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Beberzen

La luna reflejada
En la mente clara
Aún las olas, rompiéndose,
Reflejan su luz.
“Zazen” Dogen

I. Mi Japón, es el Japón de los libros: de los sinólogos, japonólogos, de los diarios de


viaje, de los monjes budistas; pero fundamentalmente del animé y de los poetas del haiku,
entre otros narradores de una de las culturas más antiguas del mundo. Me he preguntado si
una estancia ahí derrumbaría el andamio imaginario que he construido en torno a esa
cultura. El encanto de la literatura nipona me ha generado una bruta inquietud por el
lenguaje del archipiélago. Es una especie de pulsión que hace que ponga el oído en un
plenilunio de otoño en la que dos figuras borrosas beben sake, mientras observan una luna
empapada en sangre; un atardecer en el que una escena de amor cortesano es enroscada por
unos ojos borrachos de melancolía. Esta escena es la imagen que se desprende de la novela
de Junichiro Tanizaki, El cortador de cañas. Resumiré un poco, El personaje decide
abandonar su casa en Okamoto y salir en búsqueda de un buen lugar para observar el
plenilunio de otoño. En este recorrido, el narrador ir relevando paisajes al pasar, de la
literatura histórica cortesana de la era Heinan. Pareciera que este recorrido es simplemente
evoca los cantos de la literatura del pasado.

Pero esta inquietud que me moviliza siempre se ve interrumpida por La Interrogación


que se interpone entre Occidente y su Otro, Oriente. ¿Qué puede decir la subjetividad
Occidental de la cultura Oriental, específicamente, la nipona? Que me sea perdonada la
simplicidad de la anterior pregunta; pero, me parece necesario hacerla. Pienso que
enunciarla es no sólo reconocerla sino, a la vez, ensayar una respuesta. Éste escrito es uno
de esos ensayos. Incluso, más precario que un ensayo, una improvisación en donde el peso
de la dimensión inapropiable del discurso literario oriental presiona estas palabras. Pero, al
menos, al improvisar la respuesta quito el peso sobre las formulaciones que preceden a las
mías, hago de estas una alternativa informal de pensamiento e escritura. Creo que se trata
de sabernos incapaces de afirmar en los términos del otro, pero al menos intentar
comprender su “experiencia de vida”. Una háiresis que como demostrare aquí, es
refractaría: yo leyendo a los japoneses, los japoneses leyendo a sus predecesores, sus
predecesores leyendo lo sublime de una naturaleza que convoca a todos los anteriores
actantes.

II. Entonces –retomando- qué puede decir el ojo occidental de una novela del “canon”
de la literatura japonesa, que evoca melancólicamente un pasado romántico de la Heian. El
cortador de cañas 1 de Junichirō Tanizaki, narra la experiencia del descubrimiento del
instante. El develamiento del Otro, la dama cortesana quizá, llamando desde la lejanía del
relato. La narración de Tanizaki, se presenta como un fluir de conciencia, pero no cualquier
fluir, sino un movimiento que revela y oculta a la vez. No se trata sobre qué va apareciendo
en ese fluir; ni tampoco hacia dónde se encauza el Río Minase; sino, qué está jugándose en
ese fluir –del río y de la conciencia del narrador- o bien, en el modo del modo que funciona
dentro de la lógica del Sōtō Zen. El relato de un amor perverso y frustrado deviene deseable
de ser escuchado a causa de la experiencia de mundo que inaugura en cada uno de sus
oyentes y/o lectores.

III. Explicaré mi modo de ver la corriente de éste fluir. Sirviéndome de una serie de
herramientas que me han otorgado las lecturas sobre una de las ramas del Budismo Zen
Japonés, que vinieron de la mano de Dôgen Zenji y de Alberto Silva leyendo a éste. El Zen
de estilo sōtō es a mi modo de ver un aparato discursivo que me permite leer ciertas textos
y prácticas orientales. Zen en cuanto tal puede pensarse tanto como pensamiento y como
práctica –o metodología-. En el sujeto del Zen, prácticante de Zazen (meditación sentada),
se debaten dos fuerzas: una naturaleza instintiva y permanente (sho) y a la vez una intuición
circunstancial (so). Es desde ahí que el fluir del Río puede germinar en cuanto tal. Ese es el
modo fluir del Río Minase; un río en el que al percibir, uno puede sumergirse y hallar el
venenoso éxtasis de su transparencia. Pero, cabe una aclaración más, en esa experiencia
del sumergimiento entra en un orden de lo perceptible por/en el cuerpo.

En El cortador… los cuerpos parecieran dispuestos gracias al alcohol. Como si se la


bebida fuera el bono de entrada a un estado particular del cuerpo. Una especie de
disposición sincera del cuerpo, dejándolo a la vista/ avistar el acontecimiento. Esto es, estar

1
(蘆刈 Ashikari) (1933)
expuestos para recibir, pero recibir como práctica no pasiva, o sea, como recepción de algo
que exige una retribución. Ya que, esta exposición implica una especie de predicción:
palabra a palabra segundo a segundo, de la maravilla y la crueldad que relatada. Y no sólo
los actantes del texto, la lectura de la novela de Tanizaki, conlleva sentirse
permanentemente a la expectativa, una novela en la que se avanza lento, no sólo por su
composición formal, sino más bien por su detenimiento en el cómo se percibe antes del qué
se percibe de la Naturaleza. Es ahí, donde creo que se detienen mis interpretaciones.

