Sei sulla pagina 1di 6

Michel Serres, los méritos del olvido

Entrevista. Romper reglas, esquivar lo recto, tomar desvíos dinamizan la obra del pensador
que publicó un ensayo donde mezcla filosofía y fábula.

25/06/2016 - 0:05 Clarin.com Revista Ñ Ideas

Para cada razonamiento que le interesa compartir, Michel Serres, el filósofo de la


realidad en mutación, el mismo que su amigo Umberto Eco definía como “la mente
filosófica más aguda que exista hoy en Francia”, tiene una anécdota, una historia
mundana o un personaje inventado por él mismo. La de Serres, un francés de 85
años que antes de convertirse en una de las voces más lúcidas del pensamiento
contemporáneo fue marino, matemático y estudió literatura, es una filosofía
medular y amable. Profesor de historia de la ciencia en la Sorbona y en Stanford,
miembro de la Academia Francesa y de la Academia Europea de Ciencias y Artes,
Serres suele apelar a la mitología, a la fábula y hasta a la propia imaginación:
vendió 200 mil copias de un ensayo titulado Pulgarcita ( Petite Poucette , en
francés) –personaje inspirado en el ejercicio inconsciente de teclear con los
pulgares sobre celulares y tabletas– y ahora lo hace con El zurdo rengo ( Le
gaucher boiteux ), que acaba de ser publicado en italiano por la editorial Bollati
Boringhieri.

“No conozco ningún método que haya jamás abierto el camino a una invención ni
ninguna invención a la que se haya llegado a través de un método –sentenció hace
unos días en el Salón Internacional del Libro de Turín, adonde vino a presentar el
libro–. Esto nos impulsa a liberarnos de lo abstracto, de lo fijo, de lo que ya está
formateado. Son los rengos y los zurdos quienes construirán el nuevo mundo
avanzando más allá de las reglas”.
–El libro se llama El zurdo rengo. El subtítulo en francés es “Potencia
del pensamiento” y en italiano, “Del método no nace nada”. ¿Cuál de
los dos subtítulos es más preciso con lo que usted postula?

–Me quedo con el italiano. En mi libro se habla del sendero recto, que sería el del
método, y del sendero que se desvía y se bifurca. Por eso lo represento a través de
un personaje que es zurdo y que no da un paso seguro y por eso renquea. Desde el
momento en que hay un método que se sigue, se avanza sobre una línea recta,
derecha. Un método no explica, significa un justo camino y listo, un camino que
nos llevará siempre a un destino determinado pero no nos permitirá jamás
desviarnos. No se inventa nada. Si queremos innovar deberemos dejar el camino
recto. De ahí la idea de desviación, de bifurcación. En vez de hablar de bifurcación
en general, he preferido hablar de un zurdo rengo que intenta todo el tiempo
desviarse. Con frecuencia me refiero a personajes de la mitología donde hay a
menudo rengos inventores.

–¿Pensar equilibra nuestra inadecuación al mundo?

–Para responder esta pregunta hay dos palabras clave, que son: equilibrar e
inadecuación. Justamente, la innovación requiere un desequilibrio, una
inadecuación, es decir que en estos procesos habrá una bifurcación; no se debe
seguir recto. Es una suerte de desequilibrio, y es esa la fuente propia del
pensamiento, pero ciertamente de la innovación y de la invención. Para innovar es
preciso salirse del camino previsto, bifurcar. Innovar significa bifurcar. Mi zurdo
rengo es alguien bifurcado en su propio cuerpo.

–Una idea que usted asocia a la bifurcación y a la invención es la del


olvido como una facultad cognitiva importante y no como una carencia.
Usted dijo: “Galileo ha podido interesarse en la experiencia porque
‘olvidó’ a Aristóteles”. ¿Olvidar nos permite superarnos?
–Se cree que olvidar es un defecto. Pero en realidad es lo contrario, es una
cualidad. Le voy a contar una historia: antaño caminábamos en cuatro patas. En
cierto momento nos levantamos, entonces las manos perdieron la función de
apoyo. Una vez que ganamos las manos, estas sirvieron para agarrar, y ya no lo
hacía la boca. La boca perdió su capacidad de atrapar, sí, pero inventamos la
palabra. Es decir, que la invención de la función de la mano y la invención de la
palabra corresponden a los olvidos, a las pérdidas. Cada vez que se pierde algo, se
gana infinitamente más de lo que uno cree.

–¿Es preciso olvidar?

–Claro que sí. Este es el sentido de la bifurcación. Cuando se escribe, se pierde la


memoria. Nuestros ancestros no tenían la escritura y por eso estaban obligados a
recordar aquello que se decía. En consecuencia, la tradición oral suponía una
memoria considerable. Antes de la escritura, nuestro modo de comunicarnos era
oral. Por eso era el cuerpo humano, la memoria individual, la que estaba en el
centro del saber. Luego se inventó la escritura: descargar en un papel lo que
tenemos en la memoria. El soporte dejó de ser el cuerpo humano y pasó al papel.
Por eso, desde que escribimos, hemos perdido la memoria, que queda registrada
sobre lo escrito. Hay personas que toman apuntes porque temen olvidar. El libro, al
reemplazar a la memoria, permite olvidar. Ya no es necesario recordar, lo cual hace
más liviano el paso del conocimiento. Cuando la memoria está adentro de la
computadora, nos sentimos más livianos todavía. Descargando la información de
Internet se libera la mente de un peso. Este download permite nuevas
posibilidades. Podemos mantener la intuición, la invención. Desde el momento en
que las nuevas tecnologías nos aligeran, estamos condenados a convertirnos en
inteligentes.

