Sei sulla pagina 1di 231

2

Esta traducción fue hecha de fans para fans, sin ningún tipo de
ganancia. Hecho para promover la buena lectura y darle la posibilidad de 3
leer el libro a aquellas personas que no leen inglés. Puedes apoyar a la
autora comprando sus libros y siguiéndola en sus redes sociales.
Staff
MODERADORAS
ValeV Yani

TRADUCTORAS
Ana09 Astrea75 CJ Alex

Gasper Black Just Jen Lune

AleVi MadHatter Yira Patri

4
CORRECTORAS
Yani ValeV Bibliotecaria70

MadHatter Erienne Daliam

LECTURA FINAL
Just Jen ValeV Yani

DISEÑO
R♥bsten
Índice
Sinopsis Capítulo 19

Prólogo Capítulo 20

Capítulo 1 Capítulo 21

Capítulo 2 Capítulo 22

Capítulo 3 Capítulo 23

Capítulo 4 Capítulo 24
Capítulo 5 Capítulo 25

Capítulo 6 Capítulo 26

Capítulo 7 Capítulo 27

Capítulo 8 Capítulo 28 5
Capítulo 9 Capítulo 29

Capítulo 10 Capítulo 30

Capítulo 11 Capítulo 31

Capítulo 12 Capítulo 32

Capítulo 13 Capítulo 33

Capítulo 14 Capítulo 34

Capítulo 15 Capítulo 35

Capítulo 16 Capítulo 36

Capítulo 17 Epílogo

Capítulo 18 Sobre la Autora


Sinopsis
**Nota de la Autora: Esto no es un romance BDSM**

Somos trece chicas, cautivas, esclavas de nuestro amo.

Un amo que nunca hemos visto.

La obediencia se convertirá en todo lo que conocemos en nuestra


superficial existencia. Es la única emoción que estamos autorizadas a sentir.

Cuando somos malas, somos castigadas. Cuando somos buenas, somos


recompensadas.

Nuestras cicatrices son profundas. Sin embargo sobrevivimos, porque


tenemos que hacerlo...

Porque Él nos enseña a hacerlo.


6
Todas somos especiales, sentimos esto con todo nuestro ser.

Él nos tiene por una razón, pero es una razón que no sabemos.

Jamás hemos visto su rostro, pero sabemos que algo profundamente roto
yace bajo la oscuridad. Con cada toque, cada castigo, lo conocemos.

Entonces algo cambió.

Él me mostró quién es realmente.

Ahora lo quiero.

Voy a ir en contra de todo lo que sé para estar con él.

Un monstruo.

Mi monstruo.

Amarlo es un pecado, pero soy una pecadora. No voy a parar hasta que
vea cada una de sus partes. Incluso las partes que mantiene encerradas muy
profundo en su interior.

Soy Número Trece, y esta es mi historia.


Prólogo
William
Traducido por Ana09

Corregido por Bibliotecaria70

Mis botas hacen crujir las hojas amarillas de otoño mientras camino hacia el
patio de la escuela. Hoy no quería venir, pero mamá me dijo que no tenía opción.
Dijo que la escuela es para chicos inteligentes, y que, si no voy, entonces ¿cómo
me volveré inteligente alguna vez? Podría hacerme inteligente; el hombre de la
televisión me dice todo lo que necesito saber. Pero ella dice que no puedo hacer
amigos con el hombre de la televisión, y que la única forma de hacer amigos es
asistir a la escuela. Podría haberle dicho que no necesito amigos para ser exitoso,
pero ella solo me contestaría que estaba siendo tonto.
7
Así que vine a la escuela.

No le dije que hay bravucones aquí, o que cada día me empujan y me


encierran en los casilleros. Eso me haría sonar débil, y ahora que mi padre está
trabajando, y mi hermano se encuentra lejos porque no le gustó la escuela de
aquí, he tenido que convertirme en el hombre de la casa. No hay lugar para la
debilidad.

Mamá me dice que los bravucones eligen a los chicos que son víctimas.
Creo que está equivocada. No soy una víctima; solo soy un chico. Me eligieron
porque soy diferente. No miro a las chicas como ellos lo hacen; no trato de
escabullirme para asistir a fiestas. Solo tengo trece años. Solo estoy aquí para
aprender, luego me dirijo a casa y cuido de mi familia, porque soy el hombre de
la casa.

Como dije.

El estridente sonido de la campana de la escuela me dice que llego tarde.


Empiezo a trotar, girando en la esquina, y dirigiéndome hacia el patio de la
escuela. Es un frío día de invierno, y tengo que sostener mi abrigo para evitar que
ondee por la brisa helada. Puedo ver a los estudiantes apilándose en las puertas
principales, y convierto mi trote en una carrera.
Estoy tan concentrado en las puertas que no los veo. Una mano fuerte
arremete, agarrando mi manga, y arrastrándome en el callejón que se encuentra a
un lado de mi escuela.

Siempre supe que este callejón era peligroso.

Mi cuerpo se estrella contra una valla de madera, y dirijo mi mirada en los


bravucones. Son cuatro. Todos son más grandes que yo, todos ellos son parte del
equipo de fútbol. Están en unos grados superiores, y acaban de cumplir dieciséis.

El líder del grupo, Marcel, avanza primero. Frunce su nariz con disgusto,
como si yo simplemente hubiera arrastrado mi cuerpo en una alcantarilla, como si
yo estuviera ofendiéndolo. Se inclina más cerca, y puedo percibir el olor de
cigarrillos en su aliento.

Fumar no es agradable.

—Will has estado tratando de evitarme. ¿Realmente pensaste que podías


esconderte de mí, en casa con mami, y nunca salir de nuevo?

Lo miro fijamente, preguntándome por qué decidió elegirme. Ni siquiera


sabía su nombre hasta que hace unos seis meses me llamó y luego empujó mi
cabeza en un retrete. Solo era un chico, manteniendo mi cabeza baja, estudiando
y aprendiendo como debería. Ahora aquí estoy, presionado contra una valla, 8
preguntándome por qué decidió que yo era lo suficientemente bueno como para
tomarse un esfuerzo adicional para atacarme.

No me molesto en responderle; eso solo lo empeorará. Mis respuestas no


harán ninguna diferencia. Si respondo, estoy equivocado. Si no respondo, estoy
equivocado.

—¿Eres jodidamente mudo, pequeño coño?

Mi cuerpo se sacude. Odio esa palabra. Es tan…vulgar. Dejo que mi mirada


se dirija a los otros cuatro chicos, parados como una manada protectora
alrededor de Marcel. No conozco sus nombres; no son lo suficientemente
importantes. El chico alto con el cabello naranja luce nervioso, como si supiera
que lo que está a punto de ocurrir podría causarle un mundo de problemas, pero
aún está aquí, todavía toma la decisión de quedarse. Los otros dos chicos tienen
expresiones estoicas, son plenamente conscientes de su participación en este
ataque.

Aún no le respondo. Si solo los dejo golpearme, se alejará más rápido.

—Eres un fenómeno, Will, ¿eres consciente de eso? —sisea Marcel,


inclinándose más cerca.

Por supuesto que sé eso. No estaría inmovilizando contra una valla si no lo


supiera.
Los bravucones son tan tontos.

Marcel levanta su puño, y golpea mi rostro, quebrando mi nariz con tanta


fuerza que la sangre salpica su camisa. No lloro, porque eso es lo que quiere,
pero el dolor que atraviesa mi cabeza casi es lo suficientemente fuerte como para
hacerme rogar. Casi. Marcel se apodera de mi camisa, y sus ojos grises escanean
mi rostro. Está jadeando, como si yo lo hubiera empujado en el callejón y lo
hubiera desafiado. Como si esto fuera mi culpa. El mundo es así de retorcido, es
una lección que he aprendido de la manera difícil.

—Sabes —brama, capturando mis ojos con los suyos—, el otro día escuché
a mi chica diciendo cuán atractivo eras. ¿Sabes cuánto apesta tener a mi chica
diciendo que un fenómeno es atractivo? Especialmente un fenómeno que tiene
solo, ¿qué? ¿Trece años de edad? Tu polla no debería ser más grande que un
maldito tubo de pintalabios, sin embargo, piensa que eres atractivo.

No sabría cuánto apesta tener a una chica diciendo eso porque no tengo
una chica.

De nuevo, los bravucones son tontos.

—No me respondas, pequeño imbécil. No importa. Para el momento en que


abandones este callejón, me aseguraré que nunca más seas atractivo. No tendré 9
por competencia a una pequeña comadreja que ni siquiera puede hablar.

La sangre llena mi boca, y mi nariz palpita con tanta fuerza que estoy casi
seguro de que puedo escuchar a mi propio corazón latir en mi cabeza. No quito
mis ojos de Marcel. Dicen que mirar al peligro justo a los ojos, te da poder y
fortaleza. No me siento poderoso en este momento. De hecho, realmente no
siento nada. Alguien como yo no pelea. Soy la víctima, y las víctimas son débiles.
Todo el mundo lo sabe.

Marcel mete la mano en el bolsillo trasero de su pantalón, y saca un


pequeño frasco de algo, no sé lo que es. El corazón que siento en mi cabeza
empieza a palpitar aún más fuerte.

Intento no demostrar miedo. Trato de mantenerme de pie y afrontar con


fortaleza lo que me hace, pero no es tan fácil cuando tu atacante está tan loco
como el mío.

—Ella dijo que eran tus ojos —comienza, trazando círculos perezosamente
en su palma con el frasco—. Comentó que eran los ojos más impresionantes que
alguna vez ha visto. Como el océano.

No sabía que mis ojos eran como el océano.

Agarra mi camisa, acercándome más. —Nadie es más atractivo para mi


chica, que yo.
Dicen que las cosas malas ocurren en cámara lenta; tienen razón. Siento
que Marcel me lanza contra el suelo. Siento cada movimiento mientras mi cuerpo
golpea la tierra. Siento su peso corporal sobre mí, sus rodillas inmovilizándome
mientras me retuerzo. Siento que sus amigos toman mis brazos, colocándolos
sobre mi cabeza, mientras otro presiona una mano sobre mi boca. Con mi nariz
brotando sangre, se me hace difícil respirar.

Siento que alguien presiona sus dedos en los costados de mi cabeza,


manteniéndome quieto mientras Marcel desenrosca el pequeño frasco de líquido
en su mano. Se agacha, metiendo sus dedos en mi ojo, causando que se
humedezca y me arda. Grito y me retuerzo, tratando de escapar. Me golpea de
nuevo, haciendo que mi cabeza de vueltas, y la sangre llena mi boca. Luego
mantiene mi ojo abierto, y vierte el líquido en él. Mis gritos se intensifican mientras
lo que se siente fuego se asienta en mi ojo.

Se siente como si quemara a través de mi carne.

Oh Dios, duele. Duele demasiado.

El dolor no es nada que alguna vez haya sentido. Las palabras son
incapaces de explicar el horror que siento mientras la oscuridad invade mi cuerpo.
Siento que el líquido se desliza por el costado de mi rostro hacia mi oído,
quemando todo a su paso.
10
Trato de liberar mis manos. Necesito limpiarlo. Dios, duele, alguien por
favor que lo saque. Sin embargo; no puedo liberar mis manos, los chicos me
presionan contra el suelo y son demasiado fuertes. Así que hago la única cosa
que puedo en mi último momento de pura desesperación. Giro mi cabeza,
muerdo la mano más cercana a mí, haciéndolo sangrar.

No sé lo que dicen, ni siquiera reconozco el momento cuando huyen. Todo


lo que sé, es que estoy sangrando profusamente en un callejón, y mi ojo se
quema con un químico letal. El color rojo llena mi visión mientras la sangre
empieza a cubrir cada parte de mi rostro. Sé que aún estoy gritando, aunque no
pueda oírlo. Todo lo que puedo escuchar es un zumbido excesivo en mis oídos. Ni
siquiera puedo mover mis manos para cubrir mi ojo en un intento por proteger el
círculo ardiente. No puedo hacer nada más que acostarme y gritar,
experimentando un dolor que jamás presenciaré de nuevo en mi vida,
preguntándome qué hice para merecerlo.

Nadie merece morir.

Pero morí, ese día.

Y en mi lugar, un monstruo nació.


1
Número trece
Traducido por AleVi

Corregido por Daliam

Mis rodillas se raspan a través de todo el concreto mientras un enorme


hombre encapuchado agarra mi cabello y me arrastra a lo largo del suelo. Mi
boca está cubierta con una mordaza, y se me hace difícil respirar. Las lágrimas se
deslizan de mis párpados mientras nos detenemos, y en mi piel empieza a
formarse una quemadura profunda y penetrante. Puedo sentir la sangre caliente
que fluye por mis piernas, y mi garganta pica por la bilis que ha estado subiendo y
bajando durante las últimas tres horas. De repente levantan mi cuerpo del suelo, y
antes de que pueda registrar lo que ocurre, soy arrojada a una gran caja de
11
madera.

—Tenemos que moverlas, y tenemos que hacerlo ahora. Han sido


compradas, y han solicitado que se les entregue en las mejores condiciones —
refunfuña una voz masculina.

A través de mi visión borrosa, puedo ver que hay otras dos chicas
conmigo. Ambas se encuentran igualmente maltratadas. Puedo escuchar los gritos
estridentes procedentes de la caja a mi lado, el sonido hace que mi cuerpo
tiemble y se tense. Una sensación enfermiza aprieta mi estómago y trato de no
prestarle atención a la chica que grita, en su lugar intento escuchar lo que sucede
a mí alrededor. La información es clave, y en estas circunstancias, es probable
que pueda salvar mi vida.

Si me queda una vida que salvar.

—Quería diez —dice una voz masculina—. Es como si las hubiera


seleccionado con la mano. Jodidamente extraño si me preguntas. También
escuché que las está reuniendo de diferentes lugares, como de las calles.

No tengo idea de lo que hablan. Ni siquiera recuerdo cómo terminé aquí.


Mi mente es un desastre confuso, ni siquiera puedo recordar mi propio nombre. A
mi cuerpo le han suministrado tantas drogas que no puedo diferenciar mi derecha
de mi izquierda.

Tengo breves episodios de consciencia antes de que regresen y otra vez


introduzcan una aguja a través de mi cuello. Entonces me desvanezco, solo Dios
sabe por cuánto tiempo. Es difícil saber hacia dónde te diriges cuando pasas la
mayor parte del tiempo inconsciente.

Escucho un pequeño grito entrecortado detrás de mí, y me muevo de tal


manera que pueda ver a las dos chicas, también atadas y amordazadas. Ambas
con lágrimas deslizándose por sus rostros, luciendo tan aterradas como yo me
siento. La chica a mi izquierda se mece hacia atrás y hacia adelante, con las
manos atadas con fuerza frente a ella. La que se encuentra a mi derecha me
observa en silencio, como si una parte de ella espera que la salve, o tal vez solo
espera que le diga cómo terminamos aquí. No tengo una respuesta. Me encuentro
tan perdida como ella lo está.

—Solo arrojé a la décima chica allí dentro —vocifera un hombre—.


Movámonos.

La tapa de la caja cruje cuando la cierran, y mi ritmo cardíaco se acelera.


Me retuerzo, sin querer estar encerrada en esta caja por solo Dios sabe cuánto
tiempo. Escucho una maldición, luego alguien grita una orden. La tapa de la caja
12
se balancea y se abre, levanto la mirada para ver a un hombre de cabello oscuro
inclinándose hacia abajo con una aguja en su mano. Me retuerzo de manera más
persistente y niego con la cabeza, utilizando mis pies para impulsarme a la parte
trasera de la caja. No sirve de nada, el hombre sumerge una aguja en mi cuello, y
un dolor abrazador atraviesa mi cuerpo, después el hombre retrocede, colocando
la tapa nuevamente y cerrando la caja. Me doy la vuelta para observar a la chica y
la encuentro mirándome fijamente, sacude su cabeza suavemente.

Se lo que me está diciendo.

Es inútil.

Número trece
Los dolores que se extienden a través de mi cuerpo me despiertan de la
bruma. Me toma un momento ser capaz de abrir mis ojos y parpadear. Cuando lo
hago, me doy cuenta de que me encuentro en una completa oscuridad. Trato de
mover mi cuerpo solo para notar que continúo atada, pero la mordaza en mi boca
ha desaparecido. Me obligo a sentarme, llorando por el dolor cuando mi cuerpo
se llena de una sensación de picazón. Mis brazos están adormecidos por la falta
de circulación, y cada ligero movimiento es una completa agonía. Eso solo
confirma que he estado en esta posición durante un largo tiempo, posiblemente
durante toda la noche.

Presiono mi espalada contra una pared fría posiblemente de piedra. Trato


de concentrarme en los sonidos que me rodean, pero no hay ninguno. No puedo
escuchar a las otras chicas; no puedo oír voces. No escucho nada en absoluto,
excepto el sonido de mi propia respiración. Mi garganta está seca y arde, siento
como si no hubiera bebido agua en días. Es probable que no lo haya hecho, y con
todas estas drogas, mi cuerpo ha entrado en modo de protección, tratando de
salvar todo lo que pueda.

Me siento de esa manera durante más de dos horas. Lo sé porque en


algún momento empiezo a contar, esperando ver cuándo será suministrada mi
siguiente dosis de drogas, y para tratar de obtener algún tipo de entendimiento
sobre cómo funciona esto. Si sé cuándo esperarlos, entonces tal vez tenga mayor
13
oportunidad de escapar.

Escucho voces masculinas murmurando, después una luz parpadea y se


enciende. Le toma un momento a mis ojos adaptarse a mi entorno. Me encuentro
en una pequeña habitación, sin ventanas y con una sola puerta. La puerta es de
metal sólido, con minúsculas barras bloqueando una ventana en la parte superior.
El piso es de concreto y las paredes son, de hecho, de piedra. Esto no es una
habitación; es una celda. Incluso en mi bruma lo sé.

La puerta repiquetea y rechina mientras se abre lentamente. Enfoco mis


ojos en el espacio, esperando ver quién entrará. Tres hombres ingresan a la
habitación, todos con sus rostros cubiertos por máscaras con pequeñas ranuras
para los ojos y la nariz. Cada uno trae a dos chicas, tirando de ellas por las
cadenas unidas a los grilletes en sus muñecas. Arrojan a las chicas sobre el suelo,
luego desaparecen, y regresan un momento después con otras dos chicas cada
uno. También lanzándolas sobre el suelo, antes de girarse y cerrar con fuerza la
enorme puerta de metal, dejándonos solas.

Una vez que mis ojos se adaptan del todo, miro a mí alrededor,
observando a cada una de las chicas. Trato de encontrar alguna similitud que me
ayude a darle sentido a esto. No hay ningún parecido entre nosotras; lo único que
noto es que todas tienen un número en sus manos. Parece estar tatuado. Muy
curioso, bajo la mirada hacia mi mano, y veo en letras negras el número 13. Estiro
mi mano encadenada, y paso mi dedo sobre la piel abultada. Es doloroso, lo que
me dice que es muy real. Echo un vistazo a las otras chicas y todas se protegen.
La mayoría está observando sus manos, negándose hacer contacto visual.

Estudio sus manos y sus rostros. Número Uno es una pequeña chica
regordeta, sentada en el rincón más alejado. Su cabello es castaño claro, tiene un
esparcimiento de pecas sobre su nariz. No puedo ver sus ojos, debido a que no
me mirará.

Número Dos se encuentra sentada cerca de mí. Es una atractiva


latinoamericana con ojos almendrados con una ligera inclinación hacia arriba,
dándole un aspecto exótico. Tiene el cabello largo de color marrón que luce
andrajoso y descuidado. Parece como si hubiera estado aquí durante un largo
tiempo. Creo que se encontraba en la caja conmigo.

Número Tres tiene lágrimas cayendo por sus mejillas pecosas. Posee el
cabello color rojo llameante y ojos azul pálido.

Número Cuatro es una chica morena con una piel que me recuerda a la
seda pura. Sus ojos son tan oscuros como su piel, y tiene mechones de cabello
muy rizado.
14
Número Cinco es una chica rubia pálida. No puedo ver sus ojos, pero
podría imaginar que son azules, ella es de ese tipo de bellezas. Su cuerpo es frágil
y pequeño, como si no hubiese comido en semanas.

Número Seis tiene el cabello color negro cuervo, con un corte de tipo
duendecillo. Sus ojos son de color verde esmeralda, y es probablemente una de
las chicas más impresionantes en la tierra.

Número Siete es una chica india, con cabello largo y grueso, ojos color
chocolate con leche. Tiene un pequeño punto entre sus ojos y cuando miro en su
dirección, siento una calidez instantánea hacia ella. Es la única que ha hecho
contacto visual conmigo.

Número Ocho es una chica alta y delgada con cabello castaño. Luce como
una atleta, y su cuerpo es extremadamente musculoso. Tensa y destensa su
mandíbula por la rabia.

Número Nueve es una diminuta y pequeña chica quien no debe de medir


más de un metro cincuenta. Tiene cabello rubio decolorado y recortado alrededor
de sus oídos. Sus ojos son de color marrón, y su piel es bronceada, como si
hubiera pasado mucho tiempo en la playa.

Número Diez es una chica asiática, con un cuerpo pequeño y esa piel
asiática perfecta y hermosa. Se encuentra acurrucada en un rincón, sus manos se
voltearon lo suficiente como para poder ver su número, no se mueve, y no mira a
nadie.

Número Once es una chica que luce como marimacho. Tiene cabello corto
y negro, piel pálida y sus ojos son de color avellana, pero predominando más el
color marrón. Me observa fijamente cuando miro en su dirección, así que alejo
rápidamente mi mirada.

Número Doce me está mirando, también es una chica pequeña con cabello
color rojo oscuro y ojos verdes. Me da una sonrisa temblorosa que no me atrevo
a devolver.

Eso me deja a mí, Número Trece. No podría decirte cómo luzco, porque no
lo recuerdo. Sé que tengo cabello rubio, porque atrapé un mechón de éste en mi
visión. Tengo piel olivácea, puedo ver eso también. Soy demasiado pequeña
comparada con algunas de las otras chicas, más parecida a la chica duendecillo
en tamaño y peso. Soy lo que llamarían menuda. Incluso mis manos y mis pies son
versiones pequeñas de las de una persona normal.

Así que, aquí estamos todas, variando de impresionantes a normales. Esto


lo hace más confuso, porque no hay patrones distintivos, y eso es aún más
aterrador. Y de todas nosotras, solo Número Siete, Número Doce y yo, somos las
que parecemos curiosas sobre lo que nos rodea. Las otras chicas actúan como
15
zombis, como si no tuvieran personalidades. Como si hubieran sido despojadas de
ellas. Esto hace que un escalofrío de temor recorra mi cuerpo

¿Qué va a pasarme?
2
Número trece
Traducido por MadHatter

Corregido por ValeV

Mi cabeza palpita con el sonido de los chillidos obstinados de Número Seis.


Ahora han transcurrido cuatro horas, y sus gritos no han disminuido. Se encuentra
junto a la puerta, golpeando sus diminutos puños contra el metal, como si fuera a
moverla. Además de mí, probablemente es la más pequeña de nosotras, sin
embargo, está gritando como si fuera diez veces más grande que su tamaño real,
y le pega a la puerta como si cada golpe con sus diminutos puños de alguna
manera la echaran abajo y cambiaran esta situación. Mis nervios han estallado, y
todas sentimos su mismo miedo. Sus gritos no están ayudando.
16
—Por favor, para —susurra Número Doce, cerrando sus ojos como si le
doliera.

Me encuentro con su mirada, y se me acerca más. Una parte de mí quiere


extender mis manos y tomar las suyas, pero la otra parte está demasiado
aterrorizada para moverse. Intento no pensar en todas las razones terribles por las
que nos encontramos aquí, pero con Número Seis gritando como lo hace, eso es
imposible. Números Tres y Ocho están durmiendo, como si no pudieran escuchar
a Número Seis siguiendo con lo mismo. O eso, o que son extremadamente
pacientes. Yo, no lo soy. Todo mi cuerpo hormiguea con una rabia que crece
cada vez más, del tipo que hará que le empiece a gritar a Número Seis en poco
tiempo si no se detiene.

Entonces recuerdo que todas estamos juntas en esto, y gritarle por


expresar su miedo me haría una mala persona. Así que me acuesto sobre el piso
poco cómodo y duro, colocando mis manos atadas debajo de mi cabeza. Mi
espalda envía un dolor intenso y agudo a través de mis caderas, justo a mis
piernas, y mis costillas duelen por yacer encima de una superficie tan dura. Trato
de presionar mis manos sobre mis oídos, porque los gritos de Número Seis
acaban de reanudarse. También ha decidido que sus puños no van a funcionar,
así que se inclina hacia atrás y patea la puerta con todo lo que tiene. Cuando no
llega a ninguna parte haciendo eso, comienza a golpear su cabeza contra los
barrotes, enviando sonidos sordos y repugnantes a través del aire. Le doy otra
mirada rápida.

Siento lástima por ella.


Su pánico se ha apoderado de ella.
Espero que nunca llegue a sentirme tan desesperada.
De alguna forma, me las arreglo para caer en un sueño ligero. Puedo
escuchar a Número Seis gritando, pero eventualmente se convierte en un grito
ronco, que se desvanece poco a poco en una escofina ronca. Es determinada, le
concederé eso. De vez en cuando, en el momento en que mi mente se despierta
un poco, oigo el golpe mientras que ella todavía, ocasionalmente, intenta patear la
puerta. Cuando se tranquiliza, mi cuerpo cae en un sueño más profundo, y me
quedo así por lo que me imagino son unas ocho horas, porque cuando me
despierto, ya es de mañana, puedo decirlo por la luz que entra a través de los
diminutos barrotes de la puerta, y Número Seis ha comenzado a gritar de nuevo.

—¡Déjenme salir, por favor, déjenme ir! —vocifera.

Veo que hay sangre seca sobre sus nudillos, y su rostro se encuentra rojo e
hinchado. Me siento mal por ella; es difícil no hacerlo. Se está haciendo daño, y 17
está aterrorizada. No sabe por qué se encuentra aquí, y en lugar de mantener la
calma, está perdiéndola. No puedo culparla en absoluto. Está tomando toda mi
fuerza de voluntad, el no acercarme y unírmele en la puerta. La única razón por la
que no lo hago, es porque en mi momento de plena claridad, quiero asimilar todo
lo que pueda. Si grito, lo más probable es que conseguiré que me droguen otra
vez, y me perderé algo vital.

—¿Vas a callarte? —protesta Número Once, la chica marimacho.

Dejo que mis ojos viajen hacia ella, y luego regresen a Número Seis. Me
las quedo mirando a las dos. Número Once tiene sus puños apretados, y observa
a Número Seis, quien todavía grita, aunque con voz ronca, y patea la puerta.

—¿No me oíste? —espeta Número Once—. Maldita sea, ¡cállate de una


puta vez!

Las otras chicas se hallan todas sentadas. Algunas lloran, y otras miran a
sus manos quietas, como si no se hubieran movido. Empujo mi cuerpo adolorido
para sentarme, y trato de murmurar un “detente” a Número Seis, pero mi
garganta se encuentra tan seca que solo suena como si chillara. Cierro mis ojos,
respirando profunda y dolorosamente. Escucho la cerradura de la puerta
desbloqueándose, y mi cabeza se levanta rápidamente. Todo el mundo observa
cómo la puerta se abre de golpe, y Número Seis es empujada hacia atrás.
Aterriza con un golpe al otro lado de la habitación, y cuando se coloca de
rodillas, sangra por su labio. Sus ojos se encuentran frenéticos, y al momento en
que dos de los guardias encapuchados entran, ella les cae encima. A pesar de
que sus manos se encuentran atadas, todavía lo intenta. No llega lo
suficientemente cerca como para hacerles daño, porque uno de ellos extiende su
mano de golpe, abofeteándola en el rostro. Un grito escapa de su garganta al
tiempo que su cabeza se tuerce hacia los costados, y aterriza con un fuerte golpe
sobre el suelo. Un guardia se abalanza sobre ella y la agarra por la parte trasera
de su camisa. La levanta en el aire, y la empuja hacia su amigo.

Entonces salen del lugar, cerrando la puerta de nuevo. Podemos escuchar


a Número Seis gritando por todo el camino en el pasillo. Escuchamos otro portazo,
y luego el sonido de otra bofetada. Mi estómago se retuerce con fuerza, una
lágrima silenciosa sale y cae por mi mejilla. Los gritos entrecortados de Número
Seis se convierten en sollozos estrangulados, y la desesperación toma el control.
Quiero presionar mis manos sobre mis oídos, bloquearlo todo, pero no puedo.
Tengo que sentarme aquí y escuchar, al mirar a las otras chicas y a sus rostros
pálidos, puedo decir que se sienten de la misma manera.

—Por favor, no —grita Número Seis, su voz realmente aterrorizada—. Lo


siento, no, por favor… no. 18
Sus ruegos aumentan frenéticamente. —No voy a hacerlo de nuevo. Seré
buena. Por favor, no lo hagas. —Se escucha un ruido fuerte. Cada uno de
nuestros cuerpos se estremece por el miedo ante el ruido repentino.

Entonces nada.

Como si un interruptor hubiera sido apagado, todo está en silencio. Un


sollozo escapa de mi garganta, porque sé la horrible verdad de la situación. Cierro
mis ojos, apretándolos con tanta fuerza que arden, y trato de concentrarme en
cualquier sonido que pueda. No escucho nada. Los gritos de Número Seis solo
fueron interrumpidos. Escucho sonidos de arcadas, y levanto mis ojos para ver a
Número Dos inclinándose hacia adelante, vomitando sobre el piso vacío y frío. Mis
lágrimas caen con más rapidez, y presiono mis manos atadas sobre mi boca.

Número Seis se ha ido.


Número trece
Número Seis no regresa. En su lugar, es reemplazada por otra chica. No
sabemos de dónde proviene, o qué le sucedió a la Número Seis original, pero
todas tememos lo peor, Número Seis fue asesinada. La sola idea hace que todo
en mi interior se revuelva, tanto, que he pasado la mayor parte del día dando
arcadas sin vomitar nada. No he tenido nada para comer ni para beber, mi cuerpo
está exhausto. Nadie ha dicho una palabra; todas nos encontramos dentro de una
habitación, juntas, y sin embargo no hablamos.

Es algo así como jodido.

Finalmente, llegan en la tarde. Oímos que la puerta se abre, y todas nos


tensamos, nuestros cuerpos en alerta máxima. Tres hombres encapuchados entran
en la habitación, cada uno tiene una hilera de cadenas en sus manos.

—No se muevan —vocifera uno de ellos—. Te mueves, y eres castigada.


Aprenderán bastante rápido que la mejor forma para sobrevivir es hacer lo que te
dicen. —Entonces entran y se agachan, enganchando nuestras manos en las
cadenas. Cuando todas nos encontramos en una fila, ellos tiran, y como perros, 19
obedecemos.

Salimos a un largo pasillo, totalmente asegurado. Puedo ver las cámaras en


el techo, e inclino mi cabeza hacia atrás para mirar una de ellas, esperando que
quien sea que se encuentre en el otro extremo pueda ver qué tipo de mierda, él o
ella, nos hace pasar.

—Ojos hacia adelante —espeta uno de los guardias. Bajo mi mirada, y me


quedo observando la parte posterior de la cabeza en frente de mí.

Giro mis ojos levemente hacia la derecha cuando subimos por unas
escaleras y entramos a un hogar inmenso, más que hermoso. Esto no es para
nada lo que esperaba. Pensé que nos encontraríamos en algún almacén
deteriorado, o bajo tierra, pero no esto.

Mientras caminamos a través de los pisos de mármol perfectamente


pulidos, asimilo la serie de obras de arte en las paredes: chicas, todas en blanco y
negro, dobladas en posiciones extrañas. Todas ellas rotas. Como nosotras.

El mobiliario es de aspecto caro, rico en colores: marrón, azul marino e


incluso un poco de verde oscuro. La casa ha sido decorada profesionalmente, eso
no lo dudo.

Nos adentramos en un estrecho pasillo que nos lleva hacia un gran


conjunto de puertas dobles de madera. Los guardias las abren, y nos llevan a un
salón de baile gigantesco. Mis zapatos andrajosos rechinan sobre los pisos de
madera pulida, mientras cruzamos hasta quedarnos en la mitad.

Los guardias nos detienen, y se giran hacia nosotras. —De rodillas —


comanda uno de ellos.

Poco a poco, como en un efecto dominó, las chicas comienzan a


arrodillarse. No puedo evitar bajar con ellas, incluso en contra de mi voluntad. Es
humillante. Mis manos aterrizan con una palmada sobre el brillante piso, y me
muerdo el labio para evitar llorar, al tiempo que mis rodillas ya abiertas golpean la
superficie dura.

Oigo el sonido de pasos, pero no me atrevo a levantar mi mirada. Tengo


demasiado miedo de lo que podría suceder. Después de ver la poca misericordia
que mostraron con Número Seis, ciertamente no presionaré mis límites, no hasta
que al menos entienda cuáles son esos límites.

—Bienvenidas, chicas —dice una voz. No estoy segura de si se trata de un


guardia, o de alguien más.

Trato de levantar la cabeza, pero no veo nada.

—Mi nombre es George, y soy el segundo a cargo. Aunque estoy seguro


de que todas se preguntan por qué se encuentran aquí, eso no es lo que hoy 20
vamos a discutir hoy. Por qué están aquí es un punto irrelevante en el esquema
de las cosas. Todo lo que necesitan saber es que sus vidas no valen nada, no
tienen familias, y esta es la segunda oportunidad en sus vidas, si lo hacen bien.
Por ahora, nosotros somos sus dueños, y harán lo que se les diga.

»Las reglas son bastante simples, si las cumplen, serán recompensadas con
creces. Si las desobedecen, serán castigadas en consecuencia. Y chicas, les
aseguro, que el castigo no es algo que deseen experimentar.

Estamos en silencio. El único sonido que puedo escuchar es la profunda


respiración de la chica a mi lado. Las botas rechinan por el piso mientras el
guardia camina de arriba hacia abajo, paseándose, como si fuera una persona de
gran autoridad.

—Su tiempo aquí no lo pasarán como si fuera un día de fiesta. Están aquí
para trabajar, para ganar su sustento. Cada una de ustedes tendrán deberes y
esos serán elegidos por su maestro, William.

Deja de hablar por un momento, y la habitación se queda tranquila,


entonces comienza de nuevo.

—Él las colocará en la posición que sintamos que es la que mejor se


adapte a sus puntos fuertes. Ustedes no tienen opinión en cuanto a su posición se
refiere, y como he mencionado antes, si luchan, serán castigadas. Esto puede ser
tan suave o tan duro como ustedes lo elijan.

¿Quién es el Maestro William? Mi corazón farfulla, y trago la bilis que sube


por mi garganta. Mi mente se mueve a las otras chicas, no puedo evitar
preguntarme cómo se sienten sobre esto ahora mismo.

—Serán emparejadas en grupos de tres, uno de ellos tendrá a una chica


extra. Cada grupo tendrá una tarea diaria que deberá llevar a cabo. Chicas
después de unas semanas, tendrán la libertad para salir a los jardines, pero sepan
que no hay escapatoria, y aquellas que lo intenten desearán no haberlo hecho.
Tenemos cada nivel de seguridad, y no poseemos ningún dispositivo que sea
capaz de hacer llamadas, así que ni se molesten. Van a compartir una habitación
con su grupo elegido, y por la noche serán encerradas, a menos que el Maestro
William solicite su presencia.

¿Solicita nuestra presencia? Un sentimiento de mortificación llena mi


cuerpo, y escucho los jadeos de asombro escapar de algunos de los labios de las
otras chicas. Esto solo confirma que sienten el mismo miedo que yo. Todas nos
preguntamos quién es este Maestro William, y por qué demonios ha decidido
comprar a trece chicas. ¿Por qué no doce? ¿O diez? O maldita sea, ¿incluso una?
¿Por qué demonios este hombre loco ha elegido el número trece? 21
—Ganarán sus comidas mediante la realización de sus deberes según lo
que se les ordene. Si no lo hacen, no comerán. Realmente es un círculo simple en
el que deben permanecer en el medio.

Su voz es firme, e inflexible.

—Los números de sus habitaciones y los grupos son los siguientes. Tomen
nota de sus compañeras, ya que si una de ustedes lo arruina, el resto también
serán castigadas. Así que sugiero que todas aprendan a trabajar juntas —dice,
entonces se acerca y deshace todas nuestras cadenas antes de pararse detrás de
nosotras y ordenar—: Números Uno, Cinco y Diez colóquense de pie por favor.

Tres chicas se levantan, sus rostros una mezcla de miedo y confusión.

—Párense a la izquierda —les ordena.

Caminan arrastrado sus pies hacia la izquierda, con sus cabezas gachas.

—Los Números Seis, Dos y Ocho, de pie.

Hacen lo mismo que las chicas anteriores.

Pasamos por esto hasta que todas nos encontramos en un grupo. Estoy en
el grupo de cuatro, que necesariamente no es algo bueno, ya que nos da una
mayor posibilidad de arruinar las cosas. Tengo a Número Doce, Siete y Tres
conmigo.
Ahora que estamos emparejadas en grupos, un guardia camina delante de
todas, sus manos entrelazadas mientras nos estudia. Luego se da vuelta y camina
hacia el frente de la sala, levantando cierto tipo de dispositivo para hablar en su
mano y presionando un botón.

—Señor, todas están agrupadas. Eche un vistazo, decida cuál desea para
qué tarea, o si hay algún cambio que necesite ser hecho.

Escucho con atención, tratando de oír lo que sea que haya en la otra línea,
pero no puedo. El guardia baja el pequeño dispositivo y, a continuación, le asiente
a otro hombre con su cabeza. De repente, una luz de niebla brillante es
encendida, quemando justamente nuestros ojos. Los entrecierro y presiono mis
manos sobre mi rostro, tratando de bloquear la luz cegadora. Escucho un portazo,
pero no puedo ver nada. Si abro los ojos, lo único que logro es que me ardan.

—Maestro están agrupadas —escucho que dice el guardia—. Asígneles sus


funciones.

Pasos pesados caen y nos alertan que alguien más se acerca, de


inmediato sé que es el llamado "Maestro William". No sé cómo luce, y está claro
que no se supone que lo hagamos, por cualquier razón que sea. Para eso son las
luces. A medida que se acerca más, puedo oír su respiración entrecortada. Me
estremezco, y no en el buen sentido de la palabra. Entrecierro mis ojos, ladeando
22
mi mano lo suficiente para ver su silueta. Es difícil de descifrar cómo luce en
verdad, pero puedo ver que es alto, y bastante ancho de espaldas. Noto un buen
contorno de su cuerpo, está claro que es extremadamente musculoso, como un
atleta.

Desde este ángulo, creo que su cabello es oscuro, ¿negro quizás? No


puedo ver mucho más, excepto que tal vez su piel es de color oliva. No parece
ser muy mayor, lo que hace que esto solo sea más confuso. Camina de arriba
hacia abajo, obviamente, asimilándonos. —Rostros hacia adelante —refunfuña el
guardia. Me giro, y puedo escuchar el sonido claro de pies arrastrándose al
tiempo que las otras chicas hacen lo mismo. Dejo caer mi mano, y dirijo la mirada
al suelo, incapaz de mantener mi brazo en esa posición.

Oigo pasos que se detienen delante de mí, una mano se extiende de golpe
y toma mis manos atadas. Jadeo, y me quedo mirando a la gran mano enroscada
alrededor de la mía. El desconocido gira mis manos, y pasa sus dedos por las
cicatrices desiguales en mi muñeca. No recuerdo cómo me hice esas cicatrices,
porque no recuerdo cómo llegué aquí. Parece que he intentado cortarme la
muñeca. El pulgar del hombre se presiona contra la cicatriz grande en mi muñeca.
Su agarre es fuerte, lleno de dominación, como si pudiera torcerme la muñeca, en
cualquier momento y aplastarla.
¿Está decidiendo que soy mercancía dañada? ¿Estas cicatrices en mi
muñeca harán que me lleve, como lo hicieron con Número Seis? Mis ojos arden
por las lágrimas, y no puedo respirar de manera constante cuando empiezo a
considerar todas las razones por las que estas tontas cicatrices podrían causar
que mi vida fuera interrumpida. Soy mercancía dañada, él no quiere mercancías
dañadas. ¿Quién compraría esclavos solo para tener que verlos lucir como locos?
Eso es lo que pensará, ¿no? ¿Qué estoy loca?

De repente me suelta, y da un paso hacia atrás. El sonido de sus pisadas


se desvanece, y escucho al guardia hablando algo en voz baja con él. Entonces la
puerta se cierra, y la luz se apaga. Veo grandes manchas blancas mientras
parpadeo tratando de aclarar mi visión.

No me las he arreglado para recuperarla antes de que el guardia hable. Su


voz sale clara y llena de autoridad. No hay discusión con su tono de voz, o con él,
por lo que parece.

—El grupo uno —dice en un tono penetrante y profundo—. Cocinarán. Si no


saben cómo, aprendan. Serán despertadas a las seis de la mañana cada día para
empezar el desayuno. Debe ser servido a las ocho de la mañana en punto. El
almuerzo es a las doce y la cena a las seis de la tarde. La cocina debe ser dejada
en buenas condiciones en todo momento. 23
»El grupo dos —continúa, dirigiendo su mirada al segundo grupo—. Serán
responsables de la limpieza. También serán despertadas a las seis de la mañana.
Empezarán en la parte inferior de la casa, asegurándose que todo se encuentre
en orden. Se repartirán los puestos de trabajo entre ustedes, para corroborar que
todo se haga.

Balancea sus ojos hacia el siguiente grupo.

—Grupo tres, limpiarán la cocina una vez que el grupo uno haya cocinado
cada comida. También serán responsables de toda la lavandería en la casa,
asegurándose que todo se encuentre limpio, planchado y doblado de una manera
rápida y puntual todos los días. También serán responsables de la limpieza de la
piscina y del mantenimiento de los jardines. También se levantarán a las seis de la
mañana y empezarán sus deberes.

—Grupo cuatro —dice, girándose hacia nosotras y dándonos a todas una


larga mirada—. Ustedes servirán al maestro. Irán a él cuando las necesite, le
ayudarán cuando lo requiera. Si no les necesita, entonces se unirán a los otros
grupos para mantener el mantenimiento de la propiedad, pero en el momento en
el que las llame, asistirán con él.

¿Tenemos que servirle? ¿A qué se refiere? Mi estómago se retuerce y me


siento enferma. Me gustaría poder recordar cómo terminé aquí, por qué no
recuerdo absolutamente nada sobre mi vida, incluyendo mi propio nombre. Ahora
puedo pensar con suficiente claridad, pero el pasado es un borrón. Sé que son
las drogas que nos han suministrado; han creado una amnesia inducida por
fármacos. ¿Eso quiere decir que van a continuar con las drogas? ¿Significa que
nunca voy a recordar lo suficiente para salir de aquí? ¿Y si no son las drogas?
¿Qué pasa si hay otra razón para mi pérdida de memoria?

El guardia cruza sus grandes brazos, y cambia su peso de un pie al otro. —


Ahora serán llevadas a sus habitaciones. Hay ropa establecida. Van a vestirse con
eso después de tomar una ducha, y luego comenzarán con sus funciones. Hay un
guardia asignado para cada grupo, si lo desobedecen, serán castigadas.

Chasquea sus dedos, y tres guardias entran en la habitación. Se agrupan


por parejas, uno de ellos para cada grupo. Me quedo mirando al guardia que nos
ha sido asignado. Es de mediana edad, con el cabello castaño claro y los ojos
duros de color marrón. No nos mira; finge que no existimos al tiempo que nos
vuelve a encadenar y tira de nosotras hacia la puerta. Justo antes de que la
pasemos, una de las chicas del grupo uno empieza a gritar, moviendo su cabeza
de lado a lado.

—No, por favor, no me hagas ir. Quiero ir a casa.

Su guardia la agarra del brazo, y le da un tirón hacia él, murmurando algo


24
en su oído. Ella grita y lo patea, enviándolo tambaleantemente hacia atrás. Su
rostro se arruga. Ella sabe que sus intentos son inútiles. Esa es la belleza del
espíritu humano. Puede doblarse demasiado antes de romperse. Y muchas de
estas chicas ya están rotas. Lo que hace que me pregunte si ya fueron dañadas
antes de que llegaran.

Los otros guardias se unen rápidamente al primero, rodeando a la chica.


Mis labios tiemblan al tiempo que la obligan a que vaya hacia el suelo. El guardia
principal se gira hacia el resto de nosotras. —Están a punto de ver lo que les
sucede a aquellas que se comportan de esta manera.

El guardia se apodera del cinturón alrededor de su cintura, sacándoselo


antes de presionarlo en sus manos. Los otros guardias mantienen a la chica sobre
el suelo, y uno se agacha, levantando su camisa. Aparto la mirada, incapaz de ver
lo que están a punto de hacer. Todo mi pecho duele tanto que se siente como si
tuviera un camión de diez toneladas situado sobre él. Parpadeo y mis lágrimas
caen al tiempo que escucho el primer chasquido de un cinturón contra su piel,
seguido por su grito entrecortado.

Le dan diez de esos.

Cuando van por el décimo, ella ha dejado de rogar. Poco a poco me giro,
mirándola fijamente. Mis ojos arden cuando noto su espalda. Ronchas rojas
aparecen sobre su piel, hinchándose rápidamente. Los guardias la arrastran para
que se coloque de pie, ella llora en silencio, con su cabello cayendo sobre su
rostro. Mi corazón duele por ella, y quiero ir a consolarla, pero sé que no puedo.

—A menos que quieran eso —dice nuestro guardia—, entonces harán lo


que se les dice.

Nos lleva a tirones hacia la puerta, y nos dirige al exterior, lejos de los
sonidos de la chica sollozante.

Pero no es un sonido que seré capaz de sacar de mi mente fácilmente.

25
3
William
Traducido por MadHatter

Corregido por Erienne

—Están en sus habitaciones, señor.

Levanto mi cabeza y me quedo mirando a George, mi guardia principal,


parado en la puerta. Tiene sus gruesos brazos cruzados y está de pie en alerta
máxima. Veo un cierto nivel de autoridad en su mirada gris, y sé que tomé la
decisión correcta escogiéndolo para el trabajo. Es leal, de confianza y obedece
todas y cada una de mis órdenes.

—Muy bien, George —digo, en voz baja. 26


Elevo mis ojos hacia las cámaras, y me concentro en las pantallas en donde
todas las chicas miran fijamente a sus nuevas habitaciones, experimentando sus
nuevas vidas por primera vez. Ahora se encuentran asustadas, pero pronto ya no
será así. Aprenderán por qué se hallan aquí. Averiguarán por qué las elegí.
Adivinarán por qué son especiales.

Pronto, todas entenderán.

—¿Cuál chica necesitará primero?

Mantengo mi mirada fija en el monitor, y me centro en la pequeña chica


rubia, la que parecía algo diferente del resto. El miedo no se escapa de sus poros
como sucede con las otras; es fuerte y se mantiene firme.

O lo aparenta.

Ella no recuerda. Me he asegurado de eso.

Me vuelvo hacia George. —A Número Trece.


Número Trece
La habitación que se le ha dado a nuestro grupo es enorme. Está más allá
de lo que había imaginado en mi mente. Lo veía como un espacio oscuro, sin
ventanas, sin ventilación, y camas andrajosas.

Esta habitación es abierta, y con mucha ventilación. Sin embargo, es muy


sencilla, sin pinturas o cuadros en las paredes de color crema. La alfombra es de
un azul pálido, en perfecto estado. Las camas están alineadas, con sábanas
blancas y mantas de azul claro dobladas al final. Todo en la estancia es agradable,
pero sencillo y funcional. Estoy segura que hay una razón para ello; aunque
todavía no sé cuál es.

27
El guardia nos empuja dentro del espacio y bloquea la puerta. Me adentro
un poco más en la habitación, sintiendo cómo mis pies se hunden en la alfombra
costosa. Por instinto, dirijo mi mirada hacia las ventanas de inmediato, pero veo
que se encuentran totalmente cubiertas por barrotes. Una punzada de dolor
atraviesa mi pecho, y siento que un poco de mi esperanza desaparece, a pesar
de que la lógica me dice, que por supuesto, las ventanas no proporcionarían una
escapatoria. Avanzo un poco más, y me quedo mirando el gran baño en la
esquina izquierda de la habitación. Tiene una gran bañera, una enorme ducha con
una mampara de cristal y un tocador doble. Dejo que mi mirada se pose en el
espejo, y la repentina urgencia de mirarme es abrumadora.

Necesito saber quién soy.


Necesito recordar.
—Cada una elegirá una cama —anuncia el guardia, y me giro para
enfrentarlo—. Tienen permitido ducharse solo una vez al día, a menos que tengan
instrucciones de hacerlo más veces. No tienen permitido usar el baño sin permiso.
Solo tienen jabones básicos con los que asearse. Se les proporcionará artículos
de calidad, tales como un champú o acondicionador, si se los ganan.

Hace una pausa para lograr el efecto.

—Sus ropas se localizan en los cajones; únicamente usen una muda por
día. No debe haber nada más que silencio después de las ocho de la noche, y
aquellas que desobedezcan, dormirán en el sótano sofocante y oscuro.
Me quedo mirando al guardia, tratando de asimilar todas estas reglas. No
tienen ni un poco de lógica para mí. Somos esclavas, y sin embargo, nos dan
cosas básicas que son cómodas y lo suficientemente agradables con el sentido
de mantenernos tranquilas y contenidas. Nos dicen que si somos buenas, seremos
recompensadas con cosas buenas, y si somos malas, no será así. Nada de esto
parece tener sentido, y cuanto más escucho, más difícil es procesarlo para mi
mente confusa.

Veo a otro guardia aproximándose. Es más joven que el otro, con cabello
largo de color rojo atado en su nuca. Es un hombre grande, y tiene ojos tan
verdes como esmeraldas. Parece un poco más amable, pero aun así no nos da ni
siquiera una mirada cuando se inclina, susurrándole algo a nuestro guardia.
Asienten, y murmuran entre sí, me esfuerzo por escuchar lo que hablan, pero no
puedo descifrarlo. El otro guardia se marcha, y el nuestro se da la vuelta hacia
nosotras con una expresión dura.

—Número Trece, toma un baño primero. El maestro requiere tu presencia.

Bajo mi mirada hacia mi mano, como si revisara dos veces que realmente
me ha mencionado, aunque sé quién soy. Cuando veo el gran 13 negro y llamativo
en mi mano, mi estómago se aprieta, y la bilis se eleva por mi garganta. ¿Por qué
me eligió primero? ¿He hecho algo mal? ¿Me enviará lejos, como lo hizo con 28
Número Seis? ¿No soy suficiente? ¿Soy deficiente?

Tal vez soy terriblemente fea. Mi cerebro se siente como si latiera, cierro
mis ojos con fuerza y trato de recordar cómo luzco. Solo puedo encontrar
oscuridad. No hay nada allí.

El guardia da un paso hacia adelante, y me quita las esposas. —Número


Trece en cuestión de segundos tienes que entrar en la ducha.

Levanto mi cabeza de golpe, y sé que mis ojos se abren de par en par con
alarma. Las otras chicas me miran con clara confusión y simpatía en el fondo de
sus miradas. Sin embargo, también veo alivio, como si estuvieran contentas de no
ser ellas las elegidas. Poco a poco obligo a mis pies a dirigirse hacia el baño,
sintiendo que mi corazón palpita con fuerza al tiempo que entro. Voy directamente
hacia el espejo, y mis dedos se curvan alrededor del lavabo. Levanta tu mirada.
Descubre quién eres.
Levanto mi cabeza lentamente, y me miro en el espejo. Un par de ojos
color azul cielo me devuelve la mirada. Son ojos vacíos. Como si la chica que
debería estar allí no ha dejado nada más que cuencas huecas.

Mi cabello es largo, y cae más allá de mis hombros. Es de color rubio claro,
pero hay mechones más oscuros que lo atraviesan, dándole un aspecto veteado.
Mi nariz es pequeña y recta, y mis labios son carnosos. Levanto mis dedos,
pasándolos por mi piel. Es suave, y tiene un tinte rosado. Luzco casi frágil, algo así
como debería verse una muñeca sentada en un estante.

A pesar que estoy de pie, no puedo visualizar todo de mi cuerpo en el


espejo porque soy increíblemente pequeña. Me levanto en puntillas sobre mis
pies, tratando de estudiarme aún más. En esta posición, todavía no soy lo
suficientemente alta como para ver más. Supongo que no mido más de metro
cincuenta, como máximo. Llego a vislumbrar la leve prominencia de mis pechos, y
una pequeña parte trasera. Mi estómago es firme y pequeño, al igual que el resto
de mí.

—Quítate la ropa y dúchate —grita la voz detrás de mí.

Me doy la vuelta, cubriendo mis senos a pesar que todavía estoy vestida.
Me quedo boquiabierta ante el guardia de pie en el baño conmigo, con sus
brazos cruzados sobre el pecho con rabia. Tiene un nivel de autoridad en sus
ojos, como si tomara demasiado en serio su trabajo.

Con la mayor voz de la que soy capaz, digo—: Lo… lo haré, pero tiene que
irse.

