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JUEVES SANTO

HORA SANTA
CANTO INICIAL
INTRODUCCIÓN
Ministro: Iniciamos esta Hora Santa, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor Jesucristo, un Jueves Santo más nos congregamos junto a ti realmente presente en el Monumento.
Lector: Somos tus amigos, Señor. Tú nos amas, y queremos corresponder a tu amor. Somos los creyentes
de esta comunidad cristiana. Tenemos hambre de ser santos, aunque somos pecadores. Y sentimos tu
llamada a ser apóstoles entre nuestros hermanos.
Ministro: Creemos, Señor, que Tú eres el camino único que conduce al Padre. Pero son muchos los
hombres, hermanos nuestros, que andan perdidos sin saber que han sido creados por Dios y para Dios.
Ignoran que Tú los has rescatado con el precio de tu Sangre. No atinan a dar sentido a su vida, y no aspiran
a ocupar el lugar que Tú les tienes preparado en tu gloria. Por nosotros, los creyentes, y por los que no te
conocen, venimos a rogarte, Señor, en esta noche santa.
Lector: Te agradecemos el regalo de la vida y el tesoro de la Fe; la alegría y la Esperanza que arraigas en
nuestros corazones; el don del Amor y la ilusión que nos das de ayudarte en la salvación de nuestros
hermanos.
Ministro: Venimos a adorarte, Jesús, porque eres el Hijo de Dios, Uno con el Padre y el Espíritu Santo.
Vives desde siempre y para siempre. Posees la plenitud de la gracia y eres la Sabiduría y la Verdad. Eres
digno de adoración, gloria y alabanza por siempre.
Lector: Por eso te agradecemos que te hayas hecho hombre; que estés formado de nuestro mismo barro;
que conozcas nuestras angustias, depresiones y miedos; que hayas saboreado nuestras mismas alegrías,
ilusiones y éxitos; que nos hayas dejado el mandamiento del amor; que te hayas quedado en la Eucaristía;
y que hayas muerto y resucitado por nosotros.
Ministro: Maestro, háblanos esta noche al corazón, porque tu palabra nos alienta y nos perdona, ilumina
nuestra vida y nos hace sabios con la sabiduría de Dios.
Lector: Te queremos escuchar hoy con la atención de María de Betania; con la fe de los doce Apóstoles,
con el amor de María tu Madre, que atesoraba en su corazón tus gestos y tus palabras, para meditarlos y
hacerlos vida. Ayúdanos a mantenernos vigilantes y atentos como Ella en esta hora de adoración. Amén.
PRIMER MOMENTO
Ministro: Sentados, escuchemos ahora, y hagamos oración personal
“Habiendo amado a los suyos. al fin los amó hasta el extremo” (Jn. 13). Fue en las últimas horas de
intimidad que Jesús pasó entre los suyos, cuando quiso darles la última prenda de su amor. Fueron horas
de dulce intimidad y, al mismo tiempo, de amarguísima angustia; Judas ya se había puesto de acuerdo
sobre el precio de la infame venta; Pedro le va a negar; todos, dentro de breves instantes, le abandonarían.
En este ambiente, la Institución de la Eucaristía aparece como respuesta de Jesús a la traición de los
hombres, como el don más grande de su amor infinito, a cambio de la más grave ingratitud. Él buen Jesús,
casi agotando la capacidad de su amor, se entrega al hombre no sólo como Redentor, que morirá por él
sobre la Cruz, sino como alimento, para nutrirlo con su Carne y con su Sangre. La Eucaristía perpetuará
su presencia viva y real en el mundo.
Silencio meditativo.
CANTO
Ministro: En tu noche de entrega, en tu noche de soledad, en tu hora difícil, en tu lucha y agonía, de pie,
escuchemos un pasaje del Evangelio según San Marcos.

Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos. Jesús les dijo: Todos vais a caer, como
está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros
a Galilea. Pedro replicó: -Aunque todos caigan, yo no. Jesús le contestó: Te aseguro, que tú hoy, esta
noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres. Pero él insistía: Aunque tenga que
morir contigo, no te negaré. Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca, que llaman Getsemaní, y
dijo a sus discípulos: Sentaos aquí mientras voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a
sentir terror y angustia, y les dijo: Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.

Palabra del Señor


Sentados: silencio meditativo.
Ministro: Nos ponemos de pie y oramos diciendo:
Nosotros queremos estar contigo.
Lector:
 Cuando todos te abandonan, cuando Judas te traiciona, cuando el Sanedrín prepara tu condena.
Oremos.
 Cuando los discípulos duermen. Oremos
 Cuando los soldados te prenden. Oremos.
 Cuando Pedro te niega tres veces. Oremos.
CANTO
SEGUNDO MOMENTO
Ministro: Jesús está dispuesto a aceptar las consecuencias de su vida, las consecuencias de su fidelidad a
Dios y a los demás: tomar la cruz y salvar al mundo. Pero la muerte no hace gracia a nadie. Esta noche te
pedimos, Jesús, ser como tú: atentos al Padre y a los hermanos con tu entereza, con tu confianza. Nosotros
somos débiles y, muchas veces, pecadores que sucumbimos ante el primer problema; que huimos y no
tenemos fuerzas; que no nos comprometemos lo suficiente. Nos parecemos bastante a Pedro, que incluso
te negó. Que sepamos vivir “nuestra hora”, y la hora de cada día.
Escuchemos ahora un nuevo pasaje del Evangelio según San Marcos (14, 35-38.)
Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora;
y dijo: ¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú
quieres. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
-Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el
espíritu es decidido, pero la carne es débil.
Palabra del Señor
La asamblea, sentada, realiza una reflexión personal en silencio.
Ministro: Ahora seguimos sentados y rezamos:
Lector: Lo más importante, Señor, no es.
Que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos.
Que yo te llame por tu nombre, sino que tú tienes el mío tatuado en la palma de tus manos.
Que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro.
Que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón
y todas tus fuerzas.
Que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arda dentro de mis huesos.
Porque ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte. si tú no me buscas, llamas y amas primero?
CANTO
TERCER MOMENTO
Ministro: Señor, gracias por quedarte con nosotros. No llegamos a alcanzar lo que es tu presencia en la
Eucaristía, en la Escritura, pero creemos en ti. Eres luz, fuerza, amor. Es de noche, pero nos iluminas; en
esta noche santa, te sientes débil, pero sigues dándonos fuerza; nos pides que amemos, pero tú nos amas
primero. Gracias por tu presencia. No olvidamos que muchos se sienten solos hoy día; que están enfermos,
que sufren, que son perseguidos a causa de la justicia, que no pueden dar de comer a sus hijos, que sufren
la guerra de los poderosos. Jesús del Jueves Santo, en nuestro tiempo hay también mucho “Getsemanís”.
Lo sabes muy bien, porque en cada uno está tú. También nosotros queremos estar unidos a todas esas
personas; contigo en ellos, Señor.
Sigamos escuchando el Evangelio según San Marcos (14, 39 - 42)

