Sei sulla pagina 1di 9

Clase 2 - Monday 25 de March de 2019

Bienvenidos a la clase!!!

Maestría en Ciencias Sociales

Teoría social moderna


1. Clase Nº 2: William I. Thomas y el ciclo de la desorganización social
Introducción
Buenos días: Unas palabras sobre las condiciones de aprobación de la materia. Habrá que entregar
un trabajo final, de unas diez páginas promedio, sobre alguno de los temas que hayamos visto a lo
largo de la cursada. Una suerte de relación argumentada de la bibliografía y los problemas
pertinentes. Puesto que tengo dos aulas virtuales con 45 alumnos cada una, me resulta imposible
hacer un seguimiento y corrección de cada una de las lecturas de cada uno de ustedes. Por eso es
importante la participación en los foros, para que pueda darme una idea de cómo vienen con la
lectura de las clases y la bibliografía. Sí trataré de instaurar una instancia de evaluación intermedia,
al promediar la cursada, que consistirá en una pequeña reseña de no más de dos o tres páginas de un
texto a elección. Seguramente eso será después de la octava clase. Por lo demás, no duden en
preguntarme lo que necesiten en los foros. Y espero que las clases les resulten de utilidad y las
disfruten. Que de eso se trata en última instancia, más allá de los requisitos burocráticos pero
inevitables de evaluación.

