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JE A N -M A R IE S C H A E F FE R

Pequeña ecología
de los estudios literarios
Por qué y cómo estudiar la literatura?
Traducción de
Laura F ó lica
JEAN-MAR1E SCHAEFFER

PEQUEÑA ECOLOGÍA
DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS
¿Por qué y cómo estudiar la literatura?

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


México - Argentina - Brasil * Colombia - Chle - Esmña
Estados Unidos de America - Guatemala - Perú - Venezuela
Primera edición en francés. 2 0 ) 1
Primera edición en español, 2 0 1 3

Schaefler. Jean-Marie
Pequerta ecología de los estudios literarios: ¿por qué y
cóm o estudiar la literatura?. - la ed. - Buenos Aires : Fondo
de Cultura Económica. 2013.
126 p . ; 2 1 x 1 4 cm. - (Lengua y estudios literarios)

Traducido p o r Laura Fólica


ISBN 9 7 8 -9 5 0 -5 5 7 -9 6 9 -3

1. Estudios Literarios. I. Fólica. Laura, trad. II. Título


CDD 8 0 1 .9 5

Armado de tapa: Juan Pablo Fernandez


Foto de solapa: colección del autor

Título original: Peate ¿colegie des ¿ludes HiUraires. Pourquoi t i tom nura
¿tudicr la litlíraturr?
ISBN de la edición original: 9 7 8 .2 -3 6 2 8 0 -0 0 1 -6
C 2 0 1 1 . T hieny Marchaisse
Publicado por acuerdo con la Agenda Literaria Pterre Astier 6r Assodés
TOOOS LOS DERECHOS RESERVADOS

D.R. O 2013, Fonoo oe Cultura Económica de Argentna, S A


El Salvador 5 8 6 5 ; C I4 1 4 B Q E Buenos Aires. Argentina
fondo@íce.com .ar / www.fce.com.ar
Carr. Picacho Ajusco 227; 14738 M éxico D.F

ISBN: 9 7 8 -9 5 0 -5 5 7 -9 6 9 -3

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Impreso en Argentina - P rimad in Argentina


Hecho el depósito que marca la ley 11.723
índice

Advertencia..................................................................................... 9

i. ¿Crisis de la literatura o crisis de los estudios


literarios?............................................................................... 13
n. Pequeña ecología de las ciencias humanas....................... 21
ui. Los dos modelos de estudios literarios................................ 39
iv. Descripción y normatividad............................................... 53
v. Descripción, comprensión y explicación: un enfoque
filosófico................................................................................. 61
M. Intencionalidad y texto........................................................ 83
vu. Para una nueva ecología cultural: algunas modestas
proposiciones......................................................................... 103

Indice de nombres........................................................................... 123

iN otce ► 7
Advertencia

V ivimos en una época a la que le agradan los lamentos. El subtí­


tulo de mi reflexión parece indicar que me propongo entonar la
misma canción: un anuncio mortuorio de los estudios literarios
y de su objeto -la literatura- condenados al declive en un mundo
que, según nos dicen, se vuelve cada vez más hostil a la cultura
en general y a la literatura en particular.
A decir verdad, esta queja no es propia de nuestra época:
forma parte de los ejercicios obligados de nuestras Humanidades
desde hace lustros. Sin embargo, que sea una figura recurrente
no la descalifica como tal. El siglo xx europeo ha conocido al
menos dos regímenes políticos, el nazismo y el comunismo, que
se tradujeron en una derelicción cultural asombrosa. Pero pre­
cisamente estas dos formas de régimen totalitario no han tenido
nada que ver con las sociedades occidentales actuales, y esto
deberla hacemos sospechar de entrada cuando se las acusa del
mismo crimen. ¿Realmente es posible discernir en nuestras so­
ciedades los signós de semejante derelicción? No lo creo. Desde
luego que las vías actuales de la cultura humanista ya no son sin
duda (únicamente) las de la educación clásica. Pero otras formas
han aparecido, y merecen que les acordemos el mismo crédito,
y la misma indulgencia, que a las antiguas, que además tampoco
quedan excluidas.
En particular, nada indica que el futuro de la literatura esté
amenazado, aun si el lugar relativo que ocupa en la vida cultural
seguramente no es el mismo que hace algunas generaciones. Esto
se debe al hecho de que otros sopones, como el cine, aseguran
ahora y en adelante una pane de sus funciones sociales anterio­
res. Pero, en cifras absolutas, nunca se han leído más obras lite­
rarias como en nuestros días. Y nada indica que los lectores con­
temporáneos sean menos exigentes y sensibles que los lectores
del pasado.

ADVERTENCIA ► 0
Entonces, ¿por qué esta constatación de una crisis? Mi hipó*
tesis es que la supuesta crisis de la literatura esconde una crisis
más real, la de nuestra representación erudita de "La Literatura"
(veremos además que este término está en el centro del problema).
En síntesis, si acaso hay crisis, se trata más bien de una crisis de
los estudios literarios. Triple crisis, en realidad, que afecta a la vez
la transmisión de los valores literarios, el estudio cognilivo de los
hechos literarios y la formación de los estudiantes de literatura.
De hecho, habría que decir más bien que se trata de un nuevo
acceso de crisis, puesto que los estudios literarios tienen la extraña
particularidad de presentar un perfil histórico ciclotímico, que
hace pensar en un síndrome maníaco-depresivo: periodos de exal­
tación cognitiva irreflexiva se alternan con periodos de pesimismo
escéptico tan poco justificados como los primeros. Esta oscilación
permanente entre dos extremos nos impide medir los importan­
tes progresos en el conocimiento de los hechos literarios, en es­
pecial, desde comienzos del siglo xix. Y estos progresos no tienen
que ver exclusivamente con una acumulación de nuevos saberes
eruditos (lo que tampoco está mal), sino también con una pro*
fundización de nuestro conocimiento. Así comprendemos mejor
que nuestros antecesores la importancia de la creatividad verbal
- y entonces también de la literatura, que es una de las regiones
de esta creatividad- en la vida de los hombres y de las sociedades.
Partiendo de esta doble constatación y adoptando un punto
de vista sin duda más filosófico que literario, este opúsculo se
propone un doble objetivo: remontar a las raíces del carácter
históricamente recurrente de la crisis de los estudios literarios,
pero también mostrar que el pesimismo cognitivo al que parece
conducir esta situación no está en absoluto justificado. Es evidente
que son dos empresas que no podríamos desarrollar en algunas
páginas, pero espero al menos convencer al lector de la impor­
tancia real de su apuesta. Ésta supera por mucho la pregunta por
el destino de los estudios literarios. Si admitimos, en efecto, que
lo que llamamos “literatura", aquí y hoy. constituye, bajo otras
figuras, una importante realidad de la vida de todos los hombres,
de todas las sociedades humanas, entonces el destino de los e$-

10 ■< P IQ U IÑ A ECOLOGIA D£ LOS ESTUOtOS LITtM IUO S


ludios literarios es de suma importancia para el conjunto del
campo de las ciencias humanas y sociales; y una mejor compren­
sión de los hechos literarios contribuye justamente al conoci­
miento de lo que somos y de lo que podemos ser.1

1 Este texto, nacido de una conferencia pronunciada en 2 0 0 5 , ha evolucio­


nado mucho desde entonces, pero conserva las marcas de su origen relacionado
con un pedido extemo. Si tiene -tal como espero- menos defectos que en un
comienzo, esto es posible gracias a loana Vuhur, quien me llevó a revaluar los
aportes fundamentales de la hermenéutica filosófica. También les debo mucho
a Esteban Buch y a Nathalie Heinich, que me ayudaron a aclarar la distinción
entre descripción y normatividad, a Manelie Macé, que me abrió los ojos sobre
el estatus de la lectura com o experiencia propia, a Philtppe Roussin y a Annick
LouU, con quienes discutí mi visión sobre los estudios literarios, asi como a
Thieny Marchaisse. que releyó el manuscrito como filósofo. Por desgracia, los
defectos y puntos flojos que aún subsisten quedan bayo mi entera responsabilidad.

ADVERTENCIA ► 11
I. ¿Crisis de la literatura o crisis
de los estudios literarios?

Q ue el futuro de la literatura no esté actualmente amenazado,


contrariamente a lo que indica una leyenda tenaz, es una hipó­
tesis que puede valerse de una sencilla constatación: nunca antes
en la historia de la humanidad se ha leído tamo como hoy La pri­
mera razón es que nunca ha habido una proporción tan grande
de la humanidad que supiera leer y escribir. Esto vale primero
para Francia y Europa. El hecho de que subsistan algunas bol­
sas de analfabetismo en las sociedades francesa y europea, o que
haya algunos rebrotes localizados de iletrismo. no alcanza para
hacer olvidar que la tasa de alfabetización de las generaciones
actuales es por lejos superior a aquella de finales del siglo xix.
La constatación incluso es mucho más válida a nivel mundial:
desde mediados del siglo xx, el desarrollo del acceso a lo escrito
ha sido exponencial en todas partes del mundo.
La expansión actual de Internet se inscribe en esta progre­
sión. Tiene a la vez un efecto y una causa: un efecto, porque el
dominio de la herramienta de información en línea presupo­
ne que uno sepa leer y escribir; una causa, en la medida en que
el acceso técnico a Internet es en si mismo un catalizador para el
manejo de la lectura y de lo escrito. Esta eminente virtud cultural
de un avance en un comienzo tecnológico (e incluso puramen­
te militar), por más que se oponga a las evidencias tecnófobas,
no es menos real. De ahí proviene una primera confusión que
conviene evitar. Pues si la lectura y lo escrito no ocupan el
mismo lugar en la vida cultural que hace algunas generaciones
atrás, esto no significa que ocupen un lugar m enor. Se han
desplazado y este desplazamiento es indisociable de lo que,
lejos de ser un declive de lo escrito, corresponde a un poderoso
ascenso.

¿CM S* DC LA UHftATUftA O O U $* DE LOS ESTUDIOS UTEMMOSl ► 15


Desde luego que las prácticas literarias han competido desde
el comienzo del siglo xx con otros soportes y otras formas artísti­
cas. En ese sentido, el cine constituye hoy el soporte principal de
la creación ficcional. Pero esto no significa que el cine haya redu­
cido la importancia de la ficción literaria. La invención del cine
más bien ha extendido el dominio de la creación ficcional como
tal: globalmente ‘consumimos" muchas más ficciones que lo que
se hacía en el siglo xix. El hecho de que la mayoría de estas ficcio­
nes sean de orden cinematográfico no significa, pues, que la ficción
literaria haya disminuido su importancia, ni desde el punto de
vista cuantitativo ni, por supuesto, desde el punto de vista cuali­
tativo. Se puede constatar algo parecido a propósito de la poesía.
A menudo se oyen quejas de que la poesía ha perdido público. Sin
embaigo, a mi entender, ningún estudio cuantitativo viene a co­
rroborar esta afirmación, e incluso todo hace pensar lo contrario.
Al menos si se acepta la idea de que la canción, que es una de las
formas más antiguas y más universales de la poesía, y también,
desde el invento del registro sonoro, su forma más prolífica. tiene
que ver absolutamente con la poesía y, entonces, con la literatura.
Como lo observaba Paul Zumihor, si bien a veces aceptamos re­
conocer (es cierto que de la boca para afuera) la importancia de
las tradiciones orales en las "civilizaciones arcaicas" y en las "cul­
turas marginales", nos resulta, en cambio, "difícil convencemos de
que éstas también impregnan nuestra propia cultura*.1 Y al decir
esto, Zumihor pensaba justamente en las canciones, señalando a
su vez como motivo central del desconocimiento en el que están
inmersas: nuestra "noción de literatura” como práctica destinada
“a la búsqueda de su propia identidad" y que plantea "irrecusable­
mente un absoluto literario".*
Sin embargo, quienes se lamentan por la decadencia de la
cultura titeraría -y al mismo tiempo, a veces, la decadencia de

1 Paul Zumtbor, ínlrvduction á la p otáe órale, Parts. Scutl, 1983, p. 10 (liad,


esp : fn¿reducción a Ia poesía oral, trad. de Marta Concepción Carda Lomas. Ma­
drid. Taurus, 19911.
’ flnd-.p. 25.

14 4 PEQUCÑA ECOLOGÍA D€ IO S CSTU&0$ UTÜW W OS


la cultura a secas- no por eso niegan que haya un aumento glo­
bal de las prácticas de lectura y escritura. Sostienen más bien
que este desarrollo “guiado" por la tecnología y la “masticación",
lejos de beneficiar a la literatura, la traiciona. Según esta visión,
los nuevos lectores no leen la “verdadera" literatura, sino ersatz,
que no son más que manifestaciones de la incultura de masas que
caracterizarla a las sociedades contemporáneas. En lugar de leer
a Joyce o Musil, leen bcsi seliers superficiales y estereotipados;
en lugar de leer y aprender de memoria los versos de Ronsard o
Mallarmé, escuchan y aprenden de memoria las canciones que
les pasan todo el tiempo la radio o la televisión.
Por desgracia, no hay dudas de que la incultura acecha cual­
quier sociedad. Pero se necesita una buena dosis de mala fe para
sostener que la forma de democracia social y política en la que
ciertos pueblos tienen la suerte de vivir (y de la que también
nosotros, pueblos europeos, formamos pane) favorece la in­
cultura. De nuevo aquí la comparación con la experiencia de
los regímenes totalitarios, o incluso "simplemente" autorita­
rios, deberla inducir a contenemos. En cambio, sí es cieno que
la dinámica de democratización, que caracteriza a nuestras
sociedades desde el siglo xix, no ha cesado de reconfigurar las
relaciones entre la alta cultura y la cultura vernácula. Con el
correr del tiempo, éstas se han vuelto u n permeables la una de
la otra, y en ambos sentidos, que, cuando uno se pregunta so­
bre las modalidades de creación de la cultura, y no sólo sobre
las de su transmisión, tal distinción se vuelve inservible, si es
que alguna vez sirvió, para describir correctamente las prácticas
en cuestión. Cultura erudita y cultura vernácula no dejan de
alimentarse mutuamente.
Esto vale también para la literatura. En efecto, se tiende a
reducir la “cultura literaria" a una de las representaciones ins­
tituidas, según la cual "La Literatura* aparece como una realidad
autónoma y cerrada sobre sí misma. Esta visión canónica ha
sido implementada por el modelo educativo segnegacionisui del
siglo xix y continúa dando sobrada forma a nuestras represen­
taciones actuales de la literatura. Ahora bien, convendría partir

¿CRISIS O i U LITERATURA O CRISIS DE LOS ESTUOK* LITERARIOS? ► 15


de una concepción más generosa de lo literario según la cual
esto responde, en primerísimo lugar, a un uso especifico de los
textos: su uso estético. A decir verdad, incluso esta concepción
ampliada no es del todo conveniente, por razones que veremos
más adelante, pero permite al menos una clasificación más cohe­
rente desde el punto de vista descriptivo. Quizá se me objete que
esta clase, definida funcionalmente (por el uso), reagrupa ele­
mentos heterogéneos en términos de éxito, ambición, profun­
didad, poder de verdad, etc. Pero precisamente ahí es donde se
sitúa la ventaja de la concepción no segregacionista, al menos
por tres razones.
Primero, y esto alcanzarla para preferirla a la definición se-
gregacionista, este enfoque pone entre paréntesis los valores li­
terarios propios de quien realiza la investigación. Está claro que
no niega que la literatura sea un hecho de valor -cosa que es in­
trínsecamente-, pero, desde un punto de vista descriptivo, el ob­
jeto pertinente es el campo en el que estos valores se construyen
y entran en conflicto. Es poco probable que la limitación de este
campo al del valor estético acabe teniendo la última palabra en el
asunto, pero más allá de lo que ocurra con su validación empírica,
la concepción no segregacionista se ubica al menos en un terreno
de validación o refutación, cosa que no sucede con la concepción
segregacionista.
En segundo lugar, cuando se adopta una perspectiva nor­
mativa sobre la literatura (o sea la de un usuario segregacionista),
esta misma sólo tiene sentido si se la formula partiendo de una
delimitación no segregacionista de lo literario. En efecto, que el
"gusto” literario pueda cultivarse es algo presupuesto por la pro­
pia lógica de la normatividad: una norma no tiene sentido más
que si uno puede alejarse de o acercarse a ella. Pero si acaso
existiera una diferencia de naturaleza entre la cultura literaria
erudita y las formas más vernáculas, dejaría de entenderse cómo
un individuo puede pasar de unas a otra en su etapa formativa,
a no ser por algún misterioso acto de conversión. Concretamente:
si se plantea una ruptura ontológica entre el vasto campo de la
literatura de "entretenimiento” y la literatura "sería”, no se entiende

16 < PtQUCÑA ccología de los ESTUDIOS LITERARIOS


cómo un nifto pasa de sus lecturas infantiles a sus lecturas de la
adultez.
Por último, una concepción segregacionista de lo literario
es incapaz de explicar cómo ciertas obras, consideradas al co­
mienzo como fuera del campo de la literatura '‘sería*, terminan
forzando sus puertas con el paso del tiempo (ju\io Verne. Karl
May o Dashiell Hammett, para nombrar sólo a algunos autores).
En síntesis, sólo si se identifica la cultura literaria con su
delimitación segregacionista es que se puede hablar de crisis de
la literatura. Pues los llorones y otros dedinólogos seguramente
tienen razón en un punto: si se entiende por "Literatura* la re­
presentación de los hechos literarios que fue una pieza estratégica
del modelo educativo de las Humanidades -p o r lo tanto, del
estudio de las lenguas clásicas, la filología, la filosofía, la historia
del arte y la literatura-, tal como se instituyó a lo largo del si­
glo xix, entonces sí. ésta ha emprendido la retirada. E incluso
cabe agregar que tal situación no data de ayer: "La Literatura" está
en crisis al menos desde el comienzo del siglo xx, bajo el triple
empuje del desarrollo de las ciencias sociales, la propia acción de
la creación literaria y la evolución general de la historia y la cul­
tura. Pero lo que sobre todo hay que ver bien aquí es que, si existe
una crisis, en tal caso, se trata primero de la crisis de los estudios,
y no de las prácticas literarias. Esto se debe al hecho de que la
representación segregacionista de "La Literatura* continúa fun­
dando, en gran parte, la autolegitimación de los estudios literarios.
En efecto, es fácil admitir que los estudios literarios están
en crisis. Lo prueba, entre otras cosas, la pérdida de crédito
social de la orientación literaria en los liceos. Es posible lamen­
tarse por ello, pero es un gesto vano, puesto que esta situación
no es más que la traducción mecánica del desfase existente entre
la orientación literaria y la sociedad, tanto en términos de com­
petencias profesionales como de atractivo cultural. Esto no tiene
nada de sorprendente: después de todo, el modelo sobre el que
se basa dicha orientación fue establecido en el marco de una
sociedad mucho más jerarquizada que la nuestra, incluyendo el
campo de las conductas estéticas. Desde ya que es lamentable

¿CRISIS DC LA LITERATURA O OUStS OC LOS t$TUO*OS UTCRa RKXT ► 17


que los estudios literarios nos digan tan poco sobre esta cuestión,1
sobre la invención histórica de su objeto y de su discurso de
autolegitimación. puesto que 'La Literatura" es. en primer lugar,
una noción escolar que justamente se implanta y mantiene a
través del sistema educativo.
En todo caso, la sociedad que instituyó "La Literatura" no
es más la nuestra. La cultura de lo escrito era en ella un bien
relativamente escaso, a menudo un privilegio y a veces una
oportunidad de promoción social. Hoy ya no es más asi. y hay
que ser ingenuo para pensar que esto no tiene consecuencias
en el nivel de la transmisión cultural y. sobre todo, de la deli­
mitación de la cultura literaria. En resumen, estoy convencido
de que si los estudios literarios están en problemas, no es porque
su objeto se vea amenazado por la explosión de la incultura,
sino más banalmente porque confunden su objeto con una de
sus institucionalizaciones pasadas.
Para ser más preciso, los estudios literarios están en crisis
porque son incapaces de hacer el duelo de ese pasado, lo que no
significa hacer el duelo de las obras del pasado -estas obras sólo
piden vivir, incluso en la Escuela, por poco que se les acondicione
un espacio habitable-, sino el de su propio pasado, por lo tanto,
el de su propia tradición erudita e institucional. A veces se tiene
la impresión de que este pasado - “La Literatura”- continúa siendo
muchísimo más entrañable para algunos que la realidad a la que
corresponde, es decir, la creación y los usos de las obras de ayer
y de hoy, sean éstas importantes o no, exitosas o no. presentes
en la memoria común o caldas en el olvido. Ahora bien, todas
estas obras son las que han contribuido a trazar el contorno de
los hechos literarios, incluyendo el de "La Literatura", siempre
que estemos de acuerdo en admitir que un canon se define tanto
por lo que excluye como por lo que incluye. Dicho de otro modo,
la crisis está ligada directamente a un cuestionamiento de la le­
gitimidad de los estudios literarios. Entonces, ¿para qué sirven

1 Dejo fuera b obra clásica de Antevine Compagnon, La Trofettm* RípuWújue


des Lettres. De Flaubert d Proust. Parts. Seuü. 1983.

18 < PtQUtÑA ECOiOGlA 0£ lo s estudios utw aw o s


ahora estos estudios si su supuesto objeto - “La Literatura”- se
desarticula como visión global de los hechos literarios y de su
lugar en la cultura contemporánea? Pero la crisis también tiene
una dimensión epistemológica, puesto que la desaparición de
“La Literatura'’ muestra precisamente el carácter normado y nor­
mativo de dicha noción, tratada hasta ahora, con una ingenuidad
a veces desconcertante, como un hecho empírico, e incluso como
un dato evidente. Al mismo tiempo, ya no se puede postergar
más la cuestión del estatus epistemológico de los estudios lite­
rarios: puesto que si éstos no describen ninguna naturaleza y no
son más que la construcción de una norma, entonces, ¿cómo
hay que concebirlos y qué se puede esperar de ellos?

¿CRISIS DC LA LITERATURA O CRISIS OC LOS ISTUOIOS LITERARIOS? ► 19


II. Pequeña ecología
de las ciencias humanas

P ara hacerseuna idea más clara de la situación actual, es indis­


pensable situar los estudios literarios en el marco más general
de las ciencias humanas. Puesto que las dificultades con las que
se topa nuestra disciplina están presentes, en buena parte, en la
mayoría de las otras ciencias.
Helga Nowotny es socióloga del conocimiento, pero también
dirige actualmente el European Research Council ( erc ) , dato que
resulta interesante para mi proposito.1Ella se ha preguntado, hace
algunos años, sobre las dificultades recurrentes que sufre la inte­
gración de las ciencias humanas en los programas, los marcos
metodológicos y los procesos de evaluación de la investigación a
nivel europeo.12 El diagnóstico de Nowotny se centra sobre todo
en las Humanidades, pero como lo muestran los trabajos de Tony
Becher en los que ella se inspira, resulta válido para la mayoría
de las ciencias humanas. Y si bien las dificultades en cuestión
revisten una gravedad particular a nivel de la política de la inves­
tigación europea -sobre todo porque ésta afronta directamente la
diversidad (sin entrar en este tema) de las tradiciones nacionales
en las disciplinas de las ciencias humanas-, seria un error ver allí
la simple traducción de la obsesión tecnócrata de las estructuras

1 El enees el organismo europeo de (mandamiento de la investigación. Su


objetivo es apoyar las investigaciones innovadoras para hacer entrar a la Union
Europea en la era de la “economía d d conocimiento*. Dado que dispone de
importantes medios financieros y que concede sus fondos a través de un pro­
cedim iento internacional de revisión por pares, este organism o ambiciona
estructurar, en un futuro cercano, lo esencial de la investigación europea de
p u n a en todas las disciplinas.
2 Helga Nowotny, "Humannies in European Research*, en twupou, mlm. 6 9 .
verano de 2 0 0 5 . pp. 28-31.

PEQUEÑA ECOLOGÍA DC LAS CIENCIAS HUMANAS ► 21


europeas de investigación. Una dificultad real es la que está en
cuestión, y es a la que se enfrenta cualquier evaluación del alcance
cognitivo de los proyectos de estudios en las ciencias humanas.
Esto queda demostrado por el hecho de que los trabajos clásicos
de Becher se retrotraen, al menos en sus primeras formulaciones,
a más de veinte años atrás y fueron realizados en un marco que
no estaba para nada relacionado con las políticas europeas.3
Los trabajos de Becher son conocidos sobre todo porque,
siguiendo un objetivo heurístico, comparan la vida de la inves­
tigación con la vida tribal. Según él, las diferentes disciplinas
científicas pueden ser concebidas como tribus que ocupan cada
una un territorio propio. Cada disciplina defiende su “patria*
contra los asaltantes del exterior, y algunas de ellas tratan de
invadir y de colonizar los territorios vecinos. Según Becher, y es
lo que me interesa aquí, estas tribus científicas se dividen en
varios tipos y no siguen la misma política cognitiva. Por un lado,
está lo que él denomina las “puré Sciences" (y que denominaré
“las ciencias” a secas), por el otro, las “puré humanities and soáal
Sciences” (y que denominaré “las ciencias humanas”).
Para Becher, como para Nowotny, lo que caracteriza la in­
vestigación científica es la existencia de un territorio fuertemente
interconectado y con gran densidad demográfica. Esto hace su­
bir el precio de las tierras -la inversión para entrar en la comu­
nidad de científicos- y genera una competencia permanente y,
al mismo tiempo, una maximización del control cognitivo cru­
zado. Para seguir con la metáfora ecológica y demográfica: la
investigación científica se desarrolla en un espacio urbano en
donde los cambios locales van teniendo cada vez más repercu­
siones en gran parte del territorio.
La ecología de las ciencias humanas es muy diferente: ocupan
un territorio mayormente rural, con un hábitat disperso entre

3 Tony Becher y Paul Trow kr. Academic Trtbes and Tcrrilories. Intellcctual
Enquiry and the Cuitare c f Disciplines. 2a ed.. Londres. Open Umversúy Press.
2001 lirad. esp.: Tribus y territorios acadtmtcos. Lo indagación w ttltctualy las
culturas de las disciplinas, irad. de Andrea Menegptto. Barcelona. Gedisa. 2001].

22 KQUÉÑA ECOtOCÍA OC LOS ESTUDK» LITERARIOS


múltiples valles y colinas aisladas unas de otras. Por eso, las es­
trategias de autodefensa y de autoafirmación difieren fuertemente
de las adoptadas en las ciencias. El proceso que se ofrece aquí de
forma muy natural no se basa en exacerbar la competencia cog-
nitiva ni tampoco el control cruzado, sino en recurrir a maniobras
de compartimentadón, de aislamiento. Esto no significa que no
haya competencia, sino que la competencia interindividual es
menos importante que la competencia entre grupos. Se traduce
de manera esencial en la creación y la desaparición, la ampliación
y el deterioro de nichos ecológicos sumamente singularizados y
que forman grupos aislados. Dicho de otro modo, las ciencias
humanas, a las que, no obstante, se les reprocha bastante a me­
nudo su “individualismo", obedecen mayoritariamente al prin­
cipio de selección de grupo y no al de la selección individual,
que prevalece en las ciencias.
Por otra parte, debido a razones contingentes pero que pue­
den juzgarse como desafortunadas, el nacimiento de las ciencias
humanas coincidió con la formación de las naciones y de los
nacionalismos, por lo tanto, con el declive del cosmopolitismo,
que caracterizaba el espacio científico europeo desde la Edad
Media. En su lugar, se asistió al nacimiento de las tradiciones
científicas fuertemente individualizadas por naciones. Este vuelco
fue demasiado tardío como para ejercer una influencia notoria
en el desarrollo de tas ciencias. Desde hacía tiempo que sus in­
vestigaciones eran transnacionales, y especialmente su campo ya
estaba unificado a través de la existencia de un sólido consenso
en tomo a los criterios de validación cognitiva y metodológica.
Seria erróneo reducir dicho consenso a una simple convención
social. Su establecimiento progresivo fue, antes que nada, el co­
rrelato de la dinámica intema de un enfoque singular aquel que
hace de la reproduciibilidad intersubjetiva de las pruebas y expe­
riencias la piedra de toque de la validación. Dicho de otro modo,
las ciencias se fundan sobre un acuerdo relativo al tipo de rela­
ciones que un discurso debe mantener con el objeto de estudio,
relaciones que han de poder reproducirse por fuera de la esfera
subjetiva de su autor, y que admiten la sanción de los hechos

K Q UCÑ A ECOLOGIA oe LAS CICNOAS HUMANAS ► 2 3


resultantes de la interacción con los otros sujetos, así como con
el mundo.
No es posible sobresumar las consecuencias de la existencia
de esta restricción de “falsabüidadY de este principio de realidad,
para el perfil epistémico de un discurso. Y se cometería un error
si se subestimaran las consecuencias de su ausencia, como lo
muestra el destino de la filosofía en los siglos xix y xx. Cuando,
a su tumo, la filosofía cayó en el torbellino de) desarrollo de los
Estados nación, todavía no había alcanzado un consenso meto*
dológico y criteriológico, a pesar de las esperanzas de Kant. Sus
consecuencias son conocidas y se sienten aún hoy. Desde el
comienzo del siglo xix, se han instalado tradiciones filosóficas
nacionales con un desarrollo centrípeto acelerado: una evolución
cuya consecuencia más espectacular ha sido el gran cisma, en el
siglo xx, entre la filosofía continental y la filosofía angloamericana.
Resulta revelador que en las “ramas técnicas" de la filosofía, en
donde existía un consenso de validación, esta evolución nacional
centrípeta haya sido mucho más débil: lo prueban el campo de
la lógica y también, aunque en menor medida, los de la episte-
mologta y de la filosofía de las ciencias.
A su vez. el destino del mainsiream de las ciencias humanas
ha sido diferente del de las ciencias y la filosofía, debido al menos
a dos motivos. Primero, las ciencias humanas, incluyendo los es­
tudios literarios, siempre han aceptado someterse a un equivalente
del principio de validación empírico-teórico de las ciencias. Incluso
precisamente en este punto -e l de la falsabilidad empírica, “posi­
tiva"- se han querido distinguir de la filosofía. Sin embargo, esta
férrea voluntad de distinguirse de la filosofía es lo que orientó
paradójicamente a las ciencias humanas nacientes en la lógica de
un desarrollo nacional. Tan sencillamente porque ellas nacieron
en una época -alrededor de fines del siglo xix- en que las tradi­
ciones filosóficas ya tenían perfiles nacionales fuertemente singu-

4 La falsatn lu bd distingue, según Kart Popper. los enunciados o m is gene­


ralmente las teorías científico-empíricas. Una teoría e s {abable sólo si implica
la negación de al m enos un enunciado de observación posible.

