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Modulo I: CRISTOLOGÍA

1) Introducción1

Conocer a una persona es conocer sus obras, sus palabras y, sobre todo,
compartir el propio conocimiento que tiene de sí misma, su proyecto de vida y
sus ideales últimos. Quienes no son contemporáneos de ella quedan remitidos
a los testimonios de quienes la han conocido, compartido su destino y transmitido
sus recuerdos (1 Jn 1,1-4). Cristo vivió en un lugar de la geografía y en un
momento de la historia. Muchos hombres y mujeres lo conocieron, siguieron y
amaron, recogiendo su mensaje y otorgándole una confianza personal. Que se
expreso como seguimiento de su forma de vida, adhesión a su mensaje y fe en
su persona. Ellos son ya la fuente para conocerle. Pero no lo recuerda, venera y
sigue cada uno aisladamente, sino que desde el comienzo formaron comunidad.
La iglesia es esa comunidad de seguimiento, de memoria, de testimonio, de
celebración, de misión y de esperanza que se reconoce religada a él como su
fundamento, obligada a él como su origen permanente, enviada por él para
continuar su salvación en el mundo y esperada por él como su futuro. Ella se
sabe deudora y agraciada con la novedad divina, que es Cristo. Sostenida por el
cumple la misión de darle a conocer en cuanto Salvador de los hombres y en
cuanto persona presente, cuya historia hay que narrar y celebrar.

La iglesia por su apóstol, sus sacramentos y su Espíritu, prolonga el testimonio


que el propio Cristo dio de sí mismo. Esto se realiza mediante la tradición viviente
de personas vivas y los textos escritos del origen. Ellos forman el NT, que se
remite al AT como clave para conocer a Cristo, en cuanto Mesías, y a la Iglesia
como lugar donde la realidad que describen es perceptible y vivible. El NT es el
libro de la Iglesia, que ella acoge como palabra de Dios en el Espíritu, dada para
conocer las obras y gestas salvíficas acontecidas en la historia de Jesús. En los
hechos concernientes a éste (Hch 18,25), enviado por el Padre en la plenitud de
los tiempos, entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación (Gal 4,4; Rom 4,25), se realizan conjuntamente la revelación divina
y la salvación humana. El NT, leído a la luz del AT y de la vida de la Iglesia, nos
da a conocer de manera completa a Cristo. Dios nos da ese relato, inspirado por
su Espíritu (Palabra escrita), para que conozcamos al Hijo que nos envió,
naciendo hombre de Maria por la acción del mismo Espíritu (Palabra encarnada).
Esa palabra que Dios había hablado antes por sus profetas se encarno: como
voz y persona fue oída en Galilea, es actualizada en la celebración litúrgica,
realizada en la existencia, oída y acogida en el corazón. Es el Hijo, en quien Dios

1
GONZALEZ DE CARDEDAL, O. Cristología. BAC, Madrid 2001, 35-37.
se nos revela plenamente y da definitivamente. Es la autocomunicación y
autodonación escatológica de Dios.

El NT no es un libro científico ni una biografía de Cristo en sentido moderno, sino


un conjunto de recuerdos y de testimonios. Los evangelios, que son la única
biografía posible ya de Cristo, relatan su historia recordando a la vez que
reinterpretando desde el final su existencia pública y su acción salvífica, que se
entiende “desde el bautismo de Juan hasta la ascensión” (Hch 1,22; 10,37). El
relato se completa hacia atrás, integrando los hechos de la infancia, y hacia
delante, narrando el don del Espíritu en Pentecostés, que funda la Iglesia y
suscita la misión. La historia de Jesús, así recordada por los creyentes en él,
ofrece los hechos más la interpretación, siendo ambos igualmente sagrados. Ha
sido escrita porque, al considerarla el centro de la actuación salvífica de Dios a
favor de los hombres, cobraba un valor infinito. La adhesión del testigo a lo
testimoniado muestra el valor y eficacia que a tenido para él. Los primeros
creyentes y escritores pusieron su vida en juego por la verdad de lo atestiguado.
Escritores, confesores, mártires, apóstoles han formado hasta hoy la Iglesia, que
se sigue remitiendo a los primeros testigos en la convicción de que en ellos
encuentra las mismas palabras, acciones y autoconciencia de Jesús, no en su
sonoridad material sino en su verdad real. La Iglesia da crédito a esos testigos
del origen, porque se lo dio Cristo, quien no se confió a realidades muertas
(libros, piedras) para mantener auténtico su mensaje en el mundo sino que se
confió otorgando confianza a personas vivas. La repercusión transformadora del
mensaje sobre los propios testigos y el sentido, que ellos descubrieron en los
hechos, forman parte de la fecundidad de los hechos originarios. La fe otorgada
a Cristo se convirtió en la razón suprema del interés por sus hechos y en la
salvaguardia de los recuerdos fundadores. Sin los hechos no habría surgido la
fe, pero sin la fe no se hubieran recordado los hechos.

El NT ofrece el relato de los hechos históricos a la vez que la interpretación de


su sentido teológico (son revelación de Dios) y soteriológico (ofrecen salvación
al hombre). Los evangelios identifican la historia y persona de Jesús orientando
hacia el final (muerte) y desde el final (la resurrección). Ambas son la clave. El
hecho personal (la resurrección de un crucificado) no es una idea o convicción
que surja en la Iglesia sino la experiencia a partir de la cual surgen la Iglesia, la
fe y el NT. Es el “dato”, en el doble sentido de don y hecho, que funda el
cristianismo: Dios resucita y “da” a Jesús, devolviéndolo como Cristo y Señor,
para que rehaga a los discípulos dispersos, perdone a los traidores y,
haciéndolos hombres nuevos, los constituya mensajeros del evangelio. Los
evangelios son libros de memoria y de amor. Porque todo es memoria en el amor
y todo es diligencia en la fe verdadera, los discípulos reconstruyen los dichos y
los hechos de Jesús con la ayuda de los propios testigos oculares y servidores
de la palabra (Lc 1,2). Recogen sus sentencias, ordenan su mensaje y repiensan
su persona. Todo está visto en la luz que el final proyecta sobre el principio;
desde la resurrección se ilumina la muerte y desde esta el mensaje del Reino.
Los evangelios se escriben desde el Resucitado y el Espíritu. Resurrección,
muerte y Reino son los tres ejes de la historia de Jesús. Desde cada uno de ellos
se entienden los otros. Se lee la vida de Cristo de atrás hacia adelante y desde
adelante hacia atrás. La gloria del Resucitado relumbra ya en la predicación del
Reino; el Reino pasa por los abismos supremos del mal en la muerte y se
manifiesta victorioso en la persona del Resucitado.

La historia y el destino revelan la persona: los tres son ya inseparables. Los


hechos son de un sujeto consciente y libre (historia); lo que a uno le acontece
desde fuera termina siendo lo que uno hace con ello en integración o en rechazo
(destino); el sujeto no existe en vacío de tiempo sino en respuesta y relación
(persona). Por eso a la fe de Cristo es esencial el conocimiento de su historia;
ella nos revela su identidad personal. La Iglesia viva y el NT con su doble
vertiente: narrativa (evangelios) y confesante (cartas), ofrecen la información
necesaria y suficiente para conocer a Cristo respondiendo a las preguntas
esenciales: que dijo; que hizo; quien fue; por quien se tuvo; que hicieron con él
y por qué se deshicieron los hombres de él; por quien le acredito Dios; por qué y
por quién debemos tenerle nosotros; que es y qué significa para los hombres;
que podemos esperar de él; que porvenir tiene; donde está presente, es
cognoscible y accesible hoy.

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