La Primera Guerra Mundial y el fin del paradigma evolucionista


Más que cualquier mecanismo de desarrollo interno, inherente a la propia teoría
social, fue un acontecimiento externo de envergadura el que trastocó por completo
las coordenadas del paradigma evolucionista durante la segunda década del siglo
nuevo. El rostro atroz de la Primera Guerra Mundial echó por la borda cualquier
idea optimista de progreso heredada del siglo anterior. La violencia de la guerra
provocaba una recaída en la barbarie, un estadio primitivo de la evolución social
que se creía superado. La mayor parte de los evolucionistas norteamericanos
(aunque convendría dejar aquí de lado al propio Sumner) seguían no sólo a
Spencer sino también, con diversos grados de conocimiento, a la antropología
evolutiva de Lewis Henry Morgan y Edward Burnett Tylor). En un resumen
apretado, tendían a asumir que todas las civilizaciones pasaban por los mismos
estadios de desarrollo en el mismo orden, que los estadios tardíos eran cultural y
moralmente superiores a los más tempranos y que cada uno se configuraba a
través de combinaciones invariables de la tecnología, la estructura familiar y la
política. Ya no era posible atribuirle racionalidad alguna a la lucha por la
existencia. La naturaleza humana se tornaba irracional, dominada por
predisposiciones emotivas. Dicha irracionalidad volvía improbable, si no del todo
ilusoria, cualquier vocación de progreso.
Incluso en las versiones deudoras del antiguo esquema se adivinaba una inflexión
pesimista. Era el caso de la teoría del cultural lag de William Ogburn, formulada
por primera vez en su Social Change (1922). Ogburn postulaba una tasa
diferencial de cambio entre dos esferas fundamentales de la cultura moderna.
Para él, el cambio consistía en un proceso acumulativo, derivado de las
innovaciones tecnológicas continuas. Una secuencia lineal que parecía retomar la
teoría de los estadios unilineales de la evolución social. Pero la base cultural (y los
valores sociales) de la que dependían esas innovaciones materiales no siempre
estaba predispuesta a aceptarlas sin más. De tal modo, se postulaba una suerte
de retardo cultural de las instituciones sociales (políticas, educativas, familiares,
filosóficas, religiosas y, fundamentalmente, artísticas) respecto de las
transformaciones y desarrollos acelerados de la ciencia y la tecnología (esto es: la
base material económica). Una concepción, la de la disyunción entre progreso
material y retraso socio-cultural que, de manera modificada, dominaría buena
parte de las explicaciones sociológicas posteriores: de la teoría del sistema social
de Talcott Parsons (The Social System, 1951) a Las contradicciones culturales del
capitalismo (1976) de Daniel Bell.
Si el comportamiento humano era primariamente resultado de la operación de
fuerzas no racionales, aun así la sociología debía determinar las leyes por medio
de las cuales esas fuerzas operaban. Durante su período formativo, la teoría social
se hallaba bajo la influencia de la filosofía de la historia. Tendía a derivar, de
manera deductiva, principios específicos de la vida social de supuestas leyes a
priori de la historia. El escepticismo provocado por la guerra respecto de la ley
más difundida, la de la evolución social, repercutiría en una modificación
sustancial del estatuto científico de una disciplina aún joven como la sociología.
Los métodos axiomáticos de antaño (hay que decir que en la versión
norteamericana eran apenas un pálido remedo de los grandes sistemas
racionalistas europeos) serían descartados en favor de un renovado interés por la
investigación empírica, la descripción cuidadosa y el análisis comparativo de los
fenómenos observables del comportamiento real. En otras palabras, los requisitos
básicos de la inducción. Como consecuencia de la reivindicación de estos
métodos inductivos y del gusto renovado por los datos empíricos concretos,
surgiría una original comprensión de la interacción social que provocaría el
desmoronamiento de la vetusta teoría de los instintos, un proceso que veremos
con cierto detalle en nuestra próxima clase.
También las interpretaciones monistas de la cohesión social, apegadas a un único
factor causal (la imitación, la conciencia de la especie, etc.) al que se le atribuía
una importancia excluyente, recularían en favor de abordajes más inclusivos y
pluralistas, capaces de establecer una relación compleja entre distintas variables.
Probablemente fuera la teoría de W. I. Thomas acerca del comportamiento de los
individuos como un producto interactivo de deseos, actitudes y valores bajo
determinadas condiciones del entorno el ejemplo más insigne de este conjunto de
transformaciones.
Actitudes y valores: psicología social y sociología
El trabajo de Thomas en la Universidad de Chicago (de la que hablaremos en
nuestra cuarta clase) provocará una refundación completa de la teoría social
norteamericana. Ya en su compilación de materiales etnológicos de 1909 -Source
Book for Social Origins- sometía a crítica la evolución unilineal dominante por
entonces, en particular, la desagradable idea de que las distinciones raciales se
basaban en diferencias de capacidad mental. Su teoría de la desorganización,
menos optimista que el evolucionismo previo, constituiría una alternativa
importante a la hora de reflexionar sobre el cambio social. En su monumental The
Polish Peasant in Europe and America, escrito junto a Florian Znaniecki y
publicado en cinco volúmenes entre 1918 y 1920, establecía los rudimentos
fundamentales de este nuevo patrón explicativo.
Todos los hombres, sostiene Thomas, poseen estructuras biológicas e
inclinaciones temperamentales únicas. No obstante, la personalidad se constituye
como la interacción de un extenso número de actitudes que pueden ser agrupadas
en cuatro deseos fundamentales que habitan en todo individuo: o bien
personales, como el deseo de nuevas experiencias o el deseo de seguridad,
o bien sociales, como el deseo de respuesta y el de reconocimiento. La
dinámica de la personalidad deriva en última instancia de la interacción de
estos deseos. Pero puesto que los hombres solo pueden satisfacer sus deseos
