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Bruno Sancci

L a colonización española
en la Patagonia

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Sancci, Bruno
La colonización española en la Patagonia. - 1a ed. - Buenos Aires: De
Los Cuatro Vientos, 2010.
144 p.; 20x14 cm.

ISBN 978-987-08-0292-1

1. Ensayo Histórico. I. Título


CDD 982

Ilustraciones: Fernando Carmona Vivona


ferjcv@hotmail.com
Diseño de tapa e interior: Emanuel A. Blanco

© 2010 Bruno Sancci


Reservados los derechos

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


ISBN 978-987-08-0292-1
Impreso en Argentina

De Los Cuatro Vientos Editorial


Balcarce 1053, Oficina 1
(1064) - San Telmo - Buenos Aires
Tel/fax: (054-11)-4300-0924
info@deloscuatrovientos.com.ar
www.deloscuatrovientos.com.ar

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta,


puede ser reproducida, almacenada o transmitida
en manera alguna ni por ningún medio,
ya sea eléctrico, químico, mecánico, de grabación o
de fotocopia, sin permiso previo del autor.

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El presente libro es resultado de la Investigación desarrollada dentro del
Programa de ayudas para Proyectos e Investigación, promovida por
la Dirección General de Ciudadanía Española en el Exterior en la
aplicación de la Orden TAS/874/2007 de 28 de marzo de 2007.

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dedico este libro a Janusz Francki,
quien me honra con su amistad

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Agradecimientos

Agradecer a quienes apoyaron la realización del presente


texto representa una tarea desproporcionada, al menos si se
tiene en cuenta su pequeño volumen en relación con el gran
número de personas e instituciones que contribuyeron a que su
producción sea posible.
Por nacer de una solicitud del Círculo Andaluz Social Cul-
tural y Recreativo de la Ciudad de Trelew y contar con su
apoyo financiero y humano, el mismo encabeza la lista.
Agradezco también al Ministerio de Inmigración y Trabajo
del Gobierno Español, por destinar los fondos que hicieron
posible el emprendimiento investigativo.
Participaron activamente las comunidades educativas del
Instituto Superior de Formación Docente Artística Nº 805 de
Trelew, que institucionalizó el proyecto de trabajo en el marco
del Archivo Oral de Historia Cultural del VIRCH, y de la Fa-
cultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad
Nacional de la Patagonia, Sede Trelew, que también acogió el
emprendimiento.
Contribuyó con su apoyo activo la Secretaría de Cultura de
la Provincia del Chubut, a través del Departamento Provincial
de Estudios Históricos Arqueológicos y de la Dirección de In-
vestigación.
Importante contribución fue ofrecida por los empleados
del Archivo Histórico Nacional de Madrid y, especialmente,
la Jefa del Departamento de Referencias, Doña Esperanza An-
drados Villar.

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Merece destacarse la atención y acompañamiento de los
jefes de la Sección de Archivos, Braulio Vázquez y Manuel
Álvarez, y la excelente disposición del personal del Archivo de
Indias, en Sevilla; así como el aporte de Antonio Ocaña, de la
Sección Nobleza del Archivo Nacional en Toledo. Agradezco
también al personal del Museo Naval de Madrid y del Archivo
de Simancas (Valladolid).
Fue relevante, una vez más, el espacio brindado por los pro-
pietarios de Cabaña Mártires, quienes me permitieron contar
con un excelente lugar de trabajo y apoyo permanente. Tam-
bién agradezco al personal del establecimiento Don Paco por
la paciencia y atenciones brindadas.
En cuanto a las personas que contribuyeron con el trabajo,
resulta difícil determinar el aporte de cada una, ya que si bien
este libro lleva una firma individual, el trabajo de investiga-
ción que lo precedió fue resultado de una tarea conjunta.
Agradezco a Marcelo Gómez, presidente del Círculo An-
daluz, por el voto de confianza y el acompañamiento perma-
nente en la búsqueda y registro de las fuentes.
A los integrantes del equipo de trabajo: Evelyn Beroíza,
Cintia Navas y Martín Jaramillo. A Lorena Antilef por la
transcripción de las entrevistas. A Fernando Carmona Vivo-
na, por sus ilustraciones y ayuda en la búsqueda del material;
especialmente por su contribución en encontrar el diario de
Juan de la Piedra. A Sergio Darío Montes Ferreira y Jorge Da-
niel Sfiligoy por su esfuerzo permanente en la investigación
que realizamos en España –y consten mis sinceras felicitacio-
nes por hallar el diario de Basilio Villarino en los laberintos
del Museo Naval de Madrid-.
A David Lago González por su apoyo y disposición en Ma-
drid. A la familia Kresteff, Mariel Paniquelli, Crhistian Porma
y a Carlos Goyanes por las correcciones de los manuscritos.

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A Virgilio Zampini, por la colaboración prestada en la ad-
quisición de material documental, especialmente el manuscri-
to de Thomas Benbow Phillips.
A mi editora, Mariela Aquilano, quien aparte de lidiar con
los apremios, me ofreció importante material para completar
la investigación.
A los entrevistados que investigaron profundamente los tó-
picos en base a los cuales me basé para elaborar el trabajo: Don
Lucio Barba Ruiz, Silvana Buscaglia, Marcia Bianchi Villelli,
María Ximena Senatore, Julio E. Vezub, David Williams y Ju-
lieta Gomez Otero (los dos últimos contribuyeron con extenso
material documental y bibliográfico).

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Sobre el texto

Afirmar –como muchos lo hacen- que los españoles vinieron


a América y arbitrariamente masacraron a los pueblos origina-
rios que, limpios, puros, con sus propias creencias milenarias y
con armamentos poco sofisticados fueron exterminados de a
millones, es un discurso político que si bien es cierto en parte
y, al mismo tiempo reduccionista, no sirve a fines históricos.
Sostenerlo a la hora de investigar y tratar de saber qué pasó, no
solamente entorpece las investigaciones, sino que, en muchos
casos, nos aleja de la realidad, de lo que sucedió; nos impide
ver, mirar y, en el peor de los casos, seguir indagando.
Los hechos históricos son complejos. Los objetivos de los
emprendimientos, las riquezas en juego, las condiciones geo-
gráficas, las circunstancias del momento, las ideas y los hom-
bres, siempre fueron diferentes y tuvieron sus particularidades.
En el caso de la Patagonia lo fueron aún más y no solo por un
factor geográfico sino por las formas organizativas de los mis-
mos pueblos originarios. Es preciso recordar que el momento
histórico en que se pretendió llevar a cabo la colonización, ya
no era la época en que el oro y la plata se sacaban a los Aztecas
e Incas, ni manaban con facilidad de las minas del Alto Perú
en tiempos en que, a la vez, Potosí tenía más habitantes que
Londres. La idea de una ciudad de oro en la Patagonia podría
haber sido el sueño de Alcazaba y Sotomayor, o la esperaza
secreta de algún español que paradójicamente miraba con co-
dicia el desierto que se presentaba a sus ojos, pero no era, con
certeza, la idea del Estado Español del siglo XVIII, los Virre-
yes del Río de la Plata o los colonizadores que fueron envia-
dos a estos parajes. Los habitantes de estas tierras no estaban

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organizados en un imperio ni poseían un poder centralizado
con el estilo de gestión de Atahualpa; eran nómades que se or-
ganizaban en jefaturas que si bien eran respetadas, no estaban
exentas de movilidad.
Tampoco reinaba la paz y la armonía entre los locales, que
con frecuencia se declaraban la guerra y generaban complejos
sistemas de alianzas de los cuales los españoles (y luego el Go-
bierno Nacional) se supieron valer. Así como los colonizadores
explotaron estas diferencias, los nativos hicieron lo suyo, ya
que el contacto con el hombre europeo no solamente había
cambiado su economía, costumbres y capacidad de movilidad
sino que le servía para dirimir sus propias guerras y conflictos.
Si tenían un enemigo fuerte y se aliaban a los españoles gene-
ralmente salían airosos, ya que sumaban al suyo el poder de
fuego de los extranjeros y se podían hacer de los bienes de sus
enemigos (que aumentaban su propio patrimonio). Aunque
estas alianzas tampoco eran tan claras: españoles y nativos se
necesitaban mutuamente en la complejidad de la dinámica pa-
tagónica del siglo XVIII pero las relaciones no eran tan trans-
parentes porque había traiciones y negocios poco claros como
suele ocurrir en contextos de este tipo. A modo de ejemplo,
digamos que basta saber que el otrora importantísimo aliado
de los españoles, el cacique Negro, que vendió a Francisco de
Viedma la desembocadura del Río Negro, guió a Villarino y
habiendo sido amigo de Juan de la Piedra fue uno de los res-
ponsables del malón a Luján en 1780 (mientras cultivaba su
amistad con Viedma en Carmen de Patagones) y prácticamen-
te acabó como verdugo de de la Piedra y del mismo Villarino,
en Sierra de la Ventana, años más tarde.

Tratar los intentos colonizadores de la Patagonia va mucho


más allá de estas miradas. Cuando Marcelo Gómez Lozano,

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presidente del Círculo Andaluz de Trelew, me propuso hacer
un breve libro de difusión sobre estos tópicos, acepté no sola-
mente por el mismo compromiso que me generaba la situación
o por el hecho de que considero importante llevar la historia
al alcance de todos sino también porque al haberme familia-
rizado desde hacía un tiempo con la temática, me sumergió
en un interesante mundo de placer y aventura que transcurre
en una época que siempre me fascinó: el mundo de los nave-
gantes, piratas y exploradores; de pioneros a los cuales admiré
en mi adolescencia en la pluma de Emilio Salgari, Robert L.
Stevenson, James Fenimore Cooper y, luego, en los relatos de
Jack London, Mark Twain, y, por qué no, los de Hugo Pratt y
su Corto Maltés o aquel Alvar Mayor, de Trillo y Breccia.
Por eso sostengo que hablar de la colonización española
es hablar de aventureros del mar, de culturas y civilizaciones
extrañas, de grandes nobles y de marginales; prisioneros, es-
clavos y sacerdotes. Es admiración y sorpresa ante la época,
las costumbres, la organización, la burocracia, la crudeza de
las tierras y los hombres... en fin, la complejidad de todas estas
situaciones no solo permite relevar su aspecto científico sino
que también involucra fuertes emociones y hasta podría de-
cirse que tiene, por su propia esencia, su aspecto entretenido.
Como se podrá observar en las siguientes páginas, el texto
está lejos de ser reivindicativo de las más conocidas posiciones
con respecto al tema, de juzgar y de reclamar, de buscar quién
fue el primero en qué cosa, de discutir que nombre debería
llevar que paraje... Pretende explicar un contexto, relatar los
principales hechos históricos –que ciertamente fueron inves-
tigados por otros- y dar una idea del duro mundo cotidiano
de los colonizadores en un terreno incolonizable en aquellos
días. El aspecto descriptivo del trabajo, por esta causa, no tiene
la intención de eludir algún compromiso de tipo ideológico

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sino la de aportar información valiosa, bien documentada, a
menudo dejada de lado por otros estudios que podrían ver en
peligro sus hipótesis de trabajo. En esta tarea, por lo tanto, se
ve comprometida la desmitificación del “buen salvaje” y del
“conquistador brutal” que han sido moneda corriente y expre-
siones facilistas con las que se buscó explicar todo un conjunto
de situaciones y relaciones en extremo complejas.

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CAPÍTULO I
La colonización española de la Patagonia
en el siglo XVIII

Una situación frágil

Una serie de acontecimientos modificaron las estructuras


políticas decisionales y filosóficas del siglo XVIII. La indepen-
dencia norteamericana configuró, desde el punto de vista de
la política internacional, un nuevo escenario con actores que
debían redefinir obligatoriamente su papel. El indiscutible po-
derío de los ingleses había sido depuesto por los insurrectos
norteamericanos, acontecimiento que señalaba taxativamente
que, en adelante, ninguna nación imperial podría sentirse a
salvo de este tipo de acciones. Las colonias debían ser cuidadas
con más esmero.
Desde el punto de vista económico, las reglas del juego
también habían cambiado. Por un lado, los ingleses necesita-
ban reemplazar los ingresos que las colonias independizadas
les habían negado, lo cual implicaba la búsqueda de nuevos
mercados y la explotación de otras materias primas. Por el
otro, los tesoros de América ya no fluían como antaño, gene-
rando, en potencias como España, la necesidad de diversificar
las maneras de producir, redefiniendo no solamente la eco-
nomía sino, también, sus estrategias administrativas. Esto lo
lograrían en 1776, mediante la creación del Virreinato del Río
de la Plata que, aparte de frenar el contrabando que pasaba por
Buenos Aires, fortalecería las posiciones ante la penetración de
buques extranjeros en los puertos.
A estos factores se deben sumar los cambios en el ámbito
de las mentalidades que operaron en la Península Ibérica y
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su consiguiente materialización en políticas destinadas a en-
grandecer al reino de España. Las ideas de la Ilustración y la
fisiocracia1 dieron de lleno en los responsables de la Corona.
Los nuevos conceptos sobre la riqueza, la igualdad y la justi-
cia estimularon las necesidades en vista de lo que ocurría en
Europa. Esto último terminó por acelerar una nueva línea de
acción que fue puesta en práctica junto con la decisión de crear
colonias agrícolas en la Patagonia.
Dicha decisión conjugaba las nuevas ideas con la necesidad
de poner un freno a las incursiones inglesas en las costas pata-
gónicas y las Islas Malvinas. En dichas latitudes, los ingleses
cazaban ballenas y lobos marinos para hacer el aceite con el
cual los españoles, luego de comprárselos, carenaban sus naves.
Cuando en 1774 apareció, en Manchester, la publicación de
Thomas Falkner sobre las costas y territorios patagónicos (cuya
edición se ha adjudicado al patrocinio de la Corona Británica)
y se conoció sobre la debilidad española en dichas regiones,
se tuvo la certeza de que había que cambiar las reglas del jue-
go. Uno de los párrafos del texto rezaba lo siguiente: Si alguna
nacion intentára poblar este país podria ocasionar un perpetuo
sobresalto á los españoles, por razon de que de aquí se podrian en-
viar navíos al mar del sur, y destruir en él todos sus puertos antes
que tal cosa ó intencion se supiese en España, ni aun en Buenos
Aires: fuera de que se podria descubrir un camino mas corto para
caminar ó navegar este rio con barcos hasta Valdivia. Podríanse
tomar tambien muchas tropas de indios moradores á las orillas de
este rio, y los mas guapos de estas naciones, que se alistarian con
la esperanza del pillage; de manera que seria muy facil el rendir

1 El pensamiento fisiócrata estaba constituido por un conjunto de ideas


políticas y económicas que sostenían la importancia del equilibrio de la
actividad productiva del hombre con la naturaleza, poniendo el acento
en la producción agrícola como modelo y base de las riquezas nacionales.

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la guarnicion importante de Valdivia, y allanaria el paso para
reducir la de Valparaiso, fortaleza menor, asegurándo la posesion
de estas dos plazas, la conquista del reyno fértil de Chile ...2.
En estas palabras, aparte de notarse la imposibilidad física
de mantener la soberanía española en la lejana Patagonia y la
fragilidad de las defensas de Chile, también se ponía de ma-
nifiesto el papel potencial de los aborígenes como aliados. Si
bien éste no fue el factor principal que determinó la empresa,
las advertencias ya habían sido difundidas, restando hacerse
cargo del problema o, por ignorarlo, perder el dominio de di-
chos territorios.

Los inicios de la empresa

Carlos III, monarca de España, aconsejado por sus minis-


tros tomó la decisión, de poblar la Patagonia y crear dos bastio-
nes que, por su sola presencia, alcanzaran para frenar cualquier
intento extranjero o, más específicamente, británico de ocupar
dichas tierras. El 22 de junio de 1778 se firmó la Real Orden
dirigida al Intendente de la Coruña para que se arbitre el re-
clutamiento de familias instruidas en las labores de campo. La
idea no se reducía solamente a la instalación de unidades coste-
ras bien pertrechadas, sino que también se configuró como una
empresa colonizadora que, basada en las nuevas ideas, tendría
un alto sesgo agrícola: se instalarían colonias que con el tiempo

2 FALKNER, Tomas. Descripción de Patagonia y de Las Partes Ad-


yacentes de la América Meridional. Que contiene una razón del suelo,
producciones, animales, valles, montañas, ríos, lagunas &.a de aquellos
países. La religión, gobierno, política, costumbres y lengua de sus mo-
radores, con algunas particularidades relativas a las islas de Malvinas.
Buenos Aires: Imprenta del Estado, 1835. p. 37.

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fueran autosuficientes y contribuyeran con las riquezas de la
Casa Real y cuyo establecimiento tuviera un papel fundamen-
tal en la incorporación de los aborígenes a la fe católica y al
mundo de la agricultura. La mira estuvo puesta en dos lugares:
la desembocadura del Río Negro y el puerto de San Julián, o
bien algún otro lugar más austral que pudiera vigilar el tráfico
marino hacia las Islas Malvinas y el Estrecho de Magallanes.

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La construcción de estas sociedades idealizadas se haría con
rigor y cuidado, contemplando todos los elementos necesarios
para generar el progreso en tan inhóspitas latitudes. La idea
de una sociedad campesina e igualitaria podría hacerse carne
si se construía desde cero: familias campesinas –bien consti-
tuidas y comprometidas con el trabajo–, militares, panaderos,
boticarios, carpinteros, herreros, albañiles y sacerdotes serían
destinados a las colonias. Para ello había que calcular qué tipo
y cuantas herramientas necesitarían quienes se embarcasen en
la gesta, así como qué tipo de víveres, materiales de construc-
ción y semillas para sembrar.
Cada población sería edificada en un lugar que conjuga-
se el acceso a la costa para la defensa; se erigiría un fuerte,
una capilla en su plaza central, un hospital, una panadería y
cuarteles. Luego se construirían las casas de las familias, se
harían las huertas, estancias ganaderas y, cuando todo mar-
chase bien, se abrirían establecimientos para cazar ballenas y
lobos, aprovechando la explotación de la sal de la región para
conservar las carnes y mandar los productos a Buenos Aires
y España.

Los colonos

La búsqueda de familias colonizadoras era uno de los pun-


tos más sensibles, ya que de ellos dependería, en definitiva, el
éxito o el fracaso de los emprendimientos. Por ello, la prioridad
era conseguir familias consolidadas, formadas por campesinos
que conocieran bien el trabajo agrario. Podía tratarse de matri-
monios de larga data o consumados poco antes del momento
de la partida. Los solteros no eran realmente bienvenidos en
esta sociedad ideal, pero sí necesarios desde el punto de vista

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de las profesiones que los casados no podían realizar. Por lo
tanto, también fueron admitidos, aunque en menor número3.
El Comisario Intendente de la Coruña, Jorge Astraudi, emi-
tió una circular invitando a la población a sumarse a la empresa
colonizadora. Se hizo publicidad en La Coruña, Asturias, Casti-
lla y León, comprometiéndose el gobierno Español a hacerse car-
go del transporte de las familias hasta Montevideo, mantenerlas
durante un año hasta que se establecieran en destino; otorgando
viviendas, herramientas, semillas y bueyes, así como un pago de
110 pesos por cada mayor de 6 años que se embarcase.
Como suele suceder a veces, el contrato no era totalmente
claro, pues si bien exigía que las familias estuvieran sujetas a
destino, no especificaba ni la calidad del mismo ni el tiempo
que se debía cumplir. Mientras los detalles de la empresa de-
moraban (la convocatoria estuvo abierta durante 6 años), los
futuros colonos se impacientaron con los relatos de algunos
viajeros sobre el carácter de los nativos patagónicos. Astraudi
informaba que ...Todos los hombres se han provisto de con su di-
nero de escopetas, bayonetas y municiones con el ánimo de cazar,
guardar sus casas y defenderse de los indios por habérseles infor-
mado solían en aquellos parajes hacer correrías4 .
3 El trabajo de María Ximena Senatore encuentra una de sus máximas for-
talezas a la hora de la descripción ideológica de la España del Siglo XVIII,
analizando también la temática de la selección y características de los cam-
pesinos destinados a las colonias. Su Tesis doctoral se publicó en formato de
libro: SENATORE, María Ximena. Arqueología e Historia en la Colo-
nia Española de Floridablanca. Patagonia – siglo XVIII. Buenos Aires:
Teseo, 2007. En lo que se refiere a Puerto Deseado, resultan interesantes los
hallazgos de Schávelzon, quien realizó excavaciones en el área fundacional
del mismo. Véase: SCHÁVELSON, Daniel (Coordinador). El área fun-
dacional de Puerto Deseado. Buenos Aires: De los cuatro vientos, 2008.
4 Archivo General de Indias. Buenos Aires, 410. Representación de José
Astraudi a José de Gálvez. La Coruña, 13-X-1779. Citado en la investiga-
ción de SENATORE, 2007. p. 43.

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Ante la situación de alerta generada y con la finalidad de
evitar deserciones o problemas mayores, el Intendente de la
Coruña tranquilizó los ánimos: ...Procuré disuadirles asegurán-
doles como a sus mujeres de que, a más de estar aquellos muy
distantes, tenía el Rey muy resguardadas las poblaciones de los
establecimientos con castillos y suficiente tropa a toda invasión5.
Era una llana mentira: no existían castillos españoles en la
Patagonia. El conocimiento de sus costas se debía a la acción
pionera de algunos navegantes que realizaron relevamientos
cartográficos con cierto cuidado, pero con todas las limitacio-
nes tecnológicas de la época. Hacia 1535, Simón de Alcazaba y
Sotomayor había fundado el 9 de enero la Provincia de Nueva
León, en tierras que actualmente se encuentran dentro de los
límites de la Provincia del Chubut. Sin embargo, su expedición
apenas sirvió para establecer algunos conocimientos geográficos
tierra adentro y, lejos de encontrar la Ciudad de los Césares, fra-
casó hallando la muerte en manos de un grupo de sublevados.
Pedro Sarmiento de Gamboa registró las costas en el marco
de una importante expedición que arribó en febrero de 1584
al Estrecho de Magallanes. Luego de fundar dos poblaciones
regresó a Europa sin poder brindar apoyo a las mismas. De
este fracaso, se sabe que solamente un expedicionario quedó
con vida, habiendo muerto de hambre el resto de los colonos6.
Ingleses, franceses y holandeses que estuvieron en la Patago-
nia en diferentes momentos ocultaban sus conocimientos geo-
gráficos sobre las costas para que los españoles u otras potencias
no tuvieran acceso a un bien tan preciado. Las Islas Malvinas
y el Estrecho de Magallanes se habían convertido en valiosos

5 Idem.
6 Tomé Hernández fue el único sobreviviente de los 300 colonos de la
población que fue rebautizada por el corsario inglés Thomas Cavendish
con el nombre de Port Famine (Puerto Hambre).

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y todos los esfuerzos de las épocas anteriores pasaban por con-
seguir su dominio, sea para interceptar la navegabilidad de los
enemigos o para obtener puertos de reaprovisionamiento para
sus embarcaciones. Si bien Buenos Aires era la capital del Vi-
rreinato, fue hacia Montevideo donde se dirigieron los barcos.
En un lapso de seis años, 13 embarcaciones se hicieron a la mar,
trasladando un total de 1.953 personas hacia el Río de la Plata.
De éstos no todos llegaron a la Patagonia, puesto que los naufra-
gios, las enfermedades y las condiciones políticas internas y ex-
ternas determinaron nuevos horizontes para los colonizadores.

Preparativos y problemas en Buenos Aires

El emprendimiento colonizador no era de fácil realización


y había que tener en cuenta hasta el más mínimo detalle. La
logística comenzó a tambalear desde temprano. Las familias
estaban llegando a Montevideo y se iban acomodando como
podían, pero cuando se enteraban de su destino comenzaban
a vacilar acerca de la conveniencia de encarar tal empresa. Los
elementos materiales venían en tandas y había que acumular-
los prolijamente para luego trasladarlos a destino. No todos
los barcos estaban en condiciones de hacerse a la mar y había
que elegir las tripulaciones con sumo cuidado, a la vez que se
buscaban hombres de confianza para comandar las empresas.
Los marinos que conocían las costas patagónicas, las incle-
mencias del tiempo y el peligro de los posibles enfrentamien-
tos con los aborígenes tendían a declinar las generosas ofertas
de la Corona para realizar semejantes emprendimientos. No
solamente faltaban castillos, también hombres. Fue por ello
que se realizó una leva (en parte voluntaria y en parte forzosa)
reclutando delincuentes condenados en buen estado físico y,

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luego, se completó la dotación con esclavos. El factor humano
comenzó a jugar algunas malas pasadas y los que fueron selec-
cionados para dicho emprendimiento tenían sus propias ideas
acerca del mismo. Los amiguismos y las enemistades pronto se
pusieron de manifiesto, aún antes de izar las velas.

A esta altura del relato, es pertinente realizar un paréntesis


para poder saber quiénes son los personajes que el lector conoce-
rá a lo largo de este texto. El Rey de España era, en 1778, Carlos
III. Este monarca influyó decisivamente en el avance del reino
realizando importantes reformas económicas, jurídicas, educati-
vas y militares. Fomentó la igualdad social en diversos ámbitos,
expandió el comercio peninsular, incorporó nuevas posesiones a
la Corona y ayudó a las trece colonias británicas en América del
Norte a independizarse de los ingleses. El plan de colonización
de la Patagonia se encontraba entre sus prioridades geopolíticas
y sociales y siempre apoyó el emprendimiento con firmeza.
El Virrey del Río de la Plata fue el único virrey americano,
ya que había nacido en México. Su obra de gobierno se había
iniciado antes de la creación del Virreinato, en la gobernación
de Buenos Aires y continuó con una lógica modernizadora
y reformista que acompañaba los designios y voluntades de
Carlos III expandiendo las fronteras, fomentando las coloni-
zaciones y las comunicaciones internas. Es importante desta-
car que, si bien tuvo una política agresiva con los aborígenes,
creando la campaña de 1770 contra los tehuelches7, también
supo ganarse los favores de importantes caciques que fueron
clave para poder llevar a cabo los emprendimientos coloniza-

7 Si bien se denomina tehuelche a un conjunto de etnias locales bien dife-


rentes, por razones narrativas, se hablará de tehuelche como generalidad,
así como también se utilizará el plural tehuelches, que si bien, en rigor, no
corresponde, se hará para mantener la cohesión narrativa.

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dores. Hacia 1779, antes de partir los barcos hacia el sur, ya
había mandado a sus parlamentarios a encontrarse con el ca-
cique Chanel, apodado Negro, quien ayudó a la construcción
del fuerte de Carmen de Patagones.

