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¿En qué se conoce que una acción es moralmente buena? Tradicionalmente el bien
moral queda determinado de tres modos distintos: "lo que ordena al hombre a su fin
último, es decir, a Dios"; "lo que viene exigido por la naturaleza humana"; "el bien
simpliciter".
La segunda es más concreta. Pero la mayor parte de las veces se pasa por alto que el
bien moral como tal no se puede limitar a la naturaleza "humana" particular. La fórmula
tiene un sentido correcto y exacto sólo si entendemos la naturaleza humana como
"abertura a la realidad en su totalidad". Y aun entonces permanece una cierta
indeterminación porque la fórmula no refleja la distinción entre mal físico y moral. Lo
cierto es que también el mal físico, por ejemplo una enfermedad o un error, contradice a
la naturaleza en alguna manera y, sin embargo, no sólo por esto llega a ser un mal
moral. Los términos"físico" y "moral" los usamos aquí correlativamente a "naturaleza"
y"persona" en dogmática. Un mal que no es mal moral, es solamente físico. Únicamente
el mal moral concierne a la persona como tal. Si bien aquél se encuentra siempre -como
mostraremos después- en una relación especial con mal físico, de la cual hemos de
partir, si queremos definirlo con exactitud.
Lo que es un mal físico lo sabemos por propia experiencia. Enfermedad o error nadie
los desea por sí mismos, sino únicamente por causa de otro bien eventualmente unido a
ellos. Pero la cuestión es si este bien justifica o no la permisión o causación del mal.
Porque sólo la causación o permisión injustificada de un mal, sea del tipo que sea,
significaría que ese mal es también pretendido y que entra en la intención junto con el
bien. Naturalmente la acción movida por esta intención sería moralmente mala.
Supuesto esto, nos esforzaremos sobre todo por lograr una comprensión exacta de lo
que en Moral se llama un "motivo proporcionado".
Parece ser que el. primero en formular el principio del doble efecto fue Santo Tomás de
Aquino. Lo hace al tratar de justificar la autodefensa violenta, aun en el caso que lleve
consigo la muerte del agresor 2 .
Para una mejor comprensión del pensamiento de Santo Tomás, vayan por delante
algunas observaciones de la doctrina . tradicional de las "fontes moralitatis", es decir,
los elementos que hemos de considerar para poder valorar la moralidad de las acciones
humanas. Según Santo Tomás los actos morales se determinan por su "finis operis" (1-
11, q 1, a 3; q 18, a 2-7). De aquí que cuando en el texto citado se habla de "lo que se
pretende" y que, al mismo tiempo, "especifica" la acción moral, Santo Tomás tiene los
ojos puestos, no en el "finis operantis" sino en el "finis operis". Es importante señalar
esto porque frecuentemente al hablar del "finis operis" de una acción se piensa
inmediatamente en el mero efecto externo, palpable y visible de dicha acción. Pero en
Moral sólo se puede hablar de "finis operis" de una acción, si ha sido querida con
intención y voluntad libre de realizarla como tal. Un ejemplo clásico en los Manuales es
el "dar limosnas", cuyo "finis operis" es remediar la necesidad. Hay que tener en cuenta
que "dar limosnas" no se reduce a una mera acción externa -poner dinero en mano
ajena-, sino que, como acción moral, no tendrá en absoluto lugar hasta que esa acción
externa sea informada por una intención que puede ser diversa: prestar dinero, hacer una
compra, pagar una deuda, remediar generosamente una necesidad, etc. El verdadero
valor moral de la acción "poner dinero en mano ajena" depende, pues, de lo que el
donante quiere objetivamente hacer. Decimos objetivamente porque no se trata de una
mera declaración arbitraria: al poner dinero en mano ajena para pagar un objeto
comprado, no puedo decir que es para prestar dinero. Ahora bien, la obtención de
cualquier valor lleva consigo siempre una serie de consecuencias que se le imponen a
uno independientemente de su propia voluntad. Por esto, todos los males físicos no
PETER KNAUER, S. I.
De aquí se deduce igualmente que el "finis operantis" no puede sin más ser identificado
con la intención del que obra. Por esto, nosotros entendemos como "finis operantis" (fin
externo) el "finis operis" (fin interno) de una acción ulterior distinta, a la cual uno
quiere ordenar la primera. El "finis operantis" de una acción moral consiste, por
consiguiente, en su posible ordenación a otra acción, en cuyo caso se identifica con el
"finis operis" de ésta (por ejemplo, si uno diese limosna para obtener una ventaja fiscal).
