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LA GUERRA DEL PACIFICO VISTA PORUN DIPLOMÁTICO

FRANCÉS EN LIMA
ENRIQUE BERNSTEIN CARABANTES

Al estallar la Guerra del Pacífico representaba a Francia en Lima, en el carácter de


Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, Edmond Charles Eugene Donnet
De Vorges, quien había presentado sus credenciales en diciembre de 1877.
Nacido en París, 48 años antes, el señor De Vorges pertenecía a una familia noble.
Había hecho sus estudios en la Facultad de Leyes en la Escuela de Administración e
ingresado muy joven a la carrera diplomática.
Después de catorce años de servicios en el Quai d'Orsay, era nombrado,
sucesivamente, Secretario en Copenhague y en Lisboa. En 1871 fue destinado
como Secretario de la Legación de Francia en Brasil, puesto que no agradó al señor
De Vorges. En efecto, en su Hoja de Servicios hay testimonio de varias cartas de
senadores y diputados, y aun del Gobernador Militar de París, haciendo presente la
inconveniencia de enviar a América del Sur a un funcionario que se había
especializado en los asuntos europeos.
Pero el Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Provisional fue insensible a
las presiones parlamentarias, contestando a los padrinos del funcionario que su
ascenso a Primer Secretario estaba condicionado a su destinación en Brasil. Allá
partió Edmond Charles Eugene, para colaborar nada menos que con el Conde de
Govineau.
Cuatro años más tarde fue nombrado por el Mariscal Mac Mahon Ministro de
Segunda Clase en Haití y, desde allí, trasladado a Lima.
Toda la correspondencia diplomática del señor De Vorges demuestra no sólo un
gran conocimiento de los problemas diplomáticos, sino que también una gran
claridad de expresión, un profundo sentido de observación, así como una
personalidad bien definida. El hecho de encontrarse en Lima durante la Guerra del
Pacífico y dificultadas las comunicaciones con su Gobierno, le dio una gran libertad
de movimiento, de la cual usó con sagacidad y prudencia. Fue un verdadero
"plenipotenciario", actuando según su criterio dentro de las líneas generales de la
diplomacia francesa, sin esperar instrucciones que tardaban hasta dos y tres meses
en llegar a su poder.
El señor De Vorges era extraordinariamente trabajador y su correspondencia desde
Lima llena varios volúmenes de los Archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores
de Francia.
I. AMENAZAS DE GUERRA
Por primera vez alude el señor De Vorges a la posibilidad de un conflicto bélico
entre el Perú y Chile en nota de 8 de enero de 1879, dirigida al Ministro de
Relaciones Exteriores de Francia, Waddington.
En dicha comunicación informa respecto al saludo que el Cuerpo Diplomático
residente había presentado al Presidente Prado con motivo del año que se iniciaba.
En la ceremonia, el Nuncio Apostólico había pronunciado un discurso "repleto de
manifestaciones un tanto exageradas, pero que corresponden al estilo de este
país". Después de aludir a la mala situación interna del Perú, tanto desde el punto
de vista político como económico, expresa: "Un conflicto acaba de producirse entre
Bolivia y Chile. Bolivia ha establecido un derecho de exportación sobre los salitres
embarcados desde el puerto de Antofagasta. Chile ha reclamado invocando su
tratado de comercio y ha declarado que si Bolivia persiste, consideraría el tratado
como roto".
Después de haber resumido así, en forma un tanto escueta, el problema que había
planteado el Gobierno boliviano, el Ministro De Vorges comunicaba cuál era la
opinión en el Perúi: "Se reprueba aquí generalmente la vivacidad del Gobierno
chileno en este asunto, tanto más cuanto que el tratado boliviano-chileno indicaba
el recurso a un arbitraje para el caso de divergencia". "Me es bastante difícil —
agregaba— apreciar las pretensiones de ambos países, no teniendo a la vista el
texto de este acuerdo".
Pocas semanas más tarde, el Ministro informa que las tropas chilenas se
apoderaron de Antofagasta, que a ellas "se agregó la población casi totalmente
chilena" y que fueron expulsadas las autoridades bolivianas. Agrega que los
chilenos se han apoderado también de Mejillones y han establecido en Cobija "una
especie de bloqueo", que no ha sido oficialmente declarado.
Informa a su Ministro que ha llegado a Lima el Canciller de Bolivia, señor Reyes
Ortiz, quien "venía a pedir el derecho de paso de las tropas bolivianas por territorio
peruano, con el objeto de ir a defender las ciudades de la costa". "Estas noticias
han emocionado vivamente a la opinión (peruana)", agrega. "En general, ella se ha
pronunciado desde un comienzo contra los chilenos. La manera brusca como éstos
han resuelto el problema, ha desagradado vivamente a un pueblo que desde hace
largo tiempo tiene contra su vecino, mejor gobernado y más próspero, un
sentimiento secreto de odio y de envidia. Además, mucho se teme que al echar
mano Chile, en forma completa, de la riqueza minera del desierto de Atacama,
haga una competencia muy temible a los salitres y al guano del Perú".
Y el Ministro saca la consecuencia de este estado de ánimo de la opinión pública:
''La impresión más corriente ha sido, pues, que no se debía permitir la violación del
territorio boliviano y que el Perú debería oponerse a ello, si necesario fuere, por la
fuerza".
En cuanto a la opinión del Gobierno, expresa que "hasta ahora se mantiene en una
neutralidad aparente, pero se inclina evidentemente hacia Bolivia". "El señor Reyes
Ortiz ha sido recibido con la mayor cordialidad y su petición, por inadmisible que
sea desde el punto de vista del derecho de gentes, no ha sido en absoluto
rechazada. Sólo se le ha pedido que espere el resultado de una tentativa de
conciliación que debe ser realizada en Santiago".
Da cuenta en seguida de la partida del señor Lavalle a Chile, quien, según
informaciones del Canciller peruano, debía proponer la evacuación por este país de
"la costa de Atacama" y que el asunto fuera sometido al arbitraje. Después de
aludir a una gestión del Nuncio en Lima para apoyar en Santiago y en La Paz la
misión Lavalle, el plenipotenciario francés agrega que, en los círculos del Gobierno
peruano, se evidencian pocas esperanzas en su éxito y que el propio señor Lavalle
sería bastante pesimista. Informa también que "se ha dado orden a la flota para
estar lista a la primera señal y el Gobierno se ocupa de concentrar los pocos
recursos financieros de que puede disponer".
Más adelante, expresa textualmente: "Por lo demás, el Gobierno (peruano) no
parece absolutamente libre. En efecto, bajo la Presidencia del señor Pardo se firmó
un tratado de alianza defensiva y ofensiva, por cinco años, con el Gobierno
boliviano. Este tratado ha expirado; pero el Presidente actual parece sentirse
todavía amarrado por las decisiones que tomó en aquella oportunidad el
Congreso, decisiones según las cuales se habría obligado a conceder, en todo
tiempo, un derecho de paso a las tropas bolivianas".
Señala también el Ministro francés que en Lima se cree que si el Perú entrara en
una guerra, la República Argentina se habría comprometido a ayudarlo.
Sobre los orígenes del conflicto chileno-boliviano, el señor De Vorges no esconde
su opinión: "Me parece, según los documentos publicados aquí, que Chile tiene el
derecho material. Se puede decir lo que se quiera respecto a la ambición de esta
nación que se considera a sí misma, y no sin alguna razón, como superiora a sus
vecinas; se puede sostener que el Tratado de 1874 con Bolivia y el Tratado anterior
de 1866, han sido sólo maniobras para aumentar su influencia en la costa de
Bolivia. Pero no es menos cierto que el Tratado de 1874 existe y que los bolivianos
lo violaron groseramente".
Preocupado por el ambiente belicista que notaba en el Perú, el Ministro se
pregunta qué pasaría si el país ante el cual está acreditado entrara en una guerra.
Su opinión es categórica: "Veo aquí una organización tan defectuosa, tan poca
inteligencia en los negocios, tan poca previsión y, en fin, un tal agotamiento de los
recursos de toda naturaleza, que me pregunto si, al lanzarse en esta aventura, el
Perú no se enfrentará con peligros más graves que aquéllos que quisiera evitar", es
decir, la disminución de su prestigio y la competencia en la producción del salitre.
Las opiniones del Ministro francés desmienten así a quienes sostienen que los
agentes diplomáticos no son capaces, por lo general, de hacer apreciaciones justas
y razonables.
Pocos días más tarde, el señor De Vorges informa al Ministro Waddington 1 que los
chilenos se han establecido en Antofagasta convencidos de que el territorio les
pertenece por derecho propio y que ello ha herido a los peruanos, quienes
recuerdan que la mitad de la población de Tarapacá también es chilena. "Esta
consideración —dice— induce a todos los hombres políticos (peruanos) a
inclinarse cada vez más en favor de la guerra, que sería así una especie de guerra
de equilibrio".
Insiste en su pesimismo sobre el resultado de una conflagración: "Lo que es seguro
es que el Perú no ofrece en este momento ninguna de las condiciones que
aseguran el éxito de una guerra seria. El estado financiero es deplorable... La flota
que podría ser bella está absolutamente menoscabada porque, desde hace años, se
malversan los fondos destinados a su mantenimiento". Le preocupa también la
falta de instrucción de la oficialidad y de la tripulación de los buques de guerra, y
agrega: "Si en estas condiciones se tiene éxito, sería porque los oficiales son muy
hábiles o el enemigo muy débil".
Al final de su nota, informa que ha recibido la visita del Ministro de Bolivia en Lima
para comunicarle que su país ha declarado la guerra a Chile y pedirle que transmita
el aviso correspondiente al Gobierno francés, en vista de que no había
representante diplomático de la Tercera República en La Paz. El Ministro De Vorges,
1
William Henry Waddington fue primer ministro de Francia del 4 de febrero al 28 de diciembre de 1879.
justamente desconfiado y temeroso de alguna intriga, le pidió una comunicación
por escrito "en buena y debida forma" y que la notificación del estado de guerra
fuera también hecha a las otras Misiones acreditadas en Lima.
El 25 de marzo, nuevo informe del Plenipotenciario francés a París para comunicar
que el Ministro chileno en Perú, don Joaquín Godoy, ha pedido una explicación
sobre los armamentos peruanos y una declaración de neutralidad en una nota
"cuyo tono poco amistoso ha herido profundamente a los peruanos". "Se espera de
un instante a otro —agrega— la recepción de un ultimátum o la noticia que el
señor Lavalle ha debido abandonar Santiago".
Informa también que ha tenido una reunión con sus colegas, los Ministros de
Estados Unidos y de Inglaterra y con el Encargado de Negocios de Italia, para
considerar la posibilidad de una intervención destinada a impedir la guerra. Pero
los cuatro diplomáticos terminaron por considerar que una gestión en este sentido
no tendría éxito y podría ser acusada de parcial por el otro campo.
Respecto al ambiente en el Cuerpo Diplomático del Perú, el informe es interesante:
"Los agentes europeos acreditados en Lima demuestran, en general, en sus
conversaciones íntimas, una preferencia por Chile... Prefieren a Chile, país
organizado, trabajador y que paga sus deudas.