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Las órdenes de Vértiz fueron concretas: Con el fin de impe-
dir que los ingleses o sus colonos insurgentes piensen en establecer
en la Bahía de San Julián o sobre la misma costa para hacer la
pesca de ballenas de aquellos mares, a que se han dedicado con
mucho empeño, ha resuelto el Rey que Ve, de común acuerdo con
el Intendente (...) y con toda la posible prontitud disponga que se
proyecte, y se lleve a debido efecto el hacer un formal estableci-
miento y población en dicha bahía de San Julián, con miras de
que allí se construya una armazón de pesca de ballenas como los
que tienen los portugueses en la isla de Santa Catalina (...) y apro-
vechando para este tan importante logro las abundantes salinas
de aquel paraje para el abasto de Buenos Aires y la salazón (...)
de las carnes de estas provincias, con que fomentar esta utilísimo
comercio8 .

Para la expedición se nombraron dos Superintendentes:


Juan de la Piedra, quien había estado a cargo del gobierno en
las Islas Malvinas, y Francisco de Viedma, terrateniente y agri-
cultor experimentado, recomendado por el Ministro Universal
de Indias, Don José de Gálvez. A este último lo acompañaban
sus dos hermanos: Antonio de Viedma y, luego, Andrés de
Viedma.
Aunque la planificación implicaba la creación de dos colo-
nias principales, una en Bahía sin Fondo y otra en San Julián,
y cada uno de los Superintendentes se haría cargo de la que le
correspondiera, el nombramiento de dos personas con el mis-
mo cargo y responsabilidades se traduciría en un permanen-
te conflicto de intereses a la hora de la navegación y la toma
de decisiones en tierra firme. Inclusive, antes de la partida se
8 Archivo General de Indias. Estado. Buenos Aires. Legajo 326. Al Virrey de
Buenos Aires, 24 de marzo 1778 (en dicho Legajo se encuentran tres copias
y una cuarta en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, Legajo 2.316).

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manifestaron las discordancias entre estos dos emprendedores:
poco antes de zarpar, el Virrey Vértiz favoreció a de la Piedra
en el comando de la expedición, justificando ante el Ministro
Gálvez por qué su protegido había sido desplazado en primera
instancia: ...de la Piedra tiene alguna más aptitud y conocimien-
to de estas situaciones, de el manejo que es necesario observar con
las gentes que concurren a población, de la distribución que se
acostumbra en los trabajos diarios i de otras particularidades de
que está impuesto como Ministro que fue de la Real Hacienda
en las Islas Malvinas; y por lo mismo me he persuadido de que
su intervención podrá contribuir mejor al establecimiento de la
Bahía Sin Fondo u otro parage...9.
Como es de suponer, a Francisco de Viedma no le gustó
nada el ascenso repentino del otro Superintendente y, luego de
haber sido destinado –junto con su hermano Antonio- a que-
darse en la primera población a fundar, reaccionó reclamando
sus derechos y comenzó a enviar cartas y recados al Virrey y a
de la Piedra. Pero la misma es una historia que no será desa-
rrollada en estas páginas, ya que es suficiente saber que estos
hombres harán aflorar su enemistad de manera casi constante,
durante todo el tiempo que pasarán juntos; confrontando y
saboteándose permanentemente.

El viaje

Las órdenes manifestadas a Juan de la Piedra consistían


en fundar dos poblaciones: en Bahía sin Fondo y San Julián.
Ambos sitios contarían con un establecimiento subsidiario
9 Archivo General de la Nación. Manuscrito 2078, Citado por ENTRAI-
GAS, Raúl A. El fuerte de Río Negro. Los orígenes de Viedma y Car-
men de Patagones. Buenos Aires: Don Bosco, 1986. p. 27.

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que, a una distancia razonable, sería administrado desde
cada poblado. Para tal fin existía un plan previsto, que con-
sistía en el despacho de cinco naves10 y el encuentro con el
cacique Negro, aliado ocasional. Luego de constituir el pri-
mer establecimiento, partirían hacia San Julián a dar cuenta
del segundo.
Las funciones de los Superintendentes consistían en re-
correr y reconocer los territorios aledaños teniendo especial
cuidado en agradar a las poblaciones aborígenes que allí en-
contrasen: ...se les tratará con el mayor cariño...regalándolos con
bugerías..., esmerándose en acariciar las criaturas en presencia y
ausencia de sus padres...11.
Fue así que, con 232 hombres entre tripulación, soldados,
sacerdotes, desterrados y esclavos12, zarparon el 15 de diciem-
bre de 1778 hacia las costas patagónicas, aunque con el detalle
de haber dejado un barco que no pudo zarpar del puerto, dado
que su velamen se encontraba en una de las naves que salieron
primero. Luego de cinco días sin poder dirigirse al rumbo de-
terminado, llegó el viento favorable y enfilaron sus proas hacia
los dominios del cacique Negro, con quien se desencontraron
al arribo que, de hecho, no fue llevado a cabo en el lugar pre-
visto.
Llegados a un punto determinado, debido a un error de
cálculo, habían virado hacia la derecha encontrándose con el
golfo San José, dándose luego cuenta que dicho lugar no exis-
tía en sus cartas de navegación. Restaba descender a tierra y
buscar un lugar apropiado para levantar el fuerte: con buen

10 Algunos pilotos serían Villarino, Buñel, Goichoechea y Gorostiaga,


contando con experiencia en las costas de destino.
11 ENTRAIGAS, 1986. p. 25.
12 El diario de Juan de la Piedra contabiliza: “desterrados 50, negros escla-
vos del Rey 16”. Archivo Histórico de Madrid, Estado, 2.316.

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domino de la costa, reparado, fértil y con acceso cercano al
agua dulce y a la leña. Con ese objetivo desembarcaron el 7
de enero de 1779, construyendo un campamento en una pla-
ya que estaba lejos de contar con las características deseadas.
Fue por ello que, alejado por el viento patagónico, Juan de la
Piedra mudó sus hombres y pertrechos hacia un lugar más
reparado que, con el correr del tiempo, se convertiría en el
Fuerte San José13.
El problema de San José consistía en que no reunía los re-
quisitos necesarios para la empresa que se había planificado.
No había allí tierra fértil ni se encontraba cerca del agua pota-
ble, que sería hallada más tarde a una distancia aproximada de
20 kilómetros. A pesar de presentar una posición razonable en
lo que al dominio del mar se refería, era muy difícil defenderlo
por tierra (de hecho fue destruido por un malón en 1810).
La elección del lugar fue otro de los factores que soliviantó
el ánimo de Francisco de Viedma, a quien no se le había per-
mitido descender de los barcos. Aunque no fue el único que
disentía con de la Piedra acerca de lo acertado de la elección,
su voz fue la más resonante, siendo que su disconformidad
contribuiría, más tarde, a que se levante un proceso judicial
contra el fundador del árido paraje. Los conflictos no sola-
mente alcanzaron la plana mayor: también se dieron casos de
deserciones y fugas de marineros y algunos de los que habían
sido reclutados por la fuerza. Más adelante se volverá sobre el
asunto.

13 Aún no han sido analizados con propiedad los documentos correspon-


dientes, aunque se ha puesto en marcha un proyecto arqueológico que
arrojará luz a medida que se vayan realizando las excavaciones. Estarán tra-
bajando en el mismo Marcia Bianchi Villelli y Silvana Buscaglia, quienes
aprovechan la experiencia de las campañas realizadas en Floridablanca, el
asentamiento de San Julián, trabajo que fue dirigido por Ximena Senatore.

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Mientras se desencadenaban estos hechos, el estableci-
miento se desarrolló extendiendo su influencia territorial: en
las proximidades de los manantiales se labró la tierra y se ubi-
có sal de buena calidad para su explotación. Se construyó un
hospital, una panadería, una capilla, depósitos y dependencias
militares, instalando los cañones que vigilaban el mar desde
las alturas naturales. Con el correr de los años y luego de mu-
chos percances de diferente naturaleza, el fuerte San José se
convirtió en un lugar frecuentado por españoles y aborígenes,
convirtiéndose en un punto de intercambio material entre
unos y otros. Sin embargo, su destino estaría lejos del origi-
nalmente predeterminado, convirtiéndose en una avanzada
militar y lugar de destierro dependiente de una nueva colonia
que fundaría Francisco de Viedma a orillas del Río Negro:
Carmen de Patagones14.
Una cuestión que hasta hoy no ha sido dilucidada tiene
que ver con la naturaleza del contacto con los nativos15. Los
hallazgos arqueológicos realizados hasta la fecha han demos-
trado que las sociedades locales que se encontraban instaladas
en la Península Valdés antes de la llegada de los españoles no
tenían los mismos circuitos que los tehuelches del resto de la

14 El nombre de la población fue Nueva Murcia. Muchas veces se hacía


referencia a la misma como Nuestra Señora del Carmen de los Patagones,
Fuerte del Río Negro, Fuerte Nuestra Señora del Carmen del Río Negro
de la Costa Oriental Patagónica, entre otras. Con el objetivo de aunar
criterios, en el presente texto, se denominará a la población con el nombre
de Carmen de Patagones.
15 Estas exhaustivas investigaciones fueron hechas en las zonas costeras
y analizadas por la arqueóloga Julieta Gómez Otero, quien durante el
transcurso de las dos últimas décadas ha realizado aportes significativos
sobre las poblaciones aborígenes de la región. De esta manera, el tópico
referido se basa en sus descubrimientos, compartidos en una entrevista
realizada en febrero de 2010.

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Patagonia. La Península Valdés habría sido habitada por agru-
paciones que, si bien eran nómadas, realizaban traslados limi-
tados y se valían para su sustento de los recursos de la región
costera (por ejemplo lobos marinos, moluscos, diversas plan-
tas, así como la cacería del guanaco). Un punto interesante,
que contradice la creencia al respecto de sus costumbres, tiene
que ver con la práctica de la pesca: se han encontrado restos de
peces, anzuelos y pesos de piedra (utilizados como plomadas)
en sitios cuya datación coincide con períodos anteriores a la
llegada de los colonizadores.
La provisión de agua no era un problema solo para los espa-
ñoles sino para todos los que circularan por la zona peninsular
y el número de manantiales permanentes siempre fue limita-
do, por lo que se supone que con la llegada de los españoles
pudieron suceder dos cosas: la ocupación de los manantiales y
el desplazamiento forzado de los nativos o bien una utilización
compartida del recurso. Vista la situación del fuerte San José
a la luz de su propia historia, aún no se sabe a ciencia cierta
qué tipo de relación se dio con las poblaciones que se encon-
traban originariamente en el lugar. Si bien la presencia de los
aborígenes influyó en la vida cotidiana del establecimiento,
es algo que debe ser profundizado. Lo que sí se sabe es que el
comercio con el fuerte y la introducción del caballo en Valdés
generaron una serie de cambios estructurales, casi permanen-
tes, en dichas poblaciones. No solo cambió la movilidad sino,
también, la apropiación de los recursos naturales y la diferen-
ciación social16.

16 De 144 sitios costeros analizados, sólo se encontró hueso de choique


(ñandú) en uno de ellos, pero, en cambio, en otros, de épocas posteriores
a 1779, se halló en casi todos; lo cual indica que la utilización del caballo
permitió reemplazar los aportes alimenticios de los lobos marinos por ani-
males que antes no estaban a su alcance

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Buscando nuevos horizontes

Desde el momento de la fundación de San José se habían


realizado distintas exploraciones, algunas ocasionales (como
cuando se perdió uno de los barcos y avistó varios puertos) y
otras comandadas por los audaces pilotos de las naves y parte
de la tropa. Uno de los objetivos principales no se había cum-
plido: hallar la desembocadura de un río que garantizase agua
potable, riego para las huertas de los colonos y, de ser posible,
navegabilidad.
La navegabilidad del río era importante porque permitiría
establecer un refugio natural para los barcos asignados a las
colonias y para el reaprovisionamiento de las naves de paso.
Como los conocimientos geográficos de tierra adentro eran
incipientes, se mantenía la esperanza de unir el océano Atlán-
tico con las costas del Pacífico a fin de llegar a Chile por barco.
Cuando el piloto Villarino volvió a San José con la novedad
de haber localizado el Río Negro, se encontró con que de la
Piedra no estaba, hallándose a cargo Francisco de Viedma,
quien aprovechó la buena noticia para dirigirse a la desembo-
cadura, con la esperanza de encontrar un lugar favorable para
la instalación de las colonias, dejando a su hermano Antonio a
cargo del fuerte San José.

Carmen de Patagones

El 22 de abril de 1779, Francisco de Viedma fundó, a


orillas del Río Negro, el Fuerte de Nuestra Señora del Car-
men y el pueblo de Nueva Murcia17. Con entusiasmo había
17 Nota 498, del Intendente Fernández, del 25 de septiembre de 1781.
Archivo General de Indias. Estado. Buenos Aires. Legajo 327.

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podido establecerse en el lugar que parecía desentonar con
lo conocido de la Patagonia: era fértil, seguro, con agua dul-
ce y se podía mantener una buena relación con los nativos,
quienes no cuestionaban el establecimiento por haber sido
compradas las tierras al cacique Chanel (Negro). Conforme
lo previsto, mientras los pobladores se alojaron en cuevas, se
comenzó a construir el fuerte y el resto de las instalaciones,
explorando la región y probando la fertilidad de las tierras.
Francisco de Viedma estaba satisfecho. Había hallado el lu-
gar ideal y tenía la certeza de que con de la Piedra lejos po-
dría trabajar sin ser molestado, haciendo florecer y prosperar
el valle.
La primera alerta que recibió del entorno fue cuando
estuvo listo el fuerte programado. Proyectado para durar
como mínimo seis años, no superó la semana. El río lo arra-
só en una crecida obligando a mudar los establecimientos a
la margen alta del norte. Los aborígenes lo ayudaron en la
reconstrucción, estableciendo un antecedente importante de
colaboración y habilidad diplomática. En la segunda mitad
de 1779 comenzaron a llegar los colonos españoles y sus
familias, originarias de León, quienes se establecieron con-
forme lo previsto, aunque con problemas logísticos. Si bien
la empresa colonizadora fue prevista hasta en los mínimos
detalles para asegurar su éxito, no se habían tenido en cuen-
ta algunos pequeños detalles que entorpecieron y retrasaron
la ejecución del plan. La demora de las familias en puerto se
había vuelto tensa. Muchos no quisieron embarcar cuando
conocieron el destino; otros, que sí estaban dispuestos, no
pudieron.
Cuando la Corona pensó en trasladar familias pobres del
interior de España, no había tenido en cuenta que duran-
te la espera en Montevideo tendrían que soportar el crudo

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invierno sin tener siquiera con que arroparse. A ello se le
sumó el hambre, ya que las raciones no eran regulares y mu-
cho menos suficientes. Luego, con la interminable espera,
propia de un largo viaje, acabaron rebelándose. Protestaron
hasta que los oyeron y consiguieron que los pusieran en un
barco en dirección al sur pero con tanta mala suerte que el
buque naufragó y tuvieron que llegar a la costa a fuerza de
brazadas y patadas, aferrados a lo que flotaba en derredor.
Se perdió casi todo lo que transportaban, salvo algunos ani-
males que llegaron nadando a la costa. La suerte parecía no
acompañarlos...
Luego de estos inconvenientes terminaron recalando en
Carmen de Patagones en septiembre, donde fueron recibidos
con alegría por Francisco de Viedma, quien cuando los vio no
se imaginó los dolores de cabeza que le traerían estos hambrea-
dos pioneros. Atender el fuerte, lidiar con la tropa, crear la Es-
tancia del Rey, regalar y acariciar a los aborígenes, explorar el
terreno, realizar los informes y soportar los embates políticos
de Buenos Aires eran tareas más que suficientes para el Super-
intendente Viedma, quien comenzó a perder la paciencia con
los inmigrantes. Ante la carencia de arados, surgió la protesta
de los agricultores.

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La burocracia había llegado a la Patagonia. Los elementos
de labranza reposaban en el fuerte San José, que habiéndose
convertido en un destacamento dependiente de Carmen de
Patagones, no contaba con familias de colonos. Cuando se
consiguieron arados, no supieron cómo armarlos para poner-

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los en funcionamiento. Cuando tuvieron arados en condicio-
nes, pidieron bueyes. Como los bueyes no llegaban, Viedma
les aconsejó que utilicen los caballos que, para esa finalidad,
había comprado a los aborígenes. Los campesinos se nega-
ron, diciendo que solamente sabían arar con bueyes... A esta
altura, la paciencia de Viedma se había agotado y, mientras
comandaba la complejidad del establecimiento, en su diario
dedicaba interesantes párrafos a la descripción del carácter,
naturaleza y habilidades de los campesinos. A pesar de los
percances, la colonia prosperó y cosechó buenas cantidades
de trigo y hortalizas, se envió sal a Buenos Aires y vio crecer
las cabezas de ganado y caballos. La Estancia del Rey fue
próspera y, con el tiempo, los campesinos aumentaron su nú-
mero, diversificando sus actividades y generándose importan-
tes estancias privadas.
Las relaciones con los nativos fueron intrincadas pero
fructíferas para ambas culturas. El intercambio de bienes,
favores y servicios estaba a la orden del día. Los toneles de
aguardiente fluyeron, los sacos de yerba iban y venían, el te-
rreno se exploraba, se intercambiaban cautivos y esclavos, se
descubrían nuevos parajes y se compraron miles de caballos
a los aborígenes. En este contexto, Viedma encontraba dos
dificultades bien marcadas: la primera tenía que ver con su
autoridad sobre los mandos militares. Quienes estaban a car-
go de los destacamentos no eran afectos a obedecer y los blan-
dengues no querían trabajar en las construcciones y preferían
dedicar su tiempo a cazar liebres para luego venderlas y, cada
vez que podían, se daban una vuelta por las tolderías a visitar
a las chinas. Esto se resolvió cuando Vértiz lo confirmó como
Comandante Militar del lugar. La segunda dificultad se re-
lacionaba con el trato con Buenos Aires: el Intendente Fer-
nández y el secretario Sobremonte parecían estar dispuestos

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a boicotear sus emprendimientos y se quejaban, junto con el
Virrey, de lo mucho que pedía Viedma: ...no se puede contentar
de ningun modo al Comisario Superintendente D.n Fran.co de
Viedma, por que ya se tiene penetrado que sus ideas redirigen a
formar el establecimiento en tres o quatro años, sin reparar en los
crecidos gastos q.e causa...18.

18 Nota 498, del Intendente Fernández, del 25 de septiembre de 1781.


Archivo General de Indias. Estado. Buenos Aires. Legajo 327.

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Desde la capital del Virreinato del Río de la Plata no le ter-
minaban de creer que ese suelo realmente fuera fértil, ya que
sus informes contradecían con todo el conocimiento que se te-
nía de la aridez patagónica. Por otro lado, surgieron problemas
y conflictos armados que requerían desviar dinero y atención
para resolverlos, las guerras con otras potencias y la subleva-
ción de Tupac Amaru representaban problemas mayores que
la necesidad de arar más campos, construir más casas y gastar
dinero en barcos y comida para aprovisionar a las colonias y
a los aborígenes de Río Negro. A esto había que sumarle la
desobediencia o incapacidad de Viedma a la hora de perseguir
a los aborígenes que no solamente maloneaban y atacaban las
poblaciones de Buenos Aires, con el agravante de que los pro-
ductos del saqueo eran comprados en Carmen de Patagones,
incentivando las conductas de los nativos, que veían prosperar
su negocio.

Problemas en San José

Mientras Francisco de Viedma realizaba sus emprendi-


mientos en Carmen de Patagones, San José había quedado
en suspenso con la partida del Superintendente de la Piedra.
Antonio de Viedma, hermano del primero, había quedado a
cargo del lugar y lo administró de la mejor forma posible, se-
gún se lo permitían las restringidas condiciones. Más allá de
algunas deserciones e inconvenientes, todo parecía funcionar
en la inhóspita península. El acarreo del agua se hacía con
los bueyes desde una distancia de aproximadamente 20 ki-
lómetros. La sal era de buena calidad, no faltaba leña y en
los depósitos había mucha pólvora para repeler el ataque de
cualquier potencia. Pero nada de eso podía parar el escorbuto.
Esta enfermedad acompañaría a Antonio de Viedma en cada

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emprendimiento que comenzase. Los hombres comenzaron a
morir de a poco y, de la desazón se pasó, rápidamente, a la
irritación y la desobediencia. La plana mayor, los sacerdotes,
el médico y los militares destacados en el fuerte presionaron a
Viedma para emprender la retirada.
Ante la situación, debía optar por resoluciones contradicto-
rias. Si abandonaba el fuerte le esperaría un sumario en Bue-
nos Aires que seguramente lo condenaría a la ignominia. Si se
quedaba todos morirían, incluido él mismo. Con la esperanza
de un milagro o una cura que reposaba en los inútiles reme-
dios de la época, dilató lo más que pudo esa decisión y le valió
la muerte de muchos hombres. A mediados de julio halló un
panfleto clavado en la puerta de la capilla:

Las M y P han de vivir,


las A y las N han de morir:
mejor medio yo no hallo,
paguen ellos la mitad
y la otra los caballos.
--------------------------------
Todos deseando están
con felicidad salir
y si no llega este caso,
muchos han de morir.
-------------------------------
Frayles y tropa
se han de embarcar
para otro puerto, no hay duda,
quédese, pues, a su gusto,
la otra gente menuda.
-------------------------------
El timón está acabado,
como bien se verifica:

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veintiún hombres enterrados
de este mal, según se explica:
escorbuto declarado.
-------------------------------
La falta de medicina
para atajar el contagio;
a otro puerto se declina
el deseo facultativo
para salir de aquesta ruina.
-------------------------------
Si la omisión ocasiona
la total pérdida de todos,
es la mejor medicina
que el gobierno quede solo.
-------------------------------
Veo que el Rey no desea
que sus vasallos se pierdan
sin experimentar otros males,
otros que inacciones sean.
-------------------------------
Si de aquí no salimos,
con destino a otro puerto,
téngase por muy de cierto
que todos aquí morimos...
-------------------------------
Si el embarco se dilata
con sofísticas razones,
se verá la tropa alta
y con muy justas razones 19
19 El duplicado oficial de estas coplas, realizado por Antonio de Viedma,
se encuentra en el Archivo General de Indias, en Estado. Buenos Aires.
Legajo 326, folios 700-701.

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El mensaje documentaba el descontento reinante y lanza-
ba una amenaza concreta: si no partían hacia Buenos Aires o
Montevideo se consideraría una inacción por parte de la co-
mandancia y se interpretaría como una traición a la Corona.
De ser así, la tropa podría alzarse contra Viedma y retirarse,
entregándolo a las autoridades o dejándolo en tierra. Éste po-
dría quedarse si quisiera, pero los demás partirían. La situa-
ción parecía no tener salida.
La solución llegó a través de la propuesta de Pedro García,
quien se ofreció como voluntario para quedarse en el destaca-
mento con algunos hombres. Como la mitad eran presidiarios,
Viedma los liberó de sus condenas a cambio del favor y fue así
como quedaron nueve hombres a cargo del fuerte y los demás,
incluido el comandante, se hicieron a la vela el 1 de agosto de
1779.

Floridablanca 20

A pesar del disgusto de Vértiz por el retorno de Antonio de


Viedma, se hacía necesario concretar el proyecto colonizador.
Como a de la Piedra se le había iniciado un proceso judicial

20 Si bien en los próximos párrafos se aborda, a vuelo de pájaro, la vida


de la colonia, las investigaciones realizadas sobre ella fueron publicadas
por la editorial Teseo en el año 2007: BUSCAGLIA, S. Más allá de la
superficie. Arqueología y geofísica en Floridablanca (Patagonia, siglo
XVIII); MARSCHOFF, M. Gato por liebre. Prácticas alimenticias
en Floridablanca, PALOMBO, P. Las cuatro estaciones. Segmenta-
ción del tiempo y del espacio en Floridablanca (Costa patagónica,
siglo XVIII) y VILLELLI, M. Organizar la diferencia: prácticas de
consumo en Floridablanca. La página web para profundizar sobre los
hallazgos arqueológicos: www.florida-blanca.com.ar.

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por no haber cumplido su cometido original21, fue descarta-
do para la empresa, decidiéndose que Antonio debería hacerse
cargo del establecimiento de San Julián y su hermano Andrés
de la Comandancia del fuerte San José22.
Al principio, Viedma estableció campamento en puerto
Deseado pero, pasado el tiempo, consiguió desembarcar en
San Julián, donde reconoció el terreno y llegó a la conclusión
de que la costa no se presentaba como un lugar propicio para
fundar la colonia, ya que la misma debería contar con acceso
al agua, tanto para la supervivencia como para el riego.

21 El proceso duraría 5 años, y de la Piedra, con su honor reestablecido,


volvería a Río Negro para encontrar la muerte en 1785, en un enfrenta-
miento con los aborígenes. Los documentos sobre el mismo se encuentran
en el Archivo General de Indias, Sección Estado. Buenos Aires, legajo
331.
22 Como se verá más adelante, Andrés de Viedma no se pudo hacer cargo
de la tarea, volviendo a Buenos Aires al poco tiempo de haber desembar-
cado.

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Con la ayuda del cacique Julián Gordo, los recién llegados
se internaron tierra adentro, hallando buenos manantiales a
unos ocho kilómetros de la costa. El historiador español Pérez
de Guzmán relató el momento de la creación de la colonia de
Floridablanca: ...El 1º de abril de 1780 desembarcó en el puerto
de San Julián, procediendo, desde luego a ratificar los derechos
posesorios de España sobre aquellos territorios, y tomando posesión
real, civil, corporal, vel quasi de aquel puerto, su tierra, entradas
y salidas y demás pertenencias adyacentes, á cuyo efecto embarcó y
desembarcó, cortó ramas, arrancó matas, deshizo terrones, movió
piedras, dio mandobles al aire, retando á quien viniera á dispu-
tarle aquel derecho, y no habiendo aparecido nadie, se levantó
acta ante testigos, y certificó el contador de la armada D. Vicente
Falcón 23.
Fue así que, blandiendo el espadón enérgicamente y desa-
fiando a presentes y ausentes, quedó inaugurada, por fin, la co-
lonia española más austral de la Patagonia. El establecimiento
tendría una vida corta pero próspera, basando su desarrollo
en la capacidad agrícola, en la pujanza de los colonos y en las
buenas relaciones con los tehuelches. Este punto debe resaltar-
se, ya que fue la única colonia que no tuvo enfrentamientos
con los nativos, generándose a lo largo del tiempo un inter-
cambio fluido de favores. De hecho, Viedma resalta en su dia-
rio la buena relación que mantenía con Julián Gordo, la que
incluía comidas y campamentos compartidos, intercambio de
alimentos, despacho de correspondencia por tierra, exploracio-
nes conjuntas y visitas a otras tolderías.
Parte del trabajo de Viedma consistía en aportar datos
geoestratégicos sobre la región y aspectos culturales sobre los
23 PÉREZ DE GUZMÁN, D. Juan. Descubrimiento y empresas de
los españoles en la Patagonia. Madrid: Ateneo de Madrid, 1892. p. 39.
Conferencia leída el día 3 de Marzo de 1892. Madrid, 1892.