Si se tratase de una acción sin una ordenación a otra ulterior, carecería de sentido hablar
de un "finis operantis"; el único fin de ésta sería el "finis operis".
La tercera "fons moralitatis" que se enumera en los tratados clásicos de moral son las
"circunstancias". Éstas determinan la acción moral sólo cuantitativamente. Un ladrón,
por ejemplo, siempre podrá cometer un robo mayor o menor.
Podemos concluir nuestra reflexión sobre las "fuentes de la moralidad" del siguiente
modo: la tan querida -y para nosotros tan cartesiana- dicotomía de los dos fines, uno
para la intención interna y otro para la acción externa, es algo insostenible. Ni el
acontecimiento externo, ni la intención interna tienen un significado moral, sino
únicamente la relación objetiva que se da entre ambos. Esta conclusión quedará más
explicitada en lo que sigue.
Hoy se formula el principio del doble efecto del siguiente modo: "El efecto malo de una
acción personal puede permitirse, si no es querido en si mismo, sino indirectamente, y
queda, al mismo tiempo, contrapesado por un motivo proporcionado".
En lugar de decir que el mal no puede intentarse directamente, Santo Tomás hablaba de
un "per accidens" o de un "praeter intentionem". Dejando otras interpretaciones,
creemos que un efecto malo ya previsto requiere, para que no sea querido
"directamente", un "motivo proporcionado". Lo importante, sin embargo, es saber
cuándo un motivo es "proporcionado". De ello depende toda la objetividad de la moral.
Hay que señalar ya ahora que un "motivo proporcionado" no es lo mismo que un motivo
cualquiera, por muy importante que sea.
Es manifiesto que se trata, con otras palabras, de una aplicación del principio del doble
efecto en el caso de que un mal permitido o causado significase para otra persona un
mal moral. Si yo tuviese un "motivo proporcionado", el mal causado o permitido, sería
algo querido por mí sólo "indirectamente", "materialmente", y, consiguientemente,
obraría moralmente bien. Si, por el contrario, el "motivo proporcionado" no se diese,
causaría yo o posibilitaría el mal "directamente", tomarla parte "formalmente", y mi
obra sería moralmente mala.
Esto vale, incluso, para aquellas acciones que aparentemente son "en principio"
intrínsecamente malas, como, por ejemplo, el asesinato. Mientras consideremos una
acción a partir de su mera realidad externa y fenomenológica, independiente de su
fundamentación humana, no podremos determinar su cua lidad moral. Sólo cuando nos
consta si su "motivo" es "proporcionado" o no, podemos emitir un juicio de valor. Por
esto, el asesinato es "per definitionem" quitar la vida a otra persona sin un "motivo
proporcionado". La misma acción externa, el dar la muerte, tendrá un valor muy diverso
en el caso de darse el "motivo proporcionado", como ocurre en la legítima defensa
propia.
Pero la exigencia de obligatoriedad de las leyes positivas va incluso más lejos que la de
las negativas. Dado que "siempre" están en vigor, se han de observar incluso cuando un
"motivo proporcionado" disculpe de su cumplimiento inmediato. Esto quiere decir que
estamos siempre obligados a hacer lo posible porque el mal permitido o causado sea el
menor posible. Más aún, la obligación positiva es una llamada a la búsqueda continua
de una solución siempre mejor. Una vez encontrada ésta -cosa no siempre al alcance-
hemos de abandonar la anterior. Estas consideraciones iluminan la significación de la
llamada "inmutabilidad" de la ley natural. Inmutable es la obligación de buscar siempre
la mejor solución posible, vista la totalidad del contexto, y teniendo en cuenta que
encontrada ésta, no por eso cesa la tarea, siempre presente, de la búsqueda de lo mejor.
En el principio del doble efecto se trata, en definitiva, de la exigencia de progreso en
todos los ámbitos de la realidad.
De nuevo, pues, nos hemos encontrado con el principio del doble efecto revestido de
modo distinto. En éste a la obligatoriedad de las leyes negativas se le llama prohibición
absoluta de la permisión o causación "directa", y al no cumplimiento justificado de una
ley positiva corresponde la permisión o causación "indirecta".
