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Pequeña ecología
de los estudios literarios
Por qué y cómo estudiar la literatura?
Traducción de
Laura F ó lica
JEAN-MAR1E SCHAEFFER
PEQUEÑA ECOLOGÍA
DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS
¿Por qué y cómo estudiar la literatura?
Schaefler. Jean-Marie
Pequerta ecología de los estudios literarios: ¿por qué y
cóm o estudiar la literatura?. - la ed. - Buenos Aires : Fondo
de Cultura Económica. 2013.
126 p . ; 2 1 x 1 4 cm. - (Lengua y estudios literarios)
Título original: Peate ¿colegie des ¿ludes HiUraires. Pourquoi t i tom nura
¿tudicr la litlíraturr?
ISBN de la edición original: 9 7 8 .2 -3 6 2 8 0 -0 0 1 -6
C 2 0 1 1 . T hieny Marchaisse
Publicado por acuerdo con la Agenda Literaria Pterre Astier 6r Assodés
TOOOS LOS DERECHOS RESERVADOS
ISBN: 9 7 8 -9 5 0 -5 5 7 -9 6 9 -3
Advertencia..................................................................................... 9
iN otce ► 7
Advertencia
ADVERTENCIA ► 0
Entonces, ¿por qué esta constatación de una crisis? Mi hipó*
tesis es que la supuesta crisis de la literatura esconde una crisis
más real, la de nuestra representación erudita de "La Literatura"
(veremos además que este término está en el centro del problema).
En síntesis, si acaso hay crisis, se trata más bien de una crisis de
los estudios literarios. Triple crisis, en realidad, que afecta a la vez
la transmisión de los valores literarios, el estudio cognilivo de los
hechos literarios y la formación de los estudiantes de literatura.
De hecho, habría que decir más bien que se trata de un nuevo
acceso de crisis, puesto que los estudios literarios tienen la extraña
particularidad de presentar un perfil histórico ciclotímico, que
hace pensar en un síndrome maníaco-depresivo: periodos de exal
tación cognitiva irreflexiva se alternan con periodos de pesimismo
escéptico tan poco justificados como los primeros. Esta oscilación
permanente entre dos extremos nos impide medir los importan
tes progresos en el conocimiento de los hechos literarios, en es
pecial, desde comienzos del siglo xix. Y estos progresos no tienen
que ver exclusivamente con una acumulación de nuevos saberes
eruditos (lo que tampoco está mal), sino también con una pro*
fundización de nuestro conocimiento. Así comprendemos mejor
que nuestros antecesores la importancia de la creatividad verbal
- y entonces también de la literatura, que es una de las regiones
de esta creatividad- en la vida de los hombres y de las sociedades.
Partiendo de esta doble constatación y adoptando un punto
de vista sin duda más filosófico que literario, este opúsculo se
propone un doble objetivo: remontar a las raíces del carácter
históricamente recurrente de la crisis de los estudios literarios,
pero también mostrar que el pesimismo cognitivo al que parece
conducir esta situación no está en absoluto justificado. Es evidente
que son dos empresas que no podríamos desarrollar en algunas
páginas, pero espero al menos convencer al lector de la impor
tancia real de su apuesta. Ésta supera por mucho la pregunta por
el destino de los estudios literarios. Si admitimos, en efecto, que
lo que llamamos “literatura", aquí y hoy. constituye, bajo otras
figuras, una importante realidad de la vida de todos los hombres,
de todas las sociedades humanas, entonces el destino de los e$-
ADVERTENCIA ► 11
I. ¿Crisis de la literatura o crisis
de los estudios literarios?
3 Tony Becher y Paul Trow kr. Academic Trtbes and Tcrrilories. Intellcctual
Enquiry and the Cuitare c f Disciplines. 2a ed.. Londres. Open Umversúy Press.
2001 lirad. esp.: Tribus y territorios acadtmtcos. Lo indagación w ttltctualy las
culturas de las disciplinas, irad. de Andrea Menegptto. Barcelona. Gedisa. 2001].
11Véase Tony Becher y Paul Trowler. A cadem k Trifces and Territahes, op. cu.,
p. 28.
l’ Véase también Jyrki Loima, “Academic Cultures and Developing Manage
ment in Higher Education", en Jyrki Loima (ed.), Theoria e l praxis, vol. 1.
Helsinki, Vtikkt TTS Publicaiions. 2004.
* P a ra u n a d is c u s ió n m á s p re c is a , v ía n s e B e m a rd W a llise r ( e d .) . La Cum u-
to fiv itf du s a v n r en sa c n c e s so ciales. P a rts, ehess. 2 0 0 9 . y s o b r e to d o , d a rtic u lo
d e ja c q u c s R cv e l. ' L e pted d u d ia b le . S u r Ie s fo rm e s d e c u m u la i iv ite e n h is to ir r '
( p p 8 6 - 1 1 0 ) . E l t e x t o d e R ev el c o n s titu y e u n e x c e le n te p u m o d e p a rtid a p a ra
u n a r e fle x ió n re n o v a d a s o b r e la m e to d o lo g ía d e la 'h is t o r i a lite r a r ia 1’, q u e
d e m a sia d o a m e n u d o n o e s n i h is tó ric a n i litera ria .
