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LOS USOS DE LA BIOGRAFÍA – GIOVANNI LEVY


Annales, ESC, nov.–dic. 1989, nº 6, pp. 1325–1336.

1. Raymond Queneau señala que “había dos épocas donde se podría relatar la vida de un hombre
haciendo abstracción de todo hecho histórico”1. Se podría también avanzar que había épocas –de
las que estamos, podría decirse muy cercanos– donde era posible relatar un hecho histórico
haciendo abstracción de todo destino individual. Vivimos hoy una etapa intermedia: más que
nunca, la biografía se encuentra en el centro de las preocupaciones de los historiadores, pero acusa
claramente sus ambigüedades. En ciertos casos, se la apela a fin de subrayar la irreductibilidad de
los individuos y sus comportamientos a los sistemas normativos generales, al nombre de la
experiencia vivida; en otros, en revancha, se percibe como el lugar ideal donde probar la validez de
las hipótesis científicas concernientes a las prácticas y el funcionamiento efectivo de las leyes y las
reglas sociales. Arnaldo Momigliano ha subrayado la ambigüedad y la fecundidad, a la vez, de la
biografía: por un lado, “no es sorprendente que la biografía esté en camino de instalarse en el
centro de la investigación histórica. Aún cuando las premisas del historicismo vuelven más
complejas a casi todas las formas de historia política y social, la biografía deja algo relativamente
simple. Un individuo posee los límites claros, un número restringido de relaciones significativas...
la biografía se abre a todos los tipos de problemas al interior de fronteras bien definidas” 2. Por otro
lado, sin embargo, “¿serán los historiadores capaces un día de enumerar los innumerables aspectos
de la vida? La biografía se encuentra en lo sucesivo de un rol ambiguo en la historia: puede
constituir un instrumento de la investigación social, o al contrario, proponer un medio de huir”3.
No tengo la intención de regresar sobre un debate, desde siempre inherente a las ciencias
sociales y la historiografía y que Pierre Bourdieu ha calificado, con su ferocidad saludable, de
absurdo científico4. Sin embargo, creo que en un período de crisis de los paradigmas y de puesta
en causa fecunda los modelos interpretativos aplicados al mundo social, el reciente entusiasmo
pasajero de los historiadores por la biografía y la autobiografía invita a algunas consideraciones
que podrían contribuir a la reflexión apelada por la editorial de Annales (nº 2, 1988). A mi juicio,
la mayor parte de los interrogantes metodológicos de la historiografía contemporánea se plantean
a propósito de la biografía, notablemente los informes con las ciencias sociales, los problemas de
escalas de análisis, las relaciones entre reglas y prácticas y estos, complejos, de los límites de la
libertad y la racionalidad humanas.
2. Un primer aspecto significativo interesa a las relaciones entre historia y narración. La biografía
constituye, en efecto, el pasaje privilegiado por el cual los cuestionamientos y las técnicas propias
de la literatura se instalan en la historiografía. Se ha debatido demasiado sobre este tema que
concierne sobre todo a las técnicas argumentativas que usan los historiadores. Liberada de los
obstáculos documentales, la literatura se condimenta con una variedad de modelos y esquemas
biográficos que han ampliamente influenciado a los historiadores. Esta influencia, más a menudo
indirecta que directa, ha sugerido problemas, interrogantes y esquemas psicológicos o de
comportamiento que remiten al historiador a obstáculos documentales a menudo insuperables: a
propósito, por ejemplo, los gestos y los pensamientos de la vida cotidiana, las dudas e
incertidumbres, el carácter fragmentario y dinámico de la identidad y los momentos
contradictorios de su construcción.
Bien entendidas, las exigencias de los historiadores y los novelistas no son las mismas, aunque
sean, poco a poco similares. Nuestra fascinación de hombres de archivo por las descripciones
imposibles de apuntalar necesitan que los documentos alimenten tanto como por la renovación de
la historia narrativa que se interesa por nos nuevos tipos de fuentes, como lo que podría descubrir
de los índices dispersos de los actos y palabras de la vida cotidiana. Además, ha reactivado el
debate sobre las técnicas argumentales y sobre la forma en la cual la investigación es transformada
en acto de comunicación, por el intermedio de un texto escrito.
