piezas; vemos ha-
ciendo cola para subir a la rueda de la fortuna a numero-
sos grupos de jóvenes con sólo su calzonera6, acompaña-
dos de sus novias que con sus ultramodernos trajes de
baño enseñan a todo el mundo sus carnes tostadas por el
sol. Todo esto sucede lejos de la playa, en plena feria, en
donde se mezclan las personas vestidas con las que no lo
están con una naturalidad que sólo dan las costumbres y
la educación que se imparte en nuestro vecino país.

6A los trajes de baño de hombre en Yucatán se les conoce como calzo-


neras.
90
Contrastes

Hay incontables puestos de golosinas y refrescos; sa-


lones para títeres, tiro al blanco, tiro al negro7, casa de
sorpresas, casa loca, casa de los espejos y una serie inter-
minable de diversiones de la misma naturaleza. Una de
las que más atrae la atención de los marineros que mate-
rialmente asedian ese lugar, consiste en una especie de
tiro al blanco en el que hay que darle con unas pelotas de
béisbol a un pequeño disco rojo que se halla en medio de
una pantalla blanca. Cuando alguien logra darle al disco,
funciona una combinación automática que hace que una
hermosa y atractiva muchacha que plácidamente reposa
sobre una cama, caiga al suelo y enseñe las bien torneada
pantorrillas, con beneplácito y grito de aprobación de los
marinos que uno tras otro se disputan el derecho de lan-
zar la pelota.
Por todas estas variadas diversiones que se han mul-
tiplicado de un modo tan rápido, así como por la seguri-
dad que ofrece a sus vistantes, Mission Beach es uno de
los sitios por los que la gente de San Diego y de Tijuana
demuestran gran predilección.
Mission Beach representa otro aspecto de la vida de
San Diego que no había yo tenido oportunidad de enfo-
car y constituye, después del Parque Balboa, el más po-
deroso imán para los habitantes de nuestra vecina ciu-
dad.

7
Juego de feria hoy inconcebible consistente en lanzar pelotas a la
imagen de la cara de un una persona de raza negra.
91
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

92
Contrastes

93
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Presidio Park
22 de mayo de 1951

En el norte del puerto de San Diego, podría decirse


que más bien entre esta ciudad y Mission Beach, ocupan-
do una porción elevada de terreno desde el cual se puede
divisar una vista panorámica de la población, tiene su
asiento un conjunto de hermosos prados que tapizan en
su totalidad el accidentado terreno, prados sólo inte-
rrumpidos aquí y allá por los característicos e imprescin-
dibles jardines californianos. Este lugar de ensueño se
conoce con el nombre de Presidio Park.
Al igual que Punta Loma, Presidio Park nos ofrece un
interés histórico inestimable y también, al igual que Pun-
ta Loma, nos permite observar desde sus alturas un pa-
norama que invita a permanecer horas y más horas ensi-
mismado en la contemplación del arrobador paisaje.
Presidio Park es uno de los numerosos parques situa-
dos en los alrededores de San Diego, parques a los que el
Gobierno de los Estados Unidos dedica mucho su aten-
ción, en virtud de que a ellos acuda la gente en verdade-
ras romerías interminables, sobre todo los domingos y
días de fiesta.
Desde la parte más elevada de Presidio Park se divi-
san perfectamente la ciudad y la bahía de San Diego y
más allá, el escarpado promontorio de Punta Loma del
cual ya me ocupe anteriormente con bastante amplitud.

94
Contrastes

Sobre los verdes y siempre frescos céspedes rodeados


de jardines, en los que se respira el aroma de los numero-
sos eucaliptos que se elevan a su alrededor como que-
riendo alcanzar el azul del firmamento, grandes y chicos
pasan las horas, reposando plácidamente los primeros y
revoloteando alegremente los últimos, mientras más allá,
en pequeñas mesas improvisadas o en el mismo suelo
cubierto por un pequeño mantel, numerosas personas se
disponen a tomar sus alimentos, al mismo tiempo que
alrededor de su comedor ocasional, los muchachos se
divierten jugando al brinca burro y una que otra pareja
de enamorados, abstraídos de todo el medio que los ro-
dea, se entregan a prolongados y dulces coloquios amo-
rosos.
En Presidio Park, como sucede en Mission Beach, la
ropa que lleva la gente se encuentra en muchas ocasiones
reducida a su mínima expresión, sólo que aquí no existe
una playa que justifique, o cuando menos que explique,
las aficiones semi-nudísticas de nuestros vecinos del otro
lado.
Por todas partes vemos a las muchachas con sus
shorts, como le llaman en inglés a los atrevidos trajecitos
semejantes a los de baño, trajes que permiten a las porta-
doras de tan moderna indumentaria soportar el clima
caluroso de estos días y que las obliga igualmente a so-
portar las miradas insistentes de las anacrónicas personas
que todavía tienen la costumbre de andar vestidas. En
efecto, en los prados, en los jardines, en las calzadas y
¡asómbrate lector! hasta en el interior del museo, que se
encuentra en la jurisdicción del propio parque, pueden
verse grupos de alegres y hermosas muchachas vestidas
(?) de este modo, quienes tranquilamente observan los
95
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

aparadores y las reliquias históricas que ahí se exhiben,


entre las que figuran óleos representando a algunos vi-
rreyes españoles, cuyos adustos rostros parecen sonrojar-
se al observar la casi microscópica indumentaria de tan
simpáticas visitantes.
Pero dejemos a un lado ya el aspecto ultramoderno
de Presidio Park y enfoquemos a éste desde un punto de
vista exclusivamente histórico, desde el cual, como ya
dije anteriormente, tiene un valor inestimable, ya que en
los terrenos que hoy ocupa este parque de recreo, esta-
blecieron los españoles la primera fortificación tendiente
a conservar para su patria la extensa zona que hoy consti-
tuye el Estado de California.
Apenas se estableció el capitán Fernando Riviera y
Moncada con sus tropas en lo que hoy es Presidio Park,
arribaron a California los primeros misioneros francisca-
nos que habrían de fundar en corto tiempo las 21 misio-
nes que se extienden en todo lo largo del propio Estado
de California.
Fray Junípero Serra, Superior de la Orden de los
Franciscanos, fundó ahí la Misión de San Diego de Alcalá
y dijo la primera misa en suelo californiano en un lugar
que hoy se encuentra señalado por una simbólica cruz
edificada en 1913, según dice una placa alusiva, con los
fragmentos de las ruinas de los primeros edificios que los
colonizadores construyeron en San Diego. Muy cerca de
la cruz que acabo de mencionar, existe una estatua de
bronce que representa a Fray Junípero Serra, luciendo el
hábito de los monjes franciscanos, que los actuales mon-
jes de la misma Orden han sabido conservar exactamente
igual.

96
Contrastes

Siempre aquí en Presidio Park se encuentra una alta


palmera rodeada en su base por una cerca de fierro de
forma circular, palmera conocida con el nombre de Pal-
ma Serra, muy famosa en California, en virtud de que se
asegura que fue plantada por el monje franciscano cuyo
nombre lleva.
En la misma jurisdicción del parque se encuentra
Washington Square, en cuyo centro se levanta muy alto
un mástil en el que ondeó por primera vez la bandera
norteamericana en San Diego. Junto a la base del elevado
mástil, puede verse un cañón español bautizado con el
nombre de El Júpiter, que ostenta una inscripción en la
que se puede leer claramente que el mencionado cañón
fue fundido en Manila, Islas Filipinas, en el año de 1783.
Colocado inicialmente en el primer fuerte que se cons-
truyó en Punta Ballasta, muy cerca de Punta Loma, este
cañón que es una reliquia histórica muy estimada, fue
traído posteriormente al sitio en donde hoy se encuentra
colocado.
En la parte más elevada de Presidio Park, rodeado de
esbeltos pinos y frondosos eucaliptos, se levanta el edifi-
cio que ocupa el Museo Fray Junípero Serra. Cuando uno
se dirige a Presidio, desde muy lejos se divisa la silueta
de la simpática construcción que, en virtud de que está
pintada toda de blanco, destaca nítidamente por encima
del espeso bosque que la rodea.
Consta el edificio de una torre constituida por varias
pirámides truncadas superpuestas, la última de las cuales
remata en una cúpula. A continuación de la torre se ven
varias casas siempre blancas con sus techos de tejas rojas,
casas que se suceden la una a continuación de la otra y
que se vuelven más bajas a medida que se alejan de la
97
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

torre, de modo que por su conjunto semejan una gigan-


tesca escalinata irregular, cuyo primer escalón corres-
pondería a un corredor muy bajo cuyo frente está forma-
do por una serie de arcos que sirven de puerta de entrada
a todas las dependencias del museo.
Yo tuve la fortuna de que Mr. John Davidson, Direc-
tor del Museo desde su fundación, me condujera perso-
nalmente por todas las dependencias del mismo y esto
me brindo la oportunidad de obtener valiosísimos datos
sobre los objetos históricos que ahí conservan.
Indudablemente que por su interesante y pintoresco
museo, por sus verdes prados y sus jardines multicolores,
por el interés histórico que posee ya que fue el escenario
en donde los españoles establecieron sus primeras fortifi-
caciones, por haber albergado a los primeros misioneros
franciscanos y haber escuchado la primera misa que se
decía en suelo californiano, así como por el magnífico
panorama que su misma altura permite admirar, Presidio
Park es hoy y será siempre un parque que no podrá ja-
más pasar de moda, sino que, por el contrario, el tiempo
hará que el interés por visitarlo aumente día a día de un
modo ininterrumpido.

98
Contrastes

99
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Chula Vista
Matrimonio en el Cementerio
16 de mayo de 1951

A unos cuantos kilómetros de Tijuana, en el lado de-


recho del camino que nos conduce a San Diego, se ex-
tiende zalamera la muy bien bautizada población de
Chula Vista.
Tiene Chula Vista ese sello inconfundible de todas las
poblaciones pequeñas de los Estados Unidos. Diríase,
que como todas éstas, no es una pequeña ciudad cuyas
casas se encuentran rodeadas de numerosas flores, sino
que más bien parece un hermoso y dilatado jardín multi-
color interrumpido en algunos trechos por preciosas re-
sidencias.
Cuando uno avanza por sus modernas avenidas, pa-
rece que está asistiendo a una exposición de flores natu-
rales; por momentos da la impresión de que se asiste a un
concurso en el que los competidores, todos expertos flo-
ristas, hubieran puesto en sus artísticas obras todo lo que
de si pueden dar; y el visitante, que experimenta un inna-
to deseo de convertirse en juez, se queda confundido y
no encuentra a qué residencia ni a qué jardín otorgarle el
primer premio.
Esta ciudad jardín se desarrolla en la actualidad de
un modo sorprendente; por todos lados las residencias se
multiplican de un modo vertiginoso; y tal parece que
100
Contrastes

cada futuro propietario ha hecho la formal promesa de


superar a sus vecinos en la belleza de las gallardas líneas
exteriores de su casa en construcción, así como en su aca-
bado y confort interiores y en el trazo caprichoso de los
imprescindibles jardines que han de servir de alegre mar-
co a la futura mansión palaciega.
Pero a pesar de todo lo anterior, no es precisamente el
pintoresco y risueño aspecto de sus casas lo más intere-
sante que se puede encontrar en Chula Vista. Para mí, lo
que no debe dejar de visitarse ahí, ¡asómbrate, lector! es
uno de sus panteones.
Un poco retirado del centro de la población, sobre el
camino que conduce a Bonita, se encuentra el cementerio
de Chula Vista que se conoce con el nombre de Glen Ab-
bey Memorial Park, y que ofrece a nuestra mirada un
concepto totalmente distinto del que nosotros tenemos de
los cementerios como sitios de oraciones, de lágrimas, de
tristeza y de desolación.
Cuando yo visite el Cementerio de la Marina en Pun-
ta Loma, quede sorprendido e hice notar la sencillez y
uniformidad desconcertante de todas las sepulturas que
ahí se encuentran. Consideré desde aquel momento que
no podía haber nada que pudiera superar lo que para mí
lo caracteriza: su sencillez; pero ahora que he visitado el
Glen Abbey Memorial Park, confieso que estaba comple-
tamente equivocado.
Un letrero verde y rojo que dice Bienvenidos Visitan-
tes invita a pasar al interior del cementerio. Se entra a
éste por un hermoso pórtico que está escoltado por dos
esbeltos pinos y sólo porque lo sabe uno, se percata de
que se encuentra en el interior de un cementerio. Aquí no
se deprime ni se entristece el espíritu como cuando en-
101
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

tramos a uno de nuestros camposantos. Lo que aquí se


respira es paz y tranquilidad, y si no fuera por lo que es,
se diría que aquello es un sitio encantador.
Muy extenso, el Glen Abbey Memorial Park se halla
constituido por una serie de lomas y planos inclinados
separados entre sí por retorcidas calzadas. La misma
irregularidad del terreno contribuye a imprimir mayor
belleza y atractivo a este lugar tan pintoresco que por su
misma altura permite dominar por un lado al Valle de
Agua Dulce con el lago del mismo nombre, y por el otro
las azules y no siempre tranquilas aguas del Océano Paci-
fico.
Todas las lomas y planos inclinados que acabo de
mencionar están cubiertos constantemente por un césped
siempre verde, fresco y uniforme. Por debajo de este cés-
ped reposan para siempre los despojos de infinidad de
seres humanos; pero no hay nada que lo indique, o cuan-
do menos esa es la impresión que se experimenta desde
lejos, pues al acercarse, observa uno en filas simétricas
unas pequeñas placas de bronce colocadas a ras del sue-
lo, de modo que no sobresalgan en lo absoluto del nivel
del césped. Como sucede en el Cementerio de la Marina
que está en Punta Loma, aquí no hay ningún monumen-
to, ninguna imagen, ninguna lámpara, ninguna cruz; ni
siquiera existen las pequeñas columnas que en el Cemen-
terio de Punta Loma indican la situación de las sepultu-
ras.
No; aquí se le ha procurado dar al cementerio la má-
xima sencillez; una sencillez incomprensible para mí.
Desde cualquiera de las calzadas en donde uno se situé,
ve todo con el mismo aspecto y se niega el espíritu a creer
que se encuentra en el interior de un camposanto. No hay
102
Contrastes

nada que nos indique que el lugar en donde nos encon-


tramos es un cementerio, de acuerdo con la idea que no-
sotros tenemos de estos.
Ni la persona menos impresionable deja de experi-
mentar esa extraña mezcla de temor y de respeto que
sentimos, sin quererlo, al entrar en un cementerio como
los de nosotros. No inspira el mismo sentimiento un ex-
tenso césped tan sólo interrumpido en algunos trechos
por modernas avenidas pavimentadas, sombreado aquí y
allá por esbeltas palmeras y erguidos pinos y en cuya
parte central, semejando un oasis, puede distinguirse un
lago artificial cuyos bordes curvilíneos semejan la forma
de una lira, y en cuyas aguas nadan tranquilamente nu-
merosos patos y algunos cisnes.
En el fondo del Glen Abbey Memorial Park se levan-
ta, gallarda, la Capilla de las Rosas. Ubicada en el vértice
de una pequeña loma, la capilla está rodeada de flores de
todas clases y matices: geranios, pensamientos, margari-
tas, claveles y sobre todo rosas de una extensa variedad,
lo que ha servido para bautizar a esta pequeña y muy
interesante capilla.
Según nos informa el encargado de proporcionar las
explicaciones necesarias a los visitantes, ésta es una re-
producción exacta de una famosa iglesia de Inglaterra: la
Iglesia de Lord Tennyson. El mismo empleado nos mani-
fiesta con mucho entusiasmo que a la Capilla de las Rosas
tienen acceso todas las creencias y todas las sectas; que
ahí no se rinde culto a ninguna religión en particular y
nos anuncia igualmente que está dotada de todos los ac-
cesorios necesarios para todas y cada una de las religio-
nes. “Aquí se recibe con el mismo cariño a los católicos, a

103
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

los protestantes, a los adventistas, etc.”, nos dice textual-


mente nuestro informante.
Haciendo a un lado estas consideraciones que mue-
ven a risa, en virtud de ese desmedido afán que los nor-
teamericanos tienen en ver el aspecto práctico inclusive
en las cuestiones religiosas, he de limitarme a describir el
aspecto físico de esta pequeña Capilla de las Rosas.
En realidad es muy bonita: una alta torre en forma de
pirámide octagonal, cuya base está casi totalmente cu-
bierta por una enredadera, que al mismo tiempo sirve de
marco a un bonito arco ojival que se encuentra a un lado
de la torre, le da un aspecto muy singular a la fachada de
la capilla. Las partes laterales enseñan una serie de arcos
de la misma forma que el frontal, arcos que aprisionan
vidrios de colores que representan pasajes bíblicos. La
puerta principal se halla situada en el lado derecho y pre-
senta la forma de una casita, a la que se llega por medio
de una escalera rústica, después de atravesar una peque-
ña terraza rodeada de flores. Puede verse desde esta te-
rraza un hermoso césped en cuyo centro se encuentra un
enorme corazón formado por numerosas flores entre las
que destacan los pensamientos y las rosas; más allá, se
distingue una cascada artificial cuyas aguas, después de
recorrer un corto trayecto siguiendo el retorcido curso de
un riachuelo también artificial, trayecto labrado ente an-
gulosas y brillantes piedras, van a desembocar en un mi-
núsculo lago en el que se desplazan lentamente los nenú-
fares.
Al entrar en la capilla lo primero que llama la aten-
ción es el armonioso canto de los numerosos canarios que
en pequeñas jaulas situadas a los lados revolotean ince-
santemente. Tiene en la parte de en medio dos filas de
104
Contrastes

bancas separadas entre sí por un pasillo central que con-


duce al altar que sólo ostenta una cruz rodeada de flores
y unos candelabros con numerosas velas encendidas
constantemente. Las partes laterales, a causa de que tanto
sus paredes como su techo son de vidrio, tienen una ilu-
minación natural como si estuviera a la intemperie. Aquí,
entre piedras cortadas de un modo caprichoso, hay algu-
nas palmeras enanas, numerosos rosales que le dan su
nombre a la capilla y muchas jaulas con canarios, cuyos
trinos amenizan el momento alternando con la música
que por medio de unas bocinas ocultas pueblan el am-
biente de melodías escogidas.
Ahora bien; al visitar una capilla situada en el interior
de un cementerio, lo primero que se le ocurre a cualquie-
ra es que la mencionada capilla sirve exclusivamente pa-
ra que los dolientes acudan a elevar sus oraciones, no
importa la religión a la que pertenezcan. No solamente
no tiene nada extraordinario lo anterior, sino que se acep-
ta como lógica la existencia de una iglesia en el interior
de un panteón.
Pero lo que para mí se sale de lo lógico; lo que para
nosotros rebasa a todo lo imaginable; lo que jamás podré
entender ni aceptar; lo que con toda seguridad mis ama-
bles lectores han de considerar como algo inverosímil, es
que la Capilla de las Rosas, situada como ya sabemos en
el seno de un camposanto, sirva para la celebración de los
matrimonios religiosos.
En efecto, es signo de distinción casarse en el interior
del Glen Abbey Memorial Park. Las novias sandieguinas
demuestran predilección por contraer matrimonio preci-
samente en la Capilla de las Rosas.

105
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Cuando yo la visité, tuve la oportunidad de presen-


ciar un matrimonio. Con tal motivo, en la parte lateral de
cada una de las bancas había colocado un listón blanco y
una vela prendida lo que imprimía al recinto un aspecto
sorprendente.
Vimos con mucha atención como llegaron los novios
y sus acompañantes en dos automóviles. El novio era un
marinero uniformado y ella vestía un traje de calle; detrás
de ellos descendió del automóvil la madrina, llevando en
las manos el traje de boda de la novia; se introdujeron
todos en la iglesia por la puerta de atrás con el objeto de
que la novia se vistiera, y momentos después se efectua-
ba la ceremonia nupcial. Vinieron luego las felicitaciones
y la imprescindible lluvia de arroz. En seguida los novios
atravesaron un largo túnel formado por una serie de ar-
cos de rosas superpuestos, túnel que pasa por en medio
de una de las lomas plagadas de sepultura, y abordaron
su automóvil para comenzar su nueva vida de casados.
Lo que acababa de ver me puso a cavilar; pensé por
mucho rato que era imposible que un matrimonio se pu-
diera efectuar en un cementerio; las ideas se volvieron
confusas en mi mente; pensé en los inevitables guasones
de mal gusto que durante los matrimonios se acercan al
novio a darle el pésame. Pensé en los mismos que cuando
asisten a una ceremonia nupcial dicen que experimentan
la impresión de estar en unos funerales; pensé en aquel
refrán que dice: “velo y mortaja…”, al ver que el velo de
la alegre novia acariciaba las lápidas de bronce por deba-
jo de las cuales estaban las mortajas. Y hasta hoy no al-
canzo a comprender esta conjunción de los dos albos
mantos a los que se refiere el refrán.

106
Contrastes

Eso es el Glen Abbey Memorial Park: un cementerio


que no parece serlo, un cementerio en cuyo interior se
encuentran un lago artificial, una cascada artificial, un
riachuelo artificial y una pintoresca capilla en la que se
efectúan constantemente ceremonias nupciales en un
ambiente que a mí se me antoja también artificial.

107
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

108
Contrastes

El Punto Inicial
18 de junio de 1951

Cuando el 2 de febrero de 1848 se firmó el Tratado de


Guadalupe Hidalgo, que sancionó la mutilación de nues-
tro territorio, México y los Estados Unidos nombraron
sendas comisiones encargadas de marcar los límites de
ambas naciones, de acuerdo con lo estipulado en el men-
cionado convenio. Los Estados Unidos comisionaron al
Coronel John B. Weller y a Mr. Andrew B. Gray, y nues-
tro país al General Pedro García Conde y al Sr. Ingeniero
José Salazar Ilarregui, quien fue Comisario imperial en el
Estado de Yucatán durante la efímera Administración de
Maximiliano.
Según los datos que proporciona la Sociedad de
Estudios Históricos de San Diego, el general García
Conde cumplió su misión haciendo alarde de acendrado
patriotismo, pues inclusive tuvo que proporcionar dinero
de su propio peculio para lograr defender, puñado por
puñado, la tierra que, gracias a él hoy forma parte de
nuestra patria.
Esta comisión fijó los límites entre México y los
Estados Unidos por medio de 258 mojoneras que se ex-
tienden desde las aguas del Océano Pacífico hasta la zona
en donde el límite natural del Rio Bravo indica la separa-
ción entre ambos países.

109
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

La primera de estas mojoneras, el punto inicial de la


línea fronteriza, se halla exactamente en el lugar en don-
de se unen el ángulo suroeste del territorio de los Estados
Unidos y el ángulo noroeste del territorio mexicano. Es
de mármol y tiene una forma sencilla; creo yo que es el
monumento más modesto y humilde de todos los que se
encuentran en el suelo norteamericano. Tanto por su as-
pecto, como por su tamaño, se parece mucho a los dos
pequeños monumentos que se ven a cada lado de la vía
férrea entre Bécal y Halachó, y que sirven para indicar el
límite entre Campeche y Yucatán.
Aunque oficialmente al monumento al que hago alu-
sión, que indica el punto inicial de la línea fronteriza, le
corresponde el número 258, en realidad fue el primero en
edificarse; y como su inauguración fue precisamente el 16
de junio de 1851, con motivo de su primer centenario, la
Sociedad de Estudios Históricos de San Diego efectuó
una sencilla ceremonia conmemorativa junto a él.
Este pequeño y aislado monumento tiene en su cara
que mira al norte una inscripción en inglés que dice que
la destrucción o cambio de lugar del mismo serán san-
cionados enérgicamente por los gobiernos de ambos paí-
ses. En la cara opuesta, la que mira hacia nuestra Patria,
el monumento ostenta la misma inscripción en castellano.
En las caras laterales, tanto en la que mira al oriente como
en la que está dirigida hacia el poniente, hay inscripcio-
nes en castellano y en inglés, y tienen en la parte media
exactamente, una raya vertical que divide la mitad mexi-
cana del monumento de la mitad estadounidense. Todas
estas inscripciones fueron esculpidas porque en algunas
ocasiones personas interesadas pretendieron cambiar de
lugar el monumento para ganarnos terreno.
110
Contrastes

El 16 de junio de cada año, los habitantes de San


Diego organizaban picnics junto al monumento. Con mo-
tivo de esto los visitantes escribían sus nombres sobre sus
paredes y arrancaban pedazos del mismo, dizque para
llevárselos como recuerdo, según rezan las hojas impre-
sas repartidas durante la ceremonia de ayer. A conse-
cuencia de esto, el monumento que marca el punto inicial
de la línea fronteriza llegó a ofrecer un aspecto deplora-
ble, lo que obligó al gobierno norteamericano a ordenar
su restauración en 1894. Actualmente está protegido por
gruesas rejas de hierro que sostienen igualmente la por-
ción inicial del ya famoso alambrado que a cada instante
escalan los alambristas atraídos por el señuelo del dólar.
Con motivo de la pasada guerra mundial y de la si-
tuación internacional del momento, los Estados Unidos
tuvieron que fortificar los terrenos adyacentes a la Gran
Base Naval de San Diego, con lo que las visitas anuales al
monumento tuvieron que suspenderse por tiempo inde-
finido, ya que el sitio en donde se encuentra ubicado
quedó comprendido dentro de la jurisdicción de la zona
fortificada; pero en virtud de que ayer se cumplía el pri-
mer centenario de su erección, la Sociedad de Estudios
Históricos de San Diego solicitó y obtuvo permiso espe-
cial para que sus miembros y sus invitados efectuaran en
el histórico sitio una ceremonia conmemorativa.
Gracias a esta circunstancia pude visitar el multimen-
cionado monumento, desde el cual se domina perfecta-
mente la entrada de la bahía de San Diego y ese prolon-
gado promontorio que se llama Punta Loma. Pero lo que
desde aquí se ve perfectamente como si estuviera al al-
cance de la mano son nuestras Islas Coronado, que así
muy de cerca lucen grandes y majestuosas. En plena pla-
111
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

ya, escuchando el murmullo arrollador de las olas y mi-


rando las siempre azules aguas del Océano Pacífico, con
el pie derecho en los Estados Unidos y el izquierdo en
nuestro México querido, se ve perfectamente que las Islas
Coronado están dentro de la jurisdicción de nuestra Pa-
tria, a pesar de que en los Estados Unidos a veces opinan
lo contrario.
Con todo y su extrema sencillez y haciendo a un lado
el hecho de que en los programas de la ceremonia efec-
tuada ayer la comisión organizadora asienta que se cele-
braba ahí un siglo de amistad entre México y los Estados
Unidos, el monumento no deja de ser interesante. Pero
haciendo una abstracción de su interés histórico, quitán-
dose uno los espejuelos de las consideraciones románti-
cas y aplicando sobre el bisturí de la más cruda de las
realidades actuales, el monumento no es más que el pun-
to inicial del alambrado que separa a nuestro país de los
Estados Unidos, alambrado que ha servido para bautizar
a los que noche a noche lo escalan para ir al otro lado, a
pesar de la estrecha vigilancia del gobierno y de los mis-
mos agricultores norteamericanos. Grandes cantidades
de alambristas pasan de México a los Estados Unidos
creando con ello un problema sin paralelo en ninguna
otra frontera del universo.
Indudablemente que no deja de ser una ironía que los
esfuerzos desplegados hace 100 años por el general
García Conde encaminados a poner un cerco a los norte-
americanos de entonces, con una línea que dijera: “hasta
aquí pueden llegar los norteamericanos”, estén rindiendo
sus frutos en la actualidad aunque en sentido inverso;
esto es, que la mencionada línea hoy diga: “hasta aquí
pueden llegar los mexicanos”, lo cual, lo mismo que las
112
Contrastes

púas del alambrado internacional, no representa obstácu-


lo invencible para nuestros obcecados braceros.

113
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

En Todas Partes se
Cuecen Habas
7 de junio de 1951

En toda la extensión de nuestra Patria, de península a


península, todo el mundo cree que hay ciertas cosas que
nosotros sufrimos y que en los Estados Unidos por nin-
gún concepto pueden suceder.
Cuando yo vivía en la ciudad de México, recuerdo
que la calle de San Juan de Letrán era materialmente in-
transitable a causa de los incontables merolicos que ocu-
paban las amplias banquetas en casi toda su extensión,
proponiendo a los transeúntes las mercancías más varia-
das: plumas fuente de suprema calidad por solo cincuenta
centavos, anillos y aretes inoxidables por un peso, alacra-
nes de papel que caminaban sin cuerda, barquichuelos,
muñecos, pastas para quitar callos, soldadura para com-
poner ollas en un minuto y una lista interminable de co-
sas útiles para el hogar, cuya relación sería interminable.
Al observar esto, no faltaba nunca la persona erudita
que atestiguara que todo esto en los Estados Unidos no
podía suceder.
Allí, en Mérida, todo el año, de enero a diciembre, la
calle 67 es el propicio escenario en donde actúan impu-
nemente los vendedores de menjurjes que ellos preconi-
zan como panaceas, a la vista y paciencia de las autori-
dades encargadas de evitarlo. En este caso, no faltaba
114
Contrastes

quien comentara al observar lo anterior, que eso en los


Estados Unidos tampoco podría suceder.
Aquí en las ciudades fronterizas, cuando algún gen-
darme comete un atropello, cuando algún taxi en carrera
loca hace caso omiso de las señales de tránsito o cuando
ocurre cualquier transgresión a las leyes establecidas,
salta en seguida el comentario de que eso en el otro lado
no puede suceder.
Y tantas veces hemos oído lo anterior, que llega a es-
tereotiparse en nuestro cerebro la idea de que aquí vivi-
mos en una eterna calamidad, mientras que en el otro
lado todo sucede a las mil maravillas.
Realmente, sería descabellado y peregrino intentar
comparar la organización y el progreso de nuestro país,
con los que poseen los Estados Unidos, que por algo
marchan a la cabeza de todas las naciones del mundo;
pero, y aquí viene el pero, también ellos tienen sus cositas.
Desde la primera vez que cruce la línea, me di cuenta
de que los automovilistas norteamericanos parecían no
ver las señales que indican el límite de la velocidad que
se debe conservar en las carreteras. Yo, que traía en la
mente la idea de que ahí sí hay que obedecer, iba a 35
millas por hora de acuerdo con las señales que a cada
paso se ven; pero pronto comencé a ver con asombro que
mi coche parecía una tortuga en la carretera, pues, uno
tras otro, me pasaban en carrera vertiginosa los inconta-
bles automóviles con placa americana. Hoy, después de
comprobarlo muchas veces, me atrevo a asegurar que no
hay un sólo automovilista que respete las mencionadas
señales, pues todos marchan a un promedio de 60 millas
por hora, 96 kilómetros por hora en condiciones norma-
les, pues cuando van a prisa, corren tranquilamente a 120
115
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

kilómetros por hora a pesar de los policías en patrullas y


motocicletas que a cada rato se ven.
Ya esto me había demostrado que allí también se cue-
cen habas; pero lo que más ha llamado mi atención desde
el punto de vista al que me refiero, es lo que en seguida
voy a relatar: a unos cuantos pasos de la línea internacio-
nal, dentro del territorio de los Estados Unidos, existe un
puesto permanente que ostenta al frente un enorme letre-
ro que dice: Palmistry y una gran mano pintada de rojo.
Este letrero y esta mano indican que en el interior del
mencionado establecimiento están dispuestos a tomarle el
pelo a cuanto incauto desee, a cambio de unos cuantos
dólares, para que le digan su suerte.
Por dentro posee todos los aditamentos necesarios,
comenzando por las vistosas cortinas de colores chillones
que hacen juego con la indumentaria típica de las húnga-
ras que administran el lucrativo negocio y siguiendo con
la imprescindible bola de cristal en la que las videntes
leen el futuro de cuanto incauto acude a ellas para cono-
cer anticipadamente lo que el destino les depara. No fal-
tan las velas prendidas colocadas en sitios estratégicos, ni
los pequeños banquillos para que las practicantes de la
quiromancia ejecuten sus actividades casi en cuclillas, ni
las figuras y números cabalísticos en las paredes, que le
imprimen al local ese aspecto misterioso que necesitan
las sacasuertes para esquilmar a su clientela.
Cuando hace poco más de un año, un aventurero que
se hacía pasar por faquir instaló su consultorio por el
suburbio de San Sebastián, en Mérida, yo fui de los que
se admiraban al ver cómo podía existir todavía gente que
se dejara embaucar por farsantes de aquella calaña, y
como las autoridades de nuestra ex-blanca metrópoli
116
Contrastes

yucateca permitían que el farsante de marras capitalizara


la ignorancia de nuestra gente sencilla.
Pero ahora, al ver que en pleno suelo de la nación que
marcha a la vanguardia de todos los países del universo,
existe el negocio que menciono en los párrafos anteriores,
negocio establecido de un modo permanente y protegido
por el propio gobierno de los Estados Unidos, no puedo
menos que pensar, como con toda seguridad, querido
lector, ya habrás pensado tú anticipadamente, que en
todas partes se cuecen habas y muchas a calderadas.

117
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

¡Hagan Cola!
13 de junio de 1951

No recuerdo quien habrá sido; pero con seguridad


que alguien bautizó en cierta ocasión a México con el
nombre de el país de las colas, en virtud de que en toda la
extensión de nuestra Patria es necesario hacer cola para
todo en la actualidad.
En la Capital de la República, en la ciudad de Mérida,
y aquí en esta lejana población fronteriza, en todas partes
sabemos los trabajos que hay que pasar cuando se trata
de adquirir un boleto para entrar a una función de cine,
sobre todo los domingos, cuando en realidad se necesita
ser al mismo tiempo émulo de Job y de las sardinas, para
llegar hasta las ventanillas en donde se expenden los co-
diciados boletos que dan acceso al espectáculo.
Para comprar timbres en el correo, para enviar un te-
legrama, para abordar un camión, para todo es necesario
hacer colas y más colas.
Y ¿qué no diré de la pobre gente humilde que necesi-
ta casi siempre madrugar para poder conseguir un buen
lugar en la inevitable cola que se forma en los expendios
de maíz, frijol, carbón, azúcar, etc., según sea la mercan-
cía que por el momento deseen escasear8 de los acapara-
dores?

8
Retirar producto de los aparadores para pretender que escasea.
118
Contrastes

̶ “Ya no dan ganas de vivir en este país”, me decía el


otro día un señor ya entrado en años cuando detrás de mi
formaba parte de una cola delante de las ventanillas de la
oficina de correos. “Dígame usted si no es una inconse-
cuencia y una falta de responsabilidad de nuestro go-
bierno mantener a un solo empleado en la ventanilla de
giros para atender a tanta gente. Esta oficina fue creada
para Tijuana cuando esta ciudad tenía sólo 10,000 habi-
tantes; pero ahora que ya pasó de los 70,000, es imposible
que un solo empleado pueda atender a tanta gente” -
continuaba mi desconocido acompañante, al mismo
tiempo que vomitaba improperios contra el régimen ac-
tual.
“Mire, amigo”, terció otro anciano que con toda aten-
ción había escuchado una por una las palabras anteriores,
“si no le dan ganas de vivir en este país, está muy cerca la
frontera; puede usted irse de una vez al otro lado para
que vea entonces lo que es bueno. Siquiera aquí estamos
obligados a hacer cola sólo los vivos; pero allá en el otro
lado, por si usted no lo sabe, tienen que hacer cola hasta
los mismísimos muertos”.
Mucha razón tenía este último al expresarse del modo
anterior, pues en realidad, en los Estados Unidos, hasta
los muertos tienen que hacer cola para tener acceso al
cementerio.
Voy a tratar de explicarme: allá en Mérida, todavía
existe la costumbre de que al morir una persona, cuales-
quiera que sean sus condiciones económica y social, el
velatorio de la misma se efectué en su propia residencia
y, cuando menos hasta el momento en que yo me desave-
cindé de esa población, no supe nunca que en las funera-

119
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

rias de ahí existieran salones especiales para velar a los


cadáveres.
En la ciudad de México, lo mismo que aquí en Tijua-
na, cuando la familia lo solicita apenas muere una perso-
na su cadáver es trasladado a tal o cual funeraria, en
donde se encargan de amortajarlo, maquillarlo y estable-
cer la capilla ardiente en unos salones destinados exclu-
sivamente para esos menesteres, de modo que las fami-
lias se trasladan a las funerarias a velar a la persona aca-
bada de fallecer y, al día siguiente, del local de la propia
funeraria parte el cortejo fúnebre.
En los Estados Unidos el mecanismo es análogo, solo
que ahí, además de los salones para los velatorios, existen
en las funerarias grandes refrigeradores que sirven para
almacenar a los cadáveres mientras les toca su turno para
ser enterrados.
De modo que aquí se complica la cosa; pues al sobre-
venir la defunción, la funeraria se hace cargo del cadáver
que desde luego pasa a ocupar su lugar en los refrigera-
dores, en riguroso orden cronológico, por lo que según el
número de cadáveres que hayan llegado primero, será el
número de días que el muerto tendrá que permaneces en
las cámaras frigoríficas, con lo que los familiares dolien-
tes necesitan regresar a sus domicilios en espera de que la
administración de la funeraria les comunique el día y la
hora en que el cadáver va a ser velado y luego enterrado.
Los cadáveres que tienen suerte hacen tres o cuatro
días en su tan fría penúltima morada; pero hay algunos
que tienen que esperar hasta diez y quince días en el inte-
rior de los helados refrigeradores para poder pasar a
ocupar su no menos helada sepultura en cualquiera de
los cementerios.
120
Contrastes

Como se ve por todo lo anterior, si nosotros estamos


obligados a sufrir las interminables colas para entrar en
un espectáculo, para depositar un mensaje en la oficina
telegráfica y hasta para comprar alimentos indispensa-
bles, tenemos cuando menos el consuelo de pensar que la
muerte será piadosa algún día con nosotros y nos eximirá
de la obligación de seguir haciendo colas. En cambio,
nuestros primos de el otro lado, tienen que seguir ha-
ciendo cola hasta después de haber entregado su alma al
Creador; y no ha de faltar alguno de ellos que viva preo-
cupado pensando en que al morir, cuando su cadáver sea
conducido a una funeraria, será recibido con el obligado
sonsonete de ¡hagan cola!

121
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El Ala Simbólica
18 de julio de 1951

A unos cuantos pasos de Tijuana, la carretera norte-


americana 101 presenta una desviación que conduce a la
parte más alta de una pequeña loma ignorada por la ma-
yor parte de la gente, pero que en realidad posee una
importancia histórica muy digna de tomarse en cuenta.
Hacía tiempo que me llamaba la atención, cada vez que
iba a San Diego, la presencia de una especie de ala de
avión ubicada en la parte más alta de la mencionada lo-
ma. Por las noches, inclusive, divisaba yo perfectamente
el ala en cuestión desde muy lejos, a causa de que posee
una iluminación especial que la hace muy visible desde
gran distancia.
A numerosas personas me había acercado con el obje-
to de inquirir acerca de cuál es el significado de la men-
cionada ala de avión colocada en un sitio aparentemente
tan inexplicable, y ninguna me había podido dar una
explicación satisfactoria.
Ayer quise saciar mi curiosidad y con ese objeto tome
la mencionada desviación de la carretera. Pronto me en-
contré en la parte más alta del cerro en cuyo vértice se
halla enclavado lo que tanto me había llamado la aten-
ción y que no es otra cosa que un monumento. Considero
que es uno de los monumentos más singulares que he
visto, pues representa, sencillamente, la forma del ala de

122
Contrastes

un avión. El monumento es todo de aluminio y tiene en-


clavada la base directamente en el suelo, mientras que su
vértice, que por las noches se encuentra señalado por un
pequeño foco rojo muy visible, se eleva a más de 20 me-
tros del nivel de la base, alrededor de la cual se extienden
una terraza en forma de herradura y unas cuantas bancas
de cemento sombreadas por unos arbolitos recién plan-
tados.
Este monumento se puede decir que pasa completa-
mente inadvertido y la loma en cuyo vértice se encuentra,
hoy no es más que una simple irregularidad del terreno,
carece de importancia en lo absoluto y la gente lo mira
como uno de los tantos cerros que se divisan desde la
carretera 101; pero me figuro que hace 68 años, su nom-
bre habrá llenado las planas de los periódicos de enton-
ces, por el suceso extraordinario que en su cima tuvo lu-
gar.
Su nombre, si es que lo tuvo, pues en la actualidad
nadie lo conoce, debió de haber sido familiar para nues-
tros bisabuelos, como se hizo familiar para todos noso-
tros el hasta antes ignorado atolón de Bikini, cuando las
fuerzas armadas de los Estados Unidos llevaron al cabo
sus experimentos sobre los efectos de la bomba atómica
en ese arrecife del Pacifico. Y así como cuando dentro de
menos de una centuria algún barco pase junto a Bikini, es
muy probable que ninguno de sus tripulantes sepa que
ahí se hicieron los primeros estudios sobre los efectos de
la radiaciones atómicas, en la actualidad, de los millares
de automovilistas que diariamente pasan junto a la base
de la loma a la que me refiero, nadie se detiene ni siquie-
ra a pensar que ahí tuvo lugar, apenas hace 68 años uno
de los hechos más importantes de la humanidad, hecho
123
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

que sirvió de primun movens a la conquista del espacio


por el hombre.
Y ahora que la aviación desaparece las distancias en
la paz y tiene la fuerza suficiente como para cambiar el
destino de los pueblos durante la guerra, este simbólico
monumento y el cerro en cuya cúspide se halla ubicado,
adquieren perfiles extraordinarios, pues fue ahí precisa-
mente desde donde se inicio el primer vuelo que regis-
tran los anales de la aviación. Aquí, un día del mes de
agosto del año de 1883, John J. Montgomery planeó por
primera vez, efectuando de este modo el primer vuelo en
avión, aunque sin motor, y poniendo de este modo la
primera piedra de la aviación tal cual la conocemos ac-
tualmente.
Hoy la aventura de Montgomery parece infantil y casi
mueve a risa; pero hay que situarse en el momento en
que la hizo para apreciarlo en todo su temerario valor.
Han pasado muchos años; indudablemente que el pano-
rama que Montgomery divisó antes de lanzarse a su ha-
zaña memorable, fue totalmente distinto del que hoy se
mira desde el mismo lugar. El no vio como nosotros po-
demos ver desde la terraza que rodea al monumento los
campos cultivados con apio, con maíz y con tomates; el
no vio los numerosos ranchos que hoy rodean al cerro
histórico; el no vio a la izquierda las numerosas casitas de
Tijuana que ya invadieron todos los cerros que rodean al
valle; el no vio a lo lejos la playa de Imperial Beach, ni
tampoco vio serpentear a sus pies la hermosa carretera
101, con su eterna carga móvil de incontables coches que
van y vienen en carrera loca sin un momento de descan-
so. No, el sencillamente se lanzó al vacío como se lanzan
todos los iniciadores sin saber lo que va a acontecer; y la
124
Contrastes

semilla que ese día imperecedero lanzó al surco de la


civilización, ha germinado en una de las conquistas más
osadas del hombre a través de todas las edades.
Muy cerca está la base naval de San Diego. A cada
instante surcan por encima del cerro histórico y de su
monumento alusivo los veloces aviones de retropropul-
sión y los gigantescos transportes aéreos del ejército nor-
teamericano, cuyos pilotos seguramente ignoran que por
debajo de ellos se encuentra una elevada loma desde la
cual, hace 68 años, un hombre llamado John J. Montgo-
mery se lanzó por vez primera al espacio para poner con
su hazaña los cimientos de ese complicado y maravilloso
edificio que se llama la aviación.
Y esa ala simbólica que un conjunto de agrupaciones
de San Diego instaló en ese lugar apenas el 21 de mayo
pasado, es como el índice derecho de Montgomery que
apunta de un modo perpetuo hacia la inmensidad del
espacio que él supo conquistar; esa ala simbólica indica
que, según reza la inscripción de la lápida alusiva que se
encuentra a los pies del propio monumento, John J.
Montgomery “abrió para los hombres el gran cambio del
cielo”.