como miembros de los grupos sociales, dichos deseos se manifiestan tanto en
términos de actitudes individuales (“las características subjetivas de los individuos
del grupo social considerado”) como de los valores objetivos correspondientes
(“los elementos culturales objetivos de la vida social”). Serían, en última instancia,
el lazo entre los dos elementos fundadores del hecho social.
A diferencia de Émile Durkheim, que estimaba que no había que explicar los
hechos sociales más que por otros hechos sociales, sin hacer intervenir el nivel
individual, Thomas y Znaniecki afirman que un hecho social es una combinación
íntima de valores colectivos y actitudes individuales. Es necesario poder dar
cuenta de la naturaleza subjetiva de las interacciones sociales. Los fenómenos
sociales no pueden ser considerados como si fueran fenómenos físicos. Un
argumento fundamental en contra de las antiguas percepciones darwinistas.
“Siguiendo de manera acrítica el ejemplo de las ciencias naturales, la teoría y la
práctica social han olvidado tomar en cuenta una diferencia esencial entre la
realidad física y la realidad social: que mientras que el efecto de un fenómeno
físico depende exclusivamente de la naturaleza objetiva de ese fenómeno y puede
ser calculado sobre la base de su contenido empírico, el efecto de un fenómeno
social depende además del punto de vista subjetivo del individuo o el grupo hacia
este fenómeno y puede ser calculado tan solo si conocemos, no solo el contenido
objetivo de la causa asumida, sino también el significado que esta tiene en un
momento dado para seres conscientes dados. Una causa social no puede ser
simple como una causa natural sino que es un compuesto, y debe incluir tanto el
elemento objetivo como el subjetivo, un valor y una actitud.” (Thomas and
Znaniecki, The Polish Peasant, p. 38)
La toma en consideración, en el proceso causal, de la significación que la acción
reviste para los individuos será, a partir de Thomas y Znaniecki, una característica
de la Escuela de Chicago, del interaccionismo simbólico y, de manera modificada,
de la teoría funcionalista. Ni más ni menos que seis o siete décadas de sociología
norteamericana. Un punto en el que deberían reparar quienes sostienen
equivocadamente que esta, debido a su obsesión por la investigación empírica,
carece de una concepción del orden simbólico.
A su vez, el individuo actúa en función del medio que percibe, de la situación que
debe enfrentar. El individuo puede definir cada situación de su vida social sólo por
la intermediación de sus actitudes previas, que lo informan sobre ese medio nuevo
y le permiten interpretarlo. La definición de la situación depende entonces a la vez
del orden social tal como se le presenta al individuo y de su historia personal.
Siempre hay una rivalidad no resuelta entre la definición espontánea de una
situación por el individuo y las definiciones sociales que su sociedad le provee
gustosa. Con su insistencia por que los investigadores recogieran –de primera
mano y de los actores sociales mismos- relatos, cartas, autobiografías, Thomas y
Znaniecki pretendían que así se tendría acceso al modo en que los individuos
definían sus situaciones.
Actitudes y valores fundarán, para Thomas, dos disciplinas diferentes: la
psicología social será la ciencia de las actitudes, la sociología será la de los
valores sociales, en particular la de aquellos encarnados en las reglas de
comportamiento de los individuos por sus instituciones sociales –que,
consideradas en su conjunto, constituyen la organización social de todo
grupo social. La suma de ambas dará como resultado una teoría social de
mayor alcance.
La era progresiva y el desafío del control social
El pasaje del siglo XIX al XX trajo aparejados cambios estructurales que, si bien
no acabaron con el ideal, persistente en las ciencias sociales norteamericanas, de
las antiguas comunidades, modificó de manera irreversible su realidad empírica.
Nos referiremos a ellos con más detalle en otra clase, cuando indaguemos las
razones por las cuales pudo gestarse en la Escuela de Chicago de los años 20 un
formidable programa de estudios urbanos. Digamos aquí tan sólo que las
migraciones internas del campo a la ciudad y del sur (especialmente
afroamericanos y granjeros pobres) al norte; las nuevas oleadas migratorias
provenientes de Europa; la acelerada urbanización de las ciudades, con el
hacinamiento de los menos pudientes en sórdidos slums (salvando las enormes
distancias, el equivalente a nuestras villas); el surgimiento de nuevos estratos
medios, con una creciente ascendencia de las especializaciones profesionales; la
tendencia a la concentración del capital y su correlato, la constitución de grandes
corporaciones; el perfeccionamiento racional de la maquinaria político-
administrativa, con un extenso entramado burocrático que descansará cada vez
más en manos de expertos; y la aparición de flamantes movimientos de reforma
de las más variadas extracciones, con las demandas más diversas, alteró por
completo el paisaje americano. Fue la llamada era progresiva y una considerable
cantidad de sociólogos, trabajadores sociales y reformistas de toda laya procuró
situarse a la vanguardia de dicho proceso.
De hecho, el corazón del progresivismo consistió en la ambición de la nueva clase
media de cumplir su destino a través de medios burocráticos. De allí que no deba
sorprendernos que, ante transformaciones tan sustanciales, la cohesión social se
convirtiera en el nuevo credo americano. Y si a través del recurso a leyes
naturales y conceptos idealistas, los pioneros tendían a explicarla a través de
alguna agencia abstracta, apartada de la vida de los hombres; un nuevo
pensamiento burocrático procuraría resolver el asunto exclusivamente desde
dentro.
“En términos sencillos, predicaba la unidad sobre un encastre perfecto de las
partes de la sociedad, una operación sin fricciones análoga a la de la fábrica bajo
una administración puramente científica. En cierto sentido, el pensamiento
burocrático retornaba a las visiones de la teoría clásica originaria, sustituyendo el
