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UNIVERSIDAD AUSTRAL DE CHILE

FACULTAD DE FILISOFIA Y HUMANIDADES


EL ARTE DE LA LECTURA Y EL CUENTA CUENTOS

ANTOLOGIA DE CUENTOS

ALUMNO: IGNACIA WESTERMEYER GONDONNEAU


PROFESOR: ROBERTO MATAMALA ELORZ
FECHA: 12 DE DICIEMBRE, 2014
I. CUENTOS INFANTILES

LA HIJA DEL REY EN LA FORTALEZA DE FUEGO

Había una vez un hombre muy pobre que tenía tantos hijos como agujeros tiene un colador.
Y todos los hombres del pueblo habían sido ya sus padrinos.
Cuando le nació otro hijito se sentó en el camino, para pedirle al primero que pasase por
delante que fuese su padrino. Entonces, apareció un anciano con un abrigo gris y, al
pedírselo, éste aceptó encantado, celebrándose poco después el bautizo.
El anciano regaló al padre una vaca con un ternero que había nacido el mismo día que el
niño. El ternero tenía una estrella dorada en su frente y debía pertenecer al niño. Cuando el
niño se hizo mayor, el novillo se había convertido en un hermoso toro, y todos los días lo
llevaba al prado.
El toro sabía hablar, y cuando llegaban al monte le decía al muchacho:
-Quédate aquí y duérmete; mientras tanto yo buscaré mi pasto-. En cuanto el pastor se
dormía, corría el toro como un rayo a la gran pradera del cielo y comía flores de estrellas
doradas. Cuando se ponía el sol, volvía corriendo y despertaba al niño. Entonces volvían
juntos a casa.
Así pasaron los días hasta que el muchacho tuvo veinte años. Entonces el toro le dijo un
día:
-Siéntate entre mis cuernos y te llevaré a ver al rey; cuando lleguemos pídele una espada de
hierro de siete varas y dile que quieres salvar a su hija.
Pronto llegaron al castillo del rey. El pastor bajó y se acercó al rey y éste le preguntó para
qué había venido. Cuando se lo explicó, el rey le dio la espada deseada con mucho gusto.
Sin embargo, no tenía mucha esperanza de volver a ver a su hija.
Muchos jóvenes audaces habían intentado en vano liberarla. Un dragón de doce cabezas la
había raptado y vivía lejos, muy lejos. Nadie podía llegar hasta allí, pues en el camino hacia
la fortaleza había unas montañas imposibles de escalar y, después, había un mar intenso y
tempestuoso, y al otro lado vivía el dragón en su fortaleza de fuego. Aunque lograse
atravesar la sierra y el mar ¿cómo podría atravesar las llamas poderosas? Y si al fin lograba
esto, no hay duda de que el dragón lo mataría.
Cuando el pastor tuvo la espada, se sentó entre los cuernos del toro y en un abrir y cerrar de
ojos estuvieron delante de la montaña.
-Tenemos que volvernos-le dijo el muchacho el toro, porque le pareció imposible llegar al
otro lado. Sin embargo, el toro dijo:-Espera un momento -. Y puso al joven en el suelo.
Apenas ocurrió esto, cogió impulso y con sus impresionantes cuernos apartó todas las
montañas pudiendo así seguir su camino.
Otra vez sentó el toro al joven entre sus cuernos y llegaron muy pronto al mar.
-Ahora tendremos que volvernos-le dijo el muchacho -porque nadie puede llegar al otro
lado.
-Espérate un momento-le dijo al toro-y sujétate a mis cuernos-. Inclinó su cabeza sobre el
agua y bebió y bebió, hasta secar el mar entero.
Sin mojarse los pies pudieron cruzarlo como si de una pradera se tratase. Rápidamente,
llegaron a la fortaleza de fuego, y ya desde lejos sentían un inmenso calor. El joven no pudo
aguantar más.
-Para – le dijo al toro – no te acerques más, que nos vamos a quemar.
Sin embargo, el toro se acercó lo más posible y todo el mar que había bebido lo escupió de
una vez sobre las llamas. Inmediatamente se apagaron, y hubo una espesa humareda que
cubrió todo el cielo de nubes.
Desde ese vapor terrible se precipitó sobre ellos, lleno de ira, el dragón de doce cabezas.
 Ahora es tu turno – dijo el toro a su señor. Intenta cortar de una vez todas las
cabezas de la bestia.
El joven concentró toda su fuerza, cogió la poderosa espada entre sus dos manos y dio al
dragón un golpe tan certero, que cayeron todas las cabezas a la vez. Pero entonces, el
animal se enroscó y se revolvió tanto que la tierra empezó a temblar. En ese momento, el
toro cogió por el torso al dragón y lo lanzó a las nubes, no quedando ni rastro de él.
Luego le dijo al joven:
-Mi servicio ha terminado. Vete ahora ala fortaleza y allí encontrarás a la princesa. Llévala
a casa de su padre-. En ese instante, el toro se alejó y regresó ala pradera del cielo y el
joven no lo volvió a ver nunca más.
El muchacho encontró a la hija del rey en la fortaleza. Ella se alegró mucho de ser liberada
del terrible dragón. Volvieron a casa de su padre, celebraron la boda y hubo una inmensa
alegría en el país del rey.

EL HOMBRECILLO DE OTOÑO

Ocurrió en un caluroso día de Septiembre que el viento del Este sin darse cuenta,
llevaba en su abrigo de viento un pequeño hombrecito consigo. Su melena era roja como el
fuego, y su barba también. Llevaba un abriguito de mil colores. Los gnomos y los elfos le
llamaban el hombrecillo del otoño. Nadie sabía de donde venía, pero la aparición del
hombrecillo desencadenaba siempre grandes preparativos de viaje. A su llegada, todos se
preparaban para marchar al interior de la tierra.

Era divertido observar al hombrecito de otoño, agarrado a los pliegues del abrigo
del viento. Miraba con ojitos alegres y negros a su alrededor. Cuando el viento del Este
pasó por encima de una zarzamora silvestre, el hombrecito dio un brinco y saltó encima de
una hoja de la zarzamora. Suavemente acarició con sus pequeñísimos deditos toscos la hoja
y lentamente el verde se trasformó en un rojo profundo. Al lado del arbusto estaba una
lagartija tomando el sol y de placer se rió a la manera de lagartija, viendo el maravilloso
cambio, y la zarzamora misma pareció disfrutar de la pintura que le ponía del hombrecillo
de otoño porque gustosa le alargó sus ramas a las manitas toscas de este ser multicolor.
Pronto brillaron muchas ramas de un rojo profundo algunas sólo tenían puntitos y manchas
amarillas en el verde de las hojas pero esto no bastaba al hombrecito. Ágilmente saltó a un
arce que crecía al lado de la zarzamora en una pendiente. Hoja tras hoja tocaba el
hombrecillo y transformaba el color de las hojas a un amarillo reluciente. Todo el árbol se
alegró de su nuevo esplendor y los rayos del sol bailaron entre las ramas e iluminaron al
árbol de oro. Así el hombrecito brincó de arbusto en arbusto, de árbol en árbol y transformó
el bosque entero. A veces, saltaba a la cima de un árbol y lo teñía de color oro, a veces
susurraba a las hojas verdes: “Vendré más tarde, estaré con vosotras, no os pongáis tristes “.
Las hojas se movían con el viento, conocían al hombrecillo y sabían que iba a mantener su
palabra. Así, durante muchos días se dedicó a su divertido juego. De vez en cuando, el
otoño miraba a través de los árboles y observaba sonriente a su fiel ayudante.

Pero pronto llegó Noviembre y trajo consigo las nieblas, las lluvias y el frío.
Desapareció el esplendor. Las hojas marrones caían en silencio al suelo. Todos los animales
se escondían en sus madrigueras y escondites protegidos. Los pájaros se ocultaban en sus
nidos. Ayer aún, un cuervo viejo había visto al hombrecillo de otoño, pero hoy ya no estaba.
¿Adonde había ido? Nadie lo sabía. Sin embargo, el año que viene volverá.