125
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Coronado
23 de julio de 1951

Indudablemente que todo lo que de bello, atractivo e


interesante puede admirarse en Coronado, se debe a la
mano del hombre. Con este pequeño trozo del continente
americano sí se mostró egoísta la naturaleza, pues no
encontramos ahí ninguna de esas irregularidades del
terreno que tanta belleza le proporcionan al suelo califor-
niano. No vemos por lo tanto aquí los altos acantilados
cuyas pendientes, además de los peligros naturales, ofre-
cen siempre al visitante una vista espectacular; no; aquí si
efectuamos mentalmente una abstracción total de lo que
el hombre ha hecho con su esfuerzo tesonero, sólo halla-
remos un enorme banco de arena que sería una isla de-
sierta situada en medio de la bahía de San Diego, a no ser
por una faja estrecha de terreno que partiendo del men-
cionado banco arenoso, avanza hacia el sur estrechándo-
se cada vez más, hasta encontrar la tierra firme muy cerca
de la línea internacional que separa a nuestra Patria de
los Estados Unidos. Esta faja de terreno cumple de este
modo una doble misión: en primer lugar, une a Corona-
do con el resto del continente y en segundo, cierra por
fuera la porción sur de la bahía de San Diego, haciendo
que ésta sea un refugio seguro para las embarcaciones
que acuden a ella, circunstancia esta última que el go-
bierno de los Estados Unidos ha sabido estimar y aprove-

126
Contrastes

char, para establecer en ella la Gran Base Naval de San


Diego que hoy por hoy es la más importante en todo el
extenso litoral del Pacífico.
Y ya que la bahía descubierta por Juan Rodríguez
Cabrillo por sus condiciones privilegiadas fue convertida
en sede de la mencionada base naval, y tomando en
cuenta que la técnica de la guerra moderna considera
necesariamente hermanadas a la marina y a la aviación,
la presencia de ese enorme terreno plano ha sido aprove-
chada a la perfección para establecer en él la moderna
Base Aérea de North Island, correspondiente a la ya va-
rias veces mencionada Gran Base Naval de San Diego.
En efecto, ese gran banco arenoso está dividido en la
actualidad en dos porciones completamente distintas: la
porción norte, conocida con el nombre de North Island,
que es donde tiene su asiento la base aérea mencionada y
la porción sur, correspondiente a la ciudad de Coronado,
que es a la que me voy a referir exclusivamente en este
articulo.
Coronado, de un árido banco de arena ayuno de
atractivos y pésimamente comunicado, ya que por su
peculiar situación antes mencionada para ir de él a San
Diego era necesario dar un rodeo enormemente largo,
recorriendo en toda su extensión la estrecha faja de te-
rreno que lo une al continente, se ha convertido, gracias a
la mano del hombre, en una risueña, atractiva y encanta-
dora ciudad, residencia de la aristocracia sandieguina, y
en el sitio de veraneo más distinguido y caro de los alre-
dedores de nuestra vecina ciudad y puerto.
La estrecha comunicación natural entre Coronado y la
tierra firme se halla ocupada actualmente por una mo-
derna carretera que abarca casi toda su amplitud; a con-
127
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

secuencia de esto, cuando uno pasa por ella, a ambos


lados de la misma se ve muy cerca el mar y cuando se va
a Coronado, a la izquierda se miran las siempre azules
aguas del Océano Pacifico, mientras que a la derecha
puede verse perfectamente la bahía con sus incontables
unidades de la armada norteamericana.
Pero a pesar de la amplitud de la carreta, los domin-
gos parece que resulta estrecha en virtud de que a cada
lado de la misma se estacionan tantos automóviles, que
forman dos filas interminables, sin solución de continui-
dad, de modo que cuando uno transita por la menciona-
da calzada da la impresión de que está pasando revista a
los incontables coches de los bañistas que los han dejado
ahí estacionados mientras ellos disfrutan la playa.
Cuando va uno sobre la carretera, desde muy lejos
llama la atención un enorme edificio que al principio sólo
se dibuja en el fondo del camino como una graciosa silue-
ta muy irregular pintada de rojo y blanco. Pero cuando
uno se va acercando más y más, aquella graciosa silueta
se va convirtiendo poco a poco en una bella construcción
hecha toda de madera, que semeja un conjunto de casti-
llos medievales inteligentemente acoplados, con una de-
coración en la que los colores rojo y blanco se combinan
con un gusto exquisito y refinado: es el mundialmente
famoso Hotel del Coronado.
Rodeado por amplísimos jardines interrumpidos aquí
y allá por modernas calzadas a las que brindan su som-
bra acogedora las frondosas copas de unos eucaliptos, el
Hotel del Coronado se encuentra a la orilla del mar con
su cara norte mirando hacia el Pacífico. Su entrada prin-
cipal corresponde a la bahía de San Diego, precisamente
a la porción de ésta en donde desarrolla sus actividades
128
Contrastes

el Club de Yates de San Diego. Con motivo de esto, en el


momento de llegar al hotel, pueden verse incontables
yates de todos modelos, tamaños y colores pertenecientes
al mencionado club, yates que con frecuencia participan
en regatas cuya celebración contribuye a atraer más gente
a Coronado.
Pasando entre el Club de Yates y el hotel, se entra ya
a la ciudad de Coronado propiamente dicha. Describir el
aspecto de la ciudad, sus jardines su zona residencial, la
organización de su tránsito y otras cosas más que llaman
la atención, sería repetir lo que tantas veces he dicho al
referirme a La Jolla, Chula Vista, National City, etc. Me
limitaré por lo tanto a mencionar lo que tiene de especial:
su malecón y su calle principal.
El malecón es muy amplio, aunque en realidad luce
muy feo e incomodo, a consecuencia de que a lo largo de
toda su extensión tiene unas enormes piedras muy angu-
losas colocadas ahí de un modo desordenado, no sé si a
manera de rompeolas para proteger las residencia vera-
niegas durante la creciente, o con motivo de la pasada
guerra mundial. El caso es que para ir a la calzada que
corre paralelamente al propio malecón a la playa que está
en seguida, hay que hacer sobre las mencionadas piedras
una serie de piruetas.
La calle principal de Coronado es amplísima y muy
bella; rodeada por los imprescindibles jardines califor-
nianos, tiene en su parte media un amplio camellón cu-
bierto por un verde césped siempre fresco y bien cuida-
do. De noche, esta calle adquiere un atractivo mayor aún,
en virtud de la intensa iluminación proporcionada por
los anuncios luminosos de las casas comerciales y de los
numerosos focos que se pueden ver a lo largo de toda la
129
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

parte central del camellón. Esta arteria citadina comienza


junto al Hotel del Coronado y termina exactamente en la
estación del ferry que conduce al corazón del puerto de
San Diego.
Con la existencia del ferry quedó resuelto definitiva-
mente el problema de la difícil comunicación entre San
Diego y Coronado; y esta solución satisfactoria para los
habitantes de esta última ciudad, ya que les evita el
enorme rodeo mencionado con anterioridad, es al mismo
tiempo para el turista un atractivo de primera línea, pues
le brinda la oportunidad de ver de cerca, desde el mira-
dor del ferry, los destructores, los cruceros, los submari-
nos, los acorazados y los enormes portaviones de la ar-
mada norteamericana.
Si Coronado no tuviera su famoso hotel; si no tuviera
su malecón, ni sus jardines, ni sus residencias palaciegas,
lógicamente se comprende que no tendría tampoco su
ferry, pues la presencia de éste se debe a la existencia de
todo lo anterior: pero aceptando utópicamente la ausen-
cia momentánea de todo lo primero, en la actualidad, la
sola existencia del ferry es un motivo suficiente para no
dejar de visitar esa encantadora ciudad, cuyos habitantes
pueden vanagloriarse de no deberle nada a la naturaleza,
pues permítaseme que yo insista de nuevo sobre el mis-
mo tema, ha sido el tesonero esfuerzo de la mano del
hombre lo que ha permitido que un desértico banco are-
noso se convierta en lo que hoy es.

130
Contrastes

131
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

La Feria Internacional
de San Diego
Grave Afrenta a Nuestra Patria

27 de agosto de 1951

Ayer se efectuó en el Parque Balboa de San Diego la


exhibición de infinidad de objetos completamente de-
semejantes y con más o menos algo de interés. Aquello
era una verdadera miscelánea en la que había de todo y
para todo; un pequeño acuario muy bien presentado;
numerosos ferrocarriles eléctricos en miniatura; carruse-
les y ruedas de la fortuna de juguete girando incesante-
mente; pequeños aviones de todos tipos y modelos ense-
ñando la evolución de la aeronáutica desde sus comien-
zos hasta nuestros días; lámparas eléctricas, yates, mone-
das antiguas y modernas de todos los países del planeta;
vajillas preciosas de autentica loza china; un retablo en-
señando todos y cada uno de los complicados nudos ma-
rinos; anclas, tapetes, jarrones, animales disecados, plu-
mas de aves, relojes, cuadros al oleo, esculturas y una
serie interminable de los más variados objetos que ocu-
paban numerosas mesas y aparadores dispuestos en la
porción central de la amplia sala de exhibición.
Pues bien, alrededor de todo este maremágnum que
acabo de mencionar y ocupando toda la extensión del
perímetro del edificio, se encontraba instalada una larga
132
Contrastes

serie de pabellones consagrados a diversos países de todo


el universo. Quizás a esta circunstancia se debió que el
espectáculo, que atrajo inusitada cantidad de visitantes,
fuera anunciado rimbombásticamente con el nombre de
Feria Internacional de San Diego.
Comencé a recorrer con todo detenimiento uno por
uno los diversos departamentos claramente identificados
tanto por la bandera, como por el nombre de los respecti-
vos países, escrito este último con grandes caracteres
muy visibles.
En cada pabellón se exhibían objetos típicos de las di-
versas naciones del mundo; y a medida que avanzaba en
mi recorrido, me fui dando cuenta de que cada pabellón
venía a representar, en pocas palabras, como ven los Es-
tados Unidos a las diversas naciones ahí representadas.
En el primer pabellón, correspondiente a Holanda,
podemos ver los imprescindibles molinos holandeses, los
grandes pastos y los trajes típicos de los Países Bajos.
Luego viene Portugal con postales alusivas y publica-
ciones escritas en idioma portugués. Más tarde Islandia,
con un volcán constantemente en erupción. En seguida la
siempre verde Irlanda.
El pabellón del Congo es de los más grandes, con al-
hajas, instrumentos musicales, armas y fieras de esa leja-
na región del continente africano.
Canadá, con su célebre caballería y sus característicos
bosques. Suiza, con sus paisajes siempre blancos. Filipi-
nas, con sus casas de palmas que parece que caminan
sobre zancos. Japón, con sus geishas y su imprescindible
Monte Fuji.
Alaska, con preciosos paisajes invernales semejantes a
los que se utilizan para hacer las postales de navidad y
133
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

algunas cabezas de ciervo con su complicada cornamen-


ta. Alemania, Inglaterra, India, Australia y otras naciones
de nuestro planeta que sería muy largo enumerar.
Deliberadamente dejé para el final los dos pabellones
que más me llamaron la atención: uno que me llenó de
satisfacción al mismo tiempo que me abrió de nuevo la
herida aun no cicatrizada de la nostalgia, ya que estaba
consagrado, ¡asómbrate lector!, a Yucatán y del que me
ocuparé más adelante; y otro, el referente a México, que
me produjo una desagradable mezcla de tristeza e indig-
nación, al observar el modo tan ruin, anti-amistoso y mal
intencionado como representan a nuestro país en la pre-
tendida Feria Internacional.
El lector comprensivo, con toda seguridad se ha de
sentir herido en lo más profundo de su amor patrio, al
conocer la triste representación que en mala hora nos
asignaron los organizadores de la feria de marras: al fren-
te, la palabra MEXICO acompañada de nuestro pabellón
tricolor, por cierto con los colores invertidos; luego algu-
nas asquerosas casas de adobe semiderruidas; a un lado
se ve una pequeña iglesia y en el centro, un edificio en
estado semirruinoso que ostenta en la parte central la
palabra Cantina, con un ebrio empujando bruscamente
las mamparas para entrar, mientras algunos borrachos
yacen tirados en el suelo. A un lado de la cantina un le-
trero que dice tequila y al otro lado un pequeño puesto
con un pizarrón en donde se puede leer la siguiente ins-
cripción: sodas, tacos, enchiladas.
Más allá se ve una plaza de toros y un monumento a
la bandera en cuyo mástil luce triste y desteñida una pe-
queña bandera mexicana, mientras que a los pies del
propio monumento, adulterando la conocida escultura de
134
Contrastes

Rómulo Rozo, un charro duerme plácidamente con la


característica posición de la cabeza entre las rodillas, con
la que los americanos simbolizan la para ellos proverbial
pereza de nuestro pueblo.
Por otros lados se ven sombreros charros, sarapes,
nopales, etc.; y para que la representación de nuestra Pa-
tria sea completa, no podía faltar el antiestético carretón
tirado por un burro pintado a rayas semejando una cebra,
que puede verse en las esquinas de la Avenida Revolu-
ción de esta fronteriza población de Tijuana.
Más infames y más cáusticos no pudieron portarse
con nosotros los que instalaron el pabellón de México en
el que de un modo tan descarado como innecesario se
nos denigra abiertamente.
Por medio de este artículo, denuncio públicamente la
grave afrenta que para nuestra Patria representa lo ante-
rior, que en mi concepto amerita una enérgica protesta de
nuestro Gobierno ante quien él considere necesario ha-
cerla, por el denigrante espectáculo y el vergonzoso pa-
pel que, a espaldas nuestras, hicieron representar a Méxi-
co en la pretendida Feria Internacional celebrada ayer en
el Parque Balboa de nuestra vecina ciudad de San Diego.9

9 Comentario del Diario de Yucatán. Parece increíble que el Sr.


Cónsul de México en San Diego, California no haya protestado contra
las ofensas que se infieren a nuestra patria en la Exposición de marras,
ofensas que en el mejor de los casos deben atribuirse, piadosamente
más a la crasa ignorancia del organizador del espectáculo, que a la
deliberada intención de mortificarnos.
Pero sea de ello lo que fuere, la Secretaría de Relaciones Exterio-
res de la República a la cual nos permitimos hacer traslado de esta
crónica del ilustrado Dr. Pérez Solís – debe tomar cartas en el asunto y
si lo tuviese a bien, solicitar, por los conductos debidos, que desapa-
rezca la infeliz “interpretación” de México en la Exposición ubicada en
el Parque Balboa de San Diego, California. – Nota del Director.
135
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Voy a consignar a continuación algo extraordinaria-


mente interesante, cuya tendencia hasta el presente mo-
mento no alcanzo a vislumbrar. En la Feria Internacional
del Parque Balboa de la ciudad de San Diego, entre los
distintos departamentos de la misma consagrados a las
diversas naciones del Universo, había uno dedicado en
especial al Estado de Yucatán.
Yo no sé si fue la misma perfidia que hizo representar
a México como un país de miseria, holganza y deprava-
ción, como hice notar anteriormente, la que impulsó a los
organizadores de la feria a presentar a Yucatán en pabe-
llón aparte, como si fuera un país independiente, basán-
dose en el decantado separatismo de los yucatecos ya por
fortuna relegado al olvido.
El caso es que en la mencionada Feria Internacional,
quién sabe por obra y gracia de quién o de quiénes, vol-
vemos a aparecer como eminentemente separatistas, pues
Yucatán cuenta con un pabellón completamente inde-
pendiente del de México, pabellón por cierto muy intere-
sante, muy bonito, muy bien presentado y que no nos
denigra en lo absoluto.
Como todos los otros departamentos de la feria, el
nuestro ostenta con grandes letras el nombre que indica
el país al que se refieren los objetos ahí expuestos, de mo-
do que lo primero que se puede ver el acercarse a él, es la
palabra YUCATAN perfectamente bien legible.
Sólo que aquí, los conspicuos encargados de instalar
nuestro pabellón yucateco, tropezaron con un problema
aparentemente irresoluble, pero que, sin embargo, ellos
supieron resolver fácilmente, pues como a cada pabellón

136
Contrastes

había que adornarlo con la bandera respectiva, al no en-


contrar bandera yucateca se conformaron con exponer un
mapa de la península con unas vistas de las ruinas de
Chichén Itzá y Uxmal dibujadas en medio.
Además de lo anterior, nuestro departamento yucate-
co enseña numerosas hojas de henequén auténticas, una
bolsa, naturalmente de henequén, de esas que se fabrican
en Mérida, y que tiene como adorno dibujos alusivos
hechos de hilo contado.
Se ven algunas alfombras hechas del mismo material,
con bonitas pinturas representando a nuestra típica mes-
tiza con un terno multicolor, su rebozo y un enorme lazo.
Hay además, otras alfombras y tapetes con pinturas
de un paisaje yucateco ya muy popularizado en todas
partes, consistente en una casita de paja, una albarrada
que destaca por su nítida blancura, un pozo con su cubo,
una soga y su carrillo y una hermosa mata de flamboyán
cuajada de flores.
En una mesa de madera de tamaño adecuado, se ven
dos muñecos de trapo muy bien hechos representando a
una pareja de mestizos yucatecos luciendo el traje regio-
nal de nuestro Estado. Se puede decir que estos muñecos
tienen un acabado perfecto: él, vestido con su camiseta
blanca, un pantalón de manta y un delantal de cotí. No le
faltan ni las alpargatas, ni el sombrero de huano10, ni el
calabazo ni el sabucán11 y con la mano izquierda sostiene
un alto boh12.

10 Tipo de paja.
11 Morral yucateco.
12 Tallo vertical largo de las plantas del género del agave que incluye
al henequen.
137
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

La mestiza luce limpia, elegante y zalamera; y como


lleva en una mano una canasta llena de frutas y otras
cosas, me hizo recordar en seguida la época que pasé
haciendo mi servicio social en el pueblo de Seyé, del De-
partamento de Acanceh, en virtud de que idénticas las
veía los sábados por la noche, cuando salían del cine e
iban al mercado aprovechando que esa noche había ha-
bido matanza13.
Sobre la misma mesa puede verse una paca de hene-
quén en miniatura, un batidor para chocolate, una buta-
ca, una jícara, una banqueta con su lec14 encima, una pie-
dra de moler y una batea sostenida por dos burros.
En otra mesa, algunas pequeñas piedras labradas con
motivos mayas, entre las que destaca un Chac mool15. Se
ve igualmente una maqueta representando una casita de
paja en cuya puerta se halla parada una mestiza. Cerca
de ésta dos perros duermen tranquilamente, mientras
otra mestiza junto a un comal con dos tortillas encima,
muele su nixtamal en una piedra colocada sobre un ban-
co.
Termina todo con un plantío de henequén en el que
un campesino con tipo francamente asiático, está cortan-
do pencas con un filoso machete en la diestra.
Como se ve, el Pabellón Yucateco representa un in-
fantil aspecto típico de Yucatán y, como quiera que en el
recorrido natural de los visitantes está ubicado antes del
que corresponde a México, al verlo, me sentí por un mo-

13 Días en que había carne de res porque ese día se sacrificaba una.
14 Jícara.
15Escultura maya de una figura humana reclinada hacia atrás, con las
piernas encogidas y la cabeza girada.
138
Contrastes

mento satisfecho y orgulloso al observar que los organi-


zadores de la Feria Internacional de Balboa hubieran es-
cogido a Yucatán como representante de México en la
mencionada feria. Pero al proseguir mi recorrido por las
demás naciones de la tantas veces mencionada feria y
encontrar el pabellón consagrado a México tal cual lo he
descrito, me llevó a la conclusión de que el Pabellón Yu-
cateco no lleva ni una buena ni una mala intención, sino
que simplemente es el reflejo de la supina ignorancia de
los organizadores de la Feria.

139
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Los Ángeles
20 de septiembre de 1951

A pocos menos de tres horas de Tijuana, a un lado de


la carretera norteamericana 101 que, por su particular
amplitud y hermosura, y por recorrer en toda su exten-
sión la costa occidental de los Estados Unidos se conoce
también con el nombre de El Boulevard del Pacífico, se
extiende la enorme y complicada ciudad de Los Ángeles,
California, que por su tamaño, su importancia y su popu-
laridad, es una de las principales ciudades de los Estados
Unidos y del mundo, y la más grande en el oeste del ve-
cino país.
Después de cruzar las ciudades californianas de San
Diego, Oceanside y Laguna Beach, llegamos a Long
Beach, ciudad ubicada tan cerca de Los Ángeles, que se
puede decir que no existe verdadero límite de separación
entre ambas urbes.
Long Beach es una ciudad pintoresca y muy moder-
na, y aparte de su feria semejante a la de Mission Beach,
de sus rascacielos que le imprimen el carácter de una
gran metrópoli y de los numerosos yates que pueden
verse navegando en sus concurridas playas, tiene algo de
especial que llama poderosamente la atención desde el
primer momento: la gran cantidad de pozos petroleros.
Desde el comienzo del límite de Long Beach hacen su
aparición las características torres ennegrecidas que indi-

140
Contrastes

can la presencia de los pozos petroleros. Infinidad de


ellos pueden verse a lo largo de kilómetros y más kilóme-
tros que recorre el automóvil. Infinidad de pozos y de
bombas que trabajan incesantemente “como insectos que
succionan la sangre a la tierra”, según la feliz expresión
de mi particular amigo, el Dr. Raúl Montalvo, con el que
tuve el gusto de visitar la ciudad de Los Ángeles la se-
mana pasada.
Por momentos, las negras torres de los pozos petrole-
ros son tan numerosas, que obscurecen el horizonte y
apenas dejan ver, como por entre pequeñas rendijas, el
paisaje siempre interesante y magnífico que se puede
admirar por todo el trayecto de la carretera.
A ambos lados del camino, en lo alto de los cerros, en
la profundidad de las pendientes, en el agua misma del
océano, se pueden ver las torres de los pozos petroleros y
las bombas que trabajan sin un momento de descanso
extrayendo toneladas del llamado oro negro, tan indis-
pensable para la industria, cuyo sector bélico ocupa en la
actualidad lugar preponderante en el presupuesto estra-
tosférico del gobierno norteamericano.
Seguimos avanzando y parece que los pozos petrole-
ros no van a tener fin. Ya en pleno corazón de la ciudad,
pueden verse las torres tantas veces mencionadas, una
junto a otra, como se ven las veletas en los patios de las
casas ahí en esa ex-blanca ciudad de Mérida.
Y entre torres instaladas aquí y allá, y un verdadero
torrente de automóviles de todas marcas y modelos que
se deslizan en carrera vertiginosa sobre la magnífica ca-
rretera. Por sobre ingeniosos pasos a desnivel y cruceros
con profusión de semáforo que hacen fluido constante-
mente el tránsito de los incontables vehículos, entramos
141
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

sin darnos cuenta a esa enorme acumulación de casas


comerciales, fábricas, almacenes atiborrados, rascacielos
de moderna arquitectura y preciosas residencias particu-
lares: es la ciudad de Los Ángeles, California, cuyas
manzanas son como bloques irregulares separados entre
sí por interminables avenidas, cada una de las cuales es
un turbulento río cuyas aguas, rápidas e incontenibles,
son los numerosos automóviles que las 24 horas del día
transitan sobre ellas en carrera desenfrenada.
Y así como los ríos en las épocas de lluvia aumentan
su caudal y se desbordan ocasionando muertes al salirse
las aguas de su cauce, esos ríos de vehículos que son las
calles de Los Ángeles aumentan notablemente su caudal
a la hora en que los obreros salen de las fábricas, y llegan
hasta a desbordarse con frecuencia ocasionando muertes,
pues es tanto el tránsito en la ciudad angelina, que a pe-
sar de los numerosos semáforos estratégicamente coloca-
dos, de las medidas apropiadas que ha dictado el Depar-
tamento de Tránsito y de la organización general del
mismo, siempre hay personas que pagan su tributo de
sangre a esta nuestra moderna era del automovilismo.
Los Ángeles es una enorme ciudad, interesante en
numerosos aspectos y conocidísima por todos en virtud
de que junto a ella se encuentra la increíble ciudad de
Hollywood, esa fantástica metrópoli del celuloide en la
que todo puede suceder y sobre la que se ha agotado to-
do lo que pueda escribir, retratar y suponer.
Este solo hecho determina que la ciudad de Los Án-
geles sea familiar para todos los millones de aficionados a
la cinematografía que se hallan repartidos en las cinco
partes del globo terrestre. Nada por lo tanto puedo escri-
bir que no se haya escrito antes; nada puedo decir que no
142
Contrastes

haya sido dicho ya por alguna otra persona; ningún as-


pecto puedo describir ni enfocar que no haya sido descri-
to y enfocado con anterioridad.
Por tanto, sólo he de referirme de un modo muy bre-
ve a algo que a todos los mexicanos que por primera vez
visitan a Los Ángeles nos llama la atención: la enorme
cantidad de compatriotas que se ven por las calles de la
ciudad. Indudablemente que ésta es la ciudad de los Es-
tados Unidos en donde menos dificultades sufre el mexi-
cano que no sabe el inglés, pues la población latina es tan
grande, y en especial la colonia mexicana es tan numero-
sa, que en virtud de esta última circunstancia alguien,
refiriéndose a Los Ángeles, inventó la frase no estricta-
mente cierta pero sí bastante feliz de que “la ciudad más
grande de México se encuentra en los Estados Unidos”.

143
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El Negocio de la
Presión Arterial
24 de septiembre de 1951

En la ciudad de Los Ángeles, California, acaba de


surgir un novísimo negocio de esos que llevan el incon-
fundible sello de Made in USA, y que ha resultado en tan
corto tiempo tan lucrativo, que puede darse por descon-
tado que no falta mucho para que tenga miles de imita-
dores, no solamente dentro del territorio de los Estados
Unidos, sino que también fuera de las fronteras de nues-
tro poderoso vecino del Norte.
Se trata de lo siguiente: un individuo común y co-
rriente, pues hasta entonces no había demostrado tener el
singular olfato comercial que hoy todos le reconocen, para
su posterior y rápida fortuna, sintió de pronto que se
mareaba, tenía zumbidos de oído y le dolía mucho la
cabeza.
Como sus condiciones económicas eran precarias, tu-
vo que hacer grandes sacrificios para acudir al médico,
quien después de examinarlo detenidamente, le dijo que
tenía muy alta la presión arterial.
Como él, a pesar de ser, o quizás por ser un completo
ignorante en medicina se resistiera a creer en las palabras
del médico, hizo miles de preguntas para averiguar cómo
el galeno se había dado cuenta de que él tenía alta la pre-
sión arterial con sólo ponerle alrededor del brazo una tela
144
Contrastes

medio negra que le apretó fuertemente cuando el doctor


hacía presiones repetidas sobre una perita de goma, al
mismo tiempo que le ponía junto al pedazo de tela que le
apretaba el brazo, el pabellón de ese aparatito que los
médicos usan para auscultar y los estudiantes de medici-
na para posar cuando los retratan en grupo, y que él ha-
bía oído decir que se llamaba estetoscopio, o algo así por
el estilo.
Al médico le cayó simpática la lluvia de preguntas y
se las contestó amablemente una por una. Le explicó có-
mo funciona el baumanómetro, le enseñó la columna de
mercurio, le dio detalles acerca del método auscultorio,
de la máxima y de la mínima, le dijo que aquélla nor-
malmente es de 120 y ésta de 70, le instituyó el tratamien-
to adecuado y, por último, le cobró 20 dólares por la con-
sulta.
A nuestro héroe, aquello le encantó sobremanera, me-
nos eso de los 20 dólares, sobre todo cuando al abando-
nar el consultorio el doctor le dijo que regresara cada
semana para que le checara la presión arterial.
Hacía mucho tiempo que él había oído hablar de eso
que se llama presión arterial; pero nunca se imaginó que
tuviera tanto detalle minucioso como le acababa de expli-
car el doctor, ni mucho menos que le fuera a costar 20
dólares semanales saber cómo andaba de ella.
Y es natural suponer que si nunca llegó ni siquiera a
imaginarse nada de lo anterior, mucho menos pudo pen-
sar ni por un momento en que en poco tiempo los 20 dó-
lares que le acababa de entregar al doctor le iban a repor-
tar una fortuna inesperada.
En efecto, cuando regresó a la semana siguiente al
consultorio y supo que siempre tenía alta la presión, se
145
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

puso a sacar mentalmente la cuenta de lo que le iba a


costar durante quien sabe cuánto tiempo una checada
semanal. Por momentos pensó en no regresar al consulto-
rio; pero luego se decía a sí mismo; ¿y qué tal si me sube
más la presión? No, esto debe de ser muy peligroso; pero
al mismo tiempo pensaba que su problema debería tener
alguna solución.
Y la tuvo: se compró él mismo su baumanómetro, se
compró un buen estetoscopio y, de acuerdo con lo que
tan minuciosamente le había explicado el médico, se fue
sonriente a su casa a tomarse él mismo la presión arterial
cuantas veces le viniese en gana. Recordaba perfectamen-
te los números 120 y 70 y ya podía explicarle a sus fami-
liares los peligros de la hipertensión arterial.
Sí, desde luego era indispensable tomarle la presión a
todos los de la casa: “tú estás completamente bien, tú la
tienes muy alta, tú la tienes un poco baja”.
Vinieron luego los amigos y los vecinos. Aquello ya
era motivo de tertulias que se ponían cada vez más ani-
madas. Y así como las encopetadas damas se sientan al-
rededor de una mesa a jugar a la canasta uruguaya y los
aficionados al deporte se disponen alrededor de un apa-
rato de televisión para ver una pelea de box, una lucha o
un juego de béisbol, en casa de nuestro personaje el pasa-
tiempo predilecto era hacer cola junto al baumanómetro
para tomarse la presión arterial.
Pero ya era mucha la gente que quería conocer su
presión; algunos pedían que se las tomaran tres y cuatro
veces y eso ya no era posible porque nuestro héroe se
cansaba y ya las olivas del estetoscopio le comenzaban a
lastimar los oídos poco acostumbrados todavía a la sos-
tenida presión de esas bolitas negras.
146
Contrastes

Entonces – y aquí es donde despierta de su largo sue-


ño su hasta antes aletargado genio comercial: decide po-
nerle precio al trabajo y anuncia que a partir de aquel día,
cobraría un dólar a cada persona que quisiera conocer su
presión arterial, con lo que no solamente no disminuyo
su ya numerosa clientela, sino que aumentó su prestigio y
comenzó a llenarse los bolsillos con la codiciada divisa de
color verde.
Aquello era miel sobre hojuelas: cada día tenía más
trabajo y por consiguiente cada día tenía más dinero. Con
el inofensivo pasatiempo de decirle la presión arterial a
cuanta persona acudía a su domicilio, se ganaba fácil-
mente 100 y hasta 200 dólares diarios.
Pero, y aquí viene el único trago amargo de nuestro
personaje, los médicos envidiosos lo acusaron de charla-
tán, embaucador y suplantador de profesión.
El asunto fue llevado a los tribunales y éstos fallaron
en el sentido de que en realidad nuestro héroe no estaba
violando absolutamente ninguna ley, ni ejerciendo frau-
dulentamente la medicina, pues él simplemente satisfacía
los deseos que determinadas personas tienen de conocer
su presión, como las básculas públicas dan a conocer el
peso de las personas cuantas veces éstas lo deseen, previo
depósito de la moneda en la ranura colocada ad hoc.
El no daba recetas ni aconsejaba medicinas; él ni ha-
blaba siquiera; simplemente se limitaba a tomar la pre-
sión arterial, a entregarle al cliente una notita en la que se
podía leer a secas “alta”, “baja” o “normal”, según el ca-
so, y eso era todo.
Y como decididamente nuestro héroe nació con bue-
na estrella, el juicio ante los tribunales con resultado fa-
vorable para él y la publicidad que se le dio al caso, le
147
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

sirvieron de acicate para mejorar su negocio, pues cono-


ciendo que ya no trabajaba al margen de las leyes esta-
blecidas, se trasladó con todo y todo al centro de la po-
blación.
Actualmente se encuentra instalado en una de las es-
quinas más transitadas de la populosa población de Los
Ángeles, California. Su oficina, situada al aire libre, sólo
consta de una mesita y dos sillas; su instrumental son so-
lamente un estetoscopio y un baumanómetro; su cliente-
la, capaz de hacer relamerse los labios a cualquier médi-
co, hace colas interminables frente al moderno genio co-
mercial que se anuncia con un letrero en el que se puede
leer la siguiente pregunta: “¿Ya se tomó usted hoy la pre-
sión arterial?”
¡Alerta!, señores merolicos, he ahí un filón inexplota-
do en nuestra patria. ¡Les deseo mucha suerte y mucha
clientela!

148
Contrastes

149
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Anemia Aguda
2 de octubre de 1951

Pantaleón Abitia es un mexicano de 22 años, alto, for-


nido, de tez broncínea, manos hechas para el trabajo, ojos
expresivos y conversación amena y fácil. Ayer entró en
mi consultorio porque tenía un poco de fiebre y se sentía
muy cansado. A él le interesaba quedar bien rápidamente
y sentirse de nuevo fuerte y saludable como de ordinario
se ha sentido pues necesitaba a toda costa recobrar en un
dos por tres su fortaleza habitual y su agilidad merma-
das, ya que por la noche iba a saltar el alambre para in-
ternarse ilegalmente en los Estados Unidos.
De plano me confesó sus intenciones; y como yo me
diera cuenta de que el presunto alambrista no era preci-
samente un ignorante, quise hacerle algunas peguntas y
tratar de convencerlo de que era antipatriótico lo que él,
al igual que infinidad de mexicanos, hacían diariamente
al abandonar nuestros campos que también necesitan de
sus brazos, para ir a un lugar en donde a todas luces se le
discrimina y se les paga un salario muy bajo comparado
con lo que en realidad deben ganar.
Estuvimos conversando durante mucho tiempo; y a
cada pregunta que yo le hacía a mi paciente, éste tenía
siempre a flor de labio una respuesta atinada. Sabía reba-
tir perfectamente, como si estuviera preparado para ello,
todos los variados argumentos que yo le iba exponiendo,

150
Contrastes

argumentos que resultaban siempre endebles ante los


razonamientos que con aplomo y conocimiento perfecto
del problema, me hacía rápidamente el fornido jovenzue-
lo.
Me habló del agrarismo, de los despojos de que han
sido víctima los campesinos, de la falta de garantías de
parte de los diversos gobiernos que ha tenido la Repúbli-
ca, de los increíbles y escalofriantes crímenes, de los sal-
teadores y bandoleros que mantienen en continua zozo-
bra a determinadas zonas de nuestra patria.
Yo insistí de nuevo sobre el tema de la discrimina-
ción. Le dije que en los Estados Unidos no lo iban a tratar
bien por tener la tez obscura y por no hablar el inglés en
lo absoluto. Le informé de los bochornosos actos discri-
minatorios de Texas conocidos por todo el mundo. Le
hice saber que a mí me han dicho que en Texas se pueden
ver letreros en las puertas de algunos restaurantes, que
dicen textualmente: “Se prohíbe la entrada a perros y a
mexicanos”.
Pero nada de esto pudo convencer a Pantaleón.
Sé perfectamente, me decía, que me van a discrimi-
nar; es cierto. Sé que voy a sufrir mucho en ese aspecto; lo
acepto. Lo acepto resignado como un sacrificio porque
confío en que ahí me voy a quedar por el resto de mis
días; porque sé que ahí van a nacer mis hijos y que ellos
van a llevar una vida de gente y no de animales como
llevamos nosotros ahí en el rancho en donde yo nací.
Vea usted a los mexicanos nacidos en el otro lado: son
de nuestra misma raza, tienen el mismo color de noso-
tros; pero viven en casas decentes y confortables, con
servicios sanitarios, estufa de gas, refrigerador y hasta
aparato de televisión. Todos toman leche que no tiene
151
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

agua, todos comen huevos frescos y jamón de primera


calidad; todos tienen hasta su automóvil; todos, en una
palabra, viven como debe vivir la gente en este siglo. Tal
vez yo no logre esto nunca para mí; pero tengo la seguri-
dad de que mis hijos van a tener un estándar de vida que
esté de acuerdo con la civilización actual y que sin alejar-
se del campo, porque todos mis antepasados han sido
campesinos, podrán cultivar la tierra sin temor a que al-
guien venga luego a comprarle el producto de sus cose-
chas a un precio determinado, siempre muy bajo y a la
fuerza, para enseguida venderlo cinco veces más caro y
enriquecerse fácil y rápidamente con el producto de un
trabajo que no han hecho, porque esas personas ni necesi-
tan, ni saben trabajar.
Yo le hice notar, sin embargo, que todas sus aspira-
ciones iban a quedar truncas, pues más iba a tardar en
escalar el alambrado internacional que en ser aprehendi-
do por las autoridades norteamericanas que le deporta-
rían inmediatamente a nuestro país.
Eso corre por mi cuenta, doctor; ya sé qué es lo que
tengo qué hacer para burlarme de la migra, como le de-
cimos a los agentes de migración norteamericana; pero si
a pesar de todo me pescan, mañana mismo vuelvo a
brincar el alambre y vamos a ver quién se cansa primero.
Pero fíjese usted de que ahora los están transportando
en avión muy lejos de la frontera, le argumenté en segui-
da
Ah, doctor, no me venga usted a mí con esas cosas,
pues yo todavía ayer regresé aquí a Tijuana. Después de
brincar varias veces el alambre, pues quiero que usted
sepa que soy un alambrista experto y que logré quedar-
me a trabajar en un rancho muy cerca de El Centro, Cali-
152
Contrastes

fornia; pero un soplón me denunció y a consecuencia de


eso yo fui de los que viajaron en avión hasta la ciudad de
Durango. Éramos muchos alambristas los que íbamos en
el avión, casi todos contentos de regresar a nuestra patria
por la que desde el extranjero tanto se suspira. Durante la
travesía en el avión de guerra, nos repartieron unos pa-
quetes conteniendo sándwiches de jamón y queso y un
bote de leche, y unas hojas impresas en español que de-
cían más o menos lo siguiente: “Mexicano, te estamos
llevando de nuevo a tu patria. Te estamos llevando de
nuevo al lugar de donde no debiste salir nunca. El go-
bierno norteamericano y el de tu país se han puesto de
acuerdo para trasladarte junto a los seres que te necesi-
tan, junto a tus padres, junto a tus hermanos, junto a tus
hijos. Esta vez te traemos con mucho gusto; pero si insis-
tes en regresar, caerá sobre ti todo el peso de la justicia.
En el paquete que te acabamos de entregar, encontrarás
algo para que te alimentes mientras llegas al lado de los
tuyos”.
El texto de aquel papelito nos conmovió casi a todos:
estábamos a punto de llegar a nuestra patria, a nuestra
propia tierra; estábamos a punto de convivir de nuevo
con nuestros hermanos de raza; ya no seríamos discrimi-
nados ni vejados más.
Pero nuestra sorpresa comenzó cuando descendimos
del avión, pues una cuerda de soldados nos tapó el ca-
mino cuando quisimos entrar en la sala de espera del
aeropuerto; nos tuvieron expuestos al sol durante cerca
de cuatro horas; luego llegó una brigada de médicos y
enfermeras que nos vacunaron a todos contra no sé qué;
nos vieron la garganta con unas tablitas que casi nos ha-

153
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

cían vomitar y, por último, con unas bombas nos echaron


flit por todos lados.
Al rato llegaron tres camiones de esos que utiliza el
ayuntamiento de Durango para transportar la basura, y
como si fuéramos animales nos hicieron subir y nos con-
dujeron a las goteras de la población. Aquí nos abando-
naron diciéndonos bruscamente: “hasta aquí llega nues-
tra misión; ahora, que cada quien siga por su camino”.
Comenzamos a caminar con nuestras maletas a cues-
tas. Algunos se sentaron debajo de ese azul cielo mexi-
cano, a calmarse la sed con la leche norteamericana y a
quitarse en algo el hambre con los sándwiches norteame-
ricanos de jamón y queso.
Lo demás ya lo sabe usted doctor: aquí estoy dispues-
to a pasar de nuevo al otro lado hoy mismo, y esta vez sí
que no me pesca la migra.
Yo no sé hasta dónde será cierto lo que Pantaleón
Abitia me acababa de relatar. Yo le dije que no creía nin-
guna de sus palabras; pero sin embargo confieso que pu-
de ver que sus ojos enseñaban un amargo desengaño y
que su voz y sus ademanes eran tan firmes como la deci-
sión que tenía de abandonar para siempre a la tierra que
lo vio nacer.
Lo cierto es que son muchos los Pantaleones Abitias
que existen en toda la extensión de nuestra patria, que de
este modo sufre una hemorragia que nadie ha podido
contener, una hemorragia en capa, como se dice en tér-
minos médicos, que de seguir así va a conducir a nuestra
patria a una anemia aguda de brazos en perjuicio de
nuestros propios campos y, por ende, de nuestra propia
economía.

