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Horror al vacío de trascendencia o una teología de la liberación en el arte de Angel Valdez


Juan Dejo SJ
Charla, mesa redonda, ICPNA, 1 de abril 2019

Introducción
La impresión que me dio ver la obra de Angel Valdez fue sentir como si la subjetividad moderna
se hubiese encarnado en el pasado, en un ser humano del siglo XVII y que, éste a su vez ya
mutado, cobrara vida de nuevo en nuestros tiempos. En su despertar resurrecto, la sensibilidad
de homo religiosus de este pintor transtemporal, pugna por salir a la superficie en un mundo
hostil a todo sentimiento sagrado, devoto o religioso. Esa sensibilidad es sin embargo más fuerte
que su razón; al no saber donde canalizarla la hace emerger y expresarse en utopías o distopías
que tratan de expresar el malestar de una sociedad que agoniza de la ausencia de trascendencia
y de densidad espiritual. Angel Valdez, como habitado por un daimon devoto, expresa con su
propuesta artística la voz de muchos que se reconocen en ella, pues comparten la misma sed de
eternidad, algo que la subjetividad moderna parece haber rechazado a cambio del deseo de una
temporalidad eternizada, aquella del carpe diem de lo efímero. Ya lo decía Charles Baudelaire: la
modernidad es “lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo
eterno y lo inmutable (Baudelaire, 1976 [1995], p. 92). Para él, la originalidad de lo moderno viene
de la impronta que el tiempo le da a nuestras sensaciones (Baudelaire, p. 94). Esa subjetividad
moderna nació en el momento en que la duda ante la eternidad le hizo caer al ser humano en la
tentación de creer que el deseo solo podía ser colmado en el momento. Extasiado por la
temporalidad, el detente, momento, eres tan hermoso! del Fausto de Goethe, selló para el futuro
la ruptura con lo eterno, inaugurando la agotadora búsqueda de saciar un deseo que por esencia
es inconmensurable. Es ese el hombre moderno que poco a poco ha evolucionado hacia el homo
narcisus, deleitado en la imagen congelada de placeres repetibles, seriados, en un camino que en
el arte inauguró la secuencia inacabable de rupturas hasta agotarse vertiginosamente en ellas
mismas y convertirse en figuras congeladas, petrificadas. Su correlato existencial es el hombre y
y mujer reciclados una y otra vez, sin aceptar el paso de los años, desprovistos del objeto del
deseo de una esperanza futura. Esa petrificación de la subjetividad moderna se quiebra por la
densidad espiritual que se abre paso en los cuadros de Valdez, rompe, a la vez que manifiesta
que la realidad está apocalípticamente amenazada a causa del destierro de lo divino en la vida
humana.

Por eso es importante resaltar cómo ese homo religiosus de la cristiandad tradicional, hecho
abyecto por la instauración del relato de la ciencia moderna, se va abriendo paso en la mutación
de hombres y mujeres espirituales, que buscan hablar de la trascendencia a través de los
soportes de la modernidad, esa modernidad agotada por el discurso de la ruptura, modernidad
vuelta posmoderna en esa suerte de canto de cisne que vislumbra nuevas maneras de integrar lo
que la razón instrumental había intentado divorciar para siempre. El homo religiosus de hoy, como
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lo hace Angel Valdez aqui, intenta traer al día de hoy relatos que resuenan a las viejas utopías
gnósticas de los primeros siglos de la cristiandad; en ellos, el dato social, científico o empírico
contemporáneo va dándose un lugar para hacer hablar viejos fondos de creencias que se creían
muertas o agonizantes. Así, ha surgido en el campo académico la neuroteología, ciencia aun
sospechosa para la academia oficial; de otro lado, las prácticas meditativas se expanden a través
de aplicativos que se vuelven objeto de consumo; las curaciones ancestrales, cobran vida
mediante técnicas eclécticas que desafían el paradigma unívoco de la ciencia moderna y
construyen puentes a la resurrección de lo divino en el mundo contemporáneo.

Estas son las manifestaciones, digamos, más representativas, por ser las más evidentes. No así
las que podríamos olfatear en el arte en general. Pero pienso que especulando un poco más a
fondo, con recojo suficiente de data, podríamos ir más rápido. En lo que sigue haré un intento de
analizar el modo en que se articula ese espíritu de trascendencia de lenguaje barroco colonial en
formatos y referencias de la posmodernidad en Angel Valdez.

