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PETER KNAUER, S. I.

EL PRINCIPIO DEL "DOBLE EFECTO" COMO


NORMA UNIVERSAL DE LA MORAL
Los intentos por renovar la teología moral a la luz de la visión personalista, hoy
vigente, son tan diversos como necesarios. Tarea especialmente difícil cuando se trata
de llegar a una comprensión de los principios fundamentales de la moral. Toda nueva
interpretación exige un llegar al núcleo de la verdad significada por las viejas fórmulas
y esta tarea siempre sitúa al investigador ante el riesgo de reducir excesivamente esa
verdad. Pero seríamos infieles a las exigencias de la moral cristiana si cejásemos en
nuestro intento por temor a las dificultades, por muy reales que éstas sean. Knauer
pretende en este artículo reducir a su esencia más pura el principio del doblé efecto y
mostrar que entonces resulta válido para toda decisión personal. El que esta validez
permita convertirlo en criterio suficiente y práctico de moralidad para todos los casos
puede ser discutido. Presentamos este artículo a nuestros lectores, porque el esfuerzo
del autor invita a la reflexión y ayuda a sacudir la inercia intelectual con que se
aproximan muchos a los grandes principios de la moral 1

Das rechtverstandene Prinzip von der Doppelwirkung als Grundnorm jeder


Gewissensentscheidung, Theologie und Glauble, 57 (1967) 107-133.

¿En qué se conoce que una acción es moralmente buena? Tradicionalmente el bien
moral queda determinado de tres modos distintos: "lo que ordena al hombre a su fin
último, es decir, a Dios"; "lo que viene exigido por la naturaleza humana"; "el bien
simpliciter".

La primera determinaci ón resulta, en definitiva, demasiado abstracta. No nos dice qué


acciones en concreto están ordenadas a Dios.

La segunda es más concreta. Pero la mayor parte de las veces se pasa por alto que el
bien moral como tal no se puede limitar a la naturaleza "humana" particular. La fórmula
tiene un sentido correcto y exacto sólo si entendemos la naturaleza humana como
"abertura a la realidad en su totalidad". Y aun entonces permanece una cierta
indeterminación porque la fórmula no refleja la distinción entre mal físico y moral. Lo
cierto es que también el mal físico, por ejemplo una enfermedad o un error, contradice a
la naturaleza en alguna manera y, sin embargo, no sólo por esto llega a ser un mal
moral. Los términos"físico" y "moral" los usamos aquí correlativamente a "naturaleza"
y"persona" en dogmática. Un mal que no es mal moral, es solamente físico. Únicamente
el mal moral concierne a la persona como tal. Si bien aquél se encuentra siempre -como
mostraremos después- en una relación especial con mal físico, de la cual hemos de
partir, si queremos definirlo con exactitud.

La tercera determinación es la más exacta. Con el término bien no se quiere significar


otra cosa que la bondad física propia de cualquier realidad (ens et bonum convertuntur)
y que la hace en algún sentido apetecible. Pero este bien todavía no es "simpliciter"
bueno, es decir moralmente bueno. Para ello es necesario que sea apetecido, además, de
forma que todo mal físico que es posible le acompañe, permanezc a objetivamente fuera
de lo pretendido. Sólo entonces el bien puede determinar el acto como "simpliciter"
bueno.
PETER KNAUER, S. I.

Lo que es un mal físico lo sabemos por propia experiencia. Enfermedad o error nadie
los desea por sí mismos, sino únicamente por causa de otro bien eventualmente unido a
ellos. Pero la cuestión es si este bien justifica o no la permisión o causación del mal.
Porque sólo la causación o permisión injustificada de un mal, sea del tipo que sea,
significaría que ese mal es también pretendido y que entra en la intención junto con el
bien. Naturalmente la acción movida por esta intención sería moralmente mala.

El principio del doble efecto, correctamente entendido, responde precisamente a esta


cuestión: cuándo está justificada la causación o permisión del mal y cuándo no. De este
modo se nos muestra como un principio que nos da la norma y criterio para todo juicio
moral.