154
Contrastes

155
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

En Este Lado y en Otro Lado


2 de octubre de 1951

Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que todos


los que poseen la muy discutible fortuna de ser dueños
de un automóvil, van a quedar tan boquiabiertos como
yo cuando lean la despampanante noticia que en seguida
voy a transcribir.
Pero antes de hacerlo, creo oportuno esbozar algunas
consideraciones sobre el tema al que me voy a referir.
Los que tienen automóvil nuevo, se puede decir que
sólo sufren el cincuenta por ciento de las consecuencias
del automovilismo, pues por lo general es una rareza que
su coche se descomponga; pero los que por no permitír-
selo sus bolsillos se ven en la imperiosa necesidad de
comprar un automóvil de medio uso, se ven igualmente
en la necesidad más imperiosa aún, de sufrir en todo su
rigor las consecuencias aludidas, pues no hay una sola
persona en esas condiciones que no haya renegado mil
veces al ver que cuando no es el carburador el que se
descompone, es una llanta; cuando no es el radiador, son
los frenos; cuando no es del acumulador, es la bomba de
agua, etc.
Pero todos los automovilistas, absolutamente todos,
ya posean un poderoso coche de último modelo o ya sean
los modestos dueños de una destartalada carcacha, tienen

156
Contrastes

que pasar bajo la horcas caudinas de las exigencias de los


agentes de tránsito.
Para estos celosos guardianes de las disposiciones su-
periores, todo el que empuña el volante es un delincuente
en ciernes. En las carreteras federales los agentes motoci-
clistas andan materialmente a caza de los infractores,
aunque nosotros sabemos que por lo general no es con el
objeto de hacer cumplir las leyes del tránsito, ni mucho
menos, sino con el de ejercitar como se pueda la siempre
afilada y muy completa dentadura que poseen.
En el interior de las ciudades, los agentes de a pie y
los motociclistas, ejercen su vigilancia levantando infrac-
ciones por doquier y a la menor oportunidad, inclusive
cuando el caso no lo requiere, con el objeto de ver si el
infractor se ablanda y deposita unas cuantas monedas a
cambio de silencio del representante de la autoridad.
Con relación a lo anterior, yo no dudo que en México
haya excepciones pues ya sabemos que la excepción con-
firma la regla. Tampoco dudo que en el sentido inverso,
en los Estados Unidos haya posibles excepciones tam-
bién; pero como no hemos de basarnos en éstas para sen-
tar nuestras conclusiones, se puede decir que en el vecino
país los policías no muerden.
Allá, cuando alguien comete una infracción a los re-
glamentos del tránsito, como exceso de velocidad, pasar
un semáforo que marque alto, no señalar que va uno a
dar vuelta o a detenerse, etc., el agente se limita sencilla-
mente a detener el vehículo y darle una cita para que
acuda a la Corte en un día determinado, hecho lo cual,
cada quien sigue su camino.
Si el automóvil se haya estacionado en un sitio prohi-
bido, el agente simplemente coloca la cita en un lugar
157
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

visible del automóvil, generalmente junto al parabrisas,


de tal modo que el dueño, al regresar, se entera de que ha
sido multado y ya sabe que tiene la obligación de acudir
ante el juez el día que en la propia cita se le ha especifi-
cado.
Con relación a este último punto, en Tijuana difieren
notablemente los procedimientos utilizados por la policía
para reprimir el mismo delito, pues aquí hay siempre una
grúa de guardia, la misma que se utiliza para levantar a
los vehículos infractores y conducirlos a un garaje conve-
nido, de modo que, cuando el dueño del coche regresa
por él al lugar en donde lo dejó estacionado, se lleva el
susto de su vida al no encontrarlo, toda vez que las auto-
ridades de tránsito lo han conducido con su grúa a donde
ellos han considerado conveniente. El propietario, ade-
más del susto que se lleva, tiene que pagar la multa por la
infracción, los honorarios del dueño de la grúa y el alqui-
ler del lugar que ocupó involuntariamente su automóvil
en el garaje a donde fue conducido.
El otro día, cierto habitante de Tijuana tuvo la necesi-
dad de trasladarse a el otro lado con el objeto de efectuar
algunas diligencias. Para el efecto, tomó el estrecho ca-
mino que conduce a Coronado y aquí se estacionó en uno
de los lugares especiales que hay a cada lado de la calle,
lugares marcados por unos relojes automáticos que fun-
cionan mediante una moneda que se deposita en una
ranura especial, moneda de mayor o menor cuantía que
uno selecciona de acuerdo con el tiempo que piense du-
rar estacionado.
De este modo, cuando los agentes pasan a inspeccio-
nar los sitios de estacionamiento, si ven junto a un auto-
móvil un reloj parado, quiere decir que el automovilista
158
Contrastes

respectivo no depositó la moneda como era su obliga-


ción, o que aquélla fue demasiado pequeña para el tiem-
po que ha hecho en el estacionamiento. En ambos casos
ha cometido una infracción y por tanto le deja en el para-
brisas el papelito en el que le manifiesta su falta.
Pues bien; el caso que voy a relatar fue precisamente
así, ya que resulta que el señor al que me refiero, al esta-
cionarse en Coronado, depositó su moneda como sabía
que tenía que hacerlo; pero resulta que tardó en sus trá-
mites mucho más tiempo del que tenía calculado, por lo
que él sabía, al regresar, que ya había cometido con toda
seguridad una infracción. Sin embargo iba relativamente
tranquilo, pues confiaba en que en los Estados Unidos no
usan grúas para levantar los automóviles en esos casos y
que por tanto tenía la seguridad de encontrar su vehícu-
lo; pero no dejaba de causarle preocupaciones el saber
que al llegar junto a su coche iba a encontrar en el para-
brisas la consabida notita anunciándole su infracción.
En efecto, al llegar a su automóvil vio que sus sospe-
chas habían resultado ciertas al encontrar sostenido por
el cepillo que sirve para limpiar el parabrisas, un papelito
blanco cuidadosamente doblado que le había dejado ahí
seguramente un policía. Lo tomó y, sin leerlo siquiera,
emprendió el viaje de regreso, pues sabía muy bien que
una o dos semanas después tendría que acudir a la Corte
para que lo sancionaran por la falta que acababa de co-
meter.
Pero, cuál no sería su sorpresa, de la cual no sale to-
davía, cuando al desdoblar el papelito para conocer la
fecha de la cita, se encontró con la siguiente leyenda:

159
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

“Por las placas de su automóvil hemos visto


que usted no es de esta ciudad, sino un visitante
de Coronado y el Ayuntamiento de la ciudad le
da la bienvenida como tal.
“Ahora bien, usted se ha estacionado en un si-
tio en donde hay unos relojes especiales en los
que hay que depositar una moneda según el
tiempo que vaya a durar y si no lo hace, comete
usted una infracción a los reglamentos del tránsi-
to de Coronado. Comprendemos que usted no lo
hizo porque no es de aquí y no conoce nuestras
leyes; pero le suplicamos que lo tome en cuenta
para la próxima vez. Buen viaje”.
Yo no sé, amable lector, qué es lo que tú pensarás con
respecto a lo diametralmente opuestos que resultan los
procedimientos seguidos ante el mismo delito por la po-
licía de el otro lado y la de este lado; pero es desde luego
indudable, que hay mucha diferencia entre el romántico
papelito de bienvenida proporcionado por ellos y la fuer-
za incontrastable y convincente de la grúa utilizada por
nosotros.

160
Contrastes

161
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Malinchismo Norteamericano
6 de noviembre de 1951

Dudo yo que en toda la extensión de nuestra patria


exista alguna persona que no haya oído hablar del malin-
chismo. El complejo de la Malinche se reduce, en pocas
palabras, a menospreciar siempre lo nuestro y a conside-
rar que, por tanto, siempre es mejor todo lo que procede
del extranjero.
No importa de qué se trate: puede ser una película,
un licor, una fruta, una conserva, una tela; cualquier cosa;
para el malinchista basta que sea algo del extranjero para
que con ese solo hecho resulte de superior calidad a los
similares producidos o fabricados en nuestro país.
Los malinchistas moderados aceptan que nuestros
productos pueden competir con los del extranjero, siem-
pre y cuando que antes de cualquier posible comparación
se excluya a los Estados Unidos, porque con lo que este
país produce nadie puede competir en ningún aspecto.
A consecuencia de este punto de vista muy extendido
en México, aunque no tan palpable como en las poblacio-
nes fronterizas, pues aquí se hace más evidente la marca-
da predilección que todos tienen por lo que procede de el
otro lado, han sido muchas las personas que se han enri-
quecido sólo anunciando que tal o cual mercancía proce-
de de los Estados Unidos, con lo que automáticamente la
gente de tendencia malinchista paga cantidades crecidas

162
Contrastes

de dinero, no por apreciar la calidad o la belleza del pro-


ducto que le ofrecen, sino por ver en él ese mágico sello
de Made in USA.
En la ciudad de México, es sabido que existen nume-
rosas modistas mexicanas muy competentes que confec-
cionan vestidos de mujer hechos con telas mexicanas de
calidad tan buena o en ocasiones superior a las norteame-
ricanas; pero que no logran venderlos a precios elevados,
a menos que anuncien que son “vestidos americanos aca-
bados de llegar de los Estados Unidos”, anuncio a cuyo
mágico conjuro se abren todos los bolsillos sin irritantes
regateos, como cuando se trata de adquirir algo fabricado
en nuestro país.
Es signo de distinción en las reuniones sociales sacar
del bolsillo una cajetilla de cigarrillos naturalmente nor-
teamericanos, y ahí en la ciudad de Mérida, recuerdo que
una nevería anunciaba que tenía a la venta sorbetes ame-
ricanos llevados en avión desde los Estados Unidos, lo
que para mí ya era el colmo entre los colmos del malin-
chismo.
Esta serie de consideraciones se me vino a la memoria
por una circunstancia curiosa que en seguida voy a rela-
tar. El otro día tuve la necesidad de comprarme unas
corbatas; para el efecto, estuve observando los aparado-
res de los establecimientos locales y la verdad es que en
ninguno de ellos pude ver alguna que me cautivara.
Quizás algo contagioso por el malinchismo fronteri-
zo, preferí mejor ir por las corbatas a San Diego. En la
quinta avenida de esta ciudad hay establecimientos co-
merciales con aparadores en los que se hace alarde de
buen gusto y derroche de ingenio y de dinero. En uno de

163
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

éstos había en exposición una variedad de corbatas para


dejar satisfecha a la persona más exigente.
Al ver aquel aparador tan bien decorado, comencé a
comprender que realmente en Tijuana no hubiera podido
tener a mi alcance un surtido tan completo de aquellas
prendas masculinas; pero lo que más justificaba para mí
el viaje, era el hecho de que ahí en los aparadores de la
quinta avenida de San Diego tenía yo la seguridad de
encontrar corbatas americanas auténticas, y por tanto de
calidad inmejorable.
La había de todos colores: desde las muy extravagan-
tes con palmeras y bañistas pintadas el óleo, hasta las
adustas corbatas negras que se utilizan en las ceremonias
solemnes. Había igualmente de todos modelos: desde las
largas comunes y corrientes, hasta las de mariposa, las de
etiqueta y las modestas corbatas de lazo tan de moda
ahora en los círculos políticos de la capital de la Repúbli-
ca. Las había igualmente de todos los precios: desde las
que sólo costaban la modesta suma de cincuenta centa-
vos, hasta unas muy elegantes que tenían prendida una
electrizante etiquetita que marcaba nada menos que
quince dólares.
Estas últimas fueron las que más me llamaron la
atención, y no precisamente por sus colores de los que
había toda una variada gama, ni tampoco por su acabado
que podía catalogarse de perfecto, sino por su precio que
en mi concepto era estratosférico.
Porque la verdad es que pagar quince dólares por
una corbata, por más encantadora y de mejor calidad que
sea, me parece un verdadero atentado contra el bolsillo
de cualquier persona, no importa que ésta sea un multi-
millonario, sobre todo cuando sin quererlo, uno saca
164
Contrastes

mentalmente la cuenta de que quince dólares viene sien-


do algo así como ciento veinte y cinco pesos de los nues-
tros.
Mas como ante mis ojos no había nada que explicara
el que cada una de las mencionadas corbatas ahí expues-
tas costara la relativamente fabulosa cantidad de 125 pe-
sos mexicanos, le pregunté al dependiente que me aten-
día qué era lo que tenían de especial que justificara el
escandaloso precio.
La respuesta fue tan corta como inesperada: “en que
éstas son corbatas importadas directamente de Inglate-
rra”.
Aquella respuesta confieso que me cayó como un ba-
ño de agua fría en pleno invierno. Primero me dio risa;
pero en seguida me hizo comprender que la Malinche, al
igual que nuestros alambristas y nuestros espaldas mojadas
ya no respeta la línea fronteriza, pues es indudable que
aquello que yo acababa de atestiguar, era nada menos
que un caso del más puro y auténtico malinchismo norte-
americano.

165
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Una Corrida de
Toros Bilingüe
29 de noviembre de 1951

En la plaza de toros el Toreo de Tijuana se efectúan


las corridas más singulares que alguien se pueda imagi-
nar. No me voy a referir a los precios estratosféricos que
se cobran por los boletos, ya que como aquí todo es en
dólares, en realidad resulta barato el espectáculo toda vez
que la cercanía de las grandes ciudades norteamericanas
del Estado de California permite presentar magníficos
carteles por los que suspirarían los aficionados de otras
plazas, inclusive de la capital de la república.
El hecho singular al que me voy a referir, es corolario
natural de la mencionada cercanía de las ciudades de el
otro lado, pues como gran parte del público que asiste al
espectáculo está formada por turistas norteamericanos, la
corrida, desde los primeros anuncios de la misma, hasta
los boletos que dan acceso al coso taurino, están redacta-
dos e impresos tanto en español como en inglés.
Los boletos de sombra, por ejemplo dicen “sombra
general” y abajo, “shady side, general admission”.
Todos los alrededores de la plaza están plagados de
improvisados letreros que dicen “parking 35 centavos”; y
en cada uno de estos estacionamientos hay algunos mu-
chachos de corta edad con pequeños trapos dispuestos a

166
Contrastes

limpiar los parabrisas de los automóviles para ganarse


con ello algunas propinas.
A la entrada de la plaza, un conjunto de mariachi toca
incesantemente, tal vez para que los americanos se den
cuenta de que están en México, pues como todo está es-
crito en inglés y los empleados hablan el mismo idioma
que ellos, es necesario poner algo típico de nosotros que
sirva de brújula a los turistas que han cruzado la línea
para ver esa incomprensible fiesta de seda, sangre y sol
que ellos conocen con el nombre de bullfight.
Imagínese el aficionado neto a la españolísima y más
viril de todas las fiestas, el ambiente taurino de nuestro
bullring, con letreros en inglés, con un gran sector del
público que no entiende nada, no digamos de toros, sino
ni siquiera de nuestro idioma y con el estridente ruido de
los mariachis que tocan a la entrada del espectáculo.
Aquello resulta a mi entender un injerto tan descabellado
e incomprensible, como incomprensible y descabellada
resulta para los turistas la fiesta misma de los toros.
Durante toda la corrida es un entrar y salir constante
de gente. Unos, porque han llegado tarde; y los más, por-
que horrorizados al ver la muerte del primer todo se sa-
len inmediatamente de la plaza.
Pero no son los anuncios bilingües ni tampoco los
elevadísimos precios de 45 dólares por cada boleto de
sombra lo que le confiere a nuestras corridas tijuanenses
su singularidad sin paralelo. No son tampoco los maria-
chis que tocan en la puerta ni el hecho de que los turistas
norteamericanos no puedan comprender la fiesta y por
ello se salgan después del tercer toro. No hay nada de
eso. Hay algo más que nadie que no haya estado en una
corrida de Tijuana se atreve a imaginar
167
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Pongan atención. El cartel del domingo es atractivo.


La plaza está llena a reventar. Más de diez mil espectado-
res se apretujan en los tendidos, la mayoría turistas ame-
ricanos procedentes de California que nunca han visto
una corrida. Además de los mariachis, desde las 3 de la
tarde en los patios de El Toreo una banda toca marchas y
pasodobles. Poco antes de las 4 la banda entra a la plaza
y ocupa su lugar en lo más alto del tendido de sombra y
toca la infaltable Macarena, en la que un trompetista des-
afina sin inmutarse en medio de una rechifla generaliza-
da. Se escucha por fin el paso doble Cielo Andaluz. La co-
rrida va a comenzar. Por los magnavoces de la plaza se
escucha al locutor: “the show will begin shortly”. Des-
pués del tradicional paseíllo de las cuadrillas que el locu-
tor anuncia como “the bullfighters’ parade”, se anuncia la
salida del primer toro de la tarde, de 460 kilos, de nombre
Mala Cara: “the first bull of the evening, one thousand
pounds, Bad Face”.
Y así el locutor va explicando en ambos idiomas todo
lo que sucede en el ruedo: gaoneras, chicuelinas, etc. El
espectáculo transcurre entre gritos, rechiflas y lanzamien-
to al ruedo de cojines cuando un picador muy gordo,
sobre un caballo muy flaco, lanza en ristre, clava ésta en
el morrillo de Bad Face ante la protesta unánime de los
villamelones. Después de las banderillas y la faena, en el
sonido se escucha “and now, Arruza will kill the bull
with the estoque”. Muerto Bad Face, cuando salen el se-
gundo y el tercer toro, los turistas comienzan a abando-
nar la plaza.
Muerto el último toro, ante una plaza casi vacía por-
que los turistas han preferido ir a emborracharse en al-

168
Contrastes

guno de los bares circunvecinos, el locutor remata: “the


bullfigth is over”.
No cabe duda que cuando menos, desde este punto
de vista, no existe otro lugar en donde se verifiquen co-
rridas iguales a las del coso taurino de Tijuana.
Yo no sé qué impresión le causarán las líneas anterio-
res a los verdaderos aficionados a la fiesta brava; pero
confío en que me darán la razón en el sentido de que la
esencia misma y el sabor de la fiesta, de hecho están per-
didos.
Es muy distinto el espectáculo taurino tal como debe
ser, al bullfigth, esa curiosa mixtura que aquí nos sirven
en forma de corrida bilingüe.
Hay cosas que para que no pierdan su sabor original
han de ser sólo de un modo. No se debe tomar champaña
en vasos de cartón, ni un jugo de frutas en una copa de
plata.
Lo mismo pasa con la fiesta de los toros. Para que sea
como debe ser, es necesario ante todo enmarcarla en ese
cuadro que será siempre incomprensible para la raza
anglosajona y que enmarca a las corridas en dos sencillas
palabras: ambiente taurino.
Y es ambiente taurino, precisamente, lo que no existe
durante el desarrollo de esas singulares y extravagantes
corridas de toros que yo he bautizado con el nombre, en
mi concepto apropiado, de corridas bilingües.

169
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Desfile de Navidad
8 de diciembre de 1951

En todas las poblaciones importantes de los Estados


Unidos, cuando se acerca la noche del 24 de diciembre de
cada año, se efectúan ruidosos y pintorescos desfiles que
ahí se conocen con el nombre de Christmas Parade, con los
cuales cada ciudad inaugura oficialmente las tradiciones
navideñas.
Desde el comienzo mismo del desfile, cuando los di-
versos grupos muy bien organizados empiezan su alegre
y cadenciosa marcha por las calles de la ciudad, se puede
decir que las fiestas de Navidad adquieren todo su es-
plendor y toda su magnífica belleza.
Las casas comerciales enseñan desde entonces sus
aparadores engalanados con paisajes invernales y sus
propietarios miran satisfechos el auténtico hormiguero
humano que invade las tiendas desde el mismo instante
en que se abren de par en par sus puertas.
Las calles lucen todas adornadas con campanas res-
plandecientes, banderolas de diversos colores, globos de
formas caprichosas, arbolitos de navidad iluminados
inteligentemente y que llaman la atención sobre todo por
las noches, dibujos y letreros alusivos, así como numero-
sos adornos luminosos que se extienden por sobre las
amplias avenidas, pendiendo de largas cuerdas adorna-
das con escarcha artificial, y que forman en conjunto un

170
Contrastes

singular y amplísimo toldo bajo el cual la gente pasa y se


atropella yendo de un lado para otro, mientras en las
puertas de las incontables y elegantes tiendas atiborradas
de gente y de mercancías, empleados vestidos de Santa
Claus divierten a los niños obsequiándoles dulces y ju-
guetes.
Pues bien; el martes pasado, a las 7 de la noche, co-
menzó el desfile de navidad correspondiente a nuestra
progresista ciudad vecina de San Diego, California.
Desde muy temprano, ya que en los Estados Unidos
los espectáculos comienzan siempre en punto de la hora
anunciada, justificando aquello de la hora americana, las
aceras que bordean el amplísimo University Boulevard,
que iría a servir de escenario al Christmas Parade de este
año, se encontraban congestionadas de gente de todas las
edades, pero entre las destacaba de un modo evidente el
elemento infantil.
Verdaderas legiones de motociclistas del Departa-
mento de Tránsito de San Diego habían despejado pre-
viamente la avenida, en la que a pesar de ser de noche
había una magnífica visibilidad en virtud de que en sitios
estratégicos habían sido instalados potentes reflectores,
sobre todo al nivel de la esquina en donde se encontraban
las cámaras de televisión y las de los noticieros cinemato-
gráficos, dispuestas ambas a captar todos los detalles del
espectáculo para aquellas personas que por cualquier
circunstancia no habían podido concurrir a presenciar el
desfile navideño.
En el desfile participaron las alumnas de los diversos
colegios del condado de San Diego, cada uno de éstos
con su banda de guerra y una banda de música formada
por los alumnos de los propios colegios, al compás de
171
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

cuyas marciales notas marchaban rítmicamente las mu-


chachas escolares, haciendo gala de un salero, de una
gracia y de una coquetería y habilidad extraordinarias,
con esos sus ricos, atractivos y homeopáticos uniformes,
que por lo que esta última cualidad se refiere, no iban
muy de acuerdo con la temperatura verdaderamente gla-
cial que había en esos momentos.
Pero no sólo era el gallardo porte de las colegiales, ni
su desconcertante hermosura evidenciada por las atrevi-
das líneas de sus ricos atavíos lo único que llamaba la
atención; pues también era realmente extraordinaria la
disciplina de los distintos grupos y la verdadera destreza
de malabaristas consumadas, con que las muchachas que
marchaban a la cabeza de cada una de las secciones del
desfile manejaban un minúsculo bastón plateado, mien-
tras las que seguían a continuación, portando banderas
de colores o enormes borlas blancas de papel en cada
mano, iban haciendo figuras y ejecutando movimientos
acompasados cuyo conjunto era realmente cautivador.
Proporcionando una clarísima prueba de que en Cali-
fornia la discriminación racial se halla reducida casi a
cero, en todos y cada uno de los grupos y en ocasiones a
la cabeza de los mismos, junto a las colegialas de piel
blanca, ojos verdes y rubia cabellera, marchaban hermo-
sas y sonrientes muchachas de color, cuya piel abetunada
destacaba junto a la nítida blancura de la nieve de los
paisajes navideños, junto a lo albo de las borlas de papel
se movían acompasadamente con ambas manos y junto
al blanco brillante de sus propios trajes que hacían más
dramático y expresivo el contraste del claroscuro.
Fastuosos carros alegóricos en grandes figuras de hu-
le representando a personajes conocidos y animales gi-
172
Contrastes

gantescos, completaban el desfile tradicional, que rema-


taba con un enorme ferrocarril que este año de la televi-
sión en el que vivimos, suplió al clásico y conocido trineo
que antes utilizaba en sus incursiones decembrinas el
inevitable Santa Claus, ese viejecito bonachón y siempre
risueño, con blancas barbas y vestido constantemente
rojo, cuya sola figura simboliza para los niños el espíritu
de la época navideña
Cuando dejaron de oírse a lo lejos las últimas campa-
nadas del ahora motorizado trineo de Santa Claus, la
gente comenzó a invadir las calles y a disgregarse poco a
poco. En San Diego, las fiestas de Navidad habían co-
menzado.

173
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Un Caso Singular
13 de diciembre de 1951

Jamás en mi vida había tenido la oportunidad de ver


una entereza y un aplomo semejantes.
Cuando indiqué con voz grave y temblorosa que era
necesario operar urgentemente a aquella criatura que
agonizaba en un vetusto camastro; cuando levemente,
como para no ser oído por la madre del pequeñuelo, le
decía yo al papá en un rincón del cuarto que el pronósti-
co era casi fatal en virtud del estado deplorable del en-
fermito, la madre, que hasta esos momentos había per-
manecido inmóvil y silenciosa, dio un violento salto; se
interpuso entre nosotros dos y, agarrándose fuertemente
de la solapa de mi abrigo, me dijo con una decisión y un
aplomo sin paralelo:
“Opérelo usted, doctor. Opérelo inmediatamente. Ya
le oí decir a usted que tiene miedo de que se le muera en
la mesa de operaciones; pero yo estoy aquí para infundir-
le valor si es que no lo tiene. Yo soy la madre y no tengo
ni un poquito de miedo. Yo soy la madre y le ruego que
lo opere, le suplico que lo opere, le ordeno que lo opere
inmediatamente. No me importa que se muera si eso es
lo que ha querido Dios. Opérelo, doctor; no tenga usted
miedo, porque yo, que soy la madre, no lo tengo en abso-
luto”.

174
Contrastes

En realidad yo tenía muchos y muy serios temores


por aquel caso realmente grave desde el punto de vista
médico, pues el enfermito se encontraba en pésimas con-
diciones y necesitaba ser intervenido en el acto. Era una
de aquellas terribles disyuntivas que se nos presentan en
ocasiones en el transcurso del ejercicio profesional, cuan-
do la abstención significa la muerte del paciente y la in-
tervención proporciona también casi siempre resultados
fatales. Era, como decimos nosotros en el argot médico,
“un caso realmente duro”.
Serían las dos de la madrugada cuando el sonido in-
sistente del timbre me despertó. Afuera soplaba un vien-
to con rachas huracanadas, lo que unido a la fuerte lluvia
y a la temperatura glacial que hemos estado soportando
en este mes diciembre, hacían la noche propicia para todo
menos para salir del calor de la recámara.
Pero el timbre no dejaba de sonar y aquello debería
de ser algo muy urgente para que con el tiempo tan malo
que hacía alguien saliera en busca de un médico.
En efecto, cuando abrí la puerta de la calle, junto con
el aire congelado y con unas cuantas gotas de agua que
me pegaron en el rostro, entró un desconocido que me
suplicó angustiado que yo fuera inmediatamente a ver a
su pequeño hijo que según sus propias palabras, “se es-
taba muriendo”.
No andaba el padre equivocado en sus temores, pues
en realidad aquella criatura se encontraba más cerca de la
muerte que de la vida: con una auténtica facies hipocráti-
ca y quejándose de indescriptibles dolores que le arran-
caban gritos lastimeros, el niño se debatía sobre un viejo
camastro situado en el fondo de una pieza muy amplia y
humilde. Tres camas destartaladas llenas de cobijas, de-
175
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

bajo de las cuales se movían unos cuerpos infantiles pro-


tegiéndose del intenso frío, algo atenuado por una estufa
de petróleo que a manera de calefactor ocupaba el centro
de la modesta vivienda completaban el escenario en el
que se representaba aquella estrujante tragedia en la que
me había tocado involuntariamente actuar.
Examiné a la criatura con todo detenimiento, ante la
mirada angustiosa de la madre que, como una esfinge, no
contestaba a ninguna de las preguntas que yo le hacía,
pues permanecía inmóvil junto a su hijo moribundo, co-
mo si el dolor y las noches de vigilia la hubieran petrifi-
cado.
Fue entonces cuando llamé aparte al padre para de-
cirle con voz leve y temblorosa mi gravísimo pronóstico,
y fue entonces también, cuando la madre salió de su en-
simismamiento para de un salto felino interponerse entre
nosotros y pronunciar con voz enérgica y firme la arenga
que reproduje anteriormente.
No podemos perder entonces un solo minuto; les dije
mientras escribía apresuradamente en mi recetario. Uste-
des lleven al niño al sanatorio con esta nota que les voy a
dar, mientras yo voy por el anestesista y por mis ayudan-
tes, y mientras hablo al banco de sangre para ver si le
pueden hacer en seguida una transfusión.
La madre, que en aquellos momentos preparaba unas
ropas para cubrir al enfermito, dio dos pasos gigantescos
y se acercó de nuevo a mí, esta vez con un tono más bien
amenazante que enérgico.
“¿Qué fue lo que dijo de último doctor? ¿Una transfu-
sión de sangre?”
“Sí señora, una transfusión. Es necesario levantarle
las defensas para ver si podemos salvarlo”.
176
Contrastes

“Eso sí que no”, dijo con un acento concluyente, al


mismo tiempo que se acercaba de nuevo al niño mori-
bundo, al cual quería proteger como una fiera herida pro-
tege a su cachorro amenazado. “Eso si que no”, repitió,
“opérelo usted; ya se lo dije varias veces; opérelo inme-
diatamente aunque se muera en la mesa; pero nada de
transfusiones de sangre, ¿ya lo oyó usted? Transfusiones
de sangre le repito una y mil veces que no”.
Como si en el drama aquel en el que hice mi apari-
ción como una segunda figura me estuviera tocando ya
desempeñar un papel estelar, sentí de pronto que yo era
ahora quien se quedaba petrificado, mientras la madre,
con los ojos desorbitados, hablaba con elevado tono de
voz para decirme enfáticamente que prefería ver muerto
a su hijo mil veces, antes que permitir que se le hiciera
una transfusión de sangre, aunque fuera de una sola gota
Cuando al fin pude darme cuenta de que en realidad
aquello no era una pesadilla, me atreví a preguntarle a la
madre que hacía un momento que había dejado de voci-
ferar:
“Señora, ya que usted se opone de un modo tan ro-
tundo y definitivo a la transfusión, ¿podría cuando me-
nos decirme cuáles son las razones en las que se basa su
actitud, tan inusitada como incomprensible en mi con-
cepto?”
“Sólo es: mi religión”, fue la respuesta tan inesperada
para mí como la oposición misma a que la transfusión se
hiciera; y después de unos larguísimos instantes de silen-
cio amenazador, sólo turbado por el chisporrotear de la
llama de la estufa de petróleo, volvió a repetir las mismas
dos palabras que para mí no explicaban absolutamente
nada, pero que para ella lo justificaban todo. “Es mi reli-
177
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

gión, Dios”, prosiguió cuando vio que nadie hablaba,


“prohíbe las transfusiones de sangre, porque nadie debe
comer la sangre de sus semejantes”.
Yo no sé qué otras cosas habrá seguido diciendo
aquella señora obnubilada por tan extraña religión. Sólo
sé que siguió hablando y hablando durante mucho tiem-
po; pero su voz era para mi ininteligible; más bien sonaba
como un murmullo muy lejano que se mezclaba con los
quejidos de la criatura, con el chisporrotear de la lámpara
de petróleo y con el viento que afuera rugía cada vez con
más furia estremeciendo el escenario de aquel drama.
Si en esos precisos momentos una mano misteriosa
me hubiera despojado de mi abrigo, mi bufanda, mi saco
y de mi ropa toda y me hubiera sacado en vilo a la in-
temperie, ni la lluvia torrencial que inundaba la ciudad,
ni el viento huracanado que arrancaba los árboles de cua-
jo, ni la gélida temperatura que calaba hasta lo más pro-
fundo de los huesos, hubiera podido causarme una sen-
sación de frío tan desagradable, como la que me causó
aquel murmullo extraño y quejumbroso que aún me si-
gue lacerando los oídos.

178
Contrastes

179
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Una Navidad Trágica


2 de enero de 1952

No cabe duda que la época más bonita, pintoresca y


alegre en los Estados Unidos es la época de Navidad.
Nosotros, los que vivimos en Tijuana, obligados por
nuestra situación geográfica a recibir directamente la
influencia de las costumbres norteamericanas, vivimos
igualmente unos días singularmente alegres y bulliciosos
durante las dos últimas semanas de cada año.
Aunque es una verdad que nuestra ciudad se ve triste
en esta época si se le compara con la algarabía que reina
en San Diego y con el aspecto que a nuestra vecina ciu-
dad californiana le imprimen los adornos de los aparado-
res y de las calles, Tijuana en sí siempre luce alegre y bu-
llanguera, y el espíritu navideño se vuelve contagioso
con el ir y venir incesante de gente que lleva en las manos
uno o varios paquetes que contienen regalos para los
seres queridos.
Los bancos, las casas comerciales, los restaurantes, las
casas particulares, tanto las ricas como las humildes, to-
dos ponen su clásico y pintoresco arbolito de Navidad
con su escarcha artificial y sus foquitos multicolores que
indican que en aquel recinto ya se respira el ambiente
navideño.
Desde 15 días antes del 24 de diciembre, ya el am-
biente se halla impregnado de algo muy especial que

180
Contrastes

flota por todos lados y que es algo así como el contagioso


espíritu de la Navidad expresado por la amplia y perma-
nente carcajada de Santa Claus.
Pero este año, Tijuana ha vivido la más triste de todas
sus navidades.
Cuarenta y ocho horas antes del momento preciso de
la tradicional y tan esperada Nochebuena, El Coliseo, una
sala de espectáculos utilizada para eventos deportivos,
bailes y diversiones varias, fue escenario de la catástrofe
más espantosa que, en su género, registra la historia de
Tijuana.
A las 11 y media de la noche del 22 del mes pasado,
cuando en el amplio salón situado en el cuarto piso de El
Coliseo se verificaba una posada a beneficio de la Navi-
dad del Niño Pobre, se declaró un violentísimo incendio
que convirtió rápidamente en una enorme hoguera el
recinto de la que resultó trágica posada, como ya saben
los miles de lectores de este Diario debido su amplio ser-
vicio telegráfico.
El pánico natural que se apodera de las multitudes en
casos semejantes agigantó la tragedia en la que perdieron
la vida más de cuarenta personas y en la que sufrieron
horribles y dolorosas quemaduras alrededor de un cen-
tenar, en su mayor parte niños de la clase humilde que
habían ido a la posada organizada en beneficio precisa-
mente de ellos.
Las escenas que se desarrollaron durante el incendio,
según los desgarradores relatos de los sobrevivientes, el
dantesco conjunto del ruido de las sirenas de los carros
extinguidores y de las ambulancias, de los gritos lastime-
ros e impotentes de los que perecían en la hoguera, o de
los que en su desesperación se suicidaban arrojándose
181
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

por las ventanas, así como el crepitar lúgubre e incesante


de las llamas que insaciables lo devoraban todo a su pa-
so, han caído como puñaladas mortales en el espíritu
alegre de la población de Tijuana.
El espectáculo que minutos después se desarrolló en
las antesalas y junto a las camas del Hospital Civil, era
como para conmover hasta las lágrimas, aun a las perso-
nas de más duras entrañas: hombres y mujeres que salie-
ron de sus alcobas sin vestirse siquiera, tirándose tan sólo
el abrigo rápidamente sobre las pijamas, preguntaban
angustiados por sus hijos, por sus padres, por sus her-
manos. Había ahí un murmullo con sabor a tragedia en-
tre los dolientes, mismo que se suspendía bruscamente
en los momentos en que alguna ambulancia, con el estri-
dente sonido de su sirena, anunciaba a lo lejos que traía
para el hospital a alguna de las víctimas de la catástrofe.
Parecía que todos dejaban hasta de respirar; se hacía
un silencio asfixiante y temeroso, y sólo los ojos azorados
e inquisidores se movían de un lado para otro, viendo
cada quien la expresión angustiosa del rostro de los de-
más, y la puerta trasera de la ambulancia, que se abría
para dejar a algún herido, algún muerto, o algún frag-
mento de cuerpo horriblemente carbonizado.
Al día siguiente, cuando la noticia cundió por todos
los ámbitos de la población, las calles parecían verdade-
ros ríos humanos que se dirigían al hospital y a los sana-
torios particulares, en busca de algún familiar perdido o
de algún cadáver qué identificar.
Sin embargo, y en medio de aquella tragedia desga-
rradora y sin paralelo, era confortante el inusitado espec-
táculo de verdadera solidaridad de todos los elementos
de la población, que tomaron como propia la catástrofe.
182
Contrastes

No puede dejarse de hablar tampoco, de la actitud


nobilísima de los habitantes de la ciudad de San Diego,
que proporcionaron hasta en exceso todos los elementos
necesarios para afrontar en mejores condiciones la catás-
trofe de Tijuana.
Como si el corto circuito que dio origen a la tragedia
hubiera cortado simultáneamente la fibra que conduce la
alegría a toda la población, Tijuana, en un gesto que mu-
cho la dignifica, ha quedado triste, extraordinariamente
triste.
Pero es necesario recalcar, que la gran tragedia ha
servido para poner de manifiesto la solidaridad conmo-
vedora de los elementos de la población, tanto en los
momentos cruciales del espantoso siniestro, como duran-
te la manifestación de duelo, sin precedente por su es-
pontaneidad, que acompañó a las víctimas hasta el pro-
pio cementerio.
El incendio de El Coliseo ha abierto en el corazón de
todos los habitantes de Tijuana una herida que aún no ha
cicatrizado; una herida que tardará mucho tiempo en
cicatrizar.
Este año Tijuana vivió la más triste de todas las navi-
dades. Tal parece que con la catástrofe que sufrió la po-
blación, todos los arbolitos de Navidad se marchitaron
simultáneamente, que la escarcha artificial que adornaba
sus verdes y erizadas ramas se convirtió en gruesas y
quemantes lágrimas y que en lugar de los foquitos multi-
colores, quedaron prendidos diminutos crespones negros
expresando el dolor que a todos nos embarga.
En la historia de Tijuana, la Navidad de 1951 quedará
escrita para siempre con fúnebres caracteres: ha sido una
Navidad negra.
183
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Un Ejemplo Conmovedor
2 de febrero de 1952

Aquí en la ciudad de Tijuana acabo de ser testigo de


un hecho singular que comenzó por hacerme cavilar du-
rante algún tiempo y acabó por conmoverme hasta lo
más profundo de mis sentimientos.
Podemos tomar el hilo de nuestra historia a partir del
día 21 de diciembre del año pasado. Los personajes son
los siguientes: un señor, su esposa y tres hijos de ambos;
el escenario, una casucha muy pobre ubicada en una
cualquiera de las populosas colonias de la ciudad.
La vida en este hogar se desarrollaba como se desa-
rrolla en miles de viviendas humildes en toda la exten-
sión de nuestro país: el niño más pequeño jugaba en el
suelo; los dos mayorcitos iban a la escuela; la madre se
ocupaba en las actividades hogareñas y el padre iba al
trabajo para conseguir a dura penas el diario sustento de
su familia.
Pero al día siguiente, el 22 de diciembre, el padre fue
a la Posada de Navidad que se efectuaba en El Coliseo, y
ahí, durante el incendio de dicho edificio, encontró la
muerte junto con otras muchas personas.
La tragedia que abatió a Tijuana cayó a plomo sobre
los hombros de aquella señora, que de la noche a la ma-
ñana se encontró viuda y completamente desamparada.

184
Contrastes

Es cierto que en seguida se formó un comité de ayuda


que se encargó tanto del sepelio de las víctimas como de
suministrar algún dinero a sus familiares; pero la señora
de nuestra historia pensaba, con muy buen juicio, que
todas las ayudas económicas eran sólo soluciones paliati-
vas para su gravísimo problema, y lo que ella quería ella
quería no era vivir de la caridad pública, sino trabajar
para ganar honrada y honestamente el sustento de sus
tres hijos.
Aquél era un callejón sin salida, pues a la mente sólo
se le venía una palabra: trabajar; sí, trabajar, se decía a sí
misma; pero luego desmayaba al pensar que para eso era
indispensable tener algo de dinero y ella no poseía abso-
lutamente nada.
Me imagino las noches de angustia y de vigilia que
habrá pasado tratando en resolver el problema que tan
bruscamente se le acababa de presentar.
Me imagino también que en uno de los peores mo-
mentos de esas noches interminables de insomnio y su-
frimiento, las lágrimas se le secaron bruscamente; la mi-
rada, de vidriosa, se fue haciendo poco a poco clara y
transparente, y que sus rasgos fisonómicos, desfigurados
por el sufrimiento y por la cruel incertidumbre, se fueron
tornando paulatinamente en suaves líneas que habrán
dejado su rostro apacible y tranquilo.
Sí; yo me imagino que toda esta metamorfosis se efec-
tuó en el rostro de aquella señora, cuando en la soledad
de su casucha, mientras sus tres niños dormían plácida-
mente con esa tranquilidad que da la inocencia de los
primeros años, ella vislumbró la solución del grave pro-
blema que hasta esos momentos obscurecía su futuro.

185
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Las horas que siguieron hasta el amanecer, le habrán


parecido eternas; pero a las 9 de la mañana salió a la calle
decidida a poner en marcha sus planes ya optimistas.
Estuvo dando vueltas por el centro de la ciudad hasta
al fin se decidió a entrar a un establecimiento comercial.
Allí habló con el dueño de la negociación, el que aceptó
con vivo entusiasmo la idea que se explica por sí sola, con
únicamente transcribir el letrero que el mencionado co-
merciante mandó fijar en seguida en uno de los aparado-
res de su negociación: “La señora X quedó viuda al morir
su marido durante el incendio de El Coliseo. Ella quiere
poner un pequeño negocio de restaurante y solicita la
ayuda del pueblo de Tijuana haciendo notar que NO RE-
CIBIRÁ DONATIVOS EN EFECTIVO”.
Junto al letrero, el dueño de la casa comercial, que de
este modo se convirtió en padrino de la idea, puso como
primer donativo el suyo, consistente en una estufa de
gas.
Lo que sucedió después ha sido verdaderamente
conmovedor: como por arte de magia, el aparador se co-
menzó a llenar. Llovieron tazas, platos, vasos, cubiertos,
manteles, mesas, sillas, ollas y todo lo que se necesita
para instalar un restaurante. Algunos envíos iban acom-
pañados de una tarjetita; otros eran anónimos; pero todos
y cada uno de ellos demostraban un altruismo y una es-
pontaneidad reconfortantes.
En poco tiempo el aparador resultó insuficiente, como
insuficientes resultaron también las lágrimas de la señora
para agradecer conmovida la espontánea ayuda que a
ella le parecía como llovida del cielo y que resultó mucho
más copiosa de lo que se figuró en sus más grandes mo-
mentos de optimismo.
186
Contrastes

El hecho anterior, relatado así de un modo tan escue-


to, parece no tener importancia; pero si profundizamos el
análisis del mismo, llegaremos a la conclusión de que la
idea expresada de un modo tan somero en el rótulo pues-
to en el aparador de la casa comercial, así como la entu-
siasta aceptación que encontró en el corazón de tantas
personas de esta ciudad fronteriza, quizás hayan arran-
cado a todos esos seres desamparados de las garras del
vicio, del robo y tal vez hasta de la prostitución.
Por eso creo que ameritaba un comentario; porque en
mi concepto representa un bello y noble ejemplo que el
pueblo de Tijuana le ha dado a todas las demás poblacio-
nes de la República, sobre todo a la fastuosa capital de
nuestro país, que es en donde más crudos son los con-
trastes entre la miseria y la opulencia, y en donde los que
se pavonean en ésta se compadecen menos de los que se
debaten en aquélla.
Por tanto, el caso que acabo de relatar no sólo no debe
de pasar inadvertido, sino que es digno de encomio, de
alabanza y de publicidad.
A ver si así, cuando en alguna otra ciudad de nuestro
país alguien se encuentre en condiciones análogas, el
pueblo reacciona del mismo modo, y con la misma es-
pontaneidad y generosidad.

