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FRANCÉS EN LIMA
ENRIQUE BERNSTEIN CARABANTES
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Charles de Freycinet ministro de Asuntos Exteriores en 1879-1880
empresa, será un genio. Pero, si fracasa, ¿qué otra cosa sería sino un visionario que
habría terminado por perder a su país?".
Las preocupaciones del Ministro aumentan con un informe del Comandante del
barco "Hussard" que estaba en la rada de Arica durante la toma del Morro.
De su lectura se desprende que los soldados chilenos mataban a los heridos y que
habrían saqueado Arica. "Sería útil que la prensa europea —aconseja al Ministro De
Freycinet— reproche a los chilenos estas actuaciones salvajes que los oficiales
parecen haber tolerado, cuando no las han incitado". "Por lo demás, agrega, tales
violencias son inútiles a los objetivos de la guerra. Los chilenos quieren terminarla
pronto intimidando a las poblaciones. Me temo que sólo van a conseguir
exasperarlas".
Pero pocos días más tarde, reconoce lealmente su error de apreciación.
"Debo reconocer que los chilenos conocen bien al Perú. Las crueldades y los
desórdenes que se han permitido cometer en Arica, han tenido el resultado
deseado. Lima está bajo el efecto de un pánico sin medida y quienes, hace quince
días, no querían oír hablar de ceder una pulgada del territorio, son ahora los más
ardientes partidarios de negociar. Este efecto es sobre todo visible en las clases
altas. Confieso que hubiera deseado, para honra del carácter peruano, que la
determinación de negociar fuese inspirada por una visión profunda de las
condiciones de la lucha y no por un derroche de miedo".
V. TEMORES POR LA SUERTE DE LIMA
Para el Ministro "la resistencia no es ya posible". ¿Qué pasará si los chilenos ocupan
Lima? No sólo el Cuerpo Diplomático se preocupa. También las colonias extranjeras
y la francesa piden barcos de guerra que las puedan proteger eventualmente.
Monsieur De Vorges transmite estas impresiones a su Gobierno; pero también lo
hace por carta particular al Barón de Courcel, Director de los Asuntos Políticos del
Quai d'Orsay. Le cuenta que el General Baquedano habría declarado que si sus
tropas entraban en Lima no podría responder del orden. El Gobierno de París no
puede olvidar que en Lima hay tres mil ciudadanos franceses con capitales
ascendentes a 125 millones de francos y que, tanto las personas como los bienes,
deben ser protegidos. Por eso, junto con aconsejar una gestión ante el Gobierno
chileno para obtener seguridades en caso de ocupación de Lima, solicita el envío
de una escuadra, Pocos días más tarde insiste en sus preocupaciones por la
situación política.
"Sería difícil dar —escribe— una idea exacta de las disposiciones en que se
encuentra el Gobierno de Lima. Tal vez no sabe ni él mismo lo que quiere hacer. El
señor Piérola, hombre inteligente, pero poco práctico, parece espantado de las
responsabilidades que él mismo ha asumido".
El propio Ministro de Relaciones Exteriores había manifestado al plenipotenciario
francés que estaba extrañado que los chilenos no hubiesen hecho proposiciones de
paz, a lo cual Monsieur De Vorges contestó ofreciendo sus buenos servicios; pero
el Canciller le manifestó que tales proposiciones debieran ser "espontáneas".
A pesar de estas aparentes buenas disposiciones en los altos círculos peruanos, el
Ministro francés se siente desconcertado, porque ve que, en realidad, el Gobierno
empuja a la guerra a la opinión pública con una "energía desesperada", habiendo
declarado el estado de sitio y la conscripción de todos los ciudadanos peruanos
entre los 17 y los 60 años.
Su mayor preocupación sigue siendo, sin embargo, la situación de los extranjeros
ante una posible ocupación de Lima por las tropas chilenas, sobre todo porque el
Gobierno ha puesto dificultades para la evacuación de los neutrales, tal vez con el
ánimo de conservarlos para servir, más tarde, de rehenes. En nueva carta privada al
Barón de Courcel, le expresa sus temores de un saqueo general que, seguramente,
comenzaría por los italianos, a quienes los chilenos "detestan".
Para evitar desmanes, sugiere que el Gobierno francés haga una gestión en
Santiago destinada a evitar que las tropas entren en masa. A su entender, ella
debería ser hecha en términos enérgicos ya que, según sus informaciones, "los
chilenos se sienten muy fuertes y no escucharán simples observaciones".
Informa al Quai d'Orsay que existe mucho temor en el Perú debido a los
desórdenes provocados por las tropas chilenas en Tacna que, por lo demás, no
parecen fundados. Localmente escribe el 12 de julio: "En lo que se refiere a los
otros ataques (de las tropas chilenas) contra particulares o consulados neutrales,
todo lo que he visto hasta ahora ha quedado desvirtuado cuando se han realizado
investigaciones serias". Pero no hay que olvidar que el Ejército chileno, que tenía
3.000 hombres en tiempo de paz, habría llegado a 30. 000 soldados y para ello se
había tenido que enrolar "a todos los vagabundos y a los campesinos medio
salvajes (sic), tan numerosos en Chile". Por ello, "si el saqueo de Lima comienza, a
menos que se haga en forma metódica, y si V. E. permite la expresión —a la
prusiana— temo que deberemos enfrentarnos a desgracias y a pérdidas muy
considerables". La misma impresión tendría el Ministro inglés, St. John, quien había
escrito a Londres "que esperaba se produjeran escenas terribles en Lima".