De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos,
porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo: -Ya podéis dormir y
descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de
los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.

Palabra del Señor


Sentados: Silencio meditativo.
Ministro: Nos ponemos de pie y damos gracias a Dios por Jesucristo diciendo:
Te damos gracias, Señor
Lector:
 Por el pan y el vino de la Eucaristía.
 Por haberte quedado con nosotros.
 Por tu amor hasta la muerte.
 Por la fuerza de tu resurrección
 Por tu amor sin límites
 Porque siendo Dios, te arrodillas y nos enseñas a servir.
 Por olvidar nuestras traiciones e incoherencias.
 Por la Madre que al pie del madero nos dejas.
CANTO
CUARTO MOMENTO
Ministro: Llega la hora de la traición, el momento cumbre. Jesús se entrega en servicio por todos. Parece
como si todo estuviera perdido. Las tinieblas se ríen de la luz; el odio parece triunfar sobre el amor. La
muerte parece regodearse de la vida. Y, en la oración, Jesús ha vencido la angustia, ha recobrado las
fuerzas, y sale decidido a proclamar la fuerza del amor, la belleza de la vida, la gratuidad de la luz.
Escuchemos cómo los dice el Evangelio según San Marcos (14, 46-50)

Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: - ¡Maestro!
Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada,
de un golpe le cortó la oreja ’al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: - ¿Habéis
salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario os estaba enseñando en el
templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.Y todos lo abandonaron y huyeron.

Palabra del Señor


De pie, breve silencio meditativo
Ministro: Quisiéramos, Señor, poner ante tus ojos a cuantos están marcados por el dolor y la angustia, por
la soledad o el sinsentido, por la desgracia y la tortura, por la marginación y la miseria, por la enfermedad
o la cárcel, por la humillación o condena a muerte. En todas, oh Cristo, sigue tu agonía. Oremos diciendo:
Te rogamos, óyenos.
Lector:
 Por los agonizantes y enfermos terminales, que además de los paliativos, no les falte el ángel del
consuelo. Roguemos al Señor
 Por los que viven en la miseria y el olvido, que lleguen a todos sus gritos silenciosos. Roguemos
al Señor
 Por los que son víctimas del terror, de la guerra, de los secuestros y la tortura, que a todos nos
interpele su martirio. Roguemos al Señor
 Por los ancianos que no son queridos y se sienten solos, que encuentren personas que los
acompañen y valoren. Roguemos al Señor
 Por las mujeres maltratadas, víctimas de la violencia de género, la prostitución, que puedan
recuperar su dignidad y su libertad. Roguemos al Señor
 Por los niños esclavizados, vendidos, prostituidos, militarizados, que encuentren los medios para
rehacer sus vidas. Roguemos al Señor
 Por los que no tienen trabajo, por los fracasados, que no les falten nuevas oportunidades.
Roguemos al Señor
 Por todos los que están marcados por el desamparo o el vicio y las adicciones, que no pierdan la
esperanza de una liberación. Roguemos al Señor
 Por los inmigrantes, que tienen que afrontar tantos riesgos y separaciones, que puedan ser
integrados socialmente y alcanzar sus proyectos. Roguemos al Señor
Ministro: Oremos: Oh Jesús, que luchaste y sufriste la agonía de Getsemaní, acompaña y conforta a
cuantos se encuentran en esas noches tristes. Recemos la oración de la fraternidad: Padre Nuestro.
CANTO
QUINTO MOMENTO
Ministro: Jesús, aquella noche memorable del Jueves Santo, después de instituir la Eucaristía, dio a sus
Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio de amor, que es la
Eucaristía, hasta el final de los tiempos, cuando le dijo: Haced esto en memoria mía (Lucas 22, 19; 1
Corintios 2, 24). Oremos esta noche, antes de terminar, por los sacerdotes:
CANTO FINAL
ORACIÓN FINAL
Ministro: Te pedimos, Padre Dios, que nos ayudes a sentir esta noche la fuerza del amor, de la amistad y
de la ternura de Jesús. Queremos pedirte que nos enseñes y nos capacites para amar como Él amó. Por el
mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Pueden ir en paz.
VIERNES SANTO
VIA CRUCIS
EN CADA ESTACIÓN
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pueblo: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.

PRIMERA ESTACIÓN
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Ya el profeta Isaías lo había anunciado:


«¿Quién podrá creer esta noticia? No tenía gracia ni belleza para que nos fijáramos en él. Despreciado
y tenido como la basura de los hombres, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento. Ha sido
tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados. El soportó el
castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados. Sin embargo, eran nuestras dolencias
las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Fue detenido y enjuiciado injustamente y
herido de muerte por los crímenes de su pueblo» (Is 53,1-8).
Nosotros somos aquel pueblo por el que Cristo fue condenado a muerte. Cristo aceptó ser nuestro
representante delante del Padre y pagar por nuestros pecados. La condena de Pilato tenía que recaer sobre
cada uno de nosotros.
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, gracias por habernos amado tanto. Ten piedad de nosotros. Ayúdanos a conocer
nuestros pecados, que han sido la causa de tu condenación a muerte.