¿Se puede escribir la vida de un individuo? La pregunta, que suscita los puntos importantes
para la historiografía, es a menudo evacuada al medio de algunas simplificaciones que arrastran el
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pretexto de la ausencia de fuentes. Mi objetivo es mostrar que no se trata de una sola y misma
principal dificultad. En la mayoría de los casos, las distorsiones más manifiestas provienen de que
los historiadores nos imaginamos los actores históricos obedientes a un modelo de racionalidad
anacrónica y limitada. Siguiendo a eso una tradición biográfica establecida y la retórica misma de
nuestra disciplina, nos hemos reducido a los modelos que asocian una cronología ordenada, una
personalidad coherente y estable, acciones sin inercia y decisiones sin incertidumbres.
3. Con sobrada razón, Pierre Bourdieu ha hablado a este propósito de “ilusión biográfica”,
estimando que era indispensable reconstruir el contexto, “superficie social” sobre la cual trata el
individuo, en una pluralidad de campos, en cada instante5. Pero la duda sobre la posibilidad misma
de la biografía es un factor recurrente. La biografía pública, ejemplar, moral no ha objetado hacer
una puesta en causa progresiva; se trata más bien de oscilaciones, siempre en relación estricta con
los momentos de crisis en la definición de la racionalidad, con los cuales también donde el
enfrentamiento entre individuo e instituciones se hace más agudo. Esto fue, de manera
sorprendente, el caso durante una buena parte del siglo XVIII con el debate que se abría sobre la
posibilidad de escribir la vida de un individuo. Parte de la novela (Stern, Diderot), porque se
esforzaban en construir la imagen de un hombre complejo, contradictorio, en el cual el carácter, las
opiniones y las actitudes estaban en perpetua formación; esta crisis toca la autobiografía
(Rousseau) y finalmente la biografía propiamente dicha. Este periodo presente numerosas
analogías con el nuestro: la conciencia de una divergencia entre el personaje social y la percepción
de sí ha tomado una agudeza completamente particular. Los límites de la biografía fueron por
consiguiente claramente percibidos, al momento en que se asistía al triunfo del género biográfico.
Marcel Mauss describe la diferencia entre personaje social y percepción de sí en estos términos:
“es evidente, sobre todo para nosotros, que no ha habido jamás un ser humano que no haya tenido
el sentido, no solamente de su cuerpo, sino también de su individualidad espiritual y corporal a la
vez”. Sin embargo, este sentido de mí no corresponde a la manera en la cual “en el curso de los
siglos, a través de numerosas sociedades se ha elaborado lentamente, no sólo el sentido de “mí”,
sino la noción, el concepto” 6. En realidad, parece evidente que en ciertas épocas, la noción
socialmente construida de sí ha sido particularmente estrecha: en otros términos, esa que era
considerada como socialmente determinante y comunicable, no recobraba más que el modo muy
inadecuado en que la persona se consideraba a sí misma como esencial. Este problema, instalado
hoy a plena luz, es el mismo que el siglo XVIII había explícitamente formulado.
4. Se puede partir entonces de algunos ejemplos del siglo XVIII. Tristram Shandy de Sterne puede
ser considerada como la primera novela moderna, precisamente porque subraya la extrema
fragmentación de una biografía individual. Esta fragmentación es traducida por la variación
continua de los tiempos, por el recurso de incesantes llamadas al pie y por el carácter
contradictorio, paradojal, de los pensamientos y el lenguaje de los protagonistas. Se puede agregar
que el diálogo entre Tristram, el autor y el lector es uno de los rasgos característicos del libro. Es
un medio eficaz para construir una narración que da cuenta de los elementos contradictorios
constituyentes de la identidad de un individuo y las diferentes representaciones que se pueden
tener según los puntos de vista y las épocas.