’ tbuL
•and.
** V é a n se m i s a d e la n te , p p . 1 0 9 * 1 1 4 .
DESCRIPCIÓN Y NOKMATlVlOAO ► 5 3
objeción de principios: creer en la existencia o en la posibilidad
de una vía descriptiva equivale a mostrar una ingenuidad per*
turbadora, mientras que las mentes más brillantes en episiemo*
logia y filosofía de las ciencias han deconstruido “la ilusión des-
criptivisia" ya desde hace tiempo. En síntesis, la propia idea de
un enfoque puramente descriptivista seria un sinsentido. Efec
tivamente, cualquier descripción, según nos dicen, al estar inserta
en un contexto normativo, no podria tener descripción “pura".
El rumor ha provocado incluso que la validación de esta refuta*
ción del ideal descriptivista se estableciera de forma definitiva y
ya no pudiera impugnarse. En suma, el proyecto descriptivista
daría cuenta de una concepción ingenua, ya superada, del co
nocimiento. ¿Pero esto es realmente asi? Para responder a esta
pregunta, tenemos que abandonar el terreno propiamente lite
rario y pasar al de la argumentación filosófica.
Formulada como tesis absolutamente universal, la refutación
del ideal descriptivista se refuta ella misma. En efecto, una de
dos. O bien la aserción según la cual no existe proposición que
se pueda calificar de descriptiva es verdadera, y en ese caso al
menos hay una que sí es descriptiva, a saber, aquella que establece
que no existen proposiciones descriptivas, lo que a su vez la vuelve
falsa. O bien se admite que la tesis se aplica también a la propo
sición que enuncia dicha tesis, y, en tal caso, esta última no es
verdadera y al mismo tiempo no puede aseverar la falsedad de la
tesis adversa: aquella según la cual es posible separar y distinguir
las dos. No se puede tener el oro y el moro.
Por eso es que casi nadie formula la objeción bajo esta forma
absoluta. La mayoría de los defensores de la tesis de la imposi
bilidad de una separación entre hecho y valor admiten que exis
ten. por supuesto, algunos rmmdodrK que cumplen una función
descriptiva sin componente normativo. Así, todo el mundo está
de acuerdo en que. por ejemplo, “Proust nació en 1872” es un
enunciado puramente descriptivo, ”factual”, aunque falso (ya que
Proust nació en 1871). Pero enseguida se añade que no se está
discutiendo sobre enunciados individuales básicos de este tipo,
sino sobre estructuras discursivas globales en las que estos enun
OCSOuaClÓN Y NORMATIVIDAD ► 5 5
A veces nos gusta creer que quienes defienden la existencia
de una distinción sólida entre descriptividad y normatividad
sostendrían que una proposición es siempre o bien descriptiva
o bien normativa, y que no existirían, entonces, enunciados
compuestos. En realidad, defender la hipótesis de una diferencia
entre descriptividad y normatividad no implica negar la existen
cia de enunciados compuestos. Un enunciado puede perfecta
mente tener, a la vez, un componente descriptivo y un compo
nente evaluativo. Como lo ha mostrado Gérard Genette. tal es
el caso de los juicios estéticos, por lo tamo, de una parte nada
desdeñable de las proposiciones formuladas en el marco de los
estudios literarios.3 De hecho, una misma frase (¿cntence) puede
tener, según las enunciaciones (utteranccs), una función o bien
descriptiva o bien evaluativa. Por ejemplo, “Jean-Marie es estúpido"
puede querer decir en algunas circunstancias: “Más allá de que la
estupidez sea algo bueno o malo, a Jean-Marie se lo puede des
cribir verídicamente como estúpido*. Pero en otros contextos (por
ejemplo, cuando alguien me pregunta: “¿Te agrada Jean-Marie?*),
puede querer decir: “Jean-Marie es estúpido y eso es un defecto*.
Esta proposición comporta entonces a la vez. si es posible gene
ralizar el análisis de los predicados estéticos que propone Genette,
un componente descriptivo (la identificación de las propiedades
mentales que definen la estupidez) y un componente evaluativo
(la estupidez es una cualidad negativa).
También se afirma, a veces, que sería imposible admitir la
diferencia entre hecho y valor sin negar que una proposición
descriptiva pueda fun cionar como medio retórico para que se
acepten valores. Ahora bien, muchos enunciados descriptivos
funcionan de este modo. El filósofo J. J . C. Smart ha destacado
así que el acto de alabar (o sancionar) puede realizarse muy bien
a través de frases descriptivas. Smart da un ejemplo deliciosa
mente anticuado: en lugar de decir que una mujer es bella y, de
DESCRIPCIÓN V NORMATIVIOAO ► 57
imposible. Para criticar la distinción de Hume, Hilary Putnam
señala que quienes la apoyan son victimas de una visión dicotómica
que separa el pensamiento en dos ámbitos: el de los “hechos" que
pueden establecerse más allá de cualquier controversia CestaWished
bcyond conimversy") y el de los valores, objeto de irremediable
desacuerdo Chopclcss disagrtcm enO .6 Pero es posible defender el
dualismo entre hecho y valor, o entre discurso descriptivo y dis
curso evaluativo. pensando, por otra parte, que la mayoría de los
hechos quizá nos resulten siempre inaccesibles y que, respecto de
los restantes, nuestro conocimiento nunca será más que probable.
