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1.

CRÍTICA Y LITERATURA EN ROLAND BARTHES

POR MAX HIDALGO NÁCHER

Roland Barthes es quizás el crítico literario francés más importante de


la segunda mitad del siglo xx y un exponente privilegiado de la renovación
de los estudios literarios.

Una sensibilidad crítica

Beatriz Sarlo dio una breve pero certera caracterización de Barthes en un


texto del 2005 titulado elocuentemente “barthesianos de por vida”:

“de la literatura, su obra recibió el poder de


encantamiento. Barthes vuelve barthesianos a
sus lectores, del mismo modo en que Proust los
hace proustianos. No es una cuestión de gusto, ni
siquiera es una cuestión de ideas, ni de estilo. Se
trata, más bien, del descubrimiento de una
sensibilidad y de sus reflejos, dónde pone los
acentos, cuáles son los detalles que le importan.
Los que seguimos leyendo a Barthes somos
barthesianos de por vida. Se trata, sencillamente,
de una conversión”.

La literatura no es sólo un objeto sobre el que el crítico piensa. La relación


de Barthes con ella llega a convertirla en un motor de su propia escritura.
Es un punto difícil de su obra, pero fundamental. Ya en 1953 Barthes
dejaba ver que la literatura se constituye como tal a partir de un problema
de lenguaje. El escritor sólo se hace escritor, en el sentido actual del
término, en el siglo xix, cuando descubre diversas formas de escribir
(todas ellas inconmensurables) y tiene que decantarse por una, que será la
suya. Sólo hay literatura a partir de la problematización de un lenguaje
que ha perdido su transparencia, su naturalidad, y que por ello no puede
ser reducido a mero instrumento para transmitir unos contenidos previos.
Por eso mismo, la literatura (que es siempre más rica y más compleja que
los discursos que hablan de ella) es algo que exige ser pensado, pero que
no se deja pensar. Por eso, si el crítico quiere hacer honor a la literatura,
tiene que convertirse en escritor: tiene que prolongar, por otros medios,
aquello que está en juego en la literatura. Con todo ello, Barthes propone
al crítico que renuncie a una falsa objetividad para “ir hacia la literatura,
pero no ya como ‘objeto’ de análisis sino como actividad de escritura”.

La literatura

El crítico tiene que convertirse en escritor, poner en práctica en su


escritura crítica las cualidades de la literatura. Ahora bien, ¿cómo se
podría caracterizar esta literatura? en el prólogo catalán a Crítica i veritat
(1969), que no se encuentra ni en francés ni en castellano, escribe
Barthes: “la literatura […] és el camp mateix de les subversions del
llenguatge”. La literatura es, pues, para el crítico, esencialmente
subversiva. Esa subversión del lenguaje que define a la literatura puede
acotarse en función de tres aspectos que Barthes tiene siempre presentes:
contra el privilegio del contenido (de lo dicho), la importancia de la forma
literaria (del modo de decirlo); contra la primacía del comentario y la
paráfrasis, el énfasis en la literalidad de la literatura; contra la búsqueda
de la verdad de la obra en el autor o en su sociedad, la reivindicación del
valor de la lectura.

Este planteamiento choca en gran medida con las ideas comunes que
tenemos la mayoría sobre la crítica y la literatura. En tiempos de Barthes
(y, en parte, aún en los nuestros), el crítico era pensado, generalmente,
como un mediador y un comentarista. Su función sería, así, acercar las
obras a los lectores y los lectores a las obras. Ese gesto, a primera vista
generoso, implica una relación muy problemática con una literatura a la
que se le supone que esconde una verdad que sólo el crítico podría
administrar. Por ello, el lector pierde su libertad (es el crítico, y no él, el
que sabe); pero, a cambio, conquista un cierto confort (ya no sentirá
angustia por no saber, dado que alguien sabe por él). Se produce una
división del trabajo: el escritor produce, el crítico comenta, el lector
consume. Barthes propone liberar al lector de esa posición subalterna
para convertirlo, a él también, en un productor; lo que no se hará sin
hacerle perder muchas de sus antiguas seguridades.
La crítica tiene que hacerse cargo de tres subversiones que ya se han dado
en la literatura moderna. La primera se efectúa, más que a través de los
contenidos, en la forma misma de la escritura. el compromiso del escritor
no pasa por lo que dice, sino (sobre todo) por la manera de decirlo. Ser
escritor no pasaría, pues, por escribir ficciones, sino por sostener una
actitud determinada ante el lenguaje: “es escritor aquel para quien el
lenguaje es un problema”. De ese modo, siempre que problematice
convenciones y códigos, siempre que dude de la consistencia natural del
lenguaje, la literatura puede convertirse en crítica y la crítica en literatura.
Flaubert, uno de los autores que marca con su obra el surgimiento de este
problema de lenguaje, es el paradigma del escritor artesano que planea
escribir una novela sobre nada, sostenida en su escritura con
independencia de su contenido y reescrita hasta la extenuación para
dotarse de un estilo. Desde este punto de vista, la forma de la escritura es
más importante que el contenido. como escribía el novelista Alain Robbe-
Grillet, “antes del trabajo artístico no hay nada, no hay certeza, no hay
tesis, no hay mensaje. Creer que el novelista tiene ‘algo que decir’ y que es
entonces cuando busca una forma de decirlo es la más grave de las
equivocaciones. Porque es precisamente esta ‘forma’, esta manera de
hablar, la que constituye su empresa como escritor, una empresa más
oscura que cualquier otra, y que más tarde será el contenido incierto del
libro”.