Informa en seguida sobre los rumores que circulan de que el Gobierno peruano
estaría dispuesto a hacer volar con dinamita la ciudad, barrio por barrio.
Pero agrega: "Se dicen aquí muchas cosas que en definitiva no se hacen. Creo que
el pueblo de Lima prefiere la paz y ello se ha comprobado por la lentitud en
enrolarse. El pueblo es apático, las clases altas detestan al señor Piérola y quieren
que se comprometa hasta el fin, para que caiga en seguida ante la imposibilidad de
conservar el poder".
Pocos días más tarde informa a París que los esfuerzos del Gobierno por levantar la
moral han producido efectos y que la opinión pública cree todavía en la posibilidad
de un éxito militar. Pero su preocupación mayor, casi obsesiva, es la probable
entrada de las tropas chilenas a Lima y a ello contribuye una información de su
colega francés en Santiago, el Barón d'Avril. Este le ha prevenido, en efecto, que la
tropa chilena "está entusiasmada con la perspectiva del saqueo" de la capital
peruana. Temo, además, un bombardeo de Chorrillos, aun todo escribe al Quai
d'Orsay que "el Almirante Riveros, para quien sólo podemos tener frases de
alabanza desde que está a cargo del bloqueo, no ha estimado conveniente ordenar
este acto de represalia" por el hundimiento de un barco chileno frente al Callao.
En agosto, informa nuevamente que el Presidente Piérola ha abandonado las
tentativas de paz y parece decidido a continuar la guerra. "La gente que lo rodea,
escribe, teme sobre todo que la paz provoque una revolución, que echaría por
tierra a los partidarios del régimen actual antes que haya tenido el tiempo
necesario para hacer fortuna".
Existe en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia un
borrador de respuesta al Ministro en Lima, que tiene fecha 28 de agosto de 1880, y
en que le comunica que el Barón d'Avril recibió instrucciones de hacer gestiones en
Santiago para impedir desórdenes si las tropas chilenas ocuparan la capital
peruana. En dicho borrador se llama la atención sobre el hecho de que es
indispensable que los ciudadanos neutrales se conduzcan en el Perú como tales y
permanezcan alejados del conflicto.
"Sería difícil, en efecto, dice, que reivindicáramos los derechos de los neutrales si
las obligaciones correspondientes no hubieran sido escrupulosamente cumplidas".
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García Calderón, Ministro de Relaciones Exteriores del Perú.
olvida un punto, pero que es esencial: no se trataba en Arica de discutir
pretensiones más o menos fundadas, sino de hacer pagar por el vencido las
indemnizaciones a las cuales el vencedor cree tener derecho". "Desde el punto de
vista del derecho de guerra" —agrega— "las exigencias de los chilenos son
ciertamente considerables. Pero yo no creo que ellas vayan más allá de los usos
acostumbrados en tales casos. Habrían podido ser más generosos y creo que lo
hubiesen sido si los peruanos hubieran admitido la cesión de territorios; pero no
creo que se les pueda acusar de haber empleado un rigor desacostumbrado".
"La verdad de la situación, agrega el Ministro, es que, bajo pretexto de salvar
Tarapacá, el Gobierno está exponiendo a Lima, es decir, al centro de la vitalidad del
Perú. Para evitarse una derrota de amor propio y una pérdida de territorios se está
exponiendo a una desorganización de la nación peruana. Yo deseo naturalmente
que el éxito de las armas peruanas justifique la inflexibilidad de su actitud porque
nada tenemos que ganar con una victoria de los chilenos. Pero, ¿cómo alimentar
una esperanza seria cuando los propios peruanos más conocedores de la situación
no parecen tenerla ellos mismos?"
VIII. NUEVOS TEMORES POR LA OCUPACIÓN DE LIMA
El Ministro francés sigue entretanto preocupado de la amenaza que pesa sore la
capital por la entrada posible de las tropas chilenas y sus consecuencias sobre las
propiedades privadas extranjeras.
"Vuestra Excelencia notará, le dice al Ministro de Relaciones de Francia, que los
chilenos continúan, desde el comienzo de la guerra, con su sistema de atacar a la
propiedad privada, pero acentuándolo cada día más, sin dejarse impresionar por
las variadas observaciones que les han sido dirigidas".
El Ministro francés acompaña la traducción de una carta de Lynch a un ciudadano
peruano, don Dionisio Derteano, en la cual le comunica que se le ha fijado una
contribución de guerra de cien mil pesos en plata, a su ingenio de Palo Seco, en
Chimbote. "Si Ud. no responde de inmediato dando las órdenes respectivas a su
enviado a fin de que pague la contribución señalada, dice Lynch, me veré obligado
a destruir completamente su ingenio".
En el original del oficio dirigido por el señor De Vorges, existe una anotación del
Canciller francés ordenando que se proteste en Santiago y "se denuncie allí esta
abominable manera de conducir la guerra".
Una semana más tarde, el Ministro vuelve a expresar su condena a los
procedimientos chilenos, quienes en ese momento "devastaban el valle de Trujillo".
A su juicio, "las contribuciones exigidas eran sólo un pretexto y la destrucción, el
objetivo".
