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CARPETA:

Proceso primario Proceso secundario


Inconsciente Preconsciente
Principio de placer – energía libre (Ello libre busca Principio de realidad
la descarga: desplazamiento – condensación).
Ello Yo
No influye lo desagradable
Atemporalidad
No contradicción
Se satisfacen los deseos por la vía de la Identidad mental. Objeto; aparecen las
alucinación, aparece la identidad de lo funciones: represión, conciencia, atención,
perceptual. Aparecen huellas pero confunde memoria, juicio (signo de realidad), síntesis,
realidad con fantasía. accionar controlado.
Descarga motriz Pensamiento

Según Winnicott el bebé nace disuelto (fragmentado) y es el cuidado materno el que lo va a unir e integrar.
Winnicott: espacio transicional. La madre suficientemente buena hará un periodo regresivo y se va a
conectar con él bebe. Se necesita agresividad (sexualidad y agresión). Tiene que ver cómo te criaron. Se va
entretejiendo sexualidad y agresión (espacio, cuerpo). Según como haya sido la mama, como la toco, como
la agarro, es como el hombre va a relacionarse con las mujeres. Son bases futuras.
La subjetividad es un tejido que se construye por capas. Si fuimos respetados, fue construido, es la
construcción de vínculos, que voy entramando con el otro.
Atención: No confundir objeto transicional con fenómeno transicional. Este último son las manifestaciones
culturales como la música, el deporte.

“El nacimiento de una madre” Daniel Stern


Como las madres escapan al destino de su propio pasado
No esta necesariamente destinada a repetir los viejos patrones que experimento. Cuanto mejor usted
puede entender lo que experimento con su propia madre, habrá nuevas posibilidades de estar repitiéndola
sin ser consciente de ello. Usted debe tener una considerable capacidad de autoreflexion y
autoconocimiento para alcanzar una comprensión madura y objetiva de esta relación. La relación no tiene
que cambiar tanto, sino que necesita ser comprendida de modo diferente. Una mujer que puede
reconstruir la relación con su madre, se habrá liberado de su pasado en gran manera.

SAPINO
El cuerpo de la madre es un espacio a recorrer. El cuerpo del niño según como sea tocado, mirado, va a
construirse su subjetividad.
La subjetividad se construye por capas. Y va a influir cómo ha sido respetado ese cuerpo, esa intimidad y
cómo se hayan tejido los vínculos con los otros.
En “intimidad creativa” plantea la intimidad como sujeto, como entidad en sí misma.
Adentro está la vida, se gesta. Y después se ve cómo se la tramita. Pero esos son nuestros ladrillos.
En “Más allá del principio de placer” en relación al FORT DA , dice que se plantea el juego como descarga
de una energía que de no ser descargada, se transforma en angustia.
Y que en el caso del FORT DA hay dos etapas, en la primera se da la elaboración, y en la segunda la venganza.

FREUD
¿Qué es el psicoanálisis?
¿Qué teorías desarrolla?

 Teoría de la evolución psicosexual de la libido

 Teoría de la angustia
1. Primera teoría de angustia: fruto de la represión. Conflicto.
2. Segunda teoría de angustia: el yo es sede de angustia.

 Teoría de las pulsiones


1. Primero habla de las de autoconservación.
2. Segundo habla de las pulsiones del yo (en el texto sobre Narcisismo)
3. Tercero habla de pulsiones de vida y muerte (eros y thanatos)

- Recordar el concepto de pulsión, sus características (META - OBJETO) y destinos.


- Recordar diferencia entre pulsión e instinto:
La pulsión puede cambiar de destino o fin.
El instinto tiene objeto fijo – fin fijo. Ej. un pájaro va a armar el nido siempre de la misma manera.

 Teoría del aparato psíquico.

1. Primera tópica: El primer aparato psíquico de Freud está compuesto por sistemas (icc – prcc – cc)

2. Segunda tópica: En segundo lugar habla de estructuras (yo - ello - superyó).

Recordar: El funcionamiento psíquico depende del espacio y el tiempo. Y tiempo y espacio pueden estar
manejados por el proceso primario o secundario.
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Tres Ensayos sobre una teoría sexual. La sexualidad es la libido. Libido = energía psíquica.: - metamorfosis
de la pubertad. – Las perversiones – la infancia.
- La represión
- Introducción al narcisismo
- Lo inconsciente
- Duelo y melancolía
- Pulsiones y sus destinos.

Perverso polimorfo: oral  de succión (incorporar) y mordaz (escuchar y criticar). Es aquel que tiene una
fijación en su momento del desarrollo. Por ejemplo, anal (amarrete). Hay objetos parciales de la pulsión,
después se ve cómo evoluciona.
Identificación: esta antes del CDE y durante. Hay que saber cómo se crea (con los significativos).
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Objeto para Freud: objeto de la pulsión, objeto del deseo. La pulsión tiene objeto (también meta, fin).
Objeto según Winnicot: objeto transicional.
Objeto según Kohut: objeto del self.
Agresión: fuerza para la pulsión
Pulsión escopica: mirar y ser mirado.

Pacto y acuerdo: patrimonio individual y patrimonio colectivo: Recetas. Lo que se considera del grupo, es
como un tesoro. Cuando hablamos del superyó van directamente al superyó cultural que es el entretejido
que sostiene.
Vínculo y relación: A diferencia de la relación, en el vínculo hay una permanencia en tiempo y espacio.
El vínculo contiene relaciones, pero no precisamente las relaciones tienen vínculos.

Teorías pulsionales: Freud y Erickson


Teorías de la intersubjetividad: Kohut

Cultura (Freud): Suma de producciones que nos diferencian de los animales y que sirve a dos fines. Uno es
proteger al hombre de la naturaleza (para eso están las invenciones, por ejemplo el pararrayos) y el
segundo, regular las relaciones sociales.
“LO VINCULAR” – BERENSTEIN Y PUGET
CAP. 3: LAS ENTREVISTAS PREVIAS A LA INICIACIÓN DEL TRATAMIENTO
El para qué de las entrevistas iniciales

La decisión de iniciar un tratamiento psicoanalítico tiene su origen en algún momento de la vida de una
persona y por motivaciones que en determinada circunstancia se transforma en un motivo desencadenante
del deseo de tratarse. Éste se concreta en la búsqueda de un terapeuta y el encuentro establece como
comienzo un espacio – tiempo llamado “entrevistas”. El paciente será individual – adulto o niño – o vincular:
pareja, familia o un grupo. Esta noción ampliada de paciente agrega un sentido de las entrevistas, y por
disponer de varios encuadres, la función de indicación adquiere mayor significado. Tiene algo que ver con una
toma de decisión conjunta acerca de la factibilidad del proyecto terapéutico.

Para analizar una familia nombramos el conjunto o estructura vincular donde los yoes encuentran su lugar y
no solo las distintas personas que componen al conjunto que en el caso de una familia incluye el paciente
sancionado. “sancionado”, “castigado”, “aislado”, significa marcar conjuntamente un lugar y de parte del yo
cargar con un peso, una responsabilidad y transformarse en quien el grupo, la familia o la pareja intentara
mantener en ese lugar con el consiguiente precio emocional.

Establecer y organizar una decisión mutua con miras a desarrollar una tarea en común tiene su importancia,
dado que muchas resistencias se apoyan en la falta de claridad de algunas explicitaciones. Cuando circulan
engaños es necesario formular claramente los términos del contrato porque puede parecer natura concertar
entrevistas sin que algún integrante lo sepa.

Además de la dinámica ligada a engaño y mentira, otras situaciones llevan a excluir o mantener alejado de las
entrevistas a algún miembro. Cuestiones horarias, negativa de alguno, edad, etc., que darían cuenta de
escisiones profundas.