24 4 KQUCÑA tCOLOG U o c IO S C S T W 0 5 LITERARIOS


lanzados. Distinguirse de la filosofía significaba, entonces, distin­
guirse de una forma nacional de filosofía y, al mismo tiempo,
definirse implícitamente en relación con una filosofía nacional. El
perfil disciplinario positivo de las jóvenes disciplinas se vio, pues,
marcado de entrada por esas mismas especificidades nacionales.
Así, las ciencias humanas han estado divididas durante mucho
tiempo entre tradiciones nacionales que, desde ya. no se ignoraban,
pero sólo alcanzaban un intercambio bajo la forma de la polémica
o de la asimilación de la tradición extranjera a la tradición nativa,
y no como transacciones interindividuales en el interior de una
tradición epistemológica común. Esta companimentación ha sido
particularmente fuerte en los estudios literarios; lo que explica las
diferencias nacionales tan marcadas que los caracterizan, aún hoy.
Basta con pensar en el lugar central de la hermenéutica y de la
estilística en Alemania, de la retórica y de la historia literaria en
Francia,’ o incluso de la crítica de los autores en Gran Bretaña.
Sólo la filología ha escapado, en pane, a esta división. Y esto se
debe a la vez a su tecnicidad, a las fuertes restricciones vinculadas
con su objeto empírico, pero también al hecho de que su objeto
de estudio principal en el siglo xoc -la literatura antigua- no era
muy central en la construcción de las identidades culturales na­
cionales. En cambio, el proyecto romántico, pero también goethiano,
e incluso, hasta cieno punto, hegeliano, de un comparatismo
generalizado (al menos acotado al marco europeo) fue abonado
enseguida. Y ese proyecto ambicioso, que había sido concebido
en un principio como verdadero horizonte de los estudios litera­
rios y que pretendía ser el complemento de una filología reconfi­
gurada en su dimensión hermenéutica, se derrumbó precisamente
bajo el rompiente de las concepciones Místicas de las “literaturas
nacionales”. Puesto que concebir, por ejemplo, la literatura inglesa
como un todo (bolos) equivaldría a aislarla de las otras, por lo
tanto, a volver progresivamente todas literaturas inconmensurables
entre $f. El hecho de que aún hoy la literatura comparada siga

> Sobre b tradición francesa, véase Amóme Compagnon. La Troutime R¿-


publique des L ed ra. De Flauben ú Proust. Parts. Scuil. 1963. pp. 23-54.

K Q UCÑ A CCOiOGlA OC LAS OCNCIAS HUMANAS ► 25


siendo una disciplina marginal y a menudo epistemológicamente
afectada (cuando deberla ser la reina de las disciplinas literarias
si éstas se interesaran realmente en los hechos literarios en su
diversidad y en su unidad) es un signo elocuente de la incapacidad
de los estudios literarios para establecer la diferencia entre su
objeto de estudio -los hechos literarios- y las diversas construc­
ciones nacionales de “La Literatura''.
Desde luego que los estudios literarios han conocido intercam­
bios fructíferos entre tradiciones nacionales durante el siglo xx.
Pero esto ocurrió en periodos y para movimientos de investiga­
ción que intentaban precisamente desarrollar un ideal de vali­
dación empírico "universalista”, y que al mismo tiempo se defi­
nían contra las tradiciones nacionales dominantes. Esto vale para
el formalismo ruso o el estructuralismo checo, para la fenome­
nología de Román lngarden, la escuela morfológica alemana,4 la
hermenéutica de Gadamer o de Ricoeur, así como también la de
Szondi o Bollack y Wismann. la estilística de Bally. Spitzer y sus
alumnos, al igual que para el estructuralismo. la semiótica, la
teoría de la recepción o la crítica genética (y aquí no hago más
que nombrar algunas escuelas que han realizado importantes
contribuciones a nuestro conocimiento de la literatura, dejando
de lado las grandes personalidades aisladas como Bajtín, Frye,
Hamburger y tantos otros). De manera más general, esto vale
también para los tipos de investigaciones literanas realizadas en
sinergia con las ciencias del lenguaje, la antropología, la socio­
logía, o incluso la psicología. Pero, desde el punto de vista ins­
titucional, estas orientaciones han sido siempre bastante mino­
ritarias, y sobre todo bastante intermitentes, como para poder*

* Poco conocida en Francia, la escuela morfológica alemana, com ente critica


del segundo tercio del siglo xx. se aboco al estudio de las (orinas y los géneros
literarios. El enfoque morfológico ve en la evolución de las formas literanas el
resukado.de una morfogénesis. M is precisamente, según esta escuela, la apa­
rente diversidad de formas literarias puede reunirse genéticamente en un ar­
quetipo com ún del que ellas constituirían sus «m cretizaciones. De hecho, el
enfoque morfológico se remonta a Goethe, y también ejerció mucha influencia
en Rusia, com o lo prueba La m orfología dd cuento, de Vladiniir Propp.

26 < PCQUCÑA CCCXOGU DC LOS ESTUDIOS UTUUfUOS


constituirse en un verdadero programa transgeneracional. no
sujeto a un "paradigma” teórico específico. Ahora bien, sólo un
programa semejante, abierto desde el punto de vista metodoló­
gico y partidario de "procedimientos de contrastación” recono­
cidos por todos los investigadores del mismo campo, podría
garantizar un desarrollo acumulativo de los conocimientos.
Por desgracia, la evolución de los estudios literarios hace
pensar, aún hoy. en el desarrollo de una "agricultura de corte y
quema”, tal como destacaba Jean-Claude Passeron a propósito de
las ciencias humanas y sociales en general.7 Y a su vez, aunque la
paradoja es sólo aparente, algunas de sus investigaciones fueron
vaciadas de su dinamismo cognitivo por el propio éxito alcanzado.
En Francia, otros ejemplos de esto son el análisis estructural -el
estudio de los procedimientos literarios, por ejemplo, de las téc­
nicas narrativas, de las formas de intriga, e tc.- y la estilística. Una
vez introducidas bajo la forma de herramientas analíticas en el
secundario, tendieron a fosilizarse como medios de control de
los conocimientos (apuntando al final a los sacrosantos concursos
nacionales), al tiempo que perdieron su energía como herramienta
de conocimiento. De ahí la acusación, difundida actualmente,
según la cual el análisis estructural seria responsable de la deplo­
rable situación de la enseñanza de la literatura en colegios y liceos.
Esta acusación es injusta. Primero hay que señalar que cual­
quier método de análisis literario puede ser instrumentalizado
de ese modo, y en general, con las mejores intenciones del mundo.
Por otra pane, otras disciplinas han tenido evoluciones del mismo
tipo, como lo prueba la "bourbakización"* de las matemáticas ele-1

1Jean-Claude Passeron. Le Jtasonnemenr socw bgique. Parts, Albín M khel.


2 0 0 6 . p. 5 5 3 Itrad. csp.: £1 razonam iento sociológico, trad. de Jo sé Luis Moreno
Pesuña, Madrid, Siglo x » . 2 0 1 1 ).
* El término deriva de Bourbakt, matemático imaginario: tras este nombre
se escondía un grupo de matemáticos, formado en los años treinu por impulso
de André Weil. El grupo Bourhaki evolucionó renovándose constantemente a
lo largo de las generaciones. Produjo una presentación coherente de las mate­
máticas. basada en la noción de estructura, en una serie de obras tituladas
Elementos de m atemática.

PCQUCÑA ICOCOClA 0€ IA $ CENCIAS HUMANAS ► 2 7


mentales -especificidad francesa- que plantea el estudio de las ma­
temáticas comenzando por sus estructuras más abstractas. Lo
menos que se puede decir es que semejante método pedagógico
deja perplejos a los docentes de matemáticas de los demás países
europeos, aun si Francia qui2á le deba la excelencia de sus ma­
temáticas superiores. Entonces es probable que la suerte del
análisis estructural no sea más que un efecto particular de nues­
tro modelo educativo general, cuyo principal defecto es bien
conocido por todos: un carácter a la vez uniñeado y fuertemente
piramidal (sobre todo a nivel del secundario), que no llega a
conciliar la formación de un gran número con la selección pre­
coz de competencias especializadas. Mientras este doubie bind,
esta doble exigencia contradictoria, siga orientando el estable­
cimiento de programas, tendremos efectos similares. Cabe seña­
lar que la gravedad en cuestión supera por mucho el campo de
estudio de la literatura.
Sin embargo, no estoy desconociendo en absoluto que existan
problemas específicos de la enseñanza literaria. ¿Cómo no pregun­
tarse, sobre todo, por el papel del proceso analítico en los estable­
cimientos secundarios? En primer lugar, existe un problema de
método. Para poder manejar con eficacia y, por lo unto, de manera
creativa, las herramientas del análisis estructural - o de cualquier
otro análisis técnico-, ya hay que tener adquirida una gran ex­
periencia en la lectura literaria. Evidentemente esto no ocurre con
los estudiantes de colegio y de liceo. En segundo lugar y más
fundamentalmente, existe un problema que concierne al objetivo
de la enseñanza de la literatura en el nivel primario y secundario.
¿Conviene enseñar el conocimiento de la literatura? ¿O no seria
más conveniente activar primero la escritura “literaria", como
modo particular de acceso a lo real? Los programas escolares han
optado, en general, por el primer objetivo.
Es posible lamentarse por esta decisión, puesto que las obras
literarias, cualesquiera sean sus formas, son un formidable medio
para el desarrollo cognitivo, emotivo, ético. Ellas operan estos
prodigios incluso en el nivel de la lectura común, siempre que
se trate de una lectura atenta. Promover la lectura y enriquecerla

28 4 PCQUtÑA CCOtOQÍA OC tO S ESTUDIOS UTCftAMOS


debería ser uno de los dos objetivos primordiales de un curso
de literatura dirigido a adolescentes, es decir, a individuos que
están construyendo su identidad.* El otro objetivo, igual de
primordial, habría de ser el conocimiento activo del arte litera­
rio y, de forma más general, del arte de escribir.10 En efecto, la
práctica de un arte no sólo permite comprender mejor su fun­
cionamiento, sino también penetrar más profundamente en él.
Así, no cabe duda de que la práctica de la escritura lírica ayuda
a desarrollar una sensibilidad más fina para la poesía y sus ri­
quezas. Nos ayuda especialmente a desarrollar el tipo de aten­
ción multifocal - o "polifónica", retomando el término de Román
Ingarden- indispensable para acceder a la complejidad cognitiva
y emotiva de la poesía. El caso del arte del relato es todavía más
ilustrativo. Desarrollar nuestra capacidad de contadnos) equivale
a cultivar una fuente cognitiva que es indispensable en todos los
humanos, puesto que nuestra identidad personal se construye
en buena pane bajo la forma de una configuración narrativa."
De una forma más amplia, la escritura en el sentido de la
construcción de un espacio represemacional organizado por
exigencias endógenas y distanciado de las interacciones en tiempo
real de la vida vivida, constituye una de las vías más fructíferas
a través de las cuales un individuo adquiere su identidad (que es
indisociablemente social e individual). Así se ha podido mostrar
que el simple hecho de comprometerse en un proceso de escritura

* Véase Tzvetan Todorov, La Littéraiure en pénl, Parts, Flammarion, 2 0 0 7


(trad. tsp .: La Uteralura en peligra, trad. de Noemt Sobregute Arias, Barcelona.
Galaxia Guienberg-Q rculo de Lectores, 2 0 0 9 ]. con quien no puedo más que
adherir en su critica a la enseñanza de la literatura en los liceos y los colegios.
11 Eric Donald Hirsch ya habia señalado este punto, observando que “de­
beríamos enseñar la composición con tanta seriedad y energía com o enseñamos
los grandes libros y las grandes obras de an c" (Eric Donald Hirsch, The Aims
of lnterpretatton, Chicago, Univcrsity o í Chicago Press. 1976, p. 144).
11 Véase Paul Rfcoeur, Temps et réctt, 3 vols.. Parts, Seutl. 1983*1985 Itrad.
esp.: Tienip o y narración, 3 vols., México, Siglo xxi. 1995*1996]. Los estudios
actuales en psicología cognitiva confirman de manera brillante el trabajo fun­
dador de Ricceur.

PEQUEÑA ECOLOGÍA DELAS CENCIAS HUMANAS ► 29


de lipo distanciado es capaz de transformar la identidad social y
existencial del individuo que lo lleva adelante; más allá de cuál
sea, por otra pane, el estatus institucional y pragmático de su
creación, y ames de cualquier efecto previsto del lado de los
lectores.12 Desde esta perspectiva, la literatura no es, en realidad,
más que un subconjunto particularmente visible de un campo
mayor, el de la escritura; y sus efectos caracterizan en pane el
conjunto de las prácticas de escritura, tengan éstas una intención
estética o no. Los estudios literarios reconocen, por lo demás,
este papel de la escritura en la aculturación de los individuos, es
decir, en su acceso a un Yo socialmente situado, y al mismo
tiempo, en la transformación de las representaciones socialmente
companidas (o impuestas). En especial, cuando subrayan que el
escritor es tanto, o más, producto de sus obras como origen de
las mismas. Sin embargo, no solemos extraer de esto muchas
conclusiones, ni de orden práctico para la enseñanza de la lite­
ratura, ni tampoco epistemológico para el estudio de la literatura.
Se objetará que las prácticas de escritura están muy presentes
en la enseñanza, ya que los alumnos suelen concentrarse en la
realización del comentario compuesto y la disertación. Pero ni el
uno ni la otra conciernen a la escritura en el sentido que nos
interesa aqut, porque ninguno de los dos ejercicios enlaza la es­
critura con la vida vivida (o imaginada) del individuo. Ahí donde
la escritura crea un distanciamiento, que es mediación de sí mismo
a sí mismo, el comentario compuesto y la disertación exigen
poner entre paréntesis la individualidad singular para acceder a
una universalidad (supuesta), cuyos criterios son impuestos pre­
viamente por reglas de juego inmutables. Estos ejercicios están
hechos para premiar el virtuosismo en el manejo de ciertas reglas
y la brillantez de las argumentaciones, no para valorizar el acto
de escritura y su propia capacidad de transformación existencial
y social. Por lo tanto, no parece que el veredicto deba mantenerse:

u Respecto de esta cuestión central, véase el importante trabajo de Christian


Jouhaud. Dinah Ribard y Nicolás Schapira, H iuoire, LitUraturc, Timoignagc,
París. Gallimard. col. Folio Histoire Inédit. 2009.

30 < FIQUCÑA ECOLOGÍA D t LOS ESTUDIOS UTIRAJUOS


en nuestras escuelas se reemplazan, demasiado temprana y ma­
sivamente. las prácticas de la lectura común y la redacción, na­
rrativa o de otro tipo, por las de la disertación científica (seudo-
científica en realidad) y del comentario de texto. Al mismo tiempo,
las potencialidades cognitivas propias de la escritura (ficcional o
no) no son explotadas como podrían y deberían serlo.
Vemos bien que lo que está en juego aquí no es el análisis
estructural - o cualquier otro tipo de análisis-, sino el uso que
conviene hacer de la escritura literaria en el contexto escolar. Los
trabajos de análisis estructural atañen a los estudios literanos con­
cebidos como investigación cognitiva sobre los hechos literarios.
Su objetivo no es “activar” las obras (para ello alcanza con la lectura
común, bien guiada y completada por el docente), sino describir,
comprender y, eventualmente, explicar tos hechos literarios, entre
los que figura también la lectura común (generalmente ignorada,
e incluso negada, por los literatos). Se trata de una confusión entre
dos maneras de interesarse en la literatura como hecho de escritura;
confusión que está en el centro de los problemas que presentan
los estudios literarios y sobre la que volveré con frecuencia.
Tal vez sea necesario aclarar otro posible malentendido.
Puesto que no estoy sosteniendo en absoluto que un buen co­
nocimiento de las herramientas analíticas -y a sean o no estruc­
turales- resulte inútil para el docente. Al contrario, éstas son una
ventaja importante por la ayuda que brindan a los alumnos. Así,
a través de una lectura más atenta y una práctica de escritura
más reflexiva, los estudiantes pueden sacar mayor provecho y
placer de los textos que leen y desarrollar aún más sus propias
competencias.19 Entonces, este conocimiento es ciertamente útil
para el docente, porque le permite despejar y clarificar por sí
mismo aspectos del texto que permanecerían implícitos en una
lectura ordinaria. Pero no porque algo esté implícito es que pro­
duzca menos efectos; en ese sentido, me parece que la tarea del

Para una defensa e ilustración de la lectura ‘ difícil” com o ganancia de


conocimiento y placer, véase Michel Charles. Introduttum o IVrudr des metes.
Parts. Scuil, 1995.

PEQUEÑA CCOtOGÍA OC LAS CIENCIAS HUMANAS ► 31


docente consiste en llamar la atención de sus alumnos sobre
estos efectos y acceder, pues, a sus causas de manera consciente.
Ahora bien, esto no podría hacerse a través de la transmisión de
definiciones abstractas, sino únicamente trayendo de alguna
manera lo implícito "delante de nuestros ojos", a través de lo que
Wittgenstein denominó “una enseñanza ostensiva" (hinweiscndes
Lehren),]*
Es tiempo de volver al problema del que hemos partido: las
estrategias de aislamiento gracias a las que las ciencias humanas
intentan evitar la competencia entre teorías. Más allá del aísla*
miento de las tradiciones nacionales, que acabamos de ver, ellas
cultivan además otros dos tipos de estrategia, hoy más que nunca
florecientes y que no parecen destinadas a desaparecer en un
futuro cercano. Se trata del aislamiento interdisciplinario y de
la segregación intradisciplinaría.
Son conocidas las dificultades para establecer una real ínter*
disciplinariedad en el campo de las ciencias humanas, sobre lodo
cuando comparten los mismos objetos de estudio. Cada disci­
plina construye su casita, o su pequeño poblado, y trata de insta­
larse ahí minimizando los contactos con las disciplinas situadas
en los valles próximos. Cada una cultiva su jardín, desarrolla su
idiolecto y se interesa esencialmente en su autorreproducción. Esta
reticencia frente a la permeabilidad interdisciplinaria crece cuando
se pasa de las ciencias sociales, que están cerca de las ciencias por
su objeto, como la geografía, o por su formalización, como la
economía o la lingüística, a las ciencias humanas y sobre todo a
las Humanidades.1* Desde ya que, incluso en el campo de las
Humanidades, la situación no es uniforme. Así, la filosofía ana­
lítica angloamericana se ha cerrado menos sobre sí misma que.

14 Ludwig W lugenstein, R echcn ha phúosophtques. traducción francesa co­


lectiva. París, Gallimard. col. Bibliothtque de Philosophie, 2 0 0 4 , § 6 . p. 3 0
Itrad. esp,:'ínvesíigaciones filosóficas, 2a ed., trad. de Alfonso García Suirez y
C. C. Ulises Moulines, Barcelona, Crítica, 2008).
** Recordamos que por Humanidades se entiende tradicionalmcnte el estudio
de la filosofía combinada con el de la lengua y la literatura griegas y latinas.

32 < PtQUCÑA ECOLOGÍA OE LOS tSTUCHOS LITERARIOS


por ejemplo, la fenomenología husserliana, al menos la del se­
gundo Husserl, y la hermenéutica heideggeriana; ambas inten­
taron establecer un cordón sanitario en tom o a la interrogación
filosófica, declarada inconmensurable desde un enfoque "posi­
tivo", "científico" o “naturalista".1*
En el caso de los estudios literarios, esta reticencia frente al
enfoque interdisciplinario es particularmente perjudicial no sólo
porque el objeto sobre el que pretenden fundar su legitimidad,
a saber, “la Literatura", tiene un estatus como mínimo discutible,
sino también, y sobre todo, porque los objetos reales que esconde
esta denominación única dan cuenta de niveles de generalidad
y de modos de ser diversos, y no podrían entonces aprehenderse
todos de la misma manera. “La tragedia francesa” agrupa un
conjunto de textos que se reúnen, en líneas generales, por una
serie de rasgos formales y temáticos comunes. Sin embargo, esta
comunidad no está fundada en reglas impuestas por la lengua
francesa, ni en restricciones psicológicas, ni tampoco en ninguna
restricción puramente interna de naturaleza textual, si acaso
fuera posible imaginar restricciones de este tipo. Sencillamente
es el resultado de un proceso normativo de orden social. Enton­
ces, cuesta ver cómo podría decirse algo pertinente por fuera de
una perspectiva de historia social: la de la Francia del siglo xvn.
Tomemos otro ejemplo, el verso de cinco pies, llamado “verso
yámbico". Se trata de una técnica de versificación y de una forma
de verso utilizadas en varias lenguas y en distintas épocas. Su
estudio concierne u nto un análisis comparativo formal (sus re­
glas se realizan de forma diferente en latín, inglés y alemán),
como un análisis histórico (que nos muestra cómo el modelo
del verso yámbico ha pasado de una tradición poética y de una
lengua a la otra), pero también abarca investigaciones propia­
mente lingüísticas (que nos enseñan qué relaciones mantienen
los principios cuam iutivos o acentuales que caracterizan el
yambo con la estructura rítmica y acentual de las lenguas que
lo adoptan).*

** Víase m is adelante, p. 69.

PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LAS O ENO AS HUMANAS ► 3 3


Del mismo modo, ¿cómo es posible estudiar de forma em­
píricamente pertinente la ficción literaria sin tener en cuenta que
ésta descansa en una competencia psicológica compartida de
forma universal, mientras que su realidad cultural no es ura,
sino múltiple?17 En efecto, muchos estudios lo prueban: todos
los niños del mundo desarrollan la competencia del “hacer como
si*. Pero también es cierto que algunas culturas no explotan esta
competencia como una forma de creación verbal particular y
que, allí donde da lugar a una forma de creación verbal socialmer.te
sancionada, sus fronteras cambian con la historia. Para compren­
der qué es la ficción, debemos adoptar un enfoque pluridiscipli-
nano. Podríamos multiplicar los casos: casi todos los objetos li­
terarios realmente importantes exigen un enfoque que multiplique
los ángulos de visión. Va de suyo que no hay que confundir esta
interdisciplinariedad verdadera, que da cuenta, antes que nada,
de una lógica pluridisciplinar (en la que hay que hacer conver­
ger pacientemente distintas competencias con sus respectivas
exigencias), con la importación salvaje de conceptos o de mo­
delos tomados prestados de otras disciplinas, como lo hacen a
veces los estudios literarios.
Las ciencias humanas practican, por último, un tercer tipo
de segregacionismo: aquél, tiuradisciplinario, entre corrientes.
Cada escuela delimita su propio nicho tratando de entrar lo
menos posible en contacto con los otros, a no ser que deba de­
fender su coto privado. Esta actitud acaba en una situación que
conocemos bastante bien: dispersión de investigaciones y ten­
dencia generalizada al intercambio endogámico, en el interior
de una escuela o de una orientación determinada. Como lo des­
taca Nowotny:

A fin d e ev itar vivir d em asiad o c erca d e sus v ecin o s, lo s investiga­


d ores p u ed en fácilm ente e m ig ra re instalarse e n u n valle adyacente.
-E n to n c e s e s fá cil e v ita r la c o m p e te n c ia e in te rru m p ir la c o m u ­
n ic a ció n . E l e stilo d e vida ru ral alim en ta u n ind iv id u alism o dife-

17 Véanse más adelante, pp. 103*109.

34 < PEQUEÑA ECOtOGiAOElOSESTUOlOS LITERARIOS


re m e d el e stilo d e vid a urban a. T ien e te n d e n cia a v olv erse auto*
c o m p la cie n te y e s ev id en te q u e e l p re cio a p ag ar p o r e l siste m a es
elevad o: la frag m en tació n y u n b a jo ín d ice d e c re c im ie n to .,a

Aquí lo que está en juego no sólo es una dinámica social un poco


particular. Becher ha mostrado que la distinción entre las “cien­
cias* y las ‘ ciencias humanas y sociales" opone, de hecho, dos
perfiles epistémicos diferentes, y esto en varios niveles. Las cien­
cias son acumulativas, en el sentido en que determinan un au­
mento de conocimientos, mientras que las ciencias humanas son
'reiterantes*, en el sentido en que proceden por reformulaciones;
asimismo, la aproximación de las primeras es fundamentalmente
atomística, oponiéndose al holismo de las segundas. Las ciencias
son unlversalizantes, las ciencias humanas son particularizantes;
los trabajos de las primeras son “impersonales", mientras que la
investigación en las segundas resulta siempre sumamente per­
sonalizada. Las ciencias son axiológicamente neutras, mientras
que las ciencias humanas suelen ser normativas; las primeras
tienden a plantearse criterios precisos y compartidos respecto
de la verificación y la obsolescencia de los conocimientos, en
tanto que la discusión sobre estos dos puntos reina en las segun­
das. Finalmente, si las ciencias se basan, en reglas generales (es
decir, por fuera de períodos de renovación de los paradigmas
fundamentales), en un consenso sobre las preguntas pertinentes,
no ocurre lo mismo en las ciencias humanas, en donde suele
faltar un acuerdo de este tipo.19Como vemos, las diferencias son
cruciales y conciernen el propio núcleo de la empresa de cono­
cimiento. Es cierto que las oposiciones que Becher construye
son algo esquemáticas. Asi, la oposición un poco rígida entre
acumulatividad y reformulaciones no da cuenta de las innegables1

11Véase Tony Becher y Paul Trowler. A cadem k Trifces and Territahes, op. cu.,
p. 28.
l’ Véase también Jyrki Loima, “Academic Cultures and Developing Manage­
ment in Higher Education", en Jyrki Loima (ed.), Theoria e l praxis, vol. 1.
Helsinki, Vtikkt TTS Publicaiions. 2004.

PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LAS CIENCIAS HUMANAS ► 35


formas de acumulatividad que existen en las ciencias humanas.10
incluido también el campo de los estudios literarios. Pero el
panorama global se adecúa bastante a la realidad.
Hablar de crisis de las Humanidades y de las ciencias huma­
nas puede parecer demasiado fuerte, pero hay crisis y crisis. En
este caso, el estado que acabo de describir ha sido endémico a
lo largo de toda la historia de las ciencias humanas. La única
cosa verdaderamente nueva, en el presente, es que las transfor­
maciones internacionales en la investigación, y la creación de
un marco de referencia europeo para su organización y finan­
ciación, han sacado a la luz los problemas ante la opinión pública.
Estas transformaciones se manifiestan, en especial, en la intro­
ducción de una distinción mucho más explícita que antes entre
la docencia y la investigación, entra la transmisión de los cono­
cimientos (y los valores) y la producción de conocimientos. Es
evidente que esta distinción ya operaba en los hechos: transmi­
tir conocimientos o valores no es lo mismo que producir nuevos
conocimientos; aun cuando la misma persona puede hacer am­
bas cosas a la vez y aun cuando la producción de conocimientos
nuevos implica la adquisición previa de conocimientos produ­
cidos o transmitidos por nuestros predecesores. Pero la genera­
lización del acceso a la enseñanza superior ha cambiado radical­
mente la situación. Puesto que si bien una relativa indistinción
entre transmisión y producción de conocimientos aún era posi­
ble en el pasado, cuando una ínfima parte de las nuevas gene­
raciones accedía a este tipo de enseñanza, esto ya no ocurre hoy
en día. Entonces, la racionalización, tan a menudo deplorada,
de la investigación pública no es más que un efecto colateral de
la democratización de saberes, producto de la generalización del

* P a ra u n a d is c u s ió n m á s p re c is a , v ía n s e B e m a rd W a llise r ( e d .) . La Cum u-
to fiv itf du s a v n r en sa c n c e s so ciales. P a rts, ehess. 2 0 0 9 . y s o b r e to d o , d a rtic u lo
d e ja c q u c s R cv e l. ' L e pted d u d ia b le . S u r Ie s fo rm e s d e c u m u la i iv ite e n h is to ir r '
( p p 8 6 - 1 1 0 ) . E l t e x t o d e R ev el c o n s titu y e u n e x c e le n te p u m o d e p a rtid a p a ra
u n a r e fle x ió n re n o v a d a s o b r e la m e to d o lo g ía d e la 'h is t o r i a lite r a r ia 1’, q u e
d e m a sia d o a m e n u d o n o e s n i h is tó ric a n i litera ria .

36 * PEQUEÑA ECOLOGÍA DC LOS eSTUCXOS UTEAAftlOS


acceso a los estudios superiores. Quien quiera acceder a uno
difícilmente no quiera lo otro.
Antes de la generalización del acceso a los estudios superio­
res, ciertamente se podía partir del principio de que una parte
considerable (si no mayoritaria) de quienes accedían se volcarían,
llegado el momento, al camino de la producción de conocimien­
tos nuevos. Pero esto ya no funciona así en el panorama actual.
Salvo que se consienta un derroche financiero y sobre todo hu­
mano injustificable, tenemos que aceptar de aquí en más la clara
distinción entre las dos tareas o funciones. Ahora bien, esto tiene
sus consecuencias. En especial significa que no podemos seguir
desestimando la pregunta por la naturaleza, los objetivos y las
funciones de la investigación en el campo de las ciencias huma­
nas y, por lo tanto, del de los estudios literarios, ni evitar tomar
una posición sobre sus implicaciones políticas. En ese sentido,
la crisis de las ciencias humanas es algo positivo, ya que es una
crisis adolescente. Y la crisis de la adolescencia inaugura (en
general) el pasaje a la edad adulta.

PCQUCÑACCOiOCUOC LAS OCNCIAS HUMANAS ► 3 7


III. Los dos modelos de estudios
literarios

¿Por qué ese pasaje a la vida adulta es particularmente doloroso


en el campo de los estudios literarios? ¿Por qué los estudios li­
terarios viven el momento de crisis actual como el anuncio del
fin de las Humanidades y no como una crisis de la adolescencia?
No podríamos responder estas preguntas alegando una falta
de rigor constitutivo de los estudios literarios. En los ámbitos y
los estilos de investigación de lo más vanados, la disciplina cuenta
con numerosos iratajos individuales (y a veces incluso colectivos)
de un gran rigor cognitivo y metodológico, que no tienen nada
que envidiar al de las ciencias sociales más cercanas a las ciencias.
Sobre cierta cantidad de cuestiones importantes, nosotros sabemos
más que las generaciones anteriores, lo que prueba la existencia
local de un verdadero progreso cognitivo. En cambio, más que
en las otras disciplinas relativas a las ciencias humanas, estos
progresos reales no se han cristalizado en una base de conoci­
mientos compartidos, un State o)the art aceptado por el conjunto
de la comunidad. Los estudios literarios parecen incapaces de
hacer fructificar su “capital” cognitivo bajo la forma de un depó­
sito a largo plazo. Los conocimientos están allí, y algunos desde
hace mucho tiempo, pero pocos se toman el trabajo de recogerlos.
De ahí proviene la impresión de que la disciplina esté estancada.
Como es poco probable que esto tenga que ver con una in­
capacidad generalizada para reconocer un conocimiento como
tal, debe de existir una causa estructural para esta situación tan
particular. Tratemos de encontrarla volviendo a la constatación
de partida de nuestra reflexión: la indecisión de los estudios lite­
rarios en cuanto a la actitud a adoptar ante el derrumbe de “La
Literatura*. Llevada a su núcleo real, la crisis de "La Literatura"
efectivamente no es otra cosa más que -recordémoslo- el derrumbe

LOS DOS MOWLOS Dt tSTUOIOS UURAAK» ► 19


de ese objeto, imaginarlo de par en par, que los estudios literarios
han construido para legitimar su propia existencia. Ahora bien,
este demimbe ha dado lugar a dos reacciones muy distintas, que
dan cuenta de dos concepciones divergentes de los desaños y ob­
jetivos del estudio de los “hechos literarios”, en el sentido volun­
tariamente abierto e impreciso que hemos tratado más arriba.
Algunos piensan que la tarea especifica de los estudios litera­
rios reside en la construcción de una representación social normada
de los hechos literarios. Si se adopta tal perspectiva, la pretensión
descriptiva de “La Literatura” es un error de categorización y la
crisis actual es el resultado de este error. Sería la resaca después
de la intoxicación (por la “teoría"). Por lo unto, hay que analizar
este error y, sobre todo, concentrarse en la construcción de una
concepción diferente de lo literario, que sea capaz de proponer
una visión alternativa a esa otra que ya no despierta adhesión.
Muchas orientaciones actuales de los estudios literarios eligen esta
opción, en especial, los estudios feministas, poscoloniales, los cul­
tural studies, etc. A diferencia de una opinión todavía dominante
(al menos en Francia), no creo que estas orientaciones carezcan
de pertinencia. En efecto, proponer una norma nueva implica
también cambios a nivel de la base descriptiva, por lo tanto, del
corpus de obras: toda norma está en correlación con una descrip­
ción. Y cambiar la base descriptiva abre un nuevo campo de in­
terrogantes. al tiempo que pone en evidencia el mecanismo, hasta
ahora invisible, de los paradigmas anteriores. Pero también es
cierto que la orientación principal de estos nuevos modos de en­
foque es muy normativa, ya que se trata de oponer un contracanon
(o un canon más “justo”) al llamado canon “humanista”. Por eso.
tampoco sorprende que sus métodos de análisis sigan siendo fun­
damentalmente los mismos que los del enfoque que rechazan: a
grandes líneas, una lectura critica que combina el cióse reading y
la interpretación sintomática,1a menudo en sus variantes decons-
tructivas.0 foucaultianas.

