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en el a gu a
Mariela landa
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Mariela Landa
© Mariela Landa
© 2016 by Editorial Don Bosco S.A.
Impreso en Chile
Editora e Imprenta Maval SPA.
Rivas 530, San Joaquín, Santiago
Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser repro-
ducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos químicos, electrónicos
o mecánicos, incluida la fotocopia, sin permiso previo y por escrito del editor.
Índice
1. Un lugar escondido............................................................... 9
2. ¿Quién eres tú?.................................................................... 13
3. Los borondongos................................................................. 21
4. Alboroto en la Dirección..................................................... 27
5. Un inspector muy raro........................................................ 31
6. ¡Conque así fue!................................................................... 41
7. El tío cuentero..................................................................... 45
8. La lluvia y el difunto........................................................... 51
9. El llanto de las lechuzas....................................................... 57
10. Un fantasma en el cañaveral.............................................. 67
11. Un canto misterioso............................................................ 77
12. Caminando en la neblina.................................................. 83
13. Un hormiguero.................................................................. 91
14. Un extraño en la arboleda.................................................. 95
15. Un gran descubrimiento................................................... 101
16. La gran decepción............................................................. 107
17. El combate de las fieras..................................................... 115
18. La magia de ser amigos..................................................... 121
Para Ada López, güije.
Y Aramís, ojo de agua.
1
Un lugar escondido
9
Sin embargo, esta vez Adamelia no iba a un
simple valle, ni por un camino cualquiera. Iba,
nada menos, por la cañada que llevaba al Ojo de
Agua, un lugar adonde nadie se atrevía a ir. Se
decían cosas, todo el mundo le tenía miedo. Pero
eso sí, todo el mundo coincidía en lo mismo: era
lindísimo. “¿Así que peligroso, y misterioso, y
además lindo?”, se decía la niña… Tenía que ir a
verlo. Claro que sí.
El camino era cada vez más umbrío, más silen-
cioso. En ese silencio sus pisadas y su respiración
le parecían estruendosas. Si se detenía un mo-
mento y prestaba atención, escuchaba también
otros sonidos, por aquí y por allá, como de roces
y susurros.
Ya tenía un poco de miedo. Pero no se iba
a echar atrás, por supuesto, y siguió bajando
muy despacio. Después de un recodo el decli-
ve se fue haciendo cada vez más suave y le fue
más fácil avanzar, aunque ya la cañada era casi
un túnel, más y más estrecho, más oscuro, más
húmedo.
Llegó a otro recodo. Y a la vuelta, se detuvo
de pronto, sorprendida. La cañada se abría en un
espacio con el suelo cubierto de grandes piedras
lisas y casi negras que conducían, escalonadas,
hacia el agua.
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Se paró sobre una de las piedras y miró alre-
dedor, boquiabierta... Frente a ella se alzaba un
enorme farellón que allá en lo alto se curvaba,
formando casi un techo, como una caverna que
no se llegara a cerrar. Unos pocos rayos de sol
atravesaban la sombra fresca y húmeda. Y al pie
del farellón, el agua, de un azul tan profundo
como no lo había visto nunca antes… Estaba, al
fin, en el Ojo de Agua.
Solo se escuchaba el rumor lejano de los pá-
jaros y el viento, allá arriba, entre los árboles del
campo. Más abajo, un zumbido incesante de
avispas. Y frente a ella, el goteo delicado del im-
ponente farellón sobre el agua.
Bajó unos escalones, se sentó en una de las pie-
dras del borde y empezó a quitarse los zapatos.
¿Qué peligro podía haber allí? Había oído decir
que el manantial estaba debajo del farellón, en
una caverna oscurísima que llegaba quién sabe
hasta dónde, y que sumergirse y entrar en ella
era arriesgarse a no poder salir nunca más. Pero
a quién se le ocurre, claro que no iba a meterse
ahí, ni siquiera pensaba sumergirse. Solo iba a
refrescarse los pies.
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2
¿Quién eres tú?
13
Entonces oyó una aguda risita. Se quedó he-
lada, inmóvil, con el lazo de uno de los zapatos a
medio hacer. Por unos segundos, solo movió los
ojos, mirando a todas partes. Pero no vio a na-
die. Se levantó, despacio, el agua se veía quieta,
tan quieta y tan azul como a su llegada. No, allí
no había nadie.
La risita sonó otra vez, ahora tras ella. Sintió
que se le erizaban todos los pelos y lentamente
se volvió. Sí, había alguien allí. Alguien, o algo.
Estaba un poco más arriba, sobre una de las pie-
dras.
Era chiquito, de piel muy negra y brillante.
En vez de pelo tenía una abundante madeja de
hierba verde. No se movía, como para que ella
lo viera bien. Y ella lo vio bien. A pesar del susto
se quedó allí, mirándolo, fascinada. Tenía labios
muy gruesos, nariz chata y ojos saltones. Un
poquito panzón además, con el ombligo promi-
nente como un botón. Y las piernas arqueadas, y
entre los dedos de los pies una membrana, como
la de los patos. Llevaba una especie de faldita de
hojas.
De pronto, el duende, o diablo, o lo que fue-
se, se echó a reír a carcajadas, dejando ver dos
filas de dientecitos muy blancos.
Adamelia lo miraba atónita, muda.
14
—¿Te gustó el chapuzón? —le preguntó el per-
sonajillo, todavía riéndose, con voz aguda y áspera.
Y comenzó a saltar de un pie al otro sobre la piedra.
—¿Quién eres tú? —contestó ella al fin.
—No-no-no —dijo él—, yo pregunté prime-
ro. ¿Te gustó el chapuzón?