Sus cejas se levantan, como si lo hubiera sorprendido. Avanza un poco


más, su rostro retorciéndose con furia. —¿Crees que no sabemos lo que las 29
chicas pueden hacer solas en una ducha? Aquí hay instrumentos que pueden ser
utilizados para atacar. También hay cosas que pueden dañar un cuerpo humano.
No nos arriesgaremos a dejarte sola para que conspires. Ahora sácate la ropa, y
entra de una vez.

Mi piel hormiguea. Quiere que me duche… ¿delante de él? Mi cabeza se


sacude de un lado a otro mientras retrocedo. No, no voy a quitarme la ropa y
bañarme mientras me mira de soslayo. Su rostro se endurece a medida que
continúo retrocediendo, negando con mi cabeza una y otra vez, dándole mi
respuesta rotunda al respecto. Su mano se extiende de golpe, y sus dedos se
curvan alrededor de la parte superior de mi brazo, causándome un dolor agudo y
punzante que se disparara a través de mi cuerpo.

Inhalo.
—Harás lo que se te dijo.

Me retuerzo. —¡Suéltame! —le ruego.

Su mano se eleva por encima de su hombro, con sus dedos extendidos, y


golpea mi rostro con tanta fuerza que toda mi cabeza oscila hacia un lado. Sangre
caliente con sabor metálico llena mi boca al tiempo que uno de mis dientes
perfora mi labio. Lanzo un grito, sintiendo que mis piernas empiezan a temblar
mientras me preparo para el siguiente ataque. Viene rápidamente, y el sonido de
la fuerte bofetada llena la habitación, seguido por mi gemido entrecortado. Luego
se inclina y desgarra mi suéter con un ruido estremecedor. Mis pantalones le
siguen. Dejándome solamente con mis bragas puestas, abre la puerta de la ducha
y me empuja en el interior, abriendo el grifo.

El agua caliente sale con un silbido, y quema mi piel.

Mi llanto llena la habitación al tiempo que trato de ver frenéticamente a


través de mi visión borrosa para abrir la llave del agua fría. Me tardo unos
segundos, y para ese tiempo mi piel arde por el contacto. Mis lágrimas se
mezclan con el agua caliente, y mis sollozos son ahogados por el martilleo de la
ducha. Me inclino, tomando la pastilla de jabón, y la paso rápidamente sobre mi
cuerpo. No lo miro, pero sé que todavía está de pie observándome. Termino, y
salgo, secándome con la toalla áspera que me proporciona.

El hombre me da con un empujón algo de ropa. No va a salir, y no puedo


colocarme la ropa seca encima de mi ropa interior húmeda. Coloco la toalla por
debajo de mi barbilla, y desesperadamente trato de balancearme y mantenerla allí
mientras dejo caer mi ropa mojada, y me coloco algunas limpias. Me obligo a
retener las lágrimas al tiempo que doblo la toalla sobre el lavabo, y paso un cepillo
por mi cabello enredado. Luego me giro hacia el guardia, y él extiende su mano,
colocando bruscamente un nuevo conjunto de esposas en mis muñecas. 30
—Es hora de conocer al maestro.
4
Número Trece
Traducido por Lune

Corregido por Erienne

Trato de asimilar todo lo que me rodea, mientras me dirige por el largo


pasillo. No sé hacia dónde me lleva, pero cuento cada habitación a los lados.
Cuatro a la izquierda, dos a la derecha. Capto un destello de lo que luce como
una sala de estar elegante al final, justo antes de que giremos hacia otro vestíbulo
que tiene un juego de escaleras al fondo. Subimos por las escaleras y nos
dirigimos hacia otro piso amplio, cuenta con una gran sala, una biblioteca y un
enorme balcón con vista a los jardines.
31
Justo en el centro de esa habitación, incrustadas a la pared, hay un
conjunto de puertas dobles gigantes. Dos guardias la custodian. Mi corazón se
siente como si fuera a saltar por mi garganta mientras el guardia me lleva más
cerca, deteniéndose ante ella y levantando su pequeño dispositivo de
comunicación a su boca, hablando en un idioma que no entiendo. Deseo tan
desesperadamente saber qué estaba diciendo. Una voz viene a través de la línea,
es profunda y ronca. Ese hombre también habla en un idioma diferente.

Antes de que comprenda qué está ocurriendo, un hombre aparece detrás


de mí, colocando una venda sobre mis ojos. Me quejo, y trato de mover mi
cabeza para evitarlo. Esto me gana un empujón y un “deja de moverte”
murmurado. Ceso el movimiento, aunque mis piernas se sienten como si se
hubieran convertido en gelatina. Estoy aterrada. Este hombre no quiere que lo
veamos. ¿Así de malo es? ¿Es un monstruo? ¿Una bestia? Tal vez es alguien muy
rico e importante. No lo sé, pero sin duda hay una razón para que nuestros ojos
nunca lo vean.

Escucho que la puerta rechina al abrirse, y sé que entro en una habitación


más oscura porque todo parece tornarse negro. Trago saliva una y otra vez,
tratando de controlar la desesperación que fluye por mis venas. Mis manos
tiemblan salvajemente, y mi mente da vueltas con las posibilidades. ¿Va a
violarme? ¿Matarme? ¿Venderme a alguien más? No sé qué está a punto de
pasarme, y ese pensamiento por sí solo es suficiente para hacerme sentir como si
mi mundo se desmoronara sobre mí.

La puerta se cierra, y de repente me siento sola. Espero escuchar un


sonido, algo que indique que no es así, pero no oigo nada por un largo momento.
Entonces percibo un arrastrar de pies, y sé que hay alguien más aquí conmigo.
Las lágrimas empapan la venda de mis ojos, y trato frenéticamente de no hacer
ruido mientras sollozo. No quiero suplicar, no quiero dar la impresión de ser débil.
Vi lo que le sucedió a Número Seis cuando se dejó llevar por el pánico.

Siento como que estoy de pie en ese lugar por horas antes de que una
mano se enrosque alrededor de la parte superior de mi brazo. Me estremezco, no
quiero que me toque. Oigo un murmullo apaciguador, y entonces siento que
empujan mi cuerpo hacia abajo. Esto es todo; va a violarme. No tengo
escapatoria. Ni siquiera puedo pelear. Estoy atada. Dejo escapar un ruego
desigual, y me resisto con más fuerza, sin querer darles más de mí a estas
personas… a estos monstruos.

Me sube a su regazo, y noto una mano en mi pierna mientras otra se


presiona contra mi espalda. El hombre sobre el que me encuentro sentada es
grande, puedo afirmar eso. Debe ser bastante alto, y las partes que puedo sentir
son puro músculo. Sus piernas descansan debajo de las mías, y son sólidas. Su 32
pecho se apoya contra mi hombro, y sé que encierra una gran cantidad de fuerza
por la forma en que sus músculos sobresalen y se ondulan cuando se mueve. Los
brazos a mi alrededor son fuertes e imponentes. El modo en el que me sostiene,
es controlador. Me mantiene en una postura de la que no puedo escapar con
facilidad, y me colocó ahí sin esfuerzo.

—Por favor —suplico, y en mi actual estado de desesperación, no sé


realmente sobre qué le ruego.

No me responde. Solo me sujeta, como si fuera alguna clase de niño. Sus


brazos se levantan y se envuelven alrededor de mi cintura, asegurándome, y
siento su pecho elevándose y cayendo profundamente con cada respiración que
toma. Cierro mis ojos, tratando de imaginarme en otro lugar, intentando controlar
el miedo que hace que mi cuerpo tiemble en sus brazos. Piensa en algo más, lo
que sea. Trato de enfocarme en un recuerdo, solo que no hay ninguno. Intento
pensar en el océano o el bosque, pero al intentarlo, en realidad no puedo
recordar claramente cómo lucen.

Solo me doy cuenta que estoy llorando cuando su mano sube a mi cabello,
y acaricia con sus dedos los mechones largos y abundantes. Capto su esencia
cuando me toca, y huele a limpio, como a jabón. También capto una pizca de
whiskey. Paro de sollozar mientras continúa deslizando sus dedos por mi cabello.
¿Quién es este hombre? ¿Por qué me sostiene de esta manera? ¿Por qué no va a
hablarme? ¿Por qué no me dejará ver su rostro? Trato de librarme de su agarre
de un tirón, pero no sirve de nada. Me tiene en un férreo agarre, y es demasiado
fuerte para que pueda escapar.

—¿Quién eres? —susurro con voz ronca.

No responde; simplemente continúa acariciando mi cabello con sus dedos.


¿Está intentando someterme? ¿De consolarme? ¿O solo quiere meterse en mi
cabeza? Mi mente da vueltas con pensamientos, y sin importar cuánto tiempo se
siente, acariciando mi cabeza, no alejará el pánico que me invade ahora mismo.
Pero cuanto más me resisto, más tiempo me sostiene. Dejo de agitarme luego de
diez minutos o algo así, cierro mis ojos con fuerza, permitiéndole continuar, y
rezando cada segundo que pasa, que esto terminará pronto.

Muerdo mi labio con tanto ahínco que la sangre llena mi boca por segunda
vez este día. La idea de tener las manos de un extraño en mi cabello me hace
sentir enferma, especialmente uno que no puedo ver. Tiene que haber una razón
por la que no me deje mirarlo, y eso me hace temerle más. Mis párpados están
cerrados con fuerza, y mi respiración sigue siendo profunda y acelerada. Trato de
calmarme lo suficiente para hacerle creer que me ha tranquilizado, pero no debo
de estar haciéndolo tan bien como tenía planeado.

Así que continúa acariciando.


33
A la distancia, escucho el sonido de música, y coloco toda mi energía en
concentrarme en la melodía. Es elegante, con un acorde profundo y conmovedor
que solo hace que mi corazón duela más. Desearía poder quedarme dormida
ahora mismo, irme a un lugar más feliz, solo que no sé si alguna vez he disfrutado
de un momento así. Sus manos dejan de moverse repentinamente, y me doy
cuenta que me he calmado lo suficiente para que crea que lo ha conseguido.

Me levanta de su regazo, y me coloca sobre mis pies inestables.

Estoy erguida por un largo tiempo, escuchando, esperando. Entonces su


voz ronca irrumpe a través del silencio cuando carraspea algo en mi oído en ese
idioma extraño.

—Încredere în întuneric, frumusete. —Confía en la oscuridad, Belleza.

No entiendo lo que me dice, pero el sonido es tan masculino, su voz es tan


cautivadora y suave, que me tiene paralizada hasta que la puerta se abre y un
guardia entra. Solo capto un pequeño vislumbre de cabello largo y oscuro
agitándose alrededor de hombros anchos antes de que el hombre desaparezca en
la oscuridad.

¿Quién es él?
5
Número Trece
Traducido por Gasper Black

Corregido por Bibliotecaria70

Mi mente se encuentra confusa mientras caminamos de regreso hacia las


habitaciones. Mis ojos arden, y se toman un largo tiempo para adaptarse a la luz
más brillante de aquí afuera. No entiendo qué acaba de pasar, y no importa de
cuántas maneras lo vea, no tiene sentido para mí. Me abrazó como si fuera un
niño. Acarició mi cabello, y luego me dejó ir con algunas palabras susurradas en
mi oído. No hay ningún motivo en sus acciones. ¿Trataba de calmarme? ¿Qué
confiara en él para que pueda hacer algo diferente? ¿Algo peor?
34
En el momento en que llegamos a la habitación, los guardias abren la
puerta y me empujan, haciéndome entrar sin compasión antes de cerrarla detrás
de mí. Me giro inmediatamente y agarro la manija de la puerta, sacudiéndola. Está
bloqueada, y mi estómago se retuerce. Todavía tiemblo, y me tomo un momento
para cerrar los ojos y respirar profundamente, recomponiéndome antes de girar y
obligarme a enfrentar a las chicas en la habitación.

Todas están sentadas en sus camas, mirándome, con sus ojos cansados.
Me acerco a la que claramente ha sido dejada como mi cama, y lentamente me
siento, todavía tratando de procesar mis pensamientos. Es Número Siete la que
habla primero, su voz baja y suave. Me doy cuenta que es la primera vez que ha
hablado. Levanto mi mirada y la fijo en sus ojos color chocolate.

—¿Estás herida?

Me toma un momento responder la pregunta, aunque soy plenamente


consciente de la respuesta.

—No.

Número Tres nos mira desde su cama, y sus labios tiemblan. Es frágil; vi
eso desde el momento en que posé mis ojos en ella. Puedo ver el miedo en sus
profundidades; no sabe qué va a pasar, y no es un hecho con el que pueda tratar
fácilmente. Todas estamos asustadas, pero ella ha ido mucho más allá de eso.
Está petrificada. Trato de sonreírle, pero mi sonrisa es tambaleante y rota. No
tengo nada que darle. No puedo darle esperanza, porque tengo tan poco de ello
como las demás.

—¿Él fue… horrible? —pregunta Número Doce, levantándose de la cama y


colocando su cabello color rojo oscuro detrás de sus orejas. Se acerca y se sienta
en la cama junto a mí.

—No —susurro, mi voz crepitante—. Solo me hizo sentarme en su regazo.


No me hizo daño.

—¿Lo viste? —cuestiona Número Siete.

Niego con la cabeza. —No, tenía los ojos vendados, y la habitación se


hallaba oscura.

Todas están en silencio mientras asimilan esto. Número Tres comienza a


sollozar en voz baja, y se frota las manos sobre sus muslos en un movimiento
repetitivo. —¿Por qué no puedo recordar nada? ¿Por qué estamos aquí?

Sus preguntas son las que probablemente todas nos hemos hecho, y sabe
tan bien como yo que no tenemos las respuestas a ellas. Cierro mis ojos,
respirando profundamente, tratando de despertar un recuerdo, pero nada viene.
Estoy completamente en blanco, y la frustración aumenta en mi pecho. Fuerzo a 35
mi mente a alejarse del vacío, y miro de regreso a las otras tres chicas de mi
grupo. Con la mayor voz que puedo reunir, que sigue siendo apenas un susurro,
digo—: Todas estamos aquí, y no sabemos el porqué, pero podemos permanecer
juntas. Ayudarnos una a la otra. Estar ahí para cada una. Vamos a encontrar una
salida, pero si nos derrumbamos, no nos quedará nada.

Todas asienten lentamente en acuerdo.

—Hay cámaras —susurra Número Siete, levantando la mirada hacia el


techo.

—Lo sé —digo, sin mirar a las cámaras.

Miro alrededor de la habitación, y trato de encontrar algo en lo que pueda


escribir, pero no hay nada. No hay ningún cajón, o un escritorio. Solo están las
camas, y un armario que ya sé que solo contiene ropa. Las otras chicas siguen
mis movimientos, comprendiendo lo que trato de hacer. Ellas me hablan con sus
ojos, haciéndome saber que entienden. No podemos decir nada en voz alta aquí,
pero podemos comunicarnos. Tal vez en la noche, cuando no hay luz en la
habitación, podríamos susurrar.

Oigo el crujido de la puerta, y me giro para ver al guardia volviendo a


entrar en la habitación. Empuja un carrito, y saca cuatro bandejas de éste,
colocándolas sobre las mesas al lado de nuestras camas. No mira hacia nosotras
mientras se mueve, pero sé que está en alerta máxima. Un movimiento de nuestra
parte, y entrará en acción. Retrocede hasta la puerta cuando ha terminado, y se
gira hacia nosotras. —Es tarde. Coman la cena y prepárense para la cama. Todo
en ese plato tiene que ser comido, la leche debe ser totalmente consumida. Si no
hacen lo que les digo, serán castigadas.

Luego sale y cierra la puerta.

Todas estamos hambrientas, y en el momento en que el aroma de la


comida llena por completo la habitación, todas nos paramos y arrastramos los pies
hasta nuestras bandejas. Levanto la tapa de plata para revelar un plato de comida,
y mi estómago se retuerce furiosamente con deseo. Aspiro el rico aroma de la
carne asada y patatas, y mi boca se llena de saliva ante la idea de tener mi primer
bocado. No recuerdo la última vez que comí, pero sí sé que ahora estoy muriendo
de hambre, y esta comida es como de lujo en este momento.

Me siento en la cama, y levanto mi tenedor de plástico. No nos han


provisto de un cuchillo, pero eso no me impresiona. Clavo el tenedor en la tierna
carne asada en rodajas, y meto un pedazo en mi boca. Gimo de placer mientras
mastico, degustando los sabores, disfrutando del gusto mientras bailan en mi
lengua. Luego pincho una patata, y repito el mismo proceso mientras la devoro.
Me como todo en mi plato, hasta el último guisante, y luego uso el bollo de pan 36
para untarle lo último de la salsa.

Ahora estoy tan llena, pero recordando las palabras del guardia de comer y
beber todo, me acerco y tomo el vaso de leche. Está caliente, lo que me
sorprende. Respiro en esta antes de presionar el vaso en mis labios, y tragar el
líquido en cuatro grandes tragos. Me limpio el rostro con el dorso de mi mano, y
me giro para ver que las otras chicas también han terminado su comida y su
leche. Me levanto de la cama y camino hacia el armario, imaginando que nos
exigen cambiarnos antes de acostarnos. Tomo un camisón blanco normal, y entro
al baño para cambiarme y cepillarme los dientes.

De repente me siento cálida mientras regreso, como si el agotamiento por


fin hubiera tomado el control. Estoy balanceándome sobre mis pies. Bostezo, y mi
piel hormiguea mientras camino trabajosamente hacia mi cama. Me siento pesada,
y sin embargo extrañamente ligera. Me quedo mirando a las otras chicas, y veo
que Número Siete ya está dormida. Ni siquiera se cambió de ropa. Número Tres
se encuentra en el baño, cambiándose. Número Doce está sentada en su cama,
sus ojos parpadeando repetidamente mientras trata de mantenerse despierta.
Supongo que todas necesitábamos un poco de comida y descanso.

Me arrastro sobre mi cama, agradecida que no es de concreto duro. El


colchón es muy blando, y la almohada muy dura, pero estoy tan cansada que no
me importa notarlo. Tiro de la manta por encima de mi cuerpo, y mis ojos se
cierran. Trato de obligarlos a abrirse de nuevo para poder extenderme y apagar la
lámpara, pero parece que no puedo reunir la fuerza necesaria para levantar mis
párpados, por no hablar de mis manos. Todo mi cuerpo se siente como si se
hundiera en el colchón, y mi cabeza empieza a dar vueltas.

Esa es la última cosa que recuerdo.

Número Trece
—¡Levántense!

La voz llena la habitación, alta y resonante. Dejo que mis párpados se


abran, y veo que todavía sigue mayormente oscuro en el exterior. El sol apenas
empieza proyectar su luz en el horizonte. Estoy confundida por un momento,
tratando de recordar en dónde me encuentro. Es vago, pero después de un
37
momento, la claridad toma forma, y recuerdo la situación en la que me han
colocado. Me mantienen como una esclava para un maestro que no veo. Intento
acordarme de los últimos momentos antes de quedarme dormida anoche, pero
parecen confusos.

—¡Dije, ahora! —grita el guardia, encendiendo la luz.

Entrecierro los ojos, presionando la mano sobre ellos, tratando de


adaptarme. Escucho pisadas pesadas, y chillar a alguien más. Parpadeo
rápidamente, moviendo mi mano, viendo que el guardia levanta a Número Tres.
Está llorando otra vez, y sus piernas tiemblan. Fuerzo a mi cuerpo a levantarse, y
saco mis piernas de la cama. Todavía me encuentro bastante aturdida, y me lleva
un largo momento recobrarme. El guardia arrastra a Número Tres hasta el baño, y
oigo sus súplicas mientras la obliga a ducharse. También escucho la fuerte
bofetada cuando no hace lo que le dice.

Coloco mis ojos en blanco y me giro hacia Número Doce y Número Siete,
ambas miran hacia el baño, sus rostros son una máscara de horror puro. Saben
que van a venir pronto, y también saben que no hay nada que puedan hacer al
respecto. Trago el bulto formándose en mi garganta, y me aproximo a las chicas,
colocando mi mano sobre el brazo de Número Doce. Ella salta, y se gira
rápidamente, con sus ojos frenéticos. —Está bien —digo, mi voz ronca por el
sueño—. Va a estar bien.
—Deberíamos vestirnos —dice Número Siete, sin mover los ojos de la
puerta—. No queremos hacerlo enojar.

Asiento, y todas nos vestimos rápidamente en un conjunto básico de


pantalones cortos y una camisa. Luego todas permanecemos de pie al lado
nuestras camas, esperando, sin saber qué se supone que debemos hacer.

El guardia sale un momento después, todavía agarrando a Número Tres


que ha dejado de llorar, pero su rostro se encuentra surcado por el miedo. La
empuja hacia la puerta, y la dirige hacia afuera. Un momento después regresa
empujando un carrito, que contiene nuestro desayuno. Grita—: Coman eso, y
regresen las bandejas. Luego esperen aquí por mis órdenes. —Entonces se va con
Número Tres.

Ninguna de nosotras siente ganas de comer.

Mi estómago se retuerce con miedo por Número Tres. ¿Qué pasa si el


maestro no es tan amable con ella? ¿Y si la lastima? ¿Y si ella no lo complace?
¿Será apartada como Número Seis? ¿La lastimarán? O peor aún, ¿la matarán? Las
preguntas que pasan por mi mente no me dan un respiro, y los retorcijones en mi
estómago se intensifican. Me quedo mirando las bandejas, sabiendo que si no
comemos el desayuno, seremos castigadas. Asimismo, no sé cuándo seremos
alimentadas de nuevo, y no quiero arriesgarme a quedarme con hambre.
38
—Deberíamos comer —dice Número Siete—. Sé que no queremos, pero
deberíamos hacerlo.

Su voz es tranquila y tímida, pero tiene razón. Deberíamos comer. Cada


una toma una bandeja, y la colocamos al lado de nuestras camas de nuevo. Esta
vez no estoy tan entusiasmada por la comida frente a mí. Levanto la tapa de plata
para revelar un tazón de muesli1, con fruta al lado, y un vaso de jugo de naranja.
Levanto el vaso, bebiendo el jugo tentativamente, lentamente aliviando mi
estómago. Cuando parece asentarse allí bastante bien, como un bocado de
muesli, y tomo una uva del tazón de fruta.

Me toma veinte minutos comer mi desayuno, pero me las arreglo para


acabarlo. Cuando he terminado, dispongo mi plato sobre el carrito, y de nuevo me
coloco de pie al lado de mi cama. Las otras chicas siguen mis acciones, hasta
que todas nos hallamos de pie en silencio, preguntándonos si Número Tres está
bien. ¿Es así como se sintieron ayer cuando me llevaron con el maestro? ¿Se
encontraban llenas de este miedo inmenso? ¿Se preguntaban si alguna vez
volvería? La sola idea hace que la desesperación circule por mis venas una vez
más.

1
También conocido como Müsli. Es una preparación de cereales, frutos secos y frutas.
Tengo que salir de aquí.
—Fórmense afuera.

La voz del guardia llega en la habitación antes que él lo haga, y todas


obedecemos, dirigiéndonos hacia la puerta y saliendo para alinearnos fuera de
ésta. Se detiene frente a nosotras, mirándonos como si le diéramos asco. No
entiendo por qué es tan malo, y sin embargo, el Maestro William es tan tranquilo.
O tal vez no es tranquilo; tal vez está jugando con nosotras, permitiéndonos creer
que estamos a salvo por un tiempo antes de mostrarnos su verdadero yo.

Dirijo mi mirada hacia el piso, y no la muevo mientras el guardia empieza a


hablar.

—Número Tres estará con el maestro esta mañana; el resto de ustedes


trabajará en el jardín con el grupo tres. Tomarán un descanso solo para el
almuerzo, y luego trabajarán por la tarde antes de ayudar al grupo uno en la
cocina. Hagan lo que se les dijo, y no habrá castigos.

Todas asentimos.

Se gira, y lo seguimos por los pasillos, a través de la grande y hermosa


casa. Nos lleva hasta el primer piso, y nos conduce al exterior. No puedo evitar
inhalar el aire puro y fresco al segundo en que salimos. El olor de las flores y del 39
pino llenan mi nariz, y simplemente me tomo ese momento para disfrutarlo. Sé
que no habrá muchos momentos para disfrutar de las cosas aquí, pero planeo
tomar cada cosa que se me ofrece.

Caminamos a través del suave césped verde y nos detenemos en un


enorme granero con un conjunto de puertas dobles. El guardia saca una llave, las
desbloquea, y abre las puertas. Se abren con un crujido, y un momento después
una gran luz se enciende. El espacio enorme está a la vista, y se encuentra lleno
de una gama de herramientas de jardinería, incluyendo una gran máquina para
mantener el césped recortado. El guardia entra, y luego se gira hacia nosotras.

—Todo lo que necesitan está en este granero. El maestro requiere que el


patio sea cortado, los árboles podados, los arbustos con forma, y las flores
regadas. Se dividirán eso entre ustedes, pero asegúrense de que todo esté
hecho. Si una de ustedes es vista permitiendo que otras tomen el trabajo,
entonces se le dejará hacerlo por su cuenta.

Asentimos. De nuevo.

—Hay vigilancia completa en esta área, así que no se molesten en tratar de


escapar. Los guardias estarán cerca, incluso cuando piensen que no están allí.
Alguien siempre se encuentra allí. Hagan sus deberes con rapidez y sin problemas,
y todo transcurrirá sin inconvenientes. El grupo tres estará aquí por un momento.
—Se gira para alejarse, pero se detiene y dice—: Y recuerden, si una lo arruina,
las demás serán castigadas junto con esa persona. Están aquí para aprender,
chicas, recuerden eso.

Después se da la vuelta y se va, dejándonos a solas. Todas nos giramos y


nos miramos las unas a las otras, y veo que las otras chicas no se harán cargo
aquí. Tienen miedo de cometer un error que hará que todas seamos castigadas.
Con un suspiro, me adentro más en el granero, revisando lo que tenemos para
trabajar. No tengo ni idea de cómo utilizar la cortadora de césped, así que me
dirijo a las chicas y pregunto—: ¿Alguna sabe cómo manejar esto?

Se quedan mirándome fijamente. Por supuesto que no saben. Incluso si lo


hicieran no lo recordarían.

Respirando profundamente para calmarme, me acerco y leo el panel de


instrucciones en el costado. Parece bastante fácil de usar, y estoy segura de que
puedo arreglármelas para manejarla. Me giro hacia las chicas de nuevo, y le
asigno a cada una un trabajo. Número Siete podará los árboles. Número Doce
regará las flores y se asegurará de que no haya malas hierbas. Cuando el otro
grupo llegue aquí, pueden trabajar en el resto del podado y la limpieza de las
zonas de la piscina.

Todas nos ponemos a trabajar, moviéndonos con rapidez y eficacia.


40
Ninguna de nosotras desea ser vista holgazaneando. El silencio en que trabajamos
es casi ensordecedor, y hace que mi corazón duela mucho más. Mientras trabajo,
miro las grandes vallas que rodean el terreno. No estoy del todo segura de si hay
un camino por encima de ellas, pero por la abundancia de cámaras, no creo que
alguna vez tengamos la oportunidad de acercarnos. Mi corazón se aprieta, dirijo
mi mirada de nuevo hacia el césped. Tiene que haber una salida.

Entonces que Dios me ayude, porque si la hay, la encontraré.

Número Trece
Número Siete tiene dificultades podando algunos de los árboles a lo largo
de la línea de la valla, por lo que Número Doce y yo dejamos lo que hacemos
para ir y ayudarla. Todavía no es ni de cerca la hora de almorzar, y hemos estado
trabajando por lo que parece horas. El sudor cubre mi piel y quema mis ojos, y
mis ropas se encuentran empapadas con él. Estoy agradecida cuando llego a los
arbustos grandes y gruesos que pasan junto a las puertas, ya que ofrecen algún
escape del sol.

—¿Tal vez tus tijeras de podar están desafiladas? —digo, entrando a la


sombra de los arbustos. Número Siete me mira y sacude su cabeza suavemente.

—Mira —dice, con su voz baja.

Miro hacia donde su mano ha señalado, y veo que detrás de los arbustos
está la valla. No hay nada inusual, hasta que veo la dirección que todas las
cámaras apuntan, y me doy cuenta que no hay ninguna apuntando a este lugar en
la valla. Mi corazón empieza a palpitar con fuerza, y empujo rápidamente a
Número Doce y a Número Siete fuera de los arbustos.

—¿Qué estás haciendo? —susurra Número Doce.

—Vuelvan al trabajo, asegúrense de que se vea como que hemos


intercambiado tareas. Si todas estamos aquí, van a sospechar —ordeno,
frenéticamente.

—¿Vas a subir a esa valla? —jadea Número Siete.

—Voy a intentarlo. Vayan, no llamen la atención.


41
Muevo mis manos como si las instruyera a hacer algo, luego tomo las
tijeras de las manos de Número Siete, y le doy una mirada que le deja saber que
necesito su apoyo en esto. Me mira fijamente por un minuto, luego se da la vuelta
y se aleja, dirigiéndose a la cortadora de césped. Número Doce lentamente
regresa caminando a las malas hierbas, pero se ve muy nerviosa.

Me giro, y mis rodillas tiemblan cuando levanto las tijeras, y pretendo


recortar el arbusto. Lentamente camino dentro y alrededor de ellos, apareciendo
aquí y allá para que los guardias no sospechen. Dejo que mi mirada se pose sobre
el terreno, y puedo ver a dos guardias de pie en la casa, mirando hacia nosotras.
Conversan entre sí, y no prestan mucha atención. Lentamente doy un paso entre
los arbustos.

En el momento en que estoy detrás de ellos, me lanzo contra la valla.


Tengo unos minutos, con suerte. Tengo que saltar cuatro veces porque soy muy
pequeña, pero me las arreglo para colocar mis dedos sobre la gran pared de
piedra. Uso mis piernas para levantarme, resbalándome dos veces antes de lograr
afianzar mi agarre. Me levanto, balanceando mi pierna por encima. Mi corazón
palpita con fuerza y la adrenalina fluye por mis venas mientras me asomo por el
otro lado. Sintiendo que la libertad está tan cerca, trepo todavía más la valla.

Es entonces cuando se activa la alarma.


Es un sonido fuerte y estridente que perfora mis oídos. Grito, presionando
mis manos sobre los costados de mi cabeza para detener el sonido ensordecedor.
Escucho a los guardias gritando órdenes, y rápidamente trato de escalar aún más
la valla. Ni siquiera logro pasar mi otro pie por encima de ésta antes de que una
mano se envuelva a su alrededor, y me arrastren hacia abajo. Aterrizo con un
fuerte golpe sobre el suelo, y grito mientras un dolor agudo atraviesa mis costillas.

—¡Levántate!

Nuestro guardia tiene su mano en mi brazo, levantándome. Cuando estoy


de pie, su mano se levanta y me golpea con fuerza en el rostro, antes de que me
haga girar y me ate las manos. Tira de mí sacándome de los arbustos, y me
retuerzo desesperadamente, maldiciéndolo y gritándole. Me arrastra hacia la casa,
vociferando una orden en su dispositivo. No veo a las otras chicas, y la culpa
crece en mi pecho porque sé que también serán castigadas por esto.

—¿Se encuentra atada? El Maestro William lo ha pedido. Está conmigo


ahora —dice un guardia.

—Muestra tu rostro, indigno hijo de puta —grito.

El guardia me golpea contra una pared. —¡Silencio! —ordena.

Le informa al Maestro William que estoy sujetada antes de arrastrarme por 42


los pasillos, y bajamos por las escaleras hacia el sótano. Está oscuro aquí abajo,
las luces tenues son lo mejor. Veo conjuntos de cadenas cubriendo las paredes, y
cuando el guardia me arrastra hacia una de estas, empiezo a gritar y protestar de
nuevo. Pateo y me retuerzo, siseando e intentando morderlo cuando puedo.

Quiero salir de aquí.

No quiero trabajar para alguien como una… esclava.

Percibo un escozor fuerte en mi cuello, y mi grito se interrumpe a mitad de


camino. Caigo de rodillas, y mi mente comienza a dar vueltas mientras el calor
fluye por mis venas. Siento que el guardia suelta mis puños antes de
encadenarme a la pared. Mi cabeza cae hacia adelante, y siento mi propia saliva
goteando por mi rostro mientras mi mundo empieza a girar.

Entonces, antes de darme cuenta, estoy envuelta en la oscuridad.


6
William
Traducido por AleVi

Corregido por Daliam

La vida rara vez es justa.

Como seres humanos, todos cometemos errores, y deberíamos ser


castigados por los errores cometidos intencionalmente. Si hiciéramos las cosas
bien, deberíamos ser recompensados. Es un círculo básico, si todos lo
siguiéramos, continuaríamos dando vueltas y vueltas. Desafortunadamente, ese
ciclo ha sido roto demasiadas veces como para que ahora pueda fluir sin
problemas. La gente se ha vuelto egoísta, centrada en sus propias necesidades. 43
Se ha vuelto cruel e implacable. Queda muy poca bondad en el mundo.

La humanidad ha desaparecido.

—Maestro está encerrada. También lo está el resto de chicas de su grupo.

—Muy bien —digo, observando a los guardias de seguridad mientras


cercan el perímetro con alambres de púas.

—Lo hizo tan sigilosamente, que no la vimos. Lo siento, Maestro.


Deberíamos haber prestado más atención, sobre todo en su primer día.

Me doy la vuelta lentamente, mirando a George, cuyo cuerpo se encuentra


rígido, y con su rostro cubierto de vergüenza. La gente se equivoca, cuando esos
errores no son intencionales, deberían ser perdonados.

—George no fue tu culpa. Fue muy inteligente.

—Puedo decirlo —murmura—. ¿Las castigaremos?

Me encuentro con su mirada. —Se les dijo que si cometían errores serían
castigadas.

—¿Y al resto de las chicas del grupo?

—La única manera de enseñar una lección es asegurarse de que esa


lección sea más profunda que el dolor. Necesita ver que sus acciones han
causado que también sufran las otras chicas.
—Sí, señor.

Observo rápidamente a la pequeña joven sentada en mi sótano con las


manos esposadas sobre su cabeza, que cuelga hacia adelante, lo que provoca
que su cabello rubio caiga sobre su rostro. Siento deseos de acercarme y tocar la
cortina de cabello. Esta tiene una determinación que no percibo en las otras
chicas. Tiene coraje.

Será mucho más que un desafío doblegarla.

Pero voy a someterla.

Número Trece
Me despierto lentamente, mi cabeza palpita mientras poco a poco abro mis
párpados. La primera cosa que veo es a mis piernas abiertas frente a mí. Al 44
levantar mi cabeza, siento un dolor en el cuello. Lloro y trato de bajar mis brazos,
solo para descubrir que se encuentran encadenados sobre mi cabeza. La realidad
se registra, y el pánico oprime mi pecho. Me retuerzo, pero es en vano. No puedo
liberarme de los pesados grilletes metálicos que rodean mis muñecas. Examino la
habitación, y veo que me encuentro en un sótano enorme.

También descubro que no estoy sola.

Número Siete, Tres, y Doce se encuentran encadenadas a mi lado, con sus


cabezas gachas. Las palabras del guardia vuelven a atormentarme. “Si una de
ustedes comete un error, todas serán castigadas.” Es mi culpa que estas chicas
estén aquí. Las coloqué en esta posición por intentar saltar esa valla. No pensé, ni
las consideré cuando lo hice. Todo en lo que podía pensar era en escapar, y
ahora ese escape no será nada más que una fantasía.

Ahora me estarán vigilando.

Mis ojos arden por las lágrimas contenidas, y mi cuerpo se cubre de


vergüenza. Si lo hubiera pensado bien, podría haber elaborado un plan,
descubierto otra manera y así podría haber escapado cuando los guardias no
hubiesen estado tan cerca. Estoy enojada conmigo misma, debido a mi
comportamiento todas estamos aquí, y no sé por cuánto tiempo. No sé qué nos
harán, o lo que sucederá en los próximos días. ¿Nos matarán de hambre? ¿Nos
azotarán? Peor… ¿nos dejarán morir aquí abajo?
Escucho un gemido silencioso a mi lado, y veo que las otras chicas
comienzan a despertar. Número Tres despierta primero y cuando se da cuenta de
lo que ocurre, comienza a agitarse y a gritar. Esto provoca que las otras chicas a
su alrededor despierten rápidamente. Pronto sus ojos observan frenéticos hacia
cada lado de la habitación, y el horror se apodera de sus expresiones. Están
aterradas, al igual que yo. Los gritos de Número Tres se vuelven más fuertes, y sé
que si no se detiene, nuestro castigo será mucho peor.

—Número Tres —le digo, tan silenciosamente como puedo, pero lo


suficientemente fuerte para que pueda escuchar—, deja de gritar.

—Ese ni siquiera es mi nombre —se lamenta—. No soy Número Tres. Tengo


un nombre, un nombre que no puedo recordar. ¿Por qué no puedo recordar? Ni
siquiera es mi culpa que estemos aquí. Es tu culpa. ¿Por qué no pueden ver que
todo esto es tú culpa? ¿Ellos saben eso? ¿Lo saben?

Miro a Número Doce con desesperación. Se gira hacia Número Tres.

—Tienes que dejar de gritar. Si ellos te escuchan…

—No me importa —grita fuertemente Número Tres—. No me importa si me


escuchan. Déjalos que me maten; déjalos que me lleven. No quiero estar aquí…
con ese… ese… ¡monstruo! 45
¿Se refiere al Maestro William?

—¿Te lastimó? —le pregunto suavemente.

—No, no lo hizo —grita—. No hizo nada. Sé que es un monstruo, lo sé


porque nos mantiene aquí. Nadie secuestra chicas a menos que sean monstruos.

Podría tener razón. Espero por Dios que esté equivocada, pero aun así,
podría tener razón.

—Número Tres realmente no quieres morir —le digo en voz baja—. Si


mueres, entonces habrá ganado. ¿Eso es lo que realmente quieres? ¿Cómo
sabrás entonces de dónde vienes?

Sus ojos hinchados y enrojecidos encuentran los míos, y sorbe por la nariz.
—Nunca saldremos de aquí. No te engañes.

—No sabes eso, no puedes saberlo.

Niega con su cabeza. —¿Cómo supones que vamos a salir? ¿Reuniendo


muchos cuchillos y matando a todos los guardias? —Se ríe amargamente—. Quiero
decir, no es como si hubiera muchos, ni nada por el estilo.

Reemplaza su miedo por sarcasmo. Lo entiendo, lo hago. Todo el mundo


coloca una barrera para protegerse de la realidad.
—Hoy encontramos una manera, a pesar de que nos fue mal, estaba ahí.
Eso significa que tienen debilidades. En nuestro primer día, hemos encontrado
una, y se los juro, voy a encontrar otra.

Hay un destello de esperanza en su mirada antes de que lo cubra bajo una


expresión de terror.

—Puede que nunca salgamos de este sótano.

—Saldremos —dice Número Siete, hablando finalmente—. No creo que


vayan a matarnos.

—¿Cómo podrías saberlo? —susurra Número Doce—. Mataron a Número


Seis.

—No sabes eso —le digo en voz baja, a pesar de que no creo que Número
Seis se encuentre bien.

Número Doce me observa fijamente, para luego bajar la mirada al piso. —


La única forma de que tengamos una oportunidad aquí —susurra en voz tan baja
que apenas puedo escucharla—, es si hacemos lo que nos han dicho. Si nos
comportamos mal, pasaremos nuestro tiempo aquí abajo, y nunca, jamás
tendremos la oportunidad de escapar.

Tiene razón, y me doy cuenta de que habló en voz muy baja para que las
46
cámaras no pudieran captarlo. Asiento hacia ella, dejándole saber que entiendo y
estoy de acuerdo. Si pasamos todo nuestro tiempo aquí abajo, nunca
encontraremos una salida. La única manera de escapar es comportándose
adecuadamente, para que tengamos la posibilidad de conocer muy bien los
alrededores. La vergüenza me invade, calentando mis mejillas. Antes fui
descuidada, no debí haber hecho lo que hice, pero tiempos desesperados
requieren medidas desesperadas.

Escucho el crujido de la puerta, y mis ojos miran hacia todos lados. Las
luces se apagan repentinamente, y me estremezco al percibir el modo en que la
sala parece enfriarse. Escucho pasos, luego la puerta se cierra de un golpe, y
permanecemos en silencio. Inclino mi cabeza, tratando de oír, pero no se escucha
nada por un largo momento. Entonces siento una presencia frente a mí, como si
alguien se hubiera agachado. Incluso me encuentro inclinando mi cabeza hacia
adelante, para ver si puedo percibir a alguien.

—Ahora su castigo se llevará a cabo, con el Maestro presente —dice un


guardia.

Se me eriza la piel.

Está aquí
Una vez más, se sienta tranquilamente, sin demostrarnos nada. La ira
burbujea en mi pecho, aunque sé que debo aplacarla.

—¿Por qué no lo haces tú? —grito—. ¿Por qué no vas a hablarnos?

Tiro de mis cadenas, enojada conmigo misma por arremeter de esa


manera, y enojada con él por actuar tan… tan… loco.

De repente, un dedo roza mi mejilla, y me sobresalto, casi siseando por el


contacto. Otra mano se acerca, y estabiliza mi rostro mientras que ese dedo hace
pequeñas caricias sobre mi mejilla. Mi piel se eriza, aprieto mi mandíbula con
fuerza, con ganas de atacar y vencer a la mano que está tocándome, pero no
puedo.

—Au răbdare, Belleza. Răbdarea este puterea sufletului —murmura.

—Habla español —gimo—. Su truco no funcionará conmigo.

Cuando por fin me habla en español, todo mi cuerpo parece derretirse. Su


voz es ronca y tiene un fuerte acento. Es… fascinante y enfermizamente hermosa.
—Dije, que tengas paciencia, Belleza. La paciencia es la fuerza del alma. No estoy
aquí para engañarte.

—¿Entonces qué quieres de mí? —casi gimo.


47
—Tu confianza —dice, antes de retirar su mano de mi rostro, y luego lo
escucho alejarse.

—Nunca la tendrá —grito, antes que los guardias se acerquen y ajusten mis
grilletes.

—Chicas —dice, ignorándome. Su voz es suave cuando habla, incluso


calmada—. Me decepcionaron. ¿Creen que me gusta hacerles esto? ¿Realmente
creen que quiero hacerles daño? Estoy tratando de cuidarlas. Trato de enseñarles
a ser mejores personas. Me molesta tener que llegar a esto, y nada menos que en
su primer día. —Después, lo escucho acercarse y comprendo, cuando vuelve a
hablar, que está dando indicaciones a los guardias—. Diez latigazos para ella,
cinco para las otras chicas de su grupo.

Todo mi cuerpo se tensa. —¡No! —grito—. No, no fue su culpa.

—Número Trece había reglas establecidas, reglas que les fueron explicadas
muy claramente —dice el Maestro William en un tono cálido y sedoso. Como si no
le importara que estuviera a punto de ser azotada—. Soy un hombre de palabra.
Sigo adelante con mis promesas, y mis amenazas. Se te advirtió que si cometías
un error, todas en tu grupo serían castigadas.

—Eres un monstruo —gimo, increpando—. ¡Solo somos chicas!


Se acerca; puedo sentirlo. Me retuerzo entre las manos del guardia, pero
no puedo moverme.

—Tal vez sean chicas, pero también son seres humanos. Hay
consecuencias para cada acción. Si no deseas esas consecuencias, entonces no
cometas errores. Lo que estoy tratando de hacer aquí es enseñarles una lección.

—¿Haciéndonos daño? —grito.

—No —dice simplemente—. Enseñándoles a ser una buena persona.

Escucho cuando se aleja. Mi corazón late con fuerza; no quiero que azoten
a las otras chicas. Puedo escuchar sollozando a Número Tres. Esto la destrozará.
Puede terminar de destruirla. Tengo que detener esto, no puedo permitir que
sufran por mi mal comportamiento.

—Los tomaré todos —digo abruptamente antes de que pueda


acobardarme.

—¿Perdón? —dice el Maestro William.

—Ya me escuchó. Cometí el error. Fui yo. Ellas no hicieron nada malo, por
lo que solicito tomar también su castigo.

Permanece inmóvil por un largo, largo momento, antes de volver a hablar. 48


Si no me equivoco, puedo escuchar una pizca de orgullo en su voz. —Muy bien.
Ella recibirá veinte latigazos, pero las demás se quedarán aquí durante veinticuatro
horas sin comida.

Escucho el rechinar de la puerta al abrirse, y una vez más atisbo el destello


de un hombre alto, poderoso, antes de que todo se vuelva oscuro de nuevo. ¿No
se quedará? ¿No va a observar? Siento una extraña quemazón de lo que parece
ser decepción. ¿Por qué me decepcionaría que no se quedara a presenciar mi
castigo? Tal vez porque una pequeña parte de mí quería que viera hasta dónde
estoy dispuesta a llegar para proteger mis creencias.
Y de nuevo, ¿por qué tengo que demostrarle algo?

Dejo caer mi cabeza mientras el guardia me lleva hacia una silla, y me


empuja sobre ella.

No habla mientras levanta mi camisa, y golpea veinte veces mi espalda con


el cinturón. El dolor es intenso, y cada chasquido del cinturón hace eco en la
habitación. No grito. No les daré eso. Me muerdo el labio muy fuerte hasta que la
sangre llena mi boca y las lágrimas se derraman por mi rostro, mientras se acerca
el final. Mi espalda se siente como si estuviera en llamas, y el odio que siento por
William arde en mi pecho.

Tengo la sensación de que está viendo, a pesar de no encontrarse aquí.


49
7
Número Trece
Traducido por Ana09

Corregido por ValeV

Nos dejan aquí abajo durante veinticuatro horas. En ese tiempo, los
guardias vienen y toman a Número Doce. Se va por solo una hora antes de que
regrese, luciendo sonrojada. Inmediatamente después de ella, toman a Número
Siete, y sé que las llevan ante el Maestro William. No sé qué quiere, pero parece
estar buscando algo en nosotras. Eligió a este grupo por alguna razón, aunque no
puedo ver la suficiente similitud entre nosotras para saber cuál es ese motivo.

La única cosa que tenemos en común es que somos dóciles. Hay una clase 50
de fragilidad en todas nosotras.

Aunque ahora estoy segura de que el Maestro William ha cambiado su


opinión sobre mí. No entiendo cómo no podría haberlo hecho. Soy la única que le
habla, y debido a eso, he sido castigada. Recordar el castigo hace que los
moretones en mi espalda duelan en respuesta. Estoy hambrienta, dolorida y
cansada. No nos han alimentado desde que estamos aquí, ni siquiera nos dieron
agua. Mi espalda se encuentra contra la pared, y arde cada vez que me muevo.
Estoy a punto de perderlo, pero no mostraré esa clase de debilidad a las otras
chicas.

Cuatro horas más tarde, me entrego a esa debilidad.

Mi corazón se rompe cuando empiezo a sollozar, furiosa conmigo misma


por mi falta de fortaleza. Mi espalda, duele demasiado. Ya no puedo retener las
lágrimas, porque esto se acaba de convertir en demasiado. Necesito alivio; solo
quiero salir de aquí.

Trato de mantener mi llanto en silencio, pero pronto se vuelve ruidoso y


fuerte. Las otras me miran, pero se sienten impotentes. ¿Qué pueden hacer? No
pueden moverse para ayudarme, y sus palabras no harán nada. No se llevarán el
dolor.
Lloro durante una hora antes de que alguien entre. Es el guardia principal,
George, creo. Se acerca, seguido por otros cuatro guardias. Cada uno toma a
una de las chicas, con otro supervisando, y las liberan de las cadenas,
dirigiéndolas hacia afuera. George se gira hacia mí, y se inclina hacia abajo,
haciendo lo mismo conmigo. Me saca de la habitación, y mis piernas solo
funcionan porque las estoy forzando demasiado. Me siento exhausta.

Espero que George me lleve a mi habitación, pero no lo hace. Me lleva


hacia el Maestro William. Empiezo a llorar incluso más. —No me lleves allí —sollozo.

Ni siquiera me reconoce; es como si no hubiera hablado. Toca tres veces


en la puerta del Maestro William antes de girarse hacia mí y colocar una venda
sobre mis ojos. —¡JESÚS! —grito, justo antes de que mi voz tiemble—. Solo
déjame verlo.

Abre la puerta, y me empuja hacia el interior obligándome a dar un par de


pasos. Dos manos instantáneamente sostienen mis brazos. Sé que es William. Me
estremezco y trato de escapar de su agarre, pero es demasiado fuerte. Me
introduce más en la habitación, y las cosas se tornan aún más oscuras detrás de
la venda. Hace un poco de ruido por un segundo o dos, luego trata de
empujarme, primero por el vientre, hacia algo que no puedo ver.

—No —gimo—. Por favor.


51
Sigue empujando hasta que mis rodillas débiles no pueden hacer nada más
que doblarse. Siento que mi cuerpo es presionado contra algo que parece ser una
mesa, aunque hay una almohada que amortigua mi rostro. Giro mi cabeza hacia
un lado, y las lágrimas escapan de mis ojos, deslizándose por mis mejillas mientras
siento que me vuelvo más allá de frenética. Las manos de William se encuentran
en mi camisa, y lentamente, la levanta. La siento despegarse de mi piel herida y
húmeda, y lloro de dolor.

¿Volverá a golpearme?

Ante ese pensamiento, me muevo de manera violenta, y trato de


levantarme de la cama. Presiona mis hombros hacia abajo, y murmura un
silencioso—: Quédate quieta, frumusete2.

Ahora sé el significado de esa palabra; me está llamando “belleza”. Dejo


caer mi cabeza en agotamiento, y mi cuerpo entero languidece sobre la mesa.
Estoy completamente despojada de cualquier lucha. Simplemente no puedo
obligar a mi cuerpo débil que pelee en su contra.

Lleva sus manos sobre mi piel, y roza la punta sus dedos sobre mi piel
amoratada. Me quejo cuando arde bajo su toque. Me silencia de nuevo, y

2
Belleza en rumano.
escucho un crujido antes de que sus dedos regresen, solo que esta vez están
cubiertos por un bálsamo frío. El alivio es instantáneo, y todo mi cuerpo se
estremece. Mueve sus dedos sobre mí hasta que mi piel se encuentra fría y
cubierta completamente, luego baja mi camisa y me levanta.

Una vez más me encuentro sobre su regazo, con sus brazos a mí


alrededor. Obviamente es alguna clase de ejercicio de confianza, pero lo que no
sé es ¿por qué quiere que confíe en él? Parece importante para él. Tengo tantas
preguntas, pero ya sé que no las contestará. El Maestro William responde solo lo
que quiere, e incluso entonces, es como si hablara con acertijos. Como si quisiera
que demos vueltas en círculos hasta confundirnos y solo dejemos de intentarlo.

—¿Qué quieres con nosotras? —trato de todas formas.

Acaricia suavemente mi brazo.

—Por favor —ruego—. Dame algo.

—Da solamente a aquellos que te dan a ti, frumusete.

Otra vez acertijos.

—¿Eso es lo que quieres de mí? ¿Quieres que me entregue a ti?

No responde. 52
—¿Por qué borras mis recuerdos?

—Algunos recuerdos es mejor olvidarlos —murmura en mi cabello.

—No tienes derecho a tomarlos.

—No tienes derecho a tenerlos cuando no causan nada más que dolor —
replica, aunque su voz todavía es suave.

—No puedo entregarme a ti si no me dices por qué estamos aquí.

Permanece en silencio de nuevo, y enreda su dedo en mi cabello. Está


negándose completamente a darme cualquier parte suya. ¿Y por qué lo haría? No
soy más que una esclava para él. Cierro mis ojos, recomponiéndome.

—Es una calle de doble sentido —digo, en una voz suave—. Me das algo, te
doy algo. Te he dado una parte de mí, sentándome aquí sobre tu regazo. Ahora,
te pido que me respondas una pregunta. ¿Por qué trece chicas?

Permanece en silencio durante tanto tiempo que estoy segura que va a


ignorarme, y simplemente continuar con su caricia hasta que enloquezca y vuelva
a gritarle. Justo cuando estoy a punto de abrir mi boca y protestar, habla. Su voz
sale espesa, y llena de emoción.

—Tenía trece años el día que me quitaron mi inocencia, y me convirtieron


en esto. Ahora no vuelvas a hacerme preguntas a menos que te lo permita.
¿Lo convirtieron en esto?

¿Qué es esto?

Mi corazón duele por saber.

53
8
William
Traducido SOS por MadHatter

Corregido por Erienne

—Will no puedes evitar la reunión —dice mi hermano Ben por teléfono.

—Ben soy plenamente consciente de eso, pero tengo cosas urgentes con
las que lidiar en este momento.

—Solo es una hora.

Suspiro, frotándome las sienes. —Está bien, iré por una hora.

—Entonces te veré luego. 54


Bajo el teléfono, y siento que mi mandíbula se aprieta. Ben es el único
familiar que tengo a quien le importo lo suficiente como para revisar cómo me
encuentro constantemente. Trabaja para mi padre, y yo soy el socio silencioso
que hace todo su trabajo desde aquí. Soy la persona que él no desea que el
mundo conozca. Soy el hijo del que se avergüenza.

Doy la vuelta hacia mi escritorio y levanto el teléfono hasta mi oreja,


marcándole a George. Responde a la primera llamada, como siempre lo hace.