Además, para vengar el hundimiento de la "Covadonga", el Almirante Riveros
exigió que le fueran entregados dos buques peruanos. En caso contrario, ordenaría
bombardear a Chancay, Ancón y Chorrillos. Como el Gobierno peruano contestara
por la negativa a esta notificación "insólita", el Almirante Riveros dio aviso al
Cuerpo Diplomático de sus intenciones. A pesar de las protestas de los
representantes neutrales, los tres puertos citados fueron bombardeados. El
Ministro consideraba que esta actitud chilena obedecía al deseo a presionar al Perú
para que otorgara cesiones territoriales; pero, por el contrario, sólo conseguía
afirmar al Gobierno peruano.
Al juzgar en ésta y en otras oportunidades la conducta de las tropas chilenas, el
Ministro parece olvidar la forma en que su compatriota Napoleón I, había
conducido la guerra en Europa y los desmanes a que había asistido el Viejo
Continente en los numerosos conflictos bélicos producidos en el siglo XIX.
Preocupado por los atentados contra la propiedad privada, el Plenipotenciario
francés, constata que "todos los días perdemos influencia al permitir que la guerra
prosiga en estas condiciones. Ya los peruanos han tenido siempre la idea que
debían ser ayudados... Pero no es posible disimular hoy que Chile emplea
procedimientos que no serían tolerados si los emplease una pequeña potencia
europea".
Seguramente, el Ministro se pregunta si la inacción francesa no es perjudicial para
el prestigio de su país, ya que los Estado del Pacífico se dan cuenta de que no
pueden contar con Francia. Esta inacción contrasta con la acción desplegada por
los Estados Unidos que, sin embargo, tienen menos influencia en Sud América.
Pero lo que más preocupa al señor De Vorges es lo que sucederá si la guerra llega
hasta Lima. Divisa un peligro no sólo por parte de las tropas chilenas, sino que
también por parte de los propios peruanos quienes "cuando más sufren, más ven
aumentado su resentimiento contra los extranjeros".
A medida que el tiempo pasa, esta ansiedad se transforma en obsesión. En nota del
26 de noviembre, escribe al Quai d'Orsay: "Se teme (en Lima) tanto la brutalidad de
los chilenos como las locas tentativas de defensa que pudieran ser realizadas en la
misma ciudad, ya sea por el Gobierno, ya sea por algunos exaltados".
Sin embargo, agrega: "No creo mucho en estas locuras, porque he visto siempre a
los peruanos muy valientes sólo en palabras. Pero también es cierto que bastarían
algunos locos para que cayeran sobre esta ciudad las más tremendas desgracias".
También le preocupa la moral de las tropas peruanas que deja que desear. Le
consta positivamente, además, que algunos Jefes militares han tratado de obtener
desde ya un asilo en los barcos extranjeros que se encuentran en la rada del Callao.
"Sin embargo, agrega, el Gobierno aparenta estar seguro del éxito".
El Ministro se queja de que todavía no haya llegado la Escuadra francesa para
unirse a la de los demás países neutrales y estar en situación de proteger a sus
compatriotas cuando se efectúe la batalla de Lima, cuyo desenlace se aproxima.
"Nuestra mayor seguridad residiría en la presencia de la Escuadra puesto que no
debemos equivocarnos; si la aristocracia chilena conoce y comprende hasta cierto
punto los deberes del estado de guerra, ella conduce al combate a poblaciones
violentas y brutales". ¡Qué hubiese escrito Monsieur De Vorges si Dios le hubiese
dado vida para presenciar los horrores de la Segunda Guerra Mundial!
El año 1881 se anuncia plagado de peligros.
"La guerra chileno-peruana —escribe al Quaid'Orsay el 2 de enero, el Ministro en
Lima— se acerca evidentemente a una crisis suprema, pero el resultado se hace
esperar todavía". Las tropas del General Baquedano se encuentran, en efecto, en las
puertas de Lima. A juicio del Ministro y de los "espectadores imparciales" estas
tropas tienen más posibilidades de éxito; pero los peruanos pueden oponer todavía
una defensa seria para evitar la ocupación de Lima.
Ante el temor de una entrada violenta de los chilenos a Lima y siguiendo los
consejos de los Ministros neutrales en Santiago, el Decano del Cuerpo Diplomático
decide ponerse en contacto con el General Baquedano para pedirle protección
para los ciudadanos y bienes extranjeros.
Recibe una "respuesta evasiva, casi amenazadora". El Comandante en Jefe chileno
se limita, en efecto, a expresar que tratará de evitar perjuicios a los neutrales; pero,
que si Lima es tomada por la fuerza, sus habitantes deberán soportar las
consecuencias.
El Cuerpo Diplomático, según el Ministro francés, comparte sus temores, y tiene el
convencimiento de que los chilenos están decididos a] saqueo sin que la oficialidad
busque impedirlo. "A pesar de la firmeza que demostramos, temo que vamos a ser
los testigos de escenas deplorables", escribe a su Ministro. Además, la Escuadra
francesa no da señales de vida. Lo peor es que tiene también temor de los
peruanos quienes "culpan a los extranjeros de todo lo que les sucede y de las
consecuencias de sus propias faltas".
Tanto es así, que el Gobierno de Lima ha impedido la comunicación directa entre el
Cuerpo Diplomático y los barcos surtos en El Callao. La comunicación debe hacerse
por Ancón y toma más de 24 horas.