Un descriptivista puede ser un escéptico; precisamente como lo
era el joven Hume. Igualmente es posible defender la distinción
entre hecho y valor, sosteniendo que el consenso es regla en el
ámbito del valor. La distinción entre hecho y valor es independiente
de la cuestión de la certeza y del consenso.
Asimismo, adoptar una actitud descriptiva no impide en
absoluto dar cuenta del elemento eventualmente normativo de
las realidades que uno se propone describir. En una situación así,
el estatus normativo forma parte del hecho estudiado y. como tal,
puede y debe entrar en la descripción. En ese sentido, a veces, se
dice que no se podría desarrollar una estética descriptiva ya que
el campo de la estética es intrínsecamente un hecho de valor:
cualquier obra de arte tiene una pretensión de validación y esta
pretensión forma pane de su identidad o de su ser. Dicho de otro
modo, una obra de arte tendría un estatus cercano al de cienos
actos de lenguaje, por ejemplo, las promesas, cuyas reglas cons
tituyentes implican un componente normado y normativo. De
hecho, el enfoque descriptivista no desconoce para nada que una
obra de ane es, como todos los productos humanos y muchas
eosas no humanas, una realidad constitutivamente normada.
Simplemente, un descriptivista cree que esta dimensión evaluativa
DESCRIPCIÓN Y NOftMATIVIDAD ► 39
descriptivo, para él, sólo tiene éxito si cumple con las condicio
nes enunciadas por tales normas. Si quieto describir la realidad
como es, es necesario que mi discurso se deje guiar por la “norma
de lo verdadero”, retomando la expresión de Pascal Engel, pero
también por la de la “neutralidad axiológica”. El descriptivista
no afirma que lo real nos es dado: considera que la descripción
es una construcción humana, un conjunto de representaciones
constreñidas por la norma de lo verdadero, en otras palabras,
un conjunto de enunciados cuyos autores reconocen que una
de las condiciones para su éxito radica en la satisfacción de esa
norma. En cambio, sostiene que estas aserciones apuntan a afir
mar únicamente lo que son los objetos a los que se refieren, y no
lo que deberían ser. Su discurso está muy normado, puesto que
está sujeto a reglas epistémicas, pero entre ellas figura precisa
mente la neutralidad axiológica. que le prohíbe formular juicios
de valor sobre los objetos denotados por su discurso. Que haya
filósofos que confunden estos dos problemas da que pensar.
•Xbi¿
7 P a n H e id eg g er. l o óntico d e sig n a e l c a m p o d e e n te s y lo s d iv e rso s c u e s -
tto n a m ie n to s c ie n tífic o s (s ie m p r e r e g io n a le s o lo c a le s ) s o b r e e l s e r d e e s to o
d e a q u é llo . E n c a m b io , l o onütdgfxo d e s ig n a e l c a m p o y e l c u e s tio n a m ie n to
a b s o lu to s (p ro p ia m e n te filo s ó fic o s ) d e l s e r e n t a n to ser.
INTCNOONALOAO T TCXTO ► 8 3
individuado (es decir, identificado como lo que es) por su sig
nificación, sea cual sea, sino por la cadena de signos lingüísticos
(tas letras, las palabras, las frases, etc.) que lo constituyen. Como
los lazos entre estructura sintáctica y estructura semántica no
son aleatorios (por regla general, dos sucesiones de signos que
difieren sintácticamente difieren también semánticamente), hay
ahí una posibilidad de individuar los textos (o al menos la in
mensa mayoría de ellos) poniendo entre paréntesis la cuestión
de su significación. Por supuesto, poner entre paréntesis una
cuestión no es la mejor manera de resolverla, pero en este caso,
el hecho de llegar prim ero a un acuerdo sobre la propia identidad
de los objetos de nuestra investigación (los textos) nos permiti
ría al menos plantear correctamente la pregunta sobre su signi
ficación. Me gusta mucho la elegancia y la parsimonia de esta
solución (que es. cum grano salís, la que proponen Nclson Good
man y, de un modo más general, las definiciones formalistas del
texto); y sin lugar a dudas, resulta operativa en la mayoría de los
casos, pero aun así se topa con algunas dificultades.
¿Qué ocurre cuando dos textos son idénticos (desde el punto
de vista sintáctico) pero tienen contenidos semánticos muy di
ferentes? Es fácil reconocer la referencia al caso de Don Quijote
de Menard, idéntico desde el punto de vista textual al Don Qui
jote de Cervantes, pero que presenta una significación diferente:
“Éste (Cervantes], de un modo burdo, opone a las ficciones
caballerescas la pobre realidad provinciana de su país; Menard
elige como ‘realidad' la tierra de Carmen durante el siglo de
Lepanio y de LopeV La respuesta será que ese caso, debido a
Borges, es ficticio, y que se trata de una situación imposible desde
el punto de vista empírico. Y de hecho, para que sea posible, el
lenguaje humano debería ser diferente a lo que en realidad es.
