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Los Negros (parte 2)

Por Alberto Morlachetti

-IV-

Cerca del lugar del embarque, en tierra africana, se los marcaba con hierro candente para
demostrar la pertenencia al negrero o a la compañía. Este procedimiento similar al del ganado se
llamaba “carimbar” y causaba terror entre los africanos, que a veces preferían la muerte antes que
someterse. La marca podía estar en la espalda, en el caso de los hombres, y en las nalgas, en las
mujeres. Embarcados en condiciones infrahumanas, 300 o 400 esclavos, amontonados y
encadenados en bodegas (un espacio mínimo de horror donde algunos sobrevivían porque otros
morían) o por el banzo (tristeza que mata de no comer), llegaban a Puerto donde según la
práctica, eran palmeados, medidos, para determinar valor y destino final. “Pieza de india” era un
hombre o una mujer de contextura robusta, cuya edad oscilaba entre los 15 y 30 años, sin defecto
alguno y con todos sus dientes. Los que no alcanzaban esas condiciones se llamaban “cuarto”. Los
recién llegados recibían el mote de “negro bozal” mientras que a los que ya tenían un año de
esclavitud se los conocía como “negros ladinos”. Para los que eran muy altos se reservaba el
nombre de “negro de asta”.

A los niños africanos, en el Virreinato del Río de La Plata, se los llamaba “mulequillo”, (los niños
esclavos hasta 7 años), ”muleque” (los niños-esclavos que tenían entre 7 y 12 años) o ”mulecón”
(hasta los 16 años).

-V-

Basta recordar que, entre el inicio del tráfico a fines del siglo XV y su abolición a mediados del siglo
diecinueve (con un despegue masivo después de 1690-1750), de 12 a 20 millones de africanos
encadenados atravesaron el Atlántico. A esta pérdida deben sumarse los millones de seres -quizás
un 40 por ciento del total- abatidos por la enfermedad, el hambre o la tortura mientras viajaban
desde el lugar de captura hasta la costa donde abordaban los buques “negreros”. A esto se añaden
4 millones de almas que debieron cruzar el Sahara a pie para ser vendidas en los mercados de
esclavos del Cairo, Damasco y Estambul. Para el África occidental y central occidental, la cantidad
total de personas perdidas suma entre 24 y 37 millones, tomando como referencia las cifras más
bajas. Algunos historiadores sitúan la pérdida africana entre 70 y 80 millones de hombres, mujeres
y niños.
Darcy Ribeiro manifiesta que los esclavos fueron quemados por millones en América como si
fueran carbón humano, en los hornos de los ingenios y en las plantaciones de caña, minas y
cafetales. Tanto era así, que la vida media de un esclavo negro no pasaba de cinco a siete años,
luego de su captura, conforme a la región y a la intensidad de producción de cada período. Tiempo
suficiente para que rindiese mucho dinero.

En el siglo XVII, en la ciudad de Mariana, en Minas Gerais, en Brasil, todo expósito recogido de las
calles o de los portales debería ser declarado a la Cámara Municipal, recibiría una matrícula y
aquel que lo recogiera, tres octavas de oro por mes, para la crianza. Entre los años 1753 a 1759,
fueron encontradas algunas de estas matrículas, donde la Cámara expresaba el propósito de no
criar mestizos, mulatos, negros o criollos, exigiendo que además del certificado de bautismo, fuese
presentado también una certificación de “blancura”, firmada por un médico.

Nunca antes había sido tan empobrecido y degradado el género humano. En ciertos momentos,
parecía que todos los rostros bellos de nuestra especie serían apagados para sólo dejar florecer
blancos y europeos.

-VI-

John Locke en 1690 afirma que “La esclavitud es un Estado del Hombre tan vil y miserable, tan
directamente opuesto al generoso temple y coraje de nuestra Nación que apenas puede
concebirse que un inglés, mucho menos un Gentleman, pueda estar a favor de ella”.

Pero la indignación de Locke contra las “Cadenas de la Humanidad” no fue una protesta contra la
esclavitud de los negros africanos en las plantaciones del Nuevo Mundo, y mucho menos en las
colonias británicas. La esclavitud fue más bien una metáfora para la tiranía legal, tal como
generalmente se la utilizaba en los debates parlamentarios británicos sobre teoría constitucional.
Accionista en la Compañía Real Africana, involucrado en la política colonial americana en Carolina,
Locke “consideró claramente la esclavitud de hombres negros como una institución justificable”.

En la concepción de Locke, el origen de la esclavitud, como el origen de la propiedad y la libertad,


quedaban completamente fuera del contrato social. Nacían “perfectas” en el estado de
naturaleza. Siguiendo el razonamiento de Alessandro Baratta la exclusión de hecho o de derecho
de la mayoría de nuestra población radica en la teoría y praxis del pacto social propio de la
modernidad. Se puede considerar como un pacto de exclusión, ya que en realidad, a pesar de que
el potencial declarado de sus principios es universal, fue un pacto entre individuos adultos,
blancos y propietarios para excluir del ejercicio de la ciudadanía en el nuevo Estado que nacía con
el pacto, a hombres, mujeres y niños humildes, y entre ellos -especialmente- los esclavos negros
que no tienen calidad de sujetos y que “jamás serán un rostro y un nombre” ni podrán “devenir en
espíritu de humanidad”. Nunca podrán discernir ni dar consentimiento al contrato para que los
incluya: están fuera del mundo humano.