Diderot fue un gran admirador de Sterne. Compartía las concepciones en cuanto a la biografía
que él juzgaba incapaz de tomar la esencia de un individuo. No que hubiera rechazado el género
biográfico; pensaba, más exactamente, que la biografía, más que incapaz de ser realista, tenía una
función pedagógica en la que presentaba a los personajes célebres y develaban sus virtudes
públicas y sus vicios privados. En repetidas ocasiones, además. Diderot ha carecido del proyecto
de escribir una autobiografía, antes de concluir sobre su imposibilidad7. Su obra no está menos
atestada de alusiones autobiográficas, en las que se encuentran los ejemplos más característicos, en
el estado de fragmentos, en Jacques el Fatalista. Aquí, el problema de la individualidad está
resuelto por el recurso del diálogo: el joven Jacques y su viejo maestro tienen ambos su vida
propia e intercambian sus puntos de vista y a menudo sus roles. De esta colaboración dialógica y
acordada nace un personaje (generosamente autobiográfico) que perece a la vez joven y viejo.
Verdad e ilusión literaria, la autobiografía y multiplicación de los personajes toman lugar en esta
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oscilación; cada momento particular, tomado aisladamente, no puede ser más que una deformación
por relación con la construcción de personajes no obedientes a un desarrollo lineal y que no siguen
un itinerario coherente y orientado.
Pasemos ahora a un ejemplo clásico de autobiografía: las Confesiones de Rousseau. A primera
vista, este ejemplo parece contradecir la impresión que en la segunda mitad del siglo XVIII se ha
dudado de la posibilidad misma de realizar una autobiografía. No solamente Rousseau ha pensado
que era posible (quizás para él solo) de narrar la vida de un hombre, pero ha estimado que esta
narración podía ser totalmente verídica. Así las Confesiones se abren con este célebre pasaje: “He
aquí el solo retrato de un hombre, pintado según su naturaleza y toda su verdad, que existe y que
probablemente existirá jamás”. De golpe, apenas comienza a escribir, el autor se ve confrontado
con una empresa que es quizá posible, pero que, de todas maneras, será única: “yo formo una
empresa que no ha sido jamás ejemplo y en el cual la ejecución no tendrá punto de imitación”. De
una cierta forma, el porvenir le demostrará su error. La acogida recibida por las Confesiones es
bien conocida: cuando Rousseau entregó su manuscrito para ser leído, fue, en sus dichos, mal
comprendido y mal interpretado. La autobiografía era posible, pero no podía comunicar la verdad.
Ante esta imposibilidad, no la de evocar su propia vida, sino la de exponer sin que fuera alterada o
deformada, Rousseau prefería renunciar. Pensaba que no existía más que una solución narrativa, la
del diálogo y en los años que siguieron a la redacción de las Confesiones, ha retomado el texto
literal bajo una forma dialógica, Jean Jacques juez de Rousseau, procediendo así a un
desdoblamiento de su personaje. Para Rousseau, como para Diderot o Sterne (y antes Shaftesbury,
quien fue probablemente el inspirador de esta solución), el diálogo no constituía sólo el medio de
crear una comunicación menos equivocado; era también una forma de restituir al sujeto su
individualidad compleja y la liberaban de los pliegues de la biografía tradicional que pretendía,
como en una investigación entomológica, observar y disecar objetivamente.
Esta crisis, que ameritaba ser analizada más largamente, partía de la novela para extenderse a la
autobiografía. No obstante, no era más que una gacetilla limitada en la biografía histórica (aún si
se convendría en detenerse más tiempo sobre la vida de Johnson por Boswell y en particular el rol
de la imaginación en la reconstrucción de los diálogos por el autor. Pero aquí también, el problema
de la relación entre autor y personaje es devuelto a las consideraciones precedentes sobre el
desdoblamiento de los puntos de vista)8. Un compromiso fue encontrado en la biografía moral,
que, de hecho, reconocía la exhaustividad y la veracidad individuales para investigar un acento
más didáctico, añadiendo en ocasiones pasiones y emociones al contenido tradicional de las
biografías ejemplares, conocer los hechos y gestos del protagonista. Vale decir, esta simplificación
supone una cierta confianza en la capacidad de la biografía en describir lo que es significativo en
una vida. Esta confianza culminará por otra parte en el positivismo y el funcionalismo, con los
cuales la selección de hechos significativos va a acentuar el carácter ejemplar y tipológico de las
biografías, privilegiando la dimensión pública por relación con la dimensión privada y
considerando como insignificantes los intervalos de los modelos propuestos.