LA NIÑA DEL FAROL

Al anochecer de un día de Noviembre, cerca de una pequeña aldea, se pudo observar una
forma misteriosa que se deslizaba por campos y prados, parecía una serpiente luminosa. Al
mirarla atentamente se podía ver que estaba formada por gran cantidad de lucecitas, parecía
que una constelación de estrellas había bajado del cielo y se movían por la tierra.

También se oían sonidos armoniosos y las ráfagas de viento traían bellas canciones.

Poco a poco, la serpiente luminosa se iba acercando a la aldea y las canciones se oían más
cerca.

¿Qué era aquello? Eran los niños de la aldea que celebraban su fiesta del farol, cada
estrellita era un farolillo llevado por un niño.

Las canciones contaban la Historia de un caballero que en una noche muy fría había
compartido su capa con un mendigo.

Al final de aquella serpiente luminosa iba una niña que caminaba lentamente, muy
pendiente de su farolillo pues su vela se había gastado y estaba a punto de apagarse.
Caminaba tan lenta que se quedó sola sin darse cuenta, su luz se apagó del todo, las
canciones cada vez se oían más lejos; la envolvía una gran oscuridad, esa noche si siquiera
alumbraban las estrellas. Se quedó parada sin saber que, un gran miedo se apoderó de ella.
¿Qué debía hacer allí en la oscuridad? Empezó a llorar y a llamar, nadie respondía ni oía
sus gritos de angustia.

Se sentó en el suelo y pareció oír una vocecita que le decía: “Ánimo, ten valor, busca el
camino. Ella lo conocía de día, ahora debía encontrarlo de noche.

Se levantó y empezó a andar, de pronto tropezaba y caía, se chocaba con una valla, o se
enredaba en un arbusto, pero ella seguía adelante intentando una y otra vez encontrar la
vereda que la llevaría a la aldea. Ahora bajo sus pies había muchas piedras pero ella seguía
y seguía pero esta vez se chocó con una gran roca que la hizo caer al suelo. Se hizo tanto
daño que empezó a llorar desconsoladamente.

Así estuvo un rato, hasta que se le fue pasando el dolor. De repente, a pesar de la oscuridad
pudo divisar delante de sí una figura humana, parecía un niño poco mayor que ella.
El niño le preguntó ¿Por qué lloras ¿ ¿ Qué te pasa? Porque mi farolillo se apagó y me he
perdido, no sé volver a mi casa.

El niño se inclinó sobre su farol y le dijo: “Pero si hay luz en tu farol, mira. “

La niña miró y pudo ver que su farol lucía mucho más que antes, la luz parecía una
estrellita.

¿De dónde vino esta luz? Preguntó la niña.

Estrellas como estas se encuentran en los farolillos de todos los niños, pero no se dan
cuenta de ello hasta que se han perdido como te ha pasado a ti.

¿Quién pone estas estrellas en nuestros faroles?

Un pobre mendigo prendió su luz hace cientos de años.

¿Quién era ese mendigo?

Había llegado el Otoño, era una noche fría y oscura, un caballero llamado Martín viajaba
por un camino solitario, al borde del camino se encontró con un mendigo cubierto de
harapos que le pedía limosna. Martín era pobre, sólo tenía una gran capa que le tapaba del
frío, paró su caballo, sacó su espada y partió su capa por la mitad y se la dio al mendigo. Al
hacerlo su corazón se inundó de una luz cuyo brillo iluminó la obscura noche de otoño.

A la noche siguiente cuando Martín dormía, oyó una voz que le llamaba por su nombre,
abrió los ojos y vio a dos ángeles que se acercaban a él y le llevaban la mitad de la capa que
había regalado al mendigo. Detrás de ellos apareció el rostro del mendigo rodeado de luz
que le dijo: “Martín al ayudar al mendigo, tú has disminuido mi propia miseria, pues de
todo hombre soy hermano.

Al desaparecer la imagen, Martín notó que la luz que rodeaba al rostro del mendigo se
metió en su corazón y ya nunca se apagaría.

La niña preguntó ¿Quién era aquel mendigó? Era el hijo de Dios que andaba buscando
corazones humanos que quisieran recibir su luz. Cuando los niños celebran la fiesta del
farol, la luz que recibió San Martín también acompaña a las lucecitas de su farol, es una
chispita de ella.

Con la luz de su farol la niña pudo ver que el niño que hablaba con ella tenía muy poca ropa
y temblaba de frío. Ella no tenía nada con qué abrigarle, su abriguito era pequeño. Entonces
levantó sus manitas para calentarle los hombros, frotándoselos, el niño apareció ahora
mucho más alto y con una vestimenta luminosa y con grandes alas que irradiaban luz.
¿Quién eres? Dijo la niña. Soy uno de los servidores del mendigo. He venido a encender tu
farol con la luz de San Martín, ahora ya puedes volver a tu casa, yo iré detrás de ti a
acompañándote. Cuando llegó a la aldea se volvió para darle las gracias y el ángel había
desaparecido.
La niña llegó a su casa y contó lo que el ángel había hecho por ella. Todas las noches hasta
que llegó el día de nochebuena la familia encendía el farolillo y juntos preparaban la venida
del niño Jesús cantando.

ESTRELLAS BLANCAS

Jonás había escuchado la historia sobre los abetos que siempre miran hacia el cielo
admirando las estrellas. Era una bella historia que su abuela le había contado y desde que la
escuchó, él también miraba las estrellas, en la noche, desde la ventana de su dormitorio.
Una le gustaba especialmente, era la estrella Lucero. La más puntual en aparecer en el cielo
y la que más tiempo permanecía brillando hasta que la claridad del alba ocultaba su luz.

Pero a Jonás le pasaba como a los abetos, sentía una gran añoranza cuando miraba a
las estrellas. ¡Estaban tan lejos! Y eso que Jonás hablaba con ellas y les confiaba sus
secretos. Pero a menudo se preguntaba
¿Cómo sería en verdad una estrella? ¿Quién viviría en ellas? ¿Cómo de inmensa sería su
luz?

Aquel invierno era uno de los más fríos que Jonás había pasado. Incluso el abuelo le
había dicho que no recordaba un invierno igual. EL agua de la fuente que había en la plaza
del pueblo, llevaba ya todo el mes helada y muchas plantas del jardín estaban también
completamente heladas.

Algunos días, el abuelo tomaba a Jonás de la mano y juntos daban largos paseos
hacia las afueras del pueblo. Ambos iban bien abrigados con gorros de lana y guantes que la
abuela les había tejido; el abuelo con su bastón y Jonás con las manos libres para poder
recoger piedras, palos o algún carámbano colgando de cualquier tejado o rama. Lo que más
gustaba a Jonás era descubrir un pequeño estanque o charca helada. Entonces se precipitaba
sobre él y a pesar de las advertencias del abuelo, más de una vez resbalaba e iba a dar con
sus naricillas en el suelo.

En aquellos días todo permanecía helado porque ni una nube protegía a la tierra de
los fríos. EL cielo estaba despejado y un tibio sol lucía durante el día.

Jonás y su abuelo contemplaron aquella tarde, como tantas otras un bello atardecer.
EL gran y redondo sol, descendiendo, tiño de anaranjado el llano horizonte que se divisaba
a las afueras del pueblo. Ese asombroso espectáculo siempre lo contemplaban abuelo y
nieto en silencio y con emoción. Después cuando ya el sol se había ocultado se dieron
cuenta de que estaban temblando de frío, pues ya los templados rayos del sol invernal no
les calentaban y la helada de la noche comenzaba a llegar.