Las entrevistas incluyen la idea de conocer quién será el futuro paciente, así como darse a conocer como
futuro terapeuta.

Las primeras entrevistas sirven para evaluar la proximidad o el alejamiento de la conciencia de los conflictos
inconscientes. La entrevista muchas veces es vivida defensivamente como un mero trámite para dar
cumplimiento a una decisión implicamente tomada desde antes del encuentro inicial. Como causa del
movimiento resistencal está el temor a la irreparabilidad o la fantasía de ser rechazado por el terapeuta.

Un motivo latente del deseo de tratarse es el de ser aceptado y reconocido en tanto “yo” y avalar la bondad
del funcionamiento constitutivo ante la propia percepción de su deterioro y la persecución que este engrenda.
El tiempo de espera más o menos prolongado para la concreción del proyecto reparatorio puede deberse
cuando el paciente es vincular, a la repetición compartida que no es fácil de desalojar y es tenido como posible
fracaso de proyecto.

Cuando se trata de una estructura vincular, en una entrevista inicial las personas no solo conocerán como son
miradas, pensadas y registradas por ellas mismas, sino también conocerán como son miradas, pensadas o
registradas por los otros. La tolerancia a esta doble mirada suele ser bastante decisiva para detectar la
factibilidad de un análisis.

Cuando se trata de un conjunto de personas ligadas por relaciones de parentesco o reciprocas uno de los
objetivos de las entrevistas es detectar como el sufrimiento atraviesa el vínculo y como lo padecen quienes
ocupan un lugar en el. El malestar recorre en la familia tanto a la pareja matrimonial y su otra función como
pareja de padres, que a su vez se vinculan al os hijos, como a estos entre sí como hermanos.

Desde el punto de vista de Liberman un tratamiento psicoanalítico individual consistiría en crear las
condiciones para realizar una tarea de autoconocimiento. Si tomamos este criterio para los pacientes
vinculares, estos deberán ir conociendo poco a poco como construyeron su pertenencia al vínculo.

Ruffiot señala que en una conversación preliminar con una familia suele formular preguntas acerca de los
nombres y su importancia fantasmatica para la familia, o indaga como se expresa la inquietud o el estilo
emocional: por ejemplo, cómo vive la familia al estar triste o deprimido o como imaginan el porvenir. Así, trata
de que la conversación familiar se torne más asociativa y a la vez más alejada de las conversaciones cotidianas
y habituales de la casa.

Ruffiot interroga acerca de cómo se duerme y como se sueña en esa familia. Cada miembro es invitado a
contar el último sueño que recuerda o un sueño más antiguo.

Las entrevistas ofrecen la posibilidad de saber lo que cada uno puede esperar del otro y de sí mismo. Toda
estructura familiar y de pareja tiene normas, pactos, reglas y teorías inconscientes que determinaron la
elección tanto de objeto amoroso como de las sucesivas elecciones.

El terapeuta, es buscado tanto como alguien que reviste algún grado de familiaridad ilusoria o no, y mucho
más como algún personaje de la Estructura Familiar Inconsciente, del Zócalo Inconsciente de la pareja o del
sistema de ideales propios.

Las derivaciones no son todas iguales, algunas son el resultado de una indicación autentica, nominación que
las diferencia de aquella motivada por un error del terapeuta individual cuando confunde una crisis
trasferencial con un problema familiar o matrimonial de su paciente.

Cuando un paciente individual habla de “su familia”, describe de forma recortada ciertos y determinados
aspectos en desmedro de otros, pero no recibe del otro extremo un contrapeso ni otra visión. Por ese motivo,
consideramos a los comentarios de este tipo como una mutilación narcisista, porque solo se trata de un
conjunto de representaciones autogeneradas por el aparato mental.

Cuando se habla de “familia interna” creyendo que esta es un duplicado de la “familia externa” suele provenir
de una asociación de la defensa del paciente. Y si ello es el motivo de una derivación conlleva un posible
fracaso terapéutico vinculado a la confusión entre dos mundos de lógicas diferentes.

¿Cuándo se produce el comienzo de la primera entrevista?

Levi y Ungierowicz definen como el periodo que transcurre entre el pedido de ayuda más o menos explícito y
el momento en que se decide la indicación más precisa, un periodo diferenciado y bien acotado. Se trata de
un tiempo distinto con objetivos específicos a cumplir y al que hay que organizar. Llaman a estas entrevistas
preliminares y no diagnósticas, dado que sus objetivos exceden ampliamente el propósito de delinear un
diagnóstico del funcionamiento vincular.

La primera entrevista de análisis vincular propone una paradoja inicial: que se pongan de acuerdo para pedir
la entrevista cuando por otro lado una familia o pareja – paciente sostiene un desacuerdo paralizante.

El pedido de entrevista comienza cuando el paciente construye una escena imaginaria de su relación con quien
vaya a ser su futuro terapeuta. El llamado telefónico es tan solo un hito específico: moviliza la fantasía y ubica
al otro en un cierto lugar, así como arroja información acerca de la probable estructura del vínculo.

El paciente niño es traído por los padres, quienes consideran ser portavoces de su sufrimiento y funciona como
intermediarios entre el niño y el analista. Cuando el proceso psicoanalítico se desarrolla adecuadamente, el
niño se apropia de su tratamiento, lo asume como suyo aunque, para algunos componentes de realidad
externa, dependa de sus padres. Cuando se producen conductas calificadas como posibles acting out, los
padres en tanto personajes reales externos reaparecen, sea como representante de la protesta hostil o
haciéndose cargo de la mente del niño.

En los pedidos de análisis de familia o pareja, el teléfono solamente puede llamar uno, solamente es uno quien
toca el timbre. Descubrir sobre en quien recayó la elección o quien elige hacer el movimiento activo provee
información al analista. También es útil saber, en una entrevista de pareja, si quien pide la entrevista arregla
el horario por su propia cuenta diciendo que el otro seguro también puede, o si hace esperar en el teléfono
para consultar con su pareja; se pueden ir diagramando situaciones ubicuas para un tercero: por ejemplo,
instalar allí al analista.

El pasaje de la situación de las primeras entrevistas a la del tratamiento marca la instalación incipiente de la
estructura tríadica mínima. Este pasaje – transformación del espacio da al trabajo analítico su status cabal.

La idea de según quien pide la entrevista, ofrece dos niveles de análisis. Uno, corresponde a una formulación
común, cercana a lo consciente, donde se expresa el deseo de menos sufrimiento. Otro proviene de la posición
inconsciente diferente no siempre complementaria e incluso divergente, si bien ha podido conformar
aparentemente un deseo compartido.

Cuando las primeras entrevistas no se trasforman en tratamiento, es probable que una de las causas sea que
el sufrimiento y el requerimiento de modificarlo este distribuido de forma tan asimétrica que vislumbrar la
probabilidad de una modificación puede resultar intolerable, o por lo menos, tornarse una grave amenaza
para el mantenimiento de la estructura vincular.

Los analistas partimos, por lo general, de un supuesto: todo paciente que pide tratamiento en un principio es
analizable y en caso contrario se trata de alguna de las resistencias atribuidas al paciente o alguna dificultad
nuestra para implementar una técnica adecuada para la instalación del tratamiento. Revisar esta creencia lleva
a cuestionar criterios de analizabilidad y descubrir zonas de incertidumbre.

Diferencias entre entrevistas iniciales y sesiones

Las entrevistas iniciales tienen algunos indicadores propios del encuadre temporal y de la fuerza dada por el
conocerse mutuamente. La diferencia entre tratamiento y entrevistas suele basarse en que las sesiones tienen
una conducta interpretativa, y se reserva para las entrevistas una conducta orientadora e indagatoria a la cual
se llama “intervenciones”.

Algunos terapeutas refuerzan la demarcación delimitando el espacio en su consultorio, por ejemplo,


entrevista: señalada por el escritorio. Tratamiento: diván – sillón, silla – diván – sillón, sin interposición.