1 El cióse reading es u n a té c n ic a d e m lcro a n á U sis fo rm a l y h e r m e n e u tic o d e


lo s te x to s lite r a rio s. O rig in a lm e n te d e sa rro lla d o p o r lo s c r ític o s in g le se s Iv o r

40 4 PCQUCÑA ICOtOGlA DC IO S ESTUDIOS llTEftAMOS


Sin lugar a dudas, esta vía constituye una posible respuesta
a la crisis de legitimidad social de los estudios literarios, pero en
absoluto a su crisis epistemológica. A propósito de esto, lo pro­
blemático no es el contenido de la norma, sino el propio hecho
de que el objeto de estudio haya sido instituido por medio de
una norma. Más precisamente, el problema es que esta norma,
lejos de ser reconocida como tal, haya sido “naturalizada": como
si “La Literatura" hubiese sido una especie natural, que los es­
tudios literarios se habrían limitado a descubrir e inventariar,
cuando en realidad la construyeron.
Para formular el problema de otro modo: si la crisis del
modelo segregacionista de los estudios literarios se traduce en
una crisis de los estudios literarios a secas, ¿acaso no es porque
estos han sido incapaces de distinguir entre la norma y el hecho
en su interpretación de la situación? Una respuesta afirmativa a
esta pregunta habilitaría otra salida de la crisis. Puesto que en
lugar de "volver a normar" a diestra y siniestra, seria mejor tomar
muy en serio la distinción entre las dos opciones (normativo
versus descriptivo), es decir, reconocer por dónde pisamos.
Entiéndaseme bien: el hecho de que nos encontremos ante
dos opciones que hay que distinguir no implica que el futuro de
los estudios literarios se libre entre opciones mutuamente ex-
cluyentes. Podría ser que la función social de los estudios lite­
rarios vuelva inoperante esta estrategia binaria. De hecho, como
ya se habrá sospechado leyendo las páginas anteriores, mi hipó­
tesis es la siguiente: los estudios literarios tal como los conocemos
y practicamos llenan estatutariam ente dos funciones diferentes,
ambas igual de legitimas y sin duda indispensables. Por consi­
guiente, no se podría eliminar una en provecho de la otra. En

A rm siro n g R ich a rd s y W illia m E m p s o n , s e a so c ia s o b r e io d o a l New C ritu ú m ,


q u e s e im p u s o a m e d ia d o s d e l s ig lo xx e n E s ta d o s U n id o s . S e (ra ta d e u n
a n á lisis p o r m u e sire o , y p o r e s o sig u e s ie n d o u n a h e rra m ie n ta in d is p e n sa b le ,
e n e sp e c ia l p a ra lo s e stu d io s c o m p a ra tiv o s. La le c tu ra o la in te rp re ta c ió n sin-
tornáttea in te rro g a lo s te x to s d e sd e e l p u n to d e visca d e k> q u e e x p re sa n (d e
c o n flic tiv o , e in c lu s o d e in c o h e r e n te ) a e sp a ld a s d e s u s a u to res.

(.0$ DOS MOOEIOS DC ESTUDIOS UTEAAfUOS ► 41


cambio, importa distinguirlas y sacar las conclusiones que se
desprenden de la distinción.
La primera función es una misión de reproducción y de
promoción de los valores culturales que la sociedad, o sus acto­
res dominantes, piensan que hay que promover y desarrollar.
Desde esta perspectiva, estudiar la literatura y, más generalmente,
las artes es participar en un proyecto normafivista, Como la Escuela
es uno de los lugares centrales en donde las sociedades modernas
reproducen sus valores culturales canónicos, es normal que este
enfoque sea el que allí se privilegie. Por supuesto, esto implica
que no se estudiarán, o a lo sumo se criticarán como síntomas de
un estado no deseable, las obras, géneros, prácticas, etc., juzgadas
deficientes desde el pumo de vista de esos valores. Cuando estu­
diamos así las obras literarias, el objetivo último de nuestro trabajo
es la promoción de los valores que consideramos que deben ser
defendidos, o eventualmente la critica de aquellos que hallamos
dudosos o secundarios. Estudiar así un objeto literario equivale
a construir o deconstruir valores, aproximación que implica una
visión de lo que la literatura debe ser o no debe ser. Esta visión
normativista suele permanecer implícita -y hasta invisible- desde
el momento en que se la identifica con la “naturaleza’1del objeto
estudiado. Tampoco tiene una función estructurante para la de­
limitación de este objeto.
La característica central de una empresa de este tipo reside
-m e parece- en la relación particular que mantiene con sus
objetos. En ese sentido, “estudiar” una obra literaria es partici­
par en el despliegue (o en la construcción histórica) del objeto
que. por otro lado, se estudia. Un trabajo asi se hace desde el
interior del objeto estudiado, lo afecta a cambio y quiere afec­
tarlo; dicho de otro modo, el estudio transforma aquí su objeto
en la medida en que lo va estudiando: se halla a favor de la
autoconstrucción reflexiva del dominio estudiado, definido como
objeto sotfat normado. En términos lógicos, se trata de una re­
lación “autorreferencial”. La autoneferencialidad es un fenómeno
que afecta algunos enunciados. Por regla general, un discurso
es “heterorreferenciar: se relaciona con objetos distintos de si

42 4 PEQUEÑA ECOLOGÍA OE LOS tSTUCNOSL'TEftAftlOS


mismo o de su autor. Pero puede ocurrir que un acto discursivo
haga referencia a si mismo, como la frase autoneferencial: “Esta
frase está escrita en español". Enuncia algo (del orden de lo ver­
dadero) en relación con si misma. Este fenómeno de autorrefe-
rcncialidad no se observa sólo en la lengua. John Searle ha de­
mostrado de este modo que todas las realidades institucionales
tienen un componente autoneferencial.3 Por ejemplo, la moneda
existe sólo si la gente que la utiliza “cree en ella": el trozo de
papel se convierte en un billete de banco únicamente porque
existe una comunidad humana que lo considera asi. En esas si­
tuaciones, la creencia "crea" el objeto sobre el que descansa;
cosa que no ocurre evidentemente en las creencias heterorrefe-
renciales. De hecho, la autorreferencialidad está en el funda­
mento de la dinámica cultural como tal, en la medida en que
una cultura se transforma tomándose ella misma como objeto,
a través de un proceso a veces calificado de autopoiético. "La
Literatura", al igual que los diversos contracánones que han
seguido a su derrumbe, es (era) una realidad de este tipo, y
elegir el enfoque normativo de los hechos literarios significa
inscribirse en dicha dinámica autoneferencial.
Me permito insistir en que esta manera de practicar el es­
tudio de los hechos de cultura y, en especial, de los hechos li­
terarios es una empresa no sólo respetable, sino socialmente
indispensable, al menos si se quiere que los logros culturales
se transmitan de una generación a la otra y se desarrollen. La
cultura, sobre todo artística y estética, no evoluciona por autorre-
plicación; ésta se reproduce y se desarrolla únicamente por una
transmisión social encamada de forma individual, La práctica
critica y programática autorreflexiva juega un papel importan­
te, a veces indispensable, en esta dinámica. Falta precisar otro1

1 V é a se J o h n R. S e a rle . The C o njtru crio n of Socw J R rtltty . H a r m o n d s w o n h ,


P c n g u in G ro u p , 1 9 9 5 . E ste lib ro fu e tra d u c id o a l fra n c é s p o r C la u d in e T i e n e -
l in , b a jo el U lu lo La Construction de la balité soeíale, P a rís, G a lh m a rd , 1 9 9 6
lir a d . e s p .: La construcción de la realtdad social, tra d . d e A n to n i D o m é n e c h ,
B a rce lo n a . P a ld ó s, 199 7 | .

LOS DOS MODELOS DE ESTUDIOS LITERAlUOS ► 4 3


pumo: que una investigación autorreferencial se inscriba en
una perspectiva normativa, que quiera promover algunos tipos
de objetos, o de propiedades, no excluye en absoluto que re*
curra, por otra parte, a procedimientos analíticos o descriptivos.
Pero esta dimensión descriptiva siempre estará más o menos
sesgada por el hecho de que la definición extensional del do*
minio está determinada por una norma de evaluación planteada
con anterioridad.
No se trata, pues, de negar la propia legitimidad de la misión
social de la enseñanza de los hechos literarios, como ideal cul­
tural deseable, pero es importante no confundir tal misión con
el estudio descriptivo de las realidades literarias, de las que “La
Literatura' y los diferentes contracánones que se le oponen sólo
constituyen uno de sus aspectos.
Llegamos aquí a la segunda función de los estudios literarios:
su función estrictamente cognitiva. Querer conocer las realidades
literarias implica que uno acepta comprometerse con un proyecto
descriptnista. La intención no es poner las herramientas descrip­
tivas al servicio del desarrollo de un ideal cultural dado, sino
tratar el programa descriptivo como el objetivo propio de la in­
vestigación. En otros términos, se trata de identificar de la manera
más neutra posible los hechos pertinentes para una determinada
problemática, comprenderlos y describirlos de la forma más ade­
cuada posible, y eventualmente proponer explicaciones. Enton­
ces, hay que poner entre paréntesis la cuestión del valor de las
prácticas estudiadas (en relación con otras prácticas), al igual que
la jerarquización comparada de los productos de estas prácticas
según una norma aportada por el investigador. En cambio, por
supuesto que resultan pertinentes la comprensión, la descripción
y la explicación de las prácticas de evaluación inherentes al objeto
estudiado. Ni bien una realidad comporta una regularidad nor­
mativa -tal como ocurre con las prácticas literarias-, va de suyo
que la descripción y el análisis de los mecanismos de evaluación
y de jerarquización forman parte de la descripción de esta reali­
dad. Cuando nos comprometemos con esta forma de estudio de
una realidad cultural, no debemos endosar o rechazar los valores

44 4 H Q UCÑA C C O IO G U 0£ LOS CSTvXHOS UTtAAWOS


que ésta ilustra, sino describirla a partir de una perspectiva ap o­
lógicamente neutra, según la cual los valores instaurados por esta
realidad forman pane del objeto de estudio.3
La dualidad funcional que acabo de exponer no es específica
de los estudios literarios: todas las disciplinas que se ocupan de
las anes (en el sentido general del término) y, de forma más
amplia, del conjunto de las Humanidades se hallan en la misma
situación. Esta dualidad es constitutiva de su estatus, por lo que
seria inútil querer reducirla. Asimismo, no seria peninente cri­
ticar una orientación para defender otra. Pero, a riesgo de repe­
tirme, sigo diciendo que es indispensable, en cambio, no con­
fundirlas: si a la crisis de legitimidad actual de los estudios
literarios se le suma una crisis epistemológica, esto se debe prin­
cipalmente -co m o ya lo he indicado- a nuestra incapacidad
recurrente para encontrar una salida a este dilem a estatutario,
que nos obliga a asegurar a la vez dos misiones que divergen
fuertemente en sus presupuestos, objetivos, medios y resultados.
Para mostrar el efecto nefasto de la confusión de ambas
aproximaciones, debería bastar con un único ejemplo. Tomaré el
caso de la obra clásica, pero siempre actual, de VNfellek y Warren,
Teoría literaria* Se trata de un libro que desempeñó un papel muy
importante en la difusión del paradigma estructuralista-formalista,
por lo tanto, en todo lo que se suele presentar como un programa
descriptivista. Wellek y Warren introducen una distinción muy
marcada entre teoría literaria y crítica. Se podría pensar que lo
que promueven bajo el término de "teoría literaria" pretende ser
un enfoque descriptivo de los hechos literarios, y que "la crítica”
reenvía al enfoque evaluativo. Sin embaigo, las cosas son mucho
más complicadas y, a decir verdad, más confusas.

} P ara a c la ra r e sta c u e s tió n , n o p u e d o d e ja r d e m e n c io n a r lo s tr a b a jo s d e


La Soootogp de I ’art,
N 'a ú u lie H e in ic h . V e a se e s p e c ia lm e n te N a th a lie H e in ic h ,
P a rís, L a D tc o u v e r te . 2 0 0 4 tir a d . e $ p .: La sociología del arte. tra d . d e E n riq u e
M illó n . B u e n o s A ire s, N u ev a V is ió n . 2 0 0 3 1.
* R en e W ellek y A u stm W a rre n . La ThtortelitUrare, P arts. S e u il. 1 9 7 1 (trad.
esp .: Teoría literaria, tra d . d e jó s e M arta G tm c n o C a p e lla . M ad rid. C re d o s, 19661.

LOS OOS MOOCLOS DC ESTUDIOS LITERARIOS ► 4 í


Cuando introducen estos dos términos, los usan para dis­
tinguir entre el estudio de los principios, las categorías y los
criterios de la literatura, por un lado, y el estudio de las obras,
por el otro.5 En ese momento, lo que les interesa no es la oposi­
ción entre descripción y evaluación, sino entre estudio de orien­
tación general y análisis particularizante. La crítica parecería
designar, en ellos, el estudio descriptivo de las obras como dis­
tinto de una teoría general, también ella descriptiva. Esta inter­
pretación se toma mucho más plausible al ver que los 17 prime­
ros capítulos de su obra conciernen, en efecto, a un estudio
descriptivo de los principios y categorías literarias y poéticas.
El comienzo del capítulo 18, dedicado a la cuestión de la
evaluación de las obras, parece inscribirse en esta perspectiva.
El capítulo se abre con una distinción entre, por un lado, la
apreciación de la literatura como tal por la humanidad en gene­
ral Qpor qué los hombres conceden importancia a la literatura?)
y, por el otro, la evaluación de las obras por parte de la crítica *
Esta distinción da cuenta de un metaanálisis de los discursos
evaluativos. Tiene, pues, una pretensión descriptiva. Por consi­
guiente, era de esperar que el resto del capítulo estuviera con­
sagrado a un doble estudio (descriptivo): el de los factores que
hacen que el común de los mortales conceda un valor positivo
a la literatura, y el de la evaluación crítica, o sea, el análisis de
los actos de enjuiciamiento que realizan los especialistas. El se­
gundo párrafo parece confirmar esta hipótesis. Wellek y Warren
exponen tas dificultades que plantea el estudio descriptivo del
valor que los hombres suelen otorgar a los tipos de construccio­
nes discursivas de las que nuestra noción de literatura constituye
una de sus figuras históricas. En resumen, las preguntas que se
hacen tendrían que ver con una antropología del hecho literario.
Pero, cuando nuestros autores abordan el problema del dis­
curso crítico, parece que están discutiendo, en realidad, otro tipo
de problemática: para ellos, ya no se trata de describir normas,

* R e n é W e lle k y A u s ü n W i n e n . la Thtorit lilUrairt. cp. o t.. p 55.


4 Ibid . p . 336.

46 4 rCQUCÑA ECOLOGIA DE LOS ÍSTUCHOS LITERARIOS


sino de establecerlas. Aquí tampoco hay que confundirse. Lo cen­
tral no es el hecho de que pasan de una visión descriptiva a una
visión normativa, ya que ellos mismos indican que van de una a
otra. El problema es que pretenden deducir esta visión normativa
de la “naturaleza* misma de la literatura, por lo tanto, de un jui­
cio descriptivo: en este caso, de su propia descripción de los
hechos literarios. Para ello introducen como hipótesis auxiliar
un principio que busca funcionar como una norma de raciona­
lidad epistémica. Este principio es enunciado, en un comienzo,
del siguiente modo: “Hay que valorar, apreciar la literatura por
ser lo que es*.7 Esta formulación, al menos en la traducción es­
pañola, resulta ambigua. En efecto, este comienzo de frase podría
leerse como enunciando una norma epistémica general que equi­
valdría a la fórmula: “Sólo se puede apreciar una cosa determinada
si se identifica correctamente dicha cosa*. En otros términos, se
podría concebir que sencillamente es un principio que permite
no considerar las evaluaciones que resultan de una mala identi­
ficación del objeto evaluado. Un principio de este tipo se justifi­
caría además a la perfección: pensemos, por ejemplo, en alguien
que evaluara (falsamente) las ficciones como relatos históricos.
Pero, en realidad, la continuación de la frase muestra que ésta no
es la función del principio enunciado. Puesto que Wellek y Wa-
rren siguen diciendo: “Su valor literario es el que debe fundar y
evaluar la evaluación que se hará de él".8 Cabe destacar la tauto­
logía, uno de los tantos indicios de la confusión entre enfoque
descriptivo y enfoque normativo: el valor literario es el que debe
fundar la evaluación de la literatura.
La confusión que nos ocupa se debe al hecho de que Wellek
y Warren piensan que el valor literario debe ser valorizado, por­
que en este v a lo r se realiza la naturaleza de la literatura. Aquí
nos hallamos en el marco de una ontología aristotélica de los
artefactos, que distingue entre naturaleza en potencia y natura­
leza en acto: “Hay necesariamente una estrecha correlación entre

’ tbuL
•and.

LOS OOS MOOCLOS OC CSUXMOS LITERARIOS ► 47


la naturaleza, la función y la evaluación de la literatura. |...| Su
naturaleza es en potencia lo que su función es en acto. Es lo que
puede hacer; puede y debe hacer lo que es".* Aristóteles defendía
exactamente la misma concepción a propósito de la tragedia. En
la Poética, justifica su jerarquía evaluativa (con Eurípides en el
primer lugar) haciendo referencia a lo “propio" (idios) del género,
eso “propio" que corresponde a su naturaleza (pfcysts).10 La única
diferencia es que Aristóteles se sirve de este esquema conceptual
no sólo para evaluar las obras individuales (una tragedia indivi­
dual es tanto más lograda si se adecúa a la naturaleza de la tra­
gedia como género), sino también para desarrollar una concep­
ción finalista de la evolución histórica del género, que lo conduce
a sostener que la tragedia se fijó históricamente “una vez que
alcanzó su propia naturaleza".11
¿Pero en qué reside esta naturaleza propia -literaria pues- de
una obra? La respuesta viene a partir del párrafo siguiente: “Lo que
determina que una obra de arte sea o no sea de naturaleza literaria
no son los elementos que la componen, sino cómo éstos se ensam­
blan y con qué función".12 En una nota, los autores precisan que
este empleo del término “literario”constituye un “criterio cualitativo"
(es decir, un criterio de identidad) y no un criterio honorífico (la
"gran" literatura opuesta a la "menor"). He aquí un truco que
consiste en una identificación (abusiva) entre naturaleza y fundón,
o más bien, en una intemalizadón de la fundón que no es tratada
más como un hecho relacional establecido entre la obra y sus
receptores, sino como una propiedad intema de la obra misma.
Es posible demostrarlo si se observa con más detalle la estructura
del argumento propuesto.

* R ene W r llfk y A u stin W ir r e n , La T W l t f i l U r a n r , «p. d t , p p . 3 3 6 / 3 3 7 .


19 A ristó te le s, t u P ortiqu e. tra d . ir. d e R o sc ly n e D u p o n t-R o c y j e a n L a llo t.
P a rís. S e u il, c o l P o t u q u c . 1 9 8 0 , 1 4 5 2 b 3 4 y 1 4 4 9 a 1 5 (tra d . e s p .: P otíkad t
AnsttHeies, tra d . d e A g u s tín G a rc ía Y e b ra . M a d rid , C r e d o s . 2 0 1 0 ) . A ristó te le s
e m p le a ta m b ié n lo s té r m in o s d e “p r in c ip io * («rfche, 1 4 5 0 a 3 9 ) y d e “fin * ( t e t e ,
1 4 5 0 a 2 2 ) p a ra d e sig n a r e sta n a tu ra le z a p ro p ia d e la trag ed ia.
»' tbuL. 1 4 4 9 a 1 3 -1 5 .
11 R e n e W e lle k y A u s tin W a r r e n . La Thátrie ¡iMratrr. op. dt., p. 3 3 7 .

48 < KQUCÑA ECOLOGIA 0 £ LOS a t u r a o s UTtaAMOS


Siguiendo a nuestros autores, la naturaleza de la obra lite­
raria residiría en la manera en que se ensamblan los elementos
que la componen. Descansarla, entonces, en su estructuración,
en su forma, para emplear un término más corriente. Advirtamos
que. desde un punto de vista ontológico, esta afirmación es
problemática, puesto que cuesta ver cómo los elementos que
se reúnen en la composición no forman también parte de las
propiedades que definen su identidad: ¿qué serla una estructura
sin elementos reunidos? ¿Qué seria una forma sin contenido?
Ahora, ¿en qué reside la función de la obra? En su funciona­
miento literario, responden Wellek y Warren. En otros términos,
su función reside en su funcionamiento de acuerdo con su
propia naturaleza, la cual, recordémoslo, reside en el hecho de
“ser" una obra literaria. De ahí se desprende que la función ya
no es inducida a partir de cienos usos empíricos comprobados:
la intención del autor, la eventual intencionalidad colectiva de
orden institucional, las modalidades de la recepción, ya sean
colectivas o individuadas, etc. Ésta se internaliza, de modo que
la propia obra deviene el sopone de una función interna que se
confunde con su naturaleza, la cual, a su vez. se identifica con
su forma.
Dos cosas nos mueven a la reflexión. Por un lado, existe un
riesgo de ciicularidad entre la determinación de la naturaleza de
la obra y la detenninación de su función: la naturaleza de la obra
literaria es la de adecuarse a su función que es la de adecuarse a
su naturaleza. Por otro lado, la definición de Wellek y Warren da
cuenta de un sesgo formalista, ya que "la naturaleza de la literatura”
reside, según ellos, en la disposición de los elementos y no en los
elementos mismos. De ahí la imposibilidad de separar el método
de un análisis formal -un método que en principio es descriptivo-
del ideal formalista, que es la norma en nombre de la cual un
lector que tiene preferencias formalistas separa lo que corresponde
a su definición honorífica de la literatura de lo que ella excluye.
Personalmente, el ideal formalista me conviene a la perfección.
Pero se trata de una norma estética y no de la descripción de
una realidad empírica. Puesto que. al igual que todo acto discur­

sos DOS M OOUOS D£ ESTUOtOS LfTUlAWOS ► 49


sivo, una obra literaria es una estructura verbal intencional, que
comunica un '‘contenido” a través de una organización verbal
individuada. La función estética que completa eventualmente
este discurso (ya sea querida o no por su autor) no podría ejer­
cerse más que activándolo como acto de comunicación, en re­
sumen. como un “contenido” que nos es comunicado.
Dicho esto, lo más importante, en este caso, no es el sesgo
formalista, sino la confusión entre descripción y norma. Y el
hecho de que, más allá de cuál sea la norma a la que uno adhiere,
cuando se adopta una orientación descriptiva, estas mismas nor­
mas forman parte del objeto que hay que describir, por lo que
no deben delimitarlo previamente.
El provecho y el placer que los humanos obtienen de la li­
teratura son muy diferentes según las obras y según los lectores.
Y esto no viene de ayer. Así es que, contrariamente a lo que a
veces se oye decir, el interés suscitado por el juego de la forma no
es en absoluto un epifenómeno reciente y lamentable que se de­
bería a la influencia nefasta de los estudios “estructuralistas" o
"formalistas”. En todas las épocas y en todas las sociedades, ha
habido autores y lectores sensibles a la literatura como juego for­
mal. Que el análisis estructural llame la atención sobre las propie­
dades formales no es algo para lamentar, a no ser que se piense que
la inteligencia y el placer de las formas son incompatibles con la
atención acordada a la significación, lo cual seria una afirmación
absurda. Pero en todas las épocas y en todas las sociedades, tam­
bién ha habido autores y lectores sensibles especialmente al
“fondo”. Esta sensibilidad ha dado nacimiento a otro tipo de
normas, y -otra vez en contra de una afirmación recurrente- es­
tas normas son igual de compatibles que el ideal formalista para
abordar la obra en el marco de una relación estética.11 Por último,
la mayoría de los autores y lectores siempre han sido sensibles a
ambas dimensiones, al “mundo de la obra" -para retomar una
expresión dé Paul Ricoeur- concebido como resultado de un de­
cir puesto en forma.

** V é a n se m i s a d e la n te , p p . 1 0 9 * 1 1 4 .

50 4 PCQUCÑA ECOLOGÍA OC LOS ESTUOSOS LITERARIOS


De nuevo, no hay nada que objetar a la combinación de en­
foques evaluativos y descriptivos. Puesto que si la mayoría de
nuestros compromisos con los hechos culturales están apológi­
camente orientados, es igual de cieno que la mayoría de estas
orientaciones axiológicas se deben, entre otras causas, a las pro­
piedades (intencionales) de estos hechos. Pero espero que se vea
mejor por qué conviene distinguir las dos actitudes presentes
en esta combinación, pues las propiedades poseídas por un ob­
jeto nunca son la causa suficiente para su evaluación, a no ser
que se olvide que la evaluación es una propiedad relaciona! y
no una propiedad interna de los objetos. En el caso de Wellek
y Warren, las propiedades descubiertas a través de los procedi­
mientos del análisis formal son ciertamente propiedades efecti­
vas de las obras literarias y, dicho al pasar, de muchos escritos
no literarios. Pero, para poder deducir un criterio de identifica­
ción de una supuesta “naturaleza” literaria, y a se debe de haber
formulado (tácitamente) un juicio de preferencia sobre las pro­
piedades valorizadas. Y desde entonces, la supuesta determina­
ción de la “naturaleza” de la literatura, lejos de estar “dada” de
antemano, queda determinada con posterioridad, a partir de tal
criterio axiológico.

LOS DOS MOOCiOS OC ESTUDIOS LTO M M O S ► 51


IV Descripción y normatividad

Pero suponiendo que sea deseable, ¿es posible un enfoque des*


criptivo de los hechos literarios? l a respuesta inmediata que
viene a la mente es que debe de ser muy posible porque éste
existe, al menos de forma intermitente, desde la Poética y la
Retórica de Aristóteles hasta las investigaciones actuales. Tal como
he señalado ames, este tipo de enfoque se desarrolló en especial
en el siglo xx, a través de los trabajos sobre poética desde el
formalismo ruso hasta aquellos del análisis estructural y más allá,
pero también, desde una perspectiva interdisciplinaria, se rela­
cionó con la lingüistica, la historia, la sociología, la antropología
o incluso la filosofía (desde la fenomenología literaria de Insuden
hasta los trabajos inspirados por la filosofía cognitiva de la mente).
Se objetará que la mayoría de estas investigaciones, empe­
zando por la reflexión aristotélica, mezclan, en realidad, descrip­
ción y normatividad, y que no se distinguen, pues, de la primera
vía que acabo de describir a no ser por el hecho de que desco­
nocen su propio estatus. Una posible respuesta a esta objeción
es que conviene distinguir entre el ideal y la realidad. Así como
el ideal de cualquier ciencia es la verdad absoluta, aunque la
mayoría de las proposiciones científicas no alcancen ese estatus,
el hecho de que la actitud de neutralidad axiológica se realice
rara vez (o casi nunca) de forma plena no implica que uno no
pueda (incluso que no deba) concentrarse en desarrollarla. Por
otra parte, los mejores trabajos contemporáneos que se inscriben
en la perspectiva descriptivista -p o r ejemplo, y para nombrar
u n sólo dos, la teoría de la ficción de Káte Hambuiger y la poé­
tica general de Gérard Genelte- no están más lejos de este ideal
de neutralidad axiológica que los mejores trabajos llevados a
cabo en el marco de otras disciplinas de las ciencias humanas.
Pero esta respuesta, aunque ju s u , sería un poco limiuda.
Puesto que la verdadera objeción contra el descriptivismo es una

DESCRIPCIÓN Y NOKMATlVlOAO ► 5 3
objeción de principios: creer en la existencia o en la posibilidad
de una vía descriptiva equivale a mostrar una ingenuidad per*
turbadora, mientras que las mentes más brillantes en episiemo*
logia y filosofía de las ciencias han deconstruido “la ilusión des-
criptivisia" ya desde hace tiempo. En síntesis, la propia idea de
un enfoque puramente descriptivista seria un sinsentido. Efec­
tivamente, cualquier descripción, según nos dicen, al estar inserta
en un contexto normativo, no podria tener descripción “pura".
El rumor ha provocado incluso que la validación de esta refuta*
ción del ideal descriptivista se estableciera de forma definitiva y
ya no pudiera impugnarse. En suma, el proyecto descriptivista
daría cuenta de una concepción ingenua, ya superada, del co­
nocimiento. ¿Pero esto es realmente asi? Para responder a esta
pregunta, tenemos que abandonar el terreno propiamente lite­
rario y pasar al de la argumentación filosófica.
Formulada como tesis absolutamente universal, la refutación
del ideal descriptivista se refuta ella misma. En efecto, una de
dos. O bien la aserción según la cual no existe proposición que
se pueda calificar de descriptiva es verdadera, y en ese caso al
menos hay una que sí es descriptiva, a saber, aquella que establece
que no existen proposiciones descriptivas, lo que a su vez la vuelve
falsa. O bien se admite que la tesis se aplica también a la propo­
sición que enuncia dicha tesis, y, en tal caso, esta última no es
verdadera y al mismo tiempo no puede aseverar la falsedad de la
tesis adversa: aquella según la cual es posible separar y distinguir
las dos. No se puede tener el oro y el moro.
Por eso es que casi nadie formula la objeción bajo esta forma
absoluta. La mayoría de los defensores de la tesis de la imposi­
bilidad de una separación entre hecho y valor admiten que exis­
ten. por supuesto, algunos rmmdodrK que cumplen una función
descriptiva sin componente normativo. Así, todo el mundo está
de acuerdo en que. por ejemplo, “Proust nació en 1872” es un
enunciado puramente descriptivo, ”factual”, aunque falso (ya que
Proust nació en 1871). Pero enseguida se añade que no se está
discutiendo sobre enunciados individuales básicos de este tipo,
sino sobre estructuras discursivas globales en las que estos enun­

54 < PEQUEÑA ECO iO CÍA O C IO S ESTUCOS DURAM OS


ciados se integran. Tal vez existan enunciados descriptivos '‘pu­
ros", pero no podrían existir discursos puramente descriptivos. En
ese sentido, Hilary Putnam admite que existen enunciados, o
más bien usos de enunciados, que pueden calificarse correcta­
mente de "descriptivos". En cambio, la idea según la cual el dis­
curso científico se caracterizarla por el hecho de ser puramente
descriptivo le parece ilusoria.1
En general, los antidescriptivistas identifican la posición
descriptivista con la posición de Hume, en la medida en que se
le adjudica a Hume la tesis según la cual es posible, e incluso
necesario, distinguir entre hecho y valor. Hume afirma con ma­
yor precisión: (a) que las proposiciones descriptivas son entera­
mente diferentes Ceittínely dijjcrcnt") de las proposiciones nor­
mativas. y (b) que ninguna proposición normativa puede ser
deducida de una proposición descriptiva, dicho de otro modo,
que no existe lazo lógico que permita pasar de la una a la otra.2
En consecuencia, la cuestión de la distinción entre descriptividad
y normatividad solía parecer inseparable del problema heredado
de Hume: ¿acaso es o no posible deducir de manera válida una
conclusión evaluativa o normativa de premisas puramente des-
cripúvistas? No queda muy claro que éste sea el problema crucial.
Pero ames de plantear esta pregunta, primero hay que ponerse
de acuerdo sobre lo que el descripiivismo afirma efectivamente
y, en especial, sobre aquello que no afirma.