El Ministro de Inglaterra es particularmente decidido en este sentido". En cambio,
"los agentes de los Estados americanos, con la excepción del de Brasil, se
demuestran todos muy hostiles a Chile, país al cual acusan de ambición y de
tendencias invasoras".
"Debo decir a V. E., agrega, que la conducta del Presidente (Prado) deja mucho que
desear en estas difíciles circunstancias.
Comprendo que no estime oportuno comprometer al Perú en esta guerra, y ello
representa también mi propio sentir, pero me parece que sobrepasa la medida
cuando dice explícitamente al Ministro de Chile, que por supuesto me lo repitió,
que no tomaría nunca la iniciativa de declarar la guerra".
"Los bolivianos acaban de adoptar una medida que sólo ellos serían capaces de
tomar: han expulsado a todos los chilenos residentes en Bolivia y han secuestrado
sus bienes. Estimé oportuno manifestar al Ministro de Relaciones Exteriores (del
Perú) hasta qué punto esta medida me parecía contraria al derecho de gente
moderna.
Pero el señor Irigoyen, aunque me manifestó que compartía mi opinión, defendió a
los bolivianos con el pretexto de la brutal agresión chilena".
Sin embargo, el Plenipotenciario francés agrega que supo que el Canciller peruano
había escrito a La Paz solicitando que se dejasen sin efecto las referidas sanciones
contra los chilenos.
En las comunicaciones siguientes, que van menudeando a medida que los
acontecimientos se precipitan, el Ministro expresa su seguridad de que la guerra
será marítima y que la presencia de uno o más barcos franceses en la costa del
Pacífico es indispensable para una eventual protección de los extranjeros. Tal es su
preocupación, que se permite enviar un cable en este sentido y se apresura, por lo
demás, a pedir disculpas por este gasto extraordinario.
II. LA GUERRA
A comienzos de abril, el señor De Vorges comunica al Ministro Waddington que el
plenipotenciario chileno, Joaquín Godoy, ha pedido sus pasaportes y no se
equivoca sobre el alcance de esta medida: "Vuestra Excelencia anotará que al
declarar la guerra en el hecho, los chilenos han evitado en todas sus
comunicaciones llamarla por su nombre", escribe.
El pretexto invocado por Chile, además de los preparativos bélicos del Perú, era la
existencia de un Pacto secreto entre este país y Bolivia. Respecto de este Tratado,
de 6 de febrero de 1873, cuyo texto acababa de ser publicado finalmente en Lima,
después de haberse conservado en absoluta reserva durante seis años, el señor De
Vorges estima que, aun cuando Chile no estaba nominativamente señalado como
su objetivo, "sus cláusulas no tendrían sentido si no le fueran expresamente
aplicables". "Todas sus estipulaciones, agrega, sólo pueden aplicarse teniendo en
vista las intenciones conocidas de Chile".
La declaración de guerra se produce finalmente.
En Lima no produjo extrañeza: "Hacía tiempo que la esperaban". El Ministro Godoy
parte y deja sus archivos al cuidado de su colega inglés, St. John, "quien no
disimula su parcialidad en favor de Chile".
En la correspondencia del Quai d'Orsay figura una carta personal del Ministro De
Vorges a un alto funcionario, cuyo nombre es difícil descifrar (¿Bourné?), en la cual,
el 8 de abril, resume los acontecimientos último: "Bolivia dio la señal, Chile se
precipitó en seguirla y el Perú, enceguecido por el odio, no ha visto que
cualesquiera que sean los acontecimientos futuros, va a perder más en la guerra
que si hubiese dejado a Chile y a Bolivia arreglarse entre ellos. El tratado secreto ha
sido conservado aquí con rara discreción. Desde hace dos meses, yo sospechaba su
existencia, pero sin poder conocer exactamente sus estipulaciones". Y,
seguramente, como excusa por no haber haber obtenido a tiempo su texto,
agrega: "Nadie sabe mentir tan descaradamente como la gente de aquí, de manera
que es casi imposible ponerlos contra la pared".
Frente a los graves acontecimientos que se desarrollan, la Legación francesa envía
numerosísimos informes, sobre todos los temas, económicos sociales, políticos.
El Ministro se revela no sólo como un buen observador, sino que como un
funcionario consciente de sus responsabilidades.
Ademas, como un buen estratega y un excelente relator de hechos de armas.
El 12 de mayo da cuenta de sus impresiones sobre los resultados de la misión
Lavalle, tal corno se desprenden del informe que el Enviado peruano rindiera a su
regreso a Lima: "Me parece que de la correspondencia muy notable de este
diplomático, publicada en los diarios, se desprende que en Santiago le hicieron
proposiciones muy aceptables, desde mi punto de vista; entre otras, la de comprar
a Bolivia el territorio en disputa. Pero el Gobierno peruano no se atrevió a insistir
en este sentido ante su aliado".
Como lo hemos visto antes a propósito del Tratado secreto, el señor De Vorges no
tenía gran idea de la voracidad de los peruanos. Sus dudas las expresa
reiteradamente, por ejemplo, cuando lamenta la salida del Ministerio de Relaciones
Exteriores del señor Irigoyen, porque era "conciliador y su palabra verídica, lo que
es muy raro en este país"…
A fines de mayo informa que la flota chilena se ha acercado al Callao en busca de
la peruana para "desafiarla a un combate naval". Tal actitud no le parece muy
conforme a la estrategia: "Esta manera homérica de hacer la guerra da una idea
bien mediocre del valor de los generales chilenos"...
Las noticias que han llegado a Lima sobre el combate de Iquique son escuetas.
El Ministro le dedica sólo algunas líneas:
"El "Huáscar" y la "Independencia" no tuvieron dificultad en cumplir su misión. La
"Esmeralda" fue hundida por un espolonazo del "Huáscar". El Comandante chileno
se condujo con audacia. Saltó a bordo del "Huáscar" con sus hombres y trató de
luchar contra la tripulación peruana. Pero fue muerto y su compañeros se
rindieron".
Pocos días más tarde, el 11 de junio, comunica que, según noticias de su colega
inglés, Chile habría aceptado una mediación de Londres y que el Ministro St. John
lo había invitado, junto con el Encargado de Negocios de Italia, a "cooperar en una
gestión pacificadora". Los tres diplomáticos deciden escribir a sus colegas de
Santiago, aunque el Ministro francés duda del resultado de estas gestiones que le
parecen prematuras.
En aquellas semanas se habla mucho en Lima de paz y de mediación y, entre las
gestiones que se barajan, aparece una del Ministro de Colombia, que su colega
francés estima, irónicamente, "grandiosa", destinada a convocar a un Congreso
Internacional americano para arreglar todos los problemas de límites en el
hemisferio.
Con el curso de los acontecimientos navales, ha mejorado la opinión del señor De
Vorges sobre los marinos peruanos y no escatima sus elogios al Almirante Grau. En
cambio, estima "insuficiente" la habilidad del Almirante chileno Williams Rebolledo.
"Se ha producido el hecho —escribe— que los oficiales peruanos se han
demostrado capaces y los oficiales chilenos muy insuficientes".
En cambio, no ha variado su opinión sobre los bolivianos. Haciéndose eco de
dificultades que habrían surgido entre los Presidentes Daza y Prado, ambos en
campaña en el Sur, escribe al Ministro Waddington, a París: "No sé si la fidelidad
del General Daza siempre será segura y ni si su país le seguirá siempre en esta
fidelidad. Pero lo que sé es que si así no fuera, nadie podría extrañarse, dados el
carácter y el estado social de los bolivianos".
Se produce el combate de Angamos que el plenipotenciario francés narra con lujo
de detalles. Sus conclusiones son interesantes; "La pérdida del "Huáscar" ha sido
profundamente sentida en Lima. En efecto, ella significa que la guerra marítima ha
terminado. El Perú... no está en estado de mantenerse en el mar". Aunque habría
llegado el momento de firmar la paz, no se hace ilusiones. En el Perú "la pasión es
más fuerte que la razón", tanto es así que se envía una misión a Europa a "buscar
dinero, armas y buques.
"Los peruanos no ven la realidad y no se resignan a una paz que podría ser
honrosa ahora; pero que, después de un segundo éxito de los chilenos, deberá
costar sacrificios territoriales".
El Ministro sigue informando sobre el XXXXXXXXXXXXXXXX
daderos "salvajes". El Cónsul inglés en Mollendo habría informado que los
chilenos, al saquear la aduana, se emborracharon con el alcohol que allí
encontraron y se dispersaron por la ciudad. "No hubo manera de detenerlos,
saquearon las casas y las incendiaron". La inquietud de los extranjeros en Lima,
ante esas noticias, fue grande y el Ministro francés se hizo cargo de ella,
proponiendo a su Gobierno una gestión de los neutrales en Santiago para que se
reprimieran tales actos.
Prosiguen entretanto las conversaciones en el Cuerpo Diplomático para apresurar
la paz y evitar los horrores de la guerra que amenazan también a los neutrales.
Pero el Ministro de los Estados Unidos, según informa el 7 de abril, se niega a
actuar si los combatientes no solicitan la mediación, sobre todo si el Perú no la
desea.
IV. LA GUERRA SE APROXIMA A LIMA
Con gran temor de los neutrales, la guerra se acerca a la capital. El 14 de abril, la
flota chilena declara el bloqueo de El Callao y se prohibe el movimiento de los
barcos neutrales (franceses, ingleses, alemanes, estadounidenses e italianos) allí
fondeados. El temor de un bombardeo de la ciudad crece en Lima, en la cual viven
quince mil extranjeros, dueños de la mitad de la propiedad urbana.
El Ministro francés, que parece conocer al dedillo los principios del Derecho
Internacional, se queja de las violaciones que cometen los chilenos en la guerra,
aunque reconoce que los peruanos no son más correctos. En efecto, en una visita
personal al puerto de El Callao pudo ver "el Castillo de Villegas con la cruz de
Ginebra (la cruz roja) izada, mientras un batallón completo de soldados tenía
guarnición en el patio"..
El ambiente en el Cuerpo Diplomático europeo y entre los oficiales de las Marinas
de esos países sigue siendo, sin embargo, favorable a Chile, incluso en el Ministro
alemán, "a pesar de las protestas enfáticas de amistad (hacia los peruanos) en las
cuales éstos creen".
El 17 de mayo llega una noticia que conmueve a los diplomáticos: los chilenos
bloquean también el puerto de Ancón y dejan a los extranjeros sin comunicaciones
directas con el exterior.
Los acontecimientos se precipitan. El Ministro informa a París que los chilenos se
han apoderado de Tacna y han derrotado a los ejércitos aliados. Su descripción de
la batalla demuestra sus conocimiento del arte bélico. En Lima el pesimismo cunde.
"El Gobierno (peruano) hace los mayores esfuerzos para crear ilusiones sobre la
situación; pero la opinión de los neutrales, diplomáticos o marinos, es que el Perú
no tiene ya medios de resistencia en el Sur". "Lo más razonable sería, por lo tanto,
negociar la paz mientras Se tiene en Lima todavía un ejército intacto, muy
insuficiente' para expulsar a los chilenos del territorio, pero en estado de
detenerlos y de permitir, en consecuencia, una discusión de las condiciones (de
paz).
"Esto sería —agrega— lo que aconsejaría un patriota inteligente. Pero, por
desgracia, los intereses personales parecen dominar. Mucha gente aquí vive de la
guerra y el Jefe Supremo (Piérola) teme por su prestigio si confiesa su derrota".