A este estado de ánimo, muy cercano al miedo, debe atribuirse esta otra expresión
del señor De Vorges: "En esta situación nos encontramos, señor Ministro, y yo me
permitiría agregar que nos enfrentamos a pueblos inmaduros y revoltosos para
quienes el derecho no es nada, sobre todo en crisis de esta envergadura, a pueblos
que se dejan llevar por sus pasiones y las siguen con testarudez...
Unos días más tarde, el Ministro expresa que se ha vuelto a hablar de una posible
mediación; pero que él no la cree posible, ya que se saben cuáles son las
condiciones mínimas chilenas y que e] Perú no las acepta. ¿Para qué entonces
tentar una gestión sin posibilidades de éxito?
Entretanto, sin embargo, el Embajador inglés en París, hacía gestiones para revivir
esa mediación. El Quai d'Orsay las aceptó; pero no así otras Cancillerías europeas
consultadas. "Los Estados Unidos parecen haber dado a entender que verían con
disgusto una ingerencia de las potencias europeas en los asuntos del Continente
Americano", dice el Ministro Saint-Hilaire a Monsieur De Vorges. A pesar de ello, lo
autoriza para actuar, en el momento oportuno, en compañía de los representantes
de Inglaterra y de Italia.
Monsieur De Vorges sigue preocupado con la situación en que se encuentran los
barcos de las potencias neutrales y da cuenta al Quai d'Orsay que ha hecho un
reclamo al Canciller peruano Calderón, habiendo recibido una respuesta "poco
amable". "Creo, le dice, que esta falta de cortesía debe atribuirse a las sospechas
que pesan sobre la actitud de la Escuadra (neutral). Las gentes de aquí, muy poco
delicadas e ignorantes del sentido del honor que poseen los Cuerpos Militares
europeos (sic), se han imaginado, sin ninguna base, que la flota neutral debe ser un
centro de espionaje para el enemigo. Se sospecha sobre todo de los ingleses
porque se les sabe bastante simpáticos a la causa chilena".
IX. OCUPACIÓN DE LIMA
En un largo informe del 19 de enero, el Ministro proporciona interesantes detalles
sobre las batallas de Chorrillos y Miraflores. Los combates comenzaron
sorpresivamente el 13 de enero, a las 4 de la mañana en Chorrillos y la batalla
terminó hacia las 3 de la tarde. A su juicio, las fuerzas peruanas mostraron falta de
solidez y carecieron, en forma total de dirección. "El señor Piérola erraba en el
campo de batalla sin dar orden alguna".
Los peruanos se retiran con los restos del ejército a las fortificaciones preparadas
en Miraflores.
Al día siguiente, 14, el General Baquedano ha enviado parlamentarios a Piérola
preguntándole si está dispuesto a tratar. "El señor Piérola tomó pretexto de ello
para invitar al Cuerpo Diplomático a intervenir ante los chilenos. Nosotros no
podíamos negarnos a ello", escribe el Ministro. Se designa entonces una comisión
formada por el Ministro de El Salvador, Decano del Cuerpo Diplomático, y los
Ministros de Inglaterra y de Francia, quienes se entrevistan primero con Piérola y
en seguida piden una audiencia al General Baquedano. Este los recibe el día 15 a
las 7 de la mañana, en compañía de los señores Vergara, Altamirano, Lira
(Secretario del General en Jefe) y el ex Ministro en Perú, Godoy.
La conversación dura dos horas en un ambiente, "a la vez, amistoso y seco". Los
chilenos, al comienzo, piden como condición previa la rendición de Lima y del
Callao. El Ministro francés sostiene que la gestión que se les ha encomendado es
una gestión de paz; pero Baquedano contesta que no tiene poderes para discutirla
mientras Lima no se haya rendido.
El Ministro De Vorges lo conjura entonces a facilitar la firma de la paz y que no se
exponga a entrar en Lima con fuerzas no seguras y que podrían deshonrar a su
ejército.
Finalmente, los chilenos repiten las condiciones de paz de Arica, pero con una
indemnización de guerra seguramente superior.
Al término de la entrevista, el General les declara a los tres diplomáticos que si sus
condiciones son rechazadas, atacará ese mismo día a las dos de la tarde.
Pero los neutrales obtienen que el plazo sea prolongado hasta medianoche.
Regresan los Ministros al Cuartel General de Piérola, quien los esperaba en
compañía del Jefe de la Escuadra inglesa y del Almirante francés Du Petit-Thouars
(el marino francés acababa de llegar, finalmente y para tranquilidad del Ministro,
cuatro días antes, en su buque insignia "La Victorieuse"). Los diplomaticos insisten
ante Piérola en la necesidad de suspender las operaciones militares que no se
justifican. Aunque encuentran buena disposición, deciden regresar a Lima y volver a
las dos de la tarde con el Cuerpo Diplomático completo "para ejercitar una última
acción sobre el señor Piérola".
De nuevo en el Cuartel General peruano, esperan los diplomáticos que el Jefe del
Gobierno termine de almorzar, cuando se rompe la tregua y se reanuda
sorpresivamente la batalla. Piérola parte y abandona a los aterrorizados
diplomáticos en medio de una lluvia de balas y de obuses. "Debimos retirarnos
precipitadamente, escribe el Ministro francés a su Gobierno, errando a través de los
campos durante una hora, expuestos a las granadas que caían en todas partes".
