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MUJER
EN
EL
JAZZ
Carles “Tocho” Gardeta
Jazzitis Web
Serie de 10 capítulos publicados originalmente en www.jazzitis.com
© Carles “Tocho” Gardeta, 2017
La mujer en el jazz
La mujer en el jazz: intro 1
La mujer en el jazz: años 20 8
La mujer en el jazz: años 30 18
La mujer en el jazz: años 40 26
La mujer en el jazz: años 50 39
La mujer en el jazz: años 60 48
La mujer en el jazz: años 70 57
La mujer en el jazz: años 80 69
La mujer en el jazz: años 90 83
La mujer en el jazz: Siglo XXI 96
Dedicado a la memoria de Dorothy Lucille Tipton.
Tineke Postma, saxofonista contemporánea.
De todo eso, y de algunos nombres propios de mujeres que optaron por dedi-
carse al duro oficio del jazz, tratará este capítulo y los siguientes de “La mujer
en el jazz” que próximamente se publicarán en Jazzitis.
Vamos allá. Lejos queda aquel 1619, cuando llegaba al asentamiento colonial
en Jamestown, Virginia, la primera mujer esclava secuestrada en África, a la
que se le puso el nombre de Isabelle. Con ella, y en el transcurso de un par de
siglos, con las cientos de miles de mujeres y hombres víctimas de este vergonzoso
comercio, desembarcaría en América del Norte una rica y variada tradición
musical que, después de un complejo proceso intercultural (o de aculturación,
como más propiamente diría un antropólogo), cristalizaría en la música genui-
namente norteamericana, lo que hoy conocemos como gospel, blues y jazz.
Sin embargo su papel de transmisora de la tradición musical por vía oral era
fundamental, era ella la que les cantaba a sus hijos las canciones que había
aprendido de sus padres, y lo que casi es más relevante para nuestra historia:
este papel de cantante sí era aceptado por la sociedad blanca. De manera que la
práctica musical de la mujer se limitaba a cantar. Esta especialización dificultó
enormemente el acceso de la mujer al instrumento.
afroamericana: Ger-
trude “Ma” Rainey,
Bessie Smith, la citada Mamie Smith, Ida Cox, Rosa Henderson, Victoria
Spivey, Alberta Hunter, Clara Smith, Bertha “Chippie” Hill, Sippie Wallace
o en menor medida su sobrina Hociel Thomas que perdió la vista en una vio-
lenta pelea con su hermana en la esta resultó muerta.
Una mujer del blues rural que merece la pena ser mencionada es Louise John-
son, colega de Son House, Charley Patton y demás bluesmen míticos de la
primera época de grabaciones de blues rural, unos diez años después de las pri-
meras grabaciones del blues de vodevil, ella cantaba y tocaba el piano en gari-
tos barrelhouse, nada que ver con los ambientes de vodevil de las cantante del
llamado blues clásico, gran dominadora del boogie y una de las pocas mujeres
que se mencionan en las crónicas del blues del Delta, se conocen cuatro temas
grabados y una toma alternativa que se pueden encontrar en alguna recopila-
ción de pioneros del blues.
El alto índice de miembros de una misma familia que sabían leer música a
principios del siglo XX explica el fenomenal negocio de la venta de partituras
EL PIANO
En la segunda mitad del siglo XIX, y sobre todo a finales del siglo, en EEUU
el piano se convirtió en un elemento obligado no sólo en los hogares de clase
media y alta, sino también en las familias más modestas. La adquisición de un
piano, o un órgano, tenía una prioridad más alta que la compra de una vajilla
en condiciones o de otros objetos del hogar que hoy consideramos imprescin-
dibles. La venta de pianos alcanzaba cifras espectaculares, había multitud de
fabricantes, se podían comprar por correo, con una oferta de pianos de todos
los precios, y la venta a plazos hasta la 1ª Guerra Mundial tuvo un auge impre-
sionante.
INSTRUMENTOS FEMENINOS
E INSTRUMENTOS MASCULINOS
Una salida laboral, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial y a pesar
de que no estaba demasiado bien considerado, era la de tocar en una orquesta
de baile en las fiestas sociales, y muchas mujeres optaron por esta alternativa
semi-profesional, con el permiso de sus maridos, para ganar algún dinero y
desarrollar alguna actividad más allá de las tediosas labores domésticas, aun-
que no podían desarrollar carreras muy largas porque normalmente cuando
se casaban debían dedicarse al hogar, y no digamos cuando tenían su primer
hijo. Eso las obligaba, en la inmensa mayoría de casos, a interrumpir su carrera
profesional o a abandonarla definitivamente.