Para que haya sesiones, el acuerdo mutuo pasara por una nueva formulación donde se formalice el ser tratado
y el querer tratar a ese paciente.

Los señalamientos son tradicionalmente conceptualizados como acceso a un nivel entre preconsciente e
inconsciente, algo equivalente a llamar la atención sobre algún fragmento de lo hablado o hecho. Un
subrogado de las intervenciones son las preguntas. Ello queda de manifiesto cuando el paciente se sorprende,
dado que nos ha investido de un presupuesto conocimiento. Otras preguntas son tan solo de apertura a esas
áreas de pensamiento, de duda, manera de crear un espacio en la mente del paciente.

Otro grupo de intervenciones se dirigen al tema de las indicaciones, mediante las cuales explicita como se
elige el encuadre adecuado: individual, pareja familia o grupo. Hablan entonces de una disponibilidad teórico
– técnica del analista e informan al paciente acerca de cómo fueron escuchados los datos convertidos en
material.
Por ser psicoanalista no es dable esperar consejos o medidas directivas tendientes a incluirlo como una figura
superyoica buena o mala. Tampoco se pueden esperar que de buenas o sanas directivas y por su parte no
debería tener ideas fijas o estereotipadas acerca de cómo deben ser las personas, familia o parejas.

En las entrevistas el analista dispone de un tipo de atención dirigida tan solo a evaluar conflictos sin ser aun
fuertemente investido como formado parte de ellos. Nuestra presencia ya produce un hecho novedoso.

Uno de los objetivos de las entrevistas es ampliar la capacidad observadora de uno y de los otros, sin el peso
de tener que producir interpretaciones a un supuesto paciente que aún no se ha definido como tal.

Las interpretaciones son aquellas que se dirigen a la estructura vincular profunda, llamada “zócalo de la
pareja” o estructura familiar inconsciente, y para el paciente individual las que se dirigen a sus motivaciones
y significados inconscientes.

Para cada encuadre el terapeuta dirige su atención hacia algo punto capaz de proveerle la información
necesaria para su proyecto. Por ejemplo, para un vínculo querrá conocer:

1. Modalidad del vínculo acorde con alguna tipificación en relación con pareja, en relación con familia y
en relación con grupo terapéutico.
2. Acuerdos y pactos inconscientes.
3. Ansiedades que impregnan el vínculo, en una amplia gama que va desde la vivencia de encierro hasta
la de caos, cuando el vínculo es sentido como incapaz de contener a sus miembros.
4. Las defensas frente a esas ansiedades.
5. El momento originario de constitución.
6. Los malentendidos predominantes.
7. Los personajes que pueblan el espacio – vincular.

El futuro terapeuta recoge indicios del conflicto inconsciente con los significados provenientes tanto del
mundo interno como de su participación en sus vínculos estables. Recaba información acerca de la situación
desencadenante del pedido de tratamiento y de la significación del relato de la historia personal; esto es, como
organizo los acontecimientos significativos de su vida y con qué hipótesis los organiza, olvida o recuerda,
modalidades de resolución del complejo de Edipo, constitución del yo, organizaciones narcisistas, etc. También
tendrá acceso a la significación de realidad y desmentidas de esta.

Llegará el momento de decidir la indicación: psicoanálisis individua, de pareja, de familia o de grupo, o alguna
combinación. Y si requiere medicación o internación, o las dos.

Volviendo a las entrevistas iniciales, si hay disidencia acerca de la indicación de tratamiento allí mismo se cierra
el ciclo. La disidencia es la expresión de un desencuentro entre el deseo del paciente que no fue y el deseo
del terapeuta que no pudo ser.

El tiempo que pueden llevar las entrevistas tiene una relación directa con la certeza de tener algo más para
decidir y además poder decirlo.

Cuando las entrevistas no se transforman en un tratamiento, es frecuente que el paciente utilice algún
mecanismo defensivo para eludir la presencia de ser ahora tercero intrusivo, queriendo evitar el sufrimiento
o la inquietud que conlleva el reconocimiento de la presencia de un deseo diferente del propio. No poder
soportar la escucha del analista, si bien se torna indicación, es también signo de la imposibilidad de iniciar un
tratamiento.

Rasgos pertinentes y no pertinentes para la elección de un analista


El terapeuta dispuesto a hacer la primera entrevista se ubica en una situación de expectativa y experimenta
vivencias despertadas por el pedido. Lo mismo ocurre con el paciente.

Para este, decidir por un analista es elegir un yo con capacidad y posibilidad de identificarse y desidentificarse
con un objeto o un aspecto del mundo objetal y/o vincular de aquel. Pueden elegirlo por rasgos pertinentes o
no pertinentes.

Los rasgos pertinentes son aquellos que conciernen a lo definitorio de la identidad del otro mediante una
captación del conjunto de sus rasgos relacionales latentes y fundantes. Es pertinente que un analista tenga
capacidad de contención acompañada por un proceso de pensamiento como opuesta a la acción inmediata.

Son rasgos no pertinente para la función analítica aquellos que no tienen un carácter definitorio, como por
ejemplo ser profesor en la universidad, el tipo de ropa que usa, los hábitos de vida, etc.

No paciente en significados inconscientes, no repetir los actos que fueron de los objetos parentales como
reacción a los del niño que habita en el paciente.

Los rasgos no pertinentes son aquellos inicialmente tomados por el yo como imagen de imitación y
sustentados fuertemente por la sugestión. Marcan el acortamiento de la distancia entre la persona buscada e
imaginada y el entrevistador.

Un tipo de restricción proviene con frecuencia del campo transferencial y se da cuando el analista responde
especularmente tomando el pedido en sentido literal.

El encuadre de las entrevistas preliminares

En nuestra experiencia resulto útil tener varias – o al menos dos – entrevistas, con una experiencia de
separación significativa entre una y otra. Informa el recorrido de la mente del paciente de lo dicho tanto por
sí mismo como por el terapeuta, y permite evaluar si el relato del conflicto de modifico, por la emergencia de
nuevos elementos que dependen de la inclusión de un terapeuta y de su forma de intervenir, lo cual origina
un relato ampliado. Así, estos datos adquieren un valor pronóstico. Cuando en la segunda entrevista el relato
es una repetición de la primera, provee un indicador importante de estereotipia por la falta o desmentida del
registro de la experiencia – entrevista anterior.

Es de buena técnica hacer entrevistas en el menor tiempo posible, y con una separación entre ellas.

En el motivo de consulta se engarzan los motivos que existen actualmente.

El encuadre también facilita la eclosión de conflictos en algunas zonas del relato donde no aparecían de forma
notoria, ello provee un nuevo indicador acerca de que es dable esperar en el futuro tratamiento y si ese
terapeuta es capaz de acompañar a su paciente.

Registro de conflicto vincular y analizabilidad

Las primeras entrevistas funcionan como un marco donde se da la posibilidad de variar la percepción del
conflicto. Cuando un paciente decide consultar, sabemos que si bien su conflicto comenzó mucho tiempo atrás
y fue contenido de alguna manera, este es un momento con un valor agregado.

Pueden pasar muchos años hasta hacerse evidente el deterioro a nivel vincular o la modificación sintomática
en el psiquismo del paciente, que utilizo recursos extremos para evitar percibir el verdadero origen del
conflicto generador de un dolor mental a veces intolerable.
Otra finalidad de las entrevistas es la de medir la tolerancia entre la decisión de tratarse y la de esperar el
tiempo que se tomara el terapeuta para dar su perspectiva del conflicto. La posibilidad de curarse y la incierta
perspectiva que ello significa despierta diferentes defensas ligadas al sentimiento de incertidumbre.