SEGUNDA ESTACIÓN
JESÚS CARGA LA CRUZ Y SE DIRIGE AL CALVARIO

Después de la condena, le entregan a Cristo una cruz, y empieza su largo y penoso camino hacia el
Calvario, lugar donde será crucificado. Detengámonos y pensemos: Si Cristo hizo tanto por nosotros, ¿es
justo que nosotros sigamos diciendo que estamos ocupados y no tenemos tiempo para conocer más a Cristo
y seguirlo de veras? ¿Por qué nos espanta tanto el sufrimiento, si nuestro Maestro llegó a dar la vida por
nosotros? Escuchemos su Palabra:
«Si alguno quiere seguirme, olvídese de sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque si alguno quiere salvar
su vida, la perderá; en cambio, si pierde la vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué sirve al
hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué puede ganar el hombre a cambio de su vida?
Yo les digo: Si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta gente adúltera y pecadora,
también el Hijo del Hombre se avergonzará de él, cuando venga en la gloria del Padre, rodeado de sus
santos ángeles» (Mc 8,34-38).
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, concédenos llevar nuestra cruz con fidelidad hasta la muerte.

TERCERA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Guía: Cristo no puede seguir adelante, cargando con la cruz por mucho rato. Ya se acabaron sus fuerzas:
la agonía en el Getsemaní, la noche pasada entre los insultos de los jefes del pueblo, la flagelación y la
coronación de espinas, lo han destruido, y cae agotado. Los soldados se le acercan y le pegan sin
compasión. Jesús reúne todas sus fuerzas, se levanta otra vez y sigue su camino, sin decir una palabra.
Escuchemos al profeta Isaías:
«He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que me jalaban la barba, y no oculté
mi rostro ante las injurias y los salivazos. Puse mi cara dura como piedra» (Is 50,6-7).
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, enséñanos a sufrir. Que no nos desanimemos en la prueba. Danos la fuerza para
levantarnos, cuando caemos en el pecado.

CUARTA ESTACIÓN
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

Ya se lo había anunciado el anciano Simeón, cuando María presentó al niño Jesús en el Templo:
«Simeón lo bendijo, y después dijo a María, su Madre: Mira, este niño debe ser causa tanto de caída
como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una bandera, de modo que a Él lo
atacarán y a ti misma una espada te atravesará el corazón» (Lc 2,34-35).
Al ver a Jesús cargando la cruz y lleno de sangre, entre los insultos de la gente, María siente en su corazón
un profundo dolor y se acuerda de la profecía de Simeón. Conociendo las Escrituras, María sabe que
mediante el sufrimiento, Cristo nos va a salvar. Por eso se une íntimamente al sacrificio de su Hijo,
sufriendo con Él por nuestra salvación.
(Reflexión en silencio).
Oremos: Oh, María, madre de Jesús y madre nuestra, enséñanos a sufrir con Jesús por la salvación del
mundo entero.

QUINTA ESTACIÓN
EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

Jesús ya no puede seguir con la cruz, está tan acabado. Entonces, los soldados obligan a un hombre de
Cirene para que ayude a Jesús a llevar la cruz. Es un ejemplo para nosotros. También nosotros tenemos
que ayudar a Jesús para que su sangre no sea inútil para nuestros hermanos. Todavía hay muchos que no
conocen a Cristo; nosotros tenemos que preocuparnos por ellos y hacer algo. Acordémonos de las palabras
de Cristo:
«La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos; por eso rueguen al Dueño de la cosecha que envíe
obreros a su cosecha. Vayan, los envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10, 2-3).
Pidamos a Dios continuamente para que envíe más misioneros y catequistas a su Iglesia, que tengan el
valor de predicar el mensaje de Cristo con fe y sin miedo, convencidos de que sólo mediante la entrega y
el sufrimiento se ayuda a Cristo en su obra de salvación.
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, perdónanos si muchas veces no te hemos ayudado a llevar la cruz. Tal vez por culpa
nuestra, muchos se echaron a perder. Ayúdanos a vivir el compromiso que tomamos el día de la
Confirmación, de ser soldados tuyos en el mundo.

SEXTA ESTACIÓN
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS

Mientras Jesús trata de seguir adelante, una mujer se le acerca y le enjuga el rostro con una toalla,
quedando en ella la imagen de su cara. Cada cristiano tiene que imitar a la Verónica, procurando
transformar su misma vida en una imagen de Cristo. Escuchemos a San Pablo:
«Hagan morir lo que les queda de vida terrenal, es decir, relaciones sexuales impuras, cosas prohibidas,
pasión desordenada, malos deseos y esa codicia que es una manera de servir a los ídolos. Ustedes se
despojaron del hombre viejo y de su manera de vivir para revestirse del hombre nuevo, que se va siempre
renovando y progresando hacia el conocimiento verdadero, conforme a la imagen de Dios, su Creador»
(Col 3,5-10).
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, graba en nuestros corazones la imagen de tu rostro. Que nunca nos olvidemos de ti.

SÉPTIMA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

Nuestras recaídas en el pecado fueron la causa de las numerosas caídas de Jesús en su doloroso camino
hacia el Calvario. Es necesario que tomemos en serio nuestro compromiso cristiano, recordando que
hemos sido salvados por la sangre de Cristo, el Hijo de Dios.
«Como hijos obedientes, no vivan más como en el tiempo anterior, cuando todavía ignoraban y se guiaban
por sus pasiones. El que los llamó a ustedes, es santo; y también ustedes han de ser santos en toda su
conducta, según dice la Escritura: Ustedes serán santos porque yo lo soy. No olviden que han sido
liberados de la vida inútil que llevaban antes, imitando a sus padres, no mediante un rescate material de
oro y plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin mancha ni defecto. Ámense unos a otros de todo
corazón, ya que nacieron a otra vida que no viene de hombres mortales: ustedes ahora viven por la
palabra eterna del Dios que vive y permanece. Esta es la Buena Nueva, que llegó a ustedes» (1 Pe 1,14-
16.18-19.22b-23.25).
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, perdónanos por nuestras recaídas en el pecado. Danos la fuerza de tu Espíritu, para
que podamos resistir a los ataques del demonio.