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nativos. Por esa razón, dedicó muchas páginas al análisis de las
costumbres y modos de ser de los aborígenes, registrando sus
costumbres funerarias, bodas, prácticas médicas, forma de ca-
zar, la política para con sus vecinos, la forma de hacer la guerra
y un sinnúmero de detalles de lo cotidiano.
Un apartado interesante se refiere a la vestimenta de com-
bate, en el cual describe una especie de armadura que utili-
zaban los tehuelches para hacer la guerra. La misma consistía
en una especie de camisa larga, hecha de cueros bien curtidos
(aproximadamente siete u ocho), y lo suficientemente consis-
tente para evitar que las flechas la penetren24: ...En las batallas
pelean al pie (...) y se ponen como unas camisas de hombre con
mangas cerradas, hechas de diez o doce cueros de venado, bien
sobados, que no los puede pasar el sable ni la daga. En la cabeza
se ponen una especie de sombrero, o casco hecho de cuero de buey
o de caballo, con cuyos resguardos procuran tirarse las cuchilla-
das a las piernas por ser más fácil herir en ellas, cortando las
botas25.

24 La misma descripción la realizan d’Orbigny y Hernández, aunque con


variantes.
25 DE VIEDMA, Antonio. Descripción de la Costa Meridional del Sur
llamada vulgarmente Patagónica. Buenos Aires, 1783. En: DE VIEDMA,
Antonio, VILLARINO, Basilio. Diarios de navegación. Expediciones
por las costas y ríos patagónicos (1780-1783). Buenos Aires: Continen-
te, 2006. p. 113.

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La situación inicial era promisoria y, aunque no se cultivó
la tierra, se comenzó a construir la colonia a la vez que se desa-
rrollaba el puerto a algunos kilómetros de distancia. En 1780
llegó un contingente de 74 colonos y se instaló en las incipien-
tes construcciones, comenzando un nuevo estilo de vida que
acercaba la colonia al ideal original para la que fue concebida.
No obstante, los buenos augurios se vieron interrumpidos por
un viejo conocido de Viedma: el escorbuto.
El 20% de la población pereció de este flagelo apenas iniciada
la colonización y el comandante reflejó la situación de manera
cruda: ...Murieron de escorbuto en el hospital un sargento y cuatro
soldados de infantería, dos pobladores solteros y dos marineros del
bergantín Carmen, y quedando hasta once enfermos de peligro, se
empezó a disgustar la gente, y a ponerme pasquines, que indicaban
conmoción e intento de retirarse del establecimiento. Para evitar la
sublevación que debía ya no dudar, y teniendo que aguardar la reso-
lución de Buenos Aires, dispuse se alistase el bergantín Carmen, con
objeto de conducir a aquella capital enfermos y mal contentos...26.
Hacia 1782, el escorbuto había pasado. El aprovisionamien-
to de los barcos y el intercambio alimenticio con los tehuel-
ches permitieron sobrellevar la dureza de la situación. Como
muchas familias habían perdido parte de sus integrantes se
dio una reestructuración de algunos vínculos: varias personas
abandonaron la colonia y se instalaron en Carmen de Patago-
nes, otros se casaron y varios niños huérfanos pasaron como
agregados a otras familias27.

26 DE VIEDMA, Antonio. Diario de navegación de Antonio de Viedma.


En: DE VIEDMA, Antonio, VILLARINO, Basilio. Diarios de nave-
gación. Expediciones por las costas y ríos patagónicos (1780-1783).
Buenos Aires: Continente, 2006. p. 77.
27 Las características sociales de la colonia y varios registros sobre su vida
cotidiana serán presentados en los próximos capítulos.

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A pesar de los problemas fundacionales y de la relación
conflictiva con la costa, la colonia prosperó, dándose un
fenómeno diferente a los demás asentamientos de la Pata-
gonia, ya que, en una situación de aislamiento relativo y
de un importante control por parte de las autoridades, las
familias pobladoras recomenzaron sus vidas con bastante
buen ánimo, haciendo crecer el establecimiento y esforzán-
dose en pos de su prosperidad. Se cultivó la tierra con éxito
y se amplió el ejido urbano programado. Muchas familias
comenzaron a construir casas por su cuenta en la inmedia-
ción del fuerte, apostando a profundizar sus raíces en la
nueva tierra.
En el mejor momento de la colonia, cuando contaba con
cultivos importantes, casas bien construidas y consolidadas, la
disposición permanente de un barco anclado en el puerto para
suplir las necesidades y habiendo llegado a inmejorables rela-
ciones con los nativos, hubo que abandonarla. El 1 de agosto
de 1783 se firmó la Real Orden que disponía el abandono de
todas los emprendimientos patagónicos.
Teniendo como base el conjunto de informes de los pi-
lotos que frecuentaban las costas patagónicas, las altas ta-
sas de mortalidad producidas por el escorbuto, los recursos
económicos que se desviaban para el mantenimiento de las
colonias, la cantidad de barcos a disposición que la situación
requería, la escasa producción económica de las mismas, la
casi nula posibilidad de navegar los ríos y la poca probabili-
dad que los ingleses y franceses pudieran tener éxito en rea-
lizar asentamientos con las mismas características, el Virrey
Vértiz gestionó el desmantelamiento de las colonias. Fue así
que, en enero de 1784, Floridablanca fue vaciada, sacando
los elementos considerados útiles, tales como madera, re-
jas y hornos, quedando tan solo unas pocas ruinas y una

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inscripción que certificaba la soberanía española sobre esas
tierras28.
La decisión había sido política y afectó, sobre todo, a San
Julián, ya que –como se verá más adelante-, San José y Car-
men de Patagones vieron reducidas sus poblaciones pero no
desaparecieron. El historiador Héctor Ratto sintetizó el aban-
dono del emprendimiento en el siguiente párrafo: ...en contra
de lo que es lógico esperar, fueron los pobladores de la colonia
quienes más lucharon por impedir tal acto y las autoridades de
Buenos Aires las que más conspiraron contra su existencia29.

El fuerte San José

Una vez desencadenado el escorbuto en San José y habién-


dose retirado Antonio de Viedma junto con la mayor parte de
la dotación, quedaron a cargo de las tareas de mantenimiento
Pedro García y ocho voluntarios que lo acompañaron durante
las tareas de mantenimiento del fuerte y sus adyacencias.
Cuando, meses más tarde, se volvió a completar la dota-
ción estimada, se terminó de desarrollar el conjunto de edifi-
caciones necesarias para complementar la defensa de la costa
con la generación de recursos para la subsistencia del fuerte
(es oportuno recordar que el proyecto colonizador también
se basaba en la expectativa de que cada colonia fuera capaz
de sustentarse con sus propios medios). Se completó con un
establecimiento subsidiario en la zona de los manantiales que
contaba con una importante huerta y se explotaron las salinas,

28 En ese momento se encontraba al mando del establecimiento el Capi-


tán Félix de Iriarte, ya que Viedma estaba en Buenos Aires.
29 RATTO, Hétor R. Hombres de mar en la Argentina. Rio Santiago:
Escuela Naval Militar, 1945. p. 39.

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llevando lo recolectado hacia el fuerte, aprovechando la fuerza
de los bueyes existente. En la península, se cazaban animales
y se criaban caballos y vacas, aprovechando los pastizales de
la región.
Si bien se emitió la Real Orden del 1 de agosto de 1783,
disponiendo el abandono de las colonias patagónicas, el fuerte
San José sobrevivió debido a varios cambios políticos en el Vi-
rreinato. Cumplida la función de Vértiz, le sucedió como Vi-
rrey el Marqués de Loreto quien, a pedido del Rey de España,
realizó informes favorables sobre este establecimiento y Car-
men de Patagones, por lo que sólo se redujo parte del personal
en la península y se evitó el desmantelamiento de Carmen de
Patagones (del cual San José dependía administrativamente).
A pesar de las duras condiciones impuestas por el clima y
las demoras de los barcos que debían reaprovisionar el lugar, el
fuerte San José sobrevivió con una dotación más o menos fija
de algo más de 30 personas. A pesar de no haberse instalado
familias, siempre contó con un destacamento de soldados, sa-
cerdotes, cirujanos, prisioneros, esclavos y colonos aislados. Se
supone que la relación con los locales fue de un intercambio
fluido, aunque condicionado por las circunstancias políticas y
económicas del momento. Se sabe que allí se compraba y vendía
ganado, siendo, en un sentido comercial, un referente para los
aborígenes de la región quienes, evidentemente, lo frecuentaban
bastante. Durante los 31 años en que el establecimiento se man-
tuvo en pie, se sucedieron varios comandantes, una sublevación,
deserciones, conflictos y hasta la visita de un buque inglés30.

30 Los detalles de estas historias se irán desvelando en cuanto se profun-


dicen las investigaciones y se analicen más detenidamente los documentos
que han visto la luz en los últimos meses.

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La destrucción del fuerte

Una clave importante para comprender lo que significó el


establecimiento del fuerte en la Península Valdés, tiene que ver
con las circunstancias de su destrucción a manos de un malón,
en agosto de 1810. Tal vez la comprensión de los sucesos finales
tenga estrecha relación con la vida misma del fuerte y lo que
este establecimiento significaba para españoles y tehuelches. Si se
piensa detenidamente que los nativos ocupaban la región de la
península y sobrevivían gracias al agua dulce de los manantiales
y que luego vinieron los españoles a hacerse dueños de un recur-
so tan importante, es lógico pensar que dicha ocupación signi-
ficase una pérdida significativa para los pueblos que ya estaban
asentados en la región. De esta manera, no se explica bien cómo
los tehuelches cedieron sus derechos sobre el uso del agua y del
suelo (no olvidemos que en Río Negro hubo una negociación
sobre la utilización del terreno). Tal vez se haya tratado de una
dinámica en la cual el recurso era compartido o, simplemente,
que la introducción del caballo habría beneficiado de tal manera
a los aborígenes que compensó el acceso al agua.
Preguntarse, en este contexto, por qué el fuerte fue destrui-
do, equivale también a preguntarse por qué lo dejaron existir.
Posiblemente la respuesta se halle en los altos beneficios que
redituaba a los tehuelches la posibilidad de comerciar e inter-
cambiar productos con los españoles sin tener que desplazarse
hasta el Río Negro, llevando los animales y arriesgándose a ser
atacados por los mapuches.
Es por ello que las conjeturas que se tejerán en los siguien-
tes párrafos deben ser relativizadas a la luz de estos interro-
gantes. Desde el punto de vista de los españoles, se sabe de
la destrucción del fuerte en base a dos fuentes puntuales: el
relato de Juan Coca y los del Tío Fernando.

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Juan Coca fue tomado prisionero junto con otros cinco
compañeros cuando se destruyó el fuerte, en agosto de 1810.
En Buenos Aires, relató sus peripecias al primer gobierno pa-
trio: consiguió escapar en la noche cuando sus compañeros
lograron sorprender a veinte de sus captores, dándoles muerte
mientras dormían afectados por los efluvios alcohólicos poste-
riores al festejo.
El Tío Fernando, por su parte, era el boticario del fuerte
y fue designado por los aborígenes para cuidar a un perso-
naje importante enfermo de viruela. En un descuido volvió
al fuerte y esperó, durante un año, el arribo de algún barco.
Cuando percibió que dicha visita no sucedería emprendió la
marcha caminando hacia Carmen de Patagones, lugar al que
llegó en pésimas condiciones. Ya asentado contó su historia a
quien quisiera oírla y fue así que la misma se registró: entre los
visitantes que con él hablaron se encuentran Alcide d’Orbigny,
Libanus Jones y el joven Charles Darwin, quien hizo un alto
en Carmen de Patagones en su viaje por las costas australes31.

31 DARWIN, Charles. Viaje de un naturalista alrededor del mundo.


“Un domingo atacaron los indios a los colonos, asesinándoles a todos excep-
to dos que conservaron en cautiverio durante muchos años. Yo tuve ocasión
de hablar con uno de estos dos hombres, ya entonces muy viejo, durante mi
estancia en río Negro”. Capítulo 8, pág 204. (Figura en http://www.plane-
tariogalilei.com.ar/ameghino/obras/darwin/bea-c8.htm).

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Según el relato del Tío Fernando, un oficial del fuerte de
Carmen de Patagones habría comprado una esclava a los te-
huelches y al reclamar éstos un precio determinado, se negó
pagarles, echándolos a puntapiés del fuerte, dejándolos hu-
millados ante los ojos de todos. La versión por parte de los
indígenas nos llega en la letra de un manuscrito de los colo-
nos galeses, que relata sobre los españoles: ...La persecución
de la caza fuera de la península los puso en contacto hostil con
los indios, contra quienes mantenían los prejuicios inherentes al
carácter español. Estos conflictos parciales generalmente termi-
naban con la victoria de los españoles, ya que su civilización
superior, o sus armas de fuego, les daba decidida ventaja. Pero
estos triunfos, según informes de los indígenas, eran seguidos de
tales injustificados actos de barbarie que demandaron venganza,
por lo que se formó una confederación de tribus con el propósito
declarado de extirpar la colonia. El mando de la expedición fue
confiado al abuelo de nuestro amigo Chiquichan32 quien avan-
zando cautelosamente cortó la retirada de las pequeñas partidas
de caza que fueron sorprendidas y luego atacó inmediatamente
la población...33.

Sea desde el punto de vista de los españoles o de los aborí-


genes, una cosa es cierta: el fuerte fue destruido luego de 31
años de existencia. Más allá de la forma en que esto sucedió,
conviene hacer una pequeña puesta de situación con respecto
a algunos puntos específicos. Tal como se verá más adelante,
las relaciones entre los españoles y los locales siempre fue-

32 En este caso, se refiere al cacique Juan Chiquichano, compañero de


aventuras de George Chaworth Musters.
33 Extraído de un manuscrito adjudicado a Thomas Benbow Phillips ti-
tulado The Valdean Expedition, reproducido en galés, inglés y español en
la revista del Museo Regional de Gaiman, Camwy, nº 3 de 1962

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ron ambiguas y se dieron dentro de una lógica semejante a
las alianzas entre los nativos. Hay que tener en cuenta que
la política en la región era dinámica y que algunos grupos
de aborígenes se vieron muy favorecidos por la presencia de
los españoles, ya que la misma los colocaba en una situación
política de privilegio: a partir del contacto directo con los ex-
tranjeros podrían obtener mayor poder económico, político y
capacidad de combate para enfrentar a sus enemigos locales.
En este contexto, el Fuerte San José formaba parte de esta
lógica política.
Durante la Revolución de Mayo, algunos grupos aboríge-
nes optaron por combatir para uno u otro bando, siguiendo
la lógica de alianzas y conveniencias hasta bien entrada la
segunda parte de la década de 1810. De hecho, por circuns-
tancias específicas, la zona patagónica resultó ser un baluar-
te realista que siempre desafiaba los designios de los prime-
ros gobiernos independistas. Como fuere, ni en Carmen de
Patagones ni en San José se supo a tiempo del movimiento
revolucionario y sus consecuencias inmediatas; aunque esta
afirmación no puede extenderse al conocimiento de los na-
tivos que, posiblemente podrían haber estado informados y
decidieran, bajo ciertas circunstancias, no tolerar más la pre-
sencia colonizadora.
Si bien la afirmación acerca de que los nativos conocían
esta situación política se puede llegar sostener basándose en la
composición de las tropas nativas que atacaron al fuerte San
José, es un punto que debe ser estudiado (posiblemente no
todos fueran tehuelches, ya que a juzgar por los nombres de los
caciques no se debe descartar la posibilidad de que participa-
ran otras naciones).

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Carmen de Patagones en pie

El único asentamiento que había quedado en pie era el de


Carmen de Patagones. Al respecto se puede decir que tuvo su
propia dinámica de desarrollo, sus diferentes etapas de crisis y
supervivencia. Algunas estuvieron ligadas al perfil de quienes
comandaban la Superintendencia, como fue el caso de Juan
de la Piedra, quien había retornado a la Patagonia luego de
ser declarado inocente en un proceso judicial que duró cinco
años. Fue así que, luego del traslado de Francisco de Viedma
al Alto Perú, de la Piedra intentó hacerse cargo de la próspera
Carmen de Patagones, pero trayendo “bajo la capa” una polí-
tica agresiva contra los aborígenes, lo que le valió la enemistad
de aquellos que, como Chanel, habían sido amigos. Su largo
recorrido a fin de conquistar el poder vio su fin cuando, sitiado
por sus enemigos, cayó infartado al pie de la Sierra de la Ven-
tana, seguido de cerca por su viejo amigo Basilio Villarino,
que fue atravesado por las chuzas de sus ex aliados.
Luego de la Revolución de Mayo, los destinos de Carmen
de Patagones se fueron oscureciendo. Los administradores en-
viados por la Primera Junta no fueron un ejemplo de admi-
nistración ordenada, prolija y transparente. Los bienes de los
pobladores, así como su ganado, fueron saqueados a fuerza de
impuestos y confiscaciones, generando una gran pobreza en
lo que había sido la desarrollada Carmen. Tal fue el desmán,
que los pobladores se alzaron contra el gobierno patrio, enar-
bolando la bandera realista; y aquel militar que habían man-
dado desde Buenos Aires, desertó huyendo a la frontera. Los
soldados que habían quedado en el fuerte no fueron tampoco
ejemplo de obediencia, llegando a matar a uno de los nuevos
superiores enviados desde el norte y saqueando y pillando la
ciudad y sus alrededores, se unieron luego a los malones abo-

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rígenes, desvalijando y matando a la población cada vez que
podían.
Un período de prosperidad sobrevino cuando el puerto del
Río Negro recibió las embarcaciones que allí anclaban para
protegerse de la guerra con el Brasil, hacia 1826. d’Orbigny
nos cuenta que fue necesario modificar toda la ciudad para
recibir a los corsarios y a las tripulaciones que allí se asentaron.
Se construyeron nuevas casas y el comercio prosperó tanto que
hubo gente de Buenos Aires que viajó a establecerse a la re-
gión... se vieron pianos en Carmen; aparecieron los vinos extran-
jeros más delicados, al mismo tiempo que las telas de seda más
finas de la India y de la China. El español (...) fue reemplazado
por lenguas de todas las naciones. El francés, el inglés, el alemán
el español y el portugués se hablaron en las reuniones y Carmen
pudo compararse a una torre de Babel...34.
Por supuesto que esta bonanza acabó hacia 1829. Al finali-
zar el conflicto, la población se tuvo que reacomodar y, luego
de muchos vaivenes, volvió a sobrevivir la única colonia espa-
ñola que quedó en pie en la Patagonia.

34 d’Orbigny, Idem, p. 526.

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Capítulo II
Las relaciones con los nativos

Entender la naturaleza de la relación entre españoles y abo-


rígenes en el siglo XVIII no es tarea fácil sin explicar el con-
texto y la forma en que se entretejían las alianzas que se fueron
configurando. En realidad no se puede afirmar taxativamente
que se dan de una manera u otra, ya que eran asociaciones que
se caracterizaban por su dinamismo y, si bien estaban basadas
en intereses comunes, la desconfianza era mutua y permanente.
Algunos historiadores e intelectuales han discutido y afir-
mado conceptos acerca de cuan “malos” eran unos y cuan
“buenos” otros. Sin importar quién era quién, y ya pisando este
suelo, se puede llegar a afirmar, basándose en la documentación
y en los resultados de distintas investigaciones, que el beneficio
fue mutuo, no habiendo perdedores o vencedores absolutos re-
sultantes de este encuentro (aunque sí víctimas permanentes).
Con la llegada de los españoles a la Patagonia, la situación
se volvió otra, eso es indudable, pero ni para mal ni para bien,
sino que se fue conformando una dinámica en la cual cada
uno de los protagonistas de estas pequeñas y grandes historias
escribió su propia página, tuvo sus propias ganancias y pérdi-
das, rompiendo a fuerza de chuzazos y disparos los desequili-
brios que sucedieron una y otra vez.

La actitud de los representantes de la Corona en el Río de


la Plata no fue siempre la misma sino que fue diagramada en
base al ensayo y el error (detalle que muestra la falta de estrate-
gia con que se desarrolló esta empresa). Si se mira hacia atrás,
se verá que apenas ocho años antes de que en España se tomara
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la decisión de poblar y colonizar la Patagonia (hacia 1770) se
hizo por designio de Vértiz una campaña para doblegar a los
tehuelches que fue dirigida por Juan Antonio Hernández. Esto
indica que cuando la empresa no cumplía con sus objetivos, se
elegía una manera diferente de hacer las cosas. Fue así como
se pasó de una estrategia de sangre y fuego a otra pacificadora,
basada en el intercambio y las alianzas con los aborígenes.

Regalando y acariciando

Cuando alguien lee los documentos de la época resulta ex-


traño –y hasta divertido- que los protagonistas que dejaron la
impronta de su escritura estuvieran, casi todo el tiempo, pre-
ocupados por agradar y cuidar la relación con los aborígenes.
Lo simpático, más allá de la acción, es la forma en que fue
acuñada la expresión: acariciar y regalar. En los primeros años
de los emprendimientos, los españoles pasaron gran parte del
tiempo acariciando y regalando a los caciques locales: Antonio
de Viedma relata en su diario que ...los regalé, y di de comer
como el día anterior, enviando para los que estaban en la playa
los mismos, para tenerlos contentos y ganarles la voluntad35, luego
a las 8 bajaron a la playa los indios. Envié la lancha, y vino en
ella Julián Gordo y su familia, a quienes di de comer, acaricié y
regalé; y se fueron muy gustosos36, o Los caciques vinieron a bordo,
donde acaricié y regalé al uno y reñí al otro ...37. El piloto Villari-

35 VIEDMA, Antonio Diario de Navegación. p. 47. En: DE VIEDMA,


Antonio, VILLARINO, Basilio. Diarios de navegación. Expediciones
por las costas y ríos patagónicos (1780-1783). Buenos Aires: Continen-
te, 2006.
36 Idem, p. 69.
37 Ibidem.

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no también es recurrente en su relato y dice que ...regalé a este
cacique cuanto pude, y a sus indios38, le regalé mucho [a Uzel],
como también a los indios que lo acompañaban39.
Regalar y acariciar era la política de Estado que la Corona
había elegido para tratar de ganar el favor de los nativos. Ha-
biendo fracasado en sus intentos de reducirlos por la fuerza, el
Virreinato prefirió conquistarlos mediante los buenos tratos,
ya que la presencia española en la región precisaba de la ayu-
da que podían brindar los aborígenes y la misma era, como
mínimo, triple: favorecía la exploración y circulación de los
colonizadores, el aprovisionamiento de las colonias y la ayuda
en la vigilancia costera.
Francisco de Viedma aclara que la única manera de tratar
con los indígenas era mediante los regalos: ...en el estado en que
se hallan los Indios si se suspende el gratificarles, todo lo perde-
mos, y el modo de lograr la más útil economía, es valerse de estos
medios40.
Los nativos, por su parte, tomaron con mucha naturalidad
esta forma de intercambio en la que les regalaban y acaricia-
ban. Cuando Antonio de Viedma llegó a San Julián, los hom-
bres de Julián Gordo estaban en la costa y, como a las ocho de
la mañana, fueron sus familiares invitados a comer al barco,
donde se les obsequió con diversos objetos, pasándola todos
muy bien. Pero parece que este se volvió casi una costumbre y
38 VILLARINO, Basilio. Diario de Navegación. p. 142. En: DE VIED-
MA, Antonio, VILLARINO, Basilio. Diarios de navegación. Expedi-
ciones por las costas y ríos patagónicos (1780-1783). Buenos Aires:
Continente, 2006.
39 Idem, p. 137.
40 Archivo General de la Nación. F. de Viedma a Vértiz, Fuerte del Car-
men Río Negro, 8 de enero de 1782, IX 16-3-9. Citado Por LUIZ, 2005.
Dicho documento también se refiere a la mecánica de intercambio, punto
que será tratado más adelante.

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cada mañana a las ocho en punto estaban de pie, firmes en la
arena de la costa esperando más. Y así todos los días...
Si se analiza desde una perspectiva menos ingenua, queda
patente que los nativos consideraban que los españoles venían
a sus tierras y que su presencia en ellas sería tolerada a cambio
de estos pagos simbólicos. Era como una espacie de peaje o de-
recho de tránsito: los españoles les debían el favor de transitar
por sus tierras. Esta postura de los caciques tomaba formas bien
concretas. Chanel, quien era aliado del Virreinato en 1779 (y
reconocido por Vértiz como tal), ayudó a Francisco de Viedma
a construir su asentamiento colonial en el valle del Río Negro.
De hecho le vendió la desembocadura del río al español.
Al revisar los archivos realizados por los hermanos Viedma,
se ve claramente el trato personal y preferencial hacia ciertos
caciques. En Floridablanca era Julián Gordo y en Carmen de
Patagones Chanel (conocido como el cacique Negro) y Chuli-
laquini. La plana mayor española en la región patagónica solía
compartir campañas, expediciones, reconocimientos, almuer-
zos y cenas con esos caciques. Esto no significaba, necesaria-
mente, una confianza absoluta en el amigo aborigen sino, más
bien, una permanente desconfianza y necesidad de tener cerca
a un posible amigo y potencial enemigo, por ello se renovaban
casi a diario las prácticas diplomáticas.
Desde el punto de vista de los españoles, hay que tener en
cuenta que, más allá de la política de Estado, había una di-
mensión más personal en el trato cotidiano con los nativos. Si
a un comandante le convenía tratar bien a los caciques porque
el Estado así lo requería, obviamente debía cumplirse la orden,
pero, al mismo tiempo, la alianza con ellos les traía una serie
de beneficios. En primer lugar, se aseguraban de no ser ataca-
dos ni por sus aliados ni por sus enemigos, si es que los había
y, en segundo lugar, la presencia de los pueblos de las tolderías

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servían de gran apoyo logístico a la hora del aprovisionamien-
to de materiales y, sobre todo, de alimentos.
A los tehuelches, por ejemplo, les convenía la presencia es-
pañola ya que la misma reforzaba la autoridad de los caciques
a los ojos de su pueblo. A través de los españoles podían acen-
tuar su poder y diferenciación social, poseer ciertas armas, au-
mentar la caballada, proveerse de alcohol, yerba, pan, tabaco,
hierro y chucherías de vidrio. La tecnología superior de las
armas españolas representaba un poderoso aliado a la hora de
expandir sus dominios, hacer esclavos y recuperar cautivos.
Ya en 1770 –en la campaña contra los tehuelches- los ma-
puches y pehuenches se habían aliado a los españoles, quienes
les ayudaban a correr las fronteras de sus enemigos. En las
crónicas de la campaña se relata que el 29 de noviembre los
españoles y sus aliados consiguieron rodear un campamento
enemigo pero cuando Hernández iba a dar la orden de atacar
...se llegaron a él los caciques amigos y les suplicaron no diese la
orden de hacer fuego a nuestra gente, después de cercados los tol-
dos hasta que ellos avisasen, porque querían sacar muchos amigos
y parientes que estaban en dichos toldos41.
De esta manera, los aliados de los españoles no solamente
recuperaron a los parientes que habían sido esclavizados por
los tehuelches sino que, luego de un baño de sangre en el cual
murieron 150 adversarios y un solo soldado aliado, se venga-
ron haciendo cautivos entre las familias enemigas y organizan-
do una partida para buscar a los que habían huido del ataque y
41 HERNÁNDEZ, Juan Antonio. Diario que el Capitán Don Juan An-
tonio Hernández ha hecho de la expedición contra los indios tehuelches en el
Gobierno del Señor Don Juan José de Vértiz, Gobernador General de estas
Provincias del Río de la Plata, en 1º de octubre de 1770. En: DE ANGELIS,
Pedro (Compilador). Viajes por las costas de la Patagonia y los campos
de Buenos Aires. Informes, diarios y cartas de viajeros (S. XVIII).
Buenos Aires: Continente, 2007, p. 78.