El Ministro francés se había entrevistado con él unos días antes y habían
conversado de la posibilidad de concertar la paz. Piérola parecía aspirar a ella;
"pero esperaba entonces un éxito militar y es un desastre lo que se ha producido".
"Por lo demás, agrega el Ministro en su informe a De Freycinet, 2 es muy difícil
apreciar las verdaderas disposiciones de los peruanos, porque abundan la mayoría
de las veces en el sentido que pueda complacer a sus interlocutores".
Monsieur De Vorges informa sobre la batalla de Arica, que describe con mucha
exactitud. "El General Baquedano hizo atacar al amanecer. Los fuertes del Este
fueron tomados en algunos minutos y el "Morro", montículo que domina la bahía,
fue tomado con bayoneta calada.
Este acto honra mucho al General Baquedano.
En tres horas todo estuvo terminado...
La carnicería debe haber sido espantosa. De inmediato, el Ministro saca las
consecuencias diplomáticas de la acción militar.
"En esta situación, el Perú no tiene otra cosa que hacer sino negociar... Según todas
las posibilidades, la continuación de la guerra sólo puede representar una serie de
nuevas derrotas para sus tropas y de sufrimientos para la población".
El Cuerpo Diplomático Residente estima que ha llegado el momento de comunicar
sus impresiones al Gobierno peruano y nombra una comisión de tres Jefes de
Misión para entrevistarse con Piérola.
Entre ellos está el Ministro francés.
Pero la recepción es fría y Piérola "declaró claramente que no creía oportuno hacer
la paz" y que no deseaba que el Cuerpo Diplomático interviniera.
¿Qué esperanzas conserva el señor Piérola?, se pregunta Monsieur De Vorges.
¿Cuáles son sus planes? ¿Tal vez descender al Sur por los Andes y tomar por la
espalda a los chilenos? En este caso "si ha previsto todo y si logra éxito en tal

2
Charles de Freycinet ministro de Asuntos Exteriores en 1879-1880
empresa, será un genio. Pero, si fracasa, ¿qué otra cosa sería sino un visionario que
habría terminado por perder a su país?".
Las preocupaciones del Ministro aumentan con un informe del Comandante del
barco "Hussard" que estaba en la rada de Arica durante la toma del Morro.
De su lectura se desprende que los soldados chilenos mataban a los heridos y que
habrían saqueado Arica. "Sería útil que la prensa europea —aconseja al Ministro De
Freycinet— reproche a los chilenos estas actuaciones salvajes que los oficiales
parecen haber tolerado, cuando no las han incitado". "Por lo demás, agrega, tales
violencias son inútiles a los objetivos de la guerra. Los chilenos quieren terminarla
pronto intimidando a las poblaciones. Me temo que sólo van a conseguir
exasperarlas".
Pero pocos días más tarde, reconoce lealmente su error de apreciación.
"Debo reconocer que los chilenos conocen bien al Perú. Las crueldades y los
desórdenes que se han permitido cometer en Arica, han tenido el resultado
deseado. Lima está bajo el efecto de un pánico sin medida y quienes, hace quince
días, no querían oír hablar de ceder una pulgada del territorio, son ahora los más
ardientes partidarios de negociar. Este efecto es sobre todo visible en las clases
altas. Confieso que hubiera deseado, para honra del carácter peruano, que la
determinación de negociar fuese inspirada por una visión profunda de las
condiciones de la lucha y no por un derroche de miedo".
V. TEMORES POR LA SUERTE DE LIMA
Para el Ministro "la resistencia no es ya posible". ¿Qué pasará si los chilenos ocupan
Lima? No sólo el Cuerpo Diplomático se preocupa. También las colonias extranjeras
y la francesa piden barcos de guerra que las puedan proteger eventualmente.
Monsieur De Vorges transmite estas impresiones a su Gobierno; pero también lo
hace por carta particular al Barón de Courcel, Director de los Asuntos Políticos del
Quai d'Orsay. Le cuenta que el General Baquedano habría declarado que si sus
tropas entraban en Lima no podría responder del orden. El Gobierno de París no
puede olvidar que en Lima hay tres mil ciudadanos franceses con capitales
ascendentes a 125 millones de francos y que, tanto las personas como los bienes,
deben ser protegidos. Por eso, junto con aconsejar una gestión ante el Gobierno
chileno para obtener seguridades en caso de ocupación de Lima, solicita el envío
de una escuadra, Pocos días más tarde insiste en sus preocupaciones por la
situación política.
"Sería difícil dar —escribe— una idea exacta de las disposiciones en que se
encuentra el Gobierno de Lima. Tal vez no sabe ni él mismo lo que quiere hacer. El
señor Piérola, hombre inteligente, pero poco práctico, parece espantado de las
responsabilidades que él mismo ha asumido".
El propio Ministro de Relaciones Exteriores había manifestado al plenipotenciario
francés que estaba extrañado que los chilenos no hubiesen hecho proposiciones de
paz, a lo cual Monsieur De Vorges contestó ofreciendo sus buenos servicios; pero
el Canciller le manifestó que tales proposiciones debieran ser "espontáneas".
A pesar de estas aparentes buenas disposiciones en los altos círculos peruanos, el
Ministro francés se siente desconcertado, porque ve que, en realidad, el Gobierno
empuja a la guerra a la opinión pública con una "energía desesperada", habiendo
declarado el estado de sitio y la conscripción de todos los ciudadanos peruanos
entre los 17 y los 60 años.
Su mayor preocupación sigue siendo, sin embargo, la situación de los extranjeros
ante una posible ocupación de Lima por las tropas chilenas, sobre todo porque el
Gobierno ha puesto dificultades para la evacuación de los neutrales, tal vez con el
ánimo de conservarlos para servir, más tarde, de rehenes. En nueva carta privada al
Barón de Courcel, le expresa sus temores de un saqueo general que, seguramente,
comenzaría por los italianos, a quienes los chilenos "detestan".
Para evitar desmanes, sugiere que el Gobierno francés haga una gestión en
Santiago destinada a evitar que las tropas entren en masa. A su entender, ella
debería ser hecha en términos enérgicos ya que, según sus informaciones, "los
chilenos se sienten muy fuertes y no escucharán simples observaciones".
Informa al Quai d'Orsay que existe mucho temor en el Perú debido a los
desórdenes provocados por las tropas chilenas en Tacna que, por lo demás, no
parecen fundados. Localmente escribe el 12 de julio: "En lo que se refiere a los
otros ataques (de las tropas chilenas) contra particulares o consulados neutrales,
todo lo que he visto hasta ahora ha quedado desvirtuado cuando se han realizado
investigaciones serias". Pero no hay que olvidar que el Ejército chileno, que tenía
3.000 hombres en tiempo de paz, habría llegado a 30. 000 soldados y para ello se
había tenido que enrolar "a todos los vagabundos y a los campesinos medio
salvajes (sic), tan numerosos en Chile". Por ello, "si el saqueo de Lima comienza, a
menos que se haga en forma metódica, y si V. E. permite la expresión —a la
prusiana— temo que deberemos enfrentarnos a desgracias y a pérdidas muy
considerables". La misma impresión tendría el Ministro inglés, St. John, quien había
escrito a Londres "que esperaba se produjeran escenas terribles en Lima".
Informa en seguida sobre los rumores que circulan de que el Gobierno peruano
estaría dispuesto a hacer volar con dinamita la ciudad, barrio por barrio.
Pero agrega: "Se dicen aquí muchas cosas que en definitiva no se hacen. Creo que
el pueblo de Lima prefiere la paz y ello se ha comprobado por la lentitud en
enrolarse. El pueblo es apático, las clases altas detestan al señor Piérola y quieren
que se comprometa hasta el fin, para que caiga en seguida ante la imposibilidad de
conservar el poder".
Pocos días más tarde informa a París que los esfuerzos del Gobierno por levantar la
moral han producido efectos y que la opinión pública cree todavía en la posibilidad
de un éxito militar. Pero su preocupación mayor, casi obsesiva, es la probable
entrada de las tropas chilenas a Lima y a ello contribuye una información de su
colega francés en Santiago, el Barón d'Avril. Este le ha prevenido, en efecto, que la
tropa chilena "está entusiasmada con la perspectiva del saqueo" de la capital
peruana. Temo, además, un bombardeo de Chorrillos, aun todo escribe al Quai
d'Orsay que "el Almirante Riveros, para quien sólo podemos tener frases de
alabanza desde que está a cargo del bloqueo, no ha estimado conveniente ordenar
este acto de represalia" por el hundimiento de un barco chileno frente al Callao.
En agosto, informa nuevamente que el Presidente Piérola ha abandonado las
tentativas de paz y parece decidido a continuar la guerra. "La gente que lo rodea,
escribe, teme sobre todo que la paz provoque una revolución, que echaría por
tierra a los partidarios del régimen actual antes que haya tenido el tiempo
necesario para hacer fortuna".
Existe en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia un
borrador de respuesta al Ministro en Lima, que tiene fecha 28 de agosto de 1880, y
en que le comunica que el Barón d'Avril recibió instrucciones de hacer gestiones en
Santiago para impedir desórdenes si las tropas chilenas ocuparan la capital
peruana. En dicho borrador se llama la atención sobre el hecho de que es
indispensable que los ciudadanos neutrales se conduzcan en el Perú como tales y
permanezcan alejados del conflicto.
"Sería difícil, en efecto, dice, que reivindicáramos los derechos de los neutrales si
las obligaciones correspondientes no hubieran sido escrupulosamente cumplidas".

VI. NUEVAS GESTIONES PACIFICADORAS


A mediados de agosto, los representes diplomáticos de Francia, Inglaterra e Italia,
reciben noticias de sus colegas en Santiago de que Chile se demuestra dispuesto a
enviar un plenipotenciario al Perú si el Gobierno de Lima también lo hace y que las
condiciones de paz serían la cesión a Chile de todos los territorios al sur del río
Camarones, sin reclamar indemnización de guerra.
De inmediato los Ministros de Francia, Inglaterra y de Italia solicitan audiencia al
Jefe del Estado, quien les manifiesta su buena disposición para designar un
plenipotenciario, pero con la condición de que no hubiese cesión territorial, sobre
todo a título definitivo.
Por su parte, el francés no se hace muchas ilusiones sobre el éxito de una gestión
después de oír al Presidente del Perú:
"Esta esperanza (de paz) es bien débil porque yo no puedo menos de esperar que
Chile va a exigir que las condiciones de paz sean fijadas de antemano", condiciones
que el propio Ministro francés considera "moderadas". Antes de partir, los tres
diplomáticos entregaron al Presidente Piérola un memorándum que dice:
"Resultado de las gestiones hechas en Santiago por los representantes de varias
potencias, que si el Gobierno del Perú estimase oportuno entrar en negociaciones,
podría celebrarse la paz en las siguientes condiciones:
"Chile conservaría bajo su completa soberanía los territorios bolivianos y peruanos
que ocupa al sur del río Camarones y, por consiguiente, Tacna y Arica serían
devueltos. Esta extensión del territorio no sería estipulada a título de conquista,
sino como compensación por los gastos de guerra y por las pérdidas sufridas por
los ciudadanos chilenos en el territorio de las dos Repúblicas, tal como sucedió
entre Rusia y Turquía cuando la cesión de Dobrudja, Patoum y Kars.