1 V ía s e H ila ry P u tn a m . Fait/Vakur. lafin d u n dogme <tasures o s á i s |2002| ,


tra d . ír. d e M a ijo r ie C a v e r ib tr e , P a rís, U E clat. 2 0 0 4 (u a d . e s p .: 0 desplome de
Ia dicotomía hecho/vaior y otros ensayos, tr a d . d e F r a n c e s c F o m 1 A rg im o n .
B a rc e lo n a . P aid O s, 2 0 0 4 ] . E n re a lid a d , la p o s ic ió n d e P u tn a m e s a m b ig u a . N o
s e o p o n e ta n to a (a d is tin c ió n e n tr e h e c h o y v a lo r, s in o m á s b ie n a b te n d e n ­
c ia a h a c e r d e í s t a u n a d ic o to m ía . T a m b ién p a re c e q u e s u b la n c o p t im ip a l n o
e s e l d is c u rs o c ie n tífic o , s in o e l re la tiv ism o m o ral.
* D a v id H u m e , TreatiseoJ H u m o» N a fu re. N u e v a Y o rk , P ro m e th e u s B o o k s ,
Tratado de Id n a tu ra le z a h u m a n a , tr a d . d e
1 9 9 2 , n i, i, i, p . 4 6 9 ftr a d . e s p .:
F é l ix D u q u e , M a d r id . T e c n o s , 2 0 0 5 1 . P a ra u n a tr a d u c c ió n fra n c e s a re c ie n te
d el Traite de tanature h u m a in e . v ía s e la d e P h itip p c S a h e l .J e a n - P i e r r e C l í r o
y P h ilip p e B a ra n g e r . e n t r e s v o lú m e n e s , p u b lic a d a p o r C a m ie r - F la m m a r io n .
1999

OCSOuaClÓN Y NORMATIVIDAD ► 5 5
A veces nos gusta creer que quienes defienden la existencia
de una distinción sólida entre descriptividad y normatividad
sostendrían que una proposición es siempre o bien descriptiva
o bien normativa, y que no existirían, entonces, enunciados
compuestos. En realidad, defender la hipótesis de una diferencia
entre descriptividad y normatividad no implica negar la existen­
cia de enunciados compuestos. Un enunciado puede perfecta­
mente tener, a la vez, un componente descriptivo y un compo­
nente evaluativo. Como lo ha mostrado Gérard Genette. tal es
el caso de los juicios estéticos, por lo tamo, de una parte nada
desdeñable de las proposiciones formuladas en el marco de los
estudios literarios.3 De hecho, una misma frase (¿cntence) puede
tener, según las enunciaciones (utteranccs), una función o bien
descriptiva o bien evaluativa. Por ejemplo, “Jean-Marie es estúpido"
puede querer decir en algunas circunstancias: “Más allá de que la
estupidez sea algo bueno o malo, a Jean-Marie se lo puede des­
cribir verídicamente como estúpido*. Pero en otros contextos (por
ejemplo, cuando alguien me pregunta: “¿Te agrada Jean-Marie?*),
puede querer decir: “Jean-Marie es estúpido y eso es un defecto*.
Esta proposición comporta entonces a la vez. si es posible gene­
ralizar el análisis de los predicados estéticos que propone Genette,
un componente descriptivo (la identificación de las propiedades
mentales que definen la estupidez) y un componente evaluativo
(la estupidez es una cualidad negativa).
También se afirma, a veces, que sería imposible admitir la
diferencia entre hecho y valor sin negar que una proposición
descriptiva pueda fun cionar como medio retórico para que se
acepten valores. Ahora bien, muchos enunciados descriptivos
funcionan de este modo. El filósofo J. J . C. Smart ha destacado
así que el acto de alabar (o sancionar) puede realizarse muy bien
a través de frases descriptivas. Smart da un ejemplo deliciosa­
mente anticuado: en lugar de decir que una mujer es bella y, de

* V ía s e G é ra rd G e n e tte , L 'd u v n r de Vart u.


La relatwn cuh¿t\que, P arts. S e u il.
1 9 9 7 Itra d . c s p .: La obra d d arte b . La relación estítica, tra d . d e C a r lo s M a r r a n o .
B a rc e lo n a . L u m e n . 2 0 0 0 1 .

56 é PEQUEÑA ECOLOGÍA OC LOS ESTUDIOS LlTCftAMOS


ese modo, usar un predicado evaluativo, la podemos describir
del siguiente modo: “Sus mejillas son como rosas, sus ojos, como
estrellas".4 Asimismo, sabemos que si se quiere convencer a al­
guien de ir a ver una película, en ocasiones resulta más eficaz
decir: “Es una película de amor (o una película de horror)", o
incluso: "X dijo que esta película era increíblemente bella”, en
lugar de decir “Esta película es muy bella". Para inducir la adhe­
sión a un valor, en efecto, en muchos casos resulta más eficaz
servirse de un juicio factual en lugar de introducir directamente
un juicio de valor. Pero este hecho tiene que ver con efectos per-
locutivos, por lo tanto, con los efectos psicológicos de los actos
de lenguaje, y no con su estatus ilocutivo.5 En los ejemplos que
acabo de dar, el estatus ilocutivo de los enunciados es bien des­
criptivo (describen una realidad, aunque más no sea recurriendo
a comparaciones, como en el caso del ejemplo de Smart), pero su
efecto psicológico radica en inducir al auditorio a adoptar una
actitud favorable respecto de la persona o de la obra descripta Y
el hecho de que el locutor puede usar intencionalmente un enun­
ciado de estatus ilocutivo descriptivo porque cree (tenga o no
razón) que tal enunciado será más eficaz que un enunciado eva­
luativo no modifica el estatus ilocutivo de su enunciado.
Sostener que existe una diferencia entre hecho y valor tampoco
exige afirmar que, en el primer ámbito, podemos alcanzar la cer­
teza absoluta y que, en el segundo, cualquier consenso resulta

4 V é a n se J o h n Ja m ie s o n C a rsw e ll S m a rt, 'F r e e - W ill, P raise a n d B ia m e ", e n


M in d. v o l. 7 0 . n ú m . 2 7 9 . ju l i o d e 1 9 6 1 , p . 4 0 3 ; “R u th A n n a P u tn a m a n d th e
F a c t-V d u e D istin c tío n *. e n Pfedosophy. v o l. 7 4 . n ú m . 2 8 9 , ju l i o d e 1 9 9 9 . p . 4 3 5 .
i L a d is tin c ió n e n tr e perlocución e ioattíón p r o v ie n e d e A u s tin . S e a r le la
re to m a pora d is tin g u ir d o e d im e n s io n e s d e lo s a c to s d e le n g u a je La d im e n s ió n
ilo c u ttv a d e u n e n u n c ia d o re ú n e to d a s s u s d e te r m in a c io n e s in n a lm g ú is u c a s ;
la d im e n s ió n p e rlo cu tiv a c o rre s p o n d e a s u s e le c to s p ra g m á tic o s. V é a n se J o h n
L an g sh a w A u s tm . Q uond dire. <‘e$t Jotre, tr a d . fr. d e G ilíe s L a ñ e , P a rts. S e u il,
1 9 7 0 |trad. c s p .: Cómo h a c e r c o sa s co n p a la b r a s , tr a d . d e G e n a r o C a r r ló y
E d u a rd o R a b o s si. B a rc e lo n a , PaidO s. 2 0 0 3 1 : J o h n R . S e a rle , Sensetexpussitm.
Études de theorie des acus de longoge. tr a d . ír. d e Jo é lle P ro u st. P a rís. M in u it,
1 9 7 9 . p p. 3 9 -7 0 .

DESCRIPCIÓN V NORMATIVIOAO ► 57
imposible. Para criticar la distinción de Hume, Hilary Putnam
señala que quienes la apoyan son victimas de una visión dicotómica
que separa el pensamiento en dos ámbitos: el de los “hechos" que
pueden establecerse más allá de cualquier controversia CestaWished
bcyond conimversy") y el de los valores, objeto de irremediable
desacuerdo Chopclcss disagrtcm enO .6 Pero es posible defender el
dualismo entre hecho y valor, o entre discurso descriptivo y dis­
curso evaluativo. pensando, por otra parte, que la mayoría de los
hechos quizá nos resulten siempre inaccesibles y que, respecto de
los restantes, nuestro conocimiento nunca será más que probable.
Un descriptivista puede ser un escéptico; precisamente como lo
era el joven Hume. Igualmente es posible defender la distinción
entre hecho y valor, sosteniendo que el consenso es regla en el
ámbito del valor. La distinción entre hecho y valor es independiente
de la cuestión de la certeza y del consenso.
Asimismo, adoptar una actitud descriptiva no impide en
absoluto dar cuenta del elemento eventualmente normativo de
las realidades que uno se propone describir. En una situación así,
el estatus normativo forma parte del hecho estudiado y. como tal,
puede y debe entrar en la descripción. En ese sentido, a veces, se
dice que no se podría desarrollar una estética descriptiva ya que
el campo de la estética es intrínsecamente un hecho de valor:
cualquier obra de arte tiene una pretensión de validación y esta
pretensión forma pane de su identidad o de su ser. Dicho de otro
modo, una obra de arte tendría un estatus cercano al de cienos
actos de lenguaje, por ejemplo, las promesas, cuyas reglas cons­
tituyentes implican un componente normado y normativo. De
hecho, el enfoque descriptivista no desconoce para nada que una
obra de ane es, como todos los productos humanos y muchas
eosas no humanas, una realidad constitutivamente normada.
Simplemente, un descriptivista cree que esta dimensión evaluativa

6 H ila ry P u tn a m , Recaen. and Hlstory, C a m b r id g e , C a m b r id g e U n í*


Truth
Rafcon. vín ti ex h iu áre, Parts,
v e rsity P ress. 1 9 8 1 . p . 7 1 . T ra d u c c ió n fra n c esa :
M ü n u t, 1 9 8 4 |irad. e sp .: Razón, verdad c h u lo n a , tra d d e J . M . E steb an C lo q u e )],
M a d rid . T e c n o s . 1 9 8 8 ) .

38 * k q u c ñ a e c o ío o u oc l o s esm oios ciTutARios


se vincula con los usuarios, es decir, pane de la hipótesis de que
los predicados que expresan valores son predicados relaciónales
y no predicados objetuales. En el campo de los estudios literarios,
el descriptivista se halla así en la misma situación que el filósofo
que describe los actos de lenguaje: cuando debe describir un acto
de lenguaje normativo, tiene necesariamente que describirlo en
su estatus normativo, dando cuenta de su lógica normativa. Pero
esto no significa que su descripción sea a su tumo normativa. Por
lo tanto, admitir que las obras literarias son siempre objetos eva­
luados (positiva o negativamente) no implica la imposibilidad de
adoptar una actitud descriptiva para estudiarlas. El valor también
es un hecho, y puede y debe ser estudiado como tal desde una
perspectiva descriptiva.
El ideal descriptivista tampoco implica que la elección de
la actitud descriptiva, o la elección de los objetos que se estu­
diarán, no pueda ser la expresión o la consecuencia de los valo­
res a los que se adhiere. Ruth Anna Putnam creyó objetar a la
tesis de Hume que, como justamente intereses humanos incitan
a los científicos a investigar, y especialmente a elegir un objeto
en lugar de otro, la empresa científica como tal está saturada de
valores. PeroJ.J. C. Smart le respondió,con mucha agudeza, que
la decisión de un científico de estudiar las ecuaciones de Maxwell
(en lugar de otra cosa) puede derivarse de un posicionamiento
axiológico, pero esto no hace que las ecuaciones en cuestión
impliquen un juicio de valor. Que tales juicios sean causalmente
responsables de la elección de los hechos que decidimos descri­
bir no transforma nuestras descripciones de los hechos en juicios
de valor.7
El defensor del ideal descriptivista reconoce, por supuesto,
que su programa de investigación está sometido a normas “epis-
témicas”, como la verdad, la falsabilidad, la posibilidad de un
control intersubjetivo y, justamente, la neutralidad axiológica. Y
admite a esta última con tanto más gusto cuanto que un discurso

7 J o h n Ja m le s o n C a rsw ell S m a rt, '‘R u th A n n a P u tn am a n d ih c F act-V ah ie


D is u n c iio n * . op. c i t , p. 4 3 2 .

DESCRIPCIÓN Y NOftMATIVIDAD ► 39
descriptivo, para él, sólo tiene éxito si cumple con las condicio­
nes enunciadas por tales normas. Si quieto describir la realidad
como es, es necesario que mi discurso se deje guiar por la “norma
de lo verdadero”, retomando la expresión de Pascal Engel, pero
también por la de la “neutralidad axiológica”. El descriptivista
no afirma que lo real nos es dado: considera que la descripción
es una construcción humana, un conjunto de representaciones
constreñidas por la norma de lo verdadero, en otras palabras,
un conjunto de enunciados cuyos autores reconocen que una
de las condiciones para su éxito radica en la satisfacción de esa
norma. En cambio, sostiene que estas aserciones apuntan a afir­
mar únicamente lo que son los objetos a los que se refieren, y no
lo que deberían ser. Su discurso está muy normado, puesto que
está sujeto a reglas epistémicas, pero entre ellas figura precisa­
mente la neutralidad axiológica. que le prohíbe formular juicios
de valor sobre los objetos denotados por su discurso. Que haya
filósofos que confunden estos dos problemas da que pensar.

60 < KQUCISIA C C O tO G U OC IO S (S U M O S UTW AIUOS


V Descripción, comprensión
y explicación: un enfoque filosófico

S in embargo, hay que reconocer que los argumentos anteriores


no resuelven la objeción más difundida en contra de la posibi­
lidad de una orientación descriptivista en el campo de los estu­
dios literarios. Pues esta objeción no se basa en un antidescrip-
tivismo de principios, más bien destaca la especificidad de los
objetos de estudio de las ciencias humanas. Esta especificidad
reside en el hecho de que los objetos estudiados por estas cien­
cias no son “hechos brutos”.1 como lo son los acontecimientos
o procesos físicos que estudian las ciencias naturales. Más pre­
cisamente. su propia identidad no reside en los acontecimientos
o en los procesos físicos en los que éstos se encaman, sino en
aquello de lo que “se sirven", aquello a lo que reenvían, la sig­
nificación a la que apuntan, etc. Dicho de otro modo, para co­
nocerlos no es nada útil describirlos (indicando sus caracterís­
ticas físicas),es necesario comprenderlos. Por ejemplo, si escribo:
“Hoy es un lindo día, ¿no es cierto?", y alguien quiere aclarar la
naturaleza de lo que acabo de producir, no le servirá de nada
analizar el papel, estudiar la composición química de la tinta o
calcular cuánta tinta he usado. Tampoco le servirá de mucho
medir el largo total de las marcas de tinta, o la distancia entre
dos marcas, o incluso contar la cantidad de marcas, dar cuenta
de su dibujo por medio de ecuaciones, etc. Deberá tomar con-

1 U n o c ió n d e hecho bruto fu e in tro d u c id a p o r G e rtru d e E U zab eth M arga ret


Ancdysxs, v o l. 1 8 , n ú m . 3 . 1 9 5 8 ) .
A n s e o m b e ( * O n B ru te F a c ts " , e n S e a rie la
re to m a a p a rtir d e Les Aeut de tangqgc, P a rís. H e rm a n n , 1 9 7 2 (erad, e s p .: Los
actos de ho N a. 5 * e d .. tra d . d e L u is V sld és V illa n u e v a , M a d rid , C i t c d r a , 2 0 0 1 1 .
AUt o p o n e lo s h e c h o s b r u to s a lo s h e c h o s in te n c io n a le s , p a rtic ió n o n to ló g ic a
q u e d e se m p e ñ a rá u n p a p e l c r u c ia l e n e l c o n ju n to d e su s t r a b a jo s p o ste rio re s ,
s o b r e t o d o e n Lo construcción de la realidad social.

DESCRIPCIÓN. COMPRENSIÓN Y EXPLICACIÓN: UN ENFOQUÉ FILOSÓFICO ► 61


ciencia del hecho de que cada una de escás marcas hace las veces
de una letra (reenvía a una letra, vale por una letra), la cual se
sirve de un fonema, el cual se combina con otros para formar
morfemas, los cuales forman palabras que tienen una significa­
ción, palabras que a su vez se integran en un enunciado, por
medio del cual alguien quiere comunicar algo a alguien a pro­
pósito de alguna cosa, a saber, que hoy es un lindo día. La
identidad verdadera de una “cosa" de este tipo -u n enunciado-
no parece deberle casi nada a la naturaleza '‘bruta* de aquello
en lo que se encama: manchas de tinta sobre una hoja de papel.
Parece ser tanto más independiente en cuanto que es posible
reemplazar estas huellas de tinta por la emisión de cieno número
de sonidos, o por otras huellas de tinta, sin cambiar en nada su
identidad. También puedo enunciar en voz alta aquello que he
escrito, o escribirlo en otra lengua, por lo tanto, a través de
'‘hechos brutos* muy diferentes.
Los objetos de este tipo son los que se denominan, con un
término hoy consagrado, “objetos intencionales”, es decir, cosas
cuyo ser reside en el hecho de que representan un contenido
mental. Para conocerlos, he aquí la objeción, no sirve de nada
describirlos como podemos hacerlo con los hechos brutos, hay
que interpretarlos. El argumento ha sido formulado de diferen­
tes maneras, pero su formulación más famosa plantea la distinción
entre “explicar" (erUáren) y “comprender" (verstehen). Las ciencias
serían explicativas: conocer sus objetos es conocer sus causas;
mientras que las ciencias humanas operarían sobre el modo de
la comprensión: conocer hechos humanos es saber qué significan,
qué quieren decir. Es posible notar desde ahora que la cuestión
de saber si la noción de explicación recubre la noción de des­
cripción está lejos de ser b a n a l . Sin embargo, la mayoría de las
objeciones formuladas en nombre de la naturaleza intencional
de los hechos estudiados por las ciencias humanas plantean
como si las dos nociones se superpusieran, lo que termina ha­
ciendo coincidir la distinción entre descripción y evaluación con
aquella que distingue entre explicación y comprensión (volveré
sobre esto más adelante).

62 ◄ PCQUCÑACCCXOGlAOi tos ESTUDIOSUTtAAAiOS


La constatación sobre la que se funda la objeción es irrefu­
table. Los hechos estudiados por las ciencias humanas son cons­
titutivamente hechos de intencionalidad, es decir, combinaciones
de objetos intencionales. Y esto es así, más allá de decir en qué
concierne el objeto de los estudios literarios, la lingüística, la
historia del arte, etc.; en resumen, de todos los objetos que dan
cuenta de “formas simbólicas”, en el sentido técnico que Cassirer
otorga al término.2 Pero es también el caso, más general, de to­
das las realidades cuya propia identidad depende de las repre­
sentaciones mentales que los humanos mantienen sobre éstas y,
en especial, de todos los hechos institucionales, ya se trate del
Estado, la moneda, la justicia, etc., o incluso de la mayoría de
los hechos sociales (aparte de aquellos fundados sobre la fuerza
y la violencia puras). Incluso es posible afirmar que nuestra
identidad individual -nuestra mismidad, el Yo- es una realidad
profundamente intencional, aun cuando tratar de demostrar
realmente esta hipótesis haría estallar en pedazos los límites de
la presente reflexión.
Una manera clásica de resumir esta situación es decir que
los hechos humanos poseen un estatus constitutivamente “her­
menéutica". ¿Pero qué se entiende por eso? En el sentido origi­
nal del término, la hermenéutica es el arte de la comprensión y
de la interpretación de los textos (sagrados o profanos). Como
los textos son cristalizaciones de actos discursivos, su realidad
es constitutivamente intencional, y la interpretación es la etapa
inaugural de cualquier descripción y análisis literario. Esta her­
menéutica filológica conjuga el trabajo filológico en el sentido
técnico del término, el establecimiento de los textos, con un
programa propiamente interpretativo, la reconstrucción del sen-

* U n a / o rm a sim bólica p u ed e se r d e fin id a c o m o u n a m o d alid ad p o s ib le d el


s e n tid o . Para C a ssirer, la s tre s p rin c ip a le s fo rm a s sim b ó lic a s s o n el le n g u a je ,
el p e n sa m ie n to m ilic o relig io so y la c ie n c ia . V é a se E r n a C assirer, La Philosophie
des form es symboliques, tra d . fr. d e J e a n L a c o ste , O le H a n se n -L o v e y C la u d e
F r o n t y .3 v o l s .P a r t s . M in u it. 1 9 7 2 (tra d . e s p .: Filosofía de lasform as simbólicas,
2 * e d ., tra d . d e A rm a n d o M o ro n e s. 3 v o ls ., M é x ic o . F o n d o d e C u ltu ra E c o n ó ­
m ic a , 1 9 9 8 | .

DESCRIPCIÓN. COMPft£N$tÓN Y EXPLICACIÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 6 3


(ido que las obras tenían en el contexto histórico en el que na*
cieion. Ha tenido importantes desarrollos durante las últimas
décadas con la “hermenéutica material” de Peter Szondi, y su
programa fue lanzado en Francia, en especial en el campo de los
estudios clásicos, por helenistas como Jean Bollack. Heinz Wis*
mann, Pierre Judet de La Combe, o incluso André Laks.
Bajo formas diversas, esta hermenéutica filológica forma pane
del mismo zócalo de los estudios literarios. Pero, en la presente
discusión, me importa otra orientación de la hermenéutica, aque*
lia calificada generalmente como “hermenéutica filosófica”. Se
trata de la hermenéutica existencial expuesta en El ser y el tiem po
de Heidegger, que ha sido desarrollada bajo la forma de una
hermenéutica de la cultura por Hans-Georg Gadamer. Estoy con*
vencido, en efecto, de que los problemas que plantean la com­
prensión y la interpretación textuales sacan provecho cuando se
ios plantea a partir de una reflexión general sobre la comprensión
como relación con el mundo. Ahora bien, resulta que la herme­
néutica filosófica hace de la cuestión de la intencionalidad (que
toma prestada de Husserl) un punto focal, y la plantea en toda
su generalidad, por lo tanto, mucho antes de la forma especifica
que adquiere en el caso de la interpretación de textos.
Desde ya que Heidegger y Gadamer han sido también unos
eminentes virtuosos (a veces controvertidos) del arte de interpre­
tar. Pero Heidegger desarrolló sobre todo una metahermenéutica
en forma de ontologla fundamental, sobre la que se apoyó la
hermenéutica de la cultura de Gadamer en gran parte. Su onto-
logla del Dasein elevó a nivel de axioma general la distinción
entre explicar y comprender, que Dilthey habla formulado desde
una perspectiva puramente epistemológica para tratar de dar
m e n t a He la especificidad de las ciencias tmmanas en el marco

general de las ciencias. La hermenéutica filosófica hace de la


actividad de com prenderte) la característica del ser mismo del
hombre (del Dasein). El Dasein nunca es esto o aquéllo (no tiene
una naturaleza constante dada previamente a su existencia): a)
comprenderse como posibilidad de ser. proyecta en cieña manera
su ser por delante de si mismo. Para decirlo de un modo para-

64 4 K Q U tÑ A ECOLOGÍA D£ LOS CSTUOtOS UTO AM O S


dójko: esta no coincidencia consigo mismo es su ser, y a este tipo
de fenómeno Heidegger denomina “existencia”.
En Heidegger. la comprensión se halla pues fundamental­
mente involucrada, tan fundamentalmente que la forma que
reviste en Dilthey, la de método de ciencias humanas, sólo apa­
rece como una figura derivada, secundaria. He indicado más
arriba que la fenomenología del segundo Husserl y la herme­
néutica heideggeriana eran “aniinaturalistas”. Ahora bien, hay
que tener en mente que el “naturalismo” no designa aquí el
monismo hsicalista (o el reduccionismo fisicalista) de las ciencias
naturales, sino una característica de todas las “ciencias positivas”,
y en particular de las ciencias sociales y humanas: el “objeti­
vismo”. Es la razón por la que el antinaturalismo de Husserl se
opone sobre todo a la psicología, y el de Heidegger, tanto a la
antropología como a la psicología.9 Justamente a causa de este
antiobjetivismo, interpretado como un antidescriptivismo. la
hermenéutica filosófica parece proveer argumentos que muestran
la imposibilidad de cualquier programa descriptivisia en las cien­
cias humanas.
El reciente libro de Yves Cilton sobre VAvenirdes Humanités
es interesante de examinar en este punto, porque el autor sostiene
una tesis que puede parecer cercana a aquella de la hermenéutica
filosófica, y porque su orientación es curiosamente convergente

La Crise des Sciences eunopíennes el la phtnomtno-


’ V é a se E d m u n d H u ss e rl.
logretransccndantalc, P a rts. G a llim a rd , 2 0 0 4 , p . 1 0 [trad. e sp .: La crisis de los
ciencias europeas y la fenomenología trascendental, tra d . d e ja c o b o M u fto z y S a l­
v a d o r M a s, B a rc e lo n a . C r itic a , 1 9 9 1 1, así c o m o ta m b ié n M a rtin H eid ég g er, Srin
u n d Z e it.T u b ín g a , M a x N ie m e y e r V erlag. 1 9 7 7 . § 1 0 , p . 4 5 (trad . e s p .: El se r y
el tiem po, tra d . d e J o s é G a o s , B u e n o s A ire s. F o n d o d e C u ltu r a E c o n ó m ic a .
1 9 5 1 1.1 lu sscrl em p lea lo s té rm in o s d e 'n a tu ra lism o '* y "p o sitiv ism o ", H eid egger
h a b la d e 'c ie n c ia s p o sitiv a s", p e r o e n a m b o s c a s o s esta d a s e c o n tie n e n o só lo
la b io lo g ía , s in o ta m b ié n la s c ie n c ia s s o c ia le s . La c u e s tió n d e s a b e r e n q u é
m e d id a el a n tio b je tiv is m o d e la h e rm e n é u tic a filo só fic a e s U lig id o a u n a form a
d e d u a lism o o m o ló g ic o (p o r lo ta n to , a u n a fo rm a d e a n tim o n ism o ) e s co m p le ja ,
e sp e c ia lm e n te p o rq u e H eid eg g er rech a z a e l d u a lis m o c a rte s ia n o y ta m b ié n el
tra sc e n d e n ta lis m o d e l ú ltim o H u sserl ( q u e p u e d e co n sid e ra rs e c o m o u n a v a­
ria n te ra d ica liz a d a d e l d u a lis m o ca rte sia n o ).

D6SCWPCIÓN. COMPRENSIÓN Y EXFUCa O Ó N : UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 65


t incompatible con mi propia argumentación/ Yves Citton parece
próximo a la hermenéutica porque ubica el problema de la in­
terpretación en el centro de su enfoque, y llega a hacer de la
cultura interpretativa la base de nuestra relación con el mundo.
Esta inversión de la debilidad en fuerza se ve acompañada lógi­
camente de una depreciación de las ciencias, en la medida en
que ellas ignorarían su propio fundamento en esta cultura de la
interpretación. No obstante, Cinon se aleja de modo radical de
la argumentación de la hermenéutica filosófica. Por un lado, ve
en los estudios literarios -y más precisamente en lo que serla su
debilidad desde el punto de vista de la cognición “científica”- el
fundamento de la relación cognitiva entre el hombre y lo real,
mientras que la hermenéutica lo ubica en el pensamiento exis­
tencia! del ser-ahí. Por otro lado y especialmente, abandona cual­
quier referencia a la cuestión de la verdad, que sigue siendo
central en la hermenéutica filosófica. Hay convergencia con los
argumentos aquí expuestos en un punto importante. En efecto,
es posible leer el libro de Citton como una elocuente defensa a
favor de una de las funciones de los estudios literarios: su rol
social, como factor de transmisión y de transformación de los
valores culturales, de invención de nuevos posibles, para retomar
sus términos/ Sin embargo, en el fondo, su visión global es in­
compatible con la que he expuesto aquí, ya que, para él, el ideal
descriptivista no es más que una encamación del “capitalismo
cognitivo”. Agregarla que la manera en la que, según Ciuon, los
estudios literarios deberían cumplir su función vivificante en el
interior del desarrollo de la literatura es bastante particular. Las
“Humanidades poscríticas” a las que apela deberían desarrollar
supuestamente comunidades interpretativas capaces de “convo­
car nuestras capacidades de tabulación para contribuir a fabricar
nuevas creencias, que orientarán lo dado hacia una ficción pre-*

* V é a se Y ves C iu o n , LAvrnJr des HumaniUs. Économie de l a conncússancc ou


cultures de llnterpretútion?, P a rís. L a D é c o u v e rte . 2 0 1 0 .
’ lb id .p . 13 3 .

66 * K Q UCÑ A ECOLOGIA 0£ LOS ESTUOIOS UTtftAMOS


senie, traducible en realidad futura”.6 Ahora bien, si hay algo que
caracteriza las sociedades contemporáneas, es su capacidad para
fabricar gran cantidad de nuevas creencias que levantan adhe­
siones entusiastas sin hacer mucho caso a la cuestión de la verdad.
Si a su vez la interpretación literaria se orientara hacia esta vfa
-y a muy cargada-, correrla el riesgo de volverse superflua.
Dejo aquf la discusión critica, que terminarla alejándome
demasiado de mi objetivo, y regreso ahora a la pregunta que
he dejado en suspenso un poco más arriba: ¿acaso los principios
de la hermenéutica filosófica implican realm ente la negación de
cualquier programa descriptivista? Si se examina más de cerca,
en efecto, la situación no es para nada tan simple.
En primer lugar, hay que destacar que ni Husserl ni Hei-
degger piensan que las ciencias humanas son empresas desti­
nadas al fracaso. No las recusan en tanto tales (aun si la posición
de Husserl respecto de ta psicología “empírica" demuestra ver­
dadera hostilidad, porque ve en ella una competidora directa de
su enfoque trascendental sobre la cuestión del yo). Simplemente,
las consideran como relaciones con el mundo derivadas, secun­
darias, y esto en dos aspectos. Por un lado, son secundarias
respecto del modo de ser primordial del “ser-ahf” (término que
en Heidegger reemplaza, por razones complejas, el de ser hu­
mano): en términos técnicos, el mundo vivido tiene una priori­
dad óntica sobre el mundo construido por las ciencias.7 Por otro,
son secundarias en relación con la problemática fundadora del
pensamiento filosófico: en términos técnicos, la existencialidad
del Dasein funda la posibilidad de las ciencias, por lo tanto, la
problemática del ser a partir de la primera tiene una prioridad
ortológica sobre las problemáticas ónticas locales de las segundas.
Se puede estar o no de acuerdo con este análisis, pero en todo•

•Xbi¿
7 P a n H e id eg g er. l o óntico d e sig n a e l c a m p o d e e n te s y lo s d iv e rso s c u e s -
tto n a m ie n to s c ie n tífic o s (s ie m p r e r e g io n a le s o lo c a le s ) s o b r e e l s e r d e e s to o
d e a q u é llo . E n c a m b io , l o onütdgfxo d e s ig n a e l c a m p o y e l c u e s tio n a m ie n to
a b s o lu to s (p ro p ia m e n te filo s ó fic o s ) d e l s e r e n t a n to ser.