La segunda subversión va ligada a la literalidad: un texto literario no


puede parafrasearse sin menoscabo. Aquí la nueva crítica barthesiana se
opone a un procedimiento escolar: el comentario de texto que, según la
célebre metáfora, atravesaría la corteza de la letra (mero envoltorio) para
darnos acceso a su esencia (verdad sustancial, principio y fin de la
escritura): su significado. Al escritor Juan Benet, autor de la novela
volverás a región (1967), le preguntaron una vez por qué “rechaza[ba]
hacer resúmenes de las ideas que están detrás” de las novelas que
escribía. Ésta fue su respuesta:

“si me fuera posible hacer un resumen y una


definición brillante, la habría hecho, en lugar de
escribir cuatrocientas páginas de prosa casi casi
ininteligible […]. Una cosa sólo se puede decir de
una manera, y en cuanto cambias la mínima
partícula de la expresión, ya has cambiado lo que
querías decir. Por consiguiente, es una hipótesis
crítica muy aventurada la de suponer que estas
mismas ideas tenían otro vehículo posible”.

En Barthes habría, por último, un tercer aspecto derivado de los otros dos:
la importancia de la lectura. Una lectura que se descubre a sí misma como
problemática. Ni obvio ni natural, el acto de lectura movilizaría toda una
serie de competencias que hacen de ella un acto eminentemente
material. Por lo demás, la subversión del lenguaje, la atención en la forma
de la escritura y en su literalidad, desestabiliza las expectativas de un
lector que espera encontrar un mundo conocido y descubre en su lugar un
lenguaje que opone resistencias. La literatura supone así un momento de
opacidad y de extravío. El lector no reconoce qué se le está diciendo o,
reconociendo lo escrito, no entiende por qué se dice eso o por qué se dice
de esa manera.

El lapso entre una lectura y la otra (aquí está en juego el problema de la


relectura) pone al descubierto lo que Barthes llamaba la significancia: la
participación activa del lector en lo que lee, el sentido en tanto se produce
sensualmente, la productividad de la lectura. Esa experiencia de lectura en
la cual el lector se enfrenta en algún momento con algo ilegible, que no se
deja leer, y que le obliga, por lo tanto, a volver de otro modo sobre lo
leído, es uno de los núcleos centrales de la crítica barthesiana.

Por lo demás, ya Barthes había presentado su “nueva crítica” de modo


certero en un texto de 1963 (“qué es la crítica”): “la crítica no es un
homenaje a la verdad del pasado, o a la verdad del otro, sino que es
construcción de lo inteligible de nuestro tiempo”. Todos los que hemos
estudiado literatura en la escuela o en el instituto estamos muy
familiarizados con estas dos primeras modalidades de la crítica. La primera
(“verdad del pasado”) consiste en justificar la lectura que se hace
remitiendo a un contexto histórico del que la obra sería el documento; es
lo que se llama historicismo. La segunda (“verdad del otro”), en reducir la
obra a la expresión de un autor; es lo que se llama biografismo. Son las
versiones objetivista y subjetivista de una misma ideología que reduce la
literatura a algo que no es ella; y que, partiendo de la literatura, nos
permite en último término olvidarnos de ella.