—¡Pues, no! ¡No me hizo la más mínima gra-
cia! —de pronto no tenía miedo sino rabia.
—Mira eso, yo pensé que te iba a encantar...
¡A quién se le ocurre, con este calor, venir hasta
aquí solo para re-fres-car-se-los-pie-ce-si-tos!
Sonó tan burlón que Adamelia se enrabió más.
—¿Y a ti qué te importa? Además, yo sí iba a
tirarme al agua, pero… ¡Pero, no así!
—¿No así? ¿Y entonces, cómo?
El duende sonreía de oreja a oreja. Ella ya es-
taba roja y echaba humo.
—¡Asunto mío! —bramó—. ¿Quién eres tú
para agarrarme un pie y tirarme al agua? ¡¿Eh?!
—¿Que quién soy yo? —preguntó él, de re-
pente muy serio y con voz oscura. Adamelia vol-
vió a sentir miedo.
—Bueno… Si se puede saber… Es lo que te
había preguntado, ¿quién eres tú?
—Humm… ¿Quién seré yo? —murmuró el
duende, pensativo. Y al instante, comenzó a sal-
tar ágilmente de una piedra a otra.
16
—¡Adivina, adivina, carita de pera china! —
decía, una y otra vez, de nuevo riéndose, sin dejar
de saltar.
Era tan ágil que Adamelia no lograba seguirlo
con la vista. Hasta que, de pronto, se detuvo en
una piedra frente a la niña, mirándola con sus
ojos saltones.
—¿Quién seré yo? —repitió.
—Eres... ¡Eres un bicho bien feo! —le soltó
ella.
—¿Sí? Pero me puedo convertir en un bicho
bien lindo —dijo el duende. Y apretó con fuerza
los ojos.
En un segundo, desapareció. Adamelia miró a
todas partes, debía haber saltado otra vez. Pero
no lo vio en ninguna piedra. Lo que vio apenas,
frente a ella, suspendido en el aire y zumbando,
era un fantástico zunzún1. Solo así, detenido un
instante, se podía ver un picaflor tan increíble-
mente pequeño. Pero no duró nada, cruzó como
una flecha el espacio hacia lo alto del farellón,
y en esa altura se quedó, subía, bajaba, estaba
allí, de pronto allá, un destello minúsculo, azul
y verde, por encima de las avispas doradas.
Adamelia miraba y miraba arriba, sin verlo.
Y de súbito, lo tuvo de nuevo frente a ella, casi
1. Zunzún: pajarito cubano parecido al picaflor, pero más pequeño.
17
junto a su rostro, batiendo las alas a una veloci-
dad imposible.
—¿Qué me dices ahora? ¿Lindo o feo? —le
oyó decir.
—Bueno… Lindo y feo. ¿En qué más te pue-
des convertir?
—Ya lo irás viendo, no seas tan curiosa.
El pajarito apretó los ojos, y allí estaba de
nuevo el duende negro y brillante.
—Está bien, pero, duende, zunzún y todo lo que
quieras, ¿no me vas a decir quién eres? —insistió
ella.
—Piensa un poco. Yo vivo aquí, en el Ojo
de Agua, desde hace muchos, muchos años. Me
encanta el agua. Y como ves, aparezco y desapa-
rezco, hago bromas… y la gente me tiene miedo.
¿No adivinas?
Adamelia recordó algunas cosas que decían en
su casa sobre un diablito negro y burlón, y que
más valía no encontrarse con él. Entonces, casi
sin voz, con los ojos muy abiertos, dijo:
—¿Un güije? ¿Tú eres un güije?
—¡Claro, niña! Yo soy el güije2 Baudilioniro
Eleuterio de la Caridad y las Mercedes de Charco
Azul. Pero puedes decirme Güiji.
No lo podía creer. ¡Un güije!
2. Güije: personaje de la mitología cubana, de origen africano.
18
—La gente habla mucho de ti; dicen que eres
muy malo.
—¡Miedosos que son! ¡Y mentirosos! ¿A quién
le he hecho daño yo?
—No sé. Pero todo lo haces a escondidas, casi
nadie te ha podido ver. ¿Por qué yo sí?
—Porque me caíste bien. Viniste hasta aquí
sola, no te pusiste a chillar cuando te asusté,
no me tiraste piedras… Ahora bien: no puedes
decirle a nadie, ¡pero a nadie!, que me has vis-
to. ¿Me oyes? Si lo dices, tú tampoco volverás a
verme.
—Pero, ¿por qué?
—Porque no. Cosas mías.
—Está bien. Ahora, dime algo... Tú pareces
un niño, pero si llevas tantos años aquí…
—Sí, soy niño y viejo.
—¿Pero, cómo es eso?
El güije resopló de impaciencia.
—¿Cómo es eso? ¡Pues, siendo! Soy viejo porque
sé mucho, y niño porque me gusta jugar. ¡No
preguntes más!
Adamelia quedó pensativa. El güije, de nuevo,
se puso a saltar de un pie al otro sobre la piedra.
Pero ella no podía aguantarse, quería saber mu-
chas cosas.
—Bueno, Güiji, ahora explícame…
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—¡Explícame, explícame, explícame! —chilló
el güije, y una vez más empezó a saltar de piedra
en piedra como un grillo loco. Y así, saltando
sin cesar y repitiendo ¡explícame, explícame,
explícame!, llegó hasta la orilla del agua y tras
un último salto desapareció bajo la superficie
quieta y azul. Adamelia lo siguió con la vista.
Y se fijó, muda de asombro, en que ni siquiera
se formaron anillos en el agua. Como si nada se
hubiera hundido en ella.
20
tricahue verde
Entre 10 y 12 años