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The last viking (1998)

El último vikingo
Argumento:
En el siglo X, Geirolf Ericcson se encuentra a bordo de su drakkar en medio de una
fuerte tormenta. El barco naufraga y cuando Geirolf despierta está a miles de kilómetros
de su Noruega natal y a diez siglos de distancia. Geirolf ha cruzado la puerta del tiempo y
del espacio, y ha aparecido en Maine, en casa de la doctora Meredith Foster. Además,
descubre que su barco pertenece a a Fundación Trondheim y a la Universidad de Oxley, y
está siendo reconstruido por la doctora Foster y su equipo. Meredith, por su parte, cree
que se trata de un chiflado que ha aparecido desnudo en su casa, habla de una forma muy
anticuada y dice ser vikingo especializado en la construcción de barcos. Eso sí, un
chiflado muy atractivo, que además de conocer la cultura noruega del siglo X posee un
secreto en el arte de amar, el punto S; algo que acabará por convencer a la doctora y la
embarcará en una pasional historia de amor.

Capítulo uno

En un país lejano, año 997 d.C.


Geirolf profirió un salvaje grito vikingo de guerra antes de ocultar la cabeza entre los
generosos pechos de Ingrid. Esto no pareció impresionarla.
Bramó de indignación. A continuación, todavía aferrado a su voluptuosa figura, saltó por
encima de la baranda quebrada de su dragón vikingo, partido en dos, que empezaba a
sumergirse en la mar embravecida... hacia un naufragio seguro.
En fin, tal es el destino de muchos guerreros vikingos, por otra parte mejor que cualquier
otro, pensó Geirolf con cierto fatalismo mientras un remolino succionaba su cuerpo, que
giraba de forma incontrolada, cada vez más rápido, hacia las profundidades salobres.
«Muy pronto todo habrá acabado... las valquirias ya deberían estar aquí para conducirme
hacia Asgard, la morada de los dioses, donde con toda seguridad me aguarda un gran
banquete en la otra vida. Espero por lo menos que se trate de Asgard, y no del infierno.
Después de todo, he demostrado mi resistencia en este día, no creo que merezca el
averno.
Todavía conteniendo la respiración, abrazó con mayor fuerza a Ingrid, su acompañante en
el camino hacia la muerte, y se rió entre dientes. «Quizás esta noche me acostaré con mi
verdadera compañera de cama, con pechos tan magníficos como los tuyos, dulce Ingrid.»
Entonces, el instinto de supervivencia se revolvió en el interior de Geirolf, por ventura un
reflejo de guerrero. Desde su infancia había sido entrenado para luchar hasta el final. No
se rendiría ahora como un crío mocoso.
«¡No! ¡Maldiga sea! Soy Geirolf Ericsson del noble clan de Yngling. Por mis venas corre
sangre de reyes. Soy un excelente constructor naval y un valiente soldado. No debo morir
todavía. Mi honor exige que realice la misión que prometí llevara cabo a mi padre.
La vida depende de mí. Me niego... a... rendirme.»
Con un fuerte impulso de sus piernas, Geirolf pataleó para escapar de la sepultura salina a
la que le arrastraba el remolino, y emerger rápidamente, como un delfín, en la superficie
de una mar sospechosamente tranquila.
Con un movimiento brusco de cabeza, se sacudió por encima del hombro la venda en que
se había convertido su larga cabellera mojada. Para su sorpresa, nada menos que Ingrid
el estrafalario mascarón de proa de madera que representaba a una diosa rubia y bien
dotada-, y sus gloriosos pechos le mantenían a flote, cabeceando suavemente sobre las
olas del océano.
Hacía ya más de tres años que su hermano Jorund, haciendo gala de su tosco sentido del
humor; le había regalado la figura en madera de un torso femenino para embellecer la
proa de su último drakkar, el Fiero Lobo. Afortunadamente, Geirolf había conseguido
aferrarse al mascarón cuando su navío se quebró en dos hacía tan sólo unos momentos.
Geirolf profirió una carcajada de júbilo ante aquella ironía: salvado por los senos de una
mujer. Su madre, lady Asgar, cristiana de origen sajón, diría que era la justa represalia del
dios único como castigo por la vida salvaje y de libertinaje que había llevado su hijo
menor. Su padre, el jefe Eric Tryggvason, vikingo por excelencia, se moriría de risa ante
la lasciva paradoja. La última amante de Geirolf, la dulce Alyce de Hedeby, chasquearía
la lengua en señal de desaprobación, para después simplemente sonreírle satisfecha por el
hecho de que siguiera con vida, fuera como fuese.
Dio un lametón al pezón izquierdo de Ingrid, del tamaño de una enorme uva madura, y
comprobó su salinidad. Pensó demasiado tarde en la posibilidad de una astilla en su
lengua. A la débil luz de la Luna del Demonio, ese extraño fenómeno celeste que le había
conducido hasta aquellas peligrosas aguas, miró con ternura a su rígida compañera y se
relajó. Su destino ahora estaba en manos de los dioses. La única explicación que po-día
imaginar era que Odín había decidido librarle del diabólico Storr Grimmsson, el proscrito
que asesinara o capturara a la totalidad de su tripulación de fieles marinos hacía siete días
y siete noches, salvando únicamente a Geirolf en su decrépito navío en medio de la mar
tempestuosa.
Considerando todo lo que le había sucedido, Geirolf determinó que el Dios todopoderoso
escandinavo debía tener otros planes para él. Resignado, se dejó llevar por la cadencia de
la corriente.
No sabía dónde se encontraba, hacía ya tiempo que había perdido la posición que le
ofrecían las estrellas, bajo el aura exótica de la Luna del Demonio... Seguramente mucho
más al oeste de lo que ningún vikingo se había aventurado antes. Ni siquiera Eric el Rojo.
Tendría mucho que contar a los bardos de la corte de su padre en Vestfold. Con toda
seguridad, los escaldos hilvanarían sagas que hablarían de su extraordinario valor durante
millones de años. Siempre que consiguiera regresar, claro está.
No, no dejaría que le invadieran pensamientos sombríos, «debo regresar», se juró a sí
mismo, mientras acariciaba con la palma de la mano su ancho cinturón de cuero, y asía el
pesado broche que escondía el sagrado talismán. De lo contrario, aquel largo viaje no
habría tenido sentido. Ni la sangrienta batalla contra Storr, ni la pérdida de tantas vidas.
«Sí, debo devolver la reliquia al lugar al que pertenece, tal como ordenó mi padre.»
Con un profundo suspiro, luchó contra el desfallecimiento esforzándose por mantener los
párpados abiertos. Estaba tan cansado y dolorido a causa de la batalla. Si pudiera
descansar tan sólo un momento. Pero eso no era posible, debía estar atento a los
presagios, ante cualquier señal divina que pudiera indicarle su futuro.
Al amanecer, Geirolf abrió los ojos con gran esfuerzo (debía haberse quedado dormido, a
pesar de haberse resistido al sueño), y entonces vio la señal. « ¡Loado sea Odín! » Se
trataba de un drakkar a medio construir que descansaba sobre una loma verde, en la cima
de un escarpado acantilado. Parecía como si estuviera esperándole.
-Vamos, Ingrid -exclamó exultante, dirigiéndose hacia su decorativa acompañante, que
ahora cargaba bajo su brazo izquierdo. Con renovada vitalidad, nadó hacia la orilla
mientras empezaba a salir el sol-. Ése es el barco que nos llevará de vuelta a casa.
Destino. Sí, le llamaré Destino Fiero.

Maine, año 1997 d.C.

-¡De ningún modo! No quiero que el mascarón de proa de mi barco haga ostentación de
pechos -exclamó Meredith Foster, sacudiendo la cabeza indignada.
Su ayudante universitario, Mike Johnson, frunció el ceño en un gesto de impaciencia
mientras volvía a enrollar los borradores que había preparado para que ella diera el visto
bueno.
-Vamos a ver, doctora Foster, he estudiado los mascarones de proa de los barcos vikingos
del siglo x y entre ellos no es extraño encontrar figuras que representan a alguna de sus
diosas predilectas como adorno.
Meredith dio unos golpecitos nerviosos sobre el escritorio con su lápiz y lo miró con ojos
escrutadores por encima de sus gafas de lectura, intentando dilucidar si hablaba en serio o
no. El ex marine, que seguía luciendo un corte reglamentario en su rubia cabellera, y que
llevaba sus antiguas camisetas del ejército americano combinadas con pantalones
vaqueros, tenía un mordaz sentido del humor. Y con frecuencia le tomaba el pelo,
considerándola demasiado seria y absorta en su trabajo.
-También era habitual la representación de animales, señor Johnson. Busca un dragón o
una serpiente, en lugar de chicas sexys y pechugonas.
Él le devolvió una sonrisa.
-Y no creas que no me he dado cuenta de que esta figura femenina se parece mucho a
Sharon Stone --añadió. En el poco tiempo que hacía que conocía a su atractivo ayudante,
candidato a doctorarse en Cultura Escandinava de la Alta Edad Media, éste no había
ocultado el hecho de que Sharon Stone era la mujer con la que más le gustaría perderse,
sin importarle dónde. A veces pensaba que su obsesión por la estrella de cine y sex
symbol le ayudaba a olvidar el dolor de la pérdida de
su joven esposa, dos años antes, en un insólito accidente de esquí-. No olvides que nos
interesa la fidelidad histórica. En ese caso, Sharon Stone es puro anacronismo.
Mike se encogió de hombros en un gesto que venía a decir: «Bueno, ha valido la pena
intentarlo», y optó por una nueva estrategia.
-Siempre podemos ponerle un sujetador a la chica. Meredith alzó una ceja.
-Amigo mío, ni siquiera un Wonder Bra, en combinación con una grúa, conseguirían
sostener lo que has dibujado en esos bosquejos.
Mike la miró boquiabierto, atónito ante su inusual picardía, pero reaccionó con rapidez.
-¿Y si se tratara de una figura masculina con otro tipo de... atributos? ¿Te parecería bien?
-Tampoco, aunque representara a Mel Gibson con falda escocesa.
Intercambiaron cálidas sonrisas, y Meredith se sintió satisfecha por haber podido
franquear la formalidad habitual en su relación con Mike. Le hacía sentirse bien, por una
vez, actuar... con normalidad.
-Además, tenemos cosas más importantes de qué preocuparnos -puntualizó-. La
primavera está a punto de llegar, y todavía no hemos encontrado a un carpintero
competente que se haga responsable del proyecto. Ahora que llega el buen tiempo, me
gustaría reanudar los trabajos de construcción.
Con un gesto de asentimiento, el joven tomó asiento frente al escritorio, y colocó una
pierna sobre las rodillas.
-Trabajé con tu abuelo durante más de un año en el «Proyecto Drakkar de Trondheim»,
pero él era el constructor jefe. Cuando falleció el otoño pasado, se produjo un parón
irreparable.
«Un parón irreparable.» Sí, Meredith lo sabía mejor que nadie. Su abuelo había sido
como un faro para ella, la piedra angular en un mundo cada vez más solitario y ajeno,
desde el trago amargo que supuso su divorcio hacía más de tres años. ¿Qué haría sin sus
sabios consejos y su amor incondicional?
-Estaría más que dispuesto a continuar su labor -prosiguió Mike-, pero sencillamente no
tengo el talento para supervisar el trabajo de todos esos estudiantes. Puedo lijar madera y
hacer el papel de jefe gruñón con los más hábiles, pero eso es todo.
-Lo sé, y valoro toda la ayuda que me has ofrecido hasta el momento. -Se recogió un
mechón tras la oreja, e inconscientemente lo introdujo entre sus cabellos informalmente
recogidos en la nuca, mientras reflexionaba sobre su problema común-. Me preocupa el
hecho de que nuestros anuncios en la prensa de Bangor apenas tuvieran respuesta, y que
ninguno de los candidatos estuviera cualificado. Tal vez si lo intentamos en alguna de las
revistas arqueológicas que me recomendó mi hermano aparezca algún afina interesada en
el proyecto.
-Pero los carpinteros profesionales exigen mucho más dinero de lo que podemos
permitirnos pagar con nuestra subvención.
-Conseguiremos a alguien --respondió convencida. «Incluso aunque tenga que pagar de
mi propio fondo fiduciario. Lo que sea con tal de hacer realidad el sueño del abuelo.»
Mientras tanto, podemos ocupar a nuestros estudiantes con tareas de menor relevancia.
-¿Como por ejemplo el lijado manual? Con arena, tal como lo hacían los constructores
navales en la antigüedad, ¿no es así? -dijo Mike, rezongando. Lijar era un trabajo tedioso
e interminable que todo el mundo detestaba.
-Así es. --Meredith sonrió mientras se colocaba correctamente las gafas--. Y encárgate de
averiguar qué pueden ofrecernos en la carpintería, en relación con la figura de un animal
para la proa. Aunque sea un elefante. Simplemente no quiero partes impúdicas humanas.
-Si insistes --murmuró Mike, mientras salía de la oficina-. ¿Un elefante? Dios santo,
dónde se ha visto un drakkar vikingo republicano. -Y luego hablaba de anacronismos.

La oscuridad ya cubría con su manto la campiña cuando Meredith acabó su jornada.


Conducía por la larga y empinada carretera hacia la casa que había heredado
recientemente y que albergaba tantos recuerdos para ella. Con una estructura en forma de
«A» y un solo dormitorio, había sido construida por su abuelo con sus propias manos
sobre un solitario acantilado
con vistas al océano Atlántico. De niños, junto con su hermano mayor, Jared, y su
hermana pequeña, Jillian, sus padres les habían enviado allí todos los veranos, mientras
ellos, absortos en su importante trabajo como destacados profesores de estudios
medievales en la Universidad de Princeton, viajaban para dar conferencias o participaban
en una u otra expedición de investigación en museos y excavaciones arqueológicas.
La abuela también estaba entonces, y ¡unto al olor de la madera que tallaba su abuelo, los
aromas a pan recién cocido y comida casera inundaban la casa. Meredith no estaba segura
de que su madre pudiera cocinar, siempre tan ocupada con su carrera profesional. Pero su
madre no consideraba que las artes culinarias fueran una habilidad imprescindible. La
empleada doméstica que vivía con ellos se había ocupado siempre de esas tareas.
Meredith observó la casa mientras se aproximaba a ella, y por primera vez se percató de
su sencillez y reducido tamaño. Curiosamente, nunca antes había pensado en ello. Pero
ahora recordaba que mientras los abuelos dormían en la buhardilla, ella y sus hermanos
habían desplegado sus sacos de dormir en el suelo de la sala de estar, o fuera, cuando el
tiempo lo permitía, al lado de la piscina. Nunca les había molestado.
¡Tanto cariño! Era lo que más recordaba de ellos... El amor que sus abuelos demostraban
tenerse y que prodigaban a sus queridos nietos.
Ahora, no quedaba nada de ello.
Luchando contra el nudo que se le había hecho en la garganta, la mirada de Meredith
recorrió veloz el drakkar a medio terminar iluminado durante un instante por sus faros.
Su abuelo había decidido construir su proyecto en la parcela vacía al lado de la casa, en
vez de aprovechar el campus de la Universidad de Oxley, demasiado alejado y situado en
el interior. En sus cartas, su abuelo le había comentado además que a los estudiantes les
encantaba aquel lugar remoto, y que a menudo combinaban su trabajo con una excursión,
o descendían por el peligroso acantilado para darse un chapuzón en el océano.
Cogió su maletín v una bolsa pequeña con comestibles del asiento de atrás, y se dirigió
hacia la casa sumida en sombras. Había algo tremendamente triste en ruta casa vacía al
ocaso. Era lo único que echaba de menos de su matrimonio con Jeffrey.
Normalmente regresaba a casa antes que ella de la Universidad de Columbia, donde
ambos eran profesores. Durante los primeros años, los días más felices de su matrimonio,
cuando ella llegaba a casa él ya había empezado a hacer la cena. En el equipo estéreo
sonaban sonatas para violín de Vivaldi. Al abrir la puerta era recibida con un vaso helado
de Chenin Blanc y una cálida sonrisa. En ocasiones, incluso, su marido le daba la
bienvenida de forma incluso más especial.
Aquellos días se habían ido para siempre. Y en parte se alegraba. Pero ese día, cuando
abrió la puerta, se encontró con un recibimiento distinto. Además de una gran sorpresa.
Nada más tranquear la entrada, un brazo robusto la asió por la cintura, alzándola del
suelo, y sintió la presión de un cuchillo en el cuello. La bolsa de la compra cavó al suelo
con un ruido sordo, desgarrándose, y el maletín se abrió de un golpe, desparramando su
contenido.
-¡Suéltame! -gritó, profiriendo patadas con sus cómodos mocasines, que en ese momento
hubiera deseado cambiar por botas de montaña, contra la tibia de-muda de su atacante. Al
agitar los brazos golpeó un muslo, también desnudo. Y peludo. «Oh, no, debe de estar
desnudo. ¡Nos, por dios, que no me viole! » Asustada e indignada, gritó con todas sus
fuerzas, mientras arañaba los brazos de aquel bruto.
Su agresor no aflojó ni un ápice, simplemente masculló un improperio entrecortado e
incoherente al lado de su cuello desnudo, seguido de un monosílabo gutural que sonó
como una orden: «¡Kyrr!>-.
La única fuente de luz en la casa, sumida en la más absoluta oscuridad, provenía del
reflejo del fuego que crepitaba en la chimenea del salón, y de la luna llena, parcialmente
visible a través de las puertas acristaladas que ciaban acceso a un patio con vistas al
océano.
¿La chimenea? ¿Su asaltante se había, tornado la molestia de encender la chimenea?
Gimió llegando a la conclusión de que efectivamente se trataba de un violador. que se
quería tomar las cosas con calma. Pensó además, en en ataque de panico, que era viernes
por la noche. Ante si se desplegaba la perspectiva de un fin de semana entero, durante el
cual nadie la echaría de menos ni acudiría en su busca.
« Oh, dios! ¡Dios mío! ¿Dónde está mi gas para defensa personal?» Para su
desesperación, Meredith vio cómo el spray se alejaba rodando hacia la cocina, junto con
tres naranjas, su pluma Parker preferida, y un montón de calderilla procedente de su
monedero. «Mantén la calma. Recuerda las clases de autodefensa. Tómate tu tiempo.
Piensa antes de actuar.»
«¿Pensar? ¡ja!» En ese momento se sentía como una ameba perdida en medio de la
cadena de sus pensamientos. Una ameba despistada que gritaba desesperadamente.
El hombre cargó con ella hasta el salón, con los pies todavía un palmo por encima del
suelo de madera noble. Suponía que se trataba de un hombre por su estatura y el tamaño
del peludo antebrazo apretado contra su abdomen, demasiado cerca de la parte inferior de
su pecho. Los callos de sus dedos se enganchaban en su blusa de seda. Olía a agua salada,
cuero mojado y manzanas.
«¿Manzanas?» Echó una rápida ojeada y comprobó que las seis manzanas McIntosh que
había puesto aquella mañana en el frutero de la mesita baja habían desaparecido. Sus
corazones estaban esparcidos por el suelo. « ¡El muy cerdo! »
Meredith se dio la vuelta en un intento de ver a su agresor, pero la hoja en su garganta se
lo impidió. Entonces, siguió pataleando y chillando, y le asestó un par de codazos. Fue
como golpear un muro de ladrillos, aunque casi se le desencajaron los brazos de los
hombros debido al esfuerzo.
Profiriendo un juramento, «Blód hel!», el desgraciado la lanzó contra el sofá. Se inclinó
sobre ella ahogando un rugido, hasta rozar prácticamente su nariz, blandiendo el arma
que ella reconoció como el cuchillo para tallar favorito de su abuelo. Repitió la orden
anterior, esta vez con mayor claridad, aunque con cierto acento extranjero: «Kyrr! ».
Su mente ofuscada archivó el sonido gutural. Le recordaba a un idioma antiguo, como el
inglés medieval. Con un doctorado en estudios medievales, era versada en idiomas de la
Alta Edad Media. Meredith frunció el ceño confundida, jadeando, intentando
incorporarse en vano. El gorila debía de pesar más de noventa kilos, y algunas partes
íntimas de su cuerpo estaban empezando a familiarizarse con las del suyo propio. El
fantasma de una posible violación de nuevo hizo aparición.
De pronto, se le erizó el vello de la nuca, en señal de alarma, y algo se agitó en su
memoria. Aquella palabra pertenecía a un dialecto similar al inglés antiguo, pero distinto.
«Dios mío», pensó. «Kyrr» significaba en nórdico antiguo «estate quieta». Debía saberlo,
después de haber pasado su luna de miel con Jeffrey largo tiempo atrás en Islandia, donde
todavía se hablaba un dialecto de aquel lenguaje arcaico. Jeffrey la había convencido de
que la combinación de luna de miel e investigación era una buena idea. Todo lo que
recordaba era el frío.
Profirió una larga secuencia de palabras extranjeras.
El corazón le latía con fuerza ante la desconcertante presión de su cuerpo, por no
mencionar la amenaza, analizó cada palabra por separado, y por fin concluyó que le
estaba haciendo una pregunta en una mezcla de inglés y nórdico antiguo.
-¿Quién eres tú, mujer?
Su interpretación se vio reforzada cuando el hombre añadió: « Hvao heitir Pu?», que sin
duda quería decir: «¿Cómo te llamas?».
-Doctora Meredith Foster -dijo chillando. «¿Un ladrón que habla con fluidez un idioma
medieval? Debe de ser uno de los amigos de Mike. Se trata de una broma.»
-<Dock-whore Merry-Death» * --repitió lentamente, su aliento directamente sobre su
boca. Aliento con olor a manzana. Hubiera esperado algo mejor de Mike-. Merry-Death
--volvió a repetir lentamente, saboreando la sonoridad de aquel nombre en su boca.
No tenía intención de corregir su pronunciación, por si acaso no se trataba de un
bromista. Y sí, efectivamente le gustaría asesinarle, y a Mike también, alegremente, por
haberle dado aquel susto de muerte.
-Geirolf --dijo, señalándose a sí mismo con el dedo-, ég heiti Geirolf.
Estupendo. Ahora que ya hemos dejado atrás las presen
Debido a su desconocimiento del idioma, Geirolf pronuncia «Meredith> como
<Merry-Death> - que en inglés significa literalmente «Muerte alegre». De ahí se
desprende el juego de palabras del párrafo a continuación.
taciones, Rolf, encanto, ¿qué te parece si te quitas de encima? Hasta ahora, parece que no
hay daños graves, pero debes de pesar más de una tonelada, y me estás arrugando mi
mejor blusa de Yves Saint Laurent, y...
Interrumpió su retahíla al comprobar que se levantaba con un solo y suave movimiento,
algo por otro lado notable en un hombre de su tamaño. No pudo evitar quedarse
boquiabierta ante el primer vistazo que lanzó a su atacante.
Con solo alargar el brazo habría podido tocar a aquel hombre tan alto, de casi dos metros
de altura, que estaba de pie ante ella. Llevaba una túnica sin mangas de cuero fino y
flexible. El atuendo medieval quedaba ceñido a la cintura mediante un ancho cinturón
con una enorme hebilla circular de metal que semejaba oro, en la que había grabada la
figura de un animal enroscado. En la parte superior de los brazos, tremendamente
fibrados, lucía brazales de plata grabados. Jillian, que había diseñado su propia línea de
joyería de estilo medieval, se volvería loca si viera aquellas obras de arte. ¡Qué diablos!
Incluso su hermano Jared, el arqueólogo, quedaría impresionado. Aunque se tratara de
meras reproducciones, eran las mejores piezas que Meredith hubiera visto nunca fuera de
un museo.
Sus cabellos de color castaño claro le llegaban hasta los hombros. Estaban húmedos,
como si acabara de darse un placentero baño. Calzaba botas de cuero de suela plana,
atadas con tiras que le llegaban hasta las rodillas.
Un vikingo. Su captor parecía un antiguo dios vikingo.
Un dios vikingo extremadamente atractivo.
Meredith nunca se había fijado demasiado en los atributos físicos de un hombre. Educada
en un hogar de eruditos, siempre le había atraído más el intelecto que la masa muscular.
Sin embargo, por primera vez en su vida, comprendió por qué las estudiantes femeninas
deliraban ante la imagen de Brad Pitt o ponían los ojos en blanco cuando un estudiante
especialmente atractivo con pantalones apretados pasaba a su lado.
«Oh, dios mío. Mis hormonas están experimentando una regresión.» Se mordió el labio
inferior para evitar decir una estupidez, corno por ejemplo, ,¿Puedo tocarte?». Pero en su
interior estaba chillando como una quinceañera llevada por el deseo.
¡Increíble! Fuera donde fuese que Mike hubiera encontrado a ese tipo, se había superado
a sí mismo. Tal vez se tratara de uno de esos hombres que hacían striptease en clubs
nocturnos para mujeres. ¡Sí! «Vikingos'R Us.»
Pero, no, no era posible, parecía tan... auténtico. Meredith le observó más detenidamente.
Viejas cicatrices y heridas recientes de las que manaba sangre (probablemente fuera salsa
de tomate) cubrían la mayor parte de la piel visible de aquel cuerpo musculoso, desde sus
hombros macizos hasta su rostro de facciones perfectas y sus pantorrillas delineadas por
los tendones. A pesar de su ceño fruncido y pose amenazadora, aquel gigante era
abrumadoramente atractivo. Se parecía bastante a aquel actor, Kevin Sorbo, del programa
de televisión sobre Hércules, en versión vikinga. No es que viera demasiada televisión, se
dijo a sí misma con cierta irrelevancia histérica.
Alzó la barbilla con altanería, y profirió con suma insolencia y arrastrando las palabras
toda una letanía en nórdico antiguo, en un tono demasiado bajo para que ella pudiera
entenderlo todo. Meredith no necesitaba un traductor para saber lo que le estaba
preguntando.
-¿Te gusta lo que ves?
Sintió vergüenza al pensar que había estado observándole durante demasiado tiempo.
-No demasiado -mintió.
Se sentó de manera informal sobre la mesita, con las piernas separadas, y Meredith se
preguntó (aunque reprendiéndose a sí misma) si llevaría ropa interior bajo su corta túnica.
Él se restregó con las puntas de los dedos su hirsuta mandíbula mientras la examinaba,
aparentemente contrariado, como si fuera incapaz de entenderla. Después, acarició
distraídamente con los dedos de la otra mano la hebilla de su cinto, que Meredith hubiera
jurado que era de oro macizo.
Para su sorpresa, ya no temía a aquel tipo. En realidad, sentía una profunda compasión
injustificada por él, aunque todavía tuviera entre sus manos el cuchillo de su abuelo.
Parecía perdido, como un niño pequeño.
Debía de tratarse de un actor, contratado por Mike. Acaso no le había dicho su ayudante,
una y mil veces, que necesitaba animarse? De hecho, en una ocasión, le había regalado
una novela llamada Amor con un cowboy ardiente, en la que una profesora universitaria
lo dejaba todo por una breve relación con un cowboy, tras el abandono de su amante.
¡Basta ya! Se acabaron los juegos. Quizá, si le amenazaba con denunciarle, aquel
estúpido daría por terminada la broma y se iría a casa. Forzando un tono amenazador en
su voz y frunciendo el ceño, gritó:
-Fuera de mi casa... violador, o llamaré a la policía.
Él parpadeó mientras la miraba atónito, y a continuación observó su cinturón con una
expresión extraña. La ira reemplazó rápidamente al aturdimiento, cuando se volvió hacia
ella.
-¿Violador? ¿Me estás llamando violador? ¡Ja! Soy Geirolf Ericsson. Mi padre es
gobernador de Vestfold y hermano de Olaf, rey de toda Noruega ...
-Sí, y yo soy la reina de Inglaterra --respondió Meredith con sorna.
-No, no lo eres. Aelfgifu es la reina de toda Inglaterra, y no hubo mujer más huraña en
toda la historia de la marina de Inglaterra. Dudo que viva otro año. Ya pasó en varias
ocasiones por los dolores del parto y, sin embargo, sólo le ha dado un heredero al rey
Etelredo.
Ella le miró boquiabierta.
Agitó una mano en el aire imperiosamente, enojado por el hecho de que le hubiera
interrumpido.
-Escucha esto, mi señora... Yo, Geirolf Ericsson, no tengo necesidad de forzar a ninguna
moza para prodigarle mis atenciones. Las mujeres han suplicado mis favores desde que
era un muchacho sin ninguna experiencia.
«¿Favores?» Puso los ojos en blanco ante su arrogancia. -Escucha tú, gallito, me da igual
si eres el mismísimo Kevin Sorbo. Sal inmediatamente de mi casa.
-Tu lenguaje... es extraño. ¿Quién es Kevin Sorbo? Mientras hablaba, el hombre arrugó el
ceño y observo atentamente la hebilla de su cinto, que ahora sujetaba con fuerza.
Entonces farfulló para sí mismo:
-¡Qué extraño! Puedo entender y hablar una lengua extranjera mientras toco el talismán.
si-No me tomes el pelo -dijo Meredith con desdén, pero, simultáneamente se dio cuenta
de que ahora también ella podía entenderle. Lo más extraño era que sabía que ambos
hablaban idiomas distintos. Un escalofrío de alerta le recorrió la piel-. No sé si esto es
idea de alguien, un chiste de mal gusto, o si eres un ladrón o un violador, pero...
Meredith interrumpió su discurso al percibir un fuerte olor como de carne chamuscada.
Con ayuda de su olfato exploró la estancia. No pudo creer lo que veían sus ojos. En la
chimenea estaba asándose un animal despellejado, insertado en un palo.
-¿Qué... qué es eso? -preguntó en tono estridente---. ¡Oh, dios! ¿No será el gato que
últimamente merodeaba por la parte trasera de la casa? ¿Has... has matado a Garfield?
-¿Garfield?
--Sí, Garfield, el gato.
Geirolf respondió con los ojos como platos.
--¿Un gato? ¡Crees que he matado un gato? ¿Y que pensaba comérmelo? Blód hel!
-Después sonrió-. Es un conejo. --¿Un conejo? -En su interior, Meredith suspiró aliviada.
-Sí, doy fe de ello.
«¿Qué pretende al emplear ese lenguaje arcaico?» El seguía sonriendo, como si matar un
conejo fuera algo normal. Seguramente se trataba de uno de esos racistas fanáticos de la
Asociación Nacional del Rifle.
-¿Por qué... estás... asando... un ... conejo? ----preguntó muy despacio, apenas capaz de
refrenar su ira.
-Porque... tengo... hambre -replicó, imitando su insidioso tono de voz--. Y porque estoy
harto de comer pescado crudo. ¿Por qué si no?
«Por supuesto. ¿Por qué si no?»
-¿Hambre? ¿Pescado crudo? Pero... ¿de dónde has sacado el conejo?
Espiró ruidosamente en señal de exasperación, dando a entender que estaba formulando
preguntas estúpidas. -Lo cacé en los alrededores de tu mansión. - ¿Mi mansión?
-Tu feudo. ¿Por qué repites continuamente mis palabras? ¿ Eres una descerebrada ?
-No, no soy ninguna descerebrada, tú... tú, sí lo eres.---De repente, otro pensamiento
cruzó por su mente: «¿Dónde está... el resto?». Señor, esperaba no encontrarse el pellejo
y las tripas en el fregadero de la cocina, sobre todo porque su triturados de basuras estaba
estropeado.
-Hice una ofrenda a los dioses, por supuesto, en agradecimiento por su protección.Miró
de forma significativa a las llamas, que se reflejaban en sus ojos de color whisky con un
pícaro resplandor.
-Me parece que no he entendido bien. ¿ Has dicho que utilizaste mi chimenea como altar
de sacrificios para un dios pagano?
Geirolf respondió encogiéndose de hombros.
-Venero a todos los dioses, el cristiano y los escandinavos. -¿Cómo te atreves a celebrar
un rito pagano en mi chimenea?
Aspiró profundamente para añadir:
-¡Por la sagrada Freya! Tu voz podría atravesar una armadura oxidada. Será mejor que
cierres la boca, mujer, o tal vez decida sacrificar también a una virgen.
Todavía podía apreciarse una chispa de picardía en sus brillantes ojos. Meredith decidió
que eran del color del bourbon añejo. Sí, ojos de alcohólico. Sus labios carnosos
temblaban como con un tic nervioso. ¿O acaso estaría reprimiendo una sonrisa burlona?
-Bueno, menos mal que no soy virgen -espetó.
Geirolf respondió ofreciendo a Meredith una amplia sonrisa, exhibiendo sus
deslumbrantes dientes blancos. Su mente pensó: «Muy bien. ¿Y qué?». Pero otra parte de
su cuerpo decía: «¡Oh, dios!».
Pero enseguida, aquel desgraciado la devolvió a la realidad.
--Debía haber imaginado que una mujer entrada en años como tú ya habría separado sus
muslos para el placer. ¿Dónde está tu hombre
«¿Entrada en años? ¿Separar los muslos? ¡Qué cara tiene este bruto machista! »
-Sólo tengo treinta y cinco años. Apuesto a que tú tienes más o menos la misma edad,
zopenco entrado en años. Y no tengo marido, si es lo que quieres saber. -Meredith se arre-
pintió inmediatamente de sus palabras precipitadas y se retractó—. Quiero decir que mi
marido volverá a casa muy pronto.
Geirolf arqueó las cejas, no muy convencido.
-Así que eres una mujer de vida licenciosa, y además entrada en años, que vive sola. ¿ Es
aquí donde entretienes a tus amantes? -Dicho esto, la recorrió con la mirada en un
examen rápido de su físico, que claramente ponía en entredicho su capacidad para atraer
a los hombres.
Le daba igual que aquel simio blandiera un cuchillo. Meredith ya había tenido bastante.
Se puso en pie de un salto, con las manos en las caderas, exigiendo una respuesta:
-¿Quién eres y qué estás haciendo en mi casa?
-Ég er tyndur. -Geirolf observó a aquella belicosa mujer que se atrevía a desafiar sus
órdenes, mientras Meredith intentaba analizar su respuesta, palabra por palabra.
-Estoy perdido -tradujo.
A él todavía le pitaban los oídos a causa de sus chillidos estridentes. De los arañazos en
sus antebrazos manaba la sangre. Y «Merry-Death», aquella mujer de extraño nombre, se
atrevía a acusarle de ser un violador. Como si pudiera gustarle una mujer como ésa.
Demasiado alta. Demasiado delgada. Con una lengua demasiado larga. Y vieja. A él le
gustaban las mujeres jóvenes, de carnes blandas y dóciles. Como Alyce.
Sintió la tentación de lanzar a aquella moza estúpida a la mar embravecida, pero primero
necesitaba respuestas. Por otra parte, temía que se tratase de urca bruja. Cuando entró en
la casa, lo primero que hizo fue explorar todas las estancias, pero no encontró las marcas
habituales en el suelo. Tampoco encontró velas o lámparas de esteatita. Especialmente
interesante le pareció la estancia con un armario mágico que arrojaba luz al abrir su
puerta. En su interior encontró un trozo de queso, que resultó incomestible, recubierto
como estaba por una película invisible, imposible de masticar.
En caso de que fuera una hechicera (y sus ojos de color verde pálido, que ahora
relampagueaban furiosos, delataban esa condición), debería andarse con cuidado. Incluso
con la protección de su talismán, no era fácil hacer frente a los hechizos de una bruja.
Pero Merry-Death, sin duda alguna, pagaría por sus insultos más adelante. Le mostraría
cuál es el destino de una mujer rebelde.
-Mi señora, hvar er ég? -bramó irritado-. ¿ Dónde estoy?
Aquella pregunta la desarmó. Sus enormes ojos rápidamente se posaron sobre sus
múltiples magulladuras, dulcificados por la compasión. « ¡Mmm! -pensó Geirolf--, a esta
mujer debería habérsele ocurrido ofrecer la hospitalidad de su tierra a un viajero. Y más
teniendo en cuenta que estoy herido.»
-¿También te golpeaste la cabeza? -inquirió.
Geirolf hizo una mueca de indignación. Obviamente, aquella mujer le consideraba
estúpido.
-Responde, mujer. ¿Dónde estoy?
-Maine.
-Maine. Nunca he oído hablar de tal lugar. ¿ Estamos en Groenlandia, el nuevo mundo
descubierto por Eric el Rojo?
-¿Lo dices en serio? Maine se encuentra al nordeste de Estados Unidos, Groenlandia se
encuentra a unos dos mil cuatrocientos kilómetros al norte.
-Mmm. Mi barco se desvió del rumbo mucho más de lo que creía.
-¿Del rumbo? Más bien, se salió de tu globo terráqueo. -Es culpa de mi hermano Jorund.
Él es el cartógrafo de la familia.
-¿Jared? ¿Fue mi hermano Jared quien te envió? -La arruga que le surcaba la frente
(Geirolf hubiera apostado que era permanente) desapareció, y antes de que él pudiera
enmendar el malentendido, Meredith se centró en el resto de la información.
-¿Tu barco?
-¡Por las uñas de los pies de Thor! Te pareces a la cotorra que Jorund trajo consigo de
oriente. Siempre cuac, cuac, cuac y continuamente repitiéndolo todo. -Se deleitó con el
gruñido que sus palabras provocaron en aquella irritable mujer-. Sí, en efecto, mi drakkar,
Fiero Lobo, navegó a la deriva durante días, desde la batalla contra Storr Grimmsson
hace una semana. Pero finalmente se hundió. Extrañaré terriblemente a mi Fiero Lobo.
Era uno de los mejores barcos que construí en mi vida.
A Merry-Death se le iluminó la cara.
-¿Eres un constructor naval? Por eso te envió Jared. ¿O fue Mike?
Geirolf ignoró sus confusas palabras.
-Sí, soy el mejor constructor naval del mundo -dijo vanagloriándose-, y Grimmsson
pagará con su vida por la pérdida de mi tripulación y de mi barco. No importa, puedo
construir nuevos barcos sin problema -prosiguió mientras pensaba: «Como ese que hay
fuera, que me llevará de regreso a mi tierra. Pero es mejor que no revele tris planes
todavía»--. A diferencia de una vida humana, una embarcación siempre puede ser
reemplazada.
-Pero... pero... ¿cómo llegaste hasta aquí?
-Mi barco se hundió -repitió sin ocultar que estaba haciendo alarde de paciencia-, y nadé
hasta llegar a la orilla esta mañana.
Merry-Death dio un gritito ahogado.
-¿Has sobrevivido a un naufragio?
Le llevó un rato asimilar el significado de sus palabras, a pesar de que el talismán estaba
haciendo un estupendo trabajo de traducción. Tal vez fuera realmente corta de
entendederas, como creyó en un primer momento.
-No me extraña que parezca que te han dado una paliza. ¿Por qué no lo dijiste antes? Dios
santo, ¿tuviste que escalar el acantilado?
Por fin parecía que merecía un poco de compasión divina tras sus terribles experiencias.
-Sí, y te aseguro que no fue nada fácil cargar con Ingrid. -¿lngrid? -preguntó con un
chillido-. ¿Has traído una mujer contigo?
-¿Una mujer? -replicó, riendo---. Sí, podríamos usar esa denominación.
Las pálidas mejillas de Merry-Death se tornaron escarlata de ira. Obviamente, la
muchacha no tenía sentido del humor. Pero Geirolf empezaba a darse cuenta de que
contaba con otros atributos. El moño poco favorecedor en el que llevaba recogidos sus
cabellos en la nuca se había deshecho, permitiendo que éstos se desparramaran sobre su
«jubón» de seda de color marrón pálido, parecido al de la madera de nogal barnizada. Las
manos en las caderas ponían de relieve los anchos «calzones» de hombre de color marrón
que cubrían su delgado cuerpo, mientras daba golpecitos en el suelo con sus mocasines
de cuero.
Demasiado marrón, pensó sin darse cuenta. ¿Acaso intentaba ocultar su feminidad?
¿Quería parecerse a un triste árbol? No, no podía ser un árbol con aquella melena cobriza
y esos ojos verdes de bruja.
Con toda seguridad no era su tipo. Pero tampoco era tan feúcha como le había parecido
en un primer momento.
¡Y su insensatez! Una mujer que le exigía respuestas, a él, un karl de alta clase de
Noruega.
¡Ja! Muy pronto la pondré en su sitio.»
-Sí, Ingrid está fuera, al lado de tu foso, secándose tras nuestro prolongado baño.
-¿En mi foso?
Sus ojos dejaron de parecerle tan bellos, ahora que bizqueaban con frustración. Estaba
convencido de que aquella mujer era estúpida.
-Sí, esa zanja hecha de piedra con agua azul en su interior.
-¿La piscina? ¿Quitaste la lona de la piscina del abuelo? Oh, no, esto ya es el colmo. No
puedo creer que dejaras fuera a una mujer, probablemente herida, mientras entrabas en mi
casa sin permiso, para mascullar conjuros sobre un pobre animal y luego atacarme.
Ignorando su resoplido de incredulidad ante sus acusaciones, Merry-Death se dirigió
hacia las extrañas puertas de cristal y aspiró profundamente ante la primera imagen de
Ingrid, que yacía boca arriba, con los pechos apuntando al cielo y sus pezones rojos
refulgiendo bajo los rayos de la luna llena.
-Mike Johnson, te mataré. Ya te advertí que reo quería una rubia tonta en mi mascarón de
proa -murmuró la mujer. Después dio media vuelta, y avanzó a grandes zancadas hacia él,
sin duda con la intención de soltarle otra ácida perorata. Pero se detuvo a medio camino.
-¿Qué... qué estás haciendo?
Geirolf estaba desabrochándose la hebilla del cinturón con ademán de quitarse la túnica.
Ladeando la cabeza, perplejo ante su expresión de pánico, intentó tranquilizarla.
-No tienes motivos para tener miedo, no pretendo hacerte daño... a menos que me
rechaces.
-¿Rechazar?
-Si actúas precipitadamente.
-¿ Precipitadamente?
Se encogió de hombros.
-Sí, mi malhumorada cotorra. No intentes atacarme. Ni tampoco escapar. Si no, me veré
obligado a cortarte la cabeza o arrojarte al acantilado.
La mujer cerró la boca y sofocó un grito, que aparentemente nada tenía que ver con sus
palabras. Cuando Geirolf se quitó la túnica, ya no pudo quitarle los ojos de encima.
Ataviado tan sólo por un taparrabos y las botas, vio cómo la mujer retrocedía asustada.
¡Sagrado Thor! A buen seguro, ya habría visto algún hombre desnudo, si como ella
misma decía ya no era virgen.
-¿Qué estás haciendo? -dijo con voz entrecortada.
-Voy a quitarme la sal de la piel en tu foso. Después voy a comerme el conejo. Y a
continuación me gustaría dormir largo y tendido. ¿Dónde está tu lecho de pieles, por
cierto? No lo he visto antes, cuando exploré tu mansión.
-Vístete -ordenó, apartando la vista como una tímida doncella.
Señor, estaba harto de sus quejas y de su falso pudor.
-No, no lo haré. Y puede que tú también debas quitarte tus vestiduras. -Acababa de
descubrir que empezaba a sentir otro tipo de necesidades, aparte de sus ganas de comer
conejo. En la euforia retrasada por haber escapado milagrosamente de la guadaña de la
muerte, ahora sentía la necesidad de celebrar la vida... tal como hacían los guerreros
cuando volvían de una batalla desde el principio de los tiempos.
La mujer, atónita, abrió sus ojos verdes como platos.
-A pesar de tu cuerpo huesudo y tu lengua viperina -dijo en tono informativo, añadiendo
una sonrisa que intentaba indicar el gran honor que le estaba concediendo- he decidido
tomarte como mi compañera de cama mientras visito tus tierras.

Capítulo dos
Geirolf dejó caer su taparrabos.
Los verdes ojos de Merry-Death casi se salen de sus órbitas. Tragó saliva produciendo un
ruidito gutural, como si se estuviera ahogando.
Geirolf rió entre dientes satisfecho. La mayoría de las mujeres reaccionaban de forma
semejante al ver por primera vez sus partes viriles. Los dioses habían sido generosos al
respecto.
-Tú ... tú empezó a decir farfullando de indignación, mientras Geirolf pasaba a su
lado con aire arrogante y atravesaba la puerta abierta,
Caminaba con deliberada lentitud, con los hombros hacia atrás, exhibiéndose. Tal vez
ahora Meredith apreciaría el honor que le confería al tomarla como compañera de cama.
-Vuelve aquí -dijo, gimiendo como un alma en pena-. Y ponte la ropa.
-No, en mi tierra no nos bañamos con nuestras vestiduras.
-Aquí tampoco, idiota, pero todavía no he encendido el calentador de la piscina y el agua
está congelada.
-Ja! Obviamente desconoces la experiencia de bañarse en invierno en uno de los fiordos
de mi tierra natal. El agua está tan fría que es capaz de convertir el miembro de un
hombre en un carámbano. Esto no puede ser peor.
-Pero... ¿por qué no te duchas con agua caliente en la casa?
Geirolf se detuvo al borde del «foso», y sumergió en él el dedo gordo. Un escalofrío le
recorrió el cuerpo hasta llegarle a la coronilla, poniéndole la piel de gallina. La parte de
su cuerpo de la que estaba tan orgulloso se arrugó aterrada. « ¡El muy cobarde! » Por
todos los diablos, el agua estaba congelada.
-¿Qué es eso a lo que llamas «ducha»? -preguntó con indiferencia, para que ella no
pensara que era demasiado blandengue para una ducha fría.
-Ven, te lo mostraré. Pero cúbrete por dios. ¿De dónde te habrán sacado Jared y Mike?
¿De la selva?
Geirolf se detuvo de pronto.
-Acabo de darme cuenta de que no llevo mi cinturón. -¿Estás bromeando?
-Tú sarcasmo te hará enfermar, mi señora. Quería decir que, aun sin mi cinturón, puedo
comprender tu extraño lenguaje.
-Es cierto -confirmó ella, poniendo de manifiesto la perplejidad que sentía. Sus ojos se
desviaron hacia la cintura de Geirolf. Inmediatamente alzó la vista, con un intenso rubor
en sus mejillas.
-¿Te has sonrojado, mujer? ¡Por el aliento de Odín, te has ruborizado! -Le gustaba que le
mirase aquella parte. Y aquella parte también se regocijaba al ser contemplada.
En verdad, su timidez resultaba sumamente atractiva en una mujer de tan avanzada edad.
-Perderás tu timidez cuando te acostumbres a mí -afirmó, mostrándose magnánimo.
-No, no, no, te equivocas. Yo no voy a acostumbrarme a nada. Aquí se juega según mis
normas.
--¡Ja!
Mientras le lanzaba una mirada furibunda, tropezó y cayó al suelo sobre Ingrid,
profiriendo una fuerte palabrota. Estaba bastante seguro del significado de aquella
exclamación, incluso sin ayuda del talismán traductor.
-Chist, chist -dijo Geirolf con dulzura, imitando tina de las expresiones preferidas de su
madre, perfecta para la ocasión-. ¿Tienes algún problema en los huesos, que te hace ser
tan torpe?
Ella se enderezó para responder a la afrenta.
--¿O quizás es culpa de tus pies excesivamente grandes? Meredith ahogó un grito de
indignación.
«Dios, es mejor poner a una mujer en su sitio desde el principio.»
-¿Dónde puedo poner a Ingrid, para que esté a salvo de tus desgarbadas maneras, hasta
que adorne la proa de mi drakkar?
-¿Qué drakkar? -preguntó Merry-Death mientras apretaba el paso para poder seguir el
ritmo de sus enormes zancadas.
Geirolf agitó una mano en dirección al terreno al lado de su «feudo».
Atónita, Merry-Death abrió sus ojos breves como platos, cuando se dio cuenta de que se
refería al barco a medio terminar.
-No vas a colocar a esa pechugona en la proa de mi barco. Ya se lo advertí a Mike.
Obviamente, no llegó a transmitirte el mensaje.
Merry-Death lanzó un bufido de indignación; después su atención se centró en el resto de
sus palabras.
-¿Tu barco? ¿Lo dices en serio? Ese barco pertenece a la Fundación Trondheim y a la
Universidad de Oxley.
-Un prototipo lamentable, por cierto. Pero no temas, corregiré todos los errores cometidos
hasta ahora. Será el mejor navío que haya surcado nunca los mares.
-¿Lo harás? ¿Puedes hacerlo? -preguntó esperanzada, casi sin aliento-. ¿Dices que tienes
la capacidad de construir un dragón vikingo?
--Por supuesto. Ya lo hice en muchas ocasiones. Mis barcos son los mejores de todo el
mundo. Monarcas de naciones lejanas han venido a suplicarme que trabaje para ellos. De
hecho, el pasado año, el rey Etelredo de Inglaterra solicitó uno de mis knorrs... un drakkar
de gran tamaño destinado al comercio.
-¿Qué rey? -Merry-Death detuvo su avance asiéndole por el brazo con una mano. Sus
ojos volvieron a posarse inconscientemente sobre sus partes viriles-. ¿Podrías cubrirte,
por lo menos cuando te hablo?
-¿Con qué?
--No sé, con tu mano.
-Demasiado pequeña -respondió con una sonrisa. -¿Tu mano o tu... tu...?
Alzó una ceja.
-¿Qué opinas tú?
-¡Aaarrgh! Sigues cambiando de terna. ¿Quien es el rey Etelredo del que hablas?
-Etelredo el Indeciso es el rey de Inglaterra --explicó con comedida paciencia-.
¿Recuerdas que ya mencioné a su esposa?
Merry-Death se llevó la mano a la frente, como si sufriera un ataque de migraña.
-Isabel es la reina de Inglaterra. No hay ningún rey. Etelredo fue rey a finales del siglo x.
-No sé nada de esa tal Isabel. Efectivamente, Etelredo fue
rey a finales del siglo x... o sea el nuestro... y lo sigue siendo. Geirolf reanudó el paso
hacia el interior del feudo. -Espera. ¿Me estás diciendo que crees que estamos en el
siglo x?
Ahora era él quien parecía perplejo. ¡Qué pregunta tan extraña! En fin, otra de sus
extravagantes cuestiones.
-Sí. Estamos en el año 997, que corresponde al siglo x.
Merry-Death se echó a reír. Geirolf no le veía la gracia, así que su risa sólo podía deberse
a que estaba loca, además de ser una estúpida.
Cuando se enjugó las lágrimas de la cara con el dorso de su mano, por fin pudo
informarle.
-Tengo noticias para ti, amigo mío. Estamos en el año 1997. Tu barco no sólo se desvió
de su rumbo, sino que también se perdió en el tiempo. ¡Ja, ja, ja! Dios mío, que se
preparen Mike v jared. Sabían que estaba desesperada, pero ¿por qué tenían que enviarme
a un constructor naval chiflado?
-¿Mil novecientos noventa y nueve? ¡Ja, ja, ja! -replicó Geirolf, imitándola con una risa
forzada-. Señora mía, ¿os habéis dado un golpe en la cabeza recientemente?
--No, pero me gustaría darte uno a ti.
--Será mejor que reprimas tu lengua viperina, MerryDeath. Me ofende profundamente
que me consideres un chiflado. En mi tierra, soy un jefe, un karl, así que será mejor que
demuestres el debido respeto a mi condición. --Alzó la cabeza altanero, mientras pasaba a
su lado indignado-. Ingrid adornará la proa de ese barco, o no habrá barco.

Geirolf estaba disfrutando una de las experiencias más sensuales y gratificantes de su


vida. Merry-Death la llamaba «ducha».
De pie en un cubículo recubierto en tres de sus paredes por azulejos cuadrados de
cerámica, con una puerta de cristal empañada que lo cerraba, se dejó acariciar por
inagotables chorros de agua caliente que le recorrían el cuerpo, mientras se enjabonaba
con una barra de fragante aroma, y masajeaba sus cabellos con un líquido espeso, hasta
que se llenaron de espuma.
En verdad cada vez tenía más pruebas de que aquella mujer era una hechicera. Mientras
caminaban hacia la cámara dedicada al baño, había accionado una tras otra las palancas
dispuestas en las paredes, e inmediatamente se habían iluminado antorchas de extrañas
formas que pendían del techo de cada estancia. Después le explicó que la sala de baño y
la cocina estaban provistas de agua corriente que llegaba hasta la casa a través de
«grifos».
Tampoco era tan extraordinario. Los antiguos romanos con sus fantásticos ingenios
habían conseguido algo muy similar hacía ya varios siglos, aunque de los grifos de
Merry-Death también salía agua caliente.
Pero había algo que superaba los límites de la lógica... el inodoro. ¡Por Thor bendito!
Merry-Death le había explicado que la gente no tenía letrinas, excepto en las zonas
rurales, y recibían el nombre de «excusado exterior», o «retrete». En aquel país, las
personas se aliviaban en tazas de porcelana llenas de agua que se vaciaban, como por arte
de magia, al accionar un mango plateado. Le parecía un desperdicio, teniendo en cuenta
que afuera había gran abundancia de arbustos.
Geirolf llegó a la conclusión de que efectivamente se trataba de una bruja, pero todo el
mundo sabía que había brujas buenas y brujas malas. Debía de ser una de las buenas,
puesto que hasta el momento no había evidencias de que utilizara sus artes con fines
malignos.
Sin embargo, permanecería atento a las posibles señales. No conseguiría hechizarle. En
una ocasión una bruja negra había maldecido a su hermano por haber rechazado sus
favores, y las partes viriles de Magnus habían adquirido un tono púrpura y se habían
llenado de ampollas durante una quincena. Su madre afirmaba que la causa era que
Magnus había metido su miembro donde no debía, pero él echaba la culpa a la maldición
de la bruja.
Geirolf estaba tan limpio que casi resplandecía, pero vertió un poco más de aquel líquido
dorado en la palma de la mano y volvió a frotarse hasta que salió espuma. Después juró
sobre el gran Valhalla, pidiendo auxilio a la bruja.

Meredith estaba a punto de echar pasta en una olla con agua hirviendo cuando escuchó el
grito de Rolf. -¡Merry-Death! ¡Ayúdame!
Vaya, el tipo tenía un buen vozarrón. Redujo el fuego y se precipitó por el pasillo. Por el
camino lanzó una mirada desdeñosa al conejo asado de Rolf, que éste había dispuesto
sobre la mesa de la cocina, antes de dirigirse a la ducha. Por supuesto, no pensaba ni
probarlo.
-¡Merry-Death!
-¡Un momento! -reclamó, mientras abría la puerta del baño, tan sólo una rendija, para
comprobar que Rolf estaba presentable, aunque las malas maneras de aquel bruto ya
habían demostrado que eso no le importaba demasiado.
Todavía estaba en la ducha, gimiendo coleo un loco. ¡Oh, no! ¿Se habría escaldado?
Corrió hacia la ducha y abrió levemente la puerta de cristal, asegurándose de mirar hacia
arriba.
-¿Qué pasa?
-Tengo jabón en los ojos y no consigo quitarme toda esta espuma. ¡Por los testículos de
Balder! Me queman los ojos. Por mucho que me aclaro con agua la espuma blanca no
desaparece. Creo que me estoy quedando ciego. ¿Me echaste una maldición?
Meredith intentó comprender su prolija explicación impregnada de pánico.
-Para empezar, eso no es jabón, es Breck. Es champú. Pertenecía a mi abuelo. Ni siquiera
creo que sigan fabricándolo. ¿Cuánto has utilizado?
Se encogió de hombros, con los ojos todavía cerrados y la cara dirigida al chorro de agua.
Jesús, estaba cubierto por una ingente cantidad de espuma.
-Medio frasco -respondió mientras escupía el jabón que le llenaba la boca.
-Tonto, se supone que basta con un tapón, es jabón concentrado.
-¿Cómo podía saberlo? -gruñó mientras se rastrillaba el cabello con los dedos, e intentaba
abrir los ojos-. ¿Estoy ciego?
-No, no estás ciego. Estás... ¿qué crees que estás haciendo? ¡Animal!
Rolf la había agarrado por la muñeca y la introdujo en la ducha, con ropa y todo.
--¡Deja de parlotear como una cotorra y expulsa el veneno de mi cuerpo! ¡Ahora mismo!
Y será mejor que pueda volver a ver o te retorceré tu esquelético cuello, me da igual que
seas una bruja. Sobre todo, si mi miembro se vuelve de color púrpura.
«¿Bruja? ¿Púrpura? No sé si se trata realmente de un constructor naval, pero este tipo es
muy raro, de eso estoy segura.»
Con un gruñido de protesta, Meredith le ayudó a quitarse la espuma y con ayuda de una
toalla le limpió los ojos, inyectados en sangre, pero en perfecto estado.
En lugar de mostrarse agradecido, Rolf maldijo su nombre entre dientes. En ese momento
Meredith se dio cuenta de que él tenía los ojos clavados en su blusa mojada. La seda se le
había pegado al cuerpo, ahora prácticamente transparente, debido a su color beige claro.
Se horrorizó al comprobar que sus pezones estaban en punta y que sus respectivas
aureolas rosas se veían perfectamente, y entonces se percató de que el juramento era
producto de su frustración como macho, no de la ira.
Con un rápido movimiento, Rolf la asió por la cintura y la apoyó contra la pared
contraria. Mientras intentaba encajar sus caderas con las de ella con erótica insistencia,
acercó su boca.
-¿Qué más hace un hombre y una mujer en estas duchas mágicas? -preguntó con su
aliento sobre los labios de ella.
Meredith debería haber dispuesto sus manos contra su velludo pecho y empujarle
indignada. Era una profesora universitaria. Con un doctorado en estudios medievales. Era
una mujer de principios de los noventa, no una chiquilla descerebrada.
La parte lógica de su cerebro decía « ¡Basta! », por oposición a la contraria que se
relamía «Mmmm». Por una vez en su anodina vida, Meredith se decidió por el camino
ilógico. Alzó la barbilla bajo la ducha todavía humeante, se encontró con los labios de él
y abrió los suyos para recibir un beso. Y se sintió tan contenta, tan satisfecha de haberlo
hecho.
El vikingo (fuera quien fuese) jugaba con sus labios con delicadeza. Frotó sus carnosos
labios contra los de ella hasta que se volvieron maleables y Meredith empezó a gemir.
Sólo entonces profundizó el beso, devorándola con hambre atrasada.
-Han pasado tres meses desde la última vez que estuve con una mujer -murmuró cuando
separo su boca para tomar aire.
-Yo hace tres años que no estoy con un hombre -replicó, mientras mordisqueaba su labio
inferior. «Dios mío, ¿soy yo realmente, la que está mordiendo los labios de un hombre?»
Sonrió mirándola.
-Entonces nuestro apareamiento será espectacular.
Antes de que pudiera digerir tal declaración, o de decir alguna tontería, como por ejemplo
« ¡Qué empiece el juego! », él sumergió su lengua en su boca, mientras utilizaba ambas
manos para palpar sus pechos.
A Meredith le flaquearon las rodillas.
Su pene erecto, presionado contra el hueco entre sus muslos, la sujetaba.
Ambos gimieron... uno en la boca del otro. -¿Qué es ese zumbido? -gritó.
A pesar del aturdimiento producido por la pasión, Meredith reconoció el teléfono.
Durante unos segundos, se quedó mirando fijamente a aquel hombre tan atractivo de pie
ante ella, sin comprender nada. Sus labios tumefactos por el beso se separaron de los de
ella, pero jadeaba y sus ojos de color Jack Daniels seguían brillando con pasión. Su
cuerpo desnudo seguía pegado al suyo, persuadiendo sus partes más íntimas.
Era un extraño. Estaba a punto de tener sexo con un perfecto desconocido. ¿Había
perdido la cabeza?
Meredith le miró pestañeando, mientras recuperaba su sentido común.
Él devolvió la mirada, parpadeando confuso, y Meredith aprovechó el momento para
apartarle y salir de la ducha. Oyó sus gritos tras de ella, mientras corría por el pasillo
dejando charcos de agua, pero no se detuvo para escuchar lo que decía. Cogió el teléfono
sin cables que había en la sala y contestó jadeando.
-¿ Sí?
-Mer, ¿eres tú? -preguntó su hermana Jillian--. Tienes la voz rara.
-He salido corriendo de la ducha.
«¿Acabo de salir corriendo de la ducha? Más bien, ¡casi me corro en la ducha, uff ! »
-Perdona. ¿Qué cuentas?
Jillian nunca llamaba simplemente para charlar. -¿Qué pasa, Jillie?
-¿Tiene que pasar algo malo para que te llame? -A media frase su voz sonó temblorosa.
-Oh, Jillie, ¿qué pasa ahora? --Meredith se desplomó en el sofá, para levantarse de un
salto al darse cuenta de que estaba empapada. Avanzó unos cuantos pasos y se apoyó en
la pared, peinándose el pelo con los dedos compulsivamente, y colocándose los mechones
mojados detrás de las orejas. Podía escuchar los débiles sollozos de Jillie.
-Cariño, ¿qué pasa? ¿Dónde estás?
-Estoy en Londres. Pero puede que tenga que estar en Chicago esta noche.
-Creía que tenías que quedarte en Londres otro mes, para tu exposición de joyería de
estilo Jelling.
-Así es. Mer, necesito que me hagas un favor. Un gran favor.
«Oh-oh.»
Jillie tenía treinta años, cinco menos que Meredith, y siempre estaba pidiendo favores.
Dos fracasos matrimoniales, un negocio fallido, una hija delincuente juvenil y una
colección sin fin de amantes. Jillie siempre tenía problemas.
-George me llamó desde Chicago -empezó a explicar Jillie. George era su primer marido,
un psicólogo. Se casaron cuando estaban en el último año del instituto, y Jillie se había
quedado embarazada-. Me ha dicho que debo regresar inmediatamente.
-¿Por qué? -preguntó Meredith, temiendo la respuesta. -Gourd ha sido arrestada por robar
en una tienda, y la policía ha amenazado con enviarla a un reformatorio. -¿Gourd?
-Es el nuevo nombre du jour de Thea. Esta semana está pasando por una fase Madre
Tierra.
Meredith soltó una risita. Típico de su sobrina. Siempre en busca de sí misma. Odiaba su
nombre real, Theodosia, casi desde que nació, por lo que cada semana adoptaba un nuevo
seudónimo.
-Es la tercera vez que la arrestan en los últimos cinco meses -informó Jillie angustiada.
-Oh, Jillie. -Y la pobre Thea. En los doce años de su corta vida, se le había diagnosticado
todo, desde déficit de atención a síndrome de comportamiento hostil. Meredith
probablemente se pondría histérica si tuviera que vivir con su desquiciada hermana.
Aquella vida no era la más apropiada para una chica adolescente, siempre arriba y abajo
como una pelota entre sus padres esquizofrénicos, que no parecían precisamente
encantados de tenerla como hija.
-George dice que se lava las manos. Dice que debo regresar de Londres inmediatamente y
comportarme como una verdadera madre. No más traslados. Me estaba preguntando...
-No.
-¿No?
-No, no vas a pasarme tus problemas de nuevo, Jillie. Ya es hora de que seas responsable
de tus actos. -Pero me van a quitar a Thea.
Jillie empezó a llorar. Sus sollozos convulsivos le rompían el corazón. Apoyó la frente
contra la pared, consciente de que iba a hacer el tonto... de nuevo.

Geirolf estaba furioso.


Ninguna mujer le había provocado hasta el punto de que la erección le doliera, para
interrumpir la cópula, sin siquiera dar una explicación. Semejantes. juegos eran propios
de adolescentes inmaduros que experimentaban su primera excitación. Hacía mucho
tiempo que había superado esa fase, y Merry-Death con toda seguridad no estaba en su
primera floración.
Quería una respuesta, y no esperaría ni un minuto más.
Tras secarse con brusquedad, se aplicó el ungüento que Merry-Death le había dado para
sus heridas, y se embutió en unos «calzones» de suave tejido que habían pertenecido a su
hermano, y que ella le había proporcionado junto con una pren-da llamada «camiseta» en
la que aparecían estampada a la altura del pecho la frase JUST DO IT (cuya traducción
significaba «simplemente hazlo»). Le gustaría «hacerlo» como era debido, y lo haría,
después de retorcerle su pescuezo inútil. Por último, se ciñó el cinturón talismán, puesto
que parecía ayudarle a entender la extraña lengua que utilizaba Merry-Death.
Por fin irrumpió descalzo en la gran estancia, algo que nunca haría en su propio feudo,
donde objetos innombrables a menudo cubrían el suelo. De pronto detuvo en seco sus
pasos. Merry-Death estaba hablando con una pequeña caja negra que mantenía pegada a
la oreja. ¿Una caja? Bueno, ¿por qué no? Había oído hablar de magos que hablaban con
árboles, animales, e incluso con el viento. Oh, dios, entonces se trataba de una auténtica
bruja. ¿Realmente quería copular con una bruja?
«Sí», se respondió a sí mismo inmediatamente, como demostraba aquello que pendía
entre sus muslos como un ancla.
-Dame eso -exigió a gritos. Le arrebató la caja de las manos, haciendo ademán de tirarla
al suelo. Pero de la caja salía un sonido extraño, similar al de una mujer llorando.
Alarmado, alzó la vista hacia Merry-Death, quien intentaba recuperar el objeto.
-¿Qué es ese ruido? -preguntó, sosteniendo la caja por encima de su cabeza, fuera del
alcance de Merry-Death. -Mi hermana.
-¿Tu hermana es una caja?
-No, mi hermana no es una caja. Señor, puede que Jared te encontrase realmente en la
jungla. Eso es un teléfono y yo estaba hablando con mi hermana que está en Londres.
Geirolf resopló incrédulo y, sin embargo, con suma cautela, aproximó el teléfono a su
oreja.
-¿Quién está ahí? -preguntó una voz femenina. Él levantó la cabeza sobresaltado.
-Geirolf -respondió con voz vacilante, aunque se sentía bastante estúpido hablándole a
una caja. Rozó la hebilla del talismán en busca de auxilio.
-¿Quién eres tú?
--Jillian, la hermana de Meredith, desde Inglaterra. ¿Qué haces tú allí?
Se trataba realmente de una caja parlante, y la voz afirmaba que le hablaba desde el país
de los malditos sajones. MerryDeath debía de ser una bruja mucho más poderosa de lo
que había pensado.
-Bueno, acabo de darme una ducha, pero...
Merry-Death gimoteó y escondió la cabeza entre las manos. -¿Una ducha? -inquirió la
voz con sorna-. Meredith
también venía de la ducha. ¿Estabais duchándoos juntos? -Bueno, sí, estábamos juntos en
la ducha, pero... -Dame el teléfono -dijo Meredith entre dientes, pero él esquivó sus
manos como zarpas.
-¿Cómo te ganas la vida, Geirolf? -preguntó la voz. -Soy un vikingo.
-¿Un qué?
-Un vikingo. ¿Nunca has oído hablar de los nordmanni... de los escandinavos? ¿Acaso
estáis todos locos en este país dejado de la mano de dios?
-Dios mío, es demasiado bueno. ¡Mi hermana con un vikingo! -respondió con una risa
tonta-. ¿Dónde te alojas, señor Vikingo?
A Geirolf no le gustó el tono condescendiente de aquella voz femenina, y rehusó a
contestar.
-¿Sois amantes?
-No es asunto tuyo con quien comparto las pieles de mi cama. -Geirolf no era un hombre
que se vanagloriase fuera de la cámara, y no empezaría a hacerlo ahora.
La caja se reía histérica. La lanzó contra el suelo disgustado, y Merry-Death aprovechó
para recoger velozmente el teléfono.
-Jillie-, te llamo más tarde -dijo-. No, no es mi amante. No, no te estoy tomando el pelo.
No, no tiene un gran... -Alzó la vista hacia donde él se encontraba, con las manos en las
caderas, y se ruborizó- barco.
¡Ja! Muy pronto le enseñaría a aquella moza con todo detalle, el tamaño de su... barco.

Media hora más tarde, Meredith se encontraba sentada a la mesa de la cocina frente a su
«vikingo». Los pantalones de chándal y la camiseta de Jared estaban más llenos que
nunca. Su larga melena de color castaño claro, que ahora presentaba
mechones rubios por el sol, estaba recogida en la nuca con una goma que Meredith tuvo
que enseñarle a usar.
Ella se había cambiado de ropa, otra blusa de seda y pantalones secos, antes de volver a
la cocina para preparar la cena.
Rolf seleccionaba la carne de su conejo asado, mientras observaba el plato de pasta que
había ante ella, acompañada de ensalada. Ante ambos, sendos vasos de agua helada.
-¿Estás seguro de que no quieres compartir mi comida? Hay mucha cantidad.
Él pareció vacilar.
-Parecen gusanos blancos cubiertos de sangre. Meredith sonrió.
-En efecto, pero están deliciosos.
-No eres tan fea cuando sonríes, Merry-Death. Deberías hacerlo más a menudo.
Apoyó un codo sobre la mesa para sostener su barbilla en la mano ahuecada, mientras la
observaba atentamente.
Su corazón latió de forma extraña ante aquel cumplido grosero y su concienzudo examen.
Pero Geirolf estropeó su efecto al añadir:
-Y además tienes buenos dientes.
-¿Como un caballo?
Geirolf sonrió.
-No, no como los de un caballo.
Nerviosa, sorbió ruidosamente un espagueti. No quería ceder al desafío de sus brillantes
ojos, así que se relamió de satisfacción.
-¡Por satanás! Podrías despertar al muerto más tieso con ese gesto lascivo.
-¿Qué?
Geirolf le hizo un guiño.
Fue como si un cosquilleo recorriera todo su cuerpo. Ese tipo le traería problemas,
grandes problemas.
-Probaré uno de tus gusanos -declaró. En lugar de esperar a que Meredith le trajera un
plato y cubiertos, estiró una mano sobre la mesa y cogió un espagueti. Arqueando el
cuello, lo sostuvo sobre sus labios abiertos, como un fakir que se dispusiera a tragarse
una espada. Entonces, lentamente, lo succionó en su boca hasta la garganta. Durante todo
el proceso no apartó
su mirada de los ojos de ella. Después, se lamió los labios, y los dedos pulgar e índice.
Era lo más sensual que Meredith hubiera visto nunca hacer a un hombre. Como los
preliminares del sexo, pero aún mejor.
-¿Te ha gustado? -le preguntó Meredith, con un nudo en la garganta.
-Muchísimo.
¿Acaso había doble sentido en su lacónica respuesta? -¿Te gustaría saber qué otra cosa
me gustaría mucho más? -preguntó Geirolf.
-¡No! -replicó inmediatamente mientras se ponía de pie de un salto para proporcionarle su
propio plato y cubiertos. El bruto se rió a sus espaldas.
Media hora más tarde, Rolf desistió en sus intentos de comer espaguetis con un tenedor.
La camiseta estaba llena de salpicaduras de salsa de tomate. Los espaguetis que había
intentado enrollar en el tenedor estaban desparramados por el suelo y encima del mantel.
Y Meredith se moría de risa, hasta tal punto que las lágrimas le corrían por la cara.
-Creo que esta comida fue inventada por alguna mujer para desquiciar a su hombre
-bramó Rolf, apartando el plato. Con ayuda de una servilleta, se limpió la cara para
asegurarse de que no quedaban restos de salsa. Después la tiró al suelo y se puso en pie.
-¿Por qué me castigas, Merry-Death? ¿Por qué no liemos finalizado el juego que iniciaste
antes?
-¿Qué juego? -Meredith también se levantó y empezó a retroceder hacia la sala de estar.
-Ya sabes. En la ducha. --Se quitó la camiseta manchada y la arrojó a un lado por encima
de su cabeza. Después avanzó hacia ella, con ojos de depredador fijos en su presa.
Los ojos traidores de Meredith se quedaron clavados en su pecho ligeramente velludo y
su abdomen perfectamente delineado. El ancho cinturón con aquella hebilla recargada,
realzaba su delgada cintura y estrechas caderas.
«Oh, oh, las hormonas vuelven al ataque.»
-¿Por qué rehuiste mi abrazo, mi señora? --Su voz ronca contenía una insinuación
pecaminosa.
«¿Mi señora?»
No se sentía precisamente como una dama ante la invitación tácita que se escondía en sus
turbios ojos.
-Porque estaba sonando el teléfono -dijo, tragando saliva.
Cada vez que retrocedía un paso, él daba otro hacia delante. Finalmente la acorraló. Pero
no se sentía amenazada, sino... excitada. « ¡Oh, dios! »
-¿Era ésa la única razón?
Meredith asintió con un gesto de cabeza.
-¿Por qué te recoges el pelo en un moño austero, como una casta monja? Tienes hermosos
cabellos. -¿En serio?
Meredith estaba atrincherada en el sofá. Rolf estaba al otro lado, cerca de la chimenea en
la que sólo quedaban ascuas, como en disposición de abalanzarse sobre ella.
-Sí. Antes, cuando lo llevabas suelto, me lo imaginé esparcido por tu espalda, sobre tus
pechos desnudos, sobre las pieles de mi lecho.
Meredith abrió los ojos como platos ante sus vergonzosas palabras, y sus pechos
turgentes empezaron a dolerle.
Rolf lo advirtió de inmediato, y en su rostro se dibujó lentamente una sonrisa cómplice.
-Ven -dijo, alargando una mano en un gesto imitador--. Se acabaron los juegos.
Meredith se sintió tentada. Casi. Pero denegó con un movimiento de cabeza.
-Creo que me has hipnotizado con ese... talismán del que tanto hablas.
-No, eres tú la que me has embrujado, mi dulce hechicera. Ahora ven a mí -dijo en tono
persuasivo-, no me rechaces fingiendo que no deseas el placer tanto corno yo.
-Te equivocas -mintió, a pesar de que sentía una espiral de fuego en la parte central de su
cuerpo, que se desplazaba de forma tentadora hacia abajo.
-Te demostraré cómo hace el amor un verdadero vikingo -prometió con voz suave-. Y tú
podrás demostrarme tus artes de brujería en la cama. Estoy esperando con gran ansiedad
nuestro intercambio.
-No, no lo entiendes -protestó Meredith con voz débil.
Estaban dando vueltas alrededor del sofá. Ahora Meredith estaba de espaldas a la
chimenea, y él estaba detrás del sofá.
-Tenemos que hablar. Me parece que se trata de un grave malentendido.
-Podemos hablar más tarde. Después. Y por cierto que lo único que reviste gravedad aquí
es... -Su mano, la misma con la que se había rascado su hirsuta barbilla (debía hacer
varios días que no se afeitaba), señalaba ahora hacia abajo.
-No te atreverás.
La mano se detuvo a medio camino, tocando su cinturón casi con erotismo. Estaba
jugando con ella, como un gato seguro de sí mismo con un ratón indefenso.
Pero su mirada quedó fija sobre la ampulosa hebilla, y de pronto se acordó del mascarón
de proa toscamente grabado que estaba en su jardín. Estaba recobrando la razón.
En un principio, Meredith había pensado que aquel tipo, tan atractivo, por cierto, había
sido enviado por su hermano, confabulado con Mike. Pero tal vez eso era lo que ella
quería creer. Había algo que no encajaba en todo aquello.
Tan sólo era un extraño que se había presentado inesperadamente en su casa, y que
afirmaba que el golpe que presentaba en la frente se había producido al quebrarse el
mástil de su drakkar. Y que la herida reciente que aparecía en su espalda, un corte
superficial de unos quince centímetros, era producto de la espada de alguien llamado
Storr Grimmsson.
Parecía fascinado por todos los avances modernos de su casa, no sólo el teléfono, la
nevera, el agua corriente o la electricidad. Incluso cosas tan simples como una lata de
aluminio, los cubitos de hielo, o las gomas para el pelo.
Pero había algo más. Sabía mucho sobre la historia del siglo x. Afirmaba incluso que
pertenecía a aquel período histórico, algo que Meredith se había tomado antes como una
broma. Pero tal vez Rolf no estaba bromeando. Oh, dios, quizá se había escapado de una
institución para enfermos mentales y sólo era un chalado que creía ser un príncipe
vikingo de la antigüedad.
-Escucha Rolf -dijo en tono severo, mientras daban otra vuelta alrededor del sofá-, vamos
a hablar, ahora. Es importante que aclaremos algunas cosas.
Su mandíbula se puso tensa. Parecía estar a punto de protestar, pero finalmente se
encogió de hombros.
-Hablaremos, si lo deseas -concedió-, pero después haremos el amor.
El corazón de Meredith latía con fuerza. Era una persona obsesivamente honesta. Nunca
había sido coqueta o aficionada a ese tipo de juegos.
--Tal vez -aceptó ruborizada.
-¿Tal vez? -preguntó él, señalando cínicamente con las manos sobre sus atractivas
caderas-. ¿Tal vez?
-Intenta comprenderme. Las aventuras de una noche con perfectos desconocidos nunca
han sido mi estilo.
-Bien, me atrevería a afirmar que pasaré aquí muchas noches -dijo, arrastrando las
palabras-, por lo menos hasta que mi barco esté a punto.
Eso es lo que tú te crees -replicó ella ante su interrupción. Después, aturullada ante la
perspectiva de todas aquellas noches a las que él aludía, prosiguió-: Admito que la oferta
«Sexo con un vikingo ardiente» cada vez me parece más atractiva. Y aunque me resulte
difícil de creer, realmente estoy empezando a considerar la posibilidad de un encuentro
sexual que no signifique nada más. Sencillamente, necesito algunas respuestas previas.
A Rolf le temblaron los labios antes de poder devolverle una sonrisa indolente.
Meredith odiaba esa sonrisa.
-¿Un vikingo ardiente? -dijo en tono burlón-. Mi señora, este vikingo está al rojo vivo.