Barthes no busca tanto invalidar sin más estos modos de la crítica como
poner en evidencia que son eso: modos históricos de afrontar la literatura.
Ambos procedimientos de lectura vienen del siglo xix. Hasta entonces, leer
literatura era en gran medida estudiar una retórica; pero en el siglo xix
surge una relación que hace de la literatura, a la vez, expresión subjetiva
de un autor y documento objetivo de una sociedad o época. En aquel
momento, esos modos de la crítica podrían estar conectados a la
actualidad y, en ese sentido, tener efectos sobre ella; pero, actualmente,
¿sigue siendo así? los dos comparten un rasgo: el de reducir la literatura a
algo previo y sustantivo. En el primer caso, la literatura se explica por la
sociedad en la que se inserta; en el segundo caso, por el autor que en ella
se expresa. Ahora bien, ¿y si no redujésemos la literatura a la expresión de
un autor? ¿Y si no redujésemos la literatura a ser el documento
(generalmente, reflejo) de un momento histórico?

La irreductibilidad de la relación literaria

Tal como se ha transformado la literatura en el siglo xx (de Marcel Proust


a Bertold Brecht, de Franz Kafka a Samuel beckett), Barthes plantea
renovar la crítica haciéndose cargo de dichas transformaciones. Si
hacemos eso, quizás podamos empezar a pensar que la literatura no es
sólo un resultado, sino también, bajo ciertas condiciones, una acción que
tiene efectos transformadores en el sujeto que escribe y en el lector que
lee. Eso implicaría asumir que toda crítica es ideológica (y más ideológica
la que pretende no serlo, por esconderse en una falsa neutralidad). Desde
ese momento, la lectura pasará a ser entendida como reescritura. Como
escribía Borges,

“la literatura no es agotable, por la suficiente y


simple razón de que un solo libro no lo es. El libro
no es un ente incomunicado: es una relación, es
un eje de innumerables relaciones. Una literatura
difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el
texto que por la manera de ser leída: si me fuera
otorgado leer cualquier página actual (ésta, por
ejemplo) como la leerán el año 2000 yo sabría
cómo será la literatura del año 2000”.

De la “vieja crítica” a la “nueva crítica” se produce un desplazamiento del


estudio del autor al de la obra; y, a continuación, al descubrimiento de la
importancia del lector en la relación literaria. Como escribía Barthes en
1968 en un texto provocativo titulado “la muerte del autor”: “el
nacimiento del lector se paga con la muerte del autor”. Tanto en Borges
como en Barthes tenemos una literatura crítica y una crítica literaria: una
crítica y una literatura que se buscan entre sí. De cómo seamos capaces de
leer (o no leer) estos textos de Barthes y de Borges dependerá qué sea la
literatura del año 2015. Sólo a riesgo de ponernos en juego en la lectura la
literatura se convierte en un objeto complejo, y la crítica, efectivamente y
más allá de Barthes, en “construcción de lo inteligible de nuestro tiempo”:
en aquello que somos capaces de pensar, del pasado y del presente,
desde el presente.

2. QUÉ ES LA LITERATURA: DEFINICIÓN.

Por ELENA GALLARDO PAÚLS

¿Qué es lo que hace que un texto sea literario? la habilidad literaria la


confiere el modo de narrar y de ordenar los acontecimientos. El concepto
de literariedad surgió en el círculo de Praga por primera vez el; R.
Jakobson afirmó que lo literario no estriba en los ornamentos del texto,
sino en la revaluación del mismo (del discurso y de todos sus
componentes) porque el propósito del autor es estético.

La definición de literatura cambia dependiendo del contexto sociocultural


e histórico, y sólo en el s. XIX adquiere el significado contemporáneo (en el
siglo XVIII se llamaba literatos a poetas y a científicos como newton). La
misma palabra es una palabra polisémica (cf. diccionario RAE):
Literatura: arte que emplea como medio de
expresión una lengua. Conjunto de las
producciones literarias de una nación, de una
época o de un género conjunto de obras que
versan sobre un arte o una ciencia conjunto de
conocimientos sobre literatura tratado en que se
exponen estos conocimientos

Etimológicamente, “literatura” deriva del latín littera, que significa “letra”


o “lo escrito”. Por su etimología, pues, la literatura está ligada a la cultura,
como manifestación de belleza a través de la palabra escrita, pero esta
definición deja fuera la literatura de transmisión oral, que es la primera
manifestación literaria conocida, por lo que es mejor hablar, siguiendo a
Aristóteles, de “el arte de la palabra”: la literatura es un arte, y por tanto,
se relaciona con otras artes, y tiene una finalidad estética.