187
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Conclusiones
Ofensivas a México
Un Plazo y una Amenaza
7 de enero de 1952

En repetidas ocasiones, y a últimas fecha con marca-


da insistencia, las autoridades de la vecina población nor-
teamericana de San Diego encargadas del estudio ten-
diente a resolver el cada día más alarmante consumo de
narcóticos entre los jóvenes estadounidenses, han men-
cionado a Tijuana como una de las causas determinantes
del auge que el uso de los estupefacientes ha adquirido
en el vecino país, señalando con índice de fuego a nuestra
población para la que han tenido términos verdadera-
mente injuriosos y completamente alejados a la realidad.
El procurador del Condado de San Diego, Mr. Don
Keller, hizo, inclusive, llegar su airada voz al seno del
propio congreso norteamericano en Washington, seña-
lando el peligro que para la juventud sandieguina repre-

188
Contrastes

senta la cercanía de nuestra ciudad de Tijuana, en la que


el mencionado señor Keller ve la causa principal de la
corrupción de la juventud de San Diego en lo que al uso
de narcóticos se refiere; y se muestra de ello tan conven-
cido que, inclusive, solicitó el cierre de la línea interna-
cional como medida profiláctica en la campaña que en los
Estados Unidos han emprendido contra el uso de las
drogas enervantes.
Y, como por lo visto, las autoridades de San Diego si-
guen obcecadas en su estrecho punto de vista y no están
dispuestas a quitar el dedo del renglón, el martes pasado
se efectúo en el vecino puerto del Pacífico una reunión a
la que asistieron diversas autoridades y algunos periodis-
tas y en la que el señor John A. Hewicker, Juez Superior
del Condado de San Diego, dijo entre otras cosas que
“debiera darse al Gobierno Mexicano un plazo de 60 días
para limpiar de narcóticos a las poblaciones fronterizas
de Tijuana y Mexicali: y que si después de haber transcu-
rrido ese plazo continuaba la corriente de narcóticos ha-
cia el territorio norteamericano, proceder a cerrar la fron-
tera”.
A mí, en lo personal, me parecen completamente fue-
ra de lugar y hasta malintencionadas las afirmaciones de
estas dos autoridades norteamericanas y, por tanto,
inapropiadas las medidas propuestas por ellos para re-
solver el problema cuyo estudio les ha encomendado su
gobierno.
Por lo anterior, yo me veo obligado a colocar tanto al
Procurador Keller como al Juez Hewicker en el vértice de
la siguiente incómoda disyuntiva; o actúan aconsejados
por un marcado antimexicanismo ya totalmente inexpli-

189
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

cable a estas alturas, o cometen el infantil y lamentable


error de invertir la relación de causa a efecto.
Porque si el uso de las drogas enervantes en los Esta-
dos Unidos estuviera circunscrito al Condado de San
Diego, o cuando más a las poblaciones situadas a lo largo
de la frontera con nuestro país, estaríamos obligados a
aceptar como lógicas las requisitorias que en contra de
Tijuana han lanzado y siguen lanzando cada día de un
modo más abierto las autoridades mencionadas ante-
riormente.
Pero como los mismos periódicos norteamericanos se
han encargado de dar numerosas y prolijas informacio-
nes relacionadas con el alarmante auge de la toxicomanía
en toda la extensión del territorio de los Estados Unidos,
proporcionando estadísticas escandalosas que colocan en
los primeros lugares, en este triste aspecto, a las grandes
ciudades de Nueva York, Chicago y Filadelfia, y todas
éstas se encuentran ubicadas a miles de kilómetros de la
frontera mexicana, no es necesario hacer un gran esfuer-
zo mental para deducir que son completamente erróneas
las conclusiones a las que, con respecto a nuestra ciudad
de Tijuana, han llegado el Procurador Keller y el Juez
Hewicker.
Y como tanto éste como aquél, por sus mismos cargos
están obligados a conocer a perfección las mencionadas
estadísticas, es que me atrevo a pensar que solamente
están aprovechando la presente conjetura para efectuar la
insana y deplorable labor antimexicanista que están lle-
vando al cabo.
Ahora bien; suponiendo que ellos estén perfectamen-
te convencidos de que en Tijuana están los proveedores
de narcóticos que surten de drogas a los jóvenes toxicó-
190
Contrastes

manos de San Diego, estarían, como ya dije anteriormen-


te, invirtiendo de un modo lamentable la relación de cau-
sa a efecto; porque contrariamente a lo que ellos se em-
peñan en afirmar, no porque en Tijuana se venden los
narcóticos es que éstos se consumen en San Diego, sino
que completamente al revés, es porque en el vecino puer-
to de California existe gran demanda de estupefacientes,
por lo que en esta ciudad fronteriza de Tijuana hay per-
sonas dedicadas a ese criminal comercio.
Resulta hasta una redundancia afirmar que si los tra-
ficantes de drogas de aquí contaran sólo con el consumo
doméstico de la población, su negocio sería a todas luces
incosteable y hace mucho tiempo que se hubieran ausen-
tado en busca de otro mercado más productivo.
Es evidente, por lo tanto, que la existencia del ilegal
comercio de estupefacientes en esta ciudad se debe preci-
samente a la cercanía de el otro lado, lo que nos autoriza
a los que formamos parte de la sociedad tijuanense a vol-
verles la oración por pasiva al Juez Hewicker y al Procu-
rador Keller, quienes se empeñan en divulgar la idea de
que Tijuana representa un peligro para la juventud del
Condado de San Diego.
No es amenazando con cerrar la frontera, ni con pla-
zos perentorios a nuestro Gobierno, como debe resolver-
se el delicado problema que afrontan ahora las autorida-
des norteamericanas.
Más lógico y conveniente sería, como han dicho va-
lientemente algunas publicaciones locales, que en vez de
conceder plazos descabellados y proponer amenazas fan-
tasmas, atacaran primero el problema dentro de sus pro-
pias fronteras, proponiendo a su gobierno las tres medi-
das siguientes: 1ª Abrir una intensa campaña publicitaria,
191
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

en lo que los norteamericanos son tan duchos, tendiente a


demostrar a su juventud los estragos que causa en el or-
ganismo el uso de las drogas enervantes. 2ª. Crear con
sus poderosos recursos económicos, centros de rehabili-
tación para el tratamiento de los jóvenes que han caído en
las garras de la toxicomanía y 3ª. Aplicar drásticos casti-
gos a los que se dedican a la tarea criminal de traficar con
los estupefacientes.
Creo haber demostrado con claridad el papel total-
mente secundario que Tijuana representa en el auge de la
toxicomanía entre los jóvenes norteamericanos, y así
mismo hice notar, que no era cierto que nuestra ciudad
fuera un peligro latente para la juventud californiana,
sino que la cuestión era completamente al revés.
Ahora llega a mis manos un informe oficial expedido
en la ciudad de Sacramento, capital del Estado de Cali-
fornia, informe que a continuación reproduzco parcial-
mente:
“Un estudio de nueve meses hecho sobre las
primeras 1,393 admisiones a las escuelas de
California Youth Authority, muestra que 138 de
esos escolares usan narcóticos, según el reporte
hecho ayer por el Director de dicho organismo,
Karl Holton.
Holton dice que su reporte combina su estu-
dio de abril a julio de 1951 con el nuevo que cu-
bre el periodo de julio a diciembre de 1951.
De los 138 adictos a las drogas encontrados,
el Director explicó que 76 usaban las drogas oca-
sionalmente; 24 habían usado narcóticos sólo
una vez; 31 eran habituales drogadictos y, res-

192
Contrastes

pecto a los 7 restantes, no se determinó la fre-


cuencia con que usan los narcóticos.
93 de los jóvenes son fumadores de marigua-
na; 37 se dedican a la heroína y los otros 8, a los
barbitúricos.
Los muchachos drogadictos fueron 120, o
sea, un 10.1% de todos los muchachos admitidos,
en tanto que las muchachas fueron 18, constitu-
yendo el 8.9% de las admitidas”.
Los datos anteriores, proporcionados oficialmente
por las mismas autoridades escolares de Sacramento, no
constituyen, a pesar de lo increíble que resultan, un he-
cho insólito o aislado en los Estados Unidos, pues des-
graciadamente ese mismo pavoroso problema se presenta
en un elevado porcentaje de los centros educativos ubi-
cados en el suelo de nuestro poderoso vecino del norte.
Es un hecho evidente, que en nuestro país, fuera de
los verdaderos maleantes, las personas adictas a los estu-
pefacientes no constituyen un porcentaje digno de tomar-
se en cuenta como para considerar en México a la toxi-
comanía como un problema social.
Las escandalosas estadísticas que los propios norte-
americanos se encargan de dar a conocer nos indican que
no podemos decir lo mismo al referirnos a los Estados
Unidos.
Ahí, por lo tanto, el auge del uso de las drogas heroi-
cas si es un problema social, mientras que en México,
repito, afortunadamente por ahora no lo pulsamos toda-
vía, aunque para explicarlo, nuestros deturpadores nor-
teamericanos digan que esto se debe a que “como los

193
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

mexicanos nacen entre matas de amapola, la mariguana


ya no les llama la atención” (!).
Pero sea como sea, nuestros jóvenes estudiantes no
son adictos a las drogas enervantes; en cambio, el auge de
la toxicomanía en los centros escolares de los Estados
Unidos es tan grande, como queda corroborado con el
informe transcrito arriba parcialmente, que un ferviente
defensor de Tijuana, cuando comenzó la ola de protestas
contra nuestra ciudad y cuando distintas autoridades de
San Diego propusieron como medida adecuada el cierre
de la línea internacional, emitió al respecto la siguiente
cortante expresión: “es más peligroso para los jóvenes
californianos ingresar a a un colegio de su país, que venir
a pasear a Tijuana. Por tanto, antes de pedir el cierre de la
frontera, deben de procurar la clausura de todas las es-
cuelas norteamericanas”.
Yo invito de modo cordial a los padres de familia que
lean este artículo, a que mediten seriamente sobre el
quemante contenido de la anterior expresión, sobre todo
a los que en virtud de poseer una situación económica
desahogada, acostumbrar mandar a sus hijos a estudiar
en los colegios norteamericanos.
Lástima que nosotros no seamos tan afectos a las es-
tadísticas minuciosas; pero sería interesante investigar
qué porcentaje de los jóvenes mexicanos adictos a las
drogas enervantes, son hijos de familias acomodadas que
han hecho sus estudios, cuando menos parcialmente, en
un centro escolar de los Estados Unidos.

194
Contrastes

Yucatán Ante el Turismo


16 de enero de 1952

Con la guerra en Asia y la inestabilidad política en


Europa, casi toda la corriente turística norteamericana se
ha desviado hacia nuestro país, el que, a causa de sus
atractivos naturales, su cercanía y la devaluación de
nuestra moneda, ofrece condiciones magníficas para
nuestros visitantes procedentes de los Estados Unidos.
Yucatán, sin embargo, no ha podido aprovechar esta
circunstancia, a pesar de tener todo lo que se necesita
para tener un atractivo turístico de primer orden.
El atractivo que para todos los norteamericanos re-
presentan las portentosas ruinas de Chichén Itzá y de
Uxmal, constituye un potente imán capaz de atraer y de
canalizar hacia nuestro Estado una corriente perpetua de
visitantes procedentes de todos los estados de la Unión
Americana.
Desgraciadamente, en contra del establecimiento de
esa corriente humana, el movimiento turístico que ha
tenido Yucatán no corresponde al que por importancia de
sus monumentos arqueológicos debería tener. Yucatán ha
tenido siempre un enemigo muy poderoso que es la falta
de vías de comunicación.
Pero por fortuna, todo hace suponer que ahora se ha
emprendido en serio una campaña tendiente a doblegar

195
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

de una vez por todas a ese antiguo enemigo del turismo


en Yucatán.
Si como se pregona, la carretera que ahora llega hasta
Champotón va a convertirse en un ramal de la Panameri-
cana, uniendo de ese modo a Mérida con el resto del país;
y por otra parte, si se lleva a feliz término el proyecto de
establecer el servicio de ferrys entre la isla de Cuba y
nuestra península, el auge económico que va a sobrevenir
en Yucatán va a ser tan extraordinario, que casi me atre-
vo a asegurar que hasta los cálculos más optimistas resul-
tarán pálidos ante la realidad, pues habrá un movimiento
insospechado de visitantes en nuestra ciudad de Mérida,
cuyas estrechas calles van a resultar insuficientes para
albergar al río de automóviles americanos que la van a
visitar.
El turista norteamericano es capaz de llegar hasta el
fin del mundo con la condición de que no lo separen de
su cámara fotográfica y de su automóvil. Por eso, con el
sólo hecho de saber que va a poder ir en su propio
vehículo a Chichén Itzá, la lluvia de dólares sobre Yuca-
tán va a ser copiosa y permanente.
Comenzaremos a ver por las calles de Mérida auto-
móviles con enormes trailers en los que los turistas llevan
de todo y para todo. Los hoteles tendrán que multiplicar-
se rápidamente. Veremos nacer ahí los comodísimos mo-
teles o auto courts, en los que cada departamento posee
una cochera individual. Se multiplicarán igualmente los
centros nocturnos y veremos nacer como por arte de ma-
gia las casas de curiosidades por todos lados, cambiando
de este modo el aspecto de nuestra ciudad y el género de
vida de muchísimos de sus habitantes.

196
Contrastes

Ese filón inexplotado por durante tanto tiempo co-


menzará a reunir sus frutos y ello representará una in-
yección constante de dólares para la economía yucateca.
Ahora bien: como el turista va a divertirse de acuerdo
con sus deseos, sus posibilidades y su modo de ser, y
sabe que en todas partes se le busca por el hecho convin-
cente de llevar en los bolsillos la codiciada divisa de color
verde, hay qué aceptar desde luego que en cada lote de
visitantes iremos a encontrar, junto a las personas que
sólo atravesaron el Canal de Yucatán para conocer nues-
tros monumentos arqueológicos, a otras de costumbres
no precisamente morigeradas y cuyas intemperancia ten-
dremos que tolerar en cierto modo.
Además, en lo que a la indumentaria del turista se re-
fiere, no tardarán en suscitarse incidentes chuscos y hasta
desagradables, pues la educación y las costumbres norte-
americanas, unidas al sofocante calor que casi siempre
hace en nuestra ex-blanca ciudad de los Montejos, se
prestan a las mil maravillas para que tanto los hombres
como las mujeres salgan a la calle como salen en Acapul-
co, como andan durante el verano aquí en Tijuana y co-
mo se pasean igualmente por las retorcidas y empinadas
callejuelas de Taxco y Cuernavaca, para no citar más que
estos cuatro ejemplos. Y Mérida, convertida en gran cen-
tro turístico y con un clima tan caluroso como el que po-
see, no hay motivo alguno para que sea la única excep-
ción en ese aspecto inevitable en toda ciudad dispuesta a
que gran parte de sus ingresos sean proporcionados por
sus visitantes.
Al pensar en lo anterior, yo nada más me imagino
cómo van a reaccionar algunos choferes de la Plaza

197
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Grande y los eternos banqueros 16 del Parque Hidalgo,


cuando vean pasar a las jóvenes turistas norteamericanas
con sus atrevidos atuendos compuestos sólo por dos mi-
núsculas piezas y qué medidas irá a tomar nuestra respe-
table sociedad de ordinario morigerada, cuando con esta
misma indumentaria, exponiendo con ella casi el ciento
por ciento de su blanquísima epidermis, entren las men-
cionadas turistas a los restaurantes, a los establecimientos
comerciales, a los camiones, al Museo y algunas, hasta
intenten entrar así a la propia Catedral.
Más como entre las personas que lean la presente co-
laboración no faltará alguna que dude de lo que en el
último párrafo digo, ni otras que opinan que sólo son
mojigaterías intrascendentes, trataré de demostrar lo con-
trario.
El auge turístico que se avecina en el Estado de Yuca-
tán va a reportar indiscutibles ventajas desde el punto de
vista económico; pero en el aspecto social va a crear nu-
merosas dificultades cuando menos en un principio,
mientras viene la necesaria adaptación de nuestra socie-
dad al nuevo estado de cosas.
Al referirme a los diminutos trajecitos a los que son
tan afectas nuestras rozagantes primas durante la época
de verano, y ya que en Yucatán se puede decir que vivi-
mos constantemente en verano por el sofocante calor que
prevalece casi todo el año, opinaba yo ayer que no hay en
mi concepto motivo alguno para que Mérida sea la única
ciudad en la que los turistas no usen los mencionados
trajecitos.

16 Personas sentadas todo el día en las bancas de los parques.


198
Contrastes

Además, para ellos el hecho de salir a la calle con tan


escasa indumentaria, no significará en lo absoluto una
falta de respeto para nuestra sociedad ni para nuestras
costumbres, ya que están acostumbrados a vestirse de ese
modo y por tanto no ven nada malo ni inmoral en ello.
Por eso es que así se subirán a nuestros típicos carrua-
jes. Y así estarán a hacer sus compras en nuestros estable-
cimientos comerciales. Y así se presentarán en los restau-
rantes y en los centros nocturnos, porque así lo hacen en
Acapulco y en Tijuana y en todos los centros turísticos de
importancia, en donde ya todo esto se mira con mucha
naturalidad y se acepta como una cosa común y corrien-
te.
Pero ahí no estamos todavía acostumbrados a esas
cosas y por eso es que me preguntaba ayer qué medidas
iría a tomar la morigerada sociedad emeritense, cuando
comience la invasión seminudística en el centro comercial
de nuestra pacífica y recatada capital yucateca.
Porque es indudable que si se le prohíbe a los viajeros
vestirse como ellos están acostumbrados a hacerlo en
otros centros turísticos y en su propio país, ese hecho
representará un obstáculo para el desarrollo del turismo
que ahora se trata de incrementar; pero si en la ciudad de
Mérida están dispuestos a permitirlo, eso tendrá necesa-
riamente un límite, pues no creo que con tal de aceptar la
lluvia de dólares que se avecina, le permitan a los turistas
entren por ejemplo a la Catedral en shorts, cuando la
grey católica emeritense han sido tan estricta en sus cos-
tumbres y en su modo de vestir.
Cuando acababa yo de llegar aquí a Tijuana, me pre-
sentaron a una señorita, la que al enterarse de que yo era

199
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

yucateco, me dijo más o menos lo que sigue refiriéndose


a Yucatán.
“Parece que ahí nunca habían visto una mujer, por-
que cuando yo salí del hotel Mérida con mis shorts, todos
se quedaron boquiabiertos y espantados en las calles, al
grado tal que tuve que regresar al hotel a ponerme un
traje de invierno, a pesar del asfixiante calor que hacía en
esos momentos”.
Ahora, con la corriente turística que se trata de cana-
lizar hacia Yucatán, casos como el que acabo de mencio-
nar se van a repetir a cada instante. Sólo que a diferencia
del de la señorita tijuanense que acabo de mencionar, las
visitantes norteamericanas no van a entender los piropos
que van a recibir a cada paso, ya que por lo general nin-
guna de ellas sabe en lo absoluto nuestro bello y armo-
nioso idioma, por lo que algunas hasta se atreverán a
contestar los mencionados piropos con una sonrisa de
agradecimiento.
Pero que de todos modos estos incidentes chuscos y
hasta desagradables van a estar a la orden del día y que
esto va a ser más que una consecuencia inevitable del
turismo, eso nadie lo podrá negar.
Habrá quiénes al leer lo que ahora escribo me conce-
derán toda la razón; pero habrá igualmente algunos qué
pensarán que nada de eso tiene importancia si se compa-
ra con los grandes beneficios económicos que a nuestro
Estado va a reportar la corriente turística norteamericana.
Esto último es muy cierto; sólo que para aceptarlo, es
necesario, primero, opinar que todos los aspectos de la
vida de un conglomerado social deben de estar supedita-
dos al económico; lo cual, desde el punto de vista del
tema al que me refiero, se traduce en las siguientes cru-
200
Contrastes

das conclusiones: no importa que anden como quieran


andar, ni que hagan lo que quieran hacer; lo interesante
es que dejen aquí su dinero.
Y, sinceramente, cuando alguien acepta como buenas
estas conclusiones, yo creo que su opinión ya no debe ser
tomada en cuenta.

201
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El Cementerio Greenwood
1 de marzo de 1952

En todas las carreteras del Estado de California se en-


cuentran numerosas señales que sirven para indicar la
velocidad máxima a la que deben de marchar los vehícu-
los. En los cruceros, algunos rótulos nos indican igual-
mente con flechas alusivas el camino que hay que tomar
para llegar a determinado sitio y la distancia que hay que
recorrer en ese sentido. Los cruceros de importancia tie-
nen verdadera profusión de semáforos que se distinguen
desde cualquier ángulo, y, en algunos casos, poco antes
de los semáforos hay una señal luminosa consistente en
una luz amarilla que se prende y se apaga de un modo
intermitente que sirve para indicar que a determinada
distancia de esa señal de prevención se encuentra el
inevitable racimo de semáforos que le da seguridad y
fluidez a los cruceros muy transitados.
Fuera de todas estas señales puestas por disposición
del Departamento de Tránsito, a cada lado de la carrete-
ra, en los sitios más estratégicos, como por ejemplo en las
curvas más pronunciadas o en lo alto de los cerros, se ven
numerosísimos anuncios comerciales de grandes propor-
ciones que por las noches ostentan casi siempre una ilu-
minación especial que los hace muy atractivos y que
obliga a fijar la vista sobre ellos.

202
Contrastes

El domingo pasado aprovechando que el invierno


nos concedió una ligera tregua, ya que desde temprano
había un sol esplendoroso, me dirigí a el otro lado con la
idea de visitar algún lugar desconocido para mí.
Iba viendo los letreros y los anuncios, cuando de
pronto me llamó la atención uno de éstos muy sugestivo
que decía: “Visite el fantástico y maravilloso Cementerio
Greenwood. Capilla, jardín, funeraria, mausoleo y horno
crematorio: todo en el mismo sitio”.
Me causó algo de curiosidad el anuncio y me dirigí al
mencionado cementerio en busca de los maravilloso y lo
fantástico que encierra, según reza la propaganda que de
él se hace.
Ahora, después de visitarlo, me adelanto a confesar
que no se ha exagerado en lo absoluto al aplicarle los dos
adjetivos anteriores. Ubicado en la parte más alta de un
cerro que ocupa la porción oriental de San Diego, desde
el Greenwood se divisan perfectamente la bahía y la ciu-
dad, y en días claros como el del domingo pasado, pue-
den verse a perfección las tres Islas Coronado y las casi-
tas de esta ciudad nuestra de Tijuana.
En el Greenwood encontramos como en el Cemente-
rio de la Marina situado en Punta Loma y como en el
Glen Abbey Memorial Park de Chula Vista, con un con-
junto de lomas y de planos inclinados surcados aquí y
allá por estrechas y retorcidas calzadas que tienen todas
un magnífico pavimento.
El aspecto que ofrece en general, es el de un dilatado
jardín cuajado de flores de todas clases, cuya variada
gama de colores destaca nítidamente sobre el fondo ver-
de esmeralda de un césped conservado con una gran de-
dicación.
203
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El cementerio es extenso y tiene numerosas secciones;


en unas, por ejemplo, las lápidas no sobresalen en lo ab-
soluto del nivel del césped, de modo que no parece que
ahí exista alguna tumba; en otras, hay numerosos obelis-
cos uniformes que por su conjunto parecen una superfi-
cie erizada de largas púas; otras más, tienen tumbas co-
mo las de nuestros cementerios, esto es, con ángeles, cru-
ces, velas encendidas, imágenes y coronas y cruces de
flores; y en otras, por último, hay pequeños monumentos
grises y uniformes en su tamaño y en su aspecto exterior.
En la parte central del cementerio se encuentra la ca-
pilla, junto a cuya puerta principal puede verse una
enorme cruz de flores naturales que destaca claramente
sobre el césped, mientras que en el ángulo que forma éste
con la propia iglesia, nace una enredadera que cubre to-
talmente la capilla, que de este modo da la impresión de
ser una cueva formada por una espesa y verde enramada.
La Capilla de la Armonía, como le llaman a esta peque-
ña iglesia, tiene una nave central decorada con mano
maestra. Hay en ella, en lugar de bancas, unas artísticas
sillas de mimbre, cuyo color claro destaca perfectamente
sobre el fondo oscuro que le forman las cortinas de ter-
ciopelo que adornan las paredes. Al fondo se ve un her-
moso piano de cola y en las partes laterales, por un lado
un pequeño museo con magníficas obras de arte en sus
aparadores, y en el otro, la biblioteca y las oficinas de la
propia capilla, todo esto adornado con un refinamiento y
un buen gusto que le proporcionan al recinto una distin-
ción exquisita.
El horno crematorio está igualmente rodeado de flo-
res y por su aspecto exterior no parece estar destinado a
una función como para la que en realidad sirve.
204
Contrastes

La funeraria, con su elegantísimo salón de lujo para


los velatorios, es toda una auténtica obra de arte.
El jardín, que no es mas otra cosa que una gran por-
ción del cementerio en la que no hay sepulturas, posee en
su parte central un pintoresco lago artificial de forma
irregular y en cuyo centro existe una fuente adornada con
unas verdes ranas de cuyos hocicos salen pequeños cho-
rros de agua que caen al lago, en el que nadan numerosos
cisnes blancos y muy hermosos, mientras en las orillas
del propio lago permanecen, en actitud estática, unos
flamencos sostenidos por una sola de sus dos largas pa-
tas.
Sólo me falta mencionar el mausoleo: éste es un edifi-
cio enorme, muy bonito y tan bien cuidado que siempre
luce como si en ese día se acabara de inaugurar.
Está rodeado de árboles cortados de un modo capri-
choso y de larguísimos pinos que semejan grandes cirios
que se dirigen directamente al cielo. La parte de adentro
del mausoleo es difícil de describir. Ahí es donde cobra
realidad lo de fantástico y maravilloso del anuncio. Está
formado por numerosos corredores, cuyas paredes puli-
das y brillantes son todas de un auténtico mármol, cuya
nívea blancura sólo es interrumpidla en algunos trechos
por pequeños jaspes grises. El suelo y el techo son de
mármol también, y mientras aquél se encuentra cubierto
por costosas alfombras, este último sostiene unas hermo-
sas lámparas de tipo colonial. Además, las paredes están
adornadas con pequeños floreros metálicos colocados
simétricamente que sirven para identificar cada uno a un
nicho distinto, lo que por su conjunto hace un tapiz mul-
ticolor difícil de imaginarse.

205
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

En determinados sitios hay hermosas esculturas


siempre de mármol y más allá, unos artísticos aparadores
incrustados en las paredes, aparadores en cuyo interior
se exhiben valiosas e interesantes antigüedades, como
libros, lámparas, cuadros, joyas, etc.
Está por demás decir que en todo hay una pulcritud
esmerada pues en el suelo no se ve ni una colilla de ciga-
rro, ni un pedazo de papel y, el colmo, ni siquiera el péta-
lo de una flor que hubiera caído de uno cualquiera de los
incontables floreros que adornan las paredes.
Cuando salí del mausoleo y pasé por entre los espi-
gados pinos, y en medio del jardín multicolor cuajado de
las más bellas y sugestivas flores, el silencio del cemente-
rio sólo era turbado por los diminutos chorros de agua de
la fuente que alimentan el lago y por el débil aletear de
una hermosa pareja de blancos cisnes.
Eran en ese momento las cinco de la tarde. El sol ya
casi se perdía en la lejanía del horizonte; pero sus débiles
reflejos aun permitían leer perfectamente un enorme le-
trero que está a la entrada del cementerio, y que junto a
una flecha verde y roja de proporciones gigantescas, dice
de este modo: “Visite el fantástico y maravilloso Cemen-
terio Greenwood. Capilla, jardín, funeraria, mausoleo y
horno crematorio: todo en el mismo sitio”.

206
Contrastes

207
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Baja California Debe


Conservar su Nombre
14 de marzo de 1952

Desde que el señor presidente de la República, al leer


ante del Congreso el informe correspondiente a su quinto
año de gestión administrativa anunció que el Territorio
Norte de Baja California se convertirá en Estado Libre y
Soberano, diversas agrupaciones y algunas personas más
o menos significadas han comenzado a sugerir distintos
nombres para el nuevo y flamante estado de nuestra Re-
pública.
La verdad es que aquí somos muchos los que no
comprendemos la razón a la que obedece ese afán de
querer cambiarle de nombre a Baja California por el solo
hecho de haber dejado de ser Territorio para convertirse
en Estado.
Los señores Dr. Ignacio Roel y Ricardo Covarrubias,
ex-diputados por el Territorio que ahora cuando menos
teóricamente se ha convertido en entidad libre y sobera-
na, han enviado a casi todos los periódicos de la Repúbli-
ca una iniciativa tendiente a que el nuevo Estados de Baja
California cambie su nombre por el de Estado de Zarago-
za.
La mencionada iniciativa, publicada por el Diario de
Yucatán el sábado primero del presente mes de marzo,
termina del modo siguiente:
208
Contrastes

“¿Por qué no denominar Zaragoza al nuevo


Estado de la Federación Mexicana? ¿Por qué
consentir en el contrasentido de un Estado Nor-
te, cuando todavía y quién sabe hasta cuándo se-
rá Territorio el Sur de Baja California?
Sin encastillarnos en esta sugestión, ¿no
creen nuestros conciudadanos que México gana-
ría si diera al girón nacional más amenazado por
las corrientes extrañas el nombre del vencedor
del invasor francés? ¿Habría otra designación
que mejor salvaguardara el futuro del fronterizo
Estado de las asechanzas del pochismo y de los
que aún se aferran a otro sueño filibustero como
el de 1911?”
Desde luego que los patrocinadores de la idea ante-
rior se encuentran mal informados, pues en realidad no
existe el contrasentido al que se refieren en su conocida
iniciativa, ya que el nuevo Estado no se llama Estado
Norte de Baja California, como ellos afirman, sino sim-
plemente Estado de Baja California, como puede com-
probarse fácilmente con sólo leer el decreto respectivo
que dice en la parte que nos interesa: “El nuevo Estado
conservará los mismos límites y el mismo nombre del
antiguo Territorio, menos la palabra Norte”.
Hecha esta aclaración que acaba con la pretendida in-
congruencia, que de hecho no existía porque el decreto
respectivo lo aclara de un modo que no deja lugar a du-
das, quiero referirme a las otras razones en las que los
autores de la idea apoyan su iniciativa para que al nuevo
Estados se le ponga el nombre de Zaragoza.

209
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Contestando a una de las preguntas que formulan en


sus multimencionadas iniciativas, he de decir que yo en
lo personal no creo que México gane absolutamente nada
con que “se diera al girón más amenazado por las co-
rrientes extrañas, el nombre del vencedor del invasor
francés”.
Tampoco creo que con el solo hecho de ponerle a Baja
California el nombre de Zaragoza, quede salvaguardado
el futuro Estado fronterizo “de las asechanzas del po-
chismo y de los que aun se aferran a otro sueño filibuste-
ro como el de 1911”, porque aparte de que ninguna de
estas dos cosas existen ya en la actualidad, en el supuesto
caso de que existieran, no sería poniendo nombres simbó-
licos a la entidad como a un hijo ponerle el nombre de
Mozart, por ejemplo, para poderlo convertir con el tiem-
po en un buen músico, o pretender que alguien se vuelva
un inspirado poeta con el solo hecho de bautizarlo con el
nombre de Rubén Darío.
A Baja California, me satisface decirlo, no es necesario
ponerle un nombre simbólico que la defienda de las
amenazas extrañas que no existen más que en la mente
de las personas que conocieron hace mucho tiempo a esta
entidad, pero que ya no la conocen como es en la actuali-
dad.
Baja California, así con este nombre, ha experimenta-
do una asombrosa transformación sin precedente durante
los diez últimos años. Baja California, así con este nom-
bre, ha progresado tanto y tan a prisa en todos los aspec-
tos de su vida, que se puede afirmar con toda confianza
que ha sabido ganarse a pulso el derecho que ahora le ha
reconocido el Gobierno Federal al ascenderlo a la catego-
ría de Estado Libre y Soberano. Baja California, así con
210
Contrastes

este nombre, es un Estado tan mexicano y tan patriota


como puede serlo cualquiera otro de sus 28 hermanos
mayores: y yo he visto que aquí las fiestas patrias se cele-
bran con un entusiasmo y con un fervor quizá más vi-
brantes y exaltados que en la mismísima capital de la
República.
Además, los cambios de nombre resultan siempre
completamente inútiles, como ha quedado demostrado
en el caso de la Villa de Guadalupe, que fuera de los pa-
peles oficiales no se llamó nunca Villa Gustavo A. Made-
ro, en virtud de lo cual el Congreso acaba de restaurarle
su antiguo y legítimo nombre.
Aunque con menos publicidad que la anterior, en
Mexicali surgió otra desafortunada iniciativa tendiente a
ponerle a la Baja California el nombre Estado Miguel
Alemán como una lambisconería llevada al extremo hacia
el actual Presidente de la República.
Las razones que dio a conocer el comité que para lu-
char por esa descabellada idea se constituyó en la ciudad
de Mexicali, se condensan en las dos siguientes interro-
gaciones: “¿Qué mejor nombre para el nuevo Estado, que
el del hombre que construyó la Presa Morelos, la carrete-
ra de Tijuana a Mexicali y el ferrocarril de Sonora a Baja
California? ¿Qué mejor nombre que el de Miguel
Alemán, quien fue el que lanzó el decreto que convierte
en Estado Libre y Soberano al antiguo Territorio Norte de
Baja California?”
Esta brillante iniciativa es de las que se comentan por
sí solas, y lo mismo que la primera, está condenada irre-
misiblemente al fracaso; aun más, se puede decir que de
hecho ya han fracasado, como fracasaría otra cualquiera,
no precisamente porque aquí se repudie a los héroes de
211
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

nuestra historia ni a nuestros personajes públicos de im-


portancia, sino sencillamente porque no hay ninguna
razón que indique la necesidad de cambiar el actual
nombre con el que se conoce a esta península desde que
comenzaron a confeccionarse los primeros mapas del
nuevo continente.
Mas si la costumbre de pronunciar y de escribir por
tanto años el nombre de Baja California no merece que
esta denominación perdure para siempre, cualesquiera
que sean las condiciones políticas de la entidad federati-
va, es forzoso conocer que cuando menos los nombres
propuestos hasta ahora no poseen la eufonía necesaria
como para que las iniciativas encuentren eco y formen
prosélitos entre los habitantes de Baja California.
Por tanto, aquí seguiremos creyendo que por respeto
a la tradición y a la costumbre y en virtud de la belleza y
la eufonía indiscutible de su actual nombre, el nuevo Es-
tado de la Federación Mexicana deberá seguirse llamado
como ordena el decreto: Estado de Baja California.

212
Contrastes

213
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

La Jolla
20 de marzo de 1952

Al norte de San Diego, aproximadamente a media ho-


ra de camino sobre la carretera 101, se haya ubicada una
población que se conoce con el nombre de La Jolla.
Es indudable que entre las ciudades californianas pe-
queñas, La Jolla ocupa un lugar preponderante por sus
atractivos naturales modificados por la mano del hom-
bre, y hoy por hoy, constituye la zona residencial más
lujosa y el campo de recreo más distinguido de los que
dispone la aristocracia del sur del Estado de California.
Todavía quedan en La Jolla algunas antiguas cons-
trucciones españolas, las cuales, no sólo no han sido de-
rruidas para dale paso a los modernos rascacielos norte-
americanos, sino que inclusive han sido restauradas y
son objeto de constante atención por parte del gobierno
estadounidense que ha permitido que hasta conserven
sus nombres originales. Aún más, las calles conservan
sus viejos nombres en español y su aspecto antiguo, pues
sólo han sido modificadas por el pavimento que las cu-
bre, ya que permanecen siempre estrechas y retorcidas y
empinadas como las callejuelas de Taxco y Cuernavaca.
A cada lado de estas calles, que se mezclan entre sí en
forma de intrincado laberinto, se ven los imprescindibles
jardines californianos en perpetua primavera, y en medio
de cada jardín, una residencia de pintoresco tipo español

214
Contrastes

californiano que antes remataban con la clásica chimenea


de ladrillos, pero que ahora se ven coronadas todas con
las erizadas púas de las antenas de los aparatos de televi-
sión.
Magníficos campos para jugar tenis y golf, además de
elegantes y modernos hoteles pueden verse también en la
ciudad, y es curioso que hasta estos últimos lleven nom-
bre en español, pues en efecto, pasamos por la puerta de
La Concha, de La Casa de Mañana, de La Antigua Venecia,
etc.
La Jolla se encuentra a orillas del mar. Pasando sobre
la amplia calzada que corre a todo lo largo de la costa,
descendiendo a veces al nivel de las mismas olas del mar
y ascendiendo en ocasiones para salvar los altos acantila-
dos, se domina perfectamente una preciosa vista de la
profunda bahía que remata en una playa que ahora es el
centro de reunión de los visitantes que acuden a La Jolla
a disfrutar el mar.
El más prominente de estos acantilados, que avanza
hacia el océano a manera de un elevado y brillante pro-
montorio, ha sido convertido en un moderno parque que
demuestra hasta dónde es posible que el hombre pueda
con su ingenio robarle terreno a la naturaleza.
En la superficie de este promontorio, desafiando la
furia de los temporales y burlándose de la natural aridez
de la roca viva, el hombre ha construido el parque más
singular que mente alguna pueda imaginarse, parque
que tiene en su parte central un césped rodeado de pal-
meras, cuyos esbeltos tallos se mecen rítmicamente mo-
vidos por el viento.
Esta enorme alfombra triangular de terciopelo verde
que el hombre ha colocado encima del promontorio, se ve
215
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

interrumpida en algunos trechos por los llamativos colo-


res de los claveles y los pensamientos, así como por algu-
nas casitas rústicas que no son otra cosa que los vestido-
res para los bañistas y los servicios sanitarios en los que,
a pesar de ser públicos y completamente gratuitos, hay
siempre una pulcritud que a veces se antoja exagerada.
Los domingos, cuando el parque resulta insuficiente,
pueden verse niños muy pequeños en sus cochecitos y
andaderas, algunos más grandes retozando alegremente,
ancianos sentados alrededor de unas mesitas de mimbre
y protegidos del sol por unas enormes sombrillas multi-
colores, así como parejas de enamorados que, a pesar de
estar en medio de un amontonamiento que hace casi im-
posible hasta caminar, se dedican a prolongados colo-
quios amorosos como si en aquel lugar se encontraran
ellos completamente solos.
Junto al borde del precipicio, en cuyo fondo las olas al
estrellarse forman una blanca espuma, hay numerosas
bancas de madera desde las cuales se queda uno absorto
admirando la inmensidad del océano, por un lado y por
otro, la serie de callejuelas retorcidas que suben serpen-
teando hasta la parte más alta de los cerros circunvecinos,
totalmente ocupados por la fastuosas residencias, por los
elegantes hoteles y por los campos de golf y canchas de
tenis.
Al fondo de la bahía que tiene la forma de una “U”
prolongada, en la parte curva de la letra, hay una dimi-
nuta playa rodeada de brillantes acantilados sobre los
cuales revolotean incesantemente infinidad de minúscu-
los pajarillos. Para ir del parque a la playa, hay varias
escaleras de concreto sólidamente construidas que permi-
ten un descenso cómodo rápido, fácil y exento de peli-
216
Contrastes

gros, circunstancias todas éstas imposibles si no hubiera


intervenido ahí la mano del hombre.
En esta playa microscópica es en donde se amonto-
nan los bañistas durante el verano. Al verlos desde arri-
ba, da la impresión de que se encuentran encerrados en
una cueva en forma de herradura, cueva que aumenta de
capacidad cuando baja la marea, pues entonces quedan al
descubierto unas enormes piedras redondas que los ba-
ñistas utilizan a manera de trampolines, y un peñasco en
el que hay unas cavernas irregulares que las olas han
labrado en el seno de las propias rocas, las que cuando
quedan cubiertas por las aguas en el momento en que
sube la marea, dejan traslucir unos destellos de color oro,
lo que ha servido para bautizar a ese peñasco con el
nombre de Goldfish, que quiere decir en español pez do-
rado.
Como se ve, el parque de La Jolla es muy especial,
desde cualquier ángulo que se le vea; y si a él unimos la
playita en forma de herradura con sus piedras brillantes
y redondas, con sus cavernas y su peñasco de áureos des-
tellos, amén de las lujosas y pintorescas residencias que
ocupan en toda su extensión los cerros adyacentes, ha-
ciendo de ellos una gigantesca escalera de peldaños irre-
gulares y de múltiples colores, fantástica escalera atrave-
sada por toda una red de estrechos y retorcidos caminos
que forman en su conjunto como un tupida telaraña, es
fácil explicarse porqué, cuando alguien pregunta por los
sitios más interesantes de California, los mismos califor-
nianos subrayan satisfechos: “si quiere usted ver algo que
valga la pena, bajo ningún concepto deje de visitar La
Jolla”.