Capítulo tres
-Desembucha -dijo-, estoy escuchando.
Tras arrojar un par más de leños al fuego y avivarlo con el atizador, se dejó caer sobre los
blandos cojines de la estructura semejante a una cama que se encontraba delante de la
chimenea. Con sus largas piernas apoyadas sobre la mesa baja frente a él, tomó una
manzana del frutero que había en el centro y empezó a masticarla con fruición, como si
se estuviera muriendo de hambre. Aquel plato de «gusanos» que Merry-Death le había
dado para cenar no bastaba para llenar su estómago vacío.
Cuando alzó la vista, Merry-Death estaba boquiabierta, mirándole a él, y a la manzana
alternativamente.
-¿Qué pasa? ¿Nunca has visto a un hombre comer una manzana?
-Por supuesto que sí. Lo que me sorprende es cómo te comportas en casa... en mi casa. Ni
siquiera esperas a que se te pregunte si quieres sentarte, o comer algo... o lo que sea.
Las últimas palabras fueron pronunciadas en un tono embarazoso y chirriante.
No podía engañarle. Él sabía por qué estaba tan nerviosa. Estaba pensando en el placer de
correrse. Como una yegua en celo, su cuerpo se preparaba para el apareamiento.
-Con su permiso, ¿puedo tomar asiento, Merry-Death? --preguntó divertido.
--¡Ummf!
-¿Se empobrecerá tu casa por haberme comido una manzana? -añadió.
-¡Por favor! No es eso.
-¡Por el sagrado Thor! Las charlas femeninas me dan dolor de cabeza. Estoy cansado y
hambriento y... también tengo
hambre de otra clase... Si debo escuchar este sermón, y digo sermón porque eso es a lo
que la mayoría de las hembras se refieren cuando dicen «hablemos», por lo menos quiero
satisfacer uno de mis apetitos.
Merry-Death cerró la boca de golpe.
Él sonreía por dentro. Verdaderamente, era tan fácil hostigar a aquella mujer. En absoluto
suponía un desafío para sus cualidades superiores.
-Bueno, ¿de qué quieres hablar ahora? -continuó provocándola, lanzando el corazón de la
manzana al centro mismo de las llamas, donde empezó a chisporrotear y expeler el
delicioso aroma de aquellas frutas en otoño.
Ella permanecía de pie tras aquella especie de cama, fulminándole con la mirada.
-Y por el amor de Freya, siéntate para que no tenga que estirar el cuello para mirarte.
Antes de que pudiera protestar, estiró el brazo por detrás de su hombro, la asió por la
muñeca y tiró de ella por encima del respaldo acolchado de la extraña cama hasta
colocarla sobre su regazo boca abajo. Durante el proceso, pudo apreciar de cerca sus
posaderas antes de que ella se enderezara.
Su estado mayor se puso en posición de firme. Siempre había sentido una atracción
especial por las mujeres con un trasero bien redondo.
Tras adaptar el escurridizo cuerpo de ella para que se sentase sobre su regazo, vio sus
pechos apretados contra la fina seda de su «jubón». No es que no se hubiera fijado en
ellos poco antes, en la cámara de la ducha.
-Deja de mirarme así -farfulló indignada, golpeando las manos que recorrían su cuerpo.
Pero no podía dejar de mirarla, ni de tocarla. Intentó disimular la sonrisa que empezaba a
dibujarse en sus labios. Después de un trasero firme y bien torneado, lo que más le
gustaba eran los pechos de una mujer.
De hecho, él y sus hermanos habían mantenido un profundo debate sobre el tema en una
ocasión (estaban todos borrachos), y habían llegado a la conclusión de que los pechos de
las mujeres eran un regalo de los dioses para los hombres. Jorund y Magnos afirmaban
que cuanto más grandes mejor (más a donde a agarrarse o algún argumento parecido),
pero él era de la opinión de que todos los tamaños tenían su encanto, y lo dijo en voz alta.
Después, con la sabiduría procedente de un barril de aguamiel, la conversación derivó
hacia las desventajas de acostarse con chicas bonitas.
-Las mujeres hermosas se lo creen demasiado -declaró Magnus con un sonoro eructo.
Qué curioso que el eructo fuera un recuerdo tan vívido en su memoria--. Exigen gran
cantidad de halagos antes de separar las piernas.
-Y las mujeres del montón se esfuerzan más por complacer -había aportado Geirolf
sabiamente. No podía recordar si había eructado o no.
-Tienes razón, pero no hay nada mejor que una moza bien dotada entusiasmada por el
deporte de la cama. -Jorund dijo esto con un suspiro. En aquel tiempo, su hermano estaba
loco por la bella Else, una lechera a la que estaba intentando dar caza.
Su madre, lady Asgar, había escuchado la conversación y propinó a cada uno un sopapo,
mientras les llamaba «zoquetes groseros y asquerosos».
-Zoquete grosero y asqueroso ---bufó Merry-Death, devolviéndole al presente-. ¡Quítame
las manos de encima!
-¿Por qué? -Geirolf mantenía la parte superior del cuerpo de ella inmovilizada,
presionándola contra su pecho desnudo con una mano, la otra ocupada en deshacer el
moño y repartir los mechones de su sedosa cabellera sobre sus hombros, hasta los
montículos en cuestión.
-No me gusta hablar de forma íntima a una mujer que lleva el pelo recogido como una
monja ---dijo con voz densa mientras sumergía el rostro en su fragante cabellera. Olía a
Breck.
A Merry-Death le costaba respirar.
-¿También utilizas Breck para lavarte el pelo? --preguntó perezosamente mientras
probaba su dulce piel en la curva que dibujaba su cuello.
Merry-Death emitió un grito ahogado.
Interpretando sus gritos como una invitación a seguir, le acarició el cuello con el rostro y
avanzó hacia arriba- Primero le mordisqueó uno de sus lóbulos, y después pasó i explorar
las formas de su oreja con la punta de la lengua.
Merry-Death se quedó rígida, en estado de conmoción.
Él también estaba rígido, pero en su caso no tenía nada que ver con una conmoción.
Meredith luchó contra el letargo erótico del que despertaban sus sentidos. Sintió la
presión del talismán de Rolf en su cadera como con un calor extraño, y se preguntó si no
sería realmente mágico. No había otra explicación que justificase la atracción que sentía
por aquel hombre grosero de labios extremadamente sensuales y que parecía un pulpo.
Como tampoco tenía lógica alguna el hecho de que una mujer culta como ella se rindiera
ante el impulso de la lujuria en estado puro.
Pero le hacía sentirse tan bien. Y había pasado tanto tiempo.
-¡No! -insistió, reuniendo fuerzas para resistirse. Consiguió zafarse de su abrazo, y llegar
al otro lado del sofá. Todavía jadeando, cruzó los brazos por delante del pecho para ocul-
tar las señales de excitación sexual.
Rolf la miró fijamente a los ojos, alzando la barbilla con aire desafiante, con sus ojos
ambarinos enturbiados por la pasión. Después dejó salir lentamente un suspiro reprimido,
y espero tenso el próximo movimiento de ella.
-¿Quién... eres... tú? -preguntó
-Geirolf Ericsson -dijo con brusquedad, apretando y aflojando los puños, como si apenas
pudiera contener su desaforada pasión.
Meredith no podía recordar la última vez que un hombre la había deseado de ese modo.
Era un cumplido embriagador. -¿De dónde vienes?
-Hordaland.
De nuevo utilizaba aquellas palabras antiguas. ¿Por qué no decía simplemente «la región
al suroeste de Noruega» o «Antigua Noruega», para ser más concreto?
-¿Cómo has llegado hasta aquí?
-Mi barco naufragó -respondió con sequedad, obviamente impaciente porque finalizasen
aquellas preguntas que interferían en sus planes de seducción-, y después escalé el
maldito acantilado hasta llegar a tu feudo.
Seguía repitiendo todo lo que había dicho antes. Quizá simplemente había preparado
aquella historia.
Ignoró su mirada abrasadora, que más o menos venía a decir: «¿Puedo ahora abalanzarme
sobre ti?».
-¿Quién te ha enviado?
Se encogió de hombros.
-¿Eres un constructor naval?
Asintió con la cabeza y se pasó la lengua por los labios lentamente.
Por cierto que tenía unos labios muy bonitos. Y su lengua tampoco estaba mal.
«Por favor, ¿acaso está anticipándose a mis preguntas? ¿Por qué me cuesta tanto
concentrarme? ¿Puede un exceso de hormonas provocar un síndrome de atontamiento?»
-¿Has venido para finalizar el proyecto del drakkar?
A Meredith le sorprendió el hecho de que pudiera enlazar más de dos palabras de forma
inteligible.
Él vaciló, para contestar después:
-Sí, creo que es por eso por lo que he sido enviado. -¿Y realmente puedes construir un
dragón vikingo? Rolf le lanzó una mirada ofendida.
-¿Acaso no te lo he dicho antes?
-¿Cuánto te llevará finalizar el proyecto?
-Bueno, por lo que he podido ver, diría que la mitad del trabajo debe rehacerse. Una vez
que...
-Con toda seguridad no deberá rehacerse.
-Mi señora -intervino Rolf exasperado--, ¿tienes la intención de botar el barco al agua?
-Por supuesto.
-Se hundirá.
Redujo el tamaño de sus ojos a una rendija, furiosa.
-Mi abuelo era un constructor experto. ¿Estás diciendo que era un incompetente?
-¿Acaso era un navegante experto?
-Bueno, en realidad, no -admitió--, pero...
-Tu abuelo utilizó clavos en la unión de las planchas de roble, y lo hizo correctamente,
pero no rellenó las juntas con soga. El barco no es estanco.
Meredith aspiró profundamente al oír la noticia.
-Hay un dicho en mi tierra: «Oft veltir lítil púfa punguhlassi».
Alzó una ceja, negándose a preguntar su significado, o reconocer su fluidez en nórdico
antiguo.
-«Una pequeña fuga puede hundir un gran barco» -tradujo-. Y hay otro motivo de
preocupación: la quilla está descentrada.
-¿Quilla?
-La viga de madera que forma la espina dorsal en la parte inferior del barco. Se trata del
elemento más importante del casco de una embarcación. Si está descentrada, el barco
escorará.
A pesar de su alarmante pronóstico, Meredith se sintió aliviada. Rolf parecía conocer su
oficio.
-Construiré ese barco vikingo para ti, Merry-Death -prometió-, pero se hará a mi manera.
¡Qué hombre tan arrogante y con tal exceso de confianza en sí mismo! Pero no tenía
elección. Si era capaz tan sólo de la mitad de lo que afirmaba saber hacer, sería perfecto
para el trabajo. No obstante, de ningún modo le permitiría controlar su proyecto. Pero
esperaría el momento adecuado para decírselo.
-¿Por qué es ese barco tan importante para ti, MerryDeath?
Sus pies seguían descansando sobre la mesa baja y, alargando un brazo por encuna del
respaldo del sofá, ahora jugueteaba con los mechones de pelo de Meredith desparramados
sobre sus hombros. Ella deseaba que dejara de hacerlo, se estaba poniendo nerviosa. Le
distraía del importante tema que les ocupaba. Le hacía pensar en otras cosas
extremadamente irrelevantes, tales como... ¿hasta que punto podía ser ardiente un
vikingo?
-Porque era importante para mi abuelo, que era profesor de estudios medievales en la
universidad local, y tenía un especial interés en la cultura nórdica. --Al empezar a hablar
sobre su abuelo y su proyecto, su nerviosismo desapareció junto con la percepción
obsesiva de la masculinidad de Rolf. Gracias a dios-. El sueño de su vida era reproducir
un drakkar para finalmente hacerse a la mar y recrear un gran viaje vikingo. Tal como el
capitán Magnus Andersen hizo hace cien años.
-Mi cabeza va a estallar, Merry-Death. ¿Quién demonios era Magnus Andersen?
-Andersen construyó una réplica del barco de Godstad
en 1893. Para demostrar que el drakkar estaba en condiciones de navegar, viajó de
Noruega a Terranova en tan sólo veintiocho días, a pesar de que debió hacer frente a
varias tormentas. Mi abuelo deseaba hacer lo mismo desde niño, pero en sentido
contrario.
-¿Tu abuelo era de origen nórdico?
Meredith denegó con la cabeza.
-Mi abuelo simplemente pensaba que se podían aprender muchas cosas de la forma de
vida de los vikingos, especialmente en cuestiones de construcción naval. Él creía que la
universidad debía enseñar, y que la planificación, el trabajo duro, la tenacidad, y todas las
demás habilidades necesarias para construir un barco... en fin, que todo ello sería de gran
ayuda a sus estudiantes en cualquier camino que tomasen en la vida.
-Cierto, cierto -confirmó Geirolf, asintiendo con la cabeza.
-El abuelo murió antes de que pudiera hacer realidad su sueño. -Meredith se enjugó las
lágrimas, y después miró a Rolf resuelta-. Pero yo voy a terminar el proyecto.
-Lo comprendo perfectamente.
-¿De veras? Nadie más lo entiende. Ni mis padres ni mi ex marido.
-Aunque odio decir esto, tú y yo tenemos mucho en común. Al igual que tu abuelo, mi
padre me encargó una misión. No descansaré hasta que la lleva a buen término.
Su percepción del asunto desconcertó a Merry-Death momentáneamente.
-En fin, sea como sea, ésa es la razón por la que me he tomado un año sabático de la
Universidad de Columbia, donde soy profesora de estudios medievales, para retomar el
trabajo de mi abuelo en la Universidad de Oxley y hacerme cargo del proyecto
Trondheim.
Rolf la miraba sin entender una palabra.
-¿Qué? -preguntó-. ¿Qué pasa ahora?
-La mitad de las palabras que has dicho no tienen ningún sentido para mí. ¿Qué idioma es
ese que utilizas... utilizamos? -preguntó, aferrando la hebilla de su cinto mientras
hablaba, como probando suerte, en busca de respuestas. -Inglés.
-No puede ser. Hablo ambos idiomas, escandinavo e in-glés, bastante similares, pero tus
palabras no pertenecen a ninguno de los dos.
-¿Qué palabras? -Señor, los juegos de aquel tipo estaban acabando con su paciencia. Le
parecía efectivamente un experto en construcción naval, pero ¿tenía que seguir fingiendo
que se trataba de un vikingo?-. Dame un ejemplo.
-Por ejemplo «profesora».
-«Profesora» es otra palabra para designar a un maestro.
-¿Universidad?
Meredith frunció el ceño con extrañeza, luego se rió.
-Es una escuela... destinada a chicos y chicas jóvenes, entre dieciocho y veintidós años.
-Ahora sé que sólo dices tonterías. A los dieciocho años los hombres hace mucho que
dejaron la escuela. Se ocupan de sus propias haciendas o luchan en las guerras de sus
reyes. Y las mujeres... las mujeres a esa edad ya están criando a sus hijos.
-¡No sigas tomándome el pelo! Escucha Rolf, tengo demasiados problemas para seguir
con esta farsa. Así que corta de una vez y...
-¿Qué quiere decir «medieval», eso que has dicho que enseñas? Antes has dicho que eras
«doctora», ahora afirmas ser «profesora» ... ¿una mujer que enseña? No te creo.
Meredith pensó que debería negarse a contestar más preguntas absurdas, pero la mueca
de confusión que arrugaba la frente de Rolf parecía auténtica. Meredith estaba
empezando a alarmarse. ¿Se trataría realmente de un enfermo mental? A pesar de todo,
tomó aire y prosiguió con sus explicaciones.
-La palabra «medieval» se refiere al período comprendido entre los siglos VI y XVI. Mi
especialidad se centra en la historia de Inglaterra entre los siglos X y XII.
Rolf emitió un sonido que denotaba su perplejidad y que Meredith interpretó como la
reacción habitual de la gente ante el hecho de que hubiera dedicado su vida a un tema tan
aburrido.
Ella alzó el mentón, poniéndose a la defensiva.
-Vengo de una familia de eruditos. Mi abuelo se especializó en cultura nórdica de la Alta
Edad Media. Mis padres han sido reconocidos por sus investigaciones sobre las
costumbres en la Baja Edad Media. Mi hermano Jared es arqueólogo, ha
trabajado en las excavaciones Coppergate de York, y actualmente se encuentra en
Noruega participando en la excavación de una granja escandinava. Mi hermana Jillian
diseña joyería de estilo Jelling.
Rolf se peinó la melena con los dedos, desconcertado. -Todo esto hace que me sienta
confuso. -¿Por qué?
-Bueno, puedo comprender que los sabios estudien el pasado, pero ¿cómo es posible
estudiar el futuro?
--¿Qué quieres decir con... el futuro?
Rolf gesticuló con las manos, haciendo notar que se le acababa la paciencia.
Meredith chasqueó la lengua para demostrar su hastío.
-No, el período posterior al año 997 no es el futuro. Mira, ¿qué te parece si te enseño los
planos que mi abuelo dibujó para el drakkar, y empezamos de cero de nuevo?
Enseguida, Merry-Death se dirigió a su estudio y empezó a ordenar los descomunales
bocetos.
-¡Por la dentadura de dios y el aliento de Odín! ¡No es posible!
Meredith se sobresaltó, puesto que no se había dado cuenta de que él la seguía tan de
cerca. Echó un vistazo por encima del hombro y vio a Rolf mirando boquiabierto las
estanterías que recubrían tres de las paredes del cuarto. La cuarta presentaba enormes
ventanales que durante el día ofrecían una vista espectacular del océano Atlántico. Tocó
uno de los volúmenes encuadernados en cuero con aire reverencial.
-Debes de ser muy adinerada para poder permitirte tantos libros valiosos -dijo con cierto
temor en su voz-. En mi mundo, los mismísimos reyes, normalmente, sólo poseen uno o
dos.
Abrió un volumen con sumo cuidado. Rozando con un dedo el papel satinado, profirió un
suspiro.
-Las ilustraciones son extraordinariamente reales. Y la escritura es extraña. No se parece
a los trazos que suelen hacer con tinta los escribas monásticos.
-No mucho.
Aquel tipo era un actor estupendo. Pero Meredith no podía entender por qué actuaba.
Parecía que su fascinación por los libros era auténtica.
--Es increíble. Te entiendo cuando hablas, pero no puedo comprender el lenguaje en el
que están escritos estos libros. ¿Es inglés?
Meredith asintió. De pronto sintió pánico y se apartó de él, a pesar de que su actitud no
era amenazadora; simplemente estaba allí, de pie, con el torso desnudo, hojeando
embelesado un libro.
-Mañana podrías enseñarme a leer esta clase de inglés anunció con su habitual
arrogancia, mientras cerraba el libro de golpe.
«Mañana. En un solo día pretende aprender a leer un nuevo idioma. ¡Ja! Si cree que voy a
perder el día dando clases de inglés a un impostor, va listo... Aunque fuera cierto que no
puede leer en inglés, ¿qué le hace pensar que puede aprender toda una lengua extranjera
en un solo día? Ahora me dirá que es Einstein... el Einstein vikingo.»
Rolf se paseaba por el estudio, cogiendo un volumen tras otro, estudiándolos
minuciosamente, acariciando sus cubiertas, murmurando suavemente palabras de
incredulidad o admiración. Por último cogió un libro escrito por un colega de Meredith
de la Universidad de Columbia: Las excavaciones de Vestfold. La tumba de un príncipe
vikingo. Lo abrió por el cuaderno central con ilustraciones, y de pronto empalideció,
perplejo.
-¿Qué? ¿Qué te pasa? -preguntó Meredith asustada.
-Es mi espada -respondió Rolf-. ¿Cómo es posible?
Meredith se acercó un poco más.
-Mira, tiene el mismo grabado que aparece en el broche de mi cinturón.
Meredith examinó la ilustración a color de una espada vikinga extraída de un monumento
funerario. En efecto, su empuñadura estaba decorada con un grabado que representaba
animales con formas estilizadas, idéntico al que aparecía en la hebilla del cinturón de
Geirolf. En la base había escritas algunas runas. Meredith, señalando los símbolos, le
preguntó qué querían decir. inmediatamente se reprendió a sí misma por haber formulado
aquella pregunta. ¿Cómo podría aquel bufón descifrar el alfabeto futhark?
-«Esta arma, valiente compañero, perteneció a mi queri
do hijo, Geirolf Ericsson» -tradujo en un tono glacial.
Meredith se quedó pasmada.
-Increíble -comentó, más que impresionada por el hecho de que Rolf pudiera leer las
runas, y de que su traducción fuera idéntica a la que aparecía al pie de foto.
Pasó la página y tuvo que ahogar un grito. Se trataba de una ilustración a doble página de
un magnífico drakkar vikingo con un dragón en la proa.
-¿Quién ha hecho esto? ¿Quién ha hecho un dibujo de mi barco?
-¿Tu barco?
-Sí, éste es el drakkar que construí el año pasado, Dragón Fiero. Todos los nombres con
los que he bautizado mis barcos contienen la palabra «fiero». Pensaba llamar a mi nuevo
barco Destino Fiero.
-No entiendo nada -di ¡o Meredith, frotándose la frente con las puntas de los dedos.
-Comparto tu aturdimiento, mi señora -añadió Rolf, volviendo la página-. Mira, mira esto
-prosiguió, señalando los brazaletes de plata encontrados en el yacimiento, y estiró los
brazos para mostrar el parecido con lo, motivos grabados en los que adornaban los suyos.
Rolf siguió examinando las páginas de aquel libro, mientras fruncía cada vez más el ceño,
emitiendo gruñidos cada vez más audibles.
Meredith sintió que una oleada de pánico recorría su cuerpo. ¿Qué estaba pasando
realmente?
Finalmente, Rolf se volvió hacia ella.
-¿Qué libro es éste? ¿Quién lo escribió? ¿Y por qué?
-Ya te lo dije, se titula Las excavaciones de Vestfold. La tumba de un príncipe vikingo, y
recoge las excavaciones arqueológicas que tuvieron lugar hace aproximadamente cinco
años en un yacimiento de Noruega. Vestfold era el nombre de una región al suroeste de
Noruega.
-Ya sé donde está Vestfold -dijo en tono inquietante-. Yo vivo allí.
-¿Ah, sí?
-¿Por qué se ha excavado una sepultura sagrada? Meredith se encogió de hombros.
-Es la principal ocupación de los arqueólogos. Las tumbas
escandinavas constituyen la única posibilidad de conocer cómo vivía la gente hace mil
años, puesto que no contamos con ningún documento escrito. -Meredith se estremeció al
ver la expresión de repugnancia en el rostro de Geirolf.
-Si se tratase de tumbas cristianas, los sagrados sacerdotes pondrían el grito en el cielo,
ante semejante sacrilegio. ¿Acaso nuestras tumbas merecen distinta consideración por ser
«paganas»?
-No, pero cuando interviene la codicia... o, con más frecuencia, la búsqueda de
conocimientos históricos, las tumbas pasan a ser de dominio público.
Se arropó el pecho con los brazos, como si de repente tuviera frío, y murmuró:
-Miles de tumbas profanadas... ¿quién podría haber imaginado algo semejante? Habría
sido mejor que todos los vikingos hubieran preservado los ritos de incineración.
-Entonces pareció recordar algo más-. ¿Qué decías de la muerte de un príncipe vikingo?
La conversación empezaba a parecerle absurda.
-Ya te lo dije antes -respondió con cierta exasperación-. Los objetos aquí representados
fueron extraídos de un antiguo sepulcro vikingo. Un túmulo funerario que contiene
incluso un barco.
-¿Un sepulcro? ¿De quién? -preguntó Rolf, con la voz cargada de temor. Después
añadió--¿Antiguo?
-Bueno, se cree que un poderoso jefe vikingo erigió ese túmulo funerario en honor a uno
de sus hijos. No hay restos óseos, así que se supone que su hijo murió en un batalla en
otro país, o en el mar, puede incluso que... -Sus palabras acabaron en un murmullo ante la
expresión de horror del rostro lívido de Rolf-. ¿Por qué estás tan disgustado?
-No era un príncipe. Era un karl... un alto jefe.
-¿Q... qué? -Meredith sacudió la cabeza como para aclararse las ideas. Estaba hablándole
como si hubiera creído su actuación. Sin embargo, la profesora que llevaba dentro volvió
a emerger, testaruda, y procedió a explicar-: Rolf, el vikingo ahí enterrado murió hace
más de mil años. Es historia antigua.
-¿Mil años? -repitió Rolf como atontado-. ¿Sigues insistiendo en que nos encontramos en
el año 1997?
-Por supuesto.
-Guó minn góour! -susurró y volvió a repetir el improperio-. Dios mío! -Sosteniendo su
mirada, espetó--: Mi barco no sólo se desvió de rumbo en las grandes aguas, sino que
además viajó en el tiempo.
-Eso es imposible.
-¿Qué otra explicación puede haber? Ayer, el día en que mi barco naufragó, era el año
997. Hoy tú afirmas que estamos en 1997.
-¿Y tú crees que viajar en el tiempo es posible? --preguntó Meredith en tono burlón.
Rolf alzó los hombros en un gesto que denotaba incertidumbre.
-Las leyendas de las sagas hablan de sucesos semejantes, pero normalmente en ellos
intervienen los dioses y la vida después de la muerte. Sin embargo, respondiendo a tu
pregunta, sí, como todos los buenos escandinavos creo que todo es posible en esta vida.
Meredith hizo una mueca de escepticismo con su labio superior.
Un débil gemido escapó de la boca de Rolf al volver a mirar el libro que apretaba entre
sus puños.
-Faoir minn --dijo con un quejido---. Mi padre... -Angustiado, alzó sus ojos llenos de
lágrimas hasta encontrarse con los de ella, con aire suplicante-. Mi padre debió de prepa
rar ese mausoleo para mí. ¿Te das cuenta de qué significa eso? Ella denegó con la cabeza
todavía como atontada. -Estoy dauour... muerto.
Meredith asintió, aunque en realidad no podía creer que Rolf estuviera muerto, o que el
hombre que estaba de pie ante ella fuera un viajero en el tiempo. No, no podía aceptarlo.
¿O tal vez sí?
Rolf se balanceaba ahora de un lado a otro, lamentando su pérdida, con un aullido grave y
salvaje. ¿Estaba llorando su propia muerte? ¡Dios bendito! Una y otra vez, farfullaba sin
cesar:
-Dauour... dauour.. dauour... Por fin, alzó la cabeza bruscamente y profirió un juramento.
--Hver fjandinn! ¡Maldito! ¡Maldito sea! ¡Maldito sea Storr Grimmsson! Malditos sean
todos los dios:, que me enviaron a este lugar en este tiempo! Pero, sobre todo, me
maldigo a mí mismo por mis pecados, por los cuales debo de estar pagando con este
castigo.
Meredith intentó consolarlo posando una mano sobre su brazo, pero él la rechazó.
-No sientas lástima por mí, doncella, porque regresaré a mi tiempo. Lo juro por todo
aquello para mí sagrado.
Meredith dio un paso atrás, y observó al furibundo guerrero quitarse la gotea del pelo
para mesarse su larga melena en un gesto desesperado. Profirió un primitivo alarido
vikingo, tan antiguo como el tiempo, y se precipitó a través de la sala en dirección al
acantilado, donde bramó a los cielos nocturnos su rabia y su dolor.
Atisbando por la ventana, Meredith le vio caminar impaciente por el borde del acantilado,
arrancándose cabellos, golpeándose el pecho, alzando sus brazos con gran consternación.
Vociferaba extrañas palabras en nórdico antiguo. ¿Sería un canto fúnebre?
El corazón de Meredith se solidarizó con el de aquel hombre atormentado. Debería estar
asustada, pero no lo estaba. De algún modo sabía que Rolf no suponía ninguna amenaza,
por lo menos para su integridad física.
En realidad, se trataba de un desconocido y, sin embargo, Meredith se sentía conectada a
él de forma indescriptible. Se sentía atraída por él, pero había mucho más.
Las lágrimas anegaban sus ojos y podía sentir su dolor. Fuera cual fuese la razón por la
que estaba allí, su intuición le decía que el destino, o tal vez los dioses, tenían algo que
ver. Así debía ser.
Salió afuera e intentó consolarle, pero Rolf no podía escucharla o aceptar su auxilio en
ese momento. Sus ojos rojos y vidriosos la miraban sin verla, corno si fuera invisible.
-Vete, mujer. Déjame llorar... a solas.
Mientras regresaba a tientas a la casa, a Meredith le pareció oír que Rolf añadía, en un
tono más amable:
--El honor de un hombre exige que demuestre fortaleza, incluso al despedirse de los
muertos.
Durante las horas que siguieron, Meredith recogió la cocina, preparó la cama para Rolf en
el sofá, y apagó las luces, pero seguía mirando de vez en cuando hacia fuera, preocupada.
En una de esas ocasiones, le vio arrodillado con los brazos extendidos hacia el cielo
iluminado por la luna, mientras seguía entonando aquel canto fúnebre escandinavo. En
otra ocasión, le vio expresar su rabia asestando un puñetazo a un árbol con frustrado
enconamiento.
Y durante todo ese tiempo, parecía estar tan perdido, y tan solo.
Meredith no podía mantener sus ojos abiertos por más tiempo, y por fin decidió acostarse.
Curiosamente, cayó en un sueño profundo, exhausta por todo lo que había vivido aquella
noche. Antes de dormirse, todavía se preguntó si acaso no se levantaría por la mañana
para comprobar que la visita del fiero vikingo había sido un mero producto de su
desbordante imaginación.
Por extraño que pudiera parecer, aquella perspectiva le hacía sentir un sincero pesar.
En mitad de la noche, se despertó al sentir una presencia en su habitación... más
concretamente en la cama. Cuando intentó incorporarse, un brazo frío se enrolló en su
cintura, y la apretó contra un fuerte cuerpo masculino. Aunque llevaba ropa interior y una
camisa de dormir, se dio cuenta de que aquel cuerpo estaba desnudo.
-No -protestó mientras intentaba liberarse de su abrazo.
-Chist. -Sintió la respiración de Rolf en su oído, mientras éste se adaptaba a las formas de
su espalda, desde la cabeza a los pies-. No quiero hacerte daño. Déjame abrazarte un rato,
nada más.
Meredith no quería hacer el amor con él. Todavía no. El deseo al que casi había
sucumbido horas antes, había sido remplazado por un nuevo vínculo perturbador, que
prefería analizar a la luz del día. Además, todavía tenía muchas preguntas.
-No -repitió-, ahora no, todavía no.
El cuerpo de Rolf se puso rígido, y sus dedos, que se habían abierto camino bajo su
brazo, entre el hombro y la cintura, se detuvieron. Rolf exhaló suavemente, y Meredith
cerró los ojos con la agradable y tentadora sensación de sus labios rozándole la nuca.
-Te necesito.
La súplica que hizo en un susurro -tan sólo tres palabras, pronunciadas con pura
honestidad y marcadas por el dolor---, fueron su perdición. Y Meredith aceptó algo que
inconscientemente ya había decidido hacía algunas horas. Dio media vuelta entre sus
brazos y rozó con ternura su húmeda mejilla, incapaz de discernir si eran lágrimas o la
bruma del mar.
-Yo también te necesito -suspiró, como una rendición.

Capítulo cuatro
-Estoy muerto --dijo Rolf absolutamente desconsolado.
Girando sobre su espalda, se tapó los ojos cerrados con el antebrazo. A la luz de la
ventana sin cortinas y la eterna luna llena, Meredith contemplaba sus largos cabellos
esparcidos sobre la nívea almohada.
Meredith se apoyó sobre su hombro, y alargó la mano izquierda hasta acariciar la mejilla
de Rolf en un gesto tranquilizador.
-No. Estás vivo, Rolf.
Él retiró el antebrazo de su rostro y le lanzó una mirada suplicante.
-¿Realmente lo piensas? Mmmm. Por fuerza debo ceder ante tu juicio más sensato sobre
la situación. En verdad que mi cabeza parece que va a estallar de tanta confusión. Mi
cuerpo está atrapado en tu tiempo, pero mi espíritu anhela el calor de mi propio pueblo.
Tengo roto el corazón. A buen seguro aquellos que vagan por la otra vida no
experimentan semejante dolor.
A continuación, puso su enorme mano sobre la de ella, que seguía posada sobre su
mejilla, y se la llevó al pecho, donde su corazón latía con fuerza, como si efectivamente
estuviera a punto de estallar. Rolf estaba desnudo hasta la cintura, el resto del cuerpo
cubierto con el edredón hecho a mano por la abuela de Meredith, con el dibujo de una
lluvia de estrellas. Meredith sabía que estaba completamente desnudo, pero mientras
admiraba su magnífico cuerpo, no sintió aquel deseo irresistible. Lo que sentía era una
abrumadora... ¿Qué era aquello? Ternura, era la única palabra que se le ocurrió para
describir la emoción que llenaba su corazón y hacía hervir su sangre.
Era un desconocido, pero al mismo tiempo, ya no lo era. Ansiaba tocarle y curar las
heridas de su alma, aunque ni siquiera sabia de qué tipo eran.
Como profesora, se deleitaba en la transmisión de conocimientos a sus estudiantes.
Resultaba irónico, pero presintió que aquel hombre rudimentario podría enseñarle mucho,
mucho más.
Sospechaba que le había sido enviado por alguna razón. Pero en ese momento, el motivo
no importaba. Sencillamente saboreaba el regalo de la presencia de Rolf en su vida,
Los ojos sombríos de Rolf le sostenían la mirada.
-Hazme sentir que estoy vivo, Merry-Death.
Ella ladeó la cabeza en un gesto inquisitivo, mientras sentía cómo se le aceleraba el
pulso.
-Estoy tan cansado y aburrido de luchar. Deshaz la escarcha que amenaza con congelarme
el alma, Merry-Death. Por favor.
Meredith asintió con la cabeza, incapaz de articular palabra alguna que pudiera atravesar
el nudo que se le había hecho en la garganta. Lentamente, acercó su cabeza a Rolf y,
todavía con una mano posada sobre su pecho, posó sus labios sobre los de él. La suavidad
sobre la rigidez. El calor sobre el frío. Estaba tan helado y tan rígido como un muerto.
Pero ella haría que se recuperase, se juró a sí misma.
Había sido un beso sin intención erótica, puesto que sólo pretendía trasmitir ternura. Y sin
embargo, había sido tremendamente sensual, como demostraban los gemidos que inme--
diatamente profirió Rolf.
-¿Serás amiga de mi corazón? murmuró. El aliento de Rolf sobre sus labios era por sí
mismo un dulce beso.
Ante aquellas palabras, a Meredith todo empezó a darle vueltas, mientras una necesidad,
largo tiempo escondida y reprimida en lo más profundo de su ser, luchaba por abrirse al
exterior, como los pétalos de una frágil flor. «¿Amiga de su corazón? ¿Quería decir algo
parecido a "alma gemela"? ¿O tan sólo se refería a una amistad?»
Rolf separó los labios, en una invitación. Sus brazos permanecían inmóviles a ambos
lados, con las palmas de la mano hacia arriba, en una actitud suplicante.
No insistió en que ella también se desnudara. Ni se abalanzó sobre Meredith con la
intención de poseerla. No le hizo falsas promesas, ni le juró amor eterno. Se limitó a
esperar, dejándole a ella que decidiera el ritmo del amor... o que le rechazara, si era eso lo
que quería.
A Meredith aquella perspectiva le hacía sentirse extrañamente poderosa... además de
única. Ningún hombre le había permitido llevar la batuta en ese terreno, ni siquiera
Jeffrey. Podía tomar todas las decisiones o ninguna. No estaba segura de qué era lo que
debía hacer.
Así que decidió profundizar en el beso, para hacer una prueba. Rolf la recibió con un leve
movimiento de sus labios, que ya no estaban fríos. Meredith rozó sus labios de una
comisura a otra, explorando, hasta que encontró la posición más adecuada. Entonces
deslizó la lengua dentro de su boca, tanteando.
El corazón de Rolf latió excitado bajo la mano que ella tenía sobre su pecho.
Meredith sonrió, todavía con los labios sobre los de Rolf, y sintió que él también sonreía.
Reconfortada, se apartó un poco y exploró el rostro de Rolf con los ojos y los dedos: la
sien magullada, que besó con suavidad; el arco de sus gruesas cejas; las largas y espesas
pestañas; los pómulos marcados y su mandíbula; incluso su nariz recta y arrogante.
Observó admirada sus anchos hombros, pero no los tocó. Ni tampoco las líneas en relieve
de sus venas, que realzaban sus brazos musculosos. Ni las múltiples cicatrices, antiguas y
recientes, que salpicaban su piel. Ni los tentadores contornos de luces y sombras que
perfilaban sus pectorales y los músculos del abdomen. Prefirió saborear la expectativa de
poder tocar todo aquello, algún día.
-Eres hermoso -susurró.
-Sí -asintió, bizqueando mientras la miraba. Por alguna razón, aquel gesto la conmovió
profundamente. Tal vez porque aquella pequeña demostración de sentido del humor
confirmaba que sus esfuerzos por sacarle de su desolación estaban dando resultado.
-Ya no estás helado -comentó, deslizando la mano que tenía sobre su pecho hasta el
cuello, y de regreso hasta la cintura, para detenerse allí.
Él aspiró profundamente, y metió el estómago.
¿Era un gesto de resistencia? Tal vez esperaba que no se detuviera allí. O al contrario,
quizá no quería ella fuera más lejos.
-No, ya no tengo frío, gracias a ti, dulzura. Pero mis huesos están doloridos y mi corazón
enfermo.
«¿Dulzura? ¡Qué expresión tan cariñosa!»
Liberando sus manos de las ligaduras invisibles a ambos lados de su cuerpo, la rodeó con
sus brazos hasta acomodarla en su pecho. Dispuso una de sus manos sobre los hombros
de ella, envolviéndola en un abrazo, y la otra quedó enterrada entre sus cabellos,
atrayéndola hacia sí.
En cuestión de segundos, con el rostro descansando sobre su cálido pecho, Meredith
percibió cómo se normalizaban sus pulsaciones, mientras su pecho se inflaba y desinflaba
a un ritmo regular. Se había quedado profundamente dormido.
No se sintió ofendida. Al contrario, sintió recompensados los esfuerzos que había hecho
para consolarle.
Pero Meredith no pudo dormir. Tampoco se sintió en paz, aquella noche, cuando el sueño
la abandonó, dejando vía libre a las perturbadoras cuestiones que asediaron su cerebro. Al
amanecer, salió sigilosamente de la cama y arropó a Rolf con el edredón. Uno de sus
brazos descansaba por encima de su cabeza, dejando visible el espeso vello, extrañamente
atractivo, de su vulnerable axila. El otro brazo descansaba sobre la almohada en el lugar
donde había estado abrazándola hacía tan sólo unos instantes.
Se le llenaron los ojos de lágrimas al contemplarle. Después se obligó a apartar la vista de
él, y bajó a su estudio, con la esperanza de encontrar algunas respuestas con ayuda de su
ordenador.

Ya habían dado las ocho cuando Meredith oyó a Rolf levantarse. Poco después, escuchó
la ducha. Había dejado un montón de ropa vieja de Jared, junto a un par de maltrechas
zapatillas deportivas, que seguramente le irían pequeñas.
Abandonó la mesa del ordenador y se dirigió a la cocina para preparar el desayuno.
Tendría que ir al supermercado muy pronto. En la nevera no quedaba gran cosa. Se
decidió por las tostadas. Después quebró un huevo en un tazón lleno de leche, vaciló, y
añadió dos huevos más, pensando que Rolf tendría un tremendo apetito tras la exigua
cena de la noche anterior.
Preparó diez tostadas, las introdujo en el microondas, puso la mesa, y sobre ella
mantequilla y sirope de arce. Después preparó una jarra de zumo de naranja concentrado
y encendió la cafetera.
Todavía oía la ducha, así que volvió al ordenador y a sus perturbadores incursiones en la
cultura escandinava a través de Internet. Hasta el momento, había podido corroborar los
absurdos datos históricos facilitados por Rolf. Efectivamente, en el año 997, el poderoso
gobernador de la región de Noruega denominada Vestfold se llamaba Eric Tryggvason.
Uno de sus hijos había sido constructor de barcos, además de célebre guerrero. El
hermano de Eric, Olaf Tryggvason, era rey de Noruega en aquella época. Aelfgifu, reina
de Inglaterra y cónyuge de Etelredo el Indeciso, había sido débil y poco agraciada, tal
como había dicho Rolf, y falleció durante un parto, probablemente en el año 997.
¿Cómo podía saber Rolf aquellas trivialidades históricas?
Tecleó su contraseña y esperó a que el ordenador le diera acceso al sistema.
Tamborileando nerviosamente con sus dedos sobre la mesa, mientras esperaba a que la
máquina procesara los datos, Meredith empezó a hacer planes.
Enviaría un fax a Noruega, donde se encontraba su hermano Jared, en cuanto llegara a su
despacho, puesto que no disponía de aparato de fax en casa.
También tenía algunas preguntas para Mike. Todavía no estaba segura del todo de que ni
él ni Jared tuvieran nada que ver con la llegada de Rolf. Intentó comunicarse con Mike,
pero le informaron de que estaba visitando a algunos antiguos compañeros del ejército en
Bangor, y que se quedaría allí todo el fin de semana.
-¿ Qué haces, Merry-Death ?
Meredith se sobresaltó. No había oído aproximarse a Rolf. Con una mano sobre su
acelerado corazón, miró por encima del hombro y tuvo que ahogar un gemido. Señor,
aquel hombre era tan atractivo.
Se había puesto una camiseta Adidas de color gris que llevaba por dentro de los mismos
pantalones de chándal negros, ceñida a la cintura por su talismán, una curiosa
combinación que, sin embargo, encajaba perfectamente con su imagen de vikingo.
Llevaba el cabello mojado recogido en una cola, y se había afeitado, permitiendo así que
aflorasen sus perfiladas y atractivas facciones. Algunas arrugas de sufrimiento
enmarcaban sus ojos y labios tristes, pero parecía que el descanso le había hecho bien.
Sin perder el contacto visual, colocó su mano izquierda sobre el hombro de Meredith,
ejerciendo cierta presión.
-Gracias -dijo, con voz ronca. Meredith supo que se refería al consuelo que le había
ofrecido la noche anterior.
Meredith aceptó su agradecimiento y Rolf se apartó de ella. Entonces advirtió que llevaba
algo en la otra mano.
-¡Para qué sirve esto? --preguntó, tomando asiento en una silla de respaldo vertical
próxima a la suya.
Meredith sonrió.
-Son calzoncillos. Ropa interior.
Rolf sostuvo la prenda íntima de color blanco ante él, y dijo en tono burlón:
-No puede ser, son demasiado pequeños para contener las partes viriles.
-Son elásticos... se adaptan incluso a las partes viriles de mayor tamaño -replicó, también
con sorna. Entonces se dio cuenta, no sin cierto pudor, de que no debía llevar nada debajo
de los pantalones. «¡Señor!
-¿Y esto? --volvió a preguntar.
-Calcetines de deporte. Ya sabes... -Se interrumpió para buscar una palabra que pudiera
entender-. Mmm... calzas, eso es. Se ponen en los pies antes de calzarse.
Rolf hizo un gesto para indicar que había comprendido su explicación, y procedió a
ponérselos, tras algunos torpes intentos, hasta que descubrió cómo hacerlo. Después alzó
una ceja Mientras sostenía los últimos objetos que había traído consigo. Las deterioradas
playeras de Ja red.
-Son las viejas zapatillas para correr de Jared --le informó mientras se arrodillaba ante él
para ayudarle a ponérselas.
-¿En serio? ¿En tu país la gente tiene zapatos sólo para correr?
-Sí -respondió ella, riendo. Ahora que Rolf lo mencionaba, sonaba extraño.
-¿Y también tienen calzones especiales para sentarse?
-No -rezongó, mientras intentaba introducir sus pies a presión en las playeras, por lo
menos dos números más pequeñas del que debía calzar Rolf.
-Debes de usar un 48. Ya sabes lo que dicen de los vikingos con pies grandes, ¿no? -Hizo
aquella última observación sin pensar, e inmediatamente se arrepintió.
Rolf bajó la mirada hacia ella frunciendo el ceño con extrañeza.
-No, ¿qué dicen de los vikingos con pies grandes? ¿Y por qué te has puesto tan colorada?
-En las comisuras de sus labios asomó de repente una sonrisa-. ¿Podría ser lo mismo que
dice la gente de los sajones de narices grandes?
Meredith decidió cambiar de tema.
-¿Crees que podrás usar estos zapatos? Tus dedos deben de estar muy comprimidos.
Rolf se encogió de hombros.
-No creo que sea peor que llevar botas de cuero mojadas en una batalla. -Entonces se
puso en pie, hizo un par de flexiones con sus rodillas y corrió sin moverse del sitio
durante unos segundos-. Sí, ahora veo que un hombre puede correr como el viento con
estas botas de tela -afirmó, ofreciéndole una deslumbrante sonrisa, que la hizo derretirse
hasta los huesos-. Ahora muéstrame esa caja que mirabas cuando entré en la habitación.
Por el sagrado Thor, nunca estuve en ningún lugar con tantas cajas mágicas.

Poco después, Geirolf parpadeaba atónito, intentando desesperadamente procesar todas


las informaciones que aparecían fugaces en la pantalla del ordenador de Merry-Death.
-Es pura y simple brujería, de eso estoy seguro, pero la más increíble que he visto nunca.
Letras e imágenes, y toda la sabiduría del mundo contenidas dentro de esa pequeña caja...
en el interior de ese... ¿cómo lo llamaste? Ah, sí, «sede-rom».
Meredith profirió una carcajada.
Estaba seguro de que había pronunciado mal una de aquellas endemoniadas palabras de
aquel lenguaje nuevo.
-Eres una mujer de espíritu maligno al regocijarte en mi desconcierto.
-No, es sólo que suena tan gracioso...
-¿Gracioso? ¿Me tratas como a un cachorro? -Hizo un gesto con la cabeza de
desaprobación. «¿Gracioso?»-. Por lo menos, intento comprender la magia de esta caja
que ordena -espetó-. Desde que nací, mis padres me animaron a aprender todo lo que
estuviera a mi alcance, sobre la naturaleza y el mundo. «Del conocimiento proviene la
fortaleza», solía decir mi padre. «Incluso para los hombres que se dedican a la lucha, el
cerebro es un arma tan poderosa como su espada.»
-Por lo que dices tu padre debía de ser muy sabio. -El movimiento de cejas con el que
acompañó sus palabras le reveló que no se trataba de un cumplido.
-Te resistes a creer que nosotros, bárbaros paganos, nos deleitamos en la sabiduría. No,
no niegues la duda que la expresión de tu rostro deja entrever. Ya te dije antes que mi ma-
dre era cristiana, aunque mi padre respeta las antiguas costumbres. Al nacer, consagró
cada uno de sus hijos a los dioses escandinavos.
-¿Y qué?
«¡Por todos los santos! Me gustaría borrar esa sonrisita de suficiencia de sus labios. Tal
vez si la arrojase al foso lo conseguiría. Pero no debo perder los estribos. Al menos por
ahora, hasta que domine todos los secretos de las cajas mágicas.»
-Si pusieras riendas a tu lengua, tal vez me darías la oportunidad de acabar con mi relato
--dijo, controlándose. Ciertamente, aquella mujer necesitaría un par de lecciones o más
(tal vez cincuenta), para volverse más dócil-. Como te estaba contando antes de que me
interrumpieras, la divinidad que protege a mi hermano Magnus es Frey, dios de la
fertilidad y la prosperidad. Magnus tiene diez hijos vivos con sus tres mujeres, y es el
mejor granjero de toda Noruega.
-¡Tres mujeres! -Fue el comentario de Merry-Death, como si eso fuera lo más destacable
de toda la información que Rolf le había trasmitido-. ¡Tres mujeres!
Rolf hizo un gesto displicente con la mano.
-Luego está mi hermano Jorund, cuyo protector es Thor; el dios de la guerra. Jorund es el
más fiero guerrero sobre la tierra.
Aspiró profundamente ante el sombrío pensamiento que le asaltó de repente: tal vez no
volvería a verlos nunca. Después prosiguió con brusquedad:
-Y mi padre me consagró a Odín, el dios del aprendizaje. Tal vez hayas oído que el dios
padre de todos sacrificó su único ojo para poder beber la sabiduría del pozo de Minir.
-¡Un mito! -exclamó Meredith con desdén-. Además, tú eres constructor de barcos, no un
erudito. ¿Para eso te consagró tu padre a la sabiduría?
-No siempre fui constructor naval. Después de haber superado diez inviernos, fui acogido
en la corte sajona del rey Edgar, el primo de mi madre. Durante cinco años, sobreviví a
aquel nido de serpientes de aristócratas conspiradores, pero absorbí todas las enseñanzas
que los monjes ofrecían en los monasterios.
-¿En serio?
Por fin, aquella mujer parecía impresionada por su formación académica, pero
menospreciaba sus habilidades como artesano de la madera.
-Escúchame bien, obstinada señora. Estoy orgulloso de los callos de mis manos, que
delatan mi oficio. Me siento más realizado construyendo un buen barco que traduciendo
cualquier texto del latín.
Se sonrojó al verse sorprendida en una actitud condescendiente.
-Oh, no era mi intención...
Ro alzó una mano en un gesto para acallar sus palabras. -No me importa lo que pienses
de mí. Yo sé quién soy. -Ya no recuerdo cómo iniciamos esta conversación. --Sin duda me
estabas reprendiendo por algo, corno todas las mujeres.
--¿Qué es ese ruido? -preguntó de pronto Merry-Death. --Estaba hablándote.
-No me refiero a eso, tonto.
Meredith le miró por encima de una extraña pieza de joyería hecha de plata y cristal, que
descansaba sobre la parte superior de su nariz, y con unas prolongaciones que iban hasta
detras de las orejas. En su mundo, las mujeres llevaban diademas o aros sobre la frente,
para conservar su sano juicio. Pero, en su opinión, la nariz era un sitio muy extravagante
para un adorno. En fin, las mujeres siempre encontraban alguna excusa para adornarse.
Algún día incluso llegarían a adornar sus narices con aretes.
Su estómago dejó escapar un rugido, y de pronto se dio cuenta de que debía de llevar un
buen rato quejándose. Ese era el ruido al que se refería Meredith.
-Supongo que no tendrás nada más que ofrecer a un hombre hambriento, aparte de
aquellos gusanos.
Meredith sonrió al bruto y le condujo a la cocina. ¡Hombres! Bastaba con mencionar la
palabra comida para poder manejar hasta al más fiero.
--Pues sí. Ahora vamos a comer tostadas al estilo francés.
-¿Al estilo francés? -se burló Rolf, en un primer momento . En muchas ocasiones viajé a
Francia, y nunca probé nada semejante. -Pero engulló ocho de las diez tostadas bañadas
de mantequilla y sirope, bebió un vaso de zumo de naranja y tres tazas de café, que
reivindicó corno la auténtica bebida de los dioses.
Después salieron para examinar el drakkar.
-¿En tu país las mujeres se atavían siempre con calzones de hombre? -preguntó-. Que
conste que no me parece mal.
Meredith le miró de soslayo para ver los ojos de aquel bribón clavados en la parte
posterior de sus Levi's demasiado estrechos. Los había heredado de Jillie, y se los había
puesto aquella mañana en combinación con un jersey de angora blanco de talle alto.
-No, las mujeres no llevan «calzones» siempre. Yen este país reciben el nombre de
pantalones o mallas, no «calzones». Esta clase concreta de pantalones se llaman
«vaqueros». Deberías comprarte unos, si es que todavía no tienes.
Rolf le lanzó una mirada escéptica, pero no dijo más, puesto que acababan de llegar a la
ubicación del proyecto. Se puso serio de repente, y examinó los dos cobertizos techados
pero abiertos por los costados. Uno de ellos servía para proteger la gran cantidad de
madera necesaria para el drakkar de más de veintitrés metros de eslora, cobijado en el
otro cobertizo.

Rolf se dirigió primero al cobertizo que albergaba planchas en forma de cuña, además de
los troncos de árboles enormes. El abuelo le había dicho en una ocasión que serían
necesarios once robles de como mínimo ocho metros de altura, aparte de un ejemplar de
entre quince y veinte metros para la quilla, para construir un drakkar de ese tamaño.
Rolf se arrodilló ante la madera y la tocó con sus dedos, la sopesó, llegó incluso a olerla.
Luego frunció el ceño, chasqueando la lengua en señal de desaprobación.

Meredith se aproximó a él.

-¿Qué pasa?
-¿Quién fue el tonto que permitió que toda esta madera se secase? Cualquier constructor
naval sabe que la madera verde es lo mejor para las planchas. Una vez seca se vuelve
demasiado quebradiza para trabajarla. -Se puso en pie y la fulminó con la mirada como si
ella tuviera la culpa de tal incompetencia.
-No ha habido ningún tonto, aparte de ti. Mi abuelo murió de forma repentina el pasado
octubre... -Su voz se quebró y tuvo que hacer una pausa. Finalmente se aclaró la garganta
y prosiguió-: No había nadie capaz de hacerse cargo del proyecto.

Rolf intentó consolarla poniendo una mano sobre su hombro, pero ella le rechazó. No
quería su compasión.
-Tenemos todas las anotaciones de mi abuelo, y su ayudante, Mike Johnson sigue aquí,
pero nadie cuenta con la capacidad necesaria par supervisar un proyecto de semejante
envergadura. Desde que me instalé aquí en enero, estoy intentando encontrar a alguien
que pudiera relevar a mi abuelo y proseguir con su obra.
Rolf asintió.
-Es una cuestión de honor.
Meredith se quedó boquiabierta ante aquel comentario. ¿ Cómo podía saber que ella lo
sentía de aquella manera? ¿Cómo sabía que dejar el proyecto de su abuelo sin terminar
era en cierto modo como deshonrar su memoria, que la finalización
del drakkar sería un gesto de amor y respeto? Reprimiendo la emoción que la embargaba,
preguntó:
-¿Podemos hacer algo para salvar la madera?
-En parte -contestó Rolf-. Y los tablones que descartemos podrán aprovecharse para hacer
remos, cuadernales, cornamusas y defensas.
--Mira, qué ramas tan curiosas -dijo, llamando la atención de Rolf, que todavía se
encontraba al otro lado, examinando uno a uno las planchas y los troncos. Entre los
tablones rectos y los cortados en forma de cuña, había también ramas curvadas, algunas
incluso ahorquilladas.
Rolf hizo un gesto con la cabeza dando a entender que su estado era lamentable.
-Ahora son inservibles. La madera curvada es necesaria para las cuadernas y las curvas
del barco, y las ramas bífidas para los escálanos y las sobrequillas, pero deberían haber
sido conservados bajo el agua para preservar la flexibilidad de la madera.
Mientras se aproximaban al drakkar, Rolf lo examinó con idéntica profesionalidad.
Meredith estaba cada vez más impresionada por sus conocimientos. Viniera de donde
viniera, aquel tipo era la respuesta a sus oraciones... como mínimo, de aquellas en las que
pedía a un constructor naval.
«Sí, eso es. Como si no estuviera viendo su piel bronceada y los músculos que sobresalen
por debajo de los brazales que adornan sus brazos. Como si no me diera un vuelco el
corazón cada vez que sonríe. Como si no me quedara embobada cuando se agacha
forzando el material elástico de esos pantalones negros. »
---¿Qué has dicho? -preguntó Rolf, enderezando la espalda.
---Nada -respondió ella, aborreciendo el rubor que le ardía en la cara. La leve sonrisa que
se dibujó en los labios de Rolf le confirmó que él sabía exactamente lo que le pasaba.
--Volvamos adentro y empecemos con las lecciones de inglés. Nunca podrás leer las
anotaciones de mi abuelo ni entender sus bocetos a menos que tengas las nociones para
leer en inglés.
---Ya te lo dije, yo ya puedo leer en inglés --protestó.
sí, sí. De nuevo toda esa historia del príncipe vikingo ---rezongó Meredith, mientras
regresaban a la casa.
-Mirándola detenidamente por detrás, Rolf le advirtió:
--Será mejor que pongas freno a tu lengua, mujer; o te enseñaré qué más puede hacer un
vikingo, además de construir barcos.
Debería haberle reprendido por semejante descaro, pero percibió un brillo guasón en sus
ojos. Era un bruto arrogante, eso es lo que era. Lo malo era su tremendo atractivo.
--Los vikingos zopencos y machistas no impresionan a todas las mujeres, ¿lo sabías?
--¿En serio? --preguntó sorprendido--. Siempre que mis hermanos y yo hemos ido en
campaña, las mujeres se pelean por estar con nosotros, independientemente del país, pero
sobre todo, las sajonas. Dicen que somos mucho más altos y más bellos que sus poco
agraciados hombres ingleses.
-¡Eh! Por lo que tengo entendido, los vikingos se lavaban con mucha más frecuencia que
los hombres sajones. Por eso atraían más a sus mujeres. Tú tampoco olías tan mal.
Rolf sonrió.
--Bueno, eso también cuenta.

Cuatro horas más tarde, Meredith estaba sentada en la silla de su biblioteca, estirándose.
Habían hecho increíbles progresos. Rolf estaba aprendiendo muy rápido a leer en inglés,
gracias en parte a la gran cantidad de textos en inglés y nórdico antiguo de su abuelo, y al
uso de programas de software.
Rolf debía de ser sumamente inteligente para captar los principios básicos con tanta
facilidad, pero Meredith sospechaba que había algo más. Casi creía su declaración de que
el talismán tenía poderes mágicos. ¿ Cómo si no era capaz de dominar ya el alfabeto y la
gramática elemental? ¿Cómo era posible que pudiera utilizar el teclado del ordenador
mientras estudiaba?
Su entusiasmo por aprender, casi infantil, la conmovió. No rehusó ninguna de sus
instrucciones, ni siquiera la aburrida tarea de escribir el alfabeto.
-¿ Por qué tienes tantas ganas de aprender todo esto tan rápido? -preguntó, por último-. Y
no me contestes con la tontería de que has sido consagrado al dios de la sabiduría.
Alzó la vista sorprendido del libro de texto de tercer curso que estaba estudiando, y que
había pertenecido a Meredith cuando era niña.
--Para poder volver a casa -respondió con sencillez y retomó la lectura.
A Meredith casi se le para el corazón. Se preguntó por qué se sentía tan desconsolada
ante la idea de perder a un hombre que acababa de conocer. No significaba nada para ella,
sólo era un constructor de barcos, un medio para llegar a un fin. Una vez finalizado el
proyecto, le diría «adiós y buen viaje», ¿de acuerdo?
«No, no, no.»
No sabía exactamente qué había pasado, tal vez se debiera a que se sentía tremendamente
sola, pero Rolf había entrado en su vida, y probablemente incluso en su corazón, en tan
sólo un día. Y su ausencia dejaría un vacío, lo sabía. Debía empezar a protegerse.
-Ya basta por hoy -anunció, estirando el brazo por encima del hombro de Rolf para cerrar
el libro-. ¿Qué te parece si comemos?
Rolf asintió con la cabeza y se puso en pie, estirando los brazos y arqueando la espalda,
agarrotada por haber permanecido tanto tiempo sentado. Meredith evitó mirarle,
poniendo en marcha su plan de autoprotección.
Poco después, Rolf estaba apoyado en la barra de la cocina, mientras Meredith abría un
sobre de sopa de tomate y preparaba sándwiches calientes de queso. Por la tarde tendría
que ir a comprar sin falta.
Mientras ella se movía por la diminuta cocina, Rolf observaba cada uno de sus
movimientos, como si los estuviera memorizando para situaciones futuras. Tal vez era
una alienígena enviado para estudiar la civilización en la tierra. Al fin y al cabo, la
historia del viaje en el tiempo de Rolf era igual de inverosímil.
Rolf no le quitaba los ojos de encima, lo cual hacía que Meredith estuviera más nerviosa
de lo normal. Probablemente porque se acordaba de la imagen de él en su cama la noche
anterior, cuando casi hicieron el amor.
-Háblame de ese talismán ---dijo por fin Meredith, sacando otro tema para distraer sus
pensamientos-. ¿Cómo puede ser que la hebilla de un cinturón tenga poderes mágicos?
-¿Cómo dices? ¿De qué hebilla mágica hablas? Creo que te equivocas. La hebilla no es
ningún talismán, sino tan sólo una funda protectora.
Bajó el fuego de la sopa, y puso dos sándwiches más de queso en la sartén, tras retirar los
que ya estaban hechos. Después le dedicó toda su atención.
-¿Qué quieres decir?
Se quitó el cinturón para mostrárselo. En la parte posterior del enorme broche circular
había escondida una pequeña varilla. Rolf la accionó y se abrió una tapa, que dejó al
descubierto una cruz de oro de exquisita factura. El crucifijo tenía unos seis centímetros
en su parte más ancha y no había sido diseñado como colgante, aunque podría adaptarse
para ese uso. El reverso de la cruz era rugoso, como si se hubiera desprendido una parte
de la pieza.
-¡Es preciosa! ¿Me la dejas?
Rolf asintió, ofreciéndosela. En cuanto la sostuvo en la palma de su mano, sintió su
latido. De inmediato alzó la mirada hacia él, y comprobó que Rolf era consciente de lo
que estaba percibiendo.
-¿Qué es esto? -preguntó.
-Es un frontispicio dorado que mi padre arrancó de una Biblia hace tres años durante el
saqueo de Lindisfarne, la «isla sagrada», en Inglaterra.
Meredith se llevó una mano a la frente, perpleja.
-Espera, el célebre ataque vikingo al monasterio de Lindisfarne tuvo lugar doscientos
años antes, a finales del siglo VIII.. Rolf frunció el ceño ante su interrupción.
-Te hablo del segundo ataque a Lindisfarne, en el que... -¡Ajá! Dijiste que tú no tenías
nada que ver con los saqueos y las violaciones.
Rolf chasqueó la lengua ante la nueva interrupción.
-Dije que, concretamente en mi familia, no se consiente la violación. Nunca dije que no
interviniéramos en los saqueos. El saqueo es una empresa honorable para los vikingos.
De hecho, los franceses v los sajones también son muy aficionados a saquear y robar. Y
no he dicho que mi padre atacase el monasterio de Lindisfarne. Los benditos monjes
abandonaron la isla hace un siglo. No, mi padre se hizo con el frontispicio a través de un
aldeano cuya familia había robado el libro sagrado antes de que se fueran los sacerdotes.
Así que como ves, no fue un robo en el sentido literal de la palabra, puesto que para
empezar, ya se trataba de un objeto robado.
-Continúa, te escucho -dijo Meredith con un suspiro de resignación. Aquel hombre tenía
respuestas para todo.
-Hace tres años, esto es, en 994, mi padre se unió a su hermano Olaf...
-¿El rey de Noruega?
-Sí, Olaf Tryggvason, rey de Noruega. Si sigues interrumpiéndome, nunca podré acabar
con esta saga.
Ahora se trataba de una saga, de acuerdo.
-Mi padre, uno de los gobernadores de Noruega, junto con el rey Olaf, y Sven Forkbeard,
rey de Dinamarca, se unieron para planear la invasión a gran escala de Inglaterra. Las
flotas combinadas contaban en total con noventa y cuatro barcos de guerra, muchos de
ellos construidos por mí. Fue el más fantástico ataque vikingo a Inglaterra en más de
medio siglo.
-¿Quién ganó?
Rolf se encogió de hombros.
-La mayoría de nobles británicos estaban dispuestos a aceptar a Sven como soberano,
pero Londres fue defendido con idéntico ahínco. Como de costumbre, hubo numerosas
disputas en el seno de las tropas noruegas y danesas. Era una alianza forzada, entre dos
reyes vikingos que durante años habían intentado someter al contrario. Al final, Etelredo
compró su vasallaje pagando un tributo de dieciséis mil libras.
Meredith estaba más confusa que nunca.
-¿Qué tiene todo eso que ver con el talismán y la reliquia sagrada?
-Mi padre estaba terriblemente enojado al abandonar Inglaterra hace tres años. Estaba
furioso con su hermano Olaf, que permaneció en la corte sajona y prometió la conversión
al cristianismo de todos los escandinavos. Enojado con el cobarde de Etelredo, en quien
no se puede confiar. Indignado con los dioses por no haber protegido a los guerreros que
cayeron. Pero, sobre todo, estaba colérico con el dios cristiano pues-
to que mi madre le había convencido de que se bautizara antes de zarpar.
--Y como represalia decidió saquear el monasterio cristiano de vuelta a casa -añadió
Meredith.
Era su intención... pero no era consciente de que el monasterio ya no existía. --Rolf agitó
una mano como para quitarle importancia al hecho--. Entonces decidió asaltar algunas
aldeas en busca de sus riquezas escondidas.
Las ricas órdenes eclesiásticas habían sido objetivo de muchos ataques vikingos en el
siglo x. Meredith lo sabía por su especialidad de estudio. Pero eso no significaba que
creyera la historia de Rolf.
--Continúa -le animó a seguir Meredith, sin embargo-. ¿Por qué afirmas que precisamente
este objeto es un talismán? ¿Qué tiene de especial?
--El crucifijo no es lo principal, sino la reliquia guardada en él durante su forjado.
-¿Qué reliquia?
-Tres pestañas de san Cuthbert, que fuera también monje de Lindisfarne, prendidas en
una astilla de madera, que procede de! báculo de Moisés. Fue un hombre sagrado de la
Biblia cristiana que libró de la peste bubónica a los pueblos de la antigüedad gracias a los
poderes de su cayado.
-Ya sé quién era Moisés ---espetó-. Señor, realmente es una buena historia. No es que
crea realmente que esa cruz esconde semejante reliquia, pero suponiendo que fuera cierto,
¿qué importancia tiene para ti y para tu padre?
-Mi padre sufre de un gran sentimiento de culpa por haber cogido la reliquia sagrada,
sobre todo debido al acoso de mi madre. Ella cree, y ha convencido a mi padre, que la
terrible hambruna que acola Noruega cínicamente desaparecerá cuando la reliquia sea
devuelta al lugar que le corresponde en la «isla sagrado. Tal vez baste con enterrarla bajo
las ruinas del monasterio, en ausencia de los miembros de la orden monacal.
»Cuando la reliquia regrese a su sitio, la maldición llegará a su fin. Se lo dijo un ángel a
mi madre en una visión.
Meredith no pudo evitar el tono burlón con el que sus palabras salieron de su garganta.
-Lo siento. No pretendía...
-Yo también suelo ser escéptico. Me cuesta crees- que la reliquia robada de Moisés haya
provocado la hambruna y que su devolución acabe milagrosamente con la peste. Pero no
puedo correr el riesgo de equivocarme. Y mi honor me obliga a lle-var a cabo la misión
que me encomendó mi padre.
-Así que, cuando te dirigías a Lindisfarne para devolver el crucifijo, Storr Grimmsson...;
e! tipo del que me hablaste antes..., os atacó y robó la reliquia, ¿cierto?
Rolf asintió. Meredith sentía que la cabeza le iba a estallar con todas aquellas confusas
informaciones. --Entonces ¿ seguiste a Grimmsson hasta... –Islandia?.
-Islandia, claro -dijo en tono sarcástico-. Y desde ahí continuó la persecución hasta estas
aguas, y entonces tu barco naufragó.
-Sí -confirmó con entusiasmo-. Por fin lo has comprendido.
«Aaaargh», gritó Meredith para sus adentros mientras devolvía el crucifijo a Rolf. Tras
ponerlo de nuevo en su escondrijo, volvió a ceñirse el cinto y tomó asiento en la mesa.
Meredith puso un tazón de sopa delante de él, junto con tina pila de sándwiches de queso
y un vaso de leche.
-¡Sopa de sangre!
-No es sangre. Es sopa de tomates -dijo Meredith, riendo--. Pruébala. Está hecha con
hortalizas y es buena.
Así lo hizo, y aunque no parecía demasiado impresionado por la comida, dio buena
cuenta de todo, hasta de la leche, a pesar de haber comentado:
--Preferiría una buena copa de aguamiel a esta bebida infantil.
Meredith anotó mentalmente que también debía comprar una caja de cervezas por la
tarde.
--Bueno, ahora escucha -anunció Meredith después de poner los platos en el lavavajillas.
Quería decirle que volviera al estudio para hacer sus ejercicios de inglés, mientras ella iba
a comprar.
---Te escucho -le susurró en la curva de su cuello arrastrando las palabras. Se había
acercado a ella sigilosamente por detrás. Malditas playeras, que no hacían ningún ruido.
Meredith intentó apartarse de él, pero Rolf ya la tenía rodeada por la cintura y había
empezado a deshacerle el moño que llevaba en la nuca.
-Me encanta tu pelo -murmuró.
-Ya lo dijiste antes -replicó Meredith, saboreando el cumplido. Seguro que no lo decía en
serio. Ningún hombre se había fijado antes en su pelo. Después de todo, incluso en los
días que le quedaba especialmente bien, era de color marrón, sin ninguna tonalidad
especial, y más tieso que un palo. Carente de feminidad en ausencia de rizos y sugerentes
ondulaciones.
Rolf enterró el rostro en sus cabellos con un suspiro, mientras con una mano esparcía los
mechones por encima de sus hombros. De pronto, a Meredith su melena se le antojó
espesa, abundante... y hermosa.
Acababa de darse cuenta de ese hecho sorprendente, cuando se percató de que su otra
mano estaba posada sobre su estómago, en señal de posesión.
Meredith reo podía moverse, aunque hubiera querido hacerlo.
-Siento haberme quedado dormido la víspera, MerryDeath -se disculpó con voz suave,
intentando abrirse camino con la boca por la mandíbula hacia las comisuras de los labios,
su mano desplazándose hacia arriba desde el estómago por debajo de su pulóver, tocando
la piel desnuda de su abdomen.
Meredith profirió un breve maullido de angustia. ¿o de placer? Arqueó el cuello hacia
atrás contra el hombro de Rolf.
-Pero ahora no estoy cansado -susurró él, ahuecando la mano sobre uno de sus senos
recubiertos de encaje-. ¿Y tú?
Casi se cae al suelo ante las intensas y eróticas sensaciones que suscitaban sus suaves
maniobras. Pero estaba clavada contra el fregadero por la parte inferior del cuerpo de
Rolf, que presionaba de forma insinuante la parte trasera de sus tejanos.
--No debes preocuparte por la posibilidad de un bebé -le aseguró con voz de seda
mientras apartaba a un lado el escote del jersey y mordisqueaba la curva especialmente
sensible de su cuello.
-¿Qué... que quiere decir? --Realmente acababa de morderle el hombro? ¿Y después lo
había lamido?
-Encanto, no te pongas tensa conmigo. Sólo quería decir que me aseguraré de que no
críes.
-¿Y cómo lo harás? -preguntó ella para ponerlo a prueba, revolviéndose entre sus brazos-.
Puesto que dices ser un vikingo del siglo x, sin métodos anticonceptivos modernos, dime,
¿cómo piensas llevar a buen término tan extraordinaria hazaña?
-¿Por qué estás enfadada, Merry-Death? Sólo estoy pensando en tu reputación. La
mayoría de las mujeres valorarían tal consideración.
Meredith alzó una ceja de forma inquisitiva.
-No derramaré mi semilla en tu cuerpo.
Profiriendo un bufido de exasperación, Meredith se escabulló de sus brazos. Gracias a
dios, las palabras de Rolf tuvieron el efecto de una jarra de agua helada en su decisión de
capitular de manera irresponsable e impetuosa ante su campaña de seducción.
-No sería necesario, en el caso improbable de que hiciéramos el amor. Lo cual no va a
suceder. Porque, verás, resulta -tomó aliento para reunir el valor de revelar su más
doloroso secreto- resulta que no puedo tener niños.
Rolf la miró fijamente durante un buen rato, y después se limitó a decir:
-Oh, Merry-Death, lo siento.
Meredith cerró los ojos para ocultar la reacción ante su compasión. ¿Por qué no había
hecho una observación insensible, como todos los demás? Como por ejemplo: «No
importa. Tener hijos no es tan importante. Siempre tienes la posibilidad de adoptar. No
significa que seas menos mujer». O aun peor, el comentario de Jeffrey antes de
divorciarse: «Tal vez no naciste para tener hijos».
En lugar de eso, Rolf había comprendido su dolor y lo compartía.
Cuando por fin pudo empezar a controlar sus emociones, abrió los ojos para comprobar
que él seguía mirándola fijamente, esperando a que acabara su lucha interior. Puso una
mano sobre la hebilla del cinturón y otra sobre su corazón, sin dejar de mirarla a los ojos,
y todo lo que dijo fue:
-Siento tu pesar.
Meredith asintió y se obligó a sí misma a cambiar de tema. En una fracción de segundo
decidió que ambos necesitaban hablar de algo menos serio.
-Qué bien que llevas zapatillas deportivas, Rolf. -¿Por qué? -preguntó inquieto.
-Porque nos vamos al centro comercial.

Capítulo cinco
Geirolf estaba sentado con el cinturón puesto y las piernas firmemente abrazadas en el
carro rojo sin caballos de MerryDeath. Iban por una carretera local a una velocidad
infernal, levantando el polvo a su paso.
-¡No tan rápido! -gritó. Le retorcería su insensato cuello... si es que conseguía salir con
vida de aquella caja. « ¡Otra caja! Por las uñas de los pies de Thor, aquél era el país de las
cajas.»
-¿Cómo? -Merry-Death tarareaba la música que procedía de un estante, de aquella caja
que ella llamaba radio-. Si sólo vamos a cincuenta y cinco kilómetros por hora.
-Eso lo explica todo -dijo bruscamente. Todas aquellas palabras y objetos desconcertantes
de aquel nuevo mundo le extenuaban. Lo que más deseaba era volver a su tierra natal, a
la vida sencilla y carente de magia. Miró sin ver a través de la ventanilla, y de pronto algo
captó su atención-. ¡Buen dios! Detén el carruaje, Merry-Death. Con presteza. Un gran
peligro nos acecha.
-¿Cómo? ¿Qué pasa? -preguntó Merry-Death alarmada. Restregándose el chichón que ya
empezaba a despuntar en su frente, Rolf señaló al cielo.
-Un pájaro enorme y brillante se cierne sobre nosotros. Seguramente se trata de uno de
los buitres de Loki a punto de atacar. Es tan grande que podría engullir un regimiento
entero de una vez. Las sagas mencionan tales seres.
Merry-Death escudriñó el lugar hacia el que Rolf señalaba, y enseguida empezó a reír.
-¡Eres increíble! -dijo, dándole un codazo como reprimenda-. Si sólo es un avión.
Puesto que ella no dio muestras de preocupación, Rolf dejó de contener la respiración.
Cuando Meredith le explicó qué era
un avión, él la miró fijamente, estupefacto. No podía dar crédito a su aclaración: una
máquina inventada por el hombre que permitía a la gente volar por el aire salvando
grandes distancias, incluso océanos.
Ante su afirmación de que nunca antes había oído hablar de un avión, Meredith frunció el
ceño y arrancó de nuevo el coche. La opinión que aquella mujer tenía de él, que era un
embustero o incluso algo peor, empezaba a molestarle. No podía dejar de pensar en aquel
fantástico pájaro de metal que acababan de ver. Mordiéndose el labio inferior con los
dientes, intentó comprender.
-Acaso será mejor que regresemos a tu feudo. No estoy seguro de querer presenciar
ningún objeto más producto de cualquier arte de encantamiento en lo que queda de día.
Meredith se rió divertida.
-Demasiado tarde. Ya hemos llegado.
No estaba seguro de a qué se refería: un lugar al que MerryDeath denominaba «centro
barco-mercial», y que le había garantizado que sería divertido. Rolf reconoció la zona
mientras ella hacía que su caja abandonara la calzada para entrar en un solar en el que
yacían cientos de cajas similares, de formas y colores distintos. No vio barcos por ningún
lado, en aquel «centro barco-mercial».
Mientras Meredith dirigía su caja hacia uno de los compartimentos, Rolf dejó escapar un
suspiro de alivio y observó detenidamente los alrededores, perplejo.
-¿Dónde está la diversión?
Meredith ignoró aquel comentario sarcástico y le ayudó a desabrocharse el cinturón. Con
una sonrisa cómplice, le instó a que la siguiera. Pero ni siquiera eso sería fácil, puesto que
no sabía cómo se abría la condenada puerta de aquella maldita caja.
Empezaron a caminar hacia la estructura del «centro barcomercial», pero de pronto
Geirolf detuvo sus pasos y exclamó:
-¡Por la sagrada cruz! Es lo más descabellado de todo cuanto he visto en estas
descabelladas tierras.
-¿El qué? --Merry-Death estiró el cuello moviéndolo de un lado a otro, incapaz de ubicar
aquello que había suscitado su incredulidad.
-Allí -dijo Rolf, señalando a una anciana que caminaba acompañada de un cerdo atado
por correa. Era el cerdo más feo que había visto en toda su vida, con una panza que casi
arrastraba por el suelo-. ¿Por ventura esa moza quiere vender su puerco en el mercado?
Merry-Death profirió una carcajada ante su ocurrencia. -No, es tan sólo un cerdo
barrigón, es su mascota. -¿Mascota? -farfulló Rolf-. ¿Como si fuera un gatito? -Ajá. ¿No
es monísimo?
-¿Te has dado un golpe en la cabeza últimamente?
Poco después, atravesaron las puertas de cristal del «centro barco-mercial», e
inmediatamente Geirolf retrocedió sobresaltado. Todas las personas de aquel mundo
debían haberse dado cita allí; todos charlaban y chillaban alegremente mientras
caminaban con brío, solos, en parejas, o en amenazadores grupos.
Le hubiera gustado tener a Valiente compañero consigo. Se sentía indefenso sin su
espada. Pero Merry-Death no parecía asustada, así que decidió seguir sus pasos.
Merry-Death dijo que necesitaba sacar dinero, así que en primer lugar se dirigieron a un
«cajero». Introdujo un rectángulo confeccionado con un extraño material llamado
«plástico» en una de sus ranuras. Geirolf se mofó al ver lo que salía de la máquina:
ninguna moneda, sólo pergaminos.
Meredith explicó que, aunque también había monedas en su país, el papel, una clase
distinta de pergamino, tenía validez como moneda de curso legal. Aceptó su aclaración
con escepticismo, y entonces le asaltó otro pensamiento perturbador.
-No tengo dinero aquí. ¿Cómo podré comprar ropa y todos los artículos que necesito
mientras esté en tu país?
-No tienes de qué preocuparte.
-¡Ya lo tengo! -dijo en una inspiración repentina, quitándose uno de sus brazales-. Puedo
cambiar esto por monedas, ¿no crees?
-Sí, podrías venderlo, claro, pero...
-¿Por qué lo dudas? ¿Acaso no tiene valor aquí? En mi país, las joyas son mercancías
transferibles, que pueden trocarse o partirse en trozos a cambio de dinero.
-Geirolf, probablemente podrías comprar un pequeño país entero con el dinero que te
darían por ese objeto de valor inestimable. Pero no será necesario. El puesto de
constructor naval para el proyecto Trondheim tiene un salario asignado. No es mucho,
pero bastará para cubrir tus necesidades. Te daré un adelanto.
El la miró entrecerrando los ojos.
-¿Estás segura? Siempre he pagado por mí mismo. Y, a buen seguro, nunca permitiré que
una mujer patrocine mis necesidades. No aceptaré tu caridad.
-Ahórrate tu orgullo, Rolf. Te avisaré cuando tu cuenta se haya agotado.
-Bien, entonces estamos de acuerdo -aceptó, devolviendo el brazal a su lugar. Después, la
alcanzó para adentrarse cautelosamente en las entrañas del «centro barco--mercial»,
prometiéndose a sí mismo que su primera compra sería una espada.
Vio varias parejas pasar, obviamente amantes, con sus manos entrelazadas. Entonces,
cogió la mano de Merry-Death y entrecruzó sus dedos con los de ella. Le agradaba sentir
su pulso en la muñeca.
Parecía evidente que ella sentía lo mismo, porque le lanzó una mirada de sorpresa, pero
no retiró la mano. El leve rubor de sus mejillas delataba, además, cómo le afectaba su
contacto.
¡Por fin! Y deseaba que le afectase mucho más.
¡Oooooh! Mira eso. ¿No te parece encantador? -chilló Meredith mientras tiraba de él en
otra dirección.
-¿Q... qué? -tartamudeó Rolf, incapaz de discernir el objeto que provocaba su entusiasmo.
Lo único que veía eran los puestos del mercado con puertas y ventanas de cristal, y una
gran cantidad de gente.
-Es un gran danés. Siempre quise tener uno. -¿Te serviría un gran noruego?
Meredith se atragantó de la risa al oír su propuesta, y él le propinó una palmada en la
espalda.
-Bueno, cualquier cosa que haga un danés la puede hacer un noruego mejor -dijo
malhumorado-. Y, francamente, no me parece bien que elogies a otros hombres en mi
presencia.
-Rolf, un gran danés es el nombre de una raza de. perros.
Meredith se secó los ojos con un pañuelo de papel, y después señaló con la mano al
cachorro desamparado en el escaparate, que festejaba su atención. Probablemente
también se estaba riendo de él.
-Lo sabía -mintió, y se dirigió briosamente hacia la salida del «centro barco-mercial». «
¡Celos! Por primera vez en mi vida he hecho una exhibición pública de esa estúpida
emoción. Mis hermanos se morirían de risa. Mi padre diría: "Ya era hora de que sufriera
como todos los hombres"; mi madre haría los preparativos para la boda. Estoy perdido.»
El próximo que se riera de él, hombre o bestia, conocería el filo de su espada. En cuanto
pudiera comprar una, por supuesto.
Pero lo más parecido a una espada que pudo encontrar fue un objeto llamado «puntero
láser». De momento, serviría.

Dos horas después se encontraban sentados en una mesa en el área de los restaurantes. A
sus pies yacían amontonadas bolsas con ropa y otros artículos.
Meredith no se había reído tanto en años.
-Esta comida sí está hecha para el paladar de los dioses --declaró Rolf con entusiasmo
mientras acababa con su sexta porción de pizza de salchicha y champiñones-. ¿Por qué la
gente tiene tanta devoción por las vestiduras? Ya me he probado suficientes prendas y
zapatos para lo que queda de día.
Meredith le dio la razón. En realidad habían comprado más que suficiente para un
tiempo. Dos pares de pantalones vaqueros y media docena de camisetas, ropa interior
(prefería los calzoncillos largos), calcetines, un par de botas de trabajo... un enorme
número 48.
Rolf había demostrado tener un instinto excepcional para la moda. Escogió un par de
pantalones de sport con pinzas de Ralph Lauren y dos polos, además de un par de
mocasines del más fino cuero, cuyo precio era prohibitivo.
-Esto de comprar es más cansado que un día de preparación para la batalla --se quejó
Rolf, apartándose un poco de la mesa y mirando fijamente a Meredith.
A ella no le gustaba que Rolf la examinase de aquella forma. Le hacía sentirse incómoda.
Y él lo sabía. Le delataba su sonrisa, lenta y perezosa.
-Estoy de acuerdo... en cuanto a que ir de compras es agotador ---dijo mientras quitaba
una pelusa imaginaria de sus vaqueros-. Y todavía tenemos que ir al supermercado. Con
tu apetito, tendremos que llenar la despensa.
-¿Estás diciendo que como demasiado? ¿Que estoy gordo? -protestó, echando los
hombros hacia atrás ofendido, lo cual no hizo más que realzar su magnífico cuerpo.
-Sólo un poco.
El llevaba todavía la vieja camiseta gris, los pantalones de chándal negros que ella le
había dado esa mañana, y su cinturón talismán. Pero como se siguieran fijando en él con
tal descaro las chicas y las mujeres hipersexuadas que había en el centro comercial, iba a
empezar a gritar. Y Rolf ni siquiera parecía advertir todas aquellas cabezas que se volvían
al verle pasar, tan absorto como estaba descubriendo cada nueva maravilla con la que
tropezaba en su camino: surtidores, bolígrafos, acuarios. Probablemente estaba
acostumbrado a la adulación femenina, a juzgar por su aspecto.
De camino hacia la salida del centro comercial, cargados de bolsas, Rolf se detuvo de
repente.
¿Ahora qué?
-Dame cincuenta dólares, Merry-Death, y apúntalo en mi cuenta. -Rolf le había hecho
comprar un pequeño cuaderno para ir apuntando todos sus gastos. De nuevo, su orgullo
masculino.
-¿Para qué? Creía que ya lo teníamos todo.
-Casi todo -respondió, y en cuanto tuvo los billetes en la mano, se desvió hacia la
derecha.
-Oh, no -refunfuñó Meredith, al darse cuenta de que se dirigía hacia Victoria's Secret.
-Rolf -increpó con un bufido. Por fin, con las bolsas golpeándole las piernas, llegó hasta
donde él estaba-. ¿Qué haces aquí?
-Hemos estado todo el día comprando cosas para mí, y nada para ti. Quiero hacerte un
regalo. -En su mano sostenía un camisón transparente de color rojo fuego-. ¿Qué te
parece?
Su cara estaba ardiendo, sin duda a juego con el color del camisón.
-Yo no me pongo cosas así para acostarme. Prefiero... camisas de dormir.
-Ya lo sé --dijo Rolf compungido.
-¿Cómo que ya lo sabes? -chilló ella.
Rolf le lanzó consternado una mirada fulminante. -Anoche sólo estaba cansado, no
muerto. «Dios, ¿qué más pudo ver? ¿Qué más recuerda?»
Rolf devolvió el uniforme de prostituta al perchero y comentó despreocupadamente:
-En verdad, prefiero que no lleves nada.
El corazón de Meredith latía desbocado mientras Rolf seguía adentrándose en la tienda.
-Esto te ayudaría a lucir esas piernas tuyas tan increíblemente largas -diciendo esto, puso
ante sus ojos un culotte de seda de una marca francesa-. ¿Qué es esto?
-Ropa interior, Rolf, por favor -susurró, mortificada por el hecho de que estaban
llamando la atención. Además, oh, señor, ¿era ésa una de sus alumnas, no dos de ellas,
Amy Zapalski y Joleen Frank?
Rolf rebuscó entre todos los colores disponibles hasta que encontró uno de color carne
ribeteado por un lacito blanco, lo sostuvo ante ella como para comprobar la talla y se lo
colocó bajo el brazo.
-Perfecto --comentó con un guiño.
Antes de que Meredith pudiera agarrarlo por el brazo y arrastrarlo hacia la salida, Rolf
exclamó « ¡Aaaaaah ! », y se dirigió a toda prisa hacia la sección de bodys.
-¿Qué finalidad tienen estas prendas? -preguntó a una dependienta rubia y delgada como
un lápiz que apareció a su lado como un rayo.
-Son bodys, encanto. ¿No me digas que nunca has visto uno?
-No, nunca --replicó, con la mandíbula casi en el suelo, mientras ella le mostraba una a
una aquellas escandalosas creaciones.
-Ése -dijo Rolf, haciendo que se detuviera en un body de dos piezas de satén de color
rosa, con finos tirantes. Muy sencillo y muy sexy.
-¿Qué te parece, cariño? -preguntó, trayéndola a su lado con un brazo enroscado sobre
sus hombros. Habían dejado las bolsas en el suelo en la sección de camisones
trasparentes.
-Creo que estás loco. Eso es lo que creo -farfulló, pero cuando él la llamaba cariño, sentía
calor y un cosquilleo que le recorría todo el cuerpo. Como una colegiala. « ¡Oh, dios! »
-Le encanta -dijo Rolf a la dependienta, que estaba haciendo conjeturas sobre él, como si
se tratase de un algodón de azúcar gigante que quisiera engullir. Rolf abrazó a Meredith
contra sí y le besó la frente.
-No, no me encanta -protestó-. Es ... es... rosa. -¿Y qué?
-Tengo treinta y cinco años -le informó en voz baja-. Las mujeres de treinta y cinco años
no llevan nada rosa.
-Pues deberían -proclamó, pero justo en ese momento, otro objeto llamó su atención.
Estaba mirando boquiabierto un maniquí que había en la parte posterior de la tienda, y
que lucía el último grito en prendas íntimas de los noventa.
-¡Por todos los diablos! -exclamó jadeando.
-¡Esto es el colmo! ¡Ni hablar! ¡Nunca en la vida! -afirmó con firmeza-. No puedo
traspasar la frontera del Miracle Bra. Vamos. -Meredith le arrastraba del brazo.
-El sostén milagroso -dijo Rolf con un suspiro, pero se dejó llevar por ella. Mientras
pagaba, Rolf le hizo un comentario en un aparte-: Mi hermano Magnus compraría una
docena de ésos, uno para cada una de sus amantes.
Meredith le fulminó con la mirada poniendo en entredicho sus palabras.
-Seguro -dijo Rolf convencido-. Magnos tiene debilidad por las tetas grandes.
Meredith chisporroteó de indignación ante aquella grosería.
-Hola, señora Foster -entonaron Amy Zapalski y Joleen Frank al unísono, anulando
cualquier posible invectiva contra el ordinario vikingo. Las chicas no podían despegar los
ojos de los prominentes bíceps y las apretadas nalgas de Rolf, aún más realzadas al
agacharse a recoger una moneda de veinticinco centavos que se le había caído. Después,
su atención derivó hacia los artículos que había adquirido. Las muchachas miraron a Rol£
después a Meredith, y a las prendas íntimas, sucesivamente, y dejaron escapar una risita
tonta.
Meredith quería que se la tragase la tierra. Sabía que a la mañana siguiente los rumores
ya habrían corrido como la pólvora por todo el campus. Profesora en rosa caliente. ¿O tal
vez profesora caliente en rosa? ¿O profesora en rosa con vikingo ardiente?

¡Dos horas! ¡Habían estado dos horas en el supermercado! Meredith no había pasado
tanto tiempo en una tienda de comestibles en toda su vida.
De todas las cosas que habían llamado la atención de aquel extravagante vikingo, desde
que entrara en su vida de la forma más insólita, Rolf afirmaba que el supermercado era la
más fantástica de todas. En la frutería, Rolf examinó todos los artículos en venta y
Meredith tuvo que impedir que los probase, uno por uno, al pasar.
-Pero ¿de dónde viene todo esto? -exclamó. -De todo el mundo.
-¿En barco?
-Algunas frutas sí.
Reaccionó con idéntica incredulidad al pasar por la verdulería. -¿Quién podía imaginar
que existiera tal variedad de verduras?
Después, las cajas que contenían cualquiera de los artículos, ya fueran cereales, pasta, o
helados.
-En ningún país de los que he estado, nunca observé tal veneración por las cajas.
Mmmmm. Meredith nunca se había parado a pensar en ello, pero Rolf tenía razón.
Asimismo, las latas de metal también llamaban poderosamente su atención.
Pero fue la carnicería lo que más le sorprendió.
-No entiendo nada. ¿Qué hacen los hombres en tu país? ¿Cuál es su función? Si no actúan
corno cazadores o protectores de su familia... -Su voz se fue apagando, sin terminar la
frase.
-¿Los hombres aquí no son hombres?
-Los hombres ganan dinero para sus familias -intentó explicar Meredith-. Bueno, en
realidad, las cosas no son así, exactamente. Hoy en día, en la mayoría de las familias
trabajan hombres y mujeres. Comparten las tareas por igual.
-¿Los hombres no son los cabeza de familia?
-Ya no se definen así los diferentes papeles.
Se le trabó la lengua al intentar dar una explicación, v comprobó que Rolf todavía parecía
tremendamente atribulado. Cuanto más tiempo pasaban en el supermercado, más
deprimido parecía.
-¿Qué sucede?
-El exceso. Hay demasiado de todo en tu país. Y demasiado fácil de conseguir. No creo
que me gustara vivir en un lugar semejante. A buen seguro, los hombres se ablandan.
Todo es demasiado confuso.
Meredith no pudo rebatírselo.
El carro estaba lleno hasta arriba, e incluso a Rolf parecían fallarle las fuerzas.
-¿Qué es eso? -preguntó, propinándole un leve codazo y señalando a un niño pequeño
sentado en el carro que llevaba su madre. El muy pillo estaba comiendo galletas Oreo con
un método sorprendente: primero separaba las dos galletas, luego lamía el azúcar glasé
con la punta de su diminuta lengua rosada, para después masticar los barquillos.
Rolf se relamió en un gesto mimético.
-Son galletas Oreo -dijo riendo. Verdaderamente, a veces era como un niño pequeño.
Meredith le indicó el estante que había justo detrás de él.
Rolf puso tres paquetes en el carro; vaciló, y después añadió otro.
Sólo quedaba un pasillo por el que Meredith necesitaba pasar: el de productos de higiene
personal. Compró desodorante para Rolf, después de explicarle su utilidad.
Rolf olfateó el producto tras destapar el envase.
-No está mal, pero no huele tan bien como tu Breck.
Meredith compró también un cepillo de dientes para él. A Rolf le pareció un buen
invento, aunque las ramitas también hacían su función. Meredith vaciló al llegar al final
de la sección, para finalmente arrojar también una caja de preservativos al carro. No tenía
nada que ver con la posibilidad de quedarse embarazada... Toda precaución era poca para
protegerse del sida en los tiempos que corren.
Cuando Rolf le preguntó para qué servían, Meredith respondió que se lo explicaría más
tarde. Pero Rolf era insistente y leyó en voz alta las palabras en la caja.
-Pre-ser-va-ti-vos Tro-ya-nos.
-Por favor, Rolf, calla -exclamó.
-¿Por qué te has puesto tan roja? -preguntó con cierta sospecha en la voz, mirando
alternativamente a ella y a la caja. Rolf se detuvo y se negó a moverse hasta que le
aclarara qué estaba sucediendo. Meredith le explicó brevemente su utilidad.
-¿Y por qué compras sólo una caja? ¡Ja! --Cogió dos cajas más del estante y los arrojó al
carro.
Con una sonrisa de oreja a oreja, le arrebató el carro de las manos y lo empujó hacia la
salida. Meredith consiguió alcanzarle en la caja.
-Tengo hambre --rugió Rolf-. Volvamos a casa. -Con la punta de un dedo le acarició la
mandíbula, hasta llegar a la barbilla, que inclinó hacia atrás para darle un beso fugaz. Su
voz ronca y el velo que enturbiaba sus ojos de color whisky decían a voz en grito que no
tenía hambre de comida.
Y Meredith solicitó ayuda divina, puesto que ella sentía la misma clase de hambre.