DESCRIPCIÓN. COMPRENSIÓN V CXFUCACIÓN: UN Cr#OQUE S lO S Ó n C O ► 67


caso, en sí mismo, no implica la imposibilidad de una ciencia
descriptiva del hombre. Tan sólo afirma que. desde el punto de
vista ontológico y epistemológico, la aproximación científica
“objetivante" es segunda.
Pero entonces, ¿por qué se piensa aun así que la hermenéutica
ha demostrado la imposibilidad de cualquier enfoque descriptivo?
Uno podría estar tentado de responder que esta imposibi­
lidad se debe directamente a que los hechos intencionales tie­
nen que ver con la comprensión. Pero esta respuesta no se
sostiene por sí sola. En efecto, comprender hechos intencio­
nales. ¿qué es si no identificar correctamente su significación?
E identificar correctamente alguna cosa, ¿qué es si no adoptar
una aproximación descriptiva al respecto? Adoptar la aproxi­
mación descriptiva significa - lo hemos visto- tratar de conocer
una cosa en lo que ella es. Entonces, adoptar la aproximación
descriptiva respecto de una cosa intencional, es decir, de una
representación de un contenido mental, equivale a tratar de
conocer su contenido, “lo que quiere decir". Desde ya que no
se puede conocer un hecho intencional limitándose a describir
sus propiedades fisicas (las propiedades acústicas de los soni­
dos. las propiedades fisicoquímicas de las marcas de tinta en
el papel, etc.). Pero que haya cosas que uno no puede conocer
si se limita a describirlasfísicam ente no implica que no se pueda
adoptar una actitud descriptiva al respecto. Me parece que
quienes afirman que “comprensión* y “enfoque descriptivo* se
excluyen identifican abusivamente el par descripción-evalua­
ción con el par explicación-comprensión. Ahora bien, más allá
de lo que se piense de la significación exacta del segundo par,
nada justifica identificarlo con el primero. Así Max Weber. quien
formuló el principio de neutralidad axiológica, o sea, el prin­
cipio básico del enfoque descriptivo, sostenía a su vez que los
hechos estudiados por la sociología tenían que ver con la com­
prensión. Asimismo, uno de los principios del análisis feno-
menológico de Husserl, a saber, la puesta entre paréntesis (la
ep okh t) de la creencia en la realidad del mundo, la puesta en­
tre paréntesis, pues, del valor de verdad, debe precisamente per-

68 < PCQUCÑA CCOí OGJa OC IO S C5TU0IO6 LUCRAMOS


mitir un enfoque descriptivo de los fenómenos. Por su pane.
Heidegger dirá que la expresión “fenomenológica descriptiva",
óptica en la que inscribe su propia aproximación, en el fondo
es una tautología, en la medida en que la intención de la in­
vestigación fenomenológica es dejar ver (sehen lossen) las cosas
tal como se muestran (sich zeigen) en si mismas.8
Parece que el único argumento verdaderamente antidescrip­
tivo que podría formularse en nombre de la hermenéutica filo­
sófica es el que se centra en la autorreferencialidad de los hechos
intencionales. La tesis según la cual los hechos intencionales son
autorreferenciales, o al menos comportan una dimensión cons­
titutivamente autorreferencial, no es defendida sólo por la her­
menéutica filosófica. Según John Searle, por ejemplo, todos los
procesos mentales volitivos (deseos, etc.) y cognilivos (percep­
ción, memoria), los hechos institucionales, los hechos funciona­
les y, más generalmente, todos los fenómenos de ■agentividad"
son autorreferenciales.9 Para todos estos estados, procesos, “co­
sas", etc., el hecho de representarse, de creer que son (o de que­
rer que sean) tales estados, procesos, “cosas", etc., es constitutivo
del hecho de que sean efectivamente tales estados, procesos,
“cosas”, etc. En suma, para Searle, la totalidad de la experiencia
humana consciente, ya sea individual o colectiva, es autorrefe-
rencial. En particular, Searle da el siguiente ejemplo ficticio: si
organizamos una enorme recepción en la que invitamos a todo
Parts y si las cosas se nos van de las manos, y el resultado es una
cantidad de muertos superior a las víctimas de la batalla de Aus-
terlitz, no por eso el acontecimiento en cuestión deja de ser una
recepción y se transforma en un acto de guerra; y esto es tan así
que los participantes siguen creyendo que se trata de una recep-1

1 Martin Heidegger. Sein und Zeit, op. d i , f 7c, p. 34.


* La agcntividad abre el inmenso campo de los gestos y las acciones en su
realidad propiamente intencional, es decir, en tanto que irreductible a su rea'
lizadón física, Por consiguiente, el acto de saludar a alguien no es reductible
al simple hecho de estrecharle la mano, gesto físico que podría perfectamente
acoplarse a otro acto intencional.

0€$C*#O Ó H. COMPRENSIÓN Y CXPUCA&ÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 6 9


ción y se comportan de acuerdo con esta creencia.10 En este caso,
se ve bien que creer que una cosa es esto o aquéllo participa del
hecho de que esta cosa sea efectivamente esto o aquéllo. Así pues,
el argumento antidescriptivisia en cuestión es el siguiente: en el
ámbito de los hechos intencionales, describir una cosa como
siendo esto o aquéllo hace que esta cosa sea esto o aquéllo. Ahora
bien, tal efecto de discurso parece contradecir el principio mismo
de la aproximación descriptiva que es, retomando las palabras de
Wíttgenstein, "dejar las cosas tal como están*.
En el marco de la hermenéutica, la cuestión de la autorrefe-
rencialidad es la del círculo hermenéutico. El círculo hermenéutico
designa, iradicionalmente, el hecho de que la comprensión local
de las frases de un texto y su comprensión global se condicionan
recíprocamente. Esto se debe a que la estructura sintáctica de una
frase subdetermina su significación y que, a partir de ahí, para
comprender una frase dada de un texto, hay que recurrir al con*
texto textual global que fija en parte su significación; pero, por
otro lado, la significación global de un texto presupone la de las
frases individuales que lo componen y que son su único sopone.
El círculo en cuestión designa, entonces, el hecho de que la com­
prensión de las panes presupone una captación del todo que sólo
es posible si se pane de una comprensión de las panes. No hay
allí ni circulo vicioso ni contradicción performativa: es una ejem-
plificación, entre otras, de un proceso estándar propio de la rela­
ción cognitiva. En el campo más especíñcamente científico, se
trata de un proceso heurístico que se corresponde con hacer una
hipótesis previa, confrontarla luego con los datos disponibles (y
con las otras hipótesis hechas por fuera), para culminar eventual-
mente en una reformulación de la hipótesis inicial. No hay círculo
vicioso, ya que la hipótesis de llegada no es la hipótesis de ponida.
Tampoco hay contradicción performativa, ya que el proceso no
comporta ninguna dimensión autorreferencial.

wJohn R. Searle. The Constmction c f Social ReaJuy. Harmondsworth. Penguin


Group. 1995. pp. 33 y 34 |trad. esp.: La construcción dt la rtaiuiad social, trad.
de Amoni Doménech, Barcelona. PaidOs. 1997).

70 < flQUCÑA ECOLOGÍA DC LOS tSTUOIOS LITCRAMOS


Gadamer suele emplear la noción de círculo hermenéutico
en ese sentido. Pero la ontologia que retoma de Heidegger, y que
es propia de la hermenéutica filosófica, se vincula más en particu­
lar con otra concepción del círculo hermenéutico, según la cual
el ser mismo del hombre, como ser de lenguaje, posee una es­
tructura autorreferencial. Y esto no sólo vale para los seres hu­
manos considerados individualmente, sino también para el des­
tino histórico de las sociedades. Para la ontologia hermenéutica,
en efecto, la historia humana, ya se trate de la historia de un in­
dividuo o de la historia colectiva de tal o cual comunidad humana,
e incluso del Hombre como tal, es fundamentalmente un movi­
miento de autointerpretación (Selbstauslegung) del ser-ahi (Dosein)
por sí mismo, es decir, del ser humano por si mismo, de la hu­
manidad por si misma. Esta relación tiene dos aspectos. El primero
(que explica por qué se mantuvo la expresión de "circulo herme-
néutico" para nombrarla) es que la comprensión parte siempre
de una precomprensión y de anticipaciones, nunca es autofun-
dante. El segundo aspecto es propiamente ontológico: cada acto
cognitivo es. antes que nada, un acontecimiento autointerpreta-
tivo del ser-ahf. acontecimiento que transforma ese ser-ahí, ya
que su ser mismo reside en el hecho de interrogarse sobre el ser
y de serjustamente aquello que son esa pregunta y las respuestas.
La autoexplicación del Oosrin hace advenir lo que explícita.
Esto no quiere decir, para Heidegger. que ella invente o cree el
ente que "lleva hacia lo abierto*: las cosas, los entes subsisten
independientemente del ser-ahí interrogante, pero sólo "son" en
y a través del ser-ahí que se interroga a su respecto. La relación
entre el acto interpretativo y el interpretandum nunca es una rela­
ción externa entre un acto de comprensión y un "hecho" inde­
pendiente de y anterior a dicho acto: es una relación interna entre
dos movimientos de una misma realidad. Y bajo esta forma, el circulo
hermenéutico bien parece ser constitutivamente autorreferencial.
A veces se ha concluido que el proyecto de una ciencia humana
puramente descriptiva estaba destinado al fracaso, ya que cual­
quier descripción serla, en realidad, una transformación de lo
que cree describir. De ahf que cualquier ciencia de este tipo e$-

OCSCRlPCIÓN. COMPRENSIÓN V EXPLICACIÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 71


tarta llamada a trocarse en una figura o en un momento del pro*
ceso de autoexplicación a través del cual el ser-ahl se relaciona
consigo mismo como existencia.
Una última precisión, antes de examinar el alcance exacto
de esta objeción antidescriptivista que nos interesa aquí. Los
puntos de acuerdo entre la hermenéutica y el intencionalismo
de Searle no deben enmascarar sus desacuerdos, que son reales
y que incumben precisamente el alcance de la dimensión autorre-
ferencial. Desde el punto de vista de la ontologla hermenéutica,
la distinción searliana entre “hechos brutos" y "hechos intencio­
nales" plantea un problema. Los objetos estudiados por las ciencias
naturales, que Searle considera como "hechos brutos", son, en
efecto, para Heidegger, tan sólo objetivaciones segundas en rela­
ción con la comprensión del ser inserto en la vida vivida. Pero
sobre todo, presuponen ya siempre una ontologia, por lo tanto,
una comprensión del ser, implícita que le proporciona el marco
y dirige sus cuestionamientos. Dicho de otro modo, las ciencias
que se ocupan de los "hechos brutos" son también figuras o mo­
mentos de la autointerpretación del Dasein. Desde ya que esto
permite integrar la práctica científica en la fenomenología del
ser-ahí, pero dicha coherencia tiene un precio: se vuelve más di­
fícil dar cuenta del carácter "objetivo" del conocimiento científico.
De ahí la tendencia, al menos en algunos epígonos de la filosofía
Hermenéutica, a ver un sesgo, justamente el sesgo "objetivista".
Ahora volvamos a nuestra pregunta: ¿acaso el carácter au-
torreferencial del círculo hermenéutico en el sentido ontológico
vuelve imposible cualquier proyecto de conocimiento descrip­
tivo de los hechos humanos y entonces también de los hechos
literarios?
Primero, cabe destacar que la imposibilidad de un enfoque
descriptivo no podría plantearse como absoluta, ya que si no el
proyecto de la hermenéutica filosófica socavaría su propia pre­
tensión de ser una "fenomenología descriptiva" (deskriplive Phd-
nomeruAogtc). La hermenéutica ontológica debe reivindicar para
sf misma un estatus que escape a esta reabsorción de lo descrip­
tivo c n y por lo perform ativo: el primero dice lo que son las cosas

72 4 PCQUCÑA CCOtOClA OC LOS CSTUOIOS UTCRAMOS


independientemente de ese decir (aunque estas cosas fueran los
rasgos característicos del ser-ahí); el segundo, por medio de su
decir, hace ser a las cosas lo que ellas son. La hermenéutica
ontológica debe hacer esto porque pretende enunciar la verdad
sobre la estructuración del Dasein, a saber, que esta estructuración
es la del circulo hermenéutico. Si no lo hace, se aventura en una
contradicción performativa. En efecto, si todo decir está incluido
dentro del círculo, entonces la afirmación fenomenológica que
sostiene esta tesis está también incluida én el círculo y no podría,
por lo tanto, enunciar una tesis general al respecto. Tal contra­
dicción performativa vuelve inoperante cualquier tesis sobre la
relatividad absoluta de los esquemas conceptuales (o lingüísti­
cos), incluyendo la tesis del relativismo cultural absoluto. Como
lo adviene Quine, no se puede “proclamar el relativismo cultu­
ral sin elevarse por encima de él, y uno no puede elevarse por
encima de él sin abandonarlo".11
El argumento de contradicción performativa pone muy ner­
viosos a los panidarios de la hermenéutica filosófica. En ese
sentido. Heidegger ve en las argumentaciones que atacan las
contradicciones performativas de la posición escéptica relativa
a la verdad meros ‘ Ü berrum pclm pvcrsuche".12tentativas de asal­
to en cierto modo. La expresión fue retomada por Jean Grondin,
en lo que constituye hasta ahora indudablemente la mejor in­
troducción a Gadamer y a la compleja relación que su pensa­
miento mantiene con el de Heidegg¡er.l} Se aplica, entonces, más
en particular a la objeción de contradicción autoperformativa
formulada por Apel y Habermas contra la posición de Gadamer.
según la cual cualquier comprensión no puede ser más que his­
tórica. Sin embargo, esta reacción de mal humor no alcanza para
hacer desaparecer el p ro b le m a , que es real y no simplemente “for-

11 Willard Vin Orinan Quine. *On Empírica))/ Equivalen! Systems oí the


World*, en ErfcRiniró, voí. 9. núm. 3 ,1973. p. 326.
'* Manin Heidegger. Srin und Ztit, op. di., p. 229.
11VéaseJean Grondin, íntroductio*! á Hans-Gccrg Gadamer, Parts. Cerf, 2007,
pp. 170/171.

DESCRIPCIÓN. COMPRENSIÓN y EXPLICACIÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 7 3


mal-dialéctico” (Heidegger), como a veces se pretende alegando
que ha sido formalizado en lógica y en matemática, sobre todo,
en la semántica formal de Tarski. En efecto, más allá de la cues­
tión técnica de las proposiciones autocontradictorias (como la
paradoja del mentiroso) o de las paradojas de autoindusión de
la teoría de conjuntos (como la del conjunto formado por todos
los conjuntos), lo que está en cuestión es la coherencia del decir
humano en su pretensión de decir lo verdadero. Es por eso que
su realidad fundamental es la de ser una contradicción perform a-
(iva: se trata de un acto que llevamos a cabo y que puede com­
portar el riesgo de hacer que se hunda el suelo de donde, por
otra pane, procede, es decir, la confianza constitutiva que debe­
mos mantener en nuestra capacidad de distinguir lo verdadero
de lo falso. Por eso. resulta un verdadero temblor. De hecho, en
ese mismo pasaje, dedicado al carácter presuposicional de la
verdad (al hecho de que siempre debemos presuponer la exis­
tencia de la verdad), Heidegger es llevado a profundizar en la
situación de contradicción performativa, a aprovecharla de cieña
manera construyendo una concepción no fundacionalista de la
verdad.14 Claro que serla ingenuo quedarse en la constatación
de tal contradicción performativa, pero ésta es el indicio indis­
cutible de una situación problemática, aunque constitutiva del
lenguaje humano, como lo sostienen la hermenéutica, pero tam­
bién, a su manera, lógicos o epistemólogos, como Tarski, Quine
o David son. Es posible evacuar de dos maneras el riesgo de
contradicción performativa. La primera solución es de orden
lógico; la segunda pasa por una interpretación deflacionista del
circulo hermenéutico. en los términos de una teoría de la pre­
comprensión historizada.
La primera solución consiste en distinguir entre el nivel del
objeto y un nivel “meta”. Para esto es posible inspirarse en la
teoría de los tipos de Russell, propuesta initialmente para resolver

14jean Grondin procede de la misma manera a propósito de Gadamer y de


la cuestión de la historicidad de toda comprensión (litfroduction ó Hans-Georg
Gadamer. op- (iL, pp. 170-174).

74 4 PEQUEÑA ECOLOGÍA OC IO S ESTUOtOS UTtftAfUOS


las paradojas formales de la teoría de los conjuntos, pero también las
paradojas semánticas, como la del mentiroso. Una manera simple
e intuitiva de formularla consiste en estipular que la colección de
todos los subconjuntos de un determinado dominio (y por lo tanto,
de un tipo) forma un dominio de tipo superior al dominio de los
subconjuntos en cuestión. Esto impide, por ejemplo, que la clase
formada por todas las clases que no se contienen a sí mismas sea
una clase que, a su vez, se contiene y no se contiene a sí misma. Así
se podría distinguir entre las propiedades que conciernen al nivel
del objeto descripto (la constitución intrínsecamente autorrefe-
rencial de cualquier decir humano) y al nivel metadescríptivo (la
teoría que expone esta constitución intrínsecamente autorreferen-
cial del decir humano). Por ejemplo, se dirá que la situación au-
torreferencial corresponde a la lógica del uso de los textos, al
lenguaje-objeto, y que la hermenéutica describe ese uso, por lo
tanto, que atañe al metalenguaje.
Tomemos como ejemplo la teoría de la precomprensión ela­
borada por Gadamer. Esta teoría busca mostrar que cualquier
comprensión se apoya en una comprensión previa: un conjunto
de hipótesis, suposiciones provisorias y significaciones anticipa­
das. Constituye una especificación de la tesis del círculo herme-
néutico, en la medida en que busca establecer que el punto de
partida de cualquier acto de comprensión está constituido por
otros actos de comprensión, y que no hay principio absoluto
(siempre se está dentro del círculo). Por otra parte, se relaciona
íntimamente con la tesis de la interpretación como “aplicación”,
tesis que plantea que cualquier interpretación es relativa al con­
texto en el que se realiza, el cual provee, entre otras cosas, la
precomprensión sobre la que se funda el acto de comprensión.
Es por esta razón, sobre todo, que las interpretaciones de Shakes­
peare hechas por el romanticismo alemán y por los románticos
franceses no coinciden: las obras son “aplicadas” a situaciones
de comprensión diferentes, son leías en contextos diferentes.
Tomadas en su conjunto, estos tres conceptos -círculo herme-
néutico, precomprensión, aplicación- nos dan instrumentos muy
precisos para comprender la lógica autorreferencial de las tradi-

DCSCRIPCIÓN. COMPRENSIÓN Y EXPLICACIÓN: UN tNFOQUC FILOSÓFICO ► 7 5


dones literarias. En términos de teoría de los tipos, se dirá que
estos metaconcepios no juegan el mismo papel que los concep­
tos del lenguaje-objeto, dicho de otro modo, los conceptos na­
tivos de la propia tradición literaria, por ejemplo, las etiquetas
de “novela'*, “poema” o “literatura". Los metaconceptos describen
(entre otras cosas) la lógica de funcionamiento de las categorías-
objetos (por ejemplo, las etiquetas genéricas) que conciernen al
lenguaje-objeto. Dicho de otra manera, tienen que ver con la
parte del estudio descriptivo de los hechos literarios que trata
de dar cuenta de -d e comprender- la lógica autorreferencial de
“La Literatura” (en nuestro ejemplo, el funcionamiento de las
categorías genéricas).
Por su parte, y a pesar de su dimensión metahermenéutica
evidente, la hermenéutica filosófica seguramente no aceptarla
considerar asi (según el modelo “logicista* de una teoría de los
tipos) la relación entre su propia empresa y la naturaleza autorre­
ferencial de los usos hermenéuticos. La solución que propone
es diferente.
Primero, concibe el circulo ontológico. que constituye el con­
cepto básico del análisis metahermenéutico. no como un circulo
que vuelve sobre si mismo, sino como una espiral. Para esto se
inspira en las formulaciones clásicas del círculo hermenéutico. Éste
es una espiral, ya que durante tas idas y vueltas entre precompren­
sión del todo y comprensión de las panes (de un texto), cada
pasaje por uno de los dos polos afecta y, entonces, transforma a su
vez al otro. La precomprensión del todo en el momento t afecta
mi comprensión de la pane n en el momento t ♦ 1. A su tumo, mi
comprensión de la parte n en el momento t + 1 (o sea. la compren­
sión que se desprende de la primera vuelta por el todo) afecta mi
comprensión del todo en el momento t ♦ 2, y asi sucesivamente.
La hermenéutica filosófica amplía esta concepción a la historicidad
como tal del ser-ahí, y transforma asi el circulo de la comprensión
en círculo ontológico. La espiral es tan sólo una imagen, pero
muestra bien que la autorreferencialidad ontológica que funda
aquella de la comprensión textual escapa a la contradicción per-
formativa gracias a la naturaleza constitutivamente temporal (y.

76 < FCQUCÑA ECOLOGÍA oc IO S CSTUOKXS (.ITERAMOS


por lo tamo, histórica) de este proceso de performatividad au-
toinierpretativa del ser-ahí. Dada esta naturaleza intrínsecamente
temporal de la dinámica autointerpretativa, no podría existir un
circulo que volviera sobre si mismo. Cualquier interpretación es
relativa a un contexto, y el contexto es una realidad intrínseca­
mente temporal. El circulo ontológico, si bien es universal, no es,
pues, un circulo vicioso.15
En segundo lugar, la hermenéutica acepta también in fin e
una distinción entre el ser en el mundo, por un lado, según el
modo de la Befindlichkeit, término bastante intraducibie que de­
signa el estado en el que uno “se siente en el mundo” y que se
refiere al modo de compromiso práctico y emotivo, por lo tanto,
evaluativo; y por otro lado, según un modo neutro, desapegado.
Heidegger distingue entre esta relación comprometida con el
mundo que califica de umstchfig (un modo de atención inmerso
en la vida) y la relación desapegada, neutra que califica de unum-
sichíig (modo de atención distanciado en el que el ser-aht se
suprime del mundo vivido y se concibe como puro sujeto frente
a un mundo “objetivo”).16 De hecho es de suponer que su propia
empresa sólo puede concernir al modo de la Unumstchtigfecit, o
sea, al modo neutro y desapegado. El hecho de que, para la
hermenéutica, este modo sea derivado en relación con el com­
promiso con el mundo vivido y que en el fondo esté inserto en
él no resta peso a la diferencia entre ambos. Interpretada así, de
manera deflacionista, la tesis de la autoneferencialidad es per­
fectamente compatible con una distinción entre enfoque norma­
tivo y enfoque descriptivo, ya que se limita a afirmar que, más
allá de cuál sea el estatus funcional de un discurso, éste siemprel

l* John R. Searle (Jh e ConstmctíonofSocid Rcalay.op. cU„ p. 52) desarrolla


una idea similar a propósito de la explicación de los hechos institucionales,
aunque no la funda sobre la temporalidad de la comprensión. Advierte que al
definir los hechos por las prácticas que dirigen (las prácticas financieras, por
ejemplo), más que por la función autorreferencial de los términos que los
instituyen (d término de 'moneda' en este caso), desde luego que escapamos
al círculo vicioso, pero al precio de ‘expandir el circulo" toy expandmg the árele).
'* M a rtin H e id eg g er, S d n und Zát, op. r it.. 1 1 5 , p. 6 9 .

DESCRIPCIÓN, COMPRENSIÓN Y EXPLICACIÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 77


es también una aplicación sobre si mismo de una tradición de
pensamiento, por lo tanto, un momento de la autoexplicación
del ser-ahí. Así se dirá que Newton propone una teoría descrip­
tiva del Universo, pero que esta teoría, al describir el Universo,
es también un momento en la historia de la física (y sólo puede
hacer lo que hace porque existe esa historia en la que participa
como un momento).
Creo que es posible dar un paso más: en realidad, la au-
torreferencialidad de los hechos intencionales y la del círculo
hermenéutico en su variante ontológica no tienen el mismo
estatus. En el caso de las teorías de la intencionalidad, por ejem­
plo en la de Searle, la noción de autorreferencialidad se refie­
re al hecho de que la manera en la que nos representamos un
hecho intencional es constitutiva de su ser. La autorreferencia­
lidad del círculo hermenéutico, en cambio, designa la imposi­
bilidad de un acceso ‘‘directo'' a las cosas que no fuera media­
tizado por un zócalo presuposicional admitido siempre antes
(la precomprensión, la tradición). Cualquier representación
posee una dimensión autorreferencial, en el sentido hermenéu­
tico del término, porque no puede referir a las cosas más que
pasando por otras representaciones aceptadas siempre antes,
concebidas como obvias, etc. l a imposibilidad de salir del circulo
designa entonces aquí la imposibilidad de un acceso no presu-
posicional a las cosas. Pierre Duhem (seguido por Quine) sos­
tenía la misma teoría a propósito de los conocimientos científi­
cos. Comparaba el conocimiento humano con un navio en alta
m ar en caso de averia, es imposible ponerlo en dique seco; hay
que reemplazar los elementos defectuosos mientras se sigue
navegando, sin perjuicio de ir cambiando de a poco todas las
piezas originales.
Al igual que tas teorías de Duhem y Quine (o incluso la de
Davidson), la teoría del círculo hermenéutico descansa, pues,
en lo que se denomina una concepción holística de la significa­
ción, según la cual la significación, pero también la referencia,
o incluso la verdad, no pueden estar nunca determinadas local­
mente, por ejemplo, como una relación directa entre los nombres

78 < ttQ UCÑA ECOLOGÍA DC IO S tSTUOtOS LinHAW OS


y las cosas, sino solamente en el marco de la globalidad de un
lenguaje (y de forma relativa a ese lenguaje).17Se ve bien que los
dos tipos de autoneferencialidad no tienen las mismas conse­
cuencias: el hecho de que todo acceso cognitivo a las cosas sea
presuposicional no transforma dicho acceso en autoneferencial
en el sentido en que éste instituiría lo que afuma (en el sentido,
pues, en que sería perfomnativo). Para decirlo de una fomna un
poco distinta: hemos visto que todo enunciado es contenido en
el círculo hermenéutico de la autoexplicación del D asein, y esto
implica que puede referir a las cosas sólo si se apoya en actos
semánticos ya siempre proyectados sobre lo real como “verdades
adquiridas". Pero tal restricción no impide en absoluto que. por
otra pane, se pueda distinguir en cada momento (. en el interior
de la estructura temporal holistica del circulo hermenéutico,
entre representaciones autoneferenciales, que son constitutivas
de lo que "describen", y representaciones descriptivas -p o r ejem­
plo, las de la “fenomenología descriptiva" propuesta en El ser y
el tiem po- que (en lo ideal) dejan las cosas tal como están.
Queda un último problema: si es posible un enfoque des­
criptivo en el campo de las ciencias humanas, ¿éste puede com­
portar aun así una mirada realmente explicativa? En otros tér­
minos, ¿la comprensión de los usos no es acaso la clave de las
ciencias humanas? ¿La explicación no les estarla vedada? Una
manera corriente de formular esta objeción es decir que los
hechos de intencionalidad atañen la comprensión de las razones
y no la explicación de las causas. La pregunta no es secundaria.
Si cualquier explicación fuera imposible en el campo de los
hechos humanos, esto sería la sentencia de muerte para gran
pane de los trabajos descriptivos realizados en el marco de los
estudios literarios, es decir, para todos aquellos que pretenden

La tesis holistica no es en absoluto particular de la hermenéutica. Participa


de un consenso filosófico muy extendido en la tradición continental, en la
tradición analítica y también entre los filósofos de la mente de inspiración
naturalista (véase FierreJacob. Pourquot les chotes ont-elles un «ns?, París. Odtle
Jacob, 1997. pp. 201-223).

DESCRIPCIÓN. COMPRENSIÓN V EXPLICACIÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 7 9


introducir explicaciones de hechos intencionales en los que fi­
gurarían causas no intencionales.
Es posible responder, primero, que las razones son evidente­
mente causas, y especialmente causas para la acción. Por lo tamo,
cuando se estudia la manera en que producen sus efectos, uno se
halla en el campo de la explicación causal. Luego, la objeción
esgrimida en nombre de la distinción, completamente válida por
otra parte, entre razones (intencionales) y causas (no intenciona­
les) sólo funciona si se plantea que los hechos intencionales están
ortológicam ente cerrados sobre si mismos. En efecto, sólo bajo esta
condición se puede sostener con razón que se hallan epidém ica­
mente cerrados sobre sí mismos. Justamente ésta es la tesis central
de quienes afirman que las explicaciones causales, que tienen
lugar en el campo de los hechos brutos, no son válidas en el campo
de los hechos intencionales. Semejante clausura ontológica parece
muy dudosa desde el pumo de vista empírico.
Primero, muchos trabajos filogenéticos y ontogenéticos” han
demostrado que las competencias intencionales están fundadas
en competencias no intencionales, y que estas últimas son cau­
salmente efectivas cada vez que hay comportamiento intencional
(es lo que John Searle llama el “trasfondo" no intencional que hace
posibles las acciones intencionales). Por ejemplo, nuestra expe­
riencia visual, que es una experiencia intencional, está preparada
por un importante tratamiento preatencional de la señal visual,
por completo inaccesible en la experiencia consciente. Después,
una parte de los comportamientos intencionales son involunta­
rios, es decir, que están inducidos por contenidos no concep­
tuales. que no actúan como razones: es el caso de todas las re­
presentaciones sensoriales básicas (por ejemplo, la representación
innata de la localización espacial de los sonidos)19 Por último.

'• la/fegénesfe es la "historia* de b especie, su génesis y su evolución, como


distintos de la génesis y dd desarrollo de los individuos (la ontogénesis).
” La distinción entre comportamientos no intencionales (no producidos
por representaciones), componamicntos intencionales involuntarios (produ­
cidos por representaciones no conceptuales) y componamicntos intencionales

80 < «QUEN A CCCXOGU DC LOS CSTUOtOS llTEMPUOS


hay incontables situaciones en las que esta no clausura orienta
los comportamientos intencionales: van desde el efecto de lesio­
nes orgánicas del cerebro sobre las representaciones hasta los
comportamientos instintivos, pasando por los sesgos cognitivos
o emotivos inducidos por desequilibrios hormonales o sustancias
psicotrópicas; todos son factores que actúan en nuestras repre­
sentaciones a nivel causal y no a nivel de las razones.
Pienso además que la hermenéutica filosófica no plantea los
hechos intencionales como ontológicamente cerrados sobre si
mismos. Por el contrario, reconoce que el ser-ahl no está cerrado
sobre sí mismo, sino que “ex-siste" sobre el fondo de la vida
d eben ). Ésta constituye, según Heidegger, “un modo de ser pro­
pio" que no es el modo de la pura objetividad (Vorhandenheit),
ni el del ser-ahl.29 El circulo hermenéutico no se autofunda como
lo hacia el cogito cartesiano. Desde ya que Heidegger precisa que
únicamente es en el ser-ahl que la vidia se vuelve accesible feu-
gdngiich) y entonces puede ser tematizada como tal. Pero el sim­
ple hecho de que, desde el interior del círculo hermenéutico, sea
posible decir algo sobre aquello que lo vuelve posible y que
constituye su limite radical (la muerte como fin de la vida) mues­
tra que no está ontológicamente cerrado sobre sí mismo. Ahora
bien, si no hay clausura omológica, no se entiende qué es lo que
justificaría el mantenimiento de una clausura epistemológica. No
veo entonces en qué sentido se podría decretar que la explicación
causal no podría operar en el campo de los hechos humanos.
Es tiempo de concluir este largo desvío con preguntas filo­
sóficas, que serán provechosas para los interrogantes centrales

voluntarios (producidos por representaciones conceptuales) es propuesta por


Plciie Jacob, les chuso ont-etfo un icns?, op. cit-, pp. 280 y as., en es­
pecia) p. 266.
* Manin Heidegger. Srin und Zcu, op. cit., § 10. pp. 49 y 50. En “Das Spíel
der Kunst** (en Caam m elu Wrrfce, Band 6. Tubinga, Mohr Verlag. 1993, pp.
86*93, especialmente pp. 66 y 87), Gadamer reahaa consideraciones similares
a propósito del juego humano (intencional), que sitúa sobre el trasfondo de un
“excedente de vida“ donde las fronteras se confunden, y aquí esta pensando
sobre todo en la frontera existente entre animalidad y humanidad.

