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El suelo como medio físico es capaz de retener cierta cantidad de agua; dependiendo
esta capacidad más exactamente de su textura y estructura conformante. La velocidad
con que entra el agua en el perfil del suelo se denomina como fenómeno de infiltración.
Del total de agua precipitada sobre la superficie de la tierra, una parte queda detenida
(almacenamiento superficial temporal), otra discurre por aquélla (escorrentía
superficial), y finalmente, una tercera parte penetra hacia el interior. De esta última
fracción se dice que se ha infiltrado.
En virtud de este concepto, se define la infiltración como el proceso por el cual el agua
penetra en el suelo, a través de la superficie de la tierra, y queda retenida por él, o
alcanza un nivel acuífero, incrementando el volumen anteriormente acumulado.
Según Walter Gomez Lora (1987), denomina infiltración al movimiento del agua en
un suelo y que varía en razón de las características de éste y de su contenido de
humedad siendo su valor menor a medida que la humedad del suelo aumenta.
Según Horton (1933), denomina como capacidad de infiltración de un suelo, a la
máxima cantidad de agua de lluvia que el mismo puede absorber en la unidad de tiempo
y en condiciones previamente definidas. Precisamente, la relación entre la intensidad de
la lluvia y la capacidad de infiltración es la que determina la cantidad de agua que
penetra en el suelo y la que por escorrentía directa alimenta los cauces de las corrientes
superficiales.
Para un tiempo “dt”, suficientemente pequeño como para que pueda considerarse
constante la capacidad de infiltración “f”, en el cual se produce un descenso “dh” del
nivel del agua, se verificará que:
R 2∗h 1+ R
f= * ln( )
2∗(t 2−t 1) 2∗h 2+ R
Así, para determinar “f” (infiltración), basta medir pares de valores (h 1,t1) y (h2,t2) , de
forma que “t1” y “t2” no difieran demasiado, y aplicar la expresión anterior.