Valdez: la recreación del imaginario barroco por la liberación


El arte de Angel Valdez recurre deliberadamente a la tradición del arte virreinal, espacio de
creación colonial pero del cual el artista del virreinato se apropiaba llegando a hacer de las obras
iconos que podían representar el imaginario local. Los resultados entonces eran hibridaciones
espirituales. En este proceso pudieron influir las catequesis que eran actos intrínsecos a la
plasmación de los iconos que se consideraban como religiosos. No tenemos testimonios de
cómo fue el proceso pictórico pero es muy probable que siguiera las técnicas de los viejos
talleres que en Europa se habían constituido alrededor de los monasterios, conventos o
catedrales.

Hay una serie de interrogantes entre los objetos representados, sus características técnicas y la
experiencia espiritual (de haberla habido) en aquellos tiempos. Por ejemplo, hasta donde yo sé,
no nos hemos preguntado el modo en que ingresó el uso del dorado en la representación
pictórica para hacer desplazar los originales claroscuros; ¿tuvo un sentido espiritual y no solo
meramente decorativo? No se ha hecho un análisis espiritual de lo que pudo significar el uso del
dorado, de manera análoga a los tiempos góticos, tiempos de expansión y florecimiento de la fe
en la Europa germanizada. Y como el dorado, hubo sin duda, otros factores de la práctica
espiritual, normada, codificada, domesticada por el sistema eclesial oficial, que fueron
adaptándose a la sensibilidad local, de los dueños de los talleres o de los mismos ejecutores de
las piezas consideradas como “sacras”.

La referencia a estos motivos iconográficos codificados y cristalizados tienen sin duda, un


sentido en la pintura de Angel Valdez, quien los trae al presente como si una presencia interior lo
llevara a hablar a través de ellos de una experiencia espiritual; de esa agonía de Dios, quien pasa
por la monstruosidad del sufrimiento y el dolor, a causa de su exceso de fe en el ser humano.
¿No es eso lo que la teología debería finalmente probarnos? Que Dios es un Dios cuyo ser mismo
emerge en el humano como amor. Dios creador en tanto Amor, en su lógica intrinseca de ser para
lo otro de sí.

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El Dios de Valdez es un Dios agónico en el sentido lato del término, como indica Gustavo Buntinx:
“Lucha a muerte contra la muerte misma”. La figura de la muerte es un tránsito que resulta
insoportable para el mismo Dios, que se compadece de su creatura, idéntica a El, en cuanto a
Logos, y por ende, se involucra en ella hasta el punto de soportar los sufrimientos inflingidos por
la contingencia de la temporalidad. Ese sufrimiento, se hace absurdo, monstruoso, un atentado
contra una existencia que debiera ser goce pleno para todos.

El Dios agónico atraviesa las contradicciones humanas y nos dice, no que huyamos o anulemos
ese momento, sino que lo vivamos con El. La sensibilidad y en consecuencia, el deseo, no tiene
por qué ser negado, sino transmutado. Y sólo lo transmutamos si somos fieles al Amor, a la
compasión y a la justicia, sus brazos fundamentales.

El barroco emerge en América gracias al mundo espiritual, llevado por órdenes religiosas que
encarnan en el país la devoción espiritual de índole recogida de fines del XVI. En el Perú se
copian grabados, pero también se expanden nuevos patrones de reproducción en serie, de
imágenes que tienen una semejanza con iconos ortodoxos u orientales -aunque en tercera
dimensión. Patetismo y ternura compiten en la nueva manera de arte religioso que denominamos
barroco colonial. Pero poco sabemos de la relación que tuvieron con la práctica espiritual; muy
probablemente no solo sirvieron para una pedagogía catequética sino quizá también para
ejercicios de contemplación espiritual cuyos escenarios hoy la curaduría de Gustavo Buntinx trae
al presente siguiendo algunas pautas de la codificación del barroco: In nomine Patris, Unus et
Trinum, Vita, passio, mors; Limen, Eskhatos; Fiat Lux.