DCSCRJPCIÓN, COMPRENSIÓN V EXPLICACIÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO ► 81


de este ensayo. Acabamos de ver la debilidad del argumento
según el cual un enfoque descriptivo de los hechos culturales,
y más especlñcamente de los hechos literarios, sería imposible
en razón de la constitución autorreferencial de los hechos inten­
cionales o de la naturaleza constitutiva del circulo hermenéutico
en el acceso humano al mundo. Según qué casos, este argumento
descansa en una interpretación errónea de la distinción entre
explicación y comprensión, en un desconocimiento de las con­
secuencias de la autorreferencialidad de los hechos intenciona­
les, o en una interpretación errónea del círculo hermenéutico.
Desde el punto de vista epistemológico, no existe, entonces, una
objeción decisiva contra el proyecto de un enfoque descriptivo
de los hechos literarios.
Es cierto que en el campo de las ciencias humanas, este en­
foque induce restricciones específicas, que se deben al hecho de
que en ellas estudiamos hechos intencionales y no hechos brutos.
Las ciencias humanas se ocupan esencialmente de hechos de
significación, de hechos que hay que comprender e interpretar,
de hechos que están sometidos a la jurisdicción de una herme­
néutica. Por supuesto que lo mismo es válido para los estudios
literarios. Éstos abordan representaciones, y la condición sine
qua non que funda su proyecto es la comprensión (correcta) de
dichas interpretaciones. Acercarse a un texto desde una pers­
pectiva descriptiva exige que ese texto sea comprendido. Por lo
tanto, la propia oniologla del objeto literario es sin duda de
naturaleza hermenéutica. Pero comprender las exteriorizaciones
intencionales de nuestros congéneres forma pane de nuestras
competencias mentales básicas, al igual que identificar de forma
adecuada los “hechos brutos*. Vivimos tanto en un mundo in­
tencional romo en un mundo físico, y en ambos mundos pode­
mos apuntar con precisión o equivocarnos. Por otra parte, el
acto de comprensión, a su tum o, puede ser descripto y even­
tualmente explicado de forma causal. Así entendida (¡e inscripta
a su vez en la espiral de la autorreferencialidad!), la comprensión
no se opone ni a la descripción ni a la explicación.

82 < PtQUtÑA ECOLOGÍA OE IO S ESTUDIOS UTEAAlbOS


VI. Intencionalidad y texto

¿R ealmente hemos salido de apuros? Afirmar, como acabo de


hacerlo, que vivimos tamo en un mundo intencional como en
un mundo físico, y que “en los dos mundos podemos apuntar
con precisión o equivocamos" presupone -según parece- que
los textos literarios poseen un sentido específico, el cual se puede
identificar o no de forma correcta. Sin embargo, por otro lado,
bien sabemos que la comprensión de los textos literarios cambia
según los contextos históricos, de manera que la pregunta por
un sentido “correcto" no parece pertinente.
El problema que está en juego es el de la relación entre la
intención como querer-decir del locutor o del enunciador (del
autor en nuestro caso) y la intencionalidad del texto, en el sen­
tido de eso de lo que trata. ¿Acaso eso de lo que trata un texto,
lo que nos dice cuando lo leemos, es lo que el autor quiso decir
al escribirlo? ¿O eso de lo que trata un texto es lo que el lector
induce a partir de ese texto, sin tomar en cuenta un querer-decir
al que igualmente tampoco tiene acceso directo? Y si la segunda
hipótesis es la buena, ¿es posible seguir afirmando de una inter­
pretación que es correcta y de otra que no lo es? Si esto ya no se
puede decir, entonces, ¿la propia idea de un enfoque descriptivo
de los hechos literarios no estaría condenada, ya que acabamos de
ver que describir un texto presupone comprenderlo? En efecto,
si no hay forma de asegurar que una comprensión es o no correcta
y si el objeto de investigación básico de los estudios literarios lo
constituyen los textos, por lo tanto, objetos cuya individuación
(este texto en lugar de ese otro) está determinada por su conte­
nido semántico, parecería que ya no se puede identificar de
manera unívoca el propio objeto de estudio.
Se podría tratar de esquivar el bulto cambiando de tercio, es
decir, intentando individuar los textos a nivel sintáctico y no a
nivel semántico. Se dirá así que En busca del tiem po perdido no es

INTCNOONALOAO T TCXTO ► 8 3
individuado (es decir, identificado como lo que es) por su sig­
nificación, sea cual sea, sino por la cadena de signos lingüísticos
(tas letras, las palabras, las frases, etc.) que lo constituyen. Como
los lazos entre estructura sintáctica y estructura semántica no
son aleatorios (por regla general, dos sucesiones de signos que
difieren sintácticamente difieren también semánticamente), hay
ahí una posibilidad de individuar los textos (o al menos la in­
mensa mayoría de ellos) poniendo entre paréntesis la cuestión
de su significación. Por supuesto, poner entre paréntesis una
cuestión no es la mejor manera de resolverla, pero en este caso,
el hecho de llegar prim ero a un acuerdo sobre la propia identidad
de los objetos de nuestra investigación (los textos) nos permiti­
ría al menos plantear correctamente la pregunta sobre su signi­
ficación. Me gusta mucho la elegancia y la parsimonia de esta
solución (que es. cum grano salís, la que proponen Nclson Good­
man y, de un modo más general, las definiciones formalistas del
texto); y sin lugar a dudas, resulta operativa en la mayoría de los
casos, pero aun así se topa con algunas dificultades.
¿Qué ocurre cuando dos textos son idénticos (desde el punto
de vista sintáctico) pero tienen contenidos semánticos muy di­
ferentes? Es fácil reconocer la referencia al caso de Don Quijote
de Menard, idéntico desde el punto de vista textual al Don Qui­
jote de Cervantes, pero que presenta una significación diferente:
“Éste (Cervantes], de un modo burdo, opone a las ficciones
caballerescas la pobre realidad provinciana de su país; Menard
elige como ‘realidad' la tierra de Carmen durante el siglo de
Lepanio y de LopeV La respuesta será que ese caso, debido a
Borges, es ficticio, y que se trata de una situación imposible desde
el punto de vista empírico. Y de hecho, para que sea posible, el
lenguaje humano debería ser diferente a lo que en realidad es.
Pero otra dificultad (que plantea un caso inverso del que inventó
Borges) no sólo es muy real, sino que incluso se corresponde
con una situación de lo más trivial. Tomemos Don Quijote en

'jorge Luis Borges. ficftons, Parts. Gallimard. 1957, p. 66 |ed. orig.: Recio*
n«, Buenos Aires. Sur. 1944].

84 < PCQUCÑA ECOLOGÍA OC IO S tSTUOtOS UTEKAAIOS


esparto) y Don Quijote en su traducción francesa: ambas difieren
de forma radical desde el punto de vista puramente sintáctico,
¿pero acaso son dos obras diferentes? Es posible sostener esto,
pero d efa cto no es lo que hacemos: consideramos que el Don
Quijote francés es el Don Quijote de Cervantes traducido al fran­
cés. O más bien, según las circunstancias, o nuestra propia iden­
tidad, desplazamos el cursor de la identidad-en-sí de la obra. En
ese sentido, el hispanohablante seguramente tenderá a adherir
a una definición sintáctica estricta, mientras que el lector que
no maneje la lengua española será más abierto. La misma flexi­
bilidad prevalece en nuestras investigaciones cognitivas: un es­
tudio temático comparativo trabajará tanto con la traducción
francesa como con el original español, lo mismo hará el estudio
de las técnicas de la intriga; una investigación estilística deberá,
en cambio, tomar el texto original como objeto de estudio, salvo
evidentemente que se interese, por ejemplo, en la cuestión de
las equivalencias estilísticas entre el original y su traducción, o
en el papel eventual de la traducción de Don Quijote en la histo­
ria de la traducción literaria francesa, etc. Por lo u n to , allí tam­
bién el cursor de la identidad de la obra será móvil, y variará
según el objetivo de la investigación.
¿Estamos equivocados cuando tratamos al Don Quijote fran­
cés como si fuera el Don Quijote de Cervantes traducido al francés?
No es para nada seguro. Después de todo, esta individuación de
una misma obra por dos estructuras sintácticas diferentes no nos
impide distinguir de manera unívoca Don Quijote de Los trabajos
de P ersilesy Segismundo de Cervantes, asi como de cualquier otra
obra de cualquier otro autor. Ahora bien, esta individuación
translingüística es de naturaleza semántica: si ésta es posible, es
porque el contenido, o la significación, del Don Quijote francés
es suficientemente próxima de la significación del Don Quijote
original. Lo bastante, en todo caso, para permitimos no sólo
distinguirlo de cualquier otra obra de cualquier otro autor (fran­
cés. traducido en francés o escrito en una lengua extranjera),
sino también y sobre todo para considerarlo como una realización
aceptable del Don Quijote original.

M TENCIONAUDAO V TtX TO ► 85
Esquivar el problema por la vía de una definición puramente
sintáctica seguramente no sea la mejor solución. ¿Qué hacer en­
tonces? Creo que para poder captar los retos y los límites de la
cuestión de la intencionalidad en literatura, primero hay que re­
sultarla en el marco más general de la intencionalidad de los
hechos mentales, de los que la intencionalidad lingüística, y tam­
bién textual, no es más que una figura derivada. A mi entender,
el enfoque más fructífero es el que proviene de Brentano y de
Husserl y que actualmente, bajo una forma bastante cercana, pro­
pone la filosofía analítica, en especial con John Searle.2 Según esta
concepción, la intencionalidad de los actos de lenguaje -e l hecho
de que tengan un contenido, una orientación, un “a propósito
de”- se funda por y sobre la intencionalidad de los actos menta­
les que expresan. Estos actos y estos estados mentales intrínseca­
mente intencionales corresponden cum grano salís a la totalidad
de nuestros estados conscientes: nuestras creencias, nuestros de­
seos, pero también nuestras percepciones y, de un modo más
amplio, nuestras representaciones son estados mentales intrínse­
camente intencionales. Su función es una función de representan-
cía: representan aquello de lo que tratan, su contenido. La restric­
ción que indica el “cum grano salís* se debe al hecho de que
algunos estados emotivos, aunque conscientes, puede que no
tengan contenido intencional, sino únicamente características
fenomenológicas (serian, entonces, puras vivencias).
El punto más importante para nuestro propósito reside en la
idea del carácter derivado de la intencionalidad lingüística. Por
un lado, es ontogenética y filogenéticamente segunda en relación
con la intencionalidad mental. Así, en el desarrollo del niño, la
capacidad de mantener estados mentales intencionales precede
a la aptitud de expresarlos y de comunicarlos a otros de manera

2 Véanse Edmund Husserl, Recherches logupies. i vols.. Parts, rué. 1991


luad. esp.: Invcsrgariones lógicas, uad. de Manuel Careta Mótente y José Caos.
2 vols.. Buenos Aires. Alianza. 1999); John R. Searle. Unfrnttonaiit*. Parts,
Minuit. 1985 (trad. esp.: intencionalidad, trad. de Enrique UjaldOn Benttez,
Madrid. Tecnos. 1992|.

86 ◄ PEQUEÑA C C O IO O U OC IO S ESTUDIOS LiTCftAMOS


lingüística. Igualmente, desde el punto de vista de la evolución
de las formas de vida, la capacidad de mantener representaciones
precede al desarrollo de la capacidad del lenguaje.3 Por otro lado,
es derivada en el sentido lógico del término: la intencionalidad
de los actos de lenguaje, y más generalmente de los signos pú­
blicos, existe sólo si les es conferida de forma intencional. Con­
ferir intencionalmente los contenidos de sus estados mentales a
actos de lenguaje es conferir a la emisión de sucesiones sonoras
las condiciones de satisfacción de unos estados mentales espe­
cíficos. Cuando afirmo “llueve", confiero intencionalmente a esta
emisión sonora las mismas condiciones de satisfacción que las
de mi creencia de que llueve: la emisión sonora cumple esas
condiciones (es verdadera) si llueve, no cumple esas condiciones
(es falsa) si no llueve.
¿Cómo se confiere esta intencionalidad a las sucesiones so­
noras o a los signos gráficos? ¿Y cómo una sucesión sonora puede
tener las mismas condiciones de satisfacción tanto en el receptor
como en el enunciador? Dicho de otro modo, ¿cómo es posible
llegar a un diálogo, a un acuerdo sobre lo que hablamos? Las
tres cuestiones están relacionadas. Desde el punto de vista de
un locutor o de un receptor concreto en una situación concreta,
ya están resueltas, si no, éste no hablaría o no escucharla. En
realidad, hay que situarse en una perspectiva ontogenética:
aprender a hablar es aprender a comprender. No se trata de dos
competencias separadas, sino de dos fases de una misma com­
petencia. La razón esencial de esto es que el lenguaje posee un
carácter sistemático y combinatorio restrictivo, pero, si bien la
facultad del lenguaje tiene una base genética (de la que todavía1

1 nene Jacob (Pcurquot les dioses ont-eUes un sens?. Parts, OdlieJacob. 1 9 9 7 .


pp. 302 y 303) resitúa la intencionalidad intrínseca de los estados representa-
ctonales en el marco más amplio de la evolución de las fundones de indicación:
va de la indicación simple (por ejemplo, algunos estados de la bacteria Esdic-
richia cotí indican la presencia de glucosa en su ambiente), pasando por la
indicación por representación, característica que algunos mamíferos no hu­
manos parecen disponer, hasta la indicación por expresión lingüística vinculada
con las capacidades metarrepresentacionales (es el caso de los humanos).

INTENOOÑAUOAD V TEXTO ► 87
ignoramos casi iodo, salvo quizás en el ámbito de la fonología),
esta facultad siempre se actualiza bajo la forma de una lengua
particular. Ahora bien, una lengua sólo se aprende a través del
ingreso en un proceso comunicacional, en donde anunciador y
receptor se ajustan el uno al otro, dejándose guiar por lo que les
resulta común: la gramática tal como queda restringida por la
facultad del lenguaje. Esto asegura, ya de entrada, un acuerdo
entre sintaxis de emisión y sintaxis de interpretación. Pero apren­
der una lengua nunca se limita a aprender una sintaxis: un enun­
ciado (un acto de habla) siempre es un ensamblaje entre una su­
cesión sintáctica y una significación (los estados mentales que el
enunciado expresa). No aprendemos primero un código que luego
será interpretado; aprendemos, siempre en situaciones concretas,
a crear un acuerdo siempre específico con otros (a propósito de
esto o aquéllo), a través de la construcción progresiva de una
interfaz. Por consiguiente, aprender una lengua equivale esen­
cialmente a aprender no sólo a manejar sino también a compartir
esa interfaz, constituida por una sintaxis finita pero que permite
producir (y comprender) un número infinito de ensamblajes. Por
este hecho, el emparejamiento de la misma sintaxis con, grosso
modo, la misma semántica en el locutor y en el receptor, mante­
niendo todo lo demás constante, queda garantizado por un pro­
ceso de adaptación y de asimilación dialógica.
Es necesario, pues, explayarse sobre lo que significa la na­
turaleza intencional del habla. Salvo situaciones marginales, en
efecto, no significa que yo tenga la intención (consciente) de
decir tal o cual cosa y que lo que diga realice ese querer cons­
ciente; sino que, dado aquello que es la lengua como realidad
compartida, si digo esto o aquéllo sobre una cosa, entonces, mi
interlocutor (o mi lector) toma lo que entiende (lo que com ­
prende) como siendo eso que y o le digo respecto de esa cosa.
Esta imputación de eso que es dicho al enunciador del decir es
constitutiva del “funcionamiento" de la comunicación lingüística.
No se trata de un factor extemo, sino de la consecuencia de la
dependencia radical del sentido, o de la significación verbal, en
relación con la intencionalidad intrínseca de los estados menta­

88 4 reouCÑA ecología de los estudios literarios


les expresados. Para decirlo de forma más sencilla: un aconteci­
miento físico, tal como la emisión de una sucesión de sonidos y
grafemas, es un acto de lenguaje sólo si expresa un estado inten­
cional. Algunos lectores quizá sean alérgicos al “mentalismo" de
mis formulaciones. Pero se puede expresar lo mismo en términos
heideggerianos: la situación de habla no es una situación en la
que unos objetos lingüísticos se ven dotados de significaciones;
es una situación en la que unas palabras recaen en (zuwachsen)
las significaciones.4
Para precisar la significación de esta concepción intencio-
nalista de la lectura denominada ‘‘literaria’', es útil hacer algunas
observaciones.
El principio intencionalista no afirma que, cuando leemos un
texto, nos preguntamos explícitamente lo que el autor ha querido
decir. Desde ya, a veces nos pasa, pero esto ocurre únicamente
cuando nos topamos con dificultades de comprensión. En tanto
lo comprendemos, o en tanto creemos comprenderlo (lo que aquí
vendría a ser lo mismo), nos resulta obvio que comprendemos lo
que el autor ha querido decir. En otras palabras, el presupuesto
de la intencionalidad no es una regla epistemológica que compe­
tirla con otras reglas de lectura. Se trata simplemente de la regla
constitutiva de la comprensión y de la significación. Leer (es decir,
comprender lo que uno lee) es dotar de significación a una cadena
de signos gráficos; y dotar de significación a una cadena de signos
es constituirla en expresión de un contenido intencional, que sólo
los estados y actos mentales pueden poseer. Como lo decían de
un modo excelente Steven Knapp y Walter Benn Michaels: “Como
la intención es intema al lenguaje, ninguna recomendación sobre
lo que conviene hacer resulta pertinente para saber cómo inter­
pretar un enunciado como texto".’

* Mamn He>degger, Sein und Zetí, Tubinga, Max Niemeyer Verlag, 1977,
p. 161 (tred. esp: El ser y el tiempo, irad. de José Gaos, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 19511.
* Steven Knapp y Walter Benn Michaels, "Against Theory*, en Cribeal Inquiry,
vol. 8. núm. 4,1982. p. 736.

INTENCIONALIDAD Y TEXTO ► 89
Entonces, importa distinguir entre el principio de intencio­
nalidad y la utilización de la intención del autor como norma
de interpretación. Acabamos de ver que el principio de inten­
cionalidad forma parte integrante del proceso de comprensión.
En cambio, la cuestión del estatus de la intención del autor como
norma de interpretación es más compleja.
Puede tratarse de una regla epistémica y, bajo esta forma,
resulta operativa en cienos tipos de estudios descriptivos. El caso
más ejemplar es la Biología hermenéutica. Como su objetivo es
establecer e interpretar el texto original de una obra, no puede
ahorrarse la pregunta por la intención de significación que la
obra encama. Ahora bien, dicha intención de significación sólo
puede ser la del autor. Ésta forma pane, pues, de las reglas epis*
témicas que guian la interpretación filológica. Es cieno que tam­
bién debe admitir cieñas excepciones a la regla, porque un texto
presenta además rasgos que, si bien se deben al autor, resultan
accidentales (por ejemplo, confusiones de términos). También
es cieno que no se interesa por el autor como entidad psicológica
ni tampoco por sus intenciones previas: busca interpretar la obra
como intención en acto. Por último, es cieno que cuando la in­
tención en acto encarnada en la obra sigue siendo oscura, el
filólogo hermeneuta generalmente interroga más el contexto que
las fuentes amorales (si es que existen, aunque esto no suele ser
muy frecuente), sobre todo porque sabe que la intención previa,
o postoperal, del autor no coincide necesariamente con la inten­
ción en acto en la obra. Pero a pesar de estas restricciones, es
difícil concebir cómo la aproximación filológica podría acabar
en resultados válidos sin aceptar la regla epistémica de la inten­
ción del autor como criterio para distinguir entre una lectura
aceptable y una lectura inaceptable.6

* Simplifico un poco la situación real, puesto que la filología hermenéutica


no se limita a la interpretación singular de las obras. Interpreta también géne­
ros, formas de arte, por lo tanto, colecciones de textos, que son tratados como
expresión de un proyecto histórico companido. En Us Tragedia grecques jont-
<||« (roglques? (París, Bayard. 2010), Pierre Judet de La Combe justamente

90 < PCQUCÑA ecología de ios ESTUDIOS utcramos


En cambio, cuando se afirma que el respeto de la intención
del autor debe guiar la lectura (común) de las obras, se formula,
no una regla epistémica para cierto tipo de estudio descriptivo
de textos, sino una norma de lectura general: se trata de regular
la actividad de lectura común. Ene Donald Hirsch distingue con
precisión ambas situaciones cuando se fíala que la intención del
autor no es la única norma interpretativa posible (aunque tenga
su preferencia), sino que es la única norma práctica para la in­
terpretación concebida como disciplina cognitiva.7 Está claro
que la “interpretación como disciplina cognitiva" aquí apuntada
es la interpretación filológica. Es posible preguntarse si el prin­
cipio de intención del autor es realmente la única norma epis­
témica proyectable. y si entonces la interpretación filológica es
la única interpretación cognitiva. Por mi pane, lo dudo, porque
ello prohibirla cualquier interrogación sobre las causas no in­
tencionales, incluso no individuales, de las producciones de
sentido, aunque no impugne en nada la pertinencia de la dis­
tinción operada por Hirsch. En todo caso, se ve bien que un
estudio descriptivo de los hechos literarios no tiene que defender
(o imponer) tal o cual norma de lectura a la comunidad de lec­
tores. Entre otras cosas, éste buscará más bien analizar la norma
que guía la lectura efectiva; o mejor dicho, las normas, ya que
-com o veremos- éstas cambian según las situaciones de lectura.
El principio de la intencionalidad de los actos de lenguaje
permite comprender por qué, por regla general, no nos planteamos
la pregunta de lo que quiso decir el autor Leer es atribuir una
significación a enunciados; y atribuir una significación a enuncia­
dos es atribuir dicha significación al querer-decir del enunciador,
o sea, ubicar a alguien que ha querido decir lo que comprendemos
como lo que esta dicho. No separamos el texto, de un lado, y una*1

hace eso, mostrando además de manera convincente que dicha lectura histó­
rica no por ello es una lectura insexual (pues, en términos gadamerianos. la
propia distancia histórica es un elemento de la anualidad).
1 Eric Donald Hirsch. The Aims o f Initrprelatum. Chicago. Untversity of
Chicago Press. 1976. p. 7.

INTENCIONALIDAD V TEXTO ► 91
intención amoral, del otro, para leer el texto a la luz de esta in­
tención planteada como fuente externa, ni tampoco para servimos,
inversamente, del texto como Índice buscando inferir una inten­
ción autora!. En una situación de comunicación exitosa, o que así
se cree, no tenemos que planteamos la pregunta por la intencio­
nalidad del autor, simplemente porque ésta ya está inserta en la
comprensión como acto. Captamos lo que leemos, sin formalida­
des, como ‘ lo que ha dicho el autor" y, así como nuestro acto de
lectura da nacimiento a una comprensión coherente para nosotros,
la significación en cuestión vale como significación del autor.
Me parece que la mayoría de las situaciones de comunicación
literaria son bastante próximas a esta situación estándar. Com­
parten con esta última lo que puede denominarse "la transpa­
rencia de la relación de intencionalidad" y también, pues, la
transparencia del acto que consiste en anclar el sentido en los
supuestos estados mentales del locutor. Por ejemplo, cuando leo
Hay quien prefiere las ortigas de Tanizaki, o Lolita de Nabokov,
me encuentro -s i mi acto de lectura ha tenido éx ito - en una
situación comunicacional que vuelve transparente uno de sus
polos constitutivos: la expresión de estados intencionales. Ahora
bien, uno de estos textos es japonés, el otro ruso-estadounidense,
y leo ambos en traducciones francesas. Todos estos factores po­
drían suscitar preguntas como, en especial, la de saber si real­
mente estoy leyendo la misma obra que creó el autor. Sin em­
bargo. en ningún momento dudo sobre el hecho de que estoy
leyendo la obra de Tanizaki o de Nabokov, es decir, de que lo
que yo com prendo corresponde a lo que ellos han escrito.
El olvido del traductor es revelador de la fuerza que tiene la
transparencia en el principio de intencionalidad en la lectura,
precisamente porque acaba volviendo invisible al traductor que
ha reemplazado la sustancia lingüística que era el soporte origi­
nal de la intencionalidad del escritor por una sustancia de en­
camación diferente, que forma pane de un sistema lingüístico
diferente. Para el lector, la identidad de una obra se acomoda al
contenido mental que ésta expresa y no al vehículo de intencio­
nalidad derivada (el texto) que formula ese contenido.

92 4 rtOUCÑA C C dO G lA OC LOS CSTUDtOS LITERARIOS


Se podría pensar, a primera vista, que la poesía constituye
un contraejemplo, ya que de forma espontánea tendemos a re­
lacionar en ella con más fuerza el contenido intencional con la
sustancia de expresión original. Hasta estaríamos tentados de
concluir que. en poesía, el forcgrounding* del texto neutraliza
de cieno modo el postulado de intencionalidad. Pero en realidad,
ocurre todo lo contrario. Si tendemos a relacionar con más fuerza
la poesía a la identidad de su sustancia de encamación, es porque
pensamos que el querer-decir, por lo tanto, la expresión de con­
tenidos intencionales, resulta extremadamente polifónica y llega
a investir la estructura sonora, es decir, aquello que, en los otros
modos de expresión, resulta un elemento no semántico o sólo
marginalmente semamizado. En otros términos, nuestra tenden­
cia a relacionar la identidad de una obra poética con la identidad
de su sustancia sonora confirm a el papel constitutivo de la in­
tencionalidad en el funcionamiento de la comunicación literaria,
y más generalmente, lingüística.
No digo que todas las situaciones de lectura literaria sean
'‘estándares" y que correspondan a la situación predefinida que
he descripto más arriba. Es posible que, al contario, algunas
estrategias de lectura, y quizás incluso las más interesantes o las
más ricas, se alejen de esta situación estándar. Pero los puntos
en los que se alejan no afectan el principio intencionalista. En
efecto, éste no prescribe estrategias interpretativas específicas;
no prescribe nada, a decir verdad, ya que no es una regla o una
norma, sino un presupuesto constituyente de la comunicación
verbal. Sólo en situaciones de fracaso o de opacidad y, por lo
tanto, de posibles malentendidos, la distinción entre la intención
supuesta y lo que creemos comprender se vuelve peninente; y

•Elforrgounding es destacar un elemento en un texto (y más generalmente,


en una señal, un estímulo, etc.), lo que aumenta la pregnancu del elemento
al separarlo de los otros que quedan en un segundo plano (focfcgraunding). Al
jugar sobre el foregroundwg o el backgrounding. el escritor puede guiar la aten­
ción de) lector hacia los elementos que le parecen más tmponantes. Pero el
forepxHttukng también tiene que ver con la iniciativa del lector que no necesa­
riamente presta sus recursos atencionales según las sugerencias del autor.

INTCNCtONAUOAO V TtXTO ► 93
sólo en esos contextos, la referencia a la intención del autor puede
manifestarse bajo la forma de una norma reguladora. Pero incluso
entonces, esta norma reguladora no tiene otro objetivo más que
restablecer una situación de transparencia intencional, en donde
ella pueda funcionar de nuevo como presupuesto tácito.
La critica literaria suele rechazar el principio iniencionalista
a favor de lo que puede llamarse “el principio textualista”, según
el cual el sentido de una obra no es el sentido del autor (más allá
de lo que se entienda por éste), sino el sentido del texto. Creo
que los dos principios no se oponen.
En un plano muy general, es posible destacar dos cosas. Pri­
mero, el principio es de algún modo verdadero en un sentido muy
trivial. Como lo que leo es un texto, el sentido que comprendo
es el sentido de ese texto, ya que el sentido es el sentido de lo que
leo. Luego, sostener (trivialmente) que el sentido (lo que el lector
comprende) es el sentido del texto (lo que el lector lee) equivaldría
a sostener (no trivialmente) que el sentido de lo que lee (por lo
tamo, el texto) es el sentido del autor, ya que el texto que el lector
lee y comprende es el texto que ha escrito el autor. Y en este caso,
el autor no es sólo la causa material del texto, sino también su
causa intencional, la causa de su “forma” y de su ‘ contenido”. Si
aun así se piensa que los dos principios divergen, esto se debe al
hecho de que -com o hemos visto- el principio de intencionalidad
suele ser transparente. Por consiguiente, es comprensible que se
confunda la interfaz del sentido -e l texto- con su fuente, ya que
ésta se inserta silenciosamente en el propio acto de lectura. La
transparencia de la relación de intencionalidad, el hecho de que
sea constitutivamente operante sin ser tematizada como tal, es
pues una de las causas de la idea de que la significación estaría en
ios textos y no en la cabeza de la gente.
Luego, cabe admitir que las situaciones de comunicación ín
übsentia refuerzan la idea de que el sentido sería el sentido del
texto (siri ser el sentido del autor). Cuando hablamos con alguien
que está delante de nosotros, cuesta olvidar que lo que vehicu-
lamos, por medio de las cadenas sonoras que emitimos y reci­
bimos, son contenidos intencionales de naturaleza mental. No

94 4 PtQUCÑA ECOLOGÍA DC IO S ESTUOIOS UTCftAAlOS


ocurre lo mismo con la comunicación escrita; ahí la emisión está
por definición desincronizada de la recepción, y el receptor no
se halla frente al emisor, sino frente a las huellas gráficas de una
emisión en la que. por el momento, el emisor está ausente. Por
otra parte, al igual que muchos textos no literarios, muchos
textos literarios tienen la particularidad de dirigirse a receptores
indeterminados y desconocidos del autor. Y es precisamente por
eso que el autor tiende a sobreexplotar algunos elementos se­
mánticos: éstos pueden reactivarse gracias a aquello que la ma­
yor cantidad de gente comparte a partir de la sola interfaz textual.
Cuando se elabora un texto sin una dirección determinada, el
interes es hacerlo de tal modo que sea accesible a partir de re­
cursos compartidos, es decir, primero, a partir de recursos lin­
güísticos de la interfaz textual.
Todos los textos sin dirección determinada comparten esta
característica, que significaría minimizar la necesidad de recurrir
al contexto, en tanto que se los concibe para ser reactivados (por
la lectura) en contextos igual de indeterminados e imposibles de
prever por pane del autor. Pero, en la medida en que los textos
literarios están destinados a ser leídos en el marco de una relación
estética, su lectura debe ser fuente de satisfacción durante su pro­
pio desarrollo. Entonces, resulta particularmente importante mi­
nimizar la necesidad de recurrir a un contexto extratextual para
comprenderlos. Puesto que tener que salir del texto para indagar
contextos extratcxtuales importuna el proceso de lectura, por lo
tanto, aquello que resulta la fuente misma de la satisfacción. Así
pues, a la escritura literaria le interesa procurarse los medios para
construir una situación comunicacional en la que la intenciona­
lidad del autor sature la interfaz textual, es decir, en la que la
comprensión esté asegurada, en la medida de lo posible, por una
circulación hermenéutica en el interior del propio texto. Por su­
puesto, al ser la comprensión un hecho holístico, incluso este
sentido “interno" funciona sólo sobre el trasfondo de una precom­
prensión extra y pretextual que involucra todo nuestro ser en el
mundo: nunca hay una autonomía textual en el sentido fuerte del
término, salvo quizás en el caso de la demostración matemática.

