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Asegura Ramón Andrés que, cuantos más años cumple, más comprende los dos lados de cualquier

asunto. "La única manera de acercarse al absoluto es no juzgar", dice uno de sus aforismos, un
género que también cultiva. Esa mirada que intenta comprender lo incomprensible –pero también
por la tentativa de explicarse un doloroso episodio de juventud– le ha permitido construir
la 'Historia del suicidio en Occidente' (Acantilado), un paseo desde la cueva a la era digital por el
"darse muerte".
¿Por qué el suicidio nos parece intolerable? Porque nos aterra la muerte que no viene de la
naturaleza. El suicida rompe el tiempo humano, vulnera el orden. Sin embargo, el dolor moral
excede a toda época. Siempre ha existido el deseo de salida cuando la casa está ardiendo. Es
instintivo. Obedece a nuestra condición humana y a la sospecha que despierta la vida. Al menos,
desde que ganamos los últimos 300 gramos de cerebro.
Eso fue en la prehistoria. A partir del Australopitecus se incorpora la carne a la dieta, lo que
intensifica la caza, el manejo de herramientas. Prevalecer sobre los rivales significa existir en la
mirada del otro. Hay una necesidad de reconocimiento. Y en algún momento, aparece el impulso del
ceder.

claves biográficas
• Nació en Pamplona, en 1955, pero el poeta y ensayista reside en Barcelona. Fue "uno de los
pocos libertarios que llevaba las camisas planchadas". Y entre 1974 y 1983 ejerció como
cantante de repertorio medieval y renacentista.
• En el 2015 ganó el Príncipe de Viana de la Cultura a la trayectoria intelectual. Y un año
después, el Estado Crítico por su libro ‘Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente’
(Acantilado).
• Es autor de 'El luthier de Delft. Música, cultura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza',
elegido por este diario como el mejor ensayo del 2013. Y hace unos días dio una de sus
muchas conferencias en el CCCB.
¿El miedo enciende la mecha? El miedo hace de la seguridad una ideología. Siempre ha sido
rentable. La muerte industrializada de la segunda guerra mundial generó un miedo colectivo muy
profundo, que aún perdura, similar al que sentía la ciudad medieval cuando se acercaba la peste
negra o a la convicción actual de que no habrá comida y agua para 10.000 millones de personas en
el 2050. El dominio no se ejerce con cadenas, sino infundiendo inseguridad.
¿Y ese impulso 'de ceder' se ha condenado siempre igual? En la Antigüedad se condenaba al
esclavo que se quitaba la vida, porque arrebataba "un bien" a su dueño. Es Aristóteles quien
formula la condena por primera vez: "No puedes darte muerte –el término 'suicidio' aparece en el
siglo XVII– porque eres propiedad de la sociedad". Perfila al ser humano como proyecto político.
Y San Agustín retoma y amplía la idea: "No puedes darte muerte porque no eres tuyo, eres de
Dios". En la Edad Media se considera el suicidio obra del diablo y se lo asocia a la locura.
Una época severa en sus juicios. Sí. El goce de la mujer en el coito era condenado porque podía
engendrar a un suicida o a alguien maltrecho. Descuartizaban al suicida y lo exponían en la plaza
pública. Y en el XVIII, lo enterraban boca abajo para que el alma no ascendiera, o en un cruce de
caminos, para que no supiera qué dirección tomar. Hasta los años 80 del pasado siglo la ley marcaba
que se los enterraran fuera del recinto católico.
¿Nunca hubo una época de comprensión? En el Renacimiento, cuando el individuo dice "yo soy
yo", no se condena de manera expresa el suicidio entre las clases altas, por cuestiones de honor. A
finales del XV en las casas había pinturas de Lucrecia clavándose el cuchillo –Lucas
Cranach pintó unas 30 'lucrecias'–, cosa que hoy sería imposible. Y en la Ilustración, con su
proyecto del hombre nuevo, se empezó a proteger al individuo, a darle un Estado de seguridad y
consideró el suicidio como una usurpación.
Extraño que en la era de la Razón no aceptaran el darse muerte, ¿no? La razón se transformó
en lógica. No exploramos sus otras dimensiones.
Karl Jaspers, ya en el XX, dijo que "la disposición al suicidio nos hace libres"? El
existencialismo lo sublimó. Y el suicidio obedece a algo tan llano como no poder soportar la
desesperación.
La medicina asegura que hay una patología detrás del 95% de los suicidas. No es creíble. Es
verdad que en las autopsias se detectan niveles más bajos de serotonina. Pero cuando el 'mal de las
vacas locas' sacudió Gran Bretaña en los 80, el Gobierno tuvo que requisar las armas por la
epidemía de suicidios de granjeros. Su dolor era moral, no físico. No hay que medicalizar la
condición humana, cosa que le viene bien a la industria farmacéutica. Jaspers, que era psiquiatra lo
cifró en un 35%.
¿Entonces? ¿Pesa el dogma? El discurso judeocristiano, mezclado con Grecia y Roma, explica
cómo somos. Pero en la Biblia hay un montón de suicidios y ninguno se condena. Saúl se echó
sobre su propia espada, Judas se ahorcó, el mismo Jesús optó por su muerte.

