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VIVIENDO MACONDO

Gustavo Espinosa Pardo

Comprensión lectora

Docente Walner Polo

PROGRAMA DE OPERACIÓN TURISTICA


Primer semestre

INSTITUCION TECNOLOGICA COLEGIO MAYOR DE BOLIVAR


Cartagena de Indias, Distrito turístico y cultural
30 de mayo de 2017
VIVIENDO MACONDO

Luego de un extenso viaje de casi cinco horas, lleno de paisajes inigualables que me
recordaron a mi infancia, cuando mi padre me llevaba a conocer los pueblitos y fincas del
caribe colombiano, llegue a Aracataca – Magdalena. Un lugar pequeño, en comparación a
las grandes urbes que he visitado los últimos años, pero que hoy es conocido en las
grandes ciudades cosmopolitas como referente de la literatura universal, un pueblito que
se convirtió en la musa de un nobel. El objetivo de mi visita era conocer ese lugar
fascinante del que había leído en “cien años de soledad” y en uno de mis cuentos
favoritos: la siesta del martes.

Gabriel García Márquez ha sido importante en mi formación académica y su literatura


despertó en mí una adoración fascinante por mi ciudad natal Cartagena y por el caribe.
Cada vez que leo sus libros me sumerjo en un rio de historias que se transforman en
realismo mágico.

Al llegar vi un letrero gigantesco que me prometía adentrarme en el mágico mundo de


“Macondo”. Me encontré con un pueblo caluroso, callado, y para muchos aburrido, pero yo
vi más allá: vi casas pintorescas, sentí la esencia del caribe colombiano en la gente, y sus
calles polvorientas me hicieron recordar a Macondo y sus historias; yo estaba viviendo el
nobel. Las paredes de la casa donde nació Gabo cuentan la vida de José Arcadio Buendía, y
hasta se puede oler a las cientos de aves que el hombre ingenioso atrapo para adornar los
rincones. La sala de recibo despertó fascinación en mí, puesto que allí era donde las
mujeres de la casa, vecinas y huéspedes se sentaban a contar las historias del pueblo, esas
historias de amor, tristeza, angustia y espera que Gabriel García Márquez convirtió en
magia tiempo después.

De la casa de los abuelos de Gabo partí a la casa del telegrafista, donde trabajó el señor
Gabriel Eligio, padre de Gabriel García Márquez. El lugar es muy llamativo por sus puertas
rojas que contrastan con sus pisos azules, hoy en el edificio se exponen los telégrafos que
fueron fundamentales en la historia de la comunicación de nuestra nación, cuando esta
era joven. Por eso es admirable como la alcaldía ha entendido la importancia de preservar
estos artefactos y este lugar, ya que son patrimonio del país y cuentan nuestra historia. La
iglesia y el ferrocarril de Aracataca me trasladaron automáticamente a mi cuento favorito:
La siesta del martes, una historia envuelta en angustia silenciosa, desesperación y dolor. El
ferrocarril de Aracataca cuenta una página negra de nuestra historia; la matanza de las
bananeras. Me detuve en medio de la vía férrea y recordé cuando alguien me conto como
eran echados los cadáveres a los vagones del tren, para luego ser sacados de la zona
bananera y ser arrojados al rio magdalena. Quizás para Gabo el ferrocarril era la
representación de la tristeza y la vergüenza.

Hubo algo que me llamo mucho la atención durante mi estadía en ese maravilloso lugar, y
es ese entusiasmo que mantienen los nativos por exaltar y preservar la literatura del gran
Gabo. Las tiendas, los bares, los restaurantes y hasta los billares llevan los nombres de sus
obras literarias, el lugar es un gran homenaje de flores y mariposas amarillas. Macondo
me despidió con una puesta de sol que se perdía entre platanales y palmeras, un
atardecer que nunca olvidare y que me hace cantar: “gracias a la vida” de Mercedes Sosa.

Como Jóvenes estamos en la obligación de entender la importancia de Gabriel García


Márquez y como este genio del realismo mágico cambio el curso de nuestra historia como
nación y nos convirtió en referente de la literatura en el mundo.

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