■NTCNCIONAUOAD Y TEXTO ► 95
Sea lo que sea, y esto me lleva a la cuestión de la tesis anti-
intencionalista, la saturación hermenéutica de la in terfa textual
relaüviza la necesidad que tendría el lector de recurrir a un contexto
compartido; recurso que lo obliga a tematizar la intención del
autor (puesto que debe plantearse la pregunta por el contexto
externo pertinente), por lo unto, produce un efecto de opacidad
o de no transparencia textual. Este efecto es muy real, pero adver­
timos que sólo se manifiesta sobre un trasfondo de relativa sub-
determinación de la significación por el contexto comunicaciona!
real y de relativa sobredeterminación por medio de los marcado­
res intratextuales. En concreto, la estrategia óptima de producción
hermenéutica inviste con fuerza el nivel del sentido proposicional,
por lo unto, el sentido accesible a través del conocimiento del
sistema de la lengua y del trasfondo de presunciones que, aunque
no estén represenudas, lo sostienen. Al mismo tiempo, relega a
un segundo plano el sentido de la enunciación del locutor, por
ende, el sentido en tanto que es accesible gracias al contexto com­
partido por el locutor y el receptor. Este sentido del enunciador
queda en un segundo plano especialmente en el caso de los textos
de ficción y de los textos con persona enunciadora9 (como el yo
lírico), lo que delimita un ámbito importante de los textos “lite­
rarios”. Los textos de este tipo están construidos de tal forma que
son tomados a caigo por una fuente de enunciación ficticia, tam­
bién considerada en una relación de feed b ack10 autorreferencial
con el texto que supuestamente enuncia. Al mismo tiempo, esto
excluye en general cualquier marca del autor, es decir, del enun-

* En algunos géneros literarios, sobre todo en poesta. el locutor de la obra


no es ni un personaje Ecticio ni el autor de la obra, sino una "máscara* enun­
ciativa iiuleteimiltada t|uc lío adquiere consistencia personal y que resulta un
efecto producido por las marcas de enunciación del texto.
>0 El fccdback ("reiroalímentación") es central en todos tos procesos de
adaptación y coadapuctón, ya que permite la corrección de las reacciones
inadaptadas. Un ejemplo conocido es el Jeedbock visual que permite corregir
un movimiento de prensión. El circulo hermenéutico en el sentido técnico del
término, es decir, el movimiento en espiral de la comprensión que va de la
parte al lodo para volver de nuevo a la parte, también es un proceso deJcedback.

96 4 PtQUCÑA ECOLOGÍA D€ LOS ESTUOOS LITERARIOS


ciador efectivo (preciso “en general" porque algunos autores de
ficción mezclan las fronteras entre narrador y autor). Se trata,
pues, de una forma de liberación de la enunciación en relación
con el contexto comunicacional real, e incluso de una de las for­
mas más fuertes que se pueden imaginar. Ahí también se puede
tener la impresión de que la significación deja de ser intencional
y se vuelve puramente textual.
Sin embargo, es menester realizar una importante corrección
al análisis anterior: el principio intencionalisia no alcanza para
dar cuenta del proceso de lectura. Acabo de decir que leer un
texto equivale a comprender, o creer comprender, una intención
de significación. Y dado el propio estatus de la situación de in­
terlocución (una situación en la que alguien dice algo a alguien),
esta intención de significación es intrínsecamente la del locutor
o del emisor del enunciado. Sin embargo, si se admite la validez
de la tesis mentalista relativa a los estados intencionales, enton­
ces de fa d o , la significación que el receptor construye no puede
ser más que su significación, es decir, lo que el texto significa
para él. En efecto, si el texto atañe a hechos de intencionalidad
derivada, esto significa que la significación no existe como tal.
sino tan sólo cuando es concedida al texto por unos estados
mentales. Por lo tanto, la significación del texto que el lector
descubre no puede ser más que la que él mismo le otorga, a
través de su acto de comprensión. Para que pueda ser de otra
manera, los estados mentales (o sea, la intencionalidad intrínseca
que el texto expresa) del emisor y del receptor deberían ser idén­
ticos; esto sólo sería posible si el emisor y el receptor fueran una
única y misma persona, algo que precisamente no son. De ture,
el lector comprende el texto como expresión de estados inten­
cionales del amor (si no. no habría texto, ni tampoco ese texto
en lugar de aquel otro), pero de fa d o no comprende hasta tanto
no activa los estados mentales intencionales que le son propios.
Esto no nos dice nada sobre el grado de desemejanza entre
lo que el lector comprende y lo que el autor ha escrito. Sin em­
bargo, es posible afirmar que la desemejanza depende sobre todo
del grado de superposición de los recursos lingüísticos y de los

INTENCIONALIDAD V TEXTO ► 97
mundos vividos por el amor y el lector. Ciertamente se ha visto
que los textos "literarios" tienden a movilizar lo más posible los
recursos lingüísticos compartidos, a expensas del contexto ex-
iralingúístico. justamente para facilitar la comprensión. En mu­
chas situaciones, tal estrategia garantiza que los dos mundos
intencionales (el del autor y el del lector) se superpongan lo
suficiente como para que el principio intencionalista pueda ha­
cerse efectivo a través del acto de comprensión real. Pero los
recursos lingüísticos también evolucionan, siquiera sea porque se
inscriben en el marco de los mundos vividos. Por otra pane, como
lo ha mostrado David Weberman inspirándose en Gadamer y en
Danto, una pane de las propiedades semánticas de un texto son
propiedades relaciónales, que cambian según la distancia tempo­
ral o cultural que separa el mundo del autor del mundo del lector11
Por consiguiente, es posible suponer que a lo largo de la evolución
histórica, o según sus periplos transculturales, una determinada
obra sufrirá una deriva herm enéutica, aun si su lectura se inscribe
siempre en el marco del principio intencionalista. Y hasta es
posible suponer que el lector no suele ser consciente de esto (lo
que prueba una vez más el carácter transparente del principio de
intencionalidad). Lamentablemente, a pesar de las investigaciones
realizadas por la estética de la recepción, nos faltan trabajos em­
píricos más precisos al respecto. No sabemos medir de un modo
concreto esta deriva de la comprensión, ni conocemos las con­
diciones que le permiten (o prohíben) operar en silencio, es de­
cir, ser vivida de una forma que no crea ningún conflicto entre
significación de autor y significación de lector.
De todas maneras, la necesaria distinción entre la relación
efectiva que vincula al autor con su texto escrito y la que vincula

11 Véase David Weberman, ‘A New Defense oí Gadamer's Hermeneutics*.


en Phüosophy and Phawmenoiogical R euanh, vd. u . nüm. 1.2000. pp. 45-65.
La distinción entre sentido (meaning} y significación úigni/iamce). propuesta por
Hirsch (The AirnsoflrUtrpretalion, op. cU., pp. 1-13 y 79-81).aunqueestádíngjda
contra Gadamer. podría leerse también como correspondiente a la diferencia
entre propiedades internas, determinadas por la semántica de la lengua, y propie­
dades relaciónales, que dependen del contexto y varían con el.

98 4 KQ UCÑ AeCO tOOiAD CLOStSTUO lO SUTtJU ftiOS


al lector con el texto que lee no es en absoluto incompatible con
el iruencionalismo. Incluso es una de sus consecuencias, al me­
nos si se lo formula en un marco a la vez "naturalista" y mentalista
(tal como hago aquí), es decir, desde el momento en que se
admite que las significaciones no pueden existir más que encar­
nadas de forma neuronal. por lo tanto, mental. Este marco pa­
recería muy limitadamente cognitivisia, e incluso "cientificista”.
Pero en verdad es posible mostrar que la hermenéutica, al menos
la de Gadamer (a través de la noción de aplicación) y la de Ricceur,
se sitúa en la misma perspectiva.
Me circunscribiré aquí a Ricceur y a su modelo de la "triple
mimesis" que distingue el querer-decir del autor (mimesis 1),
la encarnación de ese querer-decir en una estructura textual
(mimesis 2) y la reactivación de esta estructura por parte del
lector (mimesis 3). Como cada uno de estos dos polos extremos
está anclado en su contexto, en su horizonte especifico, queda
prohibida cualquier reducción del uno en el otro. El lugar dg_
la propia obra no es el texto, sino la relación entre los tres mo­
mentos. por lo tanto, entre la configuración del autor, la encar­
nación textual y la reconfiguración del lector. La intencionalidad
constitutiva de la obra literaria se reconoce precisamente en esta
imposibilidad de reducir la obra al texto, por lo tamo, a la cadena
gráfica dotada de intencionalidad derivada. Acceder a una obra
exige, en cierto modo, su "animación" en la confluencia de la
intencionalidad intrínseca del acto de configuración y del acto
de lectura. Al mismo tiempo Ricceur, siguiendo a Gadamer, es
muy consciente del hecho de que el fenómeno literario induce
inflexiones comunicacionales y, por lo tamo, estrategias de com­
prensión particulares. Por lo demás, es el caso de cualquier
comunicación escrita, debido a la desincronización entre acto
enunciativo y acto de recepción, y de la descontextualización-
rccontextualización que provoca.12 Estas estrategias de com ­
prensión pueden ser muy diferentes, dada su naturaleza o su1

11Véase al respecto Paul Ricceur. Tcmpt (1 rtcit. 3 v o k . Parts. Seuü, col. Points.
1991 Itrad. esp.: Tiempoy narración, 3 voU.. México. Siglo xn. 1993-19961.

INTCNOONAIOAO y H X T O ► 99
grado de complejidad. Pero en todos los casos, dependen cru-
cialmenie de lo que podría denominarse la "capacidad regula­
dora* de un texto, o sea. del depósito de los estados intencio­
nales que expresa. Hay que entenderla como la capacidad de
conducir, de dirigir el acto de comprensión del lector que, por
regla general, accede al contenido intencional del texto en un
contexto histórico, e incluso en un horizonte cultural, más o
menos alejado del contexto de emisión.1’
La intrincación de esta doble restricción -la del principio de
intencionalidad y la de la encamación mental de los estados in­
tencionales- es lo que explica que, cuando nos preguntamos so­
bre la cuestión de la comprensión y de la interpretación, pareciera
que nos mandan todo el tiempo de las teorías intencionalistas a
las teorías "atendonalistas". Las teorías intencionalistas se intere­
san por el principio de luir de la comprensión, tal como se inserta
en la interlocución; las teorías atendonalistas (según mi modo de
ver, la hermenéutica de Gadamer resulta la versión mejor lograda)
recuerdan que d e Ja cto la significadón construida en la lectura
siempre es la del lector. La nodón de “intencionalidad textual"
(propuesta en especial por Umberto Eco) aparece com o una
tentativa salomónica para tratar de señalar el lugar en donde el
de iure se reuniría con el de Jacto, en donde la doble restricdón
quedarla abolida. Pero la idea de que exista ese sitio neutro en
el que se reunirían, sin chocar, la intentio ouctoris, que se postula
como expresada por el texto, y la iníentfo lectoris, que construiría
la comprensión del texto, sólo sería una suene de ficción heu­
rística. En tanto que estructura lingüística y, pues, en tanto que
estructura intencional, un texto es a la vez aquello causado por
el querer-decir de un autor, que allí se expresa, y aquello a par-

n E n "La ré c e p tk m d e La Rechathe: u n e q u e s tio n d e g e n re ? " ( e n Pottujuc,


núm . 2 0 0 5 , p p . 2 3 9 - 2 5 4 ) . lo a ría V u ltu r h a e stu d ia d o d e c e r c a U $ d eriv as
h e rm e n é u tic a s, c o n fre c u e n c ia m a siv a s, in d u c id a s p o r las d in á m ic a s d e d e s-
c o n te x iu a liz a c ió n y re c o n te x tu a liz a c ió n d e lo s te x to s lite r a rio s ( e n este c a s o .
En busca det tiempo perdido d e P ro u sO a lo la rg o d e la s u c e s ió n d e g e n e ra c io n e s
d e le cto re s.

100 4 PCOUCÑA ECOLOGIA DC LOS ESTUCMOS llTU U M O S


I
tir de lo que cada lector construirá lo que de Jacto será su signi­
ficación; es decir, el resultado de su actividad de comprensión.
Por consiguiente, me parece que los estudios literarios, en la
medida en que se proponen comprender los hechos "literarios",
no tienen que tomar partido en la disputa entre el intenciona-
tismo y el antiintencionalismo.14

14 É sta y a e ra la p o s ic ió n d e S te v e n K n a p p y W a k e r B c n n M ic h a e ls. "A gain st


T h e o r y * . op. c u ., p p . 7 2 3 - 7 4 2 .

INTINOONALKMD Y T U T O ► 101
VII. Para una nueva ecología cultural:
algunas modestas proposiciones

SerU presuntuoso querer obtener grandes conclusiones de las


reflexiones anteriores. Y mas aún pretender sentar las bases de
una política. Pero tal vez se me permita sacar algunas conclu­
siones prácticas, que quizá nos hagan ver con algo más de cla­
ridad las restricciones que pesan sobre los estudios literarios,
pero también sus potencialidades y su futuro.
Partiré de la primera función de los estudios literarios: la
transmisión de “La Literatura" (o de algún otro canon literario)
como valor. La cuestión concierne a la política educativa y cul­
tural. Supera por mucho mis competencias; aunque creo que,
si se quiere implementar una política educativa eficaz en el ám­
bito literario - e s decir, una educación que forme lectores-, el
enfoque descriptivo es susceptible de iluminar ciertas cuestiones
que sería interesante tener en cuenta. Más precisamente, me
gustaría mostrar que los estudios literarios descriptivos son úti­
les, incluso hasta para asegurar mejor la función formadora de
la enseñanza literaria. Al mismo tiempo, esto me permitirá abor­
dar dos desarrollos sumamente importantes en el actual campo
de los estudios literarios descriptivos (tienen que ver con el
problema de la Acción y de la poesía) y mostrar, en concreto,
que el progreso de los conocimientos en este campo es una
realidad, no un sueño ciemificista.
Recordemos la constatación con la que comencé aquí mi
reflexión: la convicción, muy difundida, según la cual la cultura
literaria estaría amenazada por un retroceso de la lectura, o al
menos de la lectura de calidad. La amplitud de este retroceso, y
hasta su realidad, son discutibles, pero una cosa parece confir­
mada: la gran mayoría de estudiantes de colegios y liceos no son
grandes lectores de la literatura que se les enseña en clase. La

PARA UNA NUEVA CCOtOGÍA CULTURAU ► 103


creciente importancia de las ficciones audiovisuales tiene segu­
ramente algo que ver, pero no bastarla para explicar esta situa­
ción. Me gustarla presentar una hipótesis explicativa alternativa,
desde luego que también parcial, pero que toma en cuenta una
condición esencial para poder acceder a las obras literarias (y
más generalmente, a las obras de arte). En efecto, demasiado a
menudo se olvida que ningún atajo analítico podría reemplazar
la experiencia individual directa de la obra. El motivo es que la
obra literaria nos da acceso a un modo de experiencia especifica,
por lo tanto, iiremplazable (como lo son la mayoría de los mo­
dos de experiencia), y que precisamente ahí está k>que constituye
la única justificación razonable del valor que le acordamos.
He insistido más arriba sobre la importancia que revestía,
según mi opinión, la práctica de la escritura como “facilitadora"
para acceder a esta experiencia.1La práctica extensiva de la lectura
es sin duda todavía más importante, en la medida en que está
destinada a seguir siendo el modo de acceso principal a esta ex­
periencia para la mayoría de los niAos. Una vez acabada la esco­
laridad, muy pocos de ellos desarrollan una práctica de escritura
consecuente. La Escuela privilegia demasiado a menudo (y en
general demasiado temprano) la vía analítica, en especial, el co­
mentario de texto, mientras que más bien deberla guiar a los niños
y a los jóvenes en el acceso a ese modo de experiencia singularísima
que constituye la lectura como práctica propia. Puesto que la
lectura de textos en voz alta, guiada por el docente y los alumnos,
es en sí misma formadora. Sin duda se piensa que la vía analítica
permite medir la competencia real de los lectores y, entonces,
formarlos mejor. Se trata de una doble ilusión: la competencia de
la lectura “literaria" (aunque esta especificación seguramente no
esté justificada) es, en prim er lugar, de naturaleza procedimcnlal,
es decir, que está fundada en procesos de aprendizaje implícitos,
insertos en la práctica misma de la lectura. Al igual que aprende­
mos a caminar caminando, aprendemos a leer, en el sentido más
exigente del término, leyendo (y a escribir escribiendo).

‘ V é a n se p p . 2 8 - 3 1 .

104 4 PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS


¿Hay que agregar que el acento puesto en la vía analítica
también resulta un insulto a la verdadera función cultural de las
obras? En efecto, ésta reside siempre y únicamente en la impor­
tancia que adquieren las obras en y para la vida de los lectores,
de este lector o de aquel otro respecto de su propia individua­
lidad. Justamente la enseñanza literaria deberla sensibilizar a
niños y jóvenes sobre las potencialidades de las obras. Y el de­
sarrollo de la capacidad para sacarles provecho (en el plano
cognitivo, emotivo y ético, en resumen, en el plano humano)
tendría que ser su primer objetivo. En efecto, la importancia de
la lectura en la vivencia de cada quien no reside tanto en las
lecciones que se obtienen de las obras, sino más bien en el des­
plazamiento de nuestro universo mental operado por la propia
experiencia de lectura. La lectura no necesita estar “puesta en
relación con la vida”, es un momento de la vida, una experien­
cia vivida tan real como cualquier otra.2
Abordaré primero el caso de la ficción, puesto que una pane
imponante de las obras estudiadas en clase son ficciones. Hemos
aprendido, como mínimo desde hace medio siglo, que la ficción
(ya sea narrativa, dramática o Urica, si se me permite utilizar esta
triada un poco anticuada) sólo puede operar desde el punto de
vista cognitivo y emotivo si es leída de acuerdo con las panicu-
laridades que rigen su funcionamiento. Estas panicularidades
han sido descubienas por la psicología del desarrollo (a panir de
Piaget), la psicología cognitiva y la filosofía de la mente. Nos han
enseñado que el modo de ser fundamental de la ficción no es el
de un conjunto de hechos literarios, a n o el de una actitud inten­
cional especifica respecto de los usos a los que se destinan algu­
nas representaciones, ya sean mentales, semióticas o actanciales.*

2S o b r e e s te p u m o c e n tr a l e n c u a n to a la fu n c ió n d e h e x p e rie n c ia d e le c tu ra ,
d e b o m e n c io n a r la o b r a d e M a rie lle M a c é , Fa^ons de lia r, m oru trrs d'ttre (P a rts.
G a llim a rd . 2 0 1 1 ) .
* E l te r m in o actancúd (p ro p u e s to p o r A l g id a s G re í m a s ) d e s i g u la fu n c ió n
q u e c u m p le e l 'a c t a n t e * . e l s u je to d e u n e n u n c ia d o n a rra tiv o . E sta fu n c ió n s e
b a s a e n e l h e c h o d e q u e a c tu a n d o tra n s fo rm a u n a s itu a c ió n d a d a e n u n a n u ev a.
E l a c ta n te n o c o in c id e n e c e s a r ia m e n te c o n e l s u je to g ra m a tic a l d e u n a frase

PARA UNA NUEVA CCOí OGÍA CULTURAL. ► 105


Tratar una representación como una ficción es poner entre pa­
réntesis, neutralizar, sus pretensiones denotativas literales y abor­
darla según la modalidad del “hacer como si". En olios términos,
la naturaleza de la ficción atañe a la pragmática de las represen­
taciones y no a la sintaxis literaria. No es una realidad intrínse­
camente literaria,4 sino la puesta en práctica de una competencia
mental que es un universal en psicología, es decir, que forma
pane del repertorio común de las conductas intencionales hu­
manas. Su adquisición es uno de los acontecimientos centrales
de la maduración psicológica del niño, y un jalón imponante en
el desarrollo de las herramientas mentales que le permiten de­
senvolverse en el mundo. El estatus transcultural de la compe­
tencia ficcional se destaca, sobre todo, por el hecho de que todos
los niños se entregan a juegos ficcionates (solitarios y colectivos)
y que las reglas constitutivas de estos juegos coinciden sorpren­
dentemente de una cultura a otra.
Esta competencia ficcional consiste en la disposición de al
menos tres procesos mentales diferentes: el fingimiento lúdico,
la inmersión mimética y la modeli2ación analógica. El fingimiento
lúdico se traduce en la fabricación de cebos miméticos, que
reproducen tal o cual modalidad con la que accedemos a lo real.
Por ejemplo, propone apariencias cuasi perceptivas en el ámbito
de las ficciones visuales, apariencias de actos de lenguaje en el

n a rra tiv a , n i c o n u n s u je to h u m a n o (e n m u c h o s c u e rn o s, io s o b je to s s o n los


q u e c u m p le n fu n c io n e s d e a c la m e s ).
4 D e a h i la im p o sib ilid a d d e e stu d ia r la fic c ió n d e sa te n d ie n d o la m u ltip li­
c id a d d e s u s d is p o s itiv o s . E n tre lo s tr a b a jo s d e d ic a d o s a la fic c ió n p u b lic a d o s
e s to s ú ltim o s a rto s, u n o d e lo s m á s d e c is iv o s e s VArt des sines lili ou comment
su rp o a rr les Amiñcains (P a r ts , P a y o t, 2 0 1 0 ) , d e V in c e n t C o lo n n a . C o m o lo
in d ic a e l t it u lo , C o lo n n a a n a liz a ta s s e r ie s te le v is iv a s , u n o d e lo s v e c to r e s
c e n tr a le s d e la in v e n c ió n fic c io n a l c o n te m p o r á n e a , y u n o d e lo s m e n o s e s tu ­
d ia d o s (a n o se r p o r la s o rie n ta c io n e s q u e fo ca liz a n e n la d e n u n c ia m o ralízam e).
O tr o tra b a jo -im p o rta n te , jeux de róle. Lesjorges de taficilon (P a rts, c u a s, 2 0 0 7 ).
d e O liv ie r C a ir a , e s tu d ia u n a fo rm a d e fic c ió n a b s o lu ta m e n te sin g u la r. L os
ju e g o s d e ro l s e p ra c tic a n c a s i d e fo rm a e x c lu siv a e n et in te rio r d e u n a c o m u ­
n id a d in te rn a c io n a l d e a fic io n a d o s , p e r o , a p e sa r d e e s to , p e r m ite n e stu d ia r
e n v iv o la fle x ib ilid a d d e l 'c o n t r a t o d e fic c ió n * .

106 < P1QUCÑA CCOlOCU D€ LOS CSTUOtOS LITERARIOS


caso de las ficciones verbales, apariencias de acciones combi­
nadas con apariencias de actos de lenguaje en el marco de la
ficción teatral. Estos cebos llevan al receptor (lector, espectador)
a tratar la representación ficcional "como si” fuese una repre­
sentación 'factual" (el contrato de fingimiento lúdico impide la
confusión de los dos ámbitos) y facilitan la puesta en marcha
de un proceso de inmersión mimética en el universo ficticio.
El objetivo de este proceso ficcional no reside entonces en
el fingimiento en u nto tal, sino en aquello a lo que éste nos da
acceso: los universos Acciónales.3 Estos universos constituyen
"modelos cognitivos analógicos". La expresión es un poco bár­
bara, pero permite designar el hecho de que, al contrario de lo
que sucede en las modelizaciones que regulan directamente
nuestras interacciones con lo real (por ejemplo, en la experien­
cia perceptiva), la modelización ficcional no está obligada a una
relación de homología con aquello para lo que funciona de mo­
delo: el mundo en el que vivimos. Descansa en una relación
mucho más débil. La modelización ficcional está simplemente
organizada en su globalidad de acuerdo con lineas de fuerza plau­
sibles, que responden a las condiciones de represenubilidad que
debe cumplir cualquier experiencia, al menos para que podamos
vivirla como "experiencia real'. Dicho de otra manera, la ficción
no es una imagen del mundo real. Es una ejemplificación virtual
de un ser-en-el-mundo posible.
La inmersión mimética en los universos Acciónales nos per­
mite construir modelos cognitivos potentes, precisamente gracias
a la distancia que éstos mantienen con la realidad en la que vi­
vimos. No apelan a una reinyección6 directa en lo real, sino que
ponen a nuestra disposición bucles de tratamiento mental en-*

* V é a s e a l re s p e c to T h o m a s P a v e l, U n iv m de lo fiction, P a rís. S e u il, 1 9 8 8


(tra d . e s p .:Mundos de ficción. C a r a c a s . M o n te Á v ila . 1 9 9 5 | .
* P o r reinyecáón s e e n tie n d e la « i n t r o d u c c i ó n d e u n a in fo r m a c ió n p ro v ista
p o r e l m u n d o e n e s e m is m o m u n d o u n a v ez q u e s e la h a tra ta d o c o g n itiv a m e m e
( p o r lo u n t o , u n a v e z q u e s e la h a p u e s to e n re la c ió n c o n o tr a s in fo r m a c io n e s
y a a lm a c e n a d a s e n n u e stra m e n te ).

M AA UNA NUEVA ECOLOGIA CULTURAL. ► 107


dógeno, que consisten en libretos o guiones de acción posibles,
imaginables, que podemos recorrer con la imaginación antes de
tomar una decisión práctica. Estos guiones, entre los que se
destacan los transmitidos por las ficciones literarias (o. en la
actualidad, cinematográficas), pueden reactivarse a voluntad cada
vez que nos hallamos ante un área de aplicación pertinente (ya
se trate de una situación puramente mental o de una interacción
real con el mundo que nos rodea). El desvio a través de los
modelos ficcionales culmina, de hecho, en una '‘prolongación"
del tratamiento inferencial de la información, es decir, una pro*
longación de nuestras tomas de decisión, debida a la multipli­
cación de las respuestas posibles que nos planteamos.
Es cierto que sólo se trata de experiencias virtuales, pero como
tales, pueden cumplir incontables funciones: alejamos de los bu*
cíes reaccionales7 conos intempestivos, llevamos a suspender
nuestro juicio, sopesar las evaluaciones, construir mundos alter­
nativos, etc. En resumen, leer nos introduce en lo real, nos ejer­
cita incluso para afrontarlo, pero sin que lo real sancione de forma
directa (y hasta dramática) nuestros actos. La inmersión imagi­
nativa indisociable de la ficción literaria es, por lo tanto, un modo
de conocimiento y de experimentación, no sólo específico, sino
irremplazable. Hay que considerarlo si realmente queremos que
la ficción literaria sea operativa, tanto en el plano cognitivo como
en el plano emotivo. Ningún análisis de una obra de ficción nos
darla este conocimiento propiamente imaginativo, que adquirimos
a través de la experiencia directa de la inmersión en su universo.

’ Un t o k reacciona! e s u n a r e t a c ó n c a u s a l e n tr e u n e s tim u lo (s o m á tic o ,


p e rc e p tiv o , lin g ü ís tic o , e t c .) y la re a c c ió n q u e p ro v o c a . S e d is tin g u e n lo s b u c le s
r e a c c io n a b a c o n o s , g e n e r a lm e n te « u to m á tírr K ( p o r e je m p lo , la v is ta d e u n a
se r p ie n te p ro v o c a u n a r e a c c ió n d e h u id a in m e d ia ta e n la m a y o ría d e lo s se re s
h u m a n o s ), d e lo s b u c le s re a c c io n a le s la rg o s, q u e Im p lic a n g e n e ra ím e m e u n
tra ta m ie n to a ie n c io n a l (s o b r e to d o q u e e l s u je to re c e p to r re a lice a lg u n a s in fe ­
re n c ia s y u n a ev a lu a c ió n c o n s c ie n te d e la s ig n ific a c ió n d el e stim u lo ). U n c a so
e x tre m o d e la p ro lo n g a c ió n d el b u c le e s e l tra ta m ie n to fu era d e lín e a (ofl-linc)
d e u n a se fta l: e s to o c u n e c u a n d o le e m o s u n re la to d e f ic c ió n , y a q u e n o retn *
y e c ta m o s e n e l m u n d o la in fo r m a c ió n q u e é s t e n o s p ro v ee.

108 4 HQ UCÑA ECOLOGÍA 0€ LOS ESTVOiOS IITEKAJUOS


Pero desde ya que la ficción no podría circunscribir el campo
de las prácticas estéticas o creadoras de lo escrito. Incluso en el
campo del relato, las prácticas '‘factuales", si bien las teorías del
relato las desatienden en general, son tan importantes como las
prácticas Acciónales. Es el caso, en especial, del vasto continente
de las escrituras autobiográficas que estudia Philippe Lejeune *
La ejemplaridad de su trabajo, tal como se realiza sobre todo
en la Asociación para la Autobiografía y el Patrimonio Autobio­
gráfico, reside en su enfoque resueltamente empírico, pero tam­
bién en el hecho de que recoge y analiza las escrituras autobio­
gráficas en todas sus formas, sin esgrimir jamás el criterio de
“literariedad" como filtro de selección. Se nota entonces que,
cualquiera sea la importancia considerable de la ficción, la ten­
dencia recurrente de los literatos a usarla como metonimia de
la creación verbal sesga fuertemente los estudios literarios.
No obstante, mi segundo ejemplo no se sitúa en el campo
de la autobiografía, sino en e) campo de la poesía, otro corpus
canónico de la e use fianza literaria. La poesía es interesante en
varios aspectos. Por un lado, las características constitutivas de
la experiencia de lectura poética son menos estudiadas que las
de la inmersión ficcional. Por otra pane, el caso de la poesía
permite esclarecer con mayor facilidad las relaciones entre la
comprensión de la obra y la atención acordada a su "forma".
Aprovecharé para insistir sobre la reflexión de un punto que
apenas he abordado hasta ahora y que, sin embargo, resulta
central: el hecho de que la experiencia de una obra literaria suele
ser una experiencia de tipo estético.
Daré por sentado que la relación estética es una conducta
humana cuya apuesta central es la propia atención (perceptiva,
lingüistica, etc.) sobre su desarrollo: lo que decide el carácter
logrado o no de una experiencia estética no son las característi­
cas del objeto (real o representado), sino la calidad satisfactoria
o no del proceso atendonal que invenimos en ese objeto. Esto

* E n e s p e c ia l, v é a se P h ilip p e L e je u n e . LAutobiofpaphie en France, P arís.


A rm an d C o lín , 2 0 0 3 , y Un fournal á so i, P arts, T e x tu e l. 2 0 0 3 .

WJIA UNA NUtVA ECOLOGÍA CUtfUKAL. ► 109


puede expresarse diciendo que la atención es “autorreconduc-
tora" (mientras la experiencia atencional sea satisfactoria). De
hecho, Kant la definía así, con una formulación muy parecida.
Esto no significa que las propiedades dei objeto no desempeñen
un papel, sino que ese papel es indirecto: sólo cuentan si la
manera en que la atención las trata es satisfactoria. De ahí pro*
viene el fundamento subjetivo de cualquier valoración estética,
tal como ha argumentado de forma conclusiva Gérard Genette9
Dicho esto, la cuestión que me interesa aquí no es la valoración,
sino únicamente las modalidades específicamente estéticas de la
atención, por lo tanto, en el caso de un texto, de la lectura. En
virtud de la naturaleza general de la relación estética, la lectura
estética implica, en efecto, la adopción de una estrategia aten­
cional diferente de la empleada en la comunicación lingüística
pragmática. ¿Cuál es dicha estrategia?
La dinámica por defecto del acto de comprensión verbal se
funda en un principio de economía: se trata de comprender lo
más rápidamente posible, gastando la menor cantidad de ener­
gía atencional. Esto explica especialmente por qué, en una si­
tuación de comunicación normal, nuestra atención no se detiene
en la materialidad sonora de la señal, en su ritmo o en sus ca­
racterísticas estilísticas, y sólo trata todos estos elementos en la
medida en que son indispensables para la comprensión del men­
saje. En cambio, en el marco de la relación estética, como la
propia atención, y aquí pues la lectura como acto, es el objetivo
de la conducta, ésta ya no obedece al principio de economía,
sino que, por el contrario, maximiza la inversión atencional. La
poesía manifiesta de un modo muy claro esta transformación en
la economía del tratamiento de las informaciones, ya que focaliza

* V éa se G éra rd G e n c tte , IXEwrtdeVart i . La relation e$tkttujue, P arts, S c u il,


La ebre del arte n. La relación estítica, tra d . d e
1 9 9 7 , p p . 7 1 - 1 4 7 (ira d . e s p .:
C a r lo s M a n z a n o . B a rc e lo n a , L u m e n , 2 0 0 0 1 • C o n m u c h a p r e c is ió n . G e n e tte
a n a liz a s o b r e t o d o e l p r o c e s o d e o b je tiv a c ió n a tra v é s d el c u a l p ro y e c ta m o s
s o b r e e l o b je t o ( b a jo la fo rm a d e p r e d ic a d o s e s té tic o s : b e llo , fe o , e le g a n te ,
p e s a d o , e tc .) k> q u e p e r te n e c e a n u e stra re a c c ió n a fectiv a.