Finalmente, regresan a Lima, a pie: "varios de mis compañeros, menos
acostumbrados que yo a caminar, se han sentido mal durante varios días".
¿Quién rompió la tregua? "Hoy se sabe, dice el Ministro, que fueron los peruanos".
Parece existir, en efecto, una carta de Piérola invitando al Prefecto del Callao, señor
Astete, a presenciar la derrota chilena, escrita en la mañana misma, es decir, en
plena tregua.
Monsieur De Vorges, temeroso de que a raíz de este hecho se produzca el saqueo
de Lima, se dirige en compañía del Ministro St. John y de los dos Almirantes, "que
no nos dejaron solos ni un momento durante esta crisis", al Palacio Presidencial en
busca de Piérola, quién ha regresado, entretanto, a Lima, totalmente derrotado.
En el Palacio el desorden es completo.
El Ministro inglés divisa al Canciller García Calderón; pero éste, con el pretexto de
consultar al Presidente, se va a comer o a esconderse". Es imposible encontrarlo. En
cuanto al Presidente, ha desaparecido. Logran finalmente ubicar al Alcalde de Lima,
Torrico, y se ponen de acuerdo con él para la rendición de la capital. Los
diplomáticos envían, cada uno, a un oficial de su nacionalidad a anunciar la
rendición a Baquedano.
El 16, en la mañana temprano, regresan los oficiales con una carta del Comandante
en Jefe chileno, quien se queja de la ruptura de la tregua y amenaza con
bombardear Lima si no se produce una rendición incondicional.
A las 10 A. M. parten nuevamente a Miraflores el Alcalde Torrico, los Ministros de
Francia e Inglaterra, los dos Almirantes y el jefe de la Escuadra italiana.
Logran visitar a Baquedano sólo a las dos de la tarde y se produce la rendición de
la capital. "Torrico, con gran dignidad, anunció la rendición de la ciudad ante
nosotros. Fue aceptada en forma amable". El General Baquedano prometió enviar a
Lima, durante los primeros días, sólo tropa de línea.
Mientras llegan las fuerzas de ocupación, y a petición del Ministro francés,
Baquedano aceptó que las guardias de los países neutrales continuasen su servicio
de policía.
"Así, todo lo que habíamos pedido antes en materia de garantías se obtenía ahora.
Lima estaba salvada".
El Ministro francés obtiene también que las fuerzas chilenas posterguen su entrada
a la capital por 24 horas, para dar tiempo a que la policía extranjera desarme al
Ejército peruano en desbande Pero, al regresar a Lima, los diplomáticos se dan
cuenta de su error. La ciudad está repleta de "una multitud de energúmenos" que
el Prefecto Astete había traído del Callao. "En la noche, los dispros se sienten en
toda la ciudad; hacia la medianoche, bandas dispersas de soldados, de negros de
mujeres del pueblo, alumbran incendios en numerosos sitios y comienzan el
saqueo".
Este saqueo, tan temido por el Ministro, se produce, pues, no debido a la entrada
de las tropas chilenas, sino porque éstas habían retardado la ocupación a petición
de los neutrales.
Finalmente, la guardia neutral logra dominar en la mañana del 17 a los revoltosos
y, a las 4 de la tarde, las tropas chilenas hacen su entrada "en el mayor orden".
"Ningún incidente perturbó esta ceremonia tan triste para los vencidos. El General
Saavedra, designado Gobernador, declaró en público al Alcalde que respondía de
las personas y de las propiedades".
El Ministro francés se felicita de la forma en que se han producido los hechos y de
la actuación que, tanto él como su colega inglés, han tenido para evitar les
desórdenes. Recordando la participación del representante de los Estados Unidos
en las negociaciones fracasadas de mediación y la ninguna intervención que le ha
correspondido en los recientes acontecimientos, escribe que los europeos han
tomado "una revancha bastante buena de la irrupción brusca e ineficaz de la
mediación americana en Arica".
En El Callao la situación fue similar a la de Lima. Pero allí, "todas las escenas de
desorden y de saqueo producto de los fugitivos, tuvieron mayor duración, ya que
la acción de la guardia extranjera fue menos rápida. Los chilenos sólo entraron al
Callao el día 18 y su conducta no mereció reparos. El Ministro inglés y yo insistimos
con firmeza ante el Estado Mayor chileno para que el muelle dársena fuese
respetado y se nos dio la seguridad de que no se le destruiría. "Algunos días más
tarde, el Ministro escribe a su jefe, Barthélémy Saint-Hilaire : "Desde hace ocho días
que los chilenos llegaron a Lima. La ciudad está muy tranquila y el pequeño
número de abusos cometidos por los soldados no vale la pena de ser comentado".
Así, los hechos mismos se habían encargado de demostrar cuan vanos e
infundados eran los temores del señor De Vorges. Los "salvajes" habían actuado
como civilizados, las tropas chilenas habían ocupado una capital con mayor
disciplina que muchos ejércitos de la vieja Europa, el Derecho de Gentes había sido
respetado y los extranjeros, cuya integridad tanto preocupaba al Ministro francés,
no tenían quejas que formular ni por sus bienes ni por sus personas.
Monsieur De Vorges podía estar en este sentido tranquilo. Los principios del
Derecho Internacional estaban incólumes, más incólumes que en Túnez, cuya
invasión las tropas francesas realizaban en aquellos mismos momentos con gran
aplauso, por lo demás, del plenipotenciario en Lima.