balance justificado externamente de un John Fiske o un William Graham Sumner
por una dinámica internamente derivada. Ambas teorías, al menos, procuraban
crear unidad de la diversidad, en lugar de requerir alguna forma de homogeneidad
como hacía un idealista como Lester Ward o un utopista como Edward Bellamy.”
(Robert Wiebe, The Search for Order, p. 156)
Descartadas las fuerzas externas de antaño (que, si bien difíciles de confirmar
empíricamente no por eso eran menos reconfortantes) y asumido el inevitable
pluralismo social, a medida que crecieran las ansiedades (frente al inmigrante, al
negro, a la intervención del estado, a los nuevos esquemas corporativos, a los
alemanes primero y a los comunistas después, y a tantas cosas más) la obsesión
por el control social y el equilibrio del sistema socio-político se volverían cada vez
más explícitas. Y no todos los mecanismos propuestos para obtenerla serían
igualmente loables. Las recomendaciones en pos de una asimilación gradual de
los inmigrantes europeos (en particular, de sus variantes más “atrasadas” como la
del campesino polaco) a la sociedad americana, convivían sin más con la retórica
excluyente, lisa y llanamente racista que, apelando a una pseudo-cientificidad
basada en discutibles leyes biológicas, dividía a los pueblos por raza y los ubicaba
en una escala de valor acorde a sus características distintivas. Ideológicamente
contrarias, “ilustrada” la primera, oscurantista la segunda, perseguían fines
similares a través de medios contrapuestos: rescatar una suerte de pureza
“americana” que mantuviera unidas las inevitables fuerzas centrífugas de la época,
una pretensión que solo podía sostenerse apelando a las bondades idealizadas de
un pasado imaginario.
El ciclo de la desorganización social
Hay quienes dicen que pese al énfasis reciente de la historia de la sociología de
Chicago en la teoría de George Herbert Mead, fue Thomas, gracias al ejemplo de
sus investigaciones empíricas, quien constituyó un antecedente más importante de
las versiones contemporáneas de la teoría de la acción social, antes que Mead en
el aula de su seminario. (Por ejemplo, Martin Bulmer en The Chicago School of
Sociology, p. 55) En todo caso, su concepción de la desorganización social llegó
justo en el momento en que el optimismo reformista en el progreso comenzaba a
batirse en retirada (si bien tendría, en el contexto muy diferente del New Deal
rooseveltiano y la era de la depresión, una módica revancha).
Para Thomas y Znaniecki, una organización social es un conjunto de
convenciones, de actitudes y de valores colectivos que se imponen a los intereses
individuales de un grupo social. Por el contrario, la desorganización social, que
corresponde a un declinar del influjo de las reglas sociales sobre los individuos, se
manifiesta por un debilitamiento de los valores colectivos y un crecimiento y
valorización de las prácticas individuales. Hay desorganización cuando las
actitudes individuales no encuentran satisfacción en las instituciones, juzgadas
obsoletas y perimidas, del grupo primario (concepto cuya revisión dejaremos para
clases sucesivas). Es un fenómeno y un proceso que se puede encontrar en todas
las sociedades. Pero se amplifica cuando una sociedad conoce cambios rápidos,
sobre todo económicos e industriales.
Tal es el caso del campesino polaco, en el cual los autores distinguen dos tipos de
desorganización: la familiar y la de la comunidad. La familia rural fue
desorganizada por la irrupción de nuevas prácticas de consumo, de nuevos
valores que modificaron los comportamientos económicos, mientras que el
indicador de la desorganización de la comunidad es la ausencia de opinión
pública, que conduce a un declinar de la solidaridad comunitaria. Los procesos
emigratorios reforzaron una desorganización iniciada para las comunidades de
aldeas por el influjo de la civilización urbana. Una vez en Estados Unidos, la
desorganización va a arrastrar a la pauperización (a familias ya irremediablemente
más pequeñas y aisladas) y a la delincuencia juvenil (a individuos ya desgajados
de esas nuevas familias, perdidos en un mundo que les resulta inexplicable e
injustamente próspero). La desorganización familiar tiene causas económicas y
produce a su vez efectos que también son, en primera instancia, económicos. Mis
medios son insuficientes para obtener bienes nuevos, cuyo consumo y su
existencia misma eran impensables en la aldea o el villorrio rural o semirrural. No
importa tanto que el bien de consumo sea legal (una casa), legal pero contra
mores [contra las costumbres] (eldancing), o ilegal (las bebidas alcohólicas
durante la ley seca). Lo central es la insuficiencia radical, insuperable en mi
situación actual (definida por mí mismo), de los medios legales a mi alcance.
Pero para Thomas y Znaniecki la desorganización social era un estado temporario
(como lo era la anomia para Durkheim) y a ella le seguía una reorganización de
las actitudes (por ejemplo, a través de la religión). La idea de que un grupo o
comunidad se hallara en un estado de desorganización permanente pertenece a
los modelos de aquellos “patólogos sociales” posteriores, a los que criticaría C.
Wright Mills en un célebre artículo de 1943. Serían ellos quienes expandirían la
noción de desorganización para que reflejara los síntomas de lo que estaba
ocurriendo en las pequeñas ciudades y pueblos americanos durante las primeras
décadas del siglo XX. Thomas era demasiado urbano y sofisticado como para
conformarse a los patrones de aquellos sociólogos de ascendencia rural,
moralizadores que aborrecían la cultura de la ciudad. Para él, no toda desviación
de las normas constituía una evidencia de desorganización. A su vez, a diferencia
de Cooley, consideraba a la desorganización personal y a la desorganización
social como fenómenos separados, sin una relación necesaria entre uno y otro.
Podía existir la primera sin la segunda: en su taxonomía de los tipos de
personalidad, la confirmaba el tipo filisteo. Podía existir la segunda sin la primera,
como ocurría con el hombre creativo. O podían combinarse ambas, por ejemplo
bajo la personalidad bohemia.