El mal moral -éste es el enunciado de nuestra tesis- se realiza sólo en la causación o


permisión de un mal físico no justificada por un "motivo proporcionado".

Supuesto esto, nos esforzaremos sobre todo por lograr una comprensión exacta de lo
que en Moral se llama un "motivo proporcionado".

UNA ANTIGUA Y UNA NUEVA FÓRMULA

Parece ser que el. primero en formular el principio del doble efecto fue Santo Tomás de
Aquino. Lo hace al tratar de justificar la autodefensa violenta, aun en el caso que lleve
consigo la muerte del agresor 2 .

De nuestra interpretación se deducirá que la restricción que señala el texto en el párrafo


final, indica la única posibilidad de cometer una falta moral.

Para una mejor comprensión del pensamiento de Santo Tomás, vayan por delante
algunas observaciones de la doctrina . tradicional de las "fontes moralitatis", es decir,
los elementos que hemos de considerar para poder valorar la moralidad de las acciones
humanas. Según Santo Tomás los actos morales se determinan por su "finis operis" (1-
11, q 1, a 3; q 18, a 2-7). De aquí que cuando en el texto citado se habla de "lo que se
pretende" y que, al mismo tiempo, "especifica" la acción moral, Santo Tomás tiene los
ojos puestos, no en el "finis operantis" sino en el "finis operis". Es importante señalar
esto porque frecuentemente al hablar del "finis operis" de una acción se piensa
inmediatamente en el mero efecto externo, palpable y visible de dicha acción. Pero en
Moral sólo se puede hablar de "finis operis" de una acción, si ha sido querida con
intención y voluntad libre de realizarla como tal. Un ejemplo clásico en los Manuales es
el "dar limosnas", cuyo "finis operis" es remediar la necesidad. Hay que tener en cuenta
que "dar limosnas" no se reduce a una mera acción externa -poner dinero en mano
ajena-, sino que, como acción moral, no tendrá en absoluto lugar hasta que esa acción
externa sea informada por una intención que puede ser diversa: prestar dinero, hacer una
compra, pagar una deuda, remediar generosamente una necesidad, etc. El verdadero
valor moral de la acción "poner dinero en mano ajena" depende, pues, de lo que el
donante quiere objetivamente hacer. Decimos objetivamente porque no se trata de una
mera declaración arbitraria: al poner dinero en mano ajena para pagar un objeto
comprado, no puedo decir que es para prestar dinero. Ahora bien, la obtención de
cualquier valor lleva consigo siempre una serie de consecuencias que se le imponen a
uno independientemente de su propia voluntad. Por esto, todos los males físicos no
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justificados, que se originan en la consecución de un valor cualquiera, son eo ipso


cointentados en sentido moral y pertenecen, de este modo, al "finis operis" mismo.

De aquí se deduce igualmente que el "finis operantis" no puede sin más ser identificado
con la intención del que obra. Por esto, nosotros entendemos como "finis operantis" (fin
externo) el "finis operis" (fin interno) de una acción ulterior distinta, a la cual uno
quiere ordenar la primera. El "finis operantis" de una acción moral consiste, por
consiguiente, en su posible ordenación a otra acción, en cuyo caso se identifica con el
"finis operis" de ésta (por ejemplo, si uno diese limosna para obtener una ventaja fiscal).
Si se tratase de una acción sin una ordenación a otra ulterior, carecería de sentido hablar
de un "finis operantis"; el único fin de ésta sería el "finis operis".

La tercera "fons moralitatis" que se enumera en los tratados clásicos de moral son las
"circunstancias". Éstas determinan la acción moral sólo cuantitativamente. Un ladrón,
por ejemplo, siempre podrá cometer un robo mayor o menor.

Podemos concluir nuestra reflexión sobre las "fuentes de la moralidad" del siguiente
modo: la tan querida -y para nosotros tan cartesiana- dicotomía de los dos fines, uno
para la intención interna y otro para la acción externa, es algo insostenible. Ni el
acontecimiento externo, ni la intención interna tienen un significado moral, sino
únicamente la relación objetiva que se da entre ambos. Esta conclusión quedará más
explicitada en lo que sigue.