Pero otra dificultad (que plantea un caso inverso del que inventó
Borges) no sólo es muy real, sino que incluso se corresponde
con una situación de lo más trivial. Tomemos Don Quijote en
'jorge Luis Borges. ficftons, Parts. Gallimard. 1957, p. 66 |ed. orig.: Recio*
n«, Buenos Aires. Sur. 1944].
M TENCIONAUDAO V TtX TO ► 85
Esquivar el problema por la vía de una definición puramente
sintáctica seguramente no sea la mejor solución. ¿Qué hacer en
tonces? Creo que para poder captar los retos y los límites de la
cuestión de la intencionalidad en literatura, primero hay que re
sultarla en el marco más general de la intencionalidad de los
hechos mentales, de los que la intencionalidad lingüística, y tam
bién textual, no es más que una figura derivada. A mi entender,
el enfoque más fructífero es el que proviene de Brentano y de
Husserl y que actualmente, bajo una forma bastante cercana, pro
pone la filosofía analítica, en especial con John Searle.2 Según esta
concepción, la intencionalidad de los actos de lenguaje -e l hecho
de que tengan un contenido, una orientación, un “a propósito
de”- se funda por y sobre la intencionalidad de los actos menta
les que expresan. Estos actos y estos estados mentales intrínseca
mente intencionales corresponden cum grano salís a la totalidad
de nuestros estados conscientes: nuestras creencias, nuestros de
seos, pero también nuestras percepciones y, de un modo más
amplio, nuestras representaciones son estados mentales intrínse
camente intencionales. Su función es una función de representan-
cía: representan aquello de lo que tratan, su contenido. La restric
ción que indica el “cum grano salís* se debe al hecho de que
algunos estados emotivos, aunque conscientes, puede que no
tengan contenido intencional, sino únicamente características
fenomenológicas (serian, entonces, puras vivencias).
El punto más importante para nuestro propósito reside en la
idea del carácter derivado de la intencionalidad lingüística. Por
un lado, es ontogenética y filogenéticamente segunda en relación
con la intencionalidad mental. Así, en el desarrollo del niño, la
capacidad de mantener estados mentales intencionales precede
a la aptitud de expresarlos y de comunicarlos a otros de manera
INTENOOÑAUOAD V TEXTO ► 87
ignoramos casi iodo, salvo quizás en el ámbito de la fonología),
esta facultad siempre se actualiza bajo la forma de una lengua
particular. Ahora bien, una lengua sólo se aprende a través del
ingreso en un proceso comunicacional, en donde anunciador y
receptor se ajustan el uno al otro, dejándose guiar por lo que les
resulta común: la gramática tal como queda restringida por la
facultad del lenguaje. Esto asegura, ya de entrada, un acuerdo
entre sintaxis de emisión y sintaxis de interpretación. Pero apren
der una lengua nunca se limita a aprender una sintaxis: un enun
ciado (un acto de habla) siempre es un ensamblaje entre una su
cesión sintáctica y una significación (los estados mentales que el
enunciado expresa). No aprendemos primero un código que luego
será interpretado; aprendemos, siempre en situaciones concretas,
a crear un acuerdo siempre específico con otros (a propósito de
esto o aquéllo), a través de la construcción progresiva de una
interfaz. Por consiguiente, aprender una lengua equivale esen
cialmente a aprender no sólo a manejar sino también a compartir
esa interfaz, constituida por una sintaxis finita pero que permite
producir (y comprender) un número infinito de ensamblajes. Por
este hecho, el emparejamiento de la misma sintaxis con, grosso
modo, la misma semántica en el locutor y en el receptor, mante
niendo todo lo demás constante, queda garantizado por un pro
ceso de adaptación y de asimilación dialógica.
Es necesario, pues, explayarse sobre lo que significa la na
turaleza intencional del habla. Salvo situaciones marginales, en
efecto, no significa que yo tenga la intención (consciente) de
decir tal o cual cosa y que lo que diga realice ese querer cons
ciente; sino que, dado aquello que es la lengua como realidad
compartida, si digo esto o aquéllo sobre una cosa, entonces, mi
interlocutor (o mi lector) toma lo que entiende (lo que com
prende) como siendo eso que y o le digo respecto de esa cosa.
Esta imputación de eso que es dicho al enunciador del decir es
constitutiva del “funcionamiento" de la comunicación lingüística.
No se trata de un factor extemo, sino de la consecuencia de la
dependencia radical del sentido, o de la significación verbal, en
relación con la intencionalidad intrínseca de los estados menta
* Mamn He>degger, Sein und Zetí, Tubinga, Max Niemeyer Verlag, 1977,
p. 161 (tred. esp: El ser y el tiempo, irad. de José Gaos, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 19511.