"Por su parte, el Gobierno de Chile se comprometería a conceder a Bolivia la
franquicia y la libertad de tránsito por sus puertos situados entre la desembocadura
del río Loa y el 24º de latitud sur y sobre las rutas que terminan en estos puertos y
los unan con los territorios bolivianos.
Las negociaciones para la paz comenzarían por iniciativa del Cuerpo Diplomático
en Lima y en Santiago. Después de la aceptación por ambos Gobiernos, cada uno
de ellos designaría un plenipotenciario con los poderes necesarios para firmar un
armisticio primero y, después, la paz. El primer encuentro entre plenipotenciarios se
efectuaría a bordo de un buque neutral en Callao. "Junto con informar a su
Gobierno de esta gestión, el Ministro francés comunica que su colega
norteamericano en Lima, señor Christiancy, ha partido a Santiago para tratar de
mediar en el conflicto.
Le desea éxito, pero no deja de notar, con amargura, la tendencia de los Estados
Unidos "a obrar siempre por separado". Según sus informaciones, Christiancy
habría ido a pedir a los chilenos que no realizarán conquistas territoriales porque
ellas "alterarían el equilibrio de las potencias en América". "Este lenguaje, dice el
francés, me parece bien singular por parte de una potencia que se ha apoderado
de los dos tercios de México".
Pocos días más tarde, los Ministros de Italia, de Francia y de Inglaterra reciben de
sus colegas en Santiago noticias de que Chile ha aceptado la mediación de los
Estados Unidos. El francés se queda perplejo y le parece extraño que los chilenos
no insistan en sus conquistas territoriales, Según sus informaciones, no estarían sin
embargo dispuestos a detener las operaciones militares hasta no saber de manera
positiva y clara que el Gobierno del Perú ha aceptado las bases propuestas por el
señor Christiancy. A última hora, y como un post scriptum a su informe, el señor De
Vorges comunica que acaba de saber diversas noticias contradictorias. Una, que
Chile exigiría la entrega de Tarapacá, una indemnización y la devolución de los
barcos chilenos en poder de los peruanos. La segunda, de que Christiancy se limitó
a ofrecer su mediación a los chilenos, pero sin establecer ninguna condición previa.
Una semana más tarde el Ministro francés avisa al Quai d'Orsay que el Perú y
Bolivia han aceptado también la mediación de los Estados Unidos, quedando
entendido que cada parte queda en libertad para proponer los arreglos más
convenientes. Se queja, al mismo tiempo, de la intromisión de Washington que
hizo fracasar la gestión tripartita de los países europeos, siendo que ésta era
anterior: "Ha quedado demostrado que los americanos, por un procedimiento
difícil de calificar, se han aprovechado de nuestra confianza para apoderarse, de
paso, de una negociación que tenía casi asegurado su éxito, puesto que el Ministro
de Italia en Santiago no trepida en decir que todo caminaba bien sin la
intervención americana".
El 24 de septiembre, el mismo día que en Francia asumía el Ministerio de
Relaciones Exteriores el señor Barthélémy de Saint-Hilaire, el Ministro estima que
los peruanos no han tomado muy en serio la mediación aunque ella pudiera poner
término "a una guerra tan atroz".
Sin embargo, el Ministro cree que la mediación de Estados Unidos no progresará,
ya que el Perú no aceptaría ninguna cesión territorial y habría aconsejado a Bolivia
que tampoco cediera su litoral. Sin embargo, "sin cesión de territorios, la paz es
completamente imposible". Además, "la opinión y el pueblo chilenos son muy
hostiles a la paz. Ellos quieren de todas maneras llegar a Lima y humillar al
enemigo". Por el lado peruano, "tengo dificultades en creer en la sinceridad del
Gobierno". En efecto, la prensa controlada sigue partidaria de la guerra. Además
"aquí se dice, que el señor de Piérola se habría sentido envalentonado por el rumor
del nombramiento del General Roca como Presidente de la República en Buenos
Aires. Este General es conocido como muy hostil a los chilenos".
¿Cuáles son las instrucciones de los plenipotenciarios peruanos para las
negocaciones que deben realizarse en Arica?
El Ministro francés cree saber que ellas consistirían en llegar hasta la cesión
temporal de Tarapacá como garantía del pago de una indemnización de guerra, la
que sería cancelada con los propios ingresos de esa provincia.
A este respecto, en un postscriptum a su nota, el Ministro De Vorges comunica la
siguiente información al Quai d'Orsay: "Entre las combinaciones de que se habla,
existiría ésta: los Estados Unidos pagarían cincuenta millones de pesos a Chile
como indemnización de guerra y explotarían Tarapacá hasta recuperar esta suma.
Esto significaría que los americanos se instalan en América del Sur".
Respecto de las gestiones de los Estados Unidos, el Quai d'Orsay tiene una visión
distinta de la del plenipotenciario en Lima. En efecto, el Ministro de Relaciones
Exteriores le dice : "Si no tenemos efectivamente que expresar ningún juicio sobre
las consideraciones que puedan llevar al Perú a reivindicar hasta los últimos
extremos la integridad de su territorio, no es conveniente tampoco que ofrezcamos
una mediación que nadie nos ha pedido". Francia, que busca sobre todo la paz, no
lamenta el éxito que hayan podido tener los Estados Unidos y "no debemos hacer
nada que pueda perturbar la labor emprendida por el Gobierno Federal. La única
preocupación de Francia es que el interés general prime sobre toda otra
consideración".
VII. CONFERENCIAS DEL "LACKAWANNA"
Como es sabido, los plenipotenciarios de los tres países beligerantes iniciaron
conversaciones el 22 de octubre en el buque americano "Lackawanna" en la rada
de Arica. Ellas se prolongaron hasta el día 27.
Chile estuvo respresentado por los señores Eulogio Altamirano, Eusebio Lillo y José
Francisco Vergara. Bolivia, por don Mariano Baptista. El Perú por don Aurelio García
y García y don Antonio Arenas. Para prestar sus buenos oficios se encontraban
presentes los señores Thomas A. Osborn, Isaac Christiancy y el General Charles
Adams, Ministros de los Estados Unidos en Santiago, Lima y La Paz,
respectivamente.
Según el Ministro De Vorges, el Perú estaba dispuesto a pagar una indemnización
de 70 millones de pesos y para ello habría suscrito un acuerdo secreto con una
compañía norteamericana, para la explotación de Tarapacá; pero Chile puso las
siguientes condiciones de paz:
1) Cesión de los territorios al sur de la Quebrada de Camarones;
2) Pago solidario por el Perú y Bolivia de 20 millones de pesos como indemnización de guerra, de
los cuales 4 millones al contado;
3) Devolución de las propiedades pertenecientes a chilenos requisadas por el Perú y Bolivia;
4) Devolución del "Rimac";
5) Abrogación del Tratado secreto de 1873 y de todo intento de confederación entre Perú y
Bolivia;
6) Retención por Chile de Moquehua, Tacna y Arica mientras se cumplen las condiciones
anteriores, y
7) El Perú se obliga a no artillar el Puerto de Arica cuando le sea devuelto.

Los peruanos se negaron a aceptar ninguna cesión territorial y pidieron, en cambio,


el arbitraje de los Estados Unidos para las demás peticiones chilenas.
En vista de esta situación, las conversaciones se dieron por terminadas después de
tres reuniones.
Junto con dar cuenta de la conferencia a su Gobierno, el Ministro francés informa
que el Presidente Piérola estaría inquieto por su fracaso y habría hecho
insinuaciones discretas al Ministro de Inglaterra en Lima para hacer revivir la
gestión europea de mediación. Pero el Ministro inglés. St. John, "respondió, en su
nombre y en el nuestro que nosotros no intervendríamos sino cuando tuviésemos
en nuestro poder un documento auténtico en que se dejase testimonio de la
decisión de ceder Tarapacá. Sin esta condición, en efecto, no se puede tentar
ninguna gestión con posibilidades de éxito".
Sobre las negociaciones de Arica, el Ministro transmite sus impresiones a París.
Expresa que no comprende el criterio sustentado por el Perú de que las
condiciones puestas por los chilenos debían ser rechazadas y que para el Gobierno
de Lima su aceptación hubiese significado "un vergonzoso suicidio". Comentando
una circular peruana sobre las negociaciones, escribe: "El señor Calderón 3 sólo

3
García Calderón, Ministro de Relaciones Exteriores del Perú.
olvida un punto, pero que es esencial: no se trataba en Arica de discutir
pretensiones más o menos fundadas, sino de hacer pagar por el vencido las
indemnizaciones a las cuales el vencedor cree tener derecho". "Desde el punto de
vista del derecho de guerra" —agrega— "las exigencias de los chilenos son
ciertamente considerables. Pero yo no creo que ellas vayan más allá de los usos
acostumbrados en tales casos. Habrían podido ser más generosos y creo que lo
hubiesen sido si los peruanos hubieran admitido la cesión de territorios; pero no
creo que se les pueda acusar de haber empleado un rigor desacostumbrado".
"La verdad de la situación, agrega el Ministro, es que, bajo pretexto de salvar
Tarapacá, el Gobierno está exponiendo a Lima, es decir, al centro de la vitalidad del
Perú. Para evitarse una derrota de amor propio y una pérdida de territorios se está
exponiendo a una desorganización de la nación peruana. Yo deseo naturalmente
que el éxito de las armas peruanas justifique la inflexibilidad de su actitud porque
nada tenemos que ganar con una victoria de los chilenos. Pero, ¿cómo alimentar
una esperanza seria cuando los propios peruanos más conocedores de la situación
no parecen tenerla ellos mismos?"
VIII. NUEVOS TEMORES POR LA OCUPACIÓN DE LIMA
El Ministro francés sigue entretanto preocupado de la amenaza que pesa sore la
capital por la entrada posible de las tropas chilenas y sus consecuencias sobre las
propiedades privadas extranjeras.
"Vuestra Excelencia notará, le dice al Ministro de Relaciones de Francia, que los
chilenos continúan, desde el comienzo de la guerra, con su sistema de atacar a la
propiedad privada, pero acentuándolo cada día más, sin dejarse impresionar por
las variadas observaciones que les han sido dirigidas".
El Ministro francés acompaña la traducción de una carta de Lynch a un ciudadano
peruano, don Dionisio Derteano, en la cual le comunica que se le ha fijado una
contribución de guerra de cien mil pesos en plata, a su ingenio de Palo Seco, en
Chimbote. "Si Ud. no responde de inmediato dando las órdenes respectivas a su
enviado a fin de que pague la contribución señalada, dice Lynch, me veré obligado
a destruir completamente su ingenio".
En el original del oficio dirigido por el señor De Vorges, existe una anotación del
Canciller francés ordenando que se proteste en Santiago y "se denuncie allí esta
abominable manera de conducir la guerra".
Una semana más tarde, el Ministro vuelve a expresar su condena a los
procedimientos chilenos, quienes en ese momento "devastaban el valle de Trujillo".
A su juicio, "las contribuciones exigidas eran sólo un pretexto y la destrucción, el
objetivo".