Lentamente comenzaron a caminar de regreso al pueblo y sus pies hacían crujir el


hielo pues aquel día los tibios rayos del sol no habían conseguido derretir del todo el hielo
de los caminos.
- Estoy preocupado pequeño- dijo el abuelo. Si las heladas persisten Este será un año
de pobres cosechas.
- ¿Por qué abuelo?

Cuando hace frío intenso la savia, que corre por dentro de las plantas se hiela. Entonces los
pequeñísimos conductos por donde la savia circula revientan y las plantas mueren.

- ¿Y si nieva abuelo?
- ¡Ah jovencito! Si nieva será distinto, a la tierra le gusta que nieve pues su manto
blanco la protege de las heladas y le va dando poco a poco el agua que necesita.
Todos los viejos del lugar lo saben: año de nieves, año de bienes.
- Ojala nieve abuelo.

Al llegar a casa, la abuela les había preparado una rica sopa caliente y el fuego ya estaba
encendido. Jonás cenó con buena gana y se quedó un rato junto al fuego. Pensaba en lo que
le había dicho su abuelo de las heladas y de la nieve. El brillo del fuego se parecía en algo
al brillo de las estrellas. El fuego también gustaba a Jonás, sobre todo en las frías noches de
invierno.

Jonás se quedó dormido junto a la chimenea y el abuelo lo cogió en brazos y lo


llevo a la cama. Y Jonás tuvo un sueño.

Soñó que subía y subía al cielo, cada vez más alto y más alto, hasta llegar a una
estrella. Era una estrella bellísima que brillaba como el sol y Jonás supo que se trataba de la
estrella Lucero.

-¿Qué quieres Jonás? Preguntó la estrella.


- Quiero que nieve en la tierra, querida estrella. Así los cultivos no se estropearán con las
heladas y el abuelo no estará preocupado. Además ¡sería tan bonito!
- ¿Eso el todo?
- Si eso es.... bueno eso es lo más importante. Pero....
- Pero ¿qué Jonás? Dime que más quieres.
- ¡Sois tan hermosas las estrellas! Yo siempre desee ver estrellas en la tierra.
- Querido Jonás, si sabes verlo, hay muchos deseos que pueden cumplirse. Quizás
esta vez pueda se así.

Al día siguiente cuando Jonás despertó saltó de la cama con rapidez y se asomó a la
ventana. Sus ojos pudieron contemplar un espectáculo maravilloso. Todo estaba nevado: los
campos, los caminos, los tejados de las casas. Era tan hermoso que Jonás creía estar de
nuevo soñando. Temía hacer ruido y que tan querido sueño se desvaneciese.

- Querida estrella, has cumplido al menos uno de mis deseos. Sé que el otro era
demasiado difícil. ¿Cómo podrían las estrellas, que pertenecen al cielo, estar en la
tierra?

EL sol ya había salido aunque hoy tenía que abrirse paso entre las nubes. Jonás se
abrigó y sin desayunar salió corriendo afuera para ver y tocar la nieve.
Abrió la puerta y con asombro comprobó que la Estrella le había concedido su
segundo deseo. La tierra estaba sembrada de miles de estrellitas blancas que relucían con el
Sol en la blanca nieve.

Y es que en invierno la Tierra puede cubrirse de miles de estrellas. Son estrellas


blancas que relucen en la nieve.

CUENTO DE CARNAVAL

Cuentan que hace mucho, pero muchos años, había un reino donde existían muchas
hadas las cuales eran justas y generosas, ellas se encargaban de cuidar los distintos seres
que vivían allí. Este era un reino muy grande lleno de grandes maravillas.
Una de estas partes era donde vivían los seres humanos, todos los habitantes del pueblo
eran muy trabajadores y cada uno hacia lo que le correspondía, habían campesinos que se
encargaban de labrar y sembrar la tierra; jardineros que cuidaban de los bellos jardines con
gran variedad de flores y colores que habían alrededor de las casas; también estaba los
sastres y costureras que se encargaban de hacer la ropa para que todos estuvieran bien
presentados; habían albañiles que hacían las bellas casas que estaban en el pueblo; también
habían cocineros y cocineras que hacían deliciosas comidas para todos; otros eran los
marineros que navegaban por los ríos cristalinos; haaa también habían cocheros e
inventores que eran ministros del rey.
Todos en el pueblo eran muy felices, ya que seguían los consejos de las hadas. El
principal consejo que les daban las hadas era que cuidaran mucho pero mucho sus
CORAZONES, ya que de él salía lo bueno y lo malo. Y todos en el pueblo cuidaban sus
corazones y por esto siempre salían de sus bocas palabras bellas que venían de sus
corazones: eran palabras que hacían sentir muy bien a todos ya que se trataban con amor y
mucho RESPETO.
También cerca de allí estaban los bosques donde vivían toda clase de animales, y en ese
tiempo podían vivir tanto animales salvajes como domésticos todos podían vivir juntos y en
armonía; habían leones, osos, gatos, caballos, vacas, lobos, elefantes, tigres… bueno hasta
habían animales que en este momento ya no existen.
Y en lo profundo de la tierra vivían seres mágicos que cuidaban la tierra y además
ayudaban a las hadas en su trabajo.
Pero un día sin saber porque el corazón de los hombres se endureció y empezaron a salir
cosas feas de sus corazones que luego salían por sus bocas. El odio empezó a apoderarse de
ellos y se hacían daño con palabras sucias.
Las hadas al ver esto se entristecieron profundamente y querían encontrar la solución a
todo aquello que estaba sucediendo.
La tierra empezó a dañarse, los ríos comenzaron a secarse, los animales empezaron a
morir por falta de agua y alimento. Como el hombre endureció su corazón no le importaba
nada de lo que estaba ocurriendo, simplemente ya nadie en ese reino era feliz.
Las hadas empezaron a buscar la solución y pidieron sabiduría a otros dioses que vivían
en otros reinos ya que ellos le ayudarían a encontrar la preciosa piedra de cristal, pero para
llegar a esos otros reinos debían emprender un largo viaje que estaba lleno de peligros y
dificultades, tenían que atravesar ríos, mares, pantanos y desiertos en busca de la piedra de
cristal, la única solución para todos, ya que así el hombre caería del hechizo del odio y
nuevamente cuidarían sus corazones.
Algunas de las hadas partieron al largo viaje con alguno de sus vasallos iban con mucho
cuidado y sabían que debían prestar atención a todo lo que se les presentara.
Pasaron por un mar donde vieron atravesar velozmente a unos vikingos, sus barcos
estaban adornados con cabezas de dragones; hasta vieron algunos restos del arca de Noé.
Luego de pasar todo esto sabían que estaban cerca de Asgard reino donde vivía el dios Odín
que era considerado el dios de la sabiduría.
Cuando llegaron el dios Odín ya los esperaba y les dijo muy calmadamente:
El corazón de los hombres es engañoso y en el no pude faltar el amor.
Yo les regalo amor, pero ustedes deben traerme la preciosa piedra de cristal para que en ella
se cuide el amor y llegue sana y perdure en el corazón de los hombres.
Las hadas fueron donde Friga la esposa de Odín que era la diosa de la agricultura y la
felicidad, y ella dijo:
Yo les regalo la fertilidad en los campos para que el hombre no muera y nunca les falte el
alimento, pero deben continuar el camino pues yo no poseo la piedra de cristal. Sigan y no
muy lejos encontraran al rey de los animales que les dará una pista para encontrar la tan
anhelada piedra.
Al llegar al lugar donde se encontraba el rey de los animales les dijo:
Ustedes deben buscar en el reino de las profundidades ellos son los encargados de hacer
y guardar las piedras preciosas.
Las hadas llegaron al lugar donde se encontraban los seres mágicos de las profundidades
de la tierra, pero uno de los seres le dijeron que antes de entregarles la piedra para que se la
llevaran a Odín debían responder algunas preguntas. Las hadas respondieron cada una de
sus preguntas y recibieron la preciosa piedra de cristal, la cual llevaron al dios Odín.
Odín les entrego el amor que era invisible pero era el que le daba el verdadero valor a la
piedra. Así las hadas volvieron rápidamente y empezaron a soplar de la piedra y los
hombres cayeron de su hechizo y así todos volvieron a tener un buen corazón lleno de amor
y todos en el reino fueron felices por siempre.