—¿Sí, Maestro?

—Tengo que irme y encontrarme con Ben. Estaré fuera alrededor de una
hora y media. Necesito que te asegures de que las chicas permanezcan
protegidas en sus habitaciones. No pueden salir hasta que regrese.

—Cuente con ello, señor.

—Gracias, George.

Cuelgo y me coloco de pie, tomando mi chaqueta y abandonando la


habitación. Salgo por la puerta trasera, y camino hacia el garaje donde se
encuentra mi auto. No me gusta tener un chófer. No confío en otra persona lo
suficiente como para dejarle que arriesgue mi vida al llevarme en auto.
Desbloqueo el pequeño Audi y me siento en el asiento delantero.
Aquí va una hora de mi vida con un hombre que desprecio.

WILLIAM
La reunión es en la empresa de mi padre en el centro de la ciudad. Está
muy bien ubicada, y posee sucursales por todo el país. Estaciono mi auto en un
lugar reservado, y me coloco el parche para el ojo sin el cual me niego a
aparecer en público. Enderezo mis hombros, salgo del vehículo y atravieso el
estacionamiento. Aquí hay un ascensor que me llevará directamente hasta la
recepcionista de mi padre.

En el momento en que entro en la habitación, me sonríe. Siempre lo hace,


y sé que es por lástima. La gente siempre se compadece del que se encuentra
herido, pero lo que no entiende es que no queremos su compasión, solo
55
queremos ser tratados con normalidad. Sabe que estoy aquí por mi padre, así que
hace un gesto con su cabeza hacia su oficina y murmura—: Están esperándote.

Levanto mi barbilla bruscamente, e irrumpo en la oficina. Al minuto en que


entro, veo a Ben de pie junto a la ventana, fumando un cigarrillo. Me mira, y sus
ojos se iluminan, pero detrás de ese brillo puedo ver el dolor que siempre tiene en
su mirada cuando me ve. Sé que se culpa por lo que pasó, y he dejado de tratar
de convencerlo de lo contrario.

Su cabello se encuentra bastante corto, y tiene rizos alrededor de sus


orejas. Sus ojos son de un azul claro, igual que... los míos. Es un hombre
imponente, de un metro ochenta y dos de altura. Es fuerte y robusto. Lleva un
traje almidonado de color gris con una corbata azul que resalta el color de sus
ojos.

Me dirijo a mi padre, que me está observando. Ahora está más envejecido,


y su cabello una vez oscuro, ahora es plateado. Tiene arrugas en su piel, pero sus
ojos son azules, tan claros como siempre lo fueron.

El hombre sentado en la mesa no es alguien que haya visto antes. Es


mayor, con una cabeza calva y lentes de montura cuadrada. Si su estómago
crece un poco más, estallará fuera del traje que se esfuerza en contenerlo. Ni
siquiera reconoce mi presencia; solamente baja su mirada hacia el montón de
papeles que tiene frente a él. Ben se acerca, dándome palmadas sobre el
hombro.

—Es bueno verte, hermano.

Asiento en su dirección. —Terminemos con esto.

—Stai, Benjamin —espeta mi padre, ordenándole que se siente.

Obedece. La mirada de mi padre vuelve hacia mí, y con un gruñido,


también me siento.

—James —comienza mi padre—, este es mi hijo, Benjamin. Se hará cargo


de la empresa cuando me vaya. Tiene mucho talento, y estoy seguro de que lo
encontrarás adecuado para las tareas que le hemos establecido.

El hombre extiende su mano por encima de la mesa, y estrecha la de Ben.


—Encantado de conocerte, hijo.

—Y este es Will. —Mi padre me mira al rostro al tiempo que continúa


hablando con el hombre—: Es un socio silencioso. —No su hijo. Nunca su hijo—.
Pero asiste a algunas reuniones para mantenerse al tanto. —La voz de mi padre
está vacía, como si yo no fuera más que un pedazo de tierra incrustado en la
suela de su zapato.
56
Nunca se refiere a mí como su hijo porque se avergüenza de mí; siempre
lo ha hecho. Mi pecho se oprime con fuerza, y la urgencia de extender mis manos
y sujetarlo por el cuello, estrangulándolo hasta que todo el aire salga de su
cuerpo, es muy fuerte.

—Mi nombre es William —gruño, mirando a mi padre. Resopla, y hace una


seña con su mano para desestimarme.

No hay nadie, además de Ben, que me llame Will. Mi padre lo sabe, pero lo
hace de todos modos, porque disfruta lastimarme. El hombre me dirige su
expresión aburrida, y estudia mi rostro. —¿Qué te pasó?

Me tenso, pero al igual que en todas las otras ocasiones que hicieron esa
pregunta, Ben se entromete.

—Eso no es de tu incumbencia. Estamos aquí para hablar de finanzas, así


que vamos a empezar para que podamos irnos, ¿de acuerdo?

Me quedo mirando a Ben, y me da una cálida sonrisa antes de girarnos y


comenzar a repasar los balances.

Esto no puede terminar lo suficientemente pronto.


9
Número Trece
Traducido SOS por MadHatter

Corregido por Erienne

Yacer sobre esta cama duele, duele mucho. Para el momento en que
regreso a mi habitación y me ducho por la noche, estoy completamente agotada.
Me meto a rastras en la cama después de cenar, y lloro cuando las sábanas se
sienten como papel de lija contra mi piel. Ruedo hacia mi costado, y quito la
manta de mi cuerpo para que mi espalda quede expuesta al aire fresco. A pesar
de que el dolor es terrible, aun así me encuentro cayendo rápidamente en el
sueño profundo que me lleva cada noche.
57
A la mañana siguiente, nos despiertan temprano, los guardias abren nuestra
puerta y nos gritan que nos levantemos. Poco a poco, obligo a mi cuerpo dolorido
y fatigado a salir de la cama y miro hacia la puerta con mi visión borrosa. —
Ustedes chicas, hoy se encargarán de la cocina, así como de la lavandería.
Debido a su estúpido error de ayer al tratar de escapar, hoy se harán
responsables de las tareas del grupo tres.

Excelente.
Como zombis, todas salimos a rastras de la cama, con los ojos pesados,
con nuestras cabezas gachas. Comemos, nos vestimos, y luego marchamos con
los guardias. Mientras caminamos por los pasillos, pasamos las habitaciones de las
otras chicas. Veo que algunas de sus puertas se encuentran abiertas, y están
sentadas en sus camas. Me las quedo mirando, sintiéndome extrañamente
conectada, a pesar de que no hemos tenido la oportunidad de interactuar en
absoluto desde el primer día. Supongo que solamente es un nexo emocional,
porque todas entendemos algo acerca de la otra persona.

Todas estamos en el mismo barco.

Primero trabajamos en lavar la ropa, y entre trece chicas, los guardias y un


maestro, no es una pequeña cantidad. Nos organizamos con una tarea para cada
una: la que lava, la que seca, una plancha y la otra dobla. Toma poco tiempo
entre las cuatro, así que barremos los pisos y ordenamos mientras esperamos.
Para cuando llega la hora del almuerzo, mi espalda está palpitando al punto en
que me siento enferma. Sin embargo, sé que no puedo detenerme, así que me
obligo a continuar.

En la cocina, solo puedo ver una cámara, lo cual es bueno saberlo.


También hay una inmensa despensa, por lo que de vez en cuando entramos allí y
nos susurramos una a la otra. Más que nada es para que las demás comprueben
si me encuentro bien, pero al menos podemos hablar sin ser vistas. Sin embargo,
obviamente nos descubren, porque un guardia entra en la habitación en lugar de
esperar afuera, y se queda de pie observándonos durante el resto del día.

Simplemente no hay ningún lugar por donde escapar.

WILLIAM
58
—Chicas, arrodíllense, por favor —les ordeno.

Nueve chicas se arrodillan lentamente, con sus cabezas inclinadas. Bajo mi


mirada, y sé que se encuentran asustadas. Entiendo eso. Lo respeto. La única
manera para que entiendan lo que hago aquí es que aprendan a confiar en que
soy el que más sabe. No quiero que me teman; el miedo es el método de un
hombre débil para obtener lo que desea. No uso el miedo como una táctica para
ganar. En cambio, trato de enseñarles que simplemente quiero de corazón lo
mejor para ellas.

—Han pasado un par de días desde que llegaron, y todas lo están haciendo
muy bien. Sé que entienden de dónde vienen, y saben que sus vidas eran
bastante más indeseables en comparación con esto.

No se mueven. No necesitan hacerlo. Comprenden lo que les estoy


explicando. Este grupo de chicas conoce acerca de sus vidas. Les he permitido
eso. Pero no al grupo al que he seleccionado para mí. Se encuentran mucho más
dañadas; depende de mí alejarles esos recuerdos hasta que sienta que se
encuentran listas para aceptarlos plenamente sin derrumbarse. Esta es una de las
pocas oportunidades que tengo para hablarles a las otras nueve chicas, mientras
mi grupo está encargándose de todas las tareas.

—Les permito hacerme una pregunta a cada una. Es la única oportunidad


que tendrán. En orden, pueden hacérmela, y la responderé.

George se acerca, y le da un golpecito en la cabeza a Número Uno.


Levanta sus ojos, mirándome confundida. Me encuentro en las sombras, por lo
que solamente son capaces de observar una cantidad muy pequeña de mí.

—Haz tu pregunta, Número Uno. Será tu única oportunidad.

—¿Qué... qué... qué quieres de mí?

—Esa respuesta es simple; quiero proporcionarte una mejor vida. Pero para
lograrlo, necesitas aprender a comportarte.

—Número Dos —dice George.

—¿Vas a... vi... vi... vi... violarme?

Esa palabra me enferma. Nunca, jamás infligiría ese tipo de dolor a otra
persona.

—No, no lo haré —respondo mecánicamente, tratando de mantener la voz


firme.

—Número Cuatro.

—Yo qui... quie... quiero saber acerca de mi hermana pequeña. ¿Ella... es...
está... mu... muerta?
59
Mi pecho se tensa. Prometí que contestaría a cualquiera de sus preguntas,
pero no todas tienen buenas respuestas.

—Número Cuatro ¿estás segura que deseas saberlo?

—Sí —susurra.

—Entonces, lo siento, pero sí. Tu hermana menor ha muerto.

Hace un sonido de dolor. Tomo una respiración profunda, y continúo.

—¿Número Cinco?

—¿Vas a matarnos? —pregunta, su voz más fuerte que la del resto.

—Por supuesto que no.

Les llevará mucho más tiempo del que había anticipado para que entiendan
la situación.

—¿Número Seis?

—¿Nos harán daño?

—Eso depende —digo en voz baja—. Si se comportan mal, entonces sí,


serán castigadas. Algunas veces las lastimarán. Como estoy seguro que ya saben,
ayer el Grupo Cuatro infringió las normas y fue castigado. Una de las chicas
recibió veinte latigazos en su espalda por tratar de escapar. Si no desean que les
suceda, entonces tienen que seguir todas mis reglas.

Hace un gemido, pero asiente y baja la cabeza.

—¿Número Ocho?

No dice nada.

—Número Ocho —repite George de nuevo.

—No tengo preguntas —murmura.

—¿Estás segura? —digo, curioso.

—Sí —espeta—. Estoy segura.

—Muy bien —digo—. No tendrás otra oportunidad.

—¿Número Nueve?

—¿Por qué no se nos permite verte?

Me estremezco. Me toma un momento ser capaz de contestarle lo más


sinceramente que puedo.

—Número Nueve necesitan ganarse el derecho para comunicarse conmigo.

—¿Número Diez? —continúa George, cortando su pequeña protesta.


60
—¿Ellos pueden encontrarnos?

—¿Define a ellos? —insto.

—Nuestros antiguos amos.

Entiendo su temor. Pertenecía a un hombre que fue más bien brutal y cruel.
Se la vendieron hace poco más de cuatro años, pero ese fue tiempo suficiente
para que cambiara todo sobre ella.

—No, aquí no pueden encontrarte.

Parece perder algo de tensión en su cuerpo.

—Número Once, eres la última —dice George.

—No tengo nada que decirte, maldito cerdo.

Me enderezo. Número Once es una de las más brutales del grupo, pero
también ha tenido un pasado difícil.

—Número Once te daré una sola oportunidad. Haz una pregunta o


permanece en silencio. Si deseas soltar la lengua, entonces serás castigada por
ello.

—Entonces castígame, mierda enferma —gruñe.


Suspiro, frotándome las sienes. —George, acompaña a Número Once a la
sala de estar principal. Siéntala con una mordaza en la boca, encadenada a una
silla. Permanecerá así y verá cómo todas las demás pasan por delante de ella,
observándola, aprenderá y entenderá que es grosero e irrespetuoso morder la
mano que te da de comer. Aprenderá que si desea avergonzarme delante de un
grupo, le devolveré el favor. Si no aprende, entonces continuará allí hasta que lo
haga.

—Tú pedazo de...

No llega a terminar la frase antes de que George la coloque de pie y la


arrastre fuera de la habitación.

Siempre hay una.

61
10
Número trece
Traducido por MadHatter

Corregido por Bibliotecaria70

Hemos estado aquí durante diez días. Nada ha cambiado.

Nos levantamos, hacemos nuestras tareas, vamos a ver al Maestro y luego


a dormir, solo para empezar todo de nuevo. Decir que me encuentro confundida
sería poco. No sé por qué estamos aquí, o cuál es el propósito que tiene para
nosotras. Claramente no tiene intención de hacernos daño, al menos, no si nos
comportamos bien, y desde luego no va a violarnos o a torturarnos. Entonces,
¿por qué nos retiene? ¿Para qué podría necesitar a todas estas chicas? 62
Un dedo se arrastra sobre mi muslo, y tiemblo. No es un escalofrío malo,
pero sí uno curioso. Esta noche me encuentro de nuevo con el Maestro William, y
como siempre, me sostiene en su regazo. Rara vez habla, y si lo hace, por lo
general es en otro idioma. Murmura en mi oído palabras que no entiendo mientras
me sostiene. Las primeras veces que hizo esto, me asustó. Ahora me parece que
encuentro un extraño consuelo en esas palabras que no entiendo.

Sin embargo, todavía le temo, porque hay algo en esta situación que
justifica el sentir una buena cantidad de miedo. En realidad, es la única emoción
que entendemos en este momento, por lo que nos aferramos a ella, como si fuera
la única cosa sobre la que tenemos control. Él es impredecible, y ninguna está
segura de que esto no sea más que un acto para ganar nuestra confianza antes
de que algo peor surja.

No recuerdo nada. No importa cuánto lo intente, no hay nada más que un


desastre confuso. Mis recuerdos han sido robados, y no es probable que vayan a
devolverlos pronto. El hecho de que me los hayan arrebatado tan hábilmente me
dice que son dignos de ser protegidos. No quiere que los tenga por una razón, y
no importa cuántas veces le pregunte, se niega a devolverlos.

Está reteniendo una parte de mí, y no estoy de acuerdo con eso.


—Te estás comportando bien esta noche —murmura, sacándome de mis
pensamientos debido a la sorpresa que me causa su voz suave y profunda—.
Premiaré a tu grupo con una libreta y un bolígrafo para cada una. Pueden escribir
en ella, o dibujar, lo que deseen.

Me tiembla el labio, pero no sé qué decir. Entonces, digo lo único que


puedo.

—Gracias.

Número Trece
Esta noche el maestro tiene un invitado para la cena, así que nos
designaron las tareas de la cocina para asegurarnos de que todo se encuentre
preparado y listo para funcionar. Es el día once, cuento cada día y lo marco en la
63
pequeña libreta que guardo junto a mi cama. Hemos estado trabajando en la
cocina todo el día, y está comenzando a hacer calor aquí. Ninguna habla
demasiado con las otras. Continuamos ensimismadas en nuestros propios
pensamientos desesperados.

—El Maestro ha pedido que termines aquí, y regreses a tu habitación —dice


el guardia, entrando en la habitación justo cuando estoy terminando.

Asiento obedientemente y termino de sazonar el asado, y luego lo llevo al


horno. Meto una bandeja con verduras y patatas en el otro horno, el que he
graduado a una temperatura más baja para que se cocinen más lento, luego me
dirijo al guardia. —La comida estará lista dentro de dos horas.

—Podemos encargarnos desde aquí.

Nos saca de un empujón a Número Siete y a mí de la cocina, y nos lleva a


nuestras habitaciones. Las otras chicas hace unas dos horas fueron enviadas a
realizar la limpieza para la llegada de los invitados del Maestro William.

En el momento en que entramos en nuestra habitación, el guardia se vuelve


y vocifera algunas órdenes a los otros guardias que están por allí. Baja por el
pasillo por un segundo, para hablar con el guardia que se encuentra al final, y es
en ese momento cuando recuerdo que no encendí el horno para el asado; me
encontraba demasiado ocupada sazonándolo. Estarán esperando toda la noche si
no lo hago. Sin desear que me vuelvan a castigar, salgo corriendo de la habitación
y me dirijo hacia la cocina.

El guardia no lo nota; se encuentra demasiado ocupado riendo con los


otros chicos.

Casi estoy en la cocina, cuando doy vuelta en la esquina y choco con un


hombre alto y musculoso. Sus manos instantáneamente se elevan y sostienen mis
brazos, estabilizándome.

―Vaya, lo siento… no te vi ―dice, dejándome ir rápidamente.

Me enderezo, levantando mis ojos hacia el hombre frente a mí. Es alto y


extremadamente atractivo. Me sonríe, y se le forman arrugas alrededor de sus
ojos azul cielo. No puedo evitar ruborizarme. Es el tipo de hombre que te hace
sentir algo extraño en tu estómago. Es alto y robusto, lleva un traje gris y una
corbata azul. Su cabello rebelde se encuentra despeinado. Su rostro es celestial,
su piel oliva y sus ojos azul cielo le dan un aspecto impresionante.

—Hola ahí —casi ronronea—. No te he visto antes por aquí. ¿Trabajas para
Will?

Habla del maestro, y claramente no es consciente de quién soy. Podría


decirle, la urgencia de hacerlo es enorme, pero si no me creyera, podría ser 64
castigada de nuevo, y arruinar toda posibilidad de escape. El pánico se eleva en
mi pecho, y me encuentro luchando contra mi sensatez. Quiero decirle quién soy;
quiero que alguien nos dé la oportunidad de ser liberadas de esto. Pero no sé
quién es este hombre, y sería tomar un riesgo demasiado grande. Abro la boca y
tartamudeo—: Yo soy... eh...

—Cariño ¿tienes un nombre?

¿Tengo un nombre? Mi mente es confusa, y esa opresión familiar de


frustración me consume. Miro más allá de él, para ver si los guardias se
encuentran por ahí, pero todavía no han venido a buscarme.

—Yo, bueno, yo…

Sonríe cálidamente y se ríe en voz baja. —Tengo este efecto en la mayoría


de las mujeres, pero puedo asegurarte, que no te morderé. Soy Ben —murmura,
extendiendo su mano.

Extiendo mi mano y sostengo la suya, sintiendo a mi corazón martillando


contra mi pecho. Me estrecha la mano con suavidad, sin dejar de sonreírme. —
¿Tu nombre?

—Yo, mmm, solamente trabajo para el Maes... quiero decir, para William. Lo
siento, simplemente estoy apurada —le digo, evitando la pregunta sobre mi
nombre.
—Benjamin —dice una voz detrás de mí, y mi cuerpo se tensa. Es el
guardia.

—Bueno, hola Bill. Solo hablaba con esta chica encantadora.

¿El nombre de mi guardia es Bill? ¿Quién lo sabría?

—Solo es una de las nuevas empleadas de William, siento mucho que te


encontraras con ella.

Ben niega con un gesto. —Realmente no me importa.

Bill me observa mientras Ben no está mirando, y mi corazón da un vuelco.

—Solo iba... no encendí el horno, no quería que la cena de William no se


cocinara —me las arreglo para balbucear.

—Muy bien, ve y enciéndelo, luego puedes retirarte por esta noche.

Asiento, y me apresuro hacia la cocina.

—Entonces, ¿tal vez la próxima vez pueda conseguir tu nombre? —Escucho


que dice Ben.

Lo miro por encima de mi hombro, y me guiña un ojo antes de


desaparecer por la esquina con Bill.
65
Oh. Dios.

Eso fue algo que jamás esperé que sucediera.

Número Trece
—¿Quién era? —susurra Número Doce, sentándose junto a mí en la cama
con sus manos sobre su regazo.

—No lo sé —murmuro en voz baja en su oreja—. Es alguien que el Maestro


William conoce.

—¿Crees que sepa sobre nosotras?

Niego con la cabeza. —No.

Todas nos sentamos en silencio por un momento antes de que las otras
chicas se unan a mí sobre la cama, y nos inclinamos estrechamente para que las
cámaras no puedan grabar lo que decimos. Vuelvo a hablar cuando todas se
encuentran acomodadas.

—Creo que nos podría ayudar. Si logro hablar con él, tal vez pueda contarle
que somos retenidas aquí en contra de nuestra voluntad.

—¿Piensas que te creerá? —susurra Número Siete, con la esperanza


reflejada en sus ojos.

—No lo sé, tal vez. Parecía muy amable —le digo, con voz esperanzada.

—¿Qué pasa si nunca vuelve? —pregunta Número Tres.

—Se hallaba familiarizado con el lugar. Creo que ha estado aquí un par de
veces.

Número Doce se acerca a mi lado. —¿Por qué no le contaste esta noche?

—No era el momento adecuado. Me habrían atrapado y castigado. No


puedo soportar más castigos en este momento, y tampoco puede hacerlo ninguna
de ustedes. Si busco su ayuda, tiene que ser planificado correctamente. Necesito
saber más sobre él.

Asienten, y antes de que podamos decir algo más, la puerta se abre de


golpe y Bill entra. 66
—En sus propias camas —grita.

Las chicas se dispersan rápidamente, volviendo a sus camas. Nos mira a


todas por un largo momento, antes de dirigirse hacia la puerta. Hace rodar un
carrito con nuestra cena y lo deja en la puerta, antes de gruñir—: Permanezcan en
sus propias camas, sino las encadenaré a ellas. Coman su cena, dúchense, y
luego vayan a dormir. Mañana el maestro recibirá a más invitados por la noche, y
deberán limpiar el lugar de manera impecable. Necesitarán todas sus fuerzas.

¿Tendrá invitados? Mi corazón palpita.

Nos mira por última vez antes de salir y dar un portazo. Todas lentamente
caminamos hacia el carrito. Cuando lo alcanzamos, Número Siete se inclina. —
Tendrá invitados.

Asiento, mirándola, pero sin responderle. Tomo mi bandeja y regreso a mi


cama, sentándome y colocándola sobre la mesilla de noche. Levanto la tapa, y
bajo la mirada hacia el pastel de pollo con ensalada. Picoteo, sin ser capaz de
comer tanto como me gustaría. Sé que los guardias se enojarán, pero no puedo
obligarme a bajarlo por mi garganta sin enfermarme. Sutilmente coloco la tapa
sobre la bandeja, dándole la espalda a la cámara mientras también deslizo el vaso
de leche en el interior.
Termino el bocado, y aparento comer el resto, antes de levantarme para
devolver la bandeja al carrito, sin atreverme a mirar hacia la cámara y delatarme.
Solo puedo rezar para que no lo hayan notado. Estoy segura de que mañana
harán que los grupos laven los platos sucios, así que, si no lo ven, entonces no se
darán cuenta que no he terminado la comida. Entro en el baño, mientras las otras
chicas comen, y me ducho rápidamente, disfrutando del agua caliente que parece
aliviar mi cuerpo. Termino, y luego regreso a la cama, notando que estoy lejos de
encontrarme tan agotada esta noche como suelo estarlo después de la cena.

Me meto bajo las sábanas, y miro a las otras chicas. Como cualquier otra
noche, comen su comida, beben su leche, y luego se duchan rápidamente antes
de literalmente desmayarse. Entrecierro mis ojos, preguntándome por qué esta
noche no siento el influjo del sueño. Cierro los ojos mis todos modos,
preguntándome si simplemente tengo demasiado en mi mente. Trato de apaciguar
mi respiración, pero no parece calmarme lo suficiente como para atraer al sueño.
No abro los ojos, porque sé que si me ven moviéndome solo me causará más
problemas.

Finalmente, después de algunas horas, caigo en un sueño ligero.

—Si te mueves, te haré daño —dice una voz en mi oído.


Él es tan pesado. No puedo respirar cuando se encuentra de esta forma.
67
Solo soy pequeña.
—Si te quedas quieta, no durará mucho tiempo. Ya deberías saber esto.
Me despierto jadeando y el sudor resbala por mi frente. Yo… soñé. No he
tenido un sueño desde que tengo memoria, y esta noche decide salir a la
superficie. La bilis se eleva en mi estómago mientras algo inquieta a mi corazón.
Ese sueño... parecía familiar, solo que en verdad no sé cómo. Estabilizo mi
respiración y presiono una mano sobre mi corazón. Cierro los ojos y trato de
juntar algunas imágenes borrosas en mi cabeza, pero no pasa nada, y solo me
frustra. ¿Por qué no puedo recordar?

Escucho el crujido de la puerta, y mi cuerpo se tensa rápidamente. ¿Quién


está entrando?

Permanezco inmóvil en mi cama, y escucho que la puerta se abre más. Veo


a Bill bajo la luz del pasillo. Se acerca a la cama de Número Tres y se apodera de
ella, levantándola. La sostiene en sus brazos, como a un bebé, y ella se mueve,
haciendo sonidos atontados. Sale de la habitación con ella, y una sensación
enfermiza me atraviesa. ¿Hacia dónde la lleva? Oh Dios, ¿nos violan mientras
dormimos? ¿O algo peor? Me estremezco, y permanezco acostada con el corazón
latiendo con fuerza, simplemente esperando a que la traiga de vuelta.

Alrededor de una hora más tarde, lo hace.


Luego se lleva a Número Siete.

Quiero salir de mi cama y acercarme, para ver si las chicas se encuentran


bien, pero sé que si me muevo me delataré, y una inquietud oprime de mi
corazón, diciéndome que ahora tengo que presenciar lo que sea que esté
sucediendo aquí. Tengo que hacerlo sola.

Espero, permaneciendo inmóvil mientras los guardias se llevan a las otras


chicas. Cuando es mi turno, cierro los ojos y mantengo mi cuerpo laxo cuando Bill
me levanta de la cama y me lleva.

Necesito toda mi fuerza de voluntad para no jadear y expresar mi miedo,


pero puedo sentirlo circulando por mis venas.

Llegamos a una pequeña habitación, y escucho el crujido de una puerta al


abrirse. Al entrar, la oscuridad parece acentuarse un poco más, pero no tanto
como para que no haya luz en absoluto. Debe haber apagado lámpara de luz
tenue. Permanezco con los ojos cerrados, a pesar de que quiero abrirlos. Siento
que soy recostada sobre algo que parece ser un sofá, y relajo mi cuerpo para
simular flacidez. Mi corazón late con fuerza. Si descubren que en realidad estoy
despierta, podrían castigarme. Algo malo podría suceder.

—Esta es la más fuerte del grupo. Tiene una gran determinación. 68


Probablemente tendrá que cavar más profundo en ella.

¿El Maestro William? Oh Dios, está aquí.

—William lo que estamos haciendo aquí, no es un método probado. Si la


mente es frágil, tiende a funcionar mejor, pero con aquellos que luchan, a veces
no tenemos éxito.

—Hasta el momento has tenido éxito.

—Porque no son plenamente conscientes de lo que está sucediendo, no


tienen razón para luchar contra ello. Pero no puedo garantizar que sus recuerdos
se mantengan a raya.

—Está funcionando bien con las otras tres chicas.

¿Otras tres? ¿Qué sucede con las otras chicas en esta casa? ¿Por qué solo
nosotras?

—Estas cuatro chicas son las más lastimadas; tienes motivos para pensar
que no necesitan sus recuerdos en este momento. Los otros miembros del grupo
son más fuertes. Son plenamente conscientes de sus vidas pasadas antes de
esto, así que, para ellas, esto de alguna forma es un lujo. Con este grupo de
cuatro, es muy diferente.
Esta mujer habla sobre nuestro grupo. No nos eligió al azar ese primer día,
había una razón para que formara nuestro grupo de esa manera, y parece que es
porque quiere que nos olvidemos de nuestras vidas. ¿Por qué alguien pensaría
que tiene el derecho de arrebatarle la memoria a otro? ¿Por qué las otras chicas
pueden recordar? ¿Por qué siquiera las retiene? No entiendo.

—Empieza, así podemos terminar por esta noche —ordena William.

—De acuerdo cariño, despierta un poco —dice la mujer, acariciando mis


mejillas.

Casi abro mis ojos de golpe, hasta que escucho que William dice—: La
droga para dormir que les damos en la leche es bastante potente. A veces toma
un tiempo despertarlas, e incluso entonces se encuentran somnolientas.

Drogas en nuestra leche. Oh Dios. Es por eso que no he dormido esta


noche, porque no la bebí.

Si lo hubiera hecho, estaría somnolienta.

No habría recordado esto.

Tienen que creer que he bebido mi leche. No sé cómo habrán actuado las
otras chicas, así que ¿cómo sabré si estoy haciendo lo correcto? Trato de pensar
en cómo me siento cuando la leche comienza a hacerme efecto. Mi cuerpo se
69
siente mareado y débil, mis ojos se vuelven pesados. Me resulta difícil levantar la
cabeza. Entonces, con esto en mente, poco a poco abro mis ojos nublados, pero
mantengo mi cuerpo flexible y débil.

—Bien, ahora mírame.

Veo a la mujer frente a mí, pero por muy poco tiempo. La veo como en
una nebulosa. Tiene el cabello largo y rubio, y unos grandes ojos azules. Tiene un
rostro cálido, muy delicado. Comienza hablándome en voz baja, y, curiosamente,
como si mi cuerpo fuera consciente de lo que hará, comienzo a sentirme un poco
confundida. Muevo mis ojos cuando empiezo a sentir que voy a la deriva, y capto
una imagen de William sentado en la esquina. Mi corazón deja de latir.

Tiene una mano sobre la mitad de su rostro, como si estuviera apoyado en


ella, y mira hacia abajo a un teléfono que sostiene en su mano.

El verlo de esta manera hace que mi cuerpo sienta un hormigueo. Es alto,


tal como pensaba que era. Está vestido con un traje negro, y una corbata azul. Se
extiende a través de su cuerpo fuerte y musculoso. Su cabello es grueso, largo, y
le llega hasta los hombros. No puedo ver gran parte de su rostro, pero levanta la
mirada y el ojo que no está cubierto por su mano es hermoso; es tan azul como el
océano. Contengo mi respiración, emito un sonido bajo y extraño. Su mirada se
encuentra con la mía, y por una fracción de segundo la mantenemos, solamente
mirándonos el uno al otro. Arruga su frente, como si algo no estuviera bien, antes
de que la mujer comience a llamar de nuevo mi atención.

Tiene unos ojos que he visto antes, pero no tengo la oportunidad de


pensar en dónde.

—Número Trece coloca los brazos sobre tu pecho.

Hago lo que me pide, casi automáticamente. En el momento en que lo


cumplo, parece que caigo a la deriva en un estado de trance, y todo mi cuerpo
se siente cálido y contenido. Escucho sus instrucciones para que realice cosas, y
mi cuerpo cumple las disposiciones, aunque no le esté ordenando que lo haga.
Entonces, siento que me hundo en un sueño profundo cuando ordena que me
calme y me relaje.

No despierto hasta la mañana.

No recuerdo mucho.

70
11
Número Trece
Traducido por Gasper Black

Corregido por Daliam

—Despiértense, chicas.

Escucho la voz de Bill, y gimo, moviéndome en mi cama. Me toma un


momento adaptarme a mi alrededor, entonces recuerdo que hoy va a ser un
completo día loco porque el Maestro William tiene una cena. Me incorporo
lentamente, y a pesar de que mi espalda todavía se siente tensa y dolorida por las
mañanas, está mucho mejor. Mi mente se encuentra bastante confusa, y lucho
para averiguar por qué. Tengo la impresión de que hay recuerdos colgando justo 71
en el borde, necesitando salir, como si hubiera algo que debería estar
recordando.

—Coman, vístanse, y luego fórmense en la puerta. Tenemos un gran día —


dice Bill, luego se da la vuelta y sale de la habitación.

Lentamente me levanto, frotando mi frente mientras lo hago. Miro a las


otras chicas, todas intentando despertar, pasando sus manos sobre sus rostros.
Me siento extraña esta mañana, y no puedo entender por qué. Tal vez solo tuve
un sueño agitado. Trato de recordar si lo tuve, pero parece confuso. Tengo
destellos de la noche anterior. Recuerdo no beber mi leche, y... mi cuerpo se
paraliza. Nos llevaron a alguna parte. Recuerdo que me llevaron a algún sitio.

Me levanto de la cama y me apresuro hacia la ducha, cerrando la puerta


rápidamente. Coloco mi cabeza en mis manos. ¡Piensa! Trato de averiguar qué
pasó, pero las imágenes solo vienen a través de parches nebulosos. Recuerdo a
una mujer muy bonita. Ella me habló. Me hizo preguntas, preguntas que realmente
no recuerdo. Luego todo se oscureció. No sé por qué me encontraba allí. ¿Por
qué nos llevaron? Furiosamente froto mi cabeza, enferma de no ser capaz de
recordar lo que está almacenado en mi cerebro. Estos recuerdos son míos, y que
Dios me ayude, porque voy a luchar para recuperarlos.

Lo único que he obtenido de todo esto es que la leche no es algo que


debería beber. Así que de ahora en adelante, me aseguraré de no beberla.
También voy a escribir cualquier cosa que recuerde en la pequeña libreta que
está en el cajón de mi mesita de noche. Tengo que resolver esto. Me estoy
perdiendo algo aquí, algo grande. Necesito recuperar mis recuerdos; necesito
saber quién soy. Siento que mi pecho se llena con determinación, me desvisto y
entro en la ducha.

No me van a vencer.

Número Trece
Es la primera vez desde que hemos estado aquí que de nuevo nos hallamos
todas juntas en una habitación. Me quedo mirando a las otras chicas, y se

72
encuentran tan obedientemente de pie, mirando a la pared frontal. ¿Por qué son
así? ¿Tan débiles? Siguiendo cada una de sus órdenes. Ni siquiera tratan de
luchar; ni siquiera tratan de salir de aquí. ¿Por qué? ¿Por qué solo se dan por
vencidas y permiten que esto pase? Tal vez también han sido golpeadas; tal vez
tienen miedo. No lo sé, pero lo que sí sé es que jamás puedo dejarme lucir tan...
tan... resuelta.

Bill comienza a hablar en un tono fuerte y autoritario. Lentamente centro mi


atención en él.

—Hay mucho que hoy tiene que realizarse, la casa necesita ser limpiada.

Lo está.
—La lavandería necesita terminarse, nadie debe estar descansando por ahí.

No hay nadie.
—El comedor necesita prepararse.

Obviamente.
—Y la cena tiene que ser cocinada.

No me digas.
Sacudo mi cabeza, insegura de por qué mis pensamientos son tan...
francos. Siento como si se estuvieran llevando una parte de mí, y soy la única que
lucha por recuperarla. El guardia se acerca, y nos divide. Por primera vez, somos
separadas en grupos diferentes. Me asignan con Número Dos, la chica
latinoamericana, quien es realmente, realmente bonita. Las otras chicas conmigo
son Número Ocho, que es la chica alta y atlética que parece lo suficientemente
amable, y Número Once, la gran chica marimacho que me asusta un poco. Somos
asignadas a las tareas de cocina, así que supongo que mi día lo pasaré
cocinando. Hay cosas peores.

Tan pronto como somos agrupadas, empezamos a trabajar.


Inmediatamente vamos a la cocina y miramos el menú que se ha preparado para
la noche. Nos han dado una copia para trabajar, impreso en un papel brillante de
color plateado, decorado con remolinos y pequeños diamantes parecidos a una
perla. Hay una larga pluma blanca sujeta en la esquina, y revolotea cuando se
mueve. Bajo la mirada hacia el menú, y sé lo mucho que hoy tenemos que hacer.
Probablemente necesitamos hacer una cosa cada una, o aquí estaremos dando
vueltas en círculos todo el día.

—Bueno, creo que deberíamos dividirnos y hacer una cosa cada una —
digo, haciéndome cargo como normalmente haría con mi grupo.

Número Once, la gran chica marimacho da un paso hacia adelante, y me


mira. —¿Quién te ha nombrado la jefa?

—Yo... ¿disculpa? —tartamudeo—. Solo trato de organizar esto para que


73
no…

Me interrumpe, dando un paso más cerca. —¿Para que nuevamente no


seas castigada? Hemos escuchado todo acerca de ti, y no dejaremos que te
hagas cargo de nada. Escuchamos lo que le hiciste pasar a tu grupo. ¿No sabes
que todas tienen que ir a algún tipo de terapia durante la noche porque están
muy jodidas? Ustedes son el grupo arruinado. Te recogieron por una razón. Eres la
idiota que trató de escapar en lugar de hacer lo correcto. Eres la pequeña
mascota del maestro, porque eres tan malditamente ordinaria. He oído que le
gusta lo ordinario.

Mi corazón se detiene. No sé de lo que habla. ¿Por qué iba a ser tan cruel
conmigo? Ni siquiera me conoce. Mi respiración se acelera mientras enderezo mis
hombros. —No sé lo que has escuchado, pero no te conozco, y tú sin duda no me
conoces.

Se ríe. —Pero sí te conozco. Todas te conocemos. A todas se nos ha


informado sobre el grupo “especial”.

¿Grupo especial?

—¿Por qué eres tan cruel? —susurro, mirándola.


—Oh, lo siento, cariño ¿eso te hiere? —se burla—. Tal vez deberías ir a
sentarte en el regazo del maestro.

¿Qué? ¿Cómo iba a saber eso? ¿Cómo sabe algo de esto? La ira crece en
mi pecho mientras continúa provocándome. No dejes que te afecte. No permitas
que por su culpa de nuevo te coloquen a ti y a tu grupo en ese sótano. Ignoro sus
burlas, y me doy la vuelta, sin hacer contacto visual con las otras chicas que se
encuentran de pie en silencio en un rincón. No parece que son tan malas como
ella, pero también se ven lo suficientemente inteligentes como para no tratar de
defenderme. Decido tomar el plato principal, y comienzo a hacerlo. Tienen
gambas al ajillo en una capa de cuscús sazonado. Necesito preparar todos los
langostinos, para veinte o treinta personas, eso tomará un tiempo.

Escucho a las otras chicas empezar a trabajar, y mientras Número Once


pasa a mi lado, me empuja con fuerza contra el mostrador. Me muerdo el labio
para evitar arremeter, pero el calor inunda mis venas, y mi pecho se eleva
mientras trato de mantener mi ira a raya. Contengo mis lágrimas y me mantengo
preparando la comida. No tengo tiempo para dejar que ella me afecte. No puedo
dejar que otra persona defina quién soy antes de que yo lo sepa.

Esta no es la única vez que me empuja. Continúa a lo largo de la mañana.


Me da un empujón cuando pasa a mi lado, lanza mis tazones de la encimera, 74
dispersando los alimentos al suelo, y estira su pierna cuando paso así puede
hacerme tropezar. Por la hora del almuerzo, me encuentro al final de mi límite. Así
que cuando me empuja, me giro, con cuchillo en mano, y le grito. —¿Solo te
alejarás? ¿Qué te he hecho?

Solo se ríe. Como si fuera una broma.

Tal vez lo soy.


Las lágrimas arden en mis ojos, arrojo mi cuchillo al suelo y corro de la
cocina. Los guardias se encuentran detrás de mí en menos de un segundo, pero
corro tan fuerte y rápido como puedo a través de los pasillos. Escucho los sonidos
de las alarmas activándose, pero no me detengo. Corro, sin saber hacia dónde
voy. Estoy tan furiosa que me encuentro jadeando, con todo mi cuerpo
temblando. Quiero gritar. Quiero hacer que todo desaparezca. Ya no deseo hacer
esto. No quiero ser este... este... fenómeno.

Un hombre alto con una mano sobre su rostro, con sus ojos tan hermosos
como un océano azul cristalino.
Patino hasta detenerme, jadeando. Una imagen destella en mi mente. No
sé qué o cuándo fue, pero es una imagen. Antes de que pueda procesarla, otra
me golpea. Más fuerte, más completa.
—¡Gallina! Juega conmigo —llora una pequeña niña, con sus coletas rubias
agitándose alrededor de su rostro—. Siempre jugamos cuando él no está. Mamá
se ha ido con él, por lo que ahora podemos cantar, y bailar.
Me agarro la cabeza, gritando mientras la memoria casi quema en mi
mente. Empiezo a correr de nuevo cuando escucho los gritos detrás de mí. Antes
de darme cuenta, estoy frente a la puerta del maestro. Ni siquiera sé por qué
corrí hasta este lugar, pero aquí estoy. Empiezo a golpear frenéticamente, fuera
de mí. No quiero sentirme así. Quiero las respuestas. Necesita decirme. Tiene que
explicarme por qué me está despojando de mis derechos.

—¡Abre la maldita puerta! —grito—. ¡Enfréntame, maldita sea, enfréntame!

La puerta se abre de repente, y entro rápidamente antes de siquiera


dirigirle una mirada. Maldita sea. Me gira, y presiona mi espalda contra su pecho.
Coloca una mano sobre mis ojos por un momento, hasta que puede tomar una
venda, la sitúa sobre mis ojos, y rápidamente la asegura. Empiezo a hablar antes
de que incluso haya terminado de atar el último nudo.

—¿Qué está mal contigo? —grito—. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no me
lo dirás? No es justo. No puedes secuestrar a alguien y no decirle el porqué. Ella
me intimida, diciéndome que soy un fenómeno, que estoy jodida, que soy débil.
¿Por qué ella sabe de mí, pero yo no puedo? No es tu maldito derecho mantener
75
esto apartado de mí. No quiero estar aquí. Déjame ir.

Me da la vuelta, y con las piernas temblorosas, lo hago. Abro mi boca para


hablar de nuevo, solo para sentir que sus manos suben y acunan mi rostro. Siento
el calor de sus palmas irradiando a través de mis mejillas. Mi cuerpo se estremece
por todas partes, y no puedo comprender por qué me sentiría de esta manera a
su alrededor. Lo odio. Frota sus dedos suavemente debajo de mis ojos, y me doy
cuenta de que me encuentro llorando tanto que las lágrimas empapan a través de
la venda y empiezan a correr por mis mejillas.

Tal vez tienen razón; tal vez soy débil.


—Maestro —escucho gritar a un guardia, apresurándose en la habitación.
Escucho el sonido de algo cayendo al suelo, y el Maestro William se tensa detrás
de mí.

—Está bien —murmura—. Vete.

—Sí señor.

Escucho la puerta cerrarse, y entonces siento al Maestro William empezar a


encaminarnos hacia algo. Me sienta en un sofá, sorprendentemente no en su
regazo. Se sienta a mi lado; lo sé porque el sofá se mueve cuando se instala.

—Número Once te intimidaba.


No es una pregunta; es un hecho.

—Hice algo mal, fui castigada. Ella hace algo mal, y no lo es.

—Error, frumusete, será castigada.

—Dejaste que me intimidara. Lo viste, ves todo lo que hacemos, y dejas


que lo haga.

—Error de nuevo. Observaba para ver cómo lidiabas con ello.

—Podría haberme lastimado —protesto, alejando mi cuerpo del suyo.

—Nunca habría dejado que te lastimara.

—¿Por qué me estás haciendo esto? —susurro, dejando caer mi cabeza.

—Tienes que confiar en mí, frumusete.

—Dime por qué somos diferentes, por qué nos llaman fenómenos.

—Ellas no las llaman fenómenos, Número Once las llama fenómenos, y


recibirá el trato que se merece.

—¿Por qué no puedo verte?

No responde durante un largo rato.

—Necesitas dejar de cuestionarme —dice, y percibo que se coloca de


76
pie—. Número Trece entiendo tu confusión, pero tienes que empezar a
comportarte como las demás chicas lo hacen o no puedo seguir siendo amable
contigo.

—Ese no es mi nombre —grito—. ¡Y tú eres apenas agradable!

—Es hora de irse —dice simplemente.

—Maldito seas…

—Número Trece haz lo que te digo —espeta, cortándome.

Cuando siento que mi labio comienza a temblar, me levanto, y le permito


girarme y llevarme hasta la puerta. Siento al guardia tomarme en sus manos, y
oigo a William murmurar—: Mueve a Número Once al sótano, sustitúyela con
Número Cinco.

—Sí señor.

Justo antes de alejarme, le susurro en voz baja—: La confianza es una calle


de dos vías, William.

Hace un extraño sonido gutural, pero solo mantengo mi cabeza gacha y


dejo que el guardia me lleve.

No tengo nada más que decir.


77
12
WILLIAM
Traducido por Ana09

Corregido por ValeV

—Señor ¿cómo desea que sea castigada Número Once?

Veo las grabaciones de las cámaras de seguridad, notando cómo Número


Once intimida continuamente a Número Trece. Alguien como ella no responderá
muy bien a ser golpeada. Es demasiado segura de sí misma, demasiado confiada
de que lo sabe todo. Una chica como ella se limitaría a gruñir al ser castigada con
el cinturón. Necesita algo peor, algo que sí la lastime, la afecte, que le muestre
que no es la jefa en esta casa, que no tiene derecho a intimidar a las otras
chicas.
78
—Esta noche se unirá a Número Trece, y hará todo lo que Número Trece le
ordene. En frente de todas las demás. Será su esclava para hacer todo lo que le
plazca por veinticuatro horas completas. Tienes que vigilar, y asegurarte de que
haga lo que se le dijo.

George asiente. —Sí señor, muy astuto.

—Hay un castigo para cada acto, algunos diferentes a los otros. Todos ellos
pensados en consecuencia, y esto, en mi opinión, encaja correctamente.

—Sí señor, lo hace.

—Eso es todo, George.

—Gracias, tendré solucionado esto. ¿Necesita su traje preparado para esta


noche?

—No, ya está listo. Es la mascarada, así que no olvides las máscaras.

—Sí, las tengo todas listas. ¿Cuáles chicas ha decidido que servirán la
comida?

Nuevamente miro las pantallas, y una sonrisa curva mis labios.

—Número Trece y su grupo servirán la comida esta noche.


—Señor ¿está seguro con respecto a eso?

—Muy seguro.

—Colapsó esta tarde. No se encuentra en el estado de ánimo correcto, y…

—Necesita aprender cómo trabajamos por aquí. Si se comporta mal, será


castigada de nuevo. Si hace un buen trabajo, será recompensada. George la
única forma de enseñarles, es dejarlas cometer sus propios errores.

—Es un riesgo, señor.

—Es uno que estoy dispuesto a correr. Eso es todo.

George asiente, y sale de la habitación. Me recuesto en mi silla. Poco a


poco, estas chicas aprenderán la lección que tan sencillamente trato de
enseñarles.

79
Número Trece
La están convirtiendo en mi esclava. Mi cabeza da vueltas mientras la
observo, a Número Once, que me mira abiertamente.

No entiendo qué clase de juego enfermo juega el maestro, pero esto no es


algo que quiero. No soy esa persona. No podré conocer mucho sobre mí, pero sé
lo suficiente como para saber que no le ordenaré a otra persona que haga algo
en contra de su voluntad. ¿Cómo puedo permitirme convertirme en él? Eso no es
correcto, nada de esto lo es... pero no sé qué se supone que le diga a la chica
parada frente a mí, quien dispara una mirada tan maliciosa que hace que mi piel
hormiguee.

—Mmm —comienzo, levantando un mechón dorado de mi cabello entre mis


dedos y girándolo—. Por favor solamente ayúdame en la cocina, sin ira o peleas.
Número Once sé por qué te desagrado, pero no hay necesidad de ello. Estoy
aquí, no sé por qué me encuentro aquí, pero eso no me convierte en una mala
persona. Ciertamente no me hace un fenómeno. ¿No crees que tengo una vida
que quiero recordar? Odiarme es injusto. No soy diferente a ti cuando estamos de
pie en esta habitación. No tenemos nombre, somos únicamente un número; no
hay comparaciones. No te pido que seas mi amiga, pero no te humillaré, porque
no me gustaría que me lo hicieran. Entonces, todo lo que te pido que es que por
favor me ayudes, así podemos terminar esta comida para los invitados de la cena.

Sus cejas se levantan, me mira fijamente por tanto tiempo que estoy
segura que se encuentra a punto de explotar en risas y decirme que “me vaya a
la mierda”. En su lugar, su rostro se suaviza un poco, y asiente.

El orgullo llena mi pecho.

—Entonces vamos —digo, sin añadir nada más.

Regresamos a la cocina, y empezamos a preparar la comida de forma


rápida y eficiente, solo que esta vez, no hay palabras enojadas o empujones.
Cuando hemos tenido la primera ronda preparada y lista para cuando los invitados
empiecen a llegar, comenzamos a trabajar en tener los platos principales en el
horno. Bill entra justo cuando empieza a anochecer.

—Número Trece —dice, asintiendo en mi dirección.

Detengo lo que estoy haciendo, y camino, deteniéndome frente a él.

—El Maestro desea recompensarte por tu comportamiento impecable con


Número Once más temprano. Te permite un momento de confianza. Si lo tomas,
lentamente comenzarás a ganar más. Si arruinas esto, entonces serás castigada, y
nunca más habrán oportunidades para ti o tu grupo de nuevamente ganar su
80
lugar.

¿Un momento de confianza?


Asiento hacia Bill, ansiosa por escuchar lo que está a punto de decir.
Curiosamente, me encuentro desesperada por complacer al Maestro William.
Aparto ese sentimiento, no del todo segura de por qué tendría que impresionar a
un hombre que desprecio.

—Tú y tu grupo servirán la cena esta noche. Serás responsable por su


comportamiento. Si una palabra es dicha sobre esta situación, como dije, serás
castigada, y sacrificarás cualquier oportunidad que podrías tener de ganar
cualquier confianza futura.

—Entiendo —digo, sintiendo a mi corazón palpitar con fuerza.

¿Nos está permitiendo servir? ¿Nos está dejando interactuar? Han pasado
solo algunos días desde que llegamos a aquí, pero ya nos da la oportunidad de
probarnos. No puedo dejar que esto vaya mal. Necesitamos cada ocasión que
tengamos de ganar lentamente la confianza del Maestro. Será nuestra única
posibilidad de escapar.

—Muy bien —dice Bill—. El grupo está esperando por ti en la biblioteca con
los uniformes. Ve.
Asiento, sabiendo que la biblioteca se encuentra justo al final del pasillo.
Doy la vuelta y corro, emocionada y asustada. ¿Lo veré esta noche? ¿Será éste el
momento en que finalmente podré ver a William? No estoy segura de si eso me
asusta o me emociona. Mi estómago se llena con una extraña sensación oscilante
mientras corro. Pierdo el pasillo que conduce a la biblioteca, pero no me doy
cuenta hasta que llego al final del largo corredor. Suspirando, me giro, y empiezo
a retroceder.

Estoy a medio camino cuando un hombre sale por el pasillo.

Choco contra él, incapaz de detenerme a tiempo. Sus manos me


estabilizan rápidamente, pero retrocedo inmediatamente, jadeando cuando fijo
mis ojos sobre él. Solo le dirijo una rápida mirada, ya que me encuentro tan
asustada porque he llegado demasiado lejos, y no debería estar aquí. No quiero
perder mis privilegios, no quiero meterme en problemas. Sobre todo, no quiero
decepcionar a mis chicas de nuevo.

—Benjamín —balbuceo, reconociendo rápidamente al hombre frente a mí—.


Lo siento mucho, buscaba la biblioteca.

Voy a dar la vuelta, sin querer atravesar otra vez la cosa de “¿Cuál es tu
nombre?” solo para darme cuenta mientras me voy, que su cabello es demasiado
largo para ser Benjamín. Se encuentra amarrado, y colgando por su espalda.
81
Benjamín tenía el cabello corto; lo recuerdo claramente. Me detengo, y mis ojos
se amplían mientras lo asimilo. Es exactamente tan alto como Benjamín, su cuerpo
tan musculoso y poderoso. Está vistiendo un traje que se esculpe perfectamente a
su cuerpo largo y robusto.

Su cabello de color negro es largo, pero se encuentra atado en la base de


su cuello con una banda elástica. Su rostro, oh Dios, es impresionante, a pesar de
que está usando una máscara lujosa que cubre un ojo completamente,
encrespándose en su rostro casi en un estilo de ala de ángel, mientras la otra
mitad simplemente se envuelve alrededor de su ojo, permitiendo que solo uno
pueda ser visto. Su piel sedosa es de color oliva, su mandíbula es fuerte y
masculina. Levanto mi mirada al ojo que puedo ver y... oh... oh mi Dios.

Es el mismo color azul cristalino que los de Benjamín.

Ahora que lo pienso, este hombre luce exactamente como Benjamín. Solo
que su cabello es más largo, y es un poco más musculoso.

Pero no me queda ninguna duda de que este hombre es el gemelo de


Benjamín.

—Lo siento, pensé que usted era alguien más —murmuro rápidamente.
No puedo quedarme aquí; antes ya he sido atrapada encontrándome con
alguien. No quiero ocasionarme cualquier otro problema.