El ser analizable dependerá en gran medida de la posibilidad de poner la capacidad de observación al servicio
del descubrimiento del significado de una estructura profunda. Es importante el registro de los impactos sobre
el terapeuta, los cuales tienen que ver ya sea con las acciones comunicativas o los actos comunicativos.

Terapeuta y paciente suelen tener diferentes modelos que pueden o no coincidir o ser compatibles. El del
primero es más explicativo desde el punto de vista científico porque

 Es más inclusivo
 Es refutable
 Sus formulaciones se apoyan en un criterio de verosimilitud.

El modelo del paciente es más general, menos inclusivo, confirmatorio más que refutable.

En las entrevistas hay que tener en cuenta las etapas vital y sus crisis en el yo y en los vínculos, y si la resolución
de los conflictos inherentes a ellas fue exitosa o fracasada, o dejo remanentes en la estructura de relaciones
familiares. Las crisis vitales se dan en cualquier organización mental y vincular. En lo que se refiere a la pareja,
se dan desde su misma constitución y relación objetiva. Incluye los conflictos correspondientes a la posibilidad
de un tercero como proyecto primero y después la materialización a través de hijos reales o simbólicos
después puede tornarse crisis las distintas salidas de hijos de la familia, hasta llegar a su salida definitiva.
Cuando la pareja inicial vuelve a reencontrarse al cabo de la vida se produce el pasaje inverso al inicial, de
espacio de pareja de padres al de pareja matrimonial y sus conflictos pueden actualizarse y desencadenar una
crisis.

En algunas circunstancias pueden darse situaciones irreversibles. Cuando la familia o pareja acude por la
disfunción vincular o por los síntomas de alguno de sus miembros y estas situaciones aparecen coaguladas
tanto e sus síntomas como en sus concepciones sobre el conflicto, y en sus modelos explicativos. En este caso
el proceso terapéutico termina donde no alcanzo a empezar. Pero también puede suceder que a raíz de la
entrevista se tome conciencia del conflicto y haya una esperanza reparatoria.
CAP. 4 – EL ENCUADRE
1. ALGUNAS CUESTIONES GENERALES ACERCA DEL ENCUADRE
El encuadre se constituye como un conjunto de prescripciones y de prohibiciones que enmascara un límite de
espacio-tiempo donde es posible que se desarrolle una tarea, como puede ser la de habitar un vínculo en una
pareja o una familia, una institución, un tratamiento psicoanalítico u otros. Cualquier actividad humana en el
campo de la cultura requiere una zona delimitada entre lo prescripto y lo prohibido. La tarea habrá de ceñirse
a un principio que atañe al conjunto, y no al deseo y la voluntad de uno solo por sobre el de los otros. En la
sesión psicoanalítica el conjunto se constituye con el analista y el paciente, sea éste individual, pareja o familia.
Desde allí se puede considerar qué es y cómo se valora su cumplimiento o su transgresión, siendo lo primero
sólo una aproximación imposible de lograr.
El encuadre tiene varias razones: una es de tipo científico y se refiere a las condiciones de máximo rigor posible
para realizar una observación dada: tratar de tornar constantes algunos elementos, dando así lugar al
despliegue de las variables, que para nuestra tarea es el proceso psicoanalítico. También hay una razón
práctica, que es la de proteger tanto al paciente como al analista del surgimiento de cualquier tipo de
arbitrariedad dependiente del deseo de uno o de otro. Constituye un recurso de profundo respeto al tiempo
y el espacio de cada uno, de modo de dar un marco compartido para asegurar la posibilidad de entrar y,
especialmente, de salir del proceso regresivo propio de la sesión. Protege al paciente de las incursiones
regresivas de su analista y de sus propias ramificaciones inconscientes puestas en juego por la
contratransferencia, y protege al analista del invasor amor de transferencia.
El encuadre tiene una condición paradójica: procura dar estabilidad a la relación creando las mejores
condiciones para conocerse, lo cual incluye una facilitación para el desconocimiento porque transcurrido un
tiempo suele darse por sentado que el otro ya es conocido, con lo que se produce el ocultamiento de aspectos
que resultan sustraídos a la circulación del intercambio emocional. Todo encuadre estable tiene esta
particularidad. Tomemos, por ejemplo, en el análisis los comienzos de sesión. Se podría afirmar que cada
sesión es única en sí misma y diferente. Sin embargo, con el tiempo ocurre un proceso de rutinización tanto
para el paciente como para el analista, adquiriendo la sensación, seguramente errónea -y así lo afirman los
terapeutas-, de que los comienzos son todos iguales. Ciertamente cada persona tiene un estilo que resulta de
la combinatoria en el yo de las reglas retóricas con las que expresa su personalidad. No obstante, como cada
sesión es un momento de encuentro con otro, tiene un margen de incertidumbre que lo hace bastante original.
Verlo como igual a los otros caracteriza un trastorno en la capacidad de observación apoyado en dificultades
de origen inconsciente. Es muy frecuente el comentario, en las supervisiones, de que las sesiones “comienzan
como siempre”; al correrse de esa posición y volver a preguntar se observarán de inmediato algunas
particularidades novedosas de ese encuentro, aunque quizá sería mejor decir desencuentro, respecto de qué
paciente el terapeuta esperaba encontrar (el de la sesión anterior y no el de ahora) y qué terapeuta el paciente
esperaba ver (el de la sesión anterior y no el actual). Algo semejante ocurre, y lo hemos descripto; en la pareja
matrimonial, así como en las relaciones familiares establemente inestables por antonomasia.
Tomando como ejemplo las condiciones socioculturales en las que se despliega nuestra tarea, la larga
experiencia en nuestro país, hasta 1991, así como en otros de la alta inflación mensual, con su incidencia en
la inestabilidad del encuadre, observamos las situaciones clínicas que se desarrollaron precisamente en este
aspecto. Los casi permanentes cambios del valor de nuestra moneda llevaban a un cambio en los precios de
los productos; para tratar de mantener el poder adquisitivo de los honorarios, en el trabajo privado hacíamos
reajustes cuando los pacientes podían absorberlos, lo cual implicaba una constante acomodación de esta
dimensión del encuadre. Los conflictos referidos a la pertenencia social solían ser desplazados a la persona del
terapeuta, a quien se le requería sostener una estabilidad que bloqueara o negara toda inestabilidad social
angustiante. La ruptura de la idealización del terapeuta dejaba al descubierto brechas en relación con la
pertenencia tanto respecto de los objetos originarios, dadores de estabilidad y sostén, como en relación con
la representación del país que, además de la de los padres, son constitutivos de la identidad. Por lo pronto, si
el terapeuta no está advertido, lo estable del encuadre puede albergar y encubrir situaciones conflictivas que
escapan al análisis. Pero algo semejante ocurre con los tratamientos llevados a cabo en países de moneda
estable. Allí, cuando este aspecto económico es fijo, están dadas las condiciones para el silenciamiento de
significados inconscientes con potencialidad para despertar ansiedad.
Uno de los elementos del clásico trabajo de Bleger trata de la ubicación y fijación en el encuadre, dada su
condición estable, de los funcionamientos psicóticos que, por lo tanto, resultan silenciados, ya que pasan
inadvertidos para la observación. Todos aquellos que trabajamos tanto con pacientes individuales como con
pacientes-pareja o familia sabemos bien de la sutileza de los funcionamientos psicóticos o perversos que,
implantados en la vida cotidiana, resultan silenciados merced al encubrimiento.