En la Biblia hay un montón de suicidios y ninguno se condena.


Saúl se echó sobre su espada, Judas se ahorcó, el mismo Jesús
decidió voluntariamente su muerte
Una rara perspectiva en días como estos. Kierkegaard lamentó que Jesús no tuviera otro final. Un
final que nos embadurna, porque el Modelo es una muerte voluntaria. Inconscientemente, eso ha
dejado un poso. El hijo de un padre suicida tiene más probabilidades de quitarse la vida, porque el
padre le dio 'permiso'.
¿El yihadista que se inmola en qué categoría entra? Émile Durkheim, estudioso del suicidio de
finales del XIX, estableció una división en la que figura el 'suicidio altruista' ("yo muero para que tú
puedas seguir viviendo"). El yihadista –aparte de la promesa de 72 vírgenes– entra en esta
categoría. También Jesús.
¿Hay una motivación más recurrente que otra? La que se lleva la palma es la 'desesperación
repentina', el suicidio no meditado. El no poder más.
¿El mundo contemporáneo agrava ese ‘no poder más’? El estrés no es algo nuevo. Lo hubo
cuando había que caminar 20 kilómetros para conseguir una pieza de caza o cuando se avecinaba
una peste a la ciudad. Ocurre que ahora partimos de la comodidad.
¿Y por qué se dan más en primavera? La primavera es violenta. También son más violentos los
hombres que las mujeres y, por eso, la proporción es de tres a una. El regazo es fortísimo.
¿Existe el efecto contagio? Sí. Tras la publicación de 'Las desventuras del joven Werther', la novela
de Goethe, hubo unos 2.600 suicidios de jóvenes. Esa es otra razón por la que se teme hablar en la
esfera pública.
Pero hay que hablar... de que no estamos bien adaptados al mundo. Nunca lo hemos estado. El
lenguaje ha hecho que podamos dominar ciertas parcelas, pero no todas. Nos cuesta mucho asumir
la adversidad; se nos activa el sentimiento autodestructivo (el "ya basta") y, a la vez, el de
supervivencia ("van a ver").
Según Maurice Blanchot, el suicida no cree que vaya a morir
para siempre. Anida un pensamiento de vida. A veces, incluso
se mata por amor a la vida
¿Sabe qué piensa un suicida instantes antes de darse fin? Según una teoría del intelectual
francés Maurice Blanchot, en el fondo, el suicida no cree que vaya a morir para siempre. Anida un
pensamiento de vida. A veces, incluso se mata por amor a la vida.
Durante la crisis, en España se han registrado un 20% más de casos. Vemos en primera línea la
depredación de la que es capaz el sistema, la erosión que causa en la población, el estrés por la
difícil supervivencia. Esto causa un deterioro en la conciencia. El cansancio, el hastío, nos hace más
frágiles.
¿El sistema perturba? Vivimos pendientes del futuro, ya sea a través de las ideas progresistas que
hablan de una utopía que nunca llega, o de las cristianas que creen que esto es un valle de lágrimas
y hay que esperar el paraíso en la otra vida, o de las promovidas por las industrias de ocio, que
prometen unas vacaciones en Malasia y no en Vic. Menospreciamos el presente. Nos da miedo el
vacío. Y n medio de todo esto hay una necesidad imperiosa de autoafirmación.
¿De ahí el éxito de Instagram? Y de los gimnasios. El individualismo ha desarrollado un tremendo
narcisismo. El mensaje es "sé superior a ti mismo", como diría Nietzsche. A lo largo de la
historia, cambia la mentalidad pero no la esencia humana. Usted se parece muchísimo a una mujer
egipcia del año 4.000 antes de Cristo. Siempre hemos intentado armonizar los elementos opuestos
que hay en nosotros.
¿El mejor antídoto contra la tentación suicida? Dejar de sentirse un competidor con uno mismo
y con los otros, no vivir atléticamente batiendo marcas. No sabemos dejarnos en paz, asumir lo
que somos.
No es el mensaje colectivo que recibimos. Somos más salvajes que en el siglo IV antes de Cristo.
Ni la técnica ni la escolarización nos han mejorado apenas. Una prueba: en la nación supuestamente
más avanzada del mundo está mandando Trump.

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