X. EL ALMIRANTE DU PETIT THOUARS
Ya se ha aludido, de paso, a la actuación del Almirante Abel Bergasse Du Petit-
Thouars, Comandante de la flota francesa en el Pacífico.
Algunos historiadores peruanos sostienen que fue el salvador de Lima ya que
habría amenazado con sus cañones a las tropas chilenas en el caso de que la
capital peruana fuese destruida.
Aunque otros historiadores, como Jorge Basadre, atribuyen al Almirante un papel
más modesto, la tradición popular peruana liga su nombre a la integridad de Lima
y la ciudad de los Reyes le ha erigido una estatua y ha dedicado a su recuerdo una
de sus importantes avenidas.
Hemos visto el modesto papel que el Ministro De Vorges atribuye a la acción de
Du Petit-Thouars en los acontecimientos de enero de 1881 y que contradice tales
afirmaciones. Es interesante anotar que el propio Almirante, en su correspondencia
con el Ministro de Marina y Colonias de Francia, destruye de antemano el mito que
se iba a crear y concede mucha mayor importancia a la actuación del Ministro
francés que a la suya propia.
En carta de 11 de enero de 1881, informa a su Ministro en París de la posibilidad de
que se trabe una batalla en Chorrillos y su opinión sobre el Dictador peruano no es
favorable. "Piérola es aquí todo" —escribe— "y no tiene mayor experiencia militar
que la escasa que ha demostrado como administrador y financista. Es dable creer,
por lo tanto, que no será capaz de sacar partido de una guerra defensiva en su
propio terreno".
En otra carta, de 17 de febrero, va más lejos al describir las batallas de Chorrillos y
de Miraflores y acusa a Piérola de haberse preocupado excesivamente de su
seguridad personal. La incapacidad del Dictador es tildada de "loca y egoísta" y su
imprevisión "sobrepasa lo imaginable".
Compara en las siguientes palabras a ambos bandos en lucha: "Por una parte, un
Ejército (el chileno) vigoroso, con iniciativa, formado por hombres endurecidos en
las rudas labores de las minas y de la agricultura, aguerridos por numerosos
combates, electrizados por la posibilidad de un saqueo de Lima en el que piensan
desde hace meses, dirigidos por hombres independientes, la mayoría voluntarios
que han abandonado una profesión para hacer una guerra nacional.
Por otra parte (el Ejército peruano), un conjunto incoherente, indudablemente de
buena gente, sin instrucción militar, sobre todo sin Jefes, puesto que los oficiales
peruanos pasaban su tiempo paseándose ufanos en las ciudades y muy pocos
habían oído el ruido de una bala o conocían el manejo de un fusil".
Por lo demás, en todos sus informes expresa su admiración por las tropas chilenas
e inclusive excusa los excesos cometidos en Miraflores.
Por último, en nota de 19 de julio de 1881, el Almirante, que era muy celoso de su
rango y que ciertamente no era modesto para juzgar sus actuaciones, le escribe a
su Ministro: "Si la ciudad de Lima fue salvada del saqueo de los vagos y miserables
que se habían concentrado en sus alrededores, provenientes de todas partes, fue
porque se hizo sentir la acción de Francia en los momentos críticos". Esa "acción de
Francia" fue la de su representante, el Ministro en Lima, para quien el Almirantazgo
solicita su ascenso en la Legión de Honor.
Estos testimonios del propio Du Petit-Thouars desmienten, por lo tanto,
rotundamente, la versión de cualquier intervención de su parte en contra de los
chilenos.
XI. CONSTITUCIÓN DE UN GOBIERNO Y BUENOS OFICIOS
Si bien es cierto que la guerra parecía terminada con la ocupación de Lima, los
chilenos se encuentran frente a un grave problema: no existe autoridad peruana
con la cual tratar. Piérola se ha instalado a 15 leguas al Norte de Lima y, desde
Canta, ha comunicado al Decano del Cuerpo Diplomático que allí se encuentra la
Sede del Gobierno. "No sé si hay que tomar en serio este Decreto", escribe el
Ministro francés.
Se pregunta también si pretende seguir en el Poder el Jefe del Estado. Esta
perspectiva le llena de temor: "La ignorancia pretenciosa y movediza de este
personaje, su duplicidad, la necesidad en que se encontrará de apoyarse cada vez
más en la plebe contra las clases pudientes, pueden hacer temer los peores
abusos".
A todo esto, recibe "indirectamente" un encargo de Piérola. Se trata de que el
Ministro le obtenga un salvoconducto en su favor para venir a negociar. "Yo he
contestado, sin pronunciarme respecto a ese personaje, que mal podría intervenir
después del ultraje hecho a la Legación" (de Francia).
El 26 de enero, el Ministro francés recibe un cable de París, cifrado (hecho
excepcional), en que St. Hilaire le instruye para "facilitar mediante buenos oficios,
una pronta conclusión de la paz".
El origen de esta instrucción se encuentra en una gestión hecha por el Ministro del
Perú en París, Toribio Sanz, quien había entregado a St. Hilaire la copia de un
telegrama de Piérola en que le decía: "El Perú acepta con mucho gusto el arbitraje
(sic) de los Gobiernos francés e inglés; pero los Ministros (en Lima) no han recibido
instrucciones".
