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Los Metales
El profano que se presenta para ser admitido en la
Francmasonería es inmediatamente introducido en un sitio retirado
donde se le invita a despojarse de todos los objetos metálicos que lleva
consigo: dinero, alhajas, armas, decoraciones, etc., todo debe ser
entregado al Hermano Experto. Es que los metales representan todo lo
que brilla con engañoso destello. Cuando el espíritu es inexperto, se
deja seducir fácilmente por falsas nociones, admitidas por el común de
las personas. El pensador debe desconfiar de las opiniones que recibe.
La moneda corriente de los prejuicios vulgares constituye una riqueza
ilusoria que el sabio debe aprender a despreciar. Es preciso hacerse
pobre en espíritu, si se quiere entrar en el Reino de los Cielos, es decir,
si se quiere ser iniciado y llegar a concebir la verdad. Se está más cerca
de ella cuando nadá se sabe, que cuando se permanece apegado a los
errores. Más vale no tener nada que tener deudas. El hombre que
aspira a ser libre, debe aprender desde luego a liberarse de las cosas
fútiles. Los sabios de la antig(iedad despreciaban el lujo. La razón les
permitía reducir sus necesidades a lo estrictamente necesario y buscar
la riqueza en la ausencia de los deseos inmoderados. El que vive
contento con nada lo posee todo. Sin embargo, el Iniciado no está
costreñido a hacer voto de pobreza. Debe simplemente acordarse que la
concupiscencia es el eje de todos los vicios antisociales: es el gran
elemento de desorden que las antiguas cosmogonías representaban con
la figura de una serpiente; la ambición individual provoca la ruptura de
la armonía general, hace rechazar la humanidad del Edén, destruye la
Edad de Oro. El pensador debe colocarse a sí mismo, en las condiciones
de pureza y de inocencia que se atribuyen al estado natural. Volviendo
a la simplicidad de la edad más tierna, es como se realizan las
condiciones más favorables para la búsqueda desinteresada de la
verdad.
El Gabinete de Reflexión
La Sal y el Azufre
El Testamento
Los deberes para consigo mismo son indicados con la Sal, esencia
de la personalidad; y los deberes para con nuestros semejantes, con el
Mercurio que representa la influencia penetrante del medio ambiente. -
O sea que todo está necesariamente comprendido en la reunión de: el
contenido (Azufre) - el continente (Sal) y el ambiente (Mercurio). - Las
tres preguntas propuestas abarcan, pues, todo el dominio de la moral
universal. Después de contestarlas el pensador no debe limitarse a la
teoría. Renunciando a todas las debilidades del pasado, le corresponde
morir para la vida profana para renacer a un modo superior de
existencia. - El candidato se prepara a esta muerte simbólica haciendo
su testamento, acto en el que consigna los mandatos de su voluntad
que deberán ser ejecutados por el futuro Iniciado. Osiris.- Dios creador
y fuente del bien entre los egipcios, rival de Tifón. Plutón.- Hijo de
Saturno y de Rea; hermano de Júpiter y Dios de los infiernos. Serapis o
Apis.- Famoso buey adorado por los egipcios en el templo de Ménfis.
Este templo se llamaba Serapión porque en él se enterraba a los bueyes
Apis, que al morir se convertían en Osiris y se llamaban Osor Apis, de
donde los gritos formaron Serapis.
Primer Viaje
Tercer Viaje
Para contemplar la Reina de los Inflemos, es decir, la verdad que
se esconde dentro de él mismo, el Iniciado debe franquear un triple
círculo de llamas. Es la prueba del Fuego. El candidato impasible que
avanza con paso firme, llega al término sano y salvo, después de haber
estado tres veces envuelto en un manto de llamas. El marcha sin
dificultad, no tropieza con ningún obstáculo, ni oye ruido alguno. - La
facilidad de este viaje es efecto de la perseverancia del candidato que a
la fogosidad de las pasiones (llamas), ha sabido oponer la calma de la
serenidad. Se ha hecho apto para juzgar serenamente: es lo que le ha
permitido penetrar hasta el foco central del conocimiento abstracto,
simbolizado por el Palacio de Plutón (columna roja, cerca de la cual el
aprendiz recibe su salario). - El Iniciado se mantiene en medio de las
llamas (las pasiones) sin quemarse, pero se deja penetrar por el calor
benéfico que de ella se desprende. El entusiasmo bien orientado es una
fuerza de la que es preciso sacar provecho, porque ella comunica la
energía necesaria para realizar grandes cosas. Un ardor vivo, pero
sabiamente gobernado, debe elevar al Iniciado, hacia todo lo que es
noble y generoso. Le corresponde, más que nada, no dejar que jamás se
extinga en su corazón el amor a sus semejantes. Una irradiación de
simpatía se desprenderá así de él para rodearlo de una atmósfera
saturada de benevolencia, aureola de energías ocultas que permiten
obrar los prodigios más inesperados.
El Cáliz de la Amargura
La Beneficencia
La Luz
El Mandil
Las Tradiciones
La Regeneración
La Génesis Individual
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