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A) Tratados
1. Tratados
Doctrina: los tratados constituyen una declaración hecha por dos o más estados, declaración
que se obligan a cumplir y respetar.
Según el derecho de gentes se entiende por tratado a un acuerdo entre estados concerniente
o relacionado a asuntos políticos económicos.
Con el término de a segunda guerra mundial nace un nuevo orden que se caracterizo por su
absoluta identidad ideológica.
El III reich se aprovecho de la importación de mano de obra extranjera, mal pagada o reducida
a una condición servil. En 1944, siete millones de trabajadores extranjeros residían en
Alemania, dedicados a incrementar la producción en las industrias bélicas o en actividades
cuyo funcionamiento podía ser beneficioso para el esfuerzo económico general.
El destino de Dinamarca, Noruega y Holanda hubiera sido muy probable idéntico al de Austria
si Hitler llega a ganar en la guerra pero, por el momento no se opto por una misma solución.
Dinamarca fue ocupada sin derramamiento de sangre y los alemanes no se molestaron en
cambiar sus instituciones, hasta el punto de que en 1943 se realizaron unas elecciones, en las
que, por cierto, el partido nazi apenas obtuvo un 2% del total de los votos.
La ocupación, bajo el mando de un general muy benevolente, que acabo conspirando contra el
dictador, no supuso la desaparición de la monarquía. El rey no participo en actos oficiales y,
durante algún tiempo, mantuvo su popularidad hasta que se caso con la hija del nacionalista
flamenco. Fueron los grupos de esta significación quienes más colaboracionistas se mostraron
con respecto al ocupante alemán.
El destino de las zonas ocupadas de la unión soviética fue todavía peor, tal como se ha
apuntado. El caso de los aliados balcánicos y centroeuropeos del reich fue distinto. En estos
países existían formulas muy conservadoras o autoritarias que eran compatibles con la
existencia de minoritarios movimientos fascistas. Muy a menudo, estas dos formulas no solo
resultaron incompatibles entre sí, sino que dirimieron sus discrepancias por medio de la
violencia. Así, en Rumania, los militares se deshicieron de su enemiga la Guardia de Hierro
fascista de Horia Sima, por procedimientos represivos que provocan millares de muertos.
Adam Smith había escrito que en otros tiempos hubiera podida podido suceder que pueblos
barbaros se impusieran por la fuerza a pueblos civilizados, pero eso era ya imposible en el
mundo moderno. Esta frase tuvo su aplicación a la guerra mundial: ante ella –y también en su
transcurso- todos los beligerantes se dieron cuenta de que el resultado de la misma dependía
en un elevadísimo porcentaje de su capacidad productiva. A fin de cuentas, la “Guerra
Relámpago”, estrategia fundamental de Alemania, se basaba en la necesidad de obtener un
triunfo rápido ante la superioridad material adversaria. En los años precedentes, Hitler había
conseguido multiplicar su poder presionando a países débiles, pero ahora, a la altura de 1939,
debía obtener una victoria rápida que le permitiera el acceso a las materias primas de las que
carecía.
Cada día que la guerra transcurría, por tanto, aumentaban las esperanzas bélicas de los aliados
y disminuían las del Eje. En el año 1941 la producción de los dos bloques era relativamente
semejante, pero en 1944 los aliados triplicaban a su adversario. Pero si aquellos habían
pensando que la pura superioridad económica les daría la victoria, no tuvieron en cuenta la
capacidad de adaptación del enemigo, al menos a corto plazo. A la hora de examinar la manera
en que cada uno de los contendientes abordo el incremento de la producción para atender a
las necesidades bélicas, conviene agrupar los cinco principales beligerantes en tres grupos.
Los problemas alimenticios pudieron ser paliados gracias al incremento en el área cultivada y
se impusieron políticas corporativas, de las que fue principal artífice Bevin, el líder laboralista.
Al mismo tiempo, algunos países del Imperio incrementaron de modo muy considerable su
productividad industrial –Canadá- o agrícola –Nueva Zelanda. Sin embargo, el incremento de la
producción norteamericana resulto muy superior al del imperio británico. También en este
caso hay que hacer mención de los sacrificios de la población, sobre todo en los horarios de
trabajo, porque también los salarios se incrementaron.
Por su parte, la Asamblea venía a ser la encarnación de la democracia a escala universal entre
los Estados. Aparte de admitir a nuevos miembros y elegir a los no permanentes del Consejo
de Seguridad, la Asamblea no podía tomar otras decisiones que las de carácter muy general,
llamadas “recomendaciones”, que debían ser aprobadas por dos tercios de los miembros
presentes y volantes. Empero, en la práctica, las Asambleas de la ONU se convirtieron en
grandes foros internacionales.
El secretario general el primero fue el noruego Trygve Lye, elegido por acuerdo entre
soviéticos y norteamericanos también desempeño un papel creciente en el escenario
internacional. La ONU, en fin, vio como se incorporaba a su organización una serie de
organismos especializados respecto a los cuales el secretario general ejerció una función
coordinadora. Toda esta arquitectura organizativa pronto se demostró impotente para
encauzar la situación internacional por la incapacidad de entenderse de las grandes potencias.
Ya en enero de 1946, los países anglosajones se quejaron ante el Consejo de Seguridad de la
ocupación del Azerbaiyán iraní por parte de la URSS.
En realidad, la dificultad de comprensión entre esas dos grandes potencias venia de antes y se
había hecho manifiesta a lo largo de las grandes cumbres que habían tenido lugar en el
transcurso de la guerra. En esas reuniones se tomaron decisiones que afectaron al futuro
destino del mundo. Lo que ahora nos interesa es recalcar las diferencias de criterios.
Roosevelt, que partió para Yalta tan solo dos días después de la inauguración de su tercera
presidencia, parecía haber estado angustiado por la necesidad de construir un nuevo orden
internacional; como Moisés, llego hasta la tierra prometida pero no pudo entrar en ella.
La conferencia estuvo mucho mejor organizada que Yalta y duro mas, pero su resultado fue
acogido con escepticismo por una opinión que la había seguido puntualmente porque, en la
práctica, fue seguida día a día por la prensa. Con esos antecedentes, condenada al mal
funcionamiento, la organización internacional destinada a resguardar la paz a lo largo de 1946
y 1947 se fue convirtiendo en cada vez más inevitable el camino hacia el enfrentamiento en el
panorama internacional de las dos superpotencias.
Fue tan solo Francia quien se mantuvo en una posición parcialmente identificada con esta idea
reclamada el control del Sarre y la internacionalización del Ruhr. Ambas potencias reclamaron
el estricto cumplimiento de un programa de reparaciones, la primera por el procedimiento de
desmontar las fabricas alemanas, y la segundo por el de compensar sus pérdidas a base de
carbón. Pero, de cualquier modo, la cuestión alemana no solo no quedo resuelta sino que no
llegaría a estarlo de forma definitiva hasta 1989. En realidad, cuando los mencionados
acuerdos de Paris fueron suscritos, ya el clima internacional se había deteriorado gravemente.