2. ACERCA DEL CONTRATO CON EL PACIENTE


Cuando un futuro paciente individual adulto desea tratarse, los arreglos que involucran la búsqueda y la
elección del futuro terapeuta y la formulación de un contrato son acordados por el mismo paciente, pues se
trata de su persona y su propia intimidad. Su ser adulto, con sus aspectos o conflictos también llamados
infantiles, crea las condiciones para el tratamiento de su mundo interno. El paciente trae al personaje niño o
bebé interno sufriente para ponerlo en contrato con el analista.
En el tratamiento psicoanalítico de niños, los padres deciden la oportunidad del tratamiento y la elección del
terapeuta. Se hacen cargo del yo del paciente. Idéntica argumentación se da en las situaciones donde un
familiar se hace cargo del paciente con manifestaciones psicóticas; sin embargo, no parecen ser lo mismo. El
niño constituye su psiquismo con los padres, algo no anda bien y ellos lo traen frecuentemente tocados por
un sentimiento de culpa en la suposición de haber dañado a quien debían constituir y en quien, a su vez,
ubican al bebé interno: el materno y el paterno.
La persona con un trastorno psicótico está en una situación diferente: no es reconocida como algo propio de
la familia, como alguien que les pertenece, que forma parte del mismo conjunto. Se les enfrenta, se les opone
y es vivido como el que pone en evidencia algo que debería permanecer oculto. Por lo general un sentimiento
persecutorio atraviesa a la familia, y se relaciona tanto con el temor a ser dañados como a que un daño se
ponga en evidencia. En ambas situaciones son los padres o algún familiar quienes se hacen cargo de fijar las
cláusulas del contrato, y tanto al niño como al paciente psicótico sólo les queda aceptar.
El tradicional punto de vista basado en el criterio médico hace que el adulto por lo general vaya al médico
solo, que la madre y/o padre lleven al niño al pediatra, y si el paciente tiene un padecimiento agudo, otro se
encargue de hacer los arreglos médicos pertinentes. En estas descripciones el cuerpo del paciente marca su
individualidad, y los acompañantes no tienen el cuerpo comprometido y no consideran a su propia mente
puesta en juego.
En el tratamiento psicoanalítico de la familia o de la pareja se produce una ruptura de este punto de vista,
pues consideramos que el paciente es el conjunto vincular. Ésta es la respuesta para la pregunta acerca de
cuáles integrantes son pacientes, si aquellos con síntomas o aquellos con distorsiones en el contacto con la
realidad, aunque sin síntomas. Para cierta psicopatología psiquiátrica clásica, el síntoma sigue describiendo
aquellas manifestaciones egodistónicas. Una psicopatología psicoanalítica cambia el énfasis de lo considerado
como síntoma, a través de las nociones de conflicto psíquico, representaciones inconscientes, ansiedades,
defensas, puntos de fijación, etcétera.
Según Liberman, todo síntoma neurótico es una tentativa de expresión de un fragmento de la vida pretérita;
que vuelve a ponerse en actividad, por lo tanto, un síntoma es una secuencia de mensajes; que por la
naturaleza del proceso primario (condensaciones) expresa una serie de afirmaciones (o mensajes) que
deberán ser decodificados por el terapeuta.
Bateson distingue entre pacientes patentes y latentes, los primeros son los sintomáticos y los últimos son
aquellos que, teniendo distorsiones más o menos severas, no son considerados como enfermos. Otra
clasificación de psicopatología vincular es aquella donde lo perturbado es la estructura relacional de los yoes
ligados. Esta formulación se basa en la idea de que cada vínculo genera en el yo una subjetividad que le es
propia, de manera tal que cada yo, si estuviera ligado con otro yo diferente, cambiaria el vínculo y por lo tanto
la subjetividad del yo. Una persona puede mostrarse altamente perturbada en un tipo de vínculo y no en otro,
puede verse confundida por un sujeto que falsifica sus percepciones en una relación de dependencia y
enloquecimiento, y aparecer como una persona despejada pero insegura con otro sujeto que ofrezca cierto
reconocimiento, aunque difiera con él.
La búsqueda del tratamiento puede estar superpuesta a la depositación del síntoma en el miembro
sintomático y expresarse como él debiera ser ayudado-tratado, y en tanto el que “ayuda” se autoconsidera o
se ubica defensivamente como el que ha de “colaborar” con el terapeuta para tratar a aquel.
En algunas circunstancias se plantea el interrogante acerca de la conveniencia de tener tratamientos varios,
individual y/o familiar o de pareja. Según nuestro criterio, se excluye que un mismo terapeuta se haga cargo
de ambos tratamientos. Uno de los obstáculos proviene de la escisión que se instalaría en su mente como
defensa al participar de dos situaciones emocionales con estructuras diferentes, debiendo ser fiel a cada una
de ellas: una con personajes internos y otra con personas que llevan el mismo nombre de parentesco. Ello
genera una confusión y ubica al terapeuta frente a una misión imposible: separar en su mente dos contextos,
aquel donde es vigente la representación de los objetos internos, por una parte, y la correspondiente fantasía
inconsciente de los personajes, y por otra las personas con los cuales aquellos se constituyeron y donde el
mismo yo es uno de esos personajes. En otro contexto, deberá discriminarse a su vez y diferenciar y
diferenciarse de las personas ligadas ahora en una trama interfantasmática cumpliendo con la representación
de ciertos personajes familiares.
Un argumento metapsicológico en apoyo de esta hipótesis es que la estructura individual involucra el mundo
interno y las relaciones de objeto, y la estructura de pareja y/o familiar tienen como base el mundo vincular y
la estructura de pareja y/o familiar inconsciente. Son dos tratamientos distintos con meta diferente. En uno
las construcciones se reconocen en una dimensión de interioridad donde los otros están como
representaciones del yo y a éste pertenecen. En el mundo vincular debería conceptualizarse el espacio inter,
“entre” los yoes, en el cual cada uno obtiene su sentido en el vínculo con el otro. Entonces dos serían los
terapeutas para los tipos de tratamientos, de donde deriva otra cuestión: si se comunican entre sí. Esta
propuesta surge cuando se piensa en los dos encuadres como dos tratamientos interindependientes pasando
por alto las diferencias técnicas y principalmente metapsicológicas. Sería del orden de una ilusión pensar que
cuando un terapeuta familiar que lo tiene como un integrante más junto a otros, están hablando del mismo
paciente o de los mismos personajes.
En nuestra experiencia como psicoanalistas de pacientes individuales que se tratan a su vez en familia o pareja
con otro terapeuta. Así como siento psicoanalista de un conjunto vincular de los cuales algunos se analizan
individualmente con otro analista, no hemos tenido necesidad de “hablar” con el otro terapeuta y no
recordamos haber padecido ni haber hecho padecer al otro terapeuta de interferencias ni exclusiones, o de
haber hecho participar o haber participado de malentendidos, situaciones emocionales todas ellas derivadas
de los mecanismos disociativos y proyectivos propios y desplegados desde el compromiso contratransferencial
con el paciente de que se trate. Para que ello no ocurra ambos terapeutas deberían compartir algunas teorías
básicas de lo inconsciente, la del Complejo de Edipo, la de las identificaciones, la de la transferencia-
contratransferencia, de la interpretación como instrumento terapéutico. Si los esquemas referenciales no
fueran compartidos, el conflicto surgiría no sólo entre los terapeutas sino en el paciente o en la familia donde
se jugaría el componente proyectivo de aquellos.
Lo que se llama trabajo en equipo incluiría la comunicación entre los distintos terapeutas a nivel de los
enfoques generales, sus teorías presupuestas, los criterios técnicos, pero debería excluir el relato del material
clínico, por lo demás incompartible por lo inefable de la experiencia analítica, y cuya revisión debería pasar
por otro tipo de experiencia, como por ejemplo la supervisión o la discusión de casos en un marco adecuado.
3. LA ESTABILIDAD Y LAS ALTERACIONES DEL ENCUADRE
El encuadre también puede ser considerado una herramienta del terapeuta, básicamente una actitud y un
posicionamiento mental. Una parte se da a conocer mediante una serie de estipulaciones, y como tales se
espera que sean dichas y aceptadas o reformuladas como un acuerdo de partes. Por más exhaustivas que sean
las prescripciones, nunca serán completas, y siempre es posible que surjan divergencias en su interpretación.
Lo mismo ocurre con las estipulaciones de tipo social: a veces se explicitan, a veces son dadas por dichas, a
veces se vuelven a formular en caso de discrepancia y otras veces las supone inamovibles. Cuando son