Rolf le besó el hombro mientras un muchacho introducía sus provisiones en bolsas de


papel. Incluso a través del jersey, a Meredith le abrasó su calor.
En cuanto salieron del supermercado, Rolf la abrazó y besó con sus labios la parte
interior de cada una de sus muñecas, una tras otra. Todo el tiempo, Rolf la miró fijamente
a los ojos, con una promesa que le fue devuelta con la mirada.
Tras introducir las bolsas en el maletero dei coche, Rolf la empujó suavemente contra el
parachoques, y tomó la cara de Meredith entre sus manos para mantenerla sujeta, aunque
ella no tenía la menor intención de moverse, y la besó de veras. Su boca en la de ella.
Insistente. Voraz. Con la experiencia que da la edad, el vikingo pulió y moldeó los labios
de Meredith hasta que éstos encajaron a la perfección con los suyos propios. Luego
utilizó su lengua para demostrarle cuán hambriento se sentía por ella. A Meredith le
hubieran fallado las rodillas de no ser porque estaba apoyada en el coche y el cuerpo de
Rolf la sostenía. Después él se separó un poco de ella, y sonrió, como satisfecho por su
tarea.
Meredith prácticamente se arrastró hasta el asiento del conductor. Se abrochó el cinturón
de seguridad y respiró profundamente intentando relajarse. Concentrada en la
conducción, tardó un poco en darse cuenta de que Rolf se había desabrochado el cinturón
y que cada vez estaba más cerca de ella. Se dio cuenta demasiado tarde de que uno de sus
brazos descansaba estirado sobre el respaldo de su asiento. Las puntas de sus dedos
jugaban con su pelo. La otra mano ejercía presión sobre una de sus rodillas...
peligrosamente inmóvil.
-Rolf -protestó Meredith-. No puedo concentrarme si haces eso.
-Exacto -le susurró al oído, sonriendo.
Meredith había sentido su aliento abrasador antes de escuchar aquella palabra, y un
delicioso hormigueo viajó desde las sensibles espirales de su oreja hasta la parte inferior
de su cuerpo, con eróticas paradas técnicas en sus pechos y en el lugar en que se unían
sus muslos.
Meredith gimió suavemente mientras abandonaba la autopista para tornar la carretera
local que llevaba hasta su casa.
-¿Te gusta? -dijo, arrastrando las palabras. Luego utilizó la punta de su lengua mojada
para reseguir las espirales de la caracola de su oreja, e introducirla en un ataque sorpresa.
Meredith arqueó el cuello como consecuencia del intenso placer, que provocó además el
endurecimiento de sus senos y que se le acelerase el pulso.
-No -pidió gimoteando.
-¿No te gusta? --preguntó sorprendido.
En ese momento se dio cuenta de que la mano posada sobre su rodilla empezaba a
moverse, con el dedo índice examinando la entrepierna de sus pantalones vaqueros.
-Separa tus muslos -dijo él con voz persuasiva.
Meredith miró al frente, intentando convencerse a sí misma de que aquella solitaria
carretera exigía toda su atención. Pero sus piernas se separaron por voluntad propia.
Mientras la boca, los dientes y la lengua de Rolf practicaban juegos seductores sobre su
oreja y su cuello, el índice solitario recorría lentamente las costuras desde una de sus
rodillas, pasando por la entrepierna, hasta la otra rodilla. Lentamente. Una y otra vez.
Hasta que ella deseó chillar y expresar su excitación sexual y la necesidad de tomar la
mano de él y guiarla allí donde más la necesitaba.
-¿Cómo te sientes ahora?
Meredith guardó silencio, con el fin de evitar demostrar su vulnerabilidad.
-Tus pechos -dijo con voz ronca, lanzando una mirada a las partes mencionadas-, dime
cómo están.
Ella emitió un suave maullido en señal de resistencia. Nunca había mantenido rana
conversación semejante con un hombre. Además, aquel dedo guasón seguía
martirizándola con su audaz exploración.
--Dímelo -suplicó él-. Háblame de tus pechos. Cómo los sientes?
Ella asintió en silencio.
-Hinchados.
-¿Y?
No supo que contestar.
-¿Se te han puesto duros los pezones?
-Muy duros --confesó con voz espesa. Para entonces, conducía a diez por hora. Esperaba
que no hubiera vecinos en los alrededores que acudieran a ver si tenían algún problema -
¿Quieres que los toque?
Sintió que las lágrimas le anegaban los ojos. Tal era la necesidad de su roce.
-He tenido ganas de tocarte a través de ese pulóver de piel de gato durante todo el día.
Cada vez que te movías o estirabas los brazos imaginaba tus pechos debajo, esperando.
Meredith pensaba que la tocaría en ese momento. Sin embargo, en lugar de eso, Rolf
volvió a ocupar su asiento. Ella le miró de reojo y comprobó que él estaba igualmente
excitado.
-¿Qué pasa?
-Ya hemos llegado-informó Rolf con una sonrisa irónica.
Atormentada por el hecho de haber perdido el decoro de aquella manera, Meredith
condujo hacia el camino de entrada a la casa. No se atrevía a mirarle; Rolf debía de estar
riéndose de ella. Ella se desabrochó el cinturón, y estaba a punto de abrir la puerta cuando
Rolf asió su cintura con ambas manos y maniobró hasta que ella estuvo sentada a
horcajadas sobre su regazo.
-¿Creías que lo dejaría así? -inquirió Rolf con voz ronca mientras adaptaba el cuerpo de
Meredith contra su miembro endurecido.
-Ooooh. --Meredith inició un lamento lento v extraño, plañidera en su propio entierro.
Rolf puso ambas manos sobre sus senos, y empezó a masajearlos, mientras tarareaba
suavemente una alabanza hacia la suavidad del jersey de angora.
-Puedo notar tus pezones -susurró en señal de apreciación-. Son grandes y están duros.
El cuerpo de Meredith se tensó ante las espirales de placer provenientes de sus pezones.
De forma instintiva, arqueó la espalda adelantando el pecho, mientras sus brazos se
apoyaban en las rodillas de él. Cuando Rolf mordió uno de sus pezones a través del tejido
del jersey para empezar a succionarlo, ambos empezaron a gemir.
Un río empezó a correr entre sus piernas, y Meredith se dio cuenta de que en toda su vida
ningún hombre le había hecho perder la cabeza de ese modo, con ropa o desnuda. Tan
rápido. Y a la luz del día. En un coche.
«Mi cerebro está a punto de estallar.»
Rolf dirigió su atención al otro pezón, y simultáneamente abrió las piernas para obligarla
a sentarse más cerca de sus caderas.
«No, no es mi cerebro el que va estallar, sino otra parte de mi cuerpo. Y, caray, me
encanta.»
Rolf asió sus nalgas y le indicó cómo quería que se moviera. Meredith siguió sus
indicaciones.
Mientras ella iniciaba el movimiento señalado con una suave ondulación, él tomó su
rostro con los dedos enredados en el cabello, y la palma de la mano en su nuca. Justo
antes de que Rolf la conminase a acercar los labios contra los suyos, Meredith pudo ver
su boca abierta y abandonada a la pasión, el rubor en sus pómulos bronceados, y las
piscinas ambarinas de sus ojos rebosantes de excitación.
Mientras la lengua de él imitaba las embestidas de su miembro rígido contra la
entrepierna de Meredith, en una oleada tras otra, del centro de su ser se elevó una espiral
de placer hasta llegar al clímax, derritiendo sus huesos, expandiéndose hasta salir a través
de un grito que llenó la boca de Rolf. Intentó separarse de él, era más de lo que podía
soportar, pero Rolf se lo impidió, a punto de llegar a su propio clímax, restregándose
contra ella de atrás hacia delante.
De lo más profundo de su garganta surgió un rugido grave y viril y, para sorpresa de
Meredith, su excitación volvió a escalar, más y más. Él succionó su lengua hasta traerla a
su boca, y la embistió con fuerza... una, dos, hasta tres veces llegó al clímax, con los
muslos temblorosos por la tensión liberada.
Durante lo que se le antojó una eternidad, aunque probablemente sólo habían transcurrido
unos segundos, el único sonido audible en el interior del coche fue su respiración
entrecortada, mientras ambos intentaban, unidos ahora por la frente, apaciguar sus
corazones desbocados.
Meredith evitó sus ojos. Se sentía profunda y absolutamente humillada. ¿Qué opinión
tendría Rolf de ella? ¿Cómo podría desmontar de su regazo con elegancia y salir del
coche, sin mirarle a la cara?
-Bien, para matar el gusanillo no ha estado mal --dijo Rolf, riendo entre dientes-. Ahora
podemos regodearnos en el plato fuerte, sin prisas.
Meredith cometió el error de mirarle en ese momento. Rolf no estaba bromeando, ni
tampoco sonreía. Estaba tremendamente serio.
Meredith debía de haberse quedado boquiabierta, porque él le propinó travieso una
palmadita en la barbilla.
Al ver que no había modo de salir de aquella situación con dignidad, Meredith se levantó
como pudo de su regazo. -Escúchame, gallito, no habrá plato fuerte. Esto tiene que
terminar ahora.
-¿Por qué?
-Porque... porque yo no hago estas cosas.
-¿Y crees que yo sí? -Hizo una pausa para después preguntar-: ¿A qué cosas te refieres?
-Al sexo con perfectos desconocidos. -Ah, eso.
-Sí, eso. Tú y yo tenemos una relación estrictamente comercial, eso es todo -anunció
Meredith mientras abría el maletero para recoger la compra. El helado probablemente se
habría derretido, expuesto a toda aquella energía calorífica que habían generado sus
cuerpos.
Rolf guardó silencio y cogió varias bolsas. Mientras se aproximaban a la puerta principal,
ella pensó: «Bueno, por fin he conseguido que este bruto entre en razón. Parece que ahora
lo ha entendido».
Pero Rolf inmediatamente puso en evidencia lo erróneo de aquella conclusión, al
preguntarle:
-¿Te gustaría ducharte conmigo?
Meredith le miró boquiabierta, incrédula. ¿Estaba hablando con una pared, o con un
típico macho, que escuchaba tan sólo lo que le interesaba?
-Claro, si quieres incluso te enjabonaré.

Capítulo seis
El estruendo de un trueno, seguido inmediatamente por un relámpago, como un mal
augurio, sesgó de raíz la tentadora propuesta de Rolf.
-Ah, Thor debe estar celoso de mi suerte con las mujeres.
«¿Suerte con las mujeres?» ¿Se refería a ella? ¡Qué cara más dura! ¿Daba por sentado
que iba a tener suerte? ¿O se jactaba de que ya se la había tirado? De acuerdo, debía
admitirlo, tal vez le había dado algunas esperanzas en el coche. Bueno, más bien muchas.
Pero eso no justificaba que él ...
-Sí, el dios de los truenos arroja contra los cielos su poderoso martillo Mjollnir, liberador
de rayos, cuando siente la afrenta de un mortal. A los dioses les gusta creer que son los
únicos bendecidos con las artes amatorias.
«¿Artes amatorias?», repitió articulando los labios sin emitir ningún sonido.
-Será mejor que me ande con cuidado, o Thor me convertirá en un troll.
Rolf le guiñó un ojo antes de agacharse para depositar las bolsas de la compra en la
escalera de la entrada.
Meredith odiaba que le hiciera guiños. Eso provocaba en ella una revolución interior. Y
eso era algo que no debía sentir una mujer de treinta y cinco años.
-Ya eres un troll.
-Ajá. Entonces te gustan los trolls, ¿no es cierto? A buen seguro, puesto que hace tan sólo
unos instantes ,gemías de placer con este troll que tienes ante ti.
Meredith chasqueó la lengua en señal de disgusto. -No lo hice.
Rolf arqueó una ceja.
-Por ventura necesitas un recordatorio. -Se acercó a ella y le pasó un pulgar juguetón por
los labios.
Ella retrocedió, la bolsa de la compra aferrada contra su pecho, hasta que su espalda
chocó con la puerta. De nuevo se oyó un trueno.
Rolf hizo una mueca.
-Has conseguido un aplazamiento, mi señora. Debo ocuparme de la madera antes de que
empiece a llover. Ella se relajó. Pero sólo un momento.
Mientras se dirigía hacia el terreno en el que se encontraba el drakkar, Rolf gritó por
encima del hombro:
-Ve preparando el Breck. A este vikingo acaban de ocurrírsele unos cuantos trucos de
troll.
Meredith no pudo evitar reírse. Para su sorpresa, aquella risa ligera y despreocupada se
propagó a través de la atmósfera electrificada. ¿Cuándo fue la última vez que había
bromeado con un hombre de ese modo? ¿O acaso era ésa la primera vez?
Profiriendo un suspiro se volvió hacia la puerta, rebuscando la llave en su bolsillo. Sin
embargo, antes de que pudiera introducirla en la cerradura, la puerta se abrió de golpe.
Meredith retrocedió del susto, esperando que apareciera otro intruso de la Alta Edad
Media salido de la nada.
-¡Hola, tía Mer! -exclamó su sobrina Thea, besando el aire próximo a la mejilla derecha
de Meredith y recogiendo de la escalera una de las bolsas de la compra-. Me encanta tu
jersey, tía, pero ¿te has dado cuenta de que tienes dos manchas a la altura del pecho? Oh,
no te ruborices. Probablemente eres una dejada, igual que yo. Es la genética, ya sabes. En
el aeropuerto me manché los vaqueros de helado de fresa.
Meredith la miró boquiabierta, demasiado conmocionada por la aparición de Thea para
preocuparse por las manchas reveladoras de su suéter. ¿Qué clase de alienígena había
invadido el cuerpo de su sobrina? Dios santo, primero un vikingo que viajaba en el
tiempo y ahora aquella... criatura.
Aquella chica de doce años de edad llevaba la raya al medio en su larga melena lacia y
negra, que le llegaba hasta los pantalones vaqueros descoloridos, por encima de una
camiseta teñida a mano con diseños psicodélicos. Un atuendo por otro lado normal en
una adolescente. Pero la normalidad acababa ahí.
Sus labios carnosos estaban perfilados con un lápiz de labios negro y cubiertos de brillo
de color púrpura oscuro. Se había puesto tal cantidad de rímel de color magenta, sombra
y lápiz de ojos, que a Meredith le pareció asombroso que pudiera abrir los párpados. Las
uñas de cinco centímetros de largo, obviamente falsas, estaban pintadas con esmalte de
color marrón verdoso. Pero lo mejor era el aro diminuto que adornaba su orificio nasal
izquierdo.
-Espero que no te importe que haya entrado así -prosiguió Thea alegremente-. Llamé
desde el aeropuerto pero como no contestabas cogí un taxi. ¿Sabías que un taxi desde
Bangor hasta aquí cuesta cincuenta dólares? Sólo tenía treinta y no veas cómo se puso el
taxista. Pero no te preocupes, recordé donde escondes la otra llave y entré. Tuve que
saquear la hucha. ¿Te molesta? Le di veinte dólares en monedas de veinticinco céntimos,
y diez más de propina en monedas de diez. Menos mal que escucho tanta música grunge,
si no, no hubiera podido entender algunas de sus palabrotas. -Thea finalizó su verboso
discurso con una sonrisa avergonzada.
Tras dejar la bolsa de la compra en la mesa de la cocina, Thea hizo dos viajes más para
recoger las que todavía quedaban afuera. No paraba de morderse el labio inferior, que le
temblaba descontroladamente.
-Está bien que haya venido, ¿no, tía Mer? Lo que quiero decir es que Jillie no te obligó,
¿o sí lo hizo? ¿Eh?
Entretanto, la joven había descubierto el paquete de galletas Oreo a la vista en una de las
bolsas, y ya había empezado a engullirlas demostrando su deleite con pequeños grititos.
-¿Jillie? -chilló Meredith, fijándose en la más irrelevante de sus palabras. Lo que
realmente le hubiera gustado saber era por qué su hermana no le había dicho que Thea ya
estaba en camino cuando la llamó la noche anterior. ¡Ja! Probablemente porque sabía que
Meredith se pondría furiosa.
-¿Desde cuándo llamas a tu madre Jillie?
-Desde que empezaron a salirme tetas. Mamá dijo que deberíamos tratarnos más... como
hermanas. Dice que es demasiado joven para tener una hija casi adulta. Ahora podemos
ser las mejores amigas. ¿No te parece guay? -Pero sus ojos delataban que en realidad
aquella idea no le parecía tan estupenda.
«Sí, muy guay.» Francamente, por lo que Meredith pudo apreciar, la muchacha no había
desarrollado realmente el busto, y faltaba mucho para que fuera adulta. «Jillie, Jillie,
Jillie, ¿cuándo serás tú adulta?»
-Claro que me parece bien que hayas venido --confirmó Meredith, abrazándola por los
hombros-. Me encanta tenerte aquí. Tú eres mi sobrina favorita, tesoro.
-Es que soy tu única sobrina -replicó con una sonrisa radiante-, pero ya no me llamo
Thea, ¿ sabes? Ahora mi nombre es Serenity.
-¿Serenity? -preguntó Meredith riendo-. Me pareció entender que tu madre decía que
ahora te llamabas Gourd.
-Eso fue el mes pasado. -Thea agitó la mano en el aire como para quitarle importancia-.
Todos siguen llamándome Gordie, pero es taaaan infantil. Además, Serenity suena más
new age.
Ambas intercambiaron sonrisas.
-Tía Mer, te prometo que no liaré nada... ya sabes... de eso... como robar en tiendas... o
meterme en líos mientras esté aquí. No puedo explicarte por qué hice esas travesuras. Yo
en realidad no soy mala, ya lo sabes. No lo soy. --Sus ojos se llenaron de lágrimas
mientras suplicaba su comprensión.
-Oh, cielo, ya lo sé-le aseguró Meredith, mientras le secaba las mejillas con un pañuelo
de papel. Después, con la intención de aligerar la conversación, Meredith comentó:
-Tu maquillaje es tan... tan...
-¿Guay? --preguntó Thea animada, contenta por haber cambiado de tema--. Es lo último
de esa nueva marca, Plaga Urbana. ¿No te parece, vaya, sencillamente perfecto? El
perfilador de labios se llama Moho, pero mi favorito es Cieno. Puedes usarlo cuando
quieras.
-Gracias, pero no creo que lo haga.
-Jillie sí lo hace. De hecho, creo que me ha robado mi esmalte de uñas Vómito. Ahora
llevo Lodo, pero no es tan llamativo como Vómito.
Meredith se llevó una mano a la frente. Sentía ganas de devolver ante todos esos tonos
horribles que parecían mirarla fijamente a la cara.
-¡Por dios bendito! --exclamó súbitamente Thea, mirando fijamente por encima de
Meredith--. ¡Por el sagrado dios bendito!
Meredith no necesitaba volverse para saber quién había: el troll.
-¡Oh, dios mío! Tía Mer, ¿te lo estás haciendo con Kevin Sorbo? Espera a que mis
amigos de Chicago se enteren. ¿Dónde está el teléfono?
-No vas a poner conferencias, muchachita -anunció Meredith. Sobre la insinuación de
Thea de que «se lo estaba haciendo» con un hombre, ya se ocuparía más tarde.
-¿Quién es Kevin Sorbo? -volvió a preguntar Rolf, entrando en la cocina como si tal
cosa-. Ya lo mencionaste antes, Merry-Death.
Apoyado en el frigorífico, Rolf se secaba las gotas de lluvia de sus brazos desnudos y su
pelo mojado con un trapo de cocina. Ellas se volvieron hacia donde estaba, y él les
devolvió una sonrisa divertida. Durante unos instantes, el único sonido audible en la
cocina fue el del aguacero que caía afuera.
-¿No sabes quién es Kevin Sorbo? ¡Caray! Si eres igual que él. Es el actor que representa
a Hércules en la tele. Es un cachas, como tú. ---Thea se sonrojó al pronunciar las últimas
palabras.
-¿Hércules?-preguntó Rolf, frunciendo el ceño confuso.
-Sí, ya sabes, el hijo de aquel dios griego, Zeus. Hércules era tan fuerte y tan valiente que
fue elegido para llevar a cabo aquellas sorprendentes hazañas. Cuéntaselo tú, tía Mer.
-¿Griego? Yo no soy un bizantino. Soy un vikingo.
-¿Un vikingo? ¡Hala! ¿Eres algo así como un aspirante a jugador de rugby? ¡Tía Mer-e-
dith! No sabía que te gustaban los deportes.
-Sólo los de cama -masculló Rolf-. Por lo menos, todavía tengo esperanzas. -El pobre
parecía tremendamente confundido a causa de aquella conversación. Por suerte, su
sobrina no había escuchado el último comentario.
--¿Conoces a Warren Moon? -preguntó Thea-. Warren Moon, de los Vikingos de
Minnesota.
-Yo soy de los vikingos escandinavos. Preferimos asaltar, antes que saquear.
—¿Vendieron los Vikingos de Minnesota a los Asaltantes de Oakland? Mmm. Creo que
me hubiese enterado. ¿Tienes un anillo de la Superbowl? -Thea examinó los dedos de
Rolf y suspiró desilusionada.
-Sólo llevo brazales. ¿Qué es un anillo Superbowl?
-Oh, dios mío -refunfuñó Meredith.
-Espera un momento. Has dicho que eras un vikingo escandinavo. ¿Eres de Noruega?
-preguntó Thea.
Meredith alzó la cabeza y lanzó a Rolf una mirada cómplice. Ya le había advertido antes,
cuando estaban en el centro comercial, que no era buena idea contarle a todo el mundo la
relación disparatada de su viaje en el tiempo.
Rolf vaciló un momento antes de responder y rozó la hebilla de su cinto, como
seleccionando cuidadosamente las palabras.
-Sí, vengo de Hordaland... las tierras escandinavas al otro lado del océano.
-Thea... lo siento, es que no me sale llamarte Serenity, se me atasca la lengua. Thea, te
presento a Geirolf Ericsson. Está aquí para participar en el proyecto del barco vikingo.
Ten un poco de paciencia con él, todavía tiene algunos problemas con el idioma.
-Tu tía está dándome lecciones -anunció Rolf, reprimiendo la sonrisa que provocaba en él
la incomodidad de Meredith.
-¡Guay! -dijo Thea, ya de camino hacia el salón, con la programación de televisión del
periódico en la mano-. Tengo tres semanas de vacaciones, ya sabes, la pausa de
primavera. Tal vez pueda, no sé, echar una mano con las clases de inglés.
«¿Tres semanas?», Meredith sintió un nudo en el estómago. Necesitaba con urgencia un
antiácido. Probablemente le estaba saliendo una úlcera, u otra dolencia igual de
espantosa, como por ejemplo una sobrecarga de hormonas.
A solas durante unos instantes, antes de salir de la cocina en pos de la muchacha, Rolf
añadió con un brillo de determinación en los ojos:
-Yo, a cambio, también voy a enseñarle algunas cosas a tu tía.
-¡Guay! -repitió Thea.
Ni en un millón de años se rebajaría Meredith a preguntar qué era lo que pensaba
enseñarle, pero su imaginación se estaba esforzando de veras. Y el calificativo «guay» no
servía ni para empezar a describir sus visiones.
A las nueve de la noche Thea ya estaba profundamente dormida en la cama de la
buhardilla, que Meredith compartiría con ella. Sin maquillaje y con una camisa de dormir
de Mickey Mouse, volvía a ser la niña de doce años que era. El corazón de Meredith
sufría por aquella niña necesitada, pero no estaba segura de poder ayudarla.
Aunque estaba agotada por todos los acontecimientos del día, Meredith buscó sábanas
para preparar la cama de Rolf en el sofá. A mitad de la escalera se detuvo, ante la visión
conmovedora de aquel gigante apesadumbrado con la mirada fija en el fuego. El codo
apoyado en la repisa de la chimenea sostenía su cabeza ladeada. La mano que quedaba
libre sostenía el atizador, que de vez en cuando utilizaba para avivar el fuego, aunque no
hiciera falta.
Meredith sabía que estaba abrumado por todos los inventos «modernos» que había visto
aquel día, en el centro comercial o la televisión, ante la cual se había sentado durante
horas con Thea, con ojos incrédulos. Pero ella seguía sin aceptar su relato del viaje en el
tiempo. Tenía que haber otra explicación.
La académica que era buscaba una explicación lógica. Quería creer que su hermano Jared
o Mike habían encontrado a aquel constructor de barcos probablemente en alguna región
primitiva en la que no había televisión ni centros comerciales.
Había dibujado de memoria un bosquejo del talismán que Rolf llevaba en el cinturón y la
«reliquia» escondida en él, con la intención de enviársela a Jared por fax a primera hora
del día siguiente; también se la enviaría a Jillie y a sus padres. Tal vez ellos pudieran
descubrir algo sobre su origen. Meredith estaba convencida de que aquel objeto único era
algo más que una baratija. Rezaba porque no la hubiera robado de la colección del algún
museo.
Meredith estaba considerando además la posibilidad de pedirle a Mike que comprobara,
con ayuda de sus amigos de la comisaría local, si se había denunciado la desaparición de
un paciente de un centro psiquiátrico, o si había alguna orden de búsqueda respecto a un
hábil estafador que andaba suelto y se hacía pasar por constructor naval vikingo. Caray, la
segunda posibilidad le parecía absurda incluso a ella.
Todos esos pensamientos asaltaban su mente confusa continuamente, mientras el hombre
en cuestión la observaba en silencio, como un halcón, con sus ojos dorados ardientes de
pasión. Se había duchado y ahora llevaba una camiseta blanca impoluta metida por dentro
de los pantalones vaqueros. Su larga melena estaba recogida mediante una goma en la
nuca, dejando al descubierto la rotunda mandíbula, y la curva divina de su cuello. Estaba
descalzo, y sus pies grandes y estrechos resultaban tremendamente sexys. No necesitaba
ningún complemento del departamento de artículos eróticos. Oh, dios, seguro que no.
Al ver acercarse a Meredith con sábanas y mantas, Rolf chasqueó la lengua en señal de
desaprobación.
-Supongo que estoy exiliado en el sofá, y castigado a dormir solo esta noche.
Una oleada de calor inundó su rostro.
-Así es. No sería prudente, con Thea aquí. Además, tú y yo necesitamos un período de
enfriamiento.
Alzando una ceja en un gesto inquisitivo, Rolf se apartó de la chimenea.
-¿Y si no tengo ganas de enfriarme? -preguntó con voz ronca-. ¿Qué pasa si en realidad lo
que deseo es acabar lo que empezamos esta tarde?
Rolf avanzó hacia ella, tan sólo un paso, pero Meredith sintió pánico, dejó caer la ropa de
cama y de un salto se parapetó detrás del sofá. Necesitaba poner una distancia entre los
dos. Cada vez que él se acercaba, en su cerebro se producía un cortocircuito.
Geirolf se detuvo, pero no como consecuencia de las mezquinas protestas de aquella
mujer; cada vez que se acercaba a la bruja, su capacidad para pensar con claridad
quedaba anulada. Y después de todo lo que había visto y oído durante aquel día, más que
nada en el mundo necesitaba tener la cabeza clara para buscar la manera de volver a su
propio tiempo.
Ella creía que conseguiría aplacar su apetito ataviada como iba con unos calzones
demasiado grandes y una camisa de seda negra también enorme, una especie de ropaje
para dormir que ella llamaba «pijama». Pero él ya sabía lo que escondía debajo de esas
prendas... aunque todavía no había visto nada, sólo a través del tacto. Cuando llegara el
momento, compartiría las pieles de su lecho, si es que podía encontrar algo parecido en
aquel país dejado de la mano de dios, y entonces ella llevaría las prendas preferidas por la
mayoría de mujeres... y hombres vikingos: la piel desnuda.
Ella también se regocijaría con su apareamiento. Geirolf tenía un sexto sentido para esos
asuntos, basado en años de experiencia, y su instinto masculino le indicaba cuándo una
mujer estaba madura. Merry-Death fingía acritud y una inclinación a reprimir sus
instintos, pero él la conocía mejor que ella a sí misma. Sus jugos se estaban acumulando
y su piel suave le pedía a gritos que recogiera su roce.
Pero todavía no había llegado el momento. No sería esa noche. Había demasiadas cosas
en juego. La confianza que su padre había depositado en él. La hambruna. Su propio
honor. El guerrero que había en él percibía potenciales peligros por todas partes, tenía que
mantenerse alerta.
Y, sin embargo, la necesidad de aparearse excitaba su sangre; debía luchar por dominar su
apetito. Aquella moza sería suya antes de que regresara a su mundo. Pero todo a su
debido tiempo. Cuando a él le placiera.
Así que, de momento, aquella mujer tonta y temblorosa, que se escondía tras aquella
estructura parecida a una cama a la que llamaba «sofá», no tendría que preocuparse por
sus insinuaciones. ¡Ja! En sus mejores tiempos había saltado los muros de un castillo, o la
baranda de un barco, en innumerables ocasiones. ¿Realmente creía esa mujer que aquella
precaria barrera supondría un obstáculo para él?
Entonces, contra toda lógica, sintió su orgullo herido al verse rechazado a pesar de sus
encantos. No, no podía permitir que ella creyera que tenía la sartén por el mango. A las
mujeres había que ponerlas en su lugar desde el principio.
--¿Por qué luchas contra tus necesidades de mujer?
-¿Q... qué?
-Me deseas.
-De ninguna manera.
Él soltó una carcajada ante aquella mentira.
-Sí me deseas. Aunque tu cuerpo de mujer te traicione, revelando tus verdaderos deseos,
de forma tan fragante como el de un hombre -replicó Rolf, señalando su entrepierna.
Ella dio un grito ahogado como respuesta ante aquel gesto soez.
Bueno, había momentos en los que un hombre tenía que ser ordinario para defender su
postura. Sobre todo, con una mujer tan testaruda.
-Tu excitación no se hace patente en tu cuerpo mediante un estúpido miembro enhiesto,
pero hay otras señales que la delatan ante los ojos de un hombre observador. Por ejemplo,
tus ojos empañados por la pasión...
Meredith cerró los párpados.
Él sonrió con voracidad.
-Tus labios separados y tu respiración agitada. Ella cerró la boca de golpe.
La sonrisa de Rolf se hizo aún más amplia. -Tus pezones hinchados...
Meredith cruzó los brazos a la altura del pecho, pero ya era demasiado tarde. Él ya los
había visto, y por un momento había olvidado la razón por la que debía estar alerta.
Aquella mujer era peligrosa. Geirolf sacudió la cabeza como para alejar su confusión y se
dejó caer en el sofá. Dando unos golpecitos en el cojín que había a su lado, exhortó:
-Ven, siéntate aquí, conmigo. Por esta noche estás a salvo de mis deseos concupiscentes.
Ella rehusó, lanzándole una mirada desconfiada.
-En serio. Ven aquí. Necesito hablar contigo sobre los trabajos en el drakkar. Quiero
empezar con la primera luz del día, y hay muchas cosas que debemos concretar. -¿Por
qué tienes tanta prisa?
-Cuanto antes terminemos el barco, más pronto podré de volver la reliquia al lugar en el
que debe descansar. Y regresar a mi tierra. Así que el factor tiempo es de la máxima
relevancia.
Ella asintió, pero Rolf todavía percibía su incredulidad ante la explicación del viaje en el
tiempo. ¿Quién creía que era? ¿Un proscrito, que se había propuesto robarle sus
posesiones, o su virtud? Probablemente. ¿O un imbécil demente? Casi era más probable
que considerara la última posibilidad.
-Mañana tómatelo con calma. Yo tengo que estar en la universidad a las nueve, pero
enviaré a mi ayudante, Mike Johnson, para que se reúna contigo si consigo localizarle.
Trabajaréis mano a mano en el proyecto. Además, el lunes tengo que arreglar todo el
papeleo en la oficina de empleo para poder contratarte. Supongo que no tienes número de
la seguridad social... -Meredith le escrutó durante unos momentos-. No, imagino que no.
Bueno, Mike tiene algunos contactos clandestinos que seguramente podrían conseguirte
documentación falsa. Dios mío, no puedo creer lo que acabo de decir. ¿ Yo, violando las
leyes? Jeffrey se moriría de risa.
-¿Quién es Jeffrey?
-Mi ex marido.
-No me gusta.
Merry-Death sonrió... con una expresión cálida y abierta que conmovió el corazón de
Geirolf.
-A mí tampoco.
-Cuando sonríes no eres tan poco agraciada. En verdad, casi eres hermosa.
-Muchas gracias. --Ya antes la había honrado con aquella franca honestidad-. Jeffrey
decía que se me veía la dentadura superior al sonreír.
-Jeffrey es un zopenco. Cuando hagamos el amor, haré que tus labios dibujen incontables
sonrisas. Meredith dejó de sonreír de repente.
-Lo has prometido -le recordó, apartándose de él. -No me refiero a esta noche.
Volvió a relajarse.
-A la mayoría de los hombres no les gusta que las mujeres se rían durante las relaciones
sexuales. Jeffrey solía decir...
-Deja de mencionar al idiota de tu antiguo marido en mi presencia. No tiene nada que ver
con nosotros -la interrumpió Geirolf, refunfuñando-. Además, tú no te reirás de mí, sino
conmigo. Tengo el propósito de proporcionarte mucho placer.
Ella alzó los hombros, como dándole por imposible. -La arrogancia es algo natural en ti,
¿me equivoco?
-Hay una diferencia entre arrogancia y seguridad en uno mismo. Soy consciente de mis
habilidades. Y te pido que dejes de llevar la conversación hacia el terreno del sexo o
empezaré a pensar que has cambiado de opinión respecto a la idea de hacer el amor
conmigo esta noche.
Meredith se puso rígida de indignación. -Yo no...
--Chist... -golf le indicó que callara con un gesto, alzando la palma de la mano-. Dime de
cuántos ayudantes dispongo. Y cuáles son sus capacidades.
-Bueno, está Mike y apenas una veintena de estudiantes que trabajan con él, entre
hombres y mujeres. Algunos de ellos cuentan con conocimientos básicos de carpintería,
pero todos ellos trabajan con entusiasmo. Seguirán tus instrucciones al pie de la letra. Sin
embargo, sólo queda una semana de vacaciones. Después, la mayoría de ellos sólo podrán
dedicar al proyecto un par de horas al día, máximo tres, y el fin de semana.
-Mmrnm. Por ventura podré terminar el drakkar en dos o tres semanas, si aprovecho
todas las horas de luz diurna. Pero tengo que decirte que he decidido construir otro barco
más pequeño para mí.
-¿Cómo? -Merry-Death hizo ademán de levantarse del sofá y apartarse de su lado,
obviamente disgustada-. No puedes hacer eso.
-Sí que puedo. Verás, al principio acepté ayudarte a finalizar el drakkar, pensando
después en utilizarlo para mis propios fines... para volver a casa.
-Oh, no... ¡Debía haberlo imaginado! ¡Un ladrón! -exclamó Merry-Death, echando
chispas y lanzándole una mirada malévola.
-No intentes intimidarme. Desde que tuve conocimiento del deber para con tu honor de
hacer realidad el sueño de tu abuelo, decidí que no haría nada semejante. Pero eso
significa que debo construir otro drakkar más pequeño para mis propios propósitos.
---La fundación no puede asumir más gastos. Eso sería robar. Además, el presupuesto ya
es insuficiente.
Geirolf se sintió ofendido por el hecho de que ella creyera que pensaba robarle.
-Pagaré los materiales que necesito con mi sueldo. Y trabajaré en mi tiempo libre. No te
estafaré, mi señora.
--Lo siento -dijo Meredith, pero sus disculpas no bastaron para lavar la afrenta-. De
acuerdo, construirás dos barcos. Pero no veo la manera de que puedas tenerlos listos en
tres semanas.
-Debo hacerlo -afirmó-. Anoche, cuando Thea y yo jugábamos con tu ordenador, encontré
más información sobre la Luna del Demonio. Ya te comenté el fenómeno astronómico
que tuvo lugar la noche en que naufragué. Pues bien, la próxima Luna del Demonio se
producirá el 28 de abril, o sea, de aquí a un mes.
-¿Y crees que la Luna del Demonio está relacionada de algún modo con el portal del
tiempo que te permitirá regresar a tu casa? -preguntó Merry-Death con cierto
escepticismo.
Él asintió.
-Y no volverá a suceder hasta el año que viene. Tengo que volver pronto si quiero llevar a
cabo la misión que me encomendó mi padre.
Merry-Death posó una mano sobre su hombro.
-Rolf, no estoy segura de que estés siendo sincero conmigo. Pero, suponiendo que así sea,
existe la posibilidad de que no puedas hacer nada por cambiar la historia.
Él se puso rígido, aunque sabía que no lo decía con mala intención.
-Debo intentarlo.
Ella asintió con la cabeza.
-Entonces, suponiendo que finalmente puedas devolver la reliquia al lugar que le
corresponde, y que eso ponga fin a la hambruna, ¿qué harás entonces? Cuéntame cómo
será tu vida cuando regreses a tu... país.
-En primer lugar, tengo el propósito de buscar a Storr Grimmsson para acabar con su
vida. Él y todos sus seguidores se merecen una muerte horrible por sus mezquinas
acciones. Después, me dedicaré a mi negocio de construcción de barcos. Tengo una
preciosa granja muy cerca de un fiordo.
--¿Tú? ¿Un granjero? Bueno, es curioso, pero sí, puedo imaginarte de granjero.
-La creación de buenos barcos me llena de satisfacción, y me gano bien la vida
vendiéndolos por todo el mundo. En otros tiempos solía probar mis barcos en viajes
comerciales, o en incursiones vikingas, pero durante los últimos años no tenía ganas de
viajar. Tal vez vuelva a aventurarme en la mar, si siento su llamada. Este viaje me ha
demostrado que quedan muchas tierras por explorar. Por otra parte, puede que este viaje
aplaque la necesidad que hay en mí de buscar nuevos horizontes.
-Quizás estés preparado para sentar la cabeza y formar una familia.
Geirolf se encogió de hombros.
-Ya lo hice y no me sentía especialmente dichoso.
-¿Ah, sí? -preguntó Meredith sorprendida- ¿Has estado casado?
-Dos veces.
-Dos veces -repitió Meredith como una cotorra.
-Ambas murieron en el parto. Cuando me casé por primera vez tan sólo contaba
dieciocho inviernos, y ella dieciséis. Ariside murió de fiebres del parto después de parir
un bebé muerto.
-Oh, Rolf. Lo siento mucho.
Él volvió a encogerse de hombros.
-Así es la vida. Además, sucedió hace mucho tiempo. -¿Y tu otra mujer?
-Mi segunda mujer, Signe, murió hace cinco años. El parto se adelantó un mes y duró
cinco días. Se desangró hasta morir.
-Debiste quedar destrozado.
-Sí, fue una tragedia, ambas fallecieron tan jóvenes, y los bebés no tuvieron la menor
posibilidad de sobrevivir. Pero apenas conocí a mis mujeres. Fueron matrimonios
convenidos por mis padres, y yo casi siempre estaba fuera.
Ella le dio golpecitos en el hombro.
-Eres joven. Volverás a casarte.
-No, no volveré a hacerlo. No me gusta la condición de hombre casado y tampoco tengo
ganas de engendrar herederos. Me resistí a mi última unión con Signe, que acepté
únicamente cuando mi padre dijo que de ese modo cumpliría con mi deber de sangre para
con él. Así que no pienso volver a casarme.
Meredith parpadeó para evitar derramar las lágrimas que anegaban sus ojos.
Verdaderamente, pensó él, las mujeres se emocionaban con las realidades más simples de
la vida.
-Por lo menos, ahora todas mis necesidades se ven satisfechas gracias a mi amante, la
dulce Alyce, que reside en la ciudad comercial de Hedeby.
Ella le miró con desdén, disgustada.
-Ahora dime tú, Merry-Death, ¿qué harás cuando hayas cumplido con tu deber para con
tu abuelo? ¿Te quedarás aquí y seguirás siendo profesora?
-No -respondió ella con cierto tono condescendiente, para seguir demostrándole su
desprecio. Las mujeres solían mostrarse muy quisquillosas en ese aspecto--. Solicité un
año sabático de mi actividad docente en la Universidad de Columbia. Se supone que en
otoño debo regresar para dar clases.
-¿Se supone? Pero ¿tú qué quieres hacer realmente?
Merry-Death cerró un momento los ojos ante aquella pregunta. Cuando volvió a abrirlos,
Geirolf pudo ver incertidumbre y tristeza en el pozo profundo de sus ojos verdes.
-No lo sé. Toda mi vida he hecho lo que los demás esperaban de mí. Mis padres. Mi
marido. Incluso mis abuelos. No puedo recordar que alguien me preguntara nunca qué es
lo que yo realmente quería hacer. Quizás...
Él ladeó la cabeza, esperando.
-... en realidad, sé lo que quiero. Amor. Geirolf no pudo evitar mofarse.
-Siempre me he sentido sola. Cuando era niña. Incluso cuando me casé. Creo que si
encontrara a un hombre que me quisiera, dejaría mi profesión gustosamente y me
quedaría en casa, un hogar lleno de niños... bueno, por lo menos dos.
Sus ojos estaban enturbiados por la pena, y él se acordó del momento en que le confesó
su esterilidad. Tomó la mano de ella entre las suyas y entrelazó sus dedos, pero ella
intentó liberarse.
-No quiero que me tengas lástima.
-No lo hago.
-Siempre puedo adoptar. Es lo que hacen hoy en día las mujeres solteras. Tal vez sea eso
lo que haga. Quedarme aquí y adoptar un niño. Cuento con un fondo fiduciario con el que
puedo mantenerme. Y podría escribir un libro, de esos que mis padres consideran
demasiado frívolos. -Meredith le miró de reojo, indecisa, antes de continuar revelándole
sus pensamientos-. Siempre quise escribir un libro sobre las mujeres que destacaron por
su extravagancia en la Edad Media.
-Podría contarte la historia de algunas de ellas.
Merry-Death rió y se enjugó los ojos con la mano que le quedaba libre. Él seguía asiendo
con firmeza la otra mano, y se dio cuenta de que sentía un extraordinario placer con el
mero contacto de las palmas de sus respectivas manos.
-¿Qué hay de ese hombre que podría amarte?
-No hay ninguno en el horizonte, y ya me quemé una vez. No, cada vez estoy más
convencida de que adoptar un niño es la respuesta a mis necesidades, en lugar de salir a la
caza de un hombre que llene mi vida.
Él no parecía convencido de la veracidad de sus palabras y tampoco estaba segura de que
ella lo estuviera.
Quizá fuera la extraña conexión que sentía con aquella mujer ahora que sus manos
estaban unidas. Tal vez fuera aquella fiebre provocada por el deseo que seguía
insatisfecho en sus entrañas. O por ventura fuera aquel dios travieso, Loki, quien le
inspiró desatando su lengua. Fuera cual fuese la causa, Geirolf se quedó tan atónito como
Merry-Death cuando la trajo hacia sí para susurrarle con voz ronca:
-Podrías acompañarme en mi regreso a casa.
Capítulo siete
A la mañana siguiente, un fuerte martilleo despertó a Meredith. Abrió somnolienta un ojo,
apenas una rendija, para comprobar que estaba amaneciendo. En el despertador sobre la
mesita de noche vio que tan sólo eran las seis de la mañana.
El martilleo no cesaba. Meredith se dio cuenta de que provenía del exterior. Se levantó
todavía medio dormida, y arropó con el edredón a Thea, que seguía durmiendo
profundamente a pesar del ruido.
El primer pensamiento que asaltó su mente cuando empezó a tener la cabeza clara fue:
«Por favor, casi no ha amanecido y ese dichoso vikingo está ahí fuera construyendo un
barco. Los vecinos van a llamar a la policía».
El segundo pensamiento, casi concatenado con el primero, fue el recuerdo de la noche
anterior: «Oh, dios mío, ese vikingo me invitó ayer a acompañarle a su hogar... al siglo x.
Y me siento tentada. Casi me gustaría creer que realmente es quien dice ser... Un vikingo
exclusivo, para mí sola, en su refulgente armadura». Se rió ante su propia ocurrencia.
Era absolutamente ridículo que se sintiera tan halagada por su invitación. Sobre todo
porque en el momento en que las palabras salieron de los labios de Rolf, éste parecía a
punto de sufrir un infarto. Y desde luego nada halagadora había sido su respuesta, cuando
le preguntó qué haría ella en su país y él balbuceó y tartamudeó, hasta que finalmente
contestó que suponía que podría ser su amante.
¡Como si estuviera dispuesta a aceptar eso!
Y sin embargo, su propuesta había suscitado en ella una curiosa sensación cálida y
confusa.
Toda aquella confusión tórrida desapareció en el momento en que salió afuera en pijama,
pero con paso decidido, y vio a Rolf en medio del barco totalmente desmontado.
-¿Q... qué estás haciendo? Te mato. Has destruido meses de trabajo de mi abuelo.
-No te inquietes, mi señora -dijo intentando tranquilizarla, esquivando sus brazos y
sosteniendo el hacha por encima de su cabeza, fuera de su alcance.
-Me gustaría darte motivos para que te inquietes, estúpido -gritó Meredith, apretando los
dientes, mientras cerraba las manos en un puño y contaba hasta diez.
-Vamos, Merry-Death, cálmate. Simplemente estoy empezando de nuevo. Al final,
ahorraremos tiempo. Ya verás. -Dejó caer el hacha al suelo y avanzó hacia ella,
rodeándole los hombros con el brazo-. Sécate las lágrimas, encanto, esto es trabajo de
hombres. Sé lo que me hago.
«Oh, dios mío, eso espero.»
-Y deja de llamarme «encanto». -«Hace que me sienta tan... tan... caliente y confusa...
¡caray! »-. En la sociedad actual no hay «trabajos de hombres». O sea que corta ya con tu
rollo machista.
Rolf arqueó una ceja con actitud condescendiente.
-¿Ah, sí? Muy bien, entonces, mi abnegada ayudante, ¿podrías bajar el acantilado con ese
brazo de la quilla para remojarlo en el mar?
El brazo de la quilla al que se refería tenía unos cuatro metros de largo y debía pesar unas
dos toneladas.
-Me gustaría poder levantar esa maldita cosa. También sé qué haría con ella: la usaría a
modo de ariete para borrar esa estúpida sonrisa de tu cara.
Ahí estaba, de pie, sonriendo todavía con más descaro, con las manos en las caderas
sobre su nuevo atuendo, compuesto por pantalones vaqueros, camiseta y zapatillas
deportivas, con el pelo recogido y una gorra de béisbol.
-¿Siempre has sido así de violenta? Admiro eso en una mujer. Eres como una valquiria.
Tal vez te deje venir conmigo a una de nuestras incursiones vikingas.
-Sí, eso es lo que realmente falta en mi vida, violaciones y pillaje.
-En la mía también. No me acuerdo cuándo fue la última vez que participé en violaciones
y pillajes. Y saqueos... no te olvides de los saqueos.
-No te pases, Rolf.
Pero él ya tenía la cabeza en otro sitio. Estaba agachado y examinaba varias piezas finas
de madera, de algo más de dos metros de largo, que parecían estacas para tomateras.
Cogió una de ellas, todavía indignado, la sopesó entre sus manos, y después la levantó
con una mano hasta la altura del hombro. Con un movimiento preciso que hubiera sido la
envidia de cualquier guerrero medieval, la arrojó como si fuera una lanza apuntando a la
pila de material inservible que estaba a unos siete metros, acertando de pleno.
-Has tenido suerte -se mofó Meredith.
-¡Ja! -replicó él, obviamente complacido por el desafío. Con los ojos de color whisky
relampagueando, hizo lo mismo con cinco improvisadas «lanzas» más. Sólo entonces se
volvió hacia ella, sonriendo.
-Fanfarrón.
-Ahora te enseñaré lo que es fanfarronear. Este truco me lo enseñó mi padre. -Cogió otra
«lanza» y se acercó lentamente a ella para dársela. Después dio diez pasos en dirección
contraria y se volvió hacia ella-. Ahora, apunta y arrójamela.
-No lo haré.
-Haz lo que te digo, Merry-Death. No me harás daño. -No estoy segura.
-Hazlo -ordenó él-. Y tírala con fuerza, o el truco no funcionará.
-Está bien -aceptó, por una vez sin dar importancia a su prepotencia-, pero como te haga
daño, te mato.
Rolf se rió ante la incongruencia de su amenaza, y después empezó a bailar pasando su
peso de un pie al otro, con actitud provocadora.
-Vamos, Merry-Death, imagínate que soy tu antiguo marido y que acabo de contarte que
tengo una amante.
No fue necesario seguir provocándola. Meredith arrojó la lanza y lo hizo con fuerza. La
lanza iba directa hacia el pecho de Rolf, y a Meredith le entró pánico.
-¡Oh, dios mío! -chilló.
Entonces, para su sorpresa, Rolf detuvo la lanza en el aire e inmediatamente la giró
hábilmente entre sus dedos y volvió a arrojarla apuntando hacia ella. Aquel maldito
juguete pasó zumbando justo por encima de su hombro izquierdo.
-Si hubiese apuntado de verdad, te habría atravesado el pecho -dijo vanagloriándose.
Buen dios, ¿habría hecho eso realmente en una batalla? ¿Realmente había matado a
alguien? Naturalmente debía haberlo hecho.
En más de una ocasión le había dicho que era un célebre guerrero, además de renombrado
constructor de barcos. Aunque, no, no podía ser cierto, eso estaba incluido en su viaje a
través del tiempo, que ella no podía creer.
-Y esto me lo enseñó mi tío Olaf -prosiguió él. Esta vez cogió dos lanzas y las arrojó
simultáneamente a la pila de materiales de desecho, donde aterrizaron con perfecta
precisión.
Meredith se estremeció asustada.
-Todo eso lo has leído en un libro de historia, ¿no? -¿Qué? -Rolf se sacudió el polvo de
las manos y avanzó hacia ella con aire arrogante.
-Todo eso del rey Olaf y de apuntar con dos lanzas a la vez. Cuando me dijiste el día de tu
llegada que estabas emparentado con el rey Olaf Tryggvason, sentí curiosidad. Entre otras
cosas, las sagas cuentan que Olaf tenía la habilidad de apuntar con dos lanzas de una sola
vez. De hecho, muchos años después de su muerte, un hombre llamado Tryggvi, que
decía ser hijo suyo, de un matrimonio en el extranjero, intentó hacerse con el trono de
Noruega. Los demás aspirantes al trono se burlaron de él, afirmando que era el hijo de un
cura. Pero se dice que Tryggvi, en su última batalla, arrojó dos lanzas simultáneamente
con éxito, y exclamó: « ¡Así es como mi padre me enseñó a decir la misa!».
-Merry-Death, la cabeza me da vueltas al escuchar tus palabras. No sé nada de esa
persona llamada Tryggvi. Olaf tuvo muchas mujeres y amantes en muchos países
distintos, y por tanto muchos hijos tanto legítimos como bastardos. ¿Qué intentas
decirme?
-Lo que quiero decir es que me gustaría que dejases ya esa insensatez del viaje en el
tiempo desde la época de los vikingos. De acuerdo, sabes algunos trucos tontos para
lanzar palos. ¡Mira qué bien! Pero no me digas que practicabas con lanzas de verdad hace
más de mil años.
-No miento -respondió él con voz cortante. -No has viajado en el tiempo.
-Sí, lo he hecho.
-No, no lo has hecho.
Él levantó ambas manos en el aire pidiendo tregua.
-Me rindo... de momento, pero no abandono la batalla. Pasemos a un tema más neutral.
Déjame que te cuente el principal problema con el que me he encontrado esta mañana: la
ubicación. ¿Por qué escogió tu abuelo este lugar para construir su drakkar? Está
demasiado lejos del agua. ¿Cómo transportaremos el barco, una vez finalizado? ¿Cómo
salvaremos este acantilado para poder botarlo?
-Mi abuelo no tenía elección. La universidad está en el interior y allí no hay espacio libre.
Aquí contaba con un terreno, y le pareció el lugar más lógico. Por otra parte, no es tan
difícil cargar el barco en un camión con plataforma cuando llegue el momento y
transportarlo hasta algún muelle a pocos kilómetros de aquí.
-De acuerdo, puede que eso no sea tan difícil, pero también hay que tener en cuenta la
falta de agua para mojar la madera. Tendré que construir un depósito de agua... enorme.
¡Balder bendito! ¿Puedes hacerte una idea de la pérdida de tiempo y energía que supone
cargar baldes con agua desde el mar, o desde tu feudo?
Meredith se rió por lo bajo y caminó despacio hacia uno de los laterales de la casa. Abrió
un grifo que había en el exterior y tiró de la manguera mientras regresaba donde él se
encontraba. El lado oscuro de su naturaleza, que había descubierto recientemente, desde
que cierto vikingo entrara en su vida, la espoleaba, ante la oportunidad perfecta de
vengarse.
-Déjame volver a ver esa sonrisita de suficiencia, señor Vikingo Esto-Es-Trabajo-De-
Hombres -dijo en tono burlón, mientras accionaba la palanca en la boca de la manguera,
empapándolo de la cabeza a los pies.
Rolf se quedó mudo por unos instantes, mientras las gotas de agua, probablemente
congelada, resbalaban por su rostro, con la gorra de béisbol ladeada, y la ropa pegada a su
cuerpo. Entonces lentamente apareció en sus labios una sonrisa, justo antes de
abalanzarse sobre ella para hacerle un placaje que la tiró al suelo y volver la manguera en
su contra. Meredith recibió una buena ducha, y el agua, efectivamente, estaba fría.
Regodeándose en su triunfo, Rolf le tendió una mano para ayudarla a levantarse.
Meredith todavía escupía agua y mechones de pelo de su boca. Sólo entonces se dio
cuenta de que Rolf había dejado de sonreír de repente. Ahora observaba con sumo interés
el pijama mojado, adherido a cada una de las curvas de su cuerpo como un envoltorio de
plástico negro.
-Ayer por la noche, cuando te vi en pijama por primera vez, pensé que no me gustaba
-comentó con una sonrisa perezosa-, pero he cambiado de opinión. -Después, sacudiendo
la cabeza, la tomó de la mano conduciéndola hacia el interior de la casa-. Ya basta de
juegos. No debes seguir intentando seducirme, encanto.
Meredith chisporroteaba de indignación. El le dio una palmadita en la barbilla.
-Venga, vamos adentro, tenemos que hacer una lista con los materiales que necesitamos.
No es hora de entretenerse, mujer.
«Debo comportarme como una persona adulta. No tengo que saltar con cada palabra que
sale de su boca como una trampa. No debo mirar sus nalgas a través de la tela del
pantalón mojado.»
-¿Has desayunado?
-Sí, hace rato que rompí el ayuno, con galletas y aguamiel. Tendrás que volver al centro
comercial pronto. «¿Eh? ¿Galletas y aguamiel?»
-Por favor, ¿has desayunado galletas Oreo y Bud Light?
-Sí. ¿Pues no acabo de decírtelo? ¿Por qué te has quedado boquiabierta? Es una
combinación deliciosa. Desayuné mientras miraba Barrio Sésamo en la caja de imágenes.
Hoy he aprendido la letra «X» con Epi y Blas. Creo que la «X» es la mejor letra de
vuestro alfabeto. De hecho, forma parte de mi palabra favorita. -Rolf esperó un momento
hasta que ella captara a qué palabra se refería; sus ojos ambarinos centelleaban con
picardía.
Meredith se rió, sintiéndose libre de preocupaciones y más feliz que nunca. Impulsiva.
En efecto, decidió que probaría el desayuno compuesto por galletas Oreo y cerveza.
Por otra parte, tal vez debería dejarse llevar por esa actitud impulsiva.

Geirolf había aterrizado en el paraíso de los constructores navales, el Bangor Hardware


Superstore.
-¡Ahora en serio! ¿Quién eres realmente? -preguntó Mike Johnson por enésima vez,
desde que llegara al feudo de Merry-Death hacía algunas horas, a petición de ella.
Aunque era el día del señor, se había acercado a la oficina a trabajar-. Lo que quiero decir
es que no entiendo qué clase de hombre se vuelve loco por el papel de lija. ¡Papel de lija!
Que te excite Sharon Stone vestida únicamente con un cinturón de carpintero, me lo
puedo imaginar, pero ¿papel de lija? Debes de haber estado viviendo en la selva todos
estos años.
-¿Cómo? -respondió Geirolf sin prestarle demasiada atención, comprobando la textura de
los distintos números de papel de lija apilados en distintos estantes, para después arrojar
una docena de cada al carrito-. No te ofendas, Mike, pero me parece una tontería que tú y
Merry-Death pretendáis construir un drakkar utilizando los métodos tradicionales, cuando
tenéis a vuestra disposición todas estas maravillas modernas.
-De eso se trata, precisamente... de enseñar a nuestros estudiantes el trabajo duro y la
perseverancia necesarios para llevar a cabo un proyecto de semejante magnitud.
-¡Ja! Si queréis, podéis perseverar frotando los ásperos tablones con arena, y cepillando la
madera con una azuela hasta que os duelan los dedos, pero yo no soy tonto. Yo utilizaré
papel de lija para construir mi barco.
Mike sacudió la cabeza atónito.
-La profesora Foster te va a matar. Y no sólo por el papel de lija. Espera que vea esos
martillos high tech y las gubias que has cogido. Quiere que el barco se construya
exactamente tal como hacían los primitivos vikingos.
-O sea, de la manera más dura. ¿No es típico de una mujer? -bramó Geirolf-. Y ¿quién
dice que soy primitivo? Mike soltó una risotada.
-Te has tomado en serio tu estúpida representación de un vikingo, ¿no?
-No, va te lo dije... Vengo de Hordaland, o sea Noruega. Y eso es todo lo que puedo
decirte. Prometí a Merry-Death que no contaría cómo llegué hasta aquí.
-Eso me parece interesante, porque me acusa a mí... o a su hermano Jared de haberte
contratado. -Mike le escrutó con recelo, reduciendo los ojos a dos rendijas-. Esta mañana
casi quema el fax acribillando a todas las universidades del país con cartas sobre ti y ese
endemoniado cinturón tuyo. Hasta me pidió que preguntara a la policía local.
Geirolf no tenía la menor idea de qué era un aparato de fax. Tal vez Mike quería decir un
aparato sajón. Tampoco sabía qué era la policía. Estaba harto de preguntar «¿Qué es
eso?», para cada maldita cosa de aquel nuevo mundo. Pero comprendía la palabra
«carta».
-En mi opinión, ése es uno de los mayores errores cometidos por tu pueblo... enseñar a las
mujeres a escribir. ¡Por todos los diablos! Los hombres de América debéis tener
reblandecido el cerebro. Vuestras mujeres no sólo os riñen incesantemente, «debes
excavar el foso», «limpia las letrinas», «no eructes», sino que ahora además pueden
seguir fastidiándoos utilizando pergaminos.
Mike rió, apretando el paso para no quedarse atrás, mientras Geirolf giraba una esquina
empujando el carrito.
-¿Has compartido tus opiniones con la profesora Foster? -Todavía no --admitió Geirolf,
intercambiando una mueca atribulada con el joven.
A Geirolf le gustaba Mike. El hombre, que debía de haber visto ya unos veinticinco
inviernos, iba ataviado casi igual que él, con calzones vaqueros, camiseta y botas para
correr. La mayoría de los hombres con los que se habían cruzado aquel día llevaban un
atuendo similar. Pero la camiseta de Mike era de color verde y tenía impresas en el pecho
las palabras «U.S. Army». Era el nombre que recibía el ejército americano, según le había
dicho. Mike había sido guerrero durante tres años antes de volver a la escuela, lo cual
resultaba muy extraño para la mentalidad de Geirolf. ¿Un hombre adulto que necesitaba
más educación?
¡Y su cabello! Aquel joven llevaba su cabellera rubia (debía haber sangre nórdica en su
familia) tan corta que se le veía el cuero cabelludo. Decía que era el corte de los marines.
Geirolf nunca había dado crédito a la leyenda bíblica de que la fuerza de un hombre
residía en sus cabellos, pero éstos arropaban en las frías noches escandinavas, cuando no
había ninguna mujer disponible para el lecho. ¿En qué debía de estar pensando Mike?
Alguna mujer debía de haberle convencido para hacer semejante tontería. Probablemente
esa Sharon Rock, no, Sharon Stone, criatura ante cuya mera mención a Mike se le hacía
la boca agua.
Mike le contó que sus padres habían muerto años atrás en un accidente en una caja con
ruedas, y su mujer había fallecido hacía dos años esquiando. Geirolf decidió que más
tarde mantendría una conversación de hombre a hombre y le ayudaría a encaminar su
vida de acuerdo con las directrices del comportamiento masculino. Por ventura le
enseñaría la manera de llevarse a la cama a aquella seductora llamada Sharon Stone.
Geirolf dedicó la mañana, después de que Merry-Death saliera hacia la universidad, a
estudiar inglés con Thea. La muchacha, que estaba mucho mejor con la cara sin pintar,
había encontrado un «manual» para niños en Internet, que le ayudó enormemente.
Después miraron durante dos horas Barrio Sésamo en una maratón de la televisión
pública para recaudar dinero. Geirolf pensó que le gustaría tener más tiempo; no podía
imaginar nada mejor que conocer al pícaro Epi, que se le antojaba como un amigo recién
descubierto en aquel país extraño. El aspecto de Epi era distinto al de cualquier niño que
hubiera visto nunca, pero tenía las orejas enormes, como su hermano Magnus, y por eso
aquel «chico» se había granjeado su cariño.
Con ayuda del cinturón talismán, Geirolf ya dominaba los rudimentos del inglés.
Únicamente recurría a su hebilla ocasionalmente, cuando se encontraba en el mundo
exterior, para traducir palabras o expresiones extravagantes, de las que no salían en
Barrio Sésamo o en los libros de gramática. Como por ejemplo las palabras que los
conductores de otras cajas con ruedas habían empleado para gritar a Mike cuando éste se
metió delante de ellos. O las letras de las canciones que salían a todo volumen de la caja
de música de Thea... letras tan estrafalarias como los nombres enfermizos de los músicos.
Thea estaba en casa, pintándose las uñas de manos y pies con Plaga Negra, haciendo
retumbar la atmósfera con la estentórea música.
Pero ahora dirigió su atención en otra dirección.
-¡Por el sagrado Thor! Me parece estar en Asgard -dijo Rolf entusiasmado. Muy pronto se
dio cuenta de que había penetrado en la versión americana del Valhalla, el verdadero pa-
raíso para los hombres: la sección de herramientas eléctricas de la ferretería.
Mike se moría de risa y se burlaba de su fascinación por aquellas herramientas, pero a
Geirolf no le importaba. Daría la totalidad de su cámara de los tesoros a cambio de la
mitad de aquellas herramientas de los dioses.
Por fin, después de casi una hora, Mike consiguió arrastrarlo fuera de allí, y sólo cuando
éste le dijo que aquello suponía una pérdida de tiempo, lo cual le recordó la urgencia de
su misión. Suspirando con pena empujó el carro hasta la caja de madera... el mostrador...
donde un trabajador de la tienda tomó su dinero y lo depositó en otra caja... una a la que
llamaban «registradora».
Geirolf tenía los ojos vidriosos cuando Mike finalmente consiguió hacerle salir de la
tienda con sus compras. Parecía un milagro... todas aquellas extraordinarias herramientas
eléctricas que habían sido inventadas. Había sierras que se movían solas. Taladros que
perforaban la madera más dura sin esfuerzo. Y todas ellas accionadas por algo llamado
«electricidad», que Geirolf buscaría en el ordenador cuando volviera al estudio de Merry-
Death. Mike le había hablado incluso de la existencia de enormes máquinas como palas,
llamadas excavadoras, que podían cavar un foso en un solo día. Geirolf conocía unos
cuantos reyes y nobles sajones que pagarían una fortuna por algo semejante.
-No estés tan triste, Rolf. -Los labios de Rolf temblaban intentando disimular su regocijo,
mientras descargaban sus paquetes en la parte trasera de su caja con ruedas. El vehículo
de Mike era distinto al de Merry-Death. Era de color azul, y únicamente los asientos
delanteros estaban cubiertos por un techo. La parte de atrás era una larga caja (¡qué otra
cosa podía ser!) descubierta destinada al transporte de cosas-. Cuando volvamos a la casa
de la profesora Foster, podrás ver los vídeos que hemos comprado, Esta casa vieja, de
Bob Vila, y Un chapuzas en casa, de Tim Allen. En ellos encontrarás todo lo que siempre
has querido saber sobre herramientas modernas.
Cuando llegaron a la pista de tierra que conducía al feudo de Merry-Death, Geirolf
convenció a Mike de que le dejase conducir su caja. Tras varios bandazos y derrapes,
parecía controlar la técnica. Y era una experiencia verdaderamente excitante, deslizarse a
toda velocidad; velocidad que Mike describió como dieciséis kilómetros por hora. Era
como la euforia tras una feroz batalla, o la emoción de otro hijo tras entablar un duro
combate de deporte de cama. Cuando paró en seco con un chirrido ante la puerta de
Merry-Death, Mike todavía apoyaba los brazos estirados contra el salpicadero y se reía a
carcajada limpia.
Merry-Death estaba en el porche, con las manos en las caderas y los ojos furibundos.
Thea, luciendo unas pinturas de guerra que hubieran sido la envidia de cualquier guerrero
escocés, estaba de pie a su lado, con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿No te parece magnífica? -dijo Geirolf, aspirando con fuerza.
-¿Quién? -Mike le lanzó una mirada incrédula-. ¿Thea? -No, por supuesto que no. ¿Me
tomas por un pederasta? -¿La profesora Foster? ¿Crees que la profesora Foster es
magnífica?
Geirolf asintió con la cabeza, volviendo a sentir, al mirarla, aquella pesadez ya habitual
en sus entrañas, y tina alteración en los latidos de su corazón.
-¿La profesora Foster? -repitió Mike incrédulo y anonadado-. ¿Estás loco por mi jefa?
Debes de estar loco, quiero decir... no me malinterpretes. Me gusta la profesora Foster. Es
una persona encantadora. Pero... ¿magnífica? ¡Para nada! En cambio, Sharon Stone... ella
sí me parece magnífica.
Geirolf denegó categóricamente con la cabeza.
-Eres joven, Mike. Como un caballo con anteojeras. Valoras una mujer únicamente con
tus ojos... y tu miembro viril. -¿Y qué? -sonrió Mike--. A mí me funciona. -Muchacho
insensato, hay más... mucho más.

Meredith no daba crédito a sus ojos. Eran las seis. Mike y Rolf habían estado fuera toda
la tarde. Y, para colmo, Rolf conducía la camioneta. Aunque era domingo, había decidido
ir a la oficina, donde se había encontrado con Mike. Había pedido a su ayudante
universitario que fuera a su casa para conocer al nuevo constructor naval del proyecto.
No esperaba que se embarcasen en una gran aventura... y mucho menos que fuera el
vikingo quien estuviera tras el volante de la furgoneta.
Decidió que estrangularía a Mike. Después se enfrentaría al gigante, aquel que tantas
preocupaciones le había causado durante todo el día, puesto que las innumerables
indagaciones sobre su identidad habían resultado infructuosas, y sólo habían originado
más interrogantes.
-¿Dónde habéis estado todo el día? -espetó a los dos hombres que se acercaban cargados
con bolsas en las que podía verse impreso el logotipo de la Bangor Hardware Superstore.
--De compras -respondió Rolf alegremente, inclinándose para darle un beso rápido en los
labios al pasar-. Te he echado de menos, encanto -susurró al lado de su boca todavía
abierta de por el asombro.
Aquel gesto espontáneo dejó a Meredith estupefacta. Momentáneamente olvidó por qué
estaba tan enfadada y preocupada. «Me ha besado. Así, por la cara. Me ha besado.
Delante de Mike y Thea. Oh, señor, me ha besado. Como si tuviera todo el derecho a
hacerlo.»
Mike simplemente se rió entre dientes. A Thea se le escapó una risita tonta.
Rolf lanzó a Mike una mirada cómplice y le guiñó un ojo. -iAaarghh! -gritó Meredith,
volviendo a la realidad-. Estaba tan preocupada.
-Eso es algo típico de las mujeres... retorcerse las manos con nerviosismo cuando sus
hombres parten para la batalla. -¿Batalla? ¿Qué batalla? Estabais comprando.
-Es lo mismo -dijo Rolf, agitando una mano en el aire. Mike agachó la cabeza
avergonzado.
-Lo siento, profesora Foster. Debería haberte llamado, pero nos... esto... entretuvimos en
la sección de máquinas de la ferretería.
Rolf profirió un suspiro.
-Estoy enamorado...
A Meredith el corazón le dio un vuelco.
«¿Ha conocido a una mujer en la ferretería? ¿Un flechazo? Vaya, ¿no es típico de los
hombres? Ligarse a una para enseguida acosar a otra. ¡No, no, no! ¿Por qué estoy
pensando esto? Él no ha ligado conmigo. Ay, ay!
-…de las herramientas eléctricas -concluyó Rolf con una elocuente sonrisa. Obviamente
había advertido su consternación.
-¿C... cómo?-farfulló Meredith, que en algún momento había perdido el hilo de aquella
conversación surrealista.
-Rolf ha descubierto la juguetería de sus sueños: las herramientas eléctricas -anunció
Mike mordaz.
-Esta noche veremos a Bibveela y a Timalle y en la caja de imágenes. Entonces lo
comprenderás -exclamó Rolf, extrayendo las dos cintas de vídeo de una bolsa.
-Bob Vila y Tim Allen -tradujo Mike. En un aparte, preguntó a Meredith, articulando para
que le leyera los labios-: ¿Quién es este tipo?
A Meredith la cabeza le daba vueltas, pero un hecho importante se abrió camino entre la
confusión. No había otra mujer. Más tarde analizaría la sensación de alivio absolutamente
gratuita que la inundaba. De momento, se limitó a ordenar con un rugido:
-Pasa adentro. La cena está lista, y tenemos muchas cosas de qué hablar. ¿Tú también te
quedas, Mike?
-No me lo perdería por nada del mundo -respondió Mike, todavía riéndose entre dientes-.
Estoy impaciente por ver tu reacción cuando Rolf exponga su teoría sobre el feminismo.
-Rodeando a Thea por los hombros con el brazo libre, se dirigió hacia la casa-. Por cierto,
me encanta tu maquillaje, chica. Pero el pendiente en la nariz, no sé, me desconcierta.
¿No se te quedan enganchados los pañuelos de papel?
-Oh, Mike, tú siempre bromeando -respondió Thea halagada.
-Espero que hoy no haya gusanos otra vez -rezongó Rolf, propinando a Meredith una
palmadita en las nalgas al pasar a su lado.
Ella apenas pudo reprimir un alarido de indignación.
-Tengo un hambre atroz -prosiguió-. Daría buena cuenta de medio oso asado ahora
mismo, acompañado de un trozo de pan blanco. No creo que...
-Hay chili y panecillos de masa fermentada. Lo tomas o lo dejas -contestó Meredith
riendo.

-Hoy he hablado con mi hermano Jared. Me ha dicho que él no te envió -informó


Meredith mientras servía más chili a Rolf y a Mike, que repetían por tercera y segunda
vez respectivamente. Tendría que hacer un curso de reciclaje para cocinar en grandes
cantidades.
-¿No te lo había dicho ya? --replicó Rolf, todavía contrariado porque Meredith no había
comprado más cerveza-. ¿Cómo puede comer un hombre su cena sin aguamiel que le
ayude a hacer la digestión? -No había dejado de refunfuñar durante toda la cena-. Sobre
todo, para digerir este forraje picante.
-Entonces, ¿quién te dijo que quería contratar a un constructor naval? -Meredith formuló
la pregunta con indiferencia, con la esperanza de pillar a Rolf desprevenido, pero vio que
Thea y Mike levantaban la cabeza intrigados, así que inmediatamente añadió-: Bueno, no
importa, ahora estás aquí. Supongo que eso es lo que cuenta. -Tendría que esperar el
momento adecuado, en privado.
Sonó el teléfono y Meredith fue al salón para contestar. Su casa, normalmente impoluta,
era un caos. Había ropa de Thea esparcida por todas partes. Sobre la mesa, una bolsa de
palomitas de maíz del microondas hacía compañía a un montón de cedés, sin mencionar
un surtido de productos cosméticos que podría ruborizar a la mismísima Mary Kay. En
una esquina estaba la ropa nueva de Rolf, cuidadosamente doblada, junto con su túnica de
cuero y las botas, que Meredith había limpiado para él. Afuera, la espantosa y pechugona
figura femenina todavía yacía en el patio.
Meredith profirió un suspiro de desesperación y descolgó el teléfono al tercer timbrazo.
-¿Sí?
-¿Mer? ¿Por qué suspiras? ¿Qué pasa? -preguntó una voz femenina en un arrebato de
preocupación. Era su hermana Jillian.
-¿Que qué pasa? Te diré lo que pasa, Jillie. Aquí hay una niña de doce años que debería
estar con su madre. Tengo que finalizar la construcción del drakkar antes de que acabe el
semestre. Tengo un constructor naval que se cree que es un vikingo de verdad y que
espera que esta noche miremos juntos en la tele Un chapuzas en casa, como mandan las
buenas costumbres. Y, por si eso fuera poco, tengo que decidir qué demonios haré con mi
vida cuando finalice el proyecto.
Jillie dejó escapar un profundo suspiro de alivio.
-¿Eso es todo? Creía que era algo grave.
Meredith volvió a gemir.
-Si eso no te parece grave, dime que otra cosa puede haber.
-Te diré lo que es grave, querida hermanita. Se trata del bosquejo que me enviaste de una
joya medieval.
Meredith inmediatamente se puso en guardia. Ese mismo día había enviado su dibujo por
fax a Jillie, a su hermano, a sus padres, e incluso a un colega de la Universidad de
Columbia.
-Me he pasado toda la tarde buscando en los archivos de la biblioteca de un museo. ¡La
hebilla de ese cinturón es una pieza magnífica! ¿De qué material está hecha? Es igual, no
hace falta que intentes describirlo. Regreso a Estados Unidos. Tengo que verlo en
persona. Podría tratarse de un descubrimiento decisivo. Como los pergaminos del mar
Muerto de la tumba del faraón Tut. Bueno, tal vez no tanto. Pero estamos hablando de
algo que puede hacernos famosas, encanto.
Meredith apartó el auricular de la oreja y lo observó atónita. Su hermana iba a interrumpir
su trabajo en el museo de Londres, pero no para ayudar a su hija, sino para examinar una
alhaja antigua. Y ¿a qué venía eso de utilizar el plural, «nosotras»?
-¿ Me estás escuchando, Mer?
-¿Qué? -aparentemente su hermana seguía parloteando.
-Creo que podré salir en un par de días. Mientras tanto, ¿podrías hacer algunas fotos y
enviármelas? O dibujos más detallados, si crees que las fotografías pueden hacer que el
tipo sospeche algo. Sea como sea, sobre todo no dejes que el tipo se escape con su
cinturón, róbalo si hace falta.
--¿Estás loca?
El tono de haber colgado fue la única respuesta.
Meredith lanzó una mirada a la cocina, donde Thea parloteaba alegremente con Mike y
Rolf mientras introducían los platos en el lavavajillas y recogían la mesa. La madre de
Thea no había solicitado hablar con su hija, ni siquiera había preguntado si se encontraba
bien.
Parpadeó varias veces para impedir que se le saltaran las lágrimas cuando Rolf avanzó
hacia ella.
-No pongas esa cara tan triste, encanto --dijo, mostrándole las dos cintas de vídeo-, hoy
vamos a aprenderlo todo sobre las herramientas eléctricas.
Meredith ocultó el rostro entre sus manos, pero antes Rolf añadió:
-Además, tenemos postre.
Había conseguido otra bolsa de galletas Oreo en algún sitio. Tal vez también las vendían
en la ferretería. Thea y Mike le seguían con cuatro vasos de leche.
A Jeffrey le hubiera dado un ataque al verla comer porquerías. Era un devoto defensor del
mantra «una buena alimentación, nutre el cerebro». Y la telebasura era un tabú aún
mayor. A diferencia de sus padres, habían tenido televisión en casa, pero Jeffrey hubiera
bloqueado todos los canales que emitieran algo con tan pocas pretensiones intelectuales
como Tim Allen.
A Meredith le avergonzó aquel recuerdo súbito e inoportuno. Después, enderezándose
con determinación, decidió que, a partir de ese preciso momento, no iba a permitir que el
cretino de Jeffrey siguiera controlando su vida.
-¡Estupendo! -exclamó, y se dejó caer en el sofá-. Estoy impaciente. -Y lo decía en serio.
Sin embargo, una hora después, Meredith tenía ardor de estómago. Y no era sólo debido a
las galletas Oreo y la leche, encima del chili y los panecillos de masa fermentada. Era a
causa de Rolf y su comportamiento bajo los efectos de la televisión. El vikingo miraba la
pantalla absorto, paralizado, aullando de placer, al unísono con Thea y Mike. Bob Vila
había captado su atención, pero la gran sensación era la malograda serie Un chapuzas en
casa.
-Mira, Merry-Death. Tim está construyendo un cuarto de baño, con un asiento reclinable,
una banqueta para los pies y un pedestal para la copa de aguamiel y el puro. ¿ No te pare-
ce genial?
«Sí, genial.»
-¿Qué es un puro? ¿Podemos comprar puros mañana, Mike?
-Claro -respondió Mike.
--Qué asco -añadió Thea.
-Por supuesto que no -prohibió Meredith.
Los distintos capítulos fueron sucediéndose, y Meredith se dio cuenta de que había
creado un monstruo: un vikingo cuyo héroe era Tim Allen de Un chapuzas en casa.
Rolf profirió un suspiro y volviéndose hacia ella dijo: -Creo que Tim debe de ser uno de
vuestros dioses modernos. Incluso su compañero, Al... debe de ser un dios menor. -No
creo.
Por fin Rolf apretó el botón de apagado del mando a distancia y miró a Meredith a los
ojos.
-Tengo una idea estupenda.
Un mal presentimiento hizo que a Meredith se le revolviera aún más el estómago. Mike y
Thea escuchaban expectantes: miraban a Rolf como si fuera la personificación de un dios
y sus palabras pepitas de oro de sabiduría.
-¿Por qué no invitamos a Tim Allen para que nos ayude a construir nuestro drakkar?

Capítulo ocho
Eran las diez y Meredith seguía hablando por teléfono. Esta vez con sus padres.
Ocupando sus respectivos escritorios, en el despacho que idearon para ellos hacía ya
varios años en la biblioteca revestida de madera de nogal, de su casa en Princeton, sus
padres se las ingeniaban para echarle una arenga en una conversación telefónica a tres
bandas.
¿Cuántas veces, durante años y años, fue llamada por sus padres a ese sanctasanctórum
para dar cuenta de su frívolo comportamiento? ¡Como si ella hubiera sabido ser frívola!
¿Había estado alguna vez a la altura de su alto nivel de excelencia tanto personal como
académica? Por mucho que se esforzara en complacerles, a ojos de sus padres ella había
sido una fracasada, igual que Jillie, que no lo intentó en absoluto.
El estómago revuelto de Meredith se quejaba, probablemente augurando una úlcera. De
naturaleza cobarde, en lugar de hacerles frente, se refugiaba invocando la pared invisible
que sus recriminaciones no podían atravesar. Si se negaba a escucharles, no podían
herirla.
Meredith se concentró en los sonidos procedentes de la buhardilla, donde Thea se
preparaba para acostarse. Afuera, el ruido áspero del papel de lija contra la madera
reflejaba la obsesión de Rolf de trabajar hasta no poder más, con el fin de regresar cuanto
antes a su hogar. Cuando Meredith pensaba en su inevitable partida, su ánimo caía en
picado como bajo el peso de una losa. No tenía idea del motivo. Rolf había entrado en su
vida hacía tan sólo dos días y, sin embargo, de algún modo colmaba una de sus
necesidades más íntimas... que todavía no comprendía del todo y de la que nunca había
sido consciente.
¿Quién era ese hombre? ¿Y por qué había hecho aparición en su mundo? Tenía que haber
una razón.
-¿Me estás escuchando, Meredith Ann? -la reprendió su madre-. De niña ya soñabas
despierta. Aparentemente no has perdido esa horrible costumbre. Pon atención, querida.
Esto es importante.
-Vamos, Lillian, no riñas a la niña -interrumpió su padre, que siempre se había referido a
ella como <<la niña». Meredith se preguntó si su padre podía imaginarse lo insultante
que resultaba aquella expresión. Probablemente, no-. La niña no entiende la importancia
de la información que nos transmitió esta tarde. Nunca se ha tomado su trabajo lo
suficientemente en serio.
-Probablemente sigue obsesionada en su inútil marido. Te lo dije desde el principio,
Herbert, que ese matrimonio nunca funcionaría. ¿No es cierto?
-Sí, Lillian, lo dijiste.
-Nunca me impresionó el coeficiente intelectual Mensa de Jeffrey. Después de todo, sólo
era un licenciado de una universidad estatal. Y engreído... Dios mío, ese bigote suyo le
delataba.
-Bueno, Einstein también llevaba bigote, Lillian. Debemos ser tolerantes.
-¡Umpf! Einstein no perseguía a las muchachas jóvenes para fecundarlas. Einstein no
dejó a su mujer porque no podía tener hijos. Einstein no...
-¡Basta ya! -gritó Meredith, sorprendiéndose a sí misma. Después, con un tono más
neutro dijo:
-Tengo que dejaros. ¿Cuál es realmente el motivo de vuestra llamada?
-Tu tono de voz no me afecta lo más mínimo, Meredith Ann -dijo su madre con frialdad.
-La niña siempre ha tenido un problema de autocontrol -añadió su padre.
-Igual que Jillian.
-¡Aaargh! -fue la contribución de Meredith.
-La razón por la que hemos llamado -dijo su madre en un tono exagerado de paciencia- es
que tu padre y yo hemos hablado sobre la conversación que mantuvimos contigo esta
mañana, después de que enviarás el fax. Y aunque seguimos pensando que el trabajador
que has contratado está equivocado en sus afirmaciones sobre algunos de los
acontecimientos históricos del siglo x, también creemos que plantea hipótesis
interesantes.
-Como por ejemplo sus impresiones sobre la reina Aelfgifu. Y los detalles sobre la corte
del rey sajón Etelredo en Winchester y la del rey Olaf en Noruega en el siglo x. También
su relación de barcos adquiridos por personajes de la nobleza de aquella época -añadió su
padre-. ¿Dijiste que Ralph es de Noruega? Había un tráfico intenso entre las tierras
escandinavas y Jorvik, el centro neurálgico de comercio de Norte Umbría. Tal vez Ralph
haya encontrado por casualidad algunos documentos que permanecieron largo tiempo
escondidos...
-O antiguas piedras rúnicas de Islandia que arrojan nuevas informaciones sobre la cultura
de la Alta Edad Media --agregó su madre esperanzada-. Si es cierto que Ralph puede leer
el alfabeto futhark, tal como afirmas, ese hecho en sí mismo es extraordinario.
-Se llama Rolf, no Ralph.
Como de costumbre, sus padres, la arrollaban como una apisonadora. Esta vez ni siquiera
se dieron cuenta de la corrección.
-Los trabajadores a menudo descubren objetos de vital importancia, sin ser conscientes de
su relevancia. ¿Te acuerdas de aquellos antiguos pergaminos, Lillian, que un trabajador
egipcio de una cantera tenía guardados en los muros de su casa?
Meredith pudo percibir el tono eufórico de su padre. La emoción de un posible nuevo
descubrimiento era lo único que podía suscitar tal estado de excitación. La única muestra
de afecto que Meredith recordaba de su padre fue un brusco abrazo, cuando, todavía
adolescente, obtuvo 1.500 puntos en el examen SAT, que inmediatamente su madre se
encargó de pasar por agua, recordándole que Jared había obtenido 1.550.
-Tu padre tiene razón. Probablemente, ese hombre es un fanfarrón inculto, como la
mayoría de los trabajadores de yacimientos arqueológicos, pero nunca se sabe. El hecho
de que afirme ser un vikingo, y que se vanaglorie de ello, no obstante, es tan... tan...
plebeyo.
-¿Eh? Nunca dije que fuera un trabajador de un yacimiento arqueológico. Os conté que es
un constructor de barcos vikingo -interpuso Meredith.
Las risas colectivas al otro lado de la línea constituían una condena abierta a sus
facultades mentales.
-¿Acaba de usar la niña esa palabra infame?
-Sí, Herbert, lo ha hecho. Creía que habíamos conseguido eliminar ese rasgo de su
personalidad hacía ya tiempo. -¿Qué palabra? -preguntó Meredith.
-«¿Eh?» -informó su padre con un tono glacial de desagrado.
-Padre -dijo Meredith con un suspiro provocado por la exasperación-, tengo treinta y
cinco años. Ya puedes dejar de corregir mi forma de hablar.
--Sea como sea, niña, llegaremos el sábado.
-¿Q... qué? -chirrió la voz de Meredith. Era la primera vez que decían querer venir a
Maine. Sintió un pinchazo en el estómago y la bilis le subió hasta la garganta. «¿El
sábado? ¿En seis días? Oh, cielo santo.»
-Por favor, arréglalo todo para que tengamos un coche de alquiler esperando en el
aeropuerto, Meredith Ann. Y búscanos alojamiento en algún hotel decente de las
cercanías.
-Hagas lo que hagas, niña, no permitas que Ralph se escape hasta que hayamos tenido la
oportunidad de entrevistarle.
«¿Escapar? ¿Cómo podría impedir que Ralph, el botarate gigante... digo... Rolf... no haga
lo que desea?»
-Creía que os ibais a Bombay.
--Chist, chist, niña. Hay que centrarse, ¿recuerdas? Bombay fue el mes pasado. El lunes
debemos asistir a un simposio en Hamburgo, «Las implicaciones sociales y políticas de la
cal en las letrinas del siglo x». Sólo disponemos de dos días para ir a Maine.
-No, no, no... esperad un momento. Creo que no es una buena idea -protestó Meredith,
pero sus padres ya habían dejado de sintonizar con ella.
-Asegúrate de meter la grabadora en la maleta, Herbert, y muchas cintas.
-Sí, Lillian. Y no olvides la cámara. Puede que necesitemos fotografiar la hebilla de ese
cinturón medieval.
-Supuestamente medieval, Herbert.
-No hace falta decirlo, Lillian -dijo su padre desdeñosamente.
Ni siquiera se dieron cuenta cuando Meredith colgó el teléfono con un adiós casi
inaudible.
En cuanto depositó el teléfono inalámbrico sobre la mesa, el aparato volvió a sonar.
Meredith pulsó un botón que activaba el contestador automático. Era más que suficiente
para un día.
-Hola, Mer, soy Jared. Hablé con Jillian ayer por la noche y los dos creemos que has
pescado un pez gordo. Llámame mañana a primera hora. Tienes que acribillar a ese tipo
con el millón de preguntas que he preparado para él. Probablemente es un impostor, pero
ese cinturón es... bueno, si es lo que creo que es, podría constituir el eslabón perdido de
un importante segmento de la historia. Y el mascarón de proa parece igualmente
fascinante. Pero ten cuidado, hermanita. Los hurtos en yacimientos arqueológicos se
están convirtiendo en un problema internacional. No debes relacionarte con criminales.
Llámame mañana. Ah, ¿te he dicho ya que puede que venga la semana que viene? De
todos modos, necesito unas vacaciones.
¿Hurtos en yacimientos arqueológicos? ¿Podría ser Rolf un criminal? No, decidió
inmediatamente. Pero ¿qué había dicho Jared al final? ¿Que tal vez él también vendría?
¡Oh, santo cielo!
Tomó un gran trago de Pepto-Bismol antes de salir afuera para hablar con su criminal
interino. A ver qué decía ante la perspectiva de toda aquella gente que muy pronto se
darían cita en su casa.
Aún mejor sería ver la cara de sus padres y hermanos cuando vieran que estaba
compartiendo su casa con un simple «obrero».