Desacralización para reflejar el trasfondo de sensaciones, angustias, incertidumbres. Avalancha


de imágenes que reflejan el inconsciente al límite con el surrealismo; donde lo surreal es
expresión de la agonía -en el sentido de lucha, de combate- que produce una serie de
experiencias sensibles que nadie nos explica ya; desasidos de los marcos de representación
codificada que los grandes relatos del pasado elaboraban para ordenar y clasificar la realidad, el
pintor sensible que vive la realidad con temor y temblor, deja fluir su imaginario casi como
escritura automática para hacer una mántica y probar a Dios. Juega con la irreverencia, pero no
por agresión o violencia atea o agnóstica, sino porque no le satisfacen más las encapsulaciones
transmitidas; busca algo más, jugando y desarmando, deconstruyendo las viejas imágenes para
lanzarlas al aire y ver cómo caen, en una nueva configuración. No lanza solo imágenes, sino
sensaciones profundas, enraizadas en su historia personal pero también en la de su terruño.

Este nuevo lenguaje que ya estamos apostando por nombrar neo-barroco, es un barroco liberado
de sus constricciones dogmáticas sin por ello renunciar a sus profundas intuiciones.

Deconstruye para volver a decir; interpreta a través de las disecciones y los collages de
asociación libre que transitan hacia significaciones profundas. Como el Dios trinidad tricéfalo
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(DIAPO 2), imagen prohibida ya desde 1628 pero persistente hasta su real proscripción de 19281 .
Las trinidades tricéfalas o triándricas de Angel Valdez se trasvisten, se cortan la cabeza para
llevarla a las manos. (DIAPO 3) Ese simple gesto puede decir muchas cosas; es una Trinidad que
se descompone para llevarnos a un más allá de las representaciones a la vez que mostrándonos
el rostro imposible como una ofrenda a su creatura. La trinidad en el origen amazónico (DIAPO 4)
sitúa el plano de la creación y la escatología en paralelo, con los amazónicos que caminan con un
Jesús sacado de un cuadro del Bosco anunciando el empoderamiento de los pequeños con dos
personas de estatura baja (“enanos”) como ángeles en la entrada de la Creación, en el umbral
que separa la realidad histórica de su correlato inicial o eterno, la “singularidad”. La Trinidad es
así reutilizada para hablarnos de una humanidad en correlación con bacterias y virus, con los
cuales caminamos hacia nuestra plenitud.

La trinidad de “peor es ciego” (DIAPO 5) es en realidad la antitrinidad, claramente una de las


pocas formas en que un católico ilustrado promedio puede referir la imagen de lo opuesto al Dios
trinitario. La totalidad de la historia del Perú colocada como tentada por el dios del Poder y las
riquezas que no perdona ni al pasado sea este inka, colonial o republicano.

Pero la deconstrucción más compleja y disruptora es sin duda, la vida, muerte y pasión (DIAPO
6). La desaparición o suplantación del Espíritu y del Padre (DIAPO 7) en la representación en la
que un ave ocupa el triangulo místico de la cúspide, no convence de su divinidad, así como Chew
Baka o Stephen Hawking, el científico ateo, dan guiños sobre el escepticismo o la ficcionalidad
que ocupan el lugar de la referencia al Padre. Nuevamente Lacan subyacente, pero además el
lugar central lo ocupa un Cristo agónico, angustiado y abandonado. (DIAPO 8) La monstruosidad
del Cristo que prolonga su agonía en los enfermos, en los poseidos por la Violencia, la
superficialidad o la inconsciencia. Qué mejor representación hoy en día, reflexiva, sobre el sentido
de la encarnación del Hijo que sintetiza en él todos los males que aquejan al humano? ¿Una cruz
-no se supone-, debe ser siempre disruptiva, incómoda, perturbadora? ¿Nos perturba esta cruz
de Valdez? Si es así, pues entonces ha logrado su objetivo. Al mal no podemos voltear dandole la
espalda, debemos primero verlo cara a cara, reconocer su fealdad, como diría San Ignacio en los
Ejercicios espirituales, para de allí, pensar cómo enfrentarlo. La cruz y el arte sacro deberían ser
pues un arma reflexiva, crítica y, por ello, liberadora.

