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La masculinidad y la virilidad tiene que mostrarse, (ej deportes) tiene que

visibilizarse
Y dominar lo femenino
Horowitz (1989), siguiendo a la interpretación freudiana de la sexualidad, ha
planteado que tanto la masculinidad como la feminidad contienen un principio de
represión básica por el cual el cuerpo y su polisexualidad se encuentran
sublimados/reprimidos en la heterosexuación y en las políticas binarias del deseo.
Sobre esta represión básica el mismo autor, en diálogo con Marcuse (1969), señala
que opera la represión excedente, que es la que obligatorio. Y en el extremo de esa
cadena de requerimientos, lo que se exige de la masculinidad normativa es eficacia
en el control total de aquello que la puede poner en riesgo
Pero este riesgo es constitutivo a la masculinidad normativa puesto que ésta no
puede existir como tal por fuera de la relación especular y asimétrica de poder
frente a lo femenino. Las resoluciones a este riesgo y el carácter perentorio de las
mismas también son constitutivos de la masculinidad. Y la principal resolución
opera en la prueba viril y en la consecuente violencia machista.
la fijación, que afecta más a los hombres; evoca el terror a la castración; fantasea,
en suposición, con la represión de la pasividad y la consolidación de la actividad y
de lo activo (Mulvey, 2001). Estos dos mecanismos devienen en la cosificación del
cuerpo de las mujeres que, en los medios de comunicación, se expresa como el
amor de los hombres a la mujer cosificada; la fascinación por lo reprimido –la
pasividad–; la intrusión de la estimulación erótica en la cotidianidad, y la
degradación de la mujer y la reducción de su totalidad a las partes
erótico/genitales
lo que esta detrás de la violencia de genero (quieren ver como se mata una putita)
vínculo entre la cosificación de la mujer y el discurso pornográfico: fijación del
objeto de deseo sexual como objeto de temor y de deseo; ansiedad por la
castración y fascinación ansiosa por la sexualidad coital; fascinación por el tabú –
por lo reprimido– y por la represión excedente; resolución ilusoria de la
inseguridad masculina, y latencia de la agresividad excedente –muerte y
desmembramiento– en tanto, calma la ansiedad y aumenta la autoestima
(Horowitz y Kaufman, 1989).
Por lo tanto, en esta línea son pertinentes las afirmaciones de Horowitz y Kaufman,
cuando señalan que la sociedad es fetichista, de represión excedente, de
comercialización, patriarcal, capitalista y de excedente represivo: “Ésta es la fuente
primordial de degradación sexual de la mujer y de la represión excedente de toda
la humanidad” (Horowitz y Kaufman, 1989: 98)
Y es aún más pertinente esta afirmación cuando recordamos que, vía los medios de
comunicación, no sólo aprendemos a ser masculinos, sino que nos formamos como
parte de la misma masculinidad, que luego nos ata y nos obliga.
os teóricos de las masculinidades desde los años 90 (Carabí y Armengol, 2008), es
que no historizar la masculinidad implica, por un lado, seguir desproveyendo al
conocimiento científico y al análisis social y cultural de elementos de criticidad
relevantes; y por otro, dicha negación naturaliza las relaciones de poder entre
géneros perpetuando la subordinación de las mujeres y de lo femenino (Bourdieu,
2010).
el contrario, historizar la masculinidad supone reconocer que la misma presión
normativa fragmenta a la masculinidad hegemónica generando distintas
masculinidades, o que por razones antropológicas o como consecuencia del
impacto de las luchas de las mujeres existen formas variadas de ser masculino
(Gutmann, 1998); pero que aun en las masculinidades más emasculadas, los
privilegios subsisten,
el observatorio “Los derechos de las mujeres en la mira” da buena cuenta. Su
trabajo en periódicos de alcance nacional revela que la falta de información
documentada, el recurso a adjetivaciones fáciles y clichés, o aun el manejo
sensacionalista sobre la violencia de género, son condiciones estructurales
también de una sociedad que ha naturalizado la violencia machista como forma
ideológica de relación entre los géneros.
la hipótesis casi tautológica que utilizaríamos sería la de entender que el problema
más importante con la violencia de género es su legitimación, y que los medios de
comunicación no sólo juegan un papel importante en la difusión y ratificación de
estereotipos sexistas y machistas, sino que, concomitante a lo anterior, los
legitiman naturalizando así una cultura machista, basada en la subordinación de la
mujer,
“crimen pasional” parecería legitimar la reacción del varón ante el deshonor, el
abandono o la traición proferida por la protagonista femenina, o por el cuerpo
feminizado.
En ese sentido, “crimen pasional” es una expresión de la impunidad consustancial
a la masculinidad.
Es en ese contexto de impunidad que se explica la expresión “crimen pasional”: “no
es mi culpa”, “no quise hacerlo, estaba fuera de mí”, “ella me condujo a hacerlo”,
son recursos discursivos/ideológicos/políticos que, con todas las distancias y
variaciones,
De ahí que el paso de la figura de “crimen pasional” a la de violencia de género y/o
femicidio, permita desarrollar elementos críticos que asignen a los hombres y a sus
masculinidades las responsabilidades debidas en la subordinación de lo femenino,
y permitan ubicar límites a la masculinidad.
De lo contrario, los hombres y sus masculinidades hacen uso de uno de sus
prerrogativas más punzantemente generalizadas: no darse cuenta, no tomar
conciencia, no reconocer responsabilidades con lo cotidiano.
La competencia, la agresión, la violencia, circulan entre los femicidas como un
pacto homosocial (Kosofsky, 1998) que excluye a lo femenino y que lo condena a la
sujeción total.
Complicidad y correspondencia que exigen que los hombres se deshumanicen al
compensar el horror de la violencia en el placer del poder.
La violencia contra sí mismos, como en el caso de los femicidas, expresa que estos
hombres despliegan un ego masculino como único marco de referencia vital; que
han eliminado el diálogo, la paciencia y el respeto como canales de entendimiento
de su violencia; que han entronizado al pene como eje de poder físico y simbólico;
y que han aprendido a controlar o reprimir todo lo asociado a lo pasivo y a lo
femenino (Kaufman, 1989; Kimmel, 1997, 2001
Sólo la conciencia de lo empobrecedor de esta forma de ser masculino puede
generar dinámicas críticas hacia las mismas masculinidades. De hecho, no todas las
masculinidades son iguales (Gutmann, 1998); desgraciadamente, la masculinidad
normativa en sí misma es un principio de organización de la sexualidad y el
género, que operativiza la heterosexualidad en términos de una mayor o total
subordinación de los cuerpos femeninos y feminizados
Las así llamadas nuevas masculinidades, o masculinidades disidentes, son
proyectos políticos y de vida que para cualificar su novedad deben considerar su
compromiso con el desmontaje o cuestionamiento del principio activo/pasivo y,
por tanto, de la subordinación de lo femenino y de la eternización de los privilegios
de lo masculino.
En ese sentido, este nuevo tipo de masculinidades sólo será posible en la medida
que se comprometa con el desmontaje de la “cultura de la violación”, y de todas y
cada una de las formas de violencia de género.

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