La poética, de Aristóteles es el primer texto teórico importante en el que


se trata la cuestión de definir el arte de la escritura. no obstante, cuando
Diógenes Laercio alude a la obra del estagirita, se refiere a un tratado en
dos volúmenes, pero hay que tener en cuenta que nos falta el segundo.

A pesar de los muchos intentos, a lo largo de la historia no ha habido


consenso para alcanzar una definición universal de la literatura. Se
entiende por literatura, en el contexto de la crítica literaria, el conjunto de
textos que son producto del arte de la palabra (J. Domínguez Caparrós).
Woman reading in a landscape, 1869, Jean Baptiste Camille Corot. Ha
habido distintos intentos de definir el concepto de literatura:

-Roman Jakobson: “el objeto de la literatura es la literalidad, que es lo que


hace de una obra determinada una obra literaria” nace con los formalistas
rusos el concepto de literalidad, entendida como algo más que la fidelidad
de las palabras a un significado,

-Tzvetan Todorov: “la literatura es un medio de tomar posición frente a los


valores de la sociedad; digamos de una vez que es ideología. Toda
literatura ha sido siempre ambos: arte e ideología”
-Joaquín Xirau: “la literatura, como el arte, es una de las formas más altas
de conciencia, es una forma de conocimiento y de autorreconocimiento”

-María Moliner: “la literatura es el arte que emplea la palabra como


medio de expresión, la palabra hablada o escrita”

-Wolfang Kayser plantea cambiar el término “literatura” por el de “bellas


letras”, para poder diferenciarla del habla y de los textos no literarios.

Las definiciones han sido muchas, pero podemos agruparlas, siguiendo a


Tzvetan Todorov (Les genres du discours, 1978), en estructurales y
funcionales.

Desde el punto de vista estructural, se caracteriza a la literatura por ser


imitación y por usar un lenguaje sistemático y autosuficiente (es autotélico
en el sentido de que sólo busca “decirse a sí mismo” y puede ser opaco).

Aristóteles en su Poética (“hablemos de poética”, 1447a) trata de definir la


techné (arte) en prosa o en verso, “el arte que imita sólo con el
lenguaje…carece de nombre hasta ahora” 1447 b. Diferencia entre verso y
poesía, pero para él el verso no es una característica imprescindible de la
poesía: “el poeta debe ser artífice de fábulas más que de versos”
(poét.1451b).

Para Aristóteles es fundamental la verosimilitud: no es tarea del poeta


contar lo sucedido, sino lo que podría suceder y lo que es posible según la
verosimilitud o la necesidad. Pues el historiador y el poeta no se
diferencian por escribir en prosa o en verso (pues sería posible poner en
verso las obras de Heródoto y no sería menos historia con metro que sin
metro), sino que se diferencian en que uno cuenta lo que ha sucedido y
otro lo que podría haber ocurrido. La poesía es más filosófica y grave que
la historia, pues la poesía cuenta más bien lo universal, y la historia lo
particular (Aristóteles: Poética, 1451a).

Uno de los conceptos aristotélicos que hay que considerar es, pues, la
verosimilitud, la cualidad por la que, lo que cuenta un texto podría haber
ocurrido. Este arte que imita la acción humana se configura en la fábula
(mythos) o “composición de los hechos” -otro aspecto aristotélico
fundamental-, el elemento fundamental de la tragedia (poét., 1450 a) el
argumento, la mímesis de la acción. La fábula no constituye, para
Aristóteles, un género literario, sino un elemento de la retórica que debe
facilitar que la obra poética sea un todo entero cuyos elementos estén
unidos por una necesidad que une las partes entre sí. El tercer aspecto
aristotélico a considerar es el de la catarsis o “purgación de ciertas
afecciones”.

Los clasicistas tratan de restaurar la doctrina de Aristóteles: la imitación se


considera como un hecho general en la naturaleza, y se desdobla en
natural y artística; el lenguaje es lo único que crea la diferencia. Conceden
una gran importancia a la verosimilitud, cuyo fundamento no es otro que
la opinión: “será pues verosímil todo lo que es creíble, siendo creíble todo
lo que es conforme a nuestras opiniones”. Distingue Luzán dos tipos de
verosimilitud, una popular y otra noble: todo lo que es verosímil para los
doctos lo es también para el vulgo, pero no todo lo que es verosímil para
el vulgo lo es para los doctos.