Dios te socorra

Había una vez dos hermanas, una de las cuales era rica y sin hijos y la otra viuda con cinco
niños y tan pobre que carecía de pan para ella y su familia. Obligada por la necesidad fue a
buscar a su hermana y la dijo:
-Mis hijos se mueren de hambre, tú eres rica, dame un pedazo de pan.
Pero la rica que tenía un corazón de piedra, la contestó:
-No hay pan en casa-, y la despidió con dureza.
Algunas horas después volvió a su casa el marido de la hermana rica, y cuando comenzaba
a partir el pan para comer, se admiró de ver que iban saliendo gotas de sangre conforme le
iba partiendo. Su mujer asustada le refirió todo lo que había pasado. Se apresuró a ir a
socorrer a la pobre viuda y la llevó toda la comida que tenía preparada. Cuando salió para
volver a su casa, oyó un ruido muy grande y vio una nube de humo y fuego que subía hacia
el cielo. Era que ardía su casa. Perdió todas sus riquezas en el incendio, su cruel mujer
lanzando gritos de rabia decía:
-Nos moriremos de hambre.
-Dios socorre a los pobres-, la respondió su buena hermana, que corrió a su lado.
La que había sido rica, hubo de mendigar a su vez; pero nadie tuvo compasión de ella. Su
hermana olvidando su crueldad, repartía con ella las limosnas que recibía.

Hermanos Grimm

El abuelo y el nieto

Había una vez un pobre muy viejo que no veía apenas, tenía el oído muy torpe y le
temblaban las rodillas. Cuando estaba a la mesa, apenas podía sostener su cuchara, dejaba
caer la copa en el mantel, y aun algunas veces escapar la baba. La mujer de su hijo y su
mismo hijo estaban muy disgustados con él, hasta que, por último, le dejaron en un rincón
de un cuarto, donde le llevaban su escasa comida en un plato viejo de barro. El anciano
lloraba con frecuencia y miraba con tristeza hacia la mesa. Un día se cayó al suelo, y se le
rompió la escudilla que apenas podía sostener en sus temblorosas manos. Su nuera le llenó
de improperios a que no se atrevió a responder, y bajó la cabeza suspirando. Compráronle
por un cuarto una tarterilla de madera, en la que se le dio de comer de allí en adelante.
Algunos días después, su hijo y su nuera vieron a su niño, que tenía algunos años, muy
ocupado en reunir algunos pedazos de madera que había en el suelo.
-¿Qué haces? preguntó su padre.
-Una tartera, contestó, para dar de comer a papá y a mamá cuando sean viejos.
El marido y la mujer se miraron por un momento sin decirse una palabra. Después se
echaron a llorar, volvieron a poner al abuelo a la mesa; y comió siempre con ellos, siendo
tratado con la mayor amabilidad.

Hermanos Grimm

El festín celestial

Un hijo de un pobre labrador oyó decir un día en la iglesia al sacerdote que quien quiere ir
al cielo tiene que andar derecho. Se puso en camino, marchando siempre en línea recta por
montes y por valles, sin hacer nunca ningún rodeo. Al fin de su camino llegó a una gran
ciudad en medio de la cual había una hermosa iglesia donde se celebraban los oficios
divinos. Admirado de la magnificencia que le rodeaba creyó haber llegado al Paraíso y se
detuvo allí lleno de alegría.
Cuando se concluyeron los oficios le mandó salir el sacristán, a lo que le contestó:
-No, no saldré; he llegado al fin al cielo y me quedo en él.
El sacristán fue a buscar al cura y le dijo que había en la iglesia un niño que no quería salir
y que se imaginaba estar en el Paraíso.
-Si lo cree así -dijo el cura-, hay que dejarle.
Vino en seguida donde estaba el niño y le preguntó si quería trabajar. El niño le contestó
que sí y que estaba acostumbrado al trabajo, pero que no quería salir del cielo.
Se quedó en la iglesia y como veía a los fieles adorar de rodillas a una imagen del niño
Jesús, creyó que aquel era Dios y dijo a la imagen:
-¡Qué delgado estás, Dios mío! de seguro esas gentes no te dan de comer, yo repartiré
contigo mi pan.
Entonces oyó una voz que le dijo:
-Da a los pobres que tienen hambre y me contentarás a mí.
Una pobre anciana tendía su mano temblona a la puerta de la iglesia a los transeúntes. El
niño le dio la mitad de su pan, después miró a la imagen y le pareció que se sonreía, hizo lo
mismo todos los días figurándosele que la imagen estaba más contenta cada vez.
Algún tiempo después cayó malo y no se levantó de la cama en ocho días. En cuanto pudo
levantarse se fue a arrodillar a los pies del niño Jesús. El cura que le seguía le oyó decir así:
-No me acuses, Dios mío, si hace tanto tiempo que no te he alimentado, estaba enfermo y
no podía levantarme. Como continuaba de rodillas le preguntó el cura lo que hacía.
-¡Oh! padre mío -respondió-, mirad lo que me ha dicho el niño Jesús. He visto tu buena
voluntad y es suficiente. El domingo próximo vendrás conmigo al festín celestial.
El sacerdote pensó que le ordenaba Dios dar la comunión al pobre niño y le preparó para
aquel gran día. El niño asistió el domingo a los oficios divinos, pero en el momento de la
comunión le llamó Dios al Paraíso y le sentó a su lado en el festín celestial.

Hermanos Grimm

La Luna

Hace mucho tiempo, había una tierra donde las noches eran siempre oscuras, y la extensión
del cielo sobre ella era como una tela negra, allí la luna nunca salió, y ninguna estrella
brillaba en la oscuridad. En la creación del mundo, la luz por la noche no fue tomada en
cuenta.

Tres jóvenes compañeros salieron una vez de este país en una expedición de aventura, y
llegaron a otro reino, donde a la tarde, cuando el sol había desaparecido detrás de las
montañas, un globo iluminado se veía colocado en un roble, el cual emitía una luz suave,
lejana y amplia.

Por medio de este globo, todo podría ser muy bien visto y reconocido, aunque su luz no
fuera tan brillante como la del sol. Los viajeros pararon y preguntaron a un campesino que
conducía por delante su carro, que tipo de luz era esa.

-"Es la luna,"- contestó él; -"nuestro alcalde la compró con tres monedas de oro, y la sujetó
al roble. Él tiene que verterle aceite diariamente, y mantenerla limpia, de modo que siempre
pueda brillar claramente. Él recibe de nosotros una moneda por semana por hacerlo."-

Cuando el campesino se había ido, uno de ellos dijo,

-"Nosotros podríamos hacer muy buen uso de esta lámpara. Tenemos un roble en casa, que
es tan grande como este, y podríamos colgarla en él. ¡Qué placer sería no sentir por la
noche la total oscuridad!"-

-"Te diré lo que haremos,"- dijo el segundo; -"traeremos un carro y caballos y nos
llevaremos la luna. La gente de aquí puede comprarse otra."-
- "Yo soy un buen trepador,"- dijo el tercero, -"la bajaré."-

El cuarto trajo un carro y caballos, y el tercero subió al árbol, hizo un agujero en la luna,
pasó una cuerda por ella, y la bajó.

Cuando el globo brillante estuvo en el carro, la cubrieron con una tela, de modo que nadie
pudiera observar el robo. Ellos regresaron sin peligro a su propio país, y la colocaron en un
roble alto. Viejos y jóvenes se alegraron cuando la nueva lámpara emitió su ligero brillo
sobre todo el territorio, y dormitorios y salones se llenaron de su brillo. Los enanos salieron
de sus cuevas en las rocas, y los diminutos duendes con sus pequeños abrigos rojos
bailaban en rondas en los prados.

