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COMENTARIO A “LA POLÍTICA ES SIEMPRE NOVEDAD INVENTIVA…”

Raúl, he leído tu escrito con atención. Me cohíbe un poco extenderme en mis opiniones.
Soy de los que no pueden olvidar (ni terminar de agradecer) que hayas introducido la
filosofía de Badiou en este país.
Voy a procurar que mi texto sea breve, para facilitar el diálogo.

1. El Estado
Adhiero al modo en que queda deslindado en tu texto el lugar de la política: ni la
expresión (politológica) ni la fusión (deleuziana). El acento en el Estado hunde la política
en la burocracia, y el acento en lo social hunde la política en el lazo capitalista. Yo esto lo
comparto por completo. Ni representación ni inmanencia, sino excepción.
Con respecto al Estado, tenemos de todos modos algunas diferencias, que hemos
conversado personalmente. Pero la lectura de tu artículo me motivó a pensarlas mejor.
Yo defino a la militancia como “responsabilidad absoluta con facultades relativas”. El
militante se hace cargo de todo, más allá de que no posea las facultades para realmente
responder por todo. El Estado, como puede verse, de ninguna manera integra su
concepto. Desde el punto de vista de la militancia, el Estado es una determinada cantidad
de facultades. “Tomar el poder del Estado” es, en principio, incrementar las facultades.
Nada más.
Pero el Estado es también el lugar donde la sociedad deposita la función de la
responsabilidad absoluta. “La sociedad es inocente, el Estado es responsable” – he aquí la
estructura misma de la antimilitancia. La sociedad ocupa el lugar de la inocencia y delega
en el lugar-Estado la responsabilidad absoluta. La sociedad, por su parte, se queda en el
lugar de la demanda. Hay así una especie de “populismo natural”, previo a toda
articulación: la sociedad le demanda al Estado, cuya función es responder…
Contra este modelo, la militancia proclama: el Estado es sólo la ficción inerte de la
responsabilidad absoluta. Lo que ustedes depositan en el Estado, eso en realidad soy yo:
la responsabilidad absoluta – no como un lugar prestablecido, sino como el exceso del
lugar. Con alguna ironía, sólo la militancia podría decir: el “Estado” (la auténtica
responsabilidad absoluta) soy yo.
Esta crítica de la representación estatal, quizá, no es aún del todo incompatible con la
tuya. Comparto que la militancia también desconoce al Estado, en el sentido de que no
cree que sea el lugar de la responsabilidad absoluta. De hecho, la responsabilidad
absoluta no es un lugar en la estructura, sino precisamente la asunción de que la
estructura está castrada, es decir, que nadie responde por ella –por lo tanto, todos
podemos exceder nuestro lugar de inocencia. En una estructura, todos los lugares son
inocentes, esencialmente porque están prescritos por la estructura. Quiero decir: si me
defino por mi lugar en la estructura, evidentemente no puedo ser responsable de la
función que atañe a mi lugar. Pero la militancia es el exceso del lugar.
Por ende, la militancia no es inocente. Y por la misma razón, no demanda nada al Estado.
Tomando un término tuyo: lo desconoce, porque la responsabilidad absoluta no es la
función de un lugar, sino la excedencia que puede ocurrir en cualquier lugar. No hay
responsabilidad emplazada. La responsabilidad es lo que rebasa todo emplazamiento.
(Estoy usando un poco el lenguaje de Teoría del sujeto).
Mis diferencias con tu planteo del Estado sólo comienzan cuando examinamos la
naturaleza de este desconocimiento. Creo se puede desconocer el “lugar del Estado como
responsabilidad absoluta” sin renunciar a las facultades que este lugar posee. Lo mismo
diría de cualquier otro lugar. En otros términos: si realmente no creemos en el Estado,
¿por qué no habríamos de aprovecharlo para nuestros fines, que de ninguna manera son
estatales? Si la responsabilidad no es un lugar, sino el acto mismo de excederlo, ¿por qué
temer aprovecharse de las funciones de determinado lugar?
A esta pregunta “pragmática” se puede responder con el recordatorio de que el Estado no
es cualquier lugar, sino la reduplicación de la estructura, y contamina con su lógica de re-
conocimiento cualquier uso que pretenda hacerse de él. En mis términos, el único peligro
sería que el uso del Estado involucra una des-responsabilización universal. Si el Estado es
el lugar acotado, estructural, “inerte” de la responsabilidad absoluta, ¿cómo habríamos de
usarlo para generalizar la responsabilidad, que es el exceso respecto del lugar de la
inocencia? Mi respuesta es que el Estado ocupa un lugar equivalente a la transferencia en
psicoanálisis: es cierto, la transferencia estimula la neurosis del sujeto-supuesto-saber, y
en esa medida es el efecto contrario a la cura; pero sin transferencia, el engranaje
analítico ni siquiera puede comenzar. Con el Estado pasa algo homólogo. Es cierto, ocupar
el lugar del Estado estimula al principio la estructura “Estado responsable-Sociedad
Inocente”; pero sin el poder del Estado, nunca se puede develar que el Estado no es
responsabilidad absoluta, sino sólo responsabilidad emplazada, “domesticada”, es decir,
mera inocencia: estructura “asubjetiva”.
La conclusión táctica de mi posición es que el Estado puede ser usado para forzar, en un
segundo tiempo, su deconsistencia, como así también la deconsistencia de todo lugar.
Parecido a Lenin, seguramente. También Lacan proponía que el analista debía adoptar el
lugar del sujeto-supuesto-saber para luego devenir a.
2. El anuncio de la nueva política
El punto más agudo de tu artículo es para mí el siguiente:
…la política, en su esencial dimensión liberadora, ¿ha proclamado ella misma, desde sus entrañas,
esa condición indeclinable de ser una excepción inmanente? Mi convicción es que ha practicado de
hecho esa condición, de ahí las novedades y las transformaciones que ha producido en la historia de
la humanidad, que se obtuvieron sobre el conflicto y el antagonismo (o sea, una excepción)
respecto al orden que perturbaban, pero no lo ha afirmado expresamente. Y es esa afirmación la
que deberá ser el primer paso de un nuevo re-comienzo de la política. Para simplificar las cosas,
invoco aquí las palabras de Marx para que funcionen con la misma eficacia pero en otro contexto:
“no lo saben, pero lo hacen”.