Hoy se formula el principio del doble efecto del siguiente modo: "El efecto malo de una
acción personal puede permitirse, si no es querido en si mismo, sino indirectamente, y
queda, al mismo tiempo, contrapesado por un motivo proporcionado".

Esta formulación se diferencia de la de Santo Tomás en más de un aspecto. Éste exigía


que el acto fuese proporcionado a su fin; hoy, en cambio, la exigencia es de un motivo,
proporcionado. Nosotros opinamos que si el principio se entiende rectamente ambas
fórmulas contienen la misma exigencia.

En lugar de decir que el mal no puede intentarse directamente, Santo Tomás hablaba de
un "per accidens" o de un "praeter intentionem". Dejando otras interpretaciones,
creemos que un efecto malo ya previsto requiere, para que no sea querido
"directamente", un "motivo proporcionado". Lo importante, sin embargo, es saber
cuándo un motivo es "proporcionado". De ello depende toda la objetividad de la moral.
Hay que señalar ya ahora que un "motivo proporcionado" no es lo mismo que un motivo
cualquiera, por muy importante que sea.

El mismo principio, pero disfrazado

El concepto fundamental en la nueva fórmula del principio del doble efecto es el


"motivo proporcionado" exigido. Este concepto nos lo volvemos a encontrar en otros
capítulos de la moral tradicional: "cooperación a los pecados ajenos", "malicia
intrínseca y extrínseca", "leyes naturales afirmativas y negativas". En estas y parecidas
cuestiones siempre tropezamos con lo mismo: un mal físico es permisible moralmente,
o puede causarse incluso, siempre que exista un "motivo proporcionado"; si éste no se
diese, se trataría de un mal moral.
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1. La "formal" cooperación al pecado ajeno es algo esencialmente y en cualquier caso


ilícito. Por el contrario, la cooperación "material" está permitida si hay un "motivo
proporcionado".

Es manifiesto que se trata, con otras palabras, de una aplicación del principio del doble
efecto en el caso de que un mal permitido o causado significase para otra persona un
mal moral. Si yo tuviese un "motivo proporcionado", el mal causado o permitido, sería
algo querido por mí sólo "indirectamente", "materialmente", y, consiguientemente,
obraría moralmente bien. Si, por el contrario, el "motivo proporcionado" no se diese,
causaría yo o posibilitaría el mal "directamente", tomarla parte "formalmente", y mi
obra sería moralmente mala.

Por consiguiente, "formal- material" en la doctrina de la "cooperación al pecado ajeno",


significa lo mismo que "directo- indirecto" en la fórmula moderna del principio del
doble efecto.

2. Hay modos de comportarse reconocidos tradicionalmente como "intrínsecamente"


malos. En ningún caso son permitidos. La malicia de otros es sólo "extrínseca" y son
permitidos moralmente si existe un "motivo proporcionado". Si éste no se diese, la
prohibición es absoluta. Pero -según nuestra opinión- esto significa que dichas formas
de comportamiento son entonces del mismo modo "intrínsecamente" malas. Porque una
acción llega a ser intrínsecamente y, por esto, moralmente mala, únicamente por el
hecho que no exista ningún motivo proporcionado para la permisión o causación de un
"mal extrínseco" (mal físico). La malicia está en función del "motivo proporcionado", y,
si éste se diese, la acción no es intrínseca ni moralmente mala, sino que entonces se
daría una acción, buena en sí.

Esto vale, incluso, para aquellas acciones que aparentemente son "en principio"
intrínsecamente malas, como, por ejemplo, el asesinato. Mientras consideremos una
acción a partir de su mera realidad externa y fenomenológica, independiente de su
fundamentación humana, no podremos determinar su cua lidad moral. Sólo cuando nos
consta si su "motivo" es "proporcionado" o no, podemos emitir un juicio de valor. Por
esto, el asesinato es "per definitionem" quitar la vida a otra persona sin un "motivo
proporcionado". La misma acción externa, el dar la muerte, tendrá un valor muy diverso
en el caso de darse el "motivo proporcionado", como ocurre en la legítima defensa
propia.