-Rolf, ¿por qué no das el día por terminado?


Meredith avanzó hasta donde Rolf trabajaba afanosamente, lijando el esqueleto del barco
de menor tamaño que ya había erigido. El olor acre de la madera recién cortada
impregnaba el viento.
-Mike estará aquí con los estudiantes a las nueve de la mañana. Llevas desde el amanecer
en pie; venga, es hora de ir a la cama.
Se puso en pie con un ágil movimiento, dejando caer el papel de lija al suelo.
-¿Es una invitación?
Rolf la miró solemne mientras se enjugaba el sudor de la frente con el antebrazo. Llevaba
únicamente los pantalones de chándal y las zapatillas deportivas, además, por supuesto,
de su cinturón talismán. Pero eso era todo. A pesar de que el aire primaveral todavía era
fresco, la transpiración hacía brillar su cara, los hombros y la enorme y tentadora
extensión de su pecho. A la luz de la luna llena, ella observó, fascinada, cómo se
deslizaba una perla de sudor desde su barbilla, pasando por el esternón hasta llegar, lenta,
muy lentamente, a la hebilla del cinturón.
-¿Y bien? -dijo Rolf, provocándola con una sonrisa cómplice.
Cuadrándose, ella incrustó un vaso de té frío entre sus manos. -No, no es una invitación.
Es una orden. Debes descansar, o no me servirás de nada.
Rolf sonrió ante el doble sentido involuntario de sus palabras, mientras tomaba un sorbo
del vaso, para probar. Normalmente, aparte de aguamiel, ninguna otra bebida era de su
agrado. Pero ésta le gustó, así que echando la cabeza hacia atrás, la terminó a largos
tragos.
Meredith tuvo la oportunidad de admirar su esbelto perfil. La nariz y la barbilla,
contundentes. El elegante cuello. Sus labios carnosos y mojados.
«Amor con un vikingo ardiente» presentaba cada vez mejores perspectivas.
Rolf dejó el vaso sobre el armazón del barco y le lanzó una mirada desafiante.
-¿Una orden, has dicho? ¡Ja! Me ofende la aseveración de tu autoridad sobre mí. En
verdad, mi intención es hacer exactamente lo contrario, para demostrarte que no puedes
doblegarme a tu voluntad, utilizando únicamente palabras. Has de saber esto, mi señora:
Geirolf Ericsson no acepta órdenes de nadie.
-Espera un segundo. En algún punto del camino has llegado a creerte que estás a cargo de
este proyecto.
-¿Cómo? -La mandíbula de Rolf se puso rígida, su tono de voz denotaba tensión.
-Tal vez fue en el centro comercial cuando tomaste el mando. Quizá fue cuando
compraste todas esas herramientas modernas, en la ferretería, en contra de mis
directrices. O cuando echaste por tierra todas las horas de duro trabajo de mi abuelo, sin
permiso. O cuando te instalaste en mi casa. Pero entérate de esto, gallito... Voy a trazar
una línea en la arena. Yo soy la jefa. Y tú el empleado. Y a partir de este momento, debes
acatar mis órdenes.
Rolf sacudió la cabeza con incredulidad.
--Ten precaución, buena moza. Has traspasado los límites de la valentía y has entrado en
el reino de la estupidez con tu cháchara femenina carente de sentido.
Meredith bramó en el sentido literal de la palabra. -Y deja de llamarme «moza».
-Te llamaré moza y lo que me venga en gana. -Rolf se inclinó hacia ella hasta que
prácticamente sus narices se rozaron--. Quieres saber cuándo me convencí de mi
autoridad superior. Pues te lo diré, buena moza.
Su cálido aliento bañó los labios de Meredith al hablar. Un escalofrío le recorrió el
cuerpo, pero se negaba a retroceder. En realidad, no habría podido moverse aunque su
vida hubiera dependido de ello, tal era el grado de hipnotismo que en ella suscitaba su
proximidad.
-Por ventura he tomado el control porque me llamo Geirolf Ericsson, hijo de Eric
Tryggvason, karl de Hordaland, y nací para ser líder -informó Rolf-. Quizá fuera cuando
los dioses me condujeron a través de este maldito agujero en el tiempo a una mujer
obstinada cuya lengua arruina su sentido común. Tal vez fuera cuando vi los
descabellados errores cometidos en el drakkar, y sabía que podía corregirlos. O puede que
fuera... -Rolf vaciló, deslizando la lengua sobre su labio superior en una deliberada
insinuación sexual-, puede que fuera cuando te convertí en una gatita que se abandonó
ayer en aquella caja con ruedas tuya. Con unos cuantos besos, nada más.
Meredith ahogó un grito ante la referencia al lapsus en el que perdió el juicio. ¡Qué típico
de un hombre, dar tanta importancia a su indiscreción!
Al enderezarse, Rolf rozó los labios temblorosos de Meredith con sus nudillos.
Profiriendo una carcajada, añadió:
-Imagínate cuando por fin copulemos, encanto. ¿Crees que serás tú quien lleve la voz
cantante? ¡Ja! No lo creo. El hombre dirige, la mujer le sigue. Es la ley de la naturaleza y
así ha sido siempre.
Meredith echaba chispas de indignación. Toda la calidez de sus sentimientos se
desvaneció al oír su discurso machista.
-Tú... tú, engreído cerdo machista, arrogante y autoritario. Neandertal de la Edad de
Piedra. No «copularía» contigo aunque fueras el vikingo más caliente del mundo.
-Oh, pero no es un «no» definitivo -aseveró con suma confianza en sí mismo-. Tus
protestas dicen «no», pero en tus ojos arde la palabra «invitación».
-No... es... cierto.
-Crees que me rechazarás con tu fastidioso desafío ante cada una de mis órdenes.
Desconfías cuando te hablo de mi pasado y de cómo llegué a tu país dejado de la mano de
dios. En ese caso, mi señora, eres tú quien carece de veracidad. Te mientes a ti misma al
decir que no quieres tenerme. Me deseas cada vez más ardientemente, apostaría mi larga
espada a qué así es. Pero me tendrás, a mí y a mi otra espada ---y al decir esto, hizo un
gesto grosero señalando en dirección a sus ingles-, o no me tendrás, si yo así lo decido.
Fue la gota que colmó el vaso. Aquel estúpido se había pasado de la raya.
-Te echo.
-¿Pretendes echarme? Claro que nos echaremos, pero juntos. Podría tomarte aquí mismo,
en el suelo, y abrir tus surcos, hasta el infierno, ida y vuelta.
-No me refería a eso, pervertido. Estás despedido. Ya no trabajas en el proyecto. No
quiero verte más por aquí.
Meredith respiró profundamente al escuchar la severidad de sus propias palabras. Su ira
desenfrenada había hablado por ella, sin que ella pudiera pensar. Deseó poder retractarse,
especialmente cuando Rolf se enderezó con el orgullo herido.
-No quería...
Él alzó una mano para interrumpirla.
-¿Has dicho «despedido»? ¿Has dicho que no me deseas? -Aquellas palabras la hirieron
como puñales-. ¡Así sea!
Con el corazón latiendo con fuerza y los ojos empañados de lágrimas, Meredith vio cómo
Rolf se dirigía a grandes zancadas hacia al casa. Para seguramente salir de su vida del
mismo modo.

La mujer estaba pálida y triste cuando entró en su casa poco después, pero a él no le
importaba. Nadie, hombre o mujer, podía mancillar su honor y salir indemne. Si fuera un
hombre, ya estaría muerta..., o seriamente magullada.
-Rolf, lo siento, si te he ofendido -dijo tartamudeando.
Él se dio cuenta de que su orgullo también estaba herido, porque las palabras no salían
con facilidad. Se desprendió de sus modernas vestiduras y se puso su túnica de cuero y el
cinturón con el talismán. Se quitó las cómodas zapatillas deportivas y se calzó sus rígidas
botas de tiras de cuero cruzadas. Debía recordarle que era un vikingo, no un hombre
moderno y blandengue que podía amasar a su antojo.
Con aire despectivo, y todavía ofendido, sintió frío en sus partes viriles sin el taparrabos.
Sin duda le saldrían ampollas en los talones como consecuencia del roce de las botas de
piel, que habían encogido con el agua del mar.
¡Maldita sea! Un par de días en estas tierras extrañas y ya me estoy ablandando. »
Ella puso una mano sobre su brazo.
-Rolf...
-Suéltame -dijo con rudeza, apartándose de ella. Debía ser cauto. La moza tenía la
capacidad de enturbiar sus sentidos cada vez que se acercaba a él.
«Oh, estupendo. Ahora se le llenan los ojos de lágrimas. Ahí viene. Ahora empleará todas
sus argucias femeninas para domeñarme a voluntad. ¡Pero no permitiré tal
engatusamiento! No lo haré.»
Se quitó uno de los brazales del brazo y se lo tendió a Meredith.
-Esto es a cambio del dinero que me adelantaste. Ya no trabajaré más en tu drakkar.
Ella intentó devolvérselo pero él la esquivó.
-Cuando Mike llegue mañana, le daré el otro brazal. Tal vez pueda encontrar un
prestamista que me facilite los fondos necesarios para comprar víveres y los materiales
necesarios para terminar mi barco.
-¿Estás loco? Esos brazales probablemente valen cientos de miles de dólares.
Él se encogió de hombros.
-Escucha, me precipité al hablarte de ese modo cuando salí afuera; estaba disgustada. Mi
familia en pleno acaba de anunciarme que vendrán aquí.
-¿Por qué no les negaste tu consentimiento?
Alzó bruscamente la cabeza, como si esa idea no se le hubiera ocurrido nunca.
«Mi hermano Magnus tiene razón. Las mujeres son menos inteligentes.»
-No preguntaron mi opinión.
Él resopló enojado.
-En cambio, no te costó encontrar las palabras para castigarme.
-No lo entiendes. Mis padres me recriminan; eso sí, muy educadamente. Mi hermano se
aprovecha de mi cariño hacia él. Mi hermana se escuda en mi sentido de la
responsabilidad y mis sentimientos de culpa. -Meredith se encogió de hombros en un
gesto de impotencia-. Me resulta más fácil rendirme que discutir con ellos.
-La rendición sin lucha no es más fácil, ni puede ser la mejor solución. Sienta un
precedente, y por siempre jamás te conviertes en presa fácil para aquellos que quieren ir
minando tu armadura.
El rostro de Meredith se iluminó ante su comprensión. -Exacto, eso es lo que sucede. Me
utilizan. -¿Igual que tú a mí?
En su cara apareció la decepción.
-No, claro que no. Bueno, no más que tú a uní. Amontonó unas cuantas mantas y sobre
ellas arrojó algunas manzanas y galletas.
Si no te importa, tomo prestadas estas mantas hasta que pueda comprar pieles para mi
cama. La comida la necesito para romper el ayuno mañana, puesto que me advertiste que
no deseabas que cazara animales salvajes y los cocinara en tu chimenea.
-¿C... cómo? Todavía quieres irte. Pero ¿adónde?
-Fuera. Dormirá bajo las estrellas, al lado de mi barco. Aunque no siga trabajando en tu
proyecto. Necesito terminar in] barco para volver a casa.
-¿Vas a acampar en mi terreno?
--¿No te lo acabo de decir?
«Sí, Magnus tenía toda la razón, en lo que a la inteligencia femenina se refiere.»
-Pero... pero... ¿qué pensará la gente?
-A diferencia de ti, no me importa lo que los demás piensen de mí.
El rubor encendió las mejillas de Meredith. -He dicho que lo siento.
-Te he escuchado, mujer... ahora y antes. Y me parece que es demasiado tarde para
disculparse. -Rolf escrutó su rostro un momento, como reconsiderando sus palabras-.
¿Retiras lo que has dicho?
-Sí. Quiero decir, ¿qué, exactamente? -Meredith miraba a todos lados, excepto a él,
mientras se retorcía las manos con nerviosismo-. No, no estás despedido -murmuró
finalmente a regañadientes.
-Ah -dijo él, con los brazos cruzados sobre el pecho, esperando, hasta que ella se vio
obligada a mirarle a los ojos-. ¿Y las demás palabras?
---¿Las demás palabras? Ah, sí, por supuesto: te necesito en el proyecto.
Rolf denegó con la cabeza.
-No fueron esas tus palabras exactas, mi señora. Lo que dijiste fue <«No quiero verte....
-Acabo de decir que te necesito en el proyecto. ¡Maldita sea! Que más quieres de mí.
-La verdad. ¿Me deseas?
Un débil gemido se escapo de sus labios, dándole de llenos corno un afrodisíaco que Rolf
no necesitaba en absoluto.
te deseo, pero estoy luchando con todas mis fuerzas contra ese anhelo.
Él sonrió. Su respiración agitada y el sonrojo eran indicios inequívocos de que ella le
deseaba, no le hacía falta aquella confesión forzada. ¿Por qué dudaba?
-Quizá piensas demasiado, encanto -dijo con ternura, rozando sus labios separados con
las puntas de los dedos.
Ella respiró entrecortadamente. ¿Acaso estaba experimentando la misma titilante calidez
que ahora pasaba por la mano de Rolf, ascendiendo por su brazo y expandiéndose por
todo su cuerpo sensibilizado?
-¿Nunca has elegido seguir tus impulsos? -preguntó Rolf con voz espesa.
-Nunca.
-Es una lástima. -Él se acercó aún más.
Meredith retrocedió, hasta chocar con la pared.
«Tan voluble como un potro... o una yegua en celo», pensó él para sus adentros.
-Borra esa sonrisita de suficiencia -ordenó Meredith, mientras de un golpe rechazaba la
mano de Rolf, que ya había abierto el prendedor que confinaba su pelo a un apretado
moño en la nuca. De inmediato se esparcieron sus mechones de color caoba y el aire se
llenó de olor a Breck.
Él apoyó ambas manos en la pared a cada lado de su cabeza y se irguió imponente ante
ella.
-¿Por que tiemblas, Merry-Death? No debes temer nada de mí.
-No puedes intimidarme -respondió ella, alzando la barbilla orgullosa. Él era consciente
de que Meredith se resistía a la tentación de acurrucarse en sus brazos, y que por eso
echaba a correr como un acobardado conejo. Su valor era impresionante, además de
insensato. Pues la suerte estaba echada, ahora que la caza había comenzado. Otra cosa no
sería, pero sí un experto cazador.
-Ah, entonces tiemblas a causa de mi presencia -dijo Geirolf, con voz ronca. La primera
regla de la caza era desarmar la presa. 1 se inclinó para acercarse aún más a ella v rozó
sus labios contra la línea de la obstinada mandíbula de Meredith.
-¿C... cómo? No es cierto.
-Embustera. Tu cuerpo ya se está preparando para el apareamiento. -Él dispuso la callosa
palma de una de sus manos sobre uno de los senos cubiertos de seda de Meredith, luego
la otra.
Ella le recompensó con un gemido.
-Tus cumbres endurecidas te delatan, mi señora. -Aprovechando la situación, abrió dos
botones de su «jubón» de seda. Sólo dos, con eso bastaba. Esquivar y saber retirarse a
tiempo, otra de las reglas del buen cazador.
Ella le miró fijamente, como un cervatillo inmóvil ante la flecha del arquero. Él le
sostuvo la mirada. Hasta la bestia más salvaje del bosque era susceptible de quedar
hipnotizada por los ojos de un cazador. Tras una larga pausa, abrió otro botón. Luego
otro. La blusa se abrió, dejando al descubierto sus pechos.
El no la tocó. Se limitó a mirar, y mirar.
Bajo su seductor examen, los rosados pezones empezaron a abultarse y presionar contra
el encaje de su ropa interior.
Él sintió su garganta reseca, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. No era un buen augurio.
El acosador debía tener siempre el control. Al principio, no podía hablar. Cuando por fin
lo hizo, su voz era ronca, casi irreconocible.
-¿Ansías que te toque tanto como yo lo deseo?
Los ojos de color esmeralda de Merry-Death miraron hacia arriba suplicantes, pero ya no
podía pedir clemencia. La sangre corría agitada por sus venas, martilleando su cerebro
impregnado de deseo.
Cuando se hizo evidente que no cedería, ella asintió con la cabeza.
-Dilo -exigió.
La palidez de su cara dejó paso al rubor provocado por la vergüenza.
-Tócame --susurró ella-. Por favor.
Eso bastó. Introduciendo un dedo en la parte más estrecha del sujetador entre sus pechos,
tiró hacia delante para romper la prenda íntima. Sus senos, ahora liberados, eran
gloriosos, globos perfectos de piel cremosa y oscuras aureolas.
Con un gemido de puro éxtasis, tomo en el cuenco de sus manos cada uno de sus pechos,
los alzó, y después agachó la cabeza para introducir uno de ellos en la caverna caliente de
su boca, succionándolo con fruición.
Ella profirió un grito, un aullido agudo de placer agónico.
¿Hay algún hombre que haya escuchado algo semejante de su mujer y que no se haya
sentido como uno de los... elegidos de los dioses? En recompensa a su homenaje,
distinguió al otro pezón con idéntico tratamiento, mientras sostenía a Meredith, a quien
las rodillas empezaban a fallarle. Profiriendo una carcajada triunfante de júbilo, la levantó
en brazos, preparándose para llevarla afuera, donde podrían aparearse en privado.
Ella no protestó. Ni una sola vez. Al contrario, se enroscó en su pecho y escondió su
rostro caliente en el cuello de él. Envuelto por el olor a Breck, Geirolf se sentía exultante.
Era algo maravilloso, esa sensación previa al momento en que un hombre y una mujer se
disponían a hacer el amor.
-Me siento tan dichoso de que hayas cedido, encanto -le dijo al oído con voz ronca
mientras empujaba la puerta con la cadera-. Creía que no aceptarías que me hiciera cargo
del proyecto.
-¿C... cómo? -El cuerpo de Meredith se puso rígido como la pica de un guerrero-. Has
entendido mal. Soy yo la que dirige el proyecto, no tú.
Ella se escabulló de entre sus brazos. Sus ojos seguían ardiendo de pasión y sus cabellos
desaliñados y desparramados en todas direcciones le conferían un aspecto salvaje. Sus
pezones seguían brillando como consecuencia de sus besos. Pero su estado anímico
estaba cambiando rápidamente.
-Mi cuerpo es el que se ha rendido, no mi autoridad.
Él retrocedió.
-No trabajaré para ti, Merry-Death. O me dejas dirigir el proyecto, o no participaré en él.
No aceptaré tu premisa «yo soy el jefe y tú el empleado». No aceptaré tus condenadas
órdenes.
Ella se encogió de hombros.
-No puedo hacer esa concesión. Estoy a cargo del proyecto Trondheim. Yo doy las
órdenes. Y así es como debe ser. Como las gélidas aguas del mar del Norte, sus palabras
truncaron la excitación de Rolf. ¿Cómo podía haberse equivocado al interpretar sus
señales corporales? La maldijo, a ella y a todas las mujeres testarudas que no cedían ante
el juicio superior de un hombre. No le quedaba alternativa.
-Entonces, no tenemos nada más que decirnos.
Con esas últimas palabras, bajó la escalera con paso decidido, recogió el montón de
mantas y abandonó el feudo.
Su orgullo seguía intacto.
Su corazón no.
Capítulo nueve
Dos días más tarde, al volver a casa, Meredith encontró a Thea en el patio pintando de
rojo brillante los pezones de Ingrid. La muchacha ya había dado una capa de pintura color
carne al mascarón de proa de Rolf, allí donde la escamosa «piel» quedaba al descubierto.
Ahora estaba restaurando los puntos más sensibles de Ingrid.
-Hola, tía Mer.
Meredith apenas podía oír a su sobrina debido al estruendo procedente del reproductor de
cedés que ésta tenía al lado. Los responsables de aquella música estridente tenían un
apelativo ridículo, algo como «Tornillos de nueve pulgadas», ¿o era «Uñas de nueve
pulgadas»? Daba lo mismo. Las letras eran incomprensibles, aunque sin duda de mal
gusto. A los abuelos de Thea les iba a encantar la música de su nieta; sus preferencias se
decantaban más bien por el dulcémele medieval.
-¿Por qué has vuelto tan pronto, tía Mer?
-Mike me llamó y me ha pedido que vuelva a hablar con Rolf. --Sus palabras exactas
habían sido: «Suplica si hace falta. Estamos con el agua al cuello». Meredith se apoyó en
la puerta del patio y prosiguió-: Mike me ha dicho que sus estudiantes no están haciendo
ningún progreso. Más bien vamos hacia atrás. Mientras tanto, el barco de Rolf sube como
la espuma.
-Rolf es... bueno, es guay, tía Mer.
«¿Guay? No es exactamente el calificativo que yo emplearía.» -Es agradable -concedió.
-¿Agradable? Agradable? La mantequilla de cacahuetes es agradable. Rolf es... bueno, es
fantástico. ¿No puedes hacer las paces con él?
-No es un problema de hacer las paces, cielo.
Justo entonces Meredith se dio cuenta de que su sobrina no lucía su maquillaje grunge
habitual. «¡Aleluya! Un motivo menos de queja para mis padres.»
-Tienes una piel preciosa, Thea. Verdaderamente preciosa. No me había dado cuenta de lo
guapa que eres.
-Eso mismo dijo Rolf. Me hizo mirarme al espejo, primero con maquillaje, después con
la cara limpia. Pero no me dio su opinión. Sólo me preguntó cómo me veía mejor. Porque
eso es lo más importante. No intentar impresionar a los demás. Simplemente hay que
estar a gusto con una misma.
«¿Acaso no será el consejo de Rolf para Thea un mensaje no tan sutil para mí?», se
preguntó Meredith.
-Bien, me parece un estupendo consejo, cariño, pero ¿qué hizo que saliera ese tema?
-No me acuerdo exactamente. Hablamos mucho. Rolf nunca me trata como a una niña.
Dice que en su país a los niños de doce años de edad se les considera personas adultas.
-Thea dejó a un lado el pincel e inclinó la cabeza como concentrándose-. Ah, ya recuerdo.
Estábamos hablando de su hermana Katla, que se casó con un príncipe vikingo de
Normandía con sólo trece años; la gente se casa muy joven en su país. A lo que iba: Katla
siempre estaba descontenta con su cabello. Era tan rubia que casi parecía que tenía el pelo
blanco. Entoooonceeees, un día se lo tiñó con aceite de nuez. -Thea hizo una pausa para
reír-. Le llevó más de seis meses quitarse el tinte del pelo. Y de la frente. Y de las manos.
Al final resultó que su príncipe adoraaaba el rubio casi blanco de sus cabellos. ¿No te
parece una historia fantástica?
« ¡Oh, sí! Me pregunto por qué Rolf no comparte esas experiencias personales conmigo.
¡Ja! Tal vez porque nunca creo nada de lo que me cuenta. Tal vez porque la mayoría del
tiempo le ignoro. O por lo menos lo intento.»
-Me alegro de que te hayas dado cuenta de la importancia de la belleza natural. Pero veo
que conservas el pendiente de tu nariz.
-Eh, tampoco hay que llevar al extremo ese rollo de la belleza interior. Además, Rolf dijo
que si ahora es normal llevar adornos en la nariz, el mío no le parecía tan mal.
-¿Eh? -«Por favor, he vuelto a decir "¿Eh?", ¿otra vez? Me estoy volviendo primitiva,
estupendo.»
-Rolf cree que las gafas de montura de plata que llevas en la punta de la nariz son una
clase de adorno. Como mi pendiente. Los ojos de Thea danzaron alegres al transmitirle
esa información.
Ambas rieron intercambiando miradas cómplices.
-¿Has comido ya? -Meredith echó un vistazo al reloj. Sólo eran las doce y media, y
apenas había avanzado en el trabajo de oficina. Tal vez sería mejor quedarse en casa.
Preparar las próximas clases. Lavarse el pelo. Comerse con los ojos a Rolf.
-No, gracias, tía Mer. Rolf está preparando un banquete vikingo fuera, con una hoguera y
todo.
Meredith de inmediato se puso rígida.
-Oh, dios mío. No... no me digas que el plato fuerte es conejo fresco.
En la cara de Thea asomó una sonrisa cómplice.
-¿Conejo? Por favor, tía Mer, ¿de dónde sacas esas ideas? No, Rolf envió a Mike y
algunas de las estudiantes al supermercado. Pero no pudieron encontrar un asador o un
caldero en ninguna parte, ni siquiera en el Wallmart. Al final compraron algunos
cacharros de hierro fundido en una tienda de antigüedades. Mike compró también pieles
viejas para Rolf. Son... absolutamente impresionantes.
-¿Pieles? -preguntó Meredith en un débil tono de voz. ¿Qué sería lo siguiente?
Pero no tuvo que esperar demasiado para saberlo.
Olfateó el aire y confirmó que lo que Thea le había contado era cierto. El inconfundible
olor a barbacoa flotaba en el aire. Sin darse cuenta, se preguntó si habría alguna
ordenanza en contra en su municipio. Tal vez no.
-Por cierto, tía Mer. Espero que no te moleste. Mike ha puesto un alargo en la tele para
poder ver Un chapuzas en casa fuera. Después la devolverá a su sitio.
Meredith sacudió la cabeza incrédula ante aquella ironía.
-A Rolf se le salen los ojos de las órbitas cuando ve ese programa, ¿sabes? De hecho, tía
Mer, Rolf considera a Tim Taylor el Hombre-herramienta como su héroe. ¿No te parece
formidable?
«¡Sí, realmente formidable! Otra de las cosas que les va a encantar a mis padres.»
-¿Es cierto que los abuelos nunca tuvieron un televisor cuando tú, mamá y el tío Jared
erais niños? -Meredith se percató de que Thea había dejado de llamar a su madre por su
nombre y volvía a llamarla «mamá». Otro cambio positivo.
-Es cierto, cariño. Nuestros padres tenían otro nombre para la televisión: «comida basura
para las masas». Tampoco ahora tienen televisión.
-¡Puaj! Son tan cerebromaníacos.
«Qué forma tan concisa de resumirlo todo», se dijo Meredith a sí misma.
-Espera que echen un vistazo a Un chapuzas en casa comentó Thea con una sonrisa
traviesa.
Meredith hizo una mueca. «La máxima expresión del machismo y la estupidez, que
glorifica el trabajo manual, en lugar del intelectual. Cielo santo.»
-Estoy impaciente por ver su cara -concluyó Thea entusiasmada.
-Yo sí -dijo Meredith, mientras se ponía una mano en la frente-. ¿Nos queda Tylenol extra
fuerte, Thea?
-No, ayer te acabaste el frasco, ¿te acuerdas?, cuando Rolf salió de la ducha con su,
¿cómo lo llamas?, taparrabos -Thea volvió a sonreír.
Aunque Rolf se negaba a estar en la casa o comer con ellos, le costaba renunciar a la
ducha. Insistió en pagar a Meredith por el uso del baño. Una tarifa ridícula: diez dólares
por ducha. Ella sospechaba que no paraba de entrar y salir de la casa durante el día,
cuando ella estaba en la oficina.
-Hola, doctora Foster. Tenernos que hablar en privado -afirmó Mike al entrar en la casa
desde el patio.
Meredith abrió la boca con asombro, tanto que la mandíbula parecía querer tocarle el
pecho.
Mike iba ataviado con una túnica de piel de ciervo, sin cuello y de manga larga, que le
llegaba hasta la mitad del muslo, y que llevaba ceñida con un cinturón para herramientas
de diez centímetros de anchura. Siguió con la mirada sus piernas desnudas hasta el suelo,
para comprobar que no llevaba botas de suela plana, como las de Rolf, sino botas de
montaña sin calcetines. La visión era considerablemente absurda, teniendo en cuenta el
corte de pelo de Mike.
-En nombre de dios, ¿qué estás haciendo? -preguntó Meredith, intentando contener la
risa.
Mike se sonrojó, pero alzó la barbilla con altanería.
--Rolf dijo que sería buena idea que todos nos vistiéramos a imagen de los vikingos, para
dar mayor autenticidad al proyecto. Por cierto, tesoro -prosiguió dirigiéndose a Thea ,
¿dónde está tu vestido vikingo?
-En casa, no quería mancharlo de pintura -respondió Thea, alzando la vista hacia Mike
con veneración.
-¡Ejem! -tosió Meredith, para llamar la atención de Mike-. Creía que Rolf se negaba a
ofreceros ningún tipo de consejos.
-Él está... trabajando en su proyecto. Pero no le importa compartir con nosotros
información sobre la cultura vikinga.
-¡Qué bondadoso! -observó Meredith con malicia.
-golf tenía razón, doctora Foster. Todos nos sentimos más involucrados desde que nos
vestimos de forma acorde con el espíritu del proyecto. ¿Y no era eso lo que tu abuelo
realmente quería, enseñar a los jóvenes otras formas de vida?
-Tal vez estés en lo cierto -concedió Meredith, asomando la cabeza por el patio. Increíble
pero cierto: aproximadamente una docena de estudiantes iban vestidos como Mike y
Rolf. Algunos llevaban idénticas túnicas sin cuello, a media altura del muslo, por encima
de unas mallas ajustadas, y ceñidas mediante anchos cinturones. Otros llevaban capas de
corte sencillo sobre el hombro, sujetas con insignias redondas de metal, que hacían las
veces de los broches tradicionales vikingos. En ellos podía leerse: «Go Eagles», «Larga
vida a los Grateful Dead», «Noche de fiesta en Sigma Nu, busca tu suerte», e incluso «No
es la forma de pescar, sino cómo mover el gusano».
Las jóvenes universitarias estaban monísimas, con el pelo recogido en trenzas y vestidos
sueltos de hilo de manga larga, bajo los delantales que les llegaban a media pierna, a lo
Madre Hubbard, abiertos en los laterales y prendidos a la altura de los hombros mediante
chabacanos broches de bronce.
-¿De dónde han sacado todo eso? -preguntó Meredith, volviéndose hacia Mike.
-Algunos acudieron a la Sociedad para el Anacronismo Creativo local. Otros a Oxfam.
Pero la mayoría de ellos han confeccionado ellos mismos sus disfraces. La tela era muy
barata, y los cinturones y los broches son artículos de tiendas «todo a cien» -respondió
Mike en tono defensivo, por lo que Meredith sospechó que el dinero había salido de los
fondos para el proyecto.
Meredith intentó relajarse.
-Bueno, supongo...
-¿Te importaría que utilizáramos la madera inservible para construir una casa vikinga al
lado de la piscina?
-¿Q... qué? Por supuesto que no. ¿Dónde está Rolf? Quiero hablar con él. ¡Ahora! ¿Qué
pasa con su apretado calendario? ¡Una casa vikinga! Oh, le mataré. ¿Dónde está ese
maldito vikingo?
-¿Tienes que chillar todo el tiempo, Merry-Death? -dijo Rolf, acercándose a ella por
detrás. Mike y Thea salieron corriendo, dejándolos solos-. En verdad, que todas las gavio-
tas de aquí hasta Islandia deben de haber huido a causa de tus alaridos.
Puesto que había tenido que presentar un informe sobre la marcha de los trabajos en la
facultad aquella mañana, Meredith llevaba un traje negro entallado, con una falda hasta
las rodillas, medias y tacones. Mientras criticaba sus «alaridos», Rolf se recostó
perezosamente contra los muros de la casa, con los brazos cruzados sobre la amplia
extensión de su pecho, examinando el conjunto de arriba abajo. Era difícil no darse
cuenta de su mirada de admiración, con sus ojos de color whisky como platos, ante el
largo tramo de piernas que quedaba al descubierto.
-No estaba chillando -dijo ella, desconcertada-. Sólo he dicho... Rolf, ¿me estás
escuchando?
-¿Eh? -Rolf tenía los ojos clavados en sus medias, por no mencionar la chaqueta ajustada
y el discreto escote en medio del cual había una perla solitaria insertada en una cadena de
oro. De pronto, una sonrisa empezó a dibujarse lentamente en sus labios-. ¿Hasta dónde
llegan esas escandalosas calzas?
-Lo suficientemente arriba -espetó ella, con la cara ardiendo de rubor-. En realidad, mi
atuendo no tiene nada que ver con... ¡aaaargh! ... ¿Qué estás haciendo? -Esta vez sí había
chillado.
Rolf había alargado un brazo y empezó a subir el dobladillo de la falda para comprobar
por sí mismo hasta donde llegaban las medias.
Ella le apartó la mano de un golpe y le dijo:
-Llegan hasta la cintura y se llaman medias. Ahora podemos regresar al motivo de mi
temprano regreso a casa: hablar contigo.
-Mmmm -murmuró él, ahora concentrado en el colgante con la perla-. En mi cofre de los
tesoros, en casa, guardo un collar de esmeraldas... lo troqué con un comerciante ruso, en
Novgorod. Te lo regalaría si pudiera. Haría juego con tus hermosos ojos, encanto. -Rolf
tocó con suavidad la perla con el dedo índice.
Debajo, la piel desnuda parecía abrasada por el leve roce. Meredith suspiró
involuntariamente.
-Oh. -Suspiró él también, con voz ronca, obviamente sorprendido. Sus ojos ambarinos
ardían de pasión. En un sólo instante, el roce de su dedo índice sobre la piel de Meredith
había actuado como un fósforo, provocando instantáneamente en ambos el fuego que
ahora les consumía.
Alarmada por la oleada súbita de excitación que la inundó, Meredith retrocedió, a través
de la puerta del patio hacia el interior de la casa.
Él fue en pos de ella, cerrando la puerta a su paso y echando el cerrojo.
Meredith siguió retrocediendo hasta llegar a la esquina al lado de la chimenea, fuera del
alcance de la mirada indiscreta de cualquiera que pasase por el exterior de la casa. ¿Era
casualidad? ¿O acaso deseaba estar a solas con Rolf? ¿La había echado de menos igual
que ella a él en los últimos dos días? ¿La deseaba como ella estaba empezando a desearle
a él?
Con presuntuosa arrogancia, Rolf enroscó una mano tras su nuca, mientras utilizaba la
otra para empotrar las caderas de Meredith contra las suyas. Y sí, debía de haberla echado
de menos. Y mucho.
-No pienso que... -empezó ella a protestar.
-Así me gusta, encanto, no pienses nada. -Rolf terminó la frase por ella. Incorrectamente,
por supuesto, en opinión de Meredith, que era incapaz de encontrar las palabras para
ponerme en su sitio. Rolf la había levantado por la cintura y la presionaba contra la pared,
sus tacones a un palmo del suelo. Sosteniéndola con ayuda de las caderas, estómago con
estómago, Rolf procedió a llevar a cabo lo que había decidido hacía ya tiempo.
Con un rugido de suprema determinación viril, recorrió con las callosas palmas de sus
manos las medias de seda, desde los pliegues de las rodillas, pasando por la parte
posterior de sus muslos y nalgas, hasta llegar a la cintura, remangándole la falda en el
camino.
-Se me van a hacer miles de carreras -dijo Meredith con voz entrecortada.
-Sí, me parece que estás verdaderamente a punto de correrte, mujer -malinterpretó Rolf,
enroscándose sobre ella para demostrárselo. Chispas de excitación al rojo vivo salieron
desde el punto de contacto en cuestión hacia todas las extremidades del cuerpo de
Meredith, que parpadeó atónita, con la esperanza de que sus ojos siguieran en sus órbitas.
Entonces él se apartó un momento para poder subirle la falda también por delante. Rolf, a
su vez, se remangó la túnica, de manera que entre ellos sólo se interponían las medias y la
fina tela de su taparrabos. Antes de que Meredith se desplomara en el suelo, él volvió a
encajar sus caderas, para sostenerla contra la pared como una muñeca de trapo.
-¿Quién tiene el mando, ahora, Merry-Death? -le susurró al oído con voz ronca, sacando
de nuevo a colación su batalla todavía en curso.
Incluso su tórrido aliento parecía una caricia, pero ella se negó a responder. Le parecía
sumamente injusto que mezclara sus diferencias respecto al proyecto del drakkar con el
terreno personal.
Él rió ante su negativa tácita a responder esa pregunta, y Meredith temió que la
interpretase como un desafío. Así fue.
Doblando ligeramente las rodillas y ladeando su pelvis hacia delante, él encajó con
precisión su miembro excitado en la entrepierna de ella. Todo le daba vueltas, y de su
garganta escapó un quejido.
-¿Era una orden, doctora Foster, eso que acabo de oír?
-preguntó Rolf, mientras tomaba las manos de Meredith, apoyadas en sus hombros para
intentar apartarle, y las alzaba por encima de su cabeza. Entrelazando sus dedos con los
de ella, las apoyó contra la pared.
Ella denegó con la cabeza.
-¿Es esto una demostración de cómo los vikingos violan y saquean? ¿Es así como
sometes a tus prisioneras?
-No, es así -replicó con voz de seda.
Y Meredith comprendió, antes incluso de que Rolf inclinara su cabeza, que había caído
en la trampa. -Mójate los labios -exigió.
Debía haberse negado. Pero en lugar de eso, obedeció. Su única satisfacción era sentir la
respiración agitada de él. Rolf hizo un gesto de aprobación con la cabeza. -Separa tus
labios -la persuadió a continuación. Ella de nuevo obedeció.
Sentía la erección contra su cuerpo.
-Ahora arquea el cuello y alza la cara para que tus labios se encuentren con los míos.
-Esta vez dio la orden en un susurro apenas audible.
Él tomó sus labios con salvaje intensidad, tragándose el gemido de Meredith con la boca
abierta. Ávido, la obligó a separar más los labios para que acogiera a su ambiciosa
lengua. Meredith se sorprendió a sí misma al recibir de buen grado su brusca invasión,
jugando con su lengua, besándole. Sin interrumpir el beso, Rolf moldeaba su boca con
húmeda e íntima habilidad. Le indicaba sin palabras la manera de hacer que sus labios
fueran más maleables, para proporcionarle aún más satisfacción.
Cuando la sensación en su entrepierna empezó a latir y a manar en espirales como un
delicioso martirio, augurando un clímax demasiado violento y precipitado, Meredith
intentó apartar su boca y apretó los muslos.
-¡No! -grito.
Aunque la había entendido perfectamente, Rolf mordisqueó su labio inferior con presión
controlada.
-Chist, encanto, déjame hacer. -No era una petición. -Pero yo no quiero... ¡oh! -En algún
momento, durante su estado inducido por la pasión, no se había dado cuenta de que sus
manos seguían encima de su cabeza, ahora de forma voluntaria, mientras las de él se
dedicaban a desabrochar los botones de su chaqueta. Sus ojos dorados ardían de
excitación erótica ante la visión de sus pechos cubiertos de encaje. Después apartó la tela.
No tuvo que pedirle que arqueara la espalda para ofrecerle los senos turgentes y
doloridos. Salió de ella de forma espontánea, ante la necesidad primaria de su contacto.
Y... ¡ooooh! ... Bastó el roce de sus encallecidos dedos sobre sus pezones hinchados para
que Meredith gimoteara y separara sus piernas para rodear con ellas la cintura de Rolf.
Con un gutural bramido, Rolf puso sus manos sobre sus nalgas casi desnudas y la meció,
primero suavemente, luego cada vez con más fuerza, cada vez más rápido. Ambos estalla-
ron, uno contra otro, en un torrente salvaje de éxtasis desbordante.
En algún punto, a Rolf debían haberle fallado las piernas, puesto que Meredith, al
despertar del breve desvanecimiento que había sufrido, el primero de su vida, por cierto,
se encontraba en el suelo, con las piernas todavía enroscadas en la cintura de Rolf, que
parecía tan atónito como ella.
En efecto, Meredith estaba aturdida. Y sumamente avergonzada.

Geirolf estaba recostado contra un árbol y observaba a Merry-Death a través de sus


párpados entrecerrados mientras ésta se deslizaba entre los estudiantes. Se había resistido
a la petición de Thea de ponerse una toga vikinga, pero se había cambiado de ropa y
ahora llevaba unos pantalones vaqueros y una amplia sudadera con la inscripción «Soy
una mujer. Escucha mi rugido». Él sonrió al leer el mensaje. Ya sabía que podía «rugir».
Le gustaban mucho más las prendas que llevaba antes, que dejaban al descubierto sus
largas piernas y buena parte de su busto. O el suéter de piel de gato que llevaba en el
«centro barco-mercial» hacía un par de días.
Pero de momento se reservaría comunicarle sus preferencias. En aquellos instantes, no se
sentía satisfecho con aquella mujer. Hablaba con los jóvenes en un tono de voz normal,
sobre el proyecto y otros asuntos. Se sentaron alrededor del fuego, mordisqueando la
comida que él les había ofrecido trinchada en astas de madera. Trozos de ternera nadando
en una salsa espesa, servida sobre rebanadas de pan blanco sin levadura, que en aquel
país llamaban «pita». Ella se rió alegremente al ver sus atuendos, pero él sabía que su
alegría era forzada. La mujer estaba tan nerviosa como un gato sobre ascuas calientes. Y
con razón.
Se había escabullido de su abrazo después de su virtual apareamiento, hacía apenas una
hora. Pero no por mucho tiempo. Él lo sabía. Y ella también.
Geirolf no daba crédito todavía: había derramado sus semillas sobre sus calzones como
un jovencito demasiado mayor para ello. Por segunda vez. La mujer le había seducido
con aquellas descocadas calzas, conduciéndole a una irrefrenable pérdida de control. Y su
alivio, aunque no había sido como él hubiera preferido, había sido gloriosamente
exquisito. A pesar de que le desagradaba la habilidad que tenía aquella mujer para
reblandecer su cerebro y hacer que sus huesos se derritieran como la mantequilla, estaba
impaciente por ver cómo sería realmente en la cama, si aquello era sólo el aperitivo.
-¿No comes nada? -comentó ella, acercándose por fin a él. Geirolf se percató de que
mantenía cierta distancia, como si temiera que se abalanzara sobre ella.
Tal vez lo haría.
-Preferiría continuar con el manjar que me ofreciste, para luego apartarlo de mi vista
antes de que tuviera la oportunidad de... satisfacer plenamente mi apetito. -Sus palabras la
hicieron ruborizarse, lo cual sorprendió sobremanera a Geirolf, tras la desinhibida
demostración que le hiciera recientemente.
-Bueno, eso fue un... -tragó saliva- error que no debe repetirse.
Él rió estentóreamente, haciendo que la mirada de varios estudiantes, así como la de Mike
y Thea, se desviase hacia ellos. Entonces susurró, únicamente para sus oídos:
-No, no fue un error. Y, a buen seguro, debe repetirse. Una vez, y otra, y otra. Con la
excepción de que en el futuro seré yo quien dirija el juego. Yo daré las órdenes.
-Me parece que ya das suficientes órdenes -espetó ella, y Geirolf se dio cuenta de que
Merry-Death hubiese deseado que aquellas palabras nunca salieran de sus labios... sus
labios todavía hinchados y amoratados a causa de sus besos. Eso le recordó cuánto le
gustaba besarla. Su pronta respuesta, el ardor con el que ella le devolvía sus besos. El
travieso ronroneo que salía de ella cuando...
-¡Para! ¡Para inmediatamente!
-¿Qué? -En su frente apareció una arruga provocada por el desconcierto.
-De mirar mi boca como... como..
Él arqueó una ceja.
-¿Como un hombre hambriento?
Ella protestó.
-Rolf, esto es serio.
-Sí, en efecto.
-No, quiero decir que debemos comportarnos con más seriedad y profesionalidad. Hoy he
vuelto antes de la oficina para hablar de nuestras diferencias sobre el proyecto, y en lugar
de eso...
-En lugar de eso, me seduces con tus calzas de ramera. Es así como las mujeres de todos
los tiempos han intentado saldar las diferencias con sus maridos. Chist, chist. No sé por
qué, esperaba más de ti, siendo una mujer profesional como dices ser.
-Yo no te seduje -espetó ella indignada-. Tú me atacaste. No me extraña que los vikingos
tengáis fama de violadores y saqueadores. Debe de ser algo natural en vosotros.
-¿Atacarte? ¿Has dicho que yo te ataqué? ¿Es así como definirías tus gemidos portadores
de tu anhelo en mi boca? ¿O el hecho de que tus ojos verdes se derritieran de deseo? ¿Y
qué me dices del momento en que tus muslos de guerrera se cerraron alrededor de mis
caderas y me derribaron al suelo?
-¿Muslos de guerrera? ¿Muslos de guerrera? -farfulló Meredith indignada, empujando el
pecho de Rolf con la palma de la mano, y retrocediendo inmediatamente al ver que los
estudiantes no les quitaban ojo de encima.
-Me malinterpretas, buena moza. Los muslos de guerrera son tremendamente atractivos
en una mujer. Lo mejor para apretar a un hombre y un caballo por igual.
- ¡Aaaaargh!
-Se te están poniendo duros los pezones.
Ella bajó la vista horrorizada, y frunció el ceño con desprecio al comprobar que él no
podía ver riada bajo el ancho jubón. -No es cierto.
-Puede que me equivoque.
-Puede que tu cerebro se encuentre alojado entre tus piernas. Él sonrió.
-Con toda seguridad.
-Eres desesperante.
--Sí, es uno de mis encantos que las mujeres encuentran irresistibles.
-¿Todos los vikingos tienen el ego hiperdesarrollado? Rolf puso mala cara.
-Confundes la autosuficiencia con la seguridad en uno mismo.
-¿Vas a retornar el proyecto?
-¿Estás cambiando de tema? -replicó Rola riendo.
-Sí, vamos a cambiar de tenla. Mira eso --dijo ella furiosa, mientras agitaba una mano en
el aire señalando a los dos barcos sin terminar-. Mike y los estudiantes apenas cuentan
con un armazón para trabajar en el proyecto del drakkar, y mientras tanto, el tuyo está
casi acabado.
Él se encogió de hombros.
-Ahora que he sido liberado de la gestión de tu proyecto, puedo dedicar todas las horas de
luz del día a trabajar en mi barco. Y, por supuesto, no tengo reservas en cuanto al uso de
papel de lija y de las masillas para madera moderna. Mañana voy a pedir a Mike que me
lleve otra vez al paraíso de la ferretería...
-Es el hipermercado de la ferretería -corrigió Meredith.
-Ya lo sé, mujer -dijo Rolf, propinándole un pellizco en la nariz--, pero para un hombre
que trabaja con las manos, esa tienda es, en efecto, el cielo. Como iba diciendo, mi
intención es comprar algunas herramientas eléctricas. Tal vez un taladro v una sierra
mecánica. Y cinta americana. He oído decir que la cinta americana es el mejor amigo del
hombre ---concluyó Rolf con un significativo movimiento de cejas.
-No utilizarás herramientas modernas en mi barco.
-Chist, chist, chist... No me estás escuchando, señora. Las herramientas son para mi
barco, no para el tuyo. -Rolf se dio unos golpecitos en la dentadura superior, como
reflexionando-. Acaba de ocurrírseme una idea estupenda. Por ventura haré otra compra.
Un motor. Sí, será el primer barco vikingo con motor.
-Tú... tú... -Meredith luchaba por encontrar las palabras adecuadas-. No serás capaz.
-Merry-Death, Merry-Death, Merry-Death, me decepcionas. ¿Cuando aprenderás a no
morder el anzuelo? No, no arruinaré un buen barco con un motor. He examinado el motor
de la caja con ruedas de Mike, y puesto que hoy me ha conseguido el documento de la
seguridad social y un permiso para viajar, llamado pasaporte, estoy considerando... -Hizo
una pausa deliberada para dar una pista a Meredith-, la posibilidad de sacarme el permiso
de conducir mañana. Y comprarme una caja con ruedas. Un coche, no quiero una de esas
furgonetas que a Mike le gustan tanto.
-¡Oh, dios! -Merry-Death empleaba esa expresión en demasía cuando hablaba con él. Sin
duda como consecuencia del aturdimiento que en ella provocaba su sabiduría e ingenio.
-¿Por ventura no sabrás dónde hay un buen mercado de cajas con ruedas donde... ?
--preguntó Rolf tímidamente.
Merry-Death le miró recelosa, estrechando la ranura de sus ojos. A Rolf le encantaban sus
ojos verde mar, incluso cuando los entrecerraba a causa de su mal genio.
-¿ ... donde un vikingo pueda comprar un... coche?
Ella ahogó un grito antes de girar sobre sus talones para regresar indignada a su feudo.
Apostaría que iba a buscar otra de aquellas píldoras mágicas. Mejor que curase sus
migrañas como buenamente pudiera; así luego no podría poner la excusa de un dolor de
cabeza cuando él viniera a demostrarle su propia magia. Y esa magia no se encontraba en
ninguna píldora.

Capítulo diez
£a hermana de Meredith, Jillian, entró en sus vidas aquella noche, como una tormenta de
verano sobre su bienamado valle de Vestfjord: con mucho ruido y pocas nueces.
Llevaba unos calzones negros ajustados confeccionados en material elástico, que con
toda seguridad la catapultarían hasta Islandia si alguien tirase de la goma de la cintura
para luego soltar de golpe. Sus pechos forcejeaban contra el jubón blanco de seda que
cubría sus muslos y sus brazos hasta la muñeca, ceñido en la cintura por un descomunal
cinturón con incrustaciones metálicas. Varios de los botones del jubón estaban de-
sabrochados, dejando a la vista un impresionante escote, adornado por un magnífico
collar de oro y ámbar, con un diseño similar a los que hacían los artesanos de Coppergate
en Jorvik. De sus orejas pendían aros a juego con el collar, que su estrafalario peinado
dejaba al descubierto. Su pelo, recogido en la coronilla en un moño desaliñado, era del
mismo color castaño cobrizo que el de Merry-Death, pero algunos mechones dorados
aparecían repartidos uniformemente por su cabellera. Rolf pensó que no podía ser debido
a la exposición al sol.
Mike y los estudiantes ya se habían ido, y ya casi anochecía cuando Jillian abrazó a Thea
una y otra vez, para luego enviarla afuera a recoger la montaña de equipaje que había
traído consigo. Volviéndose hacia él y Merry-Death, Jillian preguntó sin rodeos:
-Bueno, ¿entonces sois amantes?
-¡No! -exclamó Merry-Death.
-Sí -dijo Rol f simultáneamente.
Jillian les miró alternativamente, mientras sus labios pintados de color púrpura se
curvaban en una sonrisa divertida.
-Es una cuestión de definición -explicó Rolf, ignorando la tos forzada de Merry-Death.
-No somos amantes -dijo Merry-Death, poniendo énfasis en la negación, atravesándole
con la mirada, de reojo-. Contraté a Rolf para trabajar en el proyecto del drakkar. Es un
constructor naval de... Noruega. -Cuando la caja alquilada de Jillian hizo aparición, ella le
había advertido apurada que no debía hablar de su viaje en el tiempo, de los antiguos
vikingos, ni de cualquier otra cosa que hiciera sospechar a su hermana su verdadera
identidad. Aparte del hecho de que MerryDeath no creyera su historia, le desagradaba que
le calificara de «antiguo».
Rolf le hizo un gesto admonitorio con el dedo.
-No, estás tergiversando nuestra relación. Me contrataste para que dirigiera el proyecto,
¿no es así, mi señora?
A continuación se hizo un elocuente silencio, durante el cual Jillian articuló las palabras
«¿mi señora?», de forma que Merry-Death las leyera en sus labios, y después entrecerró
los ojos, para observarles detenidamente.
Rolf ya no necesitaba la magia del talismán para traducir su extraño lenguaje, con
excepción de los trabalenguas que empleaban ocasionalmente. A pesar de que siempre
había demostrado una considerable facilidad para las lenguas extranjeras, estaba seguro
de que en esta ocasión el talismán había acelerado su aprendizaje.
Finalmente, Merry-Death agachó los hombros con resignación.
-Así es. Rolf está a cargo del trabajo físico del proyecto, y yo me encargo del papeleo y
las relaciones con el comité de la fundación. Somos... socios -pronunció aquella última
palabra tentativamente, aguantando la respiración en espera de su respuesta.
Maldición, qué terca era aquella mujer. Le llevaría demasiado tiempo considerar su
impertinente afirmación. Pero, puesto que era un hombre compasivo, se limitó a asentir
con la cabeza, mientras ella profería un suspiro de alivio. Ya pagaría por desafiarle de
aquel modo, más adelante.
-Mamá, ¿dónde quieres que ponga tu equipaje? -preguntó Thea cuando entró jadeando a
la sala, cargada en exceso con cajas de cuero de todos los tamaños, cuyo nombre hacía
honor a un héroe bíblico llamado Sansón.
Jillian alzó una ceja como un interrogante dirigido a MerryDeath, la cual respondió:
-Puedes dejarlo arriba. Dormiréis juntas, yo me quedaré en el sofá.
Los ojos de lince de Jillian se desviaron hacia Rolf haciendo conjeturas.
-Rolf prefiere dormir afuera, bajo las estrellas -respondió por él Merry-Death.
Geirolf emitió contrariado un leve bufido al pasar al lado de Merry-Death para ayudar a
Thea con las maletas. Ella puso una mano sobre su hombro para detenerle un instante y
susurró:
-¿De veras me ayudarás? ¿Volverás a trabajar en el proyecto mañana?
-Sí.
Ella ladeó la cabeza con asombro ante el hecho de que él diera su conformidad con tanta
facilidad.
-Todo lo que tenías que hacer era preguntar, dulzura. Sin órdenes.
-¿Dulzura? ¡Qué forma de hablar tan pintoresca! -¡Oh, eres el hombre más exasperante
del mundo! --dijo Merry-Death.
Él le devolvíó una sonrisa, sin poder resistirse a la tentación de robarle un beso breve de
su boca entreabierta.
-Así que no sois amantes, ¿eh? -dijo Jillian muerta de risa. Él retrocedió de un salto.
Merry-Death tenía algo que hacía que se olvidara de dónde se encontraba. ¿Cómo era
posible que sintiera un cosquilleo en los labios con un simple roce de los suyos?
Sorprendente. ¿Cuánto más intensa sería aquella sensación cuando otras partes de su
cuerpo estuvieran conectadas? -¡Jesús! Salen más chispas de vosotros dos que de una
fogata.
Las mejillas de Merry-Death se llenaron repentinamente de arrebol.
Él le hizo un guiño, imaginando cien maneras distintas de hacer que se sonrojara aún
más. Estaba impaciente por comprobarlo.
Merry-Death avanzó su testaruda barbilla, que no era precisamente la parte más atractiva
de su anatomía. Al pasar a su lado, furiosa, en dirección a la escalera que conducía a la
buhardilla, Rolf hizo un comentario a Jillian:
-Tu hermana necesita clases de feminidad... para aprender a ser más dócil.
Merry-Death dio un traspié, pero no miró atrás.
Jillian profirió una carcajada de regocijo.
Thea subía la escalera caminando hacia atrás, de cara a los demás, con una sonrisa de
oreja a oreja.
-Verás, todos los conocimientos de Merry-Death proceden de los libros, por lo que su
educación en los asuntos de la vida real lamentablemente presenta muchas carencias.
-¡Qué interesante! -opinó Jillian.
Merry-Death se burló por lo bajo y farfulló algo sobre un vikingo engreído.
-Los hombres de este país cuentan con un héroe perfecto, al que deberían emular...
-¡Oh, no! -exclamó Merry-Death, mirándole con el ceño fruncido desde el pasillo de la
planta de arriba.
-¡Tim Taylor el Hombre-herramienta! -gritó Thea.
Jillian alcanzó a Merry-Death en el pasillo, todavía boquiabierta por el asombro.
-¿Tu héroe es Tim Allen, el actor de Un chapuzas en casa? -preguntó Jillian con
incredulidad, para después dejar paso a otro ataque de risa, mientras rodeaba con un
brazo a su hija por los hombros, que también se convulsionaban con hilaridad. Hasta
Merry-Death tuvo que taparse la boca con la mano para sofocar una sonrisa.
¿Cómo era posible que aquellas obstinadas mujeres no comprendieran las cualidades
heroicas del injustamente vilipendiado Tim?
Cuando las carcajadas de Jillian por fin se apaciguaron hasta convertirse en una risita
tonta, dándose una palmada en el muslo todavía regocijada, ésta preguntó:
-¿Y quién, le ruego nos explique, señor vikingo, sería la heroína equivalente para las
mujeres? ¿A quién deberíamos imitar para ser más..., cómo dijiste..., dóciles?
No le agradaba que se rieran a sus expensas. En verdad que todas las hembras eran unas
descerebradas, buscando explicaciones para la menor tontería. Bueno, tendría que
esclarecerles varias cosas, sin tapujos.
-Martha Stewart.
-¡Martha Stewart! -repitieron las tres mujeres entre risas.
-Sí, la vi en la caja de imágenes esta mañana mientras rompía el ayuno. Por todos los
dioses, es maravillosa. En menos de una hora coció doce barras de pan, preparó cemento
para reafirmar las rocas de su jardín, podó un manzano y tricotó un mantel. Y ni una sola
vez molestó a un hombre para que viniera en su ayuda.
-¿Es de verdad, este tío? -preguntó Jillian a Merry-Death. -No estoy segura.
-Las mujeres podríais aprender mucho de Martha. En verdad, es tal como le dije a Sharon
Stone ayer cuando se quejaba de su apretada agenda.
-¿Qué acabas de decir? -chilló Merry-Death.
Verdaderamente, si no estuviera locamente enamorado de aquella mujer, tendría que
decirle que su voz a veces hacía que se le saltaran las lágrimas.
-¿Hablaste con Sharon Stone?
-¿No acabo de decirlo?
Ella se puso la mano en la frente, en aquella actitud eternamente femenina que venía a
decir: «Mi destino en la vida es el sufrimiento y las tribulaciones... y los hombres son el
origen de todos los males». Le pareció una buena señal. Se estaba ablandando.
-¿Dónde... cómo pudiste hablar con Sharon Stone?
-Por teléfono. ¡Qué objeto tan milagroso es esa caja negra!
-¿Por qué llamaste a Sharon Stone? ¿Y cómo, en nombre del señor, pudiste hacerte con su
número?
-¡Ja! No fue nada fácil. Os lo explicaré. -Depositó las cajas de viaje en el suelo y se
apoyó en la pared del pasillo-. Como sabes, Mike desea a esa mujer, aunque yo no veo su
atractivo. Demasiado ordinaria, si queréis saber mi opinión. Y debo confesarte, Merry-
Death, que no creo que sus cabellos rubios sean de nacimiento. Mi hermana política,
Gilda, se parece mucho a Sharon, salvo que...
-¡Aaaargh! -volvió a chillar Merry-Death, provocando pinchazos en las cuencas de sus
ojos. A continuación, se le saltarían las lágrimas-. ¿Puedes hacer el favor de terminar tu
explicación?
Él le lanzó una mirada de desaprobación con el ceño fruncido.
-Mike desea a esa mujer y quería demostrarle cómo le daría caza un vikingo.
-¿Darle caza? ¿Estás diciendo que a las mujeres hay que cazarlas? -farfulló Merry-Death
echando chispas.
-¿Y cómo se procede a la caza, exactamente? -Jillian no parecía tan escandalizada ante la
noción de que los hombres cazan a las mujeres.
-Directamente. Sin rodeos, ni súplicas de gallina, ni virginales y empalagosos devaneos.
Simplemente hay que decir a la mujer «Te deseo». --Rolf hizo una pausa, como para
reflexionar-. O bien, tomarla, sencillamente. Es otro método, por supuesto. A algunas
mujeres no les gusta que les pregunten. Sí, ésa es normalmente mi estrategia. Y ése es el
error que he cometido contigo, Merry-Death. Demasiados escarceos.
¡Cómo me alegro de haber venido! -dijo Jillian, riéndose a carcajadas-. Vas a ser taaaaan
bueno para mi hermana.
--¡Bien dicho! -exclamó Rolf con entusiasmo, para retomar después el asunto anterior-.
Lamentablemente, Sharon no puede venir hasta Maine, tiene que actuar en una historia
para la caja de la tele. Pero a invitado a Mike a visitarla en Hollywood.
-Diles a quién más llamaste, Rolf. Díselo -le instó Thea, dando saltos de alegría.
Rolf estaba resplandeciente.
-¿Acaso olvidé informarte, Merry-Death? Tim y Al van a venir a ayudarnos en el
proyecto del drakkar. Vendrán con un equipo de la caja de imágenes, para hacer una
comedia, una historia fingida, sobre Tim construyendo un dragón vikingo en el patio de
su feudo.
Merry-Death se quedó estupefacta. Sus labios temblaban intentando en vano articular
alguna palabra. En verdad, le recordaba a su tío abuelo Biolf cuando le daba un ataque.
Sin duda estaba abrumada de admiración, por su capacidad de adaptarse tan bien a su
país. Sacó pecho, para proseguir:
-El jefe de Tim, además, está dispuesto a pagar por ello.
¡Ahí tienes! Después podrás agradecerme mi aportación a las reducidas arcas de tu
proyecto.
-¿Tim y Al? -chirrió Merry-Death. Por lo menos esta vez no chilló.
-Chist, chist. No estás poniendo atención. Tim Allen y Al Borlund.
-¿Has hecho todas esas conferencias desde mi teléfono? -preguntó en un débil tono de
voz.
-Sí. Y créeme, tuve que hacer muchas más antes de poder conseguir los números
correctos. Agentes. Gremios de la caja de imágenes. Ted Turner. Operadoras de lengua
viperina.
Merry-Death escondió la cara entre las manos. Era uno de sus gestos favoritos, mientras
hablaba con él.
-Necesito una aspirina.
-¿Aspirarme? Bueno, bueno, bueno, Merry-Death. Tu petición tiene tono de perversión y
el momento es un tanto extraño... -Rolf hizo una breve pausa-, pero yo estoy bien
dispuesto, si tú también lo estás. -Y diciendo esto, abrió los brazos en un gesto invitador.
Jillian y Thea rieron hasta tal punto que las lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero
Merry-Death le miró fijamente, como si la hubiera noqueado.
En ocasiones, concluyó, era una sabia medida, noquear a una mujer. De un modo u otro.

Algunas horas más tarde, Geirolf estaba sentado en la mesa de la cocina ante una copa de
aguamiel, mientras Jillian examinaba su cinturón con una lupa. Anteriormente, ya había
hecho lo mismo con los brazales. Por alguna razón, no había querido mencionar la
reliquia oculta en el cinturón, que sólo quedaba al descubierto al presionar una de las
cuentas del trabajo de orfebrería en oro. Cuando conoció a Merry-Death, desde el
principio no dudó en confiar en ella, contándoselo todo sin vacilación. En cambio, con su
hermana se mostraba reservado. ¡Qué curioso!
Pero no quería entretenerse con semejantes cavilaciones. Estaba aburrido. Y con un
concupiscente y extraño estado de ánimo.
El deseo concupiscente no era extraño en sí mismo, pero sí la intensidad de su anhelo
hacia Merry-Death, ahora casi insoportable.
Merry-Death acababa de subir a la planta superior con un vaso de vino para remojarse en
lo que ella había denominado «un baño de espuma». Le hubiera gustado estar presente.
Sí, decididamente, le gustaría.
Pero en lugar de eso, durante la última hora había escuchado los grititos ahogados de
Jillian en relación con su cinturón, cuando en realidad le hubiera gustado mucho más
escuchar los grititos ahogados de Merry-Death en relación con otra de sus posesiones,
que se encontraba ligeramente por debajo de su vientre, y que reclamaba a gritos su
atención.
-¿Por qué me miras así? -preguntó Jillian.
En lugar de responder, le arrebató el cinturón de las manos.
-Es hora de dormir, tengo que levantarme con las primeras luces del alba. -En realidad, en
lo último que pensaba era en dormir.
-No estoy cansada -dijo Jillian, entornando los ojos-. ¿Por qué no me dejas el cinturón
para seguir haciendo unos cuantos bosquejos más? Te lo devolveré por la mañana.
¡Ja! Sin duda estaba planeando salir corriendo con el talismán en mitad de la noche, para
ponerlo bajo vigilancia en algún apolillado museo. O venderlo al mejor postor.
-No -afirmó con rotundidad-. Ya lo has examinado y has hecho suficientes garabatos.
El destello de irritación en sus ojos, que ella disimuló rápidamente, le reveló su segunda
naturaleza taimada. Sólo pensaba en ella misma y su codiciosa ambición, en primer y
último lugar. Prueba evidente de ello era la negligencia hacia su hija. Sin mencionar sus
recientes insinuaciones, la caída de ojos y el roce no tan casual de partes de su cuerpo
contra el suyo.
Se estaba abrochando el cinturón, mientras se dirigía hacia la puerta que daba al patio,
cuando ella le llamó.
-Mi hermana no es lo suficientemente mujer para ti, ¿sabes? Yo sería una opción mucho
mejor.
Rolf se tambaleó un momento, y después se volvió hacia ella lentamente.
-Eres una pobre desgraciada, además de desleal. ¿La palabra «familia» no significa nada
para ti?
Ella se encogió de hombros.
-Quiero a mi hermana. No me mires con desprecio, vikingo... Yo le tengo mucho cariño, a
Mer... a mi manera. -Jillian alzó los brazos por encima de la cabeza, aparentemente para
relajar el cuello después de estar tanto tiempo sentada, pero en realidad lo que quería era
tentarle con sus formas.
Y sus formas eran bellas, pero él no tenía ganas de ver nada más. Ni de probar sus
encantos.
Pero ella insistió.
-Nunca lo he hecho con un vikingo. ¿Tú lo has hecho alguna vez con una diseñadora de
joyas? Tenemos fama de tener muy buenas... manos. -Jillian le lanzó una significativa mi-
rada, haciendo sonar las articulaciones de los dedos.
Él sacudió la cabeza en un gesto de desagrado.
-Parece ser que hay cosas que nunca cambian. Una serpiente entre la hierba es lo mismo
en todos los países y en todos los tiempos. Estás cortada por el mismo patrón que la
bíblica Jezabel.
-No seas tan mojigato y sentencioso. Te estoy proponiendo jugar un rato, no que nos
casemos. Además, está claro que tú y Mer todavía no habéis consumado el acto, y
probablemente nunca lo haréis, por lo que conozco a mi hermana.
Enfurecido por su perfidia, regresó a la mesa dando grandes zancadas, y le asestó unos
golpecitos en el pecho en señal de advertencia.
-Lo hayamos hecho o no, es la mujer que he elegido, y además lleva tu misma sangre.
¿No te da vergüenza?
Jillian se puso escarlata ante su rechazo. Después alzó las manos en señal de rendición.
-Está bien, tú te lo pierdes, amigo. Ya lo comprobarás por ti mismo. Mer es muy dulce y
todo eso. Demasiado dulce, en realidad. A algunos hombres les excita precisamente eso,
pero muy pronto pierden interés cuando se dan cuenta de lo mediocre que es. Un pelele.
-¿Un pelele?
-Débil.
-¿Has perdido el juicio? Merry-Death es la mujer más fuerte que he conocido nunca.
Bueno, aparte de mi madre. Sea cual sea el obstáculo que la vida arroja en su camino, ella
se enfrenta al desafío con la templanza de un guerrero veterano. Nunca huye de los
deberes a los que le obliga su honor. -Este último comentario iba expresamente dirigido a
ella, achacándole su falta de responsabilidad maternal.
-No conoces a Mer tan bien como yo -replicó ella, pasando por alto sus críticas-. Siempre
intentando complacer a todos. Siempre fracasando. Yo aprendí hace tiempo a no bailar al
ritmo de los sueños de los demás, pero Mer sigue corriendo sin moverse de sitio,
intentando memorizar exactamente los pasos de baile.
Él ladeó la cabeza perplejo.
-Cuando éramos niños, nuestros padres pusieron el listón muy alto. Tan alto que era
imposible de alcanzar. Jared, nuestro hermano mayor, casi consigue llegar al nivel
exigido por ellos. En el colegio sacaba las mejores notas. Tenía la personalidad más seria.
Nunca se metía en líos. Si Mer es aburrida como una piedra, Jared es como una tumba de
hormigón.
Sus palabras despectivas le irritaron, pero Jillian siguió provocándolo.
-Jared era muy inteligente. Salió de casa para ir a la universidad y nunca regresó. Pero el
mal ya estaba hecho. Se ha convertido en un clon de mis padres... un académico trabajoa-
dicto sin vida social.
-¿Y Merry-Death? -preguntó Rolf. A pesar de sus recelos, y de que no quería escuchar la
cháchara de aquella mujer detestable, quería saber más del pasado de Merry-Death... la
razón por la cual se mostraba tan esquiva.
-Meredith era patética, incluso desde muy pequeña. Creía que nuestros padres la querrían
si satisfacía sus altos niveles de exigencia.
Rolf profirió un gruñido cargado de incredulidad.
-Los padres no ponen condiciones a su amor. Ella arqueó las cejas en señal de
desacuerdo.
-Los nuestros lo hicieron, y siguen haciéndolo. Y aunque Jared ahuecó el ala, y yo dejé de
bailar a su son hace tiempo, Mer sigue intentando complacerles... para ganarse su amor.
En su corazón sintió una punzada de compasión hacia Merry-Death. Él había crecido en
un hogar donde reinaba el cariño, así que no podía menos que compadecerla por la
frialdad que debía haber impregnado los primeros años de su vida.
-Mer intentó lo mismo con su marido, Jeffrey -prosiguió Jillian maliciosa, y Geirolf
aguzó el oído-. Le asfixiaba con tanto amor. Yo sé que en realidad la dejó por aquella
jovencita tonta que se estaba tirando, y que dejó embarazada, pero a mí no me cabe la
menor duda de que si Mer hubiese sido una mujer de verdad, Jeffrey nunca la hubiera
dejado. Incluso aunque hubiera podido parir hijos como caramelos. Lo dicho, es patética.
Geirolf se puso tenso, furioso.
-Mer es toda una mujer. Aquel que sea incapaz de apreciar su valía padece de ceguera.
Además, en la lealtad que prodiga a aquellos que ama no hay debilidad, sino fortaleza.
-Empleas un lenguaje tremendamente arcaico. ¿De dónde has dicho que eres? -En la
frente de Jillian apareció una arruga de concentración, mientras escudriñaba a Rolf-.
Todavía no sé quién eres, ni de dónde vienes... pero sé que me encuentras atractiva.
Él profirió un suspiro de cansancio. De nuevo estaba intentando seducirle. Su falta de
interés debía ser más que evidente.
-Vi cómo me mirabas antes -sugirió-. Tú también me gustas, vikingo, de forma primitiva.
Sus labios se curvaron en una mueca de repulsión ante la deslealtad hacia su hermana y la
descarada invitación a compartir su lecho.
-Casi cualquier hombre picaría el anzuelo, pero una mujer necesita algo más que belleza
física para cobrar la pieza. Tú, mi señora, eres una miserable pescadora.
-¿Y tú crees que Mer en la cama es mejor que yo? -preguntó boquiabierta, incrédula-.
Escucha, no te preocupes por Mer, no tiene por qué enterarse. Podemos ir fuera. No me
importa compartir mi saco de dormir.
-Yo duermo sobre pieles.
-Aún mejor.
Él se lamentó ante su insistencia.
-Puedes arrojar el anzuelo en otra parte, mi señora -contestó Rolf-. Este pez ya ha sido
cobrado.
Jillian abrió los ojos como si acabara de hacérsele una revelación.
-¡Dios bendito! Mi hermana ha pescado a un vikingo. Una gallina y un semental. -Jillian
se reclinó en el respaldo de la silla y le examinó como si le hubieran salido tres cabezas-.
Estás enamorado de mi hermana.
-No, no lo estoy -negó Rolf. «¿O tal vez tiene razón?» Su corazón empezó a palpitar
desaforadamente al considerar aquella estrafalaria posibilidad. «¿Será cierto?»-. ¿Por qué
dices tal cosa? -espetó, arrepintiéndose de inmediato de haber formulado esa pregunta.
Ella sonrió con suficiencia, como suelen hacer las mujeres cuando creen que le han
ganado la batalla a un hombre, aunque él no podía comprender por qué el afecto que
sentía hacia Meredith era una prueba de la derrota.
-Ya lo sospeché, la primera vez que os vi juntos. No puedes quitarle los ojos de encima.
-No creo que me regodee en su contemplación -objetó-, aunque ciertamente es agradable
a la vista. -En aquel momento decidió controlar de manera más estricta las emociones que
delataban sus traicioneros ojos-. Además, el hecho de que un hombre mire a una mujer no
significa que esté enamorado.
-Buscas su roce a la menor oportunidad.
--Vamos a ver, eso que dices es falso. Soy muy cauteloso al respecto. -Él inmediatamente
se dio cuenta de su error. ¿ Realmente acababa de admitir sus esfuerzos conscientes (o
acaso eran inconscientes) de controlar sus impulsos de tocar a MerryDeath?
-Y tal como acabas de defender a Mer... bueno, cualquiera diría que debes de estar
enamorado.
-Confundes la caballerosidad con alguna clase de concepto romántico -concluyó con
determinación, mientras abandonaba la casa malhumorado, acompañado de la risa
cargante de aquella mujer.
A pesar de sus protestas, Geirolf no podía dejar de pensar en la teoría de Jillian. En lo
más profundo de su alma, temía que hubiera descubierto algo de lo que ni él mismo era
consciente.
Reprimiéndose con determinación, se juró a sí mismo: «No, no amo a Merry-Death, no
puedo permitirme enamorarme de ella, ni de ninguna otra mujer».
Pero en ese preciso instante, lo supo. De alguna manera, se había enamorado, por primera
vez en su vida. Y la beneficiaria de sus renuentes atenciones era casi mil años más joven
que él.
¿Cómo era posible?
«No quiero esto.»
¿Qué futuro había en aquello? Ninguno. Próximamente regresaría a su tiempo, solo.
«Solo. ¿Por qué, tras todos estos años de preciada libertad, la perspectiva de una vida
solitaria ya no me parece atractiva?»
Bueno, tal vez sería lo mejor, resolvió, mientras se acostaba sobre sus pieles al lado de su
barco a medio terminar. Era demasiado distinta a él. Y no era sólo la diferencia de
culturas y épocas. Ella trabajaba con la mente; él con sus manos. Ella soñaba con una
tranquila vida familiar; por sus venas fluía la sangre de vikingos y aventureros. Ella
pensaba demasiado antes de tomar una decisión; él actuaba por instinto. A él le gustaban
las galletas Oreo; ella prefería los gusanos de pasta.
Ah, pero ¿cómo sería el apareamiento con una mujer a la que realmente amase? ¿Con
Merry-Death?
La tentadora perspectiva persistía. Y persistía. Y persistía. No conseguía apartarla de su
cabeza por más vueltas que diera en su lecho de pieles, incapaz de conciliar el sueño.
«Estoy sentenciado.»
Por otra parte, estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Tal vez, si lo decía en
voz alta... no, en voz alta, no. Tal vez si pronunciara aquellas palabras en su cabeza, se
daría cuenta de cuán absurda era aquella posibilidad. Sí, eso haría, decidió Geirolf.
Apretó los ojos y los puños intentando reunir fuerzas para aquella dura prueba.
Se preparó como haría para una brutal batalla, o un baño en el gélido mar del Norte.
«Amo a Merry-Death -dijo, haciendo una prueba. Entonces, fue como si un volcán
entrase en erupción en su mente. Las palabras salieron a borbotones, como un inagotable
torrente de lava-. Amo a Merry-Death, amo a Merry-Death, amo a Merry-Death, amo...»
Junto a aquella terrible confesión, le vino a la mente otra perspectiva igualmente
aterradora. ¿Podría ser que su destino no fuera devolver la reliquia a su lugar?
¿Acaso era Merry-Death su verdadero destino?
Era medianoche y Meredith seguía deleitándose en la profunda bañera con patas de su
abuela, un capricho que su abuelo había hecho instalar para su querida esposa en el
enorme y moderno cuarto de baño, aunque éste ya contaba con una ducha. Gracias a dios
por el capricho. Y por el amor que profería su abuelo a su mujer.
Dejó correr un hilillo de agua caliente, y de vez en cuando vertía un poco de aceite
aromático para reponer la espuma, utilizando el dedo gordo del pie para desaguar un poco
de agua y que la bañera no se desbordase.
Le vino a la mente la imagen de su abuela cuando al acabar el día subía al. piso de arriba
para su baño nocturno. Las sonrisas cómplices que solían intercambiar sus abuelos. El
aroma a rosas que impregnaba toda la casa.
¿Era ésa la razón por la que Meredith había seguido comprando el mismo producto para
el baño durante todos esos años, aunque nunca se había atrevido a usarlo en vida de su
abuelo por miedo a suscitar en él recuerdos dolorosos? ¿Asociaba aquella fragancia al
amor? Jeffrey detestaba aquel aceite perfumado. A ella le encantaba.
Bebió otro sorbito de vino blanco de la copa de cristal que descansaba en la repisa al lado
de la bañera. Después echó hacia atrás la cabeza, sus cabellos flotando en el borde
posterior. La casa estaba en silencio. Jillian le había hecho una visita antes de acostarse,
hacía una media hora.
Ni siquiera su hermana había conseguido importunarla aquella noche con sus preguntas
insidiosas acerca de Rolf, sus orígenes, su procedencia, sus sentimientos hacia él. La
había acribillado a preguntas, pero por una vez Meredith se había mantenido firme.
-Mañana, Jillie. Mañana te lo explico todo.
Así que Jillie no tuvo más remedio que irse para dormir al lado de su hija.
Por primera vez desde hacía varios días, se sintió en paz. Sin preocuparse por el proyecto.
Ni por su futuro personal. Sin la necesidad compulsiva de pensar y planear hasta el
mínimo aspecto de su vida y su trabajo. Había dejado de estar en guardia ante la
tentadora presencia de Rolf. Tal vez debería tomarse la vida como aquel baño relajante...
sencillamente fluir.
La puerta se abrió con un chasquido a sus espaldas. Meredith creyó que era su hermana,
que todavía no se había acostado.
-Espero que no vengas a reanudar tu interrogatorio, Jillie. Alcánzame una toalla, por
favor. Mi piel empieza a parecerse a una uva pasa.
-Eso es algo que me gustaría comprobar por mí mismo -dijo una voz masculina, riéndose
entre dientes.
Geirolf se regaló los ojos ante la vista que se le ofrecía. Merry-Death dejó escapar un
gritito e intentó sumergirse aún más en el agua mientras él se aproximaba a la bañera.
«Así que esto es un baño de espuma. Por todos los diablos, hay ciertas cosas en este país
que no me importaría llevarme conmigo al pasado. Los baños de espuma. Las
herramientas eléctricas. Merry-Death.»
-Chist -dijo Geirolf, acercándose a la bañera-. No queremos que tu hermana irrumpa en la
sala de baño en tu rescate. Sin duda, prepararía un ataque para proteger tu virtud.
El tono cínico de su voz debió alertar a Meredith, puesto que ésta le examinó durante
unos instantes, y después exclamó:
-¡Cielo santo! Mi hermana ha intentado ligar contigo, ¿a qué sí?
La ausencia de celos le sorprendió, sin darle tiempo a inventar una excusa.
-No tiene importancia.
-Ja! Tal vez para ti no. Escúchame bien, Rolf, tienes que comprender a mi hermana. Da la
impresión de estar muy segura de sí misma, pero en el fondo es terriblemente insegura.
Mis padres desde niños nos hicieron sentir... inútiles. El método que empleó Jillie para
soportar las continuas críticas fue la rebelión... y la petulancia.
Él hizo un gesto de incredulidad con la cabeza.
-Eres increíble, Merry-Death. No puedo creer que justifiques la malicia de tu hermana.
Intenta atraer a tu hombre a su lecho y consideras que es una nimiedad. Bueno, a mí,
francamente, me parece que quiere lastimarte.
-Rolf, tú no eres mi hombre. Tú sólo eres... va, es igual. Y tienes razón. Siempre estoy
justificando a Jillie. ¿Sabes? -Ella vaciló, para luego hacerle una confesión-. Sospecho
que trató de seducir a Jeffrey cuando estábamos casados.
Y aquella alimaña de Jeffrey probablemente había sucumbido a sus encantos. ¡Pobre
Merry-Death! Siempre había sido víctima de aquellos a los que más amaba. Antes de que
él pudiera mostrarse solícito, ella siguió hablando.
-¿Qué haces aquí, de todos modos?
-Pensé que tal vez podría tomar una ducha -mintió él. -Mentiroso -dijo Meredith riendo-.
Ya te has duchado dos veces hoy.
Él alzó una ceja.
-Así que cuentas las veces que me ducho. Mmmm. Acaso has estado imaginando que
compartes la ducha conmigo.
-No lo he hecho -dijo ella indignada, mientras el rubor le subía a las mejillas. Había
acertado, pensó con inmensa satisfacción. En efecto ella había estado imaginándose a
ambos de ese modo ocupados-. Además, no puedes entrar así, sin más ni más, mientras
tomo un baño. Vas a despertar a todo el mundo.
-Nadie sabrá que estoy aquí si bajas la voz. ¿Te han dicho alguna vez que a veces suena
como un chirrido? -Rolf, debes respetar mi intimidad.
Rolf se dio cuenta de que estaba haciendo que se sintiera incómoda. Y ella también tenía
el mismo efecto sobre él.
-¡Umpf! Con toda la gente que entra y sale de tu feudo, ¿cuándo vamos a tener un
momento de intimidad, que tanto necesitamos? Se me acaba de ocurrir que ésta es la
única estancia con un cerrojo en la puerta.
Mirando con recelo cómo disminuía el nivel de espuma (aunque no lo suficiente para la
imaginación de Rolf), Meredith alargó el brazo hacia el estante donde se encontraba el
aceite y vertió una buena dosis en la bañera, provocando la súbita aparición de mucha
más espuma. Simultáneamente, sacó el dedo gordo dei pie fuera de la bañera para
accionar una palanquita plateada, que de inmediato desaguó parte del agua con un
borboteo. Después, con el mismo dedo movió la palanca en la dirección contraria.
-Blód Hel! Vuelve a hacer eso y aparecerá un vikingo enorme en tu bañera.
-¿Que vuelva a hacer qué? -Ella le miró de reojo, asustada.
-Ese exótico truco que acabas de hacer con el pie. -Rolf le dedicó una sonrisa. Aquella
mujer era extremadamente hábil. Inconscientemente se preguntó qué otras habilidades
escondía tras su remilgado aspecto exterior.
-Deja de sonreír de ese modo.
Él sonrió aún más abiertamente.
-Y deja de mirarme. No es decente. Eh, ¿qué haces?
Tras echar el pestillo, acercó un taburete a la bañera y se dejó caer en él con aire cansado.
Después alargó la mano hacia la botella con la loción espumosa, y la colocó al otro lado
de la repisa, fuera del alcance de Meredith.
Meredith evitó, con estudiada indiferencia, mirar a la parte de abajo de la túnica de Rolf,
que había quedado remangada al sentarse, con las rodillas separadas, dejando al
descubierto una porción considerable de sus pantorrillas y muslos velludos.
-He hecho una pregunta. ¿Qué haces aquí?
Apoyando los codos en el borde de la bañera, Rolf sonrió perezosamente. Odiaba que
sonriera de ese modo.
-Estoy esperando a que se evapore la espuma -respondió él.
-¡Oh! -chilló Meredith, sumergiéndose aún más en la bañera.
Entonces, con el dedo índice, empezó a dibujar algo en la gruesa capa de espuma, una
cadena de letras que inmediatamente se fundieron unas con otras: «T-E- Q-U-I-E-...». -
¿Q... qué estás haciendo? -preguntó alarmada. A buen seguro, no había escrito lo que ella
había creído leer.
Apartó la mano con un movimiento brusco, como si acabara de darse cuenta de lo que
estaba haciendo. -Estoy practicando el alfabeto -respondió. «Embustero.»
-Tal vez te gustaría que practicase mi escritura sobre tu piel. Piel de uva pasa, ¿no dijiste
eso, cuando entré en el baño?
Ella cerró los ojos, mientras tomaba conciencia del hormigueo que le recorrió el cuerpo,
como si realmente Rolf estuviera trazando las letras sobre su piel... palabras ansiadas y al
mismo tiempo rechazadas por todo su ser.
-Merry-Death -empezó a decir Rolf con voz suave, en la que se percibía cierta
desesperación-, ¿te estremeces cuando te toco?
Ella abrió los ojos de golpe. ¿Ahora también podía leerle la mente?
-No me refiero al roce de tus partes íntimas, simplemente al pasar. Como el beso fugaz
que te di antes. ¿Te estremeciste?
Al formular la pregunta, él la miraba con aspecto sombrío y miserable.
Ella frunció el ceño, confusa.
-¿Qué pasa Rolf? ¿Por qué me haces semejantes preguntas? Él se encogió de hombros.
-Es algo que dijo tu hermana.
Meredith se erizó.
-¿Antes o después de intentar abalanzarse sobre ti?
La severidad de su rostro se evaporó y, ya más animado, le dio una palmadita en la
barbilla. Y vaya si se estremeció, ¡caray! -Después.
-Entonces, ¿qué es lo que insinuó mi hermana, que te pone tan triste?
Él volvió a trazar letras entre la espuma aparentemente no demasiado concentrado, pero
ella intuyó que había algo que le perturbaba profundamente. Algo que Jillie había dicho.
¿Qué podía ser? Meredith no tenía oscuros secretos.
Rolf alzó el rostro para encontrarse con los ojos de ella.
-Dijo que... dijo que estoy enamorado de ti.
Era lo último que Meredith hubiera imaginado nunca.
-Yo... yo... -farfulló. Aunque en realidad, lo que quería decir era «¿lo estás?». Pero no
pudo reunir el valor necesario. Por alguna razón, su respuesta era demasiado importante
para ella.
Las lágrimas anegaron sus ojos, y ella volvió la cara hacia la pared. Su vulnerabilidad
hacía que se desmoronase. No tanto por su desnudez no compartida, sino porque se sentía
tan... necesitada.
Con el dedo índice apoyado en la mandíbula de Meredith, Rolf la obligó a mirarle.
-Lo negué... al principio.
«¿Al principio? ¡Oh, dios santo!»
-Pero me temo que Jillian hizo una sabia declaración.
-¿Ah sí? -Meredith asió los bordes de la bañera con desesperación, dejando a la vista sus
blancos nudillos. Si no se agarraba con fuerza, podría suceder que se sumergiera y se aho-
gase en dos palmos de agua, a causa del abandono provocado por la pasión pura que se
había apoderado de su torso.
-¿Qué quieres decir; Rolf? -susurró ella.
-Creo... No, no puedo esconderme tras cobardes titubeos... -confesó con voz ronca-.. Ég
elska pig.
-¿Qué?
-Te quiero -tradujo en un murmullo apenas audible. Después en un tono más alto:
-Te quiero. Que el destino tenga piedad de nosotros, pero es cierto. Te quiero, Merry-
Death.