Me doy vuelta y empiezo a correr; cuando dice en un tono áspero tan bajo
que apenas puedo escucharlo—: No hay problema, frumusete.

No...
Patino para detenerme, y rápidamente me doy la vuelta, solo para ver su
espalda desapareciendo por el pasillo. El Maestro William. ¿Ése es el Maestro
William? ¿El Maestro William y Benjamín son gemelos? ¿Hermanos? Me quedo de
pie, mirando a su figura retirarse por el momento más largo, con mi boca abierta.
Se aleja rápidamente, como si no quisiera que descubra quién es. Abro mi boca
antes de que pueda pensar, y grito—: ¿William?

Se detiene, se tensa y se da la vuelta. Su rostro se encuentra arrugado, y


su mandíbula está apretada. Desde aquí, es la imagen de la belleza. Con la
máscara elegante curvándose sobre su rostro, su traje perfectamente entallado,
luce como si hubiera caído del cielo. Es divino. Es lo que las mujeres llamarían
perfección. ¿Por qué se esconde de nosotras? ¿Por qué cualquiera se escondería
cuando luce tan... tan… arrebatador?

—Lamento haber tropezado contigo —me las arreglo para decir finalmente, 82
y luego antes de que pueda responder, desaparezco por el pasillo hacia la
biblioteca.

Me presiono contra la pared tan pronto como estoy fuera de su vista, y


presiono una mano contra mi pecho. No puedo creer lo que acaba de pasar. Lo
vi, al hombre que ha capturado mi vida y la colocó en un punto muerto. Esperaba
mucho, pero algo que no esperaba de él es que fuera tan completamente
impresionante. Sin embargo, ahora no tiene sentido. ¿Por qué alguien que es tan
hermoso como él necesita mantener cautivas a trece chicas? No tiene ningún
sentido.

Siento que me estoy perdiendo algo.


13
WILLIAM
Traducido por yira patri

Corregido por MadHatter

Froto mis sienes, incapaz de aliviar las punzadas detrás de mis ojos. Me vio.
Ella supo quién era. Esa chica está jugando con mi mente. Me desafía. Establezco
las tareas, esperando que reaccione y no lo hace; se ocupa de todo con tanta
gracia. Deja ir a Número Once. No profundizó en buscar la crueldad en su interior;
simplemente la dejó ir.

Me sorprendió.
Una extraña sensación de orgullo llena mi pecho. 83
Me impresiona con cada día que pasa. Hay momentos en los que siento
que ella no entiende lo que trato de enseñarle, y entonces como si de repente lo
entendiera, hace cosas sinceras y agradables, como lo hizo hoy con Número
Once. No me encuentro defraudado por sus decisiones, pero estoy destrozado
por ellas. Una gran parte de mí necesitaba que Número Once aprendiera su
lección, pero al mismo tiempo, creo que, sorprendentemente, lo hizo.

—Maestro, los invitados han llegado.

Me vuelvo hacia mi puerta y le hago un gesto con mi cabeza a George.


Lleva una máscara completa que solamente deja a la vista su boca. Se encuentra
de pie, erguido y alto, con los brazos colocados a sus costados.

Asiento en su dirección. —Estaré ahí.

Esta noche estoy colocando cada pizca de mi confianza en esas chicas. Es


su oportunidad de dejarme ver que mis lecciones empiezan a valer la pena.

Solo espero haber tomado la decisión correcta.


Número Trece
—Necesitamos asegurarnos de que esto se haga a la perfección —les digo
a las chicas de mi grupo.

Todas estamos vestidas con polos oscuros y pantalones negros. Nuestro


cabello se encuentra recogido y llevamos unos cómodos zapatos negros. Estamos
listas para servir. Preparadas para demostrarle que podemos hacer lo que nos
pide. Listas para ganarnos un poco de confianza. Preparadas para avanzar lo
suficiente como para encontrar una manera de salir de este lugar.

—¿Qué pasa si nos caemos, o resbalamos? —murmura Número Siete,


frotándose las manos con nerviosismo.

—Va a salir bien —trato de calmarla—. Solo presta atención a lo que haces,
y no te preocupes por nada ni nadie más. Vamos a terminar con esto de forma
84
eficiente.

—Hay tanta gente —dice Número Doce, su rostro se encuentra pálido.

—Estarás bien —intento tranquilizarla, pero la verdad es que me siento igual


de enferma que ella.

Le echo un vistazo a Número Tres quien simplemente mira por la ventana.


Hoy ha estado ausente, y apenas ha dicho algo. Sus ojos se encuentran vacíos, y
sus hombros hundidos. Como si el esfuerzo para levantarlos fuera demasiado
duro.

—¿Número Tres? —digo en voz baja—. ¿Te encuentras bien?

Asiente enérgicamente. —Solo vamos a terminar con esto.

Algo está pasando en su mente, algo profundo y oscuro. Ahora no tengo


tiempo para ayudarla, pero espero que tal vez esta noche, después de que todo
esto haya terminado, pueda llegar a hablarle.

Todas arreglamos nuestra ropa y salimos de la cocina. Número Once se


hizo cargo, y tiene todo expuesto en unas lindas bandejas. Todas agarramos
una, tomando una bocanada de aire para calmarnos antes de entrar en el gran
salón de baile en el centro de la casa.
Me quedo sin aire al tiempo que entro en el espacio bien decorado. El
suelo se encuentra pulido, y tan brillante que rechina cuando caminamos sobre él.
Hay candelabros enormes colgando del techo, y las mesas están hermosamente
presentadas por todo el espacio, todas decoradas con manteles blancos y piezas
de mesa con luz brillante.

Hay gente mezclándose por todas partes, todas ellas usando máscaras. Las
mujeres lucen elegantes, con vestidos hermosos y largos y máscaras delicadas.
Los hombres se ven masculinos y misteriosos, todos llevando trajes.

—¿Les gustaría servirse algo? —digo, acercándome al primer grupo.

—Oh, gracias. —Una mujer pelirroja sonríe, y levanta un canapé con sus
uñas de color rojo brillante.

Llevo el plato alrededor del grupo, luego sigo caminando por la habitación.
Esto no es tan malo. Lo hago bien, y no lo he arruinado. Por lo que puedo ver,
tampoco las otras chicas.

Entro en el siguiente grupo, y cuando las personas se dan vuelta y se


mueven, veo esa máscara familiar. Mi corazón late con fuerza, y lucho por
recuperar el aliento cuando una vez más coloco mis ojos sobre William.

Tan perfecto. 85
Levanta su mirada cuando me nota, y el ojo que puedo ver hace contacto
con los míos, causando que pequeños escalofríos recorran mi piel. No sonríe,
pero la mirada que me está dando es... intensa. Mantengo mis hombros rectos al
tiempo que les ofrezco a todos, algo de la bandeja. William se inclina hacia
adelante, sus labios bajando para rozar mi oído. Murmura—: Belleza estás
haciendo un trabajo impecable.

No dijo Belleza en rumano. Mi rostro se sonroja.

Se endereza y extiende su mano, sacando un pedazo de gambas de la


bandeja. Aún sintiendo mis mejillas encendidas, giro, y sigo llevando las bandejas
en derredor. Cuando están vacías, las llevo de regreso a la cocina para el próximo
recorrido. Para el momento en que volvemos a salir, todo el mundo se encuentra
sentado. Todas nos encargamos de algunas mesas cada una, y empezamos a
servir el plato principal.

Cuando estoy colocando el último plato sobre una de mis mesas, escucho
un gran estruendo. Levantando mi cabeza de golpe, veo a Número Tres de
rodillas con un hombre alto agachándose para ayudarla. Ella rápidamente levanta
algunos platos rotos del suelo, murmurando algo. Trago saliva, volviendo mis ojos
hacia el Maestro William. Está observándola, pero no luce enojado.
Dirijo mi atención de nuevo hacia Número Tres mientras se coloca de pie y
retrocede. Justo cuando estoy a punto de dar la vuelta y de regresar mi bandeja
a la cocina, escucho una voz masculina profunda y gutural riendo ruidosamente.
Me quedo mirando al hombre que ayudó a Número Tres, y veo que tiene una
servilleta en su mano, y la está agitando en el aire. —¿William esto es una broma?

Mi cuerpo se estremece por completo.

¿Qué ha hecho?

William lo mira, y dice—: ¿Una broma?

El hombre, quien debe estar en sus treinta, de cabello corto y castaño, con
unos cálidos ojos marrones, mueve la servilleta en el aire, y luego mira de nuevo a
Número Tres. Luego lee las palabras que claramente se encuentran escritas en el
pedazo blanco. Oh Dios. Ella no lo hizo... no lo hizo.

—Dice Ayúdame, estoy siendo retenida aquí en contra de mi voluntad.


Llama a la policía.
Todo mi cuerpo se siente como si se hubiera derretido. No. Oh Dios, ¿qué
diablos le sucede? ¿Por qué escribiría en una servilleta y se la entregaría a un
extraño? Me acerco rápidamente porque Número Tres empieza a llorar. Esto no es
bueno. William nos castigará por esto, porque fue lo suficientemente descuidada 86
como para entregarle simplemente a cualquiera una nota desesperada. No me
malinterpretes, entiendo por qué lo hizo, pero también sé que fue un movimiento
estúpido.

—No sé de lo que está hablando —dice William, con su voz ronca.

Es entonces cuando veo a Ben. Levanta su máscara, y me mira. Dios, si


William luce como él...

—¿Por qué está llorando la chica? —dice, su mirada llena de curiosidad.

Tengo que pensar rápido. Si no consigo sacar a William de esto, estaremos


en un gran problema, y es un problema que no quiero. Si perdemos nuestros
privilegios, ¿cómo encontraremos alguna vez una manera de escapar? Para mí
esa no es una opción, y ciertamente no dejaré que esto arruine cada pedacito de
determinación que he construido.

—Fue una broma —digo, aunque mi voz suena como nada más que un
chillido. William vuelve de golpe su mirada hacia mí, y todo el mundo en la sala se
detiene y me observa. Coloco mi mano sobre el brazo de Número Tres,
apretándolo para advertirle que deje de llorar—. Es un poco embaucadora, y le
gusta jugar con la gente. Lo siento mucho, señor, a veces lo lleva demasiado
lejos. Aquí solo somos del servicio. William solamente nos contrató para la noche.
Me disculpo.
William sigue mirándonos fijamente. Puedo sentir su mirada quemándome.
Agarro a Número Tres, murmurando un disculpen y la llevo a la cocina. Al
momento en que salimos, me giro hacia ella. —¿Por qué harías eso?

—Porque nos tiene aquí en contra de nuestra voluntad —llora, agitando sus
manos en el aire—. No quiero estar aquí. Todas ustedes han dejado de luchar; ya
hacen lo que les pide. Es un enfermo; ¿me escuchas? Nadie mantiene a chicas en
contra de su voluntad si no se encuentran enfermos.

—No he dejado de luchar —siseo, inclinándome y acercándome—. Solo


estoy haciendo lo correcto, para que así no me encierren en ese sótano. ¿Cómo
crees que vamos a encontrar una manera de salir de este lugar si seguimos
cometiendo errores?

—No vas a encontrar una forma de salir —espeta, extendiendo su mano


para empujarme ligeramente—. No hay ninguna salida.

Rechino mis dientes, tratando desesperadamente de mantener mi ira a


raya. —Tú no sabes eso.

Antes de que pueda decir algo más, Bill se acerca apresuradamente. Su


rostro está lleno de rabia cuando se detiene delante de Número Tres, y extiende
de golpe su mano, curvándola alrededor de su brazo. Ella grita y tironea, pero no 87
sirve de nada. No va a soltarla.

—Eso que hiciste fue algo muy tonto. Ven conmigo.

—Por favor —digo, mientras comienza a llevársela a rastras. No sé por qué


estoy a punto de defender a Número Tres cuando ella no me escuchará, pero sé
que tengo que hacerlo. Nadie más va a decir lo que piensa. Todas están muy
asustadas—. Ella no lo sabía.

Él se da la vuelta, mirándome. —Todas ustedes lo saben —espeta—. Todas


han sido informadas de las normas; han sido muy claras para ustedes. Ahora
vuelve al trabajo, o puedes unirte a ella.

Cierro mi boca, pero mis ojos arden por las lágrimas contenidas. Número
Tres es demasiado débil para soportar el castigo. Hay algo que falta en sus ojos,
puedo verlo. Dejó de luchar. Cree que de verdad no hay nada más para ella. No
puede ver la luz al final del túnel, y eso me asusta. Cuando te rindes, dejas de
luchar, y cuando dejas de luchar, no hay hacia dónde ir.

—¿Qué pasó? —pregunta Número Doce, con su voz frenética.

—Trató de delatar al Maestro William en medio de toda esa gente —


susurro, sabiendo que mi voz es demasiado inestable como para usarla.

—¡Oh, no!
Trago saliva, y me quedo mirando a la puerta vacía.

¿Ahora qué va a pasar?

88
14
Número trece
Traducido SOS por Astrea75

Corregido por Erienne

―Número Trece el Maestro William desea verte.

Justo me encuentro en mi cama al finalizar el día, por fin empezando a


acomodarme cuando Bill entra. No quiero ver a William. Le está haciendo daño a
mi amiga, y debido a eso, no quiero tener nada que ver con él. Es un monstruo,
uno hermoso, pero a fin de cuentas un monstruo.

89
―Por supuesto ―susurro, levantándome.

Se encuentran doloridos, porque he trabajado hasta bien entrada la noche.


Y ahora William quiere verme. No entiendo por qué. ¿Va a castigarme y también a
las otras chicas? ¿No es esa la regla? He estado esperando a que me llame, pero
cuando llegó la hora de dormir, imaginé que nos hallábamos bien.

Supongo que no.

Bill toma mi brazo, me saca de la habitación y me dirige directamente a la


puerta de William. Toca un par de veces, y un segundo después la puerta se abre
para revelar a William, todavía usando su máscara. Imagino que acaba de terminar
la velada. Bajo mi cabeza, mirando el piso, porque no quiero ver sus ojos y sentir
esa atracción hacia él. No cuando está castigando a una chica rota.

―Entra, Número Trece.

Si me llama así, significa que debe estar enojado.

―Señor esperaré afuera ―dice Bill, cerrando la puerta después de que


entro en la habitación.

Todavía no miro al Maestro William. Simplemente continúo observando mis


pies.

―Mírame ―ordena.

Apretando la mandíbula, levanto mi cabeza y miro hacia ese ojo fascinante.


―¿Por qué estoy aquí?

Inclinando su cabeza hacia un lado, me estudia y luego habla. ―Estás aquí


porque quiero hablar esta noche.

―No hay nada que discutir ―digo con voz vacía.

Su ceño se frunce. ―¿Y por qué lo dices?

―Te llevaste a mi amiga, es muy probable que la estés haciendo sufrir. No


se merece que la lastimes. Está rota, dañada y es débil. No necesita a alguien que
la rompa aún más. Se encontraba desesperada. ¿No lo estarías tú? Si hubieran
conseguido tomar todo lo que sabías y hubieran borrado tus recuerdos, ¿no te
sentirías sin escapatoria? Ella tomaba una oportunidad, y la estás castigando por
ello. Así que, a menos que esté aquí para que me digas que estoy equivocada,
entonces no tengo nada que discutir.

Se queda en silencio el tiempo suficiente para que levante mi mirada


vacilantemente y lo mire fijamente. Me observa, y hombre, parece enojado.

―Tu amiga se equivocó esta noche.

―Tiene miedo ―le grito, desatando mi ira―. ¡Se encuentra asustada, y


estás empeorando las cosas!
90
Suspira, pasándose la mano por su cabello. ―¿Cuáles son las reglas?

―¿Disculpa? ―susurro, sacudiendo mi cabeza con confusión.

―¿Cuáles. Son. Las. Reglas?

Parpadeo y siento que mi labio comienza a temblar. ―Cometió un error.

―¿Cuáles son las reglas? ―grita, golpeando su puño sobre la mesa.

―Si eres mala, eres castigada ―le contesto, casi como si fuera un robot―.
Si eres buena, eres recompensada.

―Es una regla simple ―espeta, su voz baja y ronca―. No es difícil. Les
daré lo mejor si se comportan, si no lo hacen, entonces son castigadas. He sido
muy claro. Tu amiga lo sabía; aún así tomó la alternativa de hacer lo incorrecto.
Esa fue su decisión. No la mía. Hizo su elección, colocándose en esa posición.
¿Crees que me gusta castigarlas?

―Si ―le digo, sin dudarlo.

Su cabeza se levanta bruscamente y me mira de nuevo. ―Nunca lo


comprenderás, ¿verdad? Simplemente no puedes entender lo que trato de hacer
aquí.

―Lo que intentas hacer ―protesto―, ¡es quitarnos nuestra libertad!


―¡Tú nunca tuviste ninguna libertad! ―grita, apretando sus puños.

―No podríamos saberlo. Porque no nos dejas recordar.

―Maldita sea ―murmura en voz baja, antes de volver a mirarme y gritar―:


¡Bill!

Bill entra de inmediato en la habitación. ―¿Sí, señor?

―Sácala. No le des su recompensa.

―¿Qué? ―lloro―. ¿Ibas a recompensarme?

No me mira cuando habla. ―Buenas noches, Número Trece.

―No te atreves, ¿verdad? ¡Simplemente no puedes mirarme y responder


mis preguntas! No puedes actuar como un hombre y ser honesto acerca de lo
que realmente ocurre en este lugar. Esto ni siquiera es acerca de nosotras; esto
es sobre ti. Tú eres el que está jodido aquí, William.

No dice nada, solo desaparece en la oscuridad. Bill toma mi brazo y me


saca de allí, empujándome por los pasillos hasta llegar a nuestra habitación.

Las otras chicas se encuentran en la cama cuando entro, pero de todos

91
modos no quiero hablar con ellas. No quiero hablar con nadie. Solo quiero que me
dejen sola. Me siento agotada y derrotada, esta lucha no tiene sentido. Me meto
a rastras en cama y ruedo hacia mi costado, mirando hacia la pared, sin ver a
ninguna de las chicas.

Estoy perdiendo mi lucha.

Y cuando eso haya desaparecido, no seré mejor que Número Tres.


15
Número Tres
Traducido por Lune

Corregido por Bibliotecaria70

Meso mi cuerpo hacia atrás y hacia adelante, destellos de recuerdos


inundan mi mente. No quiero estar aquí. Estoy cansada de luchar. Ellos no me
dejarán recordar quién soy, pero me dan lo suficiente para saber que quien solía
ser era malo. Veo a una mujer colocando sus manos en mí. Siempre imaginé que
era un hombre quien asaltaba a una mujer inocente, no una mujer. Las mujeres
están diseñadas para ser gentiles y amables. Se supone que no están hechas para
ser quienes roben nuestra inocencia.
92
Aunque ella robó la mía, y ni siquiera conozco su nombre.

Envuelvo mis brazos alrededor de mis piernas con más fuerza, y trato de
llorar. El llanto está diseñado para ayudar, pero no tengo más lágrimas que
derramar. Me siento vacía, como si no hubiera más emociones dentro mi cuerpo,
como si me hubieran desnudado. Ya no me queda fuerza para luchar; de hecho,
me pregunto si tuve alguna para empezar, o si solo llegué así de dañada. Levanto
la mirada y observo las paredes vacías, y me doy cuenta que así será
probablemente el resto de mi vida.

¿Quién salvará a una chica dañada?

¿A una asquerosa chica sin nombre?

Ya no quiero sentir nada más. No quiero la luz del sol, y no quiero la lluvia.
Solo quiero la oscuridad que se lleva todo lo que me carcome en el interior. No
puedo ser la esclava de algún hombre, y no puedo ser lo suficientemente fuerte
para las otras chicas que necesitan mi apoyo. Necesitan un vínculo que no sea
débil; necesitan uno que sí sostendrá sus manos y peleará a su lado.

Y no soy yo.

Nunca seré yo.

Solo quiero ser libre.


Número Trece
No vemos a Número Tres por dos días completos, y no escuchamos nada
del Maestro William. Para el momento que Número Tres regresa, todas estamos
locas por la preocupación. No tenemos idea de qué le hizo. Entra en la habitación
con Bill, y camina directamente hacia la ducha, sin dirigir una sola mirada a alguna
de nosotras. Número Siete le pregunta si está bien, pero actúa como si no
pudiera oírla.

Me asusta.

Nos envían a trabajar en los jardines antes de que salga de la ducha.

93
Nuestro grupo está ayudando al grupo uno, y debemos dejar los jardines
preparados para el verano, asegurándonos de que todo esté arreglado
correctamente, que todas las flores estén perfectamente podadas. Hoy el sol se
encuentra alto y cálido en el cielo, el sudor se desliza por mi piel mientras
introduzco la pala en el suelo una y otra vez, tratando de desalojar una mala
hierba.

No puedo dejar de pensar en Número Tres. ¿Qué le pasó? ¿Está bien?


¿Estará bien? ¿Qué le dijeron allí? ¿Finalmente la rompieron, o solo lo hicieron
peor? Mi preocupación por ella aumenta mientras espero a que salga, pero
mientras el tiempo transcurre, me pregunto qué ocurre. No tardas mucho en
ducharte, y Bill no la dejaría solo sentarse sin hacer nada.

—No es un movimiento sabio —escucho gritar a alguien de repente,


interrumpiendo mi preocupación.

Levanto mi cabeza, y lo que veo hace toda mi sangre fluya por mi cuerpo
con más rapidez. Mi cuerpo entero hormiguea mientras veo el techo, en donde
Número Tres se encuentra de pie. No... no lo haría... justo ahora no se daría por
vencida. Tal vez no es lo que parece. Me levanto rápidamente, y corro en su
dirección. Las otras chicas ya se encuentran de pie y me siguen. Los guardias
están parados en el techo con ella, con sus rostros consternados. Tienen sus
brazos estirados.

—Baja —la anima uno de ellos—. Podemos conseguirte ayuda.


—Todos ustedes solo van a lastimarme —llora Número Tres, frotando sus
brazos. Luce completamente demente, como si finalmente ya no tuviera el control
sobre su cuerpo.

—No —dice uno de los guardias—. Baja, y vamos a cuidar de ti.

—¡Son unos mentirosos! —grita, temblando. Sus ojos se encuentran muy


abiertos y frenéticos—. ¡Mentirosos!

—No. Nos aseguraremos que recibas la ayuda que necesitas.

—Dejen de mentir —se queja, dando un paso hacia atrás. Siento que mi
corazón da un brinco hasta mi garganta.

¿Va a saltar? Mis rodillas tiemblan y trato de abrir mi boca para llamarla,
para alentarla a que se aleje, pero todo lo que sale es un chillido desesperado. Mi
visión se torna borrosa, y puedo oír un pitido fuerte en mis oídos. Se forman
lágrimas en mis ojos, y escucho a Número Doce que comienza a convencer a
Número Tres para que baje.

—Estamos juntas en esto —llora—. ¡Eres más fuerte que esto!

—Necesito ser libre —grita—. Como un ángel, necesito dejarlo ir. Tienen
que dejarme ir.
94
Mira hacia abajo, con su expresión vacía. Es como si no quedara nada,
como si quienquiera que estuviera dentro se hubiera ido, y todo lo que queda es
una cáscara vacía. Se gira, y el alivio me inunda cuando lo que vemos es su
espalda. Va alejarse, va a permitirnos que la ayudemos. Oh, gracias a Dios.

Entonces estira los brazos como un avión y solo deja que su cuerpo caiga
de espaldas. Como si fuera en cámara lenta, se apresura hacia el suelo. Me
escucho gritar, pero no puedo forzar a mis piernas para que avancen. Mi cabeza
da vueltas, y destellos de recuerdos cruzan mi mente mientras finalmente consigo
moverme.

—¡Lanthie! —grito.

Ni siquiera sé por qué.

Escucho el fuerte crujido cuando Número Tres golpea el concreto. Puedo


oír gritos y chillidos, pero no puedo concentrarme en nada más. Me encuentro a
punto de hiperventilar, se siente como si mi corazón hubiera dejado de latir. Mi
visión se torna borrosa mientras finalmente alcanzo a la figura sin vida sobre el
suelo. Hay sangre por todas partes, la mayoría saliendo de su cráneo roto. Me
dejo caer sobre mis rodillas, cubriéndome con su tibia sangre cuando levanto su
cabeza rota en mis manos. Su boca está abierta, y hay sangre saliendo de ella en
grandes riachuelos.
—Lanthie —sollozo—. Lo siento tanto. No fue mi culpa.

—Traigan al maestro —grita alguien.

—¿Su nombre es Lanthie? —susurra un guardia.

—No, su nombre es Isabella.

—Lanthie —lloro, sintiendo que mi cabeza da vueltas—. Lo siento tanto,


tanto. Él no pararía, traté de hacer que se detuviera para poder llegar hasta ti.

—Ha enloquecido. Alguien que se la lleve.

Más gritos, más órdenes. Grito, y me aferro al cuerpo sangriento cuando


un par de manos se enganchan bajo mis brazos. Horribles destellos de recuerdos
llenan mi mente. Puedo ver su cabeza, toda esa sangre, pero está siendo
reemplazada con la imagen de una niña rubia. Sacudo mi cabeza, agarrando los
costados de esta y grito mientras me alejan. Otro par de brazos me envuelven,
pero mi cuerpo se encuentra muy débil para pelear.

—Lanthie —lloro—. Lanthie, nena, lo siento.

—Silencio, Belleza.

95
Comienzo a retorcerme en su agarre; es su culpa que esté muerta. Mi
Lanthie. —Déjame ir. No, todo es tu culpa. Me impediste llegar hasta ella —grito,
luchando.

—Estás hiperventilando. Imaginas algo que no está ahí. Cálmate.

—Déjame ir —gimo—. Permíteme ayudarla. Por favor, ¡déjame ayudarla!

—George —lo escucho gritar—. Consígueme una inyección.

—No —grito tan fuerte que mis propios oídos resuenan—. No, ¡no lo hagas!
Déjame ir, por favor, Dios, no la dejes morir. Por favor, todo es mi culpa, no llegué
a ella a tiempo. Por favor, déjame volver.

—Silencio, no es real. Lanthie no está aquí.

—¡Eres un mentiroso! No la alejes de mí.

—Número Trece —espeta—. La chica sobre el suelo es Número Tres. No es


Lanthie, es Número Tres.

—¡Eres un mentiroso, mentiroso, mentiroso!


Sus brazos se aprietan a mí alrededor, y otra persona sostiene mi hombro.
Siento un escozor fuerte en mi cuello justo antes de que mis piernas cedan.

—Lanthie —gimo de nuevo, antes de que la oscuridad me consuma.


16
WILLIAM
Traducido por MadHatter

Corregido por Daliam

—Está muerta, señor —dice George, entrando en la habitación. Está


cubierto de sangre, y su cabeza cuelga con pesadez.

Un fuerte dolor atraviesa mi pecho, y tomo una respiración entrecortada y


profunda.

—¿La policía?

—Han terminado, llamarán si necesitan algo más.


96
—Saltó a su propia muerte —susurro, mirando mis manos.

—No es su culpa, señor. Ella estaba dañada.

—Yo me encontraba destinado a ayudarla —digo de golpe, levantando mis


ojos y lanzándole dagas con mi mirada.

—A algunas personas no se les puede ayudar.

No me molesto en contestar. No lo entiende. Nadie lo hace. Estas chicas


están aquí conmigo por una razón, y estoy destinado a ser quien les enseñe a
confiar en mí. Se supone que deben entender que pueden tener una buena vida
aquí si hacen lo correcto, no saltar de un edificio por miedo. Coloca en duda todo
lo que soy.

—¿Número Trece todavía se encuentra inconsciente? —pregunta.

Giro mi cabeza y me quedo mirando la puerta cerrada de mi dormitorio.


Número Trece no se ha despertado; ni siquiera ha hecho un sonido.

—Sí.

—Disculpe la pregunta, señor, pero ¿quién es Lanthie?

—Lanthie es su hermana —murmuro, todavía observando la puerta.

—Oh.
Sí, oh.

Oh significa que Número Trece tuvo el destello de un recuerdo; también


significa que empieza a recordar. No es mucho lo que ahora puedo hacer que
retroceda. No es mucho lo que puedo evitarle. Levanto mis manos, y agarro los
costados de mi cabeza, apretando mi mandíbula.

—¿Las otras chicas? —digo entre dientes.

—Todas se encuentran dormidas, señor. Les di pastillas para dormir.

—Esto va a hacerles daño.

—Lo superaremos.

No estoy tan seguro sobre eso.

Diablos, ya no estoy tan seguro de nada de esto.

97
Número Trece
—¡Más rápido, más rápido! —grita Lanthie, sus cabellos rubios elevándose
mientras la hago girar.
—Voy tan rápido como puedo —grito.
—¡No me dejes caer! —dice en un arrullo.
—Nunca te dejaría caer. —Me río, deteniéndonos a las dos. Caemos al
suelo, sonriendo.
Bajo mi mirada hacia mi pequeña hermana menor, y ella me sonríe. Solo
está por cumplir tres años de edad. Me encanta cuando mi mamá no se
encuentra, porque eso significa que simplemente podemos jugar y divertirnos.
Significa que él no se acerca. Cuando él viene, siempre suceden cosas malas.
Abro mis párpados, y me toma un segundo darme cuenta de que no me
encuentro en mi propia cama. Levanto mis manos y froto mis ojos. Mis dedos
hormiguean, y mis manos están entumecidas y pesadas. Muevo mi cuerpo y gimo,
sintiéndome como si hubiera estado acostada en este lugar durante días. Me
incorporo, haciendo una mueca al tiempo que todo se tensa y se retuerce. Echo
un vistazo a la habitación, y noto que no la he visto antes.
¿En dónde me encuentro?

Trato de recordar lo que pasó, y si bien me toma un momento, lo hago.


Número Tres se suicidó. Un sonido estrangulado sale por mi garganta, y presiono
una mano contra mi pecho. Las lágrimas caen por mis mejillas. ¿Cómo pudo
haber pasado esto? ¿Por qué no me di cuenta de que se encontraba tan perdida?
Prometí que cuidaría de esas chicas, y la decepcioné.

Escucho el crujido de una puerta, y levanto mi cabeza para ver que ésta se
abre y se cierra. Todavía se encuentra muy oscuro, así que no puedo ver quién ha
entrado.

—¿Quién está ahí? —digo con una voz chillona.

—Soy yo.

El Maestro William.
La ira burbujea en mi pecho. ¿Cómo se atreve a venir aquí? ¿Cómo. Se
atreve? Es su culpa más que mía que Número Tres haya saltado. Si hubiera
dejado que recordara, si hubiera dejado que procesara sus propios recuerdos,
entonces esto nunca habría sucedido. Tomo una respiración para tranquilizarme,
pero la bilis se eleva por mi garganta.

—Vete —le espeto finalmente.


98
—Siento mucho lo de…

Lo interrumpo antes de que pueda continuar. —Lo sientes —grito—. ¿Lo


lamentas? Está muerta. Está muerta por tu culpa. No la alimentaste de sí misma.
Le quitaste un pedazo que le pertenecía, y no se lo devolviste. ¡No tenías ningún
derecho a hacerlo!

—La protegía, de la misma manera en la que las protejo a todas ustedes.

—¿Nos proteges? —grito—. ¿Cómo nos proteges? Nos has raptado de


nuestras vidas. Has borrado nuestros recuerdos. Nos castigas como si fuéramos
perros.

—Yo. No. Te. Rapté.

Su voz sale como hielo, y es cortante.

—Entonces devuélvenos nuestros recuerdos.

Deja escapar un sonido gutural, como un gruñido. —¿Alguna vez pensaste


que retenía esos recuerdos por una razón?

—¿Y qué razón podría ser esa? —exijo.

—No están listas para procesarlos. Intento hacerlas más fuertes, trato de
fortalecerlas antes de dejarlas lidiar con algo así.
—Esa es una excusa pobre utilizada por un hombre con un fetiche enfermo.
Te dices lo que sea que necesites, William, ¡pero todas sabemos lo que eres!

—¿Y qué es lo que soy? —sisea.

—Un fenómeno.

Hay un silencio sepulcral en la habitación. Ahora me doy cuenta de que


lloro con fuerza. Limpio las lágrimas de mis ojos mientras espero ver lo que va a
hacer. La sala se vuelve inquietantemente silenciosa, y no escucho nada por un
momento muy largo. Entonces siento que se acerca más hacia mí. Su cálido
aliento baja por mi oído, y me estremezco, alejando de golpe mi cabeza.

—Eso fue un error.

Se apodera de mi brazo, y me levanta rápidamente de la cama. Me lanza


hacia la puerta. La abre de golpe, y me saca a rastras con fuerza por la puerta y
por los pasillos. Solo puedo ver su espalda, y su cabello oscuro agitándose
alrededor de sus hombros. Tira de mí hacia el sótano, y clavo mis talones en el
suelo. No, no puede enviarme allí. Acabo de perder a una amiga; no puede
hacerme esto.

—Suéltame —grito—. No me hieras de la forma en la que se lo hiciste a ella.

No responde, ni deja que mi forcejeo lo detenga de seguir tirando de mí.


99
Abre la puerta del sótano, y bajamos por las escaleras. Aquí abajo está oscuro,
pero hay una luz tenue que es suficiente para que vea lo que hace. Me lanza al
suelo y de un tirón levanta mis manos, encadenándolas a la pared por encima de
mi cabeza. Trato de patearlo, pero es demasiado rápido. Se levanta antes de que
mi pie incluso se acerque a golpearlo.

—Todo lo que trato de hacer es…

—No quiero escucharlo —grito—. No quiero oír tus excusas. Eres un


monstruo.

Percibo algo que se mueve con rapidez, y luego su mano se encuentra


presionada sobre mi boca. Con fuerza. Grito con más ahínco, y presiono mis ojos
para cerrarlos enérgicamente.

—En lugar de gritarme en cada oportunidad que tienes, tal vez te detendrás
y te darás cuenta de lo que estoy haciendo aquí. No las secuestré chicas; las
salvé. A todas las saqué de una vida dolorosa y dura, colocándolas a mi cuidado.
Todo lo que pido es respeto. Esta es mi casa, y yo controlo lo que aquí sucede. Si
entendieran eso y simplemente escucharan, las cosas irían como necesitaban
hacerlo. Número Tres se encontraba dañada. Era frágil en su mente, y su vida
antes de esto era menos que deseable. Su mente se hallaba llena de cicatrices;
no importó lo mucho que le quité. Muy pronto aprenderás que si quieres mi
respeto y mi bondad, entonces harás lo correcto. Lo que hiciste allí fue una falta
de respeto, y un acto de intimidación. Desprecio a los bravucones. Ahora, serás
castigada por ello.

Suelta mi boca y se coloca de pie, saliendo de la habitación antes de que


pueda decir algo.

¿Qué hay para decir?

Simplemente estremeció mi mundo, y no sé muy bien cómo procesar eso.

100
17
Número Trece
Traducido por yira patri

Corregido por ValeV

Estoy sedienta.

Mi garganta se encuentra seca, y duele.

He estado aquí abajo durante doce horas, y nadie ha venido a verme. He


llorado tanto que mi cuerpo está más allá de la deshidratación. Me duele, y mi
corazón sufre constantemente. Todo en lo que puedo pensar es en Número Tres.
Su vida fue interrumpida antes de que tuviera la oportunidad de recordar quién
era. Nadie merece eso.
101
Quiero odiar a William por ello, pero si lo que dice es cierto, ¿cómo puedo
hacerlo?

Todavía no explica por qué nos tiene aquí. ¿Por qué alguien quiere salvar a
trece chicas? ¿Por qué no dos, o veinte? Hay tanta gente rota en el mundo, así
que ¿por qué nos eligió? ¿Por qué nos hallábamos lo suficientemente bien como
para tratar de arreglarnos? Todo mi cuerpo se encuentra dolorido, y mi corazón
late con fuerza en mi pecho a un punto donde realmente lastima.

Nada de esto tiene sentido.

Cada vez que cierro los ojos veo a Número Tres saltando de ese techo.
Recuerdo sus palabras justo antes de que se diera vuelta y se dejara caer.
"Quiero ser libre."
Parecía un ángel caído, mientras con gracia se quitaba su propia vida.

Solo el pensar en ello provoca un grito de dolor que escapa de mis labios.
Muevo mi cabeza de un lado al otro, con ganas de que la imagen me deje en
paz. No la quiero allí. Mi cuerpo empieza a temblar mientras dejo que la realidad
de toda esta situación se asiente.

—No me gusta hacer esto.


Levanto mi cabeza, no había oído entrar a nadie. Veo a William en las
sombras. Da unos pasos más cerca, pero en la oscuridad no puedo verlo bien. De
todos modos aparto mis ojos, no quiero mirarlo, no quiero ver al hombre que trae
tanto dolor a mi vida. Se acerca y se arrodilla delante de mí, entonces saca algo
de su bolsillo, levanto mis ojos lo suficiente como para ver que es una mordaza.
Jadeo, y retrocedo, solo para chocar contra la pared detrás de mí.

—No, por favor.

Toma mi cabeza suavemente, acercándose. Sacudo mi cabeza de lado a


lado, lágrimas de rabia caen en cascada por mis mejillas. Se encuentra tan cerca
que puedo ver que tiene un parche cubriendo su ojo. ¿Por qué usa eso? ¿Hay
algo mal con su rostro?

—Lo lamento, Número Trece. Me hubiera gustado que simplemente


entendieras que si me dieras una oportunidad, esto no ocurriría. Tendrás otras
doce horas con esto en tu boca, y quizás para el momento en que lo retire,
habrás dejado de hablar de más y comenzarás a hacer lo correcto.

Me alcanza, tomando mi barbilla. Sacudo mi cabeza fuera de su agarre,


todavía sollozando como una pequeña niña rota. Limpia una lágrima de mi mejilla,
y luego se inclina, tan cerca que sus labios casi tocan los míos. —No estoy aquí
para hacerte daño, frumusete. Solo quiero que aprendas.
102
Niego con mi cabeza, pero su agarre es demasiado firme sobre mi barbilla.
Se inclina más cerca, y puedo olerlo. Tiene un aroma masculino, con un toque de
vino tinto. Me quedo mirando sus labios, observando cómo se lame lentamente su
labio inferior. Lo siento justo abajo en mi vientre, y la calidez se desborda de mí.
Lo odio, lo odi...

Sus labios se presionan contra los míos.

Y por un momento, dejo de sentir.

Todo parece llegar a un punto muerto mientras su boca cubre la mía,


calentando mi interior, facilitando que mi corazón se queme. Abro la boca y jadeo
mientras desliza su lengua y recorre mis labios con ella. Todo mi cuerpo cobra
vida, odiando que el sentimiento que tengo en este momento no es uno de
desesperación, pero sí uno de lujuria. Está llegando a mí. Está rompiendo mis
muros.

Se aleja, y me doy cuenta de que estoy jadeando. Grandes bocanadas de


aire escapan de mis labios entreabiertos mientras miro su rostro irresistible. Me
acaricia la mejilla una vez más, luego levanta la mordaza y la coloca suavemente
en mi boca. La sensación de tener algo restringiendo mi capacidad de hablar,
maldición, incluso de respirar correctamente, es aterrador. Todo mi cuerpo se
tensa, y hago un sonido de dolor en la garganta.
—Lo siento —murmura, levantándose y desapareciendo en la oscuridad.

Tiro de mis cadenas, y la sal de mis lágrimas me quema los ojos.

Lo odio. Dios. Lo hago.

Pero parte de mí... solo una pequeña parte... se encuentra atraída por él.

103
18
Número trece
Traducido por Gasper Black

Corregido por MadHatter

No voy a rendirme.

No voy a gritar.

No voy a dejarle ver que está ganando. Soy más fuerte que esto. Esto no
cambiará mi pasión; esto no cambiará mi determinación. Lo que hace aquí dentro
no es correcto, no importa cuántas veces trate de decirse que nos hace a todas

104
un favor. No es así, no, es cruel y despiadado. Un pequeño beso tonto no va a
cambiar mi opinión sobre eso. No lo dejaré. No dejaré que corrompa mi mente.

No lo haré.

Cuatro horas más tarde


Duele.

Toda mi mandíbula palpita, y me he quedado sin lágrimas.

Él me está agotando. Sabe que dejarme aquí por doce horas es suficiente
para llevarme al límite. Odio no poder ser capaz de hablar. No me gusta que mis
derechos me sean arrebatados más de lo que ya lo han sido. Sin importar lo
mucho que duela, sin importar lo mucho que quiera acurrucarme y rendirme, no lo
haré.

No, él no va a ganar.
Seis horas más tarde
Todo duele.

Mi espalda, mi cuerpo, mis piernas, mi cabeza, diablos, mi boca.

Me las arreglé para encontrar algunas cuantas lágrimas, y las libero. No


tiene sentido retenerlas. Sé que me observa; quiero que vea lo que hace. Quiero
que vea que puede que llore, y puede que parezca débil, pero no voy a ceder.
No voy a abrir esa última parte de mí. No voy a ceder ante él.

No puedo dejar de pensar en sus labios sobre los míos.

Quiero, pero no puedo.

105

Ocho horas más tarde


Me agito y me retuerzo, tirando de mis cadenas y gritando, a pesar de que
el sonido no es fuerte porque no puede atravesar mi mordaza. Empujo mis piernas
hacia adelante y hacia atrás una y otra vez, torciendo mi cuerpo, gruñendo con
una frustración profunda y enojada que consume mi cuerpo. No puedo dejar que
me venza en esto. No puedo permitirme el convertirme en... ella... en Número Tres.

No ganará esta lección. No lo hará.

Dios, no lo hará.
Diez horas más tarde
Mi cabeza cuelga, mirando mis piernas cruzadas. Ya no puedo sentirlas, y
ni siquiera me importa. Cuál es el punto de luchar cuando ya no hay nada por lo
que pelear. Si hubiera escuchado desde el principio, en lugar de pensar en mí
misma, entonces podría haber salvado a la Número Tres. Me encontraba tan
ensimismada con escapar, y mira hacia dónde me llevó eso.

Estoy aquí, amordazada.

Ella está muerta.

Doce horas más tarde


106
Mi lucha se ha desvanecido.

Para este momento se ha desvanecido hace horas.

En su lugar, ha sido sustituida por la vergüenza y el odio. No un odio hacia


él, sino un odio hacia mí misma. Esto es mi culpa. Si me hubiera comportado y
hecho simplemente lo que me pedía, nada de esto hubiera ocurrido jamás. Debí
haber escuchado; infiernos, si hubiera seguido las reglas, en este momento todas
podríamos estar siendo recompensadas. En cambio, tengo una amiga muerta y me
encuentro aquí, impotente, con mi espíritu aplastado.

Mi plan fue un fracaso.

Yo soy un fracaso.

William
Se ha roto.

Hay un momento cuando una persona cede, y su expresión cambia. Ahora


su mirada decidida ha sido sustituida por una vacía de resolución. En estos
momentos no se encuentra en donde quería que estuviera, pero ahora puedo
trabajar con ella. Puedo demostrarle que ceder solo funcionará a su favor.

Si tan solo me dejara entrar, podría demostrarle que puede confiar en mí.

—¿Señor?

Le doy vuelta a mi silla de oficina, apartando mis ojos de Número Trece en


la cámara. George se encuentra de pie en mi puerta con un teléfono en la mano.

—Es Ben.

Asiento y extiendo mi mano. Entra, dejando caer el teléfono en mi


palma. Cubro el micrófono y murmuro—: Sácala y regrésala a su habitación, ahora.

George asiente, y sale de la habitación. Presiono el teléfono en mi oreja,


recostándome en la silla y golpeando mi dedo en el teclado para encender la
computadora.

—Ben.

—Will he estado tratando de contactarme contigo durante más de un 107


día. ¿En dónde has estado?

—Ocupado.

Hace un sonido gutural. —Hermano no me vengas con respuestas


monosílabas. Ya hemos pasado eso. ¿Qué pasó en tu casa? Escuché que había
policías por todas partes.

—Una de mis sirvientes saltó desde el techo.

—¿Qué? —dice, su voz apenas un susurro.

—No sabía que se encontraba deprimida. Resulta que provenía de las


calles. La policía dijo que ni siquiera tenía una familia.

Es una mentira, pero no necesita saber lo que hago en este lugar. Nunca lo
entendería. Para pasar a los policías, se requirió una planificación muy rigurosa.
Estuvieron cerca de descubrir lo que hago aquí. No puedo permitir que eso
suceda de nuevo.

—Eso es horrible. Lo siento, hombre.

Me encojo de hombros, a pesar de que no puede verlo.

—Ella era infeliz; no había nada que alguien pudiera haber hecho.
Me gustaría que eso fuera cierto. Aparto hacia un lado el dolor que invade
mi pecho ante el pensamiento.

—En todo caso, aun así lo siento. Escucha, llamé porque el cumpleaños de
papá es en menos de tres semanas.

—¿Y? —murmuro, sintiendo que mi cuerpo se tensa.

—Vamos, Will. Sé que lo odias, pero ¿qué hay de mamá?

Mamá. Mi pecho se tensa mientras pienso en la frágil mujer rota que solía
ser mi madre. Ahora ya no lo es. Solamente es una cáscara vacía. Siento un cierto
nivel de culpa por eso, a pesar de que no debería. No es mi culpa que esto
ocurriera, sin importar lo mucho que mi padre piense que así es.

—Mamá ni siquiera lo sabría —digo con una voz inexpresiva.

—Will no has ido a verla durante meses. Sabes que te adora. Voy a
organizar una cena. Ahora te estoy invitando, de antemano, porque vas a venir.

—¿Lo haré? —espeto—. ¿Desde cuándo decides lo que hago o lo que no


hago?

—Desde que no puedes sacar la cabeza de tu jodido trasero. Ahora, vamos


a tener una cena, decide en dónde. Estoy seguro de que por una noche, puedes 108
sonreír lo suficiente como para aliviar un poco el dolor en el corazón de tu madre.

Eso dolió.

—De acuerdo, Benjamín —gruño—. Organízalo aquí.

—¿Vas a invitarnos a tu casa?

—Sí.

—De acuerdo, se los haré saber. Will no me decepciones. Sé que papá es


un idiota, y sé por qué lo odias, pero mamá no merece pagar por su
comportamiento.

—Lo sé, Ben —digo, suspirando en derrota—. Acepté, ¿o no?

—Sí, lo hiciste. Escucha, tengo otra pregunta.

Hago un sonido sordo en mi pecho. —¿No has preguntado lo suficiente por


un día?

Se ríe. —Hermano es solamente una pregunta.

—Bien, déjame escucharla.

—La chica que trabaja para ti, ¿cómo se llama?

Siento que mi cuerpo se estremece, y luego se tensa. —¿Cuál? —digo


entre dientes.
—La pequeñita. ¿La que tiene cabello rubio, ojos que te hacen querer
derretirte en el acto, la que habla con dulzura?

Habla de ella. De Número Trece. Miro fijamente hacia las cámaras, y veo
que la han regresado a su habitación. Se encuentra sentada en su cama, mirando
por la ventana. Su largo cabello rubio cae sobre sus hombros. Infiernos, a veces
parece que hay más cabello de lo que es ella en sí... es tan pequeña.

—¿Para qué quieres saber su nombre?

Está en silencio durante un minuto. —Es dulce. Quería invitarla a salir.

—Eso no va a pasar.

—¿Por qué no? —espeta—. ¿Tiene un hombre?

—Sí —casi escupo—. Lo tiene.

—Todas las buenas están tomadas —se queja—. Bueno, ¿puedo al menos
saber su nombre?

Su nombre.

Su nombre.
Cierro mis ojos. Ni siquiera ella sabe su nombre, no puedo simplemente
dárselo a mi hermano. No puede tener un pedazo de ella que nadie además de
109
mí, tiene.

—No lo recuerdo. Hay muchas de ellas.

Se queda en silencio de nuevo. —William, ¿me estás mintiendo?

Mi pecho se aprieta. Solo la idea de mentirle a alguien hace que todo en


mi interior se enrosque. Odio a los mentirosos, y odio a la gente que hace lo
incorrecto. Acabo de mentirle a mi propio hermano. Acabo de convertirme en lo
que trato de enseñarles a las chicas que no sean.

—Sí, lo siento —murmuro—. Su nombre es Emelyn.

El solo decir su nombre hace que todo mi cuerpo empiece a


estremecerse. Un nombre tan perfecto para una chica tan rota.

Mi chica rota.

—Maldita sea —murmura—. Es tan bonito como ella.

—¿Ya hemos terminado? Tengo trabajo que hacer.

Resopla. —Como siempre, el encantador. Envíame los informes que hiciste


la semana pasada. Tengo que revisarlos antes de enviarlos.

—Lo haré en este momento.


—Además, las cifras de enero están previstas para mañana. ¿Las tienes
listas?

—Sí.

—De acuerdo, si no te veo antes de eso, te veré en el cumpleaños de


papá.

—Nos vemos luego.

Cuelgo el teléfono y suspiro profundamente.

Esto no va como lo había planeado.

William
110
—Trae a Número Doce —le ordeno a George.

Hace un gesto con su cabeza y se va. Me doy vuelta, apagando la luz y


tomando asiento en el salón con solo una lámpara de luz tenue encendida. Me he
estado limitando a estar entre las tres chicas por las últimas semanas. Número
Siete no tiene interés en entregarse a mí, es demasiado tímida y encuentra difícil
hablarme. Ahora es entre Número Doce y Número Trece.

Tengo una extraña conexión con Número Trece. Me hace sentir, lo que es
algo que raramente me pasa. Me desafía, saca lo mejor y peor de mí, pero es
terca, y está muy decidida a pelearme con esto por siempre. Número Doce es
dulce, y poco a poco se está permitiendo confiar en mí. Está dejándome entrar,
pero lo hace muy fácilmente. Casi demasiado fácil.

—Señor, aquí la tiene.

Me giro en el asiento y veo a Número Doce, con los ojos vendados. La


deja en la puerta y la cierra.

—Ven aquí, Número Doce.

Se acerca a mí, sus manos extendidas para guiar su camino. Cuando se


detiene en el sofá, la agarro por las caderas y la atraigo hacia mi regazo. Es más
grande que Número Trece; no encaja en mí tan perfectamente. Me estiro y le
acaricio su cabello largo y grueso. Se estremece, y se acerca más. Quiero una
amante; eso no es ningún secreto. Solo necesito una que... encaje.

—Número Doce te has estado comportando muy bien —le digo.

—Sí, Maestro.

Otra cosa que Número Trece no hace, ella no me llama Maestro.

No voy a admitir que me gusta. Me gusta ese lado salvaje y determinado.

—¿Y estás empezando a sentirte más cómoda?

—Sí —dice.

—Estoy feliz.

Paso mis dedos por su espalda, y se mueve hasta mis labios.

—¿Maestro? —susurra.

—¿Sí, Número Doce?

—Yo... yo solo... sé que hemos estado haciendo esto por un tiempo, y creo
que sé lo que deseas de mí. Y yo quería... quiero decir...

—No balbucees, solo dime —la animo.

—Quiero entregarme a ti. Confío en ti, y quiero dar el siguiente paso. Deseo
111
esto.

No puedo decir que no me encuentro sorprendido; lo estoy. Es hacia donde


he querido llegar. Quiero su confianza, y quiero que se me ofrezcan. Nunca
obligaría a una mujer, pero nunca esperé que ella fuera la primera en
ceder. Coloco mis manos sobre sus piernas, sabiendo que cree que quiere
entregarse a mí, pero que no se encuentra del todo lista. Sin embargo, no puedo
tomar una decisión fidedigna si no tomo su oferta.

—Acuéstate, Número Doce.

Hace un sonido como un chillido, y se levanta de mi regazo. La coloco


delante de mí, mirándola fijamente. Es hermosa, sin duda, pero me parece que no
puedo sacar a Número Trece de mi cabeza. Tengo que hacer esto, incluso si mi
cuerpo me grita que vaya en otra dirección. Si Número Trece nunca se entrega a
mí, me arriesgo a perderlo todo. Tengo que darles a todas una oportunidad.

—Cariño abre tus piernas —murmuro.

Tiembla, pero sus piernas se abren. Sostengo sus pantalones y los bajo,
antes de deshacerme de sus bragas. Se abre más para mí, y allí abajo es una
mujer muy hermosa. Es dulce, encantadora, y huele muy bien. Aparto cualquier
duda, y hago lo que tengo que hacer.
—Ahora voy a besarte —murmuro, y bajo mi cabeza.

112
19
Número Trece
Traducido por astrea75

Corregido por Yani

La semana transcurre lentamente.

Ninguna de nosotras habla o realmente se comunica. Nos ocupamos de las


instrucciones recibidas. Limpiamos, cocinamos, cuidamos el jardín, y todas
pasamos un tiempo con el Maestro William. No ve a Número Siete tanto como a
Número Doce y a mí, pero creo que ella está bien con eso. No parece querer
estar con él. He estado viéndolo diariamente, y continúa sosteniéndome,
acariciando mi cabello, deslizando sus dedos a lo largo de mi piel. 113
Pero no hemos hablado. Por lo general, lo desafío, pero ahora solo le
permito que se siente conmigo, aceptándolo. Si quiere hablar, puede ser quien dé
el primer paso. Estoy herida, me lastimó. Todavía sigo molesta por eso, y no me
he recuperado lo suficiente como para dejarlo acercarse.