Hemos podido ya constatar que este concepto es la clave de todo lo. que llevamos dicho
hasta ahora. La permisión o causación de un mal físico es "indirecta" o "directa" según
exista o no un "motivo proporcionado". Pero, ¿cuándo es el motivo de una acción
"proporcionado"? Toda acción brota necesariamente de un motivo que es un bien
apetecido, pero para que la acción sea moralmente buena se requiere que el motivo sea
"proporcionado". ¿Qué significa esto? Proporción, pero, ¿a qué?
A esta cuestión se responde normalmente así: los bienes pretendidos deben ser
proporcionados a los males que llevan consigo y predominar sobre ellos. Pero, ¿en qué
sentido debemos establecer la comparación si se trata de bienes no cuantitativa sino
cualitativamente distintos, de valores entre sí inconmens urables, sin medida común?
No se puede dudar que los falsos comportamientos puedan acarrear mayores éxitos en
un ámbito particular o parcial. A las inmediatas se consigue más. La absurdidad no
aparece hasta que dirigimos la mirada al contexto total y nos preguntamos cómo se
corresponderá mejor al fin pretendido a la larga y teniendo en cuenta la totalidad de la
situación; la cual, no sólo incluye una referencia a la propia persona que actúa, sino que
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Todo acto humano lleva siempre consigo algunos males. Como hemos visto, estos
males pueden quererse directamente o caer fuera del ámbito que dirige la acción
humana. Todo depende de la existencia del "motivo proporcionado".
Ahora bien, el cobarde se tendrá por prudente, mientras el temerario por valiente.
Ambos apelarán a su "buena intención". Y ambos serán puestos al descubierto si se les
cuestiona acerca de la virtud complementaria; en el caso de la valentía, la prudencia.
¿Dónde se encuentra la valentía en la aparente prudencia del cobarde? ¿Y la prudencia
en la aparente valentía del temerario? Esta presencia de la virtud complementaria nos
servirá de criterio en cada caso y nos permitirá conocer si realmente nuestra acción tiene
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El bien moral consiste, pues, en la mejor realización posible del valor apetecido, tenida
cuenta de la totalidad de las circunstancias. Este enunciado es fundamentalmente
distinto de la tesis rigurosa que afirma que, entre distintos bienes, hemos de elegir
siempre el mayor.
Nuestra interpretación del principio del doble efecto, tal como la hemos expuesto hasta
ahora, difiere de su interpretación corriente dentro del contexto del "voluntarium in
causa". Ésta acostumbra a formularse en el siguiente sentido: si un mal físico es sólo
consecuencia ulterior de un bien deseado o, al menos, no preyace objetivamente en éste,
entonces la licitud de la acción depende únicamente de lo que uno pretenda con ella. Si
el bien que se intenta conseguir compensa el daño que es consecuencia posterior o es
puramente ocasional, entonces la acción está permitida; de lo contrario, no.
Ahora bien, si el mal precede físicamente al bien deseado y por esto es "medio" para su
obtención, entonces este mal sería "deseado" y pretendido directamente, viciando por
completo a la acción, independientemente de lo que se pretendiese con ella. En este
caso, en lugar del principio del doble efecto, tiene validez otro: "El fin no justifica los
medios".
Esta oposición de los dos principios se basa en un error lógico. En el segundo de ellos
se da ya por supuesto que el medio es moralmente malo. Sin embargo, en el del doble
efecto, se trata precisamente de llegar a valorar la moralidad de este medio. Por esto,
ambos principios no pueden aplicarse paralelamente.
será, en todo caso, moralmente malo, aun en el caso de darse una ordenación a otra
acción, que, por su parte, fuese buena.
Es claro que se dan casos en los cuales la permisión o causación de un mal precede a la
consecución de un fin sin que por ello la acción se convierta en una acción moralmente
mala. El mal puede justificarse por un "motivo proporcionado". Entonces, aunque su
causación fuese físicamente inmediata, no se la desearía "directamente". Podemos
afirmar que la mera continuidad física (espacio-temporal) carece de interés e
importancia para la calificación moral de una acción.