217
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El Cerro de la Mula
7 de abril de 1952

Aproximadamente a media hora de San Diego, sobre


la accidentada carretera 395, se halla ubicada una peque-
ña población que lleva el nombre de Escondido, poco
antes de llegar a la cual se ve a un lado del camino un
curioso monumento dedicado nada menos que a una
mula. Si, así como suena: a una mula.
Y conste que, como veremos más adelante, el cua-
drúpedo al cual está dedicado el pequeño monumento en
cuestión no fue autor de ninguna resonante hazaña inter-
nacional, ni tampoco tomó parte en ningún evento depor-
tivo de importancia, como nuestro famoso y nunca bien
llorado caballo Arete, pues las circunstancias que propi-
ciaron su posterior y definitiva consagración nos de-
muestra de un modo claro y convincente que la mencio-
nada mula no sabía correr con mucha velocidad que se
diga, ni mucho menos saltar airosamente y con soltura el
obstáculo que representa una valla.
Lo cierto, porque somos muchas las personas que
hemos tenido oportunidad de comprobarlo, es que por
una de aquellas circunstancias fortuitas que el destino le
depara a todos los seres animados, sin ponerse a pensar
si éstos utilizan sólo dos, o sus cuatro extremidades para
desplazarse durante la deambulación, muy cerca de Es-
condido se levanta un cerro conocido ahora con el nom-

218
Contrastes

bre de El Cerro de la Mula, nombre sancionado en la ac-


tualidad por el pequeño monumento al cual acabo de
hacer alusión.
La carretera 395 es tan amplia y transitada como la
101, a la que me he referido ya en varias ocasiones en
anteriormente; pero en virtud de que atraviesa por unos
terrenos mucho más montañosos, es más accidentada y al
mismo tiempo tiene oportunidad de ser más pintoresca y
de enseñarnos paisajes más variados e interesantes: coli-
nas redondeadas y constantemente verdes, alternan con
elevadas y abruptas montañas y barrancos en cuya pro-
fundidad los caballos y los corderos se miran como si
fueran curiosos animales de dimensiones microscópicas.
Interminables terrenos sembrados con infinidad de na-
ranjos, cuyos troncos casi se doblan vencidos por el peso
de sus frutos. Más allá se dejan ver dos perezosos arro-
yuelos que serpentean sobre el fondo verde de los cam-
pos, buscando el asilo que a sus aguas les brinda una
diminuta laguna, cuya brillante superficie de contornos
irregulares, herida por los rayos del sol, adquiere el as-
pecto muy peculiar que le queda a un espejo cuando aca-
ba de recibir un fuerte impacto, esto es, con un núcleo
irregular y brillante en un sitio determinado, del cual
parten en todas direcciones infinidad de estrías que luego
se entrecruzan entre sí formando una especie de intrin-
cada y tupida telaraña.
Todo esto se ve a un lado de la carretera, uno de cu-
yos ramales más transitados, salvando todos los obstácu-
los que le ofrece el escarpado terreno, va ascendiendo
hasta llegar a la parte más alta del Monte Palomar, en
cuya cima se encuentra el observatorio meteorológico
que posee el telescopio más potente que ha logrado cons-
219
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

truir el hombre, y al cual es muy difícil llegar en esta épo-


ca de invierno a causa de que el camino se encuentra to-
talmente cubierto por la nieve, lo que hace riesgoso el
tránsito de los vehículos que no van provistos de acceso-
rios especiales para pasar por esa clase de caminos.
Poco antes de llegar a Escondido, el camino se vuelve
momentáneamente estrecho en virtud de que se convier-
te en un puente de trayecto sinuoso que pasa por encima
de un lago alrededor del cual hay infinidad de automóvi-
les, cuyos ocupantes se dedican a pescar en sus tranquilas
aguas por medio de unas cañas largas.
Pues bien; precisamente aquí, junto a la porción ini-
cial del puente que atraviesa este pintoresco lago utiliza-
do como sitio de recreo, es en donde está edificado el
pequeño monumento dedicado a la mula, el que en reali-
dad tiene un aspecto bastante agradable, lo mismo que la
terraza adyacente utilizada para que los paseantes esta-
cionen sus automóviles.
Ahora voy a explicar a qué se debe que El Cerro de la
Mula tenga ese nombre y ese monumento: el día 7 de
diciembre de 1846, durante una batalla que se libró en el
ahora histórico cerro, ubicado 5 millas al este del lugar en
donde hoy se levanta el monumento, el general Stephen
Kearny, comandante del ejército norteamericano que
marchaba sobre el puerto de San Diego, fue atacado por
las tropas californianas. Después de resistir el ataque, el
general Kearny organizó el contraataque y al fin logró
ocupar el cerro estratégico. En seguida de esto, su sonoro
triunfo ya casi se convertía en una amarga derrota en
virtud de que su regimiento se quedó después de la vic-
toriosa batalla sin las indispensables provisiones de boca,

220
Contrastes

razón por la cual a pesar del triunfo que había obtenido


en aquel cerro, su situación era bastante comprometida.
Pero afortunadamente para él, todo se resolvió de un
modo satisfactorio cuando alguien propuso sacrificar a
una mula que pasaba por ahí, hecho lo cual todos los
soldados se sirvieron un esplendido banquete. Cuando
terminaron de comer, ya con el estómago repleto, pensa-
ron que en realidad sin aquella noble y oportuna mula, el
triunfo del hambre sobre el regimiento victorioso que
ocupaba el cerro hubiera sido inevitable, motivo por el
cual y como un acto de la más elemental justicia, el cerro
aquél debería ser bautizado con el nombre de aquella
mula salvadora.
Pero como nuestra heroína no tenía siquiera nombre
propio, o cuando menos entre los sobrevivientes de aque-
lla jornada bélica nadie lo sabía, debido probablemente
en parte al sopor que le produjo a los comensales la di-
gestión de la carne de aquella bestia híbrida, hubo que
ponerle al cerro simplemente Mule Hill, que traducido a
nuestro idioma quiere decir El Cerro de la Mula.
Ahora resulta que por su ubicación, Mule Hill es poco
accesible para los excursionistas, y a causa de ello, el mo-
numento alusivo tuvo que ser edificado a 5 millas del
lugar histórico para que así quedara a un lado de la tran-
sitada carretera 395 y así todos los paseantes se enteran
fácilmente de su existencia, así como del motivo de su
aparentemente inexplicable nombre.
El texto de la artística placa de bronce del monumen-
to se presta para una serie de consideraciones: desde lue-
go y, dadas las condiciones del momento, es de pensarse
que todos los que estaban en el cerro después de aquella
épica batalla contribuyeron con sus mandíbulas y con su
221
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

estómago para engullirse ávidamente a la ahora famosa


mula del cerro. De esto a nadie puede cabe la menor du-
da.
Más si aceptamos como lógica la premisa anterior,
debemos aceptar igualmente que si todos contribuyeron
para borrar del mapa a la mula cuando menos en su as-
pecto físico, no todos pudieron haber pensado al mismo
tiempo en la necesidad de inmortalizar al cuadrúpedo
salvador poniéndole al cerro el nombre de Mulle Hill.
No; esto tuvo que ocurrírsele necesariamente a una
persona nada más. A uno sólo de los ahí presentes. En
otras palabras: es necesario aceptar que después de aquel
pantagruélico banquete, funcionaron todas las mandíbu-
las y todos los estómagos pero solamente logró entrar en
acción un cerebro: el del autor de la idea luminosa.
Lástima que en la lustrosa placa de bronce que osten-
ta el monumento no se consigne el nombre del dueño del
cerebro en el que hizo explosión la chispa agradecida que
dio origen al nombre de Mule Hill. Pero no le hace, pues
aún en el más completo de los anonimatos, podemos
afirmar, y de esto no le puede caber a nadie la menor
duda, que si no fue un soldado valiente, un oficial audaz,
o un jefe poseedor de la más valiosas condecoraciones,
cuando menos hoy por hoy, es el primer estómago agra-
decido del que se tiene memoria oficialmente.
Peor es nada. ¿No es verdad, querido lector?

222
Contrastes

223
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

San Juan Capistrano


16 de mayo de 1952

Como a unos 80 kilómetros antes de llegar a la ciudad


de Los Ángeles, sobre la rama derecha de una bifurcación
de la carretera 101 que conduce a la población de Santa
Ana, se encuentra ubicado un pueblo que lleva el nombre
de San Juan Capistrano, notable y famoso por el solo he-
cho de que en él se levanta la antigua Misión Franciscana
del mismo nombre, fundada por Fray Junípero Serra el
primero de noviembre de 1776.
Sabido es que para convertir al cristianismo a los in-
dios que habitaban en esa época el suelo del hoy Estado
de California, los misioneros franciscanos jefaturados por
el Padre Serra, construyeron en total 21 misiones a lo lar-
go de la costa del Pacífico en una extensión de mil kiló-
metros aproximadamente, siguiendo una línea irregular
que va desde nuestra vecina ciudad de San Diego, hasta
un lugar situado un poco al norte del hoy magnífico y
pintoresco puerto de San Francisco.
En aquel entonces, el camino que unía entre sí a las 21
misiones californianas era conocido con el nombre de El
Camino Real. Pues bien, afectos como son los norteame-
ricanos a no cambiarle sus nombres originales a las ciu-
dades construidas por los españoles, han conservado
también el nombre de El Camino Real para la porción de
la carretera 101 que se extiende desde San Diego hasta

224
Contrastes

San Francisco, razón por la cual podemos ver en la actua-


lidad que a cada lado del Boulevard del Pacífico, dándose
la mano el presente con el pasado, junto al ultramoderno
pavimento de concreto convertido en amplia pista con
pasos a desnivel y profusión de semáforos, se encuentran
unos viejos postes pintados de color verde, delgados y
bajos que en su parte media sostienen un letrero que dice
claramente en español El Camino Real, y que en su parte
superior se doblan para adquirir la forma de un bastón,
cuya porción correspondiente al mango sostiene en su
extremidad una pequeña campana también pintada de
verde, que son exactamente las mismas señales que los
españoles colocaron a lo largo de El Camino Real para
indicar al caminante el trayecto que conducía a las distin-
tas misiones franciscanas.
La primera misión que fundaron los españoles fue la
de San Diego de Alcalá, que se encuentra en la jurisdic-
ción de la actual ciudad de San Diego y, aunque yendo
hacia el norte sobre El Camino Real la Misión de San Juan
Capistrano ocupa el tercer lugar, en realidad por el orden
cronológico en el que fueron edificadas, le corresponde a
esta misión el número siete.
De las 21 misiones californianas que ya individual-
mente o ya por su conjunto constituyen un atractivo
permanente para los visitantes que acuden a ellas de to-
das partes del mundo, yo sólo he tenido oportunidad de
visitar cinco, de las cuales la más interesante me ha pare-
cido la de San Juan Capistrano.
La entrada a esta misión es un pórtico común y co-
rriente a continuación del cual se entra al primero de los
numerosos jardines que se encuentran en el interior, cada
uno de los cuales posee una gran variedad de flores y de
225
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

cactus y una fuente central sobre la cual revolotean de un


modo incesante infinidad de blancas palomas.
A la entrada de la misión hay una tienda en la que
venden unos sobrecitos que contienen una comida espe-
cial para las palomas. La gente compra los mencionados
sobrecitos, y las palomas enseguida se amontonan alre-
dedor de las personas que van entrando, posándose unas
sobre los hombros o sobre la cabeza de los visitantes,
mientras otras cubren casi en su totalidad las veredas
rústicas que serpentean por entre los jardines que ocupan
todos los patios de la misión.
Pero es la migración de otro tipo de ave la que hace
famoso a San Juan Capistrano en todo el mundo: el hecho
singular de que con una exactitud matemática las golon-
drinas acudan en tropel a la Misión de San Juan
Capistrano el día en que comienza la primavera. A con-
secuencia de esto, el 20 de marzo de cada año, una multi-
tud que congestiona las calles de la pequeña población se
congrega alrededor de la misión a esperar la llegada de
las golondrinas. Y es curioso que ese día hasta se organi-
cen concursos para premiar a la persona que adivine con
exactitud la hora precisa en que las golondrinas hacen su
entrada a la misión anunciando con ello que la primavera
ha comenzado.
Lo que más llama la atención de este hecho singular,
es que no importa la temperatura que haya ese día, ni
que el tiempo esté bueno o malo: el día 20 de marzo, in-
defectiblemente, las golondrinas hacen su aparición y se
van a posar por seis meses en los jardines, en las fuentes
y en los techos de la Misión de San Juan Capistrano para
abandonarla cuando va a comenzar el invierno.

226
Contrastes

Soslayando este aspecto de la misión, que de un mo-


do indudable contribuye mucho a aumentar el número
de sus visitantes, lo que aún queda de ella y los planos y
maquetas que de la misma se exhiben en uno de sus cuar-
tos, nos demuestran que la misión ocupaba una gran ex-
tensión de terreno con múltiples construcciones. En el
año de 1797, más de mil indios convertidos al cristianis-
mo residían en el interior de esta misión, los que bajo la
dirección de los propios frailes franciscanos comenzaron
ese año a edificar la iglesia más hermosa de todas las que
se llegaron a construir en California. Más de 8 años se
necesitaron para terminar la construcción de la verdadera
joya que resultó el edificio de la iglesia de la misión; pero
desgraciadamente, el 8 de diciembre de 1812, poco tiem-
po después de haber sido inaugurada, un terremoto la
destruyó en su totalidad junto con gran parte de las cons-
trucciones que se encontraban dentro de los muros de la
extensa misión franciscana.
Las ruinas que quedaron a consecuencia del terremo-
to todavía se pueden admirar y sirve para dar una idea
de la magnificencia de lo que lograron edificar en Cali-
fornia los misioneros. Todavía se ven los gruesos muros
semiderruidos por el movimiento telúrico, los hermosos
corredores con sus arcos característicos, el campanario
con sus cuatro campanas sostenidas por una tosca viga y
amarradas a ésta con unas gruesas raíces secas y la Iglesia
Serra, una pequeña capilla que fue respetada por el te-
rremoto así como el retablo del altar, su artístico púlpito
dorado, las bancas de madera y los reclinatorios.
Esta es la iglesia católica más antigua que existe en el
Estado de California y funciona normalmente como tal
hasta nuestros días. A mi me llamó la atención que las
227
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

mujeres no se cubran la cabeza al entrar y que junto a los


fieles que devotamente se entregan a hacer sus oraciones,
haya siempre varios visitantes que se dedican a tomar
fotografías después de observar con atención el magnífi-
co retablo o los confesionarios, junto a los cuales se detie-
nen y los observan con mirada de admiración.
En virtud de que las ventanas laterales que sirven pa-
ra proporcionarles luz van a dar a los corredores, que a
su vez se encuentran sombreados por los grandes árboles
que rodean a los jardines, la iglesia es húmeda y obscura
a pesar de lo cual se pueden leer fácilmente los distintos
letreros que se hallan colocados en las paredes y en las
puertas, algunos de los cuales no dejaron de llamarme la
atención por lo inusitado que resulta en mi concepto.
Helos aquí: “se prohíbe fumar”. “Se prohíbe entrar con
perros”. “Los hombres deben descubrirse la cabeza al
entrar”. “Favor de no hacer ruido”.
Desde el punto de vista histórico, como se ve fácil-
mente, la Misión de San Juan Capistrano tiene un inesti-
mable valor por estar en ella la iglesia más antigua del
Estado de California, en la que el Padre Fray Junípero
Serra oficiaba y bautizaba a los indios que se convertían
al cristianismo, así como por conservar las ruinas que
dejó el terremoto de 1812. Mas por si esto no fuera sufi-
ciente para constituir el imán que es en la actualidad para
el turismo, los numerosos patios convertidos en bonitos
jardines y las incontables golondrinas que visten los teja-
dos, los pasillos y las fuentes de los propios jardines, ha-
cen de San Juan Capistrano un lugar que bajo ningún
concepto debe dejar de conocer cuanta persona visite el
sur del Estado de California.

228
Contrastes

229
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El San Diego Viejo


4 de mayo de 1952

Fundada en el año de 1769, la ciudad de San Diego es


la más antigua de todas las poblaciones del Estado de
California. Esta circunstancia ha sabido ser explotada a la
perfección por los propagandistas de nuestra vecina ciu-
dad quienes han logrado restaurar en gran parte la por-
ción más antigua de la población que es conocida hoy con
el nombre de El San Diego Viejo, lugar que recibe dia-
riamente a infinidad de visitantes que van a conocer, co-
mo reza en la propaganda, “el lugar del nacimiento de
California”.
Ubicado junto al cerro en el que se encuentra Presidio
Park, El San Diego Viejo se mira en la actualidad como
un oasis de construcciones antiguas enclavado en plena
ciudad en medio de modernas residencias y rodeado de
amplias calzadas y bellos jardines; debido a que su situa-
ción en una parte relativamente alta de la ciudad y a sólo
unas cuantas cuadras de la bahía lo colocan como un per-
fecto mirador, ofrece igualmente el atractivo de que des-
de ahí se puedan ver las grandes unidades de la marina
de guerra de los Estados Unidos y las pistas de los aero-
puertos de la Base Aérea de North Island, con los aviones
de bombardeo y los helicópteros que a cada instante se
elevan para vigilar las costas, así como las innumerables
construcciones de las fábricas de aviones que trabajan

230
Contrastes

incesantemente en la carrera loca de armamentos que las


naciones poderosas del mundo están llevando al cabo en
la actualidad.
En la parte central de las principales construcciones
de El San Diego Viejo se encuentra la antigua plaza del
pueblo, que no es otra cosa que un terreno rectangular
como del tamaño de media manzana actual, cuyo suelo
está totalmente cubierto por un césped rodeado de gran-
des árboles que proporcionan magnífica sombra a las
bancas de metal sobre las cuales descansan las personas.
Rodeando a la vieja plaza del pueblo hay en la actua-
lidad una serie de restaurantes y de hoteles cuyos nom-
bres están escritos en nuestro idioma, y que pretenden
conservar el sabor mexicano con inscripciones híbridas
escritas en una mezcla de inglés con español que mueve a
risa. He aquí unos ejemplos: “La Casa Blanca, patio and
dinner”; “El Nopal, mexican food”; más allá vemos un
“Mexican taco shop”, por otro lado un letrero que se usa
mucho también aquí en Tijuana y que dice “hot tamales”
y, por último, en un lugar en el que venden trastos de
barro, un lienzo con la siguiente inscripción: “Fine
handmade cacerolas and ollas”.
Entre las antiguas construcciones españolas que han
sido restauradas para que sirvan como atractivos turísti-
cos, figura en lugar prominente La Casa de Estudillo,
más conocida con el nombre de Ramona’s Marriage
Place.
En el costado sur de la vieja plaza del pueblo se en-
cuentra La Casa de Machado, conservada casi a la perfec-
ción con sus techos de teja muy bajos, con sus puertas
cada una de las cuales ostenta una cruz en la parte de en
medio y su patio central que da acceso a la iglesia que en
231
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

la actualidad tiene a la entrada un letrero que dice con


letras góticas “Community Church”, lo cual significa que
ahí no se rinde culto a ninguna religión en particular,
sino que aceptan de buen grado a todos los creyentes, sin
importarles la religión que profesen. Esa Casa de Macha-
do también tiene un sobrenombre, pues es conocida co-
mo La Casa de la Bandera, en virtud de que cuando los
norteamericanos se aproximaban con sus tropas a captu-
rar la ciudad de San Diego, la esposa del señor Machado
cruzó la calle, se introdujo en la plaza situada enfrente y
rescató la bandera mexicana para protegerla de los sol-
dados norteamericanos guardándola en su propia resi-
dencia.
La Casa de Pedrorena, La Casa de Bandini, La Casa
de López, La Casa de Pico y algunas otras se encuentran
marcadas con sus respectivos nombres. Todas se hallan
en la actualidad remozadas, con magníficos jardines y
convertidas en hoteles por los que los turistas demues-
tran gran predilección. Sólo he de referirme ligeramente a
la Casa de Pico ubicada en el costado norte de la vieja
plaza del pueblo, y llamada así porque servía de residen-
cia a Pío Pico, último gobernador mexicano que tuvo el
Estado de California. A la entrada se lee un gran letrero
luminoso que dice “Buen día amigos” por encima del
cual se mira a un charro dormido con el sombrero cu-
briéndole la cara; inmediatamente después se ve un
enorme jardín con infinidad de flores muy bien cultiva-
das y rodeado de los arcos de los corredores de la antigua
casa convertida hoy en moderno auto court17, en el que se
mezclan el pasado con el presente pues aunque las recá-

17
Motel.
232
Contrastes

maras están equipadas con todo el confort moderno, los


techos todavía están sostenidos por gruesas y toscas vi-
gas de madera y en el patio se puede ver aún, tal como
era antes, el pozo que servía para surtir de agua a La Ca-
sa de Pico, alrededor del cual hay actualmente instaladas
unas mesitas de mimbre protegidas del sol por unas
sombrillas multicolores.
Otra de las secciones del San Diego Viejo que han si-
do restauradas debidamente es el antiguo cementerio
español, a la entrada del cual existe un letrero que dice:
“Old Spanish Cementery” y abajo, en español, “El Cam-
posanto”. Este es muy pequeño, pues sólo tiene unas
veinte tumbas, cada una de las cuales posee una reja de
madera que la circunda, una cruz también de madera y
algunos nopales y arbustos alrededor.
El San Diego Viejo, un verdadero oasis de antigüedad
dentro de la actual progresista y moderna urbe sandie-
guina, posee el privilegio indiscutible de ser “el lugar del
nacimiento de California”.

233
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Ramona’s Marriage Place


29 de marzo de 1952

Allá por el año de 1825, cuando el hoy próspero esta-


do norteamericano de California formaba parte aún de
nuestra patria, vivía en lo que hoy se conoce como
El San Diego Viejo un acaudalado comerciante español
llamado don José Estudillo.
Precisamente por ser persona de importancia y de
amplios recursos económicos, Estudillo mandó edificar
frente a la plaza de la población una para entonces sun-
tuosa residencia, para lo cual fue necesario traer grandes
y pesadas vigas de los bosques situados detrás de las
montañas y de las misiones.
Estas vigas sirvieron para sostener el pesado techo de
tejas y la cúpula con la cual remataba el edificio desde la
cual Estudillo, junto con sus visitantes, podía ver las co-
rridas de toros que se efectuaban en la plaza.
Cuando se terminó la construcción ya todos conocían
la residencia con el nombre de La Casa de Estudillo y era
famosa por su cúpula, sus doce cuartos y el notable gro-
sor de sus paredes, así como por su patio y sus corredo-
res del más típico aspecto español y por el hecho de darse
el lujo de tener, inclusive, una pequeña capilla particular
en la que la familia Estudillo y sus visitantes asistían a los
servicios religiosos.

234
Contrastes

Posteriormente, cuando los Estados Unidos se apode-


raron de casi toda la mitad de nuestro territorio, La Casa
de Estudillo sirvió de excelente refugio a las mujeres y a
los niños y más tarde fue derruida en gran parte. Pero en
el año 1909, el arquitecto Hazel Watermont se encargó de
su completa restauración para dejarla tal como era cuan-
do acababa de inaugurarse, excepción hecha de la cúpula
que no pudo ser reconstruida.
Por tanto, fuera de este detalle de importancia, La Ca-
sa de Estudillo puede verse hoy tal como la planeó su
propietario hace ya más de cien años: el mismo patio, los
mismos corredores, los mismos doce cuartos con su grue-
sas paredes, la misma capilla conservada con bastante
fidelidad. Todo ha sido restaurado, menos la cúpula; to-
do ha sido conservado menos una cosa: el nombre del
edificio, pues ahora en lugar de La Casa de Estudillo,
lleva el nombre un poco raro de Ramona’s Marriage Place.
Ubicada frente a la antigua plaza del San Diego viejo,
a los pies del cerro en cuya cima se levanta majestuoso el
edificio del Museo Fray Junípero Serra, en Presidio Park,
La Casa de Estudillo, hoy restaurada y convertida en un
museo en el que se puede ver cómo vivía la gente en
California hace poco más de un siglo, es ahora sencilla-
mente Ramona’s Marriage Place, nombrecito incompren-
sible antes de recibir las explicaciones correspondientes,
y bastante difícil de tragar aún después de haberlas reci-
bido.
Sucedió que en el año de 1863, la novelista Helen
Hunt Jackson escribió su novela intitulada Ramona, que
llegó a popularizarse rápidamente y, como la escritora
tuvo la ocurrencia de situar ahí la escena del matrimonio
de Ramona, nombre de la heroína de su novela, precisa-
235
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

mente en la capilla particular de La Casa de Estudillo, la


gente que visitaba esta capilla hacía el comentario de que
en ese lugar se había casado Ramona. De ahí surgió el
nombre de Ramona´s Marriage Place, que en traducción
literal a nuestro idioma quiere decir “lugar del matrimo-
nio de Ramona”.
La novela de Helen Hunt Jackson, que se fue hacien-
do cada día más popular, se llevó posteriormente a la
pantalla, y el nombre de Ramona’s Marriage Place que la
gente le había adjudicado a la capilla, acabó por referirse
a toda la antigua Casa de Estudillo.
Más que por el interés bastante relativo de las cosas
que encierra, Ramona’s Marriage Place atrae a gran can-
tidad de visitantes a causa de la gran publicidad que se le
hace.
A mi me causó una impresión semejante a la que me
hubiera causado la casa principal de una hacienda aban-
donada: los techos de tejas son bajos y desde del momen-
to en que uno entra por la pequeña puerta que da acceso
al edificio, se respira una atmósfera que huele a humedad
y a cosas viejas. El piso está totalmente cubierto por
grandes ladrillos rojos hechos personalmente por los frai-
les franciscanos en el año de 1770.
En los corredores, hay en una variedad de objetos de
interés extraños y desemejantes: tapetes, sarapes, campa-
nas, herramientas de carpintería, faroles, tambores, sillas
rústicas, escritorios, una calesa y una antigua y rudimen-
taria carreta de dos grandes ruedas.
En el patio central, obscuro y húmedo, con yerbas
crecidas por todas partes dándole un aspecto lóbrego y
abandonado, hay una fuente “cuya agua proporciona
buena suerte a las personas que la toman”, según dice un
236
Contrastes

tosco letrero de madera colocado junto a la mencionada


fuente.
De los doce cuartos de la que fuera La Casa de Estu-
dillo, tres están ocupados actualmente por una casa de
curiosidades y los demás se utilizan como pequeño mu-
seo en los que hay infinidad de objetos en cuya disposi-
ción y presentación parece que existe el fin preconcebido
de no usar para nada la estética y el buen gusto: una
mezcolanza de trajes, libros, sombreros, calaveras, mone-
das y billetes de banco, monturas, una antigua máquina
de coser, un plano, sillas con respaldo alto, rifles, dagas,
sables y otras cosas por el estilo llenan las vitrinas que
ocupan los distintos cuartos.
Hay un cuarto que enseña cómo lucían en su época
las recámaras de la lujosa Casa de Estudillo: en las pare-
des, grandes cuadros pintados al óleo; en un rincón, una
cama destartalada con una pequeña alfombra y un bastón
junto a ella; más allá un tocador con un gran espejo y un
lavabo encima del cual hay una vieja palangana y una
jarra de fina losa blanca, floreada de azul. Hay además
una mesita con un voluminoso libro encima y, dándole
una puñalada por la espalda al auténtico estilo español
de esta recámara, puede verse junto al lavabo una toalla
muy blanca en la que se lee claramente la siguiente ins-
cripción: “Good morning”.
Solamente me faltan dos departamentos que no he
mencionado; la cocina, que ostenta en la puerta un letrero
que dice “Old Spanish Kitchen” y en cuyo interior hay
trastos de barro, ollas, cafeteras y unas piedras de moler
y por fin la capilla, que a la postre fue la que se encargó
junto con Helen Hunt Jackson y con la mente popular, de
borrar para siempre del edificio el nombre del señor
237
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Estudillo para darle paso al actual y ya muy populariza-


do de Ramona’s Marriage Place.
La iglesia en la que se casó Ramona con su novio
Alessandro es muy pequeña: apenas tiene cupo para
unas diez bancas toscas de madera negra; las paredes
están llenas de imágenes y de santos de bulto, entre los
que abundan los crucifijos de todos tamaños. El altar tie-
ne la forma de una pequeña escalinata blanca cuya parte
central está ocupada por un pequeño retablo en el que se
ve a la Virgen María. Por todos lados tiene velas y vela-
doras encendidas constantemente y a un lado un órgano
con dos grandes cirios encima.
Aunque por la descripción anterior podría creerse
que la iglesia en la que se casó Ramona es una iglesia
católica, la realidad es completamente distinta, pues si
posee en la actualidad las imágenes, los crucifijos, las
velas y el retablo del altar, es únicamente debido a que se
ha procurado que la restauración de la antigua Casa de
Estudillo sea lo más fiel posible.
Ramona’s Marriage Place, así con sus velas y sus san-
tos, es ahora una iglesia protestante; y las damitas norte-
americanas, tan afectas a todo lo que llame la atención y a
lo que se salga de lo vulgar, sienten vivos deseos de emu-
lar a Ramona y a causa de ello la vetusta y húmeda capi-
lla constantemente es escenario de numerosas ceremo-
nias nupciales, para lo cual es previamente adornada con
fragantes flores, aunque se modifique “el ambiente triste
y melancólico” en el que Ramona contrajo matrimonio
según la romántica historia de Helen Hunt Jackson.
Después de haber visto un matrimonio religioso en la
Capilla de las Rosas ubicada en el cementerio de Chula
Vista, y después de ver ahora que las enamoradas parejas
238
Contrastes

de San Diego escojan para su ceremonia nupcial la vetus-


ta y nada atractiva capilla de un museo, por el sólo hecho
de que ahí se casó la heroína de una romántica historia
ficticia, comprendo por qué se ha dicho que una de las
cosas más atractivas que podría ofrecerse a los turistas en
Yucatán sería la probabilidad de que contrajeran matri-
monio en alguno de los templos de las ciudades muertas
de Chichen Itzá y Uxmal, pues para los jóvenes enamo-
rados norteamericanos sería sumamente interesante sa-
ber que su matrimonio se lleve a cabo en el mismo esce-
nario que sirvió para las ceremonias nupciales (si es que
las hubo) de los auténticos príncipes mayas.
Es un hecho innegable que en los Estados Unidos
cualquier negocio que tenga una propaganda persistente,
con el tiempo llega a alcanzar un éxito asegurado. La
antigua Casa de Estudillo es una demostración clara de lo
anterior, pues el magnífico negocio de la casa de curiosi-
dades, la gran cantidad de visitantes que acuden a ella
procedentes de los lugares más distantes y el que tantas
parejas de enamorados escojan su antiestética y húmeda
capilla para celebrar sus matrimonios religiosos, no son
otra cosa que la consecuencia directa de una propaganda
profusa y muy bien dirigida, sin la cual Ramona’s
Marriage Place sería un lugar completamente desconoci-
do, en virtud de que la vetusta residencia no posee nin-
gún mérito intrínseco, ningún atractivo especial que la
hagan notable, lo cual no constituye un obstáculo para
que los folletos que le hacen propaganda afirmen con
todo descaro que “es uno de los lugares más bellos e in-
teresantes del mundo”.

239
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

La Fiebre de las Pantaletas


25 de mayo de 1952

El día 3 de marzo del presente año, en esta página de


Diario de Yucatán y con motivo del escandaloso auge de
la toxicomanía en algunos colegios norteamericanos, pu-
bliqué un artículo en el que me tomé la libertad de exhor-
tar a los padres de familia de amplios recursos económi-
cos para que meditaran detenidamente sobre los peligros
que para el futuro de sus hijos pudiera representar el
hecho de enviarlos a estudiar a un colegio de Estados
Unidos.
Ahora, a escasos 3 meses de distancia, vuelvo a diri-
girme a ellos de la misma manera y con el mismo objeti-
vo en virtud de la novísima modalidad que los mucha-
chos norteamericanos han impuesto a sus travesuras estu-
diantiles, provocando con ellas una ola de procacidad y
concupiscencia que comenzó hace escasamente una se-
mana en la ciudad de Nueva York y que ahora se ha ex-
tendido por otros Estados de la Unión Americana, atra-
vesando de un modo tan rápido a nuestro vecino país de
costa a costa que hace unos días hizo su aparición en el
Estado de California, alcanzando ayer a nuestra ciudad
vecina de San Diego.
Para explicar en qué consiste esta ola de impudicia a
la que me refiero, y que ha sido bautizada con el muy
expresivo nombre de la fiebre de las pantaletas, voy a trans-

240
Contrastes

cribir a continuación los párrafos más importantes de las


informaciones que bajo grandes titulares han publicado
al referirse a ella los periódicos norteamericanos.
“La fiebre de las pantaletas que ha dado mo-
tivo a grandes escándalos en las universidades de
varias ciudades del país, llegó ayer a los colegios
del sur del Estado de California.
Según datos proporcionados por la policía, los
estudiantes trataron de efectuar incursiones en los
dormitorios de las jóvenes de la Universidad de
California y del Colegio Claremont de Pomona.
El Departamento de Policía de Los Ángeles
destacó un carro patrulla para someter al orden a
los muchachos que trataban de invadir el dormi-
torio de las jóvenes de la Universidad con el ex-
clusivo objeto de apoderarse de su prendas ínti-
mas.
La incursión la realizaron los estudiantes no
obstante que en la mañana el Rector de la Univer-
sidad advirtió a los citados estudiantes que se ha-
ría uso de bombas lacrimógenas para someterlos
al orden y que se expulsaría a todos los que inten-
taran invadir los dormitorios de las muchachas
colegialas.
Dos mil estudiantes se lanzaron al asalto de 16
dormitorios de la Universidad de Oklahoma, en
Norman, para despojar a las muchachas estudian-
tes de sus calzones y de sus portabustos, siendo
recibidos por agentes de la policía que les lanza-
ron bombas lacrimógenas. Pero como a pesar de
ello no se lograra disolver a los escandalosos, se

241
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

pidió auxilio a la policía del Estado, presentándo-


se luego en escena 15 carros de la patrulla de ca-
minos.
Otros asaltos semejantes tuvieron lugar ano-
che en la Universidad de Maryland, en los cuales
tomaron participación 700 estudiantes. Algunos
vidrios de las ventanas de los dormitorios fueron
rotos por los asaltantes, pero fuera de eso no se
registraron más daños materiales. Varias de las
muchachas que se encontraban en dichos dormi-
torios, para calmar a los estudiantes amotinados,
se asomaban a las ventanas y les arrojaban sus
calzones y demás prendas íntimas.
Los asaltos a los dormitorios de las jóvenes es-
tudiantes se han extendido casi por todo el país y
las autoridades policíacas se hallan ante un grave
problema al que tienen que hacerle frente con la
mayor energía para ponerle coto a esos desmanes.
Lo peor del caso es que son las mismas mu-
chachas escolares las que incitan a sus compañe-
ros de la Universidad a cometer esos indecorosos
actos”.
Los párrafos que acabo de transmitir son de los que
no necesitan comentarios, y por lo tanto no creo necesario
agregar a continuación ni una palabra más, ya que tengo
la absoluta seguridad de que mis amables lectores pensa-
rán junto conmigo, que esta ola incomprensible de impú-
dico desenfreno de los jóvenes colegiales norteamerica-
nos ha venido a realzar más aun el tatuaje indeleble con
el que la toxicomanía ha marcado ya a algunos colegios
de los Estados Unidos.

242
Contrastes

La fiebre de las pantaletas, en mi concepto, representa


un síntoma del naufragio de los valores morales, de una
juventud que ha vivido demasiado a prisa, aunque al
referirse a ella algunas autoridades estadounidenses opi-
nen que todo no es más que una humorada como otras
tantas que se les ha ocurrido a los estudiantes en otras
ocasiones cuando se encuentran en vísperas de exáme-
nes.

243
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Morena Lake
31 de mayo 31 de 1952

Para el norteamericano de tipo estándar el quedarse


durante un domingo dentro de la jurisdicción de su pro-
pia residencia representa un delito imperdonable que en
muy contadas ocasiones está dispuesto a cometer.
A consecuencia de esto, los domingos, no importa
que ese día haga frío o calor, que llueva a cántaros o que
el sol tueste la piel con sus cálidos rayos, toda la gente se
vuelca materialmente sobre los distintos lugares más
atractivos que encuentre a su alcance.
En virtud de lo anterior, la intrincada red de carrete-
ras que siempre tiene un ramal que conduce al sitio que a
uno se le antoje, se ve materialmente tapizada por los
automóviles de los paseantes que surcan los caminos en
todos sentidos, conduciendo a la gente que huye de la
rutina de sus propios hogares para dirigirse a algún lugar
distinto, no importa cuál sea la característica o el atracti-
vo que éste pueda tener.
Los habitantes del vecino puerto de San Diego tienen
a su disposición una variada gama de estos sitios de re-
creo a los que pueden acudir en cualquier momento en
vista de su relativa cercanía: el Parque Balboa, Presidio
Park, Coronado, Mission Beach, Punta Loma, El San
Diego Viejo y otros que he tenido oportunidad de descri-
bir anteriormente, todos sitios de belleza indiscutible, son

244
Contrastes

motivo de interés permanente por parte del gentío que


los invade domingo a domingo imprimiéndole a cada
uno de ellos un aspecto muy alegre y pintoresco.
Aunque un poco más lejos, tenemos Laguna Beach y
Long Beach, así como las misiones de San Diego de Alca-
lá, San Luis Rey y San Juan Capistrano. Otros muchos
prefieren cruzar la línea internacional para venir aquí a
Tijuana, o remontarse a Rosarito o Ensenada si prefieren
los deportes acuáticos o la pesca.
A consecuencia de esta invasión de fin de semana, al-
rededor de los museos, junto a la playa, cerca de las mi-
siones, en las avenidas de los parques, en todos los luga-
res de esparcimiento los automóviles se apretujan en to-
dos los lugares accesibles ocupando hasta el último rin-
cón en el que pueda caber un vehículo.
Sólo en el Estado de California, en la actualidad hay
la increíble cantidad de, ¡asómbrate, lector!, cuatro millo-
nes y medio de automóviles en números redondos lo que
explica enseguida la falta constante de lugar en los nu-
merosos y extensos sitios de estacionamiento, así como la
congestión del tránsito en algunos lugares, a pesar de la
gran amplitud de las carreteras, de los verdaderos raci-
mos de semáforos perfectamente coordinados en su fun-
cionamiento y de los ingeniosos pasos a desnivel cons-
truidos a todo costo para procurar la fluidez en el tránsito
de los vehículos.
Pero nada de esto resulta suficiente ante la fantástica
cantidad de automóviles que circulan los domingos por
todas las carreteras, como tampoco resultan suficientes
los numerosos sitios de recreo que los paseantes tienen a
su disposición. A esto último se debe que el Gobierno
esté empeñado en aprovechar cualquier detalle de algún
245
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

lugar, por insignificante que parezca en un principio,


para hacer enseguida de él un sitio de recreo y de espar-
cimiento que sirva para descongestionar en parte a los
numerosos ya existentes con anterioridad.
Uno de estos lugares, que yo tuve la oportunidad de
visitar el domingo pasado es Morena Lake, pequeño y
apacible paraíso escondido entre montañas, ideal para los
que deseen salirse por un momento del bullicio urbano.
Ubicado aproximadamente a 75 kilómetros al oriente
de San Diego, Morena Lake se encuentra en el extremo de
una pequeña desviación de la carretera número 80, un
poco antes de llegar a las cumbres de Jacumba. Esta pe-
queña desviación, sombreada totalmente por pinos que
parecen hacer valla de un modo perpetuo a los automóvi-
les que la surcan, nos conduce a un pequeño poblado que
lleva también el nombre de Morena Lake. Un poco más
adelante de esta pequeña población, la vista comienza a
recrearse con las azules y tranquilas aguas del lago que
ha servido para darle su nombre a este sitio al que me
refiero que se encuentra en el fondo de un pequeño valle
rodeado de escarpadas montañas desprovistas de vegeta-
ción.
Muy cerca del lago, y protegidas por la sombra aco-
gedora de unos árboles frondosos, hay numerosas mesi-
tas rústicas con sus respectivas bancas que los excursio-
nistas utilizan para sus comidas campestres.
En uno que otro lugar, y aprovechando la existencia
de una piedras enormes de forma caprichosa, han culti-
vado alrededor de algunas de ellas un pequeño césped y
algunas flores que forman un singular jardín que sirve de
marco a las piedras que, de ese modo, se antojan como

246
Contrastes

raros monumentos de forma y significación incompren-


sibles.
Junto a las mesas rústicas que acabo de mencionar,
hay algunos depósitos especiales para desperdicios y en
un sitio apropiado, los servicios sanitarios impecables y
cómodos.
Todo en Morena Lake es absolutamente gratuito; y a
pesar de que tanta gente va a comer ahí los domingos,
intencionadamente, no hay ningún servicio de restauran-
te ni vendedores ambulantes de golosinas.
Todos llegan en sus respectivos automóviles acom-
pañados de sus familias llevando la suficiente provisión
de alimentos confeccionados en sus casas, y se instalan
alrededor de una de las mesitas a comer bajo la sombra
de los árboles para gozar del suave y fresco viento que
desciende de las montañas que rodean el lago, después
de lo cual los niños pueden retozar alegre y confiada-
mente mientras la vista se recrea con un paisaje pintores-
co y arrobador.
Los domingos, a eso de las 2 de la tarde, Morena Lake
parece un enorme comedor en el que se estuviera efec-
tuando un banquete de mil cubiertos con los comensales
en mesas separadas en cada una de las cuales se conversa
un tema distinto; en cada una de las cuales se sirve un
distinto menú y en cada una de las cuales la indumenta-
ria varía en grado superlativo, desde la muy decorosa y
recatada de algunas familias conservadoras, hasta la de las
jóvenes seminudistas que apenas ocultan un bajísimo
porcentaje de su epidermis con unos diminutos trajes de
baño sumamente atrevidos.
Pero esta masa de gente heterogénea en todos esos
aspectos tiene sin embargo un propósito común: salir de
247
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

la rutina diaria, salir del interior de sus respectivas resi-


dencias, salir del bullicio de la ciudad y gozar de un am-
biente distinto, que al mismo tiempo sea acogedor, apa-
cible y tranquilo.
Y, en mi concepto, bajo la sombra de sus árboles, jun-
to a sus grandes piedras de forma caprichosa y muy cerca
de las tranquilas y frescas agua de su lago, Morena Lake
brinda a todos los excursionistas una magnífica oportu-
nidad para alcanzar sus propósitos.

248
Contrastes

249
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Una Plaga de
Distingos Raciales
3 de junio de 1952

En todas las carreteras de los Estados Unidos por las


que he tenido la oportunidad de transitar, existe una ver-
dadera plaga sumamente molesta y peligrosa: la plaga de
los que piden un ride. Voy a tratar de explicarme: en el
híbrido lenguaje fronterizo pedir ride quiere decir solici-
tar que alguien que pasa en su automóvil le permita a
uno abordar el vehículo y viajar gratuitamente en él hacia
un sitio determinado. Es exactamente lo que en México se
conoce con el nombre de pedir un aventón.
Repito que ésta es una verdadera plaga porque no
hace uno más que cruzar la línea internacional para en-
trar en los Estados Unidos cuando comienza a encontrar-
se con las personas que solicitan un ride con la señal con-
venida de levantar el antebrazo derecho, mientras flexio-
nando todos los dedos de la propia mano, con excepción
del pulgar, extienden éste indicando el sentido en el que
desean ser transportados.
Esto es desde luego sumamente molesto porque el
que empuña el volante se ve obligado casi en todas las
ocasiones a negarse a conceder el ride y además, peligro-
so, porque son muchos los automovilistas que ha resul-
tado víctimas de atracadores que una vez en el interior

250
Contrastes

del automóvil lo despojan de sus objetos de valor, de su


automóvil y en ocasiones hasta de la vida.
Bien es cierto que esto último sucede cuando el que
solicita el ride pertenece al sexo masculino, porque en
tratándose del femenino, casi está el automovilista a sal-
vo de un asalto, aunque no en todas las ocasiones, pues
es muy conocido el caso de un chofer que al ver a una
dama a orillas de la carretera con la señal convenida que
sirve para solicitar el ansiado ride, se detuvo y la invitó a
subir galantemente sin sospechar que al poco rato aquella
dama comenzaría a dar unos gritos desaforados para
llamar la atención de los patrulleros, quienes al acudir se
encontraron con que aquella muchacha, ante el asombro
del automovilista, afirmaba que aquel había pretendido
ultrajarla, a consecuencia de lo cual el automovilista en
cuestión está purgando una condena en una cárcel norte-
americana.
Por lo tanto, sean hombres o mujeres los que solicitan
el ride, la actitud más prudente resulta siempre hacerse el
desentendido y no concederlo nunca, así las personas que
lo solicitan tengan el mejor aspecto del planeta.
Con motivo de la reciente huelga de los autobuses de
la Compañía Greyhound que hacen el servicio entre Ti-
juana y San Diego, la plaga a la que me refiero se multi-
plicó de un modo tan escandaloso e inusitado que por
momentos parecía que él vehículo estaba pasándole re-
vista a un heterogéneo regimiento cuyos soldados hicie-
ran un extraño saludo consistente en indicar con los pul-
gares derechos extendidos el sentido del tránsito de la
carretera.
Personas de todas las clases y aspectos formaban par-
te de este extraño regimiento que escoltaba a las carrete-
251
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

ras; pero eran sobre todo soldados y marineros unifor-


mados los que constituían el grueso de aquel regimiento
tan singular, en virtud de que muchos carecen de auto-
móvil propio que los lleve a los sitios a los que necesitan
dirigirse.
Esta circunstancia me brindó la oportunidad de ob-
servar algunas cosas muy interesantes que voy a referir
enseguida. Con motivo de la ausencia de autobuses, los
soldados y marineros que querían venir a divertirse a
Tijuana tenían que escoger entre pagar los caros servicios
de un taxi, o esperar pacientemente a que alguien quisie-
ra darles un ride. Mas como la gente por lo general se
porta siempre generosa con los que sabe que están pres-
tando sus servicios en las fuerzas armadas, no tardaban
mucho tiempo en ser atendidos en su solicitud y se pue-
de decir que todos los que se disponían a conseguir un
ride al fin y al cabo lo obtenían.
Pero esto no contaba con todos los que portaban el
uniforme de color kaki del ejército, o de color azul de la
marina; pues aparte de estos dos colores que los identifi-
caban como militares en servicio activo, los automovilis-
tas, antes de detener su vehículo, tenían que ver otro co-
lor más importante todavía: el color de la piel ocultada
por el uniforme.
En efecto, los marineros y soldados negros tienen que
pasar las de Caín para poder conseguir un ride pues para
que eso fuera posible era necesario que el que pasara fue-
ra un automovilista de su propia raza, ya que ningún
blanco se atrevía a subir en su automóvil a un negro,
aunque su vehículo estuviera vacío.
Igual cosa sucedía a los trabajadores mexicanos, sólo
que a éstos el problema se les presentaba con caracteres
252
Contrastes

más graves todavía; pues el hecho de que necesitaran,


como los negros, que pasara un automovilista de su pro-
pia raza dispuesto a llevarlos, se unía la circunstancia
muy especial de que como actualmente hay tantos traba-
jadores mexicanos que se han introducido ilegalmente en
el territorio de los Estados Unidos y está prohibido de
modo terminante proporcionarles protección o medios de
internarse más en el territorio americano, a los mencio-
nados compatriotas, la totalidad de los automovilistas de
nuestra raza, antes de ponerse a averiguar si el que pedía
ride a la orilla del camino era un residente legal o un
alambrista, preferían seguir su camino sin detenerse.
No cabe duda de que California es uno de los Estados
de la Unión Americana en donde la discriminación racial
es menos cruel. Sin embargo, entre los componentes de la
molesta y peligrosa plaga de los piden ride se han hecho
claros y enojosos distingos al existir más posibilidades
para unos que para otros de sus numerosos miembros,
constituyendo de ese modo una clara escalera de tres
peldaños, el primero de los cuales corresponde a los pro-
pios norteamericanos de raza blanca, el segundo a los
norteamericanos que tienen el defecto de ser de raza ne-
gra, y el último, el más incómodo de todos, a nuestros
infelices compatriotas, cuyos únicos delitos son el tener la
tez morena y el haber nacido fuera del territorio de los
Estados Unidos.