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a poco trecho se alcanzaron tres indios y una china y matándolos
se les quitó la caballada42.
La semana anterior a estos sucesos, los jefes aborígenes
convencieron al comandante español que cierto cacique alia-
do llamado Cadupani, que se encontraba con ellos en el cam-
pamento, era un traidor. Es evidente que más allá de serlo o
no, dichos caciques aprovecharon la oportunidad que se les
brindaba de deshacerse solapadamente de un competidor. Esa
noche le solicitaron a Hernández que matase al tal Cadupani
y a sus dos hijos. Como era tarde ...respondió el Comandante
que de madrugada se haría esta diligencia. Por la mañana el
jefe español separó a la tropa en dos grupos quedándose el
dicho Comandante con 12 hombres, el cacique Lepin y Lincon,
habiéndoles dado la orden a éstos de lo que habían de ejecutar,
viendo ya que era hora, sacando un pañuelo blanco del bolsillo,
que era la seña, acometieron a dichos indios y los mataron43.
Entonces sí, la alianza con los españoles rindió sus frutos para
algunos.

Mirando de reojo a los amigos

El intrincado camino diplomático tenía idas y vueltas,


desconfianzas y reglas nuevas que se inventaban conforme se
producían las situaciones. Los españoles confiaban realmente
poco en sus aliados. En la misma campaña se encontrarían el
cacique Lincon y los demás caciques dispuestos a ayudar a los
españoles. Estando la tropa frente a los nativos amigos, Her-
nández formó a los suyos y les ordenó, por las dudas, apuntar-
les con la artillería y que la puntería, para en caso necesario, la
42 Idem, p. 79.
43 Idem, p. 76.

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hiciesen a la cabeza de la silla o lomillos del jinete, teniendo las
mechas prendidas y encendidas en el guardafuego44.
Otras veces la desconfianza era menos directa pero más
especulativa y sutil que apuntar con los cañones a los ami-
gos. Antonio de Viedma había ido a visitar la toldería de su
nuevo amigo, Julián Gordo, relatando ...llegamos a la toldería
de los indios, donde procuré registrar si tenían armas y no vi
más que lazos y bolas. De esta manera, una visita cordial ser-
vía también para medir el poder de fuego del amigo/posible
enemigo, cuidándose los españoles de no dejarlos crecer en
dicho campo: ...[Julián] Me ofreció prestarme caballos siempre
que quisiera pasear, pero no quería darlos sino a cambio de sa-
bles y cuchillos, lo que, pudiendo sernos perjudicial, preferimos
no admitir el cambio y sí la oferta45. Muchas veces, el temor
a que los caciques cercanos se unieran a los enemigos exigía
una atención especial por parte de la administración española.
Francisco de Viedma se había enterado que un jefe local había
sido tentado por los aucas a unirse en contra del asentamiento
español de Carmen de Patagones, entonces más que nunca, le
regala y acaricia: Chulilaquini (...) ha sido obgeto de mi atención
para captar su voluntad y atraerlo hacia aquella amistad que
permiten estos Infieles; porque era de quien podía temer el mayor
daño. Los continuos regalos que le he enviado y permanentes ob-
sequios a sus hermanos y sus parientes (...) Me dediqué con estudio
a asegurar su voluntad distinguiéndolo más que a ningún otro.
Todos los día comía en mi mesa, y cuando se fue le regalé con
mayor franqueza...46.

44 Idem, p. 58.
45 DE VIEDMA, Antonio. Idem, p. 66-67.
46 Archivo General de la Nación. IX-16-5-1. Oficio de Viedma a Vértiz,
En ENTRAIGAS, 1986. p. 97.

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La presencia española, por otro lado, servía para consoli-
dar el poder en el mundo de las tolderías. Los caciques más
importantes no habían conquistado regalando y acariciando
a sus colegas nativos sino tejiendo alianzas y aplastando a los
posibles competidores. Cuenta Viedma de la visita al cacique
Coopan diciendo que en vez de caballos, eran los perros los
animales de carga ...sus toldos y las alhajuelas los portean los
perros. Solo el cacique y sus mujeres se sirven de caballos, de que
les surte su vecino Camelo, cacique de San Julián, desde años
pasados, en que les hizo una invasión, y se los quitó todos; con lo
que cuidando de dar a este Coopan los que su persona y mujeres
necesitan, ningún otro indio suyo los tenga, logra mantener bajo
su dominio y dependencia al cacique y a ellos47.
Este tipo de prácticas diplomáticas también eran sutiles y
no las realizaban con los españoles sino con el prójimo. Roba-
ban los caballos pero se cuidaban de darle los que necesitase
el cacique, así nadie discutía la superioridad de éste dentro de
la toldería, a la vez que él mismo se convertía en un títere de
quienes ora le robaron sus caballos, ora se los prestaban48.
Una forma de dar fe de las buenas intenciones, a la hora
de realizar ciertos emprendimientos, era la de dejar rehenes. Si
los aborígenes salían de campaña o se iban para ayudar a los
españoles, al llegar a tal o cual lugar se solía dejar a parte de la
familia en manos del aliado para que éste se quedara tranquilo
y no presupusiera la posibilidad de ser traicionado (no fueron
pocas las veces que los hermanos Viedma tuvieron por rehenes
a los familiares de sus aliados). Algunas veces, dicha práctica

47 Idem, p. 102.
48 De hecho, la introducción de los caballos se daría por tres vías dife-
rentes en estas épocas: los dejados por los españoles en el siglo XVI, que
se reprodujeron como cimarrones, los que traían los nuevos colonos y los
que se robaban de la frontera en Buenos Aires.

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resultaba conveniente para quien se iba de viaje, ya que, ante la
necesidad mutua también era una forma de asegurarse que los
suyos estuvieran bien. Entre el 1 y el 6 de enero de 1781, el caci-
que Julián Gordo se fue de expedición y le solicitó a Antonio de
Viedma que se hiciera cargo de su gente: ...me dijo Julián que iba
con su gente a carnear por unos cinco días, que le cuidase la toldería
y gentes que en ella quedaban (y me llevó para que los viese); que no
permitiese hacerles daño alguno, y que les diese de comer hasta su
regreso (serían como 30 entre viejos, niños y mujeres)49.

De cómo veían a los nativos

Hay que destacar que, más allá de las órdenes recibidas por
el Virrey y de la necesidad de llevarse bien para poder sobre-
vivir al entorno, el trato con los nativos también se basaba en
la visión que de ellos tenían los españoles. En el caso de los
colonizadores hay que reconocer que, dejando a un lado de los
prejuicios de la época, presentaban cierta admiración por los
tehuelches.
Tal vez por los relatos de Pigafetta, quien acompañó la ex-
pedición de Magallanes, sea por la estatura de los aborígenes
o por una combinación de factores, los europeos los describie-
ron como de buena naturaleza, a pesar de no estar civilizados,
como pretendían.
Que las esperanzas de la Corona Española pasaran por
querer convertirlos en agricultores, significaba que se partía
de la idea que estos pueblos se podrían adaptar al nuevo estilo
de vida. Tal vez los colonos llegaron con estas ideas pero en
el momento del contacto, y a pesar de la desconfianza que
estos extraños les generaban, hicieron el esfuerzo por com-
49 DE VIEDMA, Antonio. Ídem, p. 82.

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prenderlos. Mientras se interactuaba y se tejían las alianzas,
se iba juzgando al otro y se sacaban conclusiones esporádicas
que pretendían desentrañar la naturaleza de los patagones. Por
supuesto que estos análisis eran producidos por una razón de
Estado: los navegantes y comandantes debían informar todo
lo que podían averiguar sobre estos pueblos para que la Coro-
na pudiera utilizar esta información en su beneficio.
Una de esas conclusiones tiene que ver con la idea de pureza
de los pueblos nativos. Más de una crónica cuenta que la “mal-
dad” y la “mentira” que están incorporadas en su cultura no
tienen origen en la misma sino que son resultado del trato con
los blancos. Antonio de Viedma cuenta que cuando se encuen-
tra con el cacique Julián Gordo y su hijo Julián Grande50, éste
último había estado en Buenos Aires y se había contaminado
de las costumbres porteñas: ...Les regalé abalorios, y les hice dar
de comer. Todo les parecía poco, particularmente el que estuvo en
Buenos Aires, a quien se le conocía la malicia que allí adquirió51.
Francisco de Viedma, a su vez, reconoce la laboriosidad de
los comandados por Chanel, que le ayudan a acarrear la madera
y construir el fuerte pero, por otro lado, se cuida de la naturaleza
de los amigos: ...pues aunque Chulilaquini se porta con lealtad al
fin es Indio que a la mejor ocasión la pierden, y se dejan llevar de la
inclinación en que se crían que es el robo, único refugio de su modo
de vivir52. Aquí, la práctica del robo por parte de los aborígenes
es pensada como una cualidad intrínseca a su naturaleza social.
Alcide d’Orbigny, hacia 1929, sostiene una gran admiración
por los “magníficos tehuelches”, explicando todo lo vagos, men-

50 En este caso, no es Antonio de Viedma quien aclara este parentesco


sino su hermano Francisco.
51 DE VIEDMA, Antonio. Idem, p. 65.
52 Archivo General de la Nación. IX 16-3-12. F. de Viedma a Vértiz,
Fuerte del Carmen Río Negro, 24 de septiembre de 1783.

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tiros y ladrones que parecen ser, a partir de una idea de conta-
minación muy similar a la de Antonio de Viedma (aunque es
poco benévolo con los mismos españoles): ...El carácter de los
patagones es, más o menos, análogo al de todos los indígenas de
esas comarcas australes: la falsedad y el disimulo forman la base;
es cierto que sus modales entre sí son muy diferentes que con los
cristianos. Podría pues, creerse que hay que atribuir muchos de sus
defectos al contacto con los colonos españoles; éstos han hecho siem-
pre tan poco caso de los americanos, que nunca mantuvieron sus
promesas y no los han considerado como hombres, solazándose en
engañarlos, en sus relaciones comerciales o en sus trabajos. Los in-
dios se han habituado, por eso, a hacer lo mismo, porque, si son de
lo más escrupulosos unos con otros, si su palabra siempre es sagrada
entre ellos, si no codician nunca lo que posee uno de ellos, no tienen
el menor escrúpulo en robar y engañar a los cristianos, agregando
que: ...Creo poder sacar la conclusión de que si hubieran sido tra-
tados de otra manera, habrían sin duda, conservado, respecto de
los españoles, los mismos modales que mantienen en sus relaciones
mutuas. Los colonos los acusan de ser rencorosos e ingratos y de
no apreciar nada de los que se les da, queriendo siempre más, y
cuando se les niega alguna cosa, después de haber sido colmados de
regalos, se convierten en enemigos irreconciliables, que solo buscan
la oportunidad de saciar su odio mortal. Sin poder en modo algu-
no desmentir esta afirmación, puesto que tengo múltiples pruebas
de ella, debo decir que conozco muchas excepciones53.

La dualidad sobre la naturaleza de los aborígenes –acerca de


que parecen ser “malos” pero en realidad son “buenos”– per-
dura en el tiempo y atraviesa diversas regiones y culturas. Una
crónica grandilocuente de los inmigrantes galeses da constan-
53 d’Orbigny, Alcide. Viaje por América meridional II. Buenos Aires:
Emecé, 1999, p. 328-329.

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cia de ello pero de una manera sumamente crítica con los espa-
ñoles. El jefe de una expedición galesa en la segunda mitad del
siglo XIX, un tal Talhairn, reflexionaba en las ruinas de lo que
había sido el fuerte San José sobre el trato de los españoles hacia
los tehuelches: ...encontramos que estos colonos era hombres quie-
nes por sus hábitos de vida no estaban adaptados para las tareas
agrícolas (...) el instinto de los conquistadores españoles, un instinto
que los hizo aborrecibles a los pueblos indígenas, predominaba en
ellos: hacían caso omiso de los derechos de los indios, los considera-
ban bestias salvajes y lo demostraban en su trato con ellos54
Antonio Hernández, escéptico con respecto a sus aliados,
describe a los pehuenches y mapuches como ...sumamente viciosos
en toda clase de vicio; son grandes fumadores; el aguardiente lo be-
ben como agua, beben mucho mate, y luego se comen la yerba, y con
la bebida se acuerdan de todos los agravios que han recibido ellos y
sus antepasados, las peleas que han tenido y las invasiones que han
hecho; todo lo cantan y otros lloran, que es una confusión oírlos55.

De cualquier modo, la visión sobre los aborígenes no es uní-


voca. En 1806, un sacerdote, el presbítero don Pedro Santia-
go Martínez56, había osado manifestar que ...las conquistas que
habían hecho los españoles en América no eran tales sino usurpa-
ciones; que los legítimos dueños eran los indios, a los cuales no se

54 Extraído de un manuscrito adjudicado a Thomas Benbow Phillips ti-


tulado The Valdean Expedition, reproducido en galés, inglés y español en
las revista del Museo Regional de Gaiman, Camwy, nº 3 de 1962.
55 HERNÁNDEZ, Idem, p. 82.
56 Martínez se encontraba en Carmen de Patagones y, debido a su carác-
ter, era poco querido por sus contemporáneos más inmediatos. El negarse
a recibir a los soldados en la iglesia, quedarse con algunas donaciones
y afirmar que las almas de algunos muertos seguramente estarían en el
infierno, así como el trabajo del mismo Entraigas, fueron suficientes para
descalificarlo en ambas épocas, el siglo XIX y el XX.

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les daba religión y en cambio les daban ejemplos de relaciones y
torpezas..., y que ...por donde tenían todas las Américas perdidas
con estas relaxados vicios y que volvía a decir que mejor estaban en
poder de sus legítimos dueños que guardaban mejor su religión57.

El contradictorio mundo de los negocios

Las formas de negociar con los aborígenes, el valor de las


mercancías, la legalidad de las transacciones, el grado de jus-
ticia de los intercambios y el grado de coherencia política que
representaban estas actividades estuvieron siempre sujetas a
factores del momento, ya fueran políticos, económicos o sim-
plemente situacionales.
Era política de la Corona disponer de una serie de elementos
específicamente destinados a regalar y acariciar a los nativos.
Los mismos estaban perfectamente inventariados y su finali-
dad nunca fue discutida. Los pilotos, militares y exploradores
siempre llevaban, fueran por tierra o por mar, un conjunto de
estos elementos previstos para los encuentros, ora casuales, ora
programados.
Si bien siempre existió la necesidad de regalar a cambio
de amistad y seguridad, los españoles también necesitaron ele-
mentos de los cuales no pudieron proveerse regularmente por
sí mismos. El agua, la carne de guanaco, el ganado y los caba-
llos eran materiales de primera necesidad que se conseguían a
través de las transacciones con los nativos.
Un documento del Archivo de Indias se titula: Relación
de lo que se necesita en Buenos Aires y debe ir de España para
57 ENTRAIGAS, Raúl. Sangre en Península Valdés. Martirio del P. Bar-
tolomé Pogio. En: Cuadernos de Historia del Chubut. Trelew: Junta de
Estudios Históricos del Chubut, 1968, p.17.

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regalar y contentar a los indios que se comunican con los nuevos
establecimientos de la Costa Patagónica, a fin de que facilitaren
caballos y ganados58. Dicho documento enumera los objetos
solicitados: 200 barriles de aguardiente anisado, 100 barriles
de vino de San Lucar, 100 barriles de vino tinto catalán, 50
piezas de bayeta ordinaria surtida, 4 cajones de cuentas en-
carnadas de las más chicas que llaman granates, 4 cajones de
cuentas azules de la misma clase, 4 cajones de cuentas blan-
cas de otra clase y 8 cajones de cascabeles surtidos59.
No hay duda de que fueron razones de Estado las que im-
pulsaban esta política de intercambios pero cabe destacar que
dentro del conjunto total de elementos destinados al mismo
existieron excepciones que ameritaron una logística más refi-
nada. Es el caso de los intentos de Francisco de Viedma, quien
para ganar los favores del cacique Chulilaquini le ofreció un
vestido hecho a medida y, para conseguirlo, le escribió una car-
ta al Virrey que dice, entre otras cosas, que: ...le regalé con la
mayor franqueza, ofreciéndole traer un bestido de Buenos Aires,
mejor que el del cacique Negro y un bastón y para ello que se le
tomaran las medidas que son las que remito a V.E. suplicándole
se digne disponer que cumpla esta oferta, porque comprendo que
nada importa más que asegurar en la forma posible la voluntad
de ese Yndio ya que p.ª la tranquilidad de estos Establecim.s ya por
los descubrimientos del Río que nos puede dañar y aprovechar60.
58 Presentado por SENATORE, María Ximena. Arqueología e Historia
en la Colonia Española de Floridablanca. Patagonia – siglo XVIII.
Buenos Aires: Teseo, 2007, p. 166-167.
59 Las bayetas eran telas de gran absorción y muy mala calidad para ves-
tidos, parecidas a las utilizadas hoy en los trapos de piso; mientras que
las cuentas de vidrio son pedacitos de ese material utilizados para hacer
collares, pulseras y otros adornos.
60 Archivo General de la Nación. IX-16-5-1. Citado por ENTRAIGAS,
p. 97.

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Es oportuno detenerse en este punto, ya que el párrafo
transcripto no solamente da cuenta de la necesidad del inter-
cambio sino que, al plantear la excepción (confeccionar un
traje de sastre en Buenos Aires para enviarle a un cacique de
Carmen de Patagones, mientras la propia tropa e, inclusive, la
plana mayor, sufría necesidades) vemos un acuerdo importan-
te entre el Virrey –quien finalmente manda a confeccionar el
traje– y el mismo Viedma, máxime teniendo en cuenta que las
relaciones entre ellos fueron siempre tirantes: dicha excepción
se interpretó como de gran importancia a la vista de las nece-
sidades diplomáticas.
Asimismo, se puede observar que el mismo Viedma fomen-
ta y genera un trato desigual entre dos caciques rivales: Chanel
y el propio Chulilaquini, acerca de quien manifiesta un alto
grado de temor. No hace falta decir que el poseer semejante
indumentaria y bastón obsequiado por los españoles favorecía
la legitimación social de este último, quien consolidaba el po-
der entre su nación.
Así es que, llegado el momento de regalar, y en un contexto
de crisis o carencia de suplementos, los españoles engañaban
a los aborígenes ofreciéndoles productos de baja calidad, tales
como alcohol rebajado y comida en mal estado. Sospechando
que no le mandarían insumos normales si los pidiera, Viedma
solicita en varias ocasiones: yerba averiada, inútil o de mala
calidad y porotos averiados (al Virrey) y tabaco inútil (al Ad-
ministrador de la Real Renta de Tabacos). Dichos elementos
rindieron sus frutos a la hora del intercamabio: ...les he compra-
do a los Indios con aguardiente, bayeta, sombreros, yerba y bu-
jerías, ochenta reses vacunas y dos bueyes carreteros que vinieron
de Puerto de San José, con los cuales hay existentes en el día 82,
213 caballos y 11 mulas, y de los particulares que han comprado
a sus expensas 102, quedo en comprar cuanto ganado, y caballos

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traigan pues es el mayor fomento de las obras, y subsistencia de
estas poblaciones61.
Cabe destacar que cuando habla de los particulares se refiere
a los colonos y estancieros que, en el contexto de la protección
brindada por las tropas pero fuera de la órbita del Estado espa-
ñol, comenzaban a desarrollar sus propios negocios en el lugar.
Si bien las transacciones comerciales no gozaban de un alto
grado de honestidad por parte de los españoles, los aborígenes
tampoco hacían gala de una gran sinceridad. La práctica del
robo de ganado, ya sea esporádico o bajo el emprendimiento del
malón, era absolutamente normal y conocida, lo cual no invali-
daba la legitimidad de los negocios sino que fomentaba un cier-
to pragmatismo en las prácticas de intercambio. Muchas veces
se asaltaban estancias o poblados y se llevaba el ganado a Car-
men de Patagones para ser negociado con los blancos quienes,
a pesar de conocer el origen de la empresa, no tenían problema
en aceptar y, en definitiva, legitimar la práctica: ...a la tarde vi-
nieron los Indios del Colorado, y me trajeron tres bueyes carreteros,
dos vacas, y tres novillos, y mucha porción de caballos, los más con
marca de sujetos de Buenos Aires. También trajeron mucha porción
de grasa de vacas en vejigas, y charque de vacas, de lo que inferimos
lo habían robado en las fronteras de Buenos Aires62.
Tampoco faltó que se tuviera que volver a comprar el mismo
ganado que se había hurtado en Río Negro: ... luego que llegue
a reponerme de caballos los mismos que me los han vendido...63.
61 Archivo General de la Nación. IX 16-3-6. F. de Viedma a Vértiz, Fuer-
te del Carmen, 12 de enero de 1781. Citado por LUIZ, 2005.
62 Archivo General de Indias. Estado. Buenos Aires, 327. Francisco de
Viedma, Continuación del Diario de los acaecimientos y operaciones del nue-
vo Establecimiento del Río Negro en la costa Patagónica desde 1º de octubre
de este año hasta el día último de su fecha, 12 de octubre de 1780.
63 Archivo General de la Nación. IX 16-3-5. F. de Viedma a Vértiz, Fuer-
te Ntra. Sra. del Carmen en el Río Negro, 2 de octubre de 1780. Idem.

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Esta práctica era contradictoria, ya que, por un lado, el Vi-
rreinato combatía el malón y el robo a sangre y fuego, mien-
tras que, por el otro, el representante del mismo en Carmen
de Patagones, compraba los animales conseguidos por dicho
medio. En este sentido, la máxima expresión de este mundo
de contradicciones se dio cuando se produjo el malón de 1780,
en el cual una confederación de tribus y caciques atacó Luján,
provocando la muerte de 50 soldados y pobladores. Parte de
dicho emprendimiento era el cacique Chanel o Negro, antiguo
aliado del mismo Vértiz, quien había dado órdenes concretas
a Francisco de Viedma de que se lo capturara o se lo matara:
...a quien, repito, aprehenda Vm. Con sus principales o con toda
su indiada y remítalo a esta Capital en los términos que propone
aunque sea haciendo un viaje expresamente los buques que allí
se hallan, porque esto es importantísimo; válgase Vm. De Chu-
lilaquini para ello, y si no pudiese hacerlo sin efusión de sangre,
como me tiene significado, trate con ese confidente de modo de
sorprenderlo en donde se halle y acabar con él y toda su indiada
en guerra abierta...64
Resumiendo: la orden era capturarlo, llevarlo a Buenos Ai-
res por el medio que fuere –inclusive disponiendo del barco
asignado a Río Negro- valerse del otro aliado para tenderle
una emboscada y, de no ser posible, matarlo. Órdenes claras,
pero nunca cumplidas. Según Entraigas, Viedma deseaba con-
quistar a los aborígenes pero con el amor, no con la pólvora
y el odio. Aunque lo más probable haya sido que la pólvora
no le alcanzase o bien no dispusiese de tropas suficientes para
desembarazarse de un aliado tan problemático.

64 Oficio de Vértiz a Viedma, extraído por ENTRAIGAS (1986), p. 122.

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Capítulo III
Algunos aspectos de la época y la vida co-
tidiana

Para comprender con algo más de claridad los intentos de


colonización patagónicos por parte de la Corona Española hay
que detenerse, más allá de las cuestiones históricas que involu-
cran a los hombres de Estado y sus coyunturas específicas, en
la configuración de lo cotidiano, del día a día y del contexto
inmediato de las personas que participaron en estos empren-
dimientos.
Con el objetivo de brindar un breve pero elocuente pano-
rama de lo que era la vida en estas latitudes hay que pensar al
menos en dos ámbitos que, si bien son diferentes, se convir-
tieron en el escenario en el cual se vieron inmersos quienes se
embarcaban en la aventura colonizadora: uno es el barco y el
otro es la cotidianidad en tierra.

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La vida en los barcos

Si bien tuvo que ver con las particularidades y las vicisitu-


des de la empresa, cuando se dio el intento colonizador de Si-
món de Alcazaba y Sotomayor en la Patagonia, prácticamente
todo lo que le sucedió en ese contexto tuvo que ver con la di-
námica que se vivía en el ámbito de las embarcaciones y de alta
mar. Trasladarse de Europa a América era toda una aventura
en la cual se corrían innumerables riesgos que involucraban
diversos actores y situaciones: el naufragio, la comida, el agua,
los enemigos y la tripulación. No es casualidad, en ese contex-
to, que la expedición haya zarpado con más de 250 hombres
en dos barcos y que, al año, en su regreso, apenas volvieron (y
no al mismo puerto) 75 sobrevivientes en una sola nave65. La
navegación estaba destinada a los aventureros y era peligrosa.
No siempre se contaba con la tecnología necesaria para poder
arribar a destino, se dependía de los vientos, de la pobre car-
tografía de la época, del estado del barco (que en este caso fue
pésimo), de la capacidad de reaprovisionamiento en los puer-
tos amigos, de la conducta de a bordo y de la composición de
la tripulación. Todo ello si es que se contaba con la suerte de
no cruzarse con los piratas de la Hermandad de la Costa, que
saqueaban lo que encontraban a su paso.
El problema de Alcazaba estuvo determinado por dos fac-
tores fundamentales: por un lado la carencia de alimentos y
agua potable y, por el otro, la conducta de su tripulación. La
limitada dieta de los marineros, basada en carne salada y en
el transporte de animales para sacrificar en el trayecto, hacía
a la debilidad de las tripulaciones y era la causa principal de
las enfermedades (ya veremos este punto más adelante). La
65 Partieron de Sanlúcar de Barrameda y llegaron a Santo Domingo, ac-
tual República Dominicana.