Además, para vengar el hundimiento de la "Covadonga", el Almirante Riveros
exigió que le fueran entregados dos buques peruanos. En caso contrario, ordenaría
bombardear a Chancay, Ancón y Chorrillos. Como el Gobierno peruano contestara
por la negativa a esta notificación "insólita", el Almirante Riveros dio aviso al
Cuerpo Diplomático de sus intenciones. A pesar de las protestas de los
representantes neutrales, los tres puertos citados fueron bombardeados. El
Ministro consideraba que esta actitud chilena obedecía al deseo a presionar al Perú
para que otorgara cesiones territoriales; pero, por el contrario, sólo conseguía
afirmar al Gobierno peruano.
Al juzgar en ésta y en otras oportunidades la conducta de las tropas chilenas, el
Ministro parece olvidar la forma en que su compatriota Napoleón I, había
conducido la guerra en Europa y los desmanes a que había asistido el Viejo
Continente en los numerosos conflictos bélicos producidos en el siglo XIX.
Preocupado por los atentados contra la propiedad privada, el Plenipotenciario
francés, constata que "todos los días perdemos influencia al permitir que la guerra
prosiga en estas condiciones. Ya los peruanos han tenido siempre la idea que
debían ser ayudados... Pero no es posible disimular hoy que Chile emplea
procedimientos que no serían tolerados si los emplease una pequeña potencia
europea".
Seguramente, el Ministro se pregunta si la inacción francesa no es perjudicial para
el prestigio de su país, ya que los Estado del Pacífico se dan cuenta de que no
pueden contar con Francia. Esta inacción contrasta con la acción desplegada por
los Estados Unidos que, sin embargo, tienen menos influencia en Sud América.
Pero lo que más preocupa al señor De Vorges es lo que sucederá si la guerra llega
hasta Lima. Divisa un peligro no sólo por parte de las tropas chilenas, sino que
también por parte de los propios peruanos quienes "cuando más sufren, más ven
aumentado su resentimiento contra los extranjeros".
A medida que el tiempo pasa, esta ansiedad se transforma en obsesión. En nota del
26 de noviembre, escribe al Quai d'Orsay: "Se teme (en Lima) tanto la brutalidad de
los chilenos como las locas tentativas de defensa que pudieran ser realizadas en la
misma ciudad, ya sea por el Gobierno, ya sea por algunos exaltados".
Sin embargo, agrega: "No creo mucho en estas locuras, porque he visto siempre a
los peruanos muy valientes sólo en palabras. Pero también es cierto que bastarían
algunos locos para que cayeran sobre esta ciudad las más tremendas desgracias".
También le preocupa la moral de las tropas peruanas que deja que desear. Le
consta positivamente, además, que algunos Jefes militares han tratado de obtener
desde ya un asilo en los barcos extranjeros que se encuentran en la rada del Callao.
"Sin embargo, agrega, el Gobierno aparenta estar seguro del éxito".
El Ministro se queja de que todavía no haya llegado la Escuadra francesa para
unirse a la de los demás países neutrales y estar en situación de proteger a sus
compatriotas cuando se efectúe la batalla de Lima, cuyo desenlace se aproxima.
"Nuestra mayor seguridad residiría en la presencia de la Escuadra puesto que no
debemos equivocarnos; si la aristocracia chilena conoce y comprende hasta cierto
punto los deberes del estado de guerra, ella conduce al combate a poblaciones
violentas y brutales". ¡Qué hubiese escrito Monsieur De Vorges si Dios le hubiese
dado vida para presenciar los horrores de la Segunda Guerra Mundial!
El año 1881 se anuncia plagado de peligros.
"La guerra chileno-peruana —escribe al Quaid'Orsay el 2 de enero, el Ministro en
Lima— se acerca evidentemente a una crisis suprema, pero el resultado se hace
esperar todavía". Las tropas del General Baquedano se encuentran, en efecto, en las
puertas de Lima. A juicio del Ministro y de los "espectadores imparciales" estas
tropas tienen más posibilidades de éxito; pero los peruanos pueden oponer todavía
una defensa seria para evitar la ocupación de Lima.
Ante el temor de una entrada violenta de los chilenos a Lima y siguiendo los
consejos de los Ministros neutrales en Santiago, el Decano del Cuerpo Diplomático
decide ponerse en contacto con el General Baquedano para pedirle protección
para los ciudadanos y bienes extranjeros.
Recibe una "respuesta evasiva, casi amenazadora". El Comandante en Jefe chileno
se limita, en efecto, a expresar que tratará de evitar perjuicios a los neutrales; pero,
que si Lima es tomada por la fuerza, sus habitantes deberán soportar las
consecuencias.
El Cuerpo Diplomático, según el Ministro francés, comparte sus temores, y tiene el
convencimiento de que los chilenos están decididos a] saqueo sin que la oficialidad
busque impedirlo. "A pesar de la firmeza que demostramos, temo que vamos a ser
los testigos de escenas deplorables", escribe a su Ministro. Además, la Escuadra
francesa no da señales de vida. Lo peor es que tiene también temor de los
peruanos quienes "culpan a los extranjeros de todo lo que les sucede y de las
consecuencias de sus propias faltas".
Tanto es así, que el Gobierno de Lima ha impedido la comunicación directa entre el
Cuerpo Diplomático y los barcos surtos en El Callao. La comunicación debe hacerse
por Ancón y toma más de 24 horas.
A este estado de ánimo, muy cercano al miedo, debe atribuirse esta otra expresión
del señor De Vorges: "En esta situación nos encontramos, señor Ministro, y yo me
permitiría agregar que nos enfrentamos a pueblos inmaduros y revoltosos para
quienes el derecho no es nada, sobre todo en crisis de esta envergadura, a pueblos
que se dejan llevar por sus pasiones y las siguen con testarudez...
Unos días más tarde, el Ministro expresa que se ha vuelto a hablar de una posible
mediación; pero que él no la cree posible, ya que se saben cuáles son las
condiciones mínimas chilenas y que e] Perú no las acepta. ¿Para qué entonces
tentar una gestión sin posibilidades de éxito?
Entretanto, sin embargo, el Embajador inglés en París, hacía gestiones para revivir
esa mediación. El Quai d'Orsay las aceptó; pero no así otras Cancillerías europeas
consultadas. "Los Estados Unidos parecen haber dado a entender que verían con
disgusto una ingerencia de las potencias europeas en los asuntos del Continente
Americano", dice el Ministro Saint-Hilaire a Monsieur De Vorges. A pesar de ello, lo
autoriza para actuar, en el momento oportuno, en compañía de los representantes
de Inglaterra y de Italia.
Monsieur De Vorges sigue preocupado con la situación en que se encuentran los
barcos de las potencias neutrales y da cuenta al Quai d'Orsay que ha hecho un
reclamo al Canciller peruano Calderón, habiendo recibido una respuesta "poco
amable". "Creo, le dice, que esta falta de cortesía debe atribuirse a las sospechas
que pesan sobre la actitud de la Escuadra (neutral). Las gentes de aquí, muy poco
delicadas e ignorantes del sentido del honor que poseen los Cuerpos Militares
europeos (sic), se han imaginado, sin ninguna base, que la flota neutral debe ser un
centro de espionaje para el enemigo. Se sospecha sobre todo de los ingleses
porque se les sabe bastante simpáticos a la causa chilena".
IX. OCUPACIÓN DE LIMA
En un largo informe del 19 de enero, el Ministro proporciona interesantes detalles
sobre las batallas de Chorrillos y Miraflores. Los combates comenzaron
sorpresivamente el 13 de enero, a las 4 de la mañana en Chorrillos y la batalla
terminó hacia las 3 de la tarde. A su juicio, las fuerzas peruanas mostraron falta de
solidez y carecieron, en forma total de dirección. "El señor Piérola erraba en el
campo de batalla sin dar orden alguna".
Los peruanos se retiran con los restos del ejército a las fortificaciones preparadas
en Miraflores.
Al día siguiente, 14, el General Baquedano ha enviado parlamentarios a Piérola
preguntándole si está dispuesto a tratar. "El señor Piérola tomó pretexto de ello
para invitar al Cuerpo Diplomático a intervenir ante los chilenos. Nosotros no
podíamos negarnos a ello", escribe el Ministro. Se designa entonces una comisión
formada por el Ministro de El Salvador, Decano del Cuerpo Diplomático, y los
Ministros de Inglaterra y de Francia, quienes se entrevistan primero con Piérola y
en seguida piden una audiencia al General Baquedano. Este los recibe el día 15 a
las 7 de la mañana, en compañía de los señores Vergara, Altamirano, Lira
(Secretario del General en Jefe) y el ex Ministro en Perú, Godoy.
La conversación dura dos horas en un ambiente, "a la vez, amistoso y seco". Los
chilenos, al comienzo, piden como condición previa la rendición de Lima y del
Callao. El Ministro francés sostiene que la gestión que se les ha encomendado es
una gestión de paz; pero Baquedano contesta que no tiene poderes para discutirla
mientras Lima no se haya rendido.
El Ministro De Vorges lo conjura entonces a facilitar la firma de la paz y que no se
exponga a entrar en Lima con fuerzas no seguras y que podrían deshonrar a su
ejército.
Finalmente, los chilenos repiten las condiciones de paz de Arica, pero con una
indemnización de guerra seguramente superior.
Al término de la entrevista, el General les declara a los tres diplomáticos que si sus
condiciones son rechazadas, atacará ese mismo día a las dos de la tarde.
Pero los neutrales obtienen que el plazo sea prolongado hasta medianoche.
Regresan los Ministros al Cuartel General de Piérola, quien los esperaba en
compañía del Jefe de la Escuadra inglesa y del Almirante francés Du Petit-Thouars
(el marino francés acababa de llegar, finalmente y para tranquilidad del Ministro,
cuatro días antes, en su buque insignia "La Victorieuse"). Los diplomaticos insisten
ante Piérola en la necesidad de suspender las operaciones militares que no se
justifican. Aunque encuentran buena disposición, deciden regresar a Lima y volver a
las dos de la tarde con el Cuerpo Diplomático completo "para ejercitar una última
acción sobre el señor Piérola".
De nuevo en el Cuartel General peruano, esperan los diplomáticos que el Jefe del
Gobierno termine de almorzar, cuando se rompe la tregua y se reanuda
sorpresivamente la batalla. Piérola parte y abandona a los aterrorizados
diplomáticos en medio de una lluvia de balas y de obuses. "Debimos retirarnos
precipitadamente, escribe el Ministro francés a su Gobierno, errando a través de los
campos durante una hora, expuestos a las granadas que caían en todas partes".
Finalmente, regresan a Lima, a pie: "varios de mis compañeros, menos
acostumbrados que yo a caminar, se han sentido mal durante varios días".
¿Quién rompió la tregua? "Hoy se sabe, dice el Ministro, que fueron los peruanos".
Parece existir, en efecto, una carta de Piérola invitando al Prefecto del Callao, señor
Astete, a presenciar la derrota chilena, escrita en la mañana misma, es decir, en
plena tregua.
Monsieur De Vorges, temeroso de que a raíz de este hecho se produzca el saqueo
de Lima, se dirige en compañía del Ministro St. John y de los dos Almirantes, "que
no nos dejaron solos ni un momento durante esta crisis", al Palacio Presidencial en
busca de Piérola, quién ha regresado, entretanto, a Lima, totalmente derrotado.
