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Semana (…Teología III Profesor: Abel Velasco)


Conceptos bíblicos acerca de la iglesia.

2.1. LA VERDADERA IGLESIA

¿Donde podemos encontrar hoy la verdadera iglesia y cuáles son


sus características? Primero debemos distinguir los diversos significados
de la palabra «iglesia".
1. El pueblo entero de Dios disperso a través de los siglos, toda la
compañía de los escogidos. Los reformadores hablaban de esto como la
iglesia invisible. (He 12:18-24).
2. La compañía local de cristianos que se reúnen visiblemente para
rendir culto y ejercer ministerio; este sentido abarca la mayoría de las
citas del Nuevo Testamento obre la iglesia (ekklesía).
3. Todo el pueblo de Dios en el mundo en cualquier momento
determinado, a la que probablemente es mejor referirse como la iglesia
universal. Este sentido aparece sólo ocasionalmente en el Nuevo
Testamento (1 Co. 10:32; Ga. 1:13).
4. “La iglesia dentro de la iglesia”. Observamos anteriormente la
distinci6n del Antiguo Testamento entre edah (toda la congregaci6n
visible) y qajal (aquellos dentro le la anterior que responden al llamado
de Dios). Jesús enseñó que el reino corresponde a este último modelo:
el trigo está mezclado con la cizaña (Mt. 13:24-30,36-43). Dentro de
toda la compañía que se identifica con Cristo, está el pueblo de Dios, la
verdadera “iglesia”. Es decir que no hay una iglesia pura; en cualquier
congregación es posible que haya quienes nunca hayan hecho real
profesión de fe y otros cuya profesión se demostrará falsa en el último
día (Mt. 7:21-23).
Entonces, dado que no es posible una iglesia pura o perfecta de
este lado de la gloria, ¿dónde podemos encontrar el verdadero pueblo
de Dios reunido visiblemente? Tradicionalmente se han reconocido
cuatro señas de una iglesia auténtica.
Es una: La unidad de la iglesia deriva de que está fundada en el
Dios único (Ef. 4:1-6). Todos los que pertenecen verdaderamente a la
iglesia son un pueblo y en consecuencia la verdadera iglesia se
distinguirá por su unidad.
Sin embargo, esta unidad no implica necesariamente la
uniformidad total. En la iglesia del Nuevo Testamento había una
variedad de ministerios (1 Co. 12:4-6) y de puntos de vista sobre
cuestiones de importancia secundaria (Ro. 14:1-15:13). Aunque había

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uniformidad en las convicciones teológicas básicas (I Co. 15:11,VM; Jd.
3), la fe común recibía diferentes énfasis según las necesidades que
enfrentaban los apóstoles (Ro. 3:20, cf. Sg. 2:24; Fi. 2:5-7, cf. Cl.
3:9s).
También había variedad en las maneras de adorar. El tipo de
reunión que se llevaba acabo en Corinto (1 Co. 14:26ss) no hubiera sido
normal en las iglesias palestinas, donde el culto se basaba en el modelo
de las sinagogas judías y tenían un esquema más formal centrado en la
exposición de la Palabra escrita. El modelo sinagogal explica que las
iglesias se hayan visto en el primer período como una rama del
judaísmo; efectivamente, Santiago 2:2 (VM) usa la palabra “sinagoga”
para referirse a una reunión de cristianos. También hay elementos que
permiten discernir más de un tipo de gobierno eclesiástico.
La verdadera unidad en el Espíritu Santo de todo el pueblo
regenerado es un hecho independiente de toda la desunión
denominacional externa. El llamado a la unidad en el Nuevo Testamento
es entonces un llamado a “guardar" la unidad fundamental de la ida que
el mismo Espíritu ha impartido por medio de la regeneración (Ef. 4:3).
Los reformadores señalaban esto distinguiendo entre la iglesia invisible
(todos los escogidos que son verdaderamente uno en Cristo) y la iglesia
visible (una compañía mixta de los regenerados y los no regenerados).
La unidad de la iglesia invisible es un hecho establecido, dado con la
salvación misma.
La iglesia de Roma ha usado esta seña polémicamente para
pretender que su unidad comparada con la fragmentación del
protestantismo, es una prueba de que es la verdadera iglesia. Sin
embargo, esto deja de lado tres factores: 1) Roma misma se apartó de
la Iglesia Ortodoxa en el año 1054, y nunca fue considerada
universalmente la única iglesia verdadera en los primeros siglos. 2) Las
señales deben ir juntas. La sucesión histórica o la unidad externa no
tienen valor si no están asociadas a la “apostolicidad", es decir, la
fidelidad al evangelio apostólico. 3) Aunque el protestantismo ha sido a
veces innecesariamente divisivo, se puede afirmar que por medio de su
desviación de la doctrina bíblica, Roma ha sido la principal causa de
cismas durante los siglos.
Aunque las Escrituras estimulan la expresión más completa posible
de unidad entre el pueblo de Dios, también dejan en claro que la
división está plenamente de acuerdo con la voluntad divina cuando los
elementos fundamentales del cristianismo apostólico se ven
amenazados. Tal fue el desacuerdo de Pablo con los judaizantes (Ga.
1:6-12) y la controversia de Jesús con los fariseos (Mr. 7:1-13). Es
significativo que cuando Judas intentó escribir sobre “la común