253
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

La Resolución de Nuestros
Problemas Asistenciales
15 de junio de 1952

Rimbombásticamente, como acostumbran hacerlo los


voceros oficiales del actual Gobierno cada vez que se tra-
ta de informar al público acerca de las obras materiales
edificadas durante el periodo gubernamental próximo a
terminar, se acaba de difundir la noticia de que:
“Cincuenta hospitales, debidamente equipa-
dos y con capacidad para tres mil quinientas per-
sonas, constituyen la evidencia de la labor reali-
zada por la Secretaría de Salubridad en su Direc-
ción General de Servicios Coordinados en Estados
y Territorios durante el actual régimen”.
La información aludida, antes de mencionar a las
veinte entidades favorecidas, proporcionando inclusive
una relación detallada de las poblaciones de la República
en las que fueron edificados los hospitales en referencia,
entre las que se encuentra esta ciudad fronteriza de Ti-
juana, afirma textualmente que:
“si el próximo sexenio lograse mantener el ritmo
impuesto por el actual régimen, el problema asis-
tencial de México puede darse como resuelto”.

254
Contrastes

La categórica afirmación anterior, que no se si catalo-


gar como de exageradamente optimista, o como de fran-
camente infantil, se presta a una interesante serie de con-
sideraciones. De acuerdo con la lógica más elemental, es
de suponerse que la Secretaría de Salubridad al autorizar
la construcción de cada uno de los cincuenta hospitales
mencionados tuvo que procurar necesariamente que las
dimensiones, el equipo, el personal y el presupuesto
asignado a cada uno de ellos, estuvieran de acuerdo con
la importancia, las características y las necesidades de
cada población. Esta premisa se tiene que aceptar.
Pues bien, revisando la lista de las poblaciones en las
que Salubridad ha construido sus centros hospitalarios,
vemos en seguida que muy pocas de ellas superan a
Tijuana en importancia y en número de habitantes, lo que
nos obliga a suponer que el hospital civil Miguel Alemán,
único que funciona en esta ciudad de setenta mil habitan-
tes, es uno de los mejores entre los construidos y equipa-
dos por el actual régimen.
A causa de la ubicación de esta progresista urbe fron-
teriza de la que deriva una extraordinaria afluencia de
turistas procedentes de los Estados Unidos, el hospital
civil Miguel Alemán se puede decir que nunca deja de
tener en sus camas a varios ciudadanos norteamericanos
ingresados ahí, ya sea por haber sufrido en nuestro país
algún accidente automovilístico, o por haber sido herido
en alguna riña callejera, lo que hace que numerosas fami-
lias norteamericanas y el cónsul mismo de los Estados
Unidos en esta ciudad tengan que acudir frecuentemente
a visitar nuestro único hospital.
Esta es otra de las razones que nos obligan a pensar
que el hospital civil de Tijuana es de los mejores y más
255
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

bien atendidos y equipados pues el Gobierno ha demos-


trado mucho celo porque los lugares frecuentados por los
turistas estén siempre bien presentados y en las mejores
condiciones posibles, para que los mencionados turistas
se lleven una buena impresión de nuestra casa y le hagan
propaganda favorable a México cuando retornen a sus
lugares de residencia..
Pues bien; el hospital civil de Tijuana, que por lo an-
terior tiene motivos para ser uno de los mejores entre los
cincuenta que la Secretaría de Salubridad se ufana de
haber fundado y equipado debidamente durante el actual
régimen, se encuentra en las condiciones más deplorables
que alguien pueda imaginarse y totalmente imposibilita-
do para llenar, aunque fuera a medias, las elevadas fun-
ciones humanitarias para las que fue construido.
Su organización es tan desastrosa que no se exagera
en lo absoluto al afirmar que ahí reina la más completa
anarquía. Su personal es insuficiente y pésimamente re-
munerado. Su presupuesto es increíblemente raquítico.
Su equipo, es tan pobre, que podemos decir que prácti-
camente no existe; ya que no sólo no cuenta con los ele-
mentos básicos de diagnóstico, como un electrocardiógra-
fo, sin el cual es imposible diagnosticar correctamente
una cardiopatía, para no citar más que un ejemplo, sino
que en todo el hospital no hay ni siquiera un esfigmoma-
nómetro para tomarle la presión arterial a un enfermo; en
la sala de consulta externa, la enfermera tiene que hacer
verdaderos prodigios para inyectar a las numerosas per-
sonas indigentes que diariamente acuden, pues sólo
cuenta con tres agujas hipodérmicas que ya ni punta tie-
nen y una sola jeringa que ya está casi inservible.

256
Contrastes

Y si esto sucede en el hospital civil de Tijuana, que


indudablemente es una de las principales poblaciones
entre las cincuenta que el actual régimen menciona como
beneficiadas desde el punto de vista asistencial; si esto
sucede en ese centro benéfico, que como dije anterior-
mente es frecuentado constantemente por los turistas
norteamericanos y por el propio cónsul local de los Esta-
dos Unidos; si esto ocurre en el hospital civil de Tijuana,
que lleva el nombre del actual Presidente de la República
escrito al frente del edificio con grandes letras luminosas
de gas neón, no quiero ni imaginarme en qué condiciones
debe funcionar la inmensa mayoría de los restantes cua-
renta y nueve hospitales con los que Salubridad dice ha-
ber resuelto ya en gran parte el problema asistencial de
México.
La afirmación tan peregrina de dicha Secretaría, indi-
ca claramente una de las dos cosas siguientes: o que en
esa dependencia oficial ignoran en lo absoluto las condi-
ciones en las que funcionan los centros hospitalarios que
de ella dependen, o que lo saben perfectamente y sólo
tratan de engañar a la opinión pública dando a la publi-
cidad noticias que de antemano saben que son comple-
tamente falsas. Y en los dos casos, la Secretaría de Salu-
bridad quedaría en una condición que no es, ciertamente,
para enorgullecerse de ella ni mucho menos como para
lanzar a los cuatro puntos cardinales una noticia que por
su vulnerabilidad resulta un gigantesco talón de Aquiles.
En Salubridad saben perfectamente que no es cons-
truyendo cincuenta edificios más como se resolvería de-
finitivamente el problema asistencial de México porque
para que un hospital pueda llamarse tal, sin que nadie se
sonroje, no basta que posea un edificio costoso de línea
257
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

modernista. ¡No! Para que un hospital pueda llamarse de


ese modo, es necesario ante todo que llene sus funciones
humanitarias; y para que eso sea posible, es indispensa-
ble equiparlo debidamente, proporcionarle un personal
suficiente que esté decorosamente remunerado y asignar-
le un presupuesto que permita su funcionamiento ade-
cuado y al mismo tiempo cubrir sus gastos de manteni-
miento. El hospital civil de esta ciudad fronteriza, ya lo
dije anteriormente, carece de las tres condiciones anterio-
res. Por lo tanto, es necesario que la Secretaría de Salu-
bridad sepa, que cuando menos en Tijuana, el problema
asistencial está aún muy lejos de resolverse.
Las deducciones que me llevaron a suponer que Ti-
juana debería de tener uno de los mejores hospitales en-
tre los cincuenta construidos durante el actual periodo de
gobierno aún estando dentro de la lógica pudieran estar
equivocadas; esto es, si el Miguel Alemán es entre los
cincuenta el único que trabaja en las precarias condicio-
nes arriba anotadas y que sus cuarenta y nueve hermanos
sí estén realmente equipados y que a causa de eso hubie-
ran ya resuelto el problema asistencial de sus respectivas
poblaciones, es necesario que Salubridad sepa que aquí
tiene un lunar; que le dirija una mirada piadosa a esta
lejana ciudad del ángulo noroeste de la República para
que su hospital funcione en las mismas condiciones de
los demás centros hospitalarios que le han hecho pensar a
la multimencionada Secretaría que “si el próximo sexenio
lograse mantener el ritmo impuesto por el actual régi-
men, el problema asistencial de México puede darse co-
mo resuelto”.

258
Contrastes

259
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

260
Contrastes

Excitativa a los Médicos


4 de julio de 1952

Al comentar anteriormente el hecho de que la Secre-


taría de Salubridad y Asistencia hubiera dado a la publi-
cidad una información en la que asegura que durante el
actual periodo de gobierno la mencionada dependencia
oficial ha construido 50 hospitales debidamente equipados,
tuve necesidad de informar que el Hospital Civil Miguel
Alemán de esta ciudad, incluido entre los 50 a los que se
refiere Salubridad, funciona en las condiciones más pre-
carias que alguien pueda imaginarse. Sin embargo, no
dejé de abrigar la esperanza de que el Hospital Civil de
Tijuana sea el único que funciona en las deplorables con-
diciones referidas.
Desgraciadamente hoy he tenido la pena de leer una
información procedente de la ciudad de Tlalnepantla,
Estado de México, que dice textualmente:
“Se encuentra en completo abandono el Hos-
pital Civil de esta ciudad, debido a la falta de
aparatos quirúrgicos, medicinas, etc.”
Esta noticia, a primera vista, parece no tener más que
una importancia relativa; pero como sucede que Tlalne-
pantla, al igual que Tijuana, está entre las ciudades que
Salubridad menciona como beneficiadas desde el punto
de vista asistencial, viene a demostrar de un modo pal-

261
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

pable que en la mencionada ciudad del Estado de Méxi-


co, al igual que aquí en Tijuana, el Hospital Civil, por
carecer de equipo y de medicinas, no solo no ha servido
para resolver el problema asistencial de la población, sino
que está imposibilitado para desempeñar a cabalidad sus
más elementales funciones.
Esto me demuestra que yo estaba en un error al pen-
sar que el Hospital Civil de Tijuana era el único lunar
entre los 50 hospitales que Salubridad informa haber
construido y equipado debidamente y me hace suponer,
por estar dentro del terreno de lo probable, que haya
otros centros hospitalarios, entre los famosos 50, que co-
mo los de Tijuana y de Tlalnepantla, trabajan en condi-
ciones tan desfavorables que muy bien pueden catalogar-
se como desastrosas.
En virtud de lo anterior, voy a reproducir a continua-
ción la lista de las poblaciones en las que Salubridad ha
construido los 50 hospitales a los que se refiere, con el fin
de invitar del modo más cordial a las fuerzas vivas de las
mismas, con especialidad al cuerpo médico, para que
informen públicamente si es cierto que en sus respectivas
ciudades los hospitales han servido para resolver los
problemas asistenciales y están debidamente equipados,
como afirma Salubridad, o funcionan en las mismas, o en
parecidas condiciones a los hospitales civiles de Tijuana y
Tlalnepantla.
He aquí la lista proporcionada por la Secretaría de Sa-
lubridad:

Baja California: Tijuana, La Paz y Carrizalito.


Coahuila: Parras (2), Torreón y Saltillo.
Campeche: Campeche.
262
Contrastes

Chiapas: Tapachula y Tuxtla Gutiérrez.


Chihuahua: Chihuahua.
Durango: Santiago Papásquiaro.
Guanajuato: Celaya.
Hidalgo: Progreso y Tulancingo.
Jalisco: Autlán, Yahualica y Zoquipan.
Michoacán: Morelia y Uruapan.
Estado de México: Tlalnepantla.
Morelos: Cuautla, y Jojutla.
Nayarit: Acaponeta, Santiago Ixcuintla, Tecuala y
Tepic.
Oaxaca: Tuxtepec.
Puebla: Teziutlán y Puebla.
Sinaloa: Mazatlán.
Sonora: Hermosillo.
San Luis Potosí: Tamazunchale.
Tamaulipas: Valles y Tampico.
Veracruz: Acayucan, Altotonga, Coatzacoalcos, Cór-
doba, Cosamaloapan, Huatusco, Jalapa, Martínez
de la Torre, Minatitlán, San Andrés Tuxtla, Perote,
Veracruz y Presa de Papaloapan.

Es a los médicos que ejercen la profesión en las po-


blaciones mencionadas a los que me dirijo para exhortar-
los a que contesten públicamente la pregunta formulada
con anterioridad porque considero que es de suma im-
portancia que se conozca a este respecto la verdad de las
cosas, sobre todo ahora que está muy próximo el día en el
que el señor Presidente de la República tenga qué rendir
ante el Congreso y ante el Cuerpo Diplomático el informe
de sus seis años de gestión administrativa. Y como dicho
informe presidencial se tiene que basar necesariamente
263
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

en los informes parciales que las distintas Secretarías le


proporcionen, es seguro que en el ramo de Salubridad el
Lic. Alemán va a mencionar que su gobierno ha cons-
truido 50 hospitales debidamente equipados de acuerdo
con lo que ahora ha informado la mencionada Secretaría
del ramo.
Por lo tanto, más que el pueblo, es al propio Presiden-
te de la República a quien interesa que en este renglón se
sepa la verdad para que no vaya a incluir datos que sean
falsos, pues esto podría ocasionar que, basándose en ellos
pudiera alguien pensar que los demás datos que va a
consignar durante la solemne lectura de su último infor-
me presidencial están igualmente falseados

264
Contrastes

Balboa Island
11 de julio de 1952

Hasta hace relativamente poco tiempo, lo que hoy es


la Isla Balboa, era sólo un pequeño banco de arena des-
provisto de atractivos que con su forma alargada y de
contornos irregulares se extendía paralelamente a la costa
de California, muy cerca de la bahía de Newport, a unos
cuantos pasos de la ciudad de Los Ángeles.
Hoy, después de que la mano del hombre ha interve-
nido, aquel pequeño banco arenoso tan ayuno de bellezas
naturales, así como la porción de la tierra firme situada
enfrente y la parte del océano que a manera de canal co-
rre entre ambas, se ha convertido en un paraíso veranie-
go y en un sitio ideal para las personas aficionadas a los
deportes acuáticos.
La porción de la tierra firme que queda enfrente de la
Isla Balboa, vista desde arriba, se antoja como una ser-
piente en movimiento, en virtud de sus numerosas si-
nuosidades y, vista desde la propia isla, se asemeja a una
montaña rusa a causa de los distintos niveles que adquie-
re su altura durante su recorrido, pues mientras en algu-
nos sitios desciende para dar lugar a pequeñas playas
ocupadas de un modo permanente por incontables bañis-
tas, en otros se eleva hasta la cima de los cerros, desde los
cuales se mira una preciosa vista panorámica de la isla.

265
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Esta estrecha faja de tierra firme comprendida entre


la carretera 101 y el mar, es actualmente una pequeña
ciudad totalmente distinta a todas las que hasta hoy he
tenido oportunidad de conocer en el Estado de Califor-
nia, pues quizás debido al hecho de que era necesario
ocupar todo el terreno disponible para las construcciones,
fuera de la calle principal que tiene en medio un came-
llón cuajado de flores de todas clases a cada lado del cual
circulan los vehículos en direcciones opuestas, todas las
calles son muy estrechas, lo que ha obligado al departa-
mento de tránsito a disponer que la circulación de los
vehículos sea en un solo sentido, y a prohibir, inclusive,
el estacionamiento en muchas de ellas porque éstas, por
su misma estrechez, apenas permiten cómodamente el
paso de un automóvil.
Como zona veraniega que es, esta pintoresca pobla-
ción ofrece en la época de calor un aspecto de feria per-
manente, pues las calles se ven constantemente transita-
das por los bañistas que se dirigen a las playas, mientras
que en los jardines que están en el frente de cada residen-
cia algunas personas forman tertulia alrededor de unas
mesitas en las que se juega o se apura un high ball.
En la Isla Balboa, en aquel pequeño y alargado banco
arenoso de no hace mucho tiempo, no queda en la actua-
lidad ni un solo metro de terreno desocupado, pues se ha
convertido en una pequeña población totalmente ocupa-
da por modernas residencias veraniegas, balnearios, ho-
teles, restaurantes y centros de recreo para los niños, con
sus imprescindibles sillas voladoras, carruseles, ruedas
de la fortuna, etc.
Cuando desde las partes altas de la costa se mira la
pequeña isla, llama la atención el verdadero hormiguero
266
Contrastes

de bañistas que llena sus playas, así como la malla intrin-


cada que forman sus calles estrechas y de trayecto sinuo-
so.
La isla y la porción de la tierra firme que queda en-
frente son una misma población conocida con el nombre
de Balboa Island y, a pesar de eso, y de que solamente las
separa una distancia como de unos 500 metros, no existe
ningún puente para ir de un lado a otro, razón por la cual
es necesario hacer la travesía siempre por mar, inclusive
para los que desean trasladarse de un lugar a otro en su
automóvil, para lo cual existe un servicio de ferry, por
cierto muy rudimentario y muy pequeño, pues en cada
uno de ellos apenas caben tres automóviles y unas cuan-
tas personas.
La costa se encuentra ocupada por pequeños y nume-
rosos muelles que son de propiedad particular y se utili-
zan para que atraquen los yates de sus respectivos pro-
pietarios.
El canal que separa una de otra a las dos porciones en
las que está dividida la ciudad tiene aproximadamente
500 metros de ancho, por unos tres kilómetros de longi-
tud, y en esta época de verano, sobre todo los domingos,
tiene un tránsito de yates, botes, etc., que rivaliza en in-
tensidad con el tránsito de automóviles que tiene la veci-
na carretera 101 durante esos mismos días.
Desde muy temprano comienzan a salir los bañistas y
a despegar de sus respectivos muelles los yates de los
multimillonarios que tienen ahí sus residencias veranie-
gas. Puede verse navegando en el canal, desde el yate
más lujoso que cuesta toda una fortuna, con cantina, sa-
lón de juego, biblioteca y aparato de televisión, hasta el
más modesto de los botes de remo que apenas tiene cabi-
267
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

da para una sola persona. Puede verse asimismo a la in-


finidad de pintorescos barquitos de vela, que por sus
graciosas siluetas destacan entre las demás embarcacio-
nes que llenan materialmente el transitado canal. Ahí
junto a la orilla vemos unos botecitos de hule zarandea-
dos constantemente por el movimiento de las olas, y a lo
lejos, unas rápidas lanchas de motor que arrastran con
unas largas cuerdas a intrépidos esquiadores convertidos
en verdaderos acróbatas, dejando en pos de ellos una
prolongada estela de blanca espuma.
Por todo lo anterior, no creo haber asentado una ver-
dad innegable al afirmar que Balboa Island está formada
por dos porciones divididas por un canal, pues cuando
menos los domingos, en la época de calor, el canal es qui-
zás la parte más poblada de la ciudad: podría decirse, sin
alejarse mucho de la realidad, que el canal constituye en
esos días la arteria más transitada e importante de la po-
blación, circunstancia esta última que le otorga a Balboa
Island un carácter singular, muy pintoresco y al mismo
tiempo muy atractivo, sobre todo para las personas afi-
cionadas a los deportes acuáticos las que encuentran ahí,
podemos decirlo con toda confianza, un sitio ideal en
toda la extensión de la palabra.

268
Contrastes

Hazañas de los
Alambristas Mexicanos
20 de junio de 1952

Cualquier persona que se detenga durante cierto


tiempo junto a la parte de la línea internacional que sepa-
ra a Tijuana de la población norteamericana de San
Ysidro, tendrá la oportunidad de presenciar a cada ins-
tante uno de los espectáculos más deprimentes y sin pa-
ralelo en ninguna otra frontera de todo el universo: me
refiero a la llegada del cada vez más crecido número de
compatriotas nuestros que las autoridades norteamerica-
nas de migración devuelven al suelo mexicano por haber-
los sorprendido trabajando ilegalmente en los campos
agrícolas de los Estados Unidos.
Estos trabajadores, autollamados alambristas a causa
de que para internarse en el territorio norteamericano lo
único que hacen es escalar el cerco de alambre que sirve
para indicar la separación entre nuestro país y los Esta-
dos Unidos, constituyen un serio problema tanto para las
poblaciones fronterizas de nuestra Patria, como para las
autoridades norteamericanas que después de agotar to-
dos los recursos para reprimir la verdadera invasión de
los braceros atraídos por el señuelo del dólar, han optado
por edificar un verdadero campo de concentración para
braceros en nuestra vecina población de San Ysidro,
campo en el que van a invertir alrededor de 200,000 dóla-
269
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

res, según las informaciones publicadas por los periódi-


cos.
Con una frecuencia que crispa los nervios, se ven lle-
gar grandes camiones del Departamento de Justicia de
los Estados Unidos, que con su cargamento de alambris-
tas se detienen junto a la línea internacional, a unos cuan-
tos metros de los caracteres con los que está escrita la
palabra México en el costado norte del edificio de Migra-
ción en el que ondea constantemente nuestro pabellón
tricolor. Cuando llegan junto a la línea, al lugar en el que
son bajados de su celda motorizada, se abre la única
puerta de la misma y comienzan a descender uno por
uno los alambristas: casi todos vienen sucios y con las
barbas crecidas; algunos inclusive acompañados de sus
familias, descienden cargando sus maletas, mientras de-
trás de ellos bajan de la cárcel ambulante sus esposas con
uno o más niños en los brazos, algunos de los cuales, con
la ingenuidad de sus rostros infantiles, sonríen a los cela-
dores norteamericanos que muy serios y con los brazos
cruzados escoltan a los trabajadores mexicanos hasta ver
que se internen en la tierra que los vio nacer y a la que de
un modo tan obcecado se empeñan en abandonar.
Unos descienden cabizbajos, no pocos avergonzados,
otros sonrientes y algunos hasta se permiten echarle a los
celadores norteamericanos una retadora mirada de des-
precio y de amenaza, hablándoles en español con la segu-
ridad de que no van a ser entendidos; pero absolutamen-
te todos, mientras se echan a cuestas su modesto equipaje
y comienzan a caminar los contados pasos que necesitan
dar para entrar de nuevo en el suelo patrio, tienen un
sólo propósito: regresar a los Estados unidos esa misma

270
Contrastes

noche; brincar de nuevo el alambre, como dicen textualmen-


te.
Es una verdadera batalla la que libran los alambristas
y las autoridades norteamericanas de migración, pues
éstas han tenido qué valerse de un servicio de patrullas
en el que están incluidos hasta algunos helicópteros que
vuelan todo el día a muy poca altura siguiendo la línea
fronteriza para descubrir a los braceros que pretendan
brincar el alambre y denunciarlos por radio a las patru-
llas terrestres que encuentran en ellos el material sufi-
ciente para llenar los camiones que a cada rato vemos
llegar junto a nuestro edificio de Migración.
Pero nada de esto ha podido reprimir la entrada ile-
gal de los trabajadores mexicanos, que convertidos en
alambristas o en espaldas mojadas, según sea la parte de
la frontera que utilicen para internarse en el territorio
norteamericano, aumentan cada día más a pesar de los
actos discriminatorios, de las patrullas motorizadas te-
rrestres y de los helicópteros destacados para detenerlos
apenas cruzan la línea internacional.
Aprovechando las sombras de la noche, han podido
burlar la vigilancia de los helicópteros. Escondiéndose
debajo de los camiones o dentro de montones de paja,
logran frecuentemente burlar la vigilancia de las patru-
llas terrestres. Contando con la complicidad de personas
interesadas en obtener mano de obra barata, logran per-
manecer en las granjas norteamericanas sin tener pasa-
porte ni permiso para entrar a los Estados Unidos; y
cuando por cualquier circunstancia son sorprendidos y
devueltos al suelo nacional, regresan inmediatamente al
vecino país con la seguridad de que ahí van a ganar dóla-
res, y multiplicando anticipadamente cada dólar por 8.65.
271
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Todas estas dificultades, como son los agentes de mi-


gración, las patrullas terrestres, los helicópteros y el no
saber el inglés en lo absoluto, las saben sortear con más o
menos facilidad los alambristas veteranos que inclusive
sirven de instructores a los novatos que por primera vez
se atreven a cruzar ilegalmente la frontera. Pero de pron-
to – hace unos 15 días – se les presentó un problema nue-
vo con el cual nunca había tropezado nadie con anterio-
ridad. Helo aquí: dos jóvenes norteamericanos que resi-
den muy cerca de nuestra frontera en un lugar llamado
Otay, observaron que los trabajadores mexicanos no ofre-
cían ninguna resistencia en el momento de ser aprehen-
didos por las autoridades norteamericanas de migración
por conocer que su situación en el suelo de los Estados
Unidos era ilegal, y por lo tanto comprender que tenían
perdida su causa de antemano.
Aprovechando esta conjetura, se dedicaron a espiar a
los alambristas que cuando veían ya dentro de los límites
del Estado de California, fusil en mano los detenían y los
despojaban de cuanto objeto de valor llevaban encima.
Los trabajadores mexicanos no tenían más remedio
que soportar el asalto y el robo de que eran víctimas pues
su misma situación ilegal los incapacitaba para presentar
una queja ante los tribunales de los Estados Unidos o de
México.
Parta los dos jóvenes asaltantes norteamericanos
aquello constituía ya una mina inagotable; pero para
nuestros jóvenes aspirantes a braceros, el problema resul-
taba ya demasiado peliagudo y sin posible solución. Pero
dos de ellos se pusieron a pensar muy seriamente que era
imposible que los que podían burlar la vigilancia de las
motocicletas, de los jeeps y de los helicópteros, tuvieran
272
Contrastes

que rendirse ante un par de aventureros sin escrúpulos


dispuestos a seguir sus fechorías por tiempo indefinido
amparados por un rifle y por su nacionalidad. No; aque-
llo era imposible que continuara por más tiempo: debería
de tener una solución satisfactoria para ellos. Y la tuvo.
Armados solamente de un temerario valor y de una
decisión dispuesta a todo, cruzaron la línea internacional
en el lugar en donde ellos sabían que los dos asaltantes
norteamericanos desarrollaban sus actividades delictivas.
No habían caminado mucho, cuando un fornido joven de
rubia cabellera, con un fusil en la mano les marcó el alto,
mientras otro se acercaba para despojarlos de todo lo que
llevaban. Los braceros se manifestaron dóciles en un
principio, de acuerdo con el plan preconcebido que lle-
vaban; pero en un momento dado, se apoderaron rápi-
damente de unas piedras y desarmaron a sus asaltantes
volviéndoles la oración por pasiva. Aquellos no salían de
su asombro, pues todo podían esperar menos una reac-
ción de esa naturaleza, Aquello equivalía a ir a matar al
dragón en su propia cueva.
Uno de los asaltantes norteamericanos logró escapar
corriendo vertiginosamente mientras su compañero reci-
bía la paliza más despiadada que alguien pueda imagi-
narse. En seguida, y no conformes todavía, los dos brace-
ros mexicanos arrastraron entre los dos al maltrecho y
estupefacto asaltante y lo convirtieron en alambrista en
sentido contrario, pues lo obligaron a saltar la cerca para
internarlo en nuestro territorio, hecho lo cual lo conduje-
ron a las oficinas de la policía de Tijuana para acusarlo de
lesiones y de robo en despoblado.

273
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

No cabe duda de que la actitud de los dos jóvenes


braceros mexicanos, por lo inusitada y temeraria, raya
casi en una irresponsabilidad sin paralelo.
Y mientras en el Hospital Civil de Tijuana el asaltante
norteamericano, con el rostro lleno de moretes, al que de
un modo tan estruendoso le salió el tiro por la culata vo-
cifera desde su cama que aquello va a provocar un inci-
dente internacional de graves proporciones; y mientras
en la cárcel pública de aquí los dos alambristas que pro-
vocaron el mencionado incidente han logrado despertar
una velada corriente de simpatía aun dentro de lo repro-
bable de su temeraria actitud, los Estados Unidos se dis-
ponen a invertir 200,000 dólares para edificar en las pro-
ximidades de San Ysidro uno de los dos grandes centros
de concentración para braceros con los que tratan de re-
solver definitivamente el espinoso problema de los alam-
bristas.

274
Contrastes

El Monopolio del Poder


28 de septiembre de 1952

Faltan ya pocos días para que el señor don Adolfo


Ruiz Cortines comience a desempeñar el más alto cargo
al que un ciudadano mexicano puede aspirar y es eviden-
te que son muy numerosos y muy complejos los proble-
mas a los que tendrá que enfrentar a partir del próximo
día 1o. de diciembre. Señalar éstos sería tanto como hacer
una revisión total de la situación de nuestra República en
todos y cada uno de los diversos aspectos. Es imposible,
por tanto, intentarlo aquí siquiera. Sin embargo, cabe
mencionar enseguida dos de los problemas básicos de
nuestra Patria que el futuro Presidente tendrá que abor-
dar de inmediato. En primer término, acabar con los cri-
minales monopolios que están ahogando la economía de
los hogares mexicanos; y en segundo lugar, barrer con la
increíble inmoralidad imperante en las esferas burocráti-
cas, aunque para lo uno y para lo otro tenga que remover
hasta los cimientos de la actual administración.
Todos sabemos que es irritante acudir a una oficina
gubernamental para la tramitación de un asunto, por
insignificante que éste sea, pues está ya tan arraigada en
la mente de los servidores del Estado la idea de que el
sueldo sólo sirve para comprar los cigarros, que algunos ya
consideran de buena fe que la mordida es una cosa com-
pletamente lícita dentro de la jurisdicción de nuestras

275
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

fronteras, para cuya justificación esgrimen siempre el


argumento de que los sueldos que el Gobierno paga son
muy reducidos, a consecuencia de los cual en México no
se mueve la hoja de un expediente sin la voluntad del
dinero.
Contra esta podredumbre de nuestra organización
burocrática; contra esta inmoralidad sistematizada que
los empleados de baja categoría saben justificar diciendo
que la cuestión tiene sus orígenes en las altas esferas del
Gobierno, han resultado completamente inútiles las ex-
hortaciones que los altos funcionarios hacen esporádica-
mente pidiéndole al público que con todo valor civil de-
nuncien a los empleados extorsionadores, pues en los
contados casos en que algunas personas se han decidido
a hacerlo, exponiéndose a toda clase de peligros y repre-
salias, los acusados, así sean sorprendidos en infraganti
delito, salen libres de toda culpa con tanta facilidad y
desahogo que cabe pensar que en esos casos se han pues-
to en juego intereses inconfesables de personas colocadas
en privilegiadas situaciones que no hacen más que des-
honrar al régimen imperante y sembrar el desaliento en
las pocas personas de buena fe que aún confían en que se
puede hacer justicia en México.
He ahí uno de los grandes rompecabezas que el señor
Ruiz Cortines tendrá que resolver porque la nación ente-
ra desde hace mucho tiempo lo está pidiendo a gritos. El
otro, el de los monopolios, se presenta con perfiles tan
peliagudos como el anterior. Ambos, a no dudarlo, lleva-
rán mucho tiempo en solucionarse de un modo definitivo
porque para ello el futuro Presidente tendrá que luchar
contra poderosos intereses creados y contra sus mismos
partidarios, entre los cuales se encuentran algunos que
276
Contrastes

sólo lo siguieron con la idea de poder conservar sus pri-


vilegiadas posiciones.
Entre los monopolios, sin embargo, hay uno funesto e
intolerable con el cual el señor Ruiz Cortines puede aca-
bar de una sola plumada; un monopolio que puede ser
destruido en un solo día y con su sola voluntad: El Mo-
nopolio del Poder.
Para esto, sólo es necesario que el Presidente de la
República se dedique exclusivamente a las delicadas la-
bores inherentes a su elevadísimo cargo. Que sepa con-
cederle a cada uno de los Ministros de su Gabinete la
libertad de acción y la autoridad suficiente a lo que tie-
nen derecho desde el momento en que ha depositado en
ellos toda su confianza. Que sepa concederles a los go-
bernadores de los estados la autonomía necesaria para
que puedan resolver ellos mismos los problemas que se
les presenten en sus respectivas entidades.
Que no pretenda resolver él personalmente todos los
problemas de todos los Estados de la República, pues es
imposible que un solo hombre, por dinámico y vigoroso
que sea, pueda abarcar la solución de lo que le corres-
ponde revolver a él y a sus colaboradores y subalternos.
Que procure que desaparezca de la mente del pueblo
la idea de que para cualquier cosa se tiene que recurrir al
Presidente de la República. Que es imposible que éste sea
inspector, juez, policía y mediador en cada uno de los
conflictos que en cualquier parte de la nación se vayan
presentando.
Que el nuevo Presidente de la República le haga ver
al pueblo que él no puede ni debe resolver los conflictos
estudiantiles, ni intervenir en la resolución de la huelga
de una fábrica, ni autorizar la construcción de un camino
277
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

carretero, etc., ya que para eso existen, respectivamente,


las autoridades escolares, los funcionarios de la Secretaría
de Trabajo y los técnicos de la Secretaría de Comunica-
ciones.
Es inconcebible que el Primer Magistrado de la na-
ción tenga que intervenir personalmente para poner fin a
una huelga estudiantil, para autorizar que se adquiera el
instrumental quirúrgico de un hospital cualquiera; para
que se aumente el número de aulas de una escuela o que
no se derruya el antiguo edificio ocupado por otra; para
que se pavimenten las calles de una ciudad o para que se
le ponga una grúa a un muelle nuevo.
Lo anterior, desde el punto de vista humano, es im-
posible; y desde el punto de vista democrático, es incon-
veniente ya que el pueblo considera que de ese modo
todos los demás funcionarios son de papel.
Si el Sr. Ruiz Cortines sabe otorgarle a los miembros
de su Gabinete y a los Gobernadores de los Estados la
libertad y la autoridad a la que tienen derecho en sus
respectivas dependencias, habrá sentado un saludable
precedente para el futuro de nuestra Patria; habrá acaba-
do de una sola plumada con uno de los monopolios más
inexplicables de los últimos tiempos, con el monopolio
que tiende a cuartear los cimientos de nuestra todavía
incipiente democracia: El Monopolio del Poder.

278
Contrastes

La Inmoralidad
en el Cine Mexicano
2 de agosto de 1952

El Departamento de Censura Cinematográfica del


Gobierno Ecuatoriano, de un modo terminante, acaba de
rechazar nueve películas mexicanas a las cuales considera
inapropiadas para ser exhibidas en las salas cinematográ-
ficas del Ecuador, por una sola y sencilla razón: por ser
inmorales.18
Ante esta situación tan comprometida desde el punto
de vista comercial, los distribuidores de nuestras pelícu-
las en la República del Ecuador, han lanzado un angus-
tioso S.O.S. pues afirman que la prohibición de las ante-
riores películas les ha ocasionado serios perjuicios en su
programación y abrigan fundados temores de que otras
tantas películas mexicanas que tienen en existencia sean

18
Este artículo suena ridículamente mojigato. Al leerlo recientemente,
estuve tentado a no incluirlo en este libro. Pero cuando fue escrito en
1952, hace 64 años, eran otros los paradigmas y los parámetros para
juzgar la temática y el lenguaje utilizados en el cine y el teatro. La
coprolalia que hoy festeja con aplausos el público era inconcebible en
esa época. Yo no me imagino a un cómico en 1952 contando chistes
como los de Polo Polo, ni una cartelera teatral en la que los hermanos
Soler presentaran “Los Monólogos de la Vagina” o “Por qué los hom-
bres aman a las Cabronas”.

279
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

igualmente rechazadas cuando las presenten ante la Cen-


sura Cinematográfica de su Gobierno.
Esta no es la primera vez que en el extranjero prohí-
ben la exhibición de las películas mexicanas por conside-
rarlas inmorales; y aunque el problema ya ha sido abor-
dado infinidad de veces, considero que ésta es una nueva
oportunidad de insistir sobre la necesidad de que nuestro
Gobierno establezca una supervisión sobre las películas
que se hacen en México, tanto en lo que respecta a argu-
mentos, como en lo que se refiere a su ejecución, e inclu-
sive hasta a su título y a los textos utilizado para su pro-
paganda.
No es que yo sugiera que se establezca una dictadura
inflexible sobre todo lo que se refiera a nuestras películas;
pero alguien debe ponerle freno a la ola de argumentos
cursis e inmorales, a la fiebre de títulos en los que parece
que hay el deliberado propósito de despertar pensamien-
tos insanos, a esa tendencia incomprensible de que en
gran parte de nuestras películas haya una o más escenas
que se desarrollen en una cantina o en un prostíbulo y a
ese desmedido afán de utilizar diálogos vulgares y de
doble sentido, o en ocasiones francamente procaces. Al-
guien debe haber en México que esté en condiciones de
evitar que en la propaganda de nuestras películas se uti-
licen textos tan groseros que rayan en ocasiones en inau-
dita insolencia.
La prohibición de las nueve películas mexicanas en el
Ecuador por inmorales representa para los distribuidores
de nuestras cintas en la hermana república sudamericana
un serio perjuicio para su programación, según afirman
textualmente; pero para nosotros los mexicanos represen-
ta algo mucho más serio e importante que nuestras auto-
280
Contrastes

ridades deben de tomar en cuenta desde luego, si es que


se respetan a sí mismas y estiman que el prestigio de
nuestras costumbres, de nuestra moral y de nuestra
Patria deben ponerse a salvo a toda costa.
Porque si las mencionadas películas hubieran sido
prohibidas en México, y a causa de eso los productores
estuvieran buscando mercados en el extranjero para sus
engendros, el hecho no tendría la trascendencia que en
realidad tiene. Pero como resulta que las nueve películas
aludidas que han exhibido en las salas cinematográficas
de nuestro país, previa autorización de las autoridades
correspondientes, fácilmente se infiere que lo que para la
censura ecuatoriana es inmoral e impropia para verse,
para nuestros censores es algo completamente moral y
quizás hasta edificante.
Todos estamos acordes en que el cinematógrafo es un
arma poderosa para forjar la moral y las costumbres.
Desgraciadamente, esta arma en México no la hemos sa-
bido esgrimir pues con rarísimas excepciones que no ha-
cen más que confirmar la regla, las cintas que salen de los
estudios mexicanos, aparte de su calidad técnica deplo-
rable, están caracterizadas por sus argumentos inmorales
y sin interés, por sus escenas procaces, por su diálogo
vulgar y por su título y su propaganda inapropiados o
insolentes.
El Departamento de Censura Cinematográfica del
Ecuador nos ha dado una lección que no debemos echar
en saco roto. Y aunque nuestros productores, en su sed
insaciable de acumular riquezas a como dé lugar, no se van
a detener a pensar que al enviar sus películas al extranje-
ro resultan un desprestigio para México cuando se exhi-
ben y un insulto intolerable cuando por inmorales se re-
281
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

chazan, alguien debe haber en México que quiera y que


pueda velar por el buen nombre de nuestro país, de nues-
tra moral y de nuestras costumbres.