Capítulo once
-¿Me quieres? -preguntó Merry-Death sofocada.
El rubor escarlata que había inundado su rostro dejó paso a un color crema pálido y sus
luminosos ojos se dilataron con anhelo. Si sus nudillos blancos seguían apretado el borde
de la bañera con más fuerza, harían añicos la porcelana.
Geirolf no estaba ofendido. Entendía su pánico. ¿Acaso no había luchado él también
contra el mismo impulso de salir corriendo como el viento cuando Jillian le sugirió por
primera vez que estaba enamorado de Merry-Death?
Recobrando la compostura, Merry-Death se rió. Era una risa falsa, uno de esos sonidos
desagradables que la gente reproduce para tapar sus verdaderas emociones.
-Ja, ja, ja, -dijo Merry-Death-. Un chiste muy bueno, Rolf, pero no es necesario que me
vengas con esa vieja canción. Ya he decidido tener una aventura contigo. O sea que no
tienes que...
-¿Ah, sí? -Él sonrió abiertamente, todavía sentado en el borde del taburete, con el mentón
apoyado en sus húmedas manos. Apenas pudo reprimir las ganas de meterse en la bañera
con ella, con túnica, botas y todo. Pero primero debía aclarar sus ideas-. No es ninguna
canción, como tú dices. Se trata de una declaración de hechos. Ojalá no fuera así, porque
nuestro camino está lleno de obstáculos. No quiero estar enamorado de ti, Merry-Death,
pero eso lo que hay. Te quiero.
Merry-Death emitió un leve maullido de angustia y él no supo reconocer si estaba
contenta o no. Puesto que nunca antes había pronunciado esas dos temibles palabras a
una mujer, no podía recurrir a su experiencia.
-Te advierto, Rolf, que no necesitas darme jabón para lograr que vaya a la cama contigo.
Ya hace días que ganaste esa batalla.
Él se rió entre dientes.
-Me encantaría enjabonarte, encanto.
Una sonrisa nerviosa hizo aparición en las comisuras de los labios de Merry-Death, labios
que él se imaginaba besando intensamente muy pronto.
-¿Te he dicho cuánto me agrada el perfume de tu jabón? Casi tanto como el aceite de
baño con esencia de flores que impregna esta cámara de baño. Nunca jamás volveré a
oler rosas sin pensar en ti.
Merry-Death echó la cabeza hacia atrás y le lanzó una incómoda mirada. ¿Por qué le
sorprendía el hecho de que él apreciara las fragancias asociadas a ella? Pero Geirolf tenía
otra pregunta:
-¿Qué es eso de la «aventura» que has decidido tener conmigo? ¿Se trata de una
perversión? -preguntó con optimismo. Mientras tanto, iba arrastrando perezosamente las
yemas de los dedos sobre las burbujas que se esfumaban, lo cual le proporcionó una
visión turbia del glorioso cuerpo que se escondía debajo.
-Eres tan desvergonzado -declaró Merry-Death, aunque no parecía molesta-. Cuando digo
aventura me refiero a aventura amorosa, una relación eventual que ambas partes saben
que acabará en un período corto de tiempo.
Geirolf irguió la espalda.
-No, no hay nada de eventual en mis sentimientos hacia ti. No me rechaces con tanta
ligereza, mi señora. Eso es un deprecio hacia mi ofrecimiento.
-¿Y qué es exactamente lo que me ofreces? -preguntó con cautela.
-Mi corazón.
-Oh, Rolf. -Sus ojos se llenaron de lágrimas... apostaría a que se trataba de lágrimas de
felicidad. Ella se disponía a seguir hablando, pero de repente se interrumpió-: Mira, éste
no es el mejor sitio para tratar este tema. ¿Te importaría darte la vuelta para que pueda
salir de la bañera?
Él sonrió abiertamente.
-Evidentemente, puedes ponerte de pie, pero yo no soy tan tonto como para apartar la
vista.
-Me sentiría más cómoda si habláramos en igualdad de condiciones, totalmente vestidos.
-Yo podría quitarme mis prendas -ofreció él.
Ella le dirigió una exclamación de desdén, que a él le recordó a su madre. Bueno, no
exactamente. La expresión de ensueño del rostro que tenía ante sí no tenía nada de
maternal, ¡alabados sean los dioses!
-Vamos, Merry-Death, ponte de pie y deja que yo te seque. Luego ya veremos eso del
tema que hay que... tratar. Ella se hundió todavía más en la bañera, con la barbilla
rozando la superficie del agua. ¡Qué moza tan testaruda! -¡Cobarde! -se burló él.
Por un momento, los ojos de Merry-Death echaron chispas, justo antes de levantarse de
repente, salpicando agua por encima del borde. Él quiso aplaudir o halagar su valentía,
pero la lengua se le atascó en el paladar y sus brazos quedaron congelados junto al torso.
Merry-Death era magnífica.
De pie, inmóvil, con agua hasta las rodillas, le devolvió la mirada, con gran atrevimiento,
y le permitió estudiar las líneas de su cuerpo esbelto. Era como una estatua de mármol
bizantina, todo planos relucientes y curvas seductoras. Con los cabellos mojados
peinados hacia atrás y alzando su barbilla orgullosa, su rostro no era hermoso pero sí bien
formado. Un cutis perfecto. Pómulos prominentes. Nariz recta. Cejas gruesas y arqueadas
sobre sus ojos verdes cristalinos. Labios carnosos que invitaban al beso. No, rectificó, sí
que era hermosa... para él.
Sus senos eran redondos y firmes, del tamaño de las granadas; los pezones y las aureolas
circundantes, presentaban un delicado matiz rosa pálido. Geirolf adoraba esos senos y le
demostraría a Merry-Death cuánto, más tarde.
Era delgada, pero no demasiado. Su estrecha cintura daba paso a unas caderas redondas
que enmarcaban un vientre plano y un ombligo hundido. Geirolf se prometió a sí mismo
una exploración prolongada de aquel territorio con sus planos y su lengua, quizás incluso
con sus dientes. Sí, el uso de los dientes podría ser interesante.
Obligó a sus ojos a desplazarse hacia las largas y bien rasuradas piernas que se unían en
el lugar más tentador de todos, una pradera de rizos de color castaño oscuro, que brillaba
con las gotas de rocío del baño. La propia ingle de Geirolf se estremeció mientras
observaba aquella superficie, anticipando todos los secretos que albergaba y que por fin
le revelaría. Era una perspectiva muy embriagadora.
-¿Y bien? -reclamó ella. Aquellas palabras surgieron con descaro, pero él hubiera dicho
que Merry-Death necesitaba la reafirmación de su atractivo. Ay, qué doncella más
absurda. ¡Mira que no saberlo!
Él hizo una pausa. Buscaba el cumplido perfecto. Pero ella malinterpretó su indecisión.
-¡Eres despreciable! -siseó ella y se abalanzó sobre él por encima del borde de la bañera,
con las manos extendidas hacia su garganta. Le alcanzó con más fuerza de lo que él
esperaba, lo que provocó que se cayera del taburete hacia atrás. Ambos aterrizaron en el
suelo, ella encima de él, con un fuerte golpe.
Él asió su cuerpo rebelde rodeándola por la cintura con un brazo, mientras ella intentaba
separarse de él. Entonces, él empezó a reír, pero inmediatamente se mordió el labio
inferior, ocultando el rostro de Merry-Death en la curva de su cuello, al escuchar un
fuerte golpe en la puerta.
-Mer, ¿estás bien? ¿ Te has caído?
Merry-Death alzó la cabeza, pero mantuvo el resto de su cuerpo, del pecho hasta las
piernas, pegado al de él.
-Estoy bien, Jillie. Es sólo que he resbalado con... una alfombrilla suelta.
«Ya le enseñaré yo lo resbaladizo que puedo llegar a ser como "alfombrilla".>:
-Estaba a punto de decir que eres hermosa... magnífica -le susurró al oído, mientras le
lamía el lóbulo, semejante a una concha. Tenía tan buen sabor que lo volvió a hacer.
Ella gimió.
-¿Acabas de gemir? -preguntó Jillian, quien aparentemente seguía en el pasillo-. Te has
hecho daño. Déjame entrar, Mer.
Él intentó informar a Merry-Death de que las uñas clavadas en sus hombros le estaban
perforando la piel, pero ella le tapó la boca abierta con una mano. Muy pronto olvidó ese
insignificante dolor cuando ella se volvió levemente hacia la puerta, subiendo los senos,
sin darse cuenta, hasta la altura de su cara.
«¡Por todos los demonios y por el sagrado Valhalla! ¡Menuda vista! »
-He gemido porque estoy cansada e incluso ponerme el camisón me resulta todo un
esfuerzo, Jillie. Vete a la cama.
Con un movimiento experto, Geirolf la tomó por la cintura, la subió ligeramente hasta su
pecho, y de inmediato asió sus brazos como aspas de molino por las muñecas, con una
sola mano, por detrás de la espalda. Con la otra mano amoldó sus nalgas desnudas para
encajar sus caderas contra su miembro duro. Luego envolvió las pantorrillas de Merry-
Death con sus piernas y las separó lentamente.
A ella casi se le salieron los ojos de sus órbitas, mientras se le aceleraba el pulso en su
cuello. Con un gesto con la cabeza en dirección a la puerta, Geirolf le advirtió de que
quizá todavía no estaban completamente solos. Estaba tan exaltado que no hubiera
podido hablar en voz alta aunque hubiera querido.
-¿Jillie? ¿Sigues ahí? -preguntó Merry-Death con voz ronca.
Mientras ella tenía la atención desviada hacia su hermana, él aprovechó la oportunidad
para tirar de sus muñecas, que permanecían encerradas en su puño justo sobre las nalgas
de Merry-Death. Aquel movimiento hizo que echara sus hombros hacia atrás, y que sus
senos se arqueasen hacia delante en una invitación.
Nunca hubiera podido rechazar semejante invitación.
-Estoy preocupada por ti -dijo Jillian a través de la puerta.
Geirolf alzó ligeramente la cabeza y con su lengua culminó una cumbre endurecida,
después la otra. Merry-Death no emitió sonido alguno, aunque sus labios se separaron y
su vientre se convulsionó contra el de él.
-Ya te he dicho que no me he hecho daño -le dijo a su hermana. Durante todo el rato los
ojos de ambos estuvieron concentrados en un apasionado intercambio.
-Ya, pero no me refiero a eso. Me refiero a ti y a ese personaje vikingo. Es un tipo raro.
Ese raro personaje vikingo empezó a dibujar húmedos círculos alrededor de sus aureolas
y sus turgentes pezones, primero con la superficie de la lengua, y después con la punta.
La respiración de Merry-Death se intensificó hasta convertirse en un jadeo mientras
intentaba escabullirse de su abrazo.
-Te podría hacer daño, Mer -prosiguió Jillian.
-No veo cómo -resopló Meredith, aunque simultáneamente dirigió a Geirolf una mirada
significativa que daba a entender que había distintos tipos de «daños». Para castigarla por
su reprimenda silenciosa, él introdujo uno de los pezones con su correspondiente aureola
en lo más profundo de su boca y empezó a succionarlo con fervor y con ritmo. Con cada
erótico tirón, un delicioso estremecimiento pasaba de su lengua a sus entrañas. Sospechó
que los tirones y los estremecimientos surtían idéntico efecto en el cuerpo de ella.
-Bueno, de acuerdo. Ya hablaremos mañana -dijo Jillian. El sonido de sus pasos
alejándose por el pasillo se fue apagando poco a poco.
Probablemente, Merry-Death no se había dado cuenta de que su hermana ya se había ido,
a juzgar por lo absorta que parecía. Geirolf tenía a menudo ese efecto en las mujeres.
Jadeando, ella cerró los ojos y echó la cabeza atrás, lo que le ofreció a él un mejor acceso
a sus senos. Al mismo tiempo, las caderas de Merry-Death empezaron a ondularse contra
él.
Si Geirolf no iba con cuidado, todo habría acabado antes de empezar. Por dos veces, la
bruja le había seducido, haciéndole derramar su semilla en sus calzones. No volvería a
pasar, se prometió.
Geirolf le soltó las manos, se dio la vuelta, y Merry-Death pasó a tener la espalda en el
suelo, con él a su lado inclinado sobre ella. Paralizada por la pasión, le miró fijamente,
aturdida.
-¿Qué, qué pasa?
Él le rozó los labios con la yema de un dedo.
-Chist. No es un buen momento para nuestra unión. Tenemos mucho que resolver antes.
-La besó en numerosas ocasiones entre palabra y palabra.
Ella le miró sin comprender. Todavía jadeaba. Él compartía la misma agitación.
Pasando la palma por encima de uno de los senos palpitantes de Merry-Death, Geirolf le
rozó el vientre y posó el pulpejo de la mano sobre su vello púbico, sus dedos ahondando
en su rocío de mujer. Casi lamentó, con triunfo masculino, haberla llevado a ese estado
tan rápido.
-Antes de que hablemos, ¿deseas que te lleve al éxtasis? -Sus dedos se movieron por la
superficie resbaladiza hasta que dieron con la yema del placer, tumefacta por el anhelo.
Los muslos de Merry-Death temblaron antes de que pudiera balbucear:
-¿Sola?
Geirolf, aturdido, reflexionó sobre aquella cuestión, hasta que se dio cuenta de que ella le
preguntaba si se dedicarían a llevarse al éxtasis mutuamente. O si copularían.
-Sí. Sola. Sólo tú. -«Por el momento.»
-¡Idiota! -exclamó ella, y a continuación le apartó de un empujón para ponerse en pie.
Entonces fue él quien parpadeó, confuso. Se sentó en el suelo apretando las rodillas
contra su pecho, mientras observaba desconcertado a Merry-Death. Ésta alcanzó una bata
afelpada que colgaba de un gancho en la pared, le dirigió una mirada aplastante, abrió la
puerta y se alejó de él más rápido que la flecha de una ballesta.
Nunca entendería a las mujeres. ¿Cómo podía haber cambiado tanto el humor de Merry-
Death en tan poco tiempo, y pasar de lágrimas de felicidad por su promesa de amor
eterno a esa mirada condenatoria? ¿Se trataba de una peculiaridad típica femenina? ¿Una
táctica de mujer para volver locos a los hombres?
¿O quizás él no había sabido manejar la situación?

Rápidamente, antes de que Rolf pudiera perseguirla, Meredith apagó las luces del salón y
se metió debajo de las sábanas de su cama improvisada en el sofá. No quería que él viera
lo trastornada que estaba. No quería que él viera las lágrimas que no podía evitar
derramar.
Oyó el sonido del agua de la ducha en el piso de arriba. ¡El muy estúpido! A ella le hervía
la sangre de frustración y él estaba tranquilo, calmado y lo suficientemente recuperado
como para volver a darse una de sus placenteras duchas.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida... y haberse dejado embaucar con esa vieja canción?
«Te quiero, Merry-Death.» ¡Ja! No había nada de amor en la manera como él la había
excitado, como una Barbie a la que hay que dar cuerda, y después tener el descaro de
decirle que no harían el amor... que él iría apretando los botones, pero que no iba a
participar. Se sentía patética y nada femenina.
Probablemente se trataba de algún tipo de juego de poder. Una especie de tortura vikinga.
Otro ejemplo de cómo ella se esforzaba por agradar, con la subsiguiente decepción.
Patética. Era patética.
Al principio, él sí se había mostrado interesado, ella lo sabía con certeza, pero en algún
momento debía de haber decidido que ella no era lo suficientemente excitante. « ¡Qué
novedad! » El desafío había desaparecido cuando ella se rindió. Al final, Rolf había
sentido lástima por ella y deseaba ayudarla a terminar. ¡Vaya, el colmo de la humillación!
De repente, se encendió la luz de una lámpara, y después otra. Rolf se plantó ante ella,
con el pelo goteando, peinado hacia atrás y recogido detrás de las orejas, dejando la
frente al descubierto. El agua también se deslizaba por su cuerpo... que de pronto quedó
al descubierto, amenazador y totalmente excitado, cuando el nudo que sostenía la toalla
alrededor de sus caderas se desató por accidente, haciendo que ésta cayera al suelo. Él
hizo ademán de recogerla, después se encogió de hombros y la dejó en el suelo.
«¿Excitado? Pero si antes me rechazó.»
Cuando la sorprendió mirando boquiabierta su... esto, sección intermedia, sonrió y dijo
lentamente:
-Ni una ducha fría ha podido sofocar mi deseo hacia ti.
¿Eh?»
-Has dicho que no querías hacer el amor conmigo.
-No he dicho tal cosa -denegó, y estalló en risas. Señalando hacia abajo, prosiguió,
riéndose entre dientes-: MerryDeath, Merry-Death, ay, ¿cómo puede ser tan ingenua una
mujer con tu formación académica? De verdad, ¿cómo alguien con un mínimo de sentido
común podría malinterpretar esto? -Su risa se convirtió en una carcajada a pleno pulmón.
Ella empezó a lloriquear en serio ante su burla, que ella sintió como un ataque, lo que
provocó que él advirtiera sus lágrimas por primera vez.
-Blód hel! -maldijo, y la izó entre sus brazos, con sábanas, bata, y todo. Entonces giró su
cuerpo para dejarse caer en el sofá con ella en su regazo. Ella se resistió con piernas,
brazos y uñas, pero todo fue en vano.
-Para ya -siseó él. Realizó una maniobra con su torso para inmovilizarla entre él y el
respaldo del sofá. Realmente no había espacio para dos personas en aquellos cojines tan
estrechos, y menos cuando una de ellas medía 193 centímetros de alto y pesaba más de
90 kilos, con un apéndice acrecentado y duro como una roca empujando el vientre de la
otra.
Ella se quedó quieta, pero continuó mostrando su resistencia mirándolo fijamente... entre
sollozos. Eso le hizo un gran bien. Él levantó una de sus manos, que habían estado
inmovilizando las de ella, y con un pulgar le secó las lágrimas de la mejilla. Era inútil.
Tan pronto como él quitaba una, otra ocupaba su sitio.
Con cierto tono de reproche, le preguntó: -¿Por qué?
Ella levantó la barbilla, negándose a abrir de nuevo la herida. Sin embargo, para su
sorpresa y consternación, se le escapó:
-Porque no me deseas. -«Soy patética, patética, patética. Lo siguiente será suplicarle que
me haga el amor.»
-Te quiero, Merry-Death. ¿Cómo puedes pensar que no te deseo? ¿Se trata de un
problema de idioma y no nos entendemos? ¿Voy a buscar el cinturón talismán? -Mientras
hablaba, había abierto ansioso la parte delantera de la bata y tomó su seno izquierdo en el
cuenco de su palma enorme y callosa.
Y qué sensación tan placentera. ¿Estaría empezando a cogerle el gusto a los callos ahora?
« ¡Oh, señor, sí! » ¿Estarían cambiando sus gustos, para tomar ahora un cariz ordinario,
tal como decían sus padres? « ¡Ajá! » Oh, dios, ¿había dicho..., no, había pensado, «ajá»?
«¡Ajá!» ¿Acaso iba a comerse con los ojos a los obreros de la construcción, como aquel
tipo que salía en los anuncios de Coca-Cola light? «Probablemente, si tenían el pelo
largo, abdominales como una tableta de chocolate y un buen trasero que... »
Mientras ella se dedicaba a tal regresión, Rolf la miraba y, de forma distraída, dibujaba
grandes círculos abrasivos sobre su seno. Cada uno de los huesos de su cuerpo empezó a
derretirse, una partícula de calcio cada vez. Merry-Death quería apartar su mano, pero
había olvidado cómo hacerlo.
-¿Siempre haces lo que te apetece, maldito vikingo, sin pedir permiso alguno? -preguntó
en un susurro sofocado.
-Sí.
Sus incesantes caricias la hicieron estremecerse.
-Déjame -imploró él con la voz espesa-. Déjame darte placer. Después podremos hablar
con un mínimo de racionalidad sobre... todas esas cosas que nos importan.
¿Le estaba diciendo que era una irracional?
-¡Aaaaargh! -chilló ella, mientras le propinaba un duro empujón en el pecho. Puesto que
había bajado la guardia, el ataque por sorpresa le hizo caer del sofá al suelo.
Sobresaltado, Geirolf examinó detenidamente a la moza con gran sorpresa. Siempre le
habían gustado las buenas batallas y Merry-Death le estaba ofreciendo una buena lucha.
Le había asestado un buen golpe. Con una amplia sonrisa la felicitó:
-Bien hecho, encanto. -A continuación, se abalanzó sobre ella antes de que pudiera
escapar. Esta vez, se la echó al hombro y la llevó a la cocina, donde con un leve toque en
el interruptor encendió la luz y la dejó caer sobre una silla-. Siéntate -le ordenó- y no te
muevas.
Él volvió al salón, donde encontró un par de calzones de chándal. Un hombre apenas
podía mantener una conversación seria estando desnudo y con deseos concupiscentes.
Pensándolo mejor, rebuscó en el pequeño cofre que le había dado MerryDeath para sus
pertenencias, hasta que encontró una de esas prendas de ropa interior tan apretadas que
llevaban los hombres en ese país. Necesitaba algo que contuviera su ardiente virilidad, si
quería hablar con Merry-Death, en lugar de limitarse a balbucear tonterías.
Al regresar, se sentó en una silla al otro lado de la mesa. Ella había cubierto su cuerpo
cuidadosamente con la bata, pero si pensaba que presentaba una imagen decente y
recatada, iba muy equivocada. Los mechones de su pelo todavía húmedo le daban un
aspecto desaliñado y lascivo. Sus mejillas estaban sonrojadas por la ira y por las
escoceduras de la barba nocturna e incipiente de Geirolf. Los ojos de Merry-Death
brillaban con gloriosa ferocidad.
-Te quiero -dijo Geirolf, cogiéndole las manos por encima de la mesa.
Los hombros de Merry-Death se desplomaron. Intentó retirar las manos, pero él entrelazó
los dedos de ambos, apretándolos con firmeza. Ella apartó el rostro.
-Mírame, mi amor. -Cuando ella le miró, de mala gana, él le preguntó-: ¿Qué es lo que
pasa? ¿Te disgusta mi amor?
-No me quieres, y que me lo digas por compasión... eso es lo que me disgusta.
-Nunca antes le había dicho a una mujer que la amaba... Vamos, no pongas esa cara tan
escéptica. Nunca lo había hecho. Por lo tanto, debes disculparme si me muestro torpe con
las palabras. Esto es algo nuevo para mí.
-Rolf, tengo treinta y cinco años. No soy ninguna belleza. Cuando voy por la calle, los
hombres rara vez se fijan en mí. No soy una interlocutora ingeniosa. Mi sentido del
humor es casi nulo. Dedico mi vida a estudiar en aburridas bibliotecas crípticas. No
puedo tener hijos. O sea que cuando un hombre como tú dice que se ha enamorado de
mí... Bueno, me perdonarás, pero no me lo creo.
Él sacudió la cabeza con tristeza ante aquella autoevaluación. Se llevó los dedos
entrelazados a la cara y besó los nudillos de una de sus manos, después la otra. La
respiración entrecortada de ella, ahogada rápidamente, rebotó en su garganta y sus
pulmones hacia las extremidades. Él lo apreció porque sintió cómo se 1e aceleraba el
pulso justo en el punto en el que sus muñecas estaban unidas.
Haciendo un gran esfuerzo, volvió a colocar las manos cuidadosamente sobre la mesa,
donde no estaría tentado de besar nada más, aparte de los nudillos.
Buscando las palabras adecuadas, intentó empezar diciendo:
-He conocido mujeres más hermosas, es cierto, y he disfrutado retozando con algunas de
ellas. Bueno, lo admito, con bastantes.
Los labios de Merry-Death temblaron para contener la risa ante la confesión de sus
deslices. Esa media sonrisa era una buena señal.
--Pero en mi corazón nunca retumbaron truenos como los del poderoso martillo de Thor
cuando Loza de esas mujeres entraba en mi cámara -prosiguió--. La sangre nunca se
agotó en mi cabeza, dejándome mareado y jadeando con la mera sonrisa de una de ellas.
Nunca sentí ninguna clase de hormigueo cuando una de ellas rozaba mi piel al pasar.
-¿Hormigueo? ¿Tú?--dijo ella con incredulidad.
-Sí, puedes burlarte si quieres, pero me he aficionado sentir el hormigueo. Mis hermanos
se divertirían de lo lindo tomándome el pelo si supieran que sufro este real, te lo aseguro.
Y los escaldos escribirían una saga para regodearse en su chanza sobre mí. «Geirolf, el
constructor de barcos con hormigueo», o algo parecido.
Esta vez ella sí sonrió, una amplia sonrisa que transformó su cara y conmovió el corazón
de Geirolf.
Cerró los ojos y contó hasta diez. «Einn, tveir, prír, fjorir, fimrn, sex, sjo, átta, niu, tiu¡. »
Recuperando la compostura, prosiguió:
-En lo que respecta a tu falta de sentido del humor... no lo admito. A mí me pareces
divertida. De hecho, soy incapaz de recordar haber sonreído y reído tanto en toda mi vida
como lo he hecho durante esta última semana contigo.
Merry-Death alzó la barbilla, demostrando que seguía sin estar convencida. ;Qué moza
más testaruda!
-Has destacado lo poco emocionante que es tu profesión. Bueno, sobre eso no tengo ni
idea. Cuando Jillian te llamó aburrida antes...
--¿Qué dices que me llamó mi hermana? -gritó MerryDeath, mientras intentaba de nuevo
liberarse de las manos de Geirolf, sin duda para ir a atacar a su hermana, que estaba
durmiendo.
La ferocidad de la joven le divertía sobremanera.
-Lo que intentaba decirte es que, cuando Jillian te llamó aburrida, le dije que estaba ciega.
-¿De veras?
-Sí.
La cara de Merry-Death revelaba la lucha interna entre su mente y su corazón. Por
desgracia, Geirolf tenía que hacerle daño antes de que ambos se reconciliaran del todo.
-Y por último, eres estéril.
Meredith retrocedió ante aquella afirmación tan cruel. -Antes me hablaste de tu
infertilidad. No lo vuelvas a mencionar. No tiene importancia.
Ella suspiró.
-Rolf, no entiendo nada.
-¿Me crees cuando te digo que te quiero?
Él le sostuvo la mirada fijamente, hasta que ella respondió en un susurro:
-Sí.
Con un suspiro de alivio, Geirolf se apoyó en la mesa y le besó los labios, brevemente. A
continuación, se sentó bien derecho en su silla, muy formal.
-Bueno, ya hemos resuelto un tema. Ahora, vamos a por el siguiente obstáculo
importante. Quién soy yo? Dime, Merry-Death, ¿quién es el hombre que está sentado
justo ante ti, manifestando su amor?
-No lo sé. Francamente, no lo sé.
-Mira. Ése es uno de los mayores escollos que debemos superar antes de seguir adelante,
incluso antes de hacer el amor. Y haremos el amor, encanto. Eso no lo dudes.
-¿Me estás diciendo que no has querido hacer el amor conmigo arriba porque no sé quién
eres?
-¡Exacto! Bueno, en parte.
-Entonces, dime. ¿Quién eres?
-Merry-Death, no te miento. Debes admitirlo. Cuando te digo que vengo del pasado,
debes aceptarlo. Es la verdad. -Pero eso es imposible -exclamó ella.
-A mí también me costó creerlo. Pero es cierto. Hasta que no confíes en mí
completamente, no podemos... proseguir. -Pero...
-Podría pasarme días hablándote de mi país y de mi tiempo. Podría describirte, con todo
detalle, las cortes escandinava y sajona, y su gente. Sus vestimentas. Su idioma. La
política y la vida cotidiana. Podría llenar los vacíos que existen en los libros de historia y
corregir los errores que contienen. A la larga, creerías que soy Geirolf Ericsson, nacido en
el año 962 de nuestro Señor en un fiordo noruego, hijo de un jefe noruego y una dama
sajona. Pero no podemos perder tantos días, v yo preferiría que te bastase con mi palabra.
-Tras esta prolija declaración, esperó a que sus palabras calaran en la mente, obviamente
atribulada, de Merry-Death. Al final, insistió en su demanda de una respuesta--: ¿Quién
soy, Merry -Death?
—¡0h, no! --se quejó. Había lágrimas en sus ojos que demostraban un conato de
aceptación. Entonces, con voz firme, dijo-: Eres Geirolf Ericsson, un viajero del tiempo
del siglo x.
Geirolf asintió, demasiado conmovido para hablar. La confianza de Merry-Death
significaba mucho más para él de lo que en un principio había creído.
-No estoy segura de por qué te creo, Rolf. Ni de cuándo acepté que me estabas diciendo
la verdad. Quizás ahora mismo. Lo único que sé es que en tu relato hay demasiados
detalles históricos poco conocidos, que han resultado ser ciertos. Y, al final, gana la
intuición. Con el corazón.
-Gracias -musitó el vikingo.
Merry-Death imitó su gesto anterior; tornando las manos de Geirolf entre las suyas, y
besándole cada uno de los nudillos lentamente y con esmero. Durante todo el tiempo, le
miró a los ojos trasmitiendo algún misterioso mensaje. Geirolf sintió el hormigueo en
todas partes, incluso en los oídos, donde juraría que había pequeñas campanillas sonando.
Cuando Merry-Death hubo terminado, posó de nuevo sus manos entrelazadas sobre la
mesa.
--No me has hecho la pregunta más importante de todas -le informó-. Si piensas que todas
esas otras cosas eran impedimentos que teníamos que superar; debes saber que todavía
hay uno incluso mayor.
Él inclinó la cabeza. Había tantas preguntas, que no estaba seguro de a cuál se refería.
Excepto...
Oh, por el amor de dios, ¿cómo no había tenido eso en cuenta? La inseguridad era algo
nuevo para él; una sensación muy incómoda. No le gustaban aquellas náuseas
perturbadoras en el estómago ante la posibilidad de rechazo. « Oh, por favor! -rogó a
todos los dioses, tanto al cristiano como a los escandinavos-: ¡no dejéis que haya llegado
tan lejos para acabar fracasando! »
El rostro de Merry-Death no tenía expresión, no revelaba nada. ¿Le iba a tener en ascuas
para siempre?
-¿Entonces? -pidió Geirolf con voz áspera. -¿Entonces, qué? -Oh, qué cruel podía llegar a
ser esa mujer, torturándole adrede con deleite.
-¿Tú... tú me quieres, Merry-Death? -Su voz era tan tímida y tan baja, que no estaba
seguro de que ella le hubiera oído. Pero sí le había oído.
-Con todo mi corazón, vikingo. Con todo mi corazón.

Capítulo doce
Meredith se sintió mareada ante la euforia de sus propias palabras.
«Le quiero. No puedo explícarlo. No sé cuándo pasó. Pero le quiero. Le quiero.»
-Te quiero -susurró maravillada.
Geirolf se levantó, rodeó la mesa y la abrazó. Con delicadeza tomó la cara de Merry-
Death entre sus manos y la miró con adoración.
-Yo también te quiero, mi amor. -Rolf rozó levemente sus labios, en un beso suave y
dulce, y lleno de promesas. Ella hubiera jurado que el vikingo estaba reprimiendo su
impulso de ahondar en el beso y de abrazarla mas íntimamente. ¿Por qué? La mente de la
joven se sumergió en la confusión bajo la intensa mirada de Rolf.
Entonces ella se fijó en las lágrimas que anegaban los ojos de Rolf. Él mismo se las secó
avergonzado en su virilidad.
-Nunca pensé que el amor me hiciera sentir así. Me haces temblar al provocar en mí
todos estos nuevos sentimientos. Tengo ganas de gritar lo feliz que soy y de que mi voz
llegue hasta el Valhalla. Y tengo ganas de llorar por tan exquisito dolor.
-Oh, Rolf. -No había palabras adecuadas para expresar la profundidad de su emoción--.
Vamos..., vamos a un lugar más íntimo donde pueda demostrarte lo mucho que te quiero.
Quiero... necesito hacer el amor contigo, mi amor. -Meredith intentó rodearle con sus
brazos para traerle hacia sí.
Él profirió un gemido y, con un rápido beso, la cogió por los antebrazos y la separó de él.
--¿Qué? -«Oh, dios, ¿me va a rechazar de nuevo? No creo que pueda soportar este tira v
afloja mucho más tiempo. Ahora te quiero, ahora no te quiero.»
-Borra esa mirada dolida de tu cara, Merry-Death. No dudes ni por un instante de mi
deseo de acoplarme contigo.
-¿Pero? -Meredith intentó parecer enfadada, pero sólo consiguió pronunciar aquella
palabra con inseguridad y voz temblorosa.
Rolf volvió a gemir y tuvo que hacer un esfuerzo silencioso para controlar su mandíbula.
-Ven -le dijo, conduciéndola hacia el salón, donde recompuso las sábanas en el sofá-.
Acuéstate.
Cuando Meredith se tumbó, esperando que él se uniera a ella, él, por el contrario, la
arropó bien fuerte hasta el cuello, con los brazos pegados al cuerpo. Sola. La estaba
acostando sola. A continuación, se arrodilló en el suelo junto a ella.
-Cariño, por favor; te pido que me ayudes a hacerlo bien.
--No he dicho nada.
-Bueno, en cierto modo, sí. Tus ojos me reprochan que sea un granuja, y no lo soy.
Intento actuar con nobleza, lo mejor que sé. -Cuando ella iba a protestar la detuvo con un
gesto de la mano-. Hace dos días, no, hace dos horas, si hubieras sugerido que tuviéramos
una... ¿cómo lo llamaste?... una aventura amorosa, me hubiera abalanzado sobre ti más
rápido que un relámpago. Y hubiéramos disfrutado mutuamente de nuestros respectivos
cuerpos. Enormemente.
-Entonces, ¿cuál es el problema? -se quejó ella, mientras intentaba sacar los brazos de la
camisa de fuerza que formaba la sábana para abrazarle.
-Chist, compórtese, señorita. --Aprovechó para robarle un fugaz beso de sus labios y se
rió entre dientes-. ¿Sentiste el hormigueo?
-Yo quiero mucho más que un maldito hormigueo.
--Eh, eh -bromeó él-, ese lenguaje ordinario no es adecuado en una mujer vikinga.
Con un explícito improperio, Meredith le dejó claro lo que podía hacer con sus mujeres
vikingas.
-Estoy convencido de que ya sabes que por el momento no tengo ningún deseo de hacerlo
con ninguna otra mujer que no seas tú. Ten paciencia, mi amor -advirtió con una sonrisa-,
aunque debo reconocer que tu entusiasmo halaga mi ego. No, no, no, no te pongas
testaruda conmigo ahora. Y una lengua descontrolada es otra cosa que está mal vista en
tuna mujer vikinga. En serio, debes aprender a frenar tus mordaces impulsos.
-Déjame... levantarme... ahora -le exigió.
-Nooo. Quédate aquí tumbada y quieta mientras te lo explico.
-Me estás volviendo loca. ¿Vamos a hacer el amor o no?
-Realmente debes de estar loca si me preguntas eso. Pues claro que haremos el amor.
Pero no esta noche.
En ese momento tuvo que sujetarla por los hombros para contenerla. De lo contrario,
Meredith le hubiera dado una bofetada. La estaba reduciendo a una especie de cesto.
Por fin, ella se calmó y Rolf prosiguió:
-Al intercambiar nuestros votos de amos, todo ha cambiado. Antes, nuestra unión hubiera
servido solamente para saciar nuestra lujuria. Tal como dijiste en una ocasión, una
especie de representación de Amor con un vikingo ardiente. Pero ahora será mucho más.
Habrá deseo, por supuesto. Y «Amor con un vikingo ardiente» también se hará realidad.
Pero, además, creo que el amor se merece un tratamiento diferente, más tierno.
Meredith apretó los labios para resistirse ante el impulso de pedirle a Rolf que explicara
con mayor detalle aquella lógica tan descabellada. Pero sus ojos lanzaban puñales a aquel
hombre exasperante.
-Si estuviéramos en mi país, mi padre habría visitado al tuvo y le pediría tu mano en
matrimonio.
Ella se rió ante aquella idea ridícula. ¿Un jefe vikingo entrando en la formal biblioteca de
su padre? Sin duda ataviado con un manto de pieles y blandiendo un hacha de guerra.
Luego, respiró profundamente. ¿Matrimonio? No se lo esperaba. Pero le gustaba la idea.
Y mucho.
-No hay motivo de risa en las negociaciones de una boda formal, Merry-Death. Una
esposa legal se distingue de una concubina por el precio que la familia de su marido paga
por ella.
A Meredith no le gustó cómo sonaba la palabra «precio». Le hacía sentir como una
mercancía.
-¿Y si mi padre hubiera rechazado la petición?
-Yo te conseguiría de todos modos. --Rolf le sonrió con una arrogancia brutal.
--¿Me estás... me estás pidiendo que me case contigo? -Sí... no. ¡Diablos! Estoy
echándolo a perder todo porque me importa demasiado.
¿Echándolo a perder todo? Con tales meteduras de pata este tío podría convencer hasta a
una monja.
Rolf respiró profundamente antes de continuar.
--Si estuviéramos en mi tierra natal, me pondría de rodillas.Miró intencionadamente a su
posición arrodillada-. Y te haría mi promesa de matrimonio... de hombre a mujer. Al
estilo vikingo. Es tan válido a los ojos de los dioses como cualquier matrimonio cristiano.
-Tengo tantas ganas de tocarte --lloriqueó Meredith ante la dulce caricia de las palabras
de Rolf.
Él rechazó su súplica, y para consolarla rozó suavemente con sus dedos sus labios.
-Pero eso no satisfaría a mi familia, especialmente a mi madre. El anuncio de nuestra
boda se haría público por todos los fiordos de Noruega, y se prepararía un magnífico
banquete nupcial. Cada semana te enviaría un regalo distinto y cada vez más espléndido
para seducirte y llevarte a mi cama: joyas preciosas de Bizancio, pieles de marta cibelina
de los mares del norte, las más finas sedas, un potro sarraceno acabado de parir; aceites
aromáticos de oriente. Cuando llegara el día fijado para nuestra boda, nos casaríamos al
estilo tradicional escandinavo, con bullicio y algarabía, y pronunciaríamos nuestros votos
ante el sacerdote que atiende la capilla de mi madre. La celebración duraría dos semanas.
Ella sonrió ante la espléndida escena que Rolf había descrito. -Pero no estamos en mi
época, ni en mi país, y nunca lo estaremos -suspiró-. Como mínimo, no juntos. Una
oleada de pánico la hizo ponerse alerta. -Por tanto, tendré que improvisar.
-Estamos en los noventa, Rolf. Las parejas de hoy en día no suelen esperar al matrimonio
para consumar una relación, especialmente si ya están prometidos, o comprometidos.
--Ya, bueno, pero yo no soy un hombre de los noventa.
«Vaya, esto es nuevo. Un hombre que insiste en el celibato antes del matrimonio. Pero
casi diría que me gusta. Sí, sí que me gusta. Aunque más vale que no me haga esperar
demasiado.»
-Nos podría casar un sacerdote o un juez de paz, aquí en Maine.
-No, yo soy el hombre. Yo tengo que decidir la manera. Celebraremos una boda, por
supuesto, pero será al estilo de los hombres y mujeres escandinavos. Una ceremonia
personal, de hombre a mujer, no una religiosa. Un ritual del corazón.
«¿Un ritual del corazón? ¡Qué expresión más maravillosa! Dios, este hombre es
verdaderamente tierno. O bien habla desde una profunda emoción, lo cual plantea
perspectivas asombrosas.» Meredith parpadeó para disipar sus lágrimas.
-¿Cuándo?
-Dos, tres días a lo sumo.
Ella gimió.
Él se rió entre dientes.
-La anticipación no es algo negativo, encanto.
-Para ti es fácil decirlo -contestó ella bruscamente.
-Pues no, no me resulta fácil, en absoluto -respondió él en torio sombrío. Luego profirió
un suspiro entrecortado que denotaba resolución-. Pero antes tengo que hacer los
preparativos. Las galas nupciales para los dos. Mi regalo de novia. Las pieles rituales
para la cama. La casa comunal vikinga para la boda.
-Yo no necesito todas esas cosas, Rolf. Y si sales por ahí y cazas un animal para darme
una piel, te juro que te mato. -Entonces se dio cuenta de lo último que había dicho Rolf-.
Oh, no, no, no. Ya te lo dije. Nada de construir cobertizos en mi propiedad.
Él sonrió y le dio unas palmaditas en el brazo.
-Ya veremos. Quizá sólo uno pequeño. Unas cuantas tablas que nos sobren del barco,
adobe y cañas, un tejado de paja o turba, una chimenea en el centro, una cama, lo más
importante, una cama. Una sauna también estaría bien... aunque sea una pequeña, como
una cabaña, realmente. No quiero crear demasiadas expectativas.
-Eres..., eres..., eres... -balbuceó Meredith. -¿Estás abrumada, verdad, cariño?
-Ya te enseñaré yo a estar abrumado -gritó con furia.
-¿En serio? Oh, creo que no podré esperar. ¿Te refieres al plano sexual?
Suéltame -exigió ella.
En vez de soltarla, ejerció incluso más presión en las sábanas.
-¿Te parece una medida adecuada sonrojarte de ese modo, mi amor? No querría que te
desmayaras antes de solucionar los demás obstáculos.
Ella se tranquilizó, todavía recelosa.
-¿Qué otros obstáculos?
-El divorcio.
-¿Cómo dices? Me acabas de pedir que me case contigo y va estás planeando el divorcio.
¡Ah, no! ¿No estarás hablando de un contrato prematrimonial, verdad?
-¿Contrato qué? Ah, eso. No. Me refiero a que tendré que abandonar tu país en pocas
semanas, y...
-¿Tienes la intención de irte? Pero, yo pensaba que... -¿Pensabas que me quedaría ahora
que hemos reconocido nuestro amor? -acabó por ella Rolf con voz suave. Ella asintió.
-No puede ser. Mi misión sigue pendiente. Debo devolver la reliquia, tal como le prometí
a mi padre. He estado investigando sobre la situación de Noruega en el siglo x en tu
biblioteca y en Internet. Y he encontrado referencias sobre la hambruna que asoló mi país
a finales de ese siglo.
--Es posible, pero te lo vuelvo a decir: no creo que puedas cambiar la historia.
-Puede que no, pero ¿qué ene dices de los cambios « dentro» de la historia?
Meredith esperaba que Rol¡ se explicara mejor.
-Dado que los libros no mencionan la fecha en la que finalizó la hambruna, quizá mi
intervención haría que fuera más breve, unos pocos meses o años. Además hay otro
asunto. -Parecía preocupado, mordiéndose el labio inferior con los dientes, como si
contemplara algo que realmente le alarmaba-. He descubierto en uno de tus libro, de
historia que Etelredo, ese infame bastardo, pretende aniquilar a todos los escandinavos de
Inglaterra de aquí a cinco años, en 1002, incluidos los colonos vikingos v los mercenarios
que están a su propio servicio. Entre los que van a caer bajo su espada se encuentran
la hermana y el cuñado del rey Sven de Dinamarca. Es mi deber advertir a mis
compañeros vikingos sobre los funestos planes de Etelredo.
-Pero eso es cambiar la historia. Y debes saber, si profundizas en esos mismos textos, que
se producirán represalias masivas contra Etelredo en los años subsiguientes. Por último,
alrededor del año 1017, un joven caballero vikingo, Canuto, conquistará toda Inglaterra.
Entonces, Inglaterra permanecerá bajo el dominio vikingo durante veinticinco años. Por
lo tanto, en cierto modo, lo que tenga que ser, será.
-Bueno, yo no entiendo mucho de eso. Lo único que sé es que debo volver a mi tierra
natal, para completar el círculo. -Entonces iré contigo -decidió Meredith de repente. La
expresión de Rolf se endureció.
-No puede ser.
-Antes me lo ofreciste -señaló ella.
-Ya, pero eso fue antes de enamorarme de ti. Ni siquiera estoy seguro de que el portal del
tiempo de la Luna del Demonio funcione conmigo. Y nunca, en ningún caso, arriesgaría
tu vida para realizar mi misión. Además, tú tendrás que llevar a cabo el proyecto de tu
abuelo cuando yo me haya ido. Yo puedo construir la embarcación, pero no estaré aquí
para hacerla navegar.
-¿Y qué tiene que ver todo esto con el divorcio?
Rolf tragó saliva con dificultad y prosiguió:
-Cuando me haya ido, no quiero que te sientas afligida... al menos, no por mucho tiempo.
Con el tiempo, querrás volverte a casar. -Levantó la palma de la mano para detener las
objeciones de Meredith--. Es por eso por lo que sólo intercambiaremos los votos
escandinavos. Nada de rituales papistas, mucho más vinculantes. En mi sociedad el
divorcio es sencillo. Una mera declaración de intenciones ante testigos, y una exposición
de los motivos de la demanda de divorcio -¿Como por ejemplo? -preguntó, apretando los
dientes. Dios mío, aquel vikingo era un gran idiota si pensaba que ella haría tal cosa.
-Existe toda una serie de causas justificadas que son emotivo de divorcio. Impotencia;
que la mujer se vista con calzones masculinos; que el hombre utilice indumentaria
femenina; mezquindad...
-Apuesto a que una de esas causas justificadas sería que la mujer fuera estéril.
-Creía que ya te había dicho que no volvieras a mencionar ese tema. Por cierto, ¿acaso he
faltado a mi deber de comentarte que una esposa obstinada es uno de los mayores
motivos de divorcio?
-¿Y qué me dices de un marido que se niega a escuchar a su mujer?
-Sí, eso también -admitió Rolf, sonriendo.
-Así que, señor Ya-lo-tengo-todo-planeado, pretendes casarte conmigo, viajar en el
tiempo hasta tu casa, divorciarte de mí, y entonces...
--Ah, no. En ningún momento he dicho que me vaya a divorciar de ti, encanto. Nada más
lejos de mi intención. Yo no volveré a casarme jamás, eso lo juro. Pero deseo tu libertad.
Aquélla estaba convirtiéndose en la más ridícula de las conversaciones.
-¿Vas a... vas a volver?
-Podría probarlo, pero, no; sospecho que eso sería imposible.
-¿Y qué me dices de tu amante, la dulce fulana esa, Alyce de Hedeby?
Él se encogió de hombros.
-No puedo prometerte celibato de por vida. Ni tampoco te lo pediría a ti.
Meredith sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
-Eres tan increíble. Me dices que me quieres y en el momento siguiente me dices que me
dejas. Bueno, no lo permitiré.
-No tienes otro remedio, mi amor.
-Pues claro que tengo otro remedio. Es posible que no pueda dejar de quererte, pero
puedo negarme a hacer el amor contigo. Y tengo claro que no voy a casarme con un tipo
que pretende abandonarme al cabo de unas semanas.
-Pueden ser las mejores semanas de nuestras vidas --arguyó Rolf.
Ella intentó levantarse, airada y afligida. Cuando él quiso detenerla de nuevo, Meredith le
mordió la mano.
-¡Ay! -se quejó él, pero no retrocedió, ni siquiera cuando ella le hizo sangre.
Meredith se dejó caer hacia atrás y cerró los ojos. No podía soportar la visión de aquella
minúscula herida en la mano de Rolf, consciente de que había sido ella quien le había
hecho daño, aunque fuera leve.
-No me casaré contigo -repitió con voz monótona y apagada, y los ojos aún cerrados.
-Sí, sí lo harás.
-Y no haré el amor contigo. -Hacer el amor con Rolf y después renunciar a él iba a
dolerle mucho más que no haberlo tenido nunca-. Y por muy dulces que sean tus
palabras, no me convencerás.
Él se rió con suprema confianza en sí mismo.
-Se dice que la savia enardecida de un escandinavo podría provocar un terremoto.
-Vete, Rolf. Ahora quiero dormir. --Necesitaba estar a solas un tiempo para meditar sobre
todo lo que había sucedido aquella noche y prepararse para los días que se avecinaban.
Días en los que tendría que luchar contra sus sentimientos hacia Rolf. Y después vendrían
los días en los que él ya no estaría allí.
-Me quedaré contigo hasta que te duermas.-Se incorporó de su posición arrodillada y
apartó las caderas de Meredith para poder sentarse en el borde del sofá. Ella apretó más
los ojos-. Quizá podría contarte una saga para ir a dormir. No, ya sé: te entretendré con
algunas pistas sobre cómo los vikingos hacen el amor con sus mujeres.
« ¡Oh, no! »
-Seguro que conoces el famoso punto «S» de los vikingos.
Meredith se burló como única respuesta.
-¿Dudas de mi palabra? Ah, pagarás por ello, moza, en el momento oportuno. Pero, en
serio, los escandinavos son famosos desde hace mucho tiempo por su destreza en el
deporte de la cama y...
Ella volvió a mofarse de él, todavía con los ojos cerrados. No iba a dejar que él viera el
dolor en su mirada.
Él le dio unos golpecitos en la barbilla como reprimenda.
-Parte de nuestra destreza se debe a nuestros cuerpos esculturales, sin duda...
-Sin duda.
-El sarcasmo no te sienta nada bien, mi amor -comentó-, pero hay quien atribuye nuestra
destreza a los... secretos.
«¿Secretos? ¿Qué secretos?» Al ver que él no proseguía, Meredith entreabrió un ojo, tan
sólo una rendija, pero él se dio cuenta. Era la entrada que había estado esperando. ¡El
muy creído!
Riéndose entre los dientes, aclaró su extravagante afirmación con gran entusiasmo.
-Al ser aventureros, nosotros, los escandinavos viajamos muy lejos...
-Y por el camino, saqueáis y violáis a todas las féminas a la vista.
-Esa acusación de pillaje y violación está resultando pesada. Lo que iba a decir es que,
gracias a nuestra amplia experiencia viajera, hemos aprendido muchos secretos sobre las
relaciones sexuales. Secretos que hemos ido pasando de padres a hijos. Secretos que
atraen a las mujeres a nuestras camas copio abejas a la miel.
No pienses ni por un minuto que voy a saltar a la cama contigo por unos cuantos secretos
sexuales. Lárgate y busca otro sitio donde esparcir tu polen... insecto sobreexcitado. Esta
abeja no está interesada.
-Ja, ja, ja. Me encanta tu broma. Lo ves, Merry-Death, ya te dije que tienes muy buen
sentido del humor.
-Bueno, yo ahora no me río, y esto va en serio. C0 tú te quedas en Maine, o yo te
acompaño a ti¡ casa. Y eso es lo que hay.
-No.
-Sí.
-Nie pydir nei -dijo con contundencia-. No significa no, y no hay más que hablar.
No en mi vocabulario.
Rolf inhaló y exhaló varias veces haciendo un ruido exagerado.
-Por ventura debería compartir contigo uno de esos secretos para que cambiaras de
opinión. Pero sólo uno, no me pidas más. Y debes prometerme que no se lo revelarás a
nadie.
Ella puso los ojos en blanco ante su insistencia.
Para su horror y su sorpresa, él habló con todo lujo de detalles gráficos sobre algunos
preliminares eróticos con lenguas y con cuerdas, y de una capacidad de aguante
extraordinaria, y de medidas sobrenaturales.
-Estás mintiendo -le acusó ella-. Nadie, hombre o mujer, podría hacer lo que acababa de
describir.
El vikingo arqueó una ceja disgustado.
-¿No te dije que yo nunca miento? Si no puedes creerme, quizá te parezca más creíble el
secreto al que denominamos «aceite caliente, espada fría». Ése es para guerreros más
expertos en el deporte de la cama. -Rolf esbozó una sonrisa-. Yo lo hice en muchas
ocasiones.
Ella chasqueó la lengua ante el ego exagerado del vikingo. En realidad, si no hubiera
estado tan enfadada, no habría tenido más remedio que admirar su adorable encanto.
-Vete, Rolf. No me casaré contigo. -Se dio la vuelta por completo, hasta quedar de cara al
respaldo del sofá.
-¿Alguna vez has hecho el amor en una cama con pieles, Merry-Death? -le preguntó con
voz áspera y sedosa a la vez-. Según me han contado, no hay mejor sensación en el
mundo para una mujer que la caricia de las pieles en su espalda y el seductor tormento
del cuerpo velludo de su amante por delante. Yo te voy a ofrecer esa experiencia.
Meredith sintió una punzada de excitación por todo su cuerpo.
-Y además, claro está, los constructores de naves contamos con habilidades especiales.
-¡Oh, no!
-Eso se debe a que trabajamos con las manos. Nos encanta tocar... y tocar... y tocar. La
piel de la yema de los dedos se ha vuelto muy sensible. ¿Alguna vez has hecho el amor
con un hombre orgulloso de los callos que su oficio provoca en sus manos, Merry-Death?
Apuesto a que no. -Hizo una pausa, el sonido fuerte de su respiración llenándolo todo-.
Es un placer que está por encima de todos los demás, te lo garantizo -finalizo Con Un
susurro.
Ella se dio la vuelta para mirarle.
-No me higas esto, Rolf.
-Te quiero, Merry-Death -dijo Rolf con fervor, inclinándose hacia delante para posar sus
cálidos labios sobre los de ella-. No puedo prometerte una manifestación perfecta de este
amor. No puedo garantizar ningún futuro para nosotros dos. Pero hay algo que sí te puedo
jurar: haré todo lo que esté en ¡ni mano para hacerte feliz durante los días que tenemos.
Ningún otro hombre podría hacer más.
Con eso, se levanto y se alejó. A la altura de la puerta del patio, se detuvo. Por encima de
su hombro repitió: --Te quiero, Merry-Death.
-Yo también te quiero, Rolf--respondió ella con un nudo en la garganta. Pero él ya se
había ido. Y Meredith tuvo un anticipo de la lenta agonía que iba a sufrir cuando él la
abandonara para siempre.

Un derviche girador azotó Maine la mañana siguiente y se llamaba Geirolf Ericsson.


Ahora que tenía una misión, trabajaba con un afan enfermizo. Y su misión, en este caso,
no era devolver la reliquia. La misión era («¡que los dioses me ayuden!») ella.
¿Cómo podría ser capaz de resistírsele?
Cuando ella regreso de la universidad a las seis en punto, era obvio que Rolf y Mike no
estaban en casa. Pero los avances realizados en el proyecto en tan sólo aquel día en que
Rol¡ había vuelto al trabajo eran fenomenales. Aunque el barco de Rolf presentaba el
mismo aspecto que el día anterior, la embarcación del proyecto, que habían bautizado
como Águila Fiero en honor a la mascota del colegio y como complemento del Destino
Fiero de Rolf, ya tenía un armazón para el casco, que se erguía orgulloso por encima del
astillero, realzado por una impresionante quilla de quince metros. La roda y la popa ya
habían sido remachadas a mano. Rolf tenía razón. Tan sólo el esqueleto de ese barco ya
parecía mocho más robusto y presentaba mejor factura que el del abuelo.
Meredith se había ido al trabajo a las siete. Tenía que ocuparse de un montón de papeleo
del proyecto y preparar las clases, que se reanudarían el lunes. Antes de salir, había
evitado de forma calculada mirar, ni siquiera un momento, hacia el patio lateral, donde
podía oír a Rolf trabajando. Con lo cobarde que era, temía encontrárselo tras las
inusitadas declaraciones de amor de la noche anterior, seguidas de su exasperante
oposición a un futuro para ambos. Pero no podría esquivarlo siempre.
Decidió dar una vuelta por el área de trabajo. Había más estudiantes que nunca, como
mínimo tres docenas. Aparente-mente, a medida que corría la voz sobre el proyecto,
había más jóvenes con ganas de dedicarle su tiempo de forma voluntaria. Aquella mañana
Meredith había recibido en su oficina tres llamadas de teléfono de periódicos locales que
querían hacer un reportaje sobre el proyecto Trondheim. Eso podría ayudarles a conseguir
más fondos.
Para su consternación, también había encontrado un mensaje en el contestador del
productor de Un chapuzas en casa, al que todavía debía contestar. Y; más increíble
todavía, Mike tenía un mensaje de Sharon Stone: «Hola, Mike. Te llamaba entre escenas
sólo para charlar. Hablamos luego, cielo. Sharon».
Siguió andando y echó una ojeada a un tosco horario de trabajo colgado en uno de los
laterales de la casa, por encima del cual había varios papeles clavados en lo que venía a
ser un tablón de anuncios improvisado. Al parecer, los estudiantes estaban organizados en
grupos de. trabajo, y seguían una planificación detallada de sus tareas. Seguramente, Rolf
lo había impreso desde el ordenador de Meredith. Cortar tablas. Pulir y lijar madera.
Cocinar. Tejer lana o pelo de animal para el calafateo. Fabricar clavos de madera. Un
depósito de agua para remojar la madera. Secar pieles.
«¿Eh? ¿Qué pieles? ¿Secar?»
En una de las hojas había una lista de las actividades de la Sociedad para el Anacronismo
Creativo. Un momento. ¿ Cuándo había entrado a formar parte de este proyecto la SCA?
Cuando ella les había pedido ayuda el mes pasado, no se habían mostrado interesados.
Para su sorpresa, en el programa aparecían talleres prácticos, conferencias, exhibiciones y
otro tipo de actividades sobre temas como: «Contar sagas: la tradición escáldica»; «Trajes
del siglo x»; «Pan hecho con molinillo de mano»; «Artesanía con esteatita»; «Tejidos
medievales»; «Telares manuales vikingos»; «Broches con forma de gallardete: un
distintivo escandinavo»; «La espada soldada según patrón»; «Las naves vikingas y los
lobos de mar». `r todo aquello se iba a impartir en su propiedad en los meses siguientes.
Sobre la mesa había un sobre sellado con su nombre, «Merry-Death», escrito a lápiz y
con letra casi de niño. Con el corazón latiendo con fuerza, Meredith lo abrió y encontró
una nota cuidadosamente doblada en la que solo se leía una frase. «Te quiero. ,> Al pie de
la nota se intuía también un texto borrado que pudo descifrar (algo que Rolf, con mucho
acierto, había decidido que no era adecuado en aquella circunstancia): «¿Has comprado
más aguamiel?»
Tenía los ojos llenos de lágrimas. «Oh, Rolf, vas a ser un enemigo formidable en esta
batalla de voluntades. Se obligó a dejar de soñar despierta y se paseó por el patio.
--Hola, Jerry. Pete, Frank gritó. Puesto que ya llevaba en Maine tres mese,,., conocía el
nombre de muchos de los estudiantes.
-¿Qué tal, doctora Foster? --contestaron, mientras bajaban las hachas v se secaban las
frentes sudorosas con los antebrazos desnudos. La mayoría de ellos no llevaban camiseta,
hecho que no pasaba desapercibido a las numerosas estudiantes femeninas, cuyo-- ojos
seguían cada uno de sus movimientos con agradecimiento..
Meredith les hizo una señal con la mano para que volvieran al trabajo y durante unos
instantes observo cómo se dedicaban al antiguo método de construcción de barco, con
escorias. Los muchachos, todos ellos de figura atlética, estaban partiendo troncos a partir
de los radios para obtener planchas en forma de cuña (unas dieciséis por cada tronco),
que parecían rodajas de un pastel redondo de un tamaño enorme. Esas « tablas
agrietadas» se solaparían para formar los laterales de la embarcación.
—Ya estás en casa, tía Mer --dijo Thea con alegría cuando se encontraron. Thea llevaba
un niño pequeño en la cadera. El bebé llevaba un mono vaquero y unas diminutas
zapatillas deportivas de cuadros blancos y negros lindísimas. Thea vio las cejas arqueadas
de Meredith y aclaró:
-Este es Teddy. Es de una de las señoras de la SCA . --Señalo hacia el otro lado del claro,
donde había varias mujeres removiendo una inmensa caldera en una hoguera.
¡Dios bendito! Aquella olla parecía contener comida suficiente para alimentar a un
ejército, que más bien es lo que parecía que empezaba a acumular en su propiedad.
¿La cena ? --preguntó.
-No, sopa -dijo Thea. Su sobrina llevaba un vestido largo al estilo vikingo, con la falda
blanca cubierta por un delantal abierto por los lados. Su oscura cabellera aparecía
cuidadosamente peinada en dos trenzas y ni una mota de maquillaje estropeaba su cutis
perfecto. Todo ello formaba un gran telón de fondo para el aro de su nariz.
¿Sopa?», preguntó para sus adentros. ¿Qué tenía que ver la sopa con la construcción de
un barco vikingo? De todos modos, fuera quien fuese el responsable de aquella
transformación en Thea merecía un gran abrazo.
Por desgracia, o por suerte, sospechaba de quién se trataba, y de ningún modo se iba a
arriesgar a darle a aquel tipo un abrazo, ni grande ni de ninguna otra clase. No si no
aceptaba quedarse allí en el presente o llevarla con él al pasado.
-¿Te importaría coger a Teddy un momento, tía Mer? Pesa una tonelada. Y yo tengo que
ir a controlar el jabalí.
Con mucho gusto, Meredith tomó al niño en brazos. Él la miró con sus ojos azules bien
abiertos por la curiosidad, mientras succcionaba un pulgar con su encantadora boquita.
Meredith cerró los ojos. Los bebés siempre le hacían sentir de aquel modo. Teddy,
mientras tanto, iba dando tirones a los cabellos de Meredith, haciendo saltar las
horquillas. El niño soltó una risita al ver cómo caía parte de su pelo peinado hacia arriba.
-¿Qué jabalí? --chilló finalmente, abriendo los ojos para ver cómo Thea observaba
divertida su nuevo peinado.
-En realidad, no es jabalí. No encontramos en ninguna de las carnicerías a las que
llamamos esta mañana, ¿puedes creerlo? ¡Ni un solo jabalí! Pero Rolf dijo que el jabalí
sabe parecido al cerdo. Así que esta noche comeremos asado de cerdo -enunció Thea con
alegría-. Lleva cocinándose todo el día en un hoyo que cavamos lleno de piedras calientes
v hojas húmedas. Estoy tan contenta de haber venido, tía Mer. Me lo estoy pasando tan
bien.
Thea hizo ademán de alejarse, pero Meredith la agarró por el hombro con la mano que
tenía libre. Los pegajosos dedos de Teddy iban tirando por el escote de su suéter de
algodón estirándolo al máximo.
-A ver, Thea, espera. ¿Dónde están Mike y Rolf?
-Pues, han estado aquí hasta eso de las dos. Luego Rolf ha dicho que tenía que comprar
muchas cosas. -Thea apartó los ojos al pronunciar las últimas palabras.
-¿Qué tipo de cosas? -preguntó Meredith con recelo. -¿Y yo qué sé? -exclamó Thea, que
seguía sin establecer contacto visual.
Meredith tomó la barbilla de Thea, obligándola a mirarla. -¿Qué está pasando aquí, Thea?
-¿Es cierto que Rolf y tú vais a casaros?
-¡No! -dijo ella con demasiada rapidez y demasiada vehemencia. De inmediato, sus
mejillas se encendieron de vergüenza.
-Rolf ha dicho que yo podría ser una especie de testigo. ¿Sabes? Eso sería igual que ser
una dama de honor en una boda vikinga.
Meredith profirió un quejido.
-¿Ya has visto las rosas? -La voz de Thea se apagó, intimidada.
«¡Oh, oh!»
-¿Las... las qué?
-Rosas. -Thea señaló hacia la parte posterior de la casa-. Es como la cosa más romántica
del mundo entero. Esta mañana se lo he contado a Phoebe y Cora, de Chicago, y me han
dicho que les parecía absolutamente genial, incluso mejor que cuando Brad Pitt...
Thea prosiguió con su cháchara, pero Meredith y a había girado sobre sus talones y se
dirigía con grandes zancadas hacia la parte trasera de la casa, el lado que daba al océano.
Teddy, apoyado en su cadera y agarrándose con una mano al cuello de Meredith, se las
había ingeniado para meter su otra sucia manita dentro del suéter, y fue tirando
alegremente de uno de los tirantes del sujetador hasta que se rompió. El cuello del jersey
había perdido su elasticidad ante los insistentes tirones del niño y ahora colgaba por fuera
de un hombro.
Thea se apresuraba detrás de ella, mientras le informaba apurada:
-Oh, y había olvidado por completo decírtelo. Mamá se ha levantado esta mañana y se ha
ido. Sólo ha dejado una nota diciendo algo así coma que la habían llamado de la ciudad
para una emergencia. Ha dicho que ya volvería, pero ya conoces a mamá. Igual vuelve,
igual no.
«¿A quién le importa ahora lo que haga mi hermana? ¿A quién le importa si esta criatura
hace trizas mi ropa? ¿A quién le importa si medio Maine está invadiendo mi jardín?
Tengo preocupaciones más importantes.»
Meredith se quedó de piedra cuando dobló la esquina. Había docenas, literalmente
docenas, de rosales plantados por el patio y la base de madera de lo que Meredith temía
que iba a convertirse en una casa vikinga. Había plantas grandes y pequeñas, unas con
capullos y otras totalmente en flor, de floración perenne y de floración tardía, de tallo
largo y de enredadera, y el olor a rosas ya impregnaba el aire. Meredith no pudo reprimir
las lágrimas que desbordaban sus ojos.
Teddy vio las lágrimas de Meredith y él también empezó a llorar. Meredith le acarició la
espalda hasta que dejó de sollozar y escondió su cara somnolienta en su cuello.
Meredith examinó el patio trasero, maravillosamente transformado. Seguro que Rolf
había imaginado lo mucho que le gustaba la fragancia de las rosas cuando entró en el
cuarto de baño la noche anterior. De alguna manera, lo había sabido. ¡Oh, dios, cómo le
quería!
Antes de alejarse, Thea le informó con voz suave:
-Rolf ha dicho que quería que le recordaras, para siempre, cada vez que olieras rosas.
Meredith suspiró.
-Ah, y ha dicho que éste es tu primer regalo de novia.

Capítulo trece
-Déjame coger a Teddy.
Mike llegó hasta ella y cogió al niño dormido de sus brazos con una facilidad
sorprendente para un joven soltero.
Teddy parpadeó al notar que el hombre le colocaba en su hombro.
-¿Cómo estás, campeón? -Mike dio unas palmaditas juguetonas al trasero bien acolchado
del niño. Curiosamente, el ayudante universitario de Meredith llevaba una camisa de
cuello de Oxford y vaqueros, y un par de zapatillas deportivas a cuadros blancos y negros
a juego con las que llevaba el niño en miniatura.
-Mike -murmuró la criatura con aire satisfecho antes de volver a cabecear.
-¿Conoces bien a la madre de Teddy? -preguntó Meredith. Era una pregunta personal, que
no se hubiera atrevido a formular algunos días atrás.
-¿Sonja? -Mike se sintió incómodo bajo el escrutinio de Meredith.
Ella miró a lo lejos hacia el lugar donde una mujer rubia con vestimenta vikinga alzó la
mano en un saludo, antes de volver a su exhibición de sus artes culinarias. Meredith
recordó quién era.
Sonja Wareham. Divorciada y profesora auxiliar nueva. Aunque sólo había coincidido
con ella un par de veces en la universidad, a Meredith le había parecido muy agradable.
Más bien reservada y seria, pero agradable, en definitiva. ¿Había sido el contacto de
Mike con Sonja, militante activa de la SCA, el motivo por el que la sociedad se había
involucrado en el proyecto?
A Mike se le pusieron rojas las orejas.
-Hemos salido juntos alguna vez.
-Vaya, vaya, vaya -bromeó ella-. Parece ser que tu gusto no es tan horrible como yo
pensaba. -Hacer bromas con sus empleados era otra de las cosas que siempre había
evitado. «¿Por qué?», se preguntaba ahora. ¿Acaso su carácter reservado era un rasgo
heredado de sus padres? Aquella mentalidad de clasificar a la gente, ya fuera por la
inteligencia, por el dinero, por el origen o por la profesión.
-Eh, sólo porque me haya relamido ante la visión de un simple pastelito, eso no significa
que no sepa apreciar un bombón de vez en cuando.
Meredith rió.
-No creo que a Soma le guste que la comparen con un bombón. Y, por cierto, el pastelito
dejó un mensaje para ti en el contestador de la oficina.
-Ah, eso -dijo Mike, con las orejas más rojas todavía-. Creo que le interesa más Rolf que
yo.
¿Por qué eso a Meredith no le sorprendía?
-¡Oh, no! --dijo Mike---. Rolf va a romperme esta bocaza que tengo.
-¿Y bien? ¿Dónde está el casamentero de Valhalla? -Fuera, en la entrada, descargando el
camión. --Mike hizo ademán de irse.
-¡Eh! -le llamó ella por detrás-. ¿Dónde habéis estado los dos?
Sus hombros se desplomaron al ver que no podría escapar tan fácilmente. Se dio la vuelta
y preguntó.
-¿Eh.--, verdad que os vais a casar?
-¡No!
Mike abrió sus ojos azules como platos. -Pues parece que Rolf sí lo cree.
-Es que no me escucha, eso es lo que pasa.
-Honestamente, doctora Foster, él está convencido de que estás enamorada de él. En
serio, no te imaginas todo lo que ha comprado hoy sólo porque está loco de amor por ti. Y
él piensa que...
«¿Loca de amor?,
-Mike, nunca he dicho que no le quisiera. Le quiero, incluso a pesar de que nos
conocemos desde hace tan sólo pocos
días. Pero no me casaré con él. -¿Realmente le estaba contando a Mike sus sentimientos
más íntimos? Aquello no era nada... apropiado-. No me casaré con él -repitió no obstante.
-Pues yo no estaría tan seguro -murmuró él.
-¿Qué?
-No, nada. Diablos, debería contarte algunas de las cosas que hemos hecho hoy antes de
que las oigas en boca de otros y vengas a pedirme explicaciones.
Ella se cruzó de brazos, esperando.
-¿Recuerdas cuando Rolf intentó darnos a ti y a mí sus brazales de plata a cambio de
dinero y nuestra ayuda? Bien, nosotros se los devolvimos. Pero hoy Rolf insistió en que
le llevara a un buen anticuario de Bangor. -Mike respiró hondo mientras acariciaba la
espalda de Teddy inconscientemente. Luego, prosiguió-: Rolf vendió uno de ellos por
ciento cincuenta mil dólares.
Meredith profirió un grito ahogado.
-Ese hombre es tan testarudo. Le dije que no lo hiciera. Una y otra vez, se lo dije. Pero no
escucha. Creo que ha comido demasiadas galletas Oreo. Le están corroyendo el cerebro y
atascando los oídos.
La boca de Mike hizo una mueca divertida ante la vehemente respuesta de Meredith.
-El anticuario elijo que daría trescientos cincuenta mil dólares por el par, pero él rechazó
la oferta. Y al anticuario casi se le caía la baba con el cinturón, pero Rolf insistió en que
no estaba a la venta bajo ninguna circunstancia.
-Oh, Mike, probablemente hubiera podido sacar trescientos mil dólares por un solo brazal
si lo hubiera subastado en Sotherby's o en Christie's.
-Rolf sabe que el precio es bajo, pero dijo que no tenía tiempo para regatear. Y, créeme,
cuando se propone sacarle partido al tiempo, ese tipo es un cinturón negro en compras.
-¿Qué es lo que ha comprado hoy exactamente? -Ya sabía lo de las rosas, pero ¿qué rnás?
Mike movió una mano para quitarle importancia al asunto, pero sin mirarla a los ojos.
-Vamos a dejarlo en que hemos visitado joyerías, paisajistas, vendedores de coches,
modistas, peleterías, una granja...
Meredith profirió un quejido, pero no tuvo tiempo de insistir en el tema porque un fuerte
ruido desvió su atención hacia el lateral de la casa, el lugar más alejado del proyecto del
drakkar.
Con el estruendo de un motor revolucionado, un camión de plataforma iba dando marcha
atrás despacio, abriéndose paso por detrás de la piscina, hacia la casa vikinga.
-¡Oh, no! Por favor, no me digas que... -Se volvió bruscamente hacia Mike para
comprobar que ya no estaba. ¡El muy cobarde!
Al mirar hacia el camión, Meredith tuvo el segundo susto del día. Bueno, realmente, el
enésimo susto del día. El conductor del camión no era otro que Rolf. Apoyó un brazo
contra la casa para no desplomarse.
Aquel hombre tenía más de mil años. No contaba con ninguna identificación moderna,
excepto la falsificación que Mike le había conseguido, y mucho menos con el permiso de
conducir. A pesar de eso, estaba conduciendo un... bueno, prácticamente un tráiler. Y
llevaba una carga de enormes rectángulos de césped precortado. «¿Césped?» Su mirada
se desvió inmediatamente hacia la base del cobertizo.
«No habrá sido capaz.»
Miró boquiabierta a Rolf, en su puesto tras el volante del camión.
«Sí, sí ha sido capaz.»
Él apagó el motor, saltó del camión y se acercó hacia ella con paso lento pero decidido.
Meredith ahora sí se había quedado sin habla. Rolf llevaba unos mocasines Gucci, una
camisa polo blanca, pantalones con pinzas Ralph Lauren y, como no, el cinturón
talismán. Estaba tan guapo que ella se quedó sin aliento.
La nueva adquisición era una pequeña riñonera de cuero, que probablemente contenía su
botín. Llevaba la cabellera recogida con una goma a la altura del cuello, luciendo su
intenso bronceado, que quedó aún más realzado cuando él le obsequió una de sus blancas
y deslumbrantes sonrisas.
-Merry-Death. -La saludó con un ronco susurro antes de inclinar la cabeza para besarla.
¡Hola!», dijo Meredith dentro de su cabeza. «¿Hay alguíen en casa? Se supone que me
estoy resistiendo a este hombre. Se supone que soy yo la que impone las normas. Se
supone que... ¡oh! »
Meredith desvió la cara en el último momento y el beso se posó sobre su cuello, pero eso
no pareció molestar a Rolf lo más mínimo. Riéndose entre dientes, la empujó, cuerpo
contra cuerpo, contra la pared de la casa y la mordisqueó en la curva del cuello. Él sintió
los fuertes latidos de Meredith en sus cálidos labios.
«¿Quién sabía que el cuello era una zona erógena? ¡Oh, dios! -No vas a construir ninguna
casa vikinga, Rolf -protestó ella con un quejido.
-Lo que tú digas, mi amor -asintió él. Luego sonrió abiertamente, al ver el cuello dado de
su jersey, que dejaba un hombro al descubierto--. Tienes una ropa preciosa, Merry-Death
-dijo lentamente, mientras con el dedo iba recorriendo el borde del escote hasta que éste
se deslizó más abajo todavía-. ¿Te pondrás esto para mí un día con tus provocadoras
medias? ¿O con el culotte que te compré en Victoria's Secret? -Mientras tanto, sus dientes
iban mordisqueando la curva de su cuello.
-¡Para ya! --exigió ella-. Hay mucha gente por aquí.
Como de costumbre, a él sólo le importaban sus propios intereses.
-¿Hacía mucho viento hoy en la universidad? -Acababa de fijarse en su peinado, la mitad
del pelo hacia arriba, la otra hacia abajo, y en su cara se esbozó una sonrisa.
-No, es que he cambiado de peluquero -contestó con brusquedad-. El señor Ted.
Por encima del hombro de Rolf, Meredith vio a Mike, que ya había vuelto después de
cambiarse de ropa. Todavía llevaba los vaqueros y las zapatillas a cuadros, pero ahora se
cubría con una túnica vikinga de cuero, ceñida en la cintura. Estaba indicando a unos
estudiantes dónde descargar el césped.
«El césped.» De vuelta al presente, Meredith apartó a Rolf.
No me casaré contigo, Rolf. O sea que acaba ya con tus tácticas de seducción. ¿Me oyes?
No... voy... a ... casarme... contigo. -Ése había sido el estribillo continuo de Meredith
durante los dos últimos días. Él se había mostrado poco dispuesto a ceder en sus planes
de irse, cuando llegara el momento; por lo que ella había demostrado idéntica resolución
en su rechazo a casarse con él. Entonces, Meredith le miró fijamente.
-Hoy te has puesto las medias lascivas -observó él, con los ojos centelleantes de
agradecimiento--. ¿Para mí?
Llevaba medias, pero había elegido deliberadamente una falda hasta la pantorrilla y un
discreto suéter de algodón de manga corta. Una vestimenta en absoluto lasciva.
Ella le miró con mayor ferocidad. De nuevo, él filtraba sus palabras.
-Tienes carmín en los dientes -comentó Rolf de pasada. -¿Qué?
-¿Quieres que te lo quite yo con la lengua?
Ella se metió un dedo índice en la boca y empezó a frotar hasta que recordó algo.
--Hoy no me he puesto carmín.
-Oh. --Rolf hizo una mueca en una expresión que venía a decir «valía la pena intentarlo».
Al ver cómo ella levantaba una ceja, le explicó avergonzado:
-Mientras volvíamos a casa desde Bangor, Mike me entretuvo con fragmentos de un libro
que compró: Cómo seducir chicas en una taberna, o algo por el estilo. Ese comentario
sobre el pintalabios es una de las frases que garantizan romper el hielo. Y como estabas
frunciendo el ceño, pensé que valía la pena intentarlo.
-¿Que Mike te ha estado contando cómo ligar con mujeres en un bar? -Se rió-. Déjame
darte un consejo, Rolf. Sé fiel a tu encanto vikingo. Te llevará muchísimo más lejos.
-¿De veras? -Sonrió-. Bueno, eso es justamente lo que le dije a Mike.
-¡Aaaaargh! -Meredith acababa de darse cuenta de que Mike y los estudiantes seguían
descargando el césped. Cuando él volvió a hacer aparición hacía un rato, Meredith había
estado a punto de ordenarle que no lo hicieran, pero de algún modo se había distraído-.
Volved a poner ese césped en el camión, ahora mismo. Rolf, lo digo en serio, no vas a
construir ninguna casa vikinga.
Mike y los estudiantes interrumpieron su trabajo y miraron a Rolf de forma inquisitiva. Él
se encogió de hombros.
-Lo que diga Merry-Death. Después de todo, se trata de su morada nupcial. -Con un
suspiro exagerado, añadió-: El señor Burgess se sentirá decepcionado.
-¿El señor qué? ¡Oh, no! No puede ser. ¿No te estarás refiriendo a Frank Burgess,
miembro de la junta de la fundación?
-Sí, el mismo. --Sonrió-. Nos ha venido a visitar esta mañana.
-Ya verás. Ahora vamos a perder nuestra financiación. Frank Burgess es el hombre más
arisco, corto de miras, difícil de complacer, y tacaño, que he conocido en toda mi vida.
-¿Frank? ¿Arisco? -Rolf frunció el ceño-. ¿Por qué, Merry-Death? Seguramente le has
juzgado real. Ha sido muy amable. En verdad, estaba tan impresionado con los avances
realizados en el proyecto que ha donado el césped para nuestra casa vikinga. Le he
invitado a la boda.
Dejando de lado su consternación sobre el reparto de invitaciones de boda cuando no iba
a haber boda, Meredith dirigió sus incrédulos ojos hacia Mike, quien asintió.
-Es cierto. El viejo cascarrabias hoy ha sonreído de verdad. Yo creía que no podía
hacerlo.
-Ha preguntado si él y su esposa Henrietta (por cierto que me parece algo inaudito poner
a una hembra nombre de gallina) podrían venir corno voluntarios los fines de semana.
Parece ser que coleccionan libros de cocina. ¿No te parece raro coleccionar libros de
cocina, Merry-Death? Y les encantaría probar algunas de sus recetas medievales aquí
-explicó Rolf-. Frank estaba especialmente impresionado por todas las actividades
relacionadas con la cultura escandinava que están floreciendo con el proyecto. Además de
la construcción del barco, claro está.
-Hablando de florecer... -empezó a decir Meredith.
-Ah, has visto los rosales -dijo él, mientras le hacía a Mike un gesto subrepticio con la
mano para que continuaran descargando el césped.
Antes de que ella pudiera reprenderle por aquella acción furtiva, él le pasó un brazo por
encima de los hombros. Estaba actuando con demasiada confianza con Mike y los
estudiantes. Meredith intentó escabullirse de su abrazo, pero él la sujetó a su lado aún con
más fuerza.
-Con todas las pullas que me has estado lanzando desde que he llegado, pensé que igual
no las habías visto.
-¿Cómo podía no ver los rosales, Rolf? Están por todas partes -le cortó injustamente. Se
arrepintió de sus precipitadas palabras al ver la expresión herida de la cara de Rolf.
-¿No te gustan? Yo pensé que...
Ella se lamentó. Aquel hombre tenía el don de ponerla a la defensiva y hacerle olvidar
por qué estaba tan enfadada con él. -Me encantan.
El rostro de Rolf se iluminó de inmediato.
-Ven, mira éste, cariño. -Rolf la llevó hacia los cimientos de la casa vikinga y lo que
supuestamente sería la puerta principal. Un pequeño arbusto con un solo capullo de color
rojo como la sangre, tan oscuro que casi parecía negro, destacaba entre los demás-. Se
llama rosa escandinava -le dijo en voz baja-. ¿Crees que es un buen presagio?
Ella cerró los ojos con un estremecimiento, luchando con fuerza por sofocar aquellas
emociones nuevas y tan maravillosas que se arremolinaban por todo su cuerpo.
-¿Estás contenta con mi primer regalo de novia? --preguntó él con una vulnerabilidad
conmovedora.
En contra del sentido común, Meredith abrió los ojos y casi se tambaleó ante el sensual
asalto de la mirada ambarina y turbia del vikingo.
-Estoy encantada con las rosas -concedió ella con un susurro sofocado. Enderezando la
espalda con resolución, agregó-: Pero no voy a casarme contigo.
-Lo que tú digas, mi amor. -Todavía con el brazo alrededor de sus hombros, la abrazó aún
con más fuerza y le besó la parte superior de la cabeza. A continuación, la llevó hacia el
área de construcción del barco. Sin embargo, echó a perder por completo el acto de
conciliación al propinarle un azote en las nalgas para confiarle otro secreto-: Hoy he
comprado un barril de pétalos de rosas secos para esparcirlos por nuestra cama nupcial.
-No me casaré contigo.
-Lo que tú digas, mi amor.
Y cuando ella se fue a la cama aquella noche (la cama que compartía con Thea desde que
Jillie se había marchado de nuevo), Meredith vio una cajita de terciopelo sobre su
almohada. Con cierto temor, la abrió y descubrió un exquisito broche de oro con forma de
rosa. En uno de sus pétalos trabajado con fino detalle había posado un abejorro libando el
néctar de la flor. Pegado con cinta adhesiva en la parte interior de la tapa había un trocito
de papel, doblado una docena de veces hasta convertirse en un cuadrado pequeñísimo.
Cuando por ¡in lo abrió del todo, de sus labios se escapó un sollozo. Con una sonrisa tem-
blorosa, leyó la única palabra de aquel mensaje escrito a lápiz: «¡Bzzzzz!».