OCTAVA ESTACIÓN
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

«Lo seguía muchísima gente, especialmente las mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por
Él. Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloren por mí. Lloren más bien por
ustedes mismas y por sus hijos. Porque va a llegar el día en que se dirá: Felices las mujeres que no dieron
a luz ni amamantaron. Entonces se dirá: ¡Ojalá que las lomas nos ocultaran! Porque, si así tratan al
árbol verde, ¿qué no harán con el seco?» (Lc 23,27- 31).
Ahora Jesús nos dirige las mismas palabras: «No lloren por mí; yo ya hice todo lo que pude para salvarlos.
Lloren más bien por ustedes mismos. Porque, si no se arrepientes de veras y no dejan el pecado de una
vez, recibirán tremendos castigos, como les pasó a los habitantes de Jerusalén, por no haber hecho caso a
mis palabras. Y sufrirán aún más, porque se tratará de un castigo eterno».
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, concédenos un verdadero arrepentimiento de nuestros pecados y un firme propósito
de no volver a pecar.

NOVENA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

A pesar de hacer todo el esfuerzo posible para seguir adelante, Jesús ya no aguanta y cae por tercera vez.
Así es cuando uno es débil. Así pasa con nosotros, cuando volvemos a caer en el pecado. Es necesario que
Dios mismo intervenga en nuestra vida, purificándonos del pecado y dándonos un nuevo corazón.
Escuchemos al profeta Ezequiel:
«Derramaré sobre ustedes agua purificadora y serán purificados. Los purificaré de toda mancha y de
todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo. Y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Les quitaré
del cuerpo el corazón de piedra, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu dentro de ustedes,
para que vivan según mis mandamientos y respeten mis órdenes» (Ez 36,25-27).
Si seguimos pecando, es que no hemos tenido fe suficiente en las promesas de nuestro Padre Dios.
Pidámosle a Dios que aumente nuestra fe y cumpla en nosotros su promesa.
(Reflexión en silencio).
Oremos: Oh, Padre Celestial, en el nombre de Jesús, te pedimos que nos quites de una vez este corazón
de piedra y nos concedas un corazón de carne, que sepa amar de veras a Ti y a los hermanos.

DÉCIMA ESTACIÓN
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

Llegados al lugar de la ejecución, le quitan las vestiduras a Jesús.


«Yo soy un gusano, y ya no un hombre; vergüenza de los hombres y basura del pueblo. Mis huesos se han
descoyuntado, mi corazón se derrite como cera. Se reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica se juegan
a los dados» (Sal 22,7.15.19).
Mientras Jesús es despojado de las vestiduras, nosotros seguimos teniendo nuestro corazón apegado al
dinero y a los honores. Se ve que no hemos entendido nada del mensaje de Cristo. Es necesario que de
una vez tomemos una decisión clara: o con Cristo o contra Cristo, ya que es imposible servir a dos amos.
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, ayúdanos a despojarnos de nuestras malas costumbres.

DECIMOPRIMERA ESTACIÓN
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

«Así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, así también es necesario que el Hijo del
Hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna. Porque tanto amó
Dios al mundo que le dio su Hijo único, para que todo el que crea en Él, no se pierda, sino que tenga la
vida eterna» (Jn 3,14-16).
¿Cuánta gente hay todavía en el mundo que no conoce este amor de Dios? ¿Qué estoy haciendo yo para
que la Sangre de Cristo no sea inútil para mí y para mis hermanos?
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, ayúdanos a ser tus testigos en el mundo. Que todos los hombres conozcan tu amor
y se acerquen a Ti.

DECIMOSEGUNDA ESTACIÓN
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Después de tres horas de penosísima agonía, Jesús muere, entre los insultos y las burlas del pueblo. Es el
nuevo Cordero Pascual. En su sangre se establece el Nuevo Compromiso, o Alianza, entre Dios y el nuevo
Pueblo de Israel, representado por María, San Juan y unas cuantas mujeres. Es el momento más importante
de toda la historia de la humanidad. Alabemos a Cristo y démosle gracias por el grande amor que nos ha
manifestado.
«Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y por tu sangre compraste para
Dios, hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de
sacerdotes que reina sobre la tierra. Digno es el Cordero que ha sido degollado, de recibir el poder, la
riqueza y la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza» (Ap 9,10.12).
(Reflexión en silencio).
Oremos: Gracias, oh Señor Jesús, por habernos amado tanto. Que nunca nos cansemos de alabarte y
bendecirte.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
EL CUERPO DE JESÚS ES DESCENDIDO DE LA CRUZ

«Vinieron entonces los soldados y les quebraron las piedras a los que estaban crucificados para después
retirarlos. Al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto. Así que no le quebraron las piernas, sino que
uno de los soldados le abrió el costado de una lanzada y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo
declara para ayudarles en su fe, y su testimonio es verdadero. El mismo sabe que dice la verdad. Esto
sucedió para que se cumpla la Escritura que dice: "No le quebrarán ni un solo hueso", y en otra dice:
"Contemplarán el que traspasaron"» (Jn 19,32-37).
¿Qué más hubiera podido hacer Jesús por nosotros, y no lo hizo? «Contemplarán al que traspasaron», dice
San Juan, concluyendo el relato de la Pasión de Cristo. Es lo que nosotros estamos tratando de hacer:
contemplar, meditar, pensar seriamente en Cristo, muerto por nosotros. En realidad, sabemos que «en
ningún otro se encuentra la salvación, ya que no se ha dado a los hombres sobre la otra tierra otro nombre
por el cual podamos ser salvados» (Hch 4,12).
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, reconocemos que Tú eres el único Salvador y Señor. Que nunca nos olvidemos de
Ti