Concluimos verificando lo mismo que hicimos en el caso de la "cooperación al pecado


ajeno": "intrínseco-extrínseco" dice lo mismo que directo- indirecto" en el principio del
doble efecto.

3. Todavía es más instructiva la comparación con la doctrina de las leyes naturales


negativas y positivas. Las primeras obligan "semper et pro semper" (no matarás, no
mentirás...). Las afirmativas, sin embargo, "semper sed non pro semper" (respetar la
vida, decir la verdad...). Un "motivo proporcionado" nos exime de su obligación. Si este
motivo no se da, la exención no es posible. Entonces la ley obliga igual que si fuese una
negativa: "semper et pro semper". Así, pues, la ley negativa está contenida en la positiva
y no es más que su aplicación a los casos en que no subyace ningún motivo
proporcionado que nos exima de ella.
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Pero la exigencia de obligatoriedad de las leyes positivas va incluso más lejos que la de
las negativas. Dado que "siempre" están en vigor, se han de observar incluso cuando un
"motivo proporcionado" disculpe de su cumplimiento inmediato. Esto quiere decir que
estamos siempre obligados a hacer lo posible porque el mal permitido o causado sea el
menor posible. Más aún, la obligación positiva es una llamada a la búsqueda continua
de una solución siempre mejor. Una vez encontrada ésta -cosa no siempre al alcance-
hemos de abandonar la anterior. Estas consideraciones iluminan la significación de la
llamada "inmutabilidad" de la ley natural. Inmutable es la obligación de buscar siempre
la mejor solución posible, vista la totalidad del contexto, y teniendo en cuenta que
encontrada ésta, no por eso cesa la tarea, siempre presente, de la búsqueda de lo mejor.
En el principio del doble efecto se trata, en definitiva, de la exigencia de progreso en
todos los ámbitos de la realidad.

De nuevo, pues, nos hemos encontrado con el principio del doble efecto revestido de
modo distinto. En éste a la obligatoriedad de las leyes negativas se le llama prohibición
absoluta de la permisión o causación "directa", y al no cumplimiento justificado de una
ley positiva corresponde la permisión o causación "indirecta".

Qué es motivo proporcionado

Hemos podido ya constatar que este concepto es la clave de todo lo. que llevamos dicho
hasta ahora. La permisión o causación de un mal físico es "indirecta" o "directa" según
exista o no un "motivo proporcionado". Pero, ¿cuándo es el motivo de una acción
"proporcionado"? Toda acción brota necesariamente de un motivo que es un bien
apetecido, pero para que la acción sea moralmente buena se requiere que el motivo sea
"proporcionado". ¿Qué significa esto? Proporción, pero, ¿a qué?

A esta cuestión se responde normalmente así: los bienes pretendidos deben ser
proporcionados a los males que llevan consigo y predominar sobre ellos. Pero, ¿en qué
sentido debemos establecer la comparación si se trata de bienes no cuantitativa sino
cualitativamente distintos, de valores entre sí inconmens urables, sin medida común?

Esta comparación es sólo posible si primeramente constatamos cuál es la función que un


valor desempeña respecto del otro valor. En el fondo lo que se ha de lograr es que la
acción sea siempre de tal modo "proporcionada" al valor pretendido, que éste pueda ser
obtenido en la mayor medida posible, tenida en cuenta la totalidad del contexto real. Un
estudiante quisiera aprender lo más posible. A la larga su comportamiento sólo será
"proporcionado" a su fin, si interrumpe el trabajo de vez en cuando y descansa. Si por el
contrario estudia con tal intensidad que olvida estos presupuestos, es posible que de
momento rinda más de lo normal, pero pronto su rendimiento comenzará a disminuir y
en conjunto su labor y aprovechamiento será menor que si hubiese interrumpido su
trabajo. Su comportamiento ha sido "contraproducente" y moralmente malo a causa de
esta contradicción interna.