* Steven Knapp y Walter Benn Michaels, "Against Theory*, en Cribeal Inquiry,
vol. 8. núm. 4,1982. p. 736.
INTENCIONALIDAD Y TEXTO ► 89
Entonces, importa distinguir entre el principio de intencio
nalidad y la utilización de la intención del autor como norma
de interpretación. Acabamos de ver que el principio de inten
cionalidad forma parte integrante del proceso de comprensión.
En cambio, la cuestión del estatus de la intención del autor como
norma de interpretación es más compleja.
Puede tratarse de una regla epistémica y, bajo esta forma,
resulta operativa en cienos tipos de estudios descriptivos. El caso
más ejemplar es la Biología hermenéutica. Como su objetivo es
establecer e interpretar el texto original de una obra, no puede
ahorrarse la pregunta por la intención de significación que la
obra encama. Ahora bien, dicha intención de significación sólo
puede ser la del autor. Ésta forma pane, pues, de las reglas epis*
témicas que guian la interpretación filológica. Es cieno que tam
bién debe admitir cieñas excepciones a la regla, porque un texto
presenta además rasgos que, si bien se deben al autor, resultan
accidentales (por ejemplo, confusiones de términos). También
es cieno que no se interesa por el autor como entidad psicológica
ni tampoco por sus intenciones previas: busca interpretar la obra
como intención en acto. Por último, es cieno que cuando la in
tención en acto encarnada en la obra sigue siendo oscura, el
filólogo hermeneuta generalmente interroga más el contexto que
las fuentes amorales (si es que existen, aunque esto no suele ser
muy frecuente), sobre todo porque sabe que la intención previa,
o postoperal, del autor no coincide necesariamente con la inten
ción en acto en la obra. Pero a pesar de estas restricciones, es
difícil concebir cómo la aproximación filológica podría acabar
en resultados válidos sin aceptar la regla epistémica de la inten
ción del autor como criterio para distinguir entre una lectura
aceptable y una lectura inaceptable.6
hace eso, mostrando además de manera convincente que dicha lectura histó
rica no por ello es una lectura insexual (pues, en términos gadamerianos. la
propia distancia histórica es un elemento de la anualidad).
1 Eric Donald Hirsch. The Aims o f Initrprelatum. Chicago. Untversity of
Chicago Press. 1976. p. 7.
INTENCIONALIDAD V TEXTO ► 91
intención amoral, del otro, para leer el texto a la luz de esta in
tención planteada como fuente externa, ni tampoco para servimos,
inversamente, del texto como Índice buscando inferir una inten
ción autora!. En una situación de comunicación exitosa, o que así
se cree, no tenemos que planteamos la pregunta por la intencio
nalidad del autor, simplemente porque ésta ya está inserta en la
comprensión como acto. Captamos lo que leemos, sin formalida
des, como ‘ lo que ha dicho el autor" y, así como nuestro acto de
lectura da nacimiento a una comprensión coherente para nosotros,
la significación en cuestión vale como significación del autor.
Me parece que la mayoría de las situaciones de comunicación
literaria son bastante próximas a esta situación estándar. Com
parten con esta última lo que puede denominarse "la transpa
rencia de la relación de intencionalidad" y también, pues, la
transparencia del acto que consiste en anclar el sentido en los
supuestos estados mentales del locutor. Por ejemplo, cuando leo
Hay quien prefiere las ortigas de Tanizaki, o Lolita de Nabokov,
me encuentro -s i mi acto de lectura ha tenido éx ito - en una
situación comunicacional que vuelve transparente uno de sus
polos constitutivos: la expresión de estados intencionales. Ahora
bien, uno de estos textos es japonés, el otro ruso-estadounidense,
y leo ambos en traducciones francesas. Todos estos factores po
drían suscitar preguntas como, en especial, la de saber si real
mente estoy leyendo la misma obra que creó el autor. Sin em
bargo. en ningún momento dudo sobre el hecho de que estoy
leyendo la obra de Tanizaki o de Nabokov, es decir, de que lo
que yo com prendo corresponde a lo que ellos han escrito.
El olvido del traductor es revelador de la fuerza que tiene la
transparencia en el principio de intencionalidad en la lectura,
precisamente porque acaba volviendo invisible al traductor que
ha reemplazado la sustancia lingüística que era el soporte origi
nal de la intencionalidad del escritor por una sustancia de en
camación diferente, que forma pane de un sistema lingüístico
diferente. Para el lector, la identidad de una obra se acomoda al
contenido mental que ésta expresa y no al vehículo de intencio
nalidad derivada (el texto) que formula ese contenido.
INTCNCtONAUOAO V TtXTO ► 93
sólo en esos contextos, la referencia a la intención del autor puede
manifestarse bajo la forma de una norma reguladora. Pero incluso
entonces, esta norma reguladora no tiene otro objetivo más que
restablecer una situación de transparencia intencional, en donde
ella pueda funcionar de nuevo como presupuesto tácito.