Sin embargo, cada día que voy y me siento con él, me excito. He
empezado a ansiar sus dedos sobre mi piel. He aprendido a amar su olor. Está
llegando a mí.

La última vez que lo vi, nos sentamos uno al lado del otro. No habló, pero
tomó mi mano y la colocó sobre su regazo. La mantuvo allí por mucho tiempo, y
finalmente me encontré acercándome. El calor de su cuerpo me calmó. Antes que
mi tiempo hubiera terminado, se giró y presionó sus labios sobre mi frente,
calentándome de adentro hacia afuera.

Número Doce dijo que se comunica bien con ella, y por el rubor en sus
mejillas, lo disfruta tanto como yo. Ella tiene algo allí. Ya no se ve aterrorizada, no
se ve como si quisiera correr y escapar. En cambio, parece que espera que la
llame, como si ahora fuera su luz.

Esa idea me duele, y ni siquiera sé por qué.

Al final de la semana, empiezo a sentir un poco menos de remordimientos


por la muerte de Número Tres, aunque por la noche cuando voy a dormir, me
quedo mirando su espacio vacío, y mi corazón duele por ella. Espero que ahora
sea feliz. Espero que haya encontrado la paz que buscaba desesperadamente. Se
lo merece, probablemente más que nadie.

―Chicas.

Estamos en nuestra habitación la tarde del miércoles después de haber


completado nuestras tareas temprano. Bill entra en la habitación y su rostro se
encuentra relajado y tranquilo. Ya no está en alerta máxima, es como si
comenzara a confiar en nosotras. Bueno, ¿por qué no lo haría? Hemos sido
perfectas.

―Debido a que todas se han comportado tan bien esta semana, serán
recompensadas. El Maestro William les da la tarde y la noche libre. Pueden vagar
libremente, disfrutar de lo que quieran. La biblioteca se encuentra abierta y bien
abastecida. Hay una sala de estar que contiene un televisor con una amplia gama
de películas. Si lo desean, pueden salir, nadar o pasear por los jardines. También
hemos colocado un paquete para cada una en el baño que contiene champú,
acondicionador y cremas hidratantes. Siéntanse libres de usarlos.

Asiente con su cabeza, se gira y sale de la habitación.

Todas nos sentamos y miramos hacia la puerta vacía, la que ha dejado 114
abierta. Parpadeo, confundida y me giro hacia Número Doce, que también mira
hacia la puerta. Número Siete sacude su cabeza suavemente, como si se negara a
creer que nos acaban de dar vía libre para recorrer la casa y el jardín.

Tiene que ser un truco.

¿Cierto?

―¿Creen que es un truco? ―pregunta Número Siete, reflejando


exactamente mis pensamientos.

―¿Por qué nos dejarían hacer lo que quisiéramos? ―murmura Número


Doce.

―No lo sé ―susurro―. Dijeron que si éramos buenas, seríamos


recompensadas. ¿Creen que es por eso?

―Me preocupa que si acepto y salgo, después sea castigada.

Asiento en acuerdo con Número Doce, y me quedo mirando el espacio


vacío en la puerta abierta. En vez de ir hacia ella, me levanto de mi cama y entro
en el baño. Efectivamente hay tres paquetes allí, llenos con champú,
acondicionador y otros productos de aspecto agradable. Debería haber cuatro
paquetes aquí. Desestimando ese pensamiento, decido ducharme. Al menos no
puede hacer daño usar esto.
Cierro la puerta suavemente, y lentamente me desvisto. Muy a menudo,
tenemos a Bill afuera de nuestra puerta cuando nos duchamos. Ahora, solo estoy
yo, y mis bonitos productos. Abro el que tiene mi número sobre él y saco el
champú, el acondicionador y el gel de baño. Levanto la tapa del champú y lo
huelo. Esbozo una pequeña sonrisa cuándo percibo el olor a vainilla.

Me desnudo rápidamente, emocionada por tener cosas agradables. Abro la


llave del agua caliente y entro. Mojo mi cabello rápidamente, entonces lleno mi
palma con champú y lo enjabono. Cierro los ojos con un suspiro cuando siento las
burbujas bajo mis dedos. Lo enjuago y lo repito por si acaso, luego lo cubro con
el acondicionador y lo dejo mientras lavo mi cuerpo con el gel de baño que huele
a fresas.

Para el momento en que salgo de la ducha, me siento fresca y renovada.


También me siento extrañamente tranquila. Me froto los brazos con mis dedos, y
luego tomo un nuevo conjunto de ropa de la pila doblada en el lavabo. Recojo el
cepillo del paquete, y peino mi cabello suelto, antes de bajar el cepillo y llenar mi
palma con la crema hidratante. La esparzo suavemente sobre mi piel, cerrando
mis ojos y disfrutando el momento.

No me importa si se trata de un truco.

Se siente tan bien. Podría hacerlo una y otra vez.


115
Cuando termino, regreso a la habitación. Las chicas me miran, y Número
Doce sonríe. Asiento hacia ella, animándola a hacer lo mismo que acabo de hacer.
Se coloca de pie rápidamente y se apresura hacia el baño. Somos como niños
pequeños en Navidad. No comprendes lo importante que son los pequeños lujos
de la vida hasta que estás hambrienta de ellos.

―Vi pasar a los otros grupos, dijeron que van a la biblioteca ―dice
Número Siete, todavía sentada en su cama.

―¿También quieres ir?

Asiente. ―Me ducharé primero.

―¿Te veré allá?

―¿Crees que estamos cometiendo un error al aceptar esto?

Me encojo de hombros. ―Sinceramente, no lo sé, pero ¿no vale la pena


sentirse así… aunque solo sea por un momento?

Sus ojos se iluminan un poco, y asiente.

―Te veré allí.

Le sonrío por última vez, y salgo por el pasillo. Me encuentro a las otras
chicas en la biblioteca, de pie, mirando hacia las cantidades masivas de libros que
cubren las paredes sobre los estantes de madera oscura. Percibo que se
encuentran inseguras, sin querer tocar realmente o hacer mal las cosas. Ninguna
está dispuesta a ser la primera en dar ese salto.

―Chicas.

Todas nos giramos para ver a tres guardias en la puerta.

―Está bien ―dicen―. Por favor, lean lo que quieran.

Comprendo que nadie se va a mover, así que, tomando una profunda


respiración, doy un paso vacilante hacia adelante. Me acerco a los estantes y
alcanzo al primer libro que veo. Es un antiguo libro histórico de guerra, pero todo
apunta a que podría tener un elemento romántico. Las otras chicas me miran, con
sus ojos aún cautelosos. Cuando tomo asiento sobre uno de los suaves sofás,
poco a poco comienzan a acercarse a los estantes.

Leo durante tres horas, simplemente disfrutando de las palabras,


disfrutando el hecho de que se me permita hacer esto. Cuando me canso de leer,
me levanto y salgo al pasillo, dirigiéndome hacia el gran salón. Hay seis chicas allí
y una de ellas es Número Doce. Me saluda cuando entro, y me siento en un
espacio a su lado.

Están viendo una película sobre una chica rica y un muchacho pobre que 116
se enamoran, pero sus padres prohíben su relación.

―¿Cómo se titula? ―le susurro a Número Doce.

―Se titula el Diario de Noah.

Me acomodo en el sofá y veo la película hasta el final. Decido que esto es


definitivamente algo que colocaré en mi lista de favoritos.

―Chicas ahora es tiempo de cenar.

Todas nos levantamos cuando escuchamos la voz de Bill, y lentamente,


regresamos hacia nuestras habitaciones, sintiéndonos renovadas y extrañamente
satisfechas. Nuestra cena ya nos espera para el momento en que llegamos, y
todas tomamos asiento rápidamente. Levanto la tapa de mi bandeja y una gran
sonrisa aparece en mi rostro. En el plato hay una hamburguesa y un montón de
papas fritas. Junto a esto, en vez de leche, hay refrescos.

Las otras chicas también sonríen cuando las miro.

Levanto la hamburguesa con mis manos, y la llevo hasta mi boca. Capturo


su aroma, y mi estómago ruge. Mmm. Tomo un bocado y la combinación de la
carne, el queso y la salsa se mezcla alrededor de mis papilas gustativas. Como un
par de papas fritas, y eso solo completa la placentera experiencia. Su sabor es
tan delicioso. No recuerdo nunca haber degustado una comida tan buena.
Para el momento en que he terminado, miro a mí alrededor en busca de
más. Podría comer esto todos los días. Cubro mi bandeja con la tapa y luego voy
al baño a cepillar mis dientes. Coloco mi cabello largo por encima de mi hombro y
lo trenzo, disfrutando de su suavidad mientras mis dedos recorren los largos
mechones. Estuve a punto de salir del baño dando saltitos. No me he sentido tan
a gusto desde que he estado aquí.

―Si continúan comportándose, esto ocurrirá cada vez más ―dice Bill,
recogiendo nuestras bandejas―. Buenas noches, chicas.

Me meto en mi cama, y siento la calidez invadiéndome una vez más.

Drogaron el refresco.

Suspiro, y mis ojos pestañean cerrándose.

Por supuesto que sí.

117
20
William
Traducido por Just Jen

Corregido por Bibliotecaria70

Fuego.

Es como el fuego. Puedo sentirlo carcomiendo mi carne. Quema cada capa


de piel mientras se mete debajo de ella, goteando en mi oído como una serpiente
venenosa. Mis propios gritos no hacen nada para borrar o aliviar el dolor. Mi visión
se torna borrosa, y estoy seguro que puedo escuchar un sonido de burbujeo. ¿Es
eso mi ojo? ¿Es eso el químico devorando mi piel?
Me incorporo rápidamente, alcanzando y agarrando la piel de alrededor de 118
mi ojo. Mi visión es borrosa y el pánico me ataca. Me toma un momento darme
cuenta que no me queman nuevamente y que estoy a salvo. Paso los dedos sobre
la carne desigual alrededor de mi ojo muerto, y suspiro profundamente, tratando
de calmar a mi corazón que late con fuerza.

Otra pesadilla.

Eso es todo lo que era.

Lanzo mis piernas sobre la cama y enciendo la lámpara. Paso mis manos
por mi cabello despeinado y me trago la bilis que sube y baja por mi garganta.
Me coloco de pie y camino hacia la puerta, abriéndola y mirando hacia fuera.
Aunque sé que no hay nadie ahí. No importa. Tengo que volver a confirmarlo.
Necesito saber que este es mi espacio, que nada puede entrar aquí.

Tú tienes el control.

Ellos no te pueden hacer daño aquí.

Nadie puede.
Número Trece
—Mi nombre es Josh y tomaré el lugar de Bill mientras no se encuentra.
Estaré con ustedes durante dos días.

Me quedo mirando al guardia temporal parado en la habitación con una


sonrisa arrogante en su rostro. No me gusta. Hay algo sobre él. Bill puede ser duro
con nosotras cuando tiene que serlo, pero sigue las órdenes de William a
completa perfección. Nunca haría nada que no se le permitiera hacer. Este
hombre, parece como si disfrutara del hecho de que puede meterse con un grupo
de chicas.

No me agrada.

—Me han dicho que hoy estarán en la cocina, así que les sugiero que se
levanten y se muevan. Ahora.
119
No me agrada.
Salimos de nuestras camas y comemos nuestro desayuno antes de
vestirnos y seguir a Josh hasta la cocina. Debemos empezar tan pronto como
consigamos entrar, haciendo nuestros deberes habituales. Estamos con algunas
de las otras chicas, y charlamos tranquilamente mientras trabajamos. Ahora todas
nos hallamos acostumbradas las unas a las otras, y algunas de nosotras estamos
incluso formando buenas amistades.

—Cállense.

Oigo a Josh gritarnos mientras entra en la cocina, y eso hierve mi sangre.


Bill nos permite hablar, tanto tiempo mientras hiciéramos nuestro trabajo, nos deja
conversar. Este hombre, se está comportando como un completo imbécil. Lo
fulmino con la mirada y sus ojos se abren. Me doy la vuelta y continúo preparando
la comida, haciendo caso omiso de la sensación de su mirada ardiente sobre el
costado de mi cabeza.

Trabajamos durante el almuerzo, cuando el día ha terminado, Josh nos lleva


de vuelta a nuestras habitaciones. Entra cuando todas nos sentamos en nuestras
camas, y puedo sentir que cambia la atmósfera de la habitación. ¿Qué está
haciendo aquí? ¿Por qué diablos cree que puede entrar en este espacio y solo
quedarse ahí parado?
—Ustedes dos —espeta, señalando a Número Siete y Número Doce—.
Tienen que ir a ayudar a las otras chicas en la entrega de la ropa limpia a las
habitaciones antes de retirarse por la noche.

Ambas chicas asienten, pero a medida que pasan a mi lado, sus ojos se
ven preocupados. No las culpo; de repente me siento incómoda. Trago y envuelvo
los brazos a mí alrededor, preguntándome ¿por qué las envió a ellas y no a mí?
Cuando se han ido, Josh se dirige hacia mí, y sonríe. No es una sonrisa bonita.

—Sabes las reglas por aquí, es hora de ducharse.

Niego con mi cabeza. —No, lo hacemos después de la cena.

—Bueno, esta noche, lo haces antes de la cena.

Mi corazón comienza a latir con fuerza. No me gusta esto; no me gusta en


absoluto.

—Está bien —le susurro, levantándome y caminando hacia el baño.

No puedo esperar para entrar y cerrar la puerta, alejándome de él. Solo


que cuando enciendo la ducha, se encuentra de pie en la habitación conmigo.
Mis ojos se abren, y retrocedo unos pocos pasos, sintiendo como aumenta el
pánico en mi pecho.
120
—¿Por qué estás aquí dentro?

—Me han contado las reglas. No eres de confianza estando sola en la


ducha.

—Bill ya no se queda con nosotras, espera afuera.

—Bueno, Bill te conoce. Yo no. No confío en ti. Podrías tratar de tirarme


algo rápidamente. Ahora, dúchate.

—Pero…

Da un paso hacia adelante, su mano arremete y se conecta con mi rostro


en una fuerte bofetada. Grito y mi mano se levanta hasta mi mejilla dolorida. Las
lágrimas se forman en mis ojos mientras lo observo con horror.

—Ahora, entra en la ducha.

Levanto mi mirada hacia la cámara en la puerta. No está de cara a la


ducha, pero sí de la habitación, especialmente hacia la ventana. Se encuentra en
dirección contraria, lo que significa que lo que ocurre aquí en este momento no
puede ser visto. Josh avanza hacia mí, y cubro mi pecho protectoramente.

—Solo vete.

—¿Perdón? —murmura, extendiendo la mano y envolviendo sus dedos


alrededor de mi brazo.
Me arrastra, acercándome y se inclina.

—Te vi mirándome en la cocina, pensando que eres mejor que yo,


pensando que eres invencible por aquí. Bueno, déjame decirte… no lo eres.

—No sé lo que hablas, solo trataba…

Me interrumpe al estrellar mi cuerpo contra la pared exterior de la ducha.


Mi corazón salta hasta mi garganta, y empiezo a sentir pánico. Sus manos se
deslizan por los costados de mi cuerpo, y trato de gritar, pero presiona una mano
sobre mi boca.

—Escuché que eres la más inteligente, la que no puede mantener su boca


cerrada. Oí que disfrutas los castigos.

Oh, Dios.

Niego con mi cabeza de lado a lado, retorciéndome para tratar de


liberarme de su agarre.

—Me gustan las malas. —Sonríe en mi dirección—. Me enciende.

No.

121
No.
Levanto mi pie y conecta con su espinilla. Gime, soltándome el tiempo
suficiente para que pueda correr hasta donde alcanza la visión de la cámara.
Obviamente no lo ha visto, porque arremete, sujetándome y presionando su mano
sobre mi boca cuando empiezo a gritar. Me obliga a arrodillarme y empuja mi
cuerpo sobre la bañera. Se apodera de mi camiseta, tirándola hacia arriba.

Oh Dios, no.

Grito detrás de su mano, sacudiéndome lo mejor que puedo, pero no se


detiene. Desliza sus dedos hacia arriba hasta que su mano ahueca mi pecho.
Aprieta con fuerza, y luego su boca se encuentra sobre mi cuello. Arrastra un
beso mojado y descuidado por el costado y siento que el vómito sube por mi
garganta.

¿Por qué nadie me ayuda? ¿Dónde está William?

Se arrastra, y trato de aprovechar el momento para luchar en su contra,


pero soy demasiado pequeña y él es demasiado fuerte. Golpea mi rostro tan
fuerte que veo estrellas, y mientras me encuentro aturdida, saca su erección del
pantalón. Solo con ver eso, mi estómago se retuerce, empiezo a tener arcadas y a
temblar.

—Oh, deja de temblar, Dios, eres tan patética —espeta, empujándonos


hacia abajo.
—Por favor —ruego.

—Solo acarícialo, te prometo que no tomará mucho tiempo.

Voy a enfermarme.

Enrosca sus dedos alrededor de mi mano y tira hacia esa… esa… cosa. No
tengo mucho tiempo; debo detenerlo. Sé tan bien como que me encuentro
segura, de que si hago eso, no solo va a obligarme a acariciarlo. Querrá más.
Tomará más de mí. En el momento que siento que coloca mi mano sobre su
erección, reúno todo lo que hay dentro de mí, y grito.

Grito tan fuerte que hace eco en el pequeño espacio.

Por favor.

Alguien ayúdeme.

122
William
Me doy la vuelta en mi silla, levantando el control remoto para echarle un
vistazo a los canales. Hoy tenemos un guardia temporal, Josh, mientras que Bill
salió de la ciudad durante unos días. He estado controlándolo todo el día, y hasta
ahora todo parece bien. Echo un vistazo a las cámaras de la cocina y de la sala
de estar, todo parece estar bien en ellas. Observo los dormitorios, y la mayoría de
las chicas están sentadas, comiendo.

Cuando llego a la habitación de Número Trece, veo que está vacía.

—¡Señor!

Me doy la vuelta con una mirada perpleja en mi rostro, preguntándome en


dónde se encuentran las chicas. George está en mi puerta, con su rostro
frenético. Me coloco de pie rápidamente.

—¿Qué pasa?

—Número Trece está gritando desde el interior de su baño. No podemos


abrir la puerta.

Me doy la vuelta rápidamente, girando las cámaras hacia el baño. Lo que


veo hace que mi estómago se retuerza y la rabia aumente en mi cuerpo. Me giro
y salgo apresuradamente de la habitación, corriendo por los pasillos rápidamente,
patinando hasta detenerme en la habitación de Número Trece. Entro por la puerta
abierta, y luego arremeto hacia la puerta del baño. Puedo oír su llanto. Maldita
sea. Agito la cerradura. No se abrirá. No he traído la llave. Levanto mi pierna, y la
pateo fuertemente.

Con tres patadas rápidas la reviento hasta abrirla.

Mis ojos se mueven hacia Josh, que ahora ha reducido a Número Trece y
se apresura a levantarse, metiendo su polla de nuevo en su pantalón. Me acerco
sigilosamente hacia él, con los puños apretados, jadeando por la rabia. Lo mataré.
Nadie toca a mis chicas. Nadie puede forzarlas. Nadie. Echo un vistazo a número
Trece, está sentada, mirando su mano como si estuviera en llamas. Las lágrimas
corren por su rostro y está temblando. Me mira, y su voz se quiebra—: Dejaste
que me lastimara.

Todo mi cuerpo se tensa.

Permití que la lastimara.

Maldita sea, dejé que la lastimara.

No tengo tiempo para detenerme. Mejoraré esto para ella, pero por ahora,
tengo que hacer que este hombre le pida a Dios nunca haber venido a mi casa y
se aprovechara de mis chicas. Me lanzo en su dirección, tomándolo por el cuello. 123
Aprieto fuertemente.

—¡No era lo que parecía! —grita, respirando con dificultad—. Ella me llamó
hasta aquí.

Esto causa que tome su cabeza y la estrelle contra el costado del lavabo.
Oigo que su cráneo se quiebra, escucho a Número Trece gritar y veo la sangre
que comienza a brotar de la parte abierta de su cabeza. Josh retuerce su cuerpo,
dándome un puñetazo en el estómago. Doy unos pasos hacia atrás, gruñendo.
Arremete contra mí, y me escabullo de su camino en el último minuto. Lanza su
cuerpo hacia mí desde atrás, y su mano agarra mi parche para el ojo, lagrimeo
para limpiarme.

Me giro hacia él, agarrando sus hombros y llevando mi rodilla hasta su


entrepierna y lo golpeo dos veces. Cae al suelo, gritando de dolor. Me arrodillo,
capturando su cabeza con mis manos. Lo levanto, y luego lo derribo con mi
cabeza, lo cabeceo con tanta fuerza que se desmaya. Lo suelto, y su cuerpo
aterriza con un golpe en el suelo. Froto mi cabeza, sintiendo que mi mundo
empieza a girar. Requiere mucha fuerza desmayar a un hombre con tu cabeza.

Me doy la vuelta, sin pensar, mirando directamente a Número Trece.

Y me doy cuenta que no tengo mi parche para el ojo.


Número Trece
Escucho mi propio grito ahogado mientras lo miro. Estoy en el suelo y se
cierne sobre mí, pero incluso desde aquí puedo ver su rostro. Mi cuerpo
hormiguea mientras permito que mis ojos recorran su cuerpo, viéndolo
completamente por primera vez. Simplemente me mira fijamente, con su boca
ligeramente abierta, jadeando. Nuestras miradas se conectan, y por un momento
no hay nada más que silencio en la habitación.

Entonces dirijo mi mirada hacia su… oh Dios.

Ahora tiene sentido, como si todo lo que hemos pasado durante las últimas
dos semanas, finalmente encajara.

Está dañado.

Tiene un hermoso ojo azul. 124


Tiene un ojo desfigurado y feo.

Me quedo mirándolo, y no siento nada más que pura tristeza por un


momento. Lo que antes era un ojo hermoso ahora es blanco. Todavía está allí,
pero se nubló, y la superficie parece… áspera. Sin embargo eso no es todo. La
piel alrededor de ese ojo está dañada. No tiene ceja; es solo un conjunto de
cicatrices. Luce como si hubiera sido quemado. Las lágrimas brotan de mis ojos
mientras permito que mi mirada siga la piel deteriorada, y veo que sigue por su
oreja.

Abarca un poco menos de un cuarto de su rostro hermoso, pero ese


cuarto está arruinado... solo eso… arruinado. Su piel, su ojo, todo ese pedazo es
un desastre.

No puedo apartar mis ojos; no puedo dejar de mirarlo. Es tan difícil no


hacerlo. Cuando se presenta de esta manera, se ve tan diferente, sin embargo, al
mismo tiempo, sigue siendo tan increíblemente impresionante. Se gira antes de
que pueda seguir mirándolo, y levanta su parche para el ojo del suelo,
colocándoselo antes de enfrentarme.

Miro fijamente a Josh sobre el suelo, y mi cuerpo tiembla.

Trató de violarme.
Las lágrimas pican en mis ojos, y siento que una parte de mí se encoge
profundamente en mi interior. Dejo caer mi cabeza y trato de detener las ganas
de vomitar. Me quedo mirando mi mano, la que con tanta furia limpié sobre una
toalla mientras William golpeaba a Josh. La mano con la que me hizo tocarlo. Todo
mi cuerpo tiembla, y envuelvo mis brazos a mí alrededor, sosteniéndome
firmemente.

—¿Te… te lastimó?

Levanto mi rostro y me quedo mirando a William.

Mi William roto.

—No.

—¿Y te...?

¿Me violó? Eso es lo que quiere decir.

—No. Me hizo… t… tocarlo —susurro.

William se estremece, pero lo esconde rápidamente. En su lugar, se estira


y me toma por debajo de mis brazos, levantándome y colocándome de pie. Con
sus brazos a mí alrededor de esta forma, siento calidez. Me saca del baño y me
deja sobre mi cama. 125
—¿D… d… dónde estabas? —lloro cuando se aleja.

—Lo siento, Número Trece, no quería... lo siento.

Se endereza, y puedo ver lo mucho que esto lo ha molestado. Le


arrebataron el control en su propia casa, y una de nosotras resultó herida a causa
de ello. Aparta su rostro, y puedo ver la piel quemada en el costado de su rostro.
Mi corazón palpita erráticamente, y no puedo dejar de preguntarme qué le
ocurrió.

—¿Qué te pasó? —le pregunto con voz baja y tímida.

Se mueve rápidamente, todo su cuerpo estremeciéndose. Se vuelve hacia


mí y su mandíbula se tensa.

—Eso no es asunto tuyo.

Entrecierro mis ojos. —¿Es por eso que nos tienes aquí? ¿Alguien te
lastimó?

Se estremece de nuevo.

—Te dije que no es asunto tuyo —espeta, su voz llena de veneno.

—¿Crees que me da asco?


El único ojo que puedo ver se ensancha, como si mi pregunta lo
confundiera y lo sorprendiera a la vez.

—Debería darte asco.

—¿Por qué? —le digo, levantándome—. ¿Debido a que no eres perfecto?


Nadie lo es, William. Tener un defecto facial no cambia lo que hay en el interior.
No te hace horrible, solo tú mismo puedes hacerte horrible.

Me mira fijamente durante un largo tiempo, luego se acerca. —No vuelvas


a hablarme de esto otra vez.

Gira y camina hacia la puerta. Luego recuerda al guardia inconsciente y


entra furiosamente en el baño. Un momento después, sale del baño arrastrándolo,
y empuja al guardia al pasillo. Está a punto de salir, pero no he terminado. Ya no
puede escapar. Estoy cansada de este juego. Quiero saber de qué se trata todo
esto; necesito comprender todo.

Así que lo enfrento con lo que sé.

—¿Tienes miedo de que podría no importarme? —grito—. ¿Tienes miedo de


que tal vez pueda ver la belleza más allá de las cicatrices? No me molestan,
William. Tampoco molestarían a las otras chicas.

Se tensa de pie en la puerta, da la vuelta y entra furiosamente, tomando


126
mis hombros y sacudiéndome con rabia.

—Una cosa que desprecio es a un mentiroso. Nadie ama a una bestia,


Número Trece, y si alguna vez te atreves a mentirme otra vez, te arrepentirás.

Entonces me deja ir y sale de la habitación.


21
William
Traducido por AleVi

Corregido por Erienne

—Señor ha pasado más de una semana, ¿está seguro de que no quiere ver
a alguna de ellas?

Me encuentro de pie frente a la ventana de mi habitación, mirando a las


chicas entreteniéndose en el patio. Están jugando voleibol. Otra recompensa por
haber realizado sus tareas sin ningún contratiempo.

127
—No estoy interesado —digo, apretando el alféizar de la ventana con mis
dedos.

—¿Ocurre algo?

Me doy la vuelta, y espeto—: No sucede nada, solo no tengo ningún interés


en verlas.

—Entiendo, señor, me disculpo.

Asiento enérgicamente con la cabeza, y regreso a mi silla. No lo entiende.


Nadie lo hace. Ella me vio. Vio la fealdad detrás de la máscara. Vio al monstruo.
Ha visto una parte de mí que no puedo recuperar. Ha cambiado el curso de las
cosas. Se supone que nadie debería haberme visto nunca. No es así como lo
planeé. Están arrebatándome el control.

—Todavía sigue en pie la cena de mañana por la noche para su padre,


¿cierto?

—Sí. Haz que las chicas trabajen en los menús.

—¿Dejará que sirvan?

Pienso en lo que ocurrió la última vez, y decido que les daré una segunda
oportunidad para probarse. No tiene nada que ver con el deseo de volver a verla.

—Sí, las mismas chicas de la ocasión anterior.

—Sí, señor.
—¿Es eso todo? —murmuro.

—Sí.

Se ha ido antes de que pueda decir algo más. Regreso a la ventana y dirijo
mi mirada hacia Número Trece. Está riendo mientras se lanza por el balón. Está
creciendo feliz, aprendiendo que me encuentro aquí para protegerla. Todas lo
están haciendo. Pero sabe quién soy; sabe qué soy. Trató de explicarme que no le
importaba.

Mentirosa.

Número Trece
—Ahora está creciendo —escucho que murmura—. Le están comenzando a
crecer vellitos en su coño. Creo que es tiempo de moverme hacia su hermana 128
pequeña.
Mi estómago se retuerce. No, no Lanthie. No puede hacerle daño a ella de
la misma manera que trata de herirme. Jamás puedo permitir que eso suceda.
Observo mi cuerpo. Ahora estoy floreciendo. Tengo pequeñas
protuberancias en los pechos, y tiene razón, me están creciendo pequeños vellos
raros ahí abajo. No le gusta el cabello, y si no le gusta, le hará daño a mi hermana.
No puedo dejar que haga eso.
Corro hacia el baño, y tomo una rasuradora.
No dejaré que la lastime.
Me despierto jadeando con una mano apretada sobre mi corazón.

Otro sueño.

Me incorporo lentamente, y tomo mi cabeza entre mis manos. Ahora llegan


con más frecuencia, y creo que se debe a que no hemos visto a la hipnotizadora
tanto como antes. Algunas noches, incluso nos quedamos dormidas sin haber
bebido nuestra leche. Nos da su confianza; permite que nos sintamos seguras
para que así podamos recordar quiénes somos. Sin embargo, lo está haciendo
poco a poco, es cuidadoso.

Pero no me gusta lo que estoy recordando.


Aunque todavía no es suficiente para poder comprender todo esto.

Tiro de mis piernas por un costado de la cama y voy de puntillas hasta las
puertas. Ahora no se encuentran bloqueadas, pero no importa, ya que todavía no
podríamos escapar. Toda la propiedad está asegurada. Doy un paso hacia el
pasillo, y me dirijo a la biblioteca. A veces, cuando no puedo conciliar el sueño,
vengo aquí y leo un poco. Eso me tranquiliza. Me ayuda a dormir. Una vez allí,
envuelvo mis dedos alrededor de la manija y lentamente empujo la puerta para
abrirla.

Solo pasa un minuto cuando me doy cuenta que no estoy sola.

En la ventana, usando nada más que un pantalón de pijama, se encuentra


William. Observa el exterior, en silencio. Sus manos se hallan a sus costados, y su
espalda es iluminada por la luz de la luna que brilla a través del vidrio. Abro la
boca y tomo una profunda respiración desigual. Él luce... impresionante. Puedo
vislumbrar todos los músculos en su espalda. Puedo ver la manera en que
atraviesan sus anchos hombros y se dirigen a sus estrechas caderas. Su piel es
impecable, y ligeramente bronceada. Doy un paso más cerca, y el piso cruje.

William se gira lentamente, y me doy cuenta que no está usando su parche.


Ver su rostro de nuevo, observar el daño ahí, hace que mi corazón se rompa una
vez más. Ya he imaginado que alguien le hizo daño; también explica por qué
129
necesita este tipo de control, así como su necesidad de ayudar a otras personas
rotas. Fue incapaz de ayudarse, pero eso no le ha impedido ser capaz de sanar a
otros.

Mi corazón se suaviza un poco más por él.

Dejo que mi mirada lo recorra, observando fijamente sus rasgos. Su largo


cabello oscuro cae libremente por sus hombros, y tiene una expresión dura en su
rostro. Su mandíbula se encuentra apretada y su cuerpo rígido. Dejo que mi
mirada descienda, echando un vistazo a su bien definido pecho. Líneas de
músculos forman uno de los abdominales más marcados que he visto alguna vez.
Su pantalón cae bajo sobre sus caderas, lo que me permite ver los senderos que
hay en su abdomen, formando una V.

—¿Por qué estás aquí? —pregunta con voz ronca.

Levanto mis ojos, encontrando nuevamente su mirada. Niego con la


cabeza, insegura de por qué piensa que no es perfecto. La pequeña parte de su
rostro que se encuentra muy dañada no es suficiente para opacar al resto. Es
impresionante. Solo una persona superficial permitiría que algo así nublara su
juicio. Mi cuerpo me insta a acercarme, como si estuviera desesperado por
conocerlo, por sentirlo.

Algo está cambiando dentro de mí.


Si soy honesta conmigo misma, una buena parte de mí anhela sus caricias.

Anhelándolo.
—Quería leer un poco. No podía dormir —susurro en voz baja.

Entrecierra sus ojos, pero asiente y se gira, entonces camina hacia el sofá
y se sienta, levantando un libro. No me está echando. Está dejando que me
quede. Sintiendo que mi corazón late con fuerza, me dirijo hacia las estanterías y
tomo un libro de romance antiguo. Me encuentro a punto de ir y sentarme en otro
sillón, cuando atrapo a William mirándome, y me dirijo en su dirección.

Desde que he estado aquí, nos ha sentado sobre su regazo, anhelando


nuestra confianza.

Estoy a punto de entregársela.

Me detengo cuando me encuentro frente a él, y me observa fijamente, con


su expresión ligeramente confundida. Me agacho, tomando el libro de su regazo,
y luego me siento sobre él. Se tensa por un momento, y me pregunto si va a
apartarme.

No lo hace.

Y cuando le escucho tomar una profunda respiración, sé que se ha dado 130


cuenta de lo que hago. Le estoy dando esa parte de mí que ha estado buscando.
Me estoy abriendo. Le permito que me muestre lo que realmente quiere hacer.

No me toca durante un largo momento, pero después de unos segundos,


levanta sus brazos, y los envuelve a mí alrededor.

La calidez me inunda.

—Confío en ti, William —murmuro, luego abro mi libro, apoyando mi mejilla


sobre su pecho desnudo y comienzo a leer.

No se mueve.

Solo me sostiene.

Eventualmente comienza a pasar su mano por mi cabello, en ocasiones


llevándola hacia abajo sobre mi espalda. Mi corazón comienza a latir rápidamente,
y me encuentro dándome la vuelta hacia él, inhalándolo, deleitándome con el calor
de su piel. Se está volviendo tan familiar para mí, como el consuelo que necesito
para sobrevivir. Sé que una gran parte de mí lo quiere. Quiero que me dé algo...
una pieza de sí mismo. Pienso en sus labios sobre los míos, e inclino mi cabeza
para mirarlo.

—¿William? —susurro.

Me observa. Su mandíbula se encuentra tensa, y respira pesadamente.


—¿Sí?

—Si te pidiera que me besaras nuevamente, ¿lo harías?

Inhala bruscamente, y por un segundo luce confundido. Rápidamente lo


esconde y murmura—: Número Trece ¿quieres que te bese otra vez?

—Sí.

Hay un momento en el que creo que me va a empujar de su regazo y a


pedirme que me retire. Solo se sienta allí, observándome, con su mirada intensa.
Entonces, antes de que pueda pensar más sobre ello, mueve sus labios hacia los
míos. En el instante que se conectan, dejo escapar un pequeño gemido. Suelto mi
libro, y levanto mis manos, envolviéndolas alrededor de sus bíceps mientras
profundizo el beso. Un gruñido sacude su pecho mientras enreda sus dedos en mi
cabello, inclina mi cabeza hacia atrás y me besa con una necesidad profunda y
voraz.

Mueve nuestros cuerpos, y me encuentro presionada contra el sofá con su


gran cuerpo sobre el mío. Levanto mi pierna, envolviéndola alrededor de su
cadera. Puedo sentir su erección presionándose contra mi estómago, y la sola
idea de que tenga esa reacción debido a mí hace que todo mi cuerpo hormiguee.
Paso los dedos por su suave espalda mientras se mueve sobre mí, besándome 131
con una ferocidad impresionante.

Sus dedos viajan por mis costados, rozando mis pechos. La sensación es
bastante intimidante. No recuerdo que alguien jamás me haya tocado así. Separo
mis labios con un gemido, y aprovecha la oportunidad para deslizar su lengua en
mi boca. Oh mi Dios. El beso se profundiza mientras desliza sus dedos por mis
costados hasta que alcanza mis bragas. Una corriente eléctrica pasa a través de
mi cuerpo, y me arqueo en su contra.

Entonces sus dedos se introducen por debajo de mi ropa interior.

—Dime que esto es lo que necesitas —respira contra mi boca.

—Sí —imploro—. Lo necesito, William, por favor.

Todo mi núcleo se encuentra en erupción por la necesidad. Siento que voy


a explotar. Pequeñas corrientes de placer se disparan a través de mi vientre, y me
duele en lugares donde no recuerdo que me haya dolido antes. William desliza sus
dedos dentro de mis bragas y escucho su gemido gutural al encontrase con mis
sexo húmedo. Su dedo se desliza fácilmente en mis pliegues, y se toma su tiempo
en pasarlo de abajo hacia arriba, deteniéndose de vez en cuando para golpear la
pequeña protuberancia dura en la parte superior.

El placer es excesivo.

—William. —Gimo—. Yo… Oh, Dios…


—Veni împotriva mea, frumusete —murmura en mi oído. Córrete para mí,
belleza.
Su dedo se desplaza hacia mi entrada, y gentilmente lo introduce. Hay un
dolor agudo durante un segundo, lo suficiente como para causar que mi cuerpo
se paralice.

—Tranquila, se aliviará pronto —dice con suavidad, deslizando su dedo aún


más profundo.

Después de un momento, el dolor disminuye y el placer regresa. William


mantiene su dedo profundamente dentro de mi cuerpo, mientras que el otro se
encuentra sobre esa protuberancia una vez más. Comienza a hacer círculos
perezosos con su pulgar mientras que con el otro sigue entrando y saliendo de mi
cuerpo. La sensación es exorbitante. Va mucho más allá de cualquier cosa que
pudiera haber imaginado.

Se siente tan bien.

—William —gimoteo, agarrando sus hombros.

Mi liberación es rápida y fuerte. Mis gritos llenan la biblioteca mientras me


pierdo durante un segundo, estremeciéndome bajo el hombre encima de mí.
William hace un sonido de satisfacción, y desliza sus dedos de mis profundidades. 132
Su dedo se mueve hacia arriba, y gentilmente lo presiona contra mi labio inferior,
mirándome fijamente. Mis parpados revolotean, y por primera vez desde que
estoy aquí me siento satisfecha.

—Descansa —ordena suavemente, antes de levantarme y colocarme


nuevamente en su regazo.

Puedo sentir su erección presionando mi trasero, pero no trata de aliviarla.


Solo se aferra a mí, acariciando mi cabello, murmurando suaves palabras en mi
oído. Mis ojos se cierran, y mi cuerpo comienza a relajarse en sus brazos. William
se levanta, y un momento después me lleva por el pasillo. Me traslada a mi
habitación y poco a poco me deposita sobre la cama. Mantengo mis párpados
cerrados, dejando que la calidez del sueño me consuma.

Sus dedos retiran un mechón de cabellos de mi rostro, y luego murmura


algo en rumano—: O inimă frumos nu poate iubi o inimă întunecată. Dar o inima
întunecată poate tanjesc dupa un frumos, si asa va fi. Eu vă va astepta cu
nerăbdare, frumusete.
Un corazón hermoso nunca puede amar a un corazón oscuro. Pero un
corazón oscuro sí puede desear al hermoso, y lo hará. Voy a desearte, belleza.
22
Número Trece
Traducido por Gasper Black

Corregido por MadHatter

—Nos está dando la oportunidad de servir de nuevo —dice Número Doce a


la mañana siguiente, metiéndose en mi cama.

—Lo escuché —digo, estirándome y agarrando mi taza de café. Bebo el


líquido caliente.

—¿Puedo preguntarte algo?

Asiento, bebiendo un gran trago de café. La miro fijamente, y noto que su


rostro se encuentra casi... ansioso. Echa un vistazo a la habitación, y a las
133
cámaras, y luego se acerca más, inclinándose para susurrarme al oído. —¿Te... te
toca?

¿De dónde ha sacado eso?

—¿A qué te refieres? —susurro en respuesta, aunque sospecho que sé de


lo que habla.

—Le pregunté a Número Siete, pero dijo que solamente le habla. Me di


cuenta de que todas recibimos tratos diferentes de su parte, pero somos las
únicas que tenemos permitido verlo en privado. Tiene que haber una razón para
ello. Tengo la sensación, quiero decir... creo que está buscando una amante.

Levanto la cabeza de golpe, fijando mi mirada con la suya. —¿Qué?

—Yo... he pensado mucho en eso, y creo que nos eligió para que pudiera
llegar a conocernos, y para luego, eventualmente escoger una amante.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Bueno, la primera noche que me sentó en su regazo, como que quería


que confiara en él, pero nunca lo llevó más lejos. Simplemente dejó que me
quedara allí, dejando que me acostumbrara a su presencia. A veces me
hablaba. Luego, finalmente, comenzó a desenvolverse, respondiéndome cuando le
hacía preguntas, y tocándome más.
Los celos queman dentro de mi pecho.

¿También la está tocando a ella?

Recuerdo cómo se sentía tener su cuerpo sobre el mío, sus dedos en mi


interior, y una profunda ira burbujea en mi pecho al pensar que también ha estado
haciendo eso con ella. Yo sentí algo allí; pensé que a él también le había
pasado. Creí que habíamos desarrollado un vínculo que no era compartido con las
otras chicas.

¿Por qué importa eso? ¿Por qué siquiera dejo que esto me afecte? Nunca
debí haberme permitido ceder tan fácilmente. Trago saliva, y tomo una respiración
profunda y tranquilizadora.

—Continúa —susurro.

—Creo que está reduciéndolo.

Encuentro su mirada.

—Entre tú y yo —continúa.

—Está bien —la aliento.

134
—Entonces, básicamente, quería preguntarte... ¿qué ha hecho... contigo?

—¿Hecho? —digo, entrecerrando mis ojos.

—Sí, ¿solamente te ha sostenido en su regazo? ¿Ha hablado contigo? ¿Te


ha tocado?

Aparto la mirada sintiéndome culpable cuando pienso en sus labios


encontrando los míos en el sótano, el otro día antes de que me castigara. Siento
que mi mano se levanta, y mis dedos rozan mis labios. Mi sexo se aprieta mientras
recuerdo cómo me condujo hasta el placer en la biblioteca. ¿Debería decirle a
Número Doce? ¿O debería mentir? Me giro y miro fijamente a mi amiga, y sé que
en este momento tenemos que ser honestas. Yo, tanto como ella, necesito saber
lo que está haciendo.

—El primer día me sostuvo en su regazo. Después de eso, peleamos...


mucho. Realmente lo llevo al límite cada vez que estábamos juntos, discutiéndole
e insultándolo. En realidad no había muchas posibilidades de acercarnos, pero
luego...

—¿Luego? —me insta.

—Luego me besó, en el sótano.

Su rostro se endurece, y es todo lo que necesitaba saber.

Ella lo quiere. Se está enamorando de él.


—No fue nada romántico —agrego rápidamente, decidiendo que no puedo
contarle lo de la biblioteca, no en este momento—. Fue como una disculpa.

—¿Una disculpa?

Parece escéptica.

—Me encadenó durante doce horas con una mordaza en mi boca, creo
que se disculpaba.

—¿Así que te besó? —murmuró.

—S… sí.

—¿Eso es todo lo que ha hecho?

Aparto la mirada con aire de culpabilidad.

—Esto no es una competencia, Número Trece. Solamente intento averiguar


cómo y por qué hace estas cosas.

—Tengo la sensación de que sí es una competencia —digo con honestidad.

Niega con su cabeza. —También me besó, Número Trece, solo que no de


la misma forma en la que te besó.

Entrecierro mis ojos. 135


—Entonces, ¿cómo te besó?

Por un segundo aparta su mirada. —Como decía, casi como que esperaba
mi permiso. Se ganaba nuestra confianza, abrazándonos, haciéndonos ver que si
lo deseábamos, podíamos tenerlo, pero no nos iba a presionar si no queríamos
hacerlo.

—Y...

Me siento enferma. Algo en mi estómago está a punto de entrar en


erupción y de mostrar lo mucho que esto me afecta.

—Bueno, se lo pedí. Le dije que lo deseaba. Le dije que lo quería. Pensé


que simplemente me iba a tomar, pero no lo hizo. Solo... me dio placer.

¿Le dio placer?

La bilis se eleva en mi garganta.

—¿A… a qué te refieres?

—Me dio sexo oral, Número Trece.

Parpadeo en su dirección.

Le dio sexo oral.

¿Le dio sexo oral?


Trato de detener a mi mente para que deje de dar vueltas, pero no hay
forma de lograrlo. Las lágrimas brotan debajo de mis párpados, y quiero alejarlas
con rabia mientras maldigo hacia el techo. Ni siquiera sé por qué me afecta. Soy
débil por permitirme sentir algo por un hombre que en realidad no me ha dado
nada más que dolor. Sin embargo, me está afectando.

Tengo celos.

Celos enfermizos.

—Bueno, está bien —me las arreglo para decir finalmente.

—Entonces, lo que he sacado de todo esto es que ahora juega con


nosotras dos. Te ha besado, y él... bueno... ya sabes lo que ha hecho
conmigo. Para mí, un beso es mucho más personal, así que me pregunto con cuál
de las dos se está entusiasmando.

¿Un beso es más personal? ¿Habla en serio? No colocó su boca sobre mí


de esa manera. Me dio sus manos, pero no... Colocó su boca en su... en su... Dios,
creo que voy a enfermarme.

—No tenemos tiempo para analizar esto en este momento —murmuro.

—La cosa es —dice nerviosamente—, que si es eso, me imagino que es


algo simple. Si no lo quieres, entonces puedes alejarte, y hacer esto más fácil. Así
136
que, lo que realmente te pregunto es, ¿lo quieres, Número Trece?

Me giro hacia ella y espeto—: ¿Lo has visto, Número Doce?

—Por supuesto que sí.

—No, me refiero a haberlo visto de verdad. Sin la máscara.

Niega con su cabeza, luciendo completamente confundida. —No… pero...

—Está desfigurado. Tiene un ojo estropeado, y ha perdido una ceja. Su piel


se encuentra toda quemada...

—¿Qué? —susurra.

—Crees que sabes lo que haces aquí, pero hasta que no sepas todo
acerca de él, entonces no puedes quererlo de ninguna forma. Quieres
la idea de él. Son dos cosas diferentes.

—Y todavía lo quieres, ¿incluso después... de haber visto eso?

—Eso es una persona, Número Doce. Una persona que se encuentra


dañada, rota y que tiene una razón detrás de todo lo que hace. Eso es una parte
de él, y viene con todo el paquete de lo que es William. Así que para responder a
tu pregunta con plena honestidad, sí, lo quiero, incluso después de haber visto
eso. Porque me dejó ver todo lo suyo cuando me enseñó eso, y todo lo suyo es
algo que quiero explorar más a fondo.

Me mira durante un largo rato, y luego murmura—: También quiero todo de


él.

—Bueno, entonces supongo que nos encontramos en un pequeño


problema.

Estoy enojada con William, pero no voy a mostrarle eso a ella. No quiero
que vea que me ha hecho daño, porque en realidad, no es su culpa. Él es el único
que está jugueteando, y juguetear es algo ante lo que no voy a ceder con
facilidad. No quiero estar con un hombre que no puede elegir, y sin duda no
pelearé por él si no se encuentra interesado en pelear por mí.

—Tenemos que ir a prepararnos. Tenemos que limpiar para lo de mañana


en la noche —dice, saliendo de la cama y caminando hacia la suya.

Supongo que no quiere hablar más de ello.

No puedo decir que la culpo.

—De acuerdo —digo, mirando por la ventana.

¿En dónde nos deja esto? 137

William
—Esta noche que venga Número Trece —le ordeno a George mientras
saco mi camisa y me agacho agarrando mis pantalones de pijama.

—Iré a buscarla.

—Gracias.

Cuando se va, me quito el pantalón y me coloco la ropa de dormir,


entonces giro y enciendo algunas velas antes de apagar las luces. Número Trece y
yo no hemos hablado mucho. De hecho, hoy apenas me miró cuando revisé su
grupo para asegurarme de que estuvieran preparándolo todo bien.

Algo va mal.

Voy a averiguar lo que es.


—Aquí está, señor.

Me doy vuelta y veo a Número Trece entrando en la habitación. Me mira,


pero su rostro no tiene ninguna expresión. Su largo cabello rubio está ondulado,
cayendo alrededor de sus hombros antes de posarse sobre sus pechos. Lleva un
camisón blanco que se encuentra justo por encima de sus muslos. Es simplemente
pequeña, y eso parece mucho más grande que ella.

—Ven, siéntate a mi lado.

Mira a George, y él le da una rápida sonrisa antes de irse. Poco a poco


empieza a acercarse. Se detiene junto a mí, y se queda mirando fijamente al
sofá. Dándome cuenta de que no va a sentarse con facilidad, me estiro y agarro
su mano. Noto que se estremece y muerde su labio inferior, apartándose. Tiro de
ella y se acerca con bastante facilidad, cayendo sobre mi regazo.

—Número Trece, algo va mal.

—Ese no es mi nombre —susurra.

—¿Ese es el problema? —murmuro, pasando mi nariz por su cuello. Se


estremece.

—No —murmura—. Yo no tengo ningún problema.


138
—¿Recuerdas lo que dije sobre los mentirosos?

—William no te estoy mintiendo —se enfurece, tensándose.

—Pero lo estás haciendo, porque hoy lo sentí. Sentí que te encontrabas


enojada, y no me miraste. No entiendo lo que he hecho mal. Me he abierto a ti,
Número Trece.

Se gira hacia mí. —¿Hablas en serio?

—Completamente.

—¿Te has abierto a mí? ¿Te has entregado a mí? ¿Eso es lo que intentas
decirme?

—¿Cuántas personas crees que me ven de esta forma? —digo de golpe,


sintiendo que mi cuerpo se tensa.

—No lo sé. Tal vez debería preguntarle a Número Doce.

Mis ojos se entrecierran y sacudo mi cabeza, mirándola. —¿De qué estás


hablando?

—Sabes de lo que estoy hablando —grita, acercándose aún más contra mí,
como si necesitara de mi consuelo a pesar de que se encuentra enojada
conmigo.
—Me temo que no sé de lo que hablas. Por favor, ilumíname.

Por un momento se queda en silencio, y puedo sentir su aliento contra mi


pecho. Huele increíble, y mi corazón se tensa mientras disfruto de lo bien que
encaja en mi regazo.

—Yo no juego, William —susurra en voz baja.

—Yo tampoco.

—Pero lo haces, estás jugando conmigo en este mismo momento.

—Estás hablando sin ningún sentido.

Suspira, y me arriesgo a levantar mi mano y a pasarla por encima de sus


ligeros rizos. Gime, antes de continuar.

—Me estás usando a mí y a Número Doce.

—¿Perdón? —digo, sintiendo que mi mano se detiene y que mi cuerpo se


paraliza.

—No finjas que no lo sabes. Estás haciendo que las dos nos sintamos
cómodas para que puedas aprovecharte de nosotras. Nos haces pensar que

139
importamos, pero no importamos, ¿verdad, William?

Entonces lo comprendo. Obviamente se enteró de lo que sucedió entre


Número Doce y yo. Dios, ella no tiene idea. No tiene idea de lo poco que eso
significó para mí. De lo poco que sentí mientras le daba placer. Si entendiera lo
bien que se sentía tener mis dedos en su interior, cómo la ansiaba a ella,
entendería que no hay comparación.

—¿Estás celosa de que haya tenido un encuentro sexual con Número


Doce?

—Tu boca la folló. Eso apenas es un encuentro sexual.

Me siento sonreír, a pesar de que no puede verlo. Es tan descarada,


desafiándome constantemente.

—Sí —digo con voz grave—. La follé con mi boca.

—Dios, no vayas con cuidado conmigo o lo que sea —murmura contra mi


pecho.

—¿Eso te molesta, Belleza?

—Me molesta que todavía me llames para que venga hasta aquí, tratando
de acercarte a mí. Si la has elegido, si vas a hacer eso con ella, entonces deja
que me vaya y que me una a las otras chicas. No sigas llamándome para que
venga a pasar tiempo contigo. Carece de sentido.
Decido que la mejor manera de abordar esto es ser brutalmente honesto
con ella, así que eso es lo que hago. —Me pidió que le diera algo, se lo di. No me
hallaba seguro de lo que yo quería cuando eso sucedió. Tenía tres chicas que
quedaban en mi grupo; una de verdad no quería ceder ante mí. La otra era una
respondona cada vez que podía. Luego estaba Número Doce, dispuesta a ser
todo lo que quería.

Se tensa de nuevo, y sus manos se mueven entre sí. —¿Así que la elegiste
porque es fácil?

Sacudo mi cabeza, inclinándome, e inspirando su esencia. —Error, Belleza,


no la elegí a ella.

Me mira fijamente, y sus labios se abren ligeramente. —¿No lo hiciste?

—No. No la elegí porque tienes razón, es demasiado fácil. Ella no opone


resistencia; no me desafía. Solo me da lo que piensa que quiero. Todavía no se
han tomado decisiones.

—¿William buscas una amante?

Pienso en eso durante un momento, y una vez más le respondo


honestamente. —Sí, Número Trece. Así es.

—Y elegiste nuestro grupo porque las chicas en él eran... —señala.


140
—Las chicas en tu grupo son las que se encuentran más dañadas, pero tú
también eres la más dulce, la más amable, y tienes el corazón más grande.

—No puedes saber eso.