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conservación de las comidas era casi inexistente y aquellas que
eran frescas, tales como frutas y verduras, se acababan rápida-
mente. La higiene no estaba a la orden del día en los barcos, así
como tampoco en los cuerpos de la tripulación: ratas, pulgas,
piojos y chinches eran las verdaderas dueñas de los navíos.

Los días de tedio a la espera del viento favorable generaban


un alto grado de irritación entre los tripulantes, que mataban
el tiempo cantando, jugando a los naipes, dados, apostando y
peleando entre ellos. Muchos de estos hombres ni siquiera esta-
ban allí por su propio gusto y decisión; eran muy pocos quienes
elegían esa vida por afición, siendo que gran parte de las tripula-
ciones se componían de facinerosos y presidiarios que prestaban
el servicio a cambio de su libertad. La indisciplina era “el pan de
cada día” y los castigos aplicados por los capitanes y oficiales se
caracterizaban por su crueldad. Cuando un marinero se com-

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portaba de manera inadecuada, el capitán, que era amo y señor
de a bordo, elegía el castigo a aplicar, y éste, generalmente, era
ejemplificador. Se solía condenar a los reos al rigor del látigo, a
ser pasados de lado a lado por debajo del barco, siendo destroza-
dos por los mejillones y por todo aquello adherido al casco del
navío; en días de tormenta debían hacer equilibrio en el palo
mayor y tratar de no caer al agua, sin mencionar otros suplicios
que, en ocasiones, llegaban al ahorcamiento o la decapitación.

La imagen de tripulantes contentos y fieles a sus jefes se


limita a las películas de Hollywood, ya que, normalmente, la
forma en que los marineros más deseaban ver a sus capitanes
era colgados del palo mayor, y cada vez que se daba la oportu-
nidad concreta, se amotinaban o desertaban.
Al mismo tiempo –ahora desde el punto de vista de la do-
tación– muchas veces se daba la situación de que apareciese un
capitán ambicioso por hacer fortuna y pasar a la historia, sin
importarle cuantas vidas debiera dejar en el camino a causa
de su ambición. Quien pudiera ponerse en el pellejo de un

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presidiario que ansía el fin del viaje para obtener su libertad,
al mando de un superior cuya única idea era hallar la “ciudad
de oro de la Patagonia” en el medio de un desierto a través
del cual debían marchar al borde de la inanición, cargando
sus pesados mosquetes, espadas, cascos y corazas... con un sol
constante y temperaturas de más de treinta grados (luego de
caminar días y días hacia la nada y habiendo otra cosa que
nada por delante), asesinar al capitán y volver a casa debería
haber sido la idea tal vez menos original que se le ocurriese.

Así fue el caso para Simón de Alcazaba. Antes de llegar


y fundar Nueva León ya había pasado y sorteado todo tipo
de peripecias (por llamarle de algún modo a las difíciles cir-
cunstancias de su viaje). Su expedición tuvo que reparar los
barcos en las Canarias; sus naves se separaron por casi un mes,

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las tormentas las castigaron, no pudieron cruzar el Estrecho
de Magallanes y se quedaron sin agua, viéndose obligados a
reemplazarla por vino. Juan Mori, integrante de la expedición,
cuenta que a causa de no tomar agua pasábamos mucha fatiga,
que estuvimos cincuenta días que no la había ni la bebíamos en
la nao (...) los gatos y los perros bebían vino puro66.
Si no hubo un motín hasta entonces puede haber sido por-
que nadie estaba lo suficientemente sobrio para blandir una es-
pada, a lo que seguramente se le sumó la suerte de no naufragar
o encallar en algún arrecife, cosa que solía pasar en esos casos67.
Hacia mediados y fines del siglo XVIII, en la época de la
colonización española que es nuestro objeto de estudio, se ha-
llaba bastante más avanzado el mundo de los viajes de alta mar.
Aunque las brújulas no eran perfectas y las ratas, los piojos y el
alcohol seguían siendo los fieles compañeros de los navegantes,
los barcos ya se habían modernizado bastante. En las crónicas,
66 Juan Mori, citado por GUTIERREZ NERI, Ángel M. Capitulaciones
de Toledo de 1534-Partida de Sanlucar de Barrameda-Infructuoso intento de
atravesar el estrecho. p. 6 en: Chubut de la Nueva León. Acontecimientos
históricos protagonizados por expediciones y colonizaciones españo-
las en la Provincia del Chubut. Rawson: Comisión Pro Monumentos a
las Gestas y Primeras Colonizaciones Españolas del Chubut. S/F.
67 A modo de ilustración, sobre los efectos del alcohol en alta mar nos
podemos remitir a un escrito de Gall sobre los piratas: “Muchos capitanes
tuvieron que dejar escapar magníficas oportunidades porque sus tripulaciones
no podían mantenerse de pie. Bartholomew Roberts, el más grande entre los
sucesores de los filibusteros, encontró la muerte por ese motivo. A su barco, el
Royal Fortune, no pudo hacerlo maniobrar contra el H. M. S. Swallow por-
que sus marineros daban tumbos sobre el puente. Otro barco se hizo hundir
por lo mismo: un cálculo equivocado de su piloto lo lanzó contra un banco
de arena. Al subir la marea, cuando el barco podría haber sido salvado, la
tripulación estaba ebria. Hubo que esperar que la marea volviese a subir,
pero mientras tanto, cruzó por allí un barco español que disparó contra ellos
como ejercicio haciéndolos naufragar”. En: GALL, J. y F. El filibusteris-
mo. México: Fondo de Cultura Económica, 1978. p. 180.

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relatos y documentos oficiales de la época podemos encontrar,
entre otras menos utilizadas, cinco tipos de nave: la fragata, el
bergantín, el paquebote, la goleta, y la sumaca. Las diferencias
físicas entre estas naves eran el calado, la forma del casco, su
manga, eslora, tipo de velas, la disposición de aparejos y, en
base a estos factores, su utilización.
La fragata era un buque veloz y versátil que poseía hasta
dos cubiertas, contaba con tres palos y se solía utilizar para la
protección de buques y encabezar las expediciones marítimas.
Su capacidad de transporte era así complementada con un po-
der de fuego que variaba de acuerdo a su arquitectura, misión
y recorrido. Durante el siglo XVIII, algunas fragatas llegaron
a estar artilladas con 40 cañones, capacidad que se vio aumen-
tada con el correr del tiempo.

El bergantín era un barco fino, ágil y rápido que poseía


una gran capacidad bélica, de velas cuadradas sujetas a ver-

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gas transversales que colgaban, generalmente, de dos mástiles.
Este tipo de embarcación era empleada para el tráfico en viajes
largos o intercontinentales.
El paquebote era similar al bergantín pero con una manga
mayor, más lento y llevaba la vela mayor redonda. Se utilizaba
como buque de correos, carga y transporte de pasajeros.
La goleta, en cambio, era un buque de varios mástiles, ge-
neralmente entre dos y tres (aunque a veces solía tener algunos
más), con velas de cuchillo dispuestas de proa a popa (no mon-
tadas en vergas transversales). De menor tamaño que el ber-
gantín pero con características de navegabilidad similares en
lo que se refiere a la maniobrabilidad y rapidez. Era destinado
al transporte de objetos y como buque mercante.
La sumaca, parecida al bergantín goleta (aunque de dos
palos), se utilizaba mayormente para el cabotaje en el Río de la
Plata, siendo la nave apta para travesías interoceánicas, nave-
gación de ríos, buque mercante o de guerra.

A pesar de los adelantos técnicos de la época, los viajes con-


tinuaban siendo largos, tediosos y se estaba a merced del viento
y las tormentas. El periplo de España al Río de la Plata (gene-
ralmente se utilizaba más el puerto de Montevideo para estas
travesías) duraba aproximadamente dos meses, mientras que de
Buenos Aires a San José se demoraba unos 35 días. No se trata-
ba solamente de botar los barcos, llenarlos de provisiones y ha-
cerse a la mar. Estos vehículos necesitaban estar en condiciones
y contar con la tripulación adecuada. Dos o tres veces por año
se debía hacer el carenado, lo que significaba dejar el barco en
un dique seco y limpiarle las conchas y algas que se adherían al
casco y lo hacían más lento y pesado. Una vez removidas estas
impurezas, se untaba la madera del casco con aceite de ballena
y de lobo marino y se devolvía al agua. Dicha operación no

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siempre se podía realizar porque era mayor la población de bar-
cos que la disponibilidad de diques. Era entonces cuando la tri-
pulación debía encallar cuidadosamente el navío para limpiarlo
de un lado, esperar la marea alta y luego, limpiarlo del otro.
Una vez en condiciones, el barco debía contar con un ca-
pitán, un segundo de a bordo, contramaestre, artilleros, ci-
rujano, sacerdotes, tripulación regular, prisioneros y esclavos.
En este plantel no podía faltar la persona más importante: el
maestro del velamen o piloto, que era el responsable de co-
mandar las maniobras a la hora que el viento se prestaba, levar
las anclas, desplegar las velas en forma pautada, ordenada y
sincronizada, ya que si la maniobra se hacía inadecuadamente
el palo corría peligro de destruirse y la nave de naufragar.
El viento, amigo del navegante cuando sopla en la direc-
ción correcta y con la intensidad deseada, solía jugar malas
pasadas a los colonizadores en las costas patagónicas. Citando
el diario de Villarino, correspondiente a abril de 1781, pode-
mos advertir cómo queda imposibilitado de navegar por más
de cinco días:
Día 10
Esta mañana me hice a la vela, continuando mi navegación y
reconocimientos. A las nueve y tres cuartos varé en un desplayado
grande (...). A las doce y media pude sacar la embarcación, y
volvía a caberme a la vela; a las dos y cuarto de la tarde volví a
varar, y tan firme que no fue posible sacar el bergantín.
Día 11
Seguí siempre con la tarea de sacar el bergantín (...) el que
pude poner a flote a las tres y media de la tarde. A las cuatro di
fondo en dos brazas de agua (...)
Día 12
Ese día se mantuvo el viento de NO, pero tan fuerte que no
permitió hacer operación alguna.

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Día 13
Amaneció claro, y el viento del NO recio (...) el viento se man-
tuvo muy fuerte todo el día y así anocheció.
Día 14
Este día continuó el viento del NNO tan recio, que ni aun
pude salir de a bordo, de cuyo modo amaneció.
Día 15
Siguió el tiempo de la misma conformidad.
Día 16
Amaneció claro, y el viento al N fresquito, a cuyo tiempo em-
barqué en la chalupa víveres para ocho días, y salí con ella fon-
deando el bergantín en el expresado paraje. Seguí el arroyo del
Baradero, y habiendo llegado a su barra no tuve agua para pasar,
por lo que di fondo y allí pasé la noche”68.
Para quien leyere esta bitácora, difícilmente podrían resul-
tarle entretenidos estos párrafos. Mayor aburrimiento debe
haber pasado Villarino, que tuvo que esperar días enteros solo
para poder anclar el barco y dejarlo en un lugar seguro. Otras
veces se encontraban ante peores calamidades. Antonio de
Viedma escribió en su diario del día 13 de enero de 1780:
...a las cinco entró una turbonada de viento, agua truenos y re-
lámpagos; cargamos las mayores, y tomando un rizo a las gavias
seguimos en vuelta del O para franquearnos el puerto69.

68 VILLARINO, Basilio. Diario de Navegación. P. 128-129. En: DE


VIEDMA, Antonio, VILLARINO, Basilio. Diarios de navegación.
Expediciones por las costas y ríos patagónicos (1780-1783). Buenos
Aires: Continente, 2006 (el texto original se encuentra en el Museo Naval
de Madrid).
69 VIEDMA, Antonio Diario de Navegación. p. 47. En: DE VIEDMA,
Antonio, VILLARINO, Basilio. Diarios de navegación. Expediciones
por las costas y ríos patagónicos (1780-1783). Buenos Aires: Continen-
te, 2006.

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Las tripulaciones que se encontraban destinadas a las co-
lonias patagónicas sufrieron diversas desventuras, pérdidas y
naufragios pero más allá de estos problemas, y aunque con
retrasos de hasta seis meses, no interrumpían el flujo de mer-
cancías y reaprovisionamiento entre aquellas y Buenos Aires.
Cada colonia tenía una nave asignada que debía ir y venir cada
seis meses. Cuando se atracaba en los puertos patagónicos, las
conductas de a bordo muchas veces se reproducían en tierra,
brindando la oportunidad de algo de diversión y hacer algu-
nos negocios, como en el caso de Floridablanca, que distante a
varios kilómetros de la costa, hacía del puerto el reino mismo
de los marineros: un lugar en tierra en el cual debían pasar
muchos días pero sin renunciar a sus prácticas habituales. Fue
así como floreció un incipiente pero intenso contrabando en
torno a los destinos patagónicos. El alcohol, algunos alimentos
y materiales eran traficados, escondidos y vendidos ilegalmen-
te por estas tripulaciones, configurando en el puerto un lugar
con reglas propias y bien diferentes a lo que esperaban las au-
toridades españolas70.

70 La investigadora que ha trabajado en profundidad estas temáticas es la


arqueóloga Silvana Buscaglia, quien ha realizado importantes aportes en
una entrevista concedida en el mes de febrero de 2010.

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La vida en tierra

El otro lugar que fue escenario de estos emprendimientos


era la tierra firme. Si bien cada colonia tenía sus propias ca-
racterísticas particulares en los aspectos físico y social, todas
parecían tener algo en común en lo que se refiere a los modos
de vida. Debe recordarse que el desarrollo de los estableci-
mientos patagónicos floreció bajo condiciones que dependían,
de factores ajenos a la geografía local, como por ejemplo las
sublevaciones, crisis y guerras que enfrentaban las autoridades
españolas en los virreinatos. Estas vicisitudes afectaban direc-
tamente el cotidiano de las colonias, ya que Buenos Aires tenía
otras prioridades. No hay que olvidar que desde la fundación
de San José hasta su destrucción se dio una serie de hechos
que, tarde o temprano, repercutiera en la vida cotidiana: las
invasiones inglesas, el malón de Luján, el levantamiento en el
Alto Perú, la Revolución Francesa, la invasión de Napoleón
a España, la Revolución de Mayo y otros pequeños –pero no
menos importantes– eventos y pujas políticas que terminaron
definiendo los destinos que se habían trazado a fines de 1770.
Hubo muchas variables que hicieron extremadamente dura la
vida en la región. Éstas afectaron la vida de los hombres y
mujeres que habitaron estos espacios, intentando reconstruir
sus vidas o, simplemente, huyendo lo más rápido posible de
ellos mismos.

Los fuertes

Hablar de un fuerte en aquella época y en aquellas latitudes


significaba referirse a débiles empalizadas mal asentadas y ro-
deadas de fosos y construcciones precarias. El Virrey Vértiz se

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refería a los fuertes de la pampa como pequeños corrales rodea-
dos por estacas torcidas entre las cuales podía pasar tranquila-
mente una persona y, algunas veces, un jinete con su caballo.
Los fuertes de la Patagonia estuvieron un poco mejor equipa-
dos que sus homólogos pampeanos, aunque la vida cotidiana
no difería mucho en dichos lugares.
Generalmente había una capilla en el medio, rodeada por
una plaza con barracas para los comandantes, tropa, sacer-
dotes, maestranza, presidiarios, esclavos y, dependiendo del
emplazamiento, pobladores. Asimismo, había almacenes, de-
pósitos y edificios específicos en los cuales se desarrollaban las
tareas cotidianas.
En el caso del fuerte San José, los estudios arqueológicos
dictaminarán su emplazamiento exacto y estructuración de
sus dependencias, pero hasta que eso suceda, nos tendremos
que conformar con saber que poseía una capilla, un almacén
de víveres y repuestos, un conjunto de cuarteles y otro de cuar-
tos. En el exterior dos hospitales, dos cocinas y una almacén de
pólvora. La descripción de Libanus Jones da cuenta del estado
del mismo en 1823, unos trece años después de su destruc-
ción: ...dejaron en San José como 500 ó 600 cabezas de ganado
y un cuartel o rancho grande sobre una eminencia que se niveló
al efecto, perfilándole los ángulos para darle mayor seguridad.
Abajo y muy cerca de la playa, levantaron una capilla de adobe
o ladrillo crudo a la que techaron con paja totora, lo mismo que
el cuartel. Muy inmediata a la playa había una pieza grande de
adobe, techada con tejas. Por el horno espacioso que se notaba en
este edificio debió ser la panadería71.

71 LIBANUS JONES, Henry. Noticias Históricas sobre el río Chubut o


Chulilao. En: DUMRAUF, Clemente I. Un precursor de la coloniza-
ción del Chubut. Chubut: Documentos para su Historia. Viedma: Fun-
dación Ameghino, 2000, p. 72-73.

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El Fuerte del Carmen fue construido bajo la supervisión
de Francisco de Viedma a orillas del río Negro. Su solidez
parecía estar fuera de duda, debido al cuidado que se puso
en la empresa y a la calidad de los materiales. El día que
estuvo terminado, el mismo Viedma escribió a Vértiz que
duraría seis años pero luego de una crecida del río, apenas
duró seis días. Luego de la inundación hubo de recomenzar
la construcción en otro lugar pero esta vez con ayuda de los
aborígenes del cacique Chanel, quienes a cambio de cuentas
de vidrio, pan y yerba acarrearon la madera en sus caballos.
A partir de esa crecida quedaron configurados los asenta-
mientos que serían luego Carmen y Mercedes de Patagones,
aunque un tiempo después Mercedes vio su nombre cam-
biado por el de Biedma, en honor a su creador (aunque con
“B” larga).
El propósito de los fuertes era que defendieran las entradas
de los ríos y/o las costas del mar pero prácticamente no cum-
plieron su cometido. En el fuerte San José se montaron los
cañones en las alturas y apenas había defensas en las mismas
instalaciones. Emplazado al pie de dos cerros estaba reparado
de los vientos pero tenía una pésima ubicación: ni siquiera hu-
biera resistido un débil ataque por un aún más débil invasor.
En cuanto a Floridablanca, el fuerte casi cumplía las veces
de centro del poblado. Estaba realmente bien pertrechado y
construido con cuidado, pero distante a varios kilómetros de
la costa, sirviendo solamente para defenderse de los aborígenes
de tierra adentro. Paradójicamente, fue el asentamiento que
mejor relación tuvo con los nativos durante su corta existencia
y gracias al intercambio con los mismos, la población pudo
salir adelante y superar el escorbuto.

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La vida militar

Muchos historiadores se refieren a la magnanimidad de


ciertos comandantes, la heroicidad de algunos soldados y la
abnegación de los capellanes. Tratar los temas de esta manera
tiene un sentido de rescate histórico pero sirve de poco para
formarse una idea cabal acerca de la dinámica de la vida coti-
diana en aquella época. En primer lugar, es necesario desha-
cer la imagen heroica del soldado, que siempre aparece pul-
cro, uniformado y listo para vender cara su vida y defender
el honor de su patria o su regimiento. Nada más lejos de esa
visión... Es posible que el único lugar en el cual los soldados
estuvieran más o menos uniformados haya sido el fuerte San
José en sus primeros momentos, o el destacamento de Florida-
blanca, por la simple y sencilla razón de que la corta existencia
de este último tuvo relevos de tropa y los uniformes pueden
haber sobrevivido más o menos enteros el par de años que les
tocaba estar en aquellas latitudes.
El uniforme, normalmente, brillaba por su ausencia. Los
soldados andaban desaliñados y muchas veces, ni siquiera los
oficiales –si es que lo poseían- lo vestían en la vida cotidiana.
A esto hay que agregar la dificultad de que, teniendo el dinero
en mano, con frecuencia no había dónde comprarlo.
Otras opciones eran robarlo o comprárselo a otro soldado o
a un desertor; alternativas que, por estar documentadas, sabe-
mos que existieron. El problema era que muchas veces se daba
con el ladrón y en esos casos la pena no era leve. Tal es el caso
de Joaquín Pérez y José da Silva, soldados del regimiento de
Saboya, que en 1777 y 1778, respectivamente, fueron conde-
nados por robar ropa en un valor de 8 ½ reales. La condena
consistió en ocho años de prisión que fueron cumplidos, en
parte, en el asentamiento de San Julián.

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Naturalmente, había ciertos privilegios en toda esta cues-
tión de las condenas, dependiendo casi siempre del status so-
cial del reo. A Don Juan Quiroga (se trataba de “don” a los in-
dividuos considerados importantes) lo condenaron a la mitad
de la pena, cuatro años, aunque su caso era peor: ...desertor del
Regimiento de Infantería de Buenos Aires. Es tramposo incorregi-
ble y ha llegado a tanto desorden que vendió su vestido72.
La vestimenta consistía en alguna camisa, pantalones o
bombacha, un pañuelo en la cabeza, un gorro (si es que lo
había) y algún tipo de calzado improvisado, ya que eran pocos
los que poseían botas. Una forma sencilla de hacerse de calza-
do era confeccionar una bota de potro: se cuereaba cuidadosa-
mente el cuarto trasero del animal, se metía el pie adentro y se
ataba con tientos, quedando expuestos los dedos.
A veces, hasta los oficiales andaban descalzos. El relato de
una expedición contra los tehuelches en 1770 nos informa que
se habían cazado varios pumas: Todo el campo que este día se
caminó abunda mucho de leones, de cuyas carnes se proveyó la
gente para comer, y de las pieles se calzaron muchos, haciéndose
botas por estar descalzos, y entre ellos el capitán Juan Antonio
Hernández, quien habiendo muerto uno se hizo unas botas (...)73.

72 Archivo General de la Nación, IX 16-3-7. Relación de los presidiarios


que en virtud de disposición del Excmo. Sr. Virrey de estas provincias pasan
de esta Plaza a la Bahía de San Julián en el paquebot San Sebastián del cargo
del piloto de la Real Armada Don Bernardo Tafor. Joaquín del Pino, Mon-
tevideo 28-VII-1781. Citado por SENATORE, (2007, p. 151).
73 HERNÁNDEZ, Juan Antonio. Diario que el Capitán Don Juan An-
tonio Hernández ha hecho de la expedición contra los indios tehuelches en el
Gobierno del Señor Don Juan José de Vértiz, Gobernador General de estas
Provincias del Río de la Plata, en 1º de octubre de 1770. En: DE ANGELIS,
Pedro (Compilador). Viajes por las costas de la Patagonia y los campos
de Buenos Aires. Informes, diarios y cartas de viajeros (S. XVIII).
Buenos Aires: Continente, 2007. p. 85.

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Recorrer los campos aledaños o ir de campaña por tierra
era una tarea poco grata. Los caminos generalmente no exis-
tían, aunque muchas veces se contaba con la comodidad de
aprovechar alguna rastrillada transitada por los aborígenes. Se
marchaba a caballo y a pie, contando siempre con la ayuda de
baqueanos nativos, llegando a alcanzar hasta 50 kilómetros
diarios cuando todo salía bien.
En otras ocasiones se tardaba más de un día para cruzar
un arroyo, ya que la corriente obligaba a hacer balsas o suce-
dían accidentes que retrasaban la marcha. El cruce se hacía a
caballo cargado o haciendo como los nativos: empaquetando
todo en pelotas de cuero que solían flotar y de las cuales po-
dían agarrarse quienes estaban a pie. Estas pelotas no siempre
daban resultado: ...se dispusieron de algunos cueros pelotas para
pasar los cañoncitos, pertrechos y demás equipajes, habiendo acae-
cido el haberse ido a fondo en medio de dicho río una pelota con
siete armas y ropa de la gente de la compañía del Salto, la que
no se pudo sacar por ser ya de noche y estar la gente rendida de
nadar, y se dejó para el día venidero..., así al día siguiente, De
mañana se hizo buscar la pelota y se consiguió el hallarla y sacar
todo lo que en ella había, a excepción de dos pistolas que no se
pudieron hallar 74.
A la hora del rancho se podían pasar aprietos a pesar de ha-
ber comida, ya que había orden expresa de no hacer fuego para
no advertir a los enemigos de turno. Cuando esto sucedía y se
tenía la suerte de haber cazado animales suficientes, los solda-
dos cocinaban la carne y la guardaban como fiambre. Cuando
la comida se acababa la tropa comenzaba a mirar sus caballos
con una mezcla de hambre y tristeza, pues deberían sacrificar-
los para comer, perdiendo así un fiel amigo y condenándose a
seguir a pie hasta encontrar otro, comprárselo a algún abori-
74 HERNANDEZ, Idem, p. 80.

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gen aliado o capturar alguno de los enemigos. Muchas veces
el agua no era suficiente para personas y bestias y había que
dirigirse a arroyos y lagunas que retrasaban la caminata pre-
vista y obligaban a hacer jagüeles a fuerza de sable y cuchillo
(no siempre con éxito). Las tiendas de campaña brillaban por
su ausencia. Tanto oficiales como soldados debían dormir a la
intemperie, expuestos al viento y al frío, cubiertos con algún
poncho y utilizando como colchón y almohada el recado del
caballo. Un espectáculo digno de ver debe haber sido el aspec-
to de los caballos: ...el caballo de cada milico era un cambalache
ambulante... en la montura la cama y un lienzo de carpa, a los
tientos estacas, mazos (...) meneadores, ollas, jarros, la ración de
carne para el día... al asador en la argolla del bozal, la pava y a
media espalda la carabina y el fusil75.
Excepto cuando se paraba a lavar la ropa a un arroyo, el
uniforme permanecía de un mes a dos en el cuerpo del sol-
dado, generando dicha condición dos resultados concretos:
encontrarse andrajoso y sentir la fetidez de la campaña a va-
rios metros de distancia. Nada que envidiarle a los marineros.
La magra paga tardaba meses en llegar y cuando lo hacía, el
soldado se había endeudado tanto con el pulpero o con sus
compañeros de juego que generalmente apenas sobraba para
hacerse del alcohol suficiente para una breve borrachera76. A
esto hay que agregarle la soledad, los arrebatos del clima, la
falta de comunicación con los otros puestos, el miedo a las
enfermedades, la lucha contra los insectos, la búsqueda per-
75 Comandante PRADO. La guerra al malón. Buenos Aires: Eudeba,
1968. p. 113. Si bien esta descripción pertenece a mediados del siglo XIX,
es altamente ejemplificadora del tipo de elementos que el soldado debía
transportar, inclusive en la época de la colonia.
76 Resulta interesante saber que los estudios arqueológicos dirigidos por
Ximena Senatore, realizados en Floridablanca, arrojaron por resultado
que la única construcción de piedra en el sitio era, justamente, la pulpería.