Los cuatro tuvieron cuidado de que la luna fuera proveída de aceite, y la limpiaban
adecuadamente, y recibían su moneda semanal. Pero ellos se hicieron ancianos, y cuando
uno de ellos se puso enfermo, y vio que estaba a punto de morir, designó que un cuarto de
la luna, como parte su propiedad, debiera ser puesto en la tumba con él. Cuando él murió, el
alcalde subió al árbol, y le cortó un cuarto con la cizalla para setos, y este fue colocado en
su ataúd.

La luz de la luna disminuyó, pero todavía era visible. Cuando el segundo murió, el
segundo cuarto fue sepultado con él, y la luz disminuyó más. Se puso más débil todavía
después de la muerte del tercero, quién igualmente se llevó su parte de ella con él; y cuando
el cuarto llegó a su tumba, el viejo estado de oscuridad se reanudó, y siempre que la gente
salía por la noche sin sus linternas, se golpeaban sus cabezas unos con otros.

Sin embargo, como los pedazos de la luna se habían unido juntos otra vez en el mundo
inferior, donde la oscuridad siempre prevalecía, vino a hacer que los muertos se agitaran y
despertaran de su sueño. Y se sorprendieron cuando se sintieron capaces de ver otra vez.
La luz de la luna era completamente suficiente para ellos, ya que sus ojos se habían hecho
tan débiles que no podrían haber aguantado la brillantez del sol. Ellos se levantaron y se
pusieron contentos, y regresaron a sus antiguos modos de vivir. Algunos iban a los juegos y
a bailar, otros se fueron a los comercios, donde pidieron vino, se emborracharon, se
pelearon, y por fin tomaron porras y se apalearon unos a otros. El ruido se hizo mayor y
mayor, hasta que por fin llegó al cielo.

San Pedro, que guarda la puerta de cielo, pensó que el mundo inferior había estallado en
rebelión y reunió a las tropas divinas, que deben hacer retroceder a Satanás cuando él y sus
socios asaltan el domicilio del cielo. Como éstos no llegaron, subió a su caballo y saliendo
por la puerta de cielo, descendió al mundo de abajo. Allí él redujo a los muertos al
sometimiento, les pidió que se acostaran en sus tumbas otra vez, y se llevó la luna con él y
la colgó en el cielo, donde quedó desde entonces.

Hermanos Grimm
Pichoncito

Había una vez un cazador que entró en el bosque para cazar, y cuando él se internó oyó un
sonido de grito como si un pequeño niño estuviera allí. Él siguió el sonido, y por fin llegó a
un gran árbol, y en lo alto de éste estaba un pequeño niño sentado, ya que la madre había
fallecido bajo el árbol con el niño, y una ave de rapiña que lo había visto en sus brazos,
había volado hacia abajo, y arrebatándolo, lo había puesto en su nido en lo alto del árbol.

El cazador subió al nido, y bajó al niño, y pensó para él:

-"Lo llevaré a casa conmigo, y lo criaré junto con mi Lina."-

Él lo llevó a su casa, y por lo tanto, los dos niños crecieron juntos. Sin embargo, el que
había sido encontrado en un árbol fue llamado Pichoncito, ya que inicialmente una ave se lo
había llevado a su nido. Pichoncito y Lina se querían tanto el uno al otro que cuando uno de
ellos no veía cerca a su compañero se ponía triste.

El cazador, sin embargo, tenía a una vieja cocinera, que sin él saberlo era una bruja, y ella
una tarde tomó dos baldes y comenzó a traer agua, y no fue sólo una vez, sino muchas
veces, a la fuente por el agua. Lina la vio y le dijo:

-"Escuche usted, vieja Sanna, ¿por qué trae tanta agua?"-

-"Si tú nunca se lo repites a otra persona, te diré por qué."-

Entonces Lina dijo:

-"Sí, nunca se lo repetiré a nadie"-

Entonces la cocinera dijo:

-"Temprano mañana por la mañana, cuando el cazador salga a su labor, calentaré el agua, y
cuando hierva en la caldera, lanzaré allí a Pichoncito, y lo herviré en ella."-

A la mañana siguiente el cazador despertó y salió a cazar, y cuando él ya se había ido los
niños estaban todavía en la cama. Entonces Lina dijo a Pichoncito:

-"Si tú nunca me abandonas, yo nunca te abandonaré a ti."-

Pichoncito contestó:

-"Ni ahora ni nunca te dejaré."-

Lina entonces dijo:


-"Entonces te contaré. Anoche, el viejo Sanna llevó tantos cubos de agua a la casa que le
pregunté por qué hacía esto, y ella me dijo que si yo prometía no decírselo a nadie ella me
lo diría, y yo le dije que yo estaría segura de no decirlo a nadie, y entonces ella me dijo que
temprano mañana por la mañana mientras mi padre cazaba, ella pondría a hervir la caldera
llena de agua, y te lanzaría en ella y te herviría a ti; pero nos levantaremos rápidamente, nos
vestiremos, y nos marcharemos juntos."

Los dos niños por lo tanto se levantaron, se vistieron rápidamente, y se marcharon. Cuando
el agua en la caldera ya hervía, la cocinera entró en el dormitorio para traer a Pichoncito y
lanzarlo en la caldera. Pero cuando ella entró, y fue a las camas, ambos niños ya no
estaban. Entonces ella se alarmó terriblemente, y se dijo:

-"¿Qué diré ahora cuándo el cazador llegue a casa y vea que los niños se han ido? Debo ir
tras ellos al instante para regresarlos de nuevo."-

Entonces la cocinera envió a tres criados tras ellos, que debían correr y alcanzar a los niños.
Los niños, sin embargo, estaban sentados fuera del bosque, y cuando vieron desde lejos
correr a los tres criados, Lina dijo a Pichoncito:

-"Nunca me abandones y nunca te dejaré."-

Pichoncito dijo:

-"Ni ahora, ni nunca yo te dejaré."-

Lina entonces dijo:

-"Conviértete en un rosal, y yo seré la rosa sobre ti."-

Cuando los tres criados llegaron, no había nada allí, excepto un rosal con una rosa, pero no
vieron a los niños por ninguna parte. Entonces dijeron ellos:

-"No hay nada que hacer aquí."-

Y regresaron a casa y le dijeron a la cocinera que ellos no habían visto nada en el bosque
excepto un pequeño rosal con una rosa. Entonces la vieja cocinera los reprendió
diciéndoles:

-"Ustedes, simplones, debieron haber cortado el rosal en dos y separado la rosa y traerlo a
casa con ustedes; ahora vayan ya y háganlo de una vez."-

Por lo tanto ellos tuvieron que salir y buscar por segunda vez. Los niños, sin embargo, los
vieron venir a la distancia. Entonces Lina dijo:

-"Nunca me abandones y nunca te dejaré."-


Pichoncito dijo:

-"Ni ahora, ni nunca te dejaré."-

Lina entonces dijo:

-"Conviértete en una iglesia, y yo seré la araña de luces dentro de ella"-

Cuando los criados llegaron, no vieron nada más que una iglesia con su araña de luces. Y se
dijeron entre sí:

-"Nada podemos hacer aquí, regresemos a casa"-

Cuando ellos llegaron a casa, la cocinera preguntó si no los habían encontrado; entonces
ellos dijeron que no, que sólo habían encontrado una iglesia, y que había una araña de luces
en ella.

Y la cocinera los reprendió y les dijo:

-"¡Ustedes tontos! ¿Por qué no tiraron la iglesia a pedazos, y trajeron la araña de luces a
casa con ustedes?"-

Y ahora la vieja cocinera, ella misma se puso a caminar, y fue con los tres criados en la
búsqueda de los niños. Los niños, sin embargo, vieron desde lejos que los tres criados
venían, y a la cocinera caminando atrás de ellos.