Conclusión
El ciclo de la desorganización social constituyó un mecanismo explicativo
novedoso del proceso de transformación acelerado en el que, por entonces, se
hallaba sumida la sociedad americana. En particular para la clase de conmociones
sísmicas que acarreaba la migración masiva. Era una concepción del cambio
social mucho más sutil que la darwinista. Requería de una serie de variables más
complejas: la definición de la situación, los cuatro deseos, la relación siempre
inestable entre actitudes individuales y valores sociales, la necesidad de que el
significado de estos valores se volviera explícito en el contexto de la acción. Así
como distinguía el valor social de la cosa natural (sin sentido para la actividad
humana), delimitaba también las actitudes (de nuevo en relación con la acción y
su referencia al mundo social) de los meros estados psíquicos. El cambio no era
intrínsecamente bueno ni malo, dependía de cada situación en particular, de las
actitudes y valores que entraran en juego en la definición. Juzgarlo era cosa de los
reformadores, por quienes Thomas (al igual que su amigo Park) no sentía
mayores simpatías. La tarea de la sociología consistía en explicarlo. Y a diferencia
del funcionalismo a partir de la década del 40, los procesos de individuación no
eran necesariamente prisioneros de procesos de socialización más vastos. No
obstante, por detrás de sus múltiples virtudes, parecía existir un presupuesto, una
suerte de postulado de lo que, en última instancia, debía constituir el patrón de
toda relación sana. Y ese patrón era el del grupo primario. Las vicisitudes de este
concepto, del cual nunca supo despegarse la sociología norteamericana,
conformará la materia de nuestras próximas clases.
Lecturas obligatorias
No hay en esta clase pero para aquellos que leen inglés recomiendo fuertemente la siguiente:

Thomas, William I. and Znaniecki, Florian. The Polish Peasant in Europe and America. (1918).
NY, Dover Publications, 1958 (Methodological Note)
Lecturas recomendadas
Blumer, Herbert. El interaccionismo simbólico: Perspectiva y método. Barcelona, Hora, 1982, cap.
6
Bulmer, Martin. The Chicago School of Sociology: Institutionalization, Diversity and the Rise of
Sociological Research. University of Chicago Press, 1985, cap. 4
Cambiasso, Norberto y Grieco y Bavio, Alfredo. Días Felices: Los usos del orden: de la Escuela
de Chicago al Funcionalismo. Bs. As., Eudeba, 1999, cap. 2
Carey, James T. Sociology and Public Afffairs: The Chicago School, Beverly Hills, Sage
Publications, Cap. 4
Mills,C. Wright. "La ideología profesional de los patólogos sociales", en Poder, Política, Pueblo.
México, FCE, 1964
Thomas, W. I. The Unadjusted Girl: With Cases and Standpoint for Behavior Analysis. (1923) NY,
Harper Torchbook, 1967

 The Polish Peasant in Europe and Americaarchivo


 W. I. Thomas y el ciclo de la desorganización social

Potrebbero piacerti anche