2.2
salvación” encontró necesario instar a sus lectores a “contender
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jd. 3).
Para el Nuevo Testamento la unidad se basa en el compromiso
consciente con las verdades reveladas del cristianismo apostólico.
Es santa: El pueblo de Dios es una “nación santa” (1 P. 2:9). En
el sentido más profundo la iglesia es santa, de la misma manera que
todo cristiano es santo en virtud de estar unido a Cristo, apartado para
él y acreditado de su perfecta justicia. Como la iglesia está ante Dios “en
Cristo”, es sin mancha y sin tacha. La distinción entre iglesia visible e
invisible se aplica aquí, ya que esta “santidad” atribuida no pertenece a
los de la congregación que no tienen una fe personal en Cristo como su
Salvador.
La unión con Cristo implica también cierta santidad visible de vida.
De esta manera la relación de una iglesia con Cristo, cabeza de la
iglesia, se expresará en el carácter moral y el tono de su vida y
relaciones comunes. Una iglesia extraña a la santidad es extraña a
Cristo. Cuando Cristo se dirigió a sus iglesias es claro que esperaba tal
diferencia moral y fue severo en su juicio cuando las encontró en falta
(Ap. 2 y 3).
Para que no nos desanimemos al aplicar esta prueba, vale la pena
recordar que buena parte de la vida de la iglesia del Nuevo Testamento
estuvo marcada por el error, la división, las fallas morales, la
inestabilidad. De todas maneras, cierto grado visible de santidad es una
evidencia invariable de una verdadera iglesia de Dios.
Es católica: “Católico” significa literalmente “referente al todo”.
En su uso original el término sencillamente denotaba la iglesia universal
a diferencia de la iglesia local; más tarde significó la iglesia que
confesaba la fe ortodoxa a diferencia de los herejes. Con el tiempo,
Roma adoptó el término para referirse a su establecimiento eclesiástico
de desarrollo histórico y expansión geográfica, centrado en el papado.
Los reformadores del siglo XVI procuraron recuperar el significado
original de la catolicidad como el reconocimiento de la fe ortodoxa; en
ese sentido, afirmaban, ellos y no Roma eran en realidad la iglesia
católica.
El aspecto clave de la catolicidad de la iglesia primitiva era su
abertura a todos. A diferencia del judaísmo con su exclusivismo racial, y
del gnosticismo con su exclusivismo intelectual y cúltico, la iglesia abría
sus brazos a todos los que oyeran su mensaje y abrazaran a su
Salvador, sin tomar en consideración el color, la raza, la posición social,
la capacidad intelectual, o la historia moral. La iglesia irrumpió en el
mundo como una fe para todos (Mt. 28:19; Ap. 7:9).