Conclusión: el Arte como acto primero de contemplación para la teología de la liberación


como acto segundo
Podría seguir refiriendo todo lo que estas imágenes magnificas me sugieren, pero el tiempo me
obliga a conducir a una sola idea que quiero que se concluya con una esperanza, que en realidad
es la esperanza en la resurrección que es, a fin de cuentas el mensaje central de Jesús,

1 https://journals.openedition.org/rsr/2066. “Il faudra attendre 1628 pour que le pape Urbain VIII
interdise ce type de peintures. Mais on en trouvera encore, à la fin du XVIIe siècle, dans les
campagnes, notamment en Franche-Comté (Bœespflug 1984, 320). Mais ce n’est qu’en 1928 que
le Saint-Office procerira ce type (Boespflug 2000b, 181), cité: Michel Niqueux. Dire l’indicible…en:
https://dire.hypotheses.org/320
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escatológicamente hablando. El cuadro la Trinidad extrínseca, (DIAPO 9) no sé si Angel Valdez lo
hizo expresamente haciendo una referencia a la famosa noción de la “Trinidad económica” o
“revelada”. Rahner afirmaba que “la Trinidad económica es la Trinidad inmanente, y la Trinidad
inmanente es la Trinidad económica”. En pocas palabras, voy a usar este cuadro para decir lo que
el dogma refiere y que magistralmente Valdez ha comunicado en esta pieza que no es para nada
esotérica, sino que resume de manera muy clara el dogma tradicional. Este refiere que Dios se ha
revelado en la historia como trinitario, como el Creador, el Hijo, y el Espíritu que conduce la
historia humana con su flujo y soplo de amor. Somos los seres humanos los que con nuestra
incredulidad, desconfianza y egocentrismo, no dejamos que ese amor eterno fluya, solo cuando
vivimos en esa sintonía, abrimos canales de comunicación del Espíritu que puede así, circular.
Esta suerte de esfera a la vez me evoca el famoso “ojo de la contemplación” por el cual se
simboliza el ojo del interior por el cual el ser humano alcanza a “ver” o “contemplar” “como en
espejo” a Dios, es decir, el umbral de la visión beatífica. Sin embargo ese ojo es un conjunto de
restos humanos, una acumulación de muerte que es, sin embargo, rodeada por el Dios Trino
como expandiéndose en la historia… En el centro, la Trinidad (¿inmanente?) es decir, eterna. El
dogma interpretado por Rahner es que ese Dios que subsiste y antecede a su creación ya era
Padre e Hijo en relación de unión en el amor eterno, es decir, en el Espíritu, que “brota” de cada
uno de ellos. Este “momento eterno” es el núcleo de la existencia, la esencia del amor mismo. Y
esta esfera que parece que va a estallar, de algún modo manifiesta la expansión de Dios mismo,
análoga a la expansión de la materia en el cosmos, en una velocidad imposible de imaginar y que
parece, nunca llegará a frenar.

Esa temporalidad, representada por la muerte, parece ser anunciada en este cuadro como una
esperanza para el via crucis; antesala de la resurrección, y en ese sentido, liberación última y final.
Y con esto termino; pienso que el correlato del arte neo-barroco que elabora Angel Valdez puede
ser pictóricamente una de las manifestaciones de la teología de la liberación, así como lo son las
cruces de Mérida. La monstruosidad del mal debe ser manifestada por la teología; es parte del
desenmascaramiento que elabora la teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez a través de su
denuncia de la injusticia y la exclusión de los sistemas alienantes del capitalismo tardío. Es ese el
sentido del arte sacro: hacernos transmitir una moral (es decir una praxis) y una espiritualidad
individual (theoria) en continua retroalimentación, ya que ese es el sentido del mensaje cristiano,
la liberación nos viene por hacernos cada vez más conscientes del mal que podemos reproducir
por la mera alienación y ceguera de no sentirnos participes en la construcción colectiva de la
utopía. El arte de Valdez sería pues, un arte sacro; no sé si sea esto suficiente para denominarlo
neo-barroco, pero sacro lo es, en el sentido que manifiesta con crudeza la realidad para mostrar
las figuras del mal ante las cuales debemos luchar hasta liberarnos de ellas. En esa línea es la
base de una teodicea, y por ello, manifestaría el espíritu de los tiempos en nuestro país, como
correlato indudable de la teología de la liberación.

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