Me río entre dientes suavemente. —Pero puedo. Las he estado probando a


todas ustedes. Te di la oportunidad de hacer que Número Once fuera tu esclava,
pero la dejaste ir. Fuiste la que recibió los latigazos por tus chicas, para que no
salieran lastimadas. Fuiste la que sostuvo a Número Tres en tus brazos, sin
preocuparte por el desastre que hacía.

—Solo quiero que sepas —susurra—, que no soy del tipo de chica a la que
le gusta jugar. Está bien, en realidad no sé qué tipo de chica soy, pero sí sé que
aquí, en este momento, no me gusta ser con la que juegan. No quiero competir
contra Número Doce. No tengo ningún propósito o deseo de hacerlo.

—Entonces, ¿dices que hay una competencia?

Que Dios me ayude, sus mejillas se enrojecen. Mi cuerpo se tensa, y mi


deseo hacia ella aumenta.

—No —susurra—. Solamente digo que si estás interesado en ella, entonces


de verdad no necesito venir contigo.

—¿Y si no lo estoy?
Sostenemos las miradas del otro durante largos, largos momentos. —
Entonces creo que las cosas siguen como están.

—¿Y si te pido que seas mi amante, Belleza? —digo, sintiendo que mis
labios tiemblan.

—Nunca dije que iba a ser tu amante. Eso no era lo que hacía... yo... —
balbucea.

—Entonces, ¿qué hacías?

—No te conozco, William. No me has dado la oportunidad de conocerte.


Pero si consigo esa oportunidad, entonces sí, podría considerar dejarnos... Quiero
decir, dejarte...

—Follarte con la boca. —Sonrío.

Sus labios se abren de golpe. —Yo...

—¿Maestro?

Los dos nos giramos para ver a George de pie en la entrada de la


habitación.

141
—¿Sí, George? —digo entre dientes, preguntándome por qué me
interrumpió.

—Tiene un visitante, señor. Es Ben.

Asiento, y luego me giro, mirando fijamente a Número Trece. Curvo mi


dedo bajo su barbilla y levanto su rostro, presionando mis labios contra los suyos.
Tiene los labios más dulces y suaves que he tenido el placer de besar. Gime, y
sus dedos se alzan y se extienden contra mi pecho. Hago un sonido y me alejo,
observando su boca.

—Terminaremos esto, Número Trece.

Entonces la levanto de mi regazo y salgo de la habitación.

William
—Las chicas están listas para trabajar —dice George temprano a la mañana
siguiente, cuando entra con mi desayuno.
Me giro en mi silla y le hago un gesto con mi cabeza.

—¿Son conscientes de lo que van a hacer hoy?

—Por supuesto, señor —dice, entonces vacila antes de añadir—: Puede ir y


comprobarlo usted mismo, si gusta.

Mi pecho se tensa. Tiene razón, ahora debería salir más, no debería estar
escondiéndome aquí. Para ganar su confianza, tengo que mostrarles más de mí
mismo. Las otras chicas me ven por aquí y por allá, porque no son del grupo de
las que se encuentran dañadas, pero esas chicas, solamente me han conocido
como el que se esconde. Número Trece es la única que me ha visto
correctamente.

Sin embargo, sé que no puedo seguir ocultándome aquí. Tengo que


empezar a permitir que se familiaricen con mi presencia. Dejar que sepan que no
soy el monstruo que piensan que soy, que estoy aquí, cuidándolas, apoyándolas.
He evitado dar el siguiente paso, pero sé que es el momento, y lo mismo piensa
George. Me coloco de pie, girándome hacia él. —Sabes, George, creo que haré
eso. Gracias.

Asiente, dándome una breve sonrisa. Agarro el parche para el ojo, el que
tengo específicamente para cubrir todos los daños en mi cara. Entonces salgo. 142
Paso por los grupos uno y dos mientras me muevo por los pasillos. Me miran, con
sus bocas ligeramente abiertas. Me han visto antes, por supuesto, pero no me ven
a menudo. Les hago un gesto con mi cabeza, dándoles una pequeña sonrisa. Sus
rostros se iluminan. Mi pecho se hincha de orgullo.

Llego a la cocina, y me paro afuera de la puerta, escuchando a las chicas


charlando en el interior. Sé que mi grupo se encuentra aquí, mis chicas. Sé que si
entro las conmocionaré, pero también las ayudará a que aprendan a confiar en
mí. Corrijo a mis chicas cuando lo necesitan, pero también soy un hombre amable
y bondadoso.

Respirando, abro la puerta de un empujón. Número Siete, Doce y Trece se


encuentran preparando la comida. Todas jadean un poco cuando entro y me doy
cuenta que Número Doce se queda mirando fijamente mi ojo. Supongo que sabe
lo que hay detrás del parche. Observo la comida increíble que preparan, y una vez
más me siento orgulloso.

—¿Cómo va todo, señoritas? —pregunto.

—Uh, muy bien, Maestro —dice Número Siete.

—Sí, muy bien —sonríe Número Doce.


Me giro hacia Número Trece y sus mejillas se vuelven de una hermosa
sombra de color rojo y se muerde el labio inferior. El impulso de besarla de nuevo
es bastante abrumador.

—¿Número Trece? —murmuro.

—Va según lo planeado —dice en una voz baja y dócil.

—Muy bien. Las veré a todas cuando sirvan la cena.

Todas asienten, todavía observándome. Les doy un último vistazo antes de


salir de la habitación.

George tenía razón; esto fue una buena idea.

143
23
Número Trece
Traducido por Lune

Corregido por ValeV

—¿Anoche estuviste con él un rato? —dice Número Doce, acercándose y


colocando unos vegetales cortados a mi lado.

—¿Y? —digo, sin mirarla.

—¿Qué pasó?

Suspiro, y me giro hacia ella. —Número Doce no sé qué quieres de mí. El


Maestro William es la persona quien controla cómo marcha todo por aquí. No te
confundas pensando que importaría lo que yo le diga. Si quiere verme, entonces
144
va a verme.

—Así que, ¿estás interesada?

La rabia aumenta en mi pecho, pero la aparto. —Número Doce eres mi


amiga. Me preocupo por ti. Me preocupa lo que hemos vivido aquí. Necesito que
dejes de preguntarme sobre esto. No puedo controlar lo que ocurre, y no
competiré contigo por un hombre que, francamente, hará lo que le plazca.

Se me queda mirando, y su expresión se suaviza después de un momento.


—Lo siento; tienes razón.

Le regalo una sonrisa débil, luego me giro y continúo con lo que estoy
haciendo.

Las cosas me están sobrepasando. Puedo sentir que mi paciencia se


agota.

Odio que hoy me permito sentirme tan débil.


William
—Están aquí —informa George, entrando a la biblioteca, donde me
encuentro leyendo mientras anochece.

Mi cuerpo entero se tensa. No estoy completamente seguro de estar listo


para esto. Amo a mi hermano, infiernos, amo a mi madre, pero mi padre... las
cosas nunca parecen marchar bien cuando estamos juntos en la misma
habitación. Hoy no tengo idea cómo irán las cosas; no sé si se colocará una
máscara porque mamá estará. Solo puedo esperar que lo haga. Mi paciencia con
ese hombre es muy, muy pequeña.

Sigo a George fuera de la habitación, y por los pasillos. Llegamos a la


puerta principal, y mi familia ya está en el interior, mirando los alrededores de mi
casa. Rara vez vienen aquí; ¿por qué lo harían? No tienen razones para visitarme. 145
Dejo que mis ojos se posen sobre mi madre pequeña y frágil, y mi corazón duele
por ella. Se encuentra tan rota. Siempre tuvo problemas para lidiar con el estrés,
pero cuando fui lastimado, eso la destrozó.

Ha pasado mucho tiempo con doctores desde entonces.

Ella dirige su mirada hacia mí, y le doy mi mejor sonrisa. Ahora luce más
frágil, su cabello canoso se ve ralo y fino. Tiene un par de lentes puestos, pero no
aplacan el impresionante color azul de sus ojos. Es pequeña, solo de un metro
sesenta más o menos, y es tan pequeña como vienen. Veo sus ojos llenarse con
lágrimas no derramadas mientras camina en mi dirección.

—Hola mamá —murmuro.

—William, mi hijo, te ves muy bien.

Envuelve sus brazos a mí alrededor, y se lo permito. Me aferro a ella por un


momento, y capto la mirada de mi padre sobre su cabeza. Tan feliz como siempre.
La dejo ir, y la observo. —También te ves bien mamá.

Me da una sonrisa temblorosa, y mira alrededor de la casa. —Tu casa es


bastante encantadora.

Dice eso cada vez que viene. Es como si olvidara que la ha visto antes.
Asiento, y dirijo mi atención a Ben. Me sonríe, y se acerca, dándome palmadas
sobre el hombro. —Gracias por hacer esto. Huele bien aquí.
—La comida estará lista pronto, así que entren, y tomaremos asiento.

—Will ¿ni siquiera vas a reconocer a tu padre? —espeta papá.

Aprieto mi mandíbula, y me volteo hacia él. —Hola Peter —digo en un tono


grave.

—Por favor —suplica mi madre—. Podemos solo tener un buen día.

Me giro hacia ella, y mi enojo se disipa. —Claro mamá. Lo siento.

Doy la vuelta y me alejo antes de que él pueda decir otra palabra.


Caminamos a través de los pasillos, y puedo sentirlos observando mi hogar
mientras nos movemos. Sé que está juzgándome, buscando algo con lo que
increparme. Esa es la manera en la que trabaja; disfruta criticándome, se regocija
al romper mis barreras y avergonzarme delante de la gente, especialmente frente
a los otros miembros de mi familia.

Llegamos al comedor, y les enseño sus lugares, entonces asiento hacia


George para hacerle saber que nos hallamos listos para comer. Me giro hacia Ben
tan pronto como nos sentamos. —¿Recibiste las cifras que envié?

Asiente, tomando un vaso de agua fría. —Sí, las recibí.

—Tengan respeto suficiente para no hablar de trabajo en mi cena de 146


cumpleaños —protesta mi padre.

Lo observo por un largo momento, antes de girarme y mirar a mi madre.

—Mamá ¿qué has estado haciendo?

Sonríe. —He estado tejiendo.

—¿Y cómo va eso para ti?

—Va muy bien. Hice una bufanda el otro día.

Le doy otra sonrisa. —Me alegra.

—Entonces, ¿en dónde está nuestra cena? Tengo hambre. Pensé que ya lo
tendrías todo listo —pregunta mi padre.

Lo ignoro, y observo la puerta por un segundo. Vamos chicas, vengan y


acaben esto por mí. Solo quiero que esto se termine pronto. No puedo lidiar con
mi padre aquí por más de una hora.
Número Trece
Soy la primera en servir, en el momento que salgo y veo la familia de
William, mi curiosidad se enciende. Ben me sonríe, y no puedo evitar sonrojarme.
Tiene una personalidad muy carismática. Dejo que mis ojos viajen hasta el otro
hombre en la mesa. Es más bajo y redondo que los chicos, con cabello gris y ojos
azules. Ni siquiera me mira.

Poso mi mirada en la mujer, que se ve tan pequeña en la mesa que es casi


difícil verla. También luce muy frágil. Se encuentra frotando sus manos, y sus ojos
se mueven frenéticamente alrededor de la habitación. La observo, y veo de dónde
William y Ben obtuvieron su buena apariencia. Imagino que en sus días era
extremadamente hermosa.

—Emelyn, es bueno verte de nuevo. 147


Me giro hacia Ben, y luego miro sobre mi hombro para ver con quién está
hablando. Me mira directamente. ¿Está confundido? Emelyn no es mi nombre.
Bueno, al menos no creo que lo sea. Escucho a William aclarar su garganta, y me
giro en su dirección. Me está observando, entonces asiente a mi puñado de
palitos de pan y mantequilla.

Cierto.

Coloco la bandeja sobre la mesa, derribando accidentalmente un vaso de


agua mientras lo hago. Estoy distraída; por alguna razón el nombre de Emelyn
presiona algo en mi mente. Escucho una maldición fuerte, y me enderezo para ver
que he tumbado el vaso sobre el regazo del padre de William. Se levanta,
sacudiendo su pantalón, refunfuñando furiosamente.

—Lo siento tanto —digo frenéticamente.

—Will si vas a contratar personal —le gruñe a su hijo—, entonces al menos


consigue uno inteligente.

—Fue un accidente, y mi nombre es William. —Espeta William.

—Lo siento, fue mi culpa. No era mi intención —comienzo a levantar un


puñado de servilletas para dárselas.
—¡Cállate! —grita su padre, causando que mi boca se cierre de golpe y mi
mano caiga a mi costado.

—No le hables así a mi personal —dice William, levantándose.

—Tu personal es inútil, pero eso no debería sorprenderme. Todo lo que


haces es inútil y a medias.

Mi boca se abre. ¿Está siendo horrible con William por un vaso de agua
derramada? El hecho de que alguien pueda hablarle así a su propio hijo hace que
mi sangre hierva. ¿Cómo se atreve? William hizo tanto esfuerzo para hacer esto
bien, y le habla como si fuera un perro.

—Vuelve a la cocina —me dice William—. Está bien.

—No está bien —grita su padre mientras me giro y salgo apresuradamente


de la habitación.

Entro a la cocina y me recuesto contra la pared, tomando una respiración


profunda.

—¿Te encuentras bien? —pregunta Número Siete.

—Sí, solo derramé una bebida sobre el regazo de su padre. Y ese hombre
es horrible. 148
Número Siete sostiene sus entradas, y mi comentario hace que su rostro
palidezca un poco.

—Estaré bien. Solo no le hables.

Asiente, traga saliva y entonces sale. Preparo los platos principales,


sintiendo que mi corazón late con fuerza. Algo se agita en mi mente, desesperado
por salir, y eso, junto a mi error de tirar esa bebida, me tiene completamente al
borde del nerviosismo. Trato de concentrarme en lo que hago, sabiendo que
ahora mismo no tengo tiempo para preocuparme.

Para el momento en que los platos principales se encuentran listos, he


conseguido calmarme un poco. Levanto los platos, y Número Doce también toma
algunos. Entramos en el comedor, y los situamos sobre la mesa. Ben me sonríe
cuando coloco el suyo, no puedo evitar sonreírle de vuelta. Coloco el del padre
de William, y gruñe con enojo.

—¿Esto es carne? —murmura.

—Sí —dice William.

—William sabes que no prefiero la carne.

Número Doce se apresura a regresar a la cocina, pero yo me encuentro


inmovilizada en el piso, con mi rabia en aumento. Este hombre es un cerdo
desagradecido, y ciertamente no merece el esfuerzo que hoy fue hecho aquí.
Miro a William, y puedo ver la rabia en su expresión. Puedo ver eso, pero también
puedo ver el dolor. Su padre lo está lastimando.

—Ni siquiera lo has probado —dice con falsa calma.

Su padre resopla. —No necesito probarlo, no me gusta. Nunca debí haber


venido. Solo debería haber ido a un restaurante para tener una comida decente,
no esta… porquería.

Mi rabia crece todavía más.

—Papá —dice Ben—, hizo un gran esfuerzo.

—Esto no es esfuerzo —dice su padre, moviendo su mano sobre la mesa—.


Esto es una cena forzada. Benjamin nunca quise venir aquí. Si hubieras escuchado
mis peticiones, en vez de tratar de incluirlo a… él… entonces no tendríamos este
problema.

¿Él?

Ni siquiera puede hablarle apropiadamente a su propio hijo.

Cierro mis manos en puños, sintiendo que mi corazón late con fuerza
mientras trato de mantener mi rabia a raya. 149
—Él es tu hijo, y ésta es una oportunidad para todos nosotros de arreglar
una relación rota —gruñe Ben.

—No es mi hijo. Solo porque soy su padre no significa que importe.

—¡Peter! —llora la madre de William, presionando las manos sobre sus ojos.

—Suficiente —grita William, golpeando su mano sobre la mesa—. Si estás


tan horrorizado, entonces lárgate de mi casa.

Peter se levanta, tirando su servilleta al suelo. —Con gusto. Nunca quise


venir aquí. De hecho, si no fuera por la piedad de tu madre, no te tendría
trabajando para mí. Eres una decepción, William. No sé cómo te llamas a ti mismo
un hombre.

Eso es suficiente para mí.

—Es más hombre que usted —digo. Mi voz es gélida.

Peter se gira, su expresión horrorizada. Echa su cabeza hacia atrás, como si


no pudiera creer que haya hablado.

—¿Disculpa? —espeta.

—Me escuchó —gruño—. Es más hombre que usted. Es exitoso, es amable


y es una buena persona. Usted, por otro lado, no es nada más que un cobarde.
¿Qué clase de hombre viene a la casa de su propio hijo y le habla de esa
manera? ¿Qué clase de hombre hace llorar a su propia esposa porque no le
interesa nadie más que sí mismo? Ese hombre —grito, señalando a William—, es
asombroso, hermoso y todas las cosas que usted no es.

—¿Cómo te atreves? —protesta su padre.

—Debería irse —espeto—. Las personas como usted son débiles. Las
personas como usted molestan a otros porque los hace sentir mejor. Él no
necesita a alguien así en su vida. Usted es la clase de hombre que morirá viejo y
solo, porque alejará a todo el mundo. Eventualmente, dejarán de pelear por
arreglarlo.

—¿Permites que tu personal me hable así? —brama Peter, girándose hacia


William.

William me observa, y hay algo en sus ojos. Algo intenso. Se gira hacia su
padre. —Sí, lo hago. Sabes en dónde se encuentra la puerta.

Peter se dirige a la madre de William. —¿Jane?

Ella solloza en sus manos, y luego mira a su hijo. —También es tu hijo,


Peter, y nunca hizo nada malo.

Se gira hacia Ben después. —¿Benjamin?


150
—Papá deberías irte. William hizo un esfuerzo aquí, y lo arruinaste
completamente. Si quieres ir a ese restaurante elegante, entonces vete. Solo que
irás solo.

—Todos pueden irse al infierno —grita Peter, entonces toma su chaqueta


antes de salir furioso de la habitación.

Miro hacia la mamá de William que está llorando; y es un completo


desastre. Camino hacia ella, y me agacho. —¿Querría que la llevara al baño para
que así pueda asearse?

Levanta su cabeza, y sus ojos se encuentran hinchados y rojos. —Sí, por


favor.

La ayudo a levantarse y la guío fuera de la habitación. La llevo por el pasillo


hacia el baño, y reúno algunas toallas limpias para ella. Las moja con agua fría y
me enfrenta, dándome probablemente la sonrisa más débil que alguna vez he
visto.

—¿Se encuentra bien? —pregunto.

—Nunca he escuchado a nadie hablarle así antes.

Mis mejillas se sonrojan. —Lo siento, fue irrespetuoso, lo entiendo pero…


—No —dice—. Se lo merece.

La miro fijamente. —Solo quédese y disfrute a sus hijos. Se merece eso.

—Los extraño. No puedo verlos juntos muy seguido.

—Bueno, está aquí ahora.

—Gracias —respira, y endereza ligeramente sus hombros.

—¿Se encuentra lista para volver?

Asiente, y abro la puerta del baño, guiándola hacia afuera. En el momento


que salimos, nos topamos con William.

—Mamá, ¿estás bien?

Asiente, y le sonríe débilmente. —Sí, me encuentro bien.

—Ve y siéntate. Terminaremos la cena y pasaremos un poco de tiempo


juntos.

Asiente con la cabeza, y me agradece una vez más antes de irse. Me giro
hacia William, con la certeza de que va a castigarme por hablarle así a su padre.

—Lo siento William, sé que no era mi lugar hablarle así, y...

De repente sus manos se encuentran en mi cabello, y se inclina, 151


capturando mi boca con la suya. Oh, Dios. Me empuja contra la pared,
besándome tan fuerte que mis labios comienzan a dolerme. Desliza su lengua en
mi boca, y me abro para él, disfrutando de esta sensación nueva y emocionante.
Sus manos recorren mi cuerpo, y ahuecan mi trasero. Me levanta, literalmente,
llevando mi cuerpo hacia arriba contra el suyo. Puedo sentir su erección
presionándose contra mi vientre.

Jadeo, y levanto mis brazos, enredando mis manos en su cabello largo y


grueso.

Aleja su boca de la mía, y me observa con una mirada intensa y deseosa.


—Eso fue… increíble.

—¿No estás enojado? —susurro.

—Nadie me ha defendido de esa forma antes.

Le doy una sonrisa temblorosa. —Nadie merece ser tratado así.

Pasa la punta de su dedo por un costado de mi rostro. —Terminaré la cena,


pero esta noche… Número Trece, ven a mí.

¿Ir a él? Mi cuerpo entero se enciende con vida.

—¿A tu habitación? —susurro.


Asiente, y nuevamente presiona sus labios contra los míos. Entonces se
aleja y comienza a retirarse, antes de mirar sobre su hombro y murmurar—: Es
tiempo de que te haga mía.

Oh.

Me da una mirada más, y entonces se va.

Suya… Volverme suya.

¿Quiero ser suya?

152
24
Número trece
Traducido por MadHatter

Corregido por Yani

El resto de la noche transcurre sin complicaciones. William pasa tiempo con


su familia, y ellos se marchan alrededor de las nueve de la noche. Todas somos
enviadas a nuestras habitaciones para ducharnos y prepararnos para ir a la cama.
Siento un aleteo en mi vientre cuando pienso en ir a la habitación de William. Creo
que sé lo que desea hacer conmigo, pero no estoy tan segura de que quiera
dárselo. Me siento nerviosa, ni siquiera sé si alguna vez antes he hecho eso.

Después de mi ducha, salgo de la habitación. Número Doce me observa, 153


con sus ojos entrecerrados, pero no pregunta hacia dónde voy. Lentamente
recorro los pasillos, tragándome mis nervios. Llego a la habitación de William y
dudo durante mucho tiempo. ¿Esto es acertado? ¿Es lo que quiero? Hace solo
una semana quería escapar, ahora estoy aquí... sintiendo cosas que no recuerdo
haber sentido antes.

Levanto mi mano y golpeo la puerta.

Un momento después, la puerta se abre y William aparece. Otra vez viste


únicamente su pantalón de pijama, y mis ojos automáticamente captan su gran
figura musculosa. Extiende su mano, sujetando mi brazo y haciéndome entrar de
un tirón en la habitación. Entro, todavía sin estar segura de si me encuentro lista
para soportar más de una pelea. En el momento en que la puerta se cierra,
William me gira y baja su mirada hacia mí.

—Estás asustada, Número Trece.

—¿Mi nombre es Emelyn? —pregunto, sorprendiéndome

He pensado mucho respecto al nombre, pero no tenía la intención de que


fuera la primera pregunta que le hiciera. William inclina su cabeza y se queda
mirándome fijamente, entonces asiente y responde con un suave—: Sí.

Siento como si alguien me hubiese dado un puñetazo directamente en el


estómago. No puedo recordar mi vida, pero durante las últimas semanas no he
sido nada más que un número. Ahora, tengo una identidad. Extiendo mi mano y
me estabilizo, sujetándome de una mesa que se encuentra junto a mí.

—Sé que es difícil de asimilar, pero poco a poco, tus recuerdos regresarán.
No serán nada agradables, Emelyn.

Levanto mi cabeza de golpe ante el sonido de mi nombre en sus labios. Es


asombroso.
—Dilo de nuevo —susurro.

—Emelyn —murmura, acercándose más.

Levanta su mano y retira un mechón de cabello de mi rostro. Lo miro, con


ganas de preguntarle tantas cosas, necesitando tantas respuestas.

—William dijiste que me querías esta noche, pero necesitas saber que
tengo preguntas... no puedo entregarme a ti si no puedes confiar en mí lo
suficiente como para responderlas.

Su expresión no cambia, pero asiente.

—No es mucho lo que puedo darte, Belleza. Necesitas decidir qué pregunta
necesitas que conteste. Solo responderé una.

Lo estudio por un momento, pero sé cuál es la pregunta que más necesito 154
que responda. Necesito conocer su respuesta para entender a William, o por lo
menos darle un poco más de sentido a lo que está pasando aquí, con nosotros.

—Quiero saber qué pasó —le digo, señalando su ojo.

Visiblemente se tensa, pero toma mi mano y me lleva hacia el sofá. Me


sienta sobre su regazo, envolviendo sus brazos a mí alrededor. Me acurruco en su
contra, y le permito tomarse un momento para decidir si quiere responder a mi
pregunta.

Lo hace.

—Yo era un niño tranquilo, no era bullicioso como es habitual. No tenía


carácter, encontraba difícil comunicarme con los demás. Ben era mi mejor amigo,
y sobre todo, me mantenía alejado de los problemas. Mi padre adoraba a Ben,
era el hijo que siempre quiso. Yo simplemente era... el fenómeno. Era demasiado
tranquilo, demasiado gentil, demasiado fácil de intimidar.

Escucharlo usar esa palabra horrible me hizo pestañear. Lo llamé fenómeno.


La culpa se arremolina en mi pecho, sabiendo lo que debió haber sentido, y lo
mucho que debió haberle lastimado.

—Mi mamá era tranquila, muy gentil. Me mimaba. No me detuvo mientras


me convertía en un niño débil, dañado. Mi padre la mayoría del tiempo trabajaba
afuera, pero cuando se encontraba en casa, pasaba todo su tiempo con Ben.
Cuando Ben decidió que quería una mejor educación, mi padre lo envió como
interno a esta increíble escuela costosa. Me dejó atrás. Durante mucho tiempo
solamente fuimos mamá y yo, mi padre raramente se encontraba en casa.

Se detiene por un segundo, y entrelaza sus dedos con los míos. No lo


presionaré, puede decirme tanto o tan poco como necesite.

—De repente me convertí en su protector —su voz suena tensa mientras


continúa—. Lloraba mucho. Yo era todo lo que tenía. No la abrumé con mis
problemas, apenas podía enfrentar a los suyos. Así que no le dije que era
intimidado en la escuela. Me hacía ir todos los días, y yo asistía dócilmente. Una
vez más, no quería ser una carga para ella más de lo que ya era. El acoso en la
escuela comenzó siendo bastante leve. Me hacían pasar vergüenza, me
empujaban en las taquillas, ese tipo de cosas. Pero había un niño, Marcel, quien
sentía un gran placer al verme sufrir. Llegó a un punto en el que casi me convertí
en su obsesión.

¿Los bravucones le hicieron esto? ¿Le hicieron daño de esta forma?


Presiono su mano, y se me retuerce el estómago.

—Un día llegué tarde a la escuela, mamá había tenido una mañana difícil, y
yo no quería ir. Me obligó a hacerlo, diciéndome que tenía que ir a aprender. Hice
lo que me pidió, pero retrocedí, tomando un camino diferente, para poder llegar
155
más rápido. Marcel y su grupo de amigos me acorralaron en un callejón justo en
la parte de atrás de la escuela. Me contó que su novia encontraba hermosos a
mis ojos, y eso parecía molestarle muchísimo. Me dijo que nadie era guapo para
su novia, excepto él.

Me trago el dolor elevándose en mi garganta, y me esfuerzo para no llorar.

—Ni siquiera conocía a su novia —se ríe amargamente—. No sabía de lo


que hablaba. Ni siquiera sé por qué me eligió para intimidarme. Sabía que algo
malo iba a suceder, lo sentía. Cuando me derribaron con un golpe, no puedo
explicar la confusión y el miedo que sentí. Me inmovilizaron, sus amigos me
sostuvieron de los brazos y las piernas, mientras que otro mantenía mi cabeza
hacia abajo.

Creo que me voy a enfermar, pero logro mantenerme lo suficientemente


tranquila como para seguir escuchando. Mis manos tiemblan, y siento que me
aprieta una. No sé por qué me consuela. Él debería ser quien reciba consuelo.

—Habían robado ácido clorhídrico del laboratorio de ciencias de la escuela.


Me obligaron a mantener mi ojo abierto y lo vertieron en él. Ni siquiera puedo
empezar a explicar el dolor que sentí. No podía limpiármelo, porque mis manos se
hallaban inmovilizadas. Sé que gritaba, pero no escuchaba. Se corrió por un
costado de mi rostro, quemando toda esa piel también. Ellos huyeron y me
dejaron allí, y por un momento tuve la certeza de que moriría. Las personas que
vivían al otro lado de la calle del callejón escucharon mis gritos y buscaron ayuda.
Nunca fui el mismo, eso cambió algo dentro de mí.

Ahora estoy llorando, nada puede detener las lágrimas que se derraman
por mis mejillas.

—Lo siento mucho —susurro. Es todo lo que puedo decir. ¿Qué más
puedes decirle a alguien a quien le han hecho algo tan absolutamente ruin? No
puedo devolverle su ojo, ni puedo cambiar lo que sucedió. Una disculpa es todo
lo que tengo, pero incluso eso, simplemente no es suficiente.

—Ese día me convertí en un monstruo, pero no como piensa la gente. No


me convertí en alguien cruel o despiadado, me volví un desfigurado. La gente me
miraba, me señalaba, se burlaba. La gente es cruel con los que son diferentes.
Pude haberme convertido en una persona fría y sin corazón, cerrando mis
emociones y convirtiéndome en un hijo de puta implacable, pero ese no soy yo.
En lugar de eso, me obsesioné con la docencia. Si los padres de Marcel le
hubieran enseñado correctamente, nunca habría sido tan cruel. Jamás aprendió la
lección; nunca fue castigado por su crimen. Era una mala persona, y se le permitió
salirse con la suya.

—¿Por eso nos tienes a nosotras? —me atrevo a preguntar.


156
Me mira con ternura. —Esa es más de una pregunta, y no quiero hablar de
eso en este momento.

A pesar de que me lo dice amablemente, también es muy firme. Pienso en


esta noche, y en cómo su padre lo trató, e imagino cómo debió haber sido su
vida mientras crecía: las burlas, las palabras abusivas. No debió ser fácil.

—¿William? —llamo en voz baja y débil.

—¿Sí?

—Tu padre... ¿siempre fue así?

Estoy segura de que no me responderá, porque sé que lo que me ha dado


esta noche es más de lo que probablemente le dé siquiera a alguien. No quiero
presionarlo, pero al mismo tiempo no puedo evitar mi curiosidad.

—Durante todo el tiempo que puedo recordar.

—¿Por qué?
Para mí no tiene sentido. ¿Por qué un padre amaría a un hijo y sin
embargo, trataría al otro con tanto odio? Son gemelos, lucen igual, infiernos,
tienen comportamientos similares. ¿Cómo podría alguien que se supone debe
amarte ser tan cruel?
—No puedo responder a eso, Belleza, porque no lo sé. Cuando era niño,
para mí no tenía sentido. Ben y yo éramos exactamente iguales en muchos
aspectos, sin embargo, él solo veía a Ben. Nunca me vio a mí. Jamás quiso
hacerlo.

Nos quedamos en silencio durante un momento antes de que murmure—:


Yo te veo, William.

Se estremece, y luego me aparta de su regazo y se coloca de pie. Camina


hacia su escritorio y arrastra un poco los pies; pronto una canción suave y lenta
empieza a sonar, llenando la habitación con su hermosa melodía. Se da la vuelta y
se acerca a mí con su mano extendida. Vacilo. Si la tomo, si lo dejo entrar, será
todo para mí. Sé que no seré capaz de echarme atrás. Levanto mi mirada hacia
él, y lo veo observándome con una intensidad que nunca he experimentado.

Es en ese momento cuando lo veo simplemente por lo que es: un trozo


irregular de vidrio que nunca podrá ser unido, porque no es perfecto. Tiene
bordes ásperos, aunque su centro aún es impresionante.

También soy un trozo de vidrio irregular. Tal vez juntos podemos encontrar
una manera de encajar.

Levanto mi mano y tomo la suya. Lentamente me hace colocarme de pie 157


antes de abrazar mi cintura y atraerme hacia su cuerpo. Me siento tan pequeña
en comparación con él. Su figura poderosa me rodea, pero de la forma más
increíble. Como si estuviéramos hechos el uno para el otro, dos personas
diseñadas para encajar. Desliza una mano por mi brazo, envolviendo sus dedos
alrededor de los míos, y luego bailamos. Es perfecto y brillante, todo lo que alguna
vez imaginé que sería el baile.

Nos balanceamos lentamente, mirándonos fijamente el uno al otro. Sus


labios se encuentran entreabiertos, y su mirada azul es intensa, llena de algo tan
profundo que me hace cuestionarme todo en lo que he creído durante el último
mes. Está cambiando todo lo que soy, y es uno de esos cambios que no se
pueden deshacer. La calidez llena mi cuerpo, y encuentro que mi mente se dirige
a pensamientos que no involucran el baile en absoluto.

Dando un salto de fe que nunca supe que tenía, me elevo, y presiono mis
labios contra los suyos. Toma una bocanada de aire, pero pronto está
respondiendo, soltando mi mano y enredando sus dedos en mi cabello. Profundiza
el beso hasta que mi cuerpo se presiona contra el suyo, sin fuerzas y necesitado.
Se agacha, sujetado mi trasero. Sus grandes dedos se cierran sobre mi piel suave
y me atrae con más fuerza. Gimo, y mis dedos sujetan su camisa.

Lentamente nos guía hasta que chocamos contra su cama. Con un rápido
empujón, ambos caemos. Caigo primero sobre el colchón suave, y evita caer
sobre mí apoyando una mano junto a mi cabeza. Me quedo observando sus
músculos, admirando lo definidos que son. Es tan... fuerte. Sus labios abandonan
los míos, y bajan por mi cuello. Me estremezco, y dejo caer mi cabeza hacia atrás,
disfrutando de las sensaciones de ardor que recorren mi cuerpo.

—¿William? —susurro, arqueándome en su contra.

Emite un gruñido contra mi cuello para indicarme que me ha escuchado.

—¿Yo... quiero decir... he hecho esto antes?

Se tensa, y se eleva sobre mí. Me observa, su rostro una máscara de


confusión, duda y excitación.

—No lo sé —responde, con su voz ronca.

—No importa —digo—. Solamente... quería saber.

Levanto mi mano, acariciando su mandíbula. Baja su mirada a mis labios, y


luego murmura—: ¿Estás segura de esto? No negaré que quiero hacerlo, pero no
obligaré a nadie.

—Estoy segura —digo, sintiendo el latido de mi corazón.

158
Asiente, y luego continúa torturando a mi cuello con esos besos dulces y
lentos. Desliza sus dedos por mi cintura hasta que encuentra el final de mi blusa.
Poco a poco, los desliza por debajo de ella, arrastrándolos suavemente sobre mi
piel mientras los sube hacia mis pechos. Mi cuerpo comienza a temblar, y me
presiono con más fuerza en su contra, demostrándole lo mucho que lo deseo.

Acaricia mis pezones con sus dedos, y de inmediato se endurecen bajo su


toque. Gruñe y yo gimo, luego comienza a hacerlos rodar entre sus dedos. Cierro
mis ojos, sintiendo que mi respiración comienza a profundizarse al tiempo que
pequeñas descargas de placer se disparan directamente hasta mi ingle. William se
inclina, y puedo sentir su aliento cálido contra mis pezones hinchados justo antes
de que saque su lengua y lama los pequeños brotes duros con los que ha estado
jugando durante los últimos cinco minutos.

—Oh, William —jadeo.

Hace un sonido apreciativo en su garganta, y continúa su asalto, chupando


y lamiendo hasta que me retuerzo y digo su nombre entrecortadamente. Traslada
sus manos a mi ropa interior, y las desliza por debajo. Ya conozco lo bien que sus
dedos pueden hacerme sentir, pero cuando arranca su boca de mi pecho y
comienza a bajar por mi cuerpo, quitando mi ropa interior, me tenso
completamente. ¿Por qué está yendo ahí abajo?

Agarra mis rodillas, abriendo suavemente mis piernas. Mis mejillas se


ruborizan al saber que me está mirando ahí. Gruñe algo en su otro idioma, antes
de bajar su cabeza. Trato de apartar mis caderas cuando cierra su boca sobre mi
clítoris. Oh. Dios. Chupa profundamente, pasando su lengua con firmeza sobre él
y a una velocidad que nunca imaginé que una lengua podría tener.

—Oh —clamo—. Oh por Dios.

Chupa con más fuerza, provocándome pequeños gritos de placer. Puedo


sentir un fuego ardiendo en mi vientre, arremolinándose en la parte inferior,
quemando todo a su paso. Lentamente, como si fuera una forma de tortura, ese
fuego da en el lugar indicado y entro en erupción. El placer atraviesa mi cuerpo y
siento como si me elevaran de la cama, con los dedos de William presionados
firmemente en mis caderas, mis gritos hacen eco en la habitación.

Me estremezco durante el tiempo suficiente para que William retire su boca


de mí, se quite el pantalón, y se ubique sobre mí. En el momento en que su
cuerpo entra en contacto con el mío, y siento su piel cálida en todas partes, sé
que esto es todo. No hay marcha atrás. Sus músculos voluminosos y duros
resbalan contra mí, y la sensación de sentir su piel desnuda contra la mía de esta
forma, es alucinante. Levanto mis manos, sujetando sus bíceps.

—¿Estás lista? —susurra.

—Estoy lista. 159


Baja su mano suavemente entre nosotros, agarrando la erección tensa que
puedo sentir caliente y dura contra mi vientre. La presiona justo en mi entrada
antes de llevar su mano hacia mi muslo y levantarlo para colocarlo alrededor de su
cadera. Los nervios se asientan en mi estómago, y me encuentro luchando para
tomar aire. Tengo miedo, en una buena y una mala manera. William se agacha,
tomando mi barbilla.

—Si hay un momento, por pequeño que sea, en el que quieras que me
detenga... me detendré.

Le creo.

No sé por qué, pero lo hago.

Asiento, mordiéndome el labio. Retira mi cabello de mis ojos antes de


introducir solamente la punta en mi interior. Me tenso a su alrededor, sintiendo la
forma en la que mi cuerpo arde y se estira. Su mandíbula se tensa y sé lo difícil
que es para él contenerse, pero lo hace. Se mueve lentamente, avanzando poco a
poco, dejando que me ajuste a su enorme tamaño. El ardor disminuye bastante
rápido, pero una sensación de malestar persiste aún.

Se empuja un poco más, y luego jadea—: Oh, gracias a Dios.

Lo miro, retorciéndome para sentirme un poco menos... llena.


—Eres virgen, cariño —dice en un tono tranquilo y bajo.

¿Lo soy?
Por alguna razón, esto me confunde. Ni siquiera estoy segura de dónde
sale el sentimiento, pero hay algo que no parece encajar del todo bien. Alejo el
pensamiento, y me vuelvo a sumergir en el momento mientras William me penetra
por completo. Mi espalda se levanta de la cama, y desliza su mano para sujetar mi
cabeza. La utiliza, halándome suavemente al tiempo que sale, antes de volver a
empujarse una vez más.

El dolor desaparece.

En su lugar, una gran calidez colma mi cuerpo. Siento cómo me aprieto a


su alrededor, y mi piel se eriza como si fuera de gallina. Me muerdo el labio con
tanta fuerza que empieza a doler. Al darse cuenta de esto, William se inclina y
chupa ese labio con su boca. Entonces. Chupa. Se empuja al mismo tiempo, y
abro mi boca, mi cabeza cae hacia atrás, y grito su nombre.

Deja caer su cabeza en el hueco de mi cuello mientras sus embestidas se


vuelven más frenéticas. Su cuerpo es imponente, cerniéndose sobre el mío,
trabajando profundamente, sus músculos flexionándose y extendiéndose al tiempo
que el placer se acumula más y más alto en su sistema. La vista es pura 160
perfección. Él es pura perfección. Nuestra piel choca mientras sus movimientos se
vuelven mucho más frenéticos que antes.

Siento una sensación extraña y opresiva construyéndose en mi vientre.

William pasa su mano sobre mi pierna, subiéndola lentamente. Luego inclina


sus caderas y oh, siento un choque de deseo invadiendo mi cuerpo. Grito,
arañando su espalda, necesitando que solo me encuentre y me lleve hacia el
borde. William lleva su mano entre nosotros, encontrando mi clítoris. Hace unos
círculos firmes y suaves sobre el capullo duro, y pierdo el control. Como una
bomba, exploto. Comienza justo en mi núcleo y construye lentamente su
culminación, dirigiéndose directamente hasta los dedos de mis pies. Gimo el
nombre de William, arqueando mi espalda, rasguñando la suya, y al mismo tiempo,
tomando cada segundo para disfrutar de esta felicidad pura.

William jadea más palabras extranjeras, y su mano baja, sujetando mi


trasero mientras se impulsa con más fuerza y más rápido. Su gran cuerpo brilla
por el sudor y su largo, grueso y hermoso cabello, cae alrededor de su rostro,
haciéndolo lucir como un ángel puro pero completamente fragmentado. Levanto
mi mano, tocando sus mejillas, inhalando su esencia y el olor de nuestro sexo
combinado.

Ante mi tacto se tensa y deja salir un gemido afligido y desigual.


Luego se estremece y grita mi nombre. No Número Trece, ni Belleza, sino
mi nombre... Emelyn.

Entonces nos desplomamos uno contra el otro, jadeando, sudando, y oh, es


tan hermoso. Enredo mis dedos en su cabello, tirando para acercarlo a mí. Sus
labios encuentran los míos, y los abre con su lengua, deslizándose profundamente
en mi boca en busca de un beso que me marea. Envuelve su brazo a mí
alrededor, y nos hace girar, acomodándome para poder mirarme. Es un momento
perfecto, profundo e increíble y sé que ahora ya no hay vuelta atrás. Ha logrado
meterse en mi interior, y no quiero dejarlo ir.

Entonces abro mi boca, y lo arruino todo.

Levanto mi mano, acariciando la piel dañada alrededor de su ojo. Se tensa,


pero me deja hacerlo. Por debajo de mis dedos, su piel es desigual e irregular. Lo
miro fijamente a los ojos y susurro—: Eres hermoso, William. No hay nada en ti que
sea imperfecto.

Así como cuando se apaga un interruptor, todo su cuerpo se tensa y se


aparta de golpe, su cuerpo repentinamente se aleja del mío.

—¿Qué te dije acerca de mentir? —espeta, su voz gutural.

Sale de la cama, colocándose de golpe su pantalón de pijama y se acerca 161


a su escritorio.

Estoy sorprendida. ¿Por qué pensaría que iba a mentir sobre algo así? ¿No
ve que puedo ver más allá de ese pequeño y único defecto? —¿Qué te hace
pensar que estoy mintiendo? Tal vez me preocupo por ti, William. ¿Alguna vez
consideraste eso?

Se gira hacia mí, mirándome. —Por supuesto que sí. Soy tu dueño.

Siento como si hubiera sido abofeteada en el rostro. Todo mi cuerpo se


estremece y abro mi boca en un grito ahogado. Sus palabras, arden y queman
profundamente.

—¿Por qué piensas que no podría ver más allá del daño? —logro decir,
pasando mis manos sobre su cama para encontrar mi ropa.

—Si hubieras dicho creo que eres un buen hombre, lo habría aceptado. Si
hubieras dicho creo que eres un alma hermosa, lo habría aceptado. No aceptaré
que puedas encontrar esto —apunta su dedo hacia su rostro—, hermoso. No hay
nada hermoso en esto.

—¿No crees que esa es mi decisión? ¿No crees que dependa de mí si elijo
ver más allá de eso, y hallo la belleza que se encuentra allí? ¿No crees que tenga
algo que decir si decido amarte, William?
Se endereza y apunta su brazo hacia la puerta. —Vete, ahora.

Niego, confundida. —¿Qué?

—Dije que te fueras, Número Trece.

No Emelyn. Mi cuerpo se tensa y me escabullo de la cama, enojada,


avergonzada, y dolorida. Me está alejando porque no puede aceptar que podría
ser capaz de verlo por lo que realmente es, en lugar de lo que intenta con tantas
fuerzas hacerme ver. Ha tomado un momento hermoso, y lo ha aplastado contra
el piso. Alejó el sentimiento, y lo reemplazó con la realidad.

—Aléjame todo lo que quieras —susurro, vistiéndome—. Nada de lo que


digas cambiará lo que ya he decidido.

—Estoy buscando una amante, Número Trece. No busco ser amado.


Buscas algo que no se encuentra aquí, si crees que alguna vez en la vida te podré
dar más. No soy el tipo de hombre al que te acercas y cambia tu mundo con un
beso, con una follada. Soy la oscuridad en las sombras; soy el que nadie quiere
ver. Soy el hombre que se desvanece.

>>Tú eres la luz del sol. Tu risa es la razón por la que algunas personas
siguen luchando cada día. Puedo abrazarte, puedo besarte, puedo acariciarte,
puedo reclamarte, pero no puedo amarte... 162
—Creo que te equivocas —logro decir, a pesar de que tiemblo tanto que
mis dientes castañean.

—Cuando aprendiste sobre el amor, ¿qué te enseñaron?

—No lo sé —murmuro en voz baja—. No permites que recuerde.

Da un paso hacia adelante. —Bueno, esto es lo que yo he aprendido. El


amor es solo un elemento que una persona tiene en su interior. En combinación
con otra persona, es lo suficientemente fuerte como para afrontar una gran
cantidad de cosas, pero cuando otros elementos entran en juego, como la
codicia, la lujuria, la ira y los celos, el amor ya no es suficiente. Número Trece lo
curioso de esto es que nadie nunca simplemente tiene amor. Todos estamos
llenos de una mezcla de elementos, y cuando esos elementos se combinan, crean
seres humanos. No confío, ni me entrego a nadie. Soy solamente un simple par de
elementos, Número Trece. Soy determinación, soy control y soy poder. No mezclo,
no quito y no agrego. Te cuidaré como mi amante; te daré todo lo que necesites,
pero pedirme más es inútil y una pérdida de nuestro tiempo.

Sus palabras no penetran en donde deberían. Algo ha cambiado en mi


interior. Él cambió algo dentro de mí, incluso si no quiere verlo. Mi pecho se
hincha con una determinación que no he sentido desde que estoy aquí. Es mayor
que mi necesidad de escapar, y pesa más que mi necesidad de sobrevivir. Amarlo
es un pecado; de eso estoy plenamente consciente. Pero soy una pecadora.

No me detendré hasta que me muestre todo lo que es.

Sé que hay más en William que tres elementos fríos.

163
25
Número Trece
Traducido por Just Jen

Corregido por Bibliotecaria70

—Cuidado con la mascota de William —dice una de las chicas mientras


camino dos días después, llevando una cesta de lavandería.

Han estado burlándose de mí durante días, algunas afirman haber oído mi


"grito". Número Doce no me ha mirado, se niega a hablar conmigo, y el resto de
ellas piensan que estoy durmiendo con él, así que no tengo que aguantar lo que
hacen. Bajo mi cabeza y camino, sin interactuar con ninguna de ellas. ¿Cuál es el
punto? No hay nada que pueda decir que vaya a cambiar lo que piensan de mí. 164
Me dirijo hacia el sótano, hoy está lloviendo y tengo que colocar la ropa en
la secadora. Dejo la cesta sobre el suelo, respirando profundamente para
calmarme. William no me ha visto desde hace dos días, evitándome por completo
a toda costa. Se aseguró de no estar cerca cuando yo lo estoy, asegurándose
que me ha abandonado para sufrir.

Mi cuerpo duele por él.

Me apodero de la ropa húmeda y la introduzco en la secadora. Puedo lidiar


con ser una paria. De todas formas nunca encajo realmente, pero la idea de que
ellas nos hayan oído a William y a mí… me duele. Ese fue un momento entre
nosotros que no quería compartir. No quiero que se metan y contaminen algo que
me pareció tan perfecto.

—Ocultarte aquí abajo no te salvará —espeta una voz.

Me doy la vuelta para ver a dos de las chicas; una rápida mirada me dice
que lidio con Número Uno y Número Once. Me sorprende que Número Once
tenga el descaro de venir aquí y empezar algo conmigo cuando sabe muy bien
que la línea en la que se encuentra es muy fina. Sin embargo, tiene un problema
conmigo. Lo tiene desde el principio. Empiezo a dudar si fue una buena idea
dejarla escapar tan fácilmente cuando William me dio la oportunidad de hacerle
pasar vergüenza.
—No sé lo que quieren de mí —digo, girando y continuando, a pesar que
mi corazón late con fuerza.

—Nadie quiere algo de ti. Has tenido todo de manera fácil.

Me doy la vuelta, sintiendo un nudo en mi pecho. —¿Estás celosa? ¿Es eso


de lo que se trata? Porque, francamente, no puedo entender por qué diablos me
molestas.

Avanza repentinamente, y dejo que mi mirada se levante rápidamente, con


la esperanza de ver una cámara. La única cámara aquí abajo está frente a la
pared con los grilletes. Al menos se encuentra a seis metros de distancia. Su
mano arremete y se envuelve alrededor de mi camisa, luego tira de mí hacia
adelante, colocándonos cara a cara. Mi piel hormiguea, y la rabia circula en mis
venas.

—No me asustas, y tampoco él lo hace. No tengo un problema contigo.


Tengo un problema con las personas egoístas que aspiran a conseguir lo que
quieren. Para evitar tener que luchar.

—¿Piensas que no estoy peleando? —protesto, sintiendo que mi cuerpo


pequeño se llena con la lucha que me acusa de no tener.

—No conoces el significado de esa palabra. Te ha tomado bajo su 165


protección desde el momento que llegaste.

—Entonces, ¿no deberías estar enojada con él?

Se ríe, con amargura. —Las chicas como tú me molestan.

Empuja bruscamente mi cuerpo con tanta fuerza que mis dientes rechinan.
Me retuerzo, pero seamos sinceros; es el doble de mi tamaño y con el doble de
fuerza.

—Las chicas como tú sienten la necesidad de molestar a los demás porque


conocen la existencia poco profunda que realmente tienen. Te hace sentir mejor
—grito en su rostro, torciendo mi cuerpo.

No la veo levantar su puño, pero lo siento. Choca con mi mandíbula, y mi


cabeza se mueve bruscamente hacia un lado. Mi visión se torna borrosa mientras
lucho para no perder el conocimiento. Otro puñetazo fuerte y rompe mandíbulas
me golpea antes que sus dedos me suelten, dejándome caer. Aterrizo sobre el
suelo con un ruido sordo y luego la escucho gritar—: Mierda, salgamos de aquí.
Ahora.

No me levanto. Soy muy capaz de levantarme, pero no lo hago. Ruedo


hacia mi costado, llevo mis rodillas hasta mi pecho, y solo me quedo allí, sintiendo
que un chorrillo de sangre cae de mi labio al suelo. No lloro; ese no es el tipo de
fuerza que quiero que tomen de mí. No se merecen eso.
No merezco esto, pero aquí estoy: sin una sola alma en el mundo que me
defienda, porque la única persona que me importa también está enojada
conmigo.

No sé cuánto tiempo me quedé allí, pero noto que la habitación se


oscurece. Siento a una pequeña criatura arrastrarse por mi brazo, pero no me
muevo. Realmente no tiene ningún sentido. Mientras estoy aquí, pienso en
Número Tres. Me pregunto ¿si ella es más feliz ahora? Me pregunto ¿si su
sacrificio valió la pena? ¿Realmente se salvaba de algo mucho peor que la
muerte? Cierro mis ojos, estabilizando mi respiración entrecortada.

Unas horas después escucho un revuelo arriba, luego oigo la voz de William
de una manera que nunca la he oído antes. Resonante.

—¿Dónde está ella? —grita.

No sé si estoy feliz de que me esté buscando, o enojada porque es su


culpa que esté aquí en primer lugar. Escucho que la puerta de arriba se abre, y
una luz se enciende repentinamente. Momentos más tarde, ahí está, mi caballero
de… mierda, no lo sé… ciertamente no es de brillante armadura. Se arrodilla a mi
lado, y sus ojos se endurecen. Desliza un dedo sobre la sangre seca en mi labio.
Entonces sus nudillos rozan el moretón que sé que ya se encuentra en mi mejilla.
166
—Dame un número —espeta.

Un número. No un nombre. No una persona. Solo un número.

Eso es todo lo que somos: números.

Lo miro. —No.

Su cuerpo se sacude bruscamente. —¿Disculpa?

—William es tu culpa que esté aquí —susurro, empujándolo y moviendo mis


músculos doloridos y así puedo obligarme a levantarme. Se necesitan varios
intentos, pero lo logro.

Me mira, con su cabello oscuro revoloteando alrededor de sus hombros. —


¿Quién hizo esto, Número Trece?

Lo pierdo.

Mi control.

Todo lo que he mantenido unido.

Desaparece.

—Mi nombre NO es Número Trece —grito, revolviendo mi cabello—. Mi


nombre es Emelyn. No sé cuál es mi apellido. Ni siquiera sé cuántos años tengo.
Ahora estoy siendo intimidada, ¿y quieres saber por qué, William? Es por tu culpa.
Porque soy tu mascota. Porque soy a quien follaste —grito.

Se estremece ante mis palabras, pero se las arregla para dar un paso hacia
adelante, curvando su mano suavemente alrededor de mi brazo. —Dame un
número —casi sisea.

—No.

De repente, mi espalda se encuentra contra la pared, y se acerca a mi


rostro. Puedo olerlo, y todo mi cuerpo duele por sentirlo rodeándome nuevamente.

—Preguntaré una vez más; dame un número —espeta, pasando su dedo


por mi labio ensangrentado—. Pagarán por esto.