Lina dijo:

-"Nunca me abandones y nunca te dejaré."-

Pichoncito dijo:

-"Ni ahora, ni nunca te dejaré."-

Lina entonces dijo:

-"Conviértete en un estanque, y yo seré el pato sobre ella"-

Al llegar la cocinera, ésta vio el estanque y se agachó para beberlo, y estaba en eso cuando
el pato nadó rápidamente, se subió sobre la cabeza de la vieja y le picoteó la cabeza con su
pico y la vieja bruja resbaló, se golpeó y se ahogó en el estanque. Entonces los niños
tomaron su forma normal y se fueron a casa juntos, y en adelante vivieron tranquilos por no
tener ya en casa a la malvada vieja bruja.

Hermanos Grimm
La Abeja Reina

Dos hijos de un rey salieron una vez en busca de aventuras, y cayeron en un modo de vida
tan salvaje y desordenado, que nunca regresaron a su hogar. El más joven, llamado
Simpletón, salió en busca de sus hermanos, pero cuando al fin los halló, ellos se burlaron de
él, por haber pensado Simpletón, que con su simplicidad, podría rodar por el ancho
mundo, cuando ellos, que eran mucho más listos, no pudieron encontrar un buen camino.

Sin embargo viajaron los tres juntos, y llegaron a un gran nido de hormigas. El mayor
quería destruirlo para ver a las pequeñas hormigas corriendo desesperadas por el terror,
trasladando sus huevos a donde pudieran, pero Simpletón le dijo:

-"Deja a las creaturas en paz. No permitiré que las molestes."-

Siguieron adelante hasta un lago, donde nadaban un gran número de patos. Los dos
hermanos mayores querían capturar a un par y asarlos. Pero Simpletón no lo permitiría y
dijo:

-"Dejen a las creaturas en paz, no dejaré que los maten."-

Luego ellos llegaron a donde había un panal de abejas, el cual tenía tanta miel que del
tronco donde estaba, chorreaba un grueso hilo de miel. Los dos mayores querían hacer un
fuego debajo del tronco para sofocar a las abejas y cogerles su miel, pero Simpletón de
nuevo los detuvo y les dijo:

-"Dejen a las creaturas en paz, no dejaré que las quemen."-

Por fin los tres hermanos llegaron a un castillo en cuyos establos había caballos de piedra, y
no se veía un solo ser humano. Y recorrieron todos los salones, hasta que casi al final
llegaron a un salón con una puerta con tres cerraduras. Sin embargo, en medio de la puerta
había una rendija, por medio de la cual podían ver hacia adentro.

Allí vieron a un pequeño hombre gris sentado junto a una mesa. Ellos lo llamaron, una y
dos veces, pero él no oía. A la tercera vez, él se levantó, quitó las cerraduras y salió. No dijo
nada, pero sin embargo, los condujo a una mesa muy bien servida con alimentos. Después
de que ellos comieron y bebieron a satisfacción, el pequeño hombre llevó a cada uno a una
habitación donde durmieron esa noche.

A la mañana siguiente, el pequeño hombre gris se acercó al mayor, y por medio de señas lo
llevó hasta una mesa de piedra donde estaban escritas tres tareas, mediante las cuales, si se
realizaban, el castillo quedaría libre y desencantado.

La primera era que en el bosque, debajo del musgo, estaban regadas las perlas de la
princesa, mil perlas en total, que deberían ser recogidas, y que si a la puesta del sol faltaba
una sola perla, aquél que las estuvo buscando, se haría de piedra.
El mayor se dirigió allá, y buscó durante todo el día, pero al caer el sol, solamente había
encontrado cien, y lo que se decía en la mesa sucedió, y él fue convertido en piedra.

Al otro día, el segundo tomó la misión, pero sin embargo, no tuvo mayor suerte que su
hermano, pues no encontró más que doscientas perlas, y también se hizo de piedra.

Al siguiente día le tocó el turno a Simpletón, quien también buscó en el musgo. Pero era tan
difícil encontrar las perlas, y se avanzaba tan despacio, que se sentó sobre una piedra a
llorar. Y mientras eso sucedía, la reina de la hormigas, cuyo nido una vez él salvó, vino con
cinco mil hormigas, y sin mucho tardar, las pequeñas creaturas habían juntado las mil
perlas, y se las entregaron en un montón.

La segunda tarea era, sacar del fondo del lago la llave del dormitorio de la hija del rey.
Cuando Simpletón llegó al lago, los patos que él había salvado, se sumergieron y salieron
nadando hacia él, llevándole la llave solicitada.

Pero la tercera tarea era la más dificultosa. Entre las tres dormidas hijas del rey, debía de
encontrarse a la menor de ellas. Sin embargo, las tres eran físicamente idénticas, y
solamente podían reconocerse por los dulces que habían probado antes de caer dormidas.
La mayor probó un pedacito de azúcar, la segunda un sirope, y la menor una cucharada de
miel. Entonces llegó la reina de las abejas del panal del tronco que Simpletón había
defendido de ser quemado, y ella probó los labios de las tres, y se quedó parada en la boca
de la que había probado la miel. Así Simpletón pudo reconocer a la princesa correcta.

Y con eso terminó el encantamiento, y todos los que estaban dormidos despertaron y los
convertidos en piedra volvieron a su contextura normal. Simpletón se casó con la menor de
las princesas, y al faltar su padre el rey, él quedó en el trono, y sus hermanos se
formalizaron comportándose correctamente en adelante, y se casaron con las otras dos
hermanas.

Hermanos Grimm
II. CUENTOS PARA ADULTOS

¿QUIEN A QUIEN?

Un hombre que había estudiado en muchas escuelas de metafísica se presentó ante


Nasrudin. Describió en detalle en cuales había estado y que había estudiado para demostrar
que merecía ser aceptado como discípulo.

"Espero que me acepte o, al menos, que me exponga sus ideas -dijo-, puesto que he
empleado tanto tiempo estudiando en esas escuelas."

"¡Qué lástima! -exclamo Nasrudin-, usted ha estudiado a los maestros y sus enseñanzas. Lo
que tendría que haber sucedido es que los maestros y las enseñanzas lo estudiaran a usted.
Entonces si habríamos tenido algo interesante".

Cuento Sufi

LA IMPORTANCIA DEL BOSQUE

Todos los maestros dicen que el tesoro espiritual es un descubrimiento solitario.

¿Entonces por qué estamos juntos? -preguntó uno de los discípulos a Nasrudin, el maestro
sufi.

Ustedes están juntos porque un bosque siempre es más fuerte que un árbol solitario
-respondió Nasrudin-. El bosque mantiene la humedad del aire, resiste mejor a un huracán,
ayuda a que el suelo sea fértil.

-Pero lo que hace fuerte a un árbol es su raíz. Y la raíz de una planta no puede ayudar a otra
planta a crecer.

-Estar juntos en un mismo propósito, es dejar que cada uno crezca a su manera; éste es el
camino de los que desean comulgar con Dios.

Paulo Coelho

La historia del cerrajero

"Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a
vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo
quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una
alfombra su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey
consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la
oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus
postraciones sobre ella.
Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había
conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir
de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su
mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero.
Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información
que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de
que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos
estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban
prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo.

Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de
metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían
recursos para la huída y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero
haría una llave.

Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la
cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada
esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro
prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra
también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex-guardias se hicieron sus amigos
y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron."

Cuento Tradicional Sufi

EL CUENTO DE LAS ARENAS

Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través de toda clase y
trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había
sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta
de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas.

Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin embargo,
no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo le susurró:

"el Viento cruza el desierto y así puede hacerlo el río"

El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas y solamente conseguía ser
absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto.
"Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o
te convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino"

-¿Pero cómo esto podrá suceder?

