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Comprensión lectora
Luego de un extenso viaje de casi cinco horas, lleno de paisajes inigualables que me
recordaron a mi infancia, cuando mi padre me llevaba a conocer los pueblitos y fincas del
caribe colombiano, llegue a Aracataca – Magdalena. Un lugar pequeño, en comparación a
las grandes urbes que he visitado los últimos años, pero que hoy es conocido en las
grandes ciudades cosmopolitas como referente de la literatura universal, un pueblito que
se convirtió en la musa de un nobel. El objetivo de mi visita era conocer ese lugar
fascinante del que había leído en “cien años de soledad” y en uno de mis cuentos
favoritos: la siesta del martes.
De la casa de los abuelos de Gabo partí a la casa del telegrafista, donde trabajó el señor
Gabriel Eligio, padre de Gabriel García Márquez. El lugar es muy llamativo por sus puertas
rojas que contrastan con sus pisos azules, hoy en el edificio se exponen los telégrafos que
fueron fundamentales en la historia de la comunicación de nuestra nación, cuando esta
era joven. Por eso es admirable como la alcaldía ha entendido la importancia de preservar
estos artefactos y este lugar, ya que son patrimonio del país y cuentan nuestra historia. La
iglesia y el ferrocarril de Aracataca me trasladaron automáticamente a mi cuento favorito:
La siesta del martes, una historia envuelta en angustia silenciosa, desesperación y dolor. El
ferrocarril de Aracataca cuenta una página negra de nuestra historia; la matanza de las
bananeras. Me detuve en medio de la vía férrea y recordé cuando alguien me conto como
eran echados los cadáveres a los vagones del tren, para luego ser sacados de la zona
bananera y ser arrojados al rio magdalena. Quizás para Gabo el ferrocarril era la
representación de la tristeza y la vergüenza.
Hubo algo que me llamo mucho la atención durante mi estadía en ese maravilloso lugar, y
es ese entusiasmo que mantienen los nativos por exaltar y preservar la literatura del gran
Gabo. Las tiendas, los bares, los restaurantes y hasta los billares llevan los nombres de sus
obras literarias, el lugar es un gran homenaje de flores y mariposas amarillas. Macondo
me despidió con una puesta de sol que se perdía entre platanales y palmeras, un
atardecer que nunca olvidare y que me hace cantar: “gracias a la vida” de Mercedes Sosa.