La critica literaria suele rechazar el principio iniencionalista
a favor de lo que puede llamarse “el principio textualista”, según
el cual el sentido de una obra no es el sentido del autor (más allá
de lo que se entienda por éste), sino el sentido del texto. Creo
que los dos principios no se oponen.
En un plano muy general, es posible destacar dos cosas. Pri
mero, el principio es de algún modo verdadero en un sentido muy
trivial. Como lo que leo es un texto, el sentido que comprendo
es el sentido de ese texto, ya que el sentido es el sentido de lo que
leo. Luego, sostener (trivialmente) que el sentido (lo que el lector
comprende) es el sentido del texto (lo que el lector lee) equivaldría
a sostener (no trivialmente) que el sentido de lo que lee (por lo
tamo, el texto) es el sentido del autor, ya que el texto que el lector
lee y comprende es el texto que ha escrito el autor. Y en este caso,
el autor no es sólo la causa material del texto, sino también su
causa intencional, la causa de su “forma” y de su ‘ contenido”. Si
aun así se piensa que los dos principios divergen, esto se debe al
hecho de que -com o hemos visto- el principio de intencionalidad
suele ser transparente. Por consiguiente, es comprensible que se
confunda la interfaz del sentido -e l texto- con su fuente, ya que
ésta se inserta silenciosamente en el propio acto de lectura. La
transparencia de la relación de intencionalidad, el hecho de que
sea constitutivamente operante sin ser tematizada como tal, es
pues una de las causas de la idea de que la significación estaría en
ios textos y no en la cabeza de la gente.
Luego, cabe admitir que las situaciones de comunicación ín
übsentia refuerzan la idea de que el sentido sería el sentido del
texto (siri ser el sentido del autor). Cuando hablamos con alguien
que está delante de nosotros, cuesta olvidar que lo que vehicu-
lamos, por medio de las cadenas sonoras que emitimos y reci
bimos, son contenidos intencionales de naturaleza mental. No
■NTCNCIONAUOAD Y TEXTO ► 95
Sea lo que sea, y esto me lleva a la cuestión de la tesis anti-
intencionalista, la saturación hermenéutica de la in terfa textual
relaüviza la necesidad que tendría el lector de recurrir a un contexto
compartido; recurso que lo obliga a tematizar la intención del
autor (puesto que debe plantearse la pregunta por el contexto
externo pertinente), por lo unto, produce un efecto de opacidad
o de no transparencia textual. Este efecto es muy real, pero adver
timos que sólo se manifiesta sobre un trasfondo de relativa sub-
determinación de la significación por el contexto comunicaciona!
real y de relativa sobredeterminación por medio de los marcado
res intratextuales. En concreto, la estrategia óptima de producción
hermenéutica inviste con fuerza el nivel del sentido proposicional,
por lo unto, el sentido accesible a través del conocimiento del
sistema de la lengua y del trasfondo de presunciones que, aunque
no estén represenudas, lo sostienen. Al mismo tiempo, relega a
un segundo plano el sentido de la enunciación del locutor, por
ende, el sentido en tanto que es accesible gracias al contexto com
partido por el locutor y el receptor. Este sentido del enunciador
queda en un segundo plano especialmente en el caso de los textos
de ficción y de los textos con persona enunciadora9 (como el yo
lírico), lo que delimita un ámbito importante de los textos “lite
rarios”. Los textos de este tipo están construidos de tal forma que
son tomados a caigo por una fuente de enunciación ficticia, tam
bién considerada en una relación de feed b ack10 autorreferencial
con el texto que supuestamente enuncia. Al mismo tiempo, esto
excluye en general cualquier marca del autor, es decir, del enun-
INTENCIONALIDAD V TEXTO ► 97
mundos vividos por el amor y el lector. Ciertamente se ha visto
que los textos "literarios" tienden a movilizar lo más posible los
recursos lingüísticos compartidos, a expensas del contexto ex-
iralingúístico. justamente para facilitar la comprensión. En mu
chas situaciones, tal estrategia garantiza que los dos mundos
intencionales (el del autor y el del lector) se superpongan lo
suficiente como para que el principio intencionalista pueda ha
cerse efectivo a través del acto de comprensión real. Pero los
recursos lingüísticos también evolucionan, siquiera sea porque se
inscriben en el marco de los mundos vividos. Por otra pane, como
lo ha mostrado David Weberman inspirándose en Gadamer y en
Danto, una pane de las propiedades semánticas de un texto son
propiedades relaciónales, que cambian según la distancia tempo
ral o cultural que separa el mundo del autor del mundo del lector11
Por consiguiente, es posible suponer que a lo largo de la evolución
histórica, o según sus periplos transculturales, una determinada
obra sufrirá una deriva herm enéutica, aun si su lectura se inscribe
siempre en el marco del principio intencionalista. Y hasta es
posible suponer que el lector no suele ser consciente de esto (lo
que prueba una vez más el carácter transparente del principio de
intencionalidad). Lamentablemente, a pesar de las investigaciones
realizadas por la estética de la recepción, nos faltan trabajos em
píricos más precisos al respecto. No sabemos medir de un modo
concreto esta deriva de la comprensión, ni conocemos las con
diciones que le permiten (o prohíben) operar en silencio, es de
cir, ser vivida de una forma que no crea ningún conflicto entre
significación de autor y significación de lector.