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manente de comida o la espera interminable por la llegada
del próximo barco. Tal fue la suerte de Pedro García y de los
nueve hombres que se quedaron en el Fuerte San José a causa
de las vidas que había cobrado el escorbuto en 1779.
Además de sobrevivir había que vigilar la costa en los ca-
lurosos y fríos días de la Península de Valdés. Buscar el agua
a más de veinte kilómetros del lugar, juntar leña, cuidar el
ganado y la caballada, cultivar alguna pequeña huerta, tratar
con los aborígenes y esperar que vuelva el barco que salió el 1
de agosto de 1779... un mes, dos, tres, cinco, ocho, diez, cator-
ce meses... El 3 de octubre de 1780 llegó el navío. El teniente
Manuel Soler, a bordo de la nave, encontró a García y varios
soldados en la playa siendo recibido ...con el maior gozo e inex-
plicable alegría...; no era para menos.

Prisioneros y esclavos

Haber sido condenado por algún crimen u ofensa contra la


sociedad era el camino a la cárcel... o a las colonias. La utiliza-
ción de prisioneros en las expediciones españolas data de antes
de la época de Colón, quien, como es sabido, reclutó parte de
su tripulación de las cárceles españolas. Si alguien debía cum-
plir una condena, podía hacerlo por voluntad y elección como
hombre cuasi libre en el ámbito de las colonias. El castigo con-
sistía en trabajar al servicio de la Corona en los asentamientos
coloniales y ganar la libertad al haber cumplido el período
correspondiente.
El mismo Juan de la Piedra trajo consigo varios prisioneros
que, una vez instalados en el fuerte San José tuvieron una muy
buena conducta. De hecho, cuatro de ellos eligieron quedarse
con Pedro García a cuidar el lugar mientras las autoridades y

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los enfermos partieron hacia el Virreinato. En Floridablanca, y
una vez cumplida su condena, algunos decidieron quedarse y
construyeron sus propias viviendas. Éstos debían purgar con-
denas de entre cuatro y diez años, mientras que los de Carmen
de Patagones, menos de dos.
Revisar los delitos cometidos por estos personajes permi-
te ver el abanico de condenados que participaron en la co-
lonización del suelo patagónico. Agustín Grandarín y Juan
Rentarías comenzaron a purgar una condena de diez años el
25 de marzo de 1779 por haber robado y asesinado a Francis-
co Chamorro, mientras que el soldado Sebastián Herrera fue
puesto tras las rejas por haber robado el almacén de Santa Te-
resa mientras estaba de guardia, luego de haber escalado el pa-
redón e introducirse en el lugar. No había matado a nadie pero
igual le dieron diez años. Cayetano Cano y Luis Pla fueron
condenados a cuatro años de prisión por ser cada uno (textual)
un “borracho sin enmienda”. En el caso de Vicente Cocho,
soldado del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, figura
como “borracho arriesgado” y lo encerraron por ocho años.
Evidentemente había dos tipos de borracho: el “sin enmienda”
y el “arriesgado”; de este último no se sabe bien los riesgos que
corría pero evidentemente, y a juzgar por la condena, era el
doble de delincuente que el “sin enmienda”.
Había ocasiones en que los prisioneros tenían un trato pre-
ferencial, como es el caso de Don Ramón Suncho, desterrado,
pero hijo de un capitán, por lo que se ordenó que no se lo em-
plearía en las carretillas, sino en otro destino más decente 77. El
mismo Francisco de Viedma ayudó a varios convictos: como el
5 de mayo de 1781 había nacido el infante don Carlos Domin-
go Eusebio de Borbón, el comandante de Carmen de Patago-
nes recibió el permiso para indultar a los reos que considerase
77 SENATORE, 2007, p. 151.

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de su agrado, así que indultó a José Mariano González y a
otros cinco condenados78.

En el caso de los esclavos, de la expedición de Juan de la


Piedra desembarcaron 16 en San José, etiquetados como “es-
clavos negros del Rey”. Sobre ellos poco se sabe, ya que a veces
son nombrados como esclavos, otras como sirvientes y como
negros.
Antes de continuar, es importante detenerse un poco en el
tema de la esclavitud en el contexto del Virreinato y la socie-
dad colonial en Buenos Aires, ya que, a diferencia de Brasil,
el Caribe o el sur de Estados Unidos, que eran sociedades
esclavistas en las cuales el esclavo cumplía un papel funda-
mental en el sistema productivo y cuyo trabajo generaba mu-
cho dinero a los propietarios, tener esclavos en el Río de la
Plata no era tal vez nada económico ni tan lucrativo. Mien-
tras que en las sociedades mencionadas el retorno económico
permitía que en una sola zafra de caña o cosecha de tabaco
o algodón se recuperara el precio invertido en estos hombres
y mujeres, la actividad productiva del esclavo porteño no era
tal, ya que, generalmente, formaba parte de la servidumbre
y su valor se recuperaba luego de más de diez años de tra-
bajo. Estas condiciones hacían que, dentro de todo, fueran
bien tratados (al menos en comparación con Brasil o Estados
Unidos), formando parte de la familia y acompañándola en
lo cotidiano.
Si bien las menciones a los esclavos en libros e investigacio-
nes son pobres, aparecen cada tanto en los documentos. Los
frailes Gerónimo Escárigas y Pedro de Santiago certificaron
varias muertes: ...el día 24 de julio murió Juan Carmunda, ne-
78 El infante era uno de los 14 hijos de Carlos IV, cuya esposa, María
Luisa, había quedado embarazada 24 veces.

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gro esclavo de Su Magestad, a quien se hizo funeral, y para que
conste, firmamos...79. Lo mismo había sucedido con tres escla-
vos más: Domingo Ánima, Antonio Congo y Francisco Mina,
todos muertos en el mes de agosto de 1779.
Debemos recordar que si los españoles poseían esclavos, los
aborígenes también hacían gala de esta práctica, aunque los es-
clavos de los nativos no necesariamente eran negros: los había
de otras tribus, blancos, mujeres y niños. Entonces, por tratar-
se de una práctica social compartida entre ambas culturas, más
de una vez los españoles compraban esclavos a los aborígenes,
pero no para liberarlos sino para utilizarlos en su propio prove-
cho. Inclusive llegaron a sacar ventaja de la captura de sus ene-
migos para esclavizarlos y así poder utilizarlos como moneda
de cambio. El mismo Francisco de Viedma le había comprado
al cacique Chanel un aborigen esclavo para utilizarlo como
baqueano. Probablemente haya pensado que el esclavo sería
más feliz en manos de españoles pero su error se hizo evidente
cuando a las dos semanas el baqueano juntó cuatro caballos,
algunas chucherías y desapareció en el desierto, cansado de
pertenecer a otros. Pero no todos los esclavos eran infieles a
su amo. El santiagueño Gregorio Morales llegó como esclavo
de un aborigen en octubre de 1779 a Carmen de Patagones.
Su dueño y otros compañeros se habían emborrachado en un
festejo y –no se sabe por qué– quisieron entrar por la fuerza en
la panadería de un tal Vicente. Como los sacaron a palazos, el
fiel Gregorio fue a defender a su amo y se arrojó sobre Vicen-
te, quién lo recibió de un pistoletazo que lo mató en el acto.
Viedma le confesó al ministro Gálvez que mandó enterrar el
cuerpo ...para ocultarlo de los indios que nada supieron de lo
privados que estaban..., diciéndoles que probablemente ...había
79 Archivo General de la Nación, IX-16-5-1. Citado por ENTRAIGAS,
1986. p. 89.

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caído, borracho al río (...), agregando que si no lo han creído lo
han sabido disimular con la mayor sagacidad80.

La costumbre de hacer y utilizar esclavos se vio atenuada por


la Asamblea del año 1813, en la cual se decretaba la libertad de
vientres, lo que significaba que los hijos de los esclavos no here-
darían esa condición de sus padres. Lo cierto es que durante va-
rias décadas las prácticas esclavistas se dieron tanto en aborígenes
como en el seno de la sociedad criolla y si bien había una Ley al
respecto, en la frontera parecía no regir. Para el caso, tenían esca-
sa importancia los designios de Buenos Aires, que parecía quedar
aún más lejos cuando se trataba de este tipo de asuntos.
Alcide d’Orbigny relataba no sin asombro una transacción
de la que fue testigo en una residencia en Patagones, hacia
1829, resaltando que ...los habitantes de Carmen tienen por cos-
tumbre de comprar cautivos a las naciones salvajes que viven en
los alrededores, a fin de tener criados, a los que tratan como ne-
gros y emplean sea en el interior de sus casas, sea en sus estancias81.
La transacción se trataba de la compra del hijo de una abo-
rigen puelche llamada Junijuni, estando presentes, como tes-
tigos, sus familiares. Pedía en pago ...para ella y los suyos, todo
el aguardiente que pudieran beber tres días y tres noches seguidos
82
. Así se llegó a un acuerdo. Los aborígenes bebieron por tres
días y tres noches sin probar bocado y el dueño del muchacho,
el señor Bibois, se quedó con un niño de diez años, ahora de su
propiedad.83

80 Archivo de Indias, Legajo 326. Despachos de F. de Viedma al ministro


Gálvez. ENTRAIGAS, 1986, p. 92.
81 d’Orbigny, p. 333.
82 Idem.
83 Cuando cumplió 13 años, el muchacho escapó hacia las tolderías, con-
virtiéndose en un importante cacique conocido como Casimiro Biguá

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Aunque estas prácticas se daban con frecuencia, también
existían personajes con intenciones más nobles que compra-
ban esclavos para liberarlos o criarlos como hijos. La investi-
gadora María Teresa Luiz rescató un documento de 1804 que,
por ilustrar fielmente la operación será transcripto en su totali-
dad: En el Fuerte del Carmen Río Negro Costa Patagónica, a los
ocho días del mes de mayo de mil ochocientos cuatro, ante el Sr.
Dn. Melchor de Reyna, Ayudante Mayor del Regimiento de In-
fantería de Buenos Aires, Comandante de estos establecimientos,
y testigos que subscriben, pareció Blas Ureña, y dijo: Que en el
mismo día había rescatado o comprado un Indiecito de un año de
edad, de Nación Auca, cautivado en guerra, por lo que se ignora
sus padres; fue vendido por un Indio Tegulchu, ladino llamado
Antonio, en cantidad de catorce fuertes; ha sido bautizado por el
P. Miguel González, poniéndole por nombre Manuel, siendo sus
padrinos Blas Ureña y María Roman su mujer, y por cuanto no
le ha movido otro fin que el sacarlo de la infidelidad, y que siga
Ntra. Santa Fe Católica, sin creerse tener dominio alguno en la
condición del referido por ningún título, declarando estar en este
concepto, y para que así conste otorgó y conoce por la presente que
dicho Indiecito es libre por naturaleza, y dicho Sr. Comandante
dijo que había y hubo por libre al referido, y por insinuada la
voluntad de dicho Blas Ureña, con la solemnidad debida, y a
todo ello interponía e interpuso su autoridad y decreto judicial,
cuanto puede y de derecho debe para que valga y haga fe en juicio
y fuera de él y lo firmó. Firman: Melchor de Reynal, Blas Ureña
y testigos84.

84 LUIZ, María Teresa. Re-pensando el orden colonial: los intercambios


hispano-indígenas en el fuerte del río Negro. Mundo agr.v.5n.10La Pla-
ta,2005.

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Los desertores

En el caso de las deserciones, debe destacarse que apenas se


dieron en la colonia de Floridablanca (tal vez por causa de las
distancias, de la administración, las expectativas de sus pobla-
dores o la corta vida del asentamiento). En San José y Carmen
de Patagones eran mucho más frecuentes, aunque no se podría
establecer una lógica unívoca para analizar dichos episodios,
ya que diferentes circunstancias y relaciones humanas se da-
ban de maneras diferentes.

Si bien muchos de los colonos y soldados que vinieron y se


quedaron lo hicieron por voluntad propia, al igual que varias
familias, una de las posibilidades que la región permitía y faci-
litaba, era la de desertar.
Escaparse de las responsabilidades, las condenas o el servicio
de la milicia era, en principio, muy sencillo. Normalmente el
desertor aprovechaba la inmensidad geográfica y, en un descui-
do, tomaba algunos caballos, pertrechos y víveres y partía bus-
cando un horizonte que le pareciese más promisorio. Pero era
allí donde solían aparecer los problemas... ¿Hacia dónde ir? Si
se tiene en cuenta las extensas distancias y las posibilidades de
ir hacia algún centro poblado, nos encontramos con que cual-
quiera de esos centros (San José, Floridablanca o Carmen de
Patagones) dependían de casi las mismas autoridades y, conse-
cuentemente, iban a ser atrapados. Un viaje por tierra a Buenos
Aires duraría semanas y quien lo hiciera se expondría a muchos
peligros: hambre, sed, clima, aborígenes, autoridades, etc.
Otras veces ocurría que los desertores eran atrapados por
los mismos aborígenes quienes, tentados por las ofertas de
los españoles, intercambiaban al cautivo por dinero y otros
materiales. Antonio de Viedma cuenta en su diario que el 4

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de noviembre de 1781 ...desertaron, llevándose cinco mulas y
once caballos, los dos presidiarios José Ignacio Arroyo y José León
Godoy85. Los mismos fueron perseguidos por los españoles y
la gente del cacique Julián Gordo, quienes recuperaron cinco
mulas y dos caballos sin haber podido darle caza a los fuga-
dos86.
Ir hacia las tolderías era una solución posible, incluso esca-
parse con algún tehuelche podría traer sus beneficios pero a la
vez era peligroso, ya que fácilmente se podía pasar de amigo a
esclavo en aquellas latitudes, tal como fue el caso de Antonio
Izarrualde, prisionero que había desertado del Carmen de Pa-
tagones el 19 de mayo de 1780 y se entregó hacia fines de julio,
vencido por las circunstancias. Había llegado a unas tolderías
tehuelches y, junto con otros dos desertores, fue hecho esclavo
por los indígenas. Se escapó de sus captores con el pretexto de
bolear unos avestruces y aprovechó el caballo que montaba
para tomar distancia, aunque con mala suerte, pues su monta
rodó por el suelo y no lo pudo alcanzar más. Antes de llegar
a Patagones caminó durante cinco días seguidos comiendo
quirquinchos. Sus colegas desertores pasaron por peor suerte:
fueron vendidos en el río Colorado por la módica suma de dos
espuelas...

Los castigos por las deserciones fueron de lo más variado y


de acuerdo a las circunstancias. En el caso de Izarrualde, fue
razonablemente perdonado y recibido por Viedma, que luego
negoció la quita de la pena a cambio de que el desertor, quien

85 Diario de Navegación de Antonio de Viedma, p. 88. En: De Viedma,


Antonio, Villarino, Basilio. Diarios de Navegación. Expediciones por
las costas y ríos patagónicos (1780-1783). Buenos Aires: Ediciones
Continente, 2006.
86 De VIEDMA, Idem.

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se había ofrecido voluntariamente, partiera en una situación
apremiante hacia el Fuerte San José a buscar el bergantín
“Nuestra Señora del Carmen”. El mismo había sido despa-
chado hacia ese destacamento, tardaba mucho en regresar (se
había perdido por causa de un temporal). Como Izarrualde
y quien lo acompañaba, otro prisionero llamado José Palo-
ma, fueron asaltados por una partida de tehuelches, quienes
les robaron los caballos, no pudieron concluir su misión y no
se ha podido comprobar aún si fueron realmente librados por
Francisco de Viedma.
Lo que sí consta en los registros es el caso de algunas penas
más duras, como la impuesta a dos desertores que se hallaban
en las tolderías del cacique Negro (Chanel), un tal López y
Mariano González, encontrados el 20 de mayo de 1781. Se
habían alzado con una veintena de caballos cada uno, siendo
más complicado el caso del primero, quien había desertado
por segunda vez. A López se le dobló la pena, de cuatro años
de presidiario pasó a ocho y recibió 400 azotes en dos tan-
das: 200 en la primera y 200 durante los nueve días sucesivos.
González la llevó un poco mejor: 200 azotes y cuatro años de
condena a servicios.
El secretario del Virrey Vértiz, el Marqués de Sobremonte,
refiriéndose a las penas, le solicita a Francisco de Viedma que
Si confesare, pase a imponerle las penas que arbitrare, con tal que
no sea la muerte o mutilación de algún miembro87.

87 Citado por ENTRAIGAS, 1986. p. 142. Archivo General de la Na-


ción, IX-16-5-1.

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Las mujeres de la época

Un tópico interesante de estas historias de colonizado-


res, guerreros y aventureros tiene que ver con el papel de
la mujer, siempre presente en el escenario patagónico desde
diferentes momentos y perspectivas. Basándose en los relatos
de los colonizadores es posible hacerse una idea de cómo las
veían, sean éstas tehuelches o pampas, ya que en ambos ca-
sos participaron de la cotidianeidad patagónica en el siglo
XVII. Las españolas, por su lado, abnegadas colonizadoras
de estos confines, vinieron con sus esposos a trabajar la tierra
y formaron parte fundamental de estas historias. A unas y
otras hay que agregar muchas anónimas, cautivas y mestizas,
que no siempre figuraron en las páginas mayores de la histo-
ria pero cuya presencia fue fundamental para que su cultura
prosperara.

Mujeres aborígenes

Las mujeres aborígenes fueron descriptas en muchas oca-


siones por los viajeros y aventureros de los parajes patagónicos.
Basados en estos relatos y en las investigaciones realizadas al
respecto, cabe señalar que la figura de la mujer era una de las
bases más importantes de la economía de los pueblos nómades
de la Patagonia: ellas hacían casi todo el trabajo doméstico,
de mudanza, del preparado de comida, materiales, utensilios
y crianza de los niños; todo esto mientras los hombres caza-
ban, guerreaban o descansaban. Cabe aclarar que los hombres
pocas veces recogían y trasladaban su cacería, tarea también
reservada a las mujeres, así como el acarreo de la leña y el cui-
dado de los animales en las batallas.

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Se trataba de sociedades en las cuales los hombres tenían
permitido tener varias mujeres, en la medida en que pudieran
comprarlas y mantenerlas. De esta manera, los caciques, que
tenían más poder adquisitivo, llegaban a tener ...tres mujeres y
todo marido tiene la facultad de vender las suyas a otros, cuya se-
gunda venta hace poco apreciable a la mujer, y se da por lo mismo
en muy poco precio, comprándolas solamente los pobres que se sur-
ten de este modo, porque carecen de medios con que adquirirlas
de primera mano88. Más allá de estas circunstancias, las muje-
res de las tolderías cuidaban su virginidad con la esperanza de
casarse o ser compradas en un período razonable; pero cuando
esta espera demostraba ser en vano, solían entregarse, siendo
solteras, al hombre que escogían y, una vez que lo hacían, no
tenían problema de sostener relaciones sexuales con quien se
les antojase, inclusive con los españoles.
De hecho, esta permisividad tampoco afectaba al matri-
monio una vez casadas, ya que el adulterio solo era castigado
cuando se entregaban a vistas de su esposo y no a sus espaldas.
Lo interesante era que el culpable del delito resultaba ser siem-
pre el hombre y no la mujer, aunque la pena generalmente era
perdonada en poco tiempo por el marido agraviado. Mientras
las esclavas y cautivas eran moneda de cambio a nivel econó-
mico, las hijas o hermanas de los caciques, solían serlo a nivel
político, generando una importante diferenciación social que
las colocaba por encima de las demás: El cacique siempre tiene
por mujer una hija o hermana de otro cacique, la cual es la prin-
cipal entre las mujeres suyas, y éstas le sirven en todo. Aunque se

88 DE VIEDMA, Antonio. Descripción de la Costa Meridional del Sur


llamada vulgarmente Patagónica. Buenos Aires, 1783. En: DE VIEDMA,
Antonio, VILLARINO, Basilio. Diarios de navegación. Expediciones
por las costas y ríos patagónicos (1780-1783). Buenos Aires: Continen-
te, 2006, p. 108.

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halle cansado de ella no la puede vender, porque sería agravio y
motivo de romper una guerra con sus parientes. Todas estas caci-
cas, manifiestan gravedad, hablan poco (...) y no intervienen en
las vulgares conversaciones de las demás indias. Los hombres por
ningún motivo castigan la obra de estas mujeres, excepto cuando
están borrachos; y aun entonces el cacique a la cacica preferente-
mente jamás le pega, aunque las otras lleven todos los golpes89.
Como se ve, salvo las parientas de los caciques, las mujeres
no eran muy valorizadas y respetadas en las tolderías: no po-
dían intervenir en las conversaciones de los hombres a menos
que ellos se lo permitieran u ordenaran y debían someterse,
inclusive, a los castigos físicos que sus hombres les propinaban.
Hernández se sorprende que los hombres no ayuden a las mu-
jeres a la hora de hacer esfuerzos pesados: ...siendo ellas las que
todo lo trabajan, pues les dan de comer, cargan las cargas, mudan
los toldos y los arman; y aunque los indios, quienes están echados
de barriga, no se mueven a ayudarlas en nada; antes sí, si es poco
sufrido, se levanta, y con las bolas que nunca las dejan de la cin-
tura, le dan de bolazos, y a esto no llora ni se queja la india90.

El mundo femenino de la toldería tenía reglas diferentes


al de los hombres, inclusive en la manera de pelearse. En vez
de abofetearse como ellos, comenzaban a insultarse, paradas

89 DE VIEDMA, Antonio. Idem, p. 108.


90 HERNÁNDEZ, Juan Antonio. Diario que el Capitán Don Juan An-
tonio Hernández ha hecho de la expedición contra los indios tehuelches en el
Gobierno del Señor Don Juan José de Vértiz, Gobernador General de estas
Provincias del Río de la Plata, en 1º de octubre de 1770. En: DE ANGE-
LIS, Pedro (Compilador). Viajes por las costas de la Patagonia y los
campos de Buenos Aires. Informes, diarios y cartas de viajeros (S.
XVIII). Buenos Aires: Continente, 2007, p. 85. Cabe aclarar que Vértiz
era Gobernador, ya que aún no había sido fundado el Virreinato del Río
de la Plata.

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una frente a la otra, a la mirada de los demás que no podían
intervenir a menos que no se respetasen las reglas del combate
cuando se pasaba de los insultos: se deshacían el pelo con mo-
vimientos violentos y comenzaban a arremeter furiosas contra
su rival, sacudiéndola y tratando de revolcarla ...se levantan y se
arremeten furiosas, dándose buenos tirones de él, en que se quitan
una a otra cuanto pueden sacar, enredado en las uñas (...) hasta
que ellas mismas se apartan en estando cansadas, y se quedan
tan amigas de resueltas de esto como si nunca hubiesen reñido,
permaneciendo todo el día con el pelo suelto91.
Tal parece que nadie las separaba y, como resultado del en-
cuentro, cansadas y sin sus broncas, terminaban amigas. Pero
las crónicas de la época nos cuentan que algunas no presenta-
ban combate franco en dichas situaciones. Refería Francisco
de Viedma que ...una china le arrancó la nariz de un mordisco
a otra y se la comió (...) eso yo no lo vide, pero sí a la china que le
faltaba la punta de la nariz y se le descubría el hueso 92.
Una situación que llama la atención es el registro acerca de
la existencia de caciques mujeres. Cuando el capitán Juan An-
tonio Hernández realizó una expedición contra los aborígenes
del sur, en 1770, dio cuenta de la existencia de una cacica alia-
da que había sido cautiva de los mismos tehuelches y que hacía
de baqueana en la expedición. Habla de ella como la mujer de
Lincon, sin precisar bien si estaba allí en calidad de jefa o de
esposa del jefe. Quien habla de otra cacica es Henry Libanus
Jones, quien fue recibido por una tehuelche llamada María,
en la Península de Valdés, allá por 182393. Esta mujer sí tenía
poder efectivo pues le reclamó a Jones una parte importante

91 DE VIEDMA, Antonio. Idem, p. 114.


92 Citado por ENTRAIGAS, 1986, p. 152.
93 Sobre la cacica María y su poder en las tierras patagónicas existen va-
rios relatos. Se cree que murió aproximadamente a los 53 años

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de la caballada cimarrona que éste comenzó a explotar con fi-
nes comerciales. Como dijo que los caballos de la península le
pertenecían, Libanus Jones tuvo que acceder a cederle un alto
porcentaje de las ganancias.

Muchas veces, y dadas las circunstancias geográficas, los sol-


dados gustaban de la compañía de las mujeres de las tolderías,
haciéndose escapadas esporádicas a las mismas o invitándolas
a pasar el tiempo con ellas en los fuertes o poblados españoles.
Pero esta inclinación sexual de la tropa generalmente era casti-
gada: el 12 de marzo de 1781, Francisco de Viedma multa con la
privación de seis meses de sueldo a Ignacio Brito ...por haber sido
hallado en la toldería de los indios durmiendo con una china94.
Esto volvió a suceder con otros tres individuos, pero en la guar-
dia de la Barranca. En caso de reincidencia la pena se doblaría.
El informe correspondiente fue enviado el 21 de marzo del mis-
mo año y fue ratificado por el futuro Virrey de Sobremonte95.
Carmen de Patagones era y sería, por excelencia, un lugar en
el cual las prácticas sexuales estaban a la orden del día, sin im-
portar el origen étnico ni social de los partícipes. A diferencia de
San José, donde no había mujeres, y de Floridablanca (y luego
veremos por qué) las enfermedades de origen sexual figuraban
en un lugar importante en los informes del hospital. Asimismo,
el contacto entre las culturas dejaba rastros materiales: el 28 de
mayo de 1781 apareció una india con un bebé aduciendo que
era hija de un cristiano del establecimiento. Según cuenta Vied-
ma en su diario, el padre quiso matar a la criatura. Al final, fue
adoptada por una pobladora con el nombre de Asunción96.