En el Palacio el desorden es completo.
El Ministro inglés divisa al Canciller García Calderón; pero éste, con el pretexto de
consultar al Presidente, se va a comer o a esconderse". Es imposible encontrarlo. En
cuanto al Presidente, ha desaparecido. Logran finalmente ubicar al Alcalde de Lima,
Torrico, y se ponen de acuerdo con él para la rendición de la capital. Los
diplomáticos envían, cada uno, a un oficial de su nacionalidad a anunciar la
rendición a Baquedano.
El 16, en la mañana temprano, regresan los oficiales con una carta del Comandante
en Jefe chileno, quien se queja de la ruptura de la tregua y amenaza con
bombardear Lima si no se produce una rendición incondicional.
A las 10 A. M. parten nuevamente a Miraflores el Alcalde Torrico, los Ministros de
Francia e Inglaterra, los dos Almirantes y el jefe de la Escuadra italiana.
Logran visitar a Baquedano sólo a las dos de la tarde y se produce la rendición de
la capital. "Torrico, con gran dignidad, anunció la rendición de la ciudad ante
nosotros. Fue aceptada en forma amable". El General Baquedano prometió enviar a
Lima, durante los primeros días, sólo tropa de línea.
Mientras llegan las fuerzas de ocupación, y a petición del Ministro francés,
Baquedano aceptó que las guardias de los países neutrales continuasen su servicio
de policía.
"Así, todo lo que habíamos pedido antes en materia de garantías se obtenía ahora.
Lima estaba salvada".
El Ministro francés obtiene también que las fuerzas chilenas posterguen su entrada
a la capital por 24 horas, para dar tiempo a que la policía extranjera desarme al
Ejército peruano en desbande Pero, al regresar a Lima, los diplomáticos se dan
cuenta de su error. La ciudad está repleta de "una multitud de energúmenos" que
el Prefecto Astete había traído del Callao. "En la noche, los dispros se sienten en
toda la ciudad; hacia la medianoche, bandas dispersas de soldados, de negros de
mujeres del pueblo, alumbran incendios en numerosos sitios y comienzan el
saqueo".
Este saqueo, tan temido por el Ministro, se produce, pues, no debido a la entrada
de las tropas chilenas, sino porque éstas habían retardado la ocupación a petición
de los neutrales.
Finalmente, la guardia neutral logra dominar en la mañana del 17 a los revoltosos
y, a las 4 de la tarde, las tropas chilenas hacen su entrada "en el mayor orden".
"Ningún incidente perturbó esta ceremonia tan triste para los vencidos. El General
Saavedra, designado Gobernador, declaró en público al Alcalde que respondía de
las personas y de las propiedades".
El Ministro francés se felicita de la forma en que se han producido los hechos y de
la actuación que, tanto él como su colega inglés, han tenido para evitar les
desórdenes. Recordando la participación del representante de los Estados Unidos
en las negociaciones fracasadas de mediación y la ninguna intervención que le ha
correspondido en los recientes acontecimientos, escribe que los europeos han
tomado "una revancha bastante buena de la irrupción brusca e ineficaz de la
mediación americana en Arica".
En El Callao la situación fue similar a la de Lima. Pero allí, "todas las escenas de
desorden y de saqueo producto de los fugitivos, tuvieron mayor duración, ya que
la acción de la guardia extranjera fue menos rápida. Los chilenos sólo entraron al
Callao el día 18 y su conducta no mereció reparos. El Ministro inglés y yo insistimos
con firmeza ante el Estado Mayor chileno para que el muelle dársena fuese
respetado y se nos dio la seguridad de que no se le destruiría. "Algunos días más
tarde, el Ministro escribe a su jefe, Barthélémy Saint-Hilaire : "Desde hace ocho días
que los chilenos llegaron a Lima. La ciudad está muy tranquila y el pequeño
número de abusos cometidos por los soldados no vale la pena de ser comentado".
Así, los hechos mismos se habían encargado de demostrar cuan vanos e
infundados eran los temores del señor De Vorges. Los "salvajes" habían actuado
como civilizados, las tropas chilenas habían ocupado una capital con mayor
disciplina que muchos ejércitos de la vieja Europa, el Derecho de Gentes había sido
respetado y los extranjeros, cuya integridad tanto preocupaba al Ministro francés,
no tenían quejas que formular ni por sus bienes ni por sus personas.
Monsieur De Vorges podía estar en este sentido tranquilo. Los principios del
Derecho Internacional estaban incólumes, más incólumes que en Túnez, cuya
invasión las tropas francesas realizaban en aquellos mismos momentos con gran
aplauso, por lo demás, del plenipotenciario en Lima.
X. EL ALMIRANTE DU PETIT THOUARS
Ya se ha aludido, de paso, a la actuación del Almirante Abel Bergasse Du Petit-
Thouars, Comandante de la flota francesa en el Pacífico.
Algunos historiadores peruanos sostienen que fue el salvador de Lima ya que
habría amenazado con sus cañones a las tropas chilenas en el caso de que la
capital peruana fuese destruida.
Aunque otros historiadores, como Jorge Basadre, atribuyen al Almirante un papel
más modesto, la tradición popular peruana liga su nombre a la integridad de Lima
y la ciudad de los Reyes le ha erigido una estatua y ha dedicado a su recuerdo una
de sus importantes avenidas.
Hemos visto el modesto papel que el Ministro De Vorges atribuye a la acción de
Du Petit-Thouars en los acontecimientos de enero de 1881 y que contradice tales
afirmaciones. Es interesante anotar que el propio Almirante, en su correspondencia
con el Ministro de Marina y Colonias de Francia, destruye de antemano el mito que
se iba a crear y concede mucha mayor importancia a la actuación del Ministro
francés que a la suya propia.
En carta de 11 de enero de 1881, informa a su Ministro en París de la posibilidad de
que se trabe una batalla en Chorrillos y su opinión sobre el Dictador peruano no es
favorable. "Piérola es aquí todo" —escribe— "y no tiene mayor experiencia militar
que la escasa que ha demostrado como administrador y financista. Es dable creer,
por lo tanto, que no será capaz de sacar partido de una guerra defensiva en su
propio terreno".
En otra carta, de 17 de febrero, va más lejos al describir las batallas de Chorrillos y
de Miraflores y acusa a Piérola de haberse preocupado excesivamente de su
seguridad personal. La incapacidad del Dictador es tildada de "loca y egoísta" y su
imprevisión "sobrepasa lo imaginable".
Compara en las siguientes palabras a ambos bandos en lucha: "Por una parte, un
Ejército (el chileno) vigoroso, con iniciativa, formado por hombres endurecidos en
las rudas labores de las minas y de la agricultura, aguerridos por numerosos
combates, electrizados por la posibilidad de un saqueo de Lima en el que piensan
desde hace meses, dirigidos por hombres independientes, la mayoría voluntarios
que han abandonado una profesión para hacer una guerra nacional.
Por otra parte (el Ejército peruano), un conjunto incoherente, indudablemente de
buena gente, sin instrucción militar, sobre todo sin Jefes, puesto que los oficiales
peruanos pasaban su tiempo paseándose ufanos en las ciudades y muy pocos
habían oído el ruido de una bala o conocían el manejo de un fusil".
Por lo demás, en todos sus informes expresa su admiración por las tropas chilenas
e inclusive excusa los excesos cometidos en Miraflores.
Por último, en nota de 19 de julio de 1881, el Almirante, que era muy celoso de su
rango y que ciertamente no era modesto para juzgar sus actuaciones, le escribe a
su Ministro: "Si la ciudad de Lima fue salvada del saqueo de los vagos y miserables
que se habían concentrado en sus alrededores, provenientes de todas partes, fue
porque se hizo sentir la acción de Francia en los momentos críticos". Esa "acción de
Francia" fue la de su representante, el Ministro en Lima, para quien el Almirantazgo
solicita su ascenso en la Legión de Honor.
Estos testimonios del propio Du Petit-Thouars desmienten, por lo tanto,
rotundamente, la versión de cualquier intervención de su parte en contra de los
chilenos.
XI. CONSTITUCIÓN DE UN GOBIERNO Y BUENOS OFICIOS
Si bien es cierto que la guerra parecía terminada con la ocupación de Lima, los
chilenos se encuentran frente a un grave problema: no existe autoridad peruana
con la cual tratar. Piérola se ha instalado a 15 leguas al Norte de Lima y, desde
Canta, ha comunicado al Decano del Cuerpo Diplomático que allí se encuentra la
Sede del Gobierno. "No sé si hay que tomar en serio este Decreto", escribe el
Ministro francés.
Se pregunta también si pretende seguir en el Poder el Jefe del Estado. Esta
perspectiva le llena de temor: "La ignorancia pretenciosa y movediza de este
personaje, su duplicidad, la necesidad en que se encontrará de apoyarse cada vez
más en la plebe contra las clases pudientes, pueden hacer temer los peores
abusos".
A todo esto, recibe "indirectamente" un encargo de Piérola. Se trata de que el
Ministro le obtenga un salvoconducto en su favor para venir a negociar. "Yo he
contestado, sin pronunciarme respecto a ese personaje, que mal podría intervenir
después del ultraje hecho a la Legación" (de Francia).
El 26 de enero, el Ministro francés recibe un cable de París, cifrado (hecho
excepcional), en que St. Hilaire le instruye para "facilitar mediante buenos oficios,
una pronta conclusión de la paz".
El origen de esta instrucción se encuentra en una gestión hecha por el Ministro del
Perú en París, Toribio Sanz, quien había entregado a St. Hilaire la copia de un
telegrama de Piérola en que le decía: "El Perú acepta con mucho gusto el arbitraje
(sic) de los Gobiernos francés e inglés; pero los Ministros (en Lima) no han recibido
instrucciones".
A ese telegrama, contesta De Vorges: "En lo que a la paz se refiere, V. E. ve que
todo tipo de buenos oficios es inútil mientras no exista un Gobierno con el cual
tratar".
Pero, pocos días más tarde, el propio Piérola gestiona desde Jauja, no ya un
arbitraje, sino que la mediación de los plenipotenciarios de Francia y de Inglaterra.
Monsieur De Vorges trepida, tanto porque Piérola, "mezcla de ilusión y de astucia",
le merece dudas, como porque no cree que una mediación sea aceptada por los
chilenos. Como buen jurista, estima que los buenos oficios serían más apropiados a
las circunstancias, con tal que el Dictador esté realmente dispuesto a una cesión
territorial que los chilenos no pueden dejar de reclamar. En este sentido le
responde a Irigoyen, el ex Canciller de Piérola, que actúa como su "recadero".
Pero, al Quai d'Orsay le expone sus dudas de que los chilenos deseen realmente
tratar con el Dictador; a su juicio preferirían hacerlo con un Gobierno civilista.
En efecto, apoyados indirectamente por Altamirano y Vergara, algunas
personalidades toman contacto con políticos influyentes y se buscan adhesiones
para la constitución de un Gobierno que contaría "con el apoyo de toda la alta
sociedad" y que estaría presidido por García Calderón, a quien el Ministro francés,
en su correspondencia, suprime invariablemente el primer apellido.