De todas maneras, la necesaria distinción entre la relación
efectiva que vincula al autor con su texto escrito y la que vincula
11Véase al respecto Paul Ricceur. Tcmpt (1 rtcit. 3 v o k . Parts. Seuü, col. Points.
1991 Itrad. esp.: Tiempoy narración, 3 voU.. México. Siglo xn. 1993-19961.
INTCNOONAIOAO y H X T O ► 99
grado de complejidad. Pero en todos los casos, dependen cru-
cialmenie de lo que podría denominarse la "capacidad regula
dora* de un texto, o sea. del depósito de los estados intencio
nales que expresa. Hay que entenderla como la capacidad de
conducir, de dirigir el acto de comprensión del lector que, por
regla general, accede al contenido intencional del texto en un
contexto histórico, e incluso en un horizonte cultural, más o
menos alejado del contexto de emisión.1’
La intrincación de esta doble restricción -la del principio de
intencionalidad y la de la encamación mental de los estados in
tencionales- es lo que explica que, cuando nos preguntamos so
bre la cuestión de la comprensión y de la interpretación, pareciera
que nos mandan todo el tiempo de las teorías intencionalistas a
las teorías "atendonalistas". Las teorías intencionalistas se intere
san por el principio de luir de la comprensión, tal como se inserta
en la interlocución; las teorías atendonalistas (según mi modo de
ver, la hermenéutica de Gadamer resulta la versión mejor lograda)
recuerdan que d e Ja cto la significadón construida en la lectura
siempre es la del lector. La nodón de “intencionalidad textual"
(propuesta en especial por Umberto Eco) aparece com o una
tentativa salomónica para tratar de señalar el lugar en donde el
de iure se reuniría con el de Jacto, en donde la doble restricdón
quedarla abolida. Pero la idea de que exista ese sitio neutro en
el que se reunirían, sin chocar, la intentio ouctoris, que se postula
como expresada por el texto, y la iníentfo lectoris, que construiría
la comprensión del texto, sólo sería una suene de ficción heu
rística. En tanto que estructura lingüística y, pues, en tanto que
estructura intencional, un texto es a la vez aquello causado por
el querer-decir de un autor, que allí se expresa, y aquello a par-
INTINOONALKMD Y T U T O ► 101
VII. Para una nueva ecología cultural:
algunas modestas proposiciones
‘ V é a n se p p . 2 8 - 3 1 .
2S o b r e e s te p u m o c e n tr a l e n c u a n to a la fu n c ió n d e h e x p e rie n c ia d e le c tu ra ,
d e b o m e n c io n a r la o b r a d e M a rie lle M a c é , Fa^ons de lia r, m oru trrs d'ttre (P a rts.
G a llim a rd . 2 0 1 1 ) .
* E l te r m in o actancúd (p ro p u e s to p o r A l g id a s G re í m a s ) d e s i g u la fu n c ió n
q u e c u m p le e l 'a c t a n t e * . e l s u je to d e u n e n u n c ia d o n a rra tiv o . E sta fu n c ió n s e
b a s a e n e l h e c h o d e q u e a c tu a n d o tra n s fo rm a u n a s itu a c ió n d a d a e n u n a n u ev a.
E l a c ta n te n o c o in c id e n e c e s a r ia m e n te c o n e l s u je to g ra m a tic a l d e u n a frase
L.
canzando la investigación. He aquí un riesgo innegable, sobre
todo porque la multiplicación de contratos posdoctorales puede
ser (y a veces lo es) utilizada al servicio de una política cínica de
flexibilidad laboral, como una forma de gestionar el flujo de in
gresantes en el mercado de trabajo académico. Pero yendo al
fondo de la cuestión, no existe una relación mecánica entre el
desarrollo de la investigación a través de contratos y el retroceso
de los presupuestos recurrentes, aun si el Estado puede justa
mente verse tentado a jugar sobre un efecto de vasos comuni
cantes. En cuanto al problema de la precarización. ésta concierne
a la política laboral que es (o al menos podría ser, o debería ser)
independiente de la cuestión del financiamiento de la investiga
ción por proyectos. Esta última es un corolario lógico del movi
miento de abolición progresiva de las diferencias de estatus en
tre investigadores y docentes-mvestigadores y de su reemplazo
por una distinción funcional. En el campo de las ciencias hu
manas, desde ya que las protestas no se limitan a la cuestión de
los presupuestos y la precarización. Apuntan también hacia otro
problema: el de la generalización sistemática, y a veces intem
pestiva, de los procedimientos, modelos, duraciones de contratos,
modos de evaluación, etc., que son eficaces en el campo de las
ciencias “duras”. Este defecto es real, pero subsanable. En resu
men, me parece que los diferentes problemas de implementación
que plantea una investigación financiada por proyectos no debe
rían hacernos olvidar sus virtudes, muy especialmente en el
campo de los estudios literarios.