—¿Por qué debería decirte? —susurro, incapaz de apartar la mirada de sus


labios—. Dejaste muy claro que no significo nada para ti. Dejaste muy claro que
no soy nada más que una amante. No me das nada, William; tomas, pero no das.
Ni siquiera lo siento. —Empiezo a gritar de nuevo—. Me follaste, y fue increíble,
pero no lo sentí porque lo alejaste antes de que pudiera.

—¿Quieres sentirlo? —espeta en mi oído—. Lo sentirás.

Su mano sube, envolviendo mi cabello. Lo tira, causando que mi cabeza


vaya hacia atrás. Entonces sus labios se encuentran sobre los míos, duros y
167
decididos. Corrientes de dolor atraviesan mi mandíbula, pero la lujuria es mucho
mayor que el dolor. Gimo mientras su lengua entra en mi boca, consumiéndome.
Su mano encuentra mi trasero, y lo usa para levantar mi cuerpo y apoyarme de
manera más firme contra la pared. Levanto mis piernas, enganchándolas alrededor
de su cintura.

Retira su boca se de la mía y la baja hasta mi cuello, en donde me muerde.


Gimo, alcanzando y tomando su cabello, tirándolo con fuerza. Gruñe, empujando
sus caderas, haciendo que su erección rígida se roce contra mi núcleo. Mi cuerpo
se estremece por la necesidad, y clavo mis uñas en su cabeza. Hace un ruido, y
sus dedos tocan mi trasero mientras me permite saber que siente todo lo que le
hago.

Sus dedos se deslizan por mis bragas, y sin esfuerzo las arranca. Levanta
mi vestido y sus dedos encuentran su pantalón. Lo baja, liberándose. Un bajo
gemido escapa de mi garganta y coincide con su gruñido áspero cuando presiona
su erección contra mi entrada empapada. Sé que estoy lista para él. Ahora no hay
nada que pueda detener mi deseo. Especialmente cuando me encaja en su polla,
deslizándose lentamente en mi interior.

—William —jadeo.
Su mano sube a mi cabello y presiona mi espalda con más fuerza contra la
pared hasta que puedo sentir que empieza a arder mientras comienza sus
empujes penetrantes y profundos. Tiro de su cabello más fuerte, y sisea, bajando
su boca para encontrar mis pezones. Los pellizca, provocando una pequeña
sensación de dolor que atraviesa de mi pecho. Aprieto mis piernas a su alrededor
mientras siento la calidez familiar difundiéndose a través de mi cuerpo.

De repente, sale de mí, haciéndome gritar. Sostiene mi cuerpo contra la


pared, mientras que poco a poco se agacha.

Cuando tiene su cabeza entre mis piernas, se levanta, deslizándome por la


pared. Su rostro se encuentra justo entre mis piernas, y saca su lengua,
deslizándola en mi clítoris con fuerza. Grito; no puedo evitarlo. Enredo mis dedos
en su cabello mientras mueve su boca sobre mí, penetrando profundamente,
saciándose de mi sexo. Chupa hasta que tengo un orgasmo estremecedor a su
alrededor, entonces me baja y me da la vuelta, presionando mi rostro contra la
pared.

Arrastra sus dedos por mi columna. Llega hasta mi trasero, y me da una


palmada suave. Gimo y me empujo hacia atrás, queriendo más de él. Se apodera
de mis manos, elevándolas por encima de mi cabeza y colocándolas sobre la
pared, luego envuelve sus brazos a mí alrededor, empujándome en su contra y 168
colocando sus manos sobre mis pechos.

Entonces está dentro de mí otra vez.

Es diferente desde este ángulo, pero el placer es igual de fuerte. Presiono


mi frente en la pared, y me estremezco cuando sus labios bajan y pasan por mis
hombros mientras su mano se aferra a mi cadera, usándola para conducir sus
embestidas profundas y penetrantes. Siento que otro orgasmo crece de nuevo.
Mis rodillas tiemblan, mi cuerpo se tensa y gimo su nombre.

Luego, habla—: Dame. Un. Número.

Su voz es ronca y llena de lujuria. Me estremezco, pero lo ignoro. Estoy tan


cerca. Dios, tan cerca.

Se detiene.

Lloro. —William, por favor.

Mi orgasmo desaparece, y poco a poco comienza a moverse de nuevo,


construyéndolo otra vez.

—Dame un número —me ordena al oído, deslizando sus dedos para


pellizcar uno de mis pezones.

—William —ruego—. Estoy cerca.


Se detiene de nuevo.

—Un número, o no te correrás —espeta.

Me muerdo el labio; no puedo darle eso. Empuja de nuevo, solo que esta
vez encuentra mi clítoris, y lo aprieta entre su dedo pulgar y el índice. Jadeo, y
dejo caer mi cabeza hacia atrás, sintiendo que mi cabello cae por mi espalda.
Entierra su rostro en mi cuello, y espeta—: ¿Quieres correrte? Dame un número.

De nuevo estoy tan cerca. Lo necesito. Necesito sentirme cuando exploto a


su alrededor. Cuando retuerce mi clítoris con sus dedos, no me puedo contener.

—N… n… número Doce y Uno —le digo, luego grito—. Oh Dios, voy a…
oh…

—Sí —espeta, empujando sus caderas con más fuerza.

Me corro con tanta fuerza que mis rodillas se doblan. William envuelve sus
brazos alrededor de mi cintura, sosteniéndome mientras sigue empujando su polla.
Un momento después, escucho sus gruñidos cuando se corre con fuerza dentro
de mí, latiendo y temblando hasta que los dos nos hallamos totalmente aliviados.
Luego sale de mí, y me gira, presionando mi espalda contra la pared. Sus manos
se levantan y acunan mi rostro.

—¿Sentiste eso, frumusete? —murmura, mirando mis labios.


169
—Sí —respiro.

Nuevamente pasa sus dedos por mi mandíbula, y veo su aprobación. —Ve


a tu habitación. Te llamaré pronto. Tengo que lidiar con esto ahora.

—Se encontraban celosas —le digo, dándole mis mejores ojos suplicantes—
. Tú me entregabas una parte de ti que ellas no recibían.

Se inclina más cerca. —Tienen un techo sobre sus cabezas, comida en sus
estómagos y una cama para dormir cada noche. Eso es más de lo que nunca
antes tuvieron. Soy el único que manda en esta casa; ellas no. Ve a tu habitación.

Asiento, sabiendo que nada de lo que pueda decir lo hará cambiar de


opinión. Dirige su dedo hacia abajo y luego ahueca mi mandíbula. —Eso fue
increíble.

Me sonrojo, y sonrío.

—Buen día, William.

Me sonríe, y mi corazón palpita con fuerza. He visto muchas cosas de


William, pero nunca una sonrisa franca.

Es... devastadora.

Tiene hoyuelos. Hermosos y grandes.


—Buen día, frumusete.

170
26
William
Traducido por astrea75

Corregido por ValeV

―¿Ustedes deciden impartir un castigo por su cuenta a alguien en mi


casa? ―espeto, caminando delante de Número Uno y Número Once.

No dicen nada.

No hay nada que decir.

―Número Once pensaba que ahora lo sabrías mejor. Le ofrecí a Número


Trece tu castigo y te dejó escapar, ¿y así es como se lo retribuyes?
¿Golpeándola? Eso es intimidación, Número Once, y yo no tolero a los
171
bravucones. Serás castigada por tus acciones, y esto continuará hasta que
aprendas.
Ella baja su cabeza, apretando su mandíbula.

―George ―digo con rudeza, y aparece en mi visión, con sus brazos


cruzados.

―¿Sí señor?

―Número Once debe ser tratada de la misma manera que trató a una de
las suyas. Llévala al sótano y dale veinte latigazos. Luego durante la siguiente
semana hará lo que demande Número Trece. Si desobedece a Número Trece,
será castigada de peor forma.

Número Once repentinamente levanta su cabeza. ―No voy a escuchar a


esa perra.

―Dale treinta latigazos ―digo, sin mirarla.

―¡Eres un hijo de puta! ―grita.

Me giro hacia ella, avanzando abruptamente y envolviendo mi mano


alrededor de su hombro. ―Continuaré con estos castigos, haciendo lo que tenga
que hacer, hasta que aprendas que no es, ni será nunca tu lugar, colocar tus
manos sobre otra persona y lastimarla. Especialmente a una persona que no ha
hecho nada para merecerlo. Ése es un acto de cobardía.

Aparta su cuerpo del mío, y mira al suelo otra vez.

―Número Uno no golpeó a Número Trece, por lo que recibirá solo diez
latigazos por estar presente. Ella podrá volver, pero tomará todos los deberes de
la cocina esta noche, así como los de la lavandería. Diles a las chicas que tienen
una noche libre.

―Sí señor.

Me doy da vuelta y me alejo. Cuando llego a la puerta, me giro para


enfrentar a las chicas. ―Aprenderán que nada se me escapa en esta casa, y si
desean permanecer en ella, en lugar de regresar a la vida que llevaban antes de
esto, entonces obedecerán cada orden que les dé hasta el momento que puedan
establecer sus propias vidas. Yo soy todo lo que tienen en este momento; no
olviden eso.

172

Número Trece
―Por favor déjame ir ―grito mientras sus dedos recorren mis muslos―.
Ella está sola ahí fuera, por favor.
―Silencio, no tenemos mucho tiempo antes de que tu mamá se encuentre
en casa.
―¡Lanthie! ―grito por debajo de él―. ¡Lanthie!

No puedo oírla. No puedo escuchar nada, no por un largo momento. Todo


lo que puedo oír es su respiración mientras trata de frotarse en mi contra,
dejándolo llegar un poco más lejos que la última vez. El vómito se eleva por mi
garganta, pero es sobre todo debido al pánico. Mi hermanita se encuentra por ahí
sola, en el patio… el patio con un balcón que siempre está escalando.
―¡Lanthie! ―lloro otra vez.

―Cállate, puta ―susurra, abofeteando mi rostro con tanta fuerza que


grito. Las lágrimas se escapan de mis ojos cuando presiona su mano sobre mi
boca, mientras su otra mano da un tirón a mi cabello, haciendo que mi cabeza
arda.
Entonces lo oigo.
Y nunca olvidaré el sonido.
El pequeño grito de mi hermanita escuchándose cada vez más distante
hasta que se detiene abruptamente. Entonces los oigo gritar, a todos ellos,
gritando para llamar a emergencias.
Me despierto con un alarido, aferrándome a las mantas cuando el sueño
me asalta. Me caigo de la cama, desorientada. Corro hacia la nada, estrellándome
contra una pared, lo que me impulsa rápidamente hacia atrás hasta que aterrizo
sobre el suelo con un ruido sordo. Ojos azules, cabello rubio y una sonrisa que
iluminaba la habitación. Lanthie. Mi hermanita. La hermanita que murió por mi
culpa.

Mis gritos se vuelven frenéticos, y araño el suelo, moviendo mi cabeza de


un lado a otro mientas mi mente da vueltas con el recuerdo de mi vida antes de
esto. La luz se enciende, y de repente soy acogida por un conjunto de brazos
fuertes y duros. William. Me lleva por el pasillo rápidamente, con urgencia, hasta
que llega a su habitación, entonces me baja, arrodillándose frente a mí. 173
―Silencio, belleza. ¿Qué está mal?

―Lanthie ―lloro―. Yo la maté. Todo es mi culpa. No luché lo suficiente. No


lo detuve.

―No ―dice con voz áspera, tirando de mí en sus brazos, meciéndome


hacia adelante y hacia atrás.

―No era más que una niña ―sollozo, sintiendo el ruido de mis dientes al
chocar mientras estoy a centímetros de un colapso total.

―No fue tu culpa. También eras solo una niña.

―No era más que un bebé ―grito, golpeando mis diminutos puños contra
su pecho.

―Shhh ―me calma, sosteniéndome con más fuerza, exprimiendo el aire de


mis pulmones.

―Está m… m… muerta, por mi culpa.

―No ―murmura de nuevo―. Está muerta porque tenían una madre


descuidada. Está muerta porque tenían un monstruo en sus vidas. Emelyn ella vivió
tanto tiempo por ti. Porque tú la protegiste.

―William ¿cómo pude haberla olvidado? ―gimo―. Incluso por solo un


segundo.
―Cariño nunca la olvidaste. Solo la colocaste en un lugar seguro por un
tiempo.

Las lágrimas escapan de mis ojos cuando los aprieto fuertemente.


―Llévame con ella. Prométeme que me llevarás con ella.

―Lo prometo ―susurra en mi oído.

―¿El resto de mis recuerdos van a doler tanto como éste?

No contesta por un largo rato. Cuando lo hace, su voz es suave. ―Nada


puede doler más que la pérdida de la única cosa por la que siempre luchaste.

Me le acerco aún más, escuchando el latido de su corazón en mi oído.

Tiene razón.

Nada puede doler más que eso.

174
27
Número Trece
Traducido por CJ Alex

Corregido por MadHatter

Con el pasar de los días el recordar a Lanthie no se ha hecho más fácil,


pero estoy aprendiendo a respirar a través del dolor. Sé que la culpa que me
embarga no va a desaparecer fácilmente, pero William la apacigua. Él alivia mi
dolor. Hace que sea mejor. Más fácil. Cada vez que pasa sus dedos por encima
de mi cuerpo, cada vez que me besa, cada vez que me hace el amor, hace que
duela un poco menos. Me está dando una razón para salvarme.

Número Once ha sido mi "esclava" durante los últimos días, y no ha sido 175
fácil. No quiero decirle qué hacer, no quiero darle ese tipo de vergüenza, pero
William no me dio otra opción. Acabo de hacer que me eche una mano, y
lentamente ha dejado de mirarme fijamente como si quisiera golpearme. Es un
poco extraño, pero creo que ha ayudado a formar nuestra relación.

—Es hora de ver películas —sonríe Número Siete, entrando en la habitación


para su habitual baño nocturno.

Mi estómago se retuerce con alegría y mi cuerpo se entusiasma. Disfruto


de la noche de películas, y gozo de los sentimientos que vienen con ella.

—No puedo esperar —sonrío radiantemente.

—Las chicas están discutiendo sobre la película que veremos, yo voto


por Top Gun, pero ellas quieren A Walk To Remember.

—Ugh —digo, arrugando mi nariz—. Ya hemos visto A Walk To Remember,


no la quiero ver de nuevo. Me hace llorar.

—Lo mismo digo —dice, dejando caer la toalla en el baño y cambiándose.

Las chicas han ido mejorando con cada día que pasa. Pasamos tiempo
interactuando, hablando de la vida en general y pasando el rato. Hay un vínculo
creciendo entre todas nosotras, a pesar de que las cosas han sido un poco
difíciles. William interactúa más con nosotras, y todas estamos progresando de
maneras que nunca creí posibles. Nunca pensé que él sería la razón por la que
empezamos a respirar con más facilidad.

—Bueno, vamos a ponernos manos a la obra, ya tienen las palomitas de


maíz.

Mi estómago gruñe y me coloco de pie, siguiéndola al exterior y por los


pasillos. Cuando entramos a la gran sala de estar, las chicas acababan de
presionar reproducir en la película de Top Gun. Suspiro con alivio y voy a
sentarme al lado de Número Doce. Me da una pequeña sonrisa, y me lanza una
almohada para que la coloque en mi regazo. Me acurruco y siento que sonrío
mientras comienza la película.

—Tom Cruise es tan ardiente —suspira Número Dos.

Arrugo mi nariz. —En esta película lo es, no estoy tan segura de ninguna
de las otras.

Se ríe entre dientes. —Tiene esa apariencia, ya sabes…

—¿Cuál apariencia?

—La apariencia de “o lo amas o lo odias”.

Asiento. —Eso es cierto. Estoy indecisa. 176


Se ríe y toma un puñado de palomitas. Me pasa el cuenco y agarro un
puñado para mí antes de pasarlo.

—¿Top Gun?

Todas escuchamos la voz de William y giramos para verlo apoyado contra


el marco de la puerta, mirándonos fijamente. Usa un pantalón de ejercicio de
color gris claro y una camiseta negra apretada que se aferra a su pecho de una
manera que define todos sus músculos. Su cabello largo y espeso lo tiene atado
en el cuello, mostrándonos la perfección de su mentón.

—¿Te nos unes? —pregunta Número Cuatro, con ojos esperanzados.

—Oh, no, solamente pasaba por aquí —dice, haciendo un movimiento con
su mano.

—¿Por favor, Maestro William? —ruega Número Nueve.

—William —la corrige.

Encuentra mi mirada y me sonrojo, pero le doy la mejor expresión


esperanzada que puedo reunir. Una pequeña sonrisa tira de sus labios, y suspira.
—Supongo que mis planes pueden esperar.
Todas las chicas ríen mientras entra y se coloca entre Número Doce y yo.
Se inclina hacia atrás, y luego extiende su mano para agarrar un puñado de
palomitas de maíz.

—Solía amar esta película —dice.

—¿Solías? —pregunta Número Diez.

Se ríe entre dientes. —Todavía lo hago, es solo que ha pasado algún


tiempo.

Todas las chicas parecen adaptarse a su presencia, y no puedo evitar


sonreír cuando su mano se desliza y agarra la mía, colocándola en su regazo.
Número Doce baja su mirada hacia ella, pero no dice nada.

Es bueno tenerlo aquí, y nadie va a arruinar eso.

177
Número Trece
Bajo la cuchilla sobre mi piel, deseando que todo termine. Todo lo que
puedo observar es el rostro de Lanthie la última vez que la vi. Ella sonreía; sus
hermosos rizos rubios rebotando alrededor de su pequeño cuerpo. Era tan
inocente, tan libre. Presiono la cuchilla con más fuerza, hasta que la sangre sale
desbordándose. Es la única manera de aliviar el dolor.
No puedo continuar viendo su rostro cada noche cuando duermo.
Esto está destruyéndome.
Cierro mis ojos y me hago un ovillo. La sangre se acumula alrededor de mi
rostro en donde mis manos se encuentran, siento que el dolor ardiente en mis
muñecas empieza a aliviarse mientras mi cuerpo se vuelve ligero y mi mente
empieza a apagarse. Esta es la mejor manera; es la única manera. Nadie me
puede hacer daño si no estoy aquí.
—¡Emelyn!
Escucho la voz de mi madre, pero no grito su nombre o la llamo. Intentará
salvarme, tratará de decir que es su culpa y no la mía. Está equivocada; es mi
culpa. Debería haber luchado con más fuerza, debería haber intentado vencerlo.
Ahora ya no me puede salvar.
No quiero ser salvada.

Me levanto con lágrimas en mis ojos; mi cuerpo se encuentra cubierto con


una fina capa de sudor. Los sueños no se están volviendo más fáciles a medida
que los días pasan. Cuanto más duermo, más recuerdo. No quiero recordar, estoy
cansada de revivir un pasado que solamente perseguirá todo lo que hago por el
resto de mi vida. Así no es como quiero vivir en estos momentos, William me está
enseñando eso.

Saco mis piernas de la cama, decidiendo ir con él. A veces, durante la


noche, me deja acurrucarme a su lado y dormir. He empezado a desear ese
consuelo. Camino en puntillas por el pasillo y giro a la izquierda, en dirección a la
habitación de William. Doy vuelta en una esquina cuando lo veo con Número Diez.
Ella está llorando, y la mano de él se encuentra apoyada sobre su hombro. Me
detengo y doy un paso hacia atrás, escuchando mientras habla con ella.

—Número Diez tu pasado no te define. Solo tú puedes escoger lo que te


hace ser tú. Aquí él no puede herirte, nadie puede hacerlo.
178
—Me siento tan sucia —solloza. —No importa lo que haga, no puedo borrar
mis recuerdos.

—Pero puedes ser más fuerte que ellos —la incita.

—No sé cómo, William.

—Con fuerza, con fe, con confianza. Aprenderás a aceptar lo que sucedió
en tu pasado, y aprenderás a luchar en su contra para convertirte en una mejor
persona. Esa chica, ya no eres tú.

—Gracias —murmura, levantando su rostro empapado de lágrimas para


mirarlo.

Acaricia su mejilla. —Estoy aquí para apoyarlas a todas, si me das tu


confianza, no te decepcionaré.

Mi pecho se hincha con una emoción tan intensa, y mi garganta se aprieta.


La ayuda para que crea que es más de lo que en qué la convirtió su pasado. Le
está enseñando que es lo suficientemente fuerte como para vencerlo. Lo adoro
por eso. Se gira y me ve de pie en el pasillo, y sus ojos se suavizan.

—Número Trece —dice calmadamente—. ¿Te encuentras bien?

—Simplemente… tuve una pesadilla y daba un paseo.


Sonríe. —Sabes, Número Diez también tuvo una pesadilla. Chicas, ¿tal vez
les gustaría acompañarme al balcón a tomar un poco de té?

Lo adoro incluso más en este momento.

—Me gusta esa idea —sonrió.

—A mí también —susurra Número Diez, sonriéndome débilmente.

William se acerca, toma mi mano y pasa su pulgar sobre mi palma. Me mira


fijamente, dándome una mirada profunda y larga. Luego se gira y le ofrece una
mano a Número Diez. La toma con cansancio y juntos caminamos hacia el balcón
para tomar un poco de té.

Está haciendo que todo sea mejor, un paso a la vez.

179
28
Número Trece
Traducido por AleVi

Corregido por Erienne

—El Maestro William no se encuentra hoy, pero eres más que bienvenida
para disfrutar el día con el resto de las chicas —dice Bill, mientras caminamos por
los pasillos pocos días después de que William y yo pasamos la noche charlando
en el balcón con Número Diez.

—Gracias. —Sonrío débilmente—. Lo haré.

180
Tuve una noche larga y horrible, mis emociones se sienten destrozadas.
Continúo soñando con Lanthie, aunque cada día aprendo a aceptarlo más, aún
lucho para hacerle frente a lo sucedido. Hoy, no tengo ganas de hablar con nadie.
Solo quiero estar sola, así que me dirijo al único lugar en donde sé que podré
tener mi paz, la biblioteca. William y yo coincidimos una gran cantidad de tiempo
en el enorme y cálido espacio. Es nuestro espacio. El único lugar en donde
podemos ser solo William y Emelyn. Me cuenta sobre su vida y allí, sonríe para mí.
Sonrisas reales. Sonrisas despreocupadas. Sonrisas que transforman su rostro.

Cuando llego a la biblioteca doy un paso en el interior, solo para


detenerme abruptamente. Benjamin se encuentra sentado en el sillón, leyendo un
libro, con una pierna cruzada sobre la otra. Su desordenado cabello se curva
alrededor de sus orejas y está usando ropa de entrenamiento; una sudadera,
pantalones que hacen cosas realmente buenas por sus piernas, y calzado
deportivo. Me escucha mientras trato de escabullirme, y levanta su cabeza.

—Emelyn. —Sonríe, grande y brillantemente. Siempre parece feliz de verme.


No estoy muy segura del porqué, realmente no nos conocemos muy bien, pero
sus rasgos se iluminan cuando me encuentro en la habitación.

—Lo siento —digo, retrocediendo pero dándole una pequeña sonrisa—. No


sabía que había alguien aquí.

Se ríe, encogiéndose de hombros. —Está bien, cariño. Entra, siéntate, me


comportaré adecuadamente.
Me muevo con nerviosismo. —¿Sabe William que estás aquí?

Niega con la cabeza. —George sí lo sabe. Veré a Will cuando regrese.


Hazme compañía mientras espero.

No me atrevo. A William no le gustará que pase tiempo con Ben, estoy casi
segura de eso, pero de todas formas me encuentro caminando en su dirección.
Se da cuenta de mi expresión cautelosa y se ríe, palmeando el asiento a su lado.

—Lo juro, no voy a morderte.

Sonrío débilmente y me siento a su lado. Sonríe y me muestra el libro que


sostiene, e inmediatamente me emociono. Está leyendo Matar a un Ruiseñor. Es
un libro que me he encontrado leyendo una y otra vez, fascinada por la brillantez
en la escritura y la historia. Ver a Ben leerlo hace que mi pecho se hinche con
felicidad, y con un cierto sentido de camaradería. Me le acerco más.

—¿Te gusta?

—Atticus es una leyenda. —Sonríe.

Me río quedamente. —Ya sabes, se convirtió en un personaje muy


conocido.

Me giña un ojo. —Puedo ver por qué. 181


—Así que, ¿por qué estás aquí en la biblioteca de William?

Mantiene su mirada en mi rostro. —Me gusta este lugar. Siempre he estado


fascinado por su colección de libros. La mayoría de la gente posee una o dos
cosas, pero Will no. Tiene un poco de todo.

—Es un ser bastante complejo —le digo, mirando los alrededores del
hermoso espacio.

—Ciertamente. Háblame de ti, Emelyn.

Me tenso, y si se da cuenta, no menciona nada. —Realmente no hay nada


que contar.

Inclina la cabeza hacia un lado, sujetándome con esa intensa mirada azul.
Es tan parecido a William, sin embargo, tan completamente diferente. —Me
parece difícil de creer. ¿Qué hay de tu familia?

Si no se da cuenta de que me tenso en esta ocasión, debe haber algo mal


con él. Coloca una mano sobre mi brazo. —¿He dicho algo malo?

Siento que un nudo se forma y se aloja en mi garganta. Recuerdo a


Lanthie, la única familia que he tenido, las lágrimas brotan de mis ojos. Realmente
solo quería pasar un día sin sentir la abrumadora culpa que consume mi cuerpo
diariamente.
—Mierda, Emelyn, lo siento.

Sacudo mi cabeza de lado a lado, pero no puedo detener mis lágrimas.


Ben atrapa una con su dedo, y me gira para que lo enfrente. Su rostro está lleno
de preocupación por mí. —Te he molestado.

—No es tu culpa —me las arreglo para contestar—. Es que... yo...

—¿Qué pasa? —pregunta, tomando una de mis manos. Su consuelo es


agradable. Me calienta de adentro hacia afuera—. Puedes hablar conmigo, o
podemos conversar de otra cosa. Solamente no llores. Odiaría ser el causante de
tus lágrimas.

La urgencia de hablar con él es algo que no he experimentado cuando


pienso en Lanthie. Supongo que contarle a un extraño parece ser la mejor manera
de proceder cuando se lucha contra algo. Son menos críticos y más
comprensivos. Las personas siempre son así cuando no te conocen. He querido
decirle a William acerca de mis sentimientos, pero siento que como ya sabe tanto
de mí no va a comprender.

Por lo tanto, me abro con Ben. —Estoy luchando con la muerte de un


familiar en este momento, y a pesar de que sucedió hace tiempo, me ha estado
molestando últimamente. 182
Inclina su cabeza hacia un lado y me estudia. —¿Quieres contarme sobre
ello?

Las lágrimas pican en mis ojos de nuevo, y pasa su pulgar suavemente


sobre mi mano que ahora reposa sobre la suya.

—No tuve una gran educación. Mi madre era pobre, y siempre consumía
drogas. Nunca le prestó atención a mi hermana, Lanthie, ni a mí. Yo era todo lo
que Lanthie tenía, solamente tenía tres años cuando murió, y siento como si fuera
completamente mi culpa. Me encontraba... atrapada cuando sucedió. No pude
llegar a ella, a pesar de que lo intenté. Subió a nuestro balcón y se precipitó hacia
su muerte. No pude llegar a ella, Ben... yo...

Mi voz se desvanece y empiezo a sollozar. Envuelve sus brazos a mí


alrededor y me acerca más hacia él, calmándome. —Eso no fue tu culpa, Emelyn.
Las cosas suceden en la vida y a veces no podemos controlarlas, no podías
detenerla de trepar ese balcón. No era tu deber hacerlo, era el de tu madre.

—Era mío —lloro—. Sabía que madre no podía hacerlo.

—¿Deliberadamente te mantuviste ocupada?

Me estremezco ante el pensamiento de él reteniéndome. Mi cuerpo


tiembla. —No —susurro, en un sonido roto y desigual.
—Entonces ¿cómo podría ser posible que fuera tu culpa?

—Debería haber luchado con más fuerza. Debería haber hecho todo lo que
pudiera... debería haber…

Presiona un dedo contra mis labios. —Podrías haber hecho de todo, podrías
haber luchado con todo lo que eres, y ella aún podría haberse dirigido al balcón.
O tal vez la hubieras salvado, y se podría haber escapado un día cuando no
estuvieras allí. No es tu culpa, ángel; tienes que creer eso.

—Era solo una niñita. Siempre se encontraba detrás de mí.

—Y no la decepcionaste —susurra

Me tira en sus brazos, pasando su mano por mi cabello. Solo me sostiene


allí por un momento, y ninguno de los dos habla. Es agradable sentir que alguien
más se preocupa, aunque sea por un segundo.

—Gracias, Ben —le susurro, finalmente—. A veces siento como que no


puedo hablar con nadie. Hay tantas cosas que mantengo en mi interior porque
estoy demasiado asustada para abrirme con cualquiera. Siento como que no
tengo a nadie en quien confiar. Así que gracias por permitirme desahogarme.

—Siempre estaré aquí para hablar, Emelyn. Solo tienes que pedírmelo.
183
—Benjamin.

Escucho el alto tono demandante, y salgo de los brazos de Ben para ver a
William de pie en la puerta. Mi corazón salta en mi garganta cuando observo lo
mal que esta situación se puede interpretar. Uno, estoy en los brazos de Ben, y
dos, le confié una parte de mí con mucha facilidad. William no me dirige la mirada
mientras entra, de pie frente a nosotros. Ben se mantiene tranquilo, sonriendo
como si nada hubiese sucedido.

—Solo pasaba por aquí para ver cómo te encontrabas, pero George dijo
que te hallabas fuera. Te esperaba aquí cuando Emelyn apareció.

—Puedo ver eso —espeta William—. Ve a mi oficina, hablaremos allí.

Ben asiente, y se gira hacia mí. —En cualquier momento, Emelyn.


¿Recuerdas?

—Gracias —le susurro, mirando mis pies.

Escucho cómo se aleja, y lentamente me enfrento a William. No me está


mirando; está contemplando por encima de mí algún estante, con una expresión
vacía. Está molesto, sé que lo está y entiendo por qué lo estaría, pero no
comprende que no significó nada. No tengo sentimientos por Ben. Solo buscaba a
un amigo. No siento que pueda pedirle eso a William debido a la situación en la
que nos encontramos.
—¿William? —susurro.

—Número Trece ¿se sintió bien darle ese pedazo de ti misma?

Mi pecho se aprieta debido a la frialdad de su tono.

—Yo no...

Se voltea hacia mí, entrecerrando sus ojos con algo más que solo ira. Sus
hombros se estremecen con cada respiración trabajosa que toma.

—Lo tocabas.

—Solamente me hallaba...

—Te encontrabas en sus brazos.

—No fue...

—Confiaste en él.

—William, por favor...

—Eres mía —grita.

Dejo de hablar, y envuelvo mis brazos a mí alrededor. —Te sientes


traicionado, entiendo eso, pero estás exagerando...

—¿Traicionado? —me interrumpe—. Me siento más que traicionado. He


184
hecho todo lo que está en mis manos por ti, Número Trece, y te está tomando
demasiado el que te entregues a mí, sin embargo, te entregas a él en un minuto,
como si lo conocieras de toda la vida.

—Lo estás entendiendo mal.

—Entonces ¿cómo tengo que interpretarlo? —susurra, con su voz


temblando por la rabia—. ¿Qué pensaste que podría hacer por ti que yo no
pudiera? ¿Crees que solucionaría esto? ¿Qué lo haría mejor? ¿Crees que yo no
puedo darte ese consuelo? Si te sentías mal, entonces deberías haber venido a
mí.

—No hacía nada malo —lloro—. Entiendo que te sientas herido, pero no
rompí ninguna regla.

Sacude su cabeza, luego saca algo de su bolsillo. Lo reconozco como un


teléfono. Lo abre y lo presiona en su oreja.

—George —ordena—. Biblioteca, ahora.

Siento que mi cuerpo se tensa y lo miro fijamente. —¿Qué estás haciendo?

No me contesta; se queda observando a la nada. Un momento después


George entra en la habitación, y se detiene en la puerta. —Sí señor.
—Toma a Número Trece. Debe ser encadenada al sótano. Hoy se quedará
sin recompensas. Se sentará ahí hasta que admita lo que ha hecho. No le des
comida. Ni agua. Deja las luces apagadas. Si insiste en afirmar que se siente sola,
entonces dejaremos que se sienta precisamente de esa manera. Sola.

—¿Qué? —lloro, sacudiendo mi cabeza y retrocediendo—. William, no hice


nada malo.

—Llévatela, ahora —espeta William.

—¿Estás castigándome? —grito, resistiéndome mientras George toma mis


brazos—. ¿Por qué? ¿Por tener un amigo? ¿Qué pasa con todo lo que hemos
compartido?

—Es por todo lo que hemos compartido que estoy haciendo esto —dice
con rudeza.

—Estás celoso —exclamo—. Te encuentras celoso porque hablé con él.


Estás celoso porque te sientes traicionado. Castígame tú, ¡hijo de puta!

—Llévatela ahora, George.

—¿Cómo pudiste hacerlo? —grito mientras George me saca de la


habitación—. ¿Cómo pudiste?
185
No me contesta, pero mi corazón está roto. Me está castigando. Creí que
compartíamos algo especial; pensaba que teníamos algo que se encontraba más
allá de lo que compartía con las demás, pero me hallaba equivocada. Cuando se
llega a la parte blanca y negra, sigo siendo solo un número.

Un número vacío y sin sentido.

Número Trece
Está tan oscuro aquí abajo, ahora ha anochecido y la casa se ha hecho
más silenciosa. No puedo escuchar nada más que el sonido de mi propia
respiración. Me abandonó aquí. Simplemente me envió a este lugar, sin darme la
oportunidad de explicarle. Se encontraba enojado; entiendo eso. Si tan solo me
hubiese escuchado, entonces habría entendido que se hallaba equivocado. Sé
que me abrí a Ben por un momento, pero ¿qué espera? Me ha hecho daño, me
ha ocultado cosas, me ha castigado.
Cierro mis ojos, intentando que el sueño me lleve, pero no tengo suerte.
No puedo caer en la inconsciencia cuando me encuentro encadenada a esta
pared. Si hubiera hecho algo mal, podría haberlo reconocido y pedir disculpas,
pero ese no fue el caso. Eso es a lo que se reduce. Hablé con un amigo; me dejé
llevar por un pequeño momento, pero eso no es un crimen. Sin embargo no voy a
llorar. No puedo. Me llenan tantas emociones que llorar solo causaría que me
rompa todavía más.

Dejo caer mi cabeza, y finalmente, me quedo dormida.

186
29
William
Traducido por Gasper Black

Corregido por Yani

Paseo por la habitación, con mi pecho apretado con ira. Si soy honesto
conmigo mismo, admitiré que siento más que solo dolor. Me siento traicionado. Le
dio a Benjamin una parte de sí misma. Lo dejó entrar; dejó que la abrazara. Me he
esforzado mucho para ganarme ese tipo de confianza. Me he esforzado mucho
para demostrarle que las personas buenas son recompensadas y las malas son
castigadas, ¿y a él solo le basta entrar en la habitación para que le dé todo?

Duele. 187
Paso mis dedos por mi cabello, gruñendo. Hice lo correcto castigándola; lo
hice. Debe entender que soy la única persona a la que puede acudir. Necesita
entender que puedo ser su todo. Se abrió a un extraño, dejó que la ayudara
cuando a mí no me lo permitía. Esta es mi casa; sabe cuán protector soy con las
chicas. Con ella. No tenía derecho a...

Mi cuerpo tensa. Mi mente da vueltas.

Caigo de rodillas, sujetando mi cabeza. ¿No tenía derecho a qué? ¿A tener


un amigo? ¿A expresar su dolor? La estoy castigando por sentir. ¿Qué clase de
persona hace eso?

Estoy equivocado. Sé que lo estoy. Intento de todas formas convencerme


que no es así, pero lo estoy. Soy la única cosa que nunca quise ser, un bravucón.
La encerré en el sótano, desestimé sus sentimientos y solo pensé en los míos. Me
coloco de pie, con mi corazón latiendo con fuerza. La decepcioné. Cometí un
error.
Salgo corriendo de la habitación.
Número Trece
Siento unas manos sobre las mías, liberándome. Luego un par de brazos
fuertes me levantan. Me despierto e inhalo, y de inmediato sé con quién me
encuentro. Vino a buscarme. Una sensación inunda en mi pecho; no sé lo que es,
pero es fuerte. Siento que sube rápidamente por las escaleras antes de
apresurarse por los pasillos. Trato de verlo, pero la luz es demasiado brillante, y
quema mis ojos cuando intento abrirlos.

—¿William? —susurro.

—Lo siento, Emelyn —murmura.

Me lleva hasta el baño, y suavemente me coloca sobre suelo. Escucho el

188
sonido de una llave siendo abierta, y finalmente logro enfocar mi visión lo
suficiente como para verlo sentado sobre el borde de la bañera, solo mirando
hacia el agua. Se encuentra avergonzado; puedo verlo en su expresión. Aprieta su
mandíbula, forma puños con las manos, y su cuerpo se encuentra tenso. Me
arrodillo y me le acerco.

Coloco mi mano sobre su pierna y se estremece.

No sé qué puedo decirle porque también estoy herida. Me encuentro


lastimada porque me rechazó tan fácilmente, sin embargo al mismo tiempo, estoy
tan llena de emociones porque regresó por mí. Detuvo mi castigo; fue en contra
de todo lo que conoce porque sabe que hizo mal. Eso es algo que un hombre
como William no hace fácilmente. Así que sé lo que está sintiendo.

—Está bien —susurro.

—Cometí un error —dice, con voz vacía.

—Yo también.

Se gira hacia mí, y su expresión feroz. —Confiaste en alguien, tenías todo


el derecho de hacerlo. Yo no tenía el derecho de castigarte por eso.

—William cometiste un error.

—Lo arruiné —grita, sujetando los costados de su cabeza—. Estoy aquí para
hacer algo, y he fallado.
Me levanto sobre mis rodillas, acercándome para tomar su rostro. —No has
fallado.

Me mira, acariciando con un dedo mis mejillas. —Lo siento.

Me acerco más, presionando mis labios contra los suyos. Hace un sonido
estrangulado y toma mi rostro entre sus manos, profundizando el beso. Luego se
retira y cierra la llave del agua antes de tomar mi camiseta, y levantarla
suavemente sobre mi cabeza. Se lo permito. Sé que necesita esto. Cuanto más
pienso en ello, incluso creo que yo lo necesito.

Mi pantalón es el siguiente, y entonces me levanta en sus brazos y me


sumerge en el agua caliente que tiene un olor dulce.

La calidez me rodea, y me encuentro gimiendo mientras de repente se


alivia el dolor de mi cuerpo. William me sienta de frente, y presiona un paño
caliente sobre mi piel, frotándolo hacia arriba y hacia abajo. Gimo de placer y
cierro mis ojos, disfrutando del momento. Lava mi espalda, luego va hacia mi
cuello antes de deslizar el paño sobre mis pechos. Frota un jabón con aroma a
vainilla en mi piel. Me giro hacia él, encontrando su mirada.

—Por favor, entra conmigo.

Niega con un gesto, sin dejar de limpiarme y acariciarme. 189


—William —exhalo—. Por favor.

—Silencio —murmura.

Pasa el paño sobre mis pechos otra vez antes de deslizarlo hacia abajo,
entre mis piernas. El placer me recorre, y extiendo mis muslos. Levanta sus ojos
hacia los míos, un poco sorprendido, pero también totalmente excitado. Sus labios
se separan ligeramente, y su mirada se desplaza hacia mis muslos entreabiertos.
Me arriesgo, sujetando su mano, y deslizando sus dedos entre mis piernas. El
agua caliente que fluye alrededor de mi sexo solo aumenta mi excitación.

—Al naibii de perfecta —sisea. Tan jodidamente perfecta.

—¿Q... qué significa eso? —jadeo mientras sus dedos se deslizan por mi
carne.

—Tan jodidamente perfecta.

—Me refiero al idioma —jadeo mientras inserta un largo dedo en mi sexo.

—Rumano —dice con brusquedad.

Oh. Eso explica sus deslumbrantes miradas oscuras.

—William —gimo mientras saca su dedo y luego lo desliza nuevamente en


mi interior.
Se inclina, presionando sus labios en el lóbulo de mi oreja y chupa
suavemente. —Nena —murmura.

Nena.
Mi corazón palpita con fuerza.

Sus dedos se inclinan hacia arriba, encontrando ese punto ideal, y mi


cuerpo se arquea sobre el agua mientras recorre con las yemas de sus dedos mis
nervios sensibles. Aprieto alrededor de sus dedos, sintiéndome más y más cerca
de la liberación. Cuando su pulgar encuentra mi clítoris y lo frota suavemente,
exploto. Mi cuerpo se sumerge en el agua, y se apresura a sostenerme mientras
grito su nombre y tiemblo hasta que todo el placer me ha sido arrebatado.

Entonces William me toma en sus brazos. Me levanta de la bañera y


envuelve una toalla alrededor de mi cuerpo antes de llevarnos a su cama. El
colchón se siente suave y cálido contra mi espalda cuando me acuesta. Abre la
toalla, mirándome fijamente, con sus ojos llenos de deseo y poder. Desliza un
dedo sobre mi vientre y suavemente roza mi clítoris aún sensible, entonces levanta
su mirada hacia mí.

—Acuéstate a mi lado —susurro—. Déjame sentirte.

Duda durante un momento, pero sube a la cama y se recuesta a mi lado. 190


Me coloco de lado, presionando mis pechos contra el suyo mientras lo abrazo,
acariciando con mis dedos su espalda, de arriba hacia abajo. Sujeto su camisa, y
me permite levantarla sobre su cabeza. Se quita el pantalón rápidamente, y luego
se acuesta a mi lado otra vez. Me inclino hacia adelante, presionando mi rostro
contra su pecho e inhalo. Nunca quiero olvidar cómo huele.

Coloco mi mano sobre su costado, y lo acaricio. Alcanzo sus caderas y


deslizo mis dedos sobre su piel, amando su suavidad. Puedo sentirlo, duro y
palpitante contra mi vientre. Quiero darle algo. Quiero probarlo.

Lamo mis labios y lo miro. Me está mirando, su expresión contraída por el


deseo. Decido tomar la oportunidad, y bajo mi cuerpo lentamente.

—Emelyn —dice con aspereza.

—Quiero hacerlo —exhalo, presionando un beso en su estómago,


disfrutando de la forma en que sus músculos se contraen bajo mis labios.

Entonces voy más bajo.

Siento su erección deslizarse contra de mi mejilla, y todo mi cuerpo se


estremece. Giro mi cabeza, sintiendo la suave piel deslizarse contra la mía. Es
agradable. Levanto mi mano y la curvo alrededor de la palpitante y dura longitud.
Gime, y no puedo evitar la sonrisa tonta que aparece en mi rostro. Bajo más mi
cabeza, saco la lengua y lamo su corona. Toma una profunda respiración
entrecortada, y hace puños con sus manos sobre las sábanas.

—Emelyn —gime.

Separo mis labios, y deslizo mi boca sobre él. Sus caderas se sacuden, y
su respiración es entrecortada. Mi corazón late con fuerza mientras deslizo mi
boca hacia arriba y hacia abajo, no del todo segura de lo que estoy haciendo.
Estiro una mano, y la envuelvo alrededor de la base, acariciando suavemente pero
con firmeza. Por los sonidos que salen de la boca de William, supongo que lo
estoy haciendo bien. Así que continúo.

Acerca sus dedos y los enreda en mi cabello, usándolos para controlar mi


succión. Mi ingle se aprieta mientras continúo trabajándolo, cubriéndolo con mi
saliva. Me atrevo a ser diferente, y deslizo mi mano hacia abajo y tomo el paquete
pesado y suave que se encuentra debajo de su pene. En el momento en que le
doy un pequeño apretón, su cuerpo se tensa y grita mi nombre.

—Emelyn —gime—. Para, nena, voy a... oh, Dios... correrme...

Sus palabras me hacen temblar de necesidad, y sé que no quiero alejarme.


Quiero sentirlo; quiero probarlo de la forma en la que él me ha probado. Sigo
chupando, continúo rodándolo en mi palma, y apretando su eje. Su espalda se 191
arquea y sus gemidos se hacen guturales cuando siento que comienza a
apretarse en mi boca. Todo su pene crece, y luego, segundos después, estalla.

Su orgasmo golpea mi lengua en un chorro fuerte. Lo trago, gimiendo con


total satisfacción mientras continúa liberándose. Sus gruñidos de placer son
suficientes como para que desee hacer esto para siempre y nunca detenerme.
Sale suavemente de mi boca y me sujeta por debajo de mis brazos, levantándome
y colocándome sobre su cuerpo. Escondo mi rostro en su cuello y lo respiro.
Acaricia mi cabello con sus dedos.

—Emelyn no puedo comenzar a decirte cuánto lo siento.

Cierro mis ojos, acercándome más. —Está bien —susurro—. Cometiste un


error William, y lo aceptaste. Todo está bien.

—Dejé que mis celos me dominaran. Actué antes de pensar. Me


equivoqué, Belleza...

Beso su cuello y se estremece. —Se ha terminado.

Hace un ruido sordo que siento irradiar a través de mi cuerpo. Luego


continúa acariciando mi cabello durante largos minutos antes de murmurar—:
Tienes que irte y descansar un poco.

Asiento contra su pecho. —Sí señor.


Se ríe en voz baja, y me ayuda a salir de la cama. Nos vestimos juntos,
simplemente mirándonos el uno al otro. Cuando llego a la puerta, se inclina y me
besa suavemente antes de verme desaparecer por el pasillo.

Si no fuera solo un número, si no fuera solo una chica dañada, si no fuera


prisionera de mis propios recuerdos, diría que ese momento se sintió tan...

Normal.

192
30
Número Trece
Traducido por Lune

Corregido por Bibliotecaria70

—¿Por cuánto tiempo crees que nos mantendrá aquí? —pregunta Número
Doce mientras caminamos por el pasillo a la mañana siguiente, nuestros brazos
llenos con ropa para lavar.

—Realmente no lo sé. Ni siquiera creo que él lo sepa. Nos tiene aquí por
cualquier razón, pero ahora mismo no estoy segura que dejarnos ir, se encuentre
en la parte superior de su lista.

—Probablemente no pudo solo haber secuestrado trece chicas. ¿De dónde 193
nos sacó? ¿Crees que tenemos familias que nos buscan?

Sacudo la cabeza. —No, honestamente no. Creo que William nos salvó de
alguna manera.

—Tal vez —dice.

Giramos en la esquina, y nos detenemos de inmediato cuando vemos al


padre de William, Peter. Está de pie junto a la pared, mirándonos con una
expresión dura en su rostro. Entrecierra sus ojos y mira nuestras manos por un
minuto antes de mirar nuevamente nuestros rostros. ¿Nos habrá escuchado? Mi
corazón comienza a palpitar fuertemente. Si supiera lo que William hace aquí,
haría de su vida un verdadero infierno.

—Peter —digo, enderezándome—. ¿Sabe William que estás aquí?

Entrecierra sus ojos de nuevo. Algo no se siente bien.

—¿Cuál es tu nombre, chica?

Miro a Número Doce, y está mirando al suelo nerviosamente.

—Emelyn —digo, tan firmemente como puedo.

—¿Y tú? —espeta.


Número Doce no responde. Sus manos comienzan a temblar, y sé que está
nerviosa.

—Su nombre es Samantha —miento.

—¿Por qué tienen números tatuados en sus manos?

Siento que mi corazón palpita con fuerza. Debió habernos oído. Es la única
razón por la que haría tantas preguntas. Me siento mal del estómago mientras
trato de idear una explicación para los números raros en nuestras manos.
Sorpresivamente, es Número Doce la que habla.

—Fue una broma tonta de cuando éramos más jóvenes.

Peter la mira, luego a mí, y luego a ella de nuevo antes de murmurar—:


Como sea, ¿en dónde se encuentra William?

Mi respiración sale de mi boca en un silbido. No lo sabe. Haría una escena


muy grande si sospechara de nosotras.

—Está en su oficina.

Pasa a nuestro lado sin responder. Dejo caer mis hombros y me giro hacia
Número Doce. —¿Te encuentras bien?

Asiente. —¿Crees que nos escuchó? 194


Suspiro y sacudo mi cabeza. —No lo sé.

—¡Emelyn!

Escucho la voz de Ben y me giro para verlo caminar rápidamente por el


pasillo, con una gran sonrisa en su rostro. No puedo evitar sonreírle. Se detiene
frente a nosotras, sonriendo, su rostro siempre es una máscara de felicidad.

—¿Cómo estás, ángel?

Sonrío. —Me encuentro bien, Ben, gracias.

Dirige sus ojos hacia Número Doce y se suavizan notablemente. —¿Y quién
es esta encantadora dama?

Me giro hacia Número Doce y veo que lo observa fijamente anonadada.


Debe saber que luce exactamente como William; obviamente nunca prestó
atención en la cena. Sus manos tiemblan y sus mejillas se encuentran sonrosadas
mientras lo asimila. Él le sonríe, claramente halagado.

—¿Tienes un nombre, hermosa?

Sus mejillas enrojecen aún más, y parpadea. —Ah, S... Samantha —dice,
copiando el nombre que le acabo de dar a su padre.
—Sam —ronronea—. Hermoso. Soy Ben, el hermano de William. Gemelos,
en caso de que todavía no lo hayas notado.

Ella asiente, colocando un mechón de su cabello color rojo oscuro detrás


de sus orejas. Ben le guiña un ojo, y casi puedo sentir la tensión sexual en el aire.

—De todas formas, me encantaría quedarme con ustedes damas y hablar


un poco, pero tengo que encontrar a Will y hacer negocios. ¿Tal vez luego?

—Luego, Ben. —Sonrío.

—A... adiós —susurra Número Doce.

Le sonríe una vez más, antes de desaparecer alrededor de la esquina. Me


giro hacia ella, incapaz de detener la risita que sale de mi garganta. —Deberías
haber visto tu rostro.

—Nunca me dijiste que William tenía un hermano gemelo.

—No sabía que querías saberlo.

Se sonroja. —Quería saberlo.

Sonrío y engancho mi brazo con el suyo. —Bueno, ahora lo sabes.

195

Número Trece
—Estás enferma —murmura William, retirando mi cabello húmedo de mi
frente.

—Es solo un resfriado —gimo.

Mi cabeza está palpitando. Todo mi cuerpo tiembla y me siento tan


enferma que solo quiero acurrucarme y morir, pero no quiero que William se
preocupe.

—Eso es una mentira —dice, colocándose de pie y sacando su teléfono.

Un momento después le está ordenando a alguien que traiga una sopa,


pastillas para el dolor, y agua. Se gira hacia mí y presiona el reverso de su mano
contra mi mejilla. Frunciendo el ceño, me quita mi sábana.

—William —me quejo.


—Tienes fiebre, no deberías estar realmente caliente, lo hará peor.

—Pero... —comienzo.

Levanta su mano. —Créeme, Belleza. Me aseguraré de que estés bien.

Escucho un suave golpe en la puerta y levanto mi cabeza de la suave


almohada para ver a Número Uno entrando la habitación. Ella me observa, me da
una sonrisa débil, y entonces baja una bandeja. —George me dijo que trajera esto
—dice rápidamente.

—Gracias, Número Uno.

William no la mira mientras habla, pero sí sonríe. Ella asiente y se retira de


la habitación. William levanta la tapa de la bandeja y acerca un plato de sopa,
sentándose al costado de la cama. Le doy una sonrisa temblorosa. Parece extraño
que alguien como William se abriría de esta forma a mí, dejándome ver lo amable
que es por dentro.

—¿Tienes una reserva de sopa de pollo?

Me regala una sonrisa baja bragas. Incluso enferma, quiero acercarme y


besarlo.

—Disfruto la sopa. 196


—¿Sopa de pollo?

Su sonrisa crece. —Bueno, esta semana fue tu semana de suerte.

—¿Y ahora vas a alimentarme? —me río en voz baja.

—Estás enferma. Déjame ayudar.

Sonrío, sintiendo que mis ojos arden. —Creo que nadie me ha cuidado
nunca.

Sus ojos se suavizan y acaricia mi mejilla antes de tomar una cucharada de


sopa y meterla en mi boca. Está salada, tibia y sabe divino. Gimo mientras quema
mi garganta, pero un momento después siento que el dolor en mi cuerpo se
calma mientras el calor lo llena.

—Después de esto, toma una ducha y luego duerme el resto del día. Es lo
mejor que puedes hacer.

Asiento, demasiado cansada para discutir. William termina de alimentarme y


me ayuda a entrar a la ducha, entonces me dice que debe irse para pasar tiempo
con las otras chicas. Esto me llena de calidez, y no puedo evitar amar que se está
tomando un tiempo para pasarlo con las chicas. Necesita construir algo con ellas,
algo que les dé una razón para verlo como algo más que no sea un monstruo.
Con una caricia a mi cabello, y un beso en mi cabeza, se va a hacer
justamente eso.

Número Trece
Observo por la ventana, sonriendo, sintiendo que mi piel hormiguea
mientras veo a William involucrándose en un partido de voleibol en el patio. Todas
las chicas se encuentran ahí afuera, y todas están disfrutando, sonriendo y riendo
mientras juegan. No comenzó de esa manera. Cuando al comienzo las hizo salir,
tenían dudas. Se mantuvieron alejadas, observando, jugando cuidadosamente,
pero sin disfrutar. Entonces lentamente logró convencerlas.