La personalidad del posible Presidente no convence a De Vorges. Le reconoce las
condiciones de un "hombre distinguido y de uno de los más hábiles financistas del
país"; pero, a su juicio, "no se impone lo suficiente en la opinión y le será difícil
luchar contra la popularidad que Piérola aún conserva, a pesar de los groseros
errores que ha cometido". Le preocupa también el apoyo unilateral que García
Calderón recibe de la clase más afortunada, "la más amenazada por las
contribuciones de guerra y sobre la cual más pesa el deseo de salvar su fortuna".
Ante nuevas instrucciones de París de ofrecer conjuntamente con los Ministros de
Inglaterra y de Italia los buenos oficios, el señor De Vorges objeta que los peruanos
no están preparados para aceptar la realidad. En efecto, "algunos se hacen las
ilusiones más extrañas acerca de las condiciones de paz", mientras otros confían en
que las hostilidades pueden continuar. Para estos últimos, aclara, "no se trata tanto
de vengar el honor nacional como de encontrar de nuevo oportunidades para
lanzarse a un saqueo que terminó demasiado pronto". Por último, hay un tercer
sector, más ingenuo, que "está preocupado de saber qué se les pedirá a los
chilenos" en cambio de la paz.
Es interesante anotar que el Gobierno francés no aclaró nunca el alcance de los
buenos oficios tripartitos y sólo les dio un objetivo de carácter muy general: la
celebración de la paz. En cambio, existe en los Archivos del Quai d'Orsay un
Memorándum del Embajador inglés, mucho más explícito sobre los alcances que el
Foreing Office daba a dicha gestión.
"El ofrecimiento de buenos oficios" —dice— "debe limitarse principalmente a
colocar a ambas partes en presencia, a facilitar la reanudación de la negociación
directa, a ayudar al encuentro de bases razonables. Una mediación formal no
podría ejercitarse, salvo que sea pedida por las partes".
En todo caso, los tres plenipotenciarios neutrales en Lima no hallan a quién ofrecer
sus buenos oficios. Al Gobierno de Piérola, que es el único legal y reconocido, y
con el cual las comunicaciones son cada vez más difíciles, sería inútil y contribuiría
sólo a mantenerlo en sus "imposibles ilusiones". Al Gobierno de García Calderón,
sería prematuro porque no ha podido formarse. Por último, Chile no parece
dispuesto a aceptarlos, justamente debido a la situación interna peruana. En efecto,
en Santiago, el Canciller Valderrama se ha limitado a manifestar a los Ministros de
Francia, de Inglaterra y de Italia que utilizaría esos buenos oficios cuando fuese
necesario.
Por ello, las instrucciones recibidas desde París demoran en ser cumplidas. Pero a
comienzos de junio, Monsieur De Vorges tiene noticias que los Estados Unidos
estarían dispuestos a mediar aisladamente.
De inmediato se precipita donde don Joaquín Godoy, quien acababa de llegar
providencialmente a Lima. La conversación le deja, sin embargo, la impresión muy
clara que los chilenos desean ganar tiempo y no están apresurados en negociar.
Ello se debe —escribe al Quai d'Orsay— a dos posibilidades: los chilenos "quieren
realmente instalarse en el Perú, o prefieren tratar sin nuestra intervención".
Algunos días más tarde, el propio García Calderón quien, aunque no reconocido,
tiene la ventaja de encontrarse en Lima, solicita una entrevista con los Ministros de
Francia, de Inglaterra y de Italia. El "Presidente" les recibe en compañía de su
Ministro de Relaciones Exteriores, Gálvez, y les informa que ha tomado contacto
con Godoy, quien estaría dispuesto a negociar personalmente con él los
preliminares de paz una vez que haya obtenido plenos poderes de un Congreso
que se trataba de reunir en Lima.
Les agrega que Godoy no ha aludido en ningún momento a los buenos oficios de
las tres potencias europeas y les solicita sus consejos. Los tres diplomáticos se
limitan a insinuarle que apresure la reunión del Congreso y trate con Godoy sólo
enseguida.
Después de muchas difícultades, el Congreso se reúne, el 13 de julio, en la única
casa que subsiste en Chorrillos. El Cuerpo Diplomático, aunque no tiene relaciones
oficiales con el Gobierno de García Calderón, decide asistir; pero, para salvar las
dificultades jurídicas, lo hace,.. en traje de calle y no viste sus uniformes.
Instalado ya legalmente el Gobierno civilista de Lima, son los italianos esta vez los
que tratan de apresurar el ofrecimiento de buenos oficios..
Pero las discusiones en el Congreso se prolongan, ya sea por temor a la
responsabilidad de negociar con los chilenos, ya sea por mantener la ilusión que no
habrá cesiones territoriales. El propio Presidente parece mayormente preocupado
por su próximo matrimonio, lo que induce a De Vorges a escribir a su Gobierno:
"Pensar en un matrimonio en esta situación, es una exacta pintura del carácter
superficial y despreocupado de los estadistas de este país".
En medio de indecisiones y de preocupaciones amorosas, llega a Lima un nuevo
Ministro de los Estados Unidos, Mr. Hurlbut, y los peruanos piensan que los va a
ayudar, en lo cual no se equivocan. El plenipotenciario americano no tarda, en
efecto, en dirigir una carta a los notables de Lima en la cual les expresa que los
"Estados Unidos se oponen fuertemente a toda división del Perú, salvo si el país
consintiera en ello con entera libertad".
En cambio —agrega— "los Estados Unidos opinan que Chile ha obtenido, como
resultado de la guerra, el derecho a una indemnización como cancelación de los
gastos que aquella le ha causado y creen que el Perú no puede rechazarla",
Finalmente, se produce el primer contacto oficial entre García Calderón y Godoy.
Para preparar el ambiente, los Ministros de Francia y de Inglaterra se entrevistan
con el diplomático chileno y le piden que no insista en que la negociación sea
llevada personalmente por el Presidente peruano. Sus argumentos valen la pena de
ser anotados. "Le aconsejamos al Ministro chileno que hiciera algunas concesiones
en un problema que era en sí mismo secundario, ya que, aún después de haber
reconocido al Gobierno provisional, Chile es dueño de aplastarlo en su calidad de
beligerante, si las condiciones del vencedor fueren rechazadas". ¡Curiosa manera,
en verdad, de iniciar los buenos oficios!
Pero la entrevista entre el Presidente y el diplomático chileno no da resultados.
De Vorges lo atribuye a la creencia de García Calderón en una ayuda do los Estados
Unidos a fin de evitar la cesión de territorios.
Con el objeto de verificar la veracidad de este apoyo, el Ministro francés visita a su
colega norteamericano, "personaje muy bien dotado en cuanto a imaginación",
quien le confirma que Chile no debe contar con una cesión de territorios por parte
del Perú.
XII. INTERVENCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS
No tarda en confirmarse la intervención del Ministro de los Estados Unidos, que
logra relegar a segundo plano, con gran desesperación de Monsieur De Vorges, el
ofrecimiento europeo de buenos oficios.
En efecto, el Ministro francés sabe por el propio García Calderón que se está
gestionando en París un empréstito de 6 millones de libras esterlinas que serían
entregadas a Chile con tal que no exija cesiones territoriales. Este empréstito sería
obtenido por intermedio del Credit Industriel con el apoyo de los Estados Unidos,
que recibirían en cambio el derecho de explotar las salitreras y el guano de
Tarapacá.
Tal negociación en que participa una sociedad francesa, se halla confirmada por un
informe del Encargado de Negocios de Francia en Washington, Mr. De Geofrey, al
Quai d'Orsay y por el representante del Credit Industriel en Lima.
El Ministro, que ignoraba todo de tal negociación y que la cree apoyada por su
Gobierno, lo pone, sin embargo, en guardia : "La Compañía debe tomar sus
precauciones, porque la buena fe, por lo que yo sé, no ha traspasado aún el
Océano Atlántico". Después de tal afirmación que ahora hace sonreír por la
experiencia que se tiene de la buena fe europea, el Ministro expone sus razones
para no creer en la negociación: "Los chilenos no cederán ciertamente ante
amistosas recomendaciones, ni aún ante peticiones formales".
Con razón, formula una pregunta a su superior en París: "¿Se puede acaso imponer
a los chilenos que han realizado tantos esfuerzos y han derramado tanta sangre,
una moderación de que los Estados Unidos no habrían ciertamente hecho gala en
semejantes circunstancias?" El Ministro Hurlbut continúa, entre tanto, en sus
gestiones y se entrevista con el Almirante Lynch, a quien entrega, el 25 de agosto,
un memorándum con los puntos de vista de los Estados Unidos. En dicha nota se
expresa, en resumen:
1) Que Washington no ve con favor el empleo del derecho de conquista, salvo como recurso
supremo y sólo en casos extremos;
2) Que no se explica la conquista territorial en el conflicto chileno-peruano, por no existir
previamente un problema fronterizo entre ambos países;
3) Que, en cambio, los Estados Unidos reconocen el derecho de Chile a reclamar una indemnización
y, en caso de no llegarse a un acuerdo sobre su monto, se debería recurrir al arbitraje;
4) Que los Estados Unidos estiman que Chile no debe pretender una cesión territorial antes que el
Perú se niegue a pagar una indemnización.

Tal manera de proceder por parte de Chile —agrega textualmente el memorándum


— sería mirada con marcado desagrado por los Estados Unidos, que consideran
que "nunca es sabio llevar a la desesperación a una nación vencida". ¡Qué hubiera
dicho Mr. Hurlbut si hubiese conocido las condiciones impuestas a Alemania en
1945!
Pero, fue más lejos en sus amenazas el Ministro norteamericano quien escribe en
su memorándum: Si Chile anexa, a pesar de todo, territorios peruanos, su actitud
"sería considerada, con toda justicia, por las demás naciones, como una prueba
evidente de agresión y de conquista con miras a agrandar su territorio".
Esta actitud del Ministro norteamericano tiene por lógico resultado un
endurecimiento de la actitud del Gobierno civilista.
De Vorges lo comunica a París y agrega: "Tengo razones para creer que se han
iniciado operaciones financieras y que los Jefes del Partido civilista, por este
motivo, quieren conservar el poder un tiempo más", a pesar de la desconfianza que
los chilenos les demuestran y las molestias que les ocasionan.
Las inquietudes del Ministro francés siguen en aumento respecto de tales
operaciones en que aparecen mezclados el Gobierno de Washington y la Societé
du Crédit Industriel, hasta que recibe una respuesta muy clara de su Gobierno. En
efecto, el 3 de octubre, el Ministro Barthélémy Saint-Hilaire le escribe desde París:
"Me apresuro en comunicarle que el Gobierno de la República no se ha mezclado
para nada en semejante proyecto y no ha dado ninguna opinión favorable a la
Societé du Crédit Industriel. Me he limitado únicamente a recomendarle a Ud. en
forma general el cuidado de los intereses franceses que pudieran verse afectados
en la tremenda crisis por que atraviesa el Perú desde hace dos años". Saint-Hilaire
se pregunta si la gestión de los Estados Unidos es desinteresada y se responde a sí
mismo en su nota: "Parece que debo contestar por la negativa. Ud., por su parte,
hace notar muy bien que los chilenos consideran como su derecho un aumento
territorial y no se prestaran gustosos a arreglos que los frustrarían del premio de su
victoria". Y agrega: "Los Estados Unidos, al interponerse entre ambas partes no
para restablecer la armonía, sino con el objeto de aprovechar de su discordia y
arrancarles un despojo, se están arriesgando a crear una mala impresión respecto
de los sentimientos que los inspiran y a provocar una reacción del espíritu nacional
entre los pueblos de origen español de América del Sur que se encontrarían unidos
por una comunidad de sentimientos".