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La única manera de entrar era la fe personal en Jesucristo como
Salvador y Señor, y el bautismo era el rito de admisión autorizado, ya
que expresaba el evangelio de la gracia (Mt. 28:19; He. 2:38,41).
Este es el nivel fundamental donde se debe aplicar esta “seña”.
Las iglesias que instauran otras “pruebas” deben mirarse con sospecha.
En una verdadera iglesia no hay lugar para la discriminación racial,
social, intelectual, o moral, supuesto, en este último caso, que hay
pruebas de verdadero arrepentimiento. La discriminación
denominacional también requiere una investigación cuidadosa en los
casos donde los principios bíblicos se reconocen claramente.
Es apostólica: El apóstol es un testigo del ministerio y la
resurrección de Jesús, y en consecuencia un portador autorizado del
mensaje del evangelio (Lc. 6:12s; He. 1:21s; 1 Co. 15:8-10). La fe de
los apóstoles está entre Jesús y todas las generaciones cristianas
posteriores; llegamos a Jesús sólo por medio de la enseñanza de los
apóstoles y su testimonio de él incorporado en el Nuevo Testamento. En
este sentido fundamental toda la iglesia está “construida sobre el
fundamento de los apóstoles” (Ef. 2:20, cf. Mt. 16:18; Ap. 21:14). La
apostolicidad de la iglesia obedece, pues, a su conformidad con la fe
apostólica “que ha sido una vez dada a los santos” (Jd. 3, cf. He. 2:42).
Los apóstoles siguen gobernando y rigiendo la iglesia en tanto la iglesia
permite que su vida, su comprensión, y su predicación sean
constantemente moldeadas por las enseñanzas de las Sagradas
Escrituras.
Como apóstol significa literalmente “un enviado”, no es de
sorprender que en ciertas oportunidades el Nuevo Testamento se refiera
a otros apóstoles (Ro. 16:7). En este sentido general, todos los que son
enviados hoy día por el Señor como evangelistas, predicadores,
fundadores de iglesias, etc., son, en los términos del Nuevo Testamento
griego, apostoloi, “enviados”. Por supuesto, esto no implica de ninguna
manera que tienen una posición o autoridad especial que compite con la
de la compañía original, cuyo mandato continúa por medio de los
escritos apostólicos. Pretender un oficio apostólico hoy en día es
interpretar mal la enseñanza bíblica, y en la práctica ofrece un serio
desafío a la autoridad y lo definitivo de la revelación divina en el Nuevo
Testamento.
También es un error entender la apostolicidad como una
continuidad histórica de ministerio que se remonta hasta Cristo y sus
apóstoles, mediante una sucesión de obispos. Esta interpretación carece
de apoyo claro en el Nuevo Testamento. Toda la idea de la gracia de
Dios comunicada a través de una sucesión histórica de funcionarios, va
en contra del carácter de la iglesia en los escritos bíblicos. Además,