IV. Entonces, no se trata de intentar ponerse en el lugar del otro y tratar de percibir
aquello que se percibe de la misma manera, sino más, intentar responder a esa percepción
de otra forma. En este sentido, se comprende lo que el Zen acepta del legado Shintoista:
concebir lo humano como corporal y, consecutivamente, comprender práctica centrada en
la vida del sujeto desde el cuerpo.2

Eso es lo que sucede en la novela de Tanizaki, es el cuerpo el que percibe ese fluir
aceptándolo y negándolo a la vez. El Zen de Dôgen que enfatiza en la háiresis
(experiencia de vida) que entra en estrecha relación con la práctica meditativa de Zazen o
meditación sentada. Una experiencia de vida que se percibe desde el hara, el cuerpo, en el
cual cohabitan dos polaridades que mencioné sin énfasis, el sho “la sospecha de algo
innato” con el so “la premiosa constatación de que todo cambia”. (Alberto Silva)

Simultáneamente, el Zen como pensamiento y el Zazen como práctica, acontecen (en


una plenilunio de otoño bebiendo sake a la orilla del río). Esto es cuando desde el hara, el
mundo es percibido por so y sho zumbando juntos. Se confunde el budismo zen con una
práctica que requiere el recorrido de un camino de fortalecimiento espiritual para llegar a la
Iluminación, pero en realidad la interpretación más justa es la del tiempo vivido. Aquello
que acontece es el tiempo vivido, que por vivido se hace naturaleza fijada en el sho y a la
vez inestabilidades de que ese tiempo atraviesa el hara, el so. De allí, grandes haiku como
poema del acontecimiento. Un ejemplo con el haiku que hace de epígrafe este ensayo: la
dualidad de lo permanente y lo impermanente son percibidas a la vez por monje zen, no
existe algo como un síntesis dialéctica en esa práctica, ambas partes ocurren a la vez en la
“mente clara”. No es la luz de la luna la que intercede en el cuerpo del poeta, es la
2
Zen 3, Alberto silva lo individual y, a la vez, lo natural del entendimiento humano, están al servicio d esto es,
luminosidad misma la que moviliza la dualidad del hara. Luminosidad de las que los dos
personajes de el cortador no están muy lejos durante el plenilunio.

Otro ejemplo ameno. El calígrafo pinta un enso. Toma un picel y traza un círculo. A
veces, el maestro hace una pregunta que se denomina koan, se trata de una interrogación al
círculo y al discípulo sobre lo que este señala. Una pregunta al estilo de “¿qué cosa és?”.
Responderla implica la reflexión sobre lo que hay dentro del círculo. La pregunta entra en
el orden del Zen como pensar (shiryo). La respuesta, puede darse en la práctica, en la
metodología de la meditación sentada, Zazen, que es correspondiéndose
contradictoriamente con su argumento, no-pensar (fushiryo). Esa es la dualidad que implica
la háiresis del Zen como modo de percibir el mundo.

Luego del recorrido del personaje principal, las evocaciones de imágenes del pasado
cobran otro sentido. A mi modo de ver, esas evocaciones sufren de un retorno de sentido en
la segunda parte de la novela. El narrador ha optado por una cena liviana, y llevarse su
botella de sake al Rio Minase para contemplar la luna desde allí. En medio de su beber
desvariado, aparece un segundo personaje, desconocido. Este se presenta, no por nombre
sino por deseo. Te he visto y he deseado sentarme a tu lado y compartir mi bebida; en mi
acecho de hace unos momentos, he deseado contarte mi historia. Es ahí, cuando aquellos
imaginarios cortesanos ingresan en la dualidad zen. El narrador que escucha la historia deja
de introducir la voz del otro en su imaginación sobre lo que escucha. Sentado, escuchando,
optando por esa pasividad, se pierde lo que puede decirse la intensión de escucha y el relato
del otro toma fuerza por sí mismo; y por consiguiente, se apodera de una conciencia que no
puede resistirse porque es ahí cuando el tiempo vivido acontece en el hara del oyente.

Como mencioné anteriormente, esta forma de posicionarse para arriesgar una


interpretación de la palabra japonesa, se la debemos a Alberto Silva, que ha acercado las
formulación del Zen de estilo sōtō al terreno de la sociología.

“En el mundo no queda nadie que me conozca” una de las interpretaciones de este
haiku es que trata sobre la muerte de un viejo amigo: la muerte como el tiempo que pasa y
envejece y la eternidad de la amistad entre hombre japoneses que llega a ser mucha más
profunda que las relaciones con el sexo opuesto. El dolor por la muerte pasa entonces a
pertenecer al orden del hara haciendo resonar ambas polaridades a la vez.

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