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
JESÚS ES SEPULTADO

Después de haberlo bajado de la cruz, lo llevaron al sepulcro. He aquí el ejemplo más grande de la
humillación. Escuchemos a San Pablo:
«Tengan un mismo amor, un mismo espíritu, un único sentir y no hagan nada por rivalidad o por orgullo.
Al contrario, que cada uno, humildemente, estime a los otros como superiores a sí mismo. No busque
nadie sus propios intereses, sino más bien, el beneficio de los demás. Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos que tuvo Cristo Jesús: Él, que era de condición divina, no se aferró celoso a su igualdad con
Dios. Sino que se aniquiló a sí mismo tomando la condición de siervo, y llegó a ser semejante a los
hombres. Habiéndose comportado como hombre, se humilló, obedeciendo hasta la muerte, y muerte en
una cruz» (Fil 2,2-8).
Aquí vemos todo lo contrario de la actitud de Adán y Eva, nuestros padres en la desobediencia. Siendo
hombres, quisieron ser iguales a Dios. Jesús, siendo Dios se hizo igual a nosotros, para salvarnos. El
silencio del sepulcro tiene mucho que enseñarnos.
(Reflexión en silencio).
Oremos: Señor Jesús, enséñanos a ser humildes. Que nunca busquemos los honores de este mundo.
ORACIÓN CONCLUSIVA
Oh, Padre Celestial, te damos gracias y te alabamos por el grande amor que has manifestado hacia
nosotros. Por amor nos creaste y por amor nos redimiste, entregando a tu mismo Hijo, que derramó toda
su sangre para pagar nuestra libertad y conseguirnos el perdón de los pecados. Y para que nuestra vida,
desde ahora fuera una ofrenda agradable para ti, nos enviaste al Espíritu Santo como primicia de la nueva
vida que tendremos un día en la gloria. Bendito sea para siempre tu santo Nombre. No permitas nunca que
volvamos al pecado; más bien, ayúdanos a tener siempre una vida santa, alabándote ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.

SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS


Las Sagradas Escrituras nos traen muy pocos datos sobre Jesús en la cruz, pero los datos que tenemos son
bastante claros y fuertes para nuestra vida cristiana. Frente al Cristo crucificado no podemos quedarnos
indiferentes. Desde la cruz, el Dios desnudo sigue llamándonos al encuentro con el Padre y este encuentro
es en el amor. Sin importar si nosotros también estamos crucificados, somos los soldados, las mujeres o
simples espectadores del drama de la cruz, él nos abre los brazos para mostrarnos cuán grande es el amor
de Dios y el odio de los hombres.
En este marco de dolor y marginación, Jesús pronuncia desde la cruz sus siete palabras, palabras que nacen
del corazón mismo de Dios y del corazón mismo del hombre, corazón que herido pero compasivo, no
quiere irse sin dejar su último testamento hasta que vuelva.
1. PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN - (Lc 23, 34)
Sin pensarlo casi, solemos pronunciar esta "primera palabra" de Jesús con un tono soberbio, como quien
nunca ha pecado ni necesita perdón, suele ser nuestra excusa para decir: "que Dios te perdone.yo no"; sin
saber que por esta suplica de Dios a Dios, nuestros pecados fueron perdonados. Nosotros somos los que
crucificamos a Jesús y lo hacemos día a día, con nuestras mentiras, hipocresías, faltas de amor, miradas
altaneras y mil cosas más. Esta oración al Padre no es para mi vecino, o para aquel que no trago en la
comunidad, es para mí. porque no sé lo que hago.
ORACIÓN: Jesús amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz, a fin de pagar con vuestras penas la
deuda de mis pecados, y abristeis vuestra divina boca para obtenerme el perdón de la justicia eterna:
tened piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de vuestra
preciosísima Sangre derramada por nuestra salvación, concedednos un dolor tan vivo de nuestras culpas
que nos haga morir en el seno de vuestra infinita misericordia.
V. Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
R. Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
2. TE ASEGURO QUE HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO - (Lc 23, 43)
No es cualquiera quien pronuncia como "segunda palabra" esta promesa, es el mismo Camino hacia el
paraíso y la Puerta a la vida nueva, con autoridad puede darnos este mensaje de esperanza. Hasta el último
momento Jesús se preocupa por aquellos excluidos y marginados de la sociedad.
A nosotros no nos es debido contradecir la Palabra de Dios, debemos velar por darle cumplimiento, por
allanarle el camino. Pero ¡no! por lo general hacemos lo contrario, en lugar de abrir las puertas del paraíso,
se las cerramos en la cara a aquellos a quienes Jesús mismo invitó y llamó. Condenamos a las prostitutas,
a los presos, a los enfermos, a los drogadictos y más aún a los que no tienen el mismo color que yo, la
misma ideología política, la misma condición social.
Nuestras comunidades no se salvan de esta acusación, porque muchas veces le cerramos la puerta a los
demás tan solo por ser diferentes, o tantas otras veces que recibimos a alguien, pero no le damos su lugar.
Ojalá seamos nosotros y nuestras comunidades los destinatarios de este mensaje esperanzador del
Maestro, porque para la conversión, para volver la vista hacia Dios.nunca es tarde.
ORACIÓN: Jesús amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz y que con tanta prontitud y liberalidad
correspondisteis a la fe del buen ladrón que os reconoció por Hijo de Dios en medio de vuestras
humillaciones, y le asegurasteis el Paraíso: tened piedad de todos los fieles agonizantes y de mi en aquella
hora postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, haced que revive en nuestro espíritu una
fe tan firme y constante que no se incline a sugestión alguna del demonio, para que también nosotros
alcancemos el premio del santo Paraíso.
V. Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
R. Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
3. MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO.AHÍ TIENES A TU MADRE - (Jn 19, 26-27)
El discípulo amado ya soportó la cruz, vio a su maestro y amigo sufriendo y muriendo, por eso Jesús lo
recompensó tan pronto. le encomienda a María; pero ¿qué significa esto? Jesús no quiere dentro de su
familia ningún excluido, y María, sin ningún varón cerca que daría fuera de la sociedad. ¿volvemos al
mismo tema que antes? ¿los excluidos? Y es que la misión de Jesús se dirigía a ellos con especial
predilección (Cf. Lc 4, 16-19) El "hermano de todos" no quiere que nadie quede fuera del Reino y de la
liberación definitiva.
Hace ya 2000 años que Jesús entregó a su madre a todos los hombres en la persona de Juan, y ella sigue
acompañándonos, acompaña a los pueblos haciéndose uno de nosotros y viniendo a nuestra casa,
Guadalupe, Fátima, Lourdes. solo algunos de los nombres que nuestro pueblo da a María cada vez que
Jesús nos dice: "Pueblo, aquí tienes a tu madre".
ORACIÓN: Jesús amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz y olvidando vuestros sufrimientos nos
dejasteis en prenda de vuestro amor vuestra misma Madre Santísima para que por su medio podamos
recurrir confiadamente a Vos en nuestras mayores necesidades: tened piedad de todos los fieles
agonizantes y de mi en aquella hora postrera; y por el interior martirio de una tan amada Madre, reavivad
en nuestro corazón la firme esperanza en los infinitos méritos de vuestra preciosísima Sangre, a fin de que
podamos evitar la eterna condenación que tenemos merecida por nuestros pecados.
V. Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
R. Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
4. DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? (Mt. 27, 46; Mc.15, 34)
Esta "cuarta palabra" pronunciada por el Dios crucificado es, más que un reproche hacia Dios, la oración
del justo que sufre y espera en Dios; Jesús, en lugar de desesperar y olvidarse de Dios, clama al Padre
pues confía en que él lo escucha, pero Dios no responde, porque ha identificado a su hijo con el pecado
por amor a nosotros, y este debe morir, Jesús, colgado en la cruz, es rechazado ahora por el cielo y por la
tierra, porque el pecado no tiene lugar.
Cuantas veces en nuestras vidas hemos sentido el abandono de Dios. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Qué
hice Señor? Preguntas y preguntas como la de Cristo que encuentran como respuesta el silencio de Dios.
Por lo general, es la mejor respuesta que nos puede dar, pero no lo entenderemos hasta que sepamos que
del silencio brota la resurrección.
ORACIÓN: Jesús amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz y que, añadiendo sufrimiento a
sufrimiento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufristeis con infinita paciencia la más penosa aflicción
de espíritu a causa del abandono de vuestro eterno Padre: tened piedad de todos los fieles agonizantes y
de mi en aquella hora postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, concedednos la gracia
de sufrir con verdadera paciencia todos los dolores y congojas de nuestra agonía, a fin de que, unidas a las
vuestras nuestras penas, podamos después participar de vuestra gloria en el Paraíso.
V. Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
R. Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
5. TENGO SED - (Jn 19, 28)
Esta "quinta palabra" es lo más pequeño que Jesús gritó desde la cruz, pero una de las cosas más humanas
y más profundas. La sed es algo profundamente humano y natural, tan necesario para conservar la vida
tanto casi como la misma existencia de Dios que nos conserva; pero la sed de Cristo es mucho más
profunda no puede ser calmada solo con agua, es la sed de que todos sus hermanos puedan tener agua y
comida suficiente. es la sed de los pobres de ayer, de hoy y de siempre. ¿Nos preocupamos de calmar la
sed de nuestro pueblo? Nos decía San Oscar Romero: "El mundo al que debe servir la Iglesia es el mundo
de los pobres, y los pobres son los únicos que deciden lo que significa para la Iglesia vivir realmente en
el mundo. ¿Qué estamos haciendo?”
ORACIÓN: Jesús amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz y que, no saciado aún con tantos
vituperios y sufrimientos, quisierais sufrirlos todavía mayores para la salvación de todos los hombres,
demostrando así que todo el torrente de Vuestra Pasión no es bastante para apagar la sed de vuestro
amoroso Corazón: tened piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los
méritos de vuestra preciosísima Sangre, encended tan vivo fuego de caridad en nuestro corazón que lo
haga desfallecer con el deseo de unirse a Vos por toda la eternidad.
V. Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
R. Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
6. TODO ESTÁ CUMPLIDO - (Jn 19, 30)
La sexta palabra del Dios desnudo: "todo está cumplido" y murió. si hubiéramos seguido paso a paso el
drama de la vida de Jesús como en una telenovela, en este momento deberíamos romper en llanto, porque
el autor y actor principal ha muerto, para una película este no sería un buen final, pues muere el
protagonista. Pero como esto no es ni una telenovela ni una película, tratándose de la vida real, o de "la
más real de las vidas", nos acongojamos y sufrimos por la muerte de nuestro redentor, pero por uno de
esos misterios tan grandes de nuestro existir, la vida posee una ambigüedad tan grande que a la vez nos
alegramos por la muerte, porque sabemos que luego viene la resurrección y la vida definitiva junto al
Padre.
Jesús finaliza su misión entre nosotros, nos ha dado su mensaje, y algunos, aunque sin entenderlo mucho,
han hecho caso al llamado y se han empapado del mensaje del Reino y de la misericordia del Padre. ahora
nos toca a nosotros, somos los portadores de un mensaje que no es nuestro, el mensaje de que "todo se ha
cumplido" y la redención fue consumada por Cristo desde la Cruz y la resurrección.
ORACIÓN: Jesús amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz y desde esta cátedra de verdad
anunciasteis el cumplimiento de la obra de nuestra Redención, por la que, de hijos de ira y perdición,
fuimos hechos hijos de Dios y herederos del cielo; tened piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en
aquella hora postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, desprendednos por completo así
del mundo como de nosotros mismos; y en el momento de nuestra agonía, dadnos gracia para ofreceros
de corazón el sacrificio de la vida en expiación de nuestros pecados.
V. Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
R. Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
7. PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU - (Lc. 23, 46)
Esta "última palabra" del Emmanuel parece unir la encarnación con la pasión, parece repetir el fiat de
María: "Hágase en mi según tu Palabra" (Cf. Lc. 1, 38) ¿Será porque en la Madre y en el Hijo hay un
mismo sentimiento de entrega y confianza en Dios?
Nosotros debemos intentar que cada día de nuestras vidas esté en las manos del Padre. Lamentablemente
en nuestro tiempo esto parece volverse imposible, nuestra cultura no entiende que los tiempos de Dios no
son los nuestros y en cada momento confía más en sus fuerzas que en las de Dios. Hoy parece que vivimos
como si Dios no existiera, o por lo menos como si no tuviera influencia en nuestras vidas, hemos tomado
solos las riendas de nuestras vidas y nos ha ido bastante mal pues no hemos puesto nuestro espíritu en las
manos del Padre. ¿Cuántas veces he empezado algo sin rezar antes? ¡Y después me quejo de cómo me va!
Todas esas veces fui crucificado, pero sin esperanzas de resurrección. pues ¿quién nos da la vida?
ORACIÓN: Jesús amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz, y que en cumplimiento de tan grande
sacrificio aceptasteis la voluntad del Eterno Padre al encomendar en sus manos vuestro espíritu para
enseguida inclinar la cabeza y morir: tened piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora
postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, otorgadnos en nuestra agonía una perfecta
conformidad a vuestra divina voluntad, a fin de que estemos dispuestos a vivir o a morir según sea a Vos
más agradable; y que no suspiremos para nada más que por el perfecto cumplimiento en nosotros de
vuestra adorable voluntad.
V. Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
R. Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
SÁBADO SANTO
LOS DOLORES DE LA VIRGEN
Se pueden meditar los dolores de la Santísima Virgen en forma de Santo Rosario, con las oraciones inciales comunes
(Credo y acto de contrición) y los Misterios son reemplazados por cada dolor. Finalizado cada Dolor, se reza el
Padre Nuestro, siete Ave Marías y el Gloria.