No se puede dudar que los falsos comportamientos puedan acarrear mayores éxitos en
un ámbito particular o parcial. A las inmediatas se consigue más. La absurdidad no
aparece hasta que dirigimos la mirada al contexto total y nos preguntamos cómo se
corresponderá mejor al fin pretendido a la larga y teniendo en cuenta la totalidad de la
situación; la cual, no sólo incluye una referencia a la propia persona que actúa, sino que
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tiene un carácter universal. A la conciencia corresponde plantearse esta cuestión a un


nivel universal. La diferencia entre ambos modos de consideración es estrictamente
objetiva. La razón de la "proporcionalidad" del "motivo" radica más allá de nuestra
arbitrariedad subjetiva.

Al mismo resultado llegamos, si comparamos la fórmula de Santo Tomás con la


moderna. Como ya mencionamos, Santo Tomás en lugar de un "motivo proporcionado"
habla de una acció n "proporcionada a su fin"; y fin no significa otra cosa que el
"motivo" de la acción. Se trata simplemente de una proporción entre la acción y su
propio motivo. El punto de vista es distinto -en cierto sentido inverso- pero en ambas
fórmulas se dice lo mismo.

EL BIEN MORAL COMO LO "MEJOR POSIBLE"

Todo acto humano lleva siempre consigo algunos males. Como hemos visto, estos
males pueden quererse directamente o caer fuera del ámbito que dirige la acción
humana. Todo depende de la existencia del "motivo proporcionado".

Intentaremos ahora seguir profundizando en este concepto por medio de la reflexión


sobre un principio de la ética aristotélica. Según Aristóteles el comportamiento correcto
está siempre en el término medio de dos extremos, que podemos caracterizarlos con
"demasiado mucho" y "demasiado poco". Su ejemplo es el valor que sitúa entre la
temeridad y la cobardía (Et. Nicom. Lib II, c VI, 15-17).

Mientras la temeridad consiste en un exceso de riesgo, que a la larga consigue


demasiado poco, el valor alcanza, vista la totalidad de la situación, lo más posible de
aquello por lo que se apetece el fin. De nuevo nos encontramos aquí con el criterio del
"motivo proporcionado", de la proporcionalidad de la acción con su propio fin.

Si la valentía, según Aristóteles, parece asemejarse más a la temeridad, el filósofo no


dejó de darse cuenta que hay también una virtud más semejante al otro extremo, la
cobardía: la prudencia que debe acompañar al valor para no arriesgar sino lo necesario
para el bien. La prudencia evita que se arriesgue demasiado. Por el contrario, la
cobardía arriesga demasiado poco y por eso quita eficacia a la acción.

Esta estructura formal y universalmente válida de pérdida y ganancia subyace también


en el principio del doble efecto. No hay inconveniente en realizar una acción que lleve
consigo algunos males, incluso no pequeños, con tal que mantengamos esta proporción
de mínimos males posibles y mayores provechos posibles. Es decisivo naturalmente que
las cosas se consideren en su contexto total. Entonces nos comportaremos de un modo
proporcionado al fin apetecido.

Ahora bien, el cobarde se tendrá por prudente, mientras el temerario por valiente.
Ambos apelarán a su "buena intención". Y ambos serán puestos al descubierto si se les
cuestiona acerca de la virtud complementaria; en el caso de la valentía, la prudencia.
¿Dónde se encuentra la valentía en la aparente prudencia del cobarde? ¿Y la prudencia
en la aparente valentía del temerario? Esta presencia de la virtud complementaria nos
servirá de criterio en cada caso y nos permitirá conocer si realmente nuestra acción tiene
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un "motivo proporcionado". Así la generosidad no se da sin economía, el progreso sin


tradición, el celo sin la discreción, etc.

El bien moral consiste, pues, en la mejor realización posible del valor apetecido, tenida
cuenta de la totalidad de las circunstancias. Este enunciado es fundamentalmente
distinto de la tesis rigurosa que afirma que, entre distintos bienes, hemos de elegir
siempre el mayor.

Pero los "amedios malos"...