La función poética del lenguaje permite la creación de un universo de


ficción, y es el lenguaje el que “tiene poder suficiente para organizar y
estructurar mundos expresivos enteros”. El lenguaje literario constituye
un discurso de contexto cerrado y semánticamente orgánico, que impone
una verdad propia.

Existen, también, las definiciones funcionales de la literatura, son la


caracterizan por relación a algo que es externo y a lo que debe hacer. Es la
perspectiva que adopta la crítica marxista. La literatura está incluida en la
dinámica social, su ideología, su espacio y su tiempo, y se enfoca ligada al
materialismo dialéctico (como filosofía) y al materialismo histórico (como
proceso social), vinculada a un contexto que determina una concreta
visión del mundo.

Por otro lado, también existen las definiciones semióticas se vinculan a un


contexto comunicativo que va más allá del texto. La consideración
semiológica del texto literario implica una perspectiva comunicativa: la
literatura es un mensaje dentro de un acto de comunicación que se
desarrolla en una situación especial, con un emisor, un receptor y un
contexto propio (que puede no ser el mismo que el del receptor o el del
autor).

J. Domínguez Caparrós considera preferibles este tipo de definiciones,


porque “aunque la literatura cambie de una época a otra, de una sociedad
a otra, en su descripción debe integrar elementos textuales y
extratextuales como caracterizadores del tipo de comunicación artística
en que consiste”.

Lo que sí parece cierto, es que en los últimos tiempos el concepto sigue


sin tener una definición que guste a todos los críticos. Como señalan
Fernando Cabo Aseguinolaza y María do Cebreiro (manual de teoría de la
literatura, 2006, pág. 71), “términos como el de paraliteratura reflejan
bien la incomodidad conceptual ante un determinado tipo de textos que
aun cumpliendo los requisitos formales que definen la extensión de lo
literario, no alcanzan a satisfacer otro tipo de exigencias”

3. ¿QUÉ ES LITERATURA? SEGÚN LAS CUATRO DEFINICIONES DE


TERRY EAGLETON
ANÓNIMO

Me adhiero a la sentencia “la literatura es un uso específico del lenguaje”


por distintas razones, pero antes, vale la pena hacer una breve síntesis de
lo que significa esta definición para el autor. Asimismo, podré intervenir
intercaladamente con mi visión sobre la versión de Eagleton.

Ciertamente no se podría devenir a una posición como esta sin preceder


antes de la distinción entre “hecho” y “ficción”. No obstante pronto
llegaríamos a concebir la literatura desde una visión en que “quizá haya
que definir la literatura no con base en su carácter novelístico
o imaginario sino en su empleo característico de la lengua”, y estas son
palabras de Eagleton.

Tiene que ver con la forma propia y específica del lenguaje. lo que nos
ayuda a distinguir qué es literatura o no. la literatura utiliza un lenguaje
específico que comporta que cuando leamos un texto sepamos si eso que
estamos leyendo es literatura.
Shklovsky plantea la teoría de la desautomatización o extrañamiento. El
arte te ofrece realidad desde una nueva percepción, nos obliga a percibir
la realidad desde otro punto de vista. Sin embargo, lo que interesa no es
solo construir obras, sino fijarnos cómo están hechas.

El uso específico del lenguaje está vinculado al formalismo. El lenguaje del


formalismo es la desautomatización, utilizar un lenguaje con uso distinto
al cotidiano. Los formalistas rusos no tenían en cuenta la historia de la
literatura, motivo por el que definían el lenguaje literario como literatura.
A pesar de su intención, lo que hicieron fue intentar definir el uso del
lenguaje literario y no la literatura. Para reconocer el uso del lenguaje que
le da el lector a un texto, el lenguaje tiene que romper una norma con
procedimientos literarios. Un ejemplo para este caso radica en la prosa. Su
función era encontrar un “uso literario” al “lenguaje literario” que se aleja
del “lenguaje cotidiano”.

No toda la literatura utiliza ese lenguaje. Por lo tanto, la segunda


definición que propone Eagleton es útil, pero no válida para toda la
literatura. No todo el lenguaje de todas las obras literarias es lenguaje
literario, sin embargo, sí es literatura. en su texto, el autor insiste
constantemente en afirmaciones como “la literatura es una organización
especial del lenguaje” y también se puede apreciar cuanto comparte con
las bases de la ideología formalista, que considera “la obra literaria como
conjunto más o menos arbitrario de recursos, a los que solo más tarde
estimaron como funciones dentro de un sistema textual total”.