El viernes ya casi estaba anocheciendo cuando Meredith conducía hacia su casa.


Esa noche Thea hacía de canguro para que Sonja y Mike pudieran salir a cenar y al cine.
Su sobrina volverla a casa sobre la medianoche, pero Meredith no quería arriesgarse. Rolf
le haría picadillo, sexualmente hablando, si estaban a solas más de una hora.
Así que, empleando el arma que han estado utilizando las mujeres durante siglos para
rechazar a los hombres insistentes, o sea, desaparecer, se había quedado hasta tarde en la
oficina de forma intencionada, y luego había hecho algunas compras innecesarias en el
centro comercial y el supermercado.
Se sentía un poco culpable, porque sabía que Rolf se disgustaría por no haberlo llevado
con ella al centro comercial. Era uno de sus sitios favoritos, y también de Thea.
Al parar en la entrada, Meredith comprobó que los estudiantes ya se habían ido, pero la
casa estaba completamente iluminada, al igual que el patio lateral con los focos. ¡Qué
diferencia respecto a la casa oscura y solitaria a la que había llegado hacía sólo una
semana! Parecía imposible que solamente hiciera siete días que conocía a Rolf.
Ahora podía imaginarle perfectamente, esta vez con vaqueros y camiseta, todavía
trabajando en el drakkar. Aquel hombre era incansable. Estaba obsesionado. En más de
un sentido.
Parpadeó para rechazar las lágrimas que asomaban a sus ojos, a sabiendas de que,
inevitablemente, llegaría el día en el que al llegar a casa, igual que ahora, él va no estaría.
¿Cómo había conseguido convertirse en una parte tan importante de su vida en tan poco
tiempo? ¿Acaso estaba su amor predestinado, como creía Rolf ?
En cualquier caso, Rolf había sido un regalo del cielo para ella, al menos en un aspecto.
Desde que él había vuelto a asumir el control del proyecto de construcción del barco
hacía tres días, éste había avanzado a un ritmo sorprendente. El barco de menor tamaño,
Destino Fiero, estaba prácticamente finalizado, gracias las jornadas de trabajo de entre
quince y veinte horas del vikingo, aunque todavía faltaban los acabados. Y el nuevo
dragón vikingo del proyecto Trondheim va tenía el armazón del casco completo y estaba
listo para el entablonado. Águila Fiera iba a ser un barco espectacular, tan fabuloso como
cualquiera de sus antepasados vikingos. Cuando los estudiantes volvieran a las clases la
semana siguiente, no podrían venir tan a menudo; por lo que se regocijó al ver lo mucho
que se había adelantado aquella semana,
Con la enérgica eficiencia de un líder nato; Rolf se había encargado de gestionar los
diversos trabajos relacionados con la construcción del barco v las demás actividades
vikingas auxiliares. Sin embargo, aunque concentraba. sus esfuerzos en el proyecto,
supervisando a los estudiantes v trabajando con sus propias manos, también era
implacable en su cruzada para conquistarla. Entre el arsenal de armas que empleaba con
tal fin, las más evidentes eran los regalos nupciales que le prodigaba.
-Rolf, no puedo aceptarlo --dijo Meredith el miércoles, cuando él deslizó un anillo de
compromiso en uno de sus dedos. Era un gran anillo de oro con las figuras de: dos lobos
entrelazados, cuya piedra central era el ojo, de color amarillo limón, del perfil de una de
aquellas bestias.
-No es el anillo de compromiso tradicional de tu país -le había explicado con voz ronca--,
pero me pareció perfecto cuando lo vi en la tienda del anticuario. Hay quien se refiere a
los vikingos como lobos de mar y ya sabes que Geirolf significa «lobo. en mi idioma.
«Lo sé», había pensado, pero en lugar de eso dijo: -No me casaré contigo.
--Lo que tú digas, mi amor.
Y de algún modo el anillo se había quedado en su dedo.
El día anterior le tocó el turno a las pieles, suaves como la seda, y destinadas a la cama
nupcial. Rolf la había sorprendido en la cocina justo antes de que saliera hacia la
universidad. A aquella hora no había escapatoria.
-¿Marta cibelina? ¡Estúpido tozudo! ¿Alguna vez me escuchas cuando hablo? Yo nunca,
absoluta y decididamente nunca, dormiré encima de la piel de una pobre especie en
peligro de extinción.
-Ya, pero tienes que mirarla con mayor detalle, cariño. Es una piel falsa de muy buena
calidad. Ves como sí que te escucho. -¡Buf! Bueno, de cualquier modo, no me casaré
contigo. --Lo que tú digas, mi amor.
-¿A qué te huele el aliento? Qué has estado comiendo? --le preguntó entonces.
Los labios, las manos, y el cuerpo de Rolf nunca estaban demasiado lejos de ella cuando
estaban j untos en una habitación. Era como si él tuviera un dispositivo de búsqueda
implantado en su cerebro con una inclinación magnética hacia ella. O quizá lo tenía
implantado en otra parte del cuerpo.
-Ah, he descubierto otro alimento de los dioses... casi tan delicioso como las galletas
Oreo. -Rolf sostenía un sándwich ante sus ojos.
Ella lo olfateó.
-¿Mantequilla de cacahuete?
-Sí. Thea me enseñó este manjar. Primero pensé que me estaba gastando una broma. La
lengua se me pegó al paladar, pero ella me aconsejó cuál era el mejor método para hacer
un sándwich. La clave está en la mermelada, ¿sabías?
-No es un desayuno muy saciante -dijo Meredith con recelo.
-Ya, pero me he comido diez -contestó él sagaz.
-No me lo digas... ¿con cerveza, para ayudarte en la digestión?
-Por supuesto.
Entonces ella rió, algo que solía hacer con frecuencia en aquellos días.
Él podía frustrarla y enfurecerla con su insistencia en la boda y su posterior divorcio, pero
también sabía suscitar la sonrisa en su cara. Le resultaba muy difícil odiar a un hombre
que le hacía reír. No es que le odiara, ni remotamente. No señor. justo al contrario.
Pues bien, ese día era viernes, su aniversario en cierto modo. Se encogió al imaginar con
qué extravagante regalo nupcial le daría la bienvenida hoy.
Oh, ¿a quién quería engañar? Apenas podía esperar.

Meredith estaba guardando las compras cuando Rolf entró. Lo primero que hizo fue
besarla... profundamente. Era lo primero que hacía, siempre, tanto si había gente
alrededor como si no. Él alegaba que no podía evitarlo, como tampoco podía resistirse a
tocarla.
Ella ya no se oponía... como mínimo a sus besos. De hecho, le encantaban.
Probablemente, ella también tenía un dispositivo de búsqueda de carácter sexual.
-¿Por qué has ido al mercado de comestibles sin mí? -se quejó Rolf, mordisqueando su
hombro mientras ella intentaba deshacerse del abrazo del vikingo. Entonces, los ojos de
Rolf se posaron en una bolsa con la marca de una tienda del centro comercial-. ¡Y
también al centro comercial! Oh, eres una mujer muy, muy cruel. Tendré que pensar en
algún castigo apropiado.
Ella se apartó de él poco a poco, mirándole de reojo con inquietud. Una nunca sabía con
qué le iba a salir aquel vikingo_ La última vez que él había decidido castigarla por alguna
trasgresión (probablemente por reírse de algún comentario que Tim Allen había hecho en
su estúpido programa), Rolf le había hecho cosquillas hasta que ella se puso a reír
tontamente como una colegiala, y luego la acarició hasta que ella se sintió... bueno,
exactamente como una colegiala no.
-Necesito una ducha. Quizá deberías enjabonarme, como una esclava.
«¿Eso es un castigo?»
-¡Ni hablar!
-¿Por qué te me resistes tanto, Merry-Death? Dices que me quieres.
-Y te quiero--dijo abatida-. Rolf, ya hemos ido por este camino varias veces, y siempre
tropezamos con el mismo bache. O te quedas conmigo, o yo voy contigo. -Es imposible.
-Entonces, no me casaré contigo.
-¡Qué moza tan testaruda! -farfullé contrariado y con un tono de resignación.
Pero ella sabía que él no se daba por vencido. Ni mucho menos.
-Ha llamado tu hermana hace una hora -le informé él mientras rebuscaba en todas las
bolsas hasta encontrar lo que buscaba. Galletas Oreo. Si se quedaba mucho más tiempo
por allí, Meredith iba a comprar acciones de Nabisco.
-No me sorprende. Hoy me ha llamado tres veces a la oficina. Como mínimo es
perseverante.
Jillie estaba obsesionada con el cinturón v los brazales de Rolf. Estaba intentando
convencer a Rolf para que se los prestara y poder hacer unas pruebas en el Museo
Metropolitano de Nueva York, en el que estaba ahora.
De hecho, Meredith sospechaba que también se estaba reuniendo con editores, para
conseguir un contrato v escribir un libro, con la esperanza de que Rolf le proporcionara
material suficiente para llenar sus páginas. En una de sus conversacio
nes, Jillie había dejado caer un posible título: E! último vikingo.
-Ya sé que es tu hermana, mi amor, pero se está poniendo muy pesada. Lo único que
quiero es construir mis barcos v pasar el resto del tiempo contigo.
-Ignórala.
-¡Ja! Su molesto acoso ha sobrepasado los límites de mi resistencia. No quiero ofender a
ningún miembro de tu familia, pero tengo que confesarte que esta vez le he colgado el
teléfono, sea familia o no.
¡Bien hecho! le felicitó ella, y a continuación añadió con una sonrisa cohibida-: Yo he
hecho lo mismo. --¿En serio?
Rolf parecía desmesuradamente emocionado ante semejante descortesía por su parte. Él
siempre le decía que tenía que ser más asertiva y dejar de intentar complacer a todo el
mundo. Bueno, pues hoy había dado el primer paso, y eso le había hecho sentirse bien.
--¿Puedes dejar de hacer eso? -refunfuñó Meredith. Rolf había separado la galleta Oreo
en dos partes y estaba lamiendo el relleno lentamente, con sumo placer. Cualquiera
hubiera dicho que era una experiencia erótica para él. Puede que sí lo fuera.
-¿El qué? -Él la miró, todo inocencia, pero entonces su lengua volvió a lamer lentamente
la galleta y sus ojos dorados centellearon alegremente. Lo estaba haciendo a propósito.
Antes de que ella pudiera regañarle, dijo--: Tengo otro regalo de novia para ti.
Ella se quejó.
-No me casaré contigo.
-Lo que tú digas, mi amor.
Mientras Rolf salía fuera a buscar el regalo de novia (aquel hombre no la escuchaba en
absoluto), sonó el teléfono. Meredith se dirigió al salón para contestar la llamada, donde
Rolf, muy considerado, había encendido un acogedor fuego para ella. Probablemente
porque había planeado una seducción también muy acogedora. Al descolgar el teléfono
deseó que no fuera JiIlie otra vez, o sus padres, quienes todavía tenían previsto llegar al
día siguiente por la tarde. ¡Oh, qué alegría!
-¿Diga? -dijo con alegría fingida.
-Hola, ¿eres tú, Meredith?
Se quedó helada del susto. ¿Jeffrey?
-Meredith, ¿estás ahí?
-Sí, sí, estoy aquí. ¿Qué quieres, Jeffrey?
--Bueno, no es necesario que seas tan grosera -se enfrentó él, reduciéndola a una criatura
a quien nadie le ha enseñado buenos modales-. Yo pensaba que habíamos tenido un divor-
cio amistoso. Creía que todavía seguíamos siendo amigos.
¿Amigos? ¿Amistoso? Los hombres divorciados deben vivir en otro mundo.
-¡Cómo me alegro de volver a oírte, Jeffrey! ¿Qué tal la familia? ¿Qué quieres? ---dijo
con sarcasmo.
-Estaba pensando en acercarme a Maine y...
-¡No! -gritó ella presa del pánico. Pero entonces le preocupó la posibilidad de que aquello
hubiera sonado como si todavía le quisiera. En palabras de Thea, «sí, hombre». Escogió
cuidadosamente el tono de voz para proseguir-: ¿ Por qué quieres venir a Maine? Siempre
odiaste este sitio cuando estábamos casados. Demasiado rústico para tu gusto, solías
decir.
-Y lo sigue siendo. Pero hay algunos... esto, asuntos profesionales que me gustaría
comentar contigo -respondió, como si estuviera seleccionando las palabras con cuidado-.
Tú y yo siempre habíamos tenido buenas conversaciones sobre temas académicos.
-¿Asuntos profesionales? ¿Vendrías con Nookie? -Se llama Cookie -se erizó él.
Meredith sabía muy bien que el nombre de aquella jovencita tonta era Corinne Cookson.
-Nookie, Pookie, Cookie, ¡suena todo igual! -No, Cookie no puede venir.
-Oh, ¿y eso? ¿Un caso complicado de acné? ¿Demasiado trabajo en casa? ¿Erupción
provocada por los pañales? Él inhaló bruscamente.
-Está embarazada de nuevo y su médico le ha aconsejado que no viaje.
Meredith se tambaleó a causa del dolor, como si le hubieran dado un puñetazo en el
estómago. ¿Embarazada? ¿De nuevo? Y Meredith no había podido ni siquiera tener un
hijo. ¡Oh, la vida era tan injusta!
—¿Para cuándo nacerá la criatura? -no podía evitar preguntarlo.
-Para dentro de tres semanas.
-¡Tres semanas! Y la vas a dejar sola mientras tú te escabulles para venir a Maine para...
¿cómo lo dijiste?, ¿una conversación académica? ¡Venga, no me tomes el pelo! ¡Oh, no!
¿No me digas que quieres tener una aventura a escondidas de tu mujer ahora que está
indispuesta? Eso sería una triste ironía, ¿verdad? Tuviste una aventura cuando estábamos
casados porque yo no podía tener hijos. Y ahora quieres tener una aventura con tu ex
mujer porque tu esposa actual sí puede tener hijos.
Él profirió una palabrota y espetó con indignación: -No me gusta cuando te pones así.
Las mejillas de Meredith ardían de vergüenza. Bueno, ya había conseguido ponerla en su
sitio, como de costumbre.
-¿Qué te pasa, Meredith? Nunca fuiste rencorosa. Jillie tenía razón. Dijo que estabas bajo
la influencia de un personaje repugnante. Siempre has sido tan confiada. Necesitas un
guardián, si quieres saber mi opinión. ¿Por qué no me acerco por ahí y... ?
-¿Jillie? ¿Has estado hablando con Jillie? -chilló Meredith. Se llevó una mano a la cabeza
y se percató de que estaba llorando.
¿Por qué Jeffrey siempre tenía ese efecto en ella? Y era muy propio de Jillie que
recurriera a la ayuda de Jeffrey para su campaña de desgaste. Seguramente ambos estaban
ya en tratos con editoriales, como las alimañas voraces y amorales que eran.
-Merry-Death, ¿qué te aflige? -preguntó Geirolf preocupado al entrar en el salón. Las
lágrimas fluían por el rostro de la mujer y sus manos temblaban mientras hablaba con al-
guien por teléfono. Apostaría que se trataba de otro miembro de su familia.
Enfadado con los parientes de Merry-Death, que seguían fastidiándola, y frustrado
porque ella era incapaz de plantarles cara, arrojó las cajas que cargaba sobre el sofá.
-Dame el maldito teléfono -dijo con firmeza mientras se acercaba a ella.
-¡No! ¡Oh, no, no, no! -Sus ojos llorosos se dilataron con horror ante la perspectiva de
que él hablara con quien quiera que estuviese al otro lado de aquella caja parlante.
Furioso, le arrebató el auricular de la mano.
-¿Quién es? -bramó.
-Jeffrey Foster. ¿ Y quién diablos eres tú?
-Soy Geirolf Ericsson, el prometido de Merry-Death. ¿Se puede saber qué le has dicho
para hacerla llorar, malnacido? -¿Qué?
-Me has oído alto y claro. Mira, necio bastardo. Rechazaste a la mejor mujer que hay en
el mundo, pero un hombre mejor que tú la ha ayudado a rehacer su vida. No te atrevas a
cambiar de opinión ahora.
-No quiero a Meredith. ¿Qué te ha hecho pensar eso? --Yo conozco el tesoro que hay en
ella; eso es lo que me ha hecho pensarlo.
-¡Caray! Meredith debe de haber desarrollado otras habilidades sexuales desde que yo la
conocí para compensar sus otras... deficiencias.
Un retumbar feroz de ultraje fue redoblando desde su pecho, emergiendo como el ruido
que solían hacer los guerreros antes de entrar en combate.
-Si estuvieras aquí ahora, canalla cobarde, te retorcería el cuello y echaría tu calumniosa
lengua a los cuervos.
-Estás loco. Déjame hablar con Meredith.
-Parece ser que tienes un problema de oído. No vuelvas a llamar a Merry-Death nunca
jamás. No la intimides. No la desprecies. No te acerques a su feudo.
-No tienes ningún derecho a darme órdenes. ¿Quién te crees que eres, analfabeto de baja
alcurnia?
-Soy el hombre que te cortará la cabeza en un santiamén si te atreves a volver a mirar a
mi mujer -gruñó el vikingo., y colgó el teléfono con un golpe.
A Geirolf le costó un buen rato recuperarse tras haber perdido los estribos de ese modo.
Siempre sucedía lo mismo cuando le asaltaba la fiebre de guerra, ofreciéndole la subida
de tensión necesaria para combatir a sus enemigos. Cuando recuperó el sentido común,
tras varias respiraciones profundas y jadeantes, se percató de que Merry-Death le estaba
mirando fijamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas no derramadas y recriminación.
«¿Recriminación?» Aquello volvió a encender la furia del vikingo con creces.
Adelantándose, agitó un dedo ante el rostro de Meredith.
-Moza, ¿cuándo vas a aprender a defenderte de tus enemigos, en vez de encogerte de
miedo como un cachorro? ¿Qué va a pasar cuando me haya ido? ¿Quién luchará tus
batallas por ti entonces?
-¿Por qué...? ¿Por qué...? Imbécil! No necesito que seas mi caballero de reluciente
armadura para solucionar un desacuerdo, y sólo se trataba de eso. No era ninguna gran
batalla. Jeffrey y yo nunca estarnos de acuerdo. Y, francamente, si quieres que te diga la
verdad, zoquete testarudo, yo ya le había parado los pies cuando entraste en combate.
-¿En serio? -La furia del vikingo se disipó de inmediato y fue sustituida por una
desolación estremecedora. Las lágrimas de Meredith debían de ser a causa del amor que
todavía albergaba por su antiguo marido. Geirolf apenas podía respirar a causa del nudo
que sentía en su garganta-. ¿Entonces, todavía quieres a ese hombre, Merry-Death?
-¿ Eh? -Ella estaba secándose los ojos con un pañuelo de papel cuando él le formuló esa
pregunta. Entonces, ella frunció el ceño, poniéndole en la misma categoría que los burros
los melones insensibles.
-Tus lágrimas -señaló él--. Dado que no lloras por ninguna ofensa que te haya hecho tu
antiguo marido, las lágrimas deben de ser debidas a tu ... amor. -Su voz tembló al
pronunciar la última palabra. Geirolf apartó la vista para ocultar su debilidad.
-¿Todos los vikingos sois idiotas o sólo tú?
En ocasiones, la moza iba demasiado lejos con sus insultos. Él se volvió lentamente.
Meredith estaba de pie con las manos apoyadas en las caderas, las cuales volvían a estar
cubiertas con aquellos infernales calzones masculinos, a pesar de que él le había dicho
infinidad de veces que prefería las prendas de vestir que requerían el uso de medias
lascivas. Si le quería, debería desear agradarle, ¿no? Diablos, ella intentaba lo imposible
para complacer a todos los demás. Y entonces, Geirolf acababa de enterarse de que ella
todavía quería a su antiguo marido.
-¡Maldita sea tu impertinencia, mi señora! Y maldita seas tú por torearme como a un
jovencito loco de amor.
-Rol¡, yo no quiero a Jeffrey y probablemente nunca le amé.
-¿Me estás diciendo la verdad, Merry-Death? -Su corazón latía con esperanza. Diablos,
detestaba su propia vulnerabilidad ante todo lo que tenía que ver con esa mujer. Sin duda,
era un punto débil en su varonil armadura.
-Es un lameculos y ya se lo he dicho muchas veces.
-Entonces, ¿por qué estabas empapando la alfombra con tus lágrimas?
-Porque me ha puesto furiosa. Y porque me sentía aliviada al poder expresarle por fin mis
verdaderos sentimientos.
-Oh. -¿Significaba eso que él solito se había puesto en ridículo? No por haberle soltado
palabras agresivas a aquel bruto por teléfono, sino por haber acusado a Merry-Death
injustamente-. Lo siento, cariño. Me he comportado como un imbécil.
-¡Mmmm! Eso es evidente.
Geirolf estaba muy contento de haberse equivocado en sus precipitadas conclusiones al
reprenderla por engañarle con otro.
-Ven, mi amor. Deja que te muestre tu regalo de novia. -La tomó por la mano y la arrastró
hasta el sofá cama. Por supuesto, Rolf sintió un hormigueo en sus dedos cuando sus pie-
les se rozaron.
La mano de la mujer tembló con sorpresa ante el contacto de sus palmas y él supo que
ella también había sentido hormigueo.
-¿Crees que nuestras partes más íntimas sentirán el hormigueo cuando se encuentren?
-preguntó él con expectación mientras le tendía una caja blanca rectangular con las
palabras CONFECCIONES MEAKO, ALTA COSTURA ARTESANAL, impresas en
letras doradas en la parte superior.
Meredith estaba boquiabierta. Aquel comentario era escandaloso, incluso para Rolf. Al
ver que ella no respondía inmediatamente, él la miró mientras abría otra caja y pudo ver
su conmoción. Ella cerró la boca, pero no antes de que Rolf viera el obvio interés que su
pregunta había despertado en ella. Le guiñó un ojo y Meredith sintió mariposas volando
en su vientre.
-Abre tu regalo de novia -la instó.
-No ene casaré contigo -repitió ella en su ya consabido estribillo y él le ofreció una de
esas miradas que quería decir: «Sí, sí, ¿qué más hay de nuevo?». Pero su curiosidad pudo
más, probablemente tal como él tenía previsto, y Meredith levantó la tapa y apartó el
papel de seda dorado. Rolf había encargado que confeccionaran un exquisito traje de
novia al estilo vikingo para ella-. Oh, Rolf.
-Ni se te ocurra volver a llorar -le advirtió-. Hoy ya he tenido agitación emocional más
que suficiente.
Meredith no estaba segura de si Rolf se refería a las emociones de ella o a las suyas
propias.
-No me casaré contigo -dijo de nuevo, aunque ella misma se dio cuenta de lo débil que
sonaba su voz.
Admiró aquella fantástica prenda de vestir y las llamas titilantes de la chimenea arrojaron
luces de baile sobre sus relucientes pliegues. La parte interior del traje era un blusón sin
cuello de manga larga, confeccionado en una gasa sutil de lino blanco, larga hasta el
tobillo por delante y plisada y algo más larga por detrás. Las muñecas y el escote circular
estaban ribeteados con unas tiras bordadas con hilos metalizados de color verde, oro y
blanco sobre un fondo rojo. La parte exterior del traje, de seda, abierta por los laterales al
estilo vikingo, era de color carmesí, con unas tiras bordadas a juego en el dobladillo y en
el escote. En aquella pieza, los colores estaban invertidos, un fondo blanco con hilos de
color púrpura, verde y oro. El diseño del bordado representaba una cenefa de rosas
entrelazadas. El vestido incluía dos prendedores de hombro en forma de capullo de rosa,
junto con un cinturón de eslabones dorados para llevarlo algo suelto a la altura de la
cintura, más acorde a la moda sajona que a la vikinga, según la cual normalmente no se
llevaba cinturón alguno en la cintura.
-Rolf, es precioso; pero ¿por qué sigues haciéndome todos estos regalos cuando ya te he
dicho que...?
-Ven a ver lo que he comprado para mí-la interrumpió, mientras hacía un gesto, señalando
la caja que estaba abriendo-. Éste es mi traje para la boda. No me gustaría que mi pro-
metida me eclipsara demasiado ese día -bromeó.
Ella suspiró con admiración. El traje consistía en una túnica de manga larga de color
negro azabache, de la más suave de las lanas, mezclada con cachemira, que debía llegarle
a la altura de la mitad del muslo o un poco más abajo. Debajo de la túnica llevaría un par
de pantalones finos del mismo tejido, y en la cintura, su cinturón talismán. Tanto la túnica
corno un manto forrado de seda blanca estaban bordados con la misma tira de rosas que
el vestido de ella.
-Si me fuera a casar contigo, lo cual no es así, no podría haber riada más perfecto -dijo
ella con sinceridad-. Gracias.
-De nada, mi amor, pero guarda tu agradecimiento para nuestra noche de bodas.
Ella se quejó. Era como hablarle a una pared de ladrillos.
-Pero de momento dejaremos a un lado nuestras diferencias. Son casi las ocho y ya sabes
qué significa eso. -La hizo a un lado, le dio un beso rápido, la sentó en el sofá y dijo-:
Chist.
Meredith se estremeció disgustada. Era la hora de Un chapuzas en casa.
Cuando por fin acabó el programa, pusieron uno de esos publirreportajes sobre deporte.
Rolf miró el televisor con la concentración que solía dedicar de forma exclusiva a su
hombre-herramienta favorito.
-¿Acaso se trata de eso? -murmuró y se volvió hacia ella como iluminado-. ¿Podría ser
que la razón por la que te me resistes tanto es porque tengo un... -vaciló, con una mueca
de horror- un defecto físico? ¿Algo que os gusta a las mujeres de tu época, pero que los
hombres no desarrollamos en mi mundo?
«¿Que Rolf tiene un defecto físico? No... lo... creo.»
-Bueno, ahora que lo mencionas -le tomó el pelo, dándose golpecitos con un dedo en la
barbilla en actitud pensativa.
-Vaya, ¿por qué no me lo dijiste desde el principio? -gruñó él-. Podría haber encargado
una de esas máquinas del anuncio y haber trabajado todo este tiempo para corregir mi
defecto. Maldita sea, mis hermanos se mofarían de lo lindo si supieran que una mujer ha
rechazado mis favores debido a mi falta de atractivo. Igual no te has dado cuenta, pero yo
tengo cierta inclinación a la arrogancia, en lo que a mi aspecto se refiere.
-No, no lo había notado. -Entonces, se compadeció de él-. Rolf, no tengo ni la más
remota idea de qué estás hablando.
Él volvió la cabeza bruscamente hacia el televisor donde un experto en fitness iba
explicando cómo afirmar los músculos superiores de los glúteos. Los ojos de Meredith se
clavaron en Rolf al comprenderle de repente.
-Te me has resistido enormemente porque no tengo... unas posaderas de acero.
Meredith se echó a reír, incapaz de reprimir las carcajadas ni siquiera cuando él se
levantó y la fulminó con la mirada. Por fin, pudo contener la risa.
-Rolf, no tengo ni idea de si tienes unas nalgas de acero o no. Eso fue un grave error.
Geirolf giró ciento ochenta grados, se bajó los pantalones hasta el suelo y preguntó por
encima del hombro:
-¿Qué opinas?
No llevaba ropa interior.
-Y la cinta para correr se llama Pista nórdica, ¿lo has visto? La máquina está dirigida
exclusivamente a los escandinavos. Debemos de tener una deficiencia específica.
En cuanto los ojos de Meredith volvieron a sus órbitas, ésta balbuceó:
-Creo que no tienes nada de qué preocuparte al respecto. Pero lo que realmente pensó fue:
«Esta noche voy a tener unos sueños muy extraños y muy intensos».

Capítulo catorce
-¡Aaaargh! -chilló Meredith cuando a la mañana siguiente abrió la puerta principal para
recoger el periódico. Aparcado en la entrada, con un enorme lazo, estaba su último regalo
de novia, uno de esos descapotables clásicos de los años cincuenta con unos parachoques
traseros que parecían alas. Era tan grande como un dragón vikingo, probablemente
gastaba tres litros al kilómetro, y su color rosa hizo estremecerse a Meredith.
Rolf vino corriendo desde el lateral de la casa, con el pelo todo alborotado y con las
pieles de su cama sobre sus hombros desnudos. En las manos llevaba una de aquellas
largas «lanzas» de madera improvisadas. Y su aspecto no habría sido más fiero si hubiera
sido un guerrero vikingo a punto de entrar en combate.
-¿Qué pasa, mi señora? -preguntó, moviendo la cabeza a un lado y al otro, explorando los
alrededores--. ¿Dónde está el enemigo?
En cuanto pudo cerrar la boca, Meredith señaló hacia la izquierda.
-¿Qué es eso?
-¿Eso significa que tus dominios no sufren la amenaza de un ataque? -Su cuerpo se relajó
cuando comprendió que no acechaba ningún peligro inminente, pero frunció el ceño con
desaprobación-. ¿Te he dicho alguna vez que tienes un forma de chillar que volvería loco
a cualquier hombre cuerdo? Harías bien, mi señora, en escuchar la saga que los escaldos
cuentan en mi tierra sobre un muchacho que gritaba que venía el dragón demasiado a
menudo.
-¿No querrás decir el muchacho que gritaba que venía el lobo?
-¿Qué lobo? -De nuevo inspeccionó el jardín, esta vez buscando, ridículamente, un lobo.
-No importa. -Meredith empezó a dar golpecitos con el pie con impaciencia y le indicó,
con un movimiento de cabeza, que no había contestado la pregunta sobre la
monstruosidad rosa que había en la entrada. Probablemente era un coche Mary Kay de
época.
-Ah, eso. -Él se encogió de hombros-. No he podido encontrar un caballo apropiado para
ti en tan poco tiempo. -¿Un caballo? -chilló.
-Además -dijo con un gran bostezo-, ¿sabias que las leyes locales prohiben la
construcción de una cuadra en tu propiedad? Estoy pensando en recurrir a una autoridad
mayor... quizás incluso al rey. ¿El rey Clinton es soberano único de vuestro país?
-¿Una cuadra? ¿Una cuadra? ¡Ni se te ocurra construir una cuadra! Esa casa vikinga ya
supone suficiente estropicio. Y si te atreves a llamar a la Casa Blanca, voy a dar de baja el
servicio telefónico.
-Lo que tú digas, mi amor. -La boca de Geirolf se arqueó hacia abajo en una mueca de
tristeza. Con un tono de voz herido e infantil añadió-: Yo pensaba que aprobabas la casa
vikinga ahora que casi está terminada.
Ella gruñó y Rolf dejó caer como un plomo un brazo alrededor de sus hombros, mientras
la llevaba de nuevo dentro de la casa. Cuando vio que hacer pucheros no servia para
poner fin a su enfado, le aconsejó:
-Tranquilízate, Merry-Death. Tienes que relajarte más. Está muy bien que te hayas
tomado el día libre en el trabajo. Has estado demasiado tensa últimamente. -Su aparente
consideración se fue por la borda cuando añadió-: Sin duda, eso es consecuencia de tu
frustración sexual. Aprendí ese término en Barrio Sésamo.
-Seguro... que... no.
Geirolf ladeó la cabeza.
-Bueno, puede que no. Entonces, debió de ser en el programa del doctor Ruth. -Agitó una
mano en el aire para quitarle importancia-. De cualquier modo, todo el mundo sabe que
cuando la savia corre, se la debe dejar correr. Negar la libre circulación de los flujos
corporales atasca los poros y embrolla la mente.
-Eres increíble. -Meredith se rió.
-Lo sé -reconoció él, mientras le sonreía.
En realidad, Meredith estaba contenta por tener el día libre. Puesto que ya había dado
rienda suelta a su recién adquirida asertividad con Jeffrey la noche anterior, decidió ir a
por todas y llamó a sus padres para decirles, sin dejar lugar a dudas, que no eran
bienvenidos en Maine. A pesar de las vehementes protestas de sus progenitores, que la
acusaron de insensible por haber echado por tierra sus minuciosos planes, Meredith se
mantuvo firme.
Rolf se había sentido muy orgulloso de ella.
Alentada de este modo y bajo la influencia de un arrebato provocado por la adrenalina,
había llamado a Jared para darle el mismo mensaje. Mucho más conciliador, éste había
respondido que de todos modos estaba demasiado absorto en su trabajo.
Por tanto, con su agenda inesperadamente vacía, Rolf proclamó un día de vacaciones en
el proyecto, y la invitó a acompañarle a un acto programado... una cita. Como era sábado,
Meredith aceptó, pero sólo si Thea, Mike, Sonja y Teddy podían ir con ellos, como una
especie de carabina en paquete de cuatro unidades.
Decidieron hacer una visita al zoo.

La primera cita de Meredith con Rolf fue un desastre.


Mientras volvían a casa en el megacoche rosa a última hora de la tarde, un Rolf taciturno
miraba sin ver a través de la ventana el paisaje que dejaban atrás. Mike conducía, Thea
ocupaba el asiento del copiloto, Meredith iba atrás con Sonja y Teddy a su derecha y Rolf
a su izquierda. Habían puesto la capota cuando el aire empezó a refrescar y cuando se
volvió imposible mantener una conversación por el estruendo del motor y el viento, sin
mencionar el ruido mortificador del silenciador.
Meredith deslizó una mano entre las de Rolf, algo que no solía hacer muy a menudo.
-Lo siento, Rolf. Nunca pensé que un zoo podía disgustarte tanto. -Todos se habían dado
cuenta desde el principio de que la experiencia del zoo le había resultado repugnante,
pero a Teddy le había gustado tanto que decidieron quedarse.
Rolf le devolvió una mirada sombría, sus ojos de color bourbon centelleando de
indignación.
-¿ Cómo es posible que una sociedad civilizada acepte la tortura en animales? Enjaular
así a bestias salvajes es, sin duda, una ofensa para los dioses.
Meredith frunció los labios pensativa.
--Nunca pensé sobre ese tema, pero el zoo Silver Oak es uno de los más reputados de
nuestro país. Créeme, hay zoos en los que los animales reciben un trato inhumano, pero
éste no es uno de ellos.
-¿No hay zoológicos en tu país? -preguntó Mike por encima del hombro.
Meredith se puso tensa. Rolf no había hablado de su viaje en el tiempo con nadie más que
con ella, aunque algunas veces Meredith había sorprendido a Mike mirándole de forma
extraña. ¿Quién no lo haría? A pesar de su dominio del idioma, los numerosos giros
extraños que empleaba harían sospechar a cualquiera. Y algunas de sus ideas eran, sin
lugar a dudas, arcaicas.
Rolf entabló contacto visual con ella e hizo caso de su advertencia tácita.
--No, nosotros no enjaulamos a nuestros animales. -Parecía que eso era todo lo que iba a
decir, pero entonces alzó la mandíbula con enojo-. Vosotros sois cristianos. Vuestra Biblia
dice que todas las criaturas tienen dignidad y una razón para existir. ¿Qué dignidad tienen
esos animales cuando se les observa tontamente de día y de noche, sin dejarles ni un mo-
mento de intimidad para las funciones corporales? Incluso se les observa en el
aparejamiento, ¡por el amor de Freya!
-No se trata sólo de un espectáculo, Rolf -dijo Meredith con voz suave-. Los científicos
estudian a los animales en cautividad. Y a veces aprenden cosas que ayudan a la
humanidad.
-Pues me parece un precio demasiado alto -dijo con rabia--. ¡Malditos sean los
científicos!
IMeredith se encogió, y se preguntó si Rolf la incluía a ella también en la misma
categoría que los científicos.
-Pero la caza no te parece mal, ¿verdad? -le preguntó Sonja con sincero interés, para
intentar comprenderle.
-Eso es distinto -replicó. Cruzó los brazos a la altura del pecho y se hundió aún más en el
asiento, exasperado--. Todos los animales, humanos y bestias, luchan por sobrevivir. No
hay nada vergonzoso en la caza.
Luego miró a Meredith con ojos suplicantes.
--¿No has visto aquel tigre de Bengala anciano, MerryDeath? Sus ojos me han hablado.
Aquella bestia me ha dicho: «No tengo orgullo. De guerrero a guerrero, te lo pido: dame
paz.
-Eso es totalmente alucinante -intervino Thea-. Como que nunca había oído que alguien
pudiera hablar con los animales, excepto Walt Disney quizá.
-Si hubiera tenido a Valiente Compañero conmigo, habría atravesado el corazón de ese
tigre con mi fiel espada. También habría sido una bendición.
Mike v Sonja intercambiaron miradas de preocupación. Thea rió alegremente y exclamó:
¡Guau! ---Y Meredith musitó una plegaria silenciosa de gracias por haberse impuesto
cuando Rolf había sugerido volver al anticuario para comprar una espada.
-Muchas veces he visto osos polares en su «hábitat natural» -prosiguió Rolf-. Dime la
verdad, Merry-Death, ¿crees que aquella regia criatura de pelo blanco que había en el zoo
se deja engañar con la burda imitación de un glaciar?
-Algunos sociólogos afirman que en toda civilización hay capas -especuló Mike con
indecisión-. ¿Sabes? Tanto los animales como los humanos se clasifican en categorías,
por riqueza, por nacimiento, por su físico, o cualquier otra característica. ¿No se supone
que unas especies deben dominar a las otras? ¿No se basa en eso el estilo de vida
vikingo?
Rolf inhaló bruscamente.
--No has estudiado lo suficiente, Mike, si ésas son las conclusiones que has extraído. Es
cierto que los escandinavos invadimos otros países y sometimos a otros pueblos, pero la
razon era la superpoblación de nuestras propias tierras, o bien la ley del terror impuesta
por reyes crueles. Por eso buscamos nuevas tierras donde establecernos. Esa fama de
violadores y saqueadores que tenemos los escandinavos es inmerecida en la mayoría de
los casos, te lo aseguro.
-Pero, Rolf, recuerda que los vikingos también hacían prisioneros -le recordó Mike con
una valentía imprudente.
-Ya, pero no ponemos a nuestros esclavos en jaulas. No les tratarnos como fenómenos de
la naturaleza. Les permitimos que se ganen la libertad. Y tú también deberías recordar
que los sajones y los francos también tomaban cautivos.
-Vaya, Rolf, hablas como si fueras un vikingo de verdad -dijo Sonja con una risilla.
-Sí -añadió Thea.
Mike aguardaba expectante su respuesta. Rolf se encogió de hombros.
-¿Quién puede decir qué es un vikingo «de verdad»?
-Rolf viene de una región donde todavía viven al estilo de vida antiguo --se apresuró a
explicar Meredith-. A veces se olvidan de que estamos en el siglo xx.
Rolf le lanzó una mirada de reproche. Fingir constantemente le molestaba, ella ya lo
sabía. Pero, por suerte, Rolf no dijo nada más.
Meredith suspiró aliviada. Como mínimo, la visita al zoo había servido para recordarle el
riesgo que corría Rolf en el siglo xx. Afortunadamente, Rolf no le había contado a nadie,
aparte de ella, su viaje en el tiempo. Si lo hubiera hecho y, por alguna remota casualidad,
alguien le hubiera creído, seguro que los científicos le habrían enjaulado tal como hacían
con las bestias salvajes en el zoo. Y también le habrían tratado como un fenómeno
anormal.
Meredith se había percatado además de otra cosa. Rolf necesitaba volver a su tiempo por
otro motivo, al margen de la misión de su padre. Si se quedaba mucho más tiempo, a la
larga se le escaparía algo. Demasiados peligros le acechaban en ese país y esa época.
-¡Bendito sea Thor! Vas a llorar otra vez. ¡Por mis gruñidos, por todo! No hay riada por lo
que llorar, cariño -dijo, abrazándola. A continuación, le susurró al oído-: Si lloras cuando
rujo, ¿qué vas a hacer cuando muerda?
Meredith se secó las lágrimas y sonrió.
-Devolverte los mordiscos.
Él aulló con regocijo.
-Apenas puedo esperar.
Rolf ya no se reía quince minutos más tarde cuando entraron en casa. Mike había
acompañado a Sonja y a Teddy a su casa, y Thea se había ido al piso de arriba a escuchar
música. Meredith se dio cuenta demasiado tarde de que estaba atrapada entre la nevera y
un vikingo enojado.
-¿Qué? ¿Qué pasa? -balbuceó ante la figura amenazante que representaba Rolf, con los
puños cerrados y los labios blancos de irritación-. ¿Quieres comer o beber algo?
-No, Meredith, no.
-Entonces, ¿qué quieres? --ti se iba acercando, centímetro a centímetro. Obligándose a
actuar con resolución, se negó a exteriorizar su nerviosismo. Pero por dentro estaba
temblando como un cuenco de gelatina.
-A ti.
« ¡Madre mía !
-No ene casaré contigo -insistió-- bajo tus condiciones. -Ella supuso que aquélla era la
causa de su furia repentina.
-Lo que tú digas, mi amor ---respondió él lentamente con una sonrisa burlona.
Aquella sonrisa no engendraba precisamente sentimientos afectuosos y tiernos.
-¿Cuál es el problema, Rolf?
-Mike no es el único que no sabe nada de vikingos -prosiguió él con una voz cuya calma
contrastaba, de forma alarmante, con una mirada despiadada-. Vosotros dos estudiáis a los
escandinavos en los libros, pero fracasáis a la hora de aceptar nuestra realidad.
-No te entiendo.
-No, no me entiendes. Eso es cierto. Tú has enjaulado aquí a la bestia salvaje, Merry-
Death --le dijo, mientras se daba un golpe en el pecho con un puño--, pero está a punto de
escaparse.
El temblor que sentía Meredith en sus estómago se intensificó hasta convertirse en un
terremoto.
-¿Intentas asustarme?
-¿Te asusto?
-No.
Él sonrió, pero era más bien para enseñar los dientes de una forma más salvaje.
-¡Qué chica más imprudente! Hoy me he dado cuenta de que yo mismo he permitido que
me enjaularan voluntaria-mente, encadenado por mi irrefrenable deseo hacia ti. He
jugado el papel de tu manso animal doméstico durante demasiado tiempo. Ése ha sido mi
error: concederte tiempo para que dieras tu libre consentimiento a nuestra unión. ¡Ya
basta! Si no vas a ser mi esposa, entonces tendrás que ser mi esclava.
-¿Una esclava? -se burló nerviosa.
-Sí, una esclava de amor -respondió Rolf suavemente-. ¿Cómo ves la posibilidad de ser
una esclava vikinga? ¿Mmmm ? ¿Sometida a todos mis caprichos?
-Deja ya de jugar conmigo, Rolf -Intentó alejarse poco a poco de él, pero Rolf puso una
mano a cada lado de su cabeza, con los brazos estirados y firmemente apoyados.
Meredith sentía el frío de la nevera por detrás y el calor de un macho agresivo por
delante. No era una experiencia totalmente desagradable, debía admitirlo.
-Quizás, esclava, te mantendré desnuda hasta que te sometas a mi voluntad. O con la
escasa ropa que yo elija. -Los ojos de Geirolf se fijaron en el suéter de angora que ella se
había puesto antes a petición del vikingo.
Un error, comprendió ella ahora al ver cómo Rolf se relamía, lentamente. ¿Tal vez con
anticipación?
¿Acaso sospechaba Rolf que también se había puesto el culotte que le había comprado en
Victoria's Secret?
Sí, sí lo sospechaba. Meredith se dio cuenta cuando el ardoroso escrutinio del vikingo se
posó brevemente en esa zona. Meredith llevaba unos pantalones de lino anchos, pero él lo
sabía.
-Ponte las manos encima de la cabeza, esclava -exigió Rolf.
¿Qué?
-¿Cuestionas la autoridad de tu amo, esclava? -dijo con una calma letal, mientras cogía un
cuchillo de cortar carne y lo apretaba contra su garganta-. Una esclava contumaz merece
un castigo.
Meredith no estaba realmente asustada, a no ser quizá por el fuerte latido de su corazón.
Se sorprendió a sí misma haciendo justo lo que él le había ordenado. Levantó las manos
hasta la parte superior de la nevera, donde se agarró a los bordes de una cazuela. De todos
modos, a pesar de la pose sumisa, se sacudió el cabello por encima del hombro en un
gesto de petulancia.
-Ajá, una esclava insolente -dijo el vikingo-. ¿Quieres que te domestique, mujer?
Ella denegó con la cabeza. «¿Quiero?»
Antes de que se diera cuenta de las intenciones de Rolf, este metió con cuidado el
pequeño cuchillo dentro del escote del suéter, primero a la izquierda, luego a la derecha, y
cortó así los tirantes de su sujetador. Hizo lo mismo desde debajo del dobladillo
delantero, con lo que cortó la tira central de la prenda íntima. Con un gesto rápido de sus
dedos, Rolf sacó la menuda ropa interior rasgada y la tiró al suelo.
-No, no te muevas -le ordenó cuando ella empezó a bajar los brazos.
Sosteniéndole la mirada, el vikingo desabrochó el botón de sus pantalones. El sonido
áspero de la cremallera al bajar resonó con fuerza en la silenciosa estancia. En un
instante, la tela se deslizó y cayó hasta sus tobillos. Estaba desnuda desde los tobillos
hasta la cintura, excepto por las bragas de seda color carne de corte francés.
Una leve dificultad al respirar era la única señal de excitación en el vikingo.
-Una esclava hermosa es una mercancía enormemente preciada -dijo en un tono brutal,
mientras tiraba del borde del suéter hacia abajo, de forma que las sensuales fibras rozasen
los pechos desnudos de la mujer. La tela tensada perfilaba sus senos turgentes, cuyos
pezones florecieron en unos picos endurecidos, mientras él la miraba. Al soltar el
dobladillo, el material estirado volvió de golpe a su forma original. Repitió el
procedimiento varias veces hasta que los pezones doloridos de Meredith suplicaron más.
De pronto, ella recordó el tacto de sus dedos callosos.
--Rolf --se quejó mientras subía aún más los brazos, con lo que su pecho se arqueó hacia
delante en una invitación. -Una esclava no interpela a su amo -la reprendió, pasando el
dorso de sus nudillos por encima de las cúspides en un movimiento demasiado rápido.
Ella quería más.
-Separa las piernas -dijo-, todo lo que puedas.
Limitada por las perneras de los pantalones bloqueadas a la altura de los tobillos, sólo
pudo separar sus pies un poco. Pero era suficiente. Sus pliegues femeninos se separaron,
visibles a través de la entrepierna de seda del culotte.
-Bien. -Rolf retrocedió.
Meredith no podía creer lo que veía. En vez de cogerla en sus brazos, tal como esperaba,
Rolf se apartó de ella y se sentó en una silla al otro lado de la mesa.
-Ni se te ocurra moverte, esclava, o tendrás problemas --le informó con voz áspera y
espesa. A continuación, se reclinó en el respaldo de la silla, con los brazos descansando
sobre su regazo y las piernas estiradas hacia delante, y la examinó como... como a una
posesión.
El reloj de la cocina marcaba los segundos. El ritmo del rock and roll de Thea resonaba
en sus pezones con un dolor punzante, y en su ardiente entrepierna. Rolf la había
colocado en una postura vulnerable y seductora, pero, curiosamente, no se sentía
rebajada, sino extremadamente excitada.
Fuera cual fuese la etiqueta que adoptara (esposa, amante, amiga, esclava...) pertenecía a
Rolf. Bueno, eso no era del todo cierto. Todavía se encontraban en tablas respecto a los
planes de futuro del vikingo. Él se iba a marchar en pocas semanas y ella se iba a sentir
desolada. Era mejor un poco de dolor ahora que un dolor agonizante después.
-No me casaré contigo -gritó ella. Y lo decía en serio. -Lo que tú digas, mi amor. -Él
sonrió. Y no lo decía en serio.
-Y ahora te informo de que lo que quiero es que rne toques --gruñó con frustración.
-¿Dónde? -preguntó él divertido, pero ella se dio cuenta de que los nudillos de Rolf
estaban blancos, ahora que apretaba fuertemente con los puños las rodillas.
-Por todas partes.
-Moza codiciosa. -Rió él.
-A ver; ¿los vikingos tienen hombres cautivos, también? --Por supuesto.
-¿Las mujeres vikingas tienen esclavos hombres?
Los ojos de Rolf se iluminaron al comprender en el transcurso del interrogatorio.
-Sí, algunas sí tienen.
-Mmmm. Quizá te gustaría que invirtiéramos los papeles y...
-Tía Mer -gritó Thea desde el piso de arriba-. ¿Qué hay de cena? Estoy hambrienta.
Rolf renegó suavemente ante la interrupción y Meredith se escabulló para subirse los
pantalones y esconder el sujetador roto.
-Sí, Merry-Death, yo también estoy hambriento. -Rolf se acercó para ayudarla a
abrocharse los pantalones porque los dedos de Meredith no paraban de temblar. Los ojos
de ambos se fundieron en una mirada un instante, antes de que Thea entrara corriendo en
la cocina.
No era de comida de lo que Rolf estaba hambriento, y Meredith compartía el hambre.
Riéndose entre dientes, como si estuviera leyéndole la mente, Rolf le dio un leve azote.
-No temas, encanto. Un vikingo siempre satisface el apetito de su dama.
Meredith chasqueó la lengua ante aquel juego de palabras y él le guiñó el ojo.
-Por supuesto, un hombre vikingo también participa de buena gana en el banquete. La
reputación de nuestro buen apetito nos precede. También somos famosos por nuestra
hospitalidad. -Hizo una pausa con dramatismo-. Es de mala educación dejar que una
dama coma sola.

El cielo pareció romperse en mil pedazos aquella noche, y la disputa que ella y Rolf
estaban teniendo sobre el matrimonio de pronto dejó de tener importancia.
¡Bang!
Meredith se incorporó en la cama. Thea, como de costumbre, dormía como un tronco.
Quizá sólo había sido un sueño. No, había estado soñando con la anatomía masculina.
Concretamente, la anatomía masculina vikinga en lo que concernía a los músculos
superiores de los glúteos.
¡Bang!
-¡Oh, dios mío! Eso ha sido un disparo. Y viene del patio lateral -murmuró.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó Thea somnolienta.
-Nada, cariño -le respondió Meredith, ya levantada y corriendo hacia la puerta-.
Duérmete otra vez. No quiero que bajes al piso de abajo. ¿Me oyes?
-Mmmmm. -Thea se dio la vuelta v volvió a quedarse dormida.
Meredith bajó los escalones de dos en dos y no se molestó en encender las luces ni en
coger una linterna, antes de abrir la puerta principal y apresurarse para encontrar... no
sabía el qué. De fuera venían ruidos amenazadores, gente alzando la voz, gruñidos y el
sonido de una pelea. Había un peligro acechando; Meredith podía percibirlo.
¿Y si... ? Oh, no. Hacía algo más de una semana, un extraño procedente de otra época
había invadido su casa. Quizás ahora su propiedad estaba siendo asaltada por toda una
tripulación de viajeros del tiempo. Intentó contener la oleada de histeria que provocó en
ella aquella idea tan ridícula y dobló la esquina de la casa.
-¡Ummpff! --Tropezó con un cuerpo vestido de negro y casi se cayó. Aquella noche sólo
había media luna y sólo pudo distinguir unos zapatos, unos pantalones, unos guantes y un
pasamontañas, todo de color oscuro. Había una pistola en el suelo cerca de la mano
abierta del agresor inmóvil.
¿Una pistola? ¡Oh, dios mío! ¿Estaba muerto?
Una de las lanzas de madera de Rolf estaba justo donde había aterrizado, cerca de la
cabeza de aquella persona. Al no tener punta, el palo no podía haber roto la superficie de
la piel. Al menos, eso creía ella. Pero quizás un traumatismo craneal producido por un
objeto sin punta lanzado con fuerza podía ser mortal. Debía comprobar el pulso. No, no,
no. Primero tenía que encontrar a Rolf.
Oyó ruidos de forcejeo, acompañados por maldiciones guturales, procedentes de la parte
trasera de la casa. Meredith cogió la lanza y se precipitó hacia el lugar del que provenían
los ruidos. Otra figura vestida de negro, mucho mayor que la que acababa de encontrar,
luchaba sobre el césped contra Rolf, el cual sólo llevaba unos pantalones de deporte.
Aquella noche Rolf debía haber dormido en la casa vikinga.
En una reacción tardía, Meredith sofocó un grito, pero luego se puso una mano en la boca
y chilló.
Asustado, Rolf levantó la mirada y gritó:
-Vete para adentro, Merry-Death. Esto es peligroso. Yo me ocuparé de los asaltantes.
El agresor aprovechó la sorpresa de Rolf y consiguió zafarse de él, pistola en mano. Y,
oh, por dios bendito, estaba apuntando a Rolf. Actuando de forma instintiva, Meredith
agarró la lanza como un bate de béisbol y la balanceó. Pesaba más de lo que ella se
imaginaba, por, lo que no consiguió darle demasiado impulso. Para su consternación, en
el último momento, el indeseable se agachó. Y Meredith golpeó a Rolf justo en pleno
estómago.
--¡Uufff ! -Rolf cayó hacia atrás sobre sus cuartos traseros y la pistola del asaltante se
disparó accidentalmente. No parecía que la hala hubiera herido a nadie.
Durante un breve segundo, Rolf y el atacante la miraron como si estuviera loca. Lo
estaba. Pero Rolf estaba en peligro y ella no podía permitir que le sucediera nada. Esta
vez desarmada, Meredith se abalanzó sobre aquel estúpido con pistola, pero él se dio la
vuelta y con una torsión de su cuerpo logró agarrar a Meredith por el cuello. Apretó la
pistola al lado de su cabeza.
Rolf se puso en pie con cautela.
-No le hagas daño -suplicó-. Te daré todo lo que quieras. Ten cuidado. Nadie debe
resultar herido.
-El cinturón --exigió el hombre con la voz camuflada-. Tíralo al suelo y da unos pasos
hacia atrás.
Meredith tuvo la sensación de que había algo raro en aquel pistolero, algo que le sonaba
familias; pero en aquel instante no fue capaz de atar cabos.
-No lo hagas, Rolf. Es un farol. «Al menos, eso creo.» -Una palabra más y estás muerta,
zorra --le dijo al oído aquella voz evidentemente disimulada.
Rolf hizo caso omiso de sus palabras. Ya se había desabrochado el cinturón talismán. Éste
cayó al suelo con un ruido metálico sordo. A continuación, Rolf dio dos pasos atrás.
-El brazal también -ordenó el ladrón.
«¿Brazal? ¿Desde cuándo los vulgares ladrones saben que eso es un brazal? La mayoría
de la gente lo llamaría pulsera o brazalete de plata. Pero "brazal" es un término
medieval.» El reconocimiento la golpeó como una tonelada de ladrillos. « ¡Jeffrey! ¡El
muy desgraciado!
Sin preocuparse por las consecuencias, se deshizo del abrazo del asaltante con un fuerte
codazo, se dio la vuelta y le propinó un potente rodillazo en la ingle. La pistola se disparó
de nuevo, justo en dirección a la cabeza de Meredith, pero ella misma se percató al
instante de que, a pesar de que los oídos le zumbaban, no estaba herida. Debía tratarse de
un arma de fogueo.
Con un gemido, Jeffrey se dobló por la cintura, aferrándose a sus partes más preciadas.
En aquel momento, Rolf estaba de pie. Recogió la lanza y le propinó un buen golpe en la
cabeza a Jeffrey, dejándole inconsciente.
Rolf asió a Meredith por los antebrazos y le preguntó:
-¿Estás bien? -Ella asintió y Rolf la apretó en un fuerte abrazo de esos que hacen crujir
todos los huesos--. Mujer, voy a retorcerte el cuello en breves momentos por arriesgarte
de esa forma tan temeraria. Pero ahora, estoy tan contento de que estés viva. -Su voz se
entrecortó al final mientras la colmaba de pequeños besos eufóricos por toda la cara y el
cuello.
-Oh, Rolf, estaba tan preocupada. Creía que... oh, mi amor, te quiero tanto. Y creía que te
había perdido ya ... quiero decir... demasiado pronto. Oh, ya no sé lo que digo. -Estaba
sollozando y besándole al mismo tiempo.
-Chist --canturreó él, y luego se enderezó con preocupación-. Tenernos que llevar a estos
dos tipos adentro y encerrarlos. Ábreme la puerta del patio, Merry-Death. -Se inclinó, izó
el cuerpo con facilidad, aunque seguro que era un peso pesado incluso para él, y se lo
cargó al hombro como si fuera un saco de harina-. No tengo ni idea de quiénes son estos
bellacos, pero te aseguro que pronto lo averiguaré -gruñó.
-Bueno, en realidad... -balbuceó Meredith, pasando su peso de un pie a otro.
Rolf ya había empezado a andar hacia la casa con el fardo viviente, pero se detuvo y se
volvió para mirarla. -¿ Conoces a este hombre? -preguntó con frialdad.
¿Qué? ¿Acaso imaginaba que ella estaba confabulada con los ladrones? ¡Por el amor de
dios!
-Es... Oh, sé que resulta difícil de creer, pero es. -Escúpelo ya, Merry-Death.
-... mi ex marido.
Rolf profirió un juramento, y luego señaló hacia el patio lateral.
-¡Y quién es ése otro? ¡Su mujer embarazada?
-No lo sé, no estoy segura. Oh, dios, todo esto es tan desagradable. -Empezó a llorar.
-¡Diablos, otra vez las lágrimas! -bramó con rabia-. Merry-Death, este hombre pesa más
que un jabalí muerto. Habla. ¡Quién es el otro sinvergüenza?
-Mi hermana. Jillie -dijo a media voz.
-Blód he!! -maldijo, y a continuación la acaricié con la mano que tenía libre y susurró--:
Oh, Merry-Death. Lo siento mucho. -Ahora era él el que parecía que iba a llorar... por
ella.
Mucho después, seguían sentados en el salón de Merry-Death mientras intentaban decidir
qué harían con los delincuentes que se retorcían en el sofá bajo la mirada furibunda de
Rolf.
-Yo voto por tirarlos por el acantilado --refunfuñó Rolf, pero Merry-Death, que era un
alma bondadosa, replicó:
-Deja ya de bromear, Rolf. Lo que tenemos que decidir es si involucramos o no a la
policía.
-No me fastidies, Mer -dijo Jillian mientras se examinaba las uñas con indiferencia.
Aparentemente, había ocurrido una gran tragedia erg el transcurso de su caída: se había
roto una uña-. No te interesa esa publicidad. Además, podría demandar a ese bárbaro de
ahí por atacarme. -Movió los hombros e hizo una mueca de dolor.
¡Cómo le gustaba aquel juego! Fingía estar herida cuando la «lanza» ni siquiera había
rasgado la piel de sus omóplatos. Entonces él sopesó las palabras de la hermana.
-¿Me estás llamando bárbaro? ¿Tú, que planeaste un asalto a la casa de tu propia
hermana?
-Chist, Rolf -le amonestó Merry-Death-. Tiene razón. No quiero llamar a la policía, pero
no para proteger mi reputación ni la suya, sino a Thea.
-Ése es otro tema -se quejó Jillian-. No tenias ningún derecho a hacer que Mike viniera y
se la llevara. Es mi hija y...
-Jillie, eso es lo más egoísta que te he oído nunca, y eso es decir mucho. ¿Habrías querido
que Thea presenciara todo esto? ¿No te preocupa que sepa que eres una ladrona o algo
peor?
-No seas tan melodramática, Meredith -intervino Jeffrey-. No somos ladrones. Habríamos
devuelto el cinturón y el brazal tras realizar las pruebas pertinentes para poder escribir
nuestro libro. A veces, Meredith, eres condenadamente testaruda, demasiado, v eso va en
contra de tu propio interés. Si hubieras sido más razonable cuando Jillie y yo hablamos
contigo...
Con un rugido, Geirolf se dispuso a abalanzarse sobre el hombre, con los brazos
extendidos, pero Meredith le retuvo. -Por favor -le suplicó.
Geirolf se contuvo, sólo por ella, pero dirigiéndose a su antiguo marido espetó:
-Ponte un candado en esa lengua tan grosera cuando hables con mi prometida, o te la
cortaré con mucho gusto.
Demonios, concluyó Geirolf, en aquellas tierras la gente pensaba y hablaba demasiado.
Lo que necesitaban era hacer rechinar menos el cerebro y más el cuerpo. Llevaban
sentados más de una hora bebiendo café. Bueno, el resto bebía café. Él iba tomando
tragos de aguamiel de una botella de cuello largo. Tras tres tazas de café, le había
comentado a Merry-Death que si seguía bebiendo aquel líquido tan fuerte su orina iba a
ser negra.
Entonces Jeffrey había hecho un comentario temerario sobre su «ordinariez», y ésa fue la
primera vez que Geirolf le había partido el labio. La segunda vez fue cuando aquel
desgraciado se había atrevido a comerse con los ojos las nalgas de Merry-Death
embutidas en unos ajustados vaqueros, mientras ella se inclinaba para coger un tronco.
Entonces Merry-Death le había echado la reprimenda de rutina a Geirolf, pero se había
negado a ir al piso de arriba a ponerse algo más discreto... corno por ejemplo una tienda
de campaña.
Después de hacer entrar a Jeffrey y a Jillian a la casa, MerryDeath había subido al
dormitorio para tranquilizar a Thea y a cambiarse el camisón por un jersey de chándal y
aquellos calzones vaqueros. Por suerte no se había puesto el suéter de gato... Eso sí que
no lo hubiera permitido, por mucha resistencia que opusiera Merry-Death. El deleite
visual y táctil del suéter de gato le pertenecía sólo a él. De hecho, Geirolf pensaba
destruirlo antes de abandonar aquel país.
Él se lamentó para sus adentros ante el pensamiento de su inevitable separación de
Merry-Death. No podía imaginarse cómo sobreviviría el resto de su vida sin ella. Pero
simultáneamente, se mantuvo más firme que nunca sobre su decisión de abandonarla tras
los incidentes de esa noche.
Cuando vio a aquel sinvergüenza apuntando con la pistola a la cabeza de Merry-Death, se
le heló la sangre. En aquel momento pensó que la había perdido. Y que todo era por su
culpa. Él había traído el cinturón talismán; y él se lo llevaría.
Y no había nada que ella pudiera decir para convencerle de que la llevara con él. Sobre
todo después de aquello. Nunca jamás volvería a arriesgar su vida. Y de ningún modo la
llevaría a la muerte casi segura que suponía la Luna del Demonio y el remolino del
naufragio. El ojo de buey del tiempo nunca había sido pensada para personas como ella.
Además, ¿qué pasaría si consiguiera llevarla con él? ;Y si a él le mataban en una de las
incesantes batallas contra los sajones? ¿Cómo podría sobrevivir ella sola en su época?
Desde donde estaba sentada junto al vivo fuego de la chimenea cerca de los pies de
Geirolf, Merry-Death alzó la vista hacia Geiroif y la botella que éste tenía en sus manos,
lanzándole una mirada de preocupación. Él le acarició la cabeza, asegurándole que se
comportaría, de momento, porque ella se lo había pedido. Al principio, Meredith se había
resistido a la petición de aguamiel de Rolf, argumentando que quería que mantuviera la
mente serena. ¡Ja! Ni un tonel de aguamiel podría ponerle más furioso de lo que estaba
ahora. Y si decidiera golpear a aquel infame canalla hasta la muerte y cortarle la nariz a
aquella fulana, tal corno estaba deseando hacer; una taza de café no le detendría en
absoluto. Pero la suplica ferviente de Merry-Death sí le había hecho contenerse, por el
momento.
Geirolf se apoyó en la chimenea y tomó un largo trago de aguamiel. Cada vez que alzaba
la botella, veía cómo Jeffrey fruncía el labio superior, el mismo que cubría un delgado
bigote de gallina, con repugnancia. Aquel hombre estaba deseando morir, realmente así
era, al tener la osadía de lanzarle una mirada tan condescendiente.
Merry-Death puso una mano sobre la pantorrilla de Geirolf. Sin duda alguna, se habría
agarrado a su tobillo como un cachorro si él se hubiera abalanzado sobre los dos
estúpidos que seguían sentados con aire de culpabilidad en el sofá cama. Ambos correrían
como el viento si él se diera la vuelta.
-¿Podemos solucionar esto de una vez? --preguntó Jeffrey irritado-. Tengo una cita a
mediodía con el jefe de departamento. Te acuerdas del doctor Preston, ¿verdad,,
Meredith? Vino a nuestra boda.
Un rugido de indignación redobló en el pecho de Geirolf, pero esta vez fue Jillian quien
le detuvo con un gesto firme de su mano. Luego se dirigió a Jeffrey y le dijo:
-Eres un enorme imbécil chapado en oro, Jeffrey. Déjalo ya o seré yo quien te corte la
lengua. -A continuación se dirigió a su hermana, con expresión arrepentida-. Hiciste bien
en librarte de este pesado, Mer. De verdad. Es un cabrón, débil, falso y llorón. Y siento
lástima por la mujer que le tiene que aguantar ahora. En serio.
-¡Mira quién habla! -le contestó Jeffrey-. No eres más que una zorra en celo, sólo que a ti
lo que te atrae es la fama, no el sexo.
-¿Podríamos dejar vuestras disputas a un lado? -exclamó Merry-Death de forma
estridente, por lo que Geirolf dedujo que estaba llegando a los límites de su resistencia.
Trayéndola a su lado, acurrucó la cabeza de Meredith en la curva de uno de sus hombros
y susurró entre sus cabellos:
-Sube a acostarte, cariño. Deja que yo me encargue de esto.
Ella denegó con la cabeza.
-Es mi problema. Yo los he traído aquí al enviarles el boceto del broche de tu cinturón.
-No, mi amor. Fui yo quien, en primer lugar, trajo el peligro hacia aquí, al venir a tu casa.
-¡Hijo de perra! -maldijo Jeffrey, mirando con asombro la imagen romántica de Merry-
Death en brazos de Geirolf.
-¿Vosotros dos podríais dejar las caricias y los arrullos para más tarde? Tengo que coger
un avión en Bangor a las cinco de la mañana -dijo Jillian bruscamente-, O llamáis a la
policía, o nos dejáis ir.
-Sí, ya va siendo hora de dejar de perder el tiempo-coincidió Geirolf-. No vamos a
involucrar a las autoridades legales. Eso ya está decidido. ¿Estoy en lo cierto, Merry-
Death?
-Sí.
-¿Qué destino tiene tu máquina voladora, Jillian?
-¿Máquina voladora? ¿Eh? Oh, vuelvo a Londres. Jeffrey iba a llevar el cinturón y el
brazal al Museo Metropolitano para determinar su antigüedad, aunque sabe dios por qué
confié en él. Lo más probable es que lo hubiera empeñado todo y se hubiera largado a
una isla tropical para ligarse a unas cuantas decenas de nativas núbiles.
-¡Zorra! -se enfureció Jeffrey, lanzándole un salivazo. -¡Hijo de perra! -replicó ella,
intentando quitarse las babas de la cara con un pañuelo.
-¡Aaaaargh! -gritó Merry-Death.
-¡Diablos! Vosotros dos os merecéis el uno al otro --opinó Geirolf.
-Jillie, ¿y qué pasa con Thea? Se supone que tiene que volver a la escuela dentro de una
semana. ¿Debe volver con su padre a Chicago o se va contigo a Londres?
-¡Demonios! No tengo ni idea --dijo Jillian malhumorada-. ¡Oh, ahora no te me pongas
tirante en plan santurrona, Mer! Todavía no sé qué hacer con ella. Y para serte sincera, no
me parece el mejor lugar para ella, aquí contigo, justo ahora.
-¿Renunciarías a tu hija? -Merry-Death miró fijamente a su hermana con incredulidad.
-¡No! --gritó Jillian, pero, a continuación, suavizó la voz-. Quizá... no sé. Quizá podría
darte la custodia... durante un tiempo. Oh, Mer, yo quiero a Thea, pero estoy en una
situación tan difícil. Y George se ha vuelto a casar. Su nueva mujer ya tiene dos críos. Es
todo tan complicado. -Jillian terminó por romper en un largo sollozo. Luego empezó a
lloriquear en serio.
Merry-Death se apartó de los brazos de Geirolf y se acercó a su hermana. Ahora ambas
estaban abrazadas v llorando. -¡Aaargh! --gritó Geirolf esta vez.
-Yo te secundo ---añadió Jeffrey con un estremecimiento de repugnancia.
-Necesito otro trago de aguamiel -refunfuñó, mientras se dirigía a la cocina.
-Creo que yo también tomaré uno --dijo Jeffrey mientras se ponía en pie.
Rolf se puso más tenso todavía. No quería el compañerismo del canalla del antiguo
marido de la mujer a quien amaba. Sin embargo, acto seguido, se encogió de hombros.
Seguramente había ido a parar a un país de lunáticos, y temía estar volviéndose loco él
también.

Una hora más tarde, Jeffrey y Jillie se encontraban de pie en la puerta principal,
preparándose para marcharse. Meredith estaba emocionalmente agotada y físicamente
exhausta más allá de su resistencia.
A pesar de los actos despreciables que habían planeado, no habría repercusiones legales
para aquellos dos. Habían prometido no volver a intentar sus sucios trucos, ni extender la
noticia sobre el cinturón en el mundillo académico. Eso era lo que quería Meredith y Rolf
había cedido, aunque a regañadientes. Meredith no estaba del todo segura de que Rolf
estuviera bromeando cuando propuso tirarlos por el acantilado.
-¿Estás seguro de que no quieres volver a considerarlo, Rolf? -preguntó Jillie en un
último intento desesperado Te devolvería el cinturón, de veras. Podría ser muy importante
para la ciencia y para la historia.
-Déjalo Ya, Jillian -contestó Rolf.
--¿Nos dejarías hacerte una entrevista, por lo menos? -probó Jeffrey. Rolf tenía razón.
Aquel pesado deseaba morir. Cualquiera que hubiera visto la cara furibunda de Rolf se
habría dado cuenta de que Jeffrey estaba pisando arenas movedizas--. Sigo sin saber
quién eres' n1 de dónde vienes. Pero tu descripción de...
Con un gruñido de irritación, Rolf echó a Jeffrey y a Jillian
de un empujón y cerró con un fuerte portazo tras ellos. Luego dio una vuelta a la llave en
la cerradura y balanceó a Meredith en sus brazos, haciéndola girar en círculos.
-Solos, al fin -dijo con alegría a la altura del cuello de Meredith.
Casi inmediatamente, la llevó cerca de la escalera. La tomó por los brazos y examinó su
rostro.
-Vas a caerte de agotamiento, mi vida. Acuéstate y duerme. Yo ya le dije a Mike que
mañana no habrá trabajo; o sea que puedes dormir hasta tarde.
-Bueno, no sé... de acuerdo, vale.
Pero todavía no la dejó ir. Se inclinó y la besó tiernamente en los labios. Luego la besó
ávidamente. Al final, haciendo gala de un gran control, la volvió a apartar de él. Meredith
se sentía como una muñeca de trapo, carente de sentido común.
-Necesito saberlo, Merry-Death -empezó a decir muy serio-. ¿Te casarás conmigo?
¿Qué? ¿De dónde salía esa pregunta? Después de todo por lo que habían pasado esa
noche, aquello era lo último en lo que pensaba.
-No nos hemos puesto de acuerdo sobre este tema durante días y ya va siendo hora de
decidir, tal como les dije antes a Jeffrey y a Jillian. ¿Darás tu libre consentimiento para
casarte conmigo?
-¿Me llevarás contigo cuando te vayas? -Meredith utilizó un tono abatido porque ya
conocía la respuesta. -No, no puedo -suspiró.
Ella también suspiró.
-Pues si va a ser así, la respuesta es que no. Te quiero tanto que el corazón me duele de
amarte, pero no me puedo casar contigo, Rolf. No puedo.
Él la miró fijamente durante un buen rato y luego asintió con la cabeza.
-Pues que así sea, entonces. -Le dio otro beso rápido y empezó a alejarse de ella.
«Pues que así sea. ¿Y eso qué significa? ¿Pues que así sea, me doy por vencido? No lo
creo. ¿O será más bien, pues que así sea, ahora ya puedes irte preparando?»
-¿Rolf? -le llamó mientras él iba por toda la estancia apagando las luces-. Rolf, ¿qué
quieres decir con “Pues que así sea»?
El no dijo nada. Una sonrisa curvó lentamente su boca, pero nunca llegó a sus fríos ojos.
No era una sonrisa que dijera: «De acuerdo, mi amor, comó tu quieras. Me rindo, . No, su
sonrisa decía: «Ten cuidado, cariño, llenes graves problemas vikingos».
Aquella noche Meredith casi tenía miedo de quedarse dormida. Si hubiera vivido en otra
época, habría llamado a sus caballeros para que guarnecieran las murallas, levantaran el
puente levadizo y se prepararan para la batalla. Se le escaro una risa tonta ante aquella
ocurrencia. Pero justo antes de raer profundamente dormida, se le pasó por la cabeza el
pensamiento mis extraño de todos. Se trataba de un dicho muy popular entre los
anglosajones de los siglos IX y X:
De la furia de los hombres del norte, oh, Señor, líbranos.»

Capítulo quince
¡Wroff! ¡Wroff!
Los ojos de Meredith se abrieron de par en par ante la fuerte luz del sol y la arrugada
cama. ¿Alguien había gritado «Rolf, Rolf»?
Desorientada, su perezoso cerebro certificó lentamente que se acababa de despertar de un
sueño excepcionalmente profundo y que era muy tarde. Con una ojeada rápida al
despertador vio que eran casi las once. « ¡Las once! » Era incapaz de recordar la última
vez que había dormido hasta tan tarde, si es que lo había hecho alguna vez.
¡Wroff! ¡Wroff!
Aquel ruido venía del piso de abajo. De inmediato oyó a Rolf murmurando: «¡Oh,
mierda!». ¿O quizás era: «¡Oh, no! Mierda»?
Se dio cuenta de que aquel fuerte ruido que le había despertado eran ladridos, y no
alguien gritando « Rolf ! » -«¿Ladridos?» Antes de que pudiera asimilar las implicaciones
de los ladridos, escuchó un estruendo de pasos corriendo por el pasillo, por el salón y,
después, subiendo la escalera.
--Vuelve aquí -gritó Rolf-. Vas a estropear la sorpresa.
La sorpresa -una criatura de unos cuarenta y cinco kilos de pelo blanco sucio que parecía
una mezcla entre un perro pastor y un osito- se precipitó por la puerta de su dormitorio,
tomó impulso para saltar y aterrizó justo encima de Meredith, derribándola sobre la
almohada. A continuación, el animal, que llevaba un lazo rojo brillante alrededor del
cuello, procedió a lamerle la cara, el cuello y el cabello con una lengua húmeda del
tamaño de la corbata de hombre. El pelo del perro volaba por todas partes.
-Dog, deja en paz a Merry-Death. Está durmiendo -dijo Rolf de mal talante mientras
entraba en la habitación.
Dog apoyó sus patas delanteras en los hombros de Meredith, clavándola a la cama. El
resto de su cuerpo se tumbó encima de ella como si fuera una manta con vida.
Ella lanzó una mirada acusadora a Rolf.
-Tienes serios problemas.
-Oh, estás despierta, mi amor.
-No, estoy durmiendo con los ojos abiertos --contestó bruscamente-. ¿Cómo puedes
pensar que con el estrépito que vosotros dos habéis hecho corriendo por el piso de abajo
no me despertaría? ¿Cómo puedes pensar que los ladridos no me despertarían? ¿Acaso
esperabas que pensara que eras tú el que ladraba? ¿Y cómo puedes pensar que un perro
del tamaño de un caballo lamiéndome la cara como si fuera un helado no me despertaría?
-Creo que a Dog le gustas -declaró Rolf con alegría, mientras se sentaba en el borde de la
cama junto a ella.
-¡Eh! ¿Qué le pasa en el ojo? -Se debía de haber lastimado en un accidente, porque tenía
un lado de la cara torcido para arriba, con lo que su ojo derecho quedaba medio cerrado y
su boca se elevaba un tanto descentrada, como un labio leporino. El resultado era que
parecía que el perro estuviera guiñando un ojo y sonriendo todo el rato.
-Tropezó con una vaca a quien no le gustó que le lamieran la cara. Dog es un tipo muy
cariñoso y muy sensible --susurró estas últimas palabras en voz muy baja-. O sea, que
tenemos que ir con cuidado con lo que decimos sobre su aspecto.
-Rolf, no quiero un perro.
-Lo ves, ya has herido sus sentimientos.
A ella no le pareció que el perro estuviera afectado, salvo que... oh, por dios, ¿aquello del
ojo era una lágrima?
-No debes juzgarle por sus pequeñas imperfecciones, Merry-Death. En mi opinión, sus
defectos no le quitarán mérito a la hora de ser tu feroz perro guardián cuando yo me vaya.
-¡Perro guardián! Este animal no podría guardar ni su propia cola -farfulló Meredith y se
negó a pensar en el comentario de Rolf acerca de su partida--. Ya estás devolviendo este
perro al lugar de donde lo sacaste.
-No puedo.
-¿ Por qué no?
-Lo matarán si lo devuelvo.
Ella se quejó e intentó incorporarse. Rolf la anudó asiendo al perro por el collar hecho de
cinta. Por fin, el perro cedió y decidió complacer a Rolf con un buen lametón.
¿Quién lo matará?--preguntó Meredith en contra de su mejor criterio.
El refugió para animales donde lo compré. Nadie le quiere. ¿No es increíble, Merry-
Death?
ambos miraron al perro, que saltó, más bien se dejo caer de la cama, y empezó a
deambular por la habitación, husmeando. Probablemente buscaba una boca de incendios.
Entonces, con un aullido frenético, el perro descubrió el espejo de cuerpo entero que
había en la parte de atrás de la puerta del armario v se puso a ladrarse a sí mismo
ferozmente. Su cara torcida le daba una expresión cómica, pomo si estuviera haciendo
muecas raras a propósito.
Una vez dijiste que siempre habías querido tener un gran danés, mi vida, pero no he sido
capaz de traerte un ejemplar de semejante raza mestiza. Los daneses no son tan
estupendos. ¡sabes!
Meredith empezó á reír, y de pronto se detuvo. -¿Qué es ese olor?
Dog necesita un baño admitió Rolf tímidamente---. Lo pondré en tu bañera en cuanto tú
termines.
-¿Termine el qué? ---preguntó indecisa. Tu baño nupcial.

De nuevo, Meredith estaba en remojo, en una bañera llena de espuma para el baño con
esencia de rosas. Sin embargo, esta vez habla unas cuantas diferencias remarcables.
Número uno: las sales de baño provenían de una cesta de polvos y aceites carísimos que
le había ofrecido como otro regalo de novia... después de haber cargado con ella hasta el
cuarto de baño (Meredith dando coces y gritando), seguidos por los fuertes ladridos del
perro guardián.
Número dos: la puerta del cuarto de baño estaba cerrada con llave por fuera. Rolf le había
dicho que, si estuviera en su país, las damas de la familia del novio le habrían hecho un
masaje con aceites aromáticos por todo el cuerpo después del baño. Se trataba de un ritual
para prepararla para el lecho nup.cial. Dado que él no tenía aquí ningún familiar
femenino, Rolf había insistido en que o bien ella misma se untaba su propio cuerpo, o
bien él lo haría por ella, lo cual, aparentemente, era algo bastante inapropiado para un
prometido. De cualquier modo, la puerta no se abriría hasta que ella hubiera terminado
aquella tarea o bien le hubiera pedido su ayuda. ¡Como si fuera a hacerlo! »
Número tres: su vestido de novia vikingo estaba colocado en una silla cerca de la puerta.
Sobre él, se encontraba el body de color rosa que Rolf le había comprado la semana
anterior en Victorias's Secret, la única prenda de ropa interior que él aceptaría que llevara.
-Te pondrás este traje o te casarás desnuda. A mí me da igual. En realidad, la última
posibilidad tiene su encanto. -Eres un bruto.
--Sí, es cierto. Pero no cederé en esto, Merry-Death. Nos casaremos en el día de hoy.
-¿Incluso contra mi voluntad?
-Incluso si así tiene que ser --dijo con firmeza-. Mi padre capturó a mi madre en una
incursión contra los sajones. Ella se casó y se acostó en el lecho nupcial con una mordaza
en la boca, su cuerpo atado con cuerdas.
No me creo ni una palabra.
-Créeme, mi señora.

Una hora después, Geirolf llamó a la puerta de la sala de baño.