Es una tesis muy fuerte. ¿Esto significa que hasta ahora estuvimos en una instancia pre-
política en la que la política actuaba sin saberlo como excepción inmanente? ¿El problema
hasta ahora fue que las secuencias emancipatorias no supieron pensarse en autonomía
respecto de lo social y la historia?
La apuesta de este trabajo es que al desamarrar a la política de esas dos dependencias (expresión y
Estado) se producirá un corte con una matriz intelectual que estuvo siempre más o menos visible
operando en su interior, pero que se hizo plenamente vigente desde mediados del siglo XVIII hasta
nuestros días.

Creo que comparto por completo la esperanza en esta afirmación. Hace falta una nueva
matriz intelectual. ¿Cuál podrá ser? Me tienta pensar que una pieza de esa matriz pueda
ser la teoría de la militancia.
Esto es lo más pretencioso que me atrevo a decir.
Pero “practicar de hecho” la condición de ser excepción inmanente sin afirmarlo (y
escamotear la excepcionalidad con el discurso expresivo-representativo), ha resultado ser
un problema que llevó, en definitiva, a la crisis de todo el paradigma revolucionario del
siglo XVIII en adelante. ¿Por qué? Arriesgo mi respuesta: porque el discurso expresivo-
representativo supone que el sujeto “expresado” es bueno, justo, etc., tal como es. Es
decir, no tiene que transformarse él mismo. Es inocente. Y por lo tanto, lo deja en su lugar.
Mi crítica a la representación es esta: el representante deja al sujeto “en su lugar”, en vez
de forzarlo a salir del lugar. Representar es representar inocentes. Toda expresión es
inocente. Por esa razón, para que nadie pueda hacerse el inocente, la política no sólo
tiene que actuar como excepción inmanente, sino también decirlo.
Es cierto que el marxismo llegó a pensar más allá de la inocencia cuando afirmó que el
objetivo del proletariado era, en suma, autodestruirse como clase: que su realización
coincidía con su extinción. Pero más allá de la grandeza de esta visión, es verdad que la
autosupresión como clase sólo podía ocurrir al final del recorrido, mediante el formato del
triunfo histórico: la sociedad sin clases.
La teoría de la militancia, en cambio, propone una autosupresión aquí y ahora (o sea, la
supresión de mi identificación con el lugar). No es el resultado final de la lucha política,
sino su condición: sólo hay política si me considero un militante, es decir, adopto la
responsabilidad absoluta, excedo mi lugar. La militancia no expresa nada ni representa
nada. No habla en lugar de nadie. Calla, más bien, para que se note el silencio del Otro, la
falta de garantías.

Interrumpo acá estos desarrollos personales, que espero no te resulten totalmente


impertinentes. Es, en todo caso, la lectura que pude hacer de “La política es siempre
novedad inventiva…”, de la que por supuesto no voy a culparte.
Un abrazo grande y gracias por confiarme este artículo. Me sirvió mucho leerlo.

Con afecto,
Damián
(20/4/19).

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