Es aquí donde reside su mayor estado de descripción del tema, el lenguaje


cotidiano, el que usamos cada día. No lo utilizamos para llevar a cabo lo
que sería una obra literaria, sin embargo, más adelante cuestiona este
hecho diciendo que esto depende según el punto de vista desde el que se
observe. Para poder adentrarnos en esta perspectiva es antes necesario
intentar delimitar la frontera entre el lenguaje literario y el lenguaje
cotidiano. Será entonces cuando trataremos la perspectiva según en la
que esté el lector.

El escritor británico supone que en lo que entendemos por una escena del
día a día, como podría ser por ejemplo esperar en la parada del autobús,
el horario que nos informa en que horas pasa y por qué parada, utiliza un
lenguaje completamente estándar, claro y conciso. Se hace referencia aquí
al lenguaje, es decir, por mucho que dicho lenguaje sea una tabla impresa
con números que me indican determinadas horas del día, se entiende por
lenguaje el hecho que no hay ambigüedad cuando vemos por ejemplo que
el siguiente coche de línea pasará a las 9:45 de la mañana. No obstante, el
lenguaje que se utilizaría en un chiste de Woody Allen -al margen de que
no sea por escrito y teniendo en cuenta que estamos hablando de
lenguaje y no de expresión escrita-, denota cierta ironía en sus palabras,
relaciones entre lo que está diciendo y entre lo que realmente quiere
decir. El juego con el vocabulario es lo que indica que puede haber
distintos estadios de este mismo, los cuales podrían ser clasificables en su
uso.

La literatura, al igual que otros tipos de arte, divaga mucho sobre


cualquier tipo de categoría que podamos implantar en el intento de
razonar su funcionamiento. Se puede utilizar un vocabulario que, quizás
ambiguamente, identificamos como cotidiano para designar una escena
completamente caricaturesca, convirtiéndola así en literaria. y viceversa,
adquiriendo un registro literario en el momento de entablar una
conversación con otra persona para bromear. Es desde este punto de vista
en el que tenemos que intentar comprender esta definición desde otra
perspectiva, es decir, desde la visión del receptor del mensaje, ya sea en el
lenguaje literario o cotidiano.

En la tercera definición, describimos literatura a partir del uso del texto,


no en función de estructuras internas. Literatura es todo tipo de texto sin
fin práctico, que consumimos por puro placer. Según el uso que le des a
un texto, este va a ser una cosa u otra. Que sea el lector quien determine
la propiedad del texto implica que no se puede partir de un patrón para
clasificar la literatura. La idea de literatura ha variado a lo largo de la
historia y aquí se plantea la definición desde el uso, lo cual nos puede
servir para distinguir donde no situamos la literatura.

Remontemos pues a la misma perspectiva que antes. Desde lo que relata


la tercera definición, es literatura todo aquel texto que no requiere de un
uso práctico, el cual consumimos por el simple hecho de recibir puro
placer al leer. De este modo, no podemos decir que son literatura los dos
ejemplos citados de textos instructivos (las instrucciones y el prospecto).
Sin embargo ¿cómo podríamos definir unas instrucciones para subir las
escaleras? es aquí donde quería llegar para dar sentido a la referencia
anteriormente mencionada del periodismo. Unas instrucciones son
puramente con sentido y finalidad práctica, no obstante Julio Cortázar
caricaturiza este punto de vista y es capaz de someter un texto instructivo
cierto lenguaje literario, que a su misma vez podríamos considerar
cotidiano, pero que por el simple hecho de leerlo en tal contexto,
podemos denominarlo como literatura. En mi humilde opinión, pienso que
esto puede suceder a la inversa.

Eagleton se refiere al uso del lenguaje literario quizá como algo que
Góngora, Quevedo, Lope de Vega o Calderón tuvieron en su momento y
que más adelante Borges, García Márquez, Pàmies o bien Monzó utilizaran
otro adecuado a su época. Me refiero que no podemos encontrar una
definición exacta y perfecta de qué es literatura y sí, en cambio, definir
modos de utilizar la literatura. Obviamente, esto estará abierto a nuevas
aportaciones, pero sin embargo ya nos permitiría poder encontrar una
posible definición en tanto qué es literatura. La literatura es un uso
específico del lenguaje sin duda, pero no en el sentido de dejar de lado el
vocabulario cotidiano, ni tampoco en el de afirmar si esto o aquello no es
literatura.
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