-¿Estás lista, Merry-Death?
No hubo respuesta.
-¡Maldita sea! Va a mantener su actitud obstinada hasta el final -le comentó a Dog, que
estaba tendido guardando la puerta cerrada. Incluso Geirolf tuvo que admitir que era una
posición un tanto extraña para un guardián. El animal estaba tendido boca abajo con sus
cuatro patas extendidas. Había estado roncando con un resuello jadeante, poro abrió su
ojo bueno al oír la voz de Rolf-. Bueno, la suerte está echada, Dog. Un hombre debe
imponer su autoridad a su mujer desde el principio, o sufrir después.
La bestia mostró su conformidad con una serie de gruñidos y, a continuación, dio un
fuerte bostezo, mientras se ponía en pie torpemente al ver que Geirolf abría la puerta.
Meredith había dado por concluido si, baño, aparentemente, pero eso era todo. Con cl
cabello húmedo peinado hacia atrás, estaba de pie al otro lado del cuarto de baño,
cubierta con su bata afelpada, en lugar de su vestido de novia. Y se atrevía a amenazarle
blandiendo armas. En una mano sostenía un cepillo de baño de mango largo y, en la otra,
un bote de laca.
-Lárgate, Rolf. No puedes intimidarme.
Él levante una ceja.
-¿No pensarás disuadirme con eso? Piénsatelo bien, mi señora.
Ella también se percaté de la debilidad de sus armas y las tiré al suelo.
-Tú no eres un hombre violento. No lo hagas. Si no, mañana por la mañana te
arrepentirás.
-¿Quién dice que no soy un hombre violento? -Y a continuación preguntó--: ¿Ya
realizaste el ritual de unción con los aceites? --Una rápida ojeada a la cesta que contenía
los frascos le indicó que todos seguían sellados, con excepción del aceite espumoso que
él mismo había vertido en el agua del baño de Meredith. Geirolf hizo una exclamación de
desdén-, ¡Qué imprudente, qué moza tan imprudente, ponerme a prueba de esta manera!
Entonces entré Dog y Meredith emitió un chillido de repugnancia al ver que el animal
husmeaba en el wáter y bebía a lengüetadas el agua de su interior.
-¡Perro malo! --le regañó, v alargó una mano para cerrar la tapa en su hocico.
Sin arrepentirse de nada, Dog se paseó por el pequeño cuarto de baño husmeando aquí y
allá. Al llegar a la bañera medio llena, se levantó sobre sus patas traseras, con las de
delante apoyadas en el borde, para poder ver mejor. Después, se deslizó, la cabeza por
delante, en el agua del baño con esencia de rosas.
-Parece ser que Dog no puede esperar para tomarse un baño -comentó Geirolf secamente
mientras la desgarbada bestia salpicaba de agua las paredes, el suelo, e incluso el techo,
mientras intentaba conseguir una posición estable. Durante todo el rato estuvo ladrando.
-Pero, bueno, ¡esto es ridículo! Va a estropear todo el barniz de la porcelana. ¿Tienes idea
de lo difícil que es lograr que te vuelvan a barnizar una pieza así? -Merry-Death le lanzó
una mirada acusadora--. Tú lo sujetas y yo lo enjabono.
Ah, aquél era un paso hacia delante que él no había previsto. Merry-Death le había
pedido ayuda.
En poco rato habían enjabonado, aclarado y secado a Dog con unas toallas de gran
tamaño. Oliendo a rosas, el disgustado perro se puso en pie en medio del cuarto de baño y
sacudió su pelaje, esparciendo gotas por todas partes, como una lluvia de verano. Luego
chapoteó hacia la puerta, lanzó a Geirolf una mirada herida y esperó. Geirolf abrió la
puerta para dejar salir al perro e, inmediatamente, la volvió a cerrar.
Meredith estaba de rodillas en el suelo limpiando la bañera cuando oyó el ruido de la
puerta al cerrarse.
-Otra vez no, Rolf -le regañó, a sabiendas de que ahora le tocaba a ella.
-Otra vez.
Meredith se puso en pie y se envolvió en su bata, ahora empapada, apretándola con
fuerza alrededor de su cuerpo. Sus ojos verdes centelleaban desafiantes.
Él respiró profundamente con pesar. ¿Por qué luchaba Merry-Death contra lo inevitable?
¿Se trataba de una característica femenina?
-Quítate la bata y túmbate en la alfombra -ordenó Geirolf mientras cogía un pequeño
frasco de aceite. Junto a la bañera, en el suelo, había una alfombra tejida a mano, ahora
ligeramente mojada. Geirolf desdobló una toalla seca y cubrió con ella la alfombra.
-No -dijo ella, con actitud defensiva.
-¿Todavía me sigues diciendo que no? -preguntó él con voz cansina, y rápidamente le
quitó aquella prenda de vestir, la puso boca abajo en el suelo y la inmovilizó sentándose
sobre sus nalgas.
Meredith le insulté utilizando palabrotas que Rolf no se hubiera atrevido a repetir,
mientras agitaba tos brazos y las piernas, resistiéndose en vano.
Geirolf destapó el frasco v vertió un poco de aceite en las palmas de sus manos. A
continuación, lo calentó trotando arribas palmas una contra la otra. También olía a rosas,
por supuesto, pero se trataba de una fragancia suave mezclada con otras esencias, no
excesivamente penetrante.
Ya te lo pregunté antes, Merry-Death. ¿Alguna vez has hecho el amor con un hombre con
callos en las manos?
Ella dejó de agitar brazos y piernas.
--A mi parecer; el masaje de nos dedos y mis manos. Marcadas por el trabajo duro de un
obrero, te resultará especialmente agradable. Entiendes lo que te quiero decir; Merry--
Death? Aceite suave:, piel abrasiva.
Pareció que ella dejaba de respirar. Geirolf estaba bastante seguro de que aquello era una
señal de que había entendido lo que quería decir.
Geirolf retiró la húmeda melena de Meredith hacia un lado y empezó a masajearle con
aquel aceite la parte posterior de su tenso cuello y sus hombros delicadamente esculpidos.
-Nunca he hecho esto antes, Merry-Death. O sea que debes decirme si soy demasiado
tosco.
Ella gimió v se mordió el labio inferior.
-¡Eso era un gemido de placer o de dolor?
Meredith se negó a contestar. El no esperaba otra cosa.
Mientras frotaba con aceite sus brazos, desde los hombros hasta la punta de los dedos, y
desde las axilas hasta aquellas muñecas atractivamente frágiles, Geirolf le iba contando
con voz suave lo tenía planeado para ella en ese día.
-Lo tradicional es intercambiar los votos de casamiento ante testigos, pero no loe apetece
que otros contemplen la ignominia de una novia renuente. Por lo tanto, nuestra ceremonia
será privada... de hombre a mujer.
Geirolf se dio cuenta de que ella estaba a punto de protestar, de nuevo, pero entonces ella
cerró los ojos con fuerza, sus oscuras pestañas abanicando sus pálidas rejillas. ¡Como si
aquello pudiera borrar las palabras de Geirolf!
--Mañana, o al día siguiente si te muestras particulannente contumaz, daremos una fiesta
nupcial, con testigos. En realidad, puede que sea mejor el fin de semana que viene. Así
podría venir más gente. -Sus manos se habían desplazado hacia abajo y ahora le untaba la
espalda, las costillas y la cintura. La región dorsal de una mujer siempre le había
resultado especialmente seductora, por lo que se regodeo en aquel valle tentador.
-Rolf, déjalo ya. Estamos en el siglo xx. No puedes hacer que me case contigo si yo me
niego.
-Mírame, mi vida.
Yo no quiero toda esta... esta farsa. Al final cederás, lo prometo.
Ella farfulló algo sobre vikingos arrogantes y presuntuosos mientras él cambiaba de
posición. Seguía apoyándose sobre las nalgas de la Joven, pero ahora mirando en sentido
contrario. Empezando por las plantas de los pies, donde descubrió que Meredith tenía
muchas cosquillas (guardó esa información para más tarde), subió por las largas piernas
de la mujer; acariciando sus tobillos, las pantorrillas, la parte posterior de las rodillas y
los mulos. Meredith iba emitiendo maullidos ahogados.
Geirolf se obligó a sí mismo a hablar; para distraer la atención de su miembro endurecido
y excitado.
--Esta mañana he llamado a Mike y le lee dicho que mañana no habrá trabajo, y por
ventura tampoco al día siguiente. Dependerá de cuanto tiempo necesitemos para...
-No tenías ningún derecho, Rolf. Mañana es el primer día lectivo después de las
vacaciones de primavera. Tengo que ir a dar clase.
-Eso no es problema -la informó con ligereza-. Mike me ha dicho que el puede sustituirte,
sobre todo ahora que dejaste las clases preparadas con tanto detalle. --Se movió ligera-
mente hacia atrás para posarse sobre la espalda de Meredith y centrarse en las nalgas.
Amasó una y otra vez aquellos globos satinados hasta que brillaron y adquirieron una
tonalidad rosa a. Una sola vez se permitió a sí mismo el placer de insertar sus dedos en la
hendidura, presionando hacia abajo. El rocío de la mujer Iba en aumento, Y sus partes
íntimas ya estaban resbaladizas y calientes.
-Ay, mi amor, tu lengua puede decir que no me deseas, pero tu cuerpo habla otro idioma.
-Dicho esto, se levantó para ponerse de rodillas, dio la vuelta a Meredith para ponerla
boca arriba, y se volvió a sentar, esta vez sobre su vientre. Empezó a amasar la parte
delantera de las piernas, impertérrito ante los puñetazos que ella le daba en la espalda.
-Déjame levantarme -chilló-. Acabaré yo misma de ungirme.
Él hizo una pausa y la miró por encima del hombro.
-¿Y darás tu libre consentimiento a los votos del matrimonio?
Aquella temeraria muchacha se resistía.
Él se encogió de hombros y prosiguió con el masaje de las piernas, deteniéndose en los
suaves rizos que unían sus muslos temblorosos. Había reservado aquel deleite para el
final.
Cuando Geirolf se giró y se sentó de nuevo a horcajadas en la otra dirección, ella intentó
encabritarse y darle un empujón. Él usó un par de medias finas que colgaban de una barra
de metal cercana para atarle las muñecas a la espalda. A continuación, vertió unas gotas
de aceite sobre el esternón, entre los senos, por encima del vientre y en el ombligo. Con
sumo cuidado, masajeó con el aceite su piel enrojecida, por encima, por debajo, y
alrededor de los senos.
-¿Quieres que te toque los senos? -le preguntó solícito.
Ella apartó su cara hacia un lado, con los ojos bien apretados. Sin embargo, la traicionera
dificultad que sentía al respirar y el latido salvaje de su corazón la delataron, sin
mencionar el endurecimiento de sus pezones sonrosados y la hinchazón de las aureolas
circundantes.
Estaba atrasando el momento en el que le concedería aquella satisfacción... Ella
necesitaba que la castigara. Él necesitaba tiempo para controlar su imperiosa necesidad
de consumar el matrimonio allí y en aquel momento, antes de intercambiar los votos.
Cuando Geirolf hubo masajeado todo el cuerpo de Meredith, con excepción de las zonas
erógenas que había reservado para el final, se sentó sobre sus propias ancas v la miró
fijamente. Le parecía tan hermosa. La intensidad de la pasión que sentía por ella le
asustaba y le estimulaba a la vez.
Pasó un dedo índice impregnado de aceite por sus labios separados y ella gritó
suavemente, como si le doliera. Meredith volvió la cabeza y le miró fijamente, sus ojos
dos lagos verdes de deseo.
Mientras le sostenía la mirada, él vertió una considerable cantidad de aceite sobre sus
senos y los masajeó dibujando amplios círculos, haciendo que sus montículos se
movieran en todas direcciones. Cada vez que sus patillas callosas pasaban por encima de
los pezones endurecidos, los ojos de la joven se abrían de par en par y su respiración se
volvía mas superficial.
Rolf se calzó más abajo y vertió el resto del líquido sobre su vello púbico.
Ella jadeó.
Geirolf se concedió a sí mismo una breve exploración de aquel territorio, extendiendo el
aceite con los dedos entre los rizos, v después entre las piernas, donde la viscosidad del
aceite se mezcló con su rocío. En aquel mismo instante habría podido llevarla al éxtasis,
pero él sabía, por experiencia, que eso le molestaría. Por lo tanto, con un largo suspiro, se
puso de pie y la ayudó a levantarse.
Asiéndola por los hombros, dijo:
Te quiero, Merry-Death. ¿Te casarás conmigo?
El rostro de la muchacha se ablandó por un momento antes de susurrar:
-¿Me llevarás contigo cuando te vayas?
Él se lamentó para sus adentros ante la inquebrantable insistencia de Meredith en lo
imposible. Negó con la cabeza tristemente.
-Entonces, no me casaré contigo. --Sus ojos se habían apagado y eran ahora ilegibles,
como una neblina del mar del Norte v el rencor afilaba su voz.
-Merry-Death, tus palabras han determinado el curso de los acontecimientos. Pues que así
sea.
Pues que así sea? ¿Eso significa que.. eso significa que rindes?
Geirolf pudo ver emociones contradictorias en el rostro de Meredith. Le deseaba, pero no
le deseaba. Pero ¿cómo podía hacerle una pregunta tan tonta? Le lanzó una mirada
incrédula, la misma que él y sus hermanos venían utilizando desde su juventud cuando
daban con mujeres estúpidas, sobre todo con aquellas que habían dudado de su destreza.
Y todo cuanto dijo fue:
-¡Ja!
Al cabo de un rato, la doctora Meredith Foster se encontraba de pie en una casa vikinga,
con sus galas nupciales de color carmesí y blanco. Estaba a punto de intercambiar los
votos de matrimonio en contra de su voluntad con un noble vikingo vestido con unos
atuendos magníficos. Con impaciencia, Rol fue colocando los elementos rituales sobre
una mesita.
Aunque era media tarde, el interior de la casa estaba oscuro, puesto que sólo había una
ventana sin cristales y una puerta. Rolf había encendido el fuego en la chimenea situada
en el centro, donde el humo se escapaba a través de un agujero que había en el techo
cubierto de césped. La estructura de la casa era rectangular, según el estilo vikingo, con
los laterales ligeramente curvados hacia dentro. En tiempos pasados, este diseño gozaba
de gran popularidad, puesto que podía utilizarse congo tejado un barco vuelto del revés.
En este caso, se trataba de una vivienda pequeña, para el estándar escandinavo, con una
base de tan sólo cuatro por seis metros; en cualquier caso demasiado pequeña, para un
viril vikingo aparatosamente ataviado, que ocupaba gran parte del espacio.
Meredith no estaba amordazada, pero tenía las manos atadas a la espalda alrededor de
una viga. N o habría venido por su propia voluntad. Una oscura nube de determinación se
había cernido sobre Rolf mientras la vestía y la llevaba afuera, impasible ante las
estridentes amenazas de Meredith.
-Ha llegado la hora, Merry-Death --dijo Rolf mientras acercaba la mesita al lado de la
joven. En ella había una copa de vino, un cuchillo profusamente decorado, un cordón
trenzado de oro, un martillo, una piedra pulida y un cuenco con semillas de trigo.
De pie ante ella, a duras penas le reconocía como el hombre que había llegado a amar. No
sólo por lo suntuoso de su túnica y sus finos pantalones, negros como el azabache,
complementados por el cinturón talismán y la anacrónica riñonera que definían el buen
talle de su cintura. Tampoco porque llevase Su dorada cabellera castaña suelta por encima
de los hombros. No, se trataba de su comportamiento en general. Ahora se mostraba
dominante, rígido, con su mandíbula angular visiblemente tensa y los músculos
contraídos por la ira, ira que Meredith temía que Rolf muy pronto desatara sobre ella.
Geirolf estaba sumamente enojado porque ella todavía se le resistía.
Ahora era un auténtico guerrero vikingo, no) el amable constructor de barcos que había
conocido. Levantando:) ambos brazos por encima de la cabeza, Geirolf inició un cántico
primitivo en nórdico antiguo. Durante todo el rato miro al vicio a través de la ventana,
hacia el mar.
A continuación, se relajo y tradujo:
-Llamo a dios y al hombre, a la familia y a los amigos. Venid a atestiguar en el día de hoy
el matrimonio de Geirolf Ericsson y Merry-Death Foster.
-¿Y por qué no has llamado también a La policía! Quizás habrían venido a rescatarme de
un maniaco. --Tu terquedad sólo te lo pondrá más difícil -dijo el con voz tirante-. Ten en
cuenta mi advertencia, moza obstinada. Cada Segundo que malgastes en el día de hoy
para intentar desbaratar mis planes lo pagaras muy caro.
Meredith no le tenía miedo. Sabía que no le haría daño... no físicamente, en cualquier
Caso. No es que creyera que el no tenía ningún castigo en mente.
-Rolf, no lo hagas.
El miro intencionadamente a su boca ella supo que se arriesgaba a que la amordazara si
seguia protestando.
A continuación, los largos dedos del vikingo abran non la copa de vino. En el idioma de
Meredith, rezo:
-Odin, sacamos este néctar de tu pozo de la sabiduría. Concédenos el conocimiento para
tratarnos bien mutuamente en este viaje del matrimonio que hoy emprendemos.
Especialmente otorga le a Merry-Death la sabiduría para reconocer cuando hay que
abandonar la lucha.
-¡Ja!
hay que abandonar la lucha.
Geirolf tomo un sorbo del vino y luego giró la copa y la acercó a los labios de Meredith
para que ésta pudiera beber por el mismo sitio. El frío metal parecía llevar el calor
seductor de la boca del vikingo.
Cuando ella hubo sorbido el líquido de color rubí, Geirolf asintió satisfecho y asió el
martillo.
-Thor, dios de los truenos, tomo en mi mano tu poderoso martillo, Mjollnir. Y prometo
que protegeré a mi esposa de todo peligro. Usaré las habilidades bélicas aprendidas a tus
pies para aplastar a sus enemigos. Que quede constancia para siempre. Sus enemigos son
ahora mis enemigos. Mis enemigos son suyos también. El escudo del clan Yngling es
ahora nuestro escudo.
Con esas palabras, levantó el martillo y aplastó la piedra.
Meredith se sobresaltó y Dog levantó bruscamente la cabeza, para lanzar una mirada
inquisitiva con su ojo bueno, y luego volver a dormirse.
A continuación, Rolf se dirigió hacia el cuenco con las semillas y cogió una pizca entre el
pulgar y el índice.
-Frey, dios de la fertilidad y la prosperidad ---empezó a decir.
«¿Fertilidad?» Meredith se puso aún más tensa e intentó retroceder, pero el travesaño que
tenía detrás se lo impidió.
Geirolf le frunció el ceño en un reproche mientras rociaba los senos de Meredith y su
propio pecho con las semillas. Y prosiguió:
-No imploramos fertilidad ni grandes riquezas en este matrimonio, oh, gran Frey. Por el
contrario, lo que buscamos es que nos bendigas con la riqueza del amor... y abundancia
de pasión. -Sus labios temblaron al pronunciar las últimas palabras, pero mantuvo la
compostura. Meredith sospechó que la pasión no formaba parte del ritual tradicional.
«¡Qué gamberro! Vale, un gamberro adorable,>, admitió Meredith para sí. Se iba
ablandando con cada una de las palabras de aquella conmovedora ceremonia, tal como
seguramente él ya sabía que ocurriría.
Después de eso, Geirolf cogió el cuchillo, se colocó tras ella, y con la afilada hoja rasgó
la piel de la muñeca de Meredith por su parte interior. Ella miró hacia atrás por encima
del hombro y de inmediato vio aparecer una fina línea de sangre. Se quedó boquiabierta,
observando la sangre horrorizada.
-Eres un bárbaro.
Él levantó una ceja.
-¿Acaso alguna vez he dicho lo contrario? -A continuación practicó un corte en su propia
muñeca y cogió el cordón de oro para atar juntas las manos de ambos, muñeca contra
muñeca. Trabajaba desde una postura complicada, ya que tenía que atar su mano
izquierda a la mano derecha de Meredith, por detrás de la espalda de ella. Ella tenía la
seguridad de que la ceremonia no se estaba desarrollando de forma ortodoxa. Esa
posición hacía que él estuviera muy cerca de ella, con las caderas y los muslos en
contacto. El cálido aliento de Rolf abanicaba uno de los lados del rostro de Meredith.
-Tal como mi sangre se mezcla con la tuya, Merry-Death, así lo hará mi semilla. A partir
de hoy, eres mi amada.'-La tomó por la barbilla y la obligó a mirarle. Al ver que ella tenía
los ojos anegados en lágrimas, Geirolf apretó la mandíbula y luego la alzó señorialmente.
Probablemente pensó que lloraba porque se sentía muy desdichada. ¡Qué tonto!-. Ahora
repetirás las palabras que yo diga -ordenó.
«Mmmm. Ya veremos. Hasta el momento no he hecho nada de lo que has ordenado.»
-Con la mezcla de nuestra sangre, te hago promesa de matrimonio...
«Bueno, no está mal. Supongo que puedo ceder en eso.»
-Con la mezcla de nuestra sangre, te hago promesa de matrimonio -dijo ella. Para su
disgusto, la voz le salió temblorosa por la emoción.
Geirolf suspiró, como aliviado de que Meredith no fuese a complicarlo todo aún más.
-Desde el principio de los tiempos, hasta el fin de los tiempos...
Ella repitió suavemente aquellas palabras:
-Desde el principio de los tiempos, hasta el fin de los tiempos.
hago saber que yo, Geirolf Ericsson, te entrego mi corazón, Merry-Death Foster.
De la garganta de Meredith se escapó un pequeño sollozo ante la belleza de las palabras
de su declaración. Sería capaz de decir aquello? Estaría dando mucho más que su
promesa de matrimonio. Estaría prometiendo amarle para siempre. Pero eso era un hecho.
A pesar de la arrogancia y la autoridad de la de- manda de Geirolf para que se casara con
él y luego se divorciara, nunca dejaría de amarle. Así que pronunció las palabras, según
su propia versión:
.. haga saber que yo, Meredith Foster entrego mi corazón y mi alma al vikingo mas
maldito del mundo, Geirolf Ericsson.
En ese momento Rolf se permitió sonreír. -Ya está.
¡Ya está el que!
estamos casados ---dijo, inclinándose hacia delante para darle un suave beso en los
labios.
-¿Lo estamos? --Meredith deseo que la hubiera besado durante más rato o más
profundamente, pero probablemente él temía que le mordiera la lengua. Quizá lo habría
hecho. Meredith se percató demasiado tarde de que, después de todo, era él quien había
ganado aquella batalla de voluntades- ¿Le está permitido a la novia morder a su marido?
-Sólo en el deporte de la cama.
-No creas que me he rendido.
El sonrió abiertamente.
-Primero se derrumbarían los cielos, eso está claro.
¿Y qué me dices de desatarme, oh gran sarcástico? -¡Seguirás enfrentándote conmigo, oh
gran obstinada? -Probablemente.
-Bien --dijo él riendo----. ¡Todo guerrero desea una buena batalla. Hace que la victoria
sea mucho más agradable.
-Esto fue tan sólo una escaramuza. No pienses que ha, ganado toda la campana.
--Pero casi.
No estamos casados realmente -contestó bruscamente Cuando él parecía dispuesto a no
seguir discutiendo más con ella-. Ningún tribunal en el mundo lo reconocería. Eso ha sido
muy mezquino por mi parte. Me avergüenzo de mi misma. La ceremonia me ha parecido
muy real.
--Oh Merry-Death, no deberías haber dicho eso.
Geirolf resopló furioso, ¿Por qué?
--Porque ahora tendré que demostrarte que estamos casados, además de castigarte por
todas tus transgresiones en el día de hoy.
Se inclinó para quitarse las botas, y arrojó la capa, el cinturón Talismán, y la riñonera al
suelo de tierra. Después procedió a quitarse la túnica por encima de la cabeza.
¿Qué... qué estás haciendo?
La túnica también fue a parar al suelo, concediéndole una buena panorámica de sus
anchos hombros, la tabla de su abdomen y sus brazos perfilados por los tendones. Pero no
acabó ahí la cosa. Sin dudarlo, desató el cordón de sus pantalones y dejó que se
deslizaran hasta sus tobillos. Se apoyó primero en un solo pie, luego en el otro, y con una
patada se deshizo de los pantalones. Aparentemente, hasta ahí llegaba su traje de novio.
Ni calzones, ni taparrabos, ni bóxers, ni slips a la vista.
A Meredith se le secó la garganta. Ya sabía que tenía un buen cuerpo. Pero hasta ahora no
había podido comprobar por completo la calidad. La luz del fuego y el sol del atardecer
que se filtraba por la ventana arrojaban sombras doradas sobre su piel bronceada, toda al
descubierto. Cintura y caderas estrechas. Vientre plano. Piernas y pecho musculosos
recubiertos de vello de color castaño. Y... oh, por el amor de... Rolf tenía razones para
sentirse extremadamente orgulloso de sus dotes físicas.
Con la mandíbula desencajada, Meredith repitió la pregunta con una voz
embarazosamente chillona. -¿Qué... qué estás haciendo?
Entonces él sonrió, dejando al descubierto su deslumbrante dentadura blanca y,
ofreciendo una salvaje promesa sexual, como para derretir a cualquiera. Se acercó a ella...
tanto que Meredith pudo sentir su calor viril. Geirolf respondió con un susurro espeso
sobre los labios separados de Meredith.
-Prepararme para la batalla.

Capítulo dieciséis
-¿ Batalla? ¡Ja, ja, ja! -Un breve escalofrío recorrió su piel. Deseaba que Rolf sonriera o
hiciera algo para confirmarle que estaba bromeando.
Él sonrió, pero lo hizo mientras se arrodillaba ante ella. Oh, dios mío, ella completamente
vestida y a sus pies un hombre desnudo, muy excitado, por cierto. Si fuera una de
aquellas mujeres incluidas en la categoría de fantasía sexual, aquello podría calificarse de
momento Kodak clasificado X.
-¿Vas a suplicar mi perdón? -dijo ella con voz entrecortada.
-Te gustaría, ¿no es cierto, mujer? Será mejor que refuerces tus murallas, mi señora de la
lengua rápida. Este guerrero está a punto de sitiar todos y cada uno de tus portales. Y
apuesto a que nunca has visto el aspecto de un vikingo con la fiebre de la guerra.
-¿No te estás poniendo un poco melodramático?... Oh, déjalo ya, por favor.
Alzó el dobladillo de su toga, y rebuscó por debajo, para bajar las bragas hasta los pies y
quitárselas.
Ella creyó oírle murmurar:
-Ahí está el foso.
Pero ¿a quién le interesaba eso? Meredith estaba más interesada en el hecho de que su
toga seguía remangada hasta la cintura, sostenida por las manos de él a cada lado de la
cadera, dejando esa parte de su cuerpo desnuda ante sus ojos.
Él gimió.
Ella también.
-¿Por qué lo has hecho, Merry-Death? -dijo él con voz entrecortada.
¿Yo? ¿Qué he hecho? -chilló ella.
-Deberíamos haber dedicado más tiempo a los preliminares en nuestra primera noche
nupcial. Te mereces palabras bonitas y dulces caricias. Pero, por todos los demonios, me
has hecho esperar demasiado -dijo Rolf en una ráfaga que salió de su garganta-.
¡Demasiado tiempo! -La alzó por la cintura, la asió por las nalgas, ladeó sus caderas y se
zambulló en ella.
Ella gritó.
Él calló.
No le dolió. Había estado preparada para él, todo el tiempo durante aquel maldito
ejercicio de unción. Pero era tan grande, y ella lo sentía todo tan estrecho, y además no
esperaba su entrada tan rápido, y, oh, dios, era Rolf, el hombre al que amaba, que la
llenaba por primera vez, y si él no empezaba a moverse enseguida, tendría que volver a
gritar.
La frente de Rolf, por la que corrían perlas de sudor, estaba apoyada con fuerza contra la
suya. Sus ojos estaban cerrados y jadeó en busca de aire.
-¿Lo has sentido? Oh, diablos, ¿has sentido eso? -¿Qué?
-Un cosquilleo. ¿Cómo es posible que sienta el cosquilleo ahí?
Ella intentó centrar su atención «ahí», algo prácticamente imposible cuando tantas
sensaciones increíbles la asaltaban por todas partes.
-Oh, dios, claro que lo siento. Tal vez... tal vez es la magia del talismán que se ha
escapado y se ha quedado ahí...
Rolf empezó a reír, pero su risa sonó más como un gorgoteo, los dientes rechinando
debido a la contención.
-Desátame -dijo Meredith gimoteando mientras levantaba las piernas para rodear con
ellas la cintura de Rolf, intentando adaptar la postura de sus cuerpos para acomodar su
tamaño... y el cosquilleo, que efectivamente era cada vez más... eh, desconcertante.
Al principio, creyó que él no había oído su petición, pero enseguida él alargó el brazo
hacia atrás y deshizo las ligaduras de seda. Ella le abrazó por los hombros v él la llevó
hasta la cama empotrada en la pared. Con un ágil movimiento, la colocó sobre las pieles
de su cama, todavía incrustado en ella.
Meredith sintió un estremecimiento en cada una de las células de su cuerpo.
Durante unos instantes, él se limitó a yacer sobre ella, jadeando. Después se incorporó
con los brazos extendidos, y examinó su rostro:
-¿Te he hecho daño?
Ella denegó con la cabeza.
-¡Peso demasiado?
Ella repitió el gesto.
-¿Quieres que pare?
Otra vez la misma negación, pero más vehemente. -¿Por qué no me dices nada, cariño?
Ella se tragó una risita nerviosa.
-No ... no puedo.
El alzó una ceja. Cuando por fin comprendió, en su cara se dibujó una sonrisa.
¿.así que mi sobreexcitación le parece divertida?
-¿Por qué no te mueves? --dijo ella, rezongando.
-Por la misma razón que tú no hablas espeto él---. No puedo.
Sus palabras la excitaron aún más. Y los pliegues de su interior se contrajeron
espasmódicamente. Él gimió.
-Entre el hormigueo y tus contracciones si me muevo ahora esto será visto y no visto.
-Yo no tengo contracciones.
Otra contracción.
-Lo has hecho aposta -la acusó él.
Oh, dios, aquello era vergonzoso.
-No, es sólo que tu¡ cuerpo está intentando acostumbrarse a tu... a tí.
-Oh -exclamó él, súbitamente iluminado. Entonces le ofreció una deslumbrante sonrisa--.
Puedo ayudarte a que te acostumbres a mí. y a que quepa aún más.
«¿Aun mas? No... lo... creo...,
-No, no creo que... ¡aaaah!
Rolf arqueó su torso hacia atrás con uno de los brazos extendidos, con su pene inmóvil
denlante, de ella. Con la otra mano, rebuscó entre los dos cuerpos y empezo a rozar su
clítoris, hacia delante y hacia atrás.
Ella alzó las caderas, separando aún más sus piernas y profirió innumerables gemidos
encadenados, oh, oh, oh, oh... ante la intensidad de las sensaciones que se arremolinaban
en su cuerpo en espirales cada vez más amplias.
Para su sorpresa, los pliegues interiores se expandieron, y Rolf creció dentro de ella. Pero
él seguía sin moverse, caray.
Rolf esperó a que ella abriera los ojos antes de tomar su cabeza entre ambas manos y
decirle con pasión:
-Te quiero.
--Yo también te quiero.
-No te atrevas a llorar ahora -ordenó él, mientras por fin empezaba a moverse.
«Por fin, por fin, por fin», pensó ella mientras él salía casi por completo para después
volver de golpe. Tres o cuatro o diez veces, él la castigó con sus prolongadas embestidas.
Ella perdió la cuenta. No fueron tampoco muchas, pero sentía un orgasmo cada vez que él
golpeaba el hueso del pubis, y ella sollozaba, y chillaba, y golpeaba sus hombros cada
vez que él se retiraba.
Puede que él también emitiera algún sonido. Estaba casi segura de ello. Él echó la cabeza
hacia atrás, las venas del cuello casi a punto de estallar, y entonces la embistió por última
vez, derramándose como un torrente en su vientre. Por fin él también gritó, y ella capturó
su grito con la boca abierta.
«¡Oh, dios mío!», pensó Meredith justo antes de desmayarse.
-Guo minn góour -dijo Rolf también antes de sentir un desvanecimiento similar.
Unos minutos más tarde, Meredith se despertó, y sintió el peso de la cabeza de Rolf sobre
ella. Pero no era una sensación desagradable. Rolf espiró su aliento varonil con
insoportable lentitud. Podía haber sido un suspiro de dolor; pero ella habría apostado que
era de exquisita satisfacción.
Rolf se dejó caer a un lado llevándola consigo. Colocó una de las piernas de Meredith de
forma que descansase sobre su cadera, y permaneció en su interior. la erección había
cedido, pero no del todo. Él la besó con ternura, luego con pasión salvaje. Después se rió
con auténtica dicha.
Ella escondió su rostro ruborizado en el cuello de Rolf, tardíamente avergonzada por su
desinhibido comportamiento.
-¿Ahora te sonrojas, bruja libertina? ¡Por los dientes de Odín, te estás poniendo colorada!
Cuando se dio cuenta de que Meredith se sentía insegura de sí misma, debido a su
actuación, él añadió, pellizcándole la barbilla:
-A mi parecer, tan larga espera nos ha sobrepasado a ambos, encanto.
Apretando los dientes, Rolf salió de ella, y no pudo evitar reírse cuando ella agitó sus
manos involuntariamente rebelándose contra su separación, demasiado rápida para su
gusto.
-Eres una mujer codiciosa, y entrada en años bromeó-. Me hubiera gustado probar todos
tus encantos, pero tris ropas han obstaculizado mis esfuerzos.
Rolf murmuró una expresión de asombro en relación con lo que acababa de suceder entre
ellos, mientras desabrochaba los prendedores que sujetaban la toga de Meredith por los
hombros y el cinturón de eslabones de oro. No le costó mucho desnudarla, pero se tomó
su tiempo, entreteniéndose en cada una de las partes del cuerpo de Meredith que
quedaban al descubierto, para susurrarle piropos.
Aquel vikingo era un buen amante. De forma instintiva sabía algo que todavía muchos
hombres modernos no pueden comprender: que las mujeres necesitan sentirse a gusto con
su cuerpo para disfrutar a la hora de hacer el amor, incluso aunque su atractivo sólo resida
en los ojos de sus amantes.
Cuando por fin estuvo completamente desnuda, todo su cuerpo ardía con la misma pasión
con que Rolf lo había examinado, venerándolo. No pudo evitar preguntar esperanzada:
¿Otra vez?
-Y otra, y otra, y otra ---prometió Rolf, abrazándola con fuerza a su lado, cuando
normalmente ella se hubiera levantando de un salto de la cama, atormentada por haber
expresado su anhelo en voz alta.
-Pero está vez iremos poco a poco. Esta vez será para ti, encanto.
«¿Y a quién estaba dedicada la primera?», pensó Meredith, pero decidió reservarse
aquella para sí misma
--Primero deberás ser castigada -advirtió el con un tono de voz erótico y suave como la
seda, mientras recorría su piel con los dedos, desde las rodillas hasta su entrepierna. Ella
yacía boca arriba, como una muñeca de trapo-. Mmmmm. Tal vez el primer castigo...
-¿Castigo? ¿Primero?
Rolf sonrió.
-... será la honestidad en los preliminares. Me dirás, utilizando tanto palabras como
acciones, qué es lo que te gusta. «¿Y eso es un castigo?»
-Me has engañado, Rolf. Nunca tuve la intención de casarme, ni tampoco de hacer el
amor contigo --dijo despotricando-. Tal vez eres tú quien debería ser castigado.
-Mmmmm. -Él se dio unos golpecitos en la barbilla con el dedo índice, como si
considerara seriamente aquel reproche, para después responder ansioso--: De acuerdo.
Pero eso será más tarde.
Con las callosas puntas de sus dedos, rozó los apretados rizos de la entrepierna de
Meredith, mientras profería un suspiro.
Aquella liviana caricia provocó en Meredith una sensación de mareo. Pensó que ya debía
existir alguna disertación sobre las ventajas de los callos. Y sobre la belleza carnal del
suspiro de un hombre.
-Todavía quedan gotas de nuestra primera cópula -señaló con voz ronca-, como el rocío
de la mañana sobre las praderas cercanas a la costa.
Ella abrió los ojos como platos. Sentía la sangre corriendo por sus venas, mientras su
cerebro se quedaba en blanco ante aquella seductora proclamación.
-¿O prefieres que empiece por aquí? -Colocó los dedos sobre sus labios, y su cuello se
arqueó para recibir un beso. Pero sus dedos ya descendían atrevidos en línea recta desde
la barbilla, pasando por el esternón, su abdomen y la cintura, entreteniéndose en el
ombligo, hasta llegar a su entrepierna de nuevo. Meredith se convulsionó con un violento
estremecimiento.
Sus labios se curvaron en señal de apreciación.
-¿Dónde, Merry-Death? ¿Dónde quieres que te toque primero?
Con un suave maullido, le tomó las manos y se las llevó a los pechos. Aunque no los
había vuelto a tocar desde la ceremonia de unción, sus pezones rosados seguían duros
como guíjarros debido a la excitación, y las aureolas, con un tono ligeramente más
pálido, estaban henchidas de deseo. Ansiaba su roce en aquella parte de su cuerpo.
En lugar de eso separó suavemente las piernas de Meredith y apuntaló sus brazos
estirados. Sur erección presionaba rulo de los muslos de Meredith, mientras con sus
caderas la mantenía clavada contra el lecho de pieles. Sus senos estaban a menos de un
palmo del pecho de Rolf.
-Acaríciame con ellos -dijo él con un tono tan persuasivo y con una voz tan espesa que
ella apenas pudo comprender lo que decía. Cuando por fin pudo deducir el significado de
sus palabras, se preguntó si seria capaz de reunir el valor para ello.
Así fue. Apoyándose en los codos, arqueó la espalda para enderezarse y restregó sus
senos, hacia delante y hacia atrás, contra el vello erizado del pecho de Rolf. La intensidad
de aquel placer agónico desencadenó una reacción en cadena por todo su cuerpo. Rolf no
pudo evitar sentir los latidos sordos de su corazón y el temblor de sus caderas. Tenía
razón, cuando en una ocasión había sugerido que no había nada más sensual para una
mujer que la fricción de un lecho de pieles en su espalda y la del vello del pecho de su
amante en sus senos.
-No pares ahora --dijo Rolf entre dientes.
Una y otra vez, Meredith trotó sus doloridos senos contra el abrasivo vello de Rolf.
Cuando por fin se dejó caer hacia atrás, incapaz de soportar el ansia que iba aumentando
en sus pechos en una petición de socorro, él se puso de rodillas entre sus piernas.
-Lo de castigarme iba en serio --dijo ella--. Esto es una auténtica tortura.
-Ah, pero ¿.no lo sabes? No hay éxtasis sin agonía. -Con aquella enigmática filosofía
escandinava, rozó levemente sus pezones con los dedos. Ella gimoteó ante la oleada de
sensibilidad que se concentró justo en ese lugar. para cuando Rolf agachó la cabeza para
lamer el pezón izquierdo con la punta de la lengua, Meredith ya se aferraba a las pieles
del catre con sus puños, tensando las piernas. Rolf hizo lo mismo con el otro pezón y
después se echó hacia atrás para volver a mirarla con ojos escrutadores.
--No --dijo reprendiéndola--. Relájate. -La obligó a abrir los porros y espero hasta que
cediera la presión de sus ca-deras. Después tomó sus senos, uno tras otro, en su boca, v
los succiono con un ritmo agotador.
--Me siento como si estuviera en el ojo de un huracán -confesó ella bajo el efecto de las
oleadas intermitentes de placer que provocaba en ella Rolf al succionarla con su boca
abierta, que abarcaba la totalidad del pezón y su aureola.
--Sí, serás como un barco en medio de un mar embravecido --dijo Rolf, riendo--, y yo
seré el temporal que provocara tribulaciones, pero también tus mayores emociones.
Sus palabras la alarmaron, por lo que intentó separarse de él, arañándole la espalda. Agitó
las piernas, pero él no quería parar. Entonces se desató el huracán y ella se precipitó hacia
un frenético clímax sometida a la virulencia de la tempestad.
Cuando volvió en sí, Meredith vio a Rolf sentado de cuclillas entre sus piernas abiertas,
observándola y esperando
-Haces que me sonroje, cuando me miras así -protestó Meredith con voz débil.
--Y tú haces que me estremezca, cuando me miras así --comentó Rolf con voz ronca.
Meredith sintió que le ardían las mejillas bajo su detenido examen, y sospechó que la
«tortura» apenas acababa de empezar. A pesar de que sus ojos de color whisky
centelleaban con pasión y de que su jadear irregular delataba su excitación, ella se dio
cuenta de que aquel hombre exasperante tenía la intención de atormentarla aún más,
mucho más, antes de satisfacer su deseo.
Él se colocó encima, con su peso rotundo y dominante. Con sus grandes manos enmarco
el rostro de Meredith, mientras murmuraba sobre sus labios:
--¿Mi señora también es partidaria de los besos?
-Sí sonrió ella, rozando sus labios separados.
Al principio, sus besos fueron lentos y sutiles; tina exploración táctil para moldear sus
labios y deslizar su lengua en la boca de ella. pero muy pronto aquellos besos tomaron un
cariz de agresión controlada, cuando él mordió su labio inferior y lo succionó en su boca
con dulzura, Rolf abrió túneles en su cabello con los dedos, sujetándola con firmeza
mientras se apoderaba de su boca con ardor salvaje, empujando los labios abiertos con su
ambiciosa lengua. Mojada y adherida a él, sucumbió a su contundente seducción.
-No aguanto más -suplicó ella finalmente.
Él separó su boca de la de ella, tomando aire. Volvió a ponerse de cuclillas, y la examinó,
haciendo un movimiento con la cabeza en señal de aprobación.
-Mantente firme, mi señora, porque la invasión apenas ha comenzado.
Ella palideció, pero no tuvo tiempo de considerar la amenaza implícita en sus palabras,
porque él ya estaba asediando otro territorio erótico. Rolf rodeó sus piernas por debajo,
separándolas y alzándolas aún más, con una de las pieles enrolladas bajo sus caderas. Con
las piernas así acomodadas sobre sus brazos, ella se sentía completamente abierta y
vulnerable ante sus ojos, y sus dedos, y su boca.
-Probaré la perla de tu excitación -susurró, y tan sólo con su aliento hizo que aquella
parte ya dilatada de su cuerpo se hinchara y se abriera aún más. Él la besó y Meredith se
convulsionó involuntariamente. Después, gimoteó una letanía de dulce tormento,
mientras él recorría aquel centro sensible, sus pliegues suaves, hasta llegar al interior, con
su lengua. Paladeando. Revoloteando. Bañándola. Lanzando una estocada con su lengua.
Succionando. Era tal su abandono que ni siquiera se dio cuenta de que las pieles sobre las
que reposaban sus caderas habían resbalado, ni de que Rolf estaba preparándose para
entrar en ella.
-Dímelo -exigió él con voz ronca, mientras presionaba sus labios ardientes contra su boca
en un beso abrasador de posesión.
-Te quiero.
Él la penetró, y entonces fue él quien gritó cuando el cuerpo de Meredith se ensanchó
para acomodarse a su tamaño.
-Te siento como un fuego aterciopelado lamiéndome con tus llamas -dijo él con voz
entrecortada mientras salía de ella para volver a entrar, larga y lentamente, provocando
una obscena sensación de placer.
-Y yo te siento como mármol caliente -respondió ella en un susurro, sorprendida por :,u
capacidad de participar en aquella conversación sexual.
-Quiero llegarte al corazón -dijo él, tocándola, sumergiéndose aún más adentro.
Ella jadeó ante aquella arremetida, pero se obligó a sí misma a relajarse para poder
ensancharse más todavía.
-Tu rocío de mujer me unge como lava líquida --dijo él, mientras aceleraba el ritmo de
sus embestidas.
Ella normalmente se hubiera avergonzado ante la sinceridad de sus palabras. Pero sólo
podía concentrarse en la presión que sentía entre sus piernas, siempre en aumento. Separó
aún más los muslos y alzó las caderas, de manera que cuando él echó hacia atrás el cuello
en una última arremetida, ella sintió que estallaba en un millón de fragmentos de placer.
Cuando él por fin enterró la cabeza en su cuello, murmuró:
-Te quiero, Merry-Death.
En su interior seguían las contracciones alrededor de su miembro flácido.
Meredith se sintió hecha añicos, deliciosamente saciada, y muy enamorada.

Geirolf no podía creer su buena fortuna. Siempre había tenido suerte con las mujeres,
pero aquel... aquel éxtasis que le partía el cerebro en dos, y que suscitaba en él su nueva
mujer... verdaderamente los dioses le habían conferido el regalo de su aprobación.
Rolf le hizo cosquillas en la nariz con el borde de una de las pieles. Su cuerpo tembló,
aunque Meredith fingía dormir. Él deslizó la piel para hacerle cosquillas ahora en uno de
sus pezones enhiestos, y ella abrió los ojos de golpe.
-Mer-ry De-ath -dijo arrastrando las palabras---. Tengo una idea genial.
Ella gimió y se dio la vuelta para enterrar la cabeza entre las pieles.
Rolf hizo lo mismo y adaptó su cuerpo a la espalda de ella. Ambos cuerpos se
acomodaban perfectamente.
-¿No quieres escucharla? -dijo él en un arrullo, mientras con la palma de una mano en su
vientre la traía hacia sí, apretándola contra la cuna de sus caderas.
Tus ideas son demasiado... extenuantes ---se quejó ella, aunque Rolf sabía que ella estaba
más que satisfecha con su martirio sexual. Estaba seguro de ello-. ¿Cuánto tiempo he
dormido?
-Una media hora.
-¡Media hora! -exclamó Meredith y se volvió para lanzarle rola mirada incrédula . ¿Ya
vuelves a tener «ideas», tan pronto?
-Sí. Es algo inherente a la condición de vikingo... y a la creatividad que nos es propia
-¿Y a vuestro carácter insaciable?
-Sí, eso también.---Él rió y la tomó en sus brazos para llevarla hasta la buhardilla de su
casa. Doy les siguió. Sin duda pensaba que iban a celebrar una fiesta, o tal vez una orgía.
Ella profirió un chillido al comprobar que todavía era de día, apenas pasada la hora de
comer.
--Alguien podría vernos desnudos -le reprendió Meredith.
---No, nadie se atreverá a volver hasta que yo lo diga. Les amenacé con que cortaría la
cabeza al primero que entrase en esta propiedad sin mi consentimiento.
-No habrás sido capaz --dijo ella, echandose ligeramente hacia atrás para mirarle con ojos
escrutadores.
Eso le permitió ver por primera vez a la luz del día sus pechos y el nido femenino. Ante
aquella visión, Rolf tropezó v casi se muerde la lengua.
Al ver dónde centraba su atención, Merry-Death chasqueó la lengua en una recriminación
v escondió su rostro sonrojado en su pecho. Era una de las cosas que más apreciaba en su
nueva mujer: su innato pudor en contraste con su sexualidad, capaz de levantar ampollas
en su parte viril a más de diez metros de distancia.
Cuando por fin la depositó en el suelo, Merry-Death le lanzó una mirada inquisitiva.
¿ Cómo era posible que no se imaginara cuál era su siguiente compromiso en su agenda
carnal?
-Nos bañaremos con Breck -informó él vehemente.

Al amanecer, Rolf la despertó de nuevo.


Quiero enseñarte algo ---le susurró al oído.
-Ya lo he visto cinco veces -rezongó ella contra su pecho.
-Seis -corrigió él-. ¿Ya no te acuerdas de las clases nudistas de lanzamiento de jabalina?
-¿Como podría olvidarlas? --Ella se dio la vuelta v alzó la vista hacia él, su marido. Y su
corazón estaba henchido y rebosante de su amor por él. Ahora llevaba el pelo recogido en
la nuca. Sus carnosos labios todavía estaban hinchados a causa de los innumerables
besos, algunos de ellos increíblemente agresivos. Gracias a las llamas del fuego cercano,
que él debía de haber avivado recientemente, Meredith vio reflejada en sus ojos
ambarinos la intensa pasión que él sentía por ella, además de un conmovedor atisbo de
ternura. Era amor. Ella vio el amor en su rostro, y en ese momento se sintió bendecida por
los dioses, los suyos y el de ella por igual.
Ella se había rendido ante la seducción de Rolf. No se resignaba a tener que decirle adiós
en unas pocas semanas, pero aquella noche había sido demasiado fantástica para
estropearla con una discusión. No era el momento, decidió.
-Bien, ¿qué es eso que quieres enseñarme? -dijo ella bromeando, rodeando el cuello de
Rolf con las manos para traerle hacia sí y regalarle un beso.
-El amanecer---murmuró él en sus labios--, sobre la proa de un dragón vikingo.
-¿Desnudos? -pregunto ella, mordisqueando su labio interior,
-Sí --respondió él, sonriendo--. Y balanceándonos. -¿Balanceándonos?
-¡Aja! -respondió él, devorando a su vez sus labios-- ¡ No sabías que la proa de un barco
en mar abierto se levanta para volver a descender, una y otra vez?
-Pero tu barco no está en el mar.
-Ay, ahora sé que no me escuchas, Merry-Death. Chist, chist. ¿No te he dicho ya que los
vikingos tenemos mucha creatividad?

Thea regreso a casa al día siguiente. El banquete de bodas se celebró el sábado. Meredith
había insistido en el carácter íntimo de la ceremonia. Sólo invitarían a Tea, Mike. Sonja,
los estudiantes v algunos miembros ele la SCA que habían conocido recientemente. Tal
vez era ruin por su parte, pero Meredith se negó a que sus padres o Jillian estuvieran
presentes. Y Jared estaba demasiado lejos.
Meredith había albergado numerosas dudas ante la idea de celebrar públicamente su
matrimonio. Iba a resultarle muy difícil explicar la desaparición de Rolf en unas cuantas
semanas. Pero ahora se alegraba de haber cedido a su petición de hacer pública su unión.
Las promesas que se habían hecho mutuamente hacia algunas horas ante su drakkar
contenían tanta belleza... Se convertiría en uno de sus recuerdos más preciados.
Poco antes, había entrado en la casa para buscar más pan blanco. Después se apoyó
contra uno de los postes de las coloristas tiendas abiertas por los lados, para observar la
escena que se desplegaba ante sus ojos. Todos iban vestidos al estilo vikingo o medieval.
Los músicos tocaban melodías de la época con sus dulcémeles, liras y zampoñas.
Rolf, magníficamente ataviado con su suntuosa túnica y calzones negros, y el cinturón
talismán, que refulgía bajo los rayos del sol, estaba enseñando a Thea uno de los bailes
típicos de su país. La jovencita, que debería sentirse más cómoda bailando cualquiera de
los ritmos de moda, se reía sin cesar y seguía sus pasos entusiasmada.
Rolf había convencido a Meredith de que firmara los papales necesarios para conseguir la
custodia temporal de Thea, que ya estaba matriculada en el instituto local. Meredith
sospechaba que su insistencia se debía a su preocupación por su estado anímico, cuando
llegara el momento de partir. Pero no dedicaría ni un segundo más a aquellos
pensamientos sombríos, no aquel día.
Rolf alzó la vista de repente y la sorprendió mirándole. Al alba, él le había dicho que lo
mejor de hacer el amor por la mañana es que durante todo el día te sientes en posesión de
un secreto. Y tenia razón.
El muy bribón le hizo un guiño, como si pudiera leer sus pensamientos.
Meredith llevó el pan a la cocina y se interesó por la preparación de las langostas de
Maine y del medio venado que estaba siendo asado en un hoyo, cubierto por varias capas
alternas de hierba húmeda y piedras al rojo vivo. Probó el skyr, una especie de requesón
típico escandinavo, que estaban preparando allí mismo Frank y Henrietta Burgess. La
pareja de ancianos, a quienes todavía se veía enamorados después de tantos años, también
le enseñaron cómo preparar las galletas de avena que estaban cociendo en el fuego al aire
libre.
-Ha sido una ceremonia muy bonita -se deshizo Henrietta en elogios, con sus ojos
brillantes anegados por las lágrimas.
-Debemos felicitarte además por el estupendo trabajo realizado en el proyecto --añadió
Frank-. Cuando tu abuelo creó esta fundación, yo tenía mis reservas. Nunca imaginé que
el proyecto trajera consigo tantas repercusiones, al margen de la construcción del barco y
la recreación del viaje. Aunque eso sólo constituya por sí mismo un logro admirable.
Meredith no pudo evitar la expresión de asombro que suscitó en ella aquel halago
inesperado procedente del sector más conservador.
-Lo que habéis conseguido, querida, es ofrecer a los estudiantes universitarios una
experiencia educativa auténtica -prosiguió-, en todos los ámbitos: historia, cultura,
sociología, lenguaje, antropología...
-Y no te olvides de los estudios dirigidos a mujeres -le interrumpió su mujer.
-Eso también. -Frank aceptó la corrección riendo-. En serio, Meredith, espero que
consideres la posibilidad de quedarte en Maine para darle continuidad a este proyecto.
-No sé si eso será posible.
Él alzó una mano para interrumpir sus objeciones. -Bueno, piénsatelo.
Meredith asintió con la cabeza y prosiguió con su ronda, mientras consideraba aquella
tentadora propuesta. Cuando se detenía para charlar con unos y otros, todos ellos vestidos
de época, tal como requería la invitación, su mirada buscaba continuamente a Rolf, una y
otra vez. Y siempre se encontraba con sus ojos, irradiando abiertamente su amor.
Por fin, él se acercó a ella y la tomó de la mano, para conducirla a un lado. Dog venía
trotando tras él.
-¿Qué tiene Dog en la boca?
Oh -dijo Rolf con indiferencia, bajando la vista hacia el enorme can--, son galletas Oreo.
--¡Eres un tonto! No debes darle galletas a un perro. -¿Ah, no?
-No. Especialmente si llevan chocolate. Es mejor que coma el pienso seco que compré
para él, Rolf reflexionó un instante, pero enseguida se mostró en desacuerdo con su
opinión.
-¿Has probado alguna vez ese pienso para perros, Merry-Death?
-¿Y tú? ---preguntó ella conteniendo la risa.
-Por supuesto. ¿Me juzgas tan cruel que crees que sería capaz de dar a tu mascota algo
que ni yo mismo comería? Y, para decirte la verdad, sabe peor que el bacalao salado, que
es la base de nuestra alimentación en los viajes por el mar del Norte.
A Meredith le dieron arcadas.
Rolf le dio unas palmaditas en la barbilla.
--Es broma, Merry-Death. Sólo le di tina galleta, porque a Dog también le encantan. Casi
tanto como me gustas tú a mí. Aquélla sí era una declaración de amor para un libro de
poesía. Y para el corazón. Amor y galletas Oreo. «Verdaderamente --pensó-. hace falta
amar a un vikingo.»

Capítulo diecisiete
Durante las tres semanas siguientes, el amor alcanzó su plenitud y se desplegó como las
velas del dragón vikingo, cuya construcción estaba a punto de finalizar.
Meredith nunca había sido tan feliz en toda su vida. Ni tampoco tan desgraciada. Con
frecuencia se despertaba en mitad de la noche y lloraba en silencio, consciente de que su
felicidad se escurría lentamente entre sus dedos, como un puñado de arena.
Dejó de cuestionar la decisión de Rolf de regresar a su tiempo. En cierto modo, podía
comprenderle. No quería aguar los pocos días que les quedaban, así que intentaba estar
siempre alegre, aunque por dentro sentía que se estaba autodestruyendo. Su estado de
tensión iba in crescendo; siempre que estaba en compañía de Rolf, tenía la sensación de
estar caminando por la cuerda floja.
-¿Me equivoqué al pedirte esto? -preguntó Rolf en una ocasión, mientras la abrazaba aún
más fuerte entre sus brazos. Estaban recostados en el sofá, uno al lado del otro. Thea
había ido al centro comercial para pasar la tarde del domingo con unas amigas que había
hecha, en el vecindario. Dog roncaba satisfecho en una esquina, sobre su propia cama de
pieles.
-¿A qué te refieres? ¿A que viéramos por enesima vez un chapuzas en casa? Sí, no
deberías haberlo hecho. --Meredith chasqueó la lengua en señal de desaprobación,
señalando hacia la pantalla, mientras Tim Taylor explicaba a su mujer Jill por qué las
mujeres de grandes pechos eran como un imán divino para los hombres.
-No, eso no -rió entre dientes Rolf, para enseguida ponerse serio-. ¿Me equivoqué al
pedirte que te casaras conmigo? ¿Me equivoqué al pedirte que compartieras estas últimas
semanas conmigo, a sabiendas de que no tenemos futuro? --Él la asió por la barbilla para
obligarla a mirarle a los ojos-. Mike a menudo habla del dolor que le causó la pérdida de
su esposa, a pesar de que ya han pasado dos años, pero también dice que su breve
matrimonio fue una bendición, algo de lo que nunca se arrepentirá. Pensé... bueno, creí
que a nosotros nos pasaría lo mismo. Ahora me pregunto, no obstante, si me he
equivocado.
Meredith se puso tensa y hubiera echado a correr de no ser porque estaba acorralada
contra el respaldo del sofá. Rolf insistía en sacar el tema de conversación que ella había
estado evitando desde su boda, hacía tres semanas.
Él vio el pánico en su rostro. Intentó tranquilizarla apartando con suaves caricias los
mechones que le caían sobre la cara. La ternura que podía leerse en sus ojos dorados le
rompía el corazón, e hizo que las lágrimas asomaran en sus ojos.
-No, encanto, no llores -dijo él con voz ronca, besando sus párpados cerrados.
-No, no te equivocaste, Rolf -confesó ella con un suspiro de resignación--. No cambiaría
estas inolvidables semanas contigo por nada en el mundo. Y en cuanto a casarme
contigo... -Tragó saliva para que las palabras pudieran abrirse paso a través del nudo que
tenía en la garganta-. Casarme contigo es lo mejor que he hecho en mi vida.
-Yo pienso lo mismo, mi vida. A veces... a veces... -golf luchaba por encontrar las
palabras correctas-, es como si mi corazón fuera a estallar de tanto amor. -Para
demostrárselo, colocó una de sus manos sobre su pecho, su corazón latiendo con fuerza
bajo los dedos de ella-. Nunca imaginé que querer a una mujer... querer de verdad a una
mujer, fuera así.
Meredith no habría podido contestar, aunque hubiera querido.
Rolf siguió hablando:
--El tiempo pasa tan rápido estos días. Ayer incluso desconecté el reloj de pared de la
cocina. Es una estupidez, lo sé, intentar engañarme a mí mismo, corno si pudiera detener
el tiempo.-Sacudió la cabeza en señal de desaprobación ante sus propias fantasías---. Por
la noche, te miro mientras duermes.
Siento la acuciante necesidad de aprovechar cada momento.. de atesorar recuerdos.
-¡Ja! --dijo ella, intentado dar un tono menos grave a la conversación, aunque sus
palabras la hubieran conmovido en lo más profundo de su ser-. Probablemente sólo
necesitas un respiro entre cada sesión de sexo. Eres insaciable, ¿lo sabías?
-¿Te estás quejando, mi señora? -refunfuñó él, fingiendo haberse enojado, arqueando una
ceja.
Aunque estaba bromeando, a Meredith no dejaba de sorprenderle su vulnerabilidad y la
constante necesidad que tenía de sentir la aprobación de la gente. A pesar de que eran
muy distintos, en ese aspecto se parecían.
-En absoluto -respondió ella, parpadeando para evitar que le saltaran las lágrimas
mientras recorría la línea de su contundente mandíbula con las puntas de los dedos.
-Eso espero -dijo, pretendiendo estar de mal humos; inclinando la cabeza para darle un
mordisco de castigo en su hombro al descubierto. Ella llevaba solamente el body rosa y
Rolf unos calzoncillos blancos con un estampado de corazones rojos, un regalo de boda
tardío-. Sobre todo, después de haber compartido contigo el secreto del punto «S»
vikingo, que admitiste era mucho mejor que tu moderno punto «G».
Ella rió y le asestó, traviesa, un leve codazo en las costillas. ¿Cuántas veces durante
aquellos maravillosos días se habían hecho reír el uno al otro mientras hacían el amor?
Meredith nunca hubiera creído que el sexo pudiera ser tan divertido.
-Me has malacostumbrado, Rolf. No creo que ningún otro hombre pueda satisfacerme en
el futuro.
De nuevo una sombra se cernió sobre su rostro. -Yo siento lo mismo, encanto.
-Probablemente desembarcarás directamente donde vive esa fulana, Alyce la Dulce, en
cuanto vuelvas a casa.
Meredith intentó poner un tono burlón, pero su voz se quebró al final.
-No, no volveré a ver a Alyce. Te lo juro.
-Oh, Rolf, no me hagas esas promesas. No espero que te mantengas célibe el resto de tu
vida. Será duro cuando te vayas, muy duro, pero...
-Chiiiist -mandó callar él, besando levemente sus labios--. Me gustaría poder hacer algo
para ahorrarte el dolor. Si me quedara, no habría dolor. Si no le hubiera prometido a mi
padre..
--No -interrumpió ella, posando dos dedos sobre sus labios-. No puedes quedarte. Ya lo
se. No tiene sentido jugar a que pasaría si… Serias como un animal enjaulado en un
escenario anacrónico, siempre fingiendo, siempre mintiendo por miedo a que alguien
atara cabos, debido a tu extraño lenguaje v visión personal del pasado histórico.
--¿Estas diciendo que no podría adaptarme? ---preguntó él, poniéndose tenso.
Sacudió la cabeza en un gesto de desaprobación ante su orgullo.
-Tal vez cambiarías, te adaptarías a nuestra época, y perderías tu primitiva identidad
vikinga. Para mí, sería estupendo... la forma de conservarte a mi lado, pero...
-A buen seguro, haría honor a la tradición de mis compatriotas escandinavos, que no
tienen dificultades para integrarse en fas sociedades de los países que conquistan. Ésa es
la razon por la que la cultura vikinga se ha perdido en el transcurso de los siglos.
Créeme Rolf, he estado pensando la forma de que pudieras adaptarte a la sociedad
moderna. Cono «el último vikingo» que eres...
-No tengo ningún compromiso en mi vida pasada. Me quedaría. Merry-Death, no lo
dudes. Y podría adaptarme. Por ti, haría lo que fuera.
--Pero ¿seria eso lo que realmente quieres? Ni siquiera yo estoy segura de que sea eso lo
que quiero. Piénsalo. Tú, vestido con un traje ele tres piezas y una agenda electrónica. O
cortando el césped y corriendo sobre una cinta para deshacerte de los kilos de mas.
jugando al golf, o surcando el océano con una lancha motora. Haciéndote un seguro y
envejeciendo.
Rolf había alquilado un velero el día antes para llevarlas a navegar por la tarde. Si alguna
vez Meredith había puesto en duda su experiencia como marine), o su amor por el mar
abierto, ahora podía hablar con conocimiento de causa. No era un hombre que pudiera
estar en dique seco mucho tiempo.
Ella profirió un prolongado suspiro.
-Aunque deseo que te quedes, no puedo imaginarte en ninguno de los papeles de los
hombres modernos. Él también suspiró.
-A mí me pasó lo mismo cuando intenté imaginarte en mi tiempo. Quebrando el hielo del
torrente de un fiordo en pleno invierno para traer agua a la granja. Sometiéndote al papel
servil que tienen las mujeres en mi sociedad. Esperando en casa aburrida mientras yo
participo en una incursión vikinga o salgo en viaje de negocios. Cocinando en un fuego
en el suelo. Envejeciendo demasiado rápido debido a las duras condiciones de vida.
Meredith era consciente de que él estaba pintando una imagen deliberadamente
deprimente. Se le olvidó mencionar las frías noches de invierno que pasarían juntos bajo
las pieles de su lecho. O que le encantaría enseñarle las bellezas de su país. Por supuesto
podría acompañarle en sus viajes de negocios. Y qué pasaría... Oh, ¿qué pasaría si en esa
otra época pudiera darle hijos?
Ella respiró de forma cansina. Era inútil soñar lo imposible.
-En resumidas cuentas, no puedes quedarte -dijo Meredith con firmeza, con la esperanza
de poner fin a aquella conversación-. Empezarías a odiarte a ti mismo por haber elegido
una opción deshonrosa, al renegar de la misión que te encomendó tu padre, cómplice de
la muerte de cientos de personas como consecuencia de una hambruna que tú podrías
haber evitado. Me parece absurda la idea de que la devolución de la reliquia pueda
detener el curso de la naturaleza, pero no puedo ponerla en tela de juicio. Después de
todo, tu cinturón talismán, junto con aquel fenómeno astronómico y místico, fueron el
motor de tu viaje en el tiempo.
-Tengo que volver -aceptó él.
-Y la alternativa de que yo viaje en el tiempo contigo no es menos absurda. Y lo acepto.
Él le dio unos golpecitos tranquilizadores en la mano.
--El destino celestial decretó mi aventura y estoy seguro de que el portal del tiempo fue
diseñado para mí, y sólo para mi.
-No tienes que seguir convenciéndome, Rolf. Cuando me preguntaste qué haría si pudiere
volver contigo a tu tiempo, y tú murieras, me pregunté a mí misma si querría vivir en el
siglo x sin ti. La respuesta es no. La perspectiva de quedarme abandonada en el siglo x
me parece demasiado horrible.
Rolf se estremeció al oír la palabra «abandono».
-Entonces, ¿aceptas mi partida? -preguntó.
Meredith asintió con la cabeza.
-Como un célebre filósofo dijo en una ocasión: «Es mejor haber experimentado la alegría
del amor, a pesar del dolor de la partida». -Rolf hizo una pausa y ladeó la cabeza como
para concentrarse---. Creo que fue Will-son, el vecino de un chapuzas en casa, quien lo
dijo. ¿O fue Epi, en Barrio Sésamo? Los confundo ahora.
Ella frunció el ceño; después se echó a reír.
¡Qué tonto eres! Fue Tennyson, y la cita dice así exactamente: «Es mejor haber armado y
haber sentido la pérdida del ser amado, que no haber amado nunca».
-Tenny-son, Will-son. Epi... -Rolf le quitó importancia al nombre haciendo un ademán
con la mano--. Todos ellos son grandes pensadores, como los escaldos de mi época.
Con un brillo de picardía en sus ojos, Rolf deslizó un dedo índice desde su barbilla,
recorriendo la curva de su cuello, pasando por encima del esternón, rozando la seda de la
erótica prenda íntima, hasta posarse con cierta presión sobre su ombligo.
-¿Te he enseñado alguna vez el famoso punto «X» vikingo?
«¿Que si lo ha hecho alguna vez?»
-Unas cinco veces. ¿0 se trataba de los igualmente renombrados punto «Y» y punto «Z»
vikingos?
-Que no deben confundirse con el antiquísimo punto «S-, por supuesto -le recordó Rolf.
Ella le sonrió con un atisbo de tristeza.
Cada vez le costaba más bromear, mientras sentía que se le rompía el corazón.
-Debo decir que yo tengo debilidad por el punto «X» . -Bueno, parece que un vikingo
siempre tiene. trabajo pendiente.
Él suspiró como abrumado por tanta responsabilidad. Después, haciendo un gesto con las
cejas, fanfarroneó:
-¿Te he explicado alguna vez cómo practican el alfabeto los escandinavos?
Meredith rió la broma. Pero por dentro estaba llorando.

Transcurrida una semana, el drakkar de Geirolf, Dragón Fiero, ya estaba terminado, así
como la mayor parte del barco del proyecto Trondheim. Todavía faltaban varias semanas
de trabajo, para darle los últimos retoques, pero Mike y los estudiantes podrían
encargarse de los acabados. Habían contratado incluso a un experimentado marino de
Annapolis, Maryland, para que pilotase el barco en agosto, fecha de su botadura e inicio
del viaje hacia Noruega.
Pero él ya no estaría allí. Al día siguiente, volvería a producirse el fenómeno de la Luna
del Demonio, y él se iría.
Debería estar eufórico. Por fin había llegado el día que tanto esperaba. Sin embargo, en
lugar de eso, se estaba muriendo por dentro ante la perspectiva. Sorprendentemente,
aquella época y aquel lugar y, sobre todo, aquella mujer, Merry-Death, se habían
convertido en su hogar. Pero intentó con todas sus fuerzas ocultar su confusión interna
ante ella. No quería estropear el poco tiempo que les quedaba.
Apoyado sobre un codo apuntalado en su lecho de pieles, observó a su mujer durmiendo.
Aquella noche le había hecho el amor cuatro veces con ardiente desesperación, y muy
pronto volvería a despertarla para volver a entrar en ella por última vez. Aunque nunca lo
admitiría ante ella, en aquellas semanas había copulado con Merry-Death más veces que
con cualquier otra mujer, y todavía no se sentía saciado.
Lo había preparado todo concienzudamente para su viaje la noche siguiente. Su pequeño
drakkar ya había sido remolcado hasta un muelle, a unos cuantos kilómetros al sur.
Había trazado una ruta apropiada para poder maniobrar su pequeña embarcación de un
solo palo, con remos de madera, un penol y una vela latina. No necesitaba ninguna
brújula moderna. Gracias a todos sus años de experiencia, podía establecer el rumbo
mediante puntos de referencia en la costa, las estrellas, y la presencia de ciertas aves
marinas y la dirección de su vuelo. Le hubiera gustado llevar a bordo dos cuervos, como
mandaba la tradición, tanto para aplacar a los dioses como para que le avisaran de la
proximidad de la costa, pero, para su sorpresa, no había cuervos a la venta en todo Maine.
En caso de que le sorprendiera una tormenta, no conseguiría sobrevivir. Pero desde un
principio su misión había estado en manos de los dioses. Y así seguiría siendo.
Suponiendo que todo fuera bien, regresaría a su tiempo en menos de veinticuatro horas.
¿ Regresaría a la misma noche en la que viajó hacia el futuro, o un mes más tarde? ¿Se
encontraría con algunos de sus hombres flotando a la deriva en el mar? ¿O tendría que
hacer el viaje en solitario hasta Groenlandia, y allí contratar una tripulación para navegar
hasta Inglaterra, y por último su tierra natal?
Ya había perdido un mes en persecución de Storr Grimmsson. Si ahora perdía otro mes,
en su viaje en el tiempo, sumado al que necesitaría para llegar hasta Inglaterra, en total
serían tres meses desde que se despidiera de su padre. ¿Cuántos compatriotas habrían
perdido la vida a causa de la hambruna durante ese tiempo? ¿Habría sido distinto, si
hubiese llevado a cabo su misión con mayor prontitud?
¡Tantas preguntas! Se trataba de una empresa tremendamente arriesgada. Imposible, en
realidad. Pero el hecho de haber llegado a aquel lugar también le había parecido
imposible al principio.
Mike y los demás estudiantes solo sabían que iban a hacer una salida de prueba con el
barco al día siguiente, que filarían el ancla, y que Rolf quería pasar la noche a bordo para
comprobar su estanquidad. Mike y los estudiantes regresarían en lanchas motoras que
Rolf había alquilado. Supuestamente, al día siguiente encontrarían los restos del barco y
llegarían a la conclusión de que había muerto ahogado.
La explicación no era demasiado creíble, pero serviría. Odiaba el disgusto que causaría a
Thea, Mike y los estudiantes, pero no había alternativa.
Corno un hombre que sabe que va a morir, durante la semana previa tomó las
disposiciones necesarias en previsión de cuando él ya no estuviera.
Thea, que seguía durmiendo en la buhardilla mientras ellos lo hacían en la casa vikinga,
se quedaría a vivir con Merry--Death.
Su mujer ya no estaría sola. Había examinado una y otra vez el drakkar del proyecto
Trondheim, y había dejado numerosas anotaciones para Mike en el ordenador, de forma
que el proyecto pudiera finalizarse sin su supervisión. Y había ayudado a seleccionar al
capitán que pilotaría el barco en su viaje a Noruega en verano.
Dejó instrucciones a Merry-Death para que todos los objetos modernos que había
comprado, sobre todo las herramientas eléctricas, pasaran a manos de Mike. Seguía
pensando que Merry-Death debería aceptar la oferta del programa Un chapuzas en casa
de colaborar en el proyecto, pero aquella mujer tozuda se cerraba en banda cuando su
ídolo, Tim Allen, salía a colación.
Había además otra contingencia que no había sido capaz de controlar. Aunque Merry-
Death afirmaba ser estéril, él esperaba (de hecho había incluso rezado), que su semilla
prendiera en ella, incluso a pesar de que sabía que nunca vería a su propio hijo. Le
hubiera encantado dejarle ese regalo. Especialmente después de haber visto aquel vídeo
de Starman, sobre un alienígena que al partir deja un hijo a una mujer terrestre. Y si viajar
en el tiempo era posible, ¿por qué no el milagro de un niño? Pero muy a pesar suyo,
Merry-Death le había dicho aquella mañana que sentía pinchazos en el vientre, el
principio de algo llamado «dolor pélvico». En un día o dos, haría presencia su flujo
mensual, había aclarado ella.
Entonces, todo estaba listo.
Con excepción de Merry-Death.
¿Se había comportado corno un egoísta, al tomarla como esposa, a sabiendas de que
tendría que partir? Nunca había esperado que su marcha fuera fácil, pero ¿cómo podría
haber previsto la magnitud del amor que había crecido entre los dos en tan poco tiempo?
Sin necesidad de palabras, en el transcurso de aquellas semanas, había percibido el
tormento que sufría por dentro Merry-Death, a medida que transcurrían veloces los
minutos y los días. Y porque ella le amaba, había sufrido en silencio... igual que él. Hasta
su aspecto exterior había cambiado: había perdido peso, incapaz de comer. Rolf tenía
miedo de que se derrumbara emocionalmente a su partida. Ella era fuerte, pero hasta los
más fuertes no pueden soportar a veces la intensidad del dolor. De momento, a él le haría
seguir adelante la misión que le había encomendado su padre. Pero una vez realizada, no
estaba seguro que querer seguir viviendo sin ella a su lado.
-Dios, a ti te lo ruego -rezó a la deidad cristiana de Meredith , ayuda a mi esposa en su
pena, ahora y cuando me haya ido. -Reflexionó un momento, para después añadir-: Y
ayúdame a mí también a soportar su pérdida.
-¿Qué has dicho? -preguntó Merry-Death, somnolienta, recién despertada, cuando le vio
inclinado sobre ella. Ella se movió para acurrucarse en él. En aquel breve momento, entre
el sueño y la conciencia, olvidó el horror que la aguardaba.
Los mechones de cabello de Rolf formaban una bóveda marrón dorada sobre los hombros
y el rostro de Meredith, mientras él la miraba lúgubre, recordándole, como si lo
necesitara, que apenas les quedaba tiempo. Las velas encendidas en la mesa contigua al
catre hacían bailar sombras en la pared, haciendo que Rolf pareciera etéreo... como un
sueño. Tal vez sólo había sido eso, un sueño que ella había conjurado para llenar su
solitaria existencia.
Él la besó con ternura mientras se colocaba encima para, sin más preámbulo, entrar en
ella. Los músculos de sus hombros se tensaron al apoyarse sobre los brazos estirados.
No, no había sido un sueño.
Ella gimoteó suavemente mientras sentía las pulsaciones de Rolf, que creció dentro de
ella. Meredith deseó, aunque sabía que era un sinsentido, apretar sus músculos internos
para encerrarle dentro, para que se quedase con ella para siempre. El calor líquido de Rolf
abrasaba los delicados pliegues de su piel, y ella se fundía en él. Era amor, no sólo
energía química, aunque ésta también estaba presente fluyendo en todas direcciones
como una corriente eléctrica, allí donde sus cuerpos estaban conectados.
Ella rodeó su cara con ambas manos y murmuró:
-Te quiero, Geirolf Ericsson. Nunca me olvides. Agachando el rostro, él murmuró en sus
labios:
-Ah, Merry-Death... corazón de mi corazón se detuvo cuando su voz tembló por la
emoción-. Siempre te amaré.
Nunca podré olvidarte.
Mientras hacían el amor, su intimidad adquirió un cariz extremadamente sutil, cuando
ambos quisieron demostrarse el uno al otro, mediante el tacto y tiernas palabras cariñosas
e inconexas, cuánto se amaban. Durante más de una hora, se besaron y se acariciaron, e
intentaron aliviar su tácito dolor. Al prolongar su mutuo placer; crearon recuerdos
capaces de resistir el paso de los siglos.
Al final, las lágrimas anegaron los ojos de los esposos mientras éstos hacían el amor por
última vez con sus cuerpos. Sus almas se amarían eternamente.
Después, se quedaron acostados, sin poder dormir; llorando en silencio, hasta que el alba
irrumpió en la casa vikinga con una explosión de color. Rolf le pidió que destruyera
aquella morada en la que ambos habían sido tan felices a su partida.

Geirolf estaba de pie, con las piernas separadas para mantener el equilibrio, pilotando el
Dragón Fiero con un timón lateral dispuesto en la banda de estribor. Era un tanto
primitivo, pero eficaz, puesto que un solo hombre podía controlarlo, incluso con mal
tiempo, con ayuda de un cabo.
Dieciséis de los estudiantes, de arribos sexos, ocupaban sus puestos en los escálanos de
los remos. Deberían remar al ritmo que les marcaba Mike, el jefe de la tripulación, hasta
que llegaran a mar abierto, donde izarían la vela. En sus tiempos, las mujeres nunca
hubieran formado parte de la tripulación de un barco vikingo, pero Merry-Death y Mike
alegaron que la universidad nunca aceptaría la falta de igualdad de oportunidades en el
proyecto.
«¡Igualdad de oportunidades entre sexos! Demonios, el concepto es como para quedarse
helado.,,
Se alejaban lentamente del muelle, donde todavía se agolpaba una multitud de
espectadores v escribas modernos, que habían hecho aparición para verles zarpar, a pesar
de que sólo se trataba de una salida de prueba del pequeño drakkar.
Geirolf había presenciado muchas despedidas en sus treinta y cinco años de vida: de su
padre, de su madre, de sus hermanos y de sus amantes, pero ninguna le había preparado
para la devastación que provocaría aquélla. Seguía forzando la vista para ver a Merry-
Death por última vez, de pie, en primera fila, Su figura erguida y orgullosa se hacía cada
vez más pequeña, a medida que la distancia entre ellos aumentaba. Entonces, para su
horror, vio cómo perdía la compostura y se desmayaba, cayendo sobre sus rodillas en el
suelo. Thea y Sonja acudieron inmediatamente a su lado, para consolarla. El sintió deseos
de volver y tranquilizarla, pero la suerte estaba echada, y señalaba en otra dirección.
Demasiado pronto, el drakkar dejó atrás una lengua de tierra que obstaculizó a Rolf la
visión de su amada. Un peso aplastante golpeó el pecho de Rolf, y él también cayó de
rodillas.
-Rolf, ¿te encuentras bien? -preguntó Mike, acercándose a donde él estaba.
Avergonzado, Geirolf se puso en pie de un salto, y asió el timón, enjugándose a
escondidas las lágrimas.
-Me resbalé -mintió-. Parece que mis piernas tienen que volver a acostumbrarse al mar.
Mike aceptó su explicación con un gesto de cabeza que dejaba entrever cierta duda, y
pidió a uno de sus estudiantes que se encargara de marcar el ritmo de los remeros.
-Aquí pasa algo raro -dijo Rolf, con las manos apoyadas en las caderas y echando los
hombros hacia atrás con aire desafiante. Geirolf vestía el mismo atuendo vikingo que
llevara a su llegada, pero Mike y los estudiantes llevaban pantalones cortos y camisetas
para el ensayo.
-¿Qué tal si me explicas de qué demonios va todo esto?
-Ya te lo he explicado -dijo Geirolf con voz cansina.
Mike alzó una mano para interrumpirle.
-No, no vuelvas a decirme la tontería de que te quedas solo en el barco para comprobar su
estanquidad. Este barco es más hermético que un tambor, y tú lo sabes. Pero lo que llama
mi atención es que la doctora Foster y tú os habéis comportado como si nunca os fuerais
a volver a ver. ¿Qué pasa? En serio.
Geirolf se puso tenso.
-Déjame solo, amigo. Estás entrando de forma temeraria en el reino de mi vida privada, y
semejante intrusión no es de mi agrado.
Mike también se puso tenso.
--Me preocupa la doctora Foster y me preocupas tú, hijo de perra, aunque durante los
últimos días te has venido comportando corno un estúpido.
Geirolf alzó una ceja ante la audacia del joven.
-Maldita sea ---dijo Mike exasperado, mientras rastrillaba sus cabellos con los dedos-, en
el muelle parecíais Bogart y Bergman en la última escena de Casablanca.
El entendió a qué se refería Mike. La semana pasada había visto la famosa película en
vídeo con Merry-Death. Ella había insistido en que alquilaran una cinta romántica,
después de que él la obligara a ver las regatas de la Copa América durante dos horas.
-Soy mucho más guapo que ese tal Hump-free --dijo Rolf riendo.
-Si me consideras tu amigo, no me dejes a un lado --insistió Mike con aspecto sombrío,
negándose a aceptar su intento de cambiar de tema de conversación.
Geirolf sacudió la cabeza con tristeza.
-Desiste en tu interrogatorio. Hay cosas que es mejor no explicar. Pero te diré esto, amigo
mío, en caso de que... en caso de que me suceda algo, confío en que cuidarais de Merry-
Death.
-¿Sabes? -dijo Mike, ladeando la cabeza mientras le miraba con ojos escrutadores--, hay
veces que casi creo que eres un vikingo de verdad.
Acaso dije ser otra cosa?
--No, pero...
--Basta --se impuso Rolf. Después sonrió a su nuevo camarada, a quien echaría
tremendamente de menos--. ahora, dime la verdad. ¿Seguirás persiguiendo a esa tal
Sharon Stone hasta que la consigas? He oído decir que te llamó varias veces la semana
pasada.
Mike le fulminó con la mirada, sin querer cambiar de tema. Después, sus hombros se
relajaron en un gesto de resignación. --No.
-¿Sonja?
Rilke se encogió de hombros.
--Supongo.
--Pero son tan distintas. No es que quiera ponerme del lado de Sharon. Supongo que
Sonja es la mejor opción, con diferencia.
-A veces un hombre busca una chica para añadir un toque crujiente a sus cereales del
desayuno, no sé si me sigues -dijo Mike mientras sus labios se curvaban en una mueca
divertida-. Y a veces uno se da cuenta de que lo que estaba buscando está en el patio de
su casa.
Geirolf se echó a reír ante tal analogía. A sus hermanos les encantaría; tendría que
modificarla en parte... incorporar algunos elementos medievales, como por ejemplo
pasteles de maíz, en lugar de copos de maíz. Efectivamente, concluyó Rolf, la mentalidad
masculina era la misma aún después de tantos siglos, aunque Merry-Death hubiera
utilizado el término «machismo».
Los copos de maíz le hicieron pensar en su alimento preferido, las galletas Oreo, y éstas
le recordaron a su mujer, que con frecuencia le había reprendido por su obsesión por
aquel manjar moderno. Cuando Mike retomó sus tareas y Rolf regresó al timón, aunque
sólo necesitaban alejarse aproximadamente un kilómetro de la costa, repasó mentalmente
las coincidencias que debían darse para que el viaje en el tiempo en sentido inverso
tuviera éxito.
Entre aquellas divagaciones, Rolf se preguntó distraídamente si habría alguna forma de
enviar a Merry-Death alguna señal desde el pasado, para hacerle saber que había llegado
sano y salvo a su tiempo. En una demostración de macabro humos; se le ocurrió una idea
sumamente creativa... por lo menos, a él se lo parecía.
Haría que uno de los escaldos de su padre inventara una saga sobre un caballero errante
escandinavo llamado «El último vikingo» que tenía debilidad por una comida mítica de
los dioses llamada «orioles». Por supuesto, la mayoría de los receptores creerían que se
refería al ave multicolor de la familia de los cuervos. Pero quizá Merry-Death, mientras
investigaba en las antiguas sagas como solía hacer, y si daba con ésa en particular,
reconocería el juego de palabras como un mensaje codificado para ella.
¡Ja! Estaba intentando aferrarse a los hilos de una tela de araña, cuando lo que en realidad
necesitaba era una soga, para poder salir del abismo de su desesperación. Estaba
destruyendo a la mujer a la que había llegado a amar con aquella aventura suya del viaje
en el tiempo. Su propia vida, una vez concluida su misión, ya no valdría nada.
¿Qué lógica había en aquel despropósito? ¿Por qué había sido enviado a otro tiempo, para
volver a ser catapultado a su época? ¿Por qué le había sido otorgado el regalo del amor
verdadero, por primera vez en su miserable vida, para luego arrebatárselo? ¿Por qué, por
qué, por qué? Todas esas preguntas taladraban su mente al ritmo que marcaba Mike a los
remeros.
«Confía en Dios», dijo una voz en su mente.
Geirolf alzó la barbilla y miró en derredor para comprobar si alguien más había
escuchado aquellas palabras, pero no, Mike y los estudiantes estaban absortos en su
cometido de remar para llevar el drakkar a mar abierto.
«¿Qué Dios?», se preguntó mentalmente.
Le pareció escuchar una risita en su cabeza, pero eso era algo imposible. «Hazme una
señal», suplicó él, no obstante.
Una gaviota pasó sobrevolando por encima de su cabeza, y dejó caer una infame «señal»
sobre cubierta, muy cerca de sus pies.
No era un buen augurio.

Capítulo dieciocho
El viaje a través del tiempo había fracasado.
Geirolf se dio cuenta al día siguiente, mientras nadaba hacia la orilla en las tempranas
horas de la mañana. A la luz del amanecer, reconoció la costa al sur del hogar de Merry-
Death, con sus modernos edificios salpicando los acantilados. Todavía era 1997, no 997.
Hubo una Luna del Demonio la noche anterior. Un rayo cayó en su barco, partiéndolo en
dos y hundiéndolo. Un remolino le succiono, igual que la primera vez. Cuando salió a la
superficie, aferrado a su fiel Ingrid, no tenía forma de saber si el viaje en el tiempo había
funcionado en sentido inverso. Tendría que esperar a que se hiciera de día.
Todo había sido una réplica de su experiencia anterior, pero el portal del tiempo
permaneció cerrado para él. ¿Por qué?
--Bueno, Ingrid, ¿qué hacemos ahora?
Geirolf oyó el sonido de un motor y escudriñó el horizonte, para ver acercarse a dos
pescadores en una embarcación de recreo con motor.
-Eh, camarada, ¿un accidente? --gritó preocupado un hombre que llevaba una gorra de los
Vikingos de Minnesota.
«¿Vikingos?» La ironía hizo que los labios de Geirolf se curvasen en una triste sonrisa, a
pesar de su desagradable situación en el agua helada.
-Sí, mi barco volcó.
-Salta --dijo el otro hombre. Éste llevaba una gorra de los Orioles de Baltimore.
«Primero "Vikingos". Ahora, "Orioles".» Si Geirolf no hubiera estado tan congelado, se
habría reído de las guasonas señales que le estaban bombardeando.
-Te llevaremos de regreso a tierra firme. Desde allí puedes llamar al guardacostas. ¿Estás
bien?
«No, no estoy bien.»
--Necesito salir del agua y pensar.
Tras ayudarle a subir a bordo, los dos hombres empezaron a mirar alternativamente a él y
al mascarón de proa, especialmente atónitos ante la visión de su túnica de cuero, el
cinturón talismán y sus botas de cordones cruzados. El busto de Ingrid también llamó
poderosamente su atención. Los hombres no parecían tener malicia, se trataba de simple
curiosidad. Le ofrecieron unos pantalones de deporte secos, una camisa y una manta de
lana, que Geirolf, todavía tiritando, enrolló alrededor de su cuerpo. No sabía si era
conveniente preguntar, pero tenía que hacerlo.
-¿ En qué año estamos?
-Llámame Chuck -dijo el hombre de los Orioles, riendo a carcajadas-. En 1997. No te
preocupes, hombre. Un buen chapuzón tiene ese efecto. Enturbia el cerebro. Mi cuñado
casi se ahogó el año pasado y no pudo acordarse del nombre de su novia durante un mes.
--Harry nunca supo el nombre de Betty -dijo también riendo el fan de los Vikingos de
Minnesota, que sencillamente se identificó como Bruiser-. ¿Quieres una cerveza?
El hombre de los Vikingos de Minnesota se había ganado el corazón de un verdadero
vikingo.
-¿Te apetece un Bretzel? -ofreció también el seguidor de los Orioles de Baltimore,
tendiéndole una bolsa abierta de palitos salados.
Geirolf denegó con la cabeza.
-Supongo que no tendréis galletas Oreo.
-Por supuesto que sí. No hay nada mejor que una cerveza y galletas Oreos para
desayunar---opinó Bruiser. En verdad se trataba de un hombre con buen gusto. Y de otra
«señal», concluyó Geirolf.
Chuck señaló con el largo cuello de su botella de aguamiel hacia el mascarón que yacía
próximo a sus pies. --¿Quién es la rubia?
-lngrid -respondió Geirolf, tomado un buen sorbo de cerveza fría.
-Magníficos pechos -remarcó Bruiser. Los escandinavos siempre habían demostrado tener
buen criterio al respecto.
-Quedaría muy bien sobre la barra de mi guarida, al lado del letrero de Coors. ¿Está en
venta? -preguntó Chuck.
Geirolf echó a reír, sin poder parar. Ingrid seguía determinando su vida, y también su
muerte.