110 4 PEQUEÑA IC O tO G iA D£ LOS tS TU O K » LITERARIOS


la atención en las propiedades que sólo tienen, por fuera de su
campo, un vinculo puramente convencional con el “contenido*.
Además, la misma lógica es inherente al campo que Gérard Ge-
nette denomina “dicción*: la sobreinversión “formal* es el modo
de operación propiamente estético de cualquier texto no ficcio-
nal (aun si la lectura de un texto de ficción por supuesto que
también moviliza, más allá de su componente mimético, su
componente “dicciona!").10
Para permanecer en la poesía, el hecho de acordar una
atención sostenida a la sustancia sonora, a las rimas y los ritmos,
se traduce en una prolongación del tratamiento cognitivo que
culmina en una sobrecarga atencional (en relación con la situa­
ción estándar). En general, se admite que el costo de esta sobre­
carga queda compensado por el propio placer que provocan,
en la mayoría de los seres humanos, los juegos de asonancias y
rimas, la musicalidad de los ritmos, los juegos metafóricos, etc.
Este placer parece ubicarse en la primera infancia: juega un pa­
pel importante en la dinámica de aprendizaje de la lengua en el
niño. Pero la prolongación del tratamiento de la señal lingüistica,
por la maximización de la inversión atencional. no produce sólo
una sobrecarga atencional, produce también un retardo en la
categorización, es decir, un retardo en la actividad de síntesis
hermenéutica (uno acepta no comprender “enseguida”). Y esta
categorización retardada siempre es vivida como disonancia, ya
que se opone al principio de economía que busca la consonan­
cia cogniuva.
La capacidad de un individuo para mantener su atención en
la materialidad sonora de un texto es entonces proporcional a
su capacidad para soportar las situaciones de categorización re-

10 V é a s e G é ra rd G e n e ttc . Ftction el dtcáon, P a rís, S e u il, 1 9 9 1 (tr a d . e s p :


Ficción y dicción, trad . d e C a rlo s M a n z a n o . B a rcelo n a , L u m en , 1 9 9 3 ) . E l estu d io
d e la d ic c ió n , c o m o m o d o e s té tic o p ro p io (a m e n u d o d e s c o n o c id o e n p o s d e
u n a id e n tifica ció n a b u siv a d e lo litera rio c o n lo fic cto n a l), está e n el c e n tro d e la
o b ra d e M arielle M acé, Le Temps de Vessac Hatoire fungente en France au xxsücle.
P arís, B eh n , 2 0 0 6 .

MRA UNA NUEVA ECOLOGÍA O A TIM A L . ► 111


(ardada. Este retardo tiene, en efecto, una contraparte positiva:
cuanto más se retarda la categorización (que se corresponde con
el tratamiento semántico del mensaje), más aumenta la cantidad
de información sensorial precategorial1’ accesible y, entonces,
más plenamente se experimenta la forma sonora. Asi se ha cons­
tatado que cuanto menos se concentra un lector en la codificación
fonética del tratamiento del lenguaje, es decir, cuanto más rápido
asciende al nivel de la síntesis semántica, menos sensible es a las
rimas y los ritmos (y entonces también a la poesía). Algunos
lectores aceptan invertir atencionalmente en el nivel fonético,
'‘descender” hacia el nivel de la sonoridad no codificada, mien­
tras que otros tratan el nivel fonético en piloto automático, para
ascender más rápidamente hacia una categorización semántica.
Se ha podido mostrar que el grado de tolerancia respecto de
este tipo de disonancia define dos estilos cognitivos opuestos,
que no se limitan en absoluto a la poesía y que corresponden a
estilos existenciales. Pero lo único para retener aquí es que.
cuanto más capaz es una persona de soportar un alto grado de
disonancia cogníliva, más proclive será a obtener satisfacción
de la poesía; en particular, de las estructuras poéticas más com­
plejas, las que maximizan la polifonía y la “dificultad de lectura”,
y que prolongan, por lo tanto, el tratamiento del “mensaje".12 Se
ve adónde quiero llegar; de hecho, toda mi argumentación puede

11 E l n iv el pmaltfprUú e s el n iv e l d e tra ta m ie n to d e u n e s tim u lo o d e u n a


s e t a l e n e l q u e a ú n n o s e lo a n a liz a se g ú n u n siste m a d is c o n tin u o , a q u e l q u e
lo c la s ific a r á c o n o tr o s e le m e n to s d e l m is m o tip o . P o r e je m p lo : e l f lu jo s o n o r o
d e u n e n u n c ia d o e s p re c a te g o ria l, su r e c o rte d is c o n tin u o e n fo n e m a s lo t r a n s ­
fo rm a e n h e c h o c a te g o riz a d o ( lo s fo n e m a s d e fin e n c la s e s d e e q u iv a le n c ia d e
s o n id o s ). E n la c o m u n ic a c ió n v e rb a l, la in fo r m a c ió n s e n s o ria l p re c a te g o ria l
d e lo s e n u n c ia d o s n o e s o b je to d e u n tr a ta m ie n to a tc n c to n a l e s p e c ific o .
12 La c u e s tió n d e b s re la c io n e s e n tr e p o c s ta . re ta rd o d e c a te g o riz a c ió n y
d is o n a n c ia co g n itiv a e s tá e n e l c e n tr o d e lo s tr a b a jo s d e R c u v e n T su r, s o b r e lo s
q u e m e b a s o e n e s ta p a rte . V ía s e e s p e c ia lm e n te R e u v e n T su r. ‘ R h y m e a n d
C o g n itiv e P o e tic s ". e n f r e n e s Today, yol. 1 7 . n ú m . 1 . 1 9 9 6 . p p . 5 5 - 8 7 . P ara
u n a e x p o s ic ió n m á s d e ta lla d a d e la c o n c e p c ió n d e p o e s ía a q u í e sb o z a d a , m e
p e r m ito re e n v ia r a Je a n -M a r ie S c h a e ffe r . ‘ E s th é tiq o e e t s ty ie s c o g n m ís " , e n
CrUüpte. n ú m . 7 5 2 - 7 5 3 .2 0 1 0 . pp. 5 9 *7 0 .

1 1 2 < PCQUCÑA ECOLOGÍA oc IOS CST1XM05 utcramos


resumirse fácilmente en tres frases. Cualquier enseñanza de la
poesía que ponga en primer plano el enfoque analítico trabaja
en la perspectiva de una rápida categorización. ya que se incita
al alumno a pasar con rapidez de la experiencia concreta de la
lectura a su categorización. Ahora bien, la Escuela privilegia este
enfoque con total naturalidad porque favorece la convergencia
cognitiva, que es el mayor ideal de la enseñanza. Lamentable­
mente, la convergencia cognitiva destruye (entre otras cosas) la
poesía, ya que ésta saca todo su provecho de la disonancia.
Hay que ver bien lo que se está destruyendo de este modo.
Puesto que no es simplemente la riqueza “formar de la poesía,
sino también, y al mismo tiempo, su riqueza hermenéutica. Si
existe un punto en el que están de acuerdo la mayoría de quie­
nes han reflexionado sobre la poesía, es que el corazón de cual­
quier poema se halla en sus potencialidades de evocación emo­
tiva, en su capacidad para poner en práctica las “posibilidades
existenciales de la disposición afectiva", la Befm dhchkeii a la que
ya me he referido en otro contexto. A través de ella, vivimos la
experiencia de las tonalidades afectivas que ritman la manera en
la que nos comportamos en nuestro mundo. Justamente la poe­
sía pone en escena ese canto de las emociones, desplegando la
estratificación del lenguaje (sonidos, ritmos, sintaxis, semántica,
imágenes, etc.), trabajando las posibilidades propias de cada uno
de los estratos y estableciendo relaciones polifónicas entre ellos.
El poema activa las potencialidades hermenéuticas propias de
los sonidos, los ritmos y las imágenes aprovechándolos a través
de los ecos que se responden de un estrato a otro. Así da naci­
miento a una riqueza y una sutileza hermenéutica que desbordan
siempre lo que es decible y explicitable a nivel propiamente
proposicional. Que el poema parezca tener siempre más riqueza
de sentido que el que expresa proposicionalmente, que parezca
decir siempre más de lo que dice explícitamente, se debe a eso.
A través del arte más consumado de la lengua como forma, la
palabra poética nos pone en contacto con una comprensión más
elemental, y más fundamental al mismo tiempo, de nuestro ser
en el mundo: una comprensión que toma la forma de un paisaje

PARA UNA NUCVA ECOLOGÍA CULTURAL. ► 113


afectivo esculpido por el habla, pero que (re)nace en el lector por
un fenómeno de resonancia, consonante o disonante, inaccesible
a cualquier explicación analítica.
Espero al menos haber mostrado que sería absurdo quedarse
en una finalidad patrimonial, o ‘ factual", de la transmisión li-
teraria. Puesto que sólo una activación de la literatura como
modo de acceso propio al mundo, es decir, la sola entrada del
niño o del joven en la experiencia personal que constituye la
lectura de las obras, puede garantizar que esta transmisión sea
algo diferente de un saber muerto. Asi pues, guiar a los alumnos
hacia esta experiencia debería, con toda lógica, constituir el
propio núcleo del aprendizaje literario.
Para terminar, me gustaría realizar algunas observaciones
sobre la otra rama de los estudios literarios, de la que he tratado
de demostrar, a lo largo de estas páginas, su posibilidad y su
importancia.
Empezaré volviendo al punto que me parece más funda*
mental. Es necesario asumir abiertamente la dualidad funcional
de la disciplina literaria: toma de partido por la identidad cul­
tural, por un lado, investigación cognitiva, por el otro. De ahora
en más, ya no podemos dejar de lado el reconocimiento (en el
sentido fuerte del término) de este carácter funcionalmeme com­
puesto, y mucho menos en cuanto que nuestra disciplina tiende
a no considerar esta dualidad de forma cabal. Lo prueba el hecho
de que una parte importante de los trabajos pasados y presentes,
incluyendo aquellos que están entre los mejores, se inscriben a
la vez en ambas orientaciones. No se trata de un defecto insal­
vable en $1 mismo, pero se vuelve uno de ellos cuando no somos
conscientes. Por eso lo que importa es que sepamos distinguir
ambos programas, ol menos para no caer e n debates estériles.
A fin de favorecer la toma de conciencia de esta diferencia,
una vía importante que habría que ahondar es el estudio de la
constitución y la dinámica de los cánones literarios. La Escuela
juega aquí un importante papel, pero es evidente que ésta inte-
ractúa con otras instituciones. El filtro más decisivo es la selección
que hacen los editores, quienes operan antes de la aparición

114 4 PCQUCÑA ECOLOGÍA D t LOS LSTUOK35 LITERARIOS


pública de las obras, y las transforman en objetos de lectura
posibles. A éste se suma otro filtro, no menos eficaz: el del olvido
selectivo, tan sólo otra cara de la canonización. Se deduce a la
vez de las transformaciones de las comunidades de lectores, los
cánones transmitidos por la Escuela, los juicios de la critica y la
política de los editores.
A menudo se le objeta al enfoque descriptivo de los hechos
literarios que quien quiera adoptarlo daría pruebas de una in­
creíble ingenuidad, ya que estaría condenado a tratar como puro
dato lo que proviene siem pre de la elección de varios filtros eva­
lúateos. Entonces, la aproximación descriptiva del hecho lite­
rario ya estaría sesgada de entrada. Pero tal objeción se invierte
en su opuesto. Puesto que el propio estudio de estos ‘ filtros de
selección" resulta primordial para comprender la vida literaria,
es decir, para comprender la vida social de la literatura, así como
su dimensión creadora. Por lo tanto, es absolutamente nocivo
que no abunden muchos estudios que profundicen sobre estos
hechos. El estudio cuantitativo de la recepción de los manuscri­
tos (ya sea de su aceptación o rechazo) seria tan sólo un aspecto.
¿Cómo no desear también un estudio que profundice en los ma­
nuscritos rechazados? El hecho de que, entre las obras canónicas
de la literatura moderna, algunas se hayan topado con rechazos
sucesivos por pane de los editores, vuelve más indispensable un
estudio de este tipo. Asimismo, necesitaríamos un estudio en el
largo plazo de los olvidos selectivos, ya que hacen la historia li­
teraria, al igual que las canonizaciones: aquello que la posteridad
ha aceptado cobra sentido si se lo sitúa en relación con lo que ha
olvidado.11 Un estudio así de sistemático mostrarla hasta qué
punto importa distinguir la historia literaria, concebida como
instanciación de la vida literaria, y la historia de los hechos lite­
rarios, de la que la propia historia literaria es pane.
Tenderla a ir un poco más lejos. No sólo nos interesa distin­
guir las dos vías de los estudios literarios, sino incluso, en la
medida de lo posible, disociarlas efectivamente en la práctica. Las

w V éa se Ju d ith S ch la n g er, Prüence des ceuvrts ptrdues. Parts, H e rm a n a . 2 0 1 0 .

AMIA UNA NUEVA ECOLOGÍA CULTURAL. ► 115


competencias que exigen no son las mismas, tampoco las restric­
ciones que deben imponerse ni los resultados que pueden espe­
rar. Asimismo, a veces se corresponden con temperamentos di­
ferentes. Un buen critico o un buen intérprete, en el sentido de
la appiicatio hermenéutica, es decir, en el sentido de que la com­
prensión es un arte, no es necesariamente también el más apto
para llevar a cabo una investigación descriptiva, en el sentido que
he intentado explicitar más arriba. Y reciprocamente. Desde ya
que el caso de Gadamer (y algunos otros) muestra que es posible
combinar ambos talentos en su mayor grado. Pero, en esta cons­
telación, es u nto más necesario distinguir ambas modalidades.
Asi, para mantenemos en la hermenéutica, es importante no con­
fundir la práctica del arte hermenéutico con la investigación me-
tahermenéutica, que se esmera en explicitar, en comprender este
arte, e incluso en explicarlo como despliegue del arte “común"
de la lectura. En las últimas interpretaciones en las que Heidegger
propone poemas de Hólderlin o Rilke, ambos componentes se
intrincan u nto que algunos lectores tienen tendencia a confun­
dirlos y a fijar la hermenéutica filosófica como una doctrina in­
terpretativa, en detrimento de su apuesta descriptiva y explicativa
que -espero haber convencido al lector- resulta, no obstante, de
primera importancia.
Esta separación de cuerpos (de forma amistosa) entre el es­
tudio de los hechos literarios y la transmisión o la transformación
de los valores literarios deberla, con total lógica, verse facilitada
por la evolución actual de la enseñanza superior en Europa. En
Francia, a menudo resulta difícil acepur el proceso que lleva ha­
cia una clara diferenciación funcional entre docencia e investiga­
ción. En parte, esto se debe al hecho de que éste es dirigido sin
miramientos, sin una verdadera transparencia y una real concer-
tación. Pero al mismo tiempo, este rechazo presenu un aspecto
paradójico, porque la distinción que la reforma quiere sentar en
actas ya existe bajo otra forma en Francia desde hace varias gene­
raciones. En efecto, en Francia, docencia e investigación corres­
ponden a dos estatus diferentes: el de “docente-investigador" no
tiene nada que ver con el de “investigador". Al mismo tiempo, las

116 < PCQUE ÑA ECOLOGÍA OC IO S ESTUDIOS LITERARIOS


transformaciones en curso hacen que se superpongan dos evo»
luciones que parecen incompatibles: por un lado, la voluntad
innegable, aunque raramente asumida públicamente, de acabar
con la separación estatuaría entre doccntes-invesngadores e in­
vestigadores (en especial, a través de una integración más fuerte
de los investigadores en los establecimientos de enseñanza su­
perior); por el otro, una diferenciación funcional más nítida que
antes entre docencia e investigación. La voluntad de acabar con
la diferencia de estatus, que hacía que un investigador a veces
no ejerciera ninguna actividad de docencia, es una transformación
que tiene bastante sentido. En efecto, salvo algunas situaciones
muy especiales, nada justifica una separación estatutaria entre
las dos actividades, puesto que la transmisión de saberes recien­
temente adquiridos es un factor indispensable para el progreso
del conocimiento. Pero esta primera transformación contradice
sólo en apariencia la segunda: la ausencia de distinción estatu­
taria no es incompatible con una diferenciación funcional.
Sea lo que sea. diferenciar desde un punto de vista funcional
la docencia de la investigación favorece una clara distinción en­
tre transmisión de valores e investigación en el campo de los
estudios literarios. Hemos visto que, por razones vinculadas con
su función social y con su objeto, la enseñanza literaria resulta
siempre tamo el lugar de una transmisión de saber como el de
una transmisión (aunque transformadora) de valores. La orien­
tación descriptiva y la orientación normativa se hallan allí nece­
sariamente mezcladas. Es normal que así sea. Tan sólo que esto
aumenta el riesgo de una confusión entre lo que concierne a la
investigación propiamente dicha y lo que atañe a proposiciones,
o prescripciones, relativas al “buen uso” de los textos literarios.
No podemos más que estar a favor de todo lo que contribuya a
una distinción funcional explícita.
Ésta también resulta favorecida por la creciente importan­
cia de la financiación de proyectos en la gestión de la investi­
gación. Esta política ha sido muy discutida, en especial porque
se la acusa de realizarse a costa de una financiación con presu­
puestos recurrentes. También se ha sostenido que acababa pie-

MMA UNA NUCVA (CO tO CiA CUITUMAL. ► 117

L.
canzando la investigación. He aquí un riesgo innegable, sobre
todo porque la multiplicación de contratos posdoctorales puede
ser (y a veces lo es) utilizada al servicio de una política cínica de
flexibilidad laboral, como una forma de gestionar el flujo de in­
gresantes en el mercado de trabajo académico. Pero yendo al
fondo de la cuestión, no existe una relación mecánica entre el
desarrollo de la investigación a través de contratos y el retroceso
de los presupuestos recurrentes, aun si el Estado puede justa­
mente verse tentado a jugar sobre un efecto de vasos comuni­
cantes. En cuanto al problema de la precarización. ésta concierne
a la política laboral que es (o al menos podría ser, o debería ser)
independiente de la cuestión del financiamiento de la investiga­
ción por proyectos. Esta última es un corolario lógico del movi­
miento de abolición progresiva de las diferencias de estatus en­
tre investigadores y docentes-mvestigadores y de su reemplazo
por una distinción funcional. En el campo de las ciencias hu­
manas, desde ya que las protestas no se limitan a la cuestión de
los presupuestos y la precarización. Apuntan también hacia otro
problema: el de la generalización sistemática, y a veces intem­
pestiva, de los procedimientos, modelos, duraciones de contratos,
modos de evaluación, etc., que son eficaces en el campo de las
ciencias “duras”. Este defecto es real, pero subsanable. En resu­
men, me parece que los diferentes problemas de implementación
que plantea una investigación financiada por proyectos no debe­
rían hacernos olvidar sus virtudes, muy especialmente en el
campo de los estudios literarios.
En primer lugar, se trata de una virtud de eficacia y de clari­
ficación: es sumamente importante que las dos actividades -d o ­
cencia e investigación- sean llevadas a cabo y evaluadas según
sus propias lógicas. Su evaluación diferenciada es tanto más im­
portante en cuanto que. como hemos visto, la enseñanza de la
literatura combina inextricablemente transmisión de conocimien­
tos literarios y transmisión de “La Literatura* (o de algún otro
canon) como valor. Pero los efectos positivos también son pro­
piamente epistémicos, y éste es el punto más importante. En
efecto, el financiamiento por proyectos implica procedimientos

118 < PEQUEÑA tCOtOCÍA 06 LOS ESTUCmOS LITERARIOS


colectivos de selección (de los proyectos que se quieren apoyar).
Ahora bien, este tipo de procedimientos resulta indisociable de
un modo de programación y evaluación de los trabajos, que se
negocia en el interior de los estudios literarios y que participa,
pues, en la cristalización progresiva de una comunidad de inves­
tigación. Asi deberla emerger un sólido consenso respecto del
estado del arte en un momento dado para una cuestión dada, en
el que se establezca un repertorio de los impasses y las vías sin
salida transitados, se identifiquen los interrogantes del futuro y,
por supuesto, se elaboren modalidades de evaluación comparti­
das y sobre todo explícitas (en términos de administración de la
prueba, confirmación e invalidación). Cuanto más gane en con­
sistencia esta comunidad, más se desarrollará el carácter acumu­
lativo de los trabajos en el campo de los estudios literarios y de
las Humanidades en general.
He dicho más arriba que el principal problema de los estudios
literarios no es la escasez de trabajos descriptivos de primera
calidad, sino la ausencia de constitución de una tradición cien­
tífica compartida, con una memoria epistémica explícita. Su des­
tino depende entonces directamente de su capacidad (o incapa­
cidad) para comprometerse en una dinámica cognitiva a la vez
acumulativa e integrativa. No basta con comprenderse in abstracto
sobre criterios de calidad, y hasta de “excelencia”. Hay que cons­
truir verdaderos programas de investigación, identificares em­
píricamente, y desarrollar metodologías pertinentes respecto de
estos programas. En algunas áreas de los estudios literarios, tales
programas se han concretado. Esto ha ocurrido en los ámbitos
de la historia literaria, la filología, el análisis discursivo de textos,
el estudio de la versificación, el análisis narrativo, la genética
textual, y algunos otros más. rero resulta revelador que, en el
ámbito de la historia de los hechos literarios, por ejemplo, lo
esencial de los trabajos empíricos consistentes se deba a histo­
riadores, como los concluyentes estudios de Roger Chartier sobre
la historia del libro. En las cuestiones de las que sólo se ocupan
los literatos, aún estamos muy lejos de este ideal de investigación
integrada, que reposa sobre exigencias metodológicas compar­

PARA UNA NUEVA ECOLOGÍA CULTURAL ► 119


tidas o al menos comparables. Es que, por definición, un pro*
grama de investigación no podría ser el simple desarrollo de
doctrinas personales, ni incluso de ‘‘teorías'*, en el sentido algo
raro que el término ha adquirido en algunas orientaciones de
las ciencias humanas.
Es cierto que, en todos los campos del conocimiento, la ma­
yoría de los programas de investigación tienen como punto de
partida proposiciones individuales. Pero, precisamente, se trata
de "proposiciones" que garantizan un verdadero progreso del
conocimiento tan sólo después de su puesta a prueba a cargo de
otros investigadores y de la accesibilidad reciproca de los resul­
tados. Justamente esta voluntad de contrastar las hipótesis de los
otros es lo que más hace falta. Ahora bien, sólo esta interacción
generalizada de hipótesis y trabajos puede llevamos más lejos.
¡Cuántas veces nos quedamos sin cruzar puertas abiertas! Y no
por falta de inteligencia, sino sencillamente por falla de una me­
moria continua de los saberes producidos por quienes nos han
precedido. Una memoria así, que tiende a la incrementación (es
decir, que a cada rato registra sólo lo que ha sido modificado desde
el último Uguardar"), es indispensable para la constitución de la
dinámica de cognición distribuida, que es definitoria de los cono­
cimientos. Pero se ve bien que podría constituirse sólo si - y en la
medida en qu e- las literaturas aceptaran abandonar sus valles
lejanos, sus nichos ecológicos demasiado confortables y su há­
bitat tan peligrosamente disperso. En otros términos, hay que
saber si el estilo de investigación del futuro, en los estudios lite­
rarios, buscará multiplicar los puntos de contacto (y, por lo unto,
de fricción) entre los investigadores y sus respectivas proposicio­
nes; o si cada quien seguirá, como ocurre muy a menudo, traba­
jando en su rincón, a fin de garantizar la integridad de su propia
doctrina. Sobre este punto crucial, todo -o casi- queda por hacer.

Partiendo de una discusión de la tesis, muy difundida, según la


cual la literatura estaría en crisis, he defendido la idea de que
los estudios literarios son más bien los que están en crisis. Me
ha parecido que era un momento propicio para una profunda

120 < PEQUEÑA ECOLOGÍA D€ LOS CSTUOIOS UTCRAfUOS


reflexión sobre lo que éstos pueden y sobre lo que deben ser.
No pienso que mis posiciones y mis conclusiones vayan a ser
compartidas de forma unánime. En cambio, sigo estando con­
vencido de que si nosotros -quienes estudiamos los hechos li­
terarios- queremos salir de la falsa impresión según la cual la
literatura estaría en peligro, primero es necesario que nosotros
mismos -quienes amamos las obras literarias- aceptemos re­
flexionar sobre lo que hacemos cuando estudiamos eso que, por
otra pane, amamos.

para u n a n u e v a e c o í OO í a c u l t u r a l . ► 121
índice de nombres

A n s c o m b c . G c n r u d e E liz a b e th E n g c l, P a sca l: 6 0 .
M a rg a ra : 61 n. E u ríp id e s: 4 8 .
A p e l. K a rl-O tto : 7 3 .
A ristó te le s: 4 8 . 5 3 . F ry e, N o rth ro p : 2 6 .
A rm stro n g R ic h a rd s, lv o r: 4 0 n ..
4 1 n. G a d a m er. H a n s-G e o rg : 2 6 , 6 4 .
A u s iin . J o h n L a n g sh a w : 5 7 n . 7 1 , 7 3 . 7 4 n .. 7 5 . 8 1 n . 9 8 - 1 0 0 ,
116.
B a jtln . M ija ll: 2 6 . G e n e tte , G t r a r d : 5 3 , 5 4 , 1 1 0 , 1 1 1 .
Bally. C h a rle s : 2 6 . G o e th e . Jo h a n n W olfgjU tg v o n : 2 6 n.
B e c h e r, T o n y : 2 1 . 2 2 , 3 5 . G o o d m a n , N e lso n : 8 4 .
B o lla c k .J e a n : 2 6 , 6 4 . G re im a s, A lg ird as: 1 0 5 n .
B o rg e s, J o r g e L u is: 8 4 . G ro n d in , J e a n : 7 3 . 7 4 n .
B re n ta n o , F ra n z : 8 6 .
B u c h , E ste b a n : 1 1 n . H a b e m u s .J ú r g e n : 7 3 .
H a m b u ig e r. K it e : 2 6 . 5 3 .
C a ir a . O liv ie r: 1 0 6 n . H a m m e tt, D a sh ie ll: 1 7 .
C a s sire r. E m s t : 6 3 . H e id eg g er. M a rtin : 6 4 , 6 5 . 6 7 . 6 9 .
C e r v a n te s . M ig u e l d e : 8 4 . 8 5 . 7 1 - 7 4 . 7 7 . 8 1 . 8 9 n .. 1 1 6 .
C h a r le s . M ic h e l: 3 1 n . H e in ic h . N a th a lie : 1 1 n . , 4 5 n .
C h a n ie r . R o g e r 1 1 9 . K ir s c h , E ñ e D o n a ld : 2 9 n ., 9 1 .
C itto n . W e s : 6 5 . 6 6 . 9 8 n.
C o lo n n a . V m c e n t: 1 0 6 n . H ó ld e rlin . F rie d r ic h : 1 1 6 .
C o m p o g n o n . A rn o in e : 1 8 n .. H u m e . D a v id : 5 5 . 5 8 . 5 9 .
2 5 n. H u sse rl, E d m u n d : 3 3 . 6 4 . 6 5 . 6 7 .
68. 86.
D a n to , A rth u r: 9 8 .
D a v id so n . D o n a ld : 7 4 , 7 8 . tn g a id e n , R o m á n : 2 6 . 2 9 . 5 3 .
D e L a C o m b e , n e n e Ju d e t:
6 4 .9 0 . J a c o b . P ie rre : 7 9 n . , 8 1 n . . 8 7 n .
D tlth ey, W U h c lm : 6 4 . 6 5 . Jo u h a u d , C h ñ s c ia n : 3 0 n .
D u h e m . P ie rre : 7 8 . J o y c e . Ja m e s : 1 5 .

E co. U m b en o : 100. K a n t. E m m a n u e l: 2 4 . 1 1 0 .
E m p s o n , W itlia m : 4 1 n . K n a p p . S te v e n : 8 9 . 1 0 1 n .

índice de nombres ► 123


L ak s, A n d r t: 6 4 . R o u s s in .P h ilip p e : U n .
L e je u n e , P h ilip p e : 1 0 9 . R u ss e ll, B e n r a n d : 7 4 .
L o im a . jy r k i : 3 5 n .
L o p e d e V eg a . F é lix : 8 4 . S c h a e ffe r, Je a n -M a r ic : 1 1 2 n .
L o u is, A n n tc k : 1 1 n . S c h a p ir a , N ic o lá s : 3 0 n .
S c h ta n g e r, Ju d it h : 1 1 5 n .
M a c e . M a r ie lk : 11 n ., 1 0 5 n ., S e a rle . J o h n R .: 4 3 , 5 7 n .. 6 1 n ., 6 9 .
111 n. 7 0 n .. 7 2 , 7 7 n ., 7 8 . 8 0 , 8 6 .
M a lla rm e . S ie p h a n e : 1 5 . S h a k e sp e a r e , W illia m : 7 5 .
M a ic h a isse . T h i e n y : 1 1 n . S m a n . J o h n J a m ie s o n C a rsw e ll: 5 6 ,
May. (Cari: 1 7 . 57. 59.
M ic h a e ls. W itt e r B e n n : 8 9 , 1 0 1 n . S p ítz e r, L e o : 2 6 .

M u sil. R o b e n : 1 5 . S z o n d i, P e te n 2 6 , 6 4 .

N ab ok o v , V U d im ir: 9 2 . T a n iz a k i, J u n ic h ir o : 9 2 .
N e w to n . Is a a c : 7 8 . T a rsk i, A lfred : 7 4 .
N o w o tn y . H elg a: 2 ) . 2 2 . 3 4 . T o d o ro v . T z v e ta n : 2 9 n .
T ro w ler. P a u l: 2 2 n . . 3 5 n .
P a sse ro n , Je a n -C U u d e : 2 7 . T su r, R e u v e n : 1 1 2 n .
P a v e l. T h o m a s : 1 0 7 n .
Piaget. Jea n : 105. V e m e , Ju lio : 1 7 .

P o p p er. K art: 2 4 n . V u ltu r. lo a n a : 1 1 n . . 1 0 0 n .


P ro p p , V U d im ir: 2 6 n .
P ro u st, M a rcel: 5 4 . 1 0 0 n . W a llis e r. B e m a rd : 3 6 n .
P u tn a m , H íU ry : 5 5 , 5 8 . W á rr c n , A u stin : 4 5 * 4 7 . 4 8 n .,
P u tn a m . R u th A n n a : 5 9 . 4 9 .5 1 .
W e b e r. M a x : 6 8 .
Q u in e , W tlla rd : 7 3 . 7 4 , 7 8 . W e b e m ía n , D a v id : 9 8 .
W e il, A n d ré : 2 7 n .
R ev e!. J a c q u e s : 3 6 n . NMellek. R en e: 4 5 * 4 7 . 4 8 n .. 4 9 . 5 1 .
R ib a rd , D in a h : 3 0 n . W ls m a n n . H e in z : 2 6 . 6 4 .
R icoeu r, P a u l: 2 6 . 2 9 n .. 5 0 . 9 9 . W U tg e n ste in . L u d w ig : 3 2 , 7 0 .
R ilk e . R a in e r M a ñ a : 1 1 6 .
R o n sa rd , F ie rre d e : 1 5 . Z u m lh o r. P a u l: 1 4 .

124 4 PEQUEÑA ECOLOGÍA OE LOS CSTUOIOS UTEftAMOS


E sta e d ic ió n d e Pequeña ecología de ios esnuhos hiéranos.
d e Je a n -M a r ie S c h a e ffe r. s e te rm in ó d e im p rim ir
e n e l m e s d e fe b re ro d e 2 0 1 3 e n lo s T a lleres G rá fic o s N u e v o O ffset,
V tel 1 4 4 4 , Q u d a d d e B u e n o s A ire s. A rg en tin a.
La e d ic ió n c o n s ta d e 3 . 0 0 0 e je m p la re s.

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