implícitas establecen un sobreentendido que puede evolucionar hacia malentendido. Nuestra experiencia
como psicoanalistas nos lleva a pensar que cuanto más explícitas las estipulaciones, tanto menor es la
ambigüedad de la relación; sin embargo, lo inconsciente igualmente encuentra la manera y las vías para abrirse
camino. Uno de estos caminos se revela con las ambigüedades expresadas, así como aquello que se llama
“alteraciones” del encuadre. Presta el soporte para la transferencia tanto de los objetos internos con los cuales
el yo ha establecido una relación como con los personajes familiares o del zócalo inconsciente sobre el cual se
erigen esas relaciones. De esta manera las llamadas “alteraciones” serán una vía de acceso para conocer la
evolución de las estipulaciones.
Una de las fuentes de estabilidad se apoya en la ilusión de contar con un otro, un víncalo, un objeto, una idea
en un tiempo y un espacio fijos, lo que conlleva la posibilidad de reencontrarlos supuestamente cuando el yo
lo requiera. Es una condición oscilante y variable en el ámbito del estado emocional y vincular donde las
relaciones oscilan entre dos extremos: el de la “fluidez” y su opuesto, el de la “rigidez”. La “fluidez” del
encuadre es esa condición de casi imposibilidad de reencontrar al objeto donde se supone que está, porque
lo que éste jerarquiza e idealiza es su inestabilidad cuando esta cualidad es tomada como espontaneidad. En
realidad se trata de un espontaneísmo, y cuando la madre funciona con esta característica lleva al fracaso de
la posibilidad de memoria de la experiencia. Imaginémonos la relación entre un bebito y una mamá donde
ésta, surge en cualquier lugar en un tiempo siempre variable y ubica a su vez a aquél cada vez en un espacio
diferente y se presenta en cada oportunidad en un estado emocional variable. Supongamos que esta mamá
erige como un valor ideal lo que ella llama “espontaneidad” y jerarquiza su no estabilidad basada en una
situación inconsciente donde se angustia cuando vivencia las condiciones de la relación estable como un
encierro. El infante lo registrará como falta de una base, que es el registro de una experiencia emocional de
contacto en un tiempo-espacio sobre la cual el yo inscribe la experiencia de apoyarse. Se puede ampliar esta
descripción hasta incluir al padre y a toda la familia. La “rigidez” en cambio, es la cualidad emocional resultante
de fijar y tratar de obstaculizar cualquier variación en la necesariamente cambiante ubicación témporo-
espacial-emocional del otro. Si se constituye en condición del vínculo, cualquier modificación despertará la
vivencia de lo catastrófico. Aquí los valores ideales se establecen alrededor de la fijeza, y la seguridad se
apoyará en encontrar al otro siempre en el supuesto mismo lugar y tiempo, y con el mismo imaginado estado
emocional. Desde esta suposición, cualquier variación es sentida como amenaza de desorganización del yo.
Las alteraciones del encuadre son un elemento característico de él. Cuando son ocasionales indican algo
ocurrido en el proceso que ha pasado inadvertido para los que están interactuando en él. Una llegada tarde
suele significar algo no analizado de la sesión anterior o algo que, siendo un efecto, va a producir efecto a su
vez en la sesión. De la misma manera una ausencia indica el cambio de un significado escindido. Cuando la
alteración del encuadre se convierte en estable, lleva a interrogarse acerca de qué es lo que perdió vigencia y
pasó inadvertido por lo cual los yoes siguieron funcionando como si el tiempo y las condiciones vinculares
fueran las mismas. Cambia el contexto sin que los Yoes lo acepten, y ello indica una patologización del vínculo
compartidamente desmentida.
El encuadre terapéutico debe ser sostenido mas que mantenido, es decir que se trata de una actitud mental y
no sólo de una serie de estipulaciones enunciadas inicialmente, nunca completas por más exhaustivas que se
suponga que son. Sirve para mostrar a ambos yoes la posibilidad de un acuerdo. Desde el lugar del terapeuta
es preciso diferenciar la capacidad de aceptar e interpretar las variaciones que de todos modos sobrevendrían
de la necesidad de mantenerlo invariable como una imposición, y por lo tanto de la identificación con un
superyó analítico necesariamente severo. Desearíamos incluir la idea de que el sostén del encuadre está
relacionado con la función del padre en tanto regula y legisla acerca de algún orden para la vida mental y
vincular. Se relaciona más con un lugar que con la persona, lugar desde donde se enuncia y se sostiene una
ley que comprende incluso a quien la legisla. La función del encuadre está estrechamente relacionada con la
ley y también con el papel paterno, e impregna fuertemente el lugar del analista.
El encuadre, por su misma característica de permanencia, se presta a ser silenciado, y entonces sus
alteraciones evidencian alguna crisis cuyo significado remite a otras crisis vinculares o individuales. Cuando
estos momentos del vínculo son superados, éste evoluciona hacia mayor complejidad y se produce su
actualización a través de una reestipulación de las condiciones actuales del vínculo. Para ello el paso previo es
la elaboración de su significado, así como la de la ilusión de mantener una estabilidad de por vida. Así como
de la vivencia de amenaza frente a los cambios posibles.
El encuadre del tratamiento familiar y de pareja habrá de contener y a su vez ser contenido por el encuadre
de esa familia/pareja, a condición de que no se confundan. Hay un tipo particular de familia que hemos
llamado “con trastornos contextuales”. Se caracteriza porque sostienen, sin saberlo y sin cuestionarlo, un
conjunto de estipulaciones que, siendo idiosincrásicas, suponen aplicables a todo el mundo. Desde ya, también
le son adjudicadas al terapeuta, quien forma parte de “todo el mundo”, con quien creen haberse puesto de
acuerdo bajo el supuesto de que llevaría adelante el tratamiento cumpliendo con las expectativas familiares.
Estos supuestos no son comentados porque los miembros de la familia se expondrían a reconocer que son
peculiares y propios y porque podría llevar a revisar sobre qué base fueron constituidos.
Surge el fenómeno de lo obvio, expresión de un significado propio al cual se le otorga la cualidad de
compartido con total omisión del otro. De significado pasa a intencionalidad, adjudicándole a ese otro,
idéntico propósito. En realidad, es una proyección de la propia intencionalidad y de las creencias con
desconocimiento de la alteridad. Lo obvio lo es tan sólo para uno mismo y se basa en un sobreentendido: el
yo no entiende que no entiende que el otro es otro, y supone que eso es entendimiento. Para cumplir con lo
obvio se requiere una formulación de la relación que no sea explícita ni formulada, se da como realizada y si
es cuestionada por el otro puede desencadenar una crisis de violencia.
Ej. de entrevista familiar: Son el padre, la madre y el hijo, un niño de 6 años. Los padres sacan sus cigarrillos
con total naturalidad. No preguntan al terapeuta si fuma o si tiene inconveniente en que ellos lo hagan.
Tampoco registran la falta de ceniceros. Para ellos obviamente fumar no era nada fuera de contexto, en tanto
este fuera pensado como implícitamente compartido. Al analista se le planteó la disyuntiva de aclarar que él
habitualmente pedía que no se fumara en el consultorio, con lo cual sugeriría a su vez un nuevo contexto a
ser compartido. Así lo propuso y desencadenó una respuesta verbal violenta. Le dijeron al terapeuta que les
quería imponer sus costumbres, que el los quería hacer a su imagen y semejanza, que no había ningún mal en
fumar. Luego le dijeron que no podían aguantarse y posiblemente tuvieran que interrumpir la entrevista, que
todos os terapeutas fumaban o permitían hacerlo.
Convalidaban las razones, como ocurre con todos aquellos para quienes las convicciones limitan la observación
a los que son iguales a sí mismos y desechan a los que son diferentes, y por lo tanto quedan con un mundo
uniforme pero recortado. La existencia de una restricción solo posibilita reunirse con quienes comparten un
mismo sistema de reglas, y de allí surge una generalización enunciada como “Todo el mundo funciona de la
misma manera”.
Este tipo de trastorno deriva de una rigidez del encuadre bastante específica: no se puede prever la posible y
necesaria formulación de las estipulaciones cuando se dan condiciones nuevas, lo que acarrea un
impedimento para volver a decidir si se sigue juntos. Un tipo peculiar de escisión se da entre el nivel “meta”,
aquel que incluye las formulaciones que admiten con el cambio de circunstancias cambiar las estipulaciones
en lo que son contextos variables. La violencia es resultado de ello, e induce a unificar los diferentes puntos
de vista que deberían poder diferenciarse y estipularse para configurar un encuadre para compartir.