94 Archivo General de la Nación, IX-16-3-3.


95 ENTRAIGAS, 1986. p. 134.
96 Archivo General de Indias, Legajo 327, citado por ENTRAIGAS,
1986, p. 148.

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Las cautivas

No solamente las mujeres originarias de las tolderías la pa-


saban bastante mal. A la hora de los malones o las escaramu-
zas, los aborígenes tomaban como cautivos a los niños y, sobre
todo, a las mujeres. Ya se tratase de aborígenes o blancas, ser
cautiva significaba básicamente ser la esclava de alguien y al
dueño o poseedor le pertenecía el resultado del trabajo que la
mujer realizase, el valor de compra o venta que se le asignase a
la misma y también su cuerpo.
El trabajo de las cautivas consistía casi en las mismas labo-
res que tenían las mujeres aborígenes pero se diferenciaba de
ellas por recibir un trato más humillante. Cuando el dueño se
cansaba de ellas las vendía o las intercambiaba por algún ob-
jeto o simplemente las mataban. Villarino cuenta en su diario
que el 8 de mayo de 1779 uno de los aborígenes le dio una
puñalada a una mujer en el cuello. Mientras ella se iba desan-
grando y los perros bebían la sangre que manaba de la herida,
los españoles le pidieron a los nativos que la socorriesen, a lo
que contestaron Es una esclava, ¡el dueño tiene derecho!97.
El capitán Antonio de Hernández cuenta en su diario sobre
las costumbres de los aborígenes: Cada uno tiene las mujeres
que pueda comprar y viéndose aburrido de ellas las vende a otros;
y si llegan a tomar algunas cautivas, luego que llegan a sus toldos
se casan con ellas; y si dichas cautivas, más que sean indias, no
van contentas, luego las lancean y las arrojan del caballo, y aun-
que estén medias vivas, las dejan98.
Si bien esta es la observación de un español y denota cierto
asombro por la costumbre de los otros, es importante relativi-
97 Citado por ENTRAIGAS: 1986, p. 54, del Diario de Villarino. Archi-
vo General de Indias, Legajo 326.
98 HERNÁNDEZ, Idem. p. 84.

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zar esta sorpresa recordando que una de las razones que permi-
te a los españoles llevarse y entenderse bien con los aborígenes
aliados es que comparten ciertos códigos culturales y políticos:
la esclavitud era normal en España y en Buenos Aires. De he-
cho, los conquistadores no regañan a los aliados que toman
esclavos. El mismo Hernández nos cuenta lo sucedido luego
de que su tropa, junto con las lanzas de sus caciques aliados,
asaltó una toldería tehuelche y ...Quedó enteramente destroza-
da esta toldería y nuestros parciales [aliados] llenos de despojos y
de aquellas familias de los muertos, en que no quiso tener parte
nuestro Comandante, ni de ninguno de los nuestros a fin de no
disgustar a dichos indios amigos99.
Es notable, entonces, que aunque los españoles permitieron
estas prácticas no las imitaron por miedo a enojar a sus alia-
dos. De hecho, en la incursión de 1770, la tropa de Hernández
también mató mujeres cuando estaban del lado del enemigo,
así como entregó prisioneras tehuelches a sus aliados.
Refiere d’Orbigny, que estuvo en Carmen de Patagones
en 1829, y que el 3 de enero se dirigió a la casa donde debe-
ría pasar la noche y ...fui testigo de una escena completamente
nueva y rara para un extranjero. La casa estaba llena de indios
e indias de la nación puelche (...) los habitantes de Carmen tie-
nen por costumbre de comprar cautivos a las naciones salvajes
que viven en los alrededores, a fin de tener criados, a los que
tratan como negros y emplean sea en el interior de sus casas, sea
en sus estancias; envían también las jóvenes indias a sus amigos
de Buenos Aires, donde se prefiere mucho a este tipo de criadas
esclavas, porque, aunque el país sea libre, los indios obtenidos
por ese medio son obligados a un servicio personal, al cual solo se
pueden sustraer huyendo100.
99 HERNÁNDEZ, Idem, p. 79.
100 d’Orbigny, Alcide. Idem, p. 333.

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En el caso de que la cautiva fuera blanca, su suerte, al me-
nos en la mayoría de los casos, estaba echada. A diferencia de
los cautivos varones, que podían escaparse de las tolderías y
hasta gozar de cierto status entre los nativos, para las mujeres
era mucho más duro, ya que volver a los poblados habiendo
sido violadas por los aborígenes y, cuando no, cargando algún
hijo mestizo, representaba una terrible mancha que generaba
un importante rechazo en la sociedad de aquella época. Se
habían convertido en impuras y despreciables a los ojos de la
mayoría y de esta situación no había vuelta atrás: una vez que
eran llevadas a las tolderías dejaban de pertenecer al mundo
de los blancos, aunque tampoco podían pertenecer al otro.
Este tipo de situaciones hacía que inclusive si habían sido res-
catadas o compradas por los españoles, terminaban volviendo
a las tolderías, lugar terrible para ellas pero, paradójicamente,
protegidas del desprecio de la sociedad civilizada.

Mujeres colonizadoras

En cuanto a las mujeres que participaban del otro lado de


la frontera, es oportuno centrarse en las colonizadoras que vi-
nieron de España y se afincaron en la Patagonia aunque, antes
de hacerlo, es pertinente referirse a las políticas de selección de
la Corona. Desde que se emitió la Real Orden del 22 de junio
de 1778, mediante la cual se decidía mandar familias pobla-
doras a la Patagonia, se tuvo mucho cuidado en la selección
de los colonos. Siempre se prefería que fuesen familias bien
constituidas y, en caso de haber solteros, que tuvieran oficios
útiles para los asentamientos. Dentro de los cuidados a la hora
de la selección, el tema de la mujer estaba muy presente ya
que el gobierno español si bien quería que trabajaran, también

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deseaba evitar que llegaran a las colonias mujeres engañadas
u obligadas101.
El Intendente de La Coruña, Jorge Astraudi escribió: ...el
examen riguroso que yo practico en la presentación de familias,
y en especial la mujeres que en presencia del Excelentísimo las
juramento de si vienen o no voluntarias o han sido inducidas
con engaño o amedrentadas, animándolas a que lo expliquen
sin rebozo con oferta de que se las volvería a cuenta de la Real
Hacienda a sus domicilios (...) [porque] estoy deseoso de poner a
salvo mi consciencia102. De esta manera fueron siendo elegidas
las familias y preguntando a las mujeres acerca de si querían
o no embarcarse en el emprendimiento. Cabe aclarar que se
trataba de familias campesinas pobres que veían restringidos
sus horizontes en España y que el Gobierno les daba muchos
beneficios iniciales, así que la inmigración era una salida que
representaba un nuevo camino de bienestar.
Pero... ¿a quiénes nos referimos cuando hablamos de las
mujeres de los colonos? Estamos hablando, en su gran mayo-
ría, de jovencitas, ya que salvo algunas excepciones, los ma-
trimonios no se componían de personas de la misma edad.
Veamos algunos ejemplos103. Lorenzo Pinto tenía 25 años,
mientras que su esposa, María Marta, 15. Ignacio de las He-

101 Seguramente por razones económicas y de “salud” de la colonia, ya


que el compromiso que las familias asumían a la hora del contrato que se
les proponía debía cumplirse sin afectar la paz o el modo de vida esperado
por las autoridades. Probablemente esto haya pesado más que cualquier
otra razón humanitaria.
102 SENATORE: 2007, p. 42.
103 Estos datos se encuentran prolijamente expuestos y analizados en
el libro de SENATORE, María Ximena. Arqueología e Historia en la
Colonia Española de Floridablanca. Patagonia – siglo XVIII. Buenos
Aires: Teseo, 2007. De este trabajo se extrajeron los nombres y las histo-
rias de los pobladores de Floridablanca que se presentan en estas páginas.

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ras, 27 y María Tamame, 14. Juan Alonso 30 años y su esposa
Antonia Solibán de las Heras, 14.
Una vez establecidos en las colonias, el trabajo que debían
enfrentar era muy duro, ya que nada estaba hecho y había que
construirlo todo. Los castillos que las autoridades les habían
dicho que estaban en pie no existían y tenían que ayudar a
construir los fuertes con sus propias manos, al tiempo que
atender a sus esposos e hijos, cuando los había.
Y en cuanto se desató el escorbuto en Floridablanca (San
Julián) las acciones del gobierno español mostraron abierta-
mente el verdadero papel que estaba reservado a las mujeres:
estar con sus esposos y trabajar a la par de ellos.
Cuando las familias se deshacían debido a la muerte del
hombre de la casa y el padre de familia, las mujeres debían
buscar otro esposo con rapidez porque, de no hacerlo, serían
devueltas a Buenos Aires o Montevideo. Tales fueron los ca-
sos de Manuela Herrera y Dionisia Garabito que al enviudar
fueron conducidas a Montevideo el 11 de marzo de 1782. Por
otro lado, Lorenza Aparicio, quien enviudó en San Julián,
contrajo segundas nupcias con Santiago Morán en dicha co-
lonia, así como Pascuala Rojo, quien se casó con su primo
Andrés Prieto104.
Casarse en los parajes patagónicos requería de un largo ca-
mino burocrático, pues solo se podía hacer con el permiso de
las autoridades y, generalmente, el trámite duraba entre cuatro
y seis meses. Más intrincado era aún cuando el futuro esposo
no era de la colonia, tal como sucedió con el calafate Francisco
Ortiz, que se había enamorado de Bárbara Pérez, quien había
llegado junto con su padre. La boda fue autorizada por el Vi-
rrey Vértiz en un trámite que se inició en septiembre de 1781
104 En el caso de Pascuala Rojo debemos aclarar que ya llega viuda a
Floridablanca, siendo Prieto también viudo, ambos con 50 años.

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y concluyó con el feliz matrimonio en 1782. En virtud de esa
gestión, al hombre le cobraron 150 pesos fuertes, equivalentes
al traslado de Bárbara Pérez de La Coruña a San Julián.105
Con todo, había excepciones en la duración de los trámites,
como en el comprometido caso de Rafaela Bedoya, a quien
Antonio de Viedma casó con un peón en un trámite acelera-
dísimo: de un día para el otro. El pedido entró el 8 de marzo
de 1781 y el 9 ya estaban casados... ¿Qué había sucedido? Ra-
faela había llegado a la colonia en compañía de su hermano
Santiago Bedoya siendo ambos solteros. En los documentos
referentes al caso se sugiere que Santiago y Rafaela mantenían
relaciones incestuosas. Si bien no se sabe a ciencia cierta si las
mismas eran o no consentidas por esta, todo parece indicar
que era contra la voluntad de la muchacha. Cuando se descu-
brió esta trama familiar, se deshicieron de Antonio, casando a
la hermana con Manuel García, peón de la caballada, a quien,
de un día para otro, le cayó una esposa del cielo. Antonio
de Viedma le mandó el hombre problemático a su hermano
Francisco. El 10 de abril de 1781, informaba que Remite a
Santiago Bedoya por sospechas de ilícito trato con su hermana
Rafaela Bedoya, a la que por este motivo se la casó con Manuel
García peón de la caballada, que para ello se obligó a quedar de
poblador...106.
El gobierno español demostraba, de esta manera, su pre-
ocupación por lo que era muy valorado: la virtud de la mujer.
Ya se sabe el deshonor que significaba haber sido mancillada
por un aborigen y el gran estigma social que quedaba sobre la
mujer abusada. En este sentido, viene bien rescatar un ítem

105 Para tener una referencia del gasto, un teniente del Real Cuerpo de
Artillería, oficial bien pago, ganaba entre 32 y 38 pesos fuertes al mes.
106 Informe firmado por Viedma, Archivo General de la Nación XI-16-
3-7, citado por SENATORE. 2007, p. 202.

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poco conocido en la época colonial. Inclusive las esclavas ne-
gras poseían algunos mínimos derechos y entre ellos se des-
tacaba el “derecho al pudor”, significando esto que su dueño
no se podía aprovechar de sus carnes ni para beneficio propio
o ajeno: era Ley que Cuando, siendo mujer, su señor la pone en
la putería públicamente o de otro modo la prostituyese, el amo
perderá la esclava107.
No se sabe bien si se debía a un avance de los derechos de
las mujeres, o si la influencia religiosa y la idea de la pureza y la
virtud eran factores de presión a la hora de redactar las leyes.
Como sea, al menos en este sentido, la virtud femenina era
bastante cuidada. En el caso de Floridablanca, por ejemplo,
deberíamos hablar de dos entornos poblacionales bien diferen-
ciados: la colonia y la costa, distante a unos 8 kilómetros una
de otra. El ámbito permitido a las mujeres era el del poblado,
el fuerte y su entorno inmediato, prohibiendo expresamente
su acercamiento al puerto, lugar viciado por la presencia y las
prácticas comerciales y sociales de los marineros de los buques
que atracaban108.

Las fortineras

Cada uno de los asentamientos coloniales españoles tenía


una suerte de particularidad que lo distinguía de los demás.
En Carmen de Patagones ya encontramos una figura diferente

107 Ley IV, Título XXII, Partida IV. Citado por GOLDBERG, Marta.
Las afroargentinas (1750-1880). En: GIL LOZANO, Fernanda, PITA,
Valeria Silvina, INI, María Gabriela (Directoras). Historia de las muje-
res en la Argentina. Colonia y siglo XIX. Buenos Aires: Taurus, 2000.
108 Sobre este tema, remitirse a la entrevista a Silvana Buscaglia, en la
segunda parte del libro.

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al resto de la Patagonia y más frecuente en los puestos y forti-
nes de la provincia de Buenos Aires: la fortinera.
Alfred Ebelot, un francés que trabajó como periodista en
Buenos Aires a mediados del siglo XIX, hace una descripción
muy interesante sobre el escenario cotidiano en el que vivieron
estas mujeres: Imagínense ustedes un reducto de tierra en una cua-
dra de superficie flanqueado de chozas de juncos algo más grandes
que las tiendas y más pequeñas que los ranchos más exiguos de-
jando un sitio cuadrado en cuyo centro está el pozo, e inundado
de criaturas que chillan, de perros que retozan, de avestruces, de
ratas de agua domesticadas que allá llaman nutrias, de mulitas,
de peludos que trotan y cavan la tierra, de harapos que se secan en
las cuerdas, de fogones de estiércol en los que canturrea una pava
de mate y se asa el alimento al aire libre y figúrense ustedes en
torno la pampa desierta, chata... y tendrá el cuadro en medio del
cual transcurriría la vida de la mujer del soldado de frontera109.
Si bien la imagen se refiere a los fortines de la pampa, no
siendo aplicable a los asentamientos de Floridablanca y San
José, nos da una idea interesante del entorno del fuerte de Car-
men de Patagones a lo largo del tiempo, sobre todo después
de 1810.
Lo cierto es que muchos de los soldados destacados por la
Corona española para estas latitudes estaban acompañados de

109 EBELOT, Alfred. La Pampa. Buenos Aires: Eudeba, 1961, p.114.


Si bien este texto se refiere a observaciones realizadas por Ebelot allá por
1850-60, hay que tener en cuenta que las condiciones de vida en los for-
tines no cambiaron mucho desde los orígenes del Virreinato del Río de la
Plata y casi todo el siglo XIX. Un tópico interesante y contradictorio en
la vida de este periodista que bogaba por el humanismo es que terminó
aceptando como regalo parte de un botín de guerra: una niña y un niño
aborígenes, a los que luego educa. (SÁENZ QUESADA, María. Alfred
Ebelot, un francés acriollado. Diario La Nación. Buenos Aires, 1 de se-
tiembre, 2001).

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sus mujeres. No solo los colonos estaban casados, las mujeres
se “amigaban” con los soldados y los acompañaban en la vida
cotidiana, prestando importantes servicios tanto a sus hom-
bres como al regimiento. De hecho, muchas veces se decía que
podrían cambiar de hombre pero continuaban con el mismo
regimiento110.
El trabajo cotidiano consistía en lavar, planchar, cocinar y
un sinnúmero de tareas que llegaban a incluir vestirse de mi-
litares para engañar a los aborígenes a la distancia y, en algu-
nos casos, participar en la defensa del fuerte o fortín; inclusive
solían recibir ración de alimentos. Muchas veces fueron factor
de conflicto, mostrando un alto grado de independencia en
sus decisiones y prácticas privadas. Carlos Mayo rescata un
sumario militar en el cual figura la historia de Tomasa María
Martina Ruiz, a quien sorprendieron manteniendo relaciones
sexuales con el desertor José Almada. El problema consistía en
que Tomasa estaba casada con Julián Valdés, un blandengue,
que al percibir su traición, la agarró a rebencazos. Un momen-
to después de la paliza, el traicionado esposo le pide a la mujer
que decida con quien se queda y ella le contestó contigo, pero
cuando éste se descuidó, Tomasa se fue con el desertor111.
Los problemas de este tipo seguramente se dieron con fre-
cuencia en el fuerte del Carmen. En 1780 Francisco de Vied-
ma hizo todo lo posible para sacarse de encima a Ana María
Castellanos, mujer del borrachín Matías Legarreta, que había
invitado al herrero a fugarse con ella, entre otros atentados

110 MAYO, Carlos A. La frontera; cotidianidad, vida privada e identi-


dad. En: DEVOTO, Fernando, MADERO, Marta. Historia de la vida
privada en Argentina. País antiguo. De la colonia a 1870. Buenos Aires;
Taurus, 1999, p. 92-93.
111 Archivo General de la Nación, IX-12-7-8, Sumarios Militares, En:
MAYO, Carlos, Idem, p. 94.

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contra la paz y las buenas costumbres. Viedma, preocupado,
escribió a Vértiz: Remito a V.E. estos autos contra Ana María
Castellanos, muger de Matías Legarreta, para que (...) se digne
V. E. sacar de este destino a la citada muger, como la más mala
yerba o cizaña, capaz de infestarlo y perderlo todo. El marido es
tan vicioso de la vevida que por maravilla se halla en su entero
juicio: me ha dado infinito que hacer: el mes pasado hirió de una
puñalada, aunque levemente, a Francisco Narváez, maestro al-
bañil, por cuyo motivo le puse a travajar de peón con un grillete
en la clase presidiario; se desertó y se iba a pasar a los Yndios:
inmediatamente despaché por él y me lo trageron. Lo puse preso
en el cepo donde lo he tenido más de 20 días: lo volví a sacar
para el travajo, en la misma forma que lo tenía destinado, pero
su continua embriaguez y las locuras de su muger, le tienen como
fatuo. Estas circunstancias (...) son muy opuestas a las que deven
mediar en qualquiera familia pobladora pues la honradez a de
asegurar los primeros cimientos de la Población... en el ínterin
permanecerá presa la Ana María Castellanos en la forma que se
halla porque no buelva a intentar mayores maldades”112.
El caso terminó cuando, el 16 de setiembre de 1780, las
autoridades virreinales decidieron informarle a Viedma que los
traigan. Con dicha conclusión Ana María se salía con la suya,
ya que por fin la sacarían de un lugar que seguramente consi-
deraba tedioso. Igual debemos destacar que no era el primer
problema que Viedma había manifestado con el carácter de las
mujeres: ya se había referido en términos similares para con una
intérprete aborigen llamada Linca a la que calificó de “mala ci-
zaña”. El pecado de Linca consistió en decirle a una partida de
nativos que los españoles querrían quitarles las tierras113.
112 Archivo General de la Nación, IX-16-5-1, En: ENTRAIGAS, 1986,
p. 101.
113 ENTRAIGAS, 1986, p. 92.

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Un dato importante que llama la atención sobre las tareas
femeninas asignadas en el contexto de esta colonización fue
que más de una vez se tuvieron que hacer cargo de hijos aje-
nos y criarlos como propios. Tal es el caso de los agregados, es
decir, niños que por distintas circunstancias quedaban huér-
fanos. Ya sabemos del caso de mestiza Asunción, en Carmen
de Patagones. A ello habría que agregar otro caso en Florida-
blanca, en el cual una mujer aborigen debió amamantar a una
niña española, la hija de María de Mata, que se había quedado
sin leche.
Se advierte, entonces, que los testimonios presentados hasta
aquí (habida cuenta de la existencia de muchísimo material
que por cuestiones meramente operativas fue dejado de lado)
resultan muy interesantes y alcanzan al menos para demostrar
que la función de la mujer en las colonias de la Patagonia fue,
cuanto menos, más que relevante. Por un lado, se desenvolvió
como ama y señora en la vida doméstica y, por otro, partici-
pó en todas aquellas tareas que implicaban un esfuerzo físi-
co importante tendiente, por ejemplo, al mantenimiento de
tolderías, fortines o cuanta estructura pudiera concebirse. La
tensión a la que estuvo sometida la llevaba no solo a fortalecer
su carácter sino también a sentirse en constante peligro: ora
señoreaba su pequeño reino acompañando a su hombre, ora
podía ser vendida, abandonada o, simplemente, asesinada. La
creencia, por lo tanto, en la realización de algún tipo de gesta
absolutamente masculina, con estos argumentos, es derribada
con facilidad y no se sostiene más que ocultando o negando
los testimonios expuestos.

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Las enfermedades

La práctica de la medicina era considerada de gran impor-


tancia en el proyecto colonizador español de la Patagonia y en
ese sentido es fácil de comprobar: en todos los establecimientos
encontramos la figura del médico o cirujano. Aunque ejercer
la medicina en estas latitudes no parecía estar a la altura de las
ambiciones y sueños profesionales de estos seres incompren-
didos que, cada vez que podían, solicitaban por favor que los
cambiasen de destino. Dichas solicitudes eran comprensibles
a partir de las circunstancias que debían enfrentar, sobre todo
en los primeros momentos de los asentamientos, en los cuales
moría gran parte de la población, como lo fue en los casos de
San José y Floridablanca.
Con los limitados conocimientos de la época y una ca-
rencia importante de medicinas, debían sanar males que no
sabían cómo combatir. Muchos los culpaban y denuncia-
ban sus malos tratos en esos momentos, por lo cual, aparte
de generarles impotencia deben haber sentido una franca
degradación de su imagen profesional y su autoridad sobre
los temas de salud (igualmente les iba mucho mejor que a
algunos homólogos aborígenes, a los que cuando no podían
evitar la muerte de algún enfermo importante, solía costar-
les la vida).
Una carta del doctor Miguel O´Gorman se refería a la ne-
cesidad de médicos para las costas patagónicas: ...que le es in-
dispensable en tan dilatada extensión... que quando se ha querido
tomar este arbitrio, se ha frustrado, por haber hecho fuga el que
se nombró; y, por último que con este ejemplar , para a mandar
después alguno de los de mediana inteligencia, ha sido necesario
valerse de la fuerza, y tenerlo arrestado hasta estar pronta la em-
barcación, que lo havia de conducir; porque a la verdad, a demas

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de serles repugnante dexar el paraje , en que su facultad les pro-
duce los medios de sus subsistencia, y adelantamientos, huyen de
pasar por un corto sueldo a aquel ingrato destino, donde exponen
su vida por las muchas enfermedades que reinan, principalmente
el escorbuto...114.
A partir de este documento se puede percibir lo poco con-
tentos que se deben haber sentido los facultativos ante la posi-
bilidad de un destino patagónico, ya que en más de una oca-
sión era necesario detenerlos e introducirlos a la fuerza en las
embarcaciones que se dirigían al sur.
La cuestión médica representaba, de ésta manera, todo
un problema para la provisión de los establecimientos pa-
tagónicos. El Intendente de Buenos Aires tenía sus dudas
acerca de lo acertado de enviar médicos a través de el cita-
do modus operandi: ...Cada vez que se trata de mudar las
circunstancias de los nuevos establecimientos del Rio Negro y
Bahia de San Julian en la costa Patagonica, ocurren alli tales
alborotos y embarazos que hasta ahora no se ha verificado que
uno solo de esta profesion haya pasado a destinos sin ser precisa-
do por la fuerza. Si se ha de continuar de esta forma para pro-
veer los mencionados establecimientos de unos indiv¡duos tan
indispensables en ellos, no solo se ausentarian a las Provincias
interiores de este Virreynato los pocos profesores de medicina
y ciruxia que hay en esta Ciudad y en la de Buenos Ayrees,
sino que nos expondremos a enviar a la Costa Patagonica unos
hombres que tal vez puedan ser perjudiciales al Estado, pues
como que van violentados y no tienen en aquellos parajes quien
inspeccione sus operaciones, no seria extraño que cometan mu-

114 Carta de Miguel O´Gorman al intendente Manuel Ignacio Fernán-


dez, fechada el 12 de diciembre de 1782. Archivo General de Indias. Es-
tado. Buenos Aires. Legajo 327. Se trata del abuelo de Camila O´Gorman,
importante médico de Buenos Aires.

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chos desaciertos para ver si por ese impuro medio consiguen su
pronto regreso a este Puerto...115
La presencia de estos profesionales era acompañada por un
personaje desconocido en la actualidad: el sangrador. Éste era
una especie de enfermero que se dedicaba a hacer sangrar a
las personas para curarles los males. Generalmente se valía de
sanguijuelas que aplicaba sobre la piel del enfermo: éstas suc-
cionaban la sangre de las personas, provocándoles un alivio
psicológico o bien empeorando su estado de salud, según el
caso.
Con respecto a los problemas de salud en el Fuerte San
José, el 4 de junio de 1779 se informaba sobre dicha situa-
ción: Como Cirujano Mayor que soy de esta expedición a la Cos-
ta Patagónica y Nuebas poblaciones, certifico, por orden de Don
Francisco de Viedma, Superintendente de la Bahía Sin Fondo,
que las enfermedades que han ocurrido en el Puerto San Joseph
hasta el día de mi embarco al Río Negro, son: escorbuto, pleure-
sías, hidropesías, anginas, diarreas, dolores reumáticos, fracturas
complicadas, heridas de armas de fácil alivio...116.
La lista de enfermedades que consta en el citado certificado,
conjuntamente con otros documentos, permite analizar algu-
nas cuestiones referidas a la salud y al cotidiano en las colonias.
Las carencias en la dieta de navegantes y pobladores se hizo
sentir rápidamente, sobre todo en los Fuertes San José y San Ju-
lián (Floridablanca)117. La más devastadora para los españoles
fue, justamente, la más temida entre los marinos de la época:
115 Nota Nº 674 del Intendente Manuel Ignacio Fernández, fechada el
15 de febrero de 1783. Archivo General de Indias. Estado. Buenos Aires.
Legajo 327.
116 Citado por ENTRAIGAS, 1986, p. 65.
117 No parece haber registro de escorbuto en Carmen de Patagones, pro-
bablemente por la flexibilidad de la dieta, sumada a la razonable prospe-
ridad en el cultivo local y el intercambio de alimentos con los nativos.