Nuestra interpretación del principio del doble efecto, tal como la hemos expuesto hasta
ahora, difiere de su interpretación corriente dentro del contexto del "voluntarium in
causa". Ésta acostumbra a formularse en el siguiente sentido: si un mal físico es sólo
consecuencia ulterior de un bien deseado o, al menos, no preyace objetivamente en éste,
entonces la licitud de la acción depende únicamente de lo que uno pretenda con ella. Si
el bien que se intenta conseguir compensa el daño que es consecuencia posterior o es
puramente ocasional, entonces la acción está permitida; de lo contrario, no.

Ahora bien, si el mal precede físicamente al bien deseado y por esto es "medio" para su
obtención, entonces este mal sería "deseado" y pretendido directamente, viciando por
completo a la acción, independientemente de lo que se pretendiese con ella. En este
caso, en lugar del principio del doble efecto, tiene validez otro: "El fin no justifica los
medios".

Esta oposición de los dos principios se basa en un error lógico. En el segundo de ellos
se da ya por supuesto que el medio es moralmente malo. Sin embargo, en el del doble
efecto, se trata precisamente de llegar a valorar la moralidad de este medio. Por esto,
ambos principios no pueden aplicarse paralelamente.

De nuestra interpretación se deduce que un "medio" es. moralmente malo cuando no


existe un "motivo proporcionado" para su aplicación. Esto lo constataremos aplicando el
principio del doble efecto. La mera verificación de la "malicia física" del medio no
basta para que podamos hablar de un medio moralmente malo. Puede ocurrir que la
permisión o causación de este mal físico sea "indirecta". Es el caso del "motivo
proporcionado". Mientras uno apetezca un fin de un modo verdaderamente
proporcionado a este fin -teniendo en cuenta todas las circunstancias, así como el
futuro-, podemos afirmar que incluso los medios, que contribuyan a su mejor
realización quedan determinados por este fin, y que uno puede tomar sobre sí los males
físicos contenidos en ellos. Naturalmente siempre queda en vigor la obligación de
procurar que este mal sea el menor posible. En este sentido podemos decir: "El fin
determina los medios". El principio "el fin no justifica los medios" bien entendido, no
tiene aplicación más que en estos dos casos: a) Se trata de una acción única cuyo motivo
es un fin bueno. Entonces el principio significa que este "motivo", por importante y
bueno que sea en sí mismo, no justifica los males físicos que lleva consigo su obtención,
a no ser que sea un "motivo proporcionado", en el sentido que hemos intentado explicar
hasta ahora. b) El medio es ya en sí mismo una acción propia. Esto lo conocemos en que
este medio -que es una acción- tiene un motivo para sí mismo, independiente de una
posible ordenación a otro fin. Si este motivo no es "proporcionado", entonces el medio
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será, en todo caso, moralmente malo, aun en el caso de darse una ordenación a otra
acción, que, por su parte, fuese buena.

Es claro que se dan casos en los cuales la permisión o causación de un mal precede a la
consecución de un fin sin que por ello la acción se convierta en una acción moralmente
mala. El mal puede justificarse por un "motivo proporcionado". Entonces, aunque su
causación fuese físicamente inmediata, no se la desearía "directamente". Podemos
afirmar que la mera continuidad física (espacio-temporal) carece de interés e
importancia para la calificación moral de una acción.

Uno e idéntico medio puede, bajo un aspecto, ser un valor o conducir a su realización
y, al mismo tiempo, representar bajo otro aspecto un mal físico; si uno tiene para la
permisión de este medio un "motivo proporcionado" , entonces este mismo es en
realidad sólo pretendido y querido bajo su aspecto bueno.,Y el mal queda fuera de toda
"intención" moral.

En tanto se confundan los conceptos "directa-indirectamente" con categorías meramente


físicas, haremos de la moral una verdadera serie de sutilezas incomprensibles.