4. LO SILENCIOSO DEL ENCUADRE Y LO SILENCIADO EN EL


Los vínculos estables facilitan el silenciar e inmovilizan los diferentes y conflictivos aspectos de los yoes. Su
relación se sostiene sobre un criterio de economía, como es evitar un replanteo permanente de las
condiciones a partir de las cuales se generó el encuentro inicial, así como de aquello que hubo dejar de lado.
La estabilidad de lo silenciado se presta para alojar y no cuestionar las condiciones iniciales, con lo cual siguen
siendo vigentes.
Bleger señala que lo instalado en el encuadre es el aspecto fusional de la relación entre el yo y el objeto, y por
esa misma condición transcurre en silencio. Es como si la relación se manejara con la máxima: “Quien calla
otorga’, el malentendido, podríamos agregar. En este caso se puede creer que el tiempo no pasó y, por
ejemplo, que en la relación de pareja el enamoramiento no cedió lugar a la desilusión.
Todo aquello que diferencia a un sujeto de otro hace surgir un punto de angustia y es susceptible de pasar por
tres vicisitudes: a) ser puesto en palabras; b) transformarse en un trastorno, una suerte de ruido, como
expresión de la fisura en el vínculo, o c) ser silenciado en el vínculo y, luego de una transformación, erigirse en
un conflicto individual.
Lo silenciado se transfiere e instala en el encuadre terapéutico por acción de las mismas estipulaciones
inconscientes, que si bien fueron vigentes en algún momento constitutivo del encuadre familiar o de pareja,
no fueron actualizadas por las circunstancias cambiantes de la vida. Algo similar sucede con las convicciones
personales o familiares que ocupan generalmente el lugar de lo silenciado. Las convicciones son formulaciones
explicativas sobre la base de generalización con la textura propia de los delirios, y frecuentemente se
relacionan con aspectos vinculares a los cuales es necesario conservar sin que sean hablados.
Los aspectos silenciados o silenciosos del encuadre abarcan aquello no hablado y no pensado, y además no
sintomático, por lo cual el paciente no se da por enterado de su propio padecer, dado que el sufrimiento
personal y vincular está cubierto de creencias encubridoras y, por desplazamiento, es atribuido a otros
motivos circunstanciales y no estructurales. Ello opera mediante la mutilación de la posibilidad de observación,
y cuando esta se hace evidente se registra como una verdadera amenaza.
En el encuadre familiar hay algunas facilitaciones para la instalación de zonas silenciosas y silenciadas dadas
por el encuadre estable, como son en la vida familiar los lugares en la mesa, los lugares de la pareja en la cama,
en algunas familias quienes pagan determinados gastos y quienes se hacen cargo de otros, etc. una
característica de la fijeza de algunas posiciones es que dejaron de discutirse , ya no se revisan, por lo cual
raramente son habladas y cuando se convierten en sintomáticas su análisis es fuente de intensas resistencias.

