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La literatura
Este planteamiento choca en gran medida con las ideas comunes que
tenemos la mayoría sobre la crítica y la literatura. En tiempos de Barthes
(y, en parte, aún en los nuestros), el crítico era pensado, generalmente,
como un mediador y un comentarista. Su función sería, así, acercar las
obras a los lectores y los lectores a las obras. Ese gesto, a primera vista
generoso, implica una relación muy problemática con una literatura a la
que se le supone que esconde una verdad que sólo el crítico podría
administrar. Por ello, el lector pierde su libertad (es el crítico, y no él, el
que sabe); pero, a cambio, conquista un cierto confort (ya no sentirá
angustia por no saber, dado que alguien sabe por él). Se produce una
división del trabajo: el escritor produce, el crítico comenta, el lector
consume. Barthes propone liberar al lector de esa posición subalterna
para convertirlo, a él también, en un productor; lo que no se hará sin
hacerle perder muchas de sus antiguas seguridades.
La crítica tiene que hacerse cargo de tres subversiones que ya se han dado
en la literatura moderna. La primera se efectúa, más que a través de los
contenidos, en la forma misma de la escritura. el compromiso del escritor
no pasa por lo que dice, sino (sobre todo) por la manera de decirlo. Ser
escritor no pasaría, pues, por escribir ficciones, sino por sostener una
actitud determinada ante el lenguaje: “es escritor aquel para quien el
lenguaje es un problema”. De ese modo, siempre que problematice
convenciones y códigos, siempre que dude de la consistencia natural del
lenguaje, la literatura puede convertirse en crítica y la crítica en literatura.
Flaubert, uno de los autores que marca con su obra el surgimiento de este
problema de lenguaje, es el paradigma del escritor artesano que planea
escribir una novela sobre nada, sostenida en su escritura con
independencia de su contenido y reescrita hasta la extenuación para
dotarse de un estilo. Desde este punto de vista, la forma de la escritura es
más importante que el contenido. como escribía el novelista Alain Robbe-
Grillet, “antes del trabajo artístico no hay nada, no hay certeza, no hay
tesis, no hay mensaje. Creer que el novelista tiene ‘algo que decir’ y que es
entonces cuando busca una forma de decirlo es la más grave de las
equivocaciones. Porque es precisamente esta ‘forma’, esta manera de
hablar, la que constituye su empresa como escritor, una empresa más
oscura que cualquier otra, y que más tarde será el contenido incierto del
libro”.
En Barthes habría, por último, un tercer aspecto derivado de los otros dos:
la importancia de la lectura. Una lectura que se descubre a sí misma como
problemática. Ni obvio ni natural, el acto de lectura movilizaría toda una
serie de competencias que hacen de ella un acto eminentemente
material. Por lo demás, la subversión del lenguaje, la atención en la forma
de la escritura y en su literalidad, desestabiliza las expectativas de un
lector que espera encontrar un mundo conocido y descubre en su lugar un
lenguaje que opone resistencias. La literatura supone así un momento de
opacidad y de extravío. El lector no reconoce qué se le está diciendo o,
reconociendo lo escrito, no entiende por qué se dice eso o por qué se dice
de esa manera.
Barthes no busca tanto invalidar sin más estos modos de la crítica como
poner en evidencia que son eso: modos históricos de afrontar la literatura.
Ambos procedimientos de lectura vienen del siglo xix. Hasta entonces, leer
literatura era en gran medida estudiar una retórica; pero en el siglo xix
surge una relación que hace de la literatura, a la vez, expresión subjetiva
de un autor y documento objetivo de una sociedad o época. En aquel
momento, esos modos de la crítica podrían estar conectados a la
actualidad y, en ese sentido, tener efectos sobre ella; pero, actualmente,
¿sigue siendo así? los dos comparten un rasgo: el de reducir la literatura a
algo previo y sustantivo. En el primer caso, la literatura se explica por la
sociedad en la que se inserta; en el segundo caso, por el autor que en ella
se expresa. Ahora bien, ¿y si no redujésemos la literatura a la expresión de
un autor? ¿Y si no redujésemos la literatura a ser el documento
(generalmente, reflejo) de un momento histórico?
Uno de los conceptos aristotélicos que hay que considerar es, pues, la
verosimilitud, la cualidad por la que, lo que cuenta un texto podría haber
ocurrido. Este arte que imita la acción humana se configura en la fábula
(mythos) o “composición de los hechos” -otro aspecto aristotélico
fundamental-, el elemento fundamental de la tragedia (poét., 1450 a) el
argumento, la mímesis de la acción. La fábula no constituye, para
Aristóteles, un género literario, sino un elemento de la retórica que debe
facilitar que la obra poética sea un todo entero cuyos elementos estén
unidos por una necesidad que une las partes entre sí. El tercer aspecto
aristotélico a considerar es el de la catarsis o “purgación de ciertas
afecciones”.
Tiene que ver con la forma propia y específica del lenguaje. lo que nos
ayuda a distinguir qué es literatura o no. la literatura utiliza un lenguaje
específico que comporta que cuando leamos un texto sepamos si eso que
estamos leyendo es literatura.
Shklovsky plantea la teoría de la desautomatización o extrañamiento. El
arte te ofrece realidad desde una nueva percepción, nos obliga a percibir
la realidad desde otro punto de vista. Sin embargo, lo que interesa no es
solo construir obras, sino fijarnos cómo están hechas.
El escritor británico supone que en lo que entendemos por una escena del
día a día, como podría ser por ejemplo esperar en la parada del autobús,
el horario que nos informa en que horas pasa y por qué parada, utiliza un
lenguaje completamente estándar, claro y conciso. Se hace referencia aquí
al lenguaje, es decir, por mucho que dicho lenguaje sea una tabla impresa
con números que me indican determinadas horas del día, se entiende por
lenguaje el hecho que no hay ambigüedad cuando vemos por ejemplo que
el siguiente coche de línea pasará a las 9:45 de la mañana. No obstante, el
lenguaje que se utilizaría en un chiste de Woody Allen -al margen de que
no sea por escrito y teniendo en cuenta que estamos hablando de
lenguaje y no de expresión escrita-, denota cierta ironía en sus palabras,
relaciones entre lo que está diciendo y entre lo que realmente quiere
decir. El juego con el vocabulario es lo que indica que puede haber
distintos estadios de este mismo, los cuales podrían ser clasificables en su
uso.
Eagleton se refiere al uso del lenguaje literario quizá como algo que
Góngora, Quevedo, Lope de Vega o Calderón tuvieron en su momento y
que más adelante Borges, García Márquez, Pàmies o bien Monzó utilizaran
otro adecuado a su época. Me refiero que no podemos encontrar una
definición exacta y perfecta de qué es literatura y sí, en cambio, definir
modos de utilizar la literatura. Obviamente, esto estará abierto a nuevas
aportaciones, pero sin embargo ya nos permitiría poder encontrar una
posible definición en tanto qué es literatura. La literatura es un uso
específico del lenguaje sin duda, pero no en el sentido de dejar de lado el
vocabulario cotidiano, ni tampoco en el de afirmar si esto o aquello no es
literatura.
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