Entrando en los detalles del proyecto norteamericano en que está mezclada una
sociedad francesa, el Ministro lo juzga además "demasiado peligroso y precario
para que lo podamos apoyar en cualesquiera de sus etapas".
A mediados de octubre, García Calderón se ve fortalecido por la adhesión de los
departamentos de Arequipa y de Puno.
El Canciller Gálvez visita entonces al Ministro francés para urgirle el reconocimiento
de su Gobierno y pedirle que intervenga ante los chilenos que se demuestran cada
vez más fríos y menudean las dificultades de carácter administrativo.
De Vorges insiste entonces en la necesidad de una negociación a base de cesión de
territorios. "Yo no estaré en situación de ayudarlos —le dice a Gálvez— porque
estoy cierto de no poder obtenerla (la paz sin cesión de territorios) a menos que yo
adopte una actitud en la cual no contaría con el apoyo de mi Gobierno". El Ministro
francés se queda después de esta entrevista con la impresión muy clara que los
peruanos no están dispuestos a ceder porque cuentan con el apoyo de los Estados
Unidos.
Pero, a mediados de noviembre, se produce un golpe de teatro que modifica
radicalmente la situación. García Calderón es detenido por el Ejército chileno,
embarcado en el "Cochrane" y enviado a Valparaíso.
Para Monsieur De Vorges "el verdadero motivo (de esta actitud) es el temor de ver
establecerse un Gobierno nacional del señor Calderón, apoyado en los Estados
Undios y capaz de reclamar la paz con condiciones que Chile no quiere aceptar. Los
chilenos confiesan en la intimidad que el golpe está dirigido sobre todo contra el
señor Hurlbut, Ministro de Estados Unidos. Este no se ha engañado; pero como,
por lo demás, no se puede negar el derecho de arrestar, en país ocupado, a las
autoridades beligerantes, se ha limitado a telegrafiar a su Gobierno".
El Ministro francés que, como lo hemos visto, justifica la actitud un tanto violenta
de los chilenos, no tarda en encontrar nuevos argumentos de carácter político.
En efecto, ha sabido por su colega inglés que García Calderón habría firmado con
el Ministro norteamericano un tratado secreto por el cual se entregaba a los
Estados Unidos el puerto de Chimbote.
De Vorges cree tal tratado posible y la información del Ministro St John se ve
confirmada por un alemán que hizo la traducción del tratado para la Legación
norteamericana. Por lo demás, un hermano de García Calderón y los propios
miembros del Gobierno que permanecen en Lima aceptan la existencia de dicho
Tratado.
Según De Vorges, este último no se limitaría a la cesión de Chimbote, sino que
daría a los Estados Unidos la explotación económica de la provincia de Tarapacá y
de los Ferrocarriles. "Se pretende aún que los americanos gozarían en el Perú de
los derechos civiles y políticos y que el Gobierno de los Estados Unidos ejercitaría
aquí una especie de Protectorado". "En la sociedad limeña se dice en alta voz" —
agrega— "que no es posible establecer un Gobierno sólido contra la hostilidad de
las clases bajas y que es preferible hacerse americano que conceder cualquier
territorio a Chile".
Según De Vorges, el Ministro chileno en Washington habría sido informado de que,
además de la existencia del Tratado secreto, ha llegado una petición a dicha capital
firmada por un gran número de personas que solicitan el Protectorado americano.
No es de extrañar, por lo tanto, que los chilenos estén preocupados. "El señor
Altamirano, a quien vi ayer, no habla ya con el tono despreocupado que le es
familiar para tratar del problema peruano.
Este cambio me hace creer que el Gobierno de Chile es temerario sólo mientras no
encuentra un obstáculo importante y que podría dejarse intimidar más fácilmente
de lo que parece".
Chile reacciona ante el peligro y sus fuerzas ocupan preventivamente el puerto de
Chimbote. Cuando llega allí el almirante norteamericano, "se retira de inmediato al
divisar el pabellón chileno".
Al mismo tiempo, aunque Piérola ha renunciado al Poder y el almirante Montero ha
reemplazado a García Calderón, lo cual tiene la ventaja de que, al fin, exista un
único Gobierno en el Perú, los chilenos parecen dispuestos a jugar de nuevo la
carta del ex Dictador "si la íntervención americana se hiciera muy fuerte".
Asi se lo insinúa Altamirano a De Vorges en el curso del mes de diciembre.
La tentativa de mediación de los Estados Unidos se formaliza y parte a Chile un
ministro plenipotenciario, Mr. Trescott. Para prevenir esta intervención, don José
Manuel Balmaceda dirige una circular al Cuerpo Diplomático chileno en el
extranjero, con fecha 21 de diciembre, en que, después de analizar las causas de la
guerra, expresa, entre otros conceptos:
"Esta ocupación (del Perú y de Bolivia) permanecerá hasta que así lo aconseje la
superior necesidad de obtener las bases capitales de la paz. No tiene por objeto
borrar nacionalidades ni desequilibar las fuerzas legítimas que los vencidos deben
conservar, después de asegurar permanentemente al vencedor el resultado de sus
victorias y las condiciones esenciales de su futura existencia".
"El momento de la solución" —agrega— "llegará cuando el Perú y Bolivia, se
convenzan de que no encontrarán aliados, ni mediaciones, ni protecciones que
vengan a reparar en daños para una nación viril y honrada, como Chile, los
desastres de dos pueblos sin instituciones regulares, sin crédito, sin administración,
y sin derecho a las desgracias de una guerra que resolvieron en secreto, violando la
fe pública y los más solemnes tratados".
"Nosotros no hemos buscado aliados" —dice más adelante— "ni hemos solicitado
mediaciones, ni hemos pedido a extraños el dinero invertido en la contienda...
Solos hemos emprendido la guerra y en ejercicio de nuestra soberanía y en la
espera de nuestra legítima libertad internacional, solos la habremos de concluir".
Para De Vorges, esta declaración, cuyo tono altivo admira, lanzada ocho días antes
de la llegada de Trescott a Chile, liquida la intervención americana.
Informa a su Gobierno que Hurlbut, al conocer la circular de Balmaceda, pidió al
Almirante de la flota estadounidense anclada en Callao, que se dirigiera a aguas
chilenas. "Me pregunto" —escribe— "si esta demostración no tendrá como
resultado irritar a la opinión chilena, en vez de intimidarla".
Y agrega la siguiente notable apreciación sobre la Marina de los Estados Unidos:
"Según la opinión del Almirantazgo inglés, el Gobierno de Washington necesitaría
dos años para estar en situación de atacar con eficacia a Chile. El orgullo muy
español de ese pequeño país le proporcionará seguramente una idea exagerada de
su posición".
A comienzos de febrero, Monsieur De Vorges da cuenta a Gambetta, recién
designado Presidente del Consejo y Ministro de Relaciones Exteriores de Francia,
que Novoa, uno de los plenipotenciarios chilenos, ha recibido informaciones del
canciller Balmaceda sobre el resultado de la misión Trescott. Los chilenos se
habrían negado a aceptar la mediación de los Estados Unidos. En cambio,
aceptarían los buenos oficios con "tal que éstos sean empleados para persuadir a
los peruanos que se plieguen a las exigencias del vencedor".
XIII. TERMINO DE LA MISIÓN DE VORGES
Desde hacía varios meses, el Ministro francés había pedido licencia para viajar a
Francia. Sus cinco años de permanencia en Lima, las preocupaciones derivadas de
la guerra, la actividad intensa que había desarrollado, le tenían cansado y buscaba
un nuevo destino. El 11 de febrero de 1882 dejaba un país al cual no debía
regresar. Sin embargo, decidió viajar per el Estrecho de Magallanes y detenerse
unos días en Chile para entrevistarse con su colega el Barón d'Avril. Desde
Valparaíso envía, el 1° de marzo, un último informe a su Gobierno, en el cual
comenta el fracaso de la misión Trescott. No podía terminar, a su juicio, de otra
manera tal mediación, porque "no existe ningún hombre que tenga una noción de
los intereses generales de su patria que pudiera imaginarse que los Estados Unidos
iban a hacer la guerra para salvar al Perú".
"La credulidad peruana —agrega— era la única capaz de crearse parecidas
ilusiones".
Pero, como buen diplomático de carrera, se extraña que Mr. Trescott haya podido
firmar con Balmaceda un Protocolo que "consagra la derrota de la política que
estaba encardado de defender". Me pregunto si los chilenos, que tenían necesidad
de demostrar que la mediación estaba terminada para sus negociaciones con
Bolivia y para su posición frente al Perú, no habrán dado, en cambio, algunas
seguridades agradables como, por ejemplo, la de ayudar a constituir (en el Perú) un
Gobierno con el cual tratar; y, sobre todo, en el sentido de no aceptar ninguna
mediación europea.
No debemos olvidar, en efecto, que desde los orígenes de esta guerra, la política
del Gabinete de Washington ha estado siempre dirigida a excluir nuestra
intervención y que ha preferido arriesgar su dignidad y su consideración apoyando
las ilusiones irrealizables de los peruanos, con tal de evitar una actuación de Francia
y de Inglaterra".
Así terminó su misión en Perú Monsieur Edmond De Vorges. Es una lástima, desde
un punto de vista histórico, que haya dejado su cargo antes de firmada la paz. Sus
informaciones acuciosas, sus observaciones penetrantes aunque a menudo
sarcásticas, contribuyen a conocer el pensamiento de un diplomático inteligente y
activo, que trata de ser imparcial aunque imbuido de la superioridad europoa,
respecto de la Guerra del Pacífico y de las negociaciones que precedieron al
Tratado de Ancón.
El señor De Vorges no tuvo una misión fácil. A veces, como en el caso de la batalla
de Miraflores, corrió riesgos personales.
En los meses que precedieron la ocupación de Lima vivió bajo la obsesión del
saqueo de la ciudad. Los hechos demostraron que no tenía razón en cuanto a la
actitud de las tropas chilenas.
A veces sus informaciones son contradictorias; pero tiene la excusa de que, por
informar oportuna y rápidamente a su Gobierno, no podía siempre controlarlas.
Su estilo es excelente, claro y preciso: es el estilo que los franceses llaman del
"Quai".
A su regreso a París, podía esperar las felicitaciones de su Gobierno y un cargo
importante dentro de la carrera diplomática.
En efecto, fue designado Agente Diplomático y Cónsul General en Egipto.
Sin embargo, la República no sólo se había afianzado en Francia, sino que se había
laicizado y radicalizado. Se inició una persecución contra los funcionarios católicos
y de tendencia monárquica y Edmond De Vorges fue víctima de sus creencias
religiosas y de la sangre noble que corría por sus venas. Llamado a "hacer valer sus
derechos a la jubilación", se retiró a su castillo de Maussais y abandonó su espadín
diplomático por el arado campesino. Allí falleció en 1910.
"La opinión pública es una potencia invisible, misteriosa, a la cual nada resiste".
NAPOLEÓN.

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