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Las reglas del juego


en el estudio de la historia antigua ∗

- Arnaldo Momigliano -

A la querida memoria de Aldo Ferrabino en el


recuerdo de casi cincuenta años de disenso
metodológico

I. Una bibliografía puede tener los efectos de una mala droga o incitar al vicio; al
vicio de leer estudios modernos en lugar de documentos originales, cuando se discute
del pasado, es decir, de historia. Estas páginas intentan, en consecuencia, ofrecer un
antídoto: algunas rápidas consideraciones sobre la interpretación de los documentos –de
las fuentes– en la investigación histórica sobre la antigüedad clásica. Es de esperar que
estas consideraciones sean aplicables también al estudio del Medioevo o del mundo
moderno: pero aquí se habla de historia antigua. Los estudios modernos sobre el mundo
clásico deben ser juzgados y eventualmente aceptados como válidos solo si su
interpretación de los documentos antiguos es correcta.
Juzgar un estudio moderno de historia greco-romana sin conocimiento de las
fuentes antiguas es, en el mejor de los casos, impresionista; en el peor y más frecuente
de los casos es señal de arrogante ignorancia. Gran parte de lo que se siente decir sobre
Gibbon, Niebuhr, Grote, Meyer, Rostovtzeff –por no hablar de menores y mínimos–, no
fundándose en el conocimiento de los documentos sobre los cuales estos historiadores
trabajaban, es inútil. Decir que el historiador X es convincente porque es niebuhriano o
marxista o braudeliano en el mejor de los casos significa que se presume que sea bueno
porque proviene de una buena escuela; en el peor (y más frecuente) de los casos
significa que X es bueno porque piensa como yo, que naturalmente soy bueno.

II. Cuestiones epistemológicas sobre la naturaleza, validez, límites de nuestro


conocimiento objetivo de la realidad tienen solo importancia indirecta para el análisis
histórico. El historiador trabaja sobre el presupuesto de ser capaz de reconstruir y
entender los hechos del pasado. Si un epistemólogo llega a convencerlo de lo contrario,
el historiador debe cambiar de oficio. Si un epistemólogo le demuestra [16] límites
insalvables del conocimiento (por ejemplo que no se pueden conocer las intenciones o
que existe solo la probabilidad, no la certeza), el historiador debe, ciertamente, tener
esto en cuenta, pero solo para definir más rigurosamente los límites de su investigación.
El campo específico de la actividad del historiador está dado por la existencia de
informaciones y documentos sobre el pasado que deben ser interpretados y combinados
para saber y entender qué ha sucedido. Los problemas específicos del historiador están


MOMIGLIANO, A., “Le regole del giuoco nello studio della storia antica”, en Storia e storiografia
antica, Bologna, Il Mulino, 1987, pp. 15-23 (= MOMIGLIANO, A., “Le regole del gioco nello studio
della storia antica”, Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa, classe di Lettere e Filosofia, III, 4, 4,
1974, pp. 1183-1192). Traducción: Esteban Noce. Se indica entre corchetes el comienzo de una nueva
página en el texto original.

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dados por la relación entre lo que las fuentes son y lo que él quiere saber. Por lo demás,
el historiador, como cada común mortal, es verificable porque es falsificable: es decir,
puede errar y se le puede demostrar que ha errado.