"Consintiendo en ser absorbido por el viento". Esta idea no era aceptable para el río.
Después de todo él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad.
"¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez?" "El
viento", dijeron las arenas, "cumple esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el
desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río"

-"¿Cómo puedo saber que esto es verdad?"

"Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría muchos,
pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río."

-"¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy?"

"Tú no puedes en ningún caso permanecer así", continuó la voz. "Tu parte esencial es
transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué
parte tuya es la esencial." Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los
pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál
sería?, había sido transportado en los brazos del viento. También recordó --¿o le pareció?--
que eso era lo que realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río elevó
sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia
arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una
montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río
pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia.
Reflexionó: "Sí, ahora conozco mi verdadera identidad" El río estaba aprendiendo pero las
arenas susurraron: "Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque
nosotras las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río
hasta la montaña" Y es por eso que se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de
continuar su travesía está escrito en las Arenas.

Cuento Zen

LO QUE ES… ES

Había una vez en un país como otro, un árbol como tantos, donde al extremo de una rama,
nació una bonita flor.

Dicen que desde el principio, al florecer, se vio que sería de las más sensibles por sus
pétalos y de las más ricas por el polen que brotaba en su centro.

Su posición en el extremo de la rama le daba cierta perspectiva sobre las demás flores y
hojas, por lo que desde muy pequeña se vio obligada a cuidar de las demás y quizás por eso
disfrutaba pocas veces de la luz del sol y del brillo de la luna. Pero cuando lo hacía, en los
momentos que tenía para ella, mirar el cielo y ser una con las estrellas o dejarse inundar por
los rayos del sol eran sus más dulces pasiones.
Cuentan que también tenía un miedo. Cuando miraba hacia abajo y se daba cuenta de que
algún día tendría que caer, igual como veía caer a las ya marchitas, entonces sus hojitas
perdían color y ese mismo temor parecía acelerar en ella el proceso de marchitarse.

Sucedió en la vida de esta flor, que una abejita obrera apareció para recoger su polen, y ella
aceptó. Aunque el mundo para las flores es muy distinto de cómo es para las abejas, este
par, mantuvieron ese vínculo mucho, mucho tiempo.

No se sabe muy bien el porqué, un día nuestra flor descubrió que la abejita también tomaba
polen de otras flores. Al descubrir que la vida no era como ella quería que fuese se
derrumbó...

Dicen, que todas las flores y hojas que la rodeaban le pedían que se mantuviese fuerte,
dura, y se olvidaban de lo sensible que ella era:

-¡Soy una flor, no una rama!- les decía ella intentando mantener la rigidez que todos le
pedían. Cuando la tristeza le hacía pesadas sus hojas, veía bajo suyo el vacío, lo cual
empeoraba más la situación. La abejita tampoco sabía cómo arreglar lo ocurrido, no sabía
ayudarla. Ella ahora solo podía verla como un abejorro y a las demás flores traidoras. Todo
tan mal y tan poco tiempo para caer.

Cuentan que entonces, cuando solo quedaba lo peor, una fuerte ráfaga de viento sacudió su
rama. No quedaban fuerzas para sujetarse, ni para ser fuerte, ni ya para ser flor y se rindió.

Dicen, que lo extraño en ese momento, fue que desapareció cualquier miedo, como si el
viento también se lo hubiera llevado; y mientras caía, le oyó:

- Hola flor, ¿cómo va tu viaje?

Lo primero que pensó, fue que florediós le estaba hablando y que estaba en el florecielo.
Levantó ligeramente los pétalos, que curiosamente sintió livianos, y vio un maravilloso
pájaro que mientras volaba la miraba fijamente.

-¿Viaje? - dijo débilmente - ¿ No estoy cayendo?

- Eso depende de cómo quieras llamarlo- contestó él radiante.

-¡Pero yo no quiero esto!- Dijo ella sollozando.

- Ya comprendo- respondió el pájaro con sinceridad.- ¿Cómo crees que hago yo para
volar?- preguntó con cierto misterio.- ¿Crees que lucho con el viento? ¿Crees que lucho con
lo que es?- preguntó mientras un destello iluminó sus ojos.

- Ya sé que quieres decirme, aprovechas las corrientes, pero ¡yo no tengo alas, y es justo el
viento el que me ha hecho caer!- gritó sin esconder su dolor.
El pájaro rió fuerte aunque sin burla, y a ella le pareció tan feliz.

-¡Solo escucha al viento, es tu amigo!- gritó entre risas.- Siempre ha estado contigo apunto
para aconsejarte, acompañarte en lo que necesites. ¡Abre tus pétalos!-

Dicen que entonces ocurrió. Tímidamente se abrió al viento y pudo oírlo. No le habló como
ella pensaba. Por eso nunca antes lo había oído.

Cuentan que ese día, empezó el auténtico viaje de nuestra flor, que desde ese instante no
paró de descubrir los mensajes ocultos de la vida: en las estrellas, en el sol, en la tierra,
incluso en los centros de polen de otras flores y en el zumbido de las abejas.

Dicen, que si abres bien los ojos, aun puedes verla por ahí, volando como un pájaro.

Yo la he visto en algunas ocasiones y fui tras ella, pero nunca la pude coger.