282
Contrastes

Plaga Cínica y Voraz de


Inspectores de Salubridad
¿Quiénes son los Cómplices?
11 de octubre de 1952

Es ya un verdadero malestar nacional el que existe en


contra de la cada vez más voraz y cínica plaga de inspec-
tores de salubridad que, esporádicamente, salen de su
cuartel general ubicado en la Ciudad de México para
dirigirse a las distintas provincias de nuestro país con el
único y deliberado propósito de esquilmar a cuanta per-
sona se les ponga en su camino.
Sus visitas, debidamente autorizadas con oficios fir-
mados por sus superiores, no tienen por objeto regulari-
zar la situación anormal que puedan encontrar en cual-
quier establecimiento inspeccionado, sino señalar las
irregularidades existentes o inventadas ladinamente si no
existen, para luego perdonarlas y dar el visto bueno a
todo a cambio de una cantidad de dinero más o menos
importante, según sea la capacidad económica del nego-
cio visitado.
Diríase que ésta es una plaga que el comercio ha so-
portado pacientemente desde tiempos inmemorables;
pero la realidad es que a últimas fechas, y con motivo de
que todos consideran que se encuentran ya de retirada, la

283
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

frecuencia con la que se practican las inspecciones y el


elevado costo que los inspectores piden por su complici-
dad para dejar las cosas como están, han ocasionado una
sorda protesta de parte de todos los que se consideran
extorsionados y un malestar general que últimamente se
ha manifestado por medio de artículos periodísticos, ca-
ricaturas, remitidos o simples informaciones proporcio-
nadas por los corresponsables de los periódicos de toda
partes de nuestro país.
Las altas autoridades gubernamentales al enterarse
de lo anterior por medio de la prensa, casi siempre reac-
cionan respondiendo que los culpables son únicamente
las personas que por carecer de valor civil, o por no verse
envueltos en líos y averiguaciones judiciales, prefieren el
camino más corto que al mismo tiempo resulta el más
cobarde de convertirse en cómplices de sus propios ex-
torsionadores, proporcionándoles una jugosa mordida en
vez de denunciarlos ante las autoridades competentes
para que éstas les abran el correspondiente proceso por
los delitos de extorsión y de fraude. Porque un inspector
de salubridad que durante su visita encuentra irregulari-
dades que ponen en peligro la salud pública y levanta
una acta en la que dice que todo está correcto por el solo
hecho de recibir determinada cantidad de dinero, está
cometiendo un grave delito contra la salud del propio
pueblo, al mismo tiempo que defrauda al Gobierno que
lo ha designado precisamente para corregir las irregula-
ridades sanitarias que por ignorancia, por desidia o por
mala fe, esté cometiendo determinada persona.
Por otra parte, si un inspector de salubridad encuen-
tra todo correcto, a consecuencia de lo cual se ve imposi-
bilitado para perdonar benévolamente las infracciones
284
Contrastes

por no existir éstas, si entonces las inventa mencionando


párrafos del Código Sanitario; o si abulta deliberadamen-
te una pequeña infracción con el objeto de asustar a los
interesados y prepararlos para recibir la clásica mordida,
es evidente que, como dicen las autoridades guberna-
mentales superiores, los inspectores que así se comportan
deben de ser sometidos a proceso por los delitos de ex-
torsión y de fraude.
Sin embargo, no cabe la menor duda de que la plaga
de pícaros a la que me refiero se siente perfectamente
protegida en sus actividades delictivas, pues por una
parte saben que es imposible que las autoridades sanita-
rias superiores se conviertan en superinspectores que
fiscalicen todos y cada uno de sus actos, y por otra, con-
fían en que ninguna de sus presuntas víctimas es capaz
de ponerle el cascabel al gato por temor a represalias que en
el peor de los casos podrían llegar hasta a la clausura
definitiva del negocio o la consignación de la persona que
osara denunciarlos. Según frase textual que algunos de
ellos utilizan para convencer a los clientes que intentan
ponerse duros, frase que encierra un cinismo escalofriante
y un desprestigio para el régimen actual cuando sale de
los labios de sus propios servidores, “en México, no se
mueve la hoja de un expediente sin la voluntad del dine-
ro”.
La frase anterior fue pronunciada delante de mí por
dos inspectores de salubridad que se presentaron a visi-
tar una farmacia que un grupo de médicos de Tijuana
tenemos en sociedad.
Estos dos señores inspectores, después de identificar-
se debidamente y de señalar la serie de graves irregulari-
dades que estábamos cometiendo, tasaron su mordida en
285
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

dos mil dólares para decir que todo estaba en orden. Mas
como les indicáramos que nos parecía exageradas sus
pretensiones para unas faltas que nosotros considerába-
mos inexistentes o, en el mejor de los casos, sin importan-
cia, ellos nos contestaron en voz muy baja: “señores doc-
tores, ustedes saben muy bien que esa lana no es sola-
mente para nosotros”.
En virtud de lo anterior, el Consejo de Administra-
ción de la farmacia celebró una junta rápida en la cual se
acordó sentar un saludable precedente que sirviera para
abrirle los ojos a los demás propietarios de farmacias. Se
tomó la determinación de seguir los consejos de las altas
autoridades sanitarias del país; esto es, de denunciar a los
extorsionadores ante el Agente del Ministerio Público.
Así se hizo: previamente marcados los billetes, los
dos inspectores inmorales fueron sorprendidos en los
precisos momentos en que recibían el dinero y cuando
con todo cinismo contaban uno por uno los billetes que
ellos ignoraban que estaban marcados, y por haber sido
sorprendidos en flagrante delito, fueron conducidos a la
cárcel en donde al ser registrados, y a pesar de sus exi-
guos salarios, les encontraron encima alrededor de 3,000
dólares en efectivo más una serie de talones de giros pos-
tales y telegráficos por cerca de 9,000 dólares que habían
estado girando a México como producto de sus anterio-
res inspecciones.
No nos aplaudas, lector, no lo hagas. Al contrario,
compadécete de nosotros, pues nada de lo que antes digo
fue suficiente para probarles su delito, ya que misteriosas
llamadas telefónicas a la Ciudad de México y oportunos
y concluyentes telegramas procedentes de la propia capi-
tal de la República fueron suficientes de obrar el milagro
286
Contrastes

de que los inspectores, a pesar de todo, salieran libres por


falta de méritos y ¡el colmo de los colmos! al salir en li-
bertad, declararon enfáticamente a la prensa local que
nos devolverían la oración por pasiva, pues ahora ellos
nos meterían a nosotros a la cárcel acusándonos por di-
famación y calumnia.
La explicación de todo lo anterior, sólo puede darse
reproduciendo las palabras que en voz muy baja nos ha-
bían dicho los dos inspectores días antes: “señores docto-
res, ustedes saben muy bien que esa lana no es solamente
para nosotros”.

287
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

288
Contrastes

El Censo Radiográfico
de Estados Unidos
9 septiembre de 1952

Un poco al norte de la ciudad de San Diego, junto a la


carretera que conduce a Los Ángeles, se encuentra la po-
blación de Del Mar, famosa por su hipódromo y por las
ferias comerciales que se celebran anualmente en ella.
No hace mucho que se llevó a cabo la Feria de Del
Mar correspondiente a 1952 y, como en todos los años
anteriores, atrajo a una gran cantidad de visitantes pro-
cedentes de todos los lugares cercanos, incluyendo, por
lo tanto, a muchos habitantes de esta ciudad fronteriza de
Tijuana
La feria es una exposición industrial, comercial, agrí-
cola y ganadera, cuyos distintos departamentos ocupan
una considerable extensión de terreno en la que los ele-
mentos productores o expendedores del condado de San
Diego exponen las diversas mercancías que se producen
o se venden en la jurisdicción del propio condado san-
dieguino.
Todo se encuentra ahí muy bien organizado; y a pe-
sar de la gran cantidad de personas que acuden a visitar
los diversos departamentos, en realidad se hace muy có-
modo el recorrido por toda la feria en virtud de la serie
de flechas orientadoras que indican el camino a seguir
para visitar sin contratiempos los pabellones o departa-
289
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

mentos de que consta la extensa y siempre variada e in-


teresante exposición.
Pues bien, una señora de Tijuana muy amiga de mi
familia fue como otras tantas personas a visitar la Feria
del Mar. Siguiendo las indicaciones de las flechas orien-
tadoras pudo admirar la exposición de flores naturales y
artificiales, los diseños de los bellos jardines, los modelos
futuristas de las albercas particulares, los sementales y las
vacas, las gallinas, los cerdos y los grandes caballos. Pudo
ver los últimos modelos de las estufas de gas, de los re-
frigeradores eléctricos y de los ultramodernos aparatos
de televisión. Pasó junto a los expendios de los inevita-
bles hot dogs, de las hamburguesas y de las palomitas de
maíz. Se detuvo enseguida junto a un camión blanco al
que, como toda la gente, subió para que gratuitamente le
tomaran una radiografía del tórax. Siguió hacia donde
estaba la rueda de la fortuna, las sillas voladoras y el ca-
rrusel; se regocijó con las gracias de los monitos vestidos
de rojo que bailaban al compás de la música de un orga-
nillo; admiró la singular destreza de un par de caricatu-
ristas que, en unos cuantos instantes, dibujaban chispean-
tes caricaturas de las personas que los solicitaban y, por
fin, después de un día magnífico, regresó a Tijuana en-
cantada de haber visitado la famosa Feria de Del Mar. A
aquella señora, llamémosle Dolores, no le cabía la menor
duda de que aquel había sido un día maravilloso.
Pero cuando todavía no había transcurrido una se-
mana, recibió una carta del Departamento de Salubridad
de San Diego en la que le indicaban la necesidad de que
acudiera al mencionado departamento a la mayor breve-
dad posible.

290
Contrastes

Dolores no le hizo caso a la carta la carta pero a la


semana siguiente una nueva carta del mismo Departa-
mento de Salubridad de San Diego la comenzó a intran-
quilizar, por lo que, previa traducción que le hicieron de
la misma, se trasladó hacia el lugar de la cita en donde,
previa identificación, la condujeron al departamento de
radiología. La invitaron luego a pasar a los laboratorios
de análisis clínicos en donde la hicieron escupir en un
recipiente especial y luego le preguntaron el nombre del
médico que la estaba en atendiendo en Tijuana de su en-
fermedad.
Después de la sorpresa momentánea, ella contestó
que ningún médico la atendía, ya que no estaba enferma
en esos momentos; pero como insistieran sobre la necesi-
dad de que proporcionara el nombre del médico de la
familia, Dolores dio mi nombre. Después regresó a Tijua-
na, no sin antes escuchar que ahí mismo le dijeran que
era indispensable que se presentara a mí consultorio tres
días más tarde.
En efecto, tres días después Dolores se presentó en mi
oficina muy afligida y preocupada inquiriendo acerca del
significado de todo aquello que había tenido su origen en
un para ella pequeño detalle de la Feria de Del Mar. Fue
cuando ella me relató el curso que había tenido su vida
desde el momento en que en la feria le habían tomado
una radiografía, hasta que le indicaron la necesidad de
que acudiera con urgencia a mi oficina; y fue entonces
también cuando para mí se aclaró el misterio que signifi-
caba que el día anterior hubiera recibido en mi consulto-
rio una radiografía procedente del Departamento de Sa-
lubridad de San Diego y una comunicación en la que se
me informaba que mi enferma, la señora aludida, tenía
291
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

un infiltrado bacilar en el vértice del pulmón izquierdo y


que su baciloscopia había resultado positiva en el grado
segundo de la escala de Gafky.
Basta mencionar el caso anterior para equilibrar en
todo su inapreciable valor los servicios que a la colectivi-
dad proporciona el censo radiográfico. El gabinete radio-
lógico ambulante que estuvo en la Feria de Del Mar visita
todas las ferias y todos los lugares en los que hay motivo
de afluencia de gente. Por ser gratuito, las personas acu-
den gustosas al servicio a tomarse una radiografía con la
misma curiosidad con la que en una báscula depositan
una moneda para conocer su peso en esos momentos. De
lo demás, como en el caso relatado, se encarga con ampli-
tud el Departamento de Salubridad.
Creo que por lo tanto resultan obvias las razones que
me inclinan a pensar que el censo radiográfico merece un
aplauso unánime. Y sin reservas de ninguna clase tengo
la absoluta seguridad de que todos mis lectores estarán
dispuestos a prodigarlo gustosamente.

292
Contrastes

Sugerencias a Cantinflas
20 de agosto de 1952

Desde el preciso momento en que rodeado de gran


publicidad el popular Mario Moreno, Cantinflas, se echó
a cuestas la noble pero difícil tarea de recaudar anual-
mente 10 millones de pesos para aliviar en algo las desas-
trosas condiciones de vida de las personas menesterosas
que residen en el Distrito Federal, casi todos los escritores
de los periódicos que se publican en la República han
comentado en términos encomiásticos lo que se han dado
en llamar la Campaña de Cantinflas.
En realidad es tan altruista la idea y tan elevados sus
propósitos que no podía esperarse otra reacción que la
que los escritores mexicanos han tenido; pero desgracia-
damente – cuando menos que yo sepa – todos se han
concretado a aplaudir la iniciativa del popular cómico, a
fustigar a los millonarios de nuevo cuño que se han ne-
gado a contribuir con su aportación de $10,000 pesos y,
alguno ha habido, que se ha dirigido a Mario Moreno
para advertirle que su bella idea está condenada irreme-
diablemente al fracaso porque no encontrará eco entre los
adinerados a los que se ha dirigido para tan noble fin.
Las alabanzas le han servido a Cantinflas de estímulo.
La indiferencia de los millonarios y las advertencias pe-
simistas han sido un poderoso acicate. Dada la férrea
voluntad que él posee de un modo indiscutible, pues sólo

293
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

así se explica que de las capas más humildes de nuestro


pueblo se haya encumbrado hasta el privilegiado sitio
que ahora ocupa, todo hace pensar que está dispuesto a
seguir adelante hasta reunir la crecida cantidad de dinero
que se ha propuesto como meta.
Ahora bien; supongamos por un momento que los
primeros $10 millones ya estén reunidos íntegramente.
¿Qué se debe hacer con ese dinero en bien de las clases
menesterosas de la Ciudad de México que al mismo
tiempo beneficie al pueblo en general?
Según afirman los periódicos que se editan en la capi-
tal de la República, Cantinflas tiene en proyecto edificar
en los barrios pobres de la propia Ciudad de México dos
grandes edificios multifamiliares con costo cada uno de 5
millones de pesos para que en ellos vivan las familias
pobres de la metrópoli en aceptables condiciones higiéni-
cas.
No creo yo que sea una solución ni siquiera paliativa
la que se piensa dar al problema utilizando los fondos
para tal fin porque en el verdadero infierno que represen-
ta vivir en un hogar colectivo, los jefes de cada una de las
familias así beneficiadas seguirían en las mismas deplo-
rables condiciones económicas que contribuyen en gran
parte a otorgarles el género de vida que llevan.
El proporcionarle habitaciones higiénicas a las fami-
lias que en la Ciudad de México se debaten actualmente
en verdaderas pocilgas servirá sólo para resolver una
parte del problema, pero sólo una parte insignificante.
Por lo tanto no considero que ese deba ser el destino del
dinero.
Lo ideal sería que los 10 millones de pesos se invir-
tieran de otra manera y no sólo desde el punto de vista
294
Contrastes

higiénico, sino que al mismo tiempo proporcionarán


fuentes de trabajo a los jefes y personas activas de las
familias aludidas, y así paliarles la miseria en la que se
debaten actualmente. Alguien ha dicho que en lugar de
regalar el pescado es mejor enseñar a pescar.
Para esto, lo primero en lo que se debe pensar es en la
necesidad de que esas familias salgan a vivir fuera de la
Ciudad de México. Yo creo que con los 10 millones de
pesos que este año se van a reunir podrían edificarse dos
granjas avícolas en las proximidades de nuestra metrópo-
li, cada una con un costo de 5 millones de pesos. En estas
granjas se podrían construir casas individuales higiénicas
y baratas; podría pagarse a técnicos que enseñen a las
personas que lo deseen, el modo de criar aves de corral,
la técnica de la vacunación contra las diversas epizootias,
la manera de alimentar y de hacer que produzcan más las
diversas especies de gallinas, etc., etc., creando de ese
modo dos modernos centros de trabajo y de producción
tan necesarios para nuestra economía en los momentos
actuales.
Un cálculo aproximado me hace pensar que en cada
granja podría ocuparse a 100 familias que vivirían en
condiciones higiénicas magníficas, que no tendrían las
incomodidades naturales que los pobres experimentan en
las grandes capitales, que producirían uno de los renglo-
nes más útiles para la alimentación de nuestro pueblo y
que podrían enviar sus productos a la Ciudad de México,
contribuyendo así a abaratar el costo de las subsistencias.
Con 5 millones de pesos se pueden construir 100 casi-
tas higiénicas con todos los servicios sanitarios requeri-
dos, corrales para las gallinas, jaulas para los pollos, cajas
para los huevos, comprar camiones para transportar los
295
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

productos a la capital, construir mercado, escuela, iglesia,


etc. En fin, con esos millones de pesos nacerían dos pe-
queñas ciudades tipo que con el tiempo podían servir de
modelo y de ejemplo para el resto de la nación y quizás
hasta para el mundo.
Los edificios multifamiliares proyectados, en mi con-
cepto, no van a solucionar la parte medular del problema
que Cantinflas trata ahora de resolver. En cambio la crea-
ción de las granjas avícolas que propongo otorgaría a las
100 familias elegidas habitación mucho más higiénica y
saludable que la de un edificio multifamiliar, con aire
puro, con sol en abundancia, proporcionando al mismo
tiempo de manera automática un modo honesto de ga-
narse la vida a 100 familias indigentes que no sólo se be-
neficiarían a sí mismas, sino que lograrían igualmente
proporcionarle beneficios a la ciudad y al país en general.
Cada granja avícola crearía un verdadero centro mo-
delo de trabajo; serviría para que nuestros pobres que se
empeñan en vivir en el medio hostil de la capital de la
República sientan de nuevo la maravillosa vida del cam-
po tan amable cuando se le sabe apreciar, adquieran co-
nocimientos técnicos en el arte de la avicultura que tan
noble y productiva es cuando se trabaja científicamente,
se vuelvan elementos útiles a la sociedad y contribuyan
con su esfuerzo al engrandecimiento de nuestra Patria.
Muy lejos estoy de pensar que mi iniciativa sea genial
o que no pueda ser objetada en algún aspecto; pero más
lejos aún estoy de creer que con una o varias modifica-
ciones no pueda llevarse felizmente a cabo.
Para ello me dirijo a Cantinflas del modo más sincero
y cordial para hacerle conocer mi sugerencia en la inteli-
gencia de que si llega a ser tomada en cuenta, consideraré
296
Contrastes

que de ese modo he contribuido con mi pequeño grano


de arena en la noble y altruista cruzada que actualmente,
con beneplácito de todo el pueblo de México, jefatura el
simpático cómico de la gabardina.

297
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Una Bella Realidad


La Carretera Tijuana-Mexicali
Mérida, Yucatán, 10 de noviembre de 1952

Durante su última gira por el Territorio Norte de la


Baja California, el señor Presidente de la República inau-
guró, entre otras mejoras, la magnífica carretera que une
entre sí a las dos principales ciudades del futuro Estado
de Baja California: Tijuana y Mexicali.
Esta carretera resulta de vital importancia para el
desarrollo y la unidad de Baja California, pues antes de
que existiera, para trasladarse de uno a otro de los dos
puntos que ahora están unidos por ella, era indispensable
hacerlo por el lado norteamericano, salvo que el viajero
estuviera dispuesto a arriesgar la vida transitando por la
vereda estrecha y peligrosa que antes servía como medio
de comunicación entre Mexicali y Tijuana.
Ahora bien, haciendo a un lado su utilidad inestima-
ble como medio de comunicación y la circunstancia in-
soslayable de que en la actualidad ya no es necesario in-
ternarse en el territorio norteamericano para trasladarse
de una ciudad mexicana a otra igualmente mexicana, la
carretera recientemente inaugurada recorre paisajes tan
variados y tan interesantes a lo largo de sus 200 kilóme-
tros de longitud, que a sus dos virtudes anteriores hay
que agregar su belleza indiscutible que la convierte, po-

298
Contrastes

dríamos decirlo, en una moderna carretera de tipo escé-


nico.
En efecto, 15 minutos después de haber salido de Ti-
juana llegamos a la Presa Rodríguez al nivel de la cual la
carretera pasa por encima de sus cortinas en un trayecto
muy estrecho y sinuoso que permite ver por un lado el
vaso de la propia presa, mientras que por el otro se divisa
un imponente precipicio en cuyo fondo se mira, buscan-
do la obscura boca de un profundo túnel, la vía férrea del
ferrocarril Sud-Pacífico.
Poco después de haber salido de la Presa Rodríguez
se ve una gran extensión de terrenos sembrados de olivos
pertenecientes al rancho El Florido, propiedad del Presi-
dente de la República. A ambos lados de la carretera se
miran los olivos en filas interminables que se alejan y se
pierden de vista después de haber ascendido por encima
de las numerosas lomas que circundan a la moderna casa
en El Florido, en la cual el Lic. Alemán pasa su cumplea-
ños habitualmente.19
Al alejarnos de aquí, el paisaje cambia rápidamente
por las grandes piedras que ahora escoltan el camino,
algunas de ellas en una aparente situación de equilibrio
inestable que por momentos dan la impresión de que se

19
El Lic. Miguel Alemán fue el primer presidente civil después de la
revolución. y el que inició la era de los presidentes multimillonarios.
Nadie censuraba ni mencionaba que un presidente fuera dueño de
muchas propiedades y grandes extensiones de terrenos por todo el
país. No se hablaba como ahora de conflicto de intereses. Los mexica-
nos sólo hacían chistes sobre la rapacidad de los políticos. En esa
época circuló un chiste que decía que lo que más caro le había costado
a nuestra nación en toda su historia eran la pierna de Santa Anna, el
brazo de Obregón y la sonrisa de Alemán.

299
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

van a precipitar sobre la carretera. Estas piedras enormes


lisas y brillantes le imprimen un aspecto encantador y
muy singular a esta parte del camino; mejor dicho, le
imprimían, pues en la actualidad, la belleza del paisaje se
encuentra lamentablemente profanada por los grotescos
letreros escritos sobre ellas con motivo de la reciente pa-
sada contienda electoral.
La Secretaría de Comunicaciones no debió permitir
nunca este atentado contra la belleza natural de los alre-
dedores de la carretera que describo; pero ya que por
razones que ignoro no lo pudo evitar a su debido tiempo,
cuando menos debería ordenar que en plazo perentorio
sean borradas las toscas inscripciones a las que me acabo
de referir.
En seguida se llega a Tecate, la ciudad industrial del
Territorio. Al salir de esta población, la carretera cambia
de aspecto otra vez, ya que va en busca de la parte más
imponente de la misma conocida con el nombre de La
Cuesta de la Rumorosa. Los 15 kilómetros en los que la
carretera asciende por esta cuesta constituyen induda-
blemente el máximo alarde de la ingeniería de carreteras.
Tallada sobre la roca viva sobre una serie de picachos
escarpados desprovistos de vegetación, esta porción de la
carretera traduce un esfuerzo titánico, una técnica muy
avanzada y una fortuna fabulosa. La carretera es aquí
amplia y cómoda y, como en todo el resto de su exten-
sión, tiene numerosas y adecuadas señales y bardas pro-
tectoras junto a los imponentes precipicios y la tan indis-
pensable y útil raya blanca pintada en medio del camino
que tanto facilita el cruzamiento de los vehículos en mo-
vimiento.

300
Contrastes

La Cuesta de la Rumorosa, verdadera serpiente de as-


falto que se enrosca sobre una escarpada montaña, ter-
mina al llegar al pequeño pueblo de La Rumorosa, cuyo
interés estriba en que ahí están ubicados un manicomio y
el hospital para tuberculosos de Baja California. Estos dos
establecimientos benéficos se encuentran en condiciones
desastrosas, y para dar una idea de su estado y de su
funcionamiento, cedo la palabra por un momento al es-
critor Fernando Jordán, que al referirse a ellos en su
amena e interesante Biografía de la Baja California, se ex-
presa de este modo:
“El Hospital para Tuberculosos ha si-
do, hasta hoy, la antesala segura del cemente-
rio que crece rápidamente por una de las lade-
ras de la montaña. Por lo que respecta a los
dementes, no se hace nada para lograr su re-
cuperación mental, y con mayor seguridad
podría decirse que La Rumorosa es la cárcel y
no el Hospital de los locos del norte bajacali-
forniano.
Los edificios están en ruinas. Campea
en ellos la desorganización clásica de nuestra
burocracia. Las salas en el interior están sucias
y deterioradas por los efectos del tiempo, del
olvido y del afán destructor de los ociosos en-
fermos. Hay camas, pero no colchones, clima
apropiado pero no adecuada alimentación.
Hay enfermos, pero no médico. El encargado
vive en Mexicali, en donde llega cada ocho o
diez días a firmar los certificados de defun-
ción. No hay equipo, ni medicinas, ni atención

301
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

médica. Las enfermeras no cumplen más mi-


sión obligadas por las circunstancias que la de
asistir a los moribundos. A propósito de cierta
pregunta, he obtenido esta respuesta: ‘Hasta
hoy, ningún tuberculoso ha salido vivo de La
Rumorosa’”.
A partir del poblado que lleva este último nombre, la
carretera comienza a descender rápidamente en busca del
Valle de Mexicali que se encuentra por debajo del nivel
del mar, para lo cual se convierte muy pronto en una
interminable línea recta que se va internando poco a poco
en el desierto. Aquí el calor es ya insoportable y el paisaje
monótono y aburrido. Sólo grandes extensiones de una
arena gris se miran a ambos lados del camino; pero de
pronto, el color gris de convierte en un color encantado-
ramente verde: estamos entrando al Valle de Mexicali,
cuyos campos están ocupados en casi toda su extensión
por terrenos sembrados de algodón.
La carretera de Tijuana a Mexicali fue durante mucho
tiempo un sueño bajacaliforniano. Ahora es una bella
realidad de la cual el mejor elogio que puede hacerse es
que los automovilistas norteamericanos comienzan a
preferirla sobre la carretera que en su propio país une a
los dos mismos puntos.
La carretera Tijuana-Mexicali es por su calidad, su
amplitud y su trazo, la única que ha logrado obrar un
milagro sin paralelo en los Estados Unidos: que los nor-
teamericanos, para ir de una ciudad a otra de su propio
país, prefieran una carretera mexicana a una tendida so-
bre su propio suelo.
Y, esto último, jamás me cansaré de recalcarlo.

302
Contrastes

303
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

304
Contrastes

El Embrujo de la Televisión
25 de noviembre de 1952

La otra noche, durante un programa de televisión, un


anciano le relataba a un niño que acababa de escuchar
por radio una noticia muy interesante. ¿Por radio? – pre-
guntó asombrado el muchachito. Sí, por radio – contestó
afablemente el anciano.
¿Y qué es eso del radio? – volvió a preguntar el niño
demostrando no entender lo que se le decía.
La fina ironía anterior muy pronto dejará de serlo pa-
ra convertirse en una realidad pues es indudable que con
el perfeccionamiento de la televisión el radio sufrirá un
colapso semejante al que éste le hizo sufrir a los fonógra-
fos a raíz de su invención y popularización. Aunque en la
actualidad están muy en boga los gabinetes que tienen
radio, tocadiscos y televisión en un solo mueble, se ha
comprobado que los dos primeros sólo se utilizan en
condiciones excepcionales que no justifican el crecido
gasto que representa comprar los costosos gabinetes en
cuestión. Debido a esto existe una corriente que tiende a
adquirir aparatos que sean exclusivamente receptores de
programas de televisión.
Los norteamericanos, que tan afectos son a las esta-
dísticas minuciosas en todo, aseguran que la televisión
está comenzando a efectuar un verdadero milagro en la
vida hogareña de las familias de este país, pues los mari-

305
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

dos que antes salían irremediablemente de sus casas to-


das las noches para frecuentar algún bar, ahora se que-
dan en sus hogares atraídos por el imán que representa la
pantalla de esta ultramoderna maravilla del siglo actual.
Por otra parte, se han publicado otras estadísticas que
demuestran que son muchas las salas cinematográficas
que han tenido que cerrar sus puertas por incosteabilidad
del negocio, precisamente en las ciudades en las que se
han instalado plantas televisoras.
Ya las grandes compañías productoras de películas
han comprendido la gravedad del problema que se les ha
presentado con el advenimiento de la nueva industria, a
consecuencia de la cual, y por instinto de conservación,
han comenzado a introducir nuevas modalidades en sus
producciones, tales como intentar el lograr efectos de
tercera dimensión en la pantalla, o producir todas las
películas a colores para tener alguna ventaja sobre los
programas televisados que, cuando menos los comercia-
les, hasta ahora son únicamente en blanco y negro.
Aquí en Tijuana, a causa de la cercanía de la pobla-
ción con las ciudades californianas de San Diego y de Los
Ángeles, tenemos a nuestra disposición habitualmente
los programas que se originan en las plantas televisoras
de las dos mencionadas urbes norteamericanas.
Más aún: en vista de las instalaciones que ya existen
para que se puedan ver en la costa del Pacífico los pro-
gramas procedentes de la costa del Atlántico y viceversa,
aquí en Tijuana vemos igualmente los programas intere-
santes que tienen lugar en las grandes ciudades del este
de los Estados Unidos.
A consecuencia de lo anterior, nuestra ciudad está ya
materialmente invadida por los aparatos televisores. Las
306
Contrastes

casas comerciales que se dedican al comercio de ellos


venden una gran cantidad de los mismos y los emplea-
dos encargados de instalar las complicadas antenas re-
ceptoras no tienen un solo minuto de descanso en su tra-
bajo que está convirtiendo rápidamente a la ciudad en un
pintoresco bosque de ramas secas y puntiagudas.
En las nueve estaciones que tenemos a nuestro alcan-
ce podemos ver los programas más variados: culturales,
informativos, musicales, infantiles, etc.
Cada uno de estos distintos géneros tiene su audito-
rio asegurado. Pero los que materialmente monopolizan
a las pantallas televisoras son los programas deportivos:
box, lucha libre, fútbol, automovilismo y béisbol.
Al hablar de los programas deportivos, merece un
renglón aparte la transmisión a todo el territorio de los
Estados Unidos de la pasada serie mundial de béisbol.
Según las estadísticas norteamericanas, durante los días
en los que se jugó la serie mundial de este año, de cada
100 aparatos de televisión, 97 estaban sintonizados con la
transmisión del llamado clásico de otoño.
Y si tomamos en cuenta que en los Estados Unidos
hay más de 20 millones de aparatos televisores, podemos
aceptar que literalmente todos los habitantes de la vecina
nación vieron los juegos de la pasada serie mundial de
béisbol.
A consecuencia de lo anterior, los extras de los perió-
dicos en las que se dan los pormenores de cada juego
tienden necesariamente a desaparecer pues a nadie se le
ocurre comprar un periódico para leer la crónica de un
juego que acaba de ver, salvo que lo haga para compro-
bar si el cronista dice en ella la verdad.

307
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Corolario obligado de lo anterior es que ahora los


cronistas deportivos y los locutores de la radio no pue-
den echar a volar como antes la imaginación, pues se
ponen en condiciones de que los lectores o los radioyen-
tes, según el caso, se rían de ellos y dejen de tomar como
buenas sus opiniones, ya que todos han visto el juego
cuyos comentarios leen o escuchan con posterioridad.
Como se ve, la televisión ha venido a efectuar un
verdadero ajuste en muy diversos aspectos de la vida
moderna pues a los maridos calaveras los ha vuelto ho-
gareños; ha obligado a los locutores y a los cronistas de-
portivos a ajustarse más a la verdad; ha determinado una
crisis en la industria cinematográfica y ha provocado un
insospechado colapso, quizás definitivo, a los fabricantes
de aparatos receptores de radio que, según una opinión
autorizada, tendrán que dedicarse, con el tiempo, a fabri-
car exclusivamente modelos para automóviles en los que
por razones que resultan obvias, las autoridades de trán-
sito han prohibido la instalación de aparatos televisores.

308
Contrastes

Resolución Inaplazable
5 de enero de 1953

Hace aproximadamente un mes estuvo en mi consul-


torio un buen amigo mío a comunicarme con mucho en-
tusiasmo que al día siguiente saldría para la ciudad de
Mérida en viaje de paseo.
Como persona muy culta que es, mi mencionado
amigo me habló anticipadamente de las bellezas y de los
lugares interesantes de nuestra tierra, demostrando tener
un conocimiento amplio de lo nuestro. Conozco toda la
República – me decía – con excepción de Yucatán; y aho-
ra que parto para su tierra aprovechando mis vacaciones,
he considerado conveniente venir a verle para que usted
me proporcione algunas orientaciones que me permitan
sacarle el mayor provecho posible a los cuatro días que
pienso permanecer ahí para conocer los monumentos
arqueológicos de Chichén Itzá y de Uxmal, visitar el
puerto de Progreso, una hacienda henequenera, un ceno-
te y ver una vaquería20 si fuera posible.
Seguimos conversando sobre el para mí siempre
ameno y subyugante tema yucateco durante aproxima-
damente dos horas al cabo de las cuales mi buen amigo

20
Fiesta popular cuyo origen se remonta a la época colonial, cuando
los españoles que habían conquistado la región y que se dedicaban a
la crianza de ganado vacuno en sus haciendas, convocaban a sus tra-
bajadores para "la hierra" de sus vacadas.
309
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

se despidió de mí con las siguientes palabras: cuando yo


regrese de Mérida vendré a verle para que volvamos a
charlar.
Dicho y hecho. Cumplió su palabra al pie de la letra
pues ayer a las 11 de la mañana regresó de nuevo a Ti-
juana y a las 12 ya estaba en mi consultorio como me lo
había prometido, aunque no para charlas como me había
dicho sonrientemente al despedirse, sino que para algo
completamente distinto e inesperado para ambos.
Doctor – me dijo apesadumbrado – todo es tan mara-
villoso como yo me lo imaginaba pero de eso hablaremos
otro día; por ahora he venido a que usted me cure, por-
que aparte de muchos recuerdos imborrables, de su tierra
me he traído una disentería que si me dura un día más
me mata.
Le indiqué la terapéutica adecuada para su padeci-
miento y cuando abandonó mi oficina aquel amigo mío,
convertido ahora en paciente gracias a las inconcebibles
condiciones higiénicas que en Yucatán imperan en los
vitales renglones de drenaje y abastecimiento de agua
potable, vinieron a mi memoria las pavorosas cifras de la
mortalidad infantil que ahí padecemos, cifras dadas a
conocer repetidas veces de un modo patético por el inte-
ligente pediatra yucateco D. Francisco Solís Aznar, cuya
voz autorizada y cuyos gritos de auxilio en pro de la ni-
ñez yucateca se han perdido lamentablemente en el ne-
gro abismo de la indiferencia de las autoridades encarga-
das de resolver tan vital e inaplazable problema.
Y voy a repetir de nuevo el calificativo inaplazable,
porque para cualquier persona ligada o no con las activi-
dades de orden médico, el saber que en Yucatán mueren
290 niños de cada mil que nacen es una demostración
310
Contrastes

evidente de que el problema que en ese aspecto pulsa


nuestro Estado tiene las proporciones de una verdadera
desgracia colectiva, que por lo tanto debe ser tratada co-
mo tal.
El gobierno, pues, está obligado a enfrentarse a dicho
problema con la misma premura con la que acude a soco-
rrer a los habitantes de una región inundada al desbor-
darse un río, o azotada violentamente por un ciclón de-
vastador.
El problema es tan grave, tan vital y de una resolu-
ción tan urgente, que ya no acepta más plazos ni más
estudios previos. Demasiado tiempo se ha dejado trans-
currir ya en el transcurso del cual miles de vidas se han
perdido a causa de tan inexplicable inercia gubernamen-
tal.
El gobernador Marentes, durante su gira de propa-
ganda política, hizo la promesa de que durante su perio-
do de gobierno se instalaría el drenaje en Mérida y se
abastecería de agua potable a la propia capital de nuestro
Estado.
Ha pasado casi un año y se puede decir que nada po-
sitivo se ha hecho, quizás debido a los grandes problemas
de diversa índole que dicho funcionario ha enfrentado.
Pero ahora que con el decidido apoyo de las autoridades
federales ha logrado consolidar su gobierno, instalando
un congreso local a modo y autoridades municipales a
modo igualmente, los que hemos seguido paso a paso los
trabajos previos para la instalación del drenaje y el abas-
tecimiento de agua potable a la ciudad de Mérida, vol-
vemos a abrigar la esperanza de que ahora sí la resolución
de tan básicos problemas saldrá de la prolongada etapa

311
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

de los proyectos y de los estudios previos para entrar en


la ya inaplazable fase de las realizaciones.

312
Contrastes

Horizontes Bajacalifornianos
Hacia el Congreso Constituyente
2 de abril de 1953

El nuevo Estado de Baja California ha sido escogido


como escenario para el primer ensayo verdaderamente
democrático que se ha llevado al cabo en las entidades
federativas que constituyen nuestra república.
Como residente que soy de Baja California, considero
un deber el dar a conocer los hechos verdaderos de esta
campaña política que acaba de terminar con la elección
de los diputados que formarán la Legislatura Constitu-
yente a la que estará encomendada la delicada y difícil
tarea de redactar la constitución del benjamín de los Es-
tados de nuestra patria.
A muchos ha de tomar de sorpresa lo que a continua-
ción voy a decir pero empeñado en ser sincero, debo an-
ticipar que la campaña política que culminó el domingo
pasado con unas elecciones pacíficas, limpias, ordenadas
y muy concurridas, fue una campaña realmente ejemplar
que pone muy en alto el nombre de esta nueva entidad
federativa y habla claramente de los grandes posibilida-
des que el pueblo de Baja California tiene para el futuro,
siempre y cuando el Gobierno Federal durante las veni-
deras elecciones para Gobernador del Estado no trate de
imponer aquí también de un modo brutal a uno de sus

313
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

favoritos porque esto daría al traste con el bello ensayo


democrático que ahora ha entusiasmado vivamente hasta
a los ciudadanos más escépticos.
La campaña política fue ejemplar, no resisto la tenta-
ción de repetirlo, pues todos los candidatos, tanto los del
partido oficial como los de la oposición, contaron con
absoluta libertad para hacer su propaganda, a pesar de lo
cual no se efectuó ninguna manifestación pública que
interrumpiera las actividades de la ciudad, ni hubo el
más pequeño conato de trifulca, ni tampoco ¡asómbrate,
lector, pues esto creo que sienta un precedente increíble
en toda la república!, no se permitió que candidato al-
guno fijara su propaganda escrita en los predios de la
ciudad, con lo que ésta terminó de ver la campaña políti-
ca tan limpia como estaba al empezar.
Los candidatos se limitaron a hacer publicaciones por
los periódicos, a repartir volantes por las calles y a hacer
la exposición de sus ideas y de sus programas por medio
de carros anunciadores que recorrían la ciudad, así como
por medio de mítines en los que se valían de magnavoces
para dirigirse a las personas que los escuchaban.
Aún más, los candidatos del PRI introdujeron una
nueva modalidad para hacerse propaganda, pues abrie-
ron al público un consultorio médico gratuito, visitaron
los colegios de las colonias para proporcionar desayunos
sin costo a los escolares indigentes y recorrieron las colo-
nias pobres de la ciudad para repartir entre las familias
menesterosas bolsas que contenían diversas provisiones.
Y si a lo anterior se agrega que para la obtención de la
credencial de elector todos los ciudadanos tuvieron exac-
tamente las mismas facilidades en las diversas oficinas de
empadronamiento; que el padrón electoral fuera termi-
314
Contrastes

nado con suficiente anticipación al día de las elecciones;


que los partidos en pugna pudieran hacer objeciones que
consideran necesarias y también que el día de las eleccio-
nes fueron instaladas suficientes casillas custodiadas por
personas idóneas de la población para que la emisión del
voto fuera fácil y sin molestias para los electores. Por to-
do lo anterior, no se miente en lo absoluto al afirmar que
Baja California, al comenzar su vida política como Esta-
do, ha sabido distinguirse de las demás entidades que
constituyen nuestra república.
En los momentos en que escribo esto, se desconoce
oficialmente el resultado de las elecciones: pero es seguro
que triunfaron de un modo muy amplio los 7 candidatos
del PRI.
Al leer este último párrafo, no faltará quien piense
que en lo anterior, el nuevo Estado no pudo distinguirse
de sus 28 hermanos mayores.
Permítaseme, sin embargo que yo afirme que el que
se imagine las cosas de ese modo está pensando de una
manera errónea, pues en el nuevo Estado de Baja Califor-
nia triunfarán los candidatos oficiales, no por ser del PRI,
sino a pesar de ser del PRI, en vista de que el partido ofi-
cial tuvo aquí un raro tino para escoger a los 7 hombres
que habrían de defender sus colores durante las eleccio-
nes del domingo pasado.
Diríase que el PRI lavó en Baja California los pecados
que ha cometido en otras entidades en las que frecuen-
temente señalaban como sus candidatos a las personas
menos indicadas para el desempeño de los cargos de
elección popular escogiendo casi siempre a líderes vena-
les y voraces y en ocasiones hasta a personas fichadas por
delitos de orden común.
315
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Aquí, por el contrario, de los 7 candidatos que el PRI


enfrentó a la oposición, ninguno tiene antecedentes pena-
les, ninguno es líder de agrupación demagógica alguna,
ninguno, casi podría decirse, es político en la peyorativa
acepción que a esta palabra le otorga la generalidad de la
gente. En cambio, todos son de sólida cultura, de posi-
ción social magnífica, de situación económica desahoga-
da, de limpia ejecutoria en sus actividades públicas y
poseedores de un amplio conocimiento de los problemas
bajacalifornianos.
En estas condiciones, el PRI no pensó siquiera en re-
currir el domingo pasado a procedimientos ilegales para
que sus candidatos triunfaran. Sus armas en esta ocasión
fueron muy sencillas: presentó magníficos candidatos, les
hizo una inteligente propaganda y el pueblo votó por
ellos.
Por consiguiente, los primeros pasos del nuevo Esta-
do han sido firmes, pues una atinada selección de los
candidatos, una campaña política ejemplar y unas elec-
ciones como las del domingo pasado, garantizan un
Congreso Constituyente auténtico y capaz.
Ojalá que a su tiempo los 7 candidatos triunfantes se-
pan responder con creces a las esperanzas que todo el
pueblo bajacaliforniano ha depositado en ellos para con-
feccionar una Constitución que vaya de acuerdo con la
situación geográfica y las circunstancias muy especiales
que imperan en esta entidad, cosas ambas que todos ellos
conocen perfectamente, y que al mismo tiempo esté a la
altura del progreso, del empuje y de las posibilidades que
en tan poco tiempo han colocado a Baja California en el
distinguido lugar que ahora ocupa en el concierto de los
29 Estados que constituyen nuestra república.
316
Contrastes

Infama Cometida con


Dos Jóvenes Compatriotas
22 de abril de 1953

Dos jóvenes mexicanos acaban de ser condenados a


larga prisión por los tribunales de la ciudad estadouni-
dense de El Centro, California,por los delitos de contra-
bando y posesión de drogas; delitos que eran evidentes,
según el juez que instruyó el proceso, ya que fueron sor-
prendidos con los estupefacientes en la mano.
Sin embargo, y dadas las condiciones que rodean el
caso que a continuación voy a relatar, aquí somos mu-
chos los que esperamos que nuestro Gobierno investigue
tan deplorable incidente para ver si es posible lograr la
revocación del fallo condenatorio que, como se verá más
adelante, resulta una injusticia cuya rectificación se im-
pone desde luego.
He aquí la historia: Arturo García y Vicente Álvarez,
víctimas de la fiebre del dólar, abandonaron sus hogares
para venir al sur de los Estados Unidos con el objeto de
probar fortuna. Ellos tenían, probablemente, un aceptable
modo de vivir en sus respectivos lugares de origen pero
habían oído decir que en Estados Unidos se gana mucho
dinero; pensaron que unos cuantos dólares se convierten
siempre en muchos pesos. A pesar de que se les advirtió
que la aventura que iban a emprender además de difícil y
peligrosa estaba condenada casi seguramente al fracaso
317
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

en virtud de que no poseían ningún contrato que les


permitiera trabajar legalmente en nuestro vecino país del
norte, ellos se encogieron de hombros y supusieron que
ése no sería un obstáculo invencible, ya que muy bien
podían convertirse en un par de alambristas más.
Decididos por tanto a llevar adelante sus propósitos
tomaron unas cuantas piezas de ropa y los escasos centa-
vos que pudieron reunir y emprendieron el viaje hacia la
anhelada frontera de los Estados Unidos. Después de no
pocos trabajos llegaron a la ciudad de Mexicali ya no tan
optimistas como cuando salieron a la aventura cuyo trá-
gico final no se podían imaginar.
En Mexicali se encontraron que igual que ellos eran
incontables los aspirantes a braceros y supieron por boca
de sus numerosísimos y desesperados colegas de infor-
tunio que no era tan fácil saltar impunemente por encima
del alambrado internacional, y comenzaron a considerar
seriamente la posibilidad de regresar a sus respectivos
hogares.
Pero pronto se dieron cuenta de que se encontraban
en un verdadero callejón sin salida, pues con los bolsillos
ya completamente vacíos, no tenían ni siquiera para ad-
quirir sus boletos de regreso. En vista de ello, solamente
les quedaba una alternativa: seguir adelante.
Entraron varias veces a los Estados Unidos burlando
la vigilancia de las patrullas fronterizas y otras tantas
fueron devueltos al territorio nacional.
Un día, caminaban juntos por las calles de Mexicali,
no sabemos si buscando trabajo o esperando que las
sombras de la noche les permitiera brincar el alambre de
nuevo, cuando un gringo se acercó a ellos con el objeto de

318
Contrastes

entrevistarlos e informarles que tenía un buen negocio


que proponerles.
García y Álvarez, acosados por la miseria, aceptaron
las proposiciones del desconocido pensando que de esa
manera obtendrían el dinero suficiente como para regre-
sar a sus respectivos hogares.
La proposición que les había hecho fue la siguiente: el
gringo les entregaría en Mexicali unas latas llenas de opio
y ellos tenían que introducirlas a los Estados Unidos para
entregarlas de nuevo a su protector en un lugar y a una
hora determinados en El Centro, California. Por este sólo
hecho recibirían una buena cantidad de dólares que mul-
tiplicados por 8.60 harían la fortuna con la que ellos ha-
bían soñado.
No se decidieron a aceptar enseguida pues conocían
los peligros a que se iban a exponer, pero su situación
económica desesperada, la posibilidad de resolver de un
modo definitivo sus problemas y, sobre todo, la seguri-
dad que les daba el americano aquél de que no les ocurri-
ría absolutamente nada, toda vez que él tomaría y ya
había tomado las precauciones que el caso requería, les
hicieron portarse débiles y aceptar la delictuosa comisión
que habría de conducirlos directamente a la cárcel.
Cogieron las latas de opio y siguiendo las instruccio-
nes del delincuente del que se convertían en cómplices,
cruzaron la línea internacional con la nerviosidad natural
de quienes no están acostumbrados a cometer delitos.
A la hora acordada y en el sito previamente fijado por
el americano, se presentaron García y Álvarez a entregar
las drogas; pero cuál no sería su sorpresa cuando en el
momento de hacer lo anterior el propio individuo que los
había orillado a convertirse en delincuentes se identificó
319
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

como agente de la policía antinarcóticos de los Estados


Unidos y los detuvo en el acto, acusándolos de los delitos
de los cuales el juez de la ciudad de El Centro, California
los acaba de condenar a la prisión que ahora sufren.
Mientras tanto el verdadero delincuente agregaba a su
brillante hoja de servicios el mérito de haber descubierto
un contrabando de drogas.
Ni los antecedentes de los dos jóvenes compatriotas
ahora en desgracia, ni su aspecto, ni sus posibilidades, los
señalan como contrabandistas de drogas. Han sido senci-
llamente víctimas de una infamia monstruosa: víctimas
del espejismo que les hizo creer que en los Estados Uni-
dos está la solución de todos los problemas de índole
económica, víctimas de la miseria en la que se encontra-
ban en el momento de recibir la tentadora oferta; víctimas
por último y sobre todo, de la perfidia de un agente nor-
teamericano hambriento de hacer méritos a como diera
lugar.
Por eso creo que el Gobierno de México debe interve-
nir para que de ser ciertas las declaraciones de García y
de Álvarez que afirman que el propio agente norteameri-
cano que les entregó en Mexicali las latas de opio fue el
que se encargó de decomisárselas en El Centro para en-
seguida aprehenderlos y consignarlos, los dos jóvenes
mexicanos aludidos sean puestos en libertad por falta de
méritos, en cuyo caso la situación del agente norteameri-
cano de narcóticos caería bajo la sanción tanto de nues-
tras leyes como de las leyes norteamericanas, ya que no
sólo habría invadido indebidamente nuestro país para
efectuar unas pesquisas a las que no tiene derecho, sino
que habría provocado en el suyo, y de un modo pérfido y

320
Contrastes

doloso, la consignación de dos personas que él sabía que


eran inocentes.