III. Una metodología histórica para la antigüedad es esencialmente una discusión


sobre el modo correcto de interpretar las fuentes llegadas a nosotros desde la misma
antigüedad: textos literarios, epigráficos, papirológicos, monedas, restos arqueológicos,
las mismas palabras de las lenguas clásicas. Al escribir historia contemporánea, es decir,
sobre el pasado más reciente, la situación es diferente porque se añade otra fuente de
conocimiento: la experiencia directa personal, el haber estado allí. El haber participado
en un acontecimiento (por ejemplo en una batalla) es experiencia irrepetible, mientras
yo puedo leer innumerables veces una descripción de esta batalla y puedo innumerables
veces visitar el lugar donde ha sucedido. Si el historiador del mundo antiguo, por
definición, no ha participado en persona de los acontecimientos que narra, se vale, sin
embargo, de personas que participaron en ellos. Es más, para ciertos historiadores
griegos de primera importancia, como Tucídides y Polibio, el conocimiento directo
adquirido con el estar presente o con interrogar personas que habían estado presentes en
un acontecimiento (la así llamada autopsia) era la mejor fuente de información: por esto
sus historias eran, preponderantemente, historias contemporáneas. Nosotros hemos
dejado de considerar los acontecimientos contemporáneos como especialmente dignos
de historia; nosotros nos interesamos en los más variados aspectos del pasado. Pero las
cuestiones sobre el valor de la observación directa de los acontecimientos nos continúan
concerniendo por tres razones: 1) antes que nada, como está ya implícito en cuanto
decíamos, nuestras valoraciones del método de observación directa inevitablemente se
reflejan sobre la confianza que nosotros estamos dispuestos a extender a historiadores
antiguos que se basaron sobre la observación directa. 2) El estudio por observación
directa [17] de sociedades contemporáneas en las formas de indagación sociológica o
antropológica provee modelos de investigación de útil aplicación también en la historia
antigua. Cada observación directa de la agricultura o de la organización tribal o de la
actividad artística en una sociedad del siglo XX sugiere nuevas interpretaciones para las
sociedades clásicas. 3) Es imposible separar las cuestiones que surgen de la observación
directa, con sus obvios límites, de lo que un individuo puede ver o sentir en un
momento dado, de las cuestiones que surgen de la transmisión oral de cuanto se ha
observado y aprendido. Las cuestiones de «autopsia» se conectan estrechamente con las
cuestiones de «tradición oral». Debe, por otra parte, añadirse de inmediato que el
examen de un testimonio contemporáneo (a nosotros) no es radicalmente distinto del
examen de una tradición escrita o de un complejo arqueológico.
En cada caso queremos saber: 1) qué dice el testimonio al nivel de la
comunicación inmediata; 2) con qué medios se puede garantizar su autenticidad y
veracidad; 3) en qué contexto histórico debe ser inserto, es decir, qué significa si se lo
combina con otras informaciones en modo correcto.

IV. La diferencia entre un novelista y un historiador es que el novelista es libre


de inventar los hechos (también se los puede mezclar con hechos reales en una novela
histórica), mientras que el historiador no inventa hechos. Puesto que el oficio del
historiador consiste en recoger e interpretar documentos para reconstruir y comprender
los acontecimientos del pasado, si no hay documentos, no hay historia. Si los
documentos se muestran insuficientes para aquello que se quiere saber, la historia es
insatisfactoria. La dificultad de escribir historia es, por tanto, doble: 1) más documentos
significa mejor historia, y por esto en teoría es siempre posible mejorar el propio trabajo

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historiográfico con el hallazgo de nuevos documentos; 2) escasos documentos
significan peor historia, pero no excluyen alguna forma hipotética de historia. Cada
documento, incluso el más sospechoso, invita a una interpretación, pone en movimiento
la mente del historiador; el cual construye unas tentativas de explicación, hipótesis,
hasta que una de estas hipótesis le parece más convincente como para poder ser
presentadas en tanto que mejor interpretación del documento en cuestión.
La capacidad del historiador se reconoce por esto: porque él no da por cierto
aquello que es dudoso y no generaliza el caso [18] aislado. En algunos casos el
historiador debe decir: no entiendo. En otros arriesgará con indecisión una hipótesis.
Pero no basta que una hipótesis sea plausible. La hipótesis avanzada debe ser más
plausible que cualquier otra hipótesis. Antes de proponer una hipótesis, el historiador
debe hacer el esfuerzo de buscar y valorar hipótesis alternativas. Cada historiador serio
consulta a sus colegas ante la duda, sobre todo a aquellos colegas que tienen fama de ser
escépticos e inexorables. Dime qué amigos tienes y te diré qué historiador eres.
Característica del trabajo histórico es, por lo tanto, que hay una serie infinita de
transiciones entre el conocimiento de grado cero debido a la ausencia de cualquier
documento y el conocimiento perfecto (pero inalcanzable) debido a la perfecta
supervivencia y perfecta comprensión de toda la documentación. El historiador
normalmente trabaja con el presupuesto de interpretar un número limitado de
documentos. En particular, el historiador antiguo, salvo en casos excepcionales (menos
excepcionales en asiriología, dada la abundancia de tablillas cuneiformes), trabaja con
el presupuesto de tener una documentación insuficiente. Por esto en historia antigua se
hacen más hipótesis que en historia moderna y por esto hay un riesgo mayor de hacer
hipótesis sin fundamento. La historia antigua es un campo favorable para los
charlatanes.