Whiteman tuvo un
éxito colosal tocando
ese jazz reblandecido
que, con la ayuda de sus
programas de radio y de
Hollywood, le valió el
apodo de Rey del Jazz,
aún confesando que no
entendía el jazz negro,
Paul Whiteman y su orquesta. con el que además mos-
traba una gran indife-
rencia. Este tipo de jazz
comercial fue imitado por cientos de orquestas blancas, y cuando un norteame-
ricano medio decía que le gustaba el jazz, se refería a esa especie de sucedáneo.
El colectivo afroamericano, sin embargo, tenía claro que el jazz era otra cosa.
En la mente del norteamericano medio el hot jazz estaba asociado a los caba-
rets, clubs nocturnos y lugares varios de prostitución, espacios que estaban cla-
ramente alejados del lugar de actividad de una mujer “como dios manda”. El
racismo imperante consideraba normal que los negros, hombres y mujeres, se
desenvolvieran en esos ambientes, pero que lo hiciera una mujer blanca era
En Kansas City, meca para los músicos de jazz sureños de las décadas de los
años 1910 y 1920, uno de los más populares pianistas fue Julia E. Lee, tenía
una pequeña banda con su hermano que dejó para tocar y cantar sola, aunque
no logró grabar hasta 1945. Estuvo activa con su estilo de shouting blues hasta su
muerte en 1958. Era más que habitual que las mujeres formaran bandas con
miembros de su familia, hermanos o maridos, debido a las dificultades en ser
aceptadas por los hombres en sus orquestas.
Chicago fue otro de los centros del negocio de la música en los años 20, y las
mujeres también hicieron una importante contribución al jazz. Allí tocaba la
pianista y jefa de banda Garvinia Dickerson; o Cleo Brown, que con su gra-
bación del Boogie Woogie de Pinetop Smith popularizó el típico “ocho golpes
por compás” del boogie; o Lottie Hightower vocalista y pianista especialista
de boogie-woogie, ragtime y blues, que tenía su propia orquesta formada por
hombres, entre ellos su marido; o la gran Ida Maples, que lideraba la banda
femenina Melody Makers y de la que se dice que no era solamente una tre-
menda pianista, sino también una terrible mujer de negocios.
En St. Louis, donde los mejores pianistas eran mujeres, Marcela Kyle, Pau-
line Coates, Ruth Green o Marge Creath Singleton, que fue la primera
mujer en tocar en los barcos de vapor que navegaban por el Mississippi, viajó a
Chicago y llegó a hacer una gira en Europa con Mezz Mezzrow, se trasladó a
California y participó en alguna película en los 40.
Y en Philadelphia empezaba su
carrera uno de las más grandes figu-
ras del jazz, María Elfrieda Scruggs,
conocida como Mary Lou Williams,
nacida en Georgia, hija de una pia-
nista de iglesia, la segunda de doce
hermanos destinada a un enorme
papel en la reivindicación de la mujer
en el ámbito del jazz.
Mientras otras mujeres músicos deja- Andy Kirk y sus Twelve Clouds of Joy, con Mary Lou
Williams de pianista y arreglista.
ban la profesión cuando formaban
una familia, ella siguió su carrera para
convertirse en uno de los personajes centrales de la evolución del piano jazz,
puente entre el jazz clásico y el moderno, y de la que seguiremos hablando en
los próximos capítulos.
En los años iniciales del jazz no sólo había pianistas: Dyer Jones y su hermana
Dolly Jones, de Carolina del Sur, tocaban la corneta y la trompeta, una trom-
Otra mujer destacable fue Irma Young, hermana de Lester Young. Ella domi-
naba varios saxos, Paul Quinichette contaba que los dos hermanos sonaban
extraordinariamente parecidos, aunque después de esta década abandonó el
instrumento para trabajar como cantante, bailarina y comediante. Su hermana
Martha Young fue una pianista que corrientemente tocaba en el área de San
Francisco.
Dejando de lado a las vocalistas, en las listas de mejores músicos del año que
publican medios especializados de ámbito internacional, son artistas habitua-
les: Jane Ira Bloom (saxo), Jane Bunnett (saxo) que tiene una banda cubana,
Maqueque, de todo chicas, Regina Carter (violín), Terry Lyne Carring-
ton (batería), Maria Schneider (directora de orquesta), Anat Cohen (saxo/
clarinete), Esperanza Spalding (cantante y contrabajo), Mary Halvorson
(guitarra), Carla Bley (directora de orquesta), o Tia Fuller (saxo), entre otras
mujeres.