La Reina Isabel I de Inglaterra hizo noble a John Hawkins que, entre 1562 y 1569, trayendo
esclavos de Guinea, había llegado a ser el hombre más rico de Inglaterra.

-VII-

Argentina y los negros

Las autoridades de Migraciones en el Aeropuerto de Ezeiza cuando vieron el pasaporte de María


Magdalena Lamadrid, de 57 años, argentina, de quinta generación, descendiente de una pareja
negra de esclavos de la época del Virreinato, parada frente a la ventanilla con su pasaporte en
mano para viajar a Panamá le dijeron que no podía ser que fuera "argentina y negra". El pasaporte
para ellos era falso. La Policía Aeronáutica la detuvo por 6 horas. Ocurrió el 22 de agosto del año
2002 (Diario Clarín 24-08-02).

Aquello de lo que no se habla, los negros, “lo que no tiene dolientes, palabras ni monumentos, se
pierde”. A veces la historia silencia. Argentina es quizás el país donde se intentó con mayor énfasis
descontaminar nuestra identidad de cualquier negritud. La población negra ha sido borrada de la
memoria colectiva. Sin embargo la tensión en cuyo interior conviven la memoria y el olvido
“parece haber tonificado la construcción de la experiencia humana desde los inicios del tiempo
social”.

En el Virreinato del Río de la Plata el acceso a la educación era profundamente desigual. Los
negros, mulatos, zambos, cuarterones estuvieron excluidos de todos los institutos de enseñanza.
La orden era “solamente doctrina cristiana” y tenerlos separados “para que no se junten”.
“Testimonio del fuerte arraigo del prejuicio racista es la historia del mulato Ambrosio Millicay, de
quien consta en los libros capitulares de Catamarca que fue azotado en la plaza pública “por
haberse descubierto que sabía leer y escribir”. Pena que se aplicaba “para escarmiento de indios y
mulatos tinterillos, metidos a españoles”. El mulato había perseguido las palabras, y se abrazó a
ellas, recorriendo la historia página por página. Quizás supo que la palabra y el dolor no conocen el
olvido.

“Para graduarse en artes y teología en la Universidad de Córdoba, quedaba excluido -según las
constituciones del padre Rada, dictadas en 1664- el que tenga contra sí la nota de mulato, o
alguna otra de aquellas que tienen contraída alguna infamia”.
-VIII-

El censo de población de 1778 nos informa que la ciudad de Buenos Aires tenía 24.363 habitantes,
de los cuales 7256 eran negros y mulatos. En el noroeste argentino -la zona de mayor densidad
poblacional en aquellos días- sobre un total de 126.000 habitantes, 55.700 eran negros, zambos y
mulatos. En Tucumán representaban el 64 por ciento de la población. En Santiago del Estero, 54%;
en Catamarca, 52%; en Salta, 46%. En Córdoba sobre 44.052 pobladores el 60 por ciento eran
negros, mulatos o mestizos. Para 1810 diversos estudios consideraban que la población de negros
y mulatos constituía el 40 por ciento de la población total del virreinato, mientras que a fines de la
década de 1880 la proporción se redujo a menos del 2 por ciento.

No obstante Bartolomé Mitre -según Daniel Schávelzon- escribió sobre los esclavos negros que
“entraban a formar parte de la familia con la que se identificaban, siendo tratados con suavidad y
soportando un trabajo fácil, no más penoso que el de sus amos, en medio de una abundancia
relativa que hacía grata la vida”. Paul Groussac contestó duramente en 1897 al escribir que “Los
negros y mulatos urbanos (...) pertenecían a la casa del amo o patrón, no ‘como miembros de la
familia’ (...) sino como parte de su fortuna”.

La notable y planificada reducción de la población negra dio sustento a los pensamientos de José
Ingenieros en 1910: “La civilización superior corresponde a la raza blanca, fácil es inferir que la
negra debe descontarse como elemento de progreso”. Tal es el caso “de Argentina, libre ya o poco
menos de razas inferiores”.

Es decir de aquellos de cuya existencia no se quiere saber -escribe Picotti- de la otredad que no se
quiere asimilar, y que sin embargo forma parte de nuestra comunidad histórica “y cuyo no
reconocimiento le impedirá ser una comunidad real, la condenará a ser ficticia, a un siempre-no
ser-todavía”.

El silencio ha tenido consecuencias desmesuradas, extrañas y paradojales. A los nativos de estas


tierras no se les concedió la razón de pueblo fundante, con el propósito de legitimar el despojo
posterior y es rara la historia argentina que comience mucho antes del período de la
Independencia de España.

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