V. Los tipos de documentos con los que un historiador trabaja son innumerables.
La distinción entre fuentes escritas (literarias y archivísticas), monedas, restos
arqueológicos, obras de arte, esconde otras distinciones: por ejemplo, entre tradición
oral y tradición escrita, entre documento considerado en su contenido y documento
considerado como testimonio lingüístico, entre moneda como documento estilístico y
moneda como medio de intercambio, etc., etc. Cada tipo de documento tiene sus
dificultades. Si un documento en italiano de 1873 ofrece ya algunos pequeños
problemas de interpretación a un italiano de 1973, es inimaginable aquello que se
necesita para entender el griego del 450 a. C. o el latín del 100 a. C. En arqueología hay
una dificultad análoga para entender la función de objetos y edificios que no tienen
correspondencia en el mundo en que vivimos.
En casos frecuentes la dificultad no está solo en interpretar lo que hay, sino en
interpretar (por ejemplo en una laguna en un manuscrito o inscripción, en una estatua
fragmentada o en un edificio semidestruido) lo que más o menos evidentemente falta.
Aunque sea obvio que un documento que proviene del período que estudiamos
(documento contemporáneo) es normalmente [19] más instructivo que un testimonio
tardío, existen documentos tardíos que reflejan fases más antiguas. Las instituciones
políticas, jurídicas, religiosas –y el lenguaje mismo– conservan restos (supervivencias)
de instituciones y de formas lingüísticas ya no de uso corriente. Pero también un
historiador tardío puede estar bien informado, si usa buenas fuentes. Rigurosa
cronología y rigurosa distribución geográfica evitan errores; pero una aplicación
mecánica de la regla de que lo que es más cercano en el tiempo y en el espacio es más
digno de fe conduce a la necedad.

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VI. Cada documento es el producto de una situación específica y nos dice algo
sobre la misma. Incluso una palabra es usada con diferentes significados en diferentes
contextos por diferentes locutores (¡e incluso por un mismo locutor!) en diferentes
momentos. El objetivo del historiador es el de reconocer la situación específica que
permite colocar el documento en su contexto exacto de espacio y tiempo.
Algunas distinciones no rigurosas, pero de buen sentido, son importantes. Los
documentos pueden ser o escritos o sin escritura. Un documento sin escrituras (como
una estatua sin inscripción, el resto de una casa, un utensilio) nos habla más de una
sociedad en general que de un individuo específico o de un acontecimiento específico.
Un texto escrito revela siempre algo sobre quien lo ha escrito (por ejemplo la lengua
que hablaba, o su grado de educación). Es, sin embargo, obvio que un artista dejará el
signo de su personalidad también sobre una escultura y pintura no firmada (pero
planteará el problema de la atribución), mientras que un documento sin escritura, como
la columna de Trajano, podrá narrar una guerra tanto como un texto histórico. En la
práctica, los textos escritos son más importantes para la historia política e institucional,
los documentos no escritos para la historia económico-social: pero es una constatación
de alcance limitado.