A ese telegrama, contesta De Vorges: "En lo que a la paz se refiere, V. E. ve que
todo tipo de buenos oficios es inútil mientras no exista un Gobierno con el cual
tratar".
Pero, pocos días más tarde, el propio Piérola gestiona desde Jauja, no ya un
arbitraje, sino que la mediación de los plenipotenciarios de Francia y de Inglaterra.
Monsieur De Vorges trepida, tanto porque Piérola, "mezcla de ilusión y de astucia",
le merece dudas, como porque no cree que una mediación sea aceptada por los
chilenos. Como buen jurista, estima que los buenos oficios serían más apropiados a
las circunstancias, con tal que el Dictador esté realmente dispuesto a una cesión
territorial que los chilenos no pueden dejar de reclamar. En este sentido le
responde a Irigoyen, el ex Canciller de Piérola, que actúa como su "recadero".
Pero, al Quai d'Orsay le expone sus dudas de que los chilenos deseen realmente
tratar con el Dictador; a su juicio preferirían hacerlo con un Gobierno civilista.
En efecto, apoyados indirectamente por Altamirano y Vergara, algunas
personalidades toman contacto con políticos influyentes y se buscan adhesiones
para la constitución de un Gobierno que contaría "con el apoyo de toda la alta
sociedad" y que estaría presidido por García Calderón, a quien el Ministro francés,
en su correspondencia, suprime invariablemente el primer apellido.
La personalidad del posible Presidente no convence a De Vorges. Le reconoce las
condiciones de un "hombre distinguido y de uno de los más hábiles financistas del
país"; pero, a su juicio, "no se impone lo suficiente en la opinión y le será difícil
luchar contra la popularidad que Piérola aún conserva, a pesar de los groseros
errores que ha cometido". Le preocupa también el apoyo unilateral que García
Calderón recibe de la clase más afortunada, "la más amenazada por las
contribuciones de guerra y sobre la cual más pesa el deseo de salvar su fortuna".
Ante nuevas instrucciones de París de ofrecer conjuntamente con los Ministros de
Inglaterra y de Italia los buenos oficios, el señor De Vorges objeta que los peruanos
no están preparados para aceptar la realidad. En efecto, "algunos se hacen las
ilusiones más extrañas acerca de las condiciones de paz", mientras otros confían en
que las hostilidades pueden continuar. Para estos últimos, aclara, "no se trata tanto
de vengar el honor nacional como de encontrar de nuevo oportunidades para
lanzarse a un saqueo que terminó demasiado pronto". Por último, hay un tercer
sector, más ingenuo, que "está preocupado de saber qué se les pedirá a los
chilenos" en cambio de la paz.
Es interesante anotar que el Gobierno francés no aclaró nunca el alcance de los
buenos oficios tripartitos y sólo les dio un objetivo de carácter muy general: la
celebración de la paz. En cambio, existe en los Archivos del Quai d'Orsay un
Memorándum del Embajador inglés, mucho más explícito sobre los alcances que el
Foreing Office daba a dicha gestión.
"El ofrecimiento de buenos oficios" —dice— "debe limitarse principalmente a
colocar a ambas partes en presencia, a facilitar la reanudación de la negociación
directa, a ayudar al encuentro de bases razonables. Una mediación formal no
podría ejercitarse, salvo que sea pedida por las partes".
En todo caso, los tres plenipotenciarios neutrales en Lima no hallan a quién ofrecer
sus buenos oficios. Al Gobierno de Piérola, que es el único legal y reconocido, y
con el cual las comunicaciones son cada vez más difíciles, sería inútil y contribuiría
sólo a mantenerlo en sus "imposibles ilusiones". Al Gobierno de García Calderón,
sería prematuro porque no ha podido formarse. Por último, Chile no parece
dispuesto a aceptarlos, justamente debido a la situación interna peruana. En efecto,
en Santiago, el Canciller Valderrama se ha limitado a manifestar a los Ministros de
Francia, de Inglaterra y de Italia que utilizaría esos buenos oficios cuando fuese
necesario.
Por ello, las instrucciones recibidas desde París demoran en ser cumplidas. Pero a
comienzos de junio, Monsieur De Vorges tiene noticias que los Estados Unidos
estarían dispuestos a mediar aisladamente.
De inmediato se precipita donde don Joaquín Godoy, quien acababa de llegar
providencialmente a Lima. La conversación le deja, sin embargo, la impresión muy
clara que los chilenos desean ganar tiempo y no están apresurados en negociar.
Ello se debe —escribe al Quai d'Orsay— a dos posibilidades: los chilenos "quieren
realmente instalarse en el Perú, o prefieren tratar sin nuestra intervención".
Algunos días más tarde, el propio García Calderón quien, aunque no reconocido,
tiene la ventaja de encontrarse en Lima, solicita una entrevista con los Ministros de
Francia, de Inglaterra y de Italia. El "Presidente" les recibe en compañía de su
Ministro de Relaciones Exteriores, Gálvez, y les informa que ha tomado contacto
con Godoy, quien estaría dispuesto a negociar personalmente con él los
preliminares de paz una vez que haya obtenido plenos poderes de un Congreso
que se trataba de reunir en Lima.
Les agrega que Godoy no ha aludido en ningún momento a los buenos oficios de
las tres potencias europeas y les solicita sus consejos. Los tres diplomáticos se
limitan a insinuarle que apresure la reunión del Congreso y trate con Godoy sólo
enseguida.
