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“Recuerdo un encuentro bíblico en el caserío Las Peñitas, en las afueras de Villa de Cura, a unos ciento y
algo de kilómetros de Caracas, entrando casi a la región llanera.
En el coche, repasaba los pasos del encuentro de un día. Íbamos a trabajar con los textos del Éxodo. Al ir
llegando, me sorprendió ver montículos de ladrillos diseminados a ambos lados de la ruta. Se trataba de una
fábrica artesanal de adobes y al fondo se divisaba el caserío. No sabía que en esa zona se fabricaban
ladrillos... Concurrieron al encuentro entre quince y veinte personas. Jóvenes, ancianos y niños. Muchas
mujeres. Varios no sabían que había existido un tal Moisés, pero, al compartir los textos que había
preparado, se despacharon a gusto. ¡Los textos del Éxodo que leíamos narraban los suplicio de los israelitas,
forzados por los egipcios a fabricar ladrillos!! Justo ahí, en Las Peñitas, donde muchos trabajan en ese duro
oficio. No sé si recordarán la figura de Moisés, pero estoy seguro de que encontraron una palabra de aliento
de Dios para sus vidas.”
La Biblia es El Libro con mayúsculas, porque nos trae a las manos el rostro
vivo de Dios
y nos permite escuchar su Palabra que da vida nueva a todas las cosas.
La Biblia nos relata el camino de fe del pueblo de Dios, y, en ese camino, se va vislumbrando el
mismo Dios, que nos muestra su vida, su persona y su proyecto. En la Biblia nos encontramos con una
historia de fe comunitaria, con avances y retrocesos, aciertos e infidelidades. En ella, encontramos un espejo
donde contemplamos y confrontamos lo que Dios quiere para todos nosotros.
Para que la Biblia sea Palabra de Dios, tiene que haber respuesta del hombre,
si no es letra muerta. La Biblia es la propuesta de Dios para nuestras vidas. Dios que
se pone al descubierto, a nuestro alcance y nos convoca (nos llama junto con otros)
para que le demos nuestra respuesta. Que pongamos nuestra vida y obras al
descubierto, para discernir si estamos en su camino o hay que cambiar el rumbo.
La Biblia es la raíz de nuestra fe. El cimiento firme donde edificar nuestra vida. Y
para que ese cimiento sea realmente eficaz, hay que llevar a la práctica la Palabra de Dios.
Durante mucho tiempo, en la Iglesia nos quedamos en una lectura bíblica ocasional, anecdótica,
moralizante, reduccionista, de mero estudio o fundamentalista, como nos advierte la Comisión Episcopal
de Catequesis en su folleto Pastoral Bíblica, una impostergable necesidad (pág. 10 a 12).
“Hagan lo que dice la Palabra, pues al ser solamente oyentes se engañarían a sí mismos. Porque el que
escucha la Palabra y no la practica, es como un hombre que se mira al espejo y que apenas deja de mirarse,
se olvida de cómo era. Todo lo contrario, el que se fija atentamente en la Ley perfecta que nos hace libres, y
persevera en ella, éste, que oye no para luego olvidar, sino para realizar lo que pide la Ley, será feliz al
practicarla.” Sant 1, 22-25
La Biblia es el libro de la Vida, porque nos presenta el plan liberador de Dios para todos los
hombres. Dios no quiere el mal, la injusticia, la explotación, la miseria, el egoísmo. Quiere la fraternidad y
la justicia. Quiere que juntos anunciemos y realicemos su Reino. Por la causa del Reino, vivió, murió y
resucitó Jesús, la Palabra viva de Dios entre nosotros, como nos dice el evangelista Juan en el prólogo de su
evangelio.
La Palabra de Dios, la fe y la vida compartida, son los fundamentos de numerosos grupos bíblicos que hoy
están surgiendo por toda América Latina. En ellos, el Espíritu nos alienta a buscar una vida nueva, personal,
comunitaria y social. Es el terreno bueno del cual nos habla la parábola del sembrador, donde la semilla de
la Palabra puede crecer y dar fruto en abundancia.
2.3 La Biblia, la palabra de Dios en la historia
El gran tema de la Biblia es dar a conocer quién es Dios y generar fe en ese Dios revelado,
presentando el camino elegido, donde muestra su verdadero rostro a la humanidad.
Como decíamos en el punto anterior, el Antiguo Testamento tiene un acontecimiento clave, un nudo de
sentido a partir del cual se experimentan, de manera clara y decisiva, la presencia y la identidad de Dios.
Nos referimos al Éxodo. En él se produce el encuentro de Dios con su pueblo. Es importante destacar
que este encuentro se produce en circunstancias históricas conflictivas, en un marco de opresión,
esclavitud e injusticia, que Dios considera inaceptable y decide intervenir. A Dios no le da lo mismo que
los hombres vivan de cualquier manera, a Dios no le da igual que exista la injusticia y la explotación. El
Dios de la Biblia, es el Dios de la Vida. No es un ídolo, sin ojos que vean u oídos que escuchen, sin
corazón que sienta y compadezca, Dios es un Dios vivo, que se mete en la historia para generar igualdad,
justicia y con-fraternidad.
El Dios de la Biblia no es un dios inmutable, ajeno a la historia de los hombres y a las relaciones que
establecen los hombres entre sí. Es un Dios que observa la historia, que ve el sufrimiento y la injusticia y no
se queda al margen, toma postura, interviene y libera. Ex 3,7
El Dios de la Biblia es un Dios personal, que revela su nombre y que dialoga con los hombres de Yo a Tu.
En el Antiguo Testamento, la fe en el Dios descubierto en el Éxodo será el filtro para mirar la vida e
historia, descubriendo allí la presencia y la palabra de ese Dios que había liberado al pueblo y establecido
una Alianza de Amor.
La muerte y la Resurrección de Jesús van a configurar el paso definitivo de Dios en la historia, desde
donde se pondrán las raíces de la fe. En un tiempo menor que el Antiguo Testamento (lo estudiaremos con
detalle en próximas lecciones), a partir de la memoria y la reflexión, la comunidad irá consignando por
escrito su fe en Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre.
Ideas principales
La memoria del pueblo de Dios es el crisol donde se va afianzando el mensaje de Dios, que
con el tiempo va tomando forma escrita y componiendo la Biblia como la conocemos hoy.
La Biblia nace de la fe de una comunidad bajo la inspiración de Dios.
La Palabra de Dios es para ser escuchada y vivida en comunidad.