VII. En cada tipo de documento está la posibilidad de falsificación, es decir, de


fabricación por parte de alguien con el objetivo de engañar. La falsificación puede ser
contemporánea o puede ser posterior en siglos. En el primer caso, la falsificación tiene
con frecuencia aspectos propagandísticos; en el segundo caso tiene por único objetivo el
beneficio (como en las modernas falsificaciones de vasos y monedas griegas). En ambos
casos, nunca debe [20] excluirse el puro placer de divertirse a espaldas del crédulo. La
falsificación propagandística o ideológica es ella misma objeto de historia. Las leyendas
y los falsos ideológicos son de inmenso interés para comprender a quien los ha creado y
divulgado y no son fácilmente distinguibles de la inconsciente o semiinconsciente
deformación o fantasía, que es un fenómeno universal. El «fraude pío» es un fenómeno
de la vida religiosa bien conocido. También conocida es la falsificación para dañar a un
adversario político. La falsificación por beneficio es menos interesante, pero puede ser
más maliciosa, porque está compuesta en frío con el objetivo de sorprender la buena fe
del coleccionista, que frecuentemente es competente. Parte del método histórico es
inventar técnicas para el descubrimiento de las falsificaciones. Estas técnicas se fundan
esencialmente sobre un cada vez mejor conocimiento de los objetos auténticos. Cuanto
más se conocen las características del lenguaje y del estilo artístico de un cierto período,
tanto menos se es engañado por los falsificadores.

VIII. El historiador no se contenta, naturalmente, con establecer el origen exacto


y los objetivos de los documentos que utiliza. Él quiere comprender el proceso, el
encadenamiento de acontecimientos que los documentos implican o sugieren y en el
cual se sitúan. Esto significa que los documentos individuales no deben ser nunca
tratados de modo aislado por el historiador. Ningún historiador quiere conocer todo o
comprender todo. Lo que un historiador quiere es comprender claramente lo que sucede
en un cierto momento a ciertos individuos o a ciertos grupos en relación a ciertos
aspectos y cuestiones de la vida humana.
Cada historiador debe decidir a cada momento aquello que quiere saber. Cada
historiador elige su tema y sus documentos: elige su método de trabajo. Ciertos temas
pueden mostrarse simplemente narrativos (como la biografía de Pericles), otros
francamente problemáticos (como la cuestión homérica). Pero incluso la más simple
narración implica elecciones e intenta aclarar puntos oscuros y presentar los sucesos

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desde un cierto punto de vista. Quien no tiene nada nuevo para decir es más
probablemente un cretino que un historiador. Cada tema de historia es más o menos
explícitamente una elección de problemas a resolver. Los documentos [21] pueden
preceder al problema, es decir, un historiador puede ser inspirado por ciertos
documentos a plantearse ciertos problemas. Puede, en cambio, buscar los documentos
necesarios para resolver los problemas que le interesan.
El problema homérico sugirió a H. Schliemann la excavación de Troya, pero el
descubrimiento casual de restos de Dura-Europos sobre el Éufrates sugirió a F. Cumont
y a M. Rostovtzeff nuevas cuestiones sobre el imperio romano. Un historiador puede
reunir documentos para un cierto problema y darse cuenta de que la documentación por
él reunida sugiere otros problemas compatibles o incompatibles con el problema de
partida.