Uno e idéntico medio puede, bajo un aspecto, ser un valor o conducir a su realización
y, al mismo tiempo, representar bajo otro aspecto un mal físico; si uno tiene para la
permisión de este medio un "motivo proporcionado" , entonces este mismo es en
realidad sólo pretendido y querido bajo su aspecto bueno.,Y el mal queda fuera de toda
"intención" moral.
En el embarazo ectópico es casi seguro que muera la madre junto con el feto, a no ser
que éste sea extirpado lo antes posible. Es raro encontrar un médico que comparta la
opinión de los que dicen que hacer esto segundo sea algo inmoral. Es cierto que la
occisión "directa" es ilícita. Pero muchos moralistas presuponen, a nuestro parecer sin
razón, que la salvación de la madre -que moralmente sólo es posible por la extirpación
del feto ectópico- significa la muerte directa de éste. Las leyes negativas hay que
entenderlas siempre como prohibición de la permisión o causación "directa", y por esto
"formal", del correspondiente mal físico, lo cual, "per definitionem" supone la ausencia
de un "motivo proporcionado". No podremos hablar de una transgresión de la ley
negativa, más que en el caso en que nos conste que el correspondiente motivo de la
acción no es un "motivo proporcionado", vista la totalidad de lo real. Si éste no se diese,
ciertamente se trataría de un mal querido "directamente", aun en el caso en que uno
vehementemente deseara prescindir de él.
Contracepción3
La doctrina hasta ahora sostenida por la Iglesia afirma que toda forma de
"contracepción" es, en principio, inmoral de modo parecido a como lo es la mentira, el
robo, el asesinato. Pero al igual que en todas las leyes negativas, también la prohibición
de la contracepción se refiere sólo a la permisión o causación "directa" -no justificada
por un "motivo proporcionado"- de algo que bajo algún aspecto puede designarse como
mal físico, aunque quizá bajo otro aspecto pudiese considerarse como un bien. El mal
físico consistiría, en este caso, en el impedimento de la concepción, que en sí mismo no
es ningún bien.
orden físico con orden moral. Sólo por el hecho de permitir o causar un mal físico, no se
da por ello todavía un mal moral; esto ocurre únicamente si la acción no tiene "motivo
proporcionado" -en el sentido que hemos expuesto- o, lo que es lo mismo, si esa acción
-vista la totalidad del contexto y a la larga- por permitir o causar un mal contradijese al
mismo valor que se pretende alcanzar con ella. Sólo entonces acontece verdaderamente
algo que va "contra naturam" en sentido moral 4 .
Por el contrario, ocurre también con frecuencia que muchos matrimonios preguntan
únicamente si un determinado comportamiento es permitido o no, y están convencidos
que una vez obtenida una respuesta positiva pueden quedarse ya tranquilos de una vez
para siempre. La verdad es que esta actitud no corresponde de un modo suficiente a la
exigencia y obligación positiva que todos tenemos, de permanecer siempre abiertos y
buscar activamente el progreso y la mejora de las soluciones de nuestros problemas
humanos. Esta actitud, en nuestro problema concreto, significa: exigencia permanente
de hacer las cosas de tal modo que se "obre proporcionalmente", que la acción concreta
responda al bien pretendido -la demostración y realización misma del amor conyugal-
del mejor modo posible, teniendo en cuenta el futuro y la totalidad del contexto real 5 .
Queremos cerrar nuestras reflexiones constatando que el principio del doble efecto no es
más que la formulación expresa de aquello que debe ser norma y criterio de toda
decisión personal. Para valorar moralmente una acción habremos de considerar si esta
acción -teniendo en cuenta la totalidad de la situación y el futuro- contradice o no al fin
que pretendemos obtener con ella. Si se diese contradicción, esa acción sería inmoral;
de lo contrario seria, lícita y buena.
Notas:
1
Una redacción previa del artículo apareció en Nouvelle Revue Théologique 87 (1965)
356-376: «La détermination du bien et du mal moral par le príncipe du double effet».
Una elaboración posterior del mismo acaba de publicarse en Natural Law Forum 12
(1967) 132-152: «The hermeneutic function of the príncipe of double effect».
2
«Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los cuales uno sólo es pretendido
y el otro no. Pero los actos morales reciben su especie de lo que está en la intención y
no de lo que es ajeno a ella... Sin embargo, un acto que proviene de buena intención
PETER KNAUER, S. I.