321
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Las Violaciones
a Nuestra Soberanía
14 de abril de 1953

El caso que a continuación voy a relatar, como se verá


en seguida, privativo de las regiones fronterizas, consti-
tuye una seria violaciones a la soberanía nacional.
A unos 20 kilómetros al sur de Tijuana, sobre la carre-
tera que conduce a la ciudad de Ensenada, está ubicada
la pequeña población de Rosarito, puerto que vive gra-
cias a los turistas norteamericanos que acuden a sus pla-
yas, por cierto poco atractivas y nada seguras para los
bañistas.
Sin embargo, los turistas van allí por lo cual Rosarito
ha podido crecer lo suficiente como para convertirse en
una población próspera que ofrece comodidades a las
personas que la visitan. Tiene un magnífico hotel que ya
quisieran muchas poblaciones importantes de nuestro
país; una potente estación radiodifusora; numerosos y
muy confortables restaurantes cuyos nombres llevan el
imprescindible apóstrofo que los americaniza y, por úl-
timo, la innegable ventaja de que permite admirar las
azules y casi siempre agitadas aguas del Océano Pacífico,
que al estrellarse con furia en la parte baja de las rocas
bañadas por ellas, forman cortinas que salpican a los visi-
tantes que se aproximan a los acantilados.

322
Contrastes

Estos acantilados en algunos lugares dejan pequeños


trechos en los que las rocas desaparecen para dar cabida
a diminutas playas en las que los bañistas pasan el tiem-
po, ya sea tomando prolongados baños de sol o dedicán-
dose a correr al aire libre o introduciéndose en las frías
aguas del mar para nadar o surfear.
Pues bien; en una de estas playas que a dosis homeo-
páticas proporcionan las costas de Rosarito a los turistas,
estaba una familia norteamericana tomando un baño de
sol cuando de improvisto se les vino encima un automó-
vil que unos paseantes habían dejado en la parte más alta
de un acantilado vecino, ocasionándoles serias lesiones
que pusieron en peligro sus vidas.
Los tripulantes de un helicóptero de la armada norte-
americana, de esos que sirven para patrullar de un modo
constante las costas del Estado de California, se percata-
ron del accidente y acudieron de inmediato con el objeto
de auxiliar a las víctimas.
Descendieron en suelo mexicano, cargaron con los
ciudadanos norteamericanos heridos y, en el propio heli-
cóptero los condujeron para su atención médica al Hospi-
tal Naval de San Diego.
Analizando las cosas de un modo superficial y viendo
todo lo anterior desde un punto de vista estrictamente
humanitario, la actitud de los tripulantes del helicóptero
resulta heroica y digna de encomio y de aplauso, ya que
aunque sabían que para descender en territorio mexicano
necesitan correr trámites legales que se los permitiera,
ellos no se ocuparon de hacer esto último y aunque po-
drían muy bien alegar que se trataba de un caso de emer-
gencia y que si ellos hubieran actuado de otro modo, po-

323
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

siblemente las personas accidentadas hubieran perecido


por falta de auxilio adecuado y oportuno.
Sin embargo, y por más justificable que resulte la acti-
tud de los aviadores norteamericanos, no deja de ser una
violación a la soberanía nacional, ya que las autoridades
mexicanas se vieron en una situación muy comprometida
consistente en que al tener conocimiento del caso se pre-
sentaron en el lugar del accidente con el fin de practicar
los trámites que nuestras leyes señalan y se encontraron
con que las víctimas ya no estaban ahí. Habían sido se-
cuestradas por un avión norteamericano que sin trámite
alguno las condujo a un hospital de los Estados Unidos.
En este caso nuestras autoridades judiciales no po-
dían practicar ninguna indagación ni siquiera tomar de-
claraciones a las víctimas para deslindar responsabilida-
des porque aquéllas eran de nacionalidad norteamerica-
na y ya se encontraban en su propio país, fuera de su
jurisdicción, a pesar de que el accidente había tenido lu-
gar en territorio mexicano.
Si nosotros nos situamos en un ángulo más legal que
sentimental, veremos que aunque con un atenuante qui-
zás aceptable, la actitud de los tripulantes del helicóptero
de la armada norteamericana es un verdadero secuestro
que representa una violación a la soberanía de México.
Que yo sepa, nuestro Gobierno no elevó ninguna pro-
testa por el caso relatado anteriormente, quizás por con-
siderar que la actitud de los pilotos del multimencionado
helicóptero estuvo inspirada en un sentimiento humani-
tario, ya que descendieron en nuestro suelo con el propó-
sito de rescatar a unos connacionales suyos que en su
concepto se encontraban en peligro de perecer.

324
Contrastes

Sin embargo, y a pesar de que de ese modo trate de


justificarse o de atenuarse el delito, yo insisto en que el
hecho representa una clara violación a la soberanía de
México.

325
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

326
Contrastes

El Presupuesto
de Baja California
Enero de 1954

El Congreso local del Estado de Baja California acaba


de aprobar el presupuesto de egresos para el año de 1955
que asciende a la increíble cantidad de 61 millones de
pesos. Veamos su distribución.
Poder Legislativo $ 1,316,008.00
Poder Ejecutivo $ 7,723,364.00
Poder Judicial $ 1, 721,268.00
Educación Pública $ 6,095,000.00
Seguridad Pública $ 1,120,608.00
Servicios Públicos $ 8,537,832.80
Obras Públicas $16,000,000.00
Trabajo, Previsión y
Previsión Social $ 735,192.00
Adquisición de Bienes
Y Gastos Generales $17, 750,727.20
Total $61,000,000.00
Lo que más llama la atención al observar las distintas
partidas del presupuesto anterior es la que se refiere al
Poder Ejecutivo, que se eleva a la cantidad $7,723,364,
superior en cerca de 2 millones de pesos a la partida
asignada a la Educación Pública.

327
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Las partidas de Obras Públicas y de Adquisición de


Bienes y Gastos Generales ascienden cada una, por sí
solas, a una cantidad superior a la de los presupuestos
totales de algunos Estados de nuestro país y, sumadas, se
acercan a la crecida cantidad de 34 millones de pesos, que
muchas entidades más pobladas que la nuestra ya quisie-
ran para su presupuesto de este año
El de Baja California, con sus 61 millones21, resulta
superior al del Estado de Nuevo León, que se eleva este
año a la suma de $48,381,000, a pesar de que Monterrey
es la primera ciudad industrial de nuestro país y de que
esta población tiene por sí sola más habitantes que todo
el Estado de Baja California.
Resulta superior, igualmente, al presupuesto de egre-
sos del Estado de Jalisco, con todo y que los 60 millones
de pesos a los que éste asciende es el más alto de toda la
historia jalisciense, y a pesar, también, de que Guadalaja-
ra es la segunda ciudad de nuestra República y de que
Jalisco tiene una población cinco veces mayor a la del
Estado de Baja California.
En el año de 1953, último durante el cual Baja Cali-
fornia fue un Territorio Federal, el gobierno del Lic. Al-
fonso García González tuvo el presupuesto más alto que
había tenido hasta entonces esta entidad, presupuesto
que se elevó a la cantidad de 43 millones de pesos; pero

21
Hoy, cuando los gobiernos estatales manejan presupuestos de miles
de millones de pesos y el federal hasta de billones, se escucha ridículo
haber considerado estratosférica la cantidad de apenas 61 millones de
pesos. Pero en esa época, con el tipo de cambio a menos de seis por
uno, había restaurantes en Tijuana en los que una comida completa
costaba 50 centavos de dólar (3 pesos) y podías comprar un Vochito
del año, en abonos, por menos de 10,000 pesos.

328
Contrastes

como en esa época no existían tesorerías municipales, los


causantes bajacalifornianos aportaron en conjunto a su
gobierno únicamente esa suma: 43 millones de pesos.
Actualmente, a menos de 2 años de distancia, a los 61
millones que importa el presupuesto de egresos del Esta-
do, es necesario agregar los presupuestos de cada uno de
los cuatro municipios bajacalifornianos. El de Mexicali
asciende a 15 millones de pesos; el de Tijuana, a 10 y me-
dio millones; el de Ensenada y el de Tecate, mancomuna-
damente, a 5 millones de pesos.
Si nosotros sumamos todas estas cantidades, nos da-
mos cuenta de que los contribuyentes del Estado Libre y
Soberano de Baja California aportarán a su gobierno du-
rante este año la estratosférica suma de noventa y un y
medio millones de pesos, que resultan mucho más del
doble del último presupuesto que tuvo el Territorio
Federal de Baja California Norte.
Ojalá esta crecida suma de dinero que los causantes
bajacalifornianos aportaremos al erario se traduzca en
beneficio de nosotros mismos. Ojalá que con ella se logre
que ningún niño de Baja California se quede sin escuela y
que ningún enfermo muera en nuestros hospitales por
falta de atención y de elementos indispensables. Sí; por-
que 61 millones de pesos, por más devaluados que se
encuentren, son muchos pesos. Son tantos, que la mayo-
ría de los gobernadores de otros Estados han de envidiar
al Lic. Braulio Maldonado por el presupuesto tan privile-
giado que logró confeccionar.
Junto al presupuesto de Baja California, los 23 millo-
nes de pesos del presupuesto del Estado de Yucatán re-
sultan una cantidad casi ridícula y las recaudaciones de

329
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

algunos Estados de la República, como el de Colima, re-


sultan verdaderas insignificancias.
Esto me hace suponer que no ha de faltar algún go-
bernador menos afortunado que el nuestro, que al com-
parar el presupuesto de su Estado con el de la Baja Cali-
fornia, se sienta tan empequeñecido como el humorista
Wenceslao Fernández Flores dice que se sintió un día
cuando tuvo la ocurrencia de orinar junto a las cataratas
del Niágara.

330
Contrastes

La Grave Situación en Tijuana


15 de diciembre de 1954

Si alguien hiciera una encuesta entre los habitantes de


Baja California para preguntarles si están aunque sea
medianamente satisfechos con la actual administración
pública del Estado, es muy probable que 8 de cada 10
personas contestarían en sentido negativo; aún más, casi
puede asegurarse también que 9 de las mismas 10 perso-
nas están de acuerdo en que aquí todo marchaba mejor
cuando esta entidad era sólo un modesto territorio fede-
ral.
Lo anterior se debe a que los municipios libres, base en
la que descansa fundamentalmente la organización de un
Estado democrático, no han tenido aquí la independencia
ni política ni económica que les permita bastarse por sí
mismos, razón por la cual, al depender en todo y para
todo de lo que el Gobierno del Estado acuerde y quiera
otorgarles, hacen nugatorios los anhelos bajacalifornianos
de constituir un Estado modelo en el concierto de nuestra
Patria, como ingenuamente llegamos a creer muchos de
los que residimos actualmente en esta entidad.
En efecto, nadie ignora la situación tirante que desde
un principio ha existido entre el Gobierno del Estado y
las autoridades municipales de Tijuana y de Ensenada,
que, a pesar de tener sendos alcaldes que subieron al po-
der con la aprobación unánime de la ciudadanía de sus

331
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

respectivos municipios, no han podido desarrollar la la-


bor de que de ellos se esperaba a causa de las absorbentes
medidas centralistas que el Gobierno del Estado ha pues-
to en práctica, medidas que materialmente han maniata-
do a los componentes de los ayuntamientos de estas dos
importantes ciudades de Baja California.
A consecuencia de lo anterior, el Ayuntamiento de En-
senada se ha visto en tales aprietos económicos que no
solamente carece de los fondos suficientes para sostener
decorosamente los más elementales servicios públicos,
sino que ni siquiera cuenta con el dinero necesario para
cubrir sus emolumentos a los empleados.
El Ayuntamiento de Tijuana se encuentra más o me-
nos en las mismas condiciones; y es un hecho lamentable,
pero verdadero que desde la toma de posesión de las
actuales autoridades municipales, el progreso de la ciu-
dad se ha detenido de una manera absoluta: ni una sola
calle ha sido pavimentada, ningún semáforo ha sido co-
locado en tantos cruceros de la población que lo necesi-
tan; y todos los servicios públicos en general, como el de
alumbrado y el de limpieza, dejan muchísimo que desear.
Pero en donde reina la más irritante de las anarquías es
en el básico renglón de la seguridad pública, en la policía,
pues es tal el caos y la desorganización que imperan, a
pesar de la inexplicable multiplicidad de cuerpos policia-
cos, que Tijuana sufre en la actualidad una verdadera ola
de robos ante los cuales la policía se ha mostrado tan
abúlica e ineficaz, que ahora hay algunas personas que
cuando son víctimas de algún hurto, prefieren abstenerse
de hacer la denuncia respectiva por considerar de ante-
mano que la policía carece de los medios y de la capaci-

332
Contrastes

dad indispensables para el esclarecimiento de tales deli-


tos.
Lo anterior no sería de extrañarse si al frente del
Ayuntamiento estuviera una personas incapacitada o
deshonesta; pero como sucede que la realidad es diame-
tralmente opuesta, ya que el Dr. Gustavo Aubanel, con
cuya amistad creo honrarme, y que ocupa actualmente el
honroso cargo de presidente municipal de Tijuana, es
una persona de una honestidad insospechable y de una
capacidad y una cultura muy por encima del estándar
normal. El pueblo de Tijuana se encuentra justificada-
mente temeroso, preocupado e intranquilo, pues colige
que si con un Ayuntamiento presidido por una persona
de la calidad moral e intelectual del doctor Aubanel las
cosas marchan como ahora, cuando no tengamos la opor-
tunidad de que el PRI designe a una persona tan compe-
tente y honorable para ocupar tan importante puesto,
nuestra ciudad va a caer en un precipicio que por ahora
se nos antoja inaceptable.
Es tal la penuria en la que se encuentra el Ayunta-
miento de Tijuana a consecuencia de las absorbentes dis-
posiciones del Gobierno estatal en el renglón de impues-
tos, que el cuerpo edilicio local, para poder cumplir con
las más ingentes necesidades del municipio, ha tenido
que confeccionar un nuevo presupuesto de ingresos para
el año venidero, presupuesto que ha caído como una
bomba entre los contribuyentes de la localidad, ya que en
él se gravan con cantidades notoriamente exageradas
hasta a los pequeños giros comerciales que siempre ha-
bían sido protegidos con la exención total de impuestos.
El nuevo presupuesto que elaboró el Ayuntamiento de
Tijuana no dejó títere con cabeza, pues aumentó todos los
333
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

impuestos existentes y gravó con cuotas exorbitantes


hasta lo que nunca antes había sido gravado.
El Ayuntamiento de Tijuana se vio obligado a confec-
cionar un presupuesto que debido a que en la actualidad
el Gobierno del Estado absorbe para sí muchos de los
impuestos que en justicia le corresponden al municipio,
le resulta imposible, no digamos emprender nuevas
obras en beneficio de la ciudad, sino ni siquiera mantener
con decoro el funcionamiento de los servicios públicos
más indispensables.
Los nuevos impuestos causarán expectación y sorpre-
sa a los lectores, tanto por las actividades y objetos que
han sido gravados, como por la elevada cuantía de im-
puestos con los cuales el Ayuntamiento pretende nivelar
su balanza de gastos.
Estos son algunos ejemplos: los vendedores ambulan-
tes, si cargan ellos mismos su mercancía, tendrán que
pagar un peso diario, y si utilizan cargadores o alguna
carretilla de mano, la cuota ascenderá a la cantidad de
cinco pesos diarios. La instalación de cada letrero de pro-
paganda tendrá que pagar entre cien y trescientos pesos,
si no es luminoso, porque en este caso, la cuota fluctuará
entre trescientos y mil pesos. Pero esto no es nada, por-
que una vez instalado, cada rótulo tendrá que pagar un
impuesto que según los nuevos gravámenes ascenderá a
las increíbles sumas de hasta dos pesos diarios, si no son
luminosos, y de hasta diez pesos diarios en caso de serlo;
y todo esto, ¡asómbrate lector! ¡por metro cuadrado de
superficie que el letrero tenga!
La expedición de licencias para toda clase de giros
comerciales pagarán impuestos que oscilan entre cin-
cuenta y diez mil pesos, no incluyendo en este renglón a
334
Contrastes

los centros de diversión o de juegos permitidos por la ley,


porque éstos pagarán sumas mucho más altas, que van
de mil a veinticinco mil pesos. Los salones de billar y de
boliche, además de la licencia anual, deberán pagar una
cuota de unos $150 bimestrales por cada mesa de juego.
Los ciudadanos que ejercen oficios varios, como zapa-
teros, peluqueros, etc., pagaran al Ayuntamiento hasta
$2.50 diariamente. Los profesionistas, además de la cédula
quinta que cobra la Secretaría de Hacienda, serán grava-
dos con la cantidad de $200 bimestrales para que el
Ayuntamiento les permita ejercer.
Una pareja que desee contraer matrimonio en su pro-
pio domicilio, lo que aquí es frecuente por la incomodi-
dad de las oficinas del Registro Civil, habrá de cubrir una
cuota de cuatrocientos pesos. Los enamorados, para llevar-
le una romántica serenata a su prometida, cubrirán cin-
cuenta pesos; los andamios que ocupen parcialmente las
banquetas pagarán hasta doscientos pesos diarios al Ayun-
tamiento.
Para sepultar un cadáver se cobrarán doscientos cin-
cuenta pesos por metro cuadrado que la tumba ocupe en
el cementerio y posteriormente, por tener derecho a colo-
car una lápida o un monumento sobre la sepultura, el
Ayuntamiento cobrará en ocasiones hasta quinientos pesos.
Nada dejó de gravar el gobierno municipal de Tijuana, ni
siquiera las tortillerías que nunca habían pagado impues-
tos.
Pues bien; todos esos gravámenes municipales no
eximen al contribuyente de la obligación de pagar los
estatales, ni los impuestos federales tampoco, como en el
caso de los profesionistas, con lo que resulta que los cau-
santes de Tijuana, con esta multiplicidad de impuestos,
335
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

van a tener encima un pesado fardo que en muchas oca-


siones va a ser imposible de soportar.
Ante esta violenta embestida, los contribuyentes de
Tijuana se preguntan: ¿por qué cuando Baja California
era sólo un Territorio Federal no necesitaban pagar tan
elevados tributos y los servicios públicos estaban en
magníficas condiciones y la ciudad marchaba siempre
con un progreso halagador y ascendente? Algunos in-
quieren igualmente por qué somos nosotros los que va-
mos a pagar los platos rotos en la tirante situación que por
motivos de los que somos ajenos existe entre los gobierno
municipal y estadual.
Y todos sin excepción hacen a voz en cuello la si-
guiente pregunta:
¿Cuáles son los beneficios que ha recibido el pueblo
de Baja California al ascender esta entidad a la categoría
de Estado Libre y Soberano? Hasta el presente momento
no he oído que alguien pueda dar una respuesta satisfac-
toria a tan peliaguda interrogación.
No; permítanme que rectifique; sí he oído que alguna
persona haga resaltar la inobjetable ventaja que tenemos
actualmente: la de que la ciudadanía bajacaliforniana
¡puede ahora elegir libremente a sus mandatarios!
Sin embargo, el pueblo, ese pueblo que nunca se
equivoca, piensa que el adquirir la Baja California su ma-
yoría de edad política sólo ha habido dos cambios efecti-
vos: primero, que ahora son muchas más las personas
que están prendidas a las ubres del presupuesto; y se-
gundo, que antes los mandatarios eran designados por el
gobierno federal a través de la Secretaría de Gobernación,
y ahora lo son, siempre por el gobierno del centro, pero a
través de la aplanadora del partido oficial.
336
Contrastes

No cabe duda: Vox Populi, Vox Dei.

337
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

Podredumbre en el Gobierno
de Baja California
25 de diciembre de 1954

La serie de desaciertos y la inmoralidad imperante en


las altas y bajas esferas gubernamentales de Baja Califor-
nia han creado al gobierno estatal un ambiente desfavo-
rable que va a acabar por romper la indispensable armo-
nía y la necesaria colaboración que deben existir entre las
autoridades y el pueblo.
Es indescriptible el malestar y la inconformidad que
el pueblo bajacaliforniano experimenta ante los desacier-
tos y la ola de inmoralidades de que se acusa a algunos
funcionarios públicos sin que el gobernador del Estado
ponga remedio a la situación caótica que se ha venido
creando aquí en donde muchas personas llegamos a creer
ingenuamente que Baja California iba a constituir un Es-
tado modelo que serviría de ejemplo y de guía a sus 28
hermanos mayores que junto con él forman la República
Mexicana.
¡Qué distinta y qué amarga está resultando la reali-
dad! Y ante ésta, los habitantes de Baja California ya nos
hemos convertido más modestos en nuestras aspiracio-
nes; ya no queremos que esta entidad sea un Estado mo-
delo. Ahora solamente nos conformamos con que sea a
secas un Estado más, un Estado en el que el gobierno

338
Contrastes

sepa ponerse a la altura de los merecimientos y de las


aspiraciones de sus gobernados.
Las acusaciones y las protestas contra el Gobierno se
manifiestan por doquiera y de la manera más variada;
ora por medio del chiste mordaz que asegura que cuando
la policía se encuentra acuartelada deja de haber robos en
la ciudad; ora por medio de los letreros soeces con los
que cubren los retratos del gobernador Lic. Braulio Mal-
donado que fueron pegados por toda la ciudad con moti-
vo de la serie de festivales organizados por el Gobierno
para conmemorar su primer aniversario; ora abstenién-
dose el pueblo de concurrir a la feria que el propio Go-
bierno organizó en Tijuana con el mismo motivo, a pesar
de la lluvia de protestas que originó; ora propalando iró-
nicamente la noticia de que los miembros del Comité Pro-
Estado Libre que funcionó en Baja California cuando esta
Entidad era un Territorio Federal están considerando ya
seriamente la conveniencia de convertirse en Comité Pro-
Territorio Federal para luchar por la desaparición del
Estado Libre; ora por medio de viriles artículos periodís-
ticos y jugosos comentarios que publican los diarios que
se editan en la localidad.
Pero la acusación más seria que se ha formulado has-
ta hoy, la que indudablemente ha sido la más grave, al
mismo tiempo que la más autorizada, concisa e irrefuta-
ble, por provenir de quien proviene, es la escandalosa
denuncia que por medio del periódico Noticias que se
imprime en esta ciudad, lanzó públicamente hoy domin-
go el Jefe de la Policía Judicial del Estado, capitán Alberto
Moreno Olaguíbel.
Es muy probable, dada la gravedad de la denuncia,
que pronto surjan aclaraciones y una que otra rectifica-
339
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

ción; pero de todos modos, la opinión pública de Baja


California se encuentra desalentada y víctima de una
náusea incontrolable ante la pústula que el Jefe de la Po-
licía Judicial acaba de poner al descubierto.
Después de proclamar que quiere que “el pueblo de
Baja California se entere de la realidad de las cosas”, el
capitán Moreno Olaguíbel, según publica el diario Noti-
cias, asegura textualmente que “hay un desorden general
en el Gobierno, pues no se sabe quién es quién, ya que
todos mandan y disponen, sin que el Gobernador ponga
el remedio y a quien es difícil localizar para plantearle
cualquier problema”.
Insiste, asimismo el capitán Moreno Olaguíbel en que
“gracias a la protección oficial que reciben los explotado-
res, florece el vicio en la ciudad de Mexicali”.
Pero en donde el Jefe de la Policía Judicial del Estado
hace la más grave de las acusaciones, es en la parte en
que denuncia públicamente (textual) “que el dinero que
se cobra en los centros de vicio de Mexicali, Capital del
Estado de Baja California, se divide entre el Presidente
Municipal, Sr. Rodolfo Escamilla Soto, el Procurador de
Justicia del Estado, Alberto Elizondo Villarreal y el Co-
mandante de la Policía, señor Paniagua, que es el encar-
gado de recoger el dinero que otorga patente de impuni-
dad a los explotadores del vicio”.
Yo me niego a creer que sea cierta tamaña aberración;
pero si las investigaciones que ordene el Gobernador Lic.
Maldonado demuestran que es una realidad la escanda-
losa denuncia del Jefe de la Policía Judicial del Estado,
pocas veces, como en esta ocasión, cobraría tanto relieve
aquello de poner las llaves de la Iglesia en manos de Lu-
tero. Sí, pocas veces porque en muy contadas ocasiones
340
Contrastes

ha de haberse denunciado, como ahora lo ha hecho el


capitán Moreno Olaguíbel, un contubernio como el exis-
tente nada menos entre el Comandante de la Policía, el
Presidente Municipal de Mexicali y el Procurador de Jus-
ticia del Estado de Baja California y los explotadores de
los vicios.
Triste condición a la que están conduciendo a este Es-
tado las inmoralidades y los desaciertos gubernamenta-
les. Triste condición y más triste aún el futuro de esta
Entidad en la que los habitantes ciframos tantas esperan-
zas. Triste condición sí, es necesario repetirlo hasta el
cansancio, pues al romperse la armonía entre el gobierno
y el pueblo el caos surgirá en los aspectos más importan-
tes de la vida bajacaliforniana, ya que es necesario recor-
dar, ahora más que nunca, que en la relación entre go-
bernantes y gobernados, “cuando los de arriba pierden la
vergüenza, los de abajo pierden el respeto”.

341
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El Gobierno y la
Iniciativa Privada
Enero de 1965

Ante las exigencias de esta ciudad, cada vez mayores


en todos y cada uno de sus diversos aspectos, la iniciativa
privada de Tijuana ha sabido responder con creces a los
anhelos de la colectividad. No exagero al afirmar que
aquí tenemos algunos servicios que es muy difícil que
sean superados en otras ciudades de nuestro país, inclu-
yendo a la propia Capital de la República.
En efecto, el servicio de gas de Tijuana resiste todas
las comparaciones posibles: existen dos compañías que
surten a la ciudad con una eficacia insuperable, pues
mientras una de ellas posee una verdadera flota de ca-
miones equipados con servicio de radio que patrullan la
ciudad durante todo el día y toda la noche de un modo
tal que cinco minutos después de haber pedido por telé-
fono un tanque, el empleado se encuentra instalándolo en
la casa, la otra compañía suministra el gas por medio de
una tubería subterránea con tomas domiciliarias, lo que
otorga el máximo de eficacia y de comodidad a sus usua-
rios.
El servicio que proporcionan las gasolineras de la
ciudad es también como para enorgullecerse de él: gran-
des y en ocasiones lujosas instalaciones que de noche
lucen bellísima iluminación, con numerosas y relucientes
342
Contrastes

bombas de gasolina, con todos los servicios de engrasa-


do, lubricación y lavado en magníficas condiciones y con
suficientes empleados que materialmente asaltan al
vehículo apenas éste se detiene, pues mientras uno llena
el tanque de gasolina, otro mide el aceite y el agua del
motor, mientras otro más limpia afanosamente los para-
brisas.
Tijuana cuenta asimismo con una lavadora automáti-
ca de automóviles, que en cosa de cinco minutos deja
limpio cualquier coche, por sucio que éste se encuentre.
Los automóviles hacen cola, y admira ver cómo entran al
departamento de aspiradoras en donde asean los cojines
y cómo sigue luego el auto solo, por medio de una cade-
na giratoria, por los demás departamentos, en donde lo
mojan, lo enjabonan y lo enjuagan y secan en seguida,
para salir por el otro extremo totalmente desconocido en
menos tiempo que el que un limpiabotas utiliza para dar-
le lustre a un par de zapatos. Ignoro que en otra ciudad
de la República exista un servicio semejante.
Los ejemplos anteriores demuestran que la iniciativa
privada de Tijuana ha sabido responder a las exigencias
de la población. Y no es esto nada más: ante la necesidad
de mejorar el atractivo de los diversos comercios, los
anuncios luminosos se han multiplicado de tal manera
que la Avenida Revolución durante las noches presenta
un aspecto tan extraordinario por sus incontables anun-
cios lumínicos, que difícilmente puede ser superada en
otro lugar de nuestra Patria.
Sigamos observando: ante la cuantía de las operacio-
nes mercantiles, la iniciativa privada ha respondido esta-
bleciendo nueve bancos, con edificios adecuados y servi-
cio muy eficaz; ante la necesidad creciente de la publici-
343
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

dad de los negocios, se han instalado en Tijuana nueve


estaciones radiodifusoras y una planta de televisión.
Además existen cinco periódicos diarios, que si bien dis-
tan mucho de alcanzar, por ejemplo, la calidad del Diario
de Yucatán, representan de todos modos el esfuerzo de
un puñado de periodistas que pugnan por orientar a la
opinión pública.
Mueblerías enormes; carnicerías dotadas de magnífi-
cos aparatos de refrigeración; mercados en los que el
cliente se sirve solo, al estilo norteamericano; hoteles y
auto courts por todos lados; lecherías que surten a la ciu-
dad de leche pasteurizada y homogenizada como ya qui-
sieran muchas poblaciones más importantes; restaurantes
con servicio en el propio automóvil, conocidos aquí con
el nombre en inglés de drive in, e infinidad de giros co-
merciales que sería interminable enumerar.
Pues bien: ante este vigoroso impulso que la iniciativa
privada le ha proporcionado a la ciudad en la órbita de
sus atribuciones, ¿de qué manera ha respondido la serie
de gobiernos que hemos tenido? En otras palabras: ¿en
qué condiciones se encuentran los servicios públicos de
Tijuana que caen dentro de la jurisdicción gubernamen-
tal?
Veámoslo: en Tijuana no hay ningún parque infantil
ni centro de recreo de ninguna clase; no hay audiciones
públicas, ni sala de conciertos, ni teatro al aire libre, no
hay gimnasio, ni un estadio que tanto necesita nuestra
juventud; no existe ningún paseo y en ninguna de las
numerosas colonias de la ciudad hay parque públicos; no
existe ningún museo, ni tampoco una biblioteca que pue-
da llamarse tal. No; nada de esto existe en Tijuana; pues
todos los gobiernos bajacalifornianos han permanecido
344
Contrastes

sorprendidos ante el clamor de la sociedad que pide a


gritos el establecimiento de tantos servicios indispensa-
bles de los que nos encontramos ayunos.
Cierto es que los gobiernos anteriores instalaron los
servicios de agua y de drenaje, pavimentaron las princi-
pales calles de la ciudad y organizaron el tránsito de los
vehículos de una manera conveniente; cierto es también
que contamos con el heroico cuerpo de bomberos, que a
pesar de la penuria en que se debate por los raquíticos
sueldos que devengan sus empleados, cumplen a satis-
facción su cometido; pero es difícil aceptar que alguno de
estos servicios pueda con nuestra ciudad.
Ahora bien: en los dos renglones en los que el Go-
bierno ha demostrado más indiferencia y apatía, a pesar
de su importancia, que nadie puede negar, es en los rela-
cionados con la instrucción pública y con los servicios
asistenciales; o dicho de otro modo: con los colegios y con
el Hospital Civil de la ciudad.

345
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

El Hospital Civil de Tijuana


Enero de 1955

En Tijuana nadie ignora las condiciones desastrosas


que desde hace tiempo imperan en el funcionamiento de
su Hospital Civil, ni tampoco la verdadera penuria en la
que se debate angustiosamente ese único nosocomio,
como la falta de personal, de presupuesto, de equipo, de
organización y falta de responsabilidad que forman un
todo deplorable que ha conducido al único centro hospi-
talario con que cuenta la ciudad, a un funcionamiento tan
defectuoso, que prácticamente se puede asegurar, sin
temor a incurrir en exageraciones, que las clases humil-
des de Tijuana se encuentran desamparadas en el vital
renglón de los servicios asistenciales.
Afortunadamente, existe ahora la impresión de que el
Gobierno del Estado se ha echado a cuestas la difícil tarea
de poner al Hospital Civil de Tijuana a la altura que la
ciudad se merece. Cuando menos, así parece indicarlo el
importante hecho de haber solicitado y obtenido la des-
coordinación de los servicios de Salubridad y Asistencia,
como un primer paso hacia lo que hasta el momento nos
sigue pareciendo un sueño irrealizable: que el Hospital
Civil cumpla como es debido con la delicada misión para
la cual fue edificado.
Al descoordinarse los servicios de Salubridad y Asis-
tencia, el Gobierno local tendrá a su cargo el sostenimien-

346
Contrastes

to y la administración de todos los hospitales del Estado


de Baja California que, de este modo, podrán quedar en
condiciones de servir mejor al público que lo solicite, ya
que es de suponerse que una buena parte de los 61 millo-
nes de pesos que recaudará este año el Gobierno estatal
servirán para el mejoramiento y la modernización de los
nosocomios bajacalifornianos, que ahora dejan tanto que
desear.
No se explica de otro modo que el señor Gobernador
haya escuchado la voz del Colegio de Médicos de Tijua-
na, que en su oportunidad opinó que la descoordinación
que ahora se ha llevado a la práctica era indispensable,
como un primer paso, para conseguir que terminara la
anarquía que desgraciadamente ha existido desde hace
mucho tiempo en el Hospital Civil Miguel Alemán 22 .
Aunque si el Lic. Braulio Maldonado no piensa dotar al
Hospital Civil de Tijuana del presupuesto que le permita
funcionar como es debido, de nada servirá la oportuna y
saludable medida de la descoordinación.
A propósito: cabe al Colegio de Médico Cirujanos
Gonzalo Castañeda de esta ciudad, el indiscutible mérito
de haber indicado al Lic. Maldonado la necesidad de que
su gobierno diera el trascendental paso que acaba de dar,
22
Aunque parezca inverosímil, no he exagerado nada sobre la preca-
riedad en la que funcionaba el Hospital. Los médicos pecamos de
ingenuos, porque desafortunadamente la descoordinacón no resolvió
ningún problema. Siguió faltando equipo, siguió faltando todo y, en lo
que a la planta de médicos se refiere, era tan insuficiente que, a pesar
de que el Miguel Alemán era un hospital oficial del Gobierno, la
Dirección aceptaba a médicos voluntarios cuyo número llegó a su-
perar a los de planta. Muchos años después, por fortuna, tuvo qué ser
derruido para construir en otro lugar al actual Hospital General de
Tijuana.

347
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

al ordenar que quede bajo su control directo y responsa-


bilidad exclusiva el funcionamiento del Hospital Civil de
Tijuana, renunciando a la colaboración económica que en
ese aspecto le proporcionaba la Secretaría de Salubridad
y Asistencia. Pero es necesario hacer notar que en la po-
nencia por medio de la cual hicimos la proposición alu-
dida, recalcamos que éste sólo sería el primer paso que el
Gobierno del Estado debería dar para lograr la urgente
rehabilitación de Hospital Civil de esta progresiva ciudad
fronteriza.
A los médicos de Tijuana nos satisface plenamente
que el Gobierno haya escuchado y aceptado nuestros
puntos de vista; pero esperamos ahora confiados y ansio-
samente que no se detenga en el primer paso aludido,
sino que prosiga dictando todos los acuerdos tendientes a
lograr que los hospitales bajacalifornianos se pongan a la
altura del Estado de Baja California, cuyos habitantes
seguimos propalando a los cuatro puntos cardinales que
tenemos el estándar de vida más elevado de toda la Re-
pública.
El pueblo de Tijuana, los periódicos locales y los mé-
dicos mismos, no hemos sabido aquilatar debidamente el
alcance de la tantas veces mencionada descoordinación
de los servicios de Salubridad y Asistencia; pero en mi
concepto, y este se lo he hecho saber a la opinión pública
tijuanense por medio de la prensa local, éste ha sido uno
de los pocos aciertos que, en lo que a Tijuana se refiere,
ha tenido el Lic. Braulio Maldonado desde que se hizo
cargo del gobierno. Si como muchos esperamos éste sólo
representa el primer paso tendiente a la inaplazable
rehabilitación de los centros hospitalarios que hoy están

348
Contrastes

deplorablemente abandonados y ayunos de casi todo lo


necesario.

349
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

350
Contrastes

Cartonlandia
Mayo de 1955

Aunque parezca paradójico, no lo es.


Víctima de su propio explosivo desarrollo, Tijuana
sufre la presencia en su seno de una zona precaria en
grado máximo. Me refiero a Cartolandia.
Todas las ciudades que son un atractivo polo de desa-
rrollo a la que llegan ingentes oleadas de personas pro-
cedentes de todas partes en busca de una vida mejor, ven
crecer cinturones de miseria en los que se apretujan los
más desamparados, los más vulnerables, los más pobres
entre los pobres, resignados a vivir en casuchas improvi-
sadas sin ningún servicio en donde reinan la inseguridad,
el hacinamiento y la promiscuidad.
Esto no es nuevo. Ya en el opulento París existió del
siglo XVIII “la corte de los milagros”. Hoy en Caracas
existen los ahí llamados “ranchos” y en Río de Janeiro las
”favelas”. Aquí nosotros tenemos a Cartolandia, bautiza-
da con ese nombre porque las casuchas, todas ellas mate-
rialmente una junto a otra, están hechas con pedazos de
cartón que son recogidos de la basura…
Pero Cartolandia no se encuentra escondida en los ce-
rros, como los ranchos venezolanos ni alejados del sector
turístico como las favelas brasileñas. Cartolandia tiene su
asiento casi en el primer cuadro de nuestra ciudad en lo
que hoy es parte del lecho del Río Tijuana, y puede ser
vista desde el Puente México, paso obligado para llegar a

351
Tijuana y el Sur de California en los Años 1950

la Avenida Revolución. Es una deplorable postal de re-


cepción para muchos turistas que se solazan activando el
“clic” de sus cámaras fotográficas para llevarse como
recuerdo la peor cara de Tijuana.
Yo no soy sociólogo ni urbanista, pero como nuevo ti-
juanense que ya me siento, lamento que Cartolandia haya
crecido en las condiciones tan deplorables que hoy nos
avergüenzan. Hay voces que claman por su regeneración.
Pero Cartolandia no puede ser regenerada porque no hay
nada rescatable en ella. Lo más sensato es destruir todas
sus pocilgas y reubicar a sus moradores, no para escon-
der la basura debajo de la alfombra, sino para que su re-
ubicación genere una mejor calidad de vida para sus ac-
tuales habitantes a los que se les proporcionen casas, por
más modestas que sean; pero con un mínimo de servicios
que les permitan llevar una vida digna.
Mientras tanto, permítaseme la metáfora, para mí,
mientras exista Cartolandia, Tijuana será un joven atleta
vigoroso con una pústula en el rostro23.

23
Cartolandia desapareció definitivamente en la época de
Echeverría con la canalización del Río Tijuana, aunque ahora
sigue siendo un problema no resuelto la presencia de centena-
res de indigentes en el llamado “el bordo”, dentro las alcantari-
llas del propio río canalizado.

352

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