Y vamos con unos premios que están más vinculados a la gran industria, los
Grammy de la especialidad de jazz:
– En 2004, por primera vez, en los 47 años que venían otorgándose estos
premios, irrumpe una mujer como vencedora en una categoría del jazz
que no es la de cantante (que habitualmente se le otorga a una mujer),
se trata del premio al mejor disco de orquesta, concedido a Maria Sch-
neider.
– En los premios Grammy de 2013 por primera vez una mujer gana el
primer premio al mejor disco de jazz instrumental, Terry Lyne Carrin-
gton con “Money Jungle: Provocative In Blue”. En 2011 ya había ganado
su primer Grammy al mejor disco de jazz vocal con “Mosaic”, grabado
con participación exclusivamente femenina.
Aunque no hay que ser tan optimista con el grado de evolución de la gran
industria, porque las multinacionales siguen echando mano del sexismo en sus
campañas publicitarias con demasiada frecuencia, promocionando para sus
negocios mujeres con talento pero enfatizando su atractiva imagen desde el
Portada y fotos interiores del disco “Glad Rag Doll” de la cantante superventas Diana Krall, publicado
en 2012 por el sello Verve, división del grupo multinacional Universal Music.
El lector verá que en este capítulo se pone especial acento en el jazz avanzado y
las músicas improvisadas que bordean los límites del jazz, con aproximaciones
a otras músicas improvisadas de perfil contemporáneo y de difícil categoriza-
ción. El objetivo es ofrecer una panorámica del jazz actual y músicas limítrofes
creadas desde una mirada más hacia un incierto futuro que repitiendo fór-
mulas de un confortable pasado, prestando una atención especial a las artistas
creativas más innovadoras que con su actividad artística están ensanchando la
panorámica del nuevo jazz, aunque tampoco se dejarán de lado de lado a otras
En la actualidad son muchas las mujeres de una nueva generación que se han
erigido en protagonistas del jazz más avanzado, siendo referencias ineludibles
de primer orden en la
música contemporáneo.
Ejemplo de ello es la
innovadora guitarrista
Mary Halvorson, que
se dio a conocer con su
participación en los gru-
pos de Anthony Brax-
ton, y que su intensa
actividad en el círculo
del jazz progresista que
La saxofonista Ingrid Laubrock y la guitarrista Mary Halvorson. se está desarrollando en
Nueva York está bas-
tante bien documen-
tada en su generosa producción discográfica, apuntando a una nueva dirección
en el jazz con su música intrincada e impredecible, aclamada por la crítica
especializada
El sello vanguardista Tzadik, fundado por el activo John Zorn en Nueva York,
En la escena de los músicos del jazz avanzado de Chicago, otro de los centros
más creativos del jazz actual, aunque sus músicos frecuentemente tocan y gra-
ban con los de Nueva York y viceversa, destacan desde la década anterior la
muy activa Nicole Mitchell, y la creativa violoncelista Tomeka Reid, habi-
tual acompañante de Nicole Mitchell e integrante de la AACM Great Black
Music Ensemble y de la Chicago Jazz Philharmonic, y entrado el siglo XXI
Obviamente el papel de
la mujer en el jazz no
se limita al jazz avan-
zado de tintes vanguar-
distas, también figuran
mujeres músicas en
un campo más mains-
tream que compiten al
más alto nivel, alguna
con una más que buena
aceptación por parte del La cantante Norah Jones.
Y unas cuantas chicas más, más que nada para hacerse una idea de la cantidad
de mujeres interesantes que hay actualmente en la escena del jazz de cualquier
tendencia: la joven pianista de la escena neoyorkina Carmen Staaf, ganadora
del prestigioso concurso de piano Mary Lou Williams de 2010, ha tocado con
Henry Grimes, Dee Dee Bridgewa-
ter, Wynton Marsalis, Matt Maneri
o Allison Miller; Erika Von Kleist,
flautista, saxofonista y compositora
del entorno del Jazz at Lincoln Cen-
ter, docente y empresaria, ha grabado
a su nombre y con Wynton Marsalis o
Darcy James Argue’s Secret Society;
la pianista israelí Anat Fort, discí-
pula de Paul Bley, y la alemana Julia
Hülsmann, ambas graban en el sello Anat Fort.
ECM; Pamela Hines, pianista con sus
propios grupos; la baterista francesa
Anne Paceo, que colabora con la European Jazz Orchestra; la violinista de
formación clasica Sara Claswell, se pasó al jazz y ha grabado con númerosos
músicos y tien tres discos a su nombre, en sus comienzos formó parte del grupo