2.4
como garantía de la verdad del mensaje apostólico, la sucesión
episcopal ha fracasado manifiestamente. Fue una iglesia directamente
en la línea de esa sucesión histórica la que exigió la reforma del siglo
XVI, para no mencionar otras reformas menores como el despertar del
siglo XVIII durante el ministerio de Whitefield y de los hermanos
Wesley.
El catolicismo romano extiende esta interpretación de lo
“apostólico" hasta incluir la afirmación de que el obispo de Roma es el
sucesor histórico de Pedro y el custodio especial de la gracia de Dios en
la iglesia. Tal pretensión es insostenible. La primacía de Pedro entre los
apóstoles no fue otra cosa que un liderazgo sobresaliente durante la
misión primitiva de la. Iglesia. Claramente se fue quedando en el
segundo plano, a medida que la iglesia salió de Jerusalén, cuando Pablo
fue enviado como pionero de la obra más allá de Palestina, y cuando
Juan luchó por restablecer las iglesias de los estragos de los falsos
maestros. Significativamente, Pedro no aparece en el papel principal en
el Concilio de Jerusalén (He. 15) y estaba claramente a la sombra de
Pablo en el incidente registrado en Gálatas 2.
La sucesión apostólica es correctamente la sucesión del evangelio
apostólico, cuando el depósito original de verdad apostólica pasa de una
generación a otra: “hombres fieles ... para enseñar ... a otros” (II Tm.
2:2). Una iglesia es apostólica si reconoce en la práctica la suprema
autoridad de las Escrituras apostólicas.
Las señas de los reformadores: Aunque los reformadores no
despreciaron estas cuatro señas tradicionales, las controversias en que
se vieron envueltos enfocaron su atención en otras cosas. Identificaron
dos características de la verdadera iglesia visible. “Dondequiera que
veamos predicar sinceramente la Palabra de Dios y administrar los
sacramentos conforme a la institución de Jesucristo, no dudemos de que
hay allí Iglesia” (Calvino).
“La Palabra predicada sinceramente” sacó a luz la primacía del
evangelio bíblico y fue aquí precisamente donde se había hecho la
verdadera ruptura con el catolicismo. A la base de ese énfasis había una
convicción referente al lazo indisoluble entre la Palabra escrita y el
Espíritu; pertenecer a la comunión del Espíritu necesariamente se
manifestaría en la sumisión a la Palabra que el Espíritu había inspirado.
Los reformadores no sabían nada de un Espíritu que no condujera a las
Escrituras; no conocían otro amor a Dios que el que estaba ligado a la fe
y a la verdad. El otro punto en el que distinguían una verdadera iglesia,
los sacramentos, también era polémico, ya que en el asunto de la
enseñanza y la práctica sacramental del catolicismo los reformadores
veían la más clara violación de la religión bíblica.

2.5
La existencia de grupos cristianos (e.g., el Ejército de Salvación y
los cuáqueros) que no tienen sacramentos nos hace vacilar antes de
declarar que los sacramentos son básicos a la verdadera iglesia. Sin
embargo, nuestro Señor vio el bautismo claramente ligado de cerca con
el mensaje de la iglesia y la respuesta humana al mismo (Mt. 28:19s) y
el compartir la Cena como algo básico a la continuidad de su vida
espiritual (Le. 22:19; I Co. 11:24s).
Uno puede generalizar estas señas afirmando que la señal
definitiva para los reformadores era Cristo mismo. El es el centro de la
Palabra y el corazón de los sacramentos.
La misión, ¿una señal que falta? En las instrucciones de Jesús
sobre la vida de la iglesia (Jn. 13 - 16; Lc. 10:1-20; He. 1:1-18) vemos
un elemento que apenas se menciona entre las características de la
iglesia que hemos identificado hasta aquí, la misión: la responsabilidad
de llevar las buenas nuevas de Jesús hasta los confines de la tierra.
Es muy significativo que la historia nuevo-testamentaria de la
iglesia, el libro de los Hechos, tiene como tema clave la sucesiva
expansión en la predicación el evangelio: Jerusalén, Judea, Samaria, y
luego el mundo de los gentiles (1:8, cf. 6:8s; 7; 8; 10:34-48, 11:19-26;
13:1ss). “La iglesia es misión” es sin duda una exageración; pero en su
servicio total para el propósito y la gloria de Dios la misión es un
ingrediente bíblico fundamental.
Por lo tanto, una iglesia que no predica el evangelio, ni
experimenta una inquietud por el bienestar moral y espiritual de los que
están fuera de sus puertas, ni demuestra preocupación por los pobres y
los necesitados dondequiera que se encuentren, ha perdido su derecho a
la autenticidad y es una negación viviente de su Señor.

En resumen: una verdadera iglesia se reconocerá por su unidad


en sus relaciones, su santidad de vida, su abertura para con todos, su
sumisión al mandato de las Escrituras apostólicas, su predicación de
Cristo en palabras y sacramentos, y su compromiso con la misión.

Bibliografía: Bruce Milne Conoceréis la Verdad, pp: 154-157

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