PRIMER DOLOR: La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús


Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu
alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra
redención sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, haz que
seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
SEGUNDO DOLOR: La huida a Egipto con Jesús y José
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando
grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte
el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos
del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.
TERCER DOLOR: La pérdida de Jesús
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días
buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu
cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes
no se pierdan por malos caminos.
CUARTO DOLOR: El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz,
como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era
creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y
precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo
verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para
honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la
frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla
y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del
pecado; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de
tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.
QUINTO DOLOR: La crucifixión y la agonía de Jesús
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos
en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a
nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también
te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo,
no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
SEXTO DOLOR: La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el
corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo
del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio
la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían
muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos
en este dolor. Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como Él nos amó.
SÉPTIMO DOLOR: El entierro de Jesús y la soledad de María
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; El, que era
creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último
momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a
Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la
suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro
pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva le acompañaste en todos sus
sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos
del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos.
Finaliza con la Salve y un canto mariano
FÓRMULAS DE BENDICIÓN
1. DE UNA CASA

Ministro: (haciendo la señal de la cruz) Nos ponemos en la presencia del Señor, en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

Ministro: Que nuestro Señor Jesucristo, nos conceda por su Espíritu, la Gracia de compartir junto a Él la
bendición de esta casa.

Todos: Amén.

Ministro: (Dispone a los presentes para la celebración con estas palabras u otras semejantes) Queridos
hermanos, dirijamos nuestra ferviente oración a Cristo, que quiso nacer de la Virgen María y habitó entre
nosotros, para que se digne entrar en esta casa y bendecirla con su presencia. Cristo, el Señor, está aquí,
en medio de ustedes, fomente su caridad fraterna, participe en sus alegrías y los consuele en las tristezas.
Y ustedes, guiados por las enseñanzas y ejemplos de Cristo, procuren, ante todo, que esta casa que hoy
bendecimos sea hogar de caridad, desde donde se difunda ampliamente la fragancia de Cristo. (Luego, el
ministro o alguno de los presentes, lee el texto escogido):

Ministro: Escuchemos ahora las palabras del Evangelio según San Lucas (Lc 19,1-9).:

"En aquel tiempo, Jesús fue a la ciudad de Jericó y caminaba por las calles. Había allí un hombre
llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos y hombre muy rico. Sentía mucha curiosidad
por ver a Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de baja estatura. Se adelantó corriendo
y se subió a un árbol para verle, pues iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando
la vista, le dijo: ‘Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me quede yo en tu casa’. Se
apresuró a bajar y lo recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: ‘Ha ido a
hospedarse a la casa de un hombre pecador’. Zaqueo, puesto en pie dijo al Señor: ‘Daré la mitad
de mis bienes a los pobres, y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruple’. Jesús le
dijo: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham’".

(El ministro explica brevemente el texto leído, explicando el sentido de la bendición de la casa)

PLEGARIA COMÚN (Es muy conveniente pedir a los dueños de casa, que agreguen sus intenciones
personales al final).

Ministro: Con ánimo agradecido y gozoso invoquemos al Hijo de Dios, Señor del Cielo y de la tierra, que
hecho hombre, habitó entre nosotros, y digamos: "Quédate con nosotros, Señor".

 Señor Jesucristo, que con María y José santificaste la vida doméstica, ven a vivir con nosotros en
esta casa para que te reconozcamos como huésped y te honremos como cabeza. Oremos.
 Tú, por quien esta casa cobra sentido, y se va levantando hasta formar un templo consagrado, haz
que los habitantes de esta casa se vayan integrando en la construcción, para ser morada de Dios,
por el Espíritu. Oremos.
 Tú, que enseñaste a tus fieles a edificar su casa sobre piedra firme, haz que la vida de esta familia
se apoye firmemente en tu Palabra y, evitando toda división, te sirva con generosidad y de todo
corazón. Oremos.
 Tú, que careciendo de morada propia, aceptaste con el gozo de la pobreza la hospitalidad de los
amigos, haz que todos los que buscan vivienda encuentren, con nuestra ayuda, una casa digna de
este nombre. Oremos.
 Tú, que siendo Dios te hiciste servidor de los hombres, ayuda a esta familia para que en ella reine
la armonía y la paz que solo Tú puedes regalarnos. Oremos.