Cuento Zen

LA MUJER ESQUELETO

Había hecho algo que su padre no aprobaba, aunque ya nadie recordaba lo que era. Pero su
padre la había arrastrado al acantilado y la había arrojado al mar. Allí los peces se
comieron su carne y le arrancaron los ojos. Mientras yacía bajo la superficie del mar, su
esqueleto daba vueltas y más vueltas en medio de las corrientes.
Un día vino un pescador a pescar, bueno, en realidad antes venían muchos pescadores a ésta
bahía. Pero aquél pescador se había alejado mucho del lugar donde vivía y no sabía que los
pescadores de la zona procuraban no acercarse por allí, pues decían que en la cala había
fantasmas.
El anzuelo del pescador se hundió en el agua y quedó prendido nada menos que en los
huesos de la caja torácica de la Mujer Esqueleto. El pescador pensó:”He pescado uno muy
gordo! Uno de los más gordos!” Y estaba calculando mentalmente cuántas personas podrían
alimentarse con aquél pez tan grande, cuánto tiempo les duraría y cuánto tiempo él se
podría ver libre de la ardua tarea de cazar. Mientras luchaba denodadamente con el enorme
peso que colgaba del anzuelo, el mar se convirtió en una agitada espuma que hacía
balancear y estremecer el kayak, pues la que se encontraba debajo estaba tratando de
desengancharse. Y cuanto más se esforzaba, más se enredaba con el sedal. A pesar de su
fuerza fue inexorablemente arrastrada hacia arriba, remolcada por los huesos de sus propias
costillas.
…….todo el cuerpo de la mujer había aflorado a la superficie y estaba colgando del
extremo del kayak, prendido por uno de sus largos dientes frontales.
“Ay!” gritó el hombre mientras el corazón le caía hasta las rodillas, sus ojos se hundían
aterrorizados en la parte posterior de la cabeza y las orejas se le encendían de rojo. “Ay!”
volvió a gritar, golpeándola con el remo para desengancharla de la proa y remando como un
desesperado rumbo a la orilla. Como no se daba cuenta de que la mujer estaba enredada en
el sedal, se pegó un susto tremendo al verla de nuevo, pues parecía que ésta se hubiera
puesto de puntillas sobre el agua y lo estuviera persiguiendo……
“Aaaaaayyy!” gritó el hombre con voz quejumbrosa mientras se acercaba a la orilla. Saltó
del kayak con la caña de pescar y echó a correr, pero el cadáver de la Mujer Esqueleto, tan
blanco como el coral, lo siguió brincando a su espalda, todavía prendido en el sedal. El
hombre corrió sobre las rocas y ella lo siguió. Corrió sobre la tundra helada y ella lo siguió.
Corrió sobre la carne puesta a secar y la hizo pedazos con sus botas de piel de foca.
……Al final el hombre llegó a su casa de hielo, se introdujo por el túnel y avanzó a gatas
hacia el interior. Sollozando y jadeando permaneció tendido en la oscuridad mientras el
corazón le latía en el pecho como un gigantesco tambor. Por fin estaba a salvo, sí, a
salvo……..por fin.
Pero, cuando encendió su lámpara de aceite de ballena, la vio allí acurrucada en un rincón
sobre el suelo de nieve de su casa, con un talón sobre el hombro, una rodilla en el interior
de la caja torácica y un pie sobre el codo. Más tarde el hombre no pudo explicar lo que
ocurrió, quizá la luz de la lámpara suavizó las facciones de la mujer o, a lo mejor, fue
porque él era un hombre solitario. El caso es que se sintió invadido por una cierta
compasión y lentamente alargó sus mugrientas manos y, hablando con dulzura como
hubiera podido hablarle una madre a su hijo, empezó a desengancharla del sedal en el que
estaba enredada……. Siguió trabajando hasta bien entrada la noche hasta que, al final,
cubrió a la Mujer Esqueleto con unas pieles para que entrara en calor y le colocó los huesos
en orden tal como hubieran tenido que estar los de un ser humano.
(….el hombre encendió un fuego y fue guardando su caña y su sedal, de vez en cuando la
miraba, ella no decía ni una palabra, temiendo que el cazador la arrojara de allí…. El
hombre sintió sueño y enseguida empezó a soñar…..y una lágrima se le escapó de los
ojos….)
La Mujer Esqueleto vio el brillo de la lágrima bajo el resplandor del fuego, y de repente, le
entró mucha sed. Se acercó a rastras al hombre dormido entre un crujir de huesos y acercó
la boca a la lágrima. La solitaria lágrima fue como un río y ella bebió, bebió y bebió hasta
que consiguió saciar su sed de muchos años.
Después….introdujo la mano en el interior del hombre dormido y le sacó el corazón, el que
palpitaba tan fuerte como un tambor. Se incorporó y empezó a golpearlo por ambos
lados…..mientras cantaba “Carne, carne, carne!!!! Carne, carne, carne!!!” y cuanto más
cantaba más se le llenaba el cuerpo de carne. Pidió cantando que le saliera el cabello y unos
buenos ojos y unas rollizas manos……..Y cuando terminó, pidió cantando que
desapareciera la ropa del hombre dormido y se deslizó a su lado de la cama, piel contra
piel. Devolvió el corazón a su cuerpo y así fue como ambos se despertaron, abrazados el
uno al otro, enredados el uno en el otro después de pasar la noche juntos, pero ahora de otra
manera, de una manera buena y perdurable.

Clarissa Pinkola Estés


¿CUAL ERES TÚ?

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y de cómo las cosas le resultaban tan
difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba
cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y
las colocó sobre el fuego. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última
colocó granos de café. Las dejó hervir, sin decir palabra.
La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.
A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón.
Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer
recipiente.
Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿Qué ves?"; "Zanahorias, huevos y café" fue su
respuesta.
La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias, ella lo hizo y notó que estaban
blandas.
Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el
huevo duro.
Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.
Humildemente la hija preguntó: - "¿Qué significa esto, padre?"
Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo,
pero habían reaccionado en forma diferente.
La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se
había puesto débil, fácil de deshacer.
El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero
después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café, sin embargo eran únicos: después de estar en agua hirviendo, habían
cambiado el agua. "¿Cuál eres tú, hija?, cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo
respondes?", le preguntó a su hija.
¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero cuando la adversidad y el dolor te tocan, te
vuelves débil y pierdes tu fortaleza?
¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable, poseías un espíritu fluido, pero
después de una muerte, una separación, o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera
te ves igual, pero ¿Eres amargada y áspera, con un espíritu y un corazón endurecido?
¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviendo, el elemento que le causa
dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor.
Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor, tú reaccionas en forma
positiva, sin dejarte vencer y haces que las cosas a tu alrededor mejoren, que ante la
adversidad exista siempre una luz que ilumina tu camino y el de la gente que te rodea.
Esparces con tu fuerza y positivismo el "dulce aroma del café".
¿Y tú?, ¿Cuál de los tres eres?
El cuento de la cucharita de porcelana

En un lugar en oriente, había una montaña muy alta que no dejaba entrar los rayos del sol,
motivo por el cual los niños crecían raquíticos. Entonces, un viejo, el de mayor edad del
poblado, se encaminó con una cuchara de porcelana hacia esa montaña.

Al verlo, le preguntaron sus vecinos: ¿Qué vas a hacer en la montaña?

-Voy a moverla.

¿Y con qué las vas a mover?

-Con esta cucharita de porcelana.

-Jajaja, nunca podrás.

-Sí, nunca podré, pero alguien tiene que comenzar a hacerlo.

NUESTROS AMIGOS LOS OSOS

Un cazador, mientras camina por la orilla de un río, se encuentra de pronto en presencia de


un drama de la naturaleza: un enorme cocodrilo, tras haber atrapado la pata de un oso de un
bocado, trata de arrastrarlo dentro del agua. El hombre mata sin dudarlo al cocodrilo con su
carabina, liberando así al oso malherido. Éste lleva un collar en torno al cuello: resulta que
pertenece a un circo que está acampado a unos cientos de metros de allí. A partir de este
momento, el oso da muestras de agradecimiento y de afecto desbordantes hacia su salvador.

Algún tiempo después, el hombre seguido de su nuevo amigo oso va a hacerle una visita al
propietario del circo. Trata de negociar el rescate del plantígrado, arguyendo que hasta ese
día ha vivido solo y que por fin ha encontrado a un amigo para llenar esta soledad. «Trato
hecho», responde el propietario del circo que termina por ceder ante la insistencia del
cazador. El hombre y el oso se ponen a vivir juntos, el oso velando por su nuevo amo como
si fuera éste la niña de sus ojos.

Un día, el hombre decide echar una cabezadita. Le ruega a su compañero que espante las
pesadas moscas que no paran de zumbar encima de su cama. Una vez dormido el hombre,
una mosca, burlando la vigilancia del animal, se posa en frente del durmiente. El oso, tras
haber agitado en vano sus patas para obligarla a emprender el vuelo y preocupado de
preservar el sueño de su amigo, decide recurrir a procedimientos más expeditivos. Coge
entonces una enorme piedra, la lleva a la habitación del durmiente y la deja caer sobre el
insecto. Éste último muere en el acto así como también el durmiente.

Alejandro Jodorowsky

LAS TRES REJAS


El joven discípulo de un filósofo sabio lo visita y le dice:

- Maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de alguien con malevolencia.


- ¡Espera! lo interrumpe el filósofo ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a
contarme?
- ¿Las tres rejas?
- Sí. La primera es la VERDAD. ¿Estás seguro de que lo que queréis decirme es
absolutamente cierto?
- No. Lo oí comentar a unos vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por le segunda reja, que es la BONDAD. ¿Es bueno para
alguien lo que me vas a decir?
- No. en realidad no. Al contrario …
- La última reja es la NECESIDAD ¿Es necesario hacerme saber lo que tanto te inquieta?
- A decir verdad, no.
- Entonces, dijo el sabio sonriendo, si no es VERDADERO, ni BUENO, ni NECESARIO,
sepultémoslo en el olvido.

Alejandro Jodorowsky

Parábola china

Un anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña
propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus caballos y los
vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia.

Sin embargo el anciano replicó:


-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!

Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de
caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena
suerte.

Pero el viejo de la montaña les dijo:


-¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!

Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se
cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente
les replicó el viejo:

-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!


Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas».
Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del emperador y para llevar su litera. Al hijo
del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron. Chunglang
sonreía.

Hermann Hesse

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