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el escorbuto. De esta enfermedad poco se sabía; los avances de
la medicina de hoy en día estaban lejos de ser conocidos y ma-
nipulados por los médicos del siglo XVIII, quienes se las arre-
glaban como podían y, a veces, hasta practicaban tratamientos
que parecen ridículos a los ojos de la ciencia actual.

El escorbuto

El escorbuto era un viejo conocido de los navegantes y bien


característico de la vida marina, producido por la carencia de
vitamina C, presente en cítricos, frutas y verduras frescas; ali-
mentos que en poco tiempo desaparecían de los barcos dadas
sus prolongadas estadías en alta mar118. Esta enfermedad se
manifiesta con la aparición de puntos color púrpura en la piel
(por ello, los informes de las autoridades españolas hablaban
de personas “picadas” por la enfermedad). Ataca las encías,
provocando la caída de los dientes, produce hemorragias en las
mucosas, palidez y reapertura de viejas heridas cicatrizadas y
separación de huesos con fracturas anteriores; además, ocasio-
na alteraciones emocionales y, en estado terminal, el enfermo
tiene fiebre, convulsiones, entra en estado de shock y muere.
Es así que los españoles afectados se iban debilitando, sufrían
hemorragias que eran atendidas por algún sangrador de turno
que probablemente agravaba aún más el cuadro y luego mo-
rían...
118 Es importante aclarar que si bien se sospechaba que su aparición tenía
que ver con la alimentación, recién a mediados del siglo XVIII los ingle-
ses se dieron cuenta que alimentando a sus tripulaciones con limones y
papa cruda (ricos en vitamina C) evitaban este mal. Este descubrimiento
permaneció como secreto militar durante un buen tiempo. Este y otros
aportes fueron brindados por el Dr. David Williams, médico e historiador
por afición, en una entrevista concedida en febrero de 2010.

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La presencia del escorbuto no solo era temida por el índice
de mortandad que dejaba a su paso entre los colonizadores
sino también por los problemas políticos que generaba en los
asentamientos. En el caso del fuerte San José, ante la mortan-
dad que produjo, los soldados y sacerdotes se rebelaron contra
la autoridad, amenazando con la sublevación, presionando de
diversas maneras a tal punto que el mismo fuerte se vio casi
vaciado en agosto de 1779, luego de morir, al menos, 24 per-
sonas (más de la mitad de la población, número que se incre-
menta si se suma a los que murieron en el barco, de regreso a
Montevideo).
En Floridablanca la situación no pareció haber sido mejor.
A la debilidad general de los colonos y falta de alimentos en la
colonia se sumó la enfermedad que, una vez declarada, diezmó
al 20% de la población. En este caso los colonos no abandona-
ron el lugar (como ocurrió en el fuerte San José). Antonio de
Viedma cuenta la llegada del remedio, contenido en la bodega
de los barcos: Entró en el puerto el paquebote Belén (...) y el San
Sebastián, (...) ambos con carga de víveres para el establecimiento
para 10 meses, y con algunas ropas. Con este consuelo se desahogó
la gente, empezaron a ceder las enfermedades, y yo me di 10 ba-
ños con los que también experimenté alivio119.
Su hermano Andrés también sufrió el mismo mal, según
lo atestigua un informe ...D.n Andres de Viedma, escribio de
Montevideo el 23 de Diciembre, de tiempo que se hallaba pronta
la expedición á la Bahia de S.n Julian, confiada al Contador y
Tesorero D.n Francisco de Viedma; y como aquel llegó con la salud
mui quebrantada, y con necesidad de tomar baños, y refrescos
para curarse del mal de escorbuto que padece...120.
119 DE VIEDMA, Antonio. Idem. p.87.
120 Carta Nº 212, del Intendente de Buenos Aires. Archivo General de
Indias. Sección Estado. Buenos Aires. Legajo 327.

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A través de estos relatos también se puede deducir que la
costumbre de bañarse tampoco estaba a la orden del día en los
fríos parajes patagónicos, por lo que se podría sumar la falta de
higiene al sistema sanitario.

La viruela

El segundo problema médico que caracterizó el intento co-


lonizador de la Patagonia fue la viruela. Esta enfermedad no
solo afectó a los españoles sino que principalmente fue padeci-
da por los nativos. Los tehuelches estaban a salvo del escorbuto
debido a su dieta rica en vitamina C (sobre todo por los frutos
y las bayas locales) pero estaban aún más expuestos que los
españoles a los efectos de la viruela.
La viruela es una grave enfermedad contagiosa, producida
por un virus (Variola virus), conocida hace miles de años en
Europa y Asia pero desconocida entre los aborígenes patagó-
nicos que padecían sus efectos de manera desproporcionada, si
se los compara con los españoles.
Fueron los conquistadores los que la trajeron en sus cuerpos
y la pasaron a los locales. Si bien generó problemas a los mismos
colonos, el resultado en los tehuelches fue fatal: luego de 1809 se
expandió por la Patagonia como una verdadera peste, causando
una mortandad de aproximadamente el 50% de su población.
Puesto en otras palabras: acabó con la mitad de los aborígenes.
Algunos viajeros de la época nos ilustran con datos al res-
pecto. Alcide d’Orbigny, un naturalista francés que visitó la
Patagonia entre 1827 y 1829, habiendo indagado la historia
local, se refirió a los tehuelches en su diario: ...pero esa formida-
ble nación, al principio terror de sus vecinos, fue diezmada por la
peste de 1809 a 1811 y atacada luego por los belicosos araucanos,

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que hicieron una horrible carnicería121. d’Orbigny informa de
la peste y sugiere que el reducido número de tehuelches influyó
en la merma de su capacidad defensiva, aprovechada luego por
los araucanos.
Libanus Jones, un empresario de origen galés, llegado a
Buenos Aires en 1810, que recorrió la región y estableció algu-
nas empresas en Península Valdés y en la desembocadura del
río Chubut, relata la destrucción del fuerte San José: “los indios
después de saquear todo cuanto encontraban, abandonaron la Pe-
nínsula, llevándose unos enfermos de viruela, peste que cundió
entre ellos con tanta rapidez y fuerza que murió la mitad de los
mismos. Data de entonces el terror que tienen a esa tierra, miedo
que dura todavía, pues en 1823 me costó mucho hacerlos quedar
en mi compañía.122 De hecho, la viruela también se desató casi
90 años más tarde, en 1896, en el valle inferior del río Chubut,
afectando a gran parte de la colonia galesa y generando un alto
grado de mortandad, sobre todo en los niños.

Peleas y heridas

El tercer factor que azotó a los colonizadores estuvo dado


por las diferentes heridas y laceraciones producidas tanto por
la naturaleza ríspida del paisaje, como por la torpeza del tra-
bajo cotidiano y los efectos del alcohol. En un contexto ali-
menticio pobre y en condiciones higiénicas poco propicias, las

121 d’Orbigny, Alcide. Viaje por América meridional II. Buenos Aires:
Emecé, 1999, p. 414.
122 LIBANUS JONES, Henry. Noticias Históricas sobre el río Chubut o
Chulilao. En: DUMRAUF, Clemente I. Un precursor de la coloniza-
ción del Chubut. Chubut: Documentos para su Historia. Viedma: Fun-
dación Ameghino, 2000.

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quebraduras, magulladuras, heridas e infecciones estaban a la
orden del día, formado parte del cotidiano de las colonias. En
algunas ocasiones las heridas –a las que se sumaban encuen-
tros poco fortuitos con la fauna local- se producían en el en-
torno de las labores cotidianas y, en otras, como consecuencia
de las peleas entre los militares, colonos y aborígenes.
El tedio, el aislamiento, la soledad, la proximidad de los
otros, las diferencias de opinión y, sobre todo, la bebida, ge-
neraban muchísimos conflictos que en su gran mayoría se en-
cuentran documentados en los prolijos informes y diarios de
los aventureros que se internaron y permanecieron en estas
tierras. El lapso en que Pedro García quedó como voluntario
a cargo del fuerte San José con apenas un puñado de hom-
bres, demuestra su aptitud de mando y su preocupación por
los efectos del alcohol. El teniente Manuel Soler, quien llegó el
3 de octubre de 1780, dijo sobre García que la preocupación
de alejar a sus hombres de la bebida ...es el principal motivo del
beneficio y armonía que reina entre ellos123. Salvo en San José
durante la estadía de García, en todos los asentamientos espa-
ñoles había peleas, cuchilladas y disparos entre las tropas, de
soldados con colonos, de éstos con sus pares, de colonos con
aborígenes y otras variantes.
Viedma informaba al Virrey que, el día...6 de abril: Alas
3 de la tarde hirio Antonio Gil, peon conchavado al capataz de
los peones, y presos, Pedro Hueso con una pala en la caveza sin
motivo, se le puso preso, é hizo sumario124.

123 Archivo General de Indias. Legajo 326: informe de Soler. Citado


originalmente por Entraigas 1986, p. 74.
124 Archivo General de Indias. Sección Estado. Buenos Aires, Legajo
327. “continuación del diario de los acontecimientos y operaciones del Esta-
blecimiento de rio Negro desde el día 6 de abril de esta año de 1781 hasta el
ultimo desta fecha” (19 de agosto de 1781).

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Estas peleas generaban heridas leves así como también
mortales. Más de una vez Francisco de Viedma tuvo que es-
conder algún muerto a los ojos de los nativos para no convertir
un conflicto personal en el principio de una guerra. Él mismo
relata que un día llegaron varios caciques a Carmen de Pata-
gones. Había hombres del cacique Chanel, apodado Negro, y
de otro llamado Uzel. El primero estaba borracho y, en esas
situaciones, le daba por pelear y ...pasó el río tres o cuatro veces
persiguiendo con el cuchillo a los indios de Uzel, agregando su
punto de vista: ...nosotros muy divertidos.

De hospitales y otros males

Un factor que complicaba aún más los riesgos de cualquier


enfermedad o malestar por estos parajes era que el hospital
(generalmente un edificio precario, poco higiénico, con un
médico o cirujano y un par de sangradores) era público pero
no siempre gratuito. La cuota hospitalaria se pagaba acompa-
ñada de algunas restricciones en la dieta: en el caso de los colo-
nos, era gratuito, pero su ración de comida disminuía en tiem-
pos de enfermedad. A los demás les iba peor; el personal de
maestranza (carpinteros, panaderos, etc.) sufría un descuento
en la mitad de la paga por cada día de hospitalización, con
una disminución de su ración de comida. Los militares sufrían
también el descuento del 50% de sus haberes y no debe tener
ración mientras se mantenga en el hospital hasta recibir el alta125.
A la incomodidad de hospitalizarse se sumaba el temor a
algunos profesionales, como el caso de un cirujano en San
125 Citado por SENATORE, Ximena (2007, p. 79). Archivo General
de la Nación, IX-16-3-8. Francisco de Viedma a Vertiz, Río Negro, 1-X-
1781.

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Julián, al cual muchos le tenían miedo y preferían evitar sus
cuidados. Vicente Verduc, tal era su nombre, había sido de-
nunciado, entre otros, por el contador de Floridablanca, quien
le escribió al Virrey, apelando al poderoso influjo de V.S. espero
remediará este desorden intimando a este cirujano, ó el más exac-
to cumplimiento de su obligación, ó mudándole de este destino,
que será lo mejor, pues estoy firmemente persuadido, que todos
los que tengan la desgracia de entrar en sus manos caerán en la
hoya126. Semejante informe rindió frutos con cierta demora,
ya que el médico fue reemplazado recién en enero de 1783,
aunque le valió varias sesiones de cadenas y grilletes. Pero las
heridas físicas no acabaron con el espectro de dolencias que
experimentaron estos aventureros aguerridos, ya que también
sufrieron dolencias psicológicas (aunque en aquellas épocas y
parajes este término ni siquiera existía), se deprimían, soma-
tizaban y padecían lo que hoy llamaríamos “trastornos psi-
cológicos”... A los innumerables relatos existentes en la docu-
mentación, en los cuales hay una gran cantidad de pedidos de
traslado o de restitución a Buenos Aires o Montevideo por el
autodiagnóstico de “salud quebrantada” (que en otras palabras
significaba que la gente no quería estar un minuto más en las
sufridas colonias patagónicas) se le suma el interesante caso
de Andrés de Viedma, que casi no abordan los historiadores e
investigadores que escribieron sobre estos tópicos.
El teniente de navío Andrés de Viedma –capitán de una
compañía del cuerpo de artillería de la marina española- había
acompañado en distintos momentos de la aventura a Francis-
co y Antonio pero apenas aparece mencionado en los libros
de historia. Lejos de la aparente grandeza de sus hermanos,
la imagen de Andrés se encuentra bastante opacada y pasa a
126 Archivo General de la Nación, IX-16-3-8. San Julián, 24-IX—1781.
Citado por SENATORE, 2007, p. 169.

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la Historia como alguien que no pudo hacerse cargo de la di-
rección de San José en un momento clave: estuvo en el paraje
entre abril y mayo de 1780, menos de un mes.
Un dato rescatado por Raúl Entraigas en el Archivo de In-
dias, Legajo 61: Duplicados del Virrey, dice que en Buenos
Aires, el 23 de marzo de 1781, el médico Miguel O´Gorman
trató a Andrés Viedma y le pronosticó ...demencia melancólica,
que al principio se manifestó con fiebre y delirio frenético, del
que gradualmente se alibió en un mes; mediante los respectivos
auxilios (...) por el presente no le hallo capaz de continuar en su
cargo127.
Una carta dirigida a Vértiz expresaba la particularidad de
su condición: ...Continuando el comisario Superintendente D.n
Andres de Viedma con su indisposición, se le ha perturbado últi-
mamente la caveza de modo que ha sido necesario sugetarle por
la fuerza, y aunque en el dia no se halla algo tranquilo, no le en-
cuentra capaz, como certifica el protomedico para que se le pueda
fiar el cuidado del establecimiento de S.n Julian, ni otro encargo
de esta especie128 .
Tal parece que el señor Viedma no se encontraba en sus
cabales: demente e incapaz, parecía significar el reporte. El
intendente de Buenos Aires ya se quejaba de los gastos que
producía al erario del virreinato: ...Yo no se si el Virrey habria
escrito a V.d. manifestandole el mal estado de salud, ó incapaci-
dad del (...) D.n Andres de Viedma; y si no lo ha executado, seria
porque considera como yo que no hace falta en la Bahia de S.n Ju-
lián, o por que su hermano el Contador de aquel establecimiento,
exerce con acierto el encargo de Comisario Superintendente con
solo el sueldo de dos mil pesos; pero yo que veo salir de la Tesoreria
127 ENTRAIGAS, 1986. p. 62.
128 Nota de la Carta Nº 471, al Virrey Vértiz, 30 de abril de 1781. Archi-
vo General de Indias. Estado. Buenos Aires. 327.

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del Rey, tres mil y quinientos al año para pagar el sueldo de un
individuo que no se ocupa, ni puede jamás ocuparse en el desti-
no ó encargo con que de orden de S.M. pasó a esta Provincias,
me parece estoy obligado por todas razones á solicitar que V.d. se
digne a tomar sobre el asunto la providencia que fuere mas de su
agrado129.
Más allá de los documentos y por causas más que evidentes,
no pudiendo decirlo ante una cámara o micrófono, algunos
investigadores opinaron que no tenía ni un pelo de tonto130.

Sobre la visión de la medicina nativa

En cuanto al conocimiento médico de los indígenas –que


evidentemente lo había- los españoles no lo aprovecharon por
distintas razones, pero, sobre todo, por creer que el mismo
se reducía a una serie de rituales ruidosos basados en cantos,
gritos y en una creencia espiritual bien diferente de la propia.
Sucedía que los médicos españoles tenían una concepción de
la medicina basada en la teoría de los humores, que eran cuatro
tipos de líquido que contenía el cuerpo humano: la bilis negra,
bilis (amarilla), flema y sangre. El equilibrio de los mismos
representaba el estado saludable y éste se daba en base a una
combinación entre la dieta, el clima y el ejercicio que cada
individuo realizaba.
129 Carta Nº 490, del Intendente de Buenos Aires al Virrey, 25 de sep-
tiembre de 1781. Archivo General de Indias. Estado. Buenos Aires. Le-
gajo 327.
130 El siguiente dato que fue posible encontrar sobre este personaje es
que solicitó su traslado al Alto Perú en un importante cargo en la función
pública. El resultado del quebrantamiento de su salud fue que del hambre
y la intemperie patagónica terminó licenciado y, luego, jubilado con un
abultado salario de 2.900 pesos.

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Esta concepción, presente y desarrollada por los antiguos
filósofos y físicos griegos, se oponía a la que los españoles ob-
servaban en los aborígenes. El mismo Antonio de Viedma lla-
maba la atención de que la creencia en deidades buenas y ma-
las se relacionaba con la concepción de salud y enfermedad de
los tehuelches: ...se persuaden de que esta misma deidad vengará
sus agravios con las supersticiones que se figuran: creyendo que
las enfermedades y las muertes son venganzas de estas deidades,
describiendo también el método que tenían de tratar las do-
lencias: ...cuando enferma alguno en la familia, acude el santón
de ella a cantarle al oído, con voces tan fuertes y desentonadas, y
tan desagradables, que ellas por sí solas bastarían para matarte.
Sobre la suerte de los médicos aborígenes, cuenta que cuan-
do no consiguen cumplir con su trabajo quedan, como míni-
mo, desocupados: ...si no consigue el alivio del enfermo, suelen
también los amigos de esta darle su merecido a aquellos, a lo
menos quitándole el empleo, y tratándose en adelante como infa-
me; y si la muerte ha sido de mujer o hijo de cacique, suele pagar
con la vida el hechicero su mala cura, que sólo se reduce al canto
porque no usan de otras medicinas para sus enfermedades”131.
Esta visión sobre los médicos aborígenes era guiada, más
que nada, por la extrañeza que significaba presenciar ciertas
prácticas curativas de carácter ritual, siendo que esta visión
no permitía profundizar en el conocimiento de las hierbas lo-
cales y su aplicación farmacológica, que sí tenían resultados
concretos.
El mismo Hernández, hacia 1770, se sorprendía por el
modo de curar de una médica, probablemente mapuche,
...toma dicha médica unos cascabeles en la mano y comienza a
sonarlos, cantando al mismo tiempo, a lo que todos responden; y
131 DE VIEDMA, Antonio. Diario de Navegación de Antonio de Viedma,
p. 109-110.

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de ahí a poco rato comienza a quejarse y torcerse toda con muchos
visajes, y comenzando a chupar la parte que al enfermo le duele;
está así mucho rato, prosiguiendo los demás cantando. La médica
escupe y vuelve a chupar, siendo ésta la medicina que le aplican;
y vimos en una ocasión que una gran médica de éstas, dejó a la
mujer del cacique Lincon, tuerta, de tanto chuparle un ojo, por
haberle ocurrido en él un humor; esto lo sobrellevaron muy gusto-
sos, en la inteligencia que pende del gualicho132.
De todas maneras, los españoles, limitados por el conoci-
miento de la época, no tenían mucho que envidiar a los na-
tivos. Verduc, el temido cirujano de Floridablanca, emitió un
certificado de defunción: Certifico que el 31 de mayo viajó el
hospital referido, Luis Silvestre, soldado del mismo regimiento
de Buenos Aires, a curarse de unos dolores vagos y ambulantes
complicados con un virus venéreo, producidos in primo loco, por
la causa antecedente y las complicaciones de una vida demasiada
en exceso de la bebida caleficiente. Padeció en su cuerpo las mis-
mas modificaciones que anteceden, se le administraron remedios
antiescorbúticos, el Victus Vatio y se ha sabido públicamente en
este campamento que Dios quiso disponer de él muriendo como
verdadero cristiano el 29 de julio del presente año. Conste 19 de
Agosto, Campamento de Puerto Deseado, 1780133.
Traducido a términos más amables y menos pomposos: el
soldado Silvestre entró a tratarse de una enfermedad de origen
sexual y el médico (echándole la culpa de su agravamiento al
consumo de alcohol) lo trató con remedios para el escorbuto
(que, como se pudo ver en este capítulo, ni siquiera sabía como
tratar dicha dolencia, así que no podemos imaginar que conte-

132 HERNANDEZ, Idem, p. 84.


133 Archivo General de la Nación, IX-16-3-5. Vicente Verduc, Campa-
mento de Puerto Deseado, 13-IX.18870. Citado por SENATORE, 2007,
p. 175.

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nía el remedio prescripto). En ese tren de tratamiento y luego
de un mes de padecimientos, murió porque así lo dispuso Dios
y no porque padecía una enfermedad venérea... En este punto
no hay mucha diferencia conceptual con una hechicera que,
en estado de trance, deja tuerta a una paciente (al menos la
mujer sobrevivió para contarlo).
Pasarían más de cien años hasta que el hombre blanco co-
menzara a pensar en otro tipo de conceptos médicos y a apro-
vechar el conocimiento de otras culturas...

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Reflexiones finales

Programar una colonización ordenada y sustentada por al-


tos ideales en la Patagonia, había sido bien diferente que llevar-
la a cabo, y el ambicioso proyecto que representó no se pudo
llevar a cabo con éxito. Las disputas internas en el seno de las
autoridades virreinales, el alto costo de las empresas, la lejanía
de los lugares, las cambiantes relaciones con los aborígenes, las
contradicciones políticas, la tecnología de la época y la rectifi-
cación de los objetivos locales en pos de los conflictos interna-
cionales del reino español, fueron factores que contribuyeron,
de forma conjunta o alternada, a sabotear el emprendimiento.
Explicar ordenadamente los factores que se pusieron en
juego en el intento colonizador resulta una tarea muy difícil
y lejos se está de poder realizarla con cierto éxito si no se rein-
terpretan algunos documentos de la época. Es en este sentido
que el presente trabajo plantea muchos más interrogantes que
respuestas, y hace que sea necesaria una revisión de los hechos
y procesos mencionados.
Lo que se intentó hacer en este libro fue enfatizar algunos
aspectos del día a día de semejante empresa: las relaciones so-
ciales, las enfermedades, la hostilidad del clima y hasta los
vaivenes personales, que sirven para ilustrar la complejidad de
las situaciones suscitadas.
Referirse a los establecimientos coloniales tampoco puede
ser reducido a una solo perspectiva, ya que cada uno de ellos
contó con características particulares que le otorgaron su pro-
pia identidad. La precariedad y el aislamiento del fuerte San
José, la pujanza de Carmen de Patagones, la incomprensión
por parte de las autoridades del esfuerzo de las familias de
Floridablanca, la transitoriedad de Puerto Deseado; hicieron
que cada una de estas historias complementase un conjunto

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colonizador, pero compuesto de espacios aislados poseedores
de una dinámica propia.
Del conjunto programado sólo quedó en pie Carmen de
Patagones. No obstante, si se hubiesen mantenido los asenta-
mientos de San Julián tal vez la historia hubiese sido diferente.
Lo mismo podría haber sucedido si la política agresiva hacia
los aborígenes no hubiera preponderado en los últimos tiem-
pos del virreinato, o si los revolucionarios de Mayo hubieran
enviado representantes más idóneos a Carmen de Patagones.
Pero éstas son solo especulaciones.
Lo cierto es que, más allá de los logros y frustraciones de la
empresa colonizadora, el intento de llevarla a cabo tuvo frutos
inesperados que acabaron afectando de manera importante el
desarrollo de la historia de los suelos y gentes patagónicas. El
desarrollo de una importante actividad comercial, la intro-
ducción del ganado caballar, la relación establecida con los
aborígenes y la epidemia de viruela que azotó a los tehuelches
a partir de 1809, acabaron por reconfigurar los espacios geo-
gráficos y sociales de quienes permanecieron en el territorio.
La relación de los españoles con los pueblos originarios en
el contexto de la empresa colonizadora fue bien diferente que
las de antaño; poniéndose una atención especial en compren-
der al otro y poder convivir con él. Si bien al principio se pensó
en la posibilidad de evangelizar y convertir en agricultores a
los nativos, rápidamente se abandonó la idea. Con el tiempo
le siguió una actitud más pragmática que privilegiaba la supe-
ración de los conflictos y el intento de agradar a quienes fue-
ron considerados importantes aliados en tan lejanos parajes.
En este sentido hay que tener también en cuenta la diferencia
que se da cuando se analiza la política oficial con respecto
a los considerados diferentes y, por otro lado, la actitud real
que toman –como única posible–, quienes conviven en una

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frontera geográfica que también se configura como social, cul-
tural y política. No es lo mismo la mirada y aspiraciones de
un estadista, quien –estando bien lejos de los lugares donde
suceden los hechos–, poco comprendía las realidades de los
colonizadores, que la de aquellos que luchaban por el día a día,
manejando el arado o el caballo y dependían de la solidaridad
y la ayuda brindada por quien estaba cerca, fuera tehuelche o
español.
Si bien el desmantelamiento de Floridanlanca representó
un duro revés al proyecto colonizador, no representó el aban-
dono total de la región. Años después se creó la Real Compa-
ñía de Pesca en Puerto Deseado y surgió una factoría impor-
tante que permitiría la circulación de buques y la vigilancia de
la soberanía del virreinato. Pero el emprendimiento también
fue abandonado luego de 1806.
Años más tarde, con la destrucción del fuerte San José, la
empresa colonizadora habría llegado a su fin, junto con la pre-
sencia del Estado español en el Río de la Plata. La Revolución
de Mayo había triunfado y, en ese momento, se dio por cerra-
da la gesta colonizadora de la Patagonia.

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Índice

Sobre el texto...................................................................... 13

Capítulo
La colonización española
de la Patagonia en el siglo XVIII.................................... 17
Una situación frágil
Los inicios de la empresa
Los colonos
Preparativos y problemas en Buenos Aires
El viaje
Buscando nuevos horizontes
Carmen de Patagones
Problemas en San José
Floridablanca
El fuerte San José
La destrucción del fuerte
Carmen de Patagones en pie

Capítulo II
Las relaciones con los nativos......................................... 62
Regalando y acariciando
Mirando de reojo a los amigos

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De cómo veían a los nativos
El contradictorio mundo de los negocios

Capítulo III
Algunos aspectos de la época y la vida cotidiana............ 79
La vida en los barcos...................................................... 80
La vida en tierra............................................................. 90
Los fuertes
La vida militar
Prisioneros y esclavos
Los desertores
Las mujeres de la época................................................ 107
Mujeres aborígenes
Las cautivas
Mujeres colonizadoras
Las fortineras
Las enfermedades........................................................ 123
El escorbuto
La viruela
Peleas y heridas
De hospitales y otros males
Sobre la visión de la medicina nativa
Reflexiones finales....................................................... 138

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Este libro se terminó de imprimir en
Primera Clase Impresores en el mes de mayo de 2010
Buenos Aires - Argentina

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