–¿Qué significa estar permanentemente conectados teniendo acceso a


información?
–Descargamos información en soportes como el hardware y el software. La
cuestión ahora es preguntarse cómo gobernar esta información. Con Wikipedia y
las nuevas tecnologías tenemos acceso a toda la información posible. Preguntarse si
lograremos controlar toda esa información no es una pregunta nueva. Cuando se
creó la imprenta, velozmente se imprimieron millones de libros y nadie estuvo en
condiciones de leer todo lo que se imprimía. El volumen de la información era tal,
que era imposible contenerla toda. Tenemos acceso a la información pero
necesitamos alguien que nos la explique. Esta es la labor del maestro, del
mensajero, del intermediario, del filósofo.

–¿La información corresponde al saber?

–La transformación de la información en saber también es vieja como el mundo.


Tenemos siempre necesidad de alguien que nos la explique.

–Ha destacado que, muchas veces, la información que circula en los


medios es repetición. En un mundo inseguro, como decía el sociólogo
Robert Castel, ¿la repetición nos da seguridad?

–Estoy en total desacuerdo con esa posible definición de la repetición. La


repetición es la muerte. Con la repetición olvidamos el pensamiento, la invención y
uno se vuelve un imbécil. Además, los medios se han vuelto fúnebres. Solo hablan
de muertes.

–Usted estudió letras. Y habla de la literatura como el racconto


indefinido de lo posible humano. Si pensamos en la ficción como
invención, y si pensar significa inventar, ¿qué relación hay entre
literatura y pensamiento?

–La literatura despliega el conjunto de las obras de la imaginación, de la


imaginación maestra del conocimiento y la verdad humanos tanto real como
virtual. Lo virtual es la esencia de la virtud del ser humano, de su existencia
individual o colectiva. Para conocer a las personas en su verdad es preciso
instruirse en obras altamente imaginarias como aquellas de la literatura, más
profundas que la filosofía y las ciencias humanas que, en cambio, son reales,
demasiado reales. ¿Qué es una buena novela o una linda comedia? Son narraciones
en las que sucede algo inesperado. ¿Qué es una gran obra de literatura? Es una
inmensa invención que revela el destino del hombre.

–Lo inesperado es otra característica que usted atribuye a la invención.

–Por supuesto. La invención es un ladrón que nos sorprende en el medio de la


noche. Es lo que le sucedió a Cristóbal Colón, que salió a navegar en busca de Asia y
descubrió América. Hay un concepto para eso. Los estadounidenses lo
llaman serendipity, que es precisamente hallar lo que uno no esperaba encontrar.

–En general, su pensamiento es de un gran optimismo en tiempos en


los que en el ámbito intelectual internacional reina la desesperanza.
Usted ha dicho que la cultura francesa, por regla, no es alegre, tal vez
porque está excesivamente basada en la razón. ¿La razón es pesimista
por naturaleza?

–Somos pesimistas porque estamos bien. Siempre habrá algún nostálgico que siga
sosteniendo que todo tiempo pasado fue mejor, pero tengo 85 años y, si miro hacia
atrás, compruebo que he visto la Segunda Guerra Mundial, la Shoah, Hiroshima y
todo lo que vino después. No siento nostalgia por un tiempo en el que moría una
infinidad de personas por día. Solo en Europa, hace setenta años que no hay
guerras, algo que no sucedía desde la guerra de Troya. Por eso sostengo que
vivimos una época que llamo “dulce”. Le propongo que busque en Internet cuáles
son las principales causas de mortalidad en el mundo. La guerra y el terrorismo
figuran entre las últimas. Los accidentes de tránsito y el tabaco provocan más
muertos.
–Suele ejemplificar su teoría a través de una historia o de un personaje.
¿La filosofía debe ser didáctica?

–Pertenezco a la tradición latina, que siempre ha privilegiado la narración. Pienso


en Montaigne, en Voltaire, en Diderot, que siempre han apuntado a una reflexión
concreta contando una historia. Por lo tanto no soy para nada original.

–Pensé que lo había aprendido de amigos literatos como Italo Calvino o


Umberto Eco...

–Fuimos grandes amigos. Eran intelectuales irónicos, con un gran sentido del
humor, algo difícil de encontrar en Francia. Una vez viajé con Eco y me divertí
muchísimo. Recuerdo que le preguntaron: “Desde cuándo es célebre?”. Y él
respondió: “Lo he sido siempre, solo que la gente no se daba cuenta”.

Potrebbero piacerti anche