En el embarazo ectópico es casi seguro que muera la madre junto con el feto, a no ser
que éste sea extirpado lo antes posible. Es raro encontrar un médico que comparta la
opinión de los que dicen que hacer esto segundo sea algo inmoral. Es cierto que la
occisión "directa" es ilícita. Pero muchos moralistas presuponen, a nuestro parecer sin
razón, que la salvación de la madre -que moralmente sólo es posible por la extirpación
del feto ectópico- significa la muerte directa de éste. Las leyes negativas hay que
entenderlas siempre como prohibición de la permisión o causación "directa", y por esto
"formal", del correspondiente mal físico, lo cual, "per definitionem" supone la ausencia
de un "motivo proporcionado". No podremos hablar de una transgresión de la ley
negativa, más que en el caso en que nos conste que el correspondiente motivo de la
acción no es un "motivo proporcionado", vista la totalidad de lo real. Si éste no se diese,
ciertamente se trataría de un mal querido "directamente", aun en el caso en que uno
vehementemente deseara prescindir de él.

Contracepción3

La doctrina hasta ahora sostenida por la Iglesia afirma que toda forma de
"contracepción" es, en principio, inmoral de modo parecido a como lo es la mentira, el
robo, el asesinato. Pero al igual que en todas las leyes negativas, también la prohibición
de la contracepción se refiere sólo a la permisión o causación "directa" -no justificada
por un "motivo proporcionado"- de algo que bajo algún aspecto puede designarse como
mal físico, aunque quizá bajo otro aspecto pudiese considerarse como un bien. El mal
físico consistiría, en este caso, en el impedimento de la concepción, que en sí mismo no
es ningún bien.

Es claro, pues, que caso de no darse ningún "motivo proporcionado", la ilicitud de la


contracepción no se ha de modificar bajo ninguna circunstancia. Pero la cuestión es
decidir si no se pueden dar ocasiones, en las que uno tenga un "motivo proporcionado"
para impedir una concepción; pues entonces ya no se trataría de la contracepción en
sentido moral. Lo cierto es que nos hemos de guardar siempre de identificar (sin más)
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orden físico con orden moral. Sólo por el hecho de permitir o causar un mal físico, no se
da por ello todavía un mal moral; esto ocurre únicamente si la acción no tiene "motivo
proporcionado" -en el sentido que hemos expuesto- o, lo que es lo mismo, si esa acción
-vista la totalidad del contexto y a la larga- por permitir o causar un mal contradijese al
mismo valor que se pretende alcanzar con ella. Sólo entonces acontece verdaderamente
algo que va "contra naturam" en sentido moral 4 .

Muchos moralistas se contentan en su argumentación con la mera referencia o


indicación de un mal físico. De este modo, lo único que se logra es crear una mentalidad
tabú, más pre- moral que moral. Estos mismos moralistas fundamentan la licitud de la
continencia periódica con la afirmación de que no se trata de, intervención activa alguna
en el curso de la naturaleza. Y en realidad incluso la misma continencia periódica,
practicada sin ningún "motivo proporcionado", no sería otra cosa que una contracepción
no permitida. Esto mismo lo presuponen ya los conocidos textos de Pío XII (Discurso al
Congreso de las comadronas católicas italianas...).

Por el contrario, ocurre también con frecuencia que muchos matrimonios preguntan
únicamente si un determinado comportamiento es permitido o no, y están convencidos
que una vez obtenida una respuesta positiva pueden quedarse ya tranquilos de una vez
para siempre. La verdad es que esta actitud no corresponde de un modo suficiente a la
exigencia y obligación positiva que todos tenemos, de permanecer siempre abiertos y
buscar activamente el progreso y la mejora de las soluciones de nuestros problemas
humanos. Esta actitud, en nuestro problema concreto, significa: exigencia permanente
de hacer las cosas de tal modo que se "obre proporcionalmente", que la acción concreta
responda al bien pretendido -la demostración y realización misma del amor conyugal-
del mejor modo posible, teniendo en cuenta el futuro y la totalidad del contexto real 5 .

Queremos cerrar nuestras reflexiones constatando que el principio del doble efecto no es
más que la formulación expresa de aquello que debe ser norma y criterio de toda
decisión personal. Para valorar moralmente una acción habremos de considerar si esta
acción -teniendo en cuenta la totalidad de la situación y el futuro- contradice o no al fin
que pretendemos obtener con ella. Si se diese contradicción, esa acción sería inmoral;
de lo contrario seria, lícita y buena.