Era ya por la tarde cuando Geirolf estrechó las manos de sus rescatadores, en un pueblo
cercano.
-Gracias por vuestra ayuda -dijo Geirolf.
-No tiene importancia -vociferó Bruiser por encima del estruendo de las olas, dándole una
palmada en la espalda-. Y no te preocupes, no diremos nada a nadie sobre tu rescate.
Comprendemos que un hombre de tanto en tanto necesita poner tierra por medio entre él
y su mujer. -Dicho esto, le hizo un guiño de complicidad masculina.
-¿Dónde dijiste que estaba exactamente ese punto «S» vikingo? -añadió Chuck,
palmeando también su espalda, y haciéndole un guiño similar.
A bordo de la lancha, de regreso a la costa, los hombres habían empezado a quejarse de
que sus mujeres eran demasiado aficionadas al show de Oprah. Y él les dio su opinión
sobre Un chapuzas en casa, que ellos compartían totalmente. La conversación derivó
hacia los programas de entrevistas en televisión y los perniciosos consejos que ofrecían
algunos de ellos, que hacían que las mujeres regañasen a sus maridos cuando llegaban a
casa después de un día de duro trabajo. Fue entonces cuando Geirolf les dijo que la forma
más segura de acallar las quejas de una mujer, era mostrarle el famoso punto «S» vikingo.
Chuck y Bruise, altamente impresionados, le habían dicho que debería tener su propio
programa de televisión.
Él declinó humildemente.
Ellos tomaron a broma su oferta de pagar por sus servicios, después de haberle ayudado a
transportar a Ingrid a un club náutico en el que se alquilaban embarcaciones, donde ésta
descansaba ahora en una consigna. Geirolf se burló ante la propuesta de que acudiera a un
hospital, para que le viera un profesional.
No necesitaba ningún profesional de aquella época moderna o de cualquier otra, para
saber qué mal le aquejaba. Estaba perdido entre dos mundos. Por eso les pidió que no
comentaran su rescate. Necesitaba tiempo para dilucidar su último dilema.

Esa noche, Geirolf yacía con los brazos cruzados bajo la cabeza en la cama del único
alojamiento para viajeros del pueblo, el motel y pizzería Swifty's. Lo único bueno que
tenía aquella habitación deprimente era una cama de «gel» que vibraba de forma
deliciosa al insertar cuatro monedas en una ranura de metal. Le habría gustado que
Merry-Death estuviera allí para compartir la experiencia.
Afortunadamente, Geirolf había olvidado darle a Mike su riñonera de cuero, en cuyo
interior había cincuenta mil dólares, antes de botar la embarcación. De hecho, con
anterioridad había decidido que Merry-Death se quedase con el dinero, a pesar de su
negativa a aceptarlo. Ella debía haberlo puesto de nuevo en la bolsa, considerándolo
aquel regalo como una humillación, como si le estuviera pagando por sus servicios.
¡Aquella estúpida mujer!
No se había preocupado por conocer el valor de la moderna moneda americana. Pero
supuso que cincuenta mil dólares debía de ser mucho dinero, porque cuando sacó el fajo
mojado en el mostrador del motel para pagar por adelantado los cincuenta dólares de la
habitación, el conserje le miró con los ojos desorbitados. En todos los siglos abundan los
rufianes, así que esa noche decidió cerrar la puerta con llave, y bloquear el picaporte con
una silla, como precaución.
La cuestión ahora era: ¿qué debía hacer?
El viaje a través del tiempo no había funcionado esta vez. Pero eso no quería decir que no
volviera a intentarlo. Las veces que hiciera falta. Hasta conseguirlo.
¿Podía volver con Mary-Death, y hacerle pasar de nuevo por otra despedida, o varias,
incluso, semejantes a la de ayer? ¿Podía ser tan cruel?
Pero ¿no era aún más cruel estar vivo, en su tiempo y no hacérselo saber?
No, decidió. Era más cruel causar la misma devastadora aflicción una y otra vez, y volver
a abrir la herida.
Tenía que averiguar qué había ido mal la última noche para hacerlo bien la próxima vez.
Encendió la televisión con indiferencia, e inmediatamente profirió un grito ahogado y
cayó de espaldas sobre el colchón de gel.
Allí estaba Merry-Death, desolada, mirándole fijamente desde la pantalla.
-¿Los guardacostas todavía no han encontrado el cadáver? -preguntaba a gritos un
reportero.
Merry-Death vaciló antes de contestar con un apagado murmullo.
-No.
Ella se dirigía al micrófono que el periodista sostenía ante su cara, una cara que parecía
haber envejecido en tan sólo una noche. Sus cabellos estaban enredados y sin peinar, sus
ojos inyectados en sangre y delineados por oscuras ojeras. Enmarcando sus ojos y su
boca, habían hecho aparición algunas arrugas de dolor.
«Esto es lo que he conseguido. ¿Qué clase de amor es ese que causa tanto dolor?»
Flanqueándola a cada lado estaban Mike y Thea, que parecían igualmente afligidos. Las
lágrimas anegaban sus ojos.
-¿Qué efecto tendrá este desastre en el proyecto Trondheim? -preguntó otro reportero.
Aparentemente, la conferencia de prensa había empezado hacía ya un rato-. ¿Se cancelará
el viaje de este verano a causa de los riesgos potenciales para los estudiantes?
Por supuesto que no! -exclamó Merry Death, irguiéndose con indignación--. El rayo que
cayó sobre el barco de Rol... el señor Ericsson la noche pasada fue un fenómeno
anormal... un acto divino. En cualquier caso, no tendrá repercusiones sobre la continuidad
del Proyecto Trondheim.
Geirolf envió mentalmente un saludo a Merry-Death. Su esposa era más fuerte de lo que
parecía a primera vista. Sobreviviría. Lo supo al ver un fugaz destello de rabia en sus
ojos.
-Pero ¿ no le parece extraño que la tormenta eléctrica no provocara ningún otro daño en
toda la región? --intervino de nuevo el primer reportero.
Merry-Death se encogió de hombros.
-Sería mejor que preguntara a un meteorólogo, pero según mis conocimientos, las
tormentas en el mar son erráticas. Una periodista trató de avanzar hasta la primera fila,
pero, al ver frustrados sus intentos, gritó:
-¿Es verdad que el señor Ericsson era su esposo ? ¿Cómo se siente, señora Ericsson, al
confirmar la muerte de su recién esposo?
Merry-Death abrió los ojos horrorizada ante aquella pregunta de mal gusto. Mike la rodeó
por los hombros y contestó por ella.
--Eso es todo por hoy, amigos. Cualquier otra pregunta deberá dirigirse a la oficina de
información pública de la universidad. Gracias.
Dicho esto, la imagen desapareció para dar paso a un anuncio de productos femeninos,
acorde con el mal gusto demostrado por los periodistas.
«Bien, esto resuelve el dilema.» Aunque Geirolf había estado considerando la remota
posibilidad de volver al feudo de Merry-Death, después de la entrevista la desechó por
completo. Semejante acción, tan poco meditada, no sólo sometería a su amada a un
continuo sufrimiento en cada despedida; ahora comprendía que sus futuros intentos de
usar el portal del tiempo podrían poner en peligro el proyecto Trondheim.
«¿Qué debo hacer? ¿Dónde está la respuesta a este rompecabezas? ¿Por qué falló el viaje
a través del tiempo en sentido inverso? ¿Cómo puedo estar seguro de que mi próximo
intento tendrá éxito?»
Geirolf rozó el cinturón talismán y se tumbó, agotado, en la cama. Con todas esas
abrumadoras preguntas martillando su mente, cayó en un sueño agotador.
La respuesta llegó en medio de la noche.
Viajaría a Noruega en una de, esas máquinas voladoras. Por ventura allí encontraría
algunas respuestas. No es que creyera que el agujero del tiempo se abriría para él en otro
país. No, estaba seguro de que tendría que originarse aquí, en las aguas costeras de
Maine. Pero, por alguna razón, sentía que la clave para resolver el enigma estaba en su
tierra, Con esa inspiración (y las rodillas temblando de miedo), al día siguiente se
embarcó en una máquina voladora en Bangor, a donde le llevó un taxista por tan sólo
quinientos dólares. De camino hizo parar al taxista en un Wallmart para comprar una
maleta Sansón de cuero y algo de ropa. Geirolf estaba harto de las extrañas miradas de las
que era objeto dondequiera que fuera. Se diría que aquella gente nunca antes había visto a
un hombre vestido con una túnica de cuero.
Cuando el pájaro metálico volador despegó hacia los cielos poco después, Geirolf se
apoyó en el reposacabezas y se preparó para lo que sería la más maravillosa aventura de
su vida. Su historia sería la más sorprendente de todas las sagas.
Pero él se limitó a ver sin mirar por la ventana, apesadumbrado. Lo único que era capaz
de pensar era: «He perdido a Merry-Death».
¿Cuál era el significado de su misión a través del tiempo? Tenía que haber alguna razón
por la que había sido enviado allí. No podía tratarse únicamente de un error del destino.
Tal vez sólo se estaba haciendo ilusiones, pero en lo más profundo de su corazón se
encendió una diminuta chispa de esperanza. Hasta entonces, él se había limitado a
reaccionar ante cada uno de los sucesos que le habían salido al paso. por primera vez, iba
a actuar.
«Quizás... oh, por favor ---rogó a todos los dioses , si fuera posible, dejadme encontrar un
camino que me lleve de nuevo a Merry-Death.»
-Señoras y caballeros --dijo una cavernosa voz masculina desde la nada.
Alarmado, Geirolf miró a derecha e izquierda, pero nadie más parecía, prestar atención a
la voz divina. La deidad debía estar hablándole a él en exclusiva.
-Bienvenidos a los cielos amigos. -continuaba la voz divina.
«¿Amigos? ¿Uno de los dioses me considera su amigo? Bueno, eso puede considerarse
realmente como un buen augurio. ¿Será Odín o el Dios único?,
-Les prometo un viaje seguro prosiguió la voz divina. Algunas de las palabras eran
imposibles de descifrar, el sonido le recordaba al teléfono del coche de Merry-Death.
Pero la voz había dicho «viaje seguro» v eso era, sin lugar a dudas, una buena noticia.
Había rogado a los dioses que le ayudaran a encontrar el camino para llevar a cabo la
misión que le había encomendado su padre y volver al lado de Merry-Death, y la voz
divina acababa de prometerle un «viaje seguro». En su mente, aquellas palabras tomaron
la forma de una verdadera promesa.
Geirolf estaba agotado física y emocionalmente debido a los extenuantes sucesos de los
últimos días. Pero por primera vez desde hacía varias semanas, se sentía esperanzado.
Apoyando la cabeza en el respaldo de su asiento, se dejó vencer por el sueño.
Todo estaba ahora en manos de los dioses.

Capítulo diecinueve
-¿Qué demonios es esto? -exclamó Mike, una semana después de la «muerte» de Rolf.
Tras siete días de desgarradora angustia, aquella mañana Meredith por fin consiguió
reunir la fuerza necesaria para sentarse ante el ordenador, a petición de Mike. Debía
intentar recuperar las instrucciones que Rol¡ dejó escritas en relación con el proyecto del
drakkar, que se encontraba en punto muerto.
Pero encontró mucho más: una carta de Rolf dirigida a ella.
Era como un mensaje de ultratumba. Aunque Meredith sabía que aquella carta había sido
redactada la semana anterior, tuvo la impresión de que Rolf le hablaba desde el milenio
anterior.

Merry-Death, mi amor:
Cuando leas esto, ya me habré ido... estaré de regreso en el siglo x. Por favor, querida, no
llores mi pérdida. Lo que tuvimos en tan poco tiempo es mucho más de lo que mucha
gente experimenta en toda su vida. Un regalo de los dioses, con toda seguridad.
Estudia las sagas escandinavas, Merry-Death. Intentaré, en posible,
la medida en que me sea posible, dejar un mensaje para ti, una señal para indicarte que he
llegado sano y salvo al pasado.
Dudo que pueda cambiar el curso de la historia gracias a lo que he vivido en tu tiempo,
pero lo que es seguro es que yo sí he cambiado. Y para mejor. Gracias a ti. Con certeza a
partir de ahora seré mejor persona, gracias a que te abrí mi corazón.
Por favor, te ruego lleves a buen término el proyecto del drakkar. Me consolará saber que
ambos hemos cumplido nuestros respectivos juramentos, vinculados a la sangre y al
honor. En caso contrario, nuestro sacrificio no habrá servido para nada.
Disfruta de Thea, mi amor. Adopta niños, si es lo que crees que debes hacer. Pero no te
infravalores lo más mínimo por tu incapacidad para concebir. Eres la mujer que cualquier
hombre podría desear. Y te garantizo que eres la mujer que este vikingo deseará por
siempre jamás.
Con todo mi armo, para siempre,
Geirolf Ericsson

Meredith lloró... en silencio, al principio, después los sollozos convulsionaban su cuerpo.


Mike la rodeó con sus brazos, intentando tranquilizarla con un arrullo suave y palmaditas
en la espalda.
Gracias a dios, Thea estaba en el colegio y no tuvo que presenciar su crisis nerviosa.
¡Pobre Thea! Aunque estaba deshecha de dolor, estaba aceptando la «muerte» de Rolf
mejor que todos los demás.
Por fin, cuando Meredith se calmó, fueron a la cocina y se sentaron a la mesa ante unas
tazas de café y galletas Oreo. Por alguna razón, Meredith había aprendido a apreciar
aquellas galletas.
--Tenemos que hablar, doctora Foster. ¿Qué es esa tontería del viaje en el tiempo en la
carta de Rolf? -dijo Mike.
Meredith profirió un suspiro y le contó a su ayudante toda la historia. Se merecía una
explicación. Después de un cuarto de hora, Meredith concluyó diciendo:
-Así que, finalmente, Rolf planeó su propia «muerte». Desde un principio estaba escrito
que se alejaría de mí... que abandonaría nuestra época...
-¡Por todos los diablos! --dijo Mike entre dientes, mirándola atónito, como si Meredith le
hubiera contado que tinos extraterrestres acababan de invadir Maine. Después, en un tono
aún más alto, volvió a repetir la sacrílega expresión.
-No espero que creas nada de lo que te he contado -dijo ella, agitando en el aire una mano
como para quitarle importancia-. A mí ya me resultó extremadamente difícil de aceptar, y
eso que tenía a mi lado la única prueba viviente de ello.
-En realidad -empezó a decir Mike, como tanteando el terreno-, curiosamente tiene
sentido.
Ella abrió los ojos como platos.
-¿Crees que es posible viajar en el tiempo?
-Nunca lo he hecho -respondió Mike, riéndose de sí mismo-, pero había constantes
contrasentidos en relación con Rolf. Y sabía tantísimo sobre el siglo x.
-Todo esto debe quedar entre nosotros -dijo Meredith atropelladamente.
Mike asintió con la cabeza.
-Como mínimo, nos enviarían a un manicomio. O cancelarían el proyecto. -Él examinó su
rostro un momento-. ¿ Crees que es posible? ¿Que Rolf es un vikingo de la Edad Media?
Ella se encogió de hombros, después enderezó la espalda con gesto decidido:
-Sí... sí lo creo.
Tras aquella conversación, se aceleró el proceso de cicatrización de Meredith, sobre todo
gracias a que ahora tenía a alguien en quien confiar.
Estudió concienzudamente las sagas escandinavas durante más de una semana, pero en
ninguna de ellas pudo encontrar algo parecido a un mensaje de Rolf desde el pasado
remoto. Por otra parte, Meredith era consciente de que la mayor parte de la narrativa
escáldica se había perdido con el paso de los siglos, puesto que pertenecía a la tradición
oral.
Los trabajos se reanudaron en el proyecto Trondheim como resultado de la capacidad de
persuasión de Meredith ante el consejo de la fundación. El único escollo fue el que
supuso que el capitán de Annapolis, que había sido contratado para pilotar el barco en
agosto, había sufrido un infarto, y hasta el momento no habían sido capaces de encontrar
un sustituto. Pero, tras todos los obstáculos que Meredith había tenido que afrontar en los
pasados meses, éste le parecía un mal menor.
Un mes después de la marcha de Rolf, Meredith recibió una noticia sorprendente, y su
vida de nuevo dio un giro de ciento ochenta grados.
-Pero ¿cómo es posible, doctor Peterson? -preguntó, dejándose caer en la silla frente al
escritorio del médico. Había ido a hacerse un chequeo esa tarde, debido a su pertinaz
pérdida de peso y a las nauseas que sentía y que ella creía que eran los síntomas de una
gripe.
-De la manera más normal —respondió el doctor Peterson con una sonrisa irónica--.
Supongo que has mantenido relaciones sexuales con un hombre.
-Por supuesto -dijo ella, frunciendo el ceño ante la deliberada ironía en las palabras del
doctor-. Ya ha visto mi historial médico. Sabe que soy estéril... incapaz de engendrar
hijos.
-Meredith, he repetido las pruebas para estar seguro. Estás embarazada, no cabe la menor
duda.
--Pero cómo... quiero decir, ¿tal vez el diagnóstico inicial era erróneo?
--No, no lo creo -respondió el doctor, escogiendo cuidadosamente las palabras—.
Demonios, Meredith, la ciencia no es exacta. Continuamente suceden cosas inexplicables.
Continuamente suceden cosas inexplicables ---se repitió a sí misma Meredith
mentalmente-. No me diga! Yo he vivido en mis carnes la experiencia más inexplicable.»
-Llámalo milagro, o atribuyelo a una casualidad científica. Da igual simplemente
disfrútalo. Es lo que siempre habías querido, ¿ no es cierto? -claro dijo ella, con lágrimas
en los ojos.
Poco después, mientras caminaba por la calle Bangor, sus labios se curvaron en una
sonrisa que conjuraba un secreto. Colocó una mano sobre su liso vientre.
-Un niño! ¡Voy a tener un niño de Rolf!
No sabía si atribuir al cinturón talismán aquel milagro. O a Dios, o incluso a los dioses
escandinavos a los que Rolf veneraba. Pero Rolf le había hecho el mejor regalo posible:
una parte de sí mismo. Entonces, Meredith, por fin encontró sentido al viaje de Rolf.
-¡Alabados sean los dioses! -exclamó Geirolf en una estancia del ático del Museo del
Patrimonio de Vestfold en Oslo. Su exclamación de júbilo vino acompañada de un
enérgico puñetazo sobre la destartalada mesa a la que estaba sentado, en señal de victoria.
No pudo contenerse. Finalmente, tras un largo mes de búsqueda había dado con la clave
que le permitiría permanecer en la época moderna junto a su mujer.
-Se--ñor Er-ic-sson -le reprendió una voz malhumorada.
La figura femenina de la señorita Hilda Svensson acababa de asomar su hirsuta cabellera
gris por el hueco de la estrecha escalera-. Se encuentra usted en un centro de
investigación, v no en un bar. Debe respetar el entorno académico de los demás
investigadores.
Geirolf sonrió tímidamente y consideró la posibilidad de confesarle que él era un vikingo,
y no un investigador. Pensó también en puntualizar el hecho de que ella era el único ser
humano que había visto durante toda la semana anterior en aquel edificio de tres pisos,
que era su casa y recibía la pretenciosa denominación de museo, cuando en realidad tan
sólo albergaba libros y cartas que pertenecían al pasado histórico de varias generaciones
de su propia familia. No es que no creyera que no eran lo suficientemente valiosos. Al
contrario, estaba convencido de que aquellos fondos documentales le proporcionarían las
respuestas que había sido incapaz de encontrar en las más prestigiosas bibliotecas y
museos de toda Escandinavia.
Pero Geirolf se reservó sus pensamientos para sí mismo. Se puso en pie, casi golpeándose
la cabeza con el techo. Después, profiriendo un grito de alegría, tomó a la anciana entre
sus brazos y la hizo girar en círculos. Era un ángel, de veras lo era. Había conocido a
aquella diminuta mujer tan sólo hacía una semana, y ella le había abierto las puertas de su
casa museo, le había alquilado una habitación, y le había permitido el acceso a su tesoro,
compuesto por documentos secretos protegidos por cubiertas de plástico transparente
libre de ácidos, y guardados en armarios con un mecanismo para controlar las
condiciones de temperatura y humedad.
-He encontrado la pieza que faltaba en mi rompecabezas, señorita Svensson. Dios la
bendiga por permitirme consultar sus preciosos documentos. -Geirolf deposito un sonoro
beso sobre su ruborizada mejilla antes de dejarla en el suelo--. Ha salvado mi vida, de
veras, es usted un encanto.
La señorita Svensson intentó recobrar su remilgada compostura, aunque no pudo
disimular su satisfacción ante aquella exuberante demostración de afecto. Entonces se
acerco a1 escritorio y, ladeando la cabeza, examino el pergamino que había sido objeto de
estudio de Geirolf.
-¿Es esto lo que buscaba?
Él asintió con un gesto de cabeza.
-¿Podrá ahora regresar al lado de su mujer, señor Ericsson? -preguntó con los ojos
empañados por la emoción que provocaba en ella la separación de los amantes, y que
vivía como un melodrama romántico. Sin entrar en detalles, Geirolf le había contado que
el distanciamiento de su amada mujer era absolutamente necesario, por lo menos hasta
que diera con ciertos datos históricos de crucial importancia.
-Eso creo -respondió él-. Mire esto: uno de sus ancestros, un escriba al servicio del rey
escandinavo en el año 1250, hizo una copia de la página que faltaba en el Heimskringla.
-¿La Crónica de los reyes de Noruega?-tradujo ella.
En efecto. Fue escrita por Snorri Sturluson justo antes de su muerte en el añor 1241.
-¿¡Es eso tan importante... ? Me refiero a la página que faltaba -preguntó la señorita
Svensson, posando sus frígiles dedos sobre sus labios temblorosos. Probablemente no le
había sucedido nada tan emocionante en décadas.
-¡Extremadamente importante! Cuando estaba en Estados Unidos de América leí una
copia de ese libro, pero en ninguna parte mencionaba la duración de la hambruna.
-Geirolf dio unos golpecitos sobre la cubierta de plástico, a media altura de la página-.
Éste es el párrafo que me interesa: «Y en ese año del Señor, el año novecientos noventa v
siete, una terrible hambruna seguía asolando el país. Más de mil hombres, mujeres y
niños inocentes sucumbieron al azote del hambre antes de que la ira de los dioses quedase
aplacada en la primera noche del equinoccio de primavera, tras el cual la tierra voolvió a
florecer. ¡Alabado sea Dios! ».
--Pero... no entiendo nada.
-La fecha es lo más importante. He comparado ambas fechas, la del equinoccio de
primavera del año 997 con la de la Luna del Demonio de 1997, y ambas tuvieron lugar en
el mismo día del mes.
-¿Y eso qué significa? -apuntó ella, todavía frunciendo el ceño, desconcertada.
Eso significaba que la necesidad de regresar al pasado finalizó en el mismo momento en
que fue propulsado a través del portal del tiempo, junto con la reliquia sagrada. Pero no
podía contarle eso a la señorita Svensson, sin revelarle el resto de la historia.
-Eso significa que ya no hay ningún obstáculo que me impida volver al lado de mi mujer.
«Con excepción de unas cuantas preguntas todavía por resolver. Como por ejemplo, ;por
qué fui enviado al futuro? Si el mero hecho de que la reliquia saliera de Noruega, o de
aquel marco temporal, bastó para acabar con la maldición de la hambruna, ¿por qué los
dioses decidieron que debía viajar al futuro, y aparecer mil años más tarde al lado de
Merry-Death? ¿Por qué no una semana, o un año, o un siglo? ¿Por qué debía aparecer en
otro país, al otro lado del océano? ¿Y por qué no otra mujer, en lugar de Merry-Death?»
Las extrañas vueltas y giros inesperados que había dado su vida seguían siendo un
misterio, pero Geirolf se sentía eufórico ante el descubrimiento que había hecho aquel
día. Se puso en pie de un salto, y ofreció una pícara sonrisa a su maravillosa benefactora,
cuyos ojos le llegaban a la altura del pecho.
-Mi señora, ¿le gustaría celebrar conmigo este descubrimiento ante unos cuernos de
aguamiel?
Para su sorpresa, ella le devolvió una sonrisa igualmente traviesa.
-Será un placer, mi señor. -Después añadió--: ¿Qué le parece si abro el paquete de galletas
Oreo que encargamos expresamente en la tienda de comestibles?
Geirolf echó la cabeza hacia atrás y profirió una sonora carcajada. La mención de
aquellas galletas divinas era sin duda otra señal de los cielos.

Algunos días más tarde, Geirolf seguía buscando respuestas, conduciendo a través de la
carretera elevada que conducía a Lindisfarne, en Gran Bretaña. Dos horas antes de la
marea alta y tres horas después, resultaba imposible cruzar hasta la isla sagrada, así que
tenía el tiempo justo. El tiempo, siempre el tiempo, como elemento fundamental de todas
sus tribulaciones.
No estaba seguro de por qué sentía la necesidad de ir a Lindisfarne. El juramento que le
hiciera a su padre había vencido,
al descubrir en Noruega que la hambruna había finalizado con su viaje en el tiempo. Pero
por lo menos confiaba en poder devolver la reliquia al monasterio. Cerrar el ciclo.
Pero del monasterio no quedaban más que las ruinas de lo que había sido el santuario de
su fundador, san Aidan.
Con el rugido del mar y los chillidos de las aves marinas como ruido de fondo, Geirolf
imaginó que el viento transportaba los cánticos plañideros de los monjes de la Baja Edad
Media.
Alzó el rostro alarmado. ¿Había vuelto a su propio tiempo? No, tan sólo era el embate de
las olas contra la costa escarpada y los gorjeos de las gaviotas y los halcones marinos.
Paseó por las antiguas ruinas, entre bloques de roja arenisca que habían sobrevivido a los
estragos de los siglos. ¡Había cambiado tanto! No quedaba nada de lo que él había
conocido en su tiempo. Pero él tampoco era el mismo.
Geirolf se sentía perdido.
Un hombre sin nación, a buen seguro, pero eso también era aplicable a la mayoría de los
vikingos. ¿Acaso no lo había comprobado en su viaje al siglo xx? ¿No había descubierto
que los vikingos, como pueblo con entidad propia, no habían sido capaces de superar el
paso de tiempo? En ese sentido, no era muy distinto de sus compatriotas del norte,
siempre haciendo incursiones en busca de un nuevo hogar.
Pero él tampoco tenía raíces en el tiempo, y eso era lo que más le descolocaba. Ya no
sabía a qué época pertenecía. ¿Acaso era su destino seguir viajando en el tiempo hasta
que diera por fin con su última morada?
-Buenas nuevas, hijo -dijo una voz amable, devolviéndole al presente.
-¿Q... qué? -Geirolf no había oído acercarse a nadie. Se volvió hacia el lugar de donde
venía la voz, dando un paso atrás.
De pie ante él se encontraba un clérigo de edad indefinible que lucía una tonsura. Llevaba
el hábito con capucha de color marrón típico de la comunidad monástica, y sandalias. La
piel de su rostro era suave y traslúcida, sus ojos de un color azul penetrante.
-¿De dónde has salido? -espetó Geirolf. Había un grupo de turistas en la parte más alta
del castillo, erigido sobre un imponente afloramiento rocoso al otro lado de la isla. En la
distancia, vio brillar su estructura al sol del mediodía como tina joya altanera, enmarcada
por una pared vertical llena de vida, con los vivos colores del tomillo, la valeriana, las
malvas y los claveles silvestres.
El hombre santo, como única respuesta, curvó sus labios en una leve sonrisa misteriosa.
-¿Quién eres? --A Geirolf le hubiera gustado tener su espada consigo. El abad le lanzó
una mirada perturbadora. Después de todo, como es bien sabido, muchos hombres de
Iglesia estaban tan sedientos de sangre como los guerreros mas crueles. Y además, tenían
buenas razones para ociar a los hombres del norte.
-Aidan
--¿Aidan?--dijo Geirolf con voz entrecortada--. San Aidan?
-Bueno, yo no sé nada de la santidad --respondió el hombre, con un brillo de chanza en
sus ojos etéreos.
¿Eres el monje que fundó una orden religiosa en Lindisfarne? -Geirolf no podía creer
haber formulado aquella pregunta. De ser su respuesta afirmativa, eso significaría que
aquel monje llevaba habitando aquel lugar más de trece siglos. ; Un absurdo!
«Pero no puede ser más absurdo que .ni viaje desde el siglo x.» Geirolf se puso una mano
sobre sus sienes, que latían con fuerza.
--¿Por qué te empeñas en preocuparte por lo que está fuera de tu control, hijo?-preguntó
el hombre con voz compasiva. Sus ojos empañados parecían querer atravesar el afina de
Rolf---. No puede suceder nada que no sea voluntad de Dios.
Geirolf alzó la vista esperanzado. Tal vez aquel clérigo, fuera quien fuese, estaba en
posesión de las respuestas.
-Creo que tienes algo para mí -dijo el monje, alargando un brazo con la palma de la mano
hacia arriba.
Geirolf sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Sin vacilar, desabrochó la
hebilla de su cinturón talismán y extrajo la reliquia sagrada. Depositó el crucifijo sobre la
palma de la mano del monje, que inmediatamente se cerró en un puño. Después,
profiriendo un suspira, el monje dijo:
-Ya está.
-¿Qué es lo que ya está? ¿Quién eres tú realmente? ¿Por qué estoy aquí?
De nuevo, el monje se limitó a sonreír con ternura. -Cuando el ciclo del tiempo se cierra,
la línea de la vida puede continuar.
--¿ Eh? ¿Qué clase de acertijo es éste?
El monje hizo la señal de la cruz en el aire ante Rolf. -Yo te bendigo, hijo.
-Pero... pero... ¿qué se supone que debo hacer ahora? -Ir en busca de tu destino.
-¿Destino? ¿Qué destino? -gritó Rolf al monte, que va había dado media vuelta y se
alejaba,
justo en ese momento, una ráfaga de viento revolvió sus cabellos, disponiéndolos corno
una venda sobre sus ojos. En el segundo que Geirolf tardó en apartar los mechones de su
cara, el monje había desaparecido.
«Ir en busca de tu destino», había dicho el monje, pero Geirolf no tenía la menor idea de
a qué se refería... hasta que sus ojos, que seguían escrutando la línea de la costa barrida
por el viento en busca del monje, se detuvieron sobre un objeto de color rojo incrustado
entre unas escarpadas rocas. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
Geirolf se aproximó a las rocas, y vio una rosa roja alzándose entre las ruinas. Se agachó
para olfatear el aire impregnado de su aroma. Entonces sonrió. Esa era la señal.
Ahora sabía cuál era su destino.
Merry-Death. »

-Profesora Foster; tenemos otro candidato para el puesto de capitán -dijo Mike, asomando
la cabeza por la puerta de la oficina de Meredith, a última hora del día.
Meredith alzó la cabeza de los papeles que estaba clasificando, y echó un rápido vistazo a
su reloj. Las seis. Tendría que salir muy pronto, para recoger a Thea del entrenamiento de
fútbol. Le sorprendió que Mike no se hubiera ido todavía. Desde que había empezado a
salir con Sonja, no se quedaba un minuto más de lo necesario.
Además, ¿por qué no estaba en su puesto, en el lugar en que se construía el drakkar del
proyecto?
Pero lo que más le sorprendió fue oírle anunciar a otro aspirante para pilotar el drakkar.
El puesto ya estaba ocupado. La semana anterior habían seleccionado a un joven y
entusiasta navegante de Michigan, si bien era cierto que había sido una decisión un tanto
desesperada.
-Dile que ya no hacemos más entrevistas -dijo Meredith mientras se quitaba las gafas de
lectura y se frotaba el puente de la nariz. Entonces se percató de la palidez del rostro de
Mike. Éste se había llevado a la boca un puño, como intentando reprimir una desbordante
emoción.
-¿Estás enfermo? -preguntó Meredith preocupada, poniéndose en pie y rodeando la mesa
hacia él. Mike denegó con la cabeza.
-Creo que te gustaría conocer a este... candidato -insistió Mike-. Es perfecto para el
puesto.
Con esas palabras, se dispuso a salir de la oficina y, girando la cabeza por encima del
hombro, concluyó:
-Sonja y yo iremos a buscar a Thea al colegio.
Antes de que le diera tiempo a reaccionar ante el ofrecimiento de Mike, por otra parte no
solicitado, un hombre muy alto entró caminando hacia atrás en la estancia, susurrando
algo a Mike. Al principio, lo único que Meredith pudo ver fueron sus largas piernas;
vestía pantalones vaqueros de diseño, y calzaba mocasines. Luego apreció sus anchos
hombros sobre los cuales se asentaba una camisa de etiqueta sin cuello, de lino y color
blanco, y una chaqueta de sport de color azul.
De pronto, en aquella fracción de segundo, observó algo más: el hombre llevaba su larga
cabellera de color castaño claro recogida en una cola de caballo. Igual que...
El corazón le dio un vuelco y empezó a latir desaforadamente antes de que el hombre se
diera la vuelta en lo que le pareció una escena a cámara lenta. Un par de ojos color
whisky se clavaron en los suyos con pasmosa adoración.
Le pareció que se quedaba sin sangre en la cabeza, y que una oleada de exaltación la
inundaba. Se aferró al borde de la mesa en previsión de un desvanecimiento. Parpadeó
una, dos, tres veces, para asegurarse de que no se trataba de tina alucinación. La prueba
estaba ante ella, con los ojos colmados de ternura, esperando que le reconociera. Se
trataba de un vikingo, seguro, a pesar de su moderno atavío.
Un sollozo se escapó de sus pulmones.
-Mi amada -dijo Rolf con voz áspera.
-¡Rolf! -gritó mientras se arrojaba a sus brazos-. ¡Has vuelto!
«Por fin», pensó Rolf en el primer momento en que volvió a ver a Merry-Death. En aquel
breve instante previo al abrazo, comprobó que volvía a llevar sus aburridos calzones y
jubón de color marrón, y su exuberante melena de color caoba recogida en un moño
monjil en la nuca.
Eso cambiaría muy pronto, pero de momento se limitó a cerrar los ojos para disfrutar de
la abrumadora oleada de placer que le bañó por completo. El dolor que había sentido al
separarse de Meredith era físico, ahora se daba cuenta. Bastaba su breve roce para
sentirse curado.
Cerró la puerta de un golpe con el talón, y echó el pestillo con un rápido movimiento de
sus dedos, para a continuación abrazar con más fuerza a Merry-Death, cuyas piernas ya
no tocaban el suelo, y enterrar el rostro en su cuello. Rolf inhaló profundamente, y el
delicado aroma a rosas inundó sus sentidos.
Estaba en casa. ¡Por fin!
Con un suspiro procedente de sus entrañas, alzó el rostro. No pudo resistir rozar sus
labios contra los de ella. Casi se desvaneció ante la embriagadora dicha que provocó
aquel gesto. Inmediatamente, profundizó en su beso, hambriento, devorándola. Había
pasado tanto tiempo. ¡Demasiado!
Por fin, Meredith se apartó, tratando de recobrar el aliento. Ella enmarcó el rostro de Rolf
entre sus manos y le miró con puro amor. Sus ojos, que parecían esmeraldas líquidas,
derramaron innumerables lágrimas que surcaron sus mejillas.
-¿Sientes el hormigueo? -dijo ella con voz entrecortada, posando las puntas de los dedos
sobre sus labios-. Dios mío, hace ya seis interminables semanas que no siento esta
sensación.
Rolf sonrió. Sí, definitivamente sentía un hormigueo en sus labios... y otras partes de su
cuerpo que era mejor no mencionar. Su sonrisa se hizo más amplia.
De algún modo, se habían desplazado hasta llegar al escritorio. Meredith estaba medio
sentada, medio recostada contra el borde de la mesa, y Rolf inclinado sobre ella. Él alargó
un brazo y arrojó al suelo todos los papeles, bolígrafos y otros materiales desechables
típicos de su profesión que había sobre la mesa. Después la colocó de forma que pudiera
yacer boca arriba sobre su espalda.
En caso necesario, los vikingos eran famosos por su habilidad para improvisar un lecho
para el apareamiento en cualquier lugar. De hecho, se decía que un escandinavo podría
hacerlo en un glaciar, si sentía la llamada del deseo carnal, recordó Geirolf. Su hermano
Jorund afirmaba haber hecho el amor encima de un árbol, pero Geirolf no podía dar
crédito a semejante bravata.
Con las prisas, no se preocupó de desnudarla, ni de desvestirse. Simplemente le bajó los
calzones y los panties de seda hasta las rodillas de un tirón, lo cual hizo salir volando
botones aquí y allá. Desabrochó el botón a presión y la cremallera de sus pantalones
vaqueros. Señor, los hombres modernos sabían lo que estaban haciendo cuando
inventaron las cremalleras. En un abrir y cerrar de ojos, se colocó sobre ella. Le saldrían
cardenales en las rodillas debido al contacto contra el sólido escritorio, pero ¡a quién
podía importarle eso? Todo guerrero vikingo sabía que para ganar las mejores batallas
había que sufrir un poco.
Meredith le miró entrecerrando los ojos.
-¡No habrás sentido hormigueos con otra durante estas semanas, no?
Él intentó reír, pero su risa salió como un gorgoteo.
--Encanto, ¿crees que estaría sobre ti como un cachorro sobreexcitado si hubiera sentido
hormigueos con otra moza?
Ella sonrió dulcemente, mientras le traía hacia sí rodeándole el cuello con una mano, y la
otra guiaba a su miembro viril. Rolf sintió una explosión de estrellas detrás de los ojos.
Luchó por contenerse. Y de pronto, alabados sean los dioses, se encontraba en la
acogedora cueva de su amada.
Entre caricias, la besó en múltiples ocasiones rozándole los párpados, la barbilla, aquel
punto sensible de piel tersa debajo de las orejas, su frente, la punta de la nariz.
Entremezcladas con sus besos volaban tiernas palabras de cariño con las que ambos
expresaron la magnitud de su añoranza y lo fantástico que era estar juntos de nuevo.
-Me rompiste el corazón -susurró ella.
-Te lo recompondré -prometió él-, con mi amor. -Nunca vuelvas a abandonarme.
-Nunca.
-Te quiero, Geirolf Ericsson.
-Te quiero, Merry-Death Ericsson.
La tierra pareció temblar cuando ambos llegaron al mismo tiempo al clímax, como una
explosión. O tal vez se trataba de la mesa que se había deslizado sobre el suelo de madera
debido a la intensidad de su acto amoroso.
Rolf prefería la primera explicación. Otra señal de los dioses. En verdad, juraría que
había oído un trueno de Thor en la distancia. ¿O acaso se trataría del dios único cristiano
en un aplauso a aquel pagano testarudo, que por fin estaba cumpliendo con su destino?
Mientras ambos vacían satisfechos, abrazados, murmurando palabras de asombro sobre
las Parcas que habían predestinado la convergencia de sus caminos, Geirolf se preguntaba
si sería demasiado pronto para preguntar a Merry-Death si tenía galletas Oreo en su
feudo.

Meredith no podía creer hasta qué punto había cambiado su vida en las últimas horas.
Mientras se dirigían hacia el aparcamiento de la facultad, donde se encontraba el
descapotable de color rosa, no dejó de mirar a Rolf para asegurarse de que no era un
sueño.
-Te quedaste con el coche --empezó a decir Rolf con una sonrisa, alargando el brazo para
recoger un mechón del cabello de Meredith, despeinada por el viento, detrás de su oreja.
No podía evitar su anhelo de tocarla. Y a ella le pasaba lo mismo.
Meredith alzó la barbilla, poniéndose a la defensiva sobre el comentario del coche.
-No me ha dado tiempo de deshacerme de él -mintió. En un principio había manifestado
ante Rolf su desacuerdo acerca de la compra de aquel coche horroroso, amenazándole
con venderlo en cuanto se hubiera ido. Pero después le empezó a gustar aquella
aspiradora de gasolina, que podía verse incluso desde aquella distancia, aproximadamente
de la longitud de un campo de fútbol, gracias a su color Pepto-Bismol.
Rolf rió, y siguió haciéndole preguntas sin parar. Ella también tenía innumerables
preguntas para él. ¿Qué había sucedido de regreso al siglo x? ¿Había cesado la
hambruna? ¿Cómo había conseguido volver? No obstante, le dejó hablar primero.
-Parece que haya pasado un milenio, en lugar de seis semanas. -Rolf dejó escapar un
suspiro y la atrajo hacia sí en un gesto acogedor, besando levemente su cabeza-. Dime
qué ha pasado en todo este tiempo.
-Ha sido un infierno.
-Para mí también, encanto. -Él apretó su abrazo, rodeándola por los hombros--. ¿Se ha
adaptado bien Thea?
--Perfectamente. Estaba devastada por tu... -le miró consternada- muerte. Pero los niños
tienen mucha capacidad de recuperación, y Thea está triunfando en su nuevo ambiente.
-¿Por qué estás tan roja? ¿Tienes fiebre?
A Meredith le dio un vuelco el corazón. Rolf no sabía nada de su embarazo. En realidad,
nadie lo sabía todavía; había decidido mantenerlo en secreto hasta que empezase a
notársele, dentro de uno o dos meses. Ella le miró de reojo con timidez. ¿Se alegraría con
la noticia? Seguro que sí. Pero no era el momento. Más tarde. Debía esperar al momento
oportuno... quería que fuera algo especial.
Rolf ladeó la cabeza.
-¿Merry-Death? -preguntó de repente.
-Debe de ser el sol -respondió ella con evasivas; después movió las cejas con picardía-. O
el hacer el amor.
Él asintió con la cabeza en un gesto de arrogante satisfacción. -No se te ocurra ponerte
enferma ahora, por lo menos hasta que hayamos hecho el amor otras diez veces... mejor
veinte, o cincuenta.
Sí, la arrogancia era la segunda naturaleza de Rolf. Cuando llegaron al coche, ella arrojó
su maletín en el asiento de atrás y se volvió hacia él, alzando una ceja en un gesto que
denotaba escepticismo.
Él le guiñó un ojo.
-Promesas, promesas -dijo para provocarle, casi incapaz de reprimir la risa causada por el
aleteo de mariposas que aquel guiño había engendrado en su estómago-. Por cierto, ¿de
dónde has sacado esos trapitos tan elegantes?
-Los compré en Londres -dijo Rolf sin pensar, mientras abría la puerta del coche.
«Oh, oh», pensó Geirolf, dándose cuenta inmediatamente de su metedura de pata.
-¿Londres? -La expresión dulce de Meredith desapareció, y su rostro adquirió la adustez
de una roca, mientras le atravesaba con una mirada incrédula.
-¿Acabas de volver después de pasar seis semanas en el pasado, pero decidiste pasar por
Londres antes de venir a verme?
Él también había olvidado la habilidad de Meredith para romper los tímpanos a
cualquiera mediante sus chillidos.
-¿Qué? No, me estás malinterpretando Merry-Death -denegó él, intentando conferir un
tono neutro a sus palabras-. El viaje en el tiempo en sentido inverso nunca tuvo lugar... he
estado... -No pudo acabar la frase, al ver que ella se ponía aún más tensa.
-¿No regresaste a tu tiempo? -dijo, apretando los dientes-. ¿Estás diciéndome que durante
las últimas seis semanas has estado dando vueltas por el vecindario y ni siquiera te
tomaste la molestia de informarme?
-No estuve en el vecindario, encanto, sino en Europa.
Rolf intentó rodearla con un brazo por los hombros, pero no se sorprendió al ver que ella
le rechazaba.
-¡Tarado! ¡Animal! ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Te imaginas el martirio que me
has hecho pasar? -Meredith escondió la cara entre las manos-. Nunca creí que pudieras
ser tan cruel.
-Merry-Death, déjame explicarte.
-¡No! --gritó y se apresuró al otro lado del coche a grandes zancadas, para abrir la puerta
del conductor. Con las manos en las caderas, y los ojos anegados por lágrimas de ira y de
dolor, añadió con voz glacial-: Creía que estaba acostumbrada a la traición, después de
Jeffrey, pero esto... esto es lo peor que ningún hombre me ha hecho jamás. No quiera
volver a verte nunca. ¿Me has oído? Se acabó.
« ¡ Nunca! »
Cómo se atrevía a compararle con aquel malnacido de su ex marido. Sus acciones estaban
justificadas. El amor que sentía hacia ella había sido la luz que le había guiado.
-Merry-Death, si me escucharas tan sólo un momento. Tenía buenas razones para fingir
que estaba muerto.
-Nada, me oyes, nada en este mundo podría justificar lo que has hecho. -Meredith se
deslizó en el asiento del conductor y cerró la puerta de un portazo. Arrancó el coche y
aceleró el motor sin moverse, después le lanzó una mirada furiosa cuando él se disponía a
ocupar el asiento del copiloto.
-¡Fuera! No quiero que vengas conmigo a casa.
-¿Y dónde se supone que debo ir?
-No lo sé -aulló ella-, ni me importa.
Herido, salió del vehículo y cerró la puerta con idéntica violencia.
-No lo dices en serio, Merry-Death. Ten cuidado con tus duras acusaciones. Algunas
palabras, una vez dichas, no pueden retirarse.
Ella apoyó la frente en el volante un momento. Después de un prolongado suspiro, alzó la
vista hacia él.
-Sí me importa, Rolf, pero hay cosas más importantes en la vida.
--¿Más que el amor? -preguntó él en tono burlón.
-Sí. Por ejemplo la confianza. El compromiso. El honor.
Necesito tiempo para pensar en todo esto, Rolf. No me sigas.
Por favor.
Antes de que le diera tiempo a decirle que no podría reflexionar sobre aquel asunto sin
conocer los hechos, el coche de Merry-Death se alejó con un rugido entre la nube de
humo que salió del tubo de escape. El orgullo de vikingo de Geirolf se rebeló. La
confianza debía ser aplicable a los dos. ¿ Dónde estaba la confianza de Merry-Death en
él?
¿Y qué le hacía imaginarse que saldría corriendo tras ella como un mozalbete cobarde?
Había sufrido sobremanera en las últimas semanas, buscando la manera de poder
permanecer en su tiempo. ¿Y acaso ella valoraba sus esfuerzos? ¡No!
Pero lo peor es que Merry-Death había puesto su honor en tela de juicio. Era un insulto
que no podía tolerar. Aquella afrenta a su integridad era la daga verbal que más le había
herido.
Bueno, esperaría a que ella viniera a él cuando recuperara el sentido común. Era un
vikingo. No se rebajaría a perseguirla, ni a acudir allí donde su presencia no era deseada.
No era así corno se había imaginado su regreso.

Capítulo veinte
-¡Santo cielo! ¡Tía Mer, corre! ¡Tienes que ver esto! -gritó Thea desde el salón.
Meredith se secó las manos con un trapo y bajó el fuego de la olla con caldo de pollo que
ya hervía en la cocina. Mientras se dirigía a la sala de estar, hizo un deliberado esfuerzo
por plasmar una sonrisa en su cara, para evitar que su sobrina se diera cuenta de que se
estaba resquebrajando por dentro.
Había pasado una semana desde el regreso de Rolf... una semana durante la cual el
orgullo había impedido a ambos cualquier amago de acercamiento. A pesar de la
insistencia de Mike y de Thea, que habían hablado con Rolf en varias ocasiones (de
hecho, Rolf estaba en casa de Mike), ella había rehusado la posibilidad de un encuentro.
Todavía tenía los sentimientos a flor de piel. Y tenía miedo por el niño. ¿Realmente
quería introducir a Rolf en la vida de su bebé, cuando existía la posibilidad de que su
padre desapareciera en cualquier momento? ¿O de que eligiera no compartir sus vidas,
como ya había hecho de manera tan cruel en las pasadas seis semanas?
Meredith profirió un lamento al ver por qué Thea había requerido su presencia en el
salón. La muchacha estaba viendo Un chapuzas en casa. Dog dormía a sus pies, con las
cuatro patas estiradas. Meredith tuvo que mirar dos veces, para darse cuenta de qué
sucedía.
¿No era Rolf ese que conversaba en la pantalla con Tim Taylor el Hombre-herramienta,
su amigo Al y el vecino Wilson?
Sí, era él. De algún modo, el insufrible bruto había conseguido salir en el programa.
«Será mejor que no esté pensando en traer aquí el programa. Ya le advertí que no lo
hiciera. Será mejor que no hable del Proyecto Trondheim. Será mejor que...»
¡Ja! Aquel estúpido testarudo haría lo que le viniera en gana, como demostraba el hecho
de que su rostro apareciera en una cadena de televisión de ámbito nacional, justo la clase
de publicidad que ella le había desaconsejado por el riesgo que acarreaba.
Rolf estaba vestido con el uniforme completo de vikingo: su túnica de piel de venado
hasta medio muslo, sus botas hasta los tobillos atadas con tiras de cuero y un ancho
cinturón con una hebilla dorada. Por si fuera poco, los demás actores llevaban un atuendo
similar, mientras admiraban un drakkar vikingo que descansaba con absoluta
incongruencia en la entrada del garaje de Tim. Pero ¿cómo habían conseguido un dragón
vikingo en tan poco tiempo? Aquel ejemplar debía de pertenecer a un museo, o tal vez
había sido confeccionado apresuradamente con láminas de contrachapado y cola de
carpintero. O con cinta americana, el juguete preferido de aquel tonto.
-El programa empieza cuando Tim truca su lancha motora para adaptarla a «un hombre
de verdad». -Thea puso al tanto a su tía de lo que ya había pasado en el programa,
haciendo un breve resumen-. Cuando Tim y Al fueron a un lago a probarla, la lancha
alcanzó los doscientos cuarenta por hora. Por supuesto, el trasto chocó contra el
embarcadero, donde Tim conoció al personaje del vikingo, representado por Rolf, que
acababa de volver de una salida en su drakkar. ¿No te parece un guión fantástico, tía
Mer?
«Sí, realmente fantástico.»
Meredith miró detenidamente y decidió que todos aquellos hombres tenían un aspecto
ridículo, especialmente Tim, que lucía un anacrónico casco con cuernos. Al llevaba un
hacha de guerra apoyada en un hombro, y Wilson se protegía el rostro con un escudo.
Pero en un segundo examen, tuvo que admitir que Rolf no estaba ridículo; al contrario,
estaba tan atractivo como siempre. ¡Maldita sea!
Meredith frunció el ceño. ¿Dónde estaba el cinturón talismán de Rolf? Ahora que lo
pensaba, tampoco lo llevaba en su encuentro la semana pasada. Y él no iba a ninguna
parte sin ese condenado cinturón. A menos que...
-Sólo quería conseguir una lancha motora realmente especial -se lamentaba Tim ante sus
amigos-. No sé por qué Jill está tan enfadada. Los daños tampoco son tan graves.
¡Mujeres!
-No estabas a su lado cuando te necesitaba -le recordó Al, que representaba el sentido
común-. Acuérdate de que Jill te dijo que tenía problemas en el trabajo. Los niños la
sacan de sus casillas y encima tiene que perder cinco kilos antes del encuentro de
antiguos alumnos que tendrá lugar la semana que viene. Su psique femenina está
pidiendo a gritos el respaldo de un ego masculino, algo así como los electrodos negativo
y positivo de una batería. -Al hizo un gesto con la cabeza, mirándole como si fuera un
caso perdido-. Chist, chist. La has decepcionado.
-Puede que tengas razón -dijo Wilson-. Sí, ¡ya lo creo!
-¡No! Sólo necesitan que le carguen la batería. ¡Ja, ja, ja! -dijo Tim, intentando hacer un
chiste-. Un verdadero hombre sabe cómo hacer rugir el motor de una mujer.
-¿Un verdadero hombre? ¡Ja! Yo soy más sensible ante las necesidades de una mujer, Tim
—declaró Al con aire de autosuficiencia-. Y eso es porque estoy sintonizado con el lado
femenino de mi cerebro. Tú deberías hacer lo mismo. Y eso también es aplicable al resto
de los hombres.
-¿Eh? -exclamaron Ti m y Rolf al unísono.
-¿Dónde aprendiste esa pizca de sabiduría, buen hombre? -Wilson estaba ahora en el
jardín de Tim, pero su cara quedaba oculta detrás de... oh, dios... dos pechos enormes.
¿Era Ingrid, aquella figura que intentaba colocar en la proa del drakkar?
En efecto. El mascarón de proa adecuado para un verdadero hombre.
-En el show de Oprah -fue la respuesta de Al.
-Me lo imaginaba --respondieron Tim y Rolf con una sola voz.
Mientras Tim consideraba los consejos de Al, su casco se ladeó ligeramente, y con él, sus
cuernos-. Pero Jill también debería ser más sensible respecto a mis necesidades. Un
hombre debe cumplir con su ... su...
-¿Destino? -interrumpió Rolf.
«Ya le enseñaré yo su destino.»
-¡Sí! -confirmó Tim con entusiasmo-. Cada hombre debe cumplir con su destino. -Los
demás asintieron con la cabeza.
«Imbécil. Son una padilla de imbéciles.»
-Muy cierto, Tim -opinó el sabio Wilson-. Efectivamente, cuando estaba en Pago Pago,
un jefe de una tribu me enseñó que cada hombre debe perseguir un objetivo vital... su
destino, por llamarlo así. A veces las mujeres no entienden que es el honor de un hombre
lo que está en juego. ¿No sucede lo mismo en la cultura vikinga, Rolf ?
-Sí, hay cosas que no cambian, independientemente de la cultura o del siglo -respondió
Rolf con cierto nerviosismo, mientras pasaba el peso de su cuerpo de un pie a otro-. Un
hombre debe proteger a aquellos que se amparan bajo su escudo: su esposa, sus padres,
sus amigos. No corresponde a su mujer poner objeciones a las decisiones de su marido.
«El último cerdo machista vikingo, eso es lo que es.»
-Sí -corearon los otros tres idiotas.
-Si una mujer ama a un hombre -prosiguió Rolf, mirando de nuevo a la cámara, como si
sus palabras estuvieran dirigidas a ella--, debería confiar en la capacidad de su marido
para elegir el camino correcto. No debería deshonrarle poniendo en duda su lealtad.
«¿Y qué hay de la confianza del hombre hacia su mujer, Rolf?»
-En tiempos de los vikingos, ¿las mujeres también fastidiaban a sus maridos? -intervino
Tim, llevando la conversación al terreno humorístico.
Rolf soltó una risotada y murmuró una ordinariez entre dientes, que fue censurada con un
pitido. Todos rieron a carcajada limpia, incluido Rolf, mientras alzaban botellines de
cerveza para brindar a la salud de ese ápice de masculinidad universal. Meredith se dejó
caer en el sofá al lado de Thea.
-¿Sabías algo de esto?
-No, sólo que Rolf me pidió que le grabara el programa de esta noche.
Meredith decidió que tenía mucho en qué pensar. Ahora se encontraban en el decorado de
televisión que hacía las veces de taller de Tim, construyendo un drakkar de baratillo.
-Lo principal es que la mujer... esto, la madera, sea flexible -explicó Rolf, doblando una
lámina de madera verde, que ya tenía forma de cuña-. Eso nos permite doblegarla en la
dirección correcta.
-¡Muy bien, hombre! -gritó Tim, apretando un puño. -No hay nada peor que un barco con
la cubierta rígida. -O una mujer obstinada -añadió Tim.
Rolf sonrió, sin duda dándose unas imaginarias palmaditas en la espalda.
-Un hombre debe gobernar su barco, dirigir su rumbo -prosiguió en una analogía
machista-. Un barco con la quilla torcida escorará toda su vida... quiero decir, por los
mares. Sin timón. -Su sonrisa se hizo aún más ancha.
«Ya me encargaré yo de su timón, como vuelva a ponerse al alcance de mi mano.»
-Un buen barco puede ser el tesoro más preciado de un hombre, o darle los peores
disgustos -concluyó Rolf con un suspiro-. Por supuesto, existe un método infalible para
evitar que un barco testarudo te zarandee de un lado a otro -dijo Rolf con indiferencia,
mientras se acercaba a la pared de la que pendían las herramientas al otro lado del plató.
Tomó un perno de metal con forma de «S», y lo sostuvo en el aire-. Los constructores de
barcos escandinavos fabrican artefactos semejantes en madera. ¿Nunca te hablé sobre los
clavos «S» de los vikingos? ¿No? Bueno, tal vez en otra ocasión. Es un mecanismo que
garantiza el amarre de un barco díscolo, o bien, en el caso del famoso punto «S» de los
vikingos, sirve para poner a una mujer en el lugar que le corresponde.
Entonces Rolf hizo un guiño a la cámara.
Meredith sabía, simplemente estaba segura, de que aquel guiño iba dirigido a ella. Una
promesa. Aquel patán vikingo pretendía ponerla «en el lugar que le correspondía».

La oscuridad ya cubría con su manto la campiña mientras Meredith conducía por la larga
y empinada carretera hacia su casa, al anochecer del día siguiente. Acababa de volver del
aeropuerto, donde había dejado a su sobrina para que tomase el puente aéreo a Chicago.
Thea iba a pasar unos días con su padre y la familia de éste. Sería la primera visita desde
que se mudase a vivir con ella. No era el viaje de sus sueños, pero Thea había consentido
en hacerles una breve visita, a petición de Meredith. La muchacha necesitaba el amor de
su padre.
Cuando se acercaba a la casa en penumbra, con el porche en forma de «A», tuvo una
sensación de déjá vu. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que volvió a la
casa vacía, casi tres meses. Cuando Rolf entró por primera vez en su vida, y después
Thea.
Entonces, el drakkar del proyecto Trondheim todavía estaba por construir. Entonces,
todavía no había abandonado la plaza de la que era titular en la Universidad de Columbia
para quedarse en la de Oxley. Entonces, su vida todavía no estaba del revés, ni había dado
un giro de ciento ochenta grados. Entonces, todavía no estaba embarazada.
Le iría bien pasar unos cuantos días sola, pensó Meredith resuelta mientras aparcaba el
coche y se dirigía hacia la puerta principal. Necesitaba tiempo para tomar las decisiones
pertinentes sobre su futuro y la relación que pudiera mantener con Rolf, a quien suponía
todavía en Nueva York, donde se grababa Un chapuzas en casa, ¿o era en Los Ángeles?
Daba igual.
Mike había sido una tumba, cuando le preguntó por Rolf aquella tarde. Se limitó a
comentar que Tim Allen había ofrecido a Rolf participar periódicamente en su programa,
como estrella invitada; haría el papel de un vikingo filósofo, parecido al personaje de
Wilson. Al parecer, la audiencia del programa se había disparado en su emisión de la
noche anterior.
Meredith se quedó boquiabierta al oír la noticia. Era lo que le faltaba: Rolf una estrella de
la televisión.
-Rolf declinó la oferta -concluyó Mike.
«¡Gracias a dios!»
Al introducir la llave en la cerradura, la recibió un alegre sonido. Sonrió al pensar que
había otros cambios en su vida, tan solitaria hacía tan sólo unos pocos meses. Ahora ya
no estaba completamente sola. Tenía a Dog.
« ¡Yupi! », pensó irónicamente.
Nada más franquear la entrada, un brazo robusto la asió por la cintura, alzándola del
suelo, y sintió la presión de un cuchillo en el cuello. El tiempo se detuvo, y los últimos
tres meses se desvanecieron, como copos de nieve llevados por el viento.
En una rápida recapitulación de su experiencia anterior, dejó caer el maletín al suelo,
cuyo contenido se esparció por todas partes. De su boca salieron incluso las mismas
palabras, mientras pataleaba, con un grito:
-¡Suéltame!
Dog ladró ruidosamente, pero Meredith no estaba segura de si su intención era asustar a
su «atacante» o animarle.
-¡Hljótt! -ordenó Rolf al animal, que se escabulló con el rabo entre las piernas para
tumbarse obediente en una esquina. ;Caray! ¿El perro también entendía el nórdico
antiguo?
Su «atacante» profirió la misma orden gutural «Hljótt!», que quería decir « ¡Calla! », al
ver que ella seguía gritando y luchando por liberarse de su doloroso abrazo. Por último, él
bufó fuertemente, enojado, antes de echársela al hombro.
-¿No querías un vikingo vicioso? Pues aquí lo tienes -dijo entre dientes. Cargó con ella
hasta el salón, donde la única fuente de luz en la casa provenía del fuego que crepitaba en
la chimenea. Aquel sinvergüenza la arrojó al sofá, y se inclinó sobre ella, apoyando las
manos estiradas sobre sus hombros para clavarlos en el respaldo, e inmovilizando con
firmeza el cuerpo de Meredith con ayuda de la cadera derecha.
-Eres... eres despreciable. -chilló.
-Sí, tienes razón -dijo furioso-. Y será mejor que vayas acostumbrándote a mi naturaleza
abyecta, porque ni siquiera tus chillidos serán capaces de hacerme desistir esta vez.
-No puedes irrumpir de ese modo en mi casa. Cualquier hombre civilizado respetaría mis
deseos y me dejaría en paz --protestó débilmente Meredith.
-¿Como Jeffrey? Blód hel! -Ahora te gusta esa clase de hombres? --Su voz cargada de
desprecio rasgo el aire.
-;No' -Entonces, al darse cuenta de que había cedido en ese punto, añadió-: Pero eso no
quiere decir que...
Rolf alzó una mano para interrumpirla y preguntar con frialdad:
-¿Hubieras preferido que volviera a mi propio tiempo, Merry-Death?
Ella denegó con la cabeza, incapaz de pronunciar una palabra ante el martirio que la mera
hipótesis evocaba en ella. Se sintió como el perro del hortelano. No quería tenerle en su
casa, pero tampoco quería que se marchara.
La expresión de Rolf se suavizó cuando la miró fijamente.
-En verdad, sospecho que no sabes lo que quieres. La resistencia que opones mana en su
mayor parte del dolor, y eso es algo que puedo comprender. En serio. He aturdido tu
sentir con mis estúpidas acciones, Merry-Death. Déjame explicarte. Quizá sea de ayuda.
Rolf se apartó ligeramente de ella, echándose un poco hacia atrás, aunque todavía
manteniéndola firmemente sujeta contra el sofá, y ofreciendo a Meredith la primicia de su
nuevo look. Llevaba la misma ropa que hacía una semana en su oficina: mocasines,
pantalones vaqueros de diseño, una camisa de etiqueta sin cuello, de lino y de color
blanco, y una chaqueta de sport azul oscuro. Pero se había cortado el pelo. No corto como
el de Mike, pero bastante recortado por los lados y a la altura del cuello por detrás.
-¿Por qué te has cortado el pelo? -preguntó Meredith con la voz entrecortada.
-Me estoy adaptando -respondió él tímidamente.
Una oleada de tristeza la inundó al pensar que Rolf quería deshacerse de su imagen de
vikingo.
-Rolf, un corte de pelo no te convertirá en un hombre de los noventa, ni tampoco esa ropa
tan elegante. Puedes eliminar al hombre que hay en el vikingo, pero no al vikingo que
hay en el hombre.
-No es ésa la razón por la compré estas ropas, o pasé por el barbero. -Avanzó la
mandíbula indignado.
Se erizó al recordar que había sido su curiosidad por saber dónde había comprado
aquellos atavíos lo que había provocado su separación la semana anterior.
-No te pongas dura conmigo, Merry-Death -advirtió-. Tus tercas demostraciones de la
semana pasada han sido más que suficientes. Ha llegado el momento de que cierres la
boca y abras tus oídos a mi historia.
« ¡Será grosero el zopenco! »
Se revolvió, intentando escabullirse.
-Te amordazaré si es necesario -la amenazó Rolf.
Ella volvió el rostro hacia otro lado, pero él asió su barbilla con dedos como tenazas, para
obligarla a mirarle a los ojos.
-Te quiero, Merry-Death -dijo-, pero a veces me lo pones muy difícil. Y quiero que sepas
esto: no estaré persiguiéndote toda la vida.
Mordiéndose el labio inferior, intentó evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas al oír
aquellas palabras. Ella quería oírle decir que la quería.
-El viaje en el tiempo para regresar a mi época no funcionó -empezó a decir Rolf.
Ella le fulminó con una mirada condescendiente que venía a decir «¿No me digas? Podías
contarme algo que todavía no sepa».
-Al principio, consideré la posibilidad de regresar contigo a tu feudo, pero me preocupaba
hacerte pasar por la agonía de continuas despedidas. Tendría que volver a intentarlo una y
otra vez. Entonces te vi en la pantalla de televisión. Los escribas de las noticias te
preguntaban si el proyecto quedaría cancelado debido a los posibles riesgos. Eso no hizo
más que reafirmarme en mi convicción de que mi regreso pondría en peligro, no sólo tu
bienestar, sino también el proyecto Trondheim.
-¿Por eso fuiste a Londres? -espetó ella en tono burlón, mientras su labio superior se
curvaba en señal de desprecio.
-No, fui a Noruega. Durante varias semanas investigué en los museos y las bibliotecas de
mi país. Finalmente, encontré la respuesta. Ah, Merry-Death, descubrí algo extraordina-
rio. La hambruna finalizó en el momento en que atravesé el portal del tiempo: la noche de
la Luna del Demonio.
A pesar de que le daba rabia, Meredith estaba fascinada con el enigmático relato de Rolf.
-¿Sabes lo que eso quiere decir, querida? Mi regreso al siglo x ya no es necesario.
El corazón de Meredith se tranquilizó ante aquella significativa revelación. Pero seguía
habiendo tantos cabos sueltos. Y le costaba perdonarle su crueldad al haber fingido estar
muerto.
-¿Cuándo hiciste ese descubrimiento exactamente?
Rolf vaciló y rehuyó su mirada, farfullando algo entre dientes.
-¿Qué has dicho?
-Hace tres semanas -admitió en voz más alta. -¡Hace tres semanas!
-Cálmate, Merry-Death. Necesitaba saber por qué fui enviado a través del tiempo, a otro
país... a tus brazos.
«Todas estas semanas de sufrimiento, y él no dio señales de vida porque necesitaba
respuestas. Le mato.»
-¿Encontraste tus respuestas? -preguntó con dulzura glacial.
-Bueno, algunas. Fui a Lindisfarne, la «isla sagrada», para devolver la reliquia.
«¿Lindisfarne? Se fue a hacer turismo mientras yo me deshacía en lágrimas.»
-Allí conocí a un monje. Estoy seguro de que no me creerás, pero aquel hombre decía ser
san Aidan. En cualquier caso, el clérigo aceptó el crucifijo y me ordenó que fuera en
busca de mi destino.
-¿Destino? -farfulló ella indignada. Si no hubiera estado tan enfadada, habría reído. O
llorado.
Rolf dejó de ejercer presión sobre los hombros de Meredith y peinó sus cabellos con
desesperación. Ella se incorporó para sentarse con las piernas todavía inmóviles bajo su
peso en el sofá.
-Sí. Al principio, no entendí a qué se refería... hasta que vi una rosa solitaria entre las
ruinas.
A Meredith se le erizó el fino vello que recubría su piel, anticipándose a las palabras que
vendrían a continuación.
-Y entonces, supe -alzó los ojos en una triste súplica-, supe que tú eras mi destino.
-¿Yo? -dijo con un nudo en la garganta, mientras sus defensas se desmoronaban con cada
una de aquellas palabras dulces. Aquel vikingo era un formidable guerrero incluso en las
batallas de las emociones. No pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, pero ella le
apartó la mano cuando él intentó enjugarle las mejillas. No, de ningún modo se rendiría
ahora.
-Si es verdad lo que dices, ¿por qué fuiste a Londres? Supongo que es allí adonde fuiste
después de Lindisfarne.
Rolf aguantó su tono sarcástico y después asintió con la cabeza.
-En una ocasión dijiste que no sería capaz de vivir en tus tiempos modernos, que no me
adaptaría. Necesitaba demostrarme a mí mismo que puedo tener mi vida aquí, a tu lado.
Así que fui a Harrod's a comprarme un traje de negocios. De ahí me dirigí hacia
Christie's, un establecimiento que subasta artefactos de todo tipo.
-Ya sé qué es Christie's -espetó ella. Su mente confusa de repente lo vio todo claro-. ¡Oh,
no! Les dejaste tu cinturón talismán.
-Así es. Y me aseguraron que como mínimo obtendría medio millón de dólares por él,
probablemente más.
A Meredith se le pusieron los ojos en blanco.
-Esos fondos, junto a los trescientos mil dólares adicionales del anticuario de Bangor,
bastarán para empezar. El comerciante de Bangor anhela con todas sus fuerzas tener en su
poder un juego de brazales.
Rolf finalizó con una sonrisa cómplice, obviamente satisfecho de su sagacidad para los
negocios.
Ella le miró entrecerrando los ojos:
-¿Bastantes fondos para qué?
-Para Rosestead: un pueblo vikingo -dijo con una sonrisa radiante.
-¿Qué pueblo vikingo? -Un dolor de cabeza le taladraba la frente desde dentro, apenas
capaz de asimilar todas aquellas informaciones con las que Rolf la estaba acribillando.
-El que vamos a construir juntos, querida.
Meredith gruñó como consecuencia de la frustración que provocaban sus confusas
respuestas.
-¿Estás planeando construir un pueblo en mi propiedad? « ¡Por encima de mi cadáver! »
-No, no es lo suficientemente grande. Ésa es la razón por la que necesito el dinero, para
comprar más terreno. Te llevaré a ver la propiedad que estoy pensando comprar. Es un
lugar precioso, cerca de un riachuelo que desemboca en el océano, a unas treinta millas
de aquí.
-¿Cuánto terreno? -preguntó ella a regañadientes. No sólo había estado pululando por
toda Europa mientras ella salaba la tierra con sus lágrimas, sino que además había estado
dando vueltas por Maine.
-Unas cincuenta hectáreas -informó Rolf, agitando una mano en el aire como sin darle
importancia.
-¿Y por qué necesitas tanto terreno? -Se apoyó firmemente en el sofá mientras esperaba
la respuesta, temiéndose lo peor.
-Para casas, granjas, tiendas, astilleros, escuelas... Será una aldea totalmente
autosuficiente, gracias al trabajo -aclaró Rolf demostrando su entusiasmo casi infantil-.
Estoy considerando la posibilidad de fabricar y vender buenos veleros, además de tejidos
y jabones tradicionales, tal vez incluso joyería de estilo vikingo... ¿Crees que Jillian
vendrá a vivir a nuestra comunidad en calidad de maestra joyera? Hierbas medicinales,
espadas y una fábrica de aguamiel... y por supuesto, criaremos animales. Vacas, caballos,
cerdos, patos, pollos... ¿Qué piensas de las cabras, Merry-Death?
«Efectivamente. Era lo peor.»
Tan asombrada estaba que parecía que los ojos iban a salirse de las órbitas.
-¿Ca ... cabras? -farfulló enojada.
-Encanto, no te disgustes. No tendremos cabras, si no quieres. La verdad es que son
animales apestosos. Y rebeldes. -¡Aaarrgh !
-Sabía que te encantaría, querida -dijo el bruto, inclinándose para besar levemente su
boca todavía abierta. El hecho de que volviera a sentir el mismo cosquilleo en los labios
de ningún modo mitigó su ira, que aumentaba por momentos-. Podrías ayudarme en la
gestión de la aldea. O podrías escribir aquel libro en el que decías que te encantaría
relatar la vida de las mujeres extraordinarias de la Edad Media. Podría ayudarte,
especialmente si necesitas datos sobre las mujeres medievales. --Rolf hizo un rápido
movimiento cómplice con las cejas, sin desanimarse cuando vio que ella no sonreía.
-Has sido tan laborioso como una abeja obrera, ¿no crees, Rolf? Haciendo tantos planes...
por tu cuenta. Pero la cuestión principal es por qué. Con toda seguridad, todo esto no es
para demostrarte que puedes adaptarte. De hecho, has estado haciendo todo lo contrario,
intentando establecer una comunidad vikinga en nuestros tiempos.
-Es el destino... mi destino. -Rolf tomó las manos de ella entre las suyas y se sinceró con
el corazón, su voz áspera por la emoción-. Oh, Merry-Death, ¿no te das cuenta? Por fin sé
por qué fui enviado a tu tiempo. En la actualidad no queda rastro de la cultura vikinga. Al
integrarnos en las distintas sociedades del mundo, nosotros, los nórdicos, perdimos lo que
nos era más valioso: nuestra propia identidad. Una vez te referiste a mí como «el último
vikingo». Bien, exactamente eso es lo que soy. Y mi misión aquí consiste en enseñar a las
generaciones futuras todas las cosas positivas de mi pueblo y nuestra forma de vida.
Meredith estuvo a punto de contarle que él no era el último, que su linaje perduraría a
través del bebé que estaba creciendo en su vientre. Pero mientras luchaba por encontrar
las palabras adecuadas, se le hizo un nudo en la garganta.
Rolf se puso en pie y avanzó hacia las puertas del patio para contemplar el océano.
-Hay otra razón por la que deseo fundar esa aldea -dijo con voz suave-. En mis viajes he
visto tanta pobreza y desesperación, tanta gente sin hogar, incluso niños. ¿Puedes creerlo,
Merry-Death? Hay niños vagando por las calles, y no hay nadie que se ocupe de ellos.
¿No crees que sería buena idea traer aquí a esos niños? Por lo menos, a algunos. ¿No
crees que la sencilla vida vikinga sería beneficiosa para ellos?
Un débil sollozo se escapó de los labios de Meredith. Se levantó del sofá y se acercó a él.
-Estás haciendo esto por mí, ¿no es cierto? Para que esté rodeada de niños.
-Lo hago por los dos, dulzura.
Geirolf se sentía exhausto hasta la médula debido a los acontecimientos de las últimas
seis semanas... pero también sentía miedo. Había intentado tomar las mejores decisiones
para Merry-Death, pero tal vez debería haberlas consultado con ella antes. No era lo
habitual en su época, pero, al parecer, los hombres modernos compartían las decisiones
con sus mujeres. Sin duda, todavía le quedaba mucho que aprender para adaptarse.
Por ventura ella hubiera preferido que fuera profesor, como Jeffrey, o piloto de carreras, o
un cowboy, aunque no se veía capaz de embutir sus pies en aquellas botas de tacón. De
veras había analizado todas las posibilidades, y estaba convencido de que ése era su
destino. ¿Se habría equivocado? De lo que estaba seguro es de que su destino no le
importaba un pimiento si no era para compartirlo con Meredith.
Él se volvió hacia ella y la asió por los hombros, mirándola fijamente. Sus ojos de color
esmeralda brillaban a causa de las lágrimas, pero al devolverle la mirada destilaban amor.
«¿Amor?» Por primera vez aquella noche, sintió renacer la esperanza en su corazón.
-Te amo, Merry-Death. ¿Podrás perdonarme? ¿Querrás compartir mi destino?
Meredith dejó escapar hipando un débil sollozo y después espetó:
-Eres un hombre arrogante, autoritario y dominante.
--Lo que tú digas, mi amor. -A pesar de sus insultos, Geirolf percibió el amor que
irradiaba su rostro y se animó un poco. «Mmmmm. Su cara está radiante, sin duda debido
a su admiración por todas mis cualidades, esas que dice detestar. En verdad, las mujeres
creen que desean un pobre infeliz a su lado, pero lo que realmente ansían es un hombre
de verdad, como Tim, como yo. Pero no es el momento de sacar este tema. Me pregunto
si mi aspecto es lo suficientemente sumiso.»
-No deberías haber tomado todas esas decisiones sin mí. -Meredith todavía tenía el ceño
fruncido, pero su cuerpo se había acercado inconscientemente a él; sus senos bajo el
jubón de seda rozaban el pecho de Rolf.
-Lo que tú digas, mi amor. -¿Le habían crecido los senos? No recordaba que estuviera tan
bien dotada. Ésa sí era una buena sorpresa de bienvenida. ¿Los pechos de las mujeres
modernas seguían creciendo? ¿Acaso llevaba uno de esos prodigiosos sujetadores de
Victoria's Secret? Reprimió su deseo de alargar una mano para comprobar su hipótesis.
«Despacio, despacio -se reprendió a sí mismo-, déjala a ella decidir el momento de su
rendición. Pero, por favor, dios mío, que sea pronto.»
-No creo que pueda perdonarte nunca que hayas fingido estar muerto todo este tiempo.
-Lo que tú digas, mi amor. -Estaba tremendamente arrepentido. Pero juró que dedicaría su
vida a compensarla por ello. Y, sin duda, ella se pasaría la vida mortificándole, puesto que
eso era algo inherente a la naturaleza de las mujeres.
-Te quiero, Rolf -dijo Meredith de pronto, mientras le rodeaba el cuello con sus brazos.
Rolf profirió un largo suspiro de alivio y parpadeó tratando de contener las lágrimas. A
pesar de sus bravuconadas, Geirolf casi se había muerto de miedo.
Justo antes de que Rolf la abrazara, ella ladeó la cabeza con descaro:
-No eres el último vikingo, ¿lo sabías? -le informó.
Al principio, Rolf no captó la indirecta, hasta que olla le tomó una mano y la posó sobre
su vientre todavía liso. Cuando por fin comprendió, su corazón empezó a latir con rnás
fuerza. -Vamos a tener un niño, Rolf.
Aquellas palabras le dieron de lleno, como un ariete, haciendo tambalear su mundo. Él
respiró profundamente intentando recobrar el aliento. Cuando vio que ella se había puesto
seria, esperando ansiosamente su respuesta, con los labios temblorosos, Rolf se atragantó,
sintiendo la sangre corriendo desaforadamente por sus venas.
-¿Un niño?
Meredith asintió con la cabeza.
Una lágrima colmó los ojos de Rolf y se deslizó por una de sus mejillas, pero no le
importó lo más mínimo. Tenía el destino en sus manos. En ambas manos, en realidad.
Una de ellas acariciaba el rostro de Merry-Death, y la otra estaba posada sobre su vientre.
-¡Ah! Hay algo más. Me gustan las cabras -anunció Meredith muerta de risa--. Me
recuerdan a ti. Son tan tozudas.
-Lo que tú digas, mi amor -susurró. Y esta vez lo decía en serio.
Poco después, tras haberle demostrado lo caliente que estaba aquella cabra, e insistir con
tozudez en prolongar su placer; Geirolf le regaló una sonrisa:
-¿Sabes lo que más he echado de menos mientras estaba fuera? Aparte de ti, por supuesto.
-Mientras hablaba, seguía acariciando el vientre desnudo de Meredith, todavía atónito
ante el milagro de que su semilla hubiera brotado en ella.
-Las galletas Oreo -replicó ella.
--No, Hilda las compraba para mí -comentó Rolf con indiferencia.
-¡Hilda! -chilló Meredith, asestándole un codazo en el estómago.
-¡Ay! -exclamó él, fingiendo un gran dolor. Después le propinó unas palmaditas en la
barbilla-. Chist, chist, mi desconfiada mujer. Hilda tiene ochenta años.
-Ah, entonces -dijo con desdén-, ¿qué es lo que más echaste de menos?
Él se puso en pie y exhibió con aire arrogante su gloriosa desnudez hasta llegar a la base
de la escalera.
Los vikingos eran famosos por su gloriosa desnudez y Geirolf era perfectamente capaz de
aprovecharla en su propio beneficio.
Entonces dio media vuelta y le guiñó un ojo.
Geirolf sabía que a su mujer le encantaba que le hiciera guiños, aunque ella nunca lo
reconocería. Apostaría que ahora mismo estaba sintiendo una sensación de hormigueo
idéntica a la suya.
Haciéndole señas con el dedo índice, con su altanería vikinga característica, Rolf
respondió, arrastrando perezosamente las palabras:
-Bañarse con Breck.
-Lo que tú digas, mi amor -dijo Merry-Death.

Fin
Carta de la autora
No es necesario ser el hijo de un noble o de un príncipe para ser un héroe vikingo. Pero sí
es necesario tener una voluntad inquebrantable. Porque la voluntad inquebrantable triunfa
sobre la injusticia ciega del destino todopoderoso, y convierte al hombre en su igual.
GWYN JONES, historiador escandinavo y autor de A History of the Vikings.

Queridos lectores:
Gwyn Jones tenía razón. Necesitamos héroes vikingos.
Recientemente, en una página de Internet, un renombrado autor de novelas medievales
preguntaba: «¿Qué tienen de especial los vikingos? ¿Por qué le fascina tanto a la gente
ese pueblo de salvajes? Simplemente, no lo entiendo».
El autor recibió una avalancha de cartas, tanto de lectores como de otros autores.
Los vikingos eran famosos por su atractivo aspecto: cabellos largos y bien cuidados; eran
altos y musculosos; y eran más limpios en sus hábitos de higiene corporal que la mayoría
de los hombres de su tiempo. Nadie puede negar que vigorizaban la raza de los pueblos
que conquistaban, por la fuerza o mediante la seducción.
Eran hombres contradictorios. Podían ser brutales y despiadados en la batalla, y a la vez
cariñosos cabeza de familia. La poesía escáldica de la época ilustra su espíritu sensible y
creativo.
Su apetito insaciable y carácter derrochador recibieron la condena del clero anglosajón,
que registró sus hazañas. Pero puede que fuera precisamente su apetito insaciable aquello
que tanto apreciaban las numerosas mujeres que acudían a su dormitorio por voluntad
propia. En cuanto al despilfarro, efectivamente los vikingos eran tan generosos que esta
cualidad se convertía en un defecto.
Los primeros historiadores describen a los vikingos como violadores y saqueadores sin
moral ni ley, y cuyas víctimas eran inocentes. Pero ¿a qué moralidad y a qué leyes se
refieren? Gran parte del sistema legal inglés deriva de la devoción de los vikingos por los
códigos legales. De hecho, la palabra inglesa « law», que significa «ley», proviene de su
idioma. Y muchos de ellos veneraban simultáneamente a los dioses escandinavos y
cristiano.
Eran hombres hábiles, con gran talento para la construcción de barcos, la navegación, las
armas, el combate, el comercio, la caza y la narrativa oral. El amor por la aventura corría
por sus venas.
La anécdota incluida en este libro sobre la habilidad del rey Olaf para arrojar dos lanzas
contra sus enemigos al mismo tiempo es cierta. Y las leyendas cuentan que algunos
guerreros vikingos especialmente entrenados eran capaces de hacer lo mismo que el
héroe de este libro: interceptar una lanza dirigida a ellos en el aire, hacerla girar entre sus
dedos y devolvérsela al enemigo.
Hay algo conmovedor en aquellos vikingos que dejaron de existir como pueblo en sí
mismo, y que ya no constituyen una nación con un territorio propio. En el transcurso de
los siglos, se fueron asentando en los países que exploraron y, efectivamente, además, sa-
quearon. Ésa es la razón por la cual, en cierto modo, les presento a Rolf, el último
vikingo.
Permítanme el siguiente descargo de responsabilidad: la palabra «vikingo» no se
empleaba en el siglo x; lo mismo es aplicable a ciertas denominaciones geográficas,
como por ejemplo »Noruega». He decidido utilizarlas en beneficio de mis lectores
modernos.
Por aquellas ironías de la vida, en cuanto envié por correo electrónico esta historia a mi
editor, casualmente di con un titular en una de las ediciones de noticias de la red.
Aparentemente, se estaba construyendo un barco vikingo en la isla de Hermit, en Maine,
con ayuda de unos planos diseñados a partir de un drakkar vikingo tan sólo unas cuantas
décadas más antiguo que mi barco del siglo x. El proyecto, de nombre «VIKING
VOYAGE 1000», era obra del historiador W Holdding Carter. Incluía la recreación del
viaje histórico trasatlántico que hiciera Leif Ericsson desde la costa suroeste de
Groenlandia a L'Anse aux Meadow en Terranova, ubicación del único asentamiento
vikingo confirmado en América del Norte. Lamentablemente, el viaje se vio malogrado
por daños en el timón. Volverían a intentarlo el verano siguiente. En Internet, en la página
http://www.Viking 1000.org/index.html los lectores podrán encontrar más información
sobre esta aventura del siglo xx.
Después de leer mi historia de ficción, cabe destacar la coincidencia romántica con los
comentarios de Carter sobre su proyecto: «Lo que empezó como el sueño de un hombre,
se convirtió en el de muchos, al llegara los corazones y la imaginación de la gente de
Maine».
Verdaderamente, la vida es mucho más fantástica que la ficción.
Me he tomado la licencia artística de inventar el nombre de «Universidad de Oxley»
como denominación de una institución de enseñanza en Maine, y el del zoo «Silver Oak».
Me gustaría conocer su opinión sobre los vikingos, en general, y sobre mi vikingo, en
particular.
Sandra Hill
P.O.Box604
State College, P.A. 16804
e-mail:S.HILL3@GENIE.COM
o shill733@aol.com
página web: http://www.sff.net/people/shill

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