En primer lugar, se trata de una virtud de eficacia y de clari
ficación: es sumamente importante que las dos actividades -d o
cencia e investigación- sean llevadas a cabo y evaluadas según
sus propias lógicas. Su evaluación diferenciada es tanto más im
portante en cuanto que. como hemos visto, la enseñanza de la
literatura combina inextricablemente transmisión de conocimien
tos literarios y transmisión de “La Literatura* (o de algún otro
canon) como valor. Pero los efectos positivos también son pro
piamente epistémicos, y éste es el punto más importante. En
efecto, el financiamiento por proyectos implica procedimientos
para u n a n u e v a e c o í OO í a c u l t u r a l . ► 121
índice de nombres
A n s c o m b c . G c n r u d e E liz a b e th E n g c l, P a sca l: 6 0 .
M a rg a ra : 61 n. E u ríp id e s: 4 8 .
A p e l. K a rl-O tto : 7 3 .
A ristó te le s: 4 8 . 5 3 . F ry e, N o rth ro p : 2 6 .
A rm stro n g R ic h a rd s, lv o r: 4 0 n ..
4 1 n. G a d a m er. H a n s-G e o rg : 2 6 , 6 4 .
A u s iin . J o h n L a n g sh a w : 5 7 n . 7 1 , 7 3 . 7 4 n .. 7 5 . 8 1 n . 9 8 - 1 0 0 ,
116.
B a jtln . M ija ll: 2 6 . G e n e tte , G t r a r d : 5 3 , 5 4 , 1 1 0 , 1 1 1 .
Bally. C h a rle s : 2 6 . G o e th e . Jo h a n n W olfgjU tg v o n : 2 6 n.
B e c h e r, T o n y : 2 1 . 2 2 , 3 5 . G o o d m a n , N e lso n : 8 4 .
B o lla c k .J e a n : 2 6 , 6 4 . G re im a s, A lg ird as: 1 0 5 n .
B o rg e s, J o r g e L u is: 8 4 . G ro n d in , J e a n : 7 3 . 7 4 n .
B re n ta n o , F ra n z : 8 6 .
B u c h , E ste b a n : 1 1 n . H a b e m u s .J ú r g e n : 7 3 .
H a m b u ig e r. K it e : 2 6 . 5 3 .
C a ir a . O liv ie r: 1 0 6 n . H a m m e tt, D a sh ie ll: 1 7 .
C a s sire r. E m s t : 6 3 . H e id eg g er. M a rtin : 6 4 , 6 5 . 6 7 . 6 9 .
C e r v a n te s . M ig u e l d e : 8 4 . 8 5 . 7 1 - 7 4 . 7 7 . 8 1 . 8 9 n .. 1 1 6 .
C h a r le s . M ic h e l: 3 1 n . H e in ic h . N a th a lie : 1 1 n . , 4 5 n .
C h a n ie r . R o g e r 1 1 9 . K ir s c h , E ñ e D o n a ld : 2 9 n ., 9 1 .
C itto n . W e s : 6 5 . 6 6 . 9 8 n.
C o lo n n a . V m c e n t: 1 0 6 n . H ó ld e rlin . F rie d r ic h : 1 1 6 .
C o m p o g n o n . A rn o in e : 1 8 n .. H u m e . D a v id : 5 5 . 5 8 . 5 9 .
2 5 n. H u sse rl, E d m u n d : 3 3 . 6 4 . 6 5 . 6 7 .
68. 86.
D a n to , A rth u r: 9 8 .
D a v id so n . D o n a ld : 7 4 , 7 8 . tn g a id e n , R o m á n : 2 6 . 2 9 . 5 3 .
D e L a C o m b e , n e n e Ju d e t:
6 4 .9 0 . J a c o b . P ie rre : 7 9 n . , 8 1 n . . 8 7 n .
D tlth ey, W U h c lm : 6 4 . 6 5 . Jo u h a u d , C h ñ s c ia n : 3 0 n .
D u h e m . P ie rre : 7 8 . J o y c e . Ja m e s : 1 5 .
E co. U m b en o : 100. K a n t. E m m a n u e l: 2 4 . 1 1 0 .
E m p s o n , W itlia m : 4 1 n . K n a p p . S te v e n : 8 9 . 1 0 1 n .
M u sil. R o b e n : 1 5 . S z o n d i, P e te n 2 6 , 6 4 .
N ab ok o v , V U d im ir: 9 2 . T a n iz a k i, J u n ic h ir o : 9 2 .
N e w to n . Is a a c : 7 8 . T a rsk i, A lfred : 7 4 .
N o w o tn y . H elg a: 2 ) . 2 2 . 3 4 . T o d o ro v . T z v e ta n : 2 9 n .
T ro w ler. P a u l: 2 2 n . . 3 5 n .
P a sse ro n , Je a n -C U u d e : 2 7 . T su r, R e u v e n : 1 1 2 n .
P a v e l. T h o m a s : 1 0 7 n .
Piaget. Jea n : 105. V e m e , Ju lio : 1 7 .