5. ACERCA DE LA PRIVACIDAD Y EL ENCUADRE FAMILIAR


El hecho de analizarse un conjunto de personas que forman parte de una familia plantea nuevas cuestiones
éticas respecto de los tratamientos analíticos individuales. Una de ellas es la reconsideración de los espacios
íntimo, privado y público. Se requiere una decisión basada en un deseo conjunto de conocer las posibles causas
del sufrimiento vincular. Si el deseo de uno es suficiente para emprender un tratamiento individual y el
paciente ha de asumirlo como propio, para un tratamiento familiar será necesario lograr una articulación de
varios y no de uno solo. Uno de los integrantes puede tener el deseo de saber acerca del origen; en otro puede
prevalecer el deseo de dominio a través de lo que supone que sabrá; en otro, el deseo de adquirir un poder, y
en otro retomarlo si lo perdió. Sin embargo, es imprescindible contar o construir una base común dada por la
pertenencia a la estructura vincular, de la cual se desprende algo así como una comunidad de deseos e
intereses por repararla para sí y para los otros.
En el psicoanálisis individual los estados emocionales del paciente circulan en la intimidad de su mundo y su
puesta en palabras se inscribe en lo íntimo de la sesión. Que el espacio de la sesión tenga esta característica
pareciera desprenderse del encuadre y de la misma tarea, ya que ésta se aparta de lo cotidiano familiar o
social tanto en la estructura del diálogo como en el lugar de los interlocutores.
En el psicoanálisis de familia los contenidos emocionales, con el lugar de intimidad antes mencionado, pasan
a circular en el campo vincular, están expuestos a la mirada, la escucha y el escrutinio de los otros y del
terapeuta, aunque a éste le sean concedidos ese lugar y acceso peculiares. En la sesión se produce, entonces,
un pasaje de lo íntimo a lo privado; un privado peculiar que “se ejecuta a la vista de pocos”, pues las personas
de la familia viven juntas antes y después de la sesión y constituyen un espacio diferenciado de lo público. En
el encuadre vincular se da, en el mejor de los casos, una separación instrumental entre el adentro y al afuera
de las sesiones. Un primer índice de este trabajo vincular lo provee un acuerdo mediante el cual la tarea de
analizar los conflictos se va dejando poco a poco para el marco del tratamiento. Aprenden por la experiencia
que las discusiones eternas son repeticiones sin salida, por lo cual las sesiones pasan a ser un lugar específico
y calificado. En el peor de los casos se teme que una vez puestas en palabras las agresiones verbales se
conviertan en ataque y reproches, y surjan desbordes imposibles de contener dentro del estricto marco de la
sesión, dado que el final de ésta no coincide con la elaboración de una tensión vincular. Surge entonces el
malentendido y su transformación en reproches en la casa o en otros ámbitos. Ello implica una alteración del
encuadre, ocasionalmente asociado a un mal uso de las sesiones a veces inevitable, que es en realidad la
continuación del maltrato familiar. El encuadre del tratamiento familiar funciona delimitando un área de
análisis con la expectativa de que hablar, escuchar y ser interpretado el vínculo en su sentido inconsciente
otorgue la posibilidad de modificar la estructura interfantasmática, y por lo tanto, las posiciones en el vínculo.
¿Pero cuánto se puede decir en cada encuadre? Cuando la sesión es familiar, uno de los temores resistenciales
es que los hijos sean un obstáculo para “decir todo”, aludiendo el imaginario “todo” a la sexualidad. Si la sesión
es de pareja, el obstáculo puede ser atribuido a la presencia del otro ya que si no estuviera sí podría decirse el
ilusorio “todo”, como ilusoriamente sería factible en otro encuadre, o sea en el individual.
En el análisis individual el paciente tampoco puede decir todo. Ese “todo” al que el yo aspira forma parte de
una ilusión de origen narcisista: en el intento de lograrlo permanentemente se corre y se desplaza. La renuncia
al “todo” tiene como base el reconocimiento de un área vincular de no acceso al otro con quien, si bien es
posible identificarse como con un semejante, habrá que aceptar que será irremisiblemente ajeno.
El surgimiento de preocupación y cuidado por el otro comprende también su preservación, y para ello se
supone necesario evitarle el contacto con aquellos aspectos de la propia interioridad atractivos y temibles,
que despiertan la fantasía de ser “metido” o “sumergido” en un lugar que tanto puede despertar atracción y
excitación inundante como violencia desmedida. La fantasía de la escena primaria, con sus múltiples recovecos
inductores de excitación, es una tentación siempre al acecho en las sesiones familiares, cuya modulación se
opera mediante la vigencia del encuadre y la tarea interpretativa.
La fantasía de lesionar la privacidad en las sesiones vinculares anticipa el registro de un daño ya producido por
el conflicto y el sentimiento de culpa, es fuente de resistencia y lleva al supuesto de protección al vínculo,
cuando en realidad sólo restringe la zona de contacto. Una de las consecuencias de esta modalidad es la
producción de mayor daño en los lugares y los espacios familiares. Lo privado es un espacio vincular
diferenciado, donde tiene lugar un intercambio propio que ha de ser preservado de aquellos que, se supone,
no deben ver ni escuchar. Pero, por otra parte, es una experiencia común que el conflicto vincular exacerba
justamente la necesidad de exhibición, por lo cual precisamente los ojos son requeridos para desplegar ante
ese tercero el conflicto en sus diferentes variantes sadomasoquistas o exhibicionista-voyeuristas. La expansión
del conflicto es vivida como promiscuidad, dada la necesidad de ser desplegado ante terceros, lo cual no es
tanto la causa como consecuencia de la patologización del vínculo. La agresión lo torna cuasi abierto, en tanto
el amor concierne a la privacidad, por requerir cierto límite a la mirada de los otros a fin de protegerse y
proteger al otro de toda interrupción que los altere.
Con el análisis, la vincularidad restituye una privacidad basada en un nuevo criterio de estar juntos, algo
diferente del anterior, donde predominaba la fusión. Esa nueva espacialidad ubica lo interno como propiedad
del sujeto (esto es dentro de él, dentro del límite siempre fluctuante de la subjetividad) y crea un lugar en el
vínculo para la privacidad de un espacio intersubjetivo. Aquello propio de conjunto donde el yo mora con otros
que no conoce, regido por valores, se coloca en el espacio sociocultural escenario de lo público.
La privacidad alterada por el conflicto vincular pone en evidencia el fenómeno del secreto. Cuando éste se
torna necesario para mantener la estructura, funciona como un baluarte del que se hace depender, en la
fantasía, la misma existencia de la familia. En ese caso el secreto es cuidado y mantenido, erotizado e
ilusoriamente conservado como lugar del que depende el fundamento vincular. Un cierto tipo de secreto
funciona como resultado de una escisión entre conocer y saber, frecuentemente su contenido es conocido
por todos, pero se lo acompaña de un acuerdo donde algunos son ubicados y se ubican en el lugar de un no
saber. Esta cualidad de desconocimiento se sostiene desde el yo si no desea conectarse con una situación de
exclusión dolorosa. También es un factor de retracción y vacío vincular, ya que zonas más o menos amplias
resultarán excluidas del intercambio. Cuando el secreto se explicita, dándose a conocer aquello que
permanecía oculto; cuando se menciona su contenido y se hace público, surge, sorprendentemente, que ya
era conocido. Cuando su significado es develado produce alivio y mayor complejización vincular. Cuando la
prohibición autoimpuesta o impuesta a los otros refuerza el secreto, lo convierte en virulento y tóxico. Estas
cualidades se definen por el efecto producido en la mente del otro o de los otros que se encuentran en una
situación contradictoria: por un lado, les está vedado el pasaje a la palabra, pero al mismo tiempo no pueden
no estar en contacto con su contenido. La constitución de un secreto sólo puede darse en una estrecha
relación inconsciente entre quien lo propone y quien lo acepta para estar dentro-fuera de él. Aunque cualquier
tema o aspecto del mundo familiar puede investirse de secreto, algunos asuntos se prestan especialmente: la
adopción de un hijo; alguna relación ilegítima de los padres; o de los padres de los padres, alguna estafa entre
miembros de la misma familia; algún acontecimiento susceptible de asociar dolor con vergüenza, etc.

6. ACERCA DE LA ÉTICA Y EL ENCUADRE FAMILIAR


En un seminario de Psicoanálisis de Familia surgió la idea de que los terapeutas pudieran analizarse con la
propia familia para acceder a áreas inconscientes vinculares. Éste es un tema complejo no sólo porque
inteviene más de una persona, porque pone a los familiares en el camino de analizarse a partir de la propuesta
de uno, sino porque propone una complejidad metapsicológica para la noción de lo inconsciente. Surgieron
distintos motivos para oponerse. Un primer argumento consideraba no ético el involucrar en la experiencia
analítica a otros familiares, ya que ello los expondría a una situación emocional inicialmente no buscada y a
un esclarecimiento no deseado.
El psicoanálisis de familia replantea la cuestión de la privacidad, puesto que en este encuadre han de
considerarse también cuestiones de cada uno, lo cual replantea cuestiones éticas con su correlato en los
valores y las decisiones acerca de qué se debe decir y qué no, la consideración de los bordes entre lo íntimo,
lo privado y lo público, la cuestión de la legalidad o clandestinidad, la enunciación de verdades o mentiras.
Una cuestión asociada con la sanción de alguien es la del poder ejercido por unos y delegado en otros en el
efecto de marginar a alguno de los miembros, como suele suceder con las personas con funcionamiento
psicótico. Inevitablemente la presencia del analista y su marco de referencia pone en suspenso las creencias
familiares y lleva a revisarlas, lo cual se incluye en la disposición a hablar todos delante de todos hasta el limite
de lo posible. Restringir a un ser humano el uso de la palabra implica un cercenamiento de su condición de
sujeto y lo priva del acceso al campo intersubjetivo, lo que es particularmente agresivo a nivel familiar. El
mantenimiento de secretos o de una formación vecina; el pacto de silencio, cuando resulta de un acuerdo en
no hablar, ya sea de las experiencias pasadas o de las actuales, desconocen el daño y el sufrimiento como
significaciones transmitidas y mantienen una irracionalidad portada por los sostenedores del pacto y dispuesta
a ser transmitida a los hijos y a los hijos de éstos. Por lo cual, una opción ética consiste en hacerse cargo cada
uno de su parte de irracionalidad, en lugar de transmitirla y mantenerla en los que lo siguen.
Otra de las opciones éticas consiste en sostener una actitud profundamente respetuosa de las posibilidades
de cada familia o pareja que nos toca tratar, y en la medida de nuestras posibilidades no imponer el modelo
sociocultural ni el modelo de familia o pareja identificado con los valores del terapeuta. El primero se configura
en sí como modelo identificatorio pero a veces los yoes suponen que la pertenencia consiste en tenerlo como
emblema de normalidad. Del segundo, los analistas estamos preservados. El analista del paciente individual
está más protegido y menos expuesto que el analista de la familia y pareja, el cual está más a merced del
impacto valorativo. Como se sabe, una posibilidad para conocer los propios valores es el análisis familiar o de
pareja del propio terapeuta de familia y de pareja, que le permitiría relacionarse con su deseo y con su
estructura vincular. Ello le facilitaría tratar a este tipo de paciente multipersonal y ofrecer el marco en el que
esa familia o pareja pueda desplegar al máximo sus posibilidades vinculares.

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