ORACIÓN DE BENDICIÓN

Ministro (Con las manos juntas): Asiste Señor a estos servidores tuyos, que, al ofrecerte hoy su vivienda,
imploran humildemente tu bendición, para que, mientras vivan en ella, sientan tu presencia protectora;
cuando salgan, gocen de tu compañía; cuando regresen, experimenten la alegría de tenerte como huésped,
hasta que lleguen felizmente a la estancia preparada para ellos en la casa de tu Padre. Tú, que vives y
reinas por los siglos de los siglos.

Todos: Amén

Ministro (mientras rocía las habitaciones de la casa con el agua bendita): Bendice Señor esta casa y a
los que en ella habitan, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

ORACIÓN FINAL

Ministro: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa". Dios ha venido hoy a nuestra casa, y quiere quedarse.
Vamos a dar gracias a Dios por ser una familia cristiana. Tomados de la mano rezamos el Padrenuestro.

Todos: Padre nuestro...

Ministro: Y vamos a saludar también a nuestra Madre, la Virgen María, la Madre que Jesucristo nos
regaló, para que ella también habite en nuestra casa y los proteja bajo su manto.

Todos: Dios te salve, María...

Ministro: Te pedimos Señor, que esta familia viva siempre unida en la fe y en el amor, cumpliendo tus
mandamientos y sirviendo a los hermanos. Y te pedimos que derrames sobre nosotros tu bendición en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.
2. DE UN LOCAL COMERCIAL O NEGOCIO FAMILIAR
Dios, Padre providentísimo, que pusiste en manos del hombre la tierra y sus productos para que
contribuyera con su trabajo a que los bienes creados alcancen a todos, bendice a los que usen este local y
haz que, observando en sus compras y ventas la justicia y la caridad, puedan alegrarse de contribuir al
bien común y al progreso de la comunidad humana. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Después de la oración de bendición, el celebrante rocía con agua bendita a los presentes y el local, mientras se
interpreta un canto adecuado.

3. DE LAS HERRAMIENTAS DE TRABAJO


Oh, Dios, que has querido someter al trabajo del hombre las fuerzas de la naturaleza, concédenos, te
pedimos, que, dedicados plenamente a nuestras actividades, cooperemos con amor al perfeccionamiento
de tu creación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

Luego el ministro dice, con las manos juntas, la oración de bendición, terminada la cual, según las circunstancias,
rocía con agua bendita a los presentes y los instrumentos de trabajo.

4. DE LOS ANIMALES
Oh, Dios, que todo lo hiciste con sabiduría, y que, después de crear al hombre a tu imagen, le diste, con
tu bendición, el dominio sobre todos los animales extiende tu mano con benevolencia y concédenos que
estos animales nos sirvan de ayuda y nosotros, tus servidores, ayudados con los bienes presentes,
busquemos con más confianza los futuros. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Según las circunstancias, el ministro rocía con agua bendita a los presentes y a los animales.

5. DE LOS CAMPOS, LAS TIERRAS DE CULTIVO Y LOS TERRENOS DE


PASTO
Oh, Dios, que ya en el principio del mundo ordenaste en tu providencia que la tierra germinara hierba
verde y produjera toda clase de frutos, y proporcionas semilla para sembrar y pan para comer, te pedimos
que esta tierra, fecundada por tu bondad y cultivada por el trabajo del hombre, rebose de frutos abundantes,
y tu pueblo, colmado de tus dones, te alabe sin cesar ahora y siempre. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

Según las circunstancias, el ministro rocía con agua bendita a los presentes y a los campos y cultivos.
6. DE LA FAMILIA
Te bendecimos, Señor, porque tu Hijo, al hacerse hombre, compartió la vida de familia y conoció sus
preocupaciones y alegrías. Te suplicamos ahora, Señor, en favor de esta familia: guárdala y protégela,
para que, fortalecida con tu gracia, goce de prosperidad, viva en concordia y, como Iglesia doméstica, sea
en el mundo testigo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Según las circunstancias, el ministro rocía con agua bendita a la familia reunida, sin decir nada

7. DE LOS NIÑOS
Los padres, según las circunstancias, haciendo la señal de la cruz en la frente de sus hijos, dicen la oración de
bendición:

Padre santo, fuente inagotable de vida y autor de todo bien, te bendecimos y te damos gracias, porque has
querido alegrar nuestra comunión de amor con el don de los hijos; te pedimos que estos jóvenes miembros
de la familia encuentren en la sociedad doméstica el camino por el que tiendan siempre hacia lo mejor y
puedan llegar un día, con tu ayuda, a la meta que tienen señalada. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Los ministros, si no son los padres, dicen esta oración de bendición:

Señor Jesucristo, tanto amaste a los niños que dijiste que quienes los reciben te reciben a ti mismo; escucha
nuestras súplicas en favor de estos niños (este niño/esta niña) y, ya que los (lo/la) enriqueciste con la gracia
del bautismo, guárdalos (guárdalo/guárdala) con tu continua protección, para que, cuando lleguen a
mayores (llegue a mayor), profesen (profese) libremente su fe, sean fervorosos (sea fervoroso/sea
fervorosa) en la caridad. y perseveren (persevere) con firmeza en la esperanza de tu reino. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén
Los padres concluyen el rito, santiguándose y diciendo:

Jesús, el Señor, que amó a los niños, nos bendiga y nos guarde en su amor.
Esta fórmula la emplea también el ministro laico.
Si es un niño no bautizado se emplea esta fórmula:

Dios, Padre todopoderoso, fuente de bendición y defensor de los niños, que enriqueces y alegras a los
esposos con el don de los hijos, mira con bondad a este niño y, ya que ha de nacer de nuevo por el agua y
el Espíritu Santo, dígnate agregarlo a los miembros de tu grey, para que, una vez recibido el don del
bautismo, sea partícipe de tu reino y aprenda a bendecirte con nosotros en la Iglesia. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
R. Amén.
El ministro y los padres hacen la señal de la cruz en la frente del niño, sin decir nada.

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