Ahora todas están riendo y divirtiéndose, igual que él. Está usando un par

197
pantalón viejo de correr y una sudadera. Luce tan normal, solo un hombre
disfrutando la compañía de algunas amigas. Están pasándolo bien, claramente
disfrutando poder pasar tiempo con él. No puedo culparlas. Cuando conoces a
William, es asombroso. Es tan complicado y aun así tan amable y cariñoso.

Estoy sonriendo, simplemente mirando por la ventana, llena de analgésicos.

No los veo entrar, pero de repente, están ahí.

Policías. Muchos de ellos.

Deslizo mi silla hacia atrás y presiono mi rostro contra el cristal, veo los
portones abrirse y luego seis autos patinan hasta detenerse. Todas las chicas se
amontonan juntas, y sus manos se entrelazan mientras observan con rostros
pálidos a los policías saliendo rápidamente de los autos. William camina hacia
adelante, y los policías le gritan algo, sacude su cabeza, y repentinamente se
encuentra sobre el suelo, un policía grande se cierne sobre él, tirando sus brazos
detrás de su espalda.

Grito, y salgo corriendo de la habitación.

Me toma cinco minutos enteros salir de la casa, y para el momento en el


que salgo, los policías toman a las chicas, separándolas las unas de las otras y
guiándolas con gentileza hacia los autos. Corro hacia ellas, con mi cabeza
palpitando, y mis oídos pitando. Me siento tan enferma, pero mi pánico es mucho
más grande. Me detengo completamente cuando alcanzo el primer auto, y me
giro hacia un oficial de policía.
—¿Por qué están aquí? —lloro.

El policía mira mi mano, y entonces grita, —Otra. Busquen en la casa —


asegúrense de que no queda ninguna.

—¿Qué? —grito mientras toma mi brazo—. Déjeme ir.

Me empuja hacia un auto, y dirijo mi mirada hacia William. Está boca abajo
contra la tierra, su mirada sobre mí. Mi corazón se rompe, y me deshago de los
brazos del oficial, corriendo en su dirección.

—¡William! —lloro.

—Agárrenla —grita uno de los oficiales de policía—. ¡Ahora!

—¡No! —grito cuando otra mano se envuelve alrededor de mi brazo,


haciéndome retroceder—. William.

William levanta su cabeza, mirándome a los ojos. —Está bien, Belleza. Todo
estará bien. Ve.

—No —lloro, sintiendo que las lágrimas caen por mis mejillas—. No voy a
dejarte.

198
—Está bien —dice de nuevo.

—¡Lo sabía!

Me giro para ver a Peter entrando, su rostro rojo y sus manos apretadas.
Fue él; sabía que había sido su culpa. Ben está detrás de él, con sus ojos abiertos,
y su rostro es una máscara de sorpresa.

—¿Will? —pregunta Ben, cuando se detiene junto al oficial de policía que


retiene a William.

—Te lo dije, Benjamin —espeta Peter—. Sabía que había algo extraño. ¡Está
comprando mujeres y usándolas como esclavas sexuales!

—¡Qué! —grito—. ¡No, no lo está haciendo!

—William —comienza el oficial—, está bajo arresto por el secuestro y asalto


de estas mujeres. No es necesario que diga nada, pero todo lo que diga será
usado en su contra en la corte de justicia.

—¡No! —grito, retorciéndome—. Ben, por favor, lo han entendido mal.

Los ojos de Ben se giran hacia mí, y puedo ver la confusión en ellos. —
¿Sabes por qué estás aquí?

—Yo... yo no... yo... pero... no nos está lastimando, Ben.

Ben mira a William. —Dime que esto no es cierto.


William no dice nada. El oficial me empuja hacia un auto, y mi pánico se
asienta. Peleo, retorciéndome y gritando. Las lágrimas mojan mis mejillas mientras
trato de acercarme a William.

—Por favor —ruego—. No me alejen. Él es todo lo que tengo.

—Señorita, si entra al auto nos aseguraremos de que esté a salvo.

—No —gimo—. Por favor.

—Lo siento, señorita —dice el oficial, abriendo la puerta del auto y


empujándome hacia el asiento vacío.

—¡No! Ben —grito, girándome hacia Ben—. Por favor.

—Lo siento, Emelyn. No puedo hacer nada hasta saber qué está pasando
aquí.

Comienzo a hipar, y me giro hacia William. Me está mirando, su rostro una


máscara de dolor.

—Te amo —susurro mientras el oficial me empuja dentro del auto—. Lo


siento.

199
Me derrumbo sobre el asiento mientras la puerta se cierra. Coloco las
rodillas contra mi pecho y sollozo como loca hasta que siento que el auto
comienza a moverse.

—Está bien —dice el oficial—. Ahora estás a salvo.

Nunca estaré a salvo de nuevo sin él.


31
Número Trece
Traducido por yira patri

Corregido por Erienne

—¿Puede decirme cuál es su nombre? —pregunta el oficial.

Estoy sentada en una sala de interrogatorios, mirando mis manos. Estoy


vacía. No puedo sentir nada. No sé en dónde está William, e ignoro lo que va a
pasar. Todo lo que sé es que me han arrancado de mi mundo, y le están haciendo
daño a la persona que amo.

200
—Emelyn —contesto, en un tono carente de toda emoción.

—¿Y su apellido?

Levanto la mirada y observo fijamente al oficial. Es mayor, con el cabello


canoso y ojos marrones. Me está dando una expresión amable, y hasta ahora lo
ha sido, pero no entiende qué ocurre aquí. ¿Cómo podría hacerlo? Probablemente
tiene una vida sencilla, con un trabajo y una esposa normal. No puede entender lo
complicado.

—No lo sé —murmuro.

—Emelyn ¿sabe por qué no puede recordar?

—No.

—¿Es consciente de la vida que tenía antes de esto?

Lo miro. —Sí. Conozco mi vida.

—¿Cuánto de ella?

—Lo suficiente.

Se frota la barbilla con su mano y asiente. —¿Es consciente de que tiene


una madre que todavía está viva?

—Sí —espeto.

—Emelyn ¿qué me puede decir sobre su vida?


—Le puedo contar que el “amigo” de mi madre solía venir a mi habitación
para tratar de abusar de mí. Debido a eso, mi hermana pequeña se subió a un
balcón y encontró su muerte —le grito.

Entrecierra sus ojos y afirma con su cabeza de nuevo. —¿Es todo?

—¿Que si eso es todo? —lloro—. ¿Le parece poco?

—Después del fallecimiento de su hermana, ¿recuerda lo que le pasó?

Mi cuerpo se tensa.

—William.

—No, Emelyn. Antes de William.

Cierro mis párpados, tratando de recordar, pero no hay nada más que
pequeños destellos. —No —susurro.

—Emelyn, su madre está en la cárcel por numerosas causas. Debido a eso,


la llevaron un hogar de acogida. Una noche, su madre adoptiva la envió a comprar
leche. Nunca regresó. No pudimos encontrarla, incluso se crearon anuncios como
persona desaparecida. Eventualmente nos llegó la pista de que se hallaba en otro
país, siendo utilizada como una esclava.

Mi cuerpo se tensa por completo. —¿Qué? —jadeo. 201


—Fue raptada y vendida como esclava. Afortunadamente, no la utilizaron
con fines sexuales, pero algunas de sus otras amigas allí... no tuvieron la misma
suerte.

Niego con la cabeza, tragando la bilis que sube por mi garganta. —Se
equivoca.

—Lo siento —se lamenta, mirándome realmente serio. —Estuvo como


esclava alrededor de cinco años. Finalmente cerramos la búsqueda, buscando en
grupos de chicas que habían sido vendidas, solo para descubrir que algunas se
hallaban desaparecidas. No podíamos rastrear hacia dónde las trasladaron; y
luego recibimos la llamada de Peter, diciendo que sentía que algo se encontraba
fuera de lugar en la casa de William. Su nombre había aparecido aquí y allá,
después de la reciente muerte de una chica en su casa, sospeché que había algo
sospechoso. Tras investigar un poco, su nombre aparece asociado en varias de
las transacciones realizadas con las chicas.

Niego nuevamente. Tienen que estar mintiendo. William no nos compraría.


No lo haría. ¿Por qué se colocaría en esa situación? ¿Por qué participaría en ese
tipo de juego enfermo? Tienen que estar equivocados. El William que conozco no
es un monstruo, no es así... No lo haría...

—Se equivoca —susurro, mirándolo a través de mis pestañas húmedas.


—Entonces ¿cómo cree que reunió a trece chicas?

—Él... nos s... salvó.

—Emelyn —dice con voz calmante, casi como si estuviera hablando con un
niño.

—No —grito, golpeando mis pequeños puños sobre la mesa—. Está


mintiendo.

—Escuche —conciliador, extendiendo su mano y agarrando la mía. Trato de


apartarla, pero me resulta imposible. Es mucho más fuerte, y también más
decidido—. Sé que esto es demasiado para asimilar, pero aquí se encuentra a
salvo. No permitiré que nadie le haga daño. A ninguna de ustedes. Serán
interrogadas con frecuencia, y las llevarán a una casa de seguridad hasta que
podamos encontrar un alojamiento alternativo.

—Quiero volver con él —digo suavemente.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Porque es amable, y se encargó de nosotras cuando no teníamos nada


más.

—Emelyn una última pregunta por esta noche, y necesito que me responda 202
honestamente. ¿Escogería estar con William?

Levanto mi cabeza y lo miro fijamente a los ojos, sin vacilar. —Sí.

WILLIAM
—Tenemos tu nombre, William —dice el policía, caminando por la
habitación.

No contesto.

—Nos consta que esas chicas fueron vendidas como esclavas y que
pagaste una buena cantidad de dinero para recuperarlas. Si nos dices todo lo que
sabes, podemos ser generosos contigo.

Gruño. —Si tuviera pruebas, no me necesitaría para decirle algo. Y si cree


que soy tan estúpido como para caer en el viejo truco de “podemos ser
generosos contigo,” entonces realmente no sabe con quién está tratando.

Golpea su mano sobre la mesa. Sé lo que busca. Intenta que admita que
compré a las chicas. Puede que tengan mi nombre, pero no tienen ninguna
prueba. Si las tuvieran, no estarían haciéndome preguntas. Si las tuvieran, ahora
mismo me encontraría en prisión, y no sería interrogado.

—Ahora William —rechinando los dientes—, podemos hacer esto de manera


difícil, o tomar el camino más fácil. Puedes decirme cómo las obtuviste, o lo
averiguaré por otro lado.

—Pues adelante.

Sé que no dejé rastros; dediqué mucho tiempo y dinero en la compra de


las chicas. No me atraparán. Me aseguré de ello.

—Le he preguntado a algunas de las chicas. Recuerdan sus vidas


anteriores.

—¿Y? —le digo, encogiéndome de hombros.

—Y es probable que me digan lo que necesito saber. No llevará mucho,


solo presionaré un poco en sus recuerdos para que se den cuenta del monstruo
que realmente eres.
203
No le respondo. He hecho todo lo que se encontraba en mis manos por las
chicas. Les he enseñado cómo manejarse. Les he dado lo mejor de mí. Si ahora
me traicionan, entonces he fallado.

Y si he fallado, me merezco esto.


32
Número Trece
Traducido por MadHatter

Corregido por ValeV

—¡Maldita sea! —escucho gritar a un policía en la habitación contigua.

Piensa que estoy dormida, pero no es así. No hay manera de que pueda
dormir. Abro mis ojos lentamente y veo que está paseando afuera de la
habitación, con sus puños apretados. No me muevo; solo observo fijamente.
Puedo ver que está enojado. Tiene un trozo de papel arrugado en su puño, y de
vez en cuando lo agita en el aire con un gruñido.

—¿Qué está pasando? —pregunta alguien. 204


—Ha cubierto su trasero. No puedo encontrar nada o alguna evidencia de
que haya comprado a esas chicas. Por lo que sé, ellas huyeron, y decidieron ir
con él. No puedo probar nada. Todas dicen que se hallaban con él por elección y
no por la fuerza. Sin ellas como testigos, tengo un caso vacío.

Mi corazón palpita fuertemente. Las chicas no hablaron. Oh, gracias a Dios.

El otro hombre suspira. —Hablarán. Dales tiempo para recordar. Hay


algunas que no pueden.

—Serán transportados mañana por la mañana, a primera hora.


Conseguimos una casa de seguridad para todas hasta que podamos contactar
con algún miembro de la familia que les quede, o al menos ayudarlas a que se
levanten de nuevo. Voy a traer a un psicólogo.

—¿Crees que hablarán?

—No lo sé —dice el policía—. Simplemente no lo sé.

—¿Para qué crees que las consiguió? No tiene ningún sentido. Todas se
encuentran en perfecto estado; no han sido heridas. William es un hombre de
negocios muy conocido. No parece ser el tipo de persona que le hace daño a
alguien.

Hay un momento de silencio.


—Creo —comienza el policía, antes de suspirar—. Creo que las salvó.

¿Nos salvó?
Las lágrimas llenan mis ojos, y pienso en todo lo que hemos pasado con
William. Todas sus lecciones. Todas sus reglas. Al principio, pensé que esas eran
una forma enfermiza de controlarnos, pero ahora que conozco nuestra historia,
entiendo algo mucho mejor. William trataba de levantarnos nuevamente. Intentaba
enseñarnos a ser buenas personas, y tener una estructura en nuestras vidas antes
de dejarnos volar por nuestra cuenta.

Nos salvó.

Mi corazón se agrieta en dos partes.

Número Trece
205
—Solicitaron que esta carta te fuera entregada —dice el oficial temprano a
la mañana siguiente—. La hemos aprobado.

Tomo la carta pequeña y cuadrada de su palma y la presiono contra mi


pecho. El oficial se me queda mirando, como si quisiera preguntarme algo, pero
sabe que no puede hacerlo.

—Tenemos otra ronda de preguntas antes de que seas transportada a la


casa de seguridad con las otras chicas.

—¿Vamos a quedarnos en esa casa? —susurro.

Niega con su cabeza. —Las tendremos allí hasta que el caso sea cerrado o
se haya resuelto. Las necesitamos para ser interrogadas, y por ley se les exige
asistir a eso. Una vez que hayamos terminado, no hay mucho más que podamos
hacer. Sin la evidencia que necesitamos, no podemos obligarlas a quedarse.
Todas tienen más de veintiún años, por lo tanto son adultas. Hemos informado a
cualquier persona importante en sus vidas que han sido encontradas y que están
bien, y algunos de ellos quieren verlas.

Se detiene y me mira fijamente por un momento, antes de continuar.

—No podemos hacer que las vean; como ya he dicho, todas son lo
suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones. Nosotros, sin
embargo, recomendamos que se queden en la casa de seguridad por un tiempo
después de que la investigación cierre, vamos a darles el apoyo que necesitan.

Me quedo mirándolo. Es mucho tiempo para estar lejos de William, y me


duele el corazón de solo pensarlo. Asiento en su dirección, haciéndole saber que
he entendido. Toma mi brazo sin decir una palabra, y me lleva por los pasillos
hacia una habitación enorme. Veo a todas las otras chicas, y mi corazón se
hincha. Las he echado de menos. De inmediato, Número Doce se acerca
apresuradamente, lanzando sus brazos a mí alrededor. La envuelvo en un abrazo.

—¿Te encuentras bien? —le susurro al oído.

—Estoy bien —contesta, apartándose.

—Chicas —dice el oficial—. En unos momentos vamos a hacerles más


preguntas antes de que se muden a una casa de seguridad. Emelyn tiene una
nota que compartirles. Algunos alimentos serán llevados para ustedes en unos
momentos.

Con eso se retira de la habitación y cierra la puerta, dejándonos en ella.


Me quedo mirando a las chicas con las que me he familiarizado tanto durante el
mes pasado, y decido que es momento de que todas lleguemos a conocernos un
poco mejor. Tomo un asiento y me siento, mirándolas a todas. 206
—Mi nombre es Emelyn —digo en voz baja, tranquila—. Tengo una carta
que compartir, no sé lo que dice, pero ya sé que es de William. Antes de
empezar, quiero saber todo sobre ustedes. Así que por favor, cuéntenme. Ustedes
chicas, son todo lo que he tenido, ha sido difícil, pero quiero mantener esto...
necesito que al menos lo intentemos.

—Mi nombre es Jaybelle —dice Número Doce, y luego lanza una risa
débil—. Me dijeron que fui una esclava sexual después de que mis padres
murieron, dejándome huérfana. Terminé en las calles. Supongo que de ahí me
raptaron.

Extiendo mi mano, y tomo la suya. —Ese es un nombre muy bonito.

—Soy Layla —dice Número Uno, con voz cansada y desgastada—. Era una
prostituta cuando William se encargó de mí. Me encontraba con la soga al cuello.
Me hallaba en la ruina y era pobre. No me quedaba nada.

—Soy Jessica —dice Número Dos—. Yo también era una prostituta.

Deja las cosas así, y no la presiono. Me darán mucho o tan poco como
sientan que lo necesitan.

—Soy Ryleigh —dice Número Cuatro, y siento una punzada en mi corazón


ya que Número Tres no está aquí para contar su historia—. También era una
esclava sexual. Me vendieron cuando tenía dieciocho años. Soy muy consciente
de mi vida antes de William, y no quiero eso de vuelta.

—Soy Mackenzie —dice Número Cinco—. También soy una esclava, pero
no una esclava sexual. Trabajaba hasta el cansancio para un maestro horrible y
cruel.

Le doy una sonrisa suave, y la devuelve.

—Soy Peta —dice Número Seis—. Me encontraba en la calle, muerta de


hambre. William me encontró y me salvó.

Me duele el corazón por William al tiempo que me doy cuenta cada vez
más de lo que hizo por todas nosotras.

—Soy Reign. —Sonríe Número Siete, mirándome—. Yo era una esclava


sexual. No recuerdo mucho de eso, y me alegro. Mi vida antes de eso era difícil.
Me dijeron que fui violada continuamente por mi padre hasta que falleció,
dejándome sin nada.

Mi corazón se rompe por ella, y deseo muchísimo llegar hasta en donde se


encuentra y aferrarme a ella. Pobrecita.

—Soy Ellie —susurra Número Ocho—. También era una esclava.


207
Es reservada; tiene permitido serlo. Todas podemos.

—Soy Katie —dice Número Nueve—. Estaba en pareja con Ellie. Venimos
desde el mismo lugar.

Me alegro de que tenga a alguien con la que está familiarizada.

—Soy Yasmin —dice Número Diez—. Mi familia murió en un accidente de


coche. Una noche me encontraba caminando y me raptaron. Fui vendida a un
maestro que me usó y me vendió a otro maestro. Fui una esclava sexual durante
cinco años. Fue entonces cuando William me salvó.

Me trago mis lágrimas, y asiento en su dirección. Me sonríe débilmente.

—Soy Genevieve —espeta Número Once—. Yo era una prostituta. Me salvó,


supongo.

Todavía siente recelo hacia William, pero está claro que lo respeta lo
suficiente como para saber que hizo lo mejor para ella. Me quedo mirando al
grupo de chicas que se han convertido en todo para mí, y abro la carta, bajando
mi mirada hacia la hermosa letra. Con lágrimas en mis ojos, me las arreglo para
dejar salir las palabras.

Chicas,
Es probable que tengan muchas preguntas, y las preguntas son
perfectamente sanas. Hay tantas razones por las que me las llevé, pero en
realidad, se trata de mí. No soy un hombre que entrega su corazón con facilidad,
y por mucho tiempo he vivido en la oscuridad. Eso fue, hasta que las encontré a
todas. Han cambiado algo en mí. Mientras les enseñaba, también me enseñaba a
mí mismo. Nunca pensé que eso era algo que conseguiría en mi vida.
Verán, cuando fui herido como un pequeño, elegí no convertirme en un
monstruo, y en lugar de eso dar lecciones. Luego las conocí a ustedes chicas, y
supe que tenía que enseñarles, para demostrarles que con las elecciones
correctas, la vida podría ser hermosa. Ustedes hicieron que mi vida fuera
hermosa.
Sé que se preguntan por qué escogí trece. La razón es, que era un número
significativo para mí. También significaba que salvaba a más de una. No fue una
tarea fácil; tuve que enterrarme profundamente en un mal lugar para poder
salvarlas. Decidí desde el principio que les enseñaría sobre la vida. Las levantaría,
y yo sería ese alguien que nunca habían tenido.
Espero haberme convertido en ese alguien para ustedes.
Sé que a veces mis castigos no tenían sentido, y sé que merecen saber el
razonamiento detrás de eso. Es simple, y siempre se trataba de una lección.
208
Cuando las conocí por primera vez, se encontraban aterrorizadas. No sabían
quiénes eran. Habrían huido en la primera oportunidad que tuvieran, y necesitaba
tener algo para contenerlas. Necesitaban sentir ese miedo; era la única forma de
que pudiera llegar más allá de las paredes que todas habían construido tan alto, y
llegar a la esencia. Necesitaba su confianza, pero para ganarme eso, necesitaba
que vieran más allá de la bruma. Al minuto en que todas me temieron, se dejaron
a ustedes mismas frágiles. Trabajé con eso, y poco a poco me las arreglé para
demostrarles que las cosas buenas eran recompensadas, y si se comportaban
bien, podrían tener una vida feliz aquí, conmigo.
Todos aprendieron tan bien, y me hacían sentir orgulloso con cada día que
crecían.
No puedo comenzar a decirles las lecciones que he aprendido de todas
ustedes. He aprendido sobre la compasión, el respeto, la amistad y el amor.
Necesito que sepan eso; necesito que entiendan eso. Quiero que me recuerden
por lo que soy. Quiero que recuerden la lección que les enseñé. Quiero que
recuerden que siempre habrá un lugar en mi corazón para ustedes.
Ahora es el momento para que vuelen libremente.
Siempre permanecerán como una parte de mi alma, mis trece dulces
chicas.
William.

Levanto mis ojos borrosos y veo a las chicas con sus cabezas colgando,
algunas sollozando.

Él no solo ha cambiado mi vida. También cambió la de ellas.

209
33
Número Trece
Semana uno
Traducido por Just Jen

Corregido por MadHatter

—¡No, por favor! —grita Jaybelle, parándose en la cama.

Me escabullo de mi cama y me subo a la suya, envolviendo mis brazos a su


alrededor. Ha soñado durante las últimas dos noches, y eso la ha estado
molestando. No la culpo; también a mí me ha estado molestando. Poco a poco
210
estoy recordando mi vida después de que mi hermana muriera, y antes de que
William me encontrara.

Era una esclava; no del tipo sexual, pero una esclava de todos modos.
Trabajaba desde la mañana hasta la noche para un hombre cruel e implacable
que me castigaba de una forma mucho peor de la que William podría haber
utilizado nunca. Mi dolor nunca se detuvo. Si me encontraba enferma, trabajaba.
Si estaba triste, trabajaba. Si me hallaba destrozada, trabajaba. Mi maestro era un
hombre cruel, y cuanto más recuerdo mi tiempo con él, me duele más el corazón
por William.

—Está bien —calmo a Jaybelle—. Todo va a estar bien.

—Quiero que se detengan —hipa—. Me hacen daño, Emelyn.

—Lo sé cariño —le susurro—. Lo sé.

Mantener la casa unida no ha sido fácil. Las chicas están lidiando con un
dolor profundo y desgarrador alojado de forma permanente en sus almas. Ha
habido peleas, momentos de silencio agonizante y momentos llenos de sesiones
de llanto y de crisis que nunca parecen terminar. Todas tratamos de encontrar el
camino, pero sin él, no parece haber ninguna manera.
Simplemente estamos vacías.

Número Trece
—No me jodas, Reign —grita Genevieve, lanzando su taza de café al piso.

—Yo, ¿jodiéndote? —vocifera Reign en respuesta—. Crees que eres la


dueña de esta casa, pero no es así.

—Si no te gusta estar aquí, piérdete. Ya sabes que nadie te detiene.

—Si ese es el caso, ¡vete tú! —grita Reign, lanzando sus manos al aire.

—Chicas —digo, con mi voz quebrada—. Por favor deténganse.

—Ahora no te pongas los pantalones de jefa, señorita listilla —me dice


Genevieve con rudeza.

—Dios —grito, pateando un taburete—. ¿Pueden parar? Están haciendo que


211
todas seamos miserables.

—Señoritas, vamos —dice Jaybelle—. Detengamos esto. Todas vayamos a


la piscina y salgamos de este lugar.

Todas las chicas se tranquilizan, giramos y miramos fijamente al exterior


hacia la piscina.

—Es una buena idea —me atrevo a decir.

—También lo creo —suelta de sopetón Ellie.

—Lo que sea —espeta Genevieve.

Nos colocamos de pie y salimos corriendo hacia nuestras habitaciones. Nos


cambiamos y marchamos hasta la piscina. Necesitamos de aire fresco;
necesitamos espacio. Hemos estado peleando tanto debido a que nos
encontramos muy confundidas. No sabemos qué hacer, ni hacia dónde ir, y es
aterrador. Sentimos como si no tuviéramos nada al final de este túnel. Ni siquiera
sabemos si William nos quiere de regreso, o si queremos regresar a él.

Yo quiero volver. Todo en mi interior duele por estar a su lado.

—Chicas.
Todas nos encontramos tumbadas en la piscina cuando entra el oficial
Greg. Nos visita todos los días, y ha sido bastante amable con nosotras, a pesar
que intenta quitarnos la única cosa que amamos. Se detiene al lado de mi
tumbona y me mira, antes de dejar que sus ojos caigan sobre las otras chicas.

—Tenemos que hacerles algunas preguntas más.

Suspiro. Las otras chicas hacen lo mismo.

—Sé que no les gusta —dice, su voz severa—. Pero es el protocolo.

—Manos a la obra entonces —espeta Genevieve.

Le lanza una mirada de advertencia antes de arrastrar un asiento y sacar


un pedazo de papel.

—Tengo que preguntarles sobre el tiempo que pasaron en la casa.

—Ya nos lo preguntó —digo, cruzándome de brazos.

—Sí, pero solo pregunté cosas muy básicas. Ahora necesito más.

—De acuerdo.

—En primer lugar, necesito saber si están al tanto de ¿lo que pasó con la
chica que saltó del techo?
212
Mi corazón duele y me trago la bilis.

—Se suicidó —digo mecánicamente.

—¿Por qué? —pregunta.

—Porque se encontraba deprimida —espeta Jaybelle—. Tuvo una vida dura


antes de William. Le resultó difícil superar la situación.

Él levanta sus cejas y nos estudia. —¿Y creen que eso fue todo? ¿No fue
por algo que él hizo?

—Por supuesto que no —le digo, mi tono a la defensiva—. Nunca habría


dejado que se lastimara.

—De acuerdo —dice, escribiendo algo—. Ahora, después de una búsqueda


en la casa, vimos cosas muy básicas en las habitaciones. Si ustedes se
encontraban allí de buena gana, ¿por qué no tenían ropa normal y otros artículos
similares?

Intenta confundirnos, para hacer que admitamos algo para que pueda
atrapar a William. Bueno, no se lo permitiré. No tiene ni idea de cómo es William,
o por qué hizo lo que hizo.

—Solo necesitábamos cosas básicas. Él cuidaba mucho de nosotras —le


digo.
—¿Y no podía darles ropa más bonita?

—¿Usted podría darse el lujo de comprar ropa para ese número de chicas?

Entrecierra sus ojos, pero opta por cambiar de tema. —Muy bien. ¿Qué hay
de las marcas en sus manos?

No tengo nada para eso. Siento que mi corazón comienza a latir con fuerza
mientras lucho por encontrar una respuesta. Es Genevieve quien habla,
salvándome antes de que colapse.

—Nosotras nos las hicimos.

El oficial se gira hacia ella. —¿Perdón?

—Ya me ha escuchado —espeta—. Nosotras nos las hicimos. Antes de


William, no éramos más que números. Se volvió algo así como una cosa
significativa para nosotras. Decidimos tatuarnos para que así nunca olvidáramos la
vida que dejamos atrás.

El oficial suspira y se frota la frente. —Chicas, no van a darme nada de él,


¿verdad?

—No hay nada que dar. Era bueno con nosotras —le digo.

Se queda mirando fijamente a todo el grupo antes de colocarse de pie. — 213


Todas tienen cita para hablar con mi psicólogo; lo que es parte del protocolo.
Emelyn, si está libre, en este momento puede venir conmigo.

Frunzo el ceño, pero sé que no hay manera de salir de eso. Tengo que ir.
Me levanto, suspirando. —Terminemos con esto.

Número Trece
—Háblame de Lanthie —me pide Mary, la psicóloga.

La miro fijamente. Es mayor, con cabello canoso y grandes ojos marrones.


Es encantadora, paciente y está dispuesta a escuchar todo lo que tenemos que
decir.

—Ella era hermosa, dulce, divertida y adorable —susurro, mi voz demasiado


rota como para mostrarse por sí misma.
—¿Te culpas por su muerte?

Siento que mis ojos arden. —¿Usted no lo haría?

—Por supuesto —dice, recostándose—. Es la naturaleza humana culparnos a


nosotros mismos por cosas que se encuentran fuera de nuestro control.

—Podría haberlo detenido.

—¿Cómo?

Rechino mis dientes. —Podría haber gritado, podría haber luchado, podría
haber hecho algo…

—Tal vez, pero ¿quién puede decir que no hubiera ocurrido otro día,
cuando no te encontraras allí?

Suena igual que William.

—¿Podemos hablar de otra cosa? —digo.

—Claro. Háblame de William.

—Es mi todo.

—¿Quieres explicarte? —me anima.

—No. 214
—¿William alguna vez te lastimó?

Me quiere engañar, al igual que los agentes de policía. La miro


directamente a los ojos cuando respondo. —Todo lo que William hizo, fue por
nosotras. Cambió su mundo para que encajáramos en él.

—¿Crees que las acciones de William eran puras?

—Sí.

—¿Crees que William te ama?

Vacilo. —William se preocupa por todas nosotras.

—Emelyn eso no es lo que te pregunté.

—No sé si me ama —grito.

—Bueno, eso está bien. Creo que hemos hecho suficiente por hoy.

Me coloco de pie, sin dejarla terminar. Salgo al exterior y estallo en un


ataque de llanto incontrolable.

Lo quiero de regreso.
34
WILLIAM
Semana dos
Traducido por CJ Alex.

Corregido por Yani

—Will ¡sé que estás ahí! —grita Ben, golpeando sus puños en la puerta una
y otra vez.

Lo ha estado haciendo durante una hora.


215
Deslizo mi silla hacia atrás, cansado, harto de aguantar sus gritos. Voy hacia
la puerta principal y la abro. Está parado en la puerta, jadeando, con su rostro
enrojecido de rabia.

—¿Qué mierda te pasa?

Lo miro fijamente.

—Will conmigo no juegues a la ley del hielo —gruñe—. ¿Por qué no me


hablaste de ellas?

—No hay nada que decir.

—¡Compraste a trece chicas!

—No hay pruebas de ello —digo, con voz inexpresiva.

—Mierda, Will, soy tu hermano. No tienes por qué ocultármelo.

—No hay nada que esconder, Benjamin —espeto.

Golpea la puerta con su puño. —Deja de hacer esto, no tienes por qué
ocultármelo.

Lo fulmino con la mirada. —¿Por qué estás aquí, Ben?

—Estoy aquí porque estás pudriéndote lentamente en este lugar. No le


hablas a nadie; apenas asistes a las reuniones. Te estás hundiendo, Will.
—Estoy bien.

Levanta un puño y me golpea. Es sorpresivo, y solo lo registro cuando la


sangre emana de mi boca. Me dirijo hacia él, con mi expresión lívida.

—Ese fue un error —grito.

—¿Por qué? —vocifera—. ¿Porque te provocó una emoción?

No hablo; solo me quedo allí, jadeando, con la rabia llenando mi pecho.

—Usabas esclavas.

Siento a la ira apoderarse de mi cuerpo. —Ellas. No. Eran. Esclavas.

—Entonces, ¿qué eran?

—¡No te debo nada, Benjamin!

Se estremece. —Siempre es lo mismo, ¿no? Me culpas constantemente por


abandonarte cuando eras más joven.

—No dije eso.

Se acerca un paso. —Pero lo piensas. ¿No es así?

—No.

—Deja de mentirme, Will. Siempre me has culpado por eso —apunta con su
216
dedo a mi ojo—. No estuve allí. Fui el hijo favorecido. Me enviaron a otra escuela
mientras que tú debiste quedarte con nuestra madre dañada.

Me vuelvo a estremecer. Aprieto mis puños con tanta fuerza que me


duelen los dedos. —No lo hagas —le advierto.

—¿Por qué? ¿Porque te obligaría a enfrentar algo que no quieres?

Mi cuerpo empieza a temblar.

—Admítelo, Will. No me hablaste de las chicas, porque todavía estás furioso


conmigo. Una parte de ti siempre lo estará.

Me está sacando de quicio.

—Dejé que te lastimaran, dejé que sufrieras. ¡Admítelo! —vocifera.

—Tienes razón —grito—. Jodidamente te culpo. No debiste dejarme atrás.


No deberían haber quemado mi ojo. No tendría que haber enfrentado la ira de
papá. No tendría que haber sido el protector de mamá. No debería haber sido el
segundo mejor.

Benjamin se paraliza, y contrae su labio inferior. —¿Piensas que no me


molesta? —Su voz es un susurro—. ¿Crees que no vivía preguntándome si te
encontrabas bien?
—No fue suficiente —respondo con rudeza—. Si lo hubieras hecho, te
habrías quedado.

—No tuve otra opción.

—Siempre hay una opción.

—No, William. No la había.

—Fuera de mi casa, Ben.

Niega con un gesto. —No.

—No lo repetiré, vete.

Se acerca otro paso. —¡Jodidamente dije que no!

Levanto mi puño y golpeo su nariz, causando que un fuerte crujido llene la


habitación. Gruñe y me golpea fuertemente en la boca. Entonces, colapsamos
contra la pared, con nuestros cuerpos descontrolados y dando puñetazos. Me
empuja sobre un esquinero, causando que lámparas y adornos se rompan en el
suelo. Grito de rabia, y envuelvo mis manos alrededor de su garganta,
presionándolo contra la pared.

217
—¡Lárgate! —espeto.

—Lo siento —carraspea—. ¿Eso es lo que quieres de mí, Will? ¿Quieres


saber cuánto sufrí debido a lo que pasó? ¿Quieres saber lo mucho que me dolió
que me alejaran de ti? Eres mi gemelo, William. No eres solo mi hermano; eres mi
otra mitad. Si quieres que lo diga, lo diré. Lo siento.

De repente mis piernas se debilitan, y mi pecho se aprieta. Dejo caer mis


manos y él levanta las suyas, frotándose el cuello. Siento que mi cuerpo se desliza
hasta el suelo, mientras que la realidad se establece. Lo he perdido todo. Ben se
derrumba conmigo, abrazándome.

—Lo siento jodidamente tanto, Will.

No digo nada.

No hay nada más que decir.


35
Número Trece
Semana Dos
Traducido por Gasper Black

Corregido por Bibliotecaria70

—¡Son un montón de fenómenos! —nos grita un grupo de hombres.

Salimos, tratando de encontrar algo parecido a una vida normal. Un grupo


de hombres decidió unírsenos en nuestra mesa, y decidieron después de un
intento de bailar con nosotras, que somos fenómenos. Cuando sus manos trataron
218
de tocarnos, nos estremecimos. Cuando trataron de presionar sus cuerpos contra
los nuestros, nos alejamos. No somos ese tipo de chicas. No somos normales.

—Oye —gruñe Genevieve—. Jódete.

—No te jodería si me pagaras —se ríe uno de los chicos.

Mi pecho duele, bajo la bebida que tengo en mi mano y me giro,


empujando a través de la multitud de personas para salir. En el momento en que
siento el aire fresco golpear mi rostro; inhalo profundamente. Todo mi cuerpo se
encuentra débil y tambaleante, haciéndome saber que estoy con la soga al
cuello. Solo quiero volver. No importa lo mucho que intentaron decirme que no
necesito a William, se equivocan.

—Hola.

Me doy la vuelta y veo a un joven del grupo de pie a mi lado. Tiene el


cabello marrón enmarañado, ojos marrones, mide como un metro ochenta de
altura y es delgado.

—Hola —murmuro.

—Lamento lo que les hicieron ahí.

¿Es sincero? Lo dudo.


—Solo voy a ir a casa —digo.

—Escucha —dice, dando un paso delante de mí—. De verdad lo


siento. Pueden ser idiotas.

Lo miro, y parece genuino.

—Está bien —susurro.

—¿Me dejarías compensártelo? ¿Ir a tomar un café conmigo?

Dudo, realmente no quiero ir y hacer otra cosa más que ir a casa y


acurrucarme en mi cama. Pero estamos siendo alentadas a vivir lo más
normalmente posible. Al menos, eso es lo que dice Mary.

—E... Está bien. Tal vez solo uno.

Sonríe y señala sobre la carretera. —Hay uno ahí mismo, tus amigas pueden
encontrarte cuando terminen.

Asiento y lo sigo a la pequeña cafetería pintoresca. Ordenamos y tomamos


asiento en la pequeña mesa redonda afuera. Paso los dedos sobre la cubierta de
la mesa roja y blanca a cuadros.

219
—Entonces, cuéntame sobre ti.

Levanto la mirada. —Um, bueno, mi nombre es Emelyn.

—Es bonito —sonríe—. Soy Tim.

—Ah, está bien.

—¿Qué haces para ganarte la vida, Emelyn?

—Yo... nada en este momento.

Asiente, luciendo un poco confundido. —Eso está bien. ¿Qué haces para
divertirte?

—Um, bueno, me gusta la playa.

—Oh, a mí también —dice—. Solía ir allí todo el tiempo cuando era un niño.

Durante la siguiente hora, Tim sigue y sigue hablando sobre sí mismo. Estoy
incómoda y lucho para encontrar algún tipo de satisfacción en absoluto. Tim es
egocéntrico y sin ningún atractivo.

Solo me hace darme cuenta de cuán profundo y hermoso es William.

Y lo mucho que lo extraño.


Semana Tres
—Está deprimida —le susurro a Reign.

Observamos fijamente a Número Doce, que con seguridad se está


hundiendo poco a poco. Se ha alejado de todas nosotras, durmiendo la mayor
parte del día y rara vez comiendo. Apenas habla y cuando lo hace es con
respuestas de una sola palabra. No sé cómo ayudarla o qué hacer. Se está
cerrando, y siento que la estamos perdiendo.

—No sé qué hacer —me responde Reign en voz baja.

—Yo tampoco.

Suspiro, sintiéndome impotente. Las últimas dos semanas y media han sido
largas y agotadoras. Apenas estamos saliendo adelante. Vemos a Mary a menudo, 220
y a pesar de que nos está ayudando a dar sentido a nuestras vidas, sentimos que
no terminamos de encajar. Todo lo que hacemos, somos tratadas de manera
diferente. La gente nos mira como si fuéramos extrañas, como si no fuéramos uno
de ellos.

—Perdí mi trabajo —suspira Genevieve, entrando en la habitación y


sentándose a nuestro lado en el sofá.

Miro en su dirección. Comenzó a trabajar hace una semana, tratando de


reconstruir nuevamente su vida después de la instrucción de Mary. Su trabajo era
solo como una camarera, pero cada noche que llegaba a casa, parecía enojada y
frustrada. Como si no pudiera lidiar con el estrés.

—¿Qué pasó? —pregunto.

—Dijeron que no soy lo suficientemente social, que soy demasiado


mandona y que siempre me encuentro enfadada.

Sacudo mi cabeza. Ellos no la entienden.

—Estará bien, vamos a encontrar una forma de arreglar esto.

—Siento que no hay ninguna solución —susurra, luciendo más vulnerable de


lo que alguna vez la he visto.

—Hay una manera —la animo.


Sacude su cabeza y se levanta. —Ya no estoy tan segura sobre eso.

La veo alejarse, y mi corazón se detiene.

Estamos cayendo lentamente.

Semana Cuatro
—Ten otro más —me alienta Genevieve, empujando una copa de vodka
con naranja hacia mí.

Tomo la bebida y la trago. Parece aliviar el dolor.

—¿Dónde está Jaybelle? —pregunto, mirando alrededor del concurrido bar.

Hemos intentado salir por segunda vez, tratando patéticamente de hacer


una vida por nuestra cuenta. Hasta el momento, la noche no ha ido tan mal. Nos
hemos mantenido unidas y enfocadas únicamente en pasar tiempo juntas.
221
—Mírala —se ríe una ruidosa voz masculina—. Patética.

Dirijo mi atención a la mesa detrás de nosotras, y veo a Jaybelle con su


cabeza gacha, sus mejillas sonrojadas.

—Ella no podría abrir las piernas aunque le pagaran por ello —se ríe el
hombre.

No es un hombre demasiado atractivo, pero tiene un buen rastro de


mujeres a su alrededor. ¿Mi conjetura? Tiene dinero. Me levanto, acercándome
lentamente, preocupada por la mente de Jaybelle ahora mismo. Es débil. Es
frágil. Está rota. No tiene la fuerza para lidiar con más torturas.

—Probablemente ni siquiera sabes lo que es un pene —se burla—. Una


chica como tú pertenece al suelo, de rodillas. No eres nada más que un juguete
atractivo; estás ciertamente muerta en el departamento de la personalidad. Tal vez
a los chicos les gustaría verte de rodillas, así que adelante, ve por ello
princesa. Déjanos darte una oportunidad.

Lentamente, como si fuera lo único que ha conocido, Jaybelle desciende


lentamente hasta colocarse sobre sus rodillas. La ira se acumula en mi pecho
mientras me apresuro. Caigo de rodillas al lado de ella, apretando sus manos.

—Mírame, Jaybelle.
—Oh, mira —sonríe el hombre—. Dos de ellas.

Escucho un fuerte crujido y levanto mi cabeza para ver a Genevieve


dirigiendo su puño directamente en el rostro del hombre. Se queja y tropieza
hacia atrás. El orgullo llena mi pecho y dirijo mi atención de nuevo hacia
Jaybelle. —Mírame —susurro de nuevo.

Levanta su cabeza, con los ojos llenos de lágrimas. Extiendo mi mano y


lentamente la toma.

—Nunca vuelvas a colocarte de rodillas por nadie de nuevo.

La levanto y con ella viene su espíritu y sus esperanzas.

No dejaré que nadie la trate de esa manera otra vez. Lo juro.

222
36
William
Traducido por yira patri

Corregido por Erienne

Han transcurrido cuatro semanas.

No puedo respirar sin ellas.

He fallado.

223

Número Trece
—No puedo explicárselo —susurra Mary al oficial de policía—. Ojalá
pudiera, pero no lo entiendo. Él ha hecho por ellas lo que años de terapia no
conseguirían. De alguna manera, sanó algo en esas chicas. Confían en él. Lo
necesitan.
Estoy de pie en la sala, a la espera de mi sesión con Mary. Puedo
escucharla conversando, y mi corazón palpita con fuerza mientras sus palabras se
asientan. Lo necesitamos. Hace un mes podría haberles dicho eso.

—No tenemos nada, el caso está vacío —dice el oficial—. No hay nada
más que podamos hacer. Las chicas son libres de irse.

Me doy la vuelta y corro por los pasillos hasta la habitación en donde todas
las chicas esperan. Nos llamaron esta mañana y ahora sabemos el porqué.

—Nosotras... nosotras... nosotras... —tartamudeo.

—¿Qué pasa? —pregunta Ryleigh.

—Somos libres —digo con voz ronca


Sus rostros se iluminan. Sus estados de ánimo cambian. Para cuando el
oficial llega y nos informa que la investigación está cerrada y somos libres para
irnos, ya nos encontramos de pie, esperando junto a la puerta. Nos apresuramos
al exterior, con nuestro corazón latiendo fuertemente, sintiendo por primera vez en
un mes cómo la vida fluye por nuestro cuerpo.

Entonces nos damos cuenta de que estamos solas.

Todas nos detenemos, con la desilusión en nuestros rostros. ¿Qué


hacemos? ¿Hacia dónde vamos? No tenemos a dónde ir. Ninguna oferta de
empleo. Familias pobres. Estamos solas en el mundo y como un ladrillo, nos
golpea a todas.

—¿Qué hacemos? —susurra Jaybelle.

—Dijeron que podemos permanecer en la casa hasta que logremos


emanciparnos —dice Ellie.

—No me quiero quedar allí —murmura Reign.

Me dirijo a todas ellas y mi corazón late rápidamente cuando las palabras


salen de mis labios. —Yo digo que volvamos.

—¿Volver? —dice Genevieve, con los ojos muy abiertos.


224
—Con William.

Todas me miran, como si ni siquiera se hubieran planteado esa posibilidad.


Aprovecho el momento de silencio para continuar.

—Él era como nuestra familia, salvó nuestras vidas. Podemos quedarnos
aquí y estar solas en el mundo, o podemos volver a su lado y tener nuevamente la
oportunidad de rehacer nuestras vidas por completo.

—¿Y si no nos quiere? —cuestiona Jaybelle.

—¿De verdad crees eso? —le digo, encontrando su mirada.

Niega con su cabeza.

—Cuidaba de nosotras —dice repentinamente Peta, su voz suave—. Nos


protegía de todo lo malo.

—Nos enseñó a ser mejores personas —susurra Reign.

—No tengo una vida que continuar —dice Ellie.

—Yo digo que volvamos —anuncia Genevieve repentinamente.

Todas nos giramos en su dirección, boquiabiertas. Ella es la última persona


que pensé que estaría de acuerdo en regresar. Es la que más luchó contra él.

—¿Tú crees que es una buena idea? —digo incrédula.


—Sí, creo que hay que regresar. Nos salvó. Nos dio la oportunidad de vivir
de nuevo. No quiero ser una prostituta; no quiero pasar mi vida huyendo y sentir
miedo. Quiero recuperarme, tal vez conseguir un trabajo decente, infiernos, tal vez
conocer a alguien. No tengo los medios para hacer eso aquí, pero con él, con su
orientación, puedo hacerlo.

Me giro lentamente al resto de las chicas. —¿Levanten la mano si quieren


volver con él?

Poco a poco, doce manos pequeñas y frágiles se levantan en el aire.

Mi corazón se encuentra pletórico.

Nos vamos a casa.

225
Epílogo
WILLIAM
Traducido por MadHatter

Corregido por ValeV

—Señor —dice George, entrando en mi habitación.

Han transcurrido unas cuatro largas semanas sin las chicas, y durante esas
cuatro semanas siento como si mi vida no existiera, como si hubiera desaparecido
en la nada. No puedo sentir nada. No puedo funcionar. Mi familia me traicionó.
Me arrebataron a mis chicas. Difamaron mi nombre. Aunque todo hubiera valido la
pena, si ellas estuvieran aquí conmigo.

Ben ha estado conmigo cada día, por eso me encuentro agradecido. Mi 226
padre, en cambio, me echó por completo de su negocio. Eso está bien; he
levantado mi capital lo suficiente durante los últimos diez años, lo que garantiza
que tengo la suficiente estabilidad financiera como para mantenerme a flote por
mucho tiempo. Sin embargo, eso no lo mejora. La persona que se suponía me
daría su lealtad, me repudió.

Parece que no hay nada que valga la pena por lo que luchar.

—¿Señor?

Levanto mi cabeza de golpe, mirándolo. —¿George qué pasa?

—Tiene un visitante.

—No me interesa —digo con rudeza, mirando de nuevo a mi escritorio.

—Señor, usted quiere verlas.

¿Verlas?
Levanto mi cabeza, mirándolo fijamente a los ojos. Se encuentran brillantes.
Poco a poco me coloco de pie, y mis rodillas parecen inestables al tiempo que
camino hacia la puerta. George me sigue de cerca mientras camino por los
pasillos, sintiendo como si mi corazón estuviera a punto de ser arrancado de mi
pecho. No pueden ser ellas. No regresarían, ¿verdad? Extiendo mi mano cuando
llego a la puerta principal, temblando la tomo y la abro.
Las lágrimas arden en mis ojos cuando las veo.

Doce chicas, agarradas de la mano, de pie en mi jardín delantero.

Número Trece
El verlo, el observar su rostro, me rompe el corazón. Las lágrimas caen por
mis mejillas mientras suelto la mano de Jaybelle, y me acerco con las piernas
temblorosas hacia William. Cuando lo alcanzo, extiende su dedo y lo pasa por mi
mejilla. Como si creyera que no soy real. Sus ojos se encuentran vidriosos y su
mano tiembla ligeramente. Levanto mis manos, tomando sus mejillas y hago un
sonido ahogado, un sollozo.

—¿Han regresado? —dice con voz áspera. 227


—¿Cómo podrías pensar alguna vez que no lo haríamos?

Sacude su cabeza, y atrae mi rostro más cerca del suyo, presionando sus
labios sobre los míos. Lo beso largamente y con fuerza, sintiendo que mi mundo
comienza a unirse. Durante últimas cuatro semanas, las chicas se han sentido
vacías, como si no hubiera nada ahí afuera para nosotras. Nuestros mundos se
encuentran aquí. A su lado. Se aleja y me mira, dándome esa expresión que es
tan increíblemente poderosa.

—Emelyn una vez me dijiste que me amabas —comienza con su voz


suave—. No te dije nada en respuesta. Gasté mi tiempo alejándote, diciéndote
que todo lo que necesitaba era a una amante. Pensé que así era, hasta el día en
que te arrebataron de mi vida, y me di cuenta de que había pasado mucho
tiempo enseñándote a ser una persona amable y leal, pero que olvidé enseñarme
a mí mismo. Tú me enseñaste eso. Incluso a través de todo tu dolor, me
enseñaste a vivir de nuevo. Emelyn me hiciste lo que soy, y me mostraste lo que
es ser una buena persona en realidad.

Sollozo ruidosamente, y mis dedos sujetan su camisa.

—Un buen hombre no es uno controlador, es uno comprensivo. Un buen


hombre no es el que tiene un amante, es el que ama. Un buen hombre no es el
que castiga, es el que explica. Yo no era un buen hombre; era simplemente un
hombre. Ahora soy todo lo que una buena persona debe ser gracias a ti. —
Levanta su cabeza, mirando fijamente a las chicas—. Y a ellas.

Me giro hacia las chicas, sonriendo a través de mis lágrimas. William baja
por los escalones, observándolas a todas, con su rostro lleno de orgullo cuando
dejo que mis ojos viajen sobre él.

—Todas tuvieron una vida dura antes de conocerme. Todas vinieron de


lugares muy solitarios. No sé si les di todo lo que podía, pero sé que me dieron
todo lo que son. Mi vida se encuentra incompleta sin todas ustedes en ella, así
que les digo, no, les pido que sean parte de ésta, conmigo.

Todas las chicas dan un paso hacia adelante, con sus manos entrelazadas,
sus ojos aliviados y llenos de reconocimiento por el hombre delante de ellas. Poco
a poco, todos se agachan hasta que se encuentran de rodillas. William hace un
sonido ahogado porque sabe tan bien como yo que estas chicas se están
entregando a él. Están colocando sus vidas nuevamente en sus manos.

Están dejando que sea su alguien.

Me giro en su dirección, y pasa un dedo sobre mi mejilla acariciándola. —


Nunca lo dije, pero ahora lo diré. Te amo Emelyn. Te daré todo lo que soy.

Me quedo mirando fijamente al hermoso hombre dañado en frente de mí, y 228


sé que finalmente ha sanado. No solo por el trauma que ha sufrido durante su
vida, sino del dolor que lleva en su corazón. Suelto su mano con una sonrisa, y
camino de regreso a las chicas, arrodillándome lentamente, entregándole la última
pieza de mí.

Comencé como Emelyn, la chica que vivía con culpa y dolor debido a la
vida que había tenido. Ya no soy esa chica. Ya no soy la que tiene que luchar para
respirar cada día. Ya no soy la que tiene un futuro roto y un corazón vacío. No,
soy la chica que le pertenece a William. Soy la chica que se ha convertido en algo
de la nada. Soy la chica que cambió la forma en la que su vida se hallaba
destinada a ser.

Ya no soy Emelyn. Dejé de ser Emelyn el día en que William me introdujo


en su vida. Dejé de ser Emelyn el día en que lo dejé entrar en mi corazón. Dejé
de ser Emelyn el día que me robaron mi mundo. No, ya no soy esa chica. Esa
chica murió hace mucho tiempo con los demonios de su pasado.

Desde este día en adelante, soy la única cosa por la que he de luchar. Soy
mía. Soy suya.

Soy Número Trece.

FIN
229
Sobre la Autora
Bella es australiana, amante de la diversión y un éxito actual de ventas
múltiples en EE.UU. Pasa sus días en el Norte soleado de Queensland con su
esposo y sus dos adorables hijas. Ha estado escribiendo desde que tenía quince
años, y después de su primer éxito con su primera novela, Hell’s Knights, se ha
puesto manos a la obra, creando nuevas historias. Es la autora de la serie MC
Sinners, Number Thirteen, Enslaved by the ocean, Where Darkness Lies, Life after
Taylah, Angel’s in Leather, The Joker’s Wrath series y Til Death.

230
231

Potrebbero piacerti anche