IX. El historiador es libre de elegir su problema, es libre de elegir su hipótesis de


trabajo, es libre de elegir la forma de exposición en la cual narrará sus resultados. Es
libre incluso de ilusionarse con que él narra no para saber, sino por el placer de narrar:
para narrar deberá también haber sabido algo. El historiador es también absolutamente
libre de decidir cuáles documentos le son necesarios: si olvidara algún documento
esencial, sus colegas se lo recordarán pronto, y no benévolamente.
El historiador es sobre todo libre de llevar a su investigación histórica toda la
riqueza de sus convencimientos y de sus experiencias. Si es un judío, un cristiano o un
musulmán creyente, naturalmente llevará su fe a la investigación. Si es un seguidor de
Marx, Max Weber, Jung, Braudel, naturalmente adoptará el método de su maestro.
Judaísmo, cristianismo, islam, Marx, Max Weber, Jung, Braudel, cuando se entra en el
campo de la investigación histórica, enseñan a plantear preguntas específicas a las
fuentes, pero no determinan la respuesta de las fuentes. El arbitrio del historiador cesa
cuando se encuentra interpretando un documento. Cada documento es aquello que es:
debe interpretarse teniendo en cuenta sus características. Una simple casa no deviene un
santuario porque el historiador es religioso. Y Herodoto no deviene un documento de
lucha de clases porque lo estudia un historiador marxista. Existe un necesario respeto
por lo que los documentos dicen y sugieren y por lo que se puede legítimamente inferir
de la combinación de diferentes documentos: se basa sobre las reglas ordinarias (y
falsificables) de razonamiento y de experiencia.
Por esto la comparación es tan útil: representa experiencias de otros documentos
y de otras situaciones. Pero también la comparación [22] puede fácilmente sugerir
interpretaciones fantásticas a quien no tenga sensibilidad para diferentes situaciones. La
tentativa de G. Dumézil, hoy repudiada por él mismo, de encontrar castas de tipo indio
en la Roma arcaica es un ejemplo característico de método comparativo que no
funcionó. Establecido el principio según el cual un documento es tanto más
comprensible cuanto menos aislado, concierne al historiador ejercer su discreción para
decidir cuáles son los documentos verdaderamente afines a usarse en la comparación.
Mucho se puede aprender de la lingüística, donde las reglas de la comparación han sido
finalmente desarrolladas. Ya nadie compara el galés con el hebreo para remontar a la
lengua del paraíso terrenal. En algunos casos, la comparación es útil no para indicar
afinidad, sino para subrayar diferencias.
Dos de las más serias tentaciones para un historiador son las de interpretar
apresuradamente los textos y la de deducir de estos consecuencias que los textos no
admiten.
Pero es igualmente peligroso ilusionarse con que cuanto no está documentado no
ha existido jamás y que cuanto es normal en un cierto tiempo y en un cierto espacio es

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también común en otros lugares y tiempos. Quien usa términos como trascendencia,
capitalismo, superstición, imperialismo, herejía, esclavitud, libertad sin preguntarse qué
significan para un cierto tiempo y lugar (y si en ciertos tiempos y lugares son legítimos)
es ya por esto un mal historiador. El historiador competente es aquel que sabe medir el
alcance de sus fuentes, pero el historiador grande es aquel que interpreta rigurosamente
sus fuentes para resolver problemas interesantes nunca antes planteados.

X. Todo el trabajo del historiador es su fuente. También sus recuerdos


personales devienen fuentes, cuando la investigación histórica avanza. Y sin embargo,
el historiador no es un intérprete de fuentes, incluso interpretándolas. Es un intérprete de
aquella realidad de la que las fuentes son los signos indicativos o fragmentos. El
historiador encuentra en la carta al hombre que la ha escrito, en el decreto al cuerpo
legislativo que la ha promulgado en precisas circunstancias; encuentra en la casa a quien
la ha habitado, en la tumba a la fe del grupo al que el difunto pertenecía. El historiador
interpreta documentos como signos de los hombres que han desaparecido. Él encuentra
el significado del texto y del objeto que tiene delante suyo porque lo entiende como si
perteneciera aún a aquella situación pasada a la que de hecho perteneció. [23] El
historiador remite lo que sobrevive al mundo que no sobrevive. Es esta capacidad de
interpretar el documento como si no fuese un documento, sino un episodio real de vida
pasada, lo que en última instancia hace el historiador. Un gramático ve un texto como
un conjunto de palabras a analizar; el historiador comprende la situación en la que el
texto ha sido escrito. Un experto técnico de excavaciones reconoce estratos; un
historiador reconoce la civilización a la que los estratos pertenecen. El historiador
entiende hombres e instituciones, ideas, fes, emociones, necesidades de individuos que
no existen más. Entiende todo esto porque los documentos que tiene ante sí,
debidamente interpretados, se presentan como situaciones reales. El historiador
comprende a los muertos como comprende a los vivos. De qué modo el historiador
transforma las fuentes en vida del pasado es más fácil aprenderlo de Heródoto,
Guicciardini, Burckhardt y Marc Bloch que de los manuales de método histórico.

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