Hemos de reconocer que la valoración de una situación no es siempre evidente,


precisamente porque supone siempre un remontarse a un horizonte lo más universal
posible. Con todo, creemos que la teología científica moral debería considerar como
tarea propia la demostración expresa de la contradicción interna que contienen aquellas
acciones que hemos de juzgar como inmorales. No hay acción moralmente mala que no
se averigüe a la larga como contraproducente a su propio fin.

Notas:
1
Una redacción previa del artículo apareció en Nouvelle Revue Théologique 87 (1965)
356-376: «La détermination du bien et du mal moral par le príncipe du double effet».
Una elaboración posterior del mismo acaba de publicarse en Natural Law Forum 12
(1967) 132-152: «The hermeneutic function of the príncipe of double effect».
2
«Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los cuales uno sólo es pretendido
y el otro no. Pero los actos morales reciben su especie de lo que está en la intención y
no de lo que es ajeno a ella... Sin embargo, un acto que proviene de buena intención
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puede hacerse ilícito si no es proporcionado al fin; por consiguiente, si uno, para


defender su propia vida, usa de mayor violencia que la requerida, este acto será ilícito.
Pero, si rechaza la agresión moderadamente, será lícita la defensa...» (II-II, q 64, a 7 in
corpore).
3
El autor hace una aplicación de los principios expuestos hasta aquí a algunos
problemas concretos de la moral tradicional: las llamadas «excepciones en la moral»
(defensa legítima del individuo o de la sociedad implicando la muerte del agresor, robo
en caso de extrema necesidad, mentira por guardar un secreto, etc), ética de situación,
probabilismos y, por fin, contracepción. Para no alargar excesivamente esta
condensación nos hemos ocupado sólo de este último caso. Creemos que es suficiente
paró comprender la mentalidad del autor y, a la vez, ser fieles a lo que él mismo
pretende (N. del T.).
4
Esto es importante para la interpretación del texto de Pío XI en «Casti Connubii»,
donde declara ser absolutamente ilícito privar «de industria» al acto conyugal de su
virtud procreativa. Según la lógica interna de los conceptos morales, «de industria» debe
significar lo mismo que «formalmente» o «directamente», es decir, «sin motivo
proporcionado». Sólo si el motivo no es proporcionado, se trata de contracepción en
sentido moral, que por definición siempre es ilícita. Esta falta de proporción objetiva no
puede ser compensada por ninguna razón por grave que sea. Si, por el contrario, hay
«motivo proporcionado», toda la acción ya no es contracepción en sentido moral, sino la
prosecución de este motivo. Independientemente de si Pío XI lo supo o no, hay que
distinguir entre «de industria» en sentido meramente siciológico y en sentido moral. Un
ejemplo que aclara: en una operación justificada la atención sicológica del médico se
concentra en la amputación de un miembro. Lo que sin embargo «de industria» pretende
el médico y que es su intención moral, no es cortar el miembro sino salvar at paciente.
Y, por el contrario, un ladrón sicológicamente no pretende sino enriquecerse. Pero como
su acción no tiene motivo proporcionado, en sentido moral priva «de industria» al
prójimo de sus bienes. Una declaración pontificia que hasta definiera el valor
permanente de la doctrina de Pío XI, sin tener en cuenta la equivocidad posible de este
concepto, no habría suprimido por eso la ambigüedad latente en él. Hay que saber
además que procrear irresponsablemente sería una acción hostil al niño y por eso en
realidad contraria en sentido moral a la misma virtud procreativa del acto conyugal.
5
Para comprender rectamente al autor es fundamental que no pasemos por alto esta
obligación de considerar cada situación concreta desde un punto de vista no particular,
sino universal y total. De lo contrario iríamos a parar en un «subjetivismo» ajeno al
espíritu que el autor refleja a lo largo del artículo y que claramente excluye en la
aplicación a los problemas concretos que hemos omitido (N. del T.).

Tradujo y condensó: ANTONIO CAPARRÓS

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