Después de muchas difícultades, el Congreso se reúne, el 13 de julio, en la única
casa que subsiste en Chorrillos. El Cuerpo Diplomático, aunque no tiene relaciones
oficiales con el Gobierno de García Calderón, decide asistir; pero, para salvar las
dificultades jurídicas, lo hace,.. en traje de calle y no viste sus uniformes.
Instalado ya legalmente el Gobierno civilista de Lima, son los italianos esta vez los
que tratan de apresurar el ofrecimiento de buenos oficios..
Pero las discusiones en el Congreso se prolongan, ya sea por temor a la
responsabilidad de negociar con los chilenos, ya sea por mantener la ilusión que no
habrá cesiones territoriales. El propio Presidente parece mayormente preocupado
por su próximo matrimonio, lo que induce a De Vorges a escribir a su Gobierno:
"Pensar en un matrimonio en esta situación, es una exacta pintura del carácter
superficial y despreocupado de los estadistas de este país".
En medio de indecisiones y de preocupaciones amorosas, llega a Lima un nuevo
Ministro de los Estados Unidos, Mr. Hurlbut, y los peruanos piensan que los va a
ayudar, en lo cual no se equivocan. El plenipotenciario americano no tarda, en
efecto, en dirigir una carta a los notables de Lima en la cual les expresa que los
"Estados Unidos se oponen fuertemente a toda división del Perú, salvo si el país
consintiera en ello con entera libertad".
En cambio —agrega— "los Estados Unidos opinan que Chile ha obtenido, como
resultado de la guerra, el derecho a una indemnización como cancelación de los
gastos que aquella le ha causado y creen que el Perú no puede rechazarla",
Finalmente, se produce el primer contacto oficial entre García Calderón y Godoy.
Para preparar el ambiente, los Ministros de Francia y de Inglaterra se entrevistan
con el diplomático chileno y le piden que no insista en que la negociación sea
llevada personalmente por el Presidente peruano. Sus argumentos valen la pena de
ser anotados. "Le aconsejamos al Ministro chileno que hiciera algunas concesiones
en un problema que era en sí mismo secundario, ya que, aún después de haber
reconocido al Gobierno provisional, Chile es dueño de aplastarlo en su calidad de
beligerante, si las condiciones del vencedor fueren rechazadas". ¡Curiosa manera,
en verdad, de iniciar los buenos oficios!
Pero la entrevista entre el Presidente y el diplomático chileno no da resultados.
De Vorges lo atribuye a la creencia de García Calderón en una ayuda do los Estados
Unidos a fin de evitar la cesión de territorios.
Con el objeto de verificar la veracidad de este apoyo, el Ministro francés visita a su
colega norteamericano, "personaje muy bien dotado en cuanto a imaginación",
quien le confirma que Chile no debe contar con una cesión de territorios por parte
del Perú.
XII. INTERVENCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS
No tarda en confirmarse la intervención del Ministro de los Estados Unidos, que
logra relegar a segundo plano, con gran desesperación de Monsieur De Vorges, el
ofrecimiento europeo de buenos oficios.
En efecto, el Ministro francés sabe por el propio García Calderón que se está
gestionando en París un empréstito de 6 millones de libras esterlinas que serían
entregadas a Chile con tal que no exija cesiones territoriales. Este empréstito sería
obtenido por intermedio del Credit Industriel con el apoyo de los Estados Unidos,
que recibirían en cambio el derecho de explotar las salitreras y el guano de
Tarapacá.
Tal negociación en que participa una sociedad francesa, se halla confirmada por un
informe del Encargado de Negocios de Francia en Washington, Mr. De Geofrey, al
Quai d'Orsay y por el representante del Credit Industriel en Lima.
El Ministro, que ignoraba todo de tal negociación y que la cree apoyada por su
Gobierno, lo pone, sin embargo, en guardia : "La Compañía debe tomar sus
precauciones, porque la buena fe, por lo que yo sé, no ha traspasado aún el
Océano Atlántico". Después de tal afirmación que ahora hace sonreír por la
experiencia que se tiene de la buena fe europea, el Ministro expone sus razones
para no creer en la negociación: "Los chilenos no cederán ciertamente ante
amistosas recomendaciones, ni aún ante peticiones formales".
Con razón, formula una pregunta a su superior en París: "¿Se puede acaso imponer
a los chilenos que han realizado tantos esfuerzos y han derramado tanta sangre,
una moderación de que los Estados Unidos no habrían ciertamente hecho gala en
semejantes circunstancias?" El Ministro Hurlbut continúa, entre tanto, en sus
gestiones y se entrevista con el Almirante Lynch, a quien entrega, el 25 de agosto,
un memorándum con los puntos de vista de los Estados Unidos. En dicha nota se
expresa, en resumen:
1) Que Washington no ve con favor el empleo del derecho de conquista, salvo como recurso
supremo y sólo en casos extremos;
2) Que no se explica la conquista territorial en el conflicto chileno-peruano, por no existir
previamente un problema fronterizo entre ambos países;
3) Que, en cambio, los Estados Unidos reconocen el derecho de Chile a reclamar una indemnización
y, en caso de no llegarse a un acuerdo sobre su monto, se debería recurrir al arbitraje;
4) Que los Estados Unidos estiman que Chile no debe pretender una cesión territorial antes que el
Perú se niegue a pagar una indemnización.