5. Sin embargo, la crisis resurgió en el siglo XX, en relación con la emergencia de nuevos
paradigmas en el conjunto de los campos científicos: crisis de la concepción mecánica y física, el
nacimiento del psicoanálisis, las nuevas orientaciones de la literatura (esto se puede limitar al citar
los nombres de Proust, Joyce, Musil). No son más las propiedades sino las posibilidades que
constituyen el objeto de la descripción. La ciencia mecánica reposaba sobre la estricta delimitación
de lo que debía y podía producirse en los fenómenos naturales. Una ley de prohibición la ha
reemplazado, que definía, a la inversa, lo que no podía producirse: desde entonces, todo lo que
puede ocurrir está en los hechos. En este contexto, se hace esencial el conocer el punto de vista
del observador; la existencia de otra persona en nosotros mismos, bajo la forma del inconsciente,
suscitando el problema de la relación entre la descripción tradicional, lineal y la ilusión de una
identidad específica, coherente, sin contradicciones, que no es más que el biombo o la máscara, o
aun el rol oficial, de una miríada de fragmentos y astillas.
La nueva dimensión que la persona asume con su individualidad no ha sido por consiguiente el
solo responsable de las perspectivas recientes en cuanto a la posibilidad o imposibilidad de la
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biografía. De manera reveladora, la misma complejidad de la identidad, su formación progresiva y


no lineal, sus contradicciones son transformadas en los protagonistas de los problemas biográficos
que se instalan en los historiadores. La biografía continuó en desplegarse, pero de manera siempre
más controversial y problemática, dejando subsistir el segundo plano de los aspectos ambiguos, no
resueltos, que me parecen constituir hoy uno de los lugares de confrontación privilegiados del
paisaje historiográfico. En telón de fondo, se encuentra un nuevo acercamiento a las estructuras
sociales: la colocación en causa de análisis y conceptos relativos a la estratificación y la solidaridad
sociales, notablemente, incita a presentar de manera menos esquemática los mecanismos a través
de los cuales se constituyen en red de relación, estratos y grupos sociales. la medida de su
solidaridad y el análisis de la manera en la que se hacen y deshacen las configuraciones sociales
suscitan una cuestión esencial: ¿cómo los individuos se determinan (conscientemente o no) por
relación al grupo o se reconocen en una clase?
6. Después de algunos años, por consiguiente, los historiadores se han mostrado más conscientes
de estos problemas. Sin embargo, las fuentes que disponemos no nos enseñan los procesos de
elaboración de las decisiones, sino solamente los resultados finales de ellas, es decir, de sus actos.
Esta ausencia de neutralidad de la documentación conduce con frecuencia a explicaciones
monocausales y lineales. Fascinados por la riqueza de los destinos individuales y al mismo tiempo,
incapaces de dominar la singularidad irreductible de la vida de un individuo, los historiadores han
abordado recientemente el problema biográfico de maneras muy diversas. Propongo esbozar una
tipología de estos abordamientos, parcial, sin duda, pero que entiendo, iluminaría la complejidad
irresuelta de la perspectiva biográfica.
a. Prosopografía y biografía modal. En esta óptica, las biografías individuales no ofrecen un
interés tanto como ilustran los comportamientos o las apariencias agregadas a las condiciones
sociales estadísticamente más frecuentes. No se trata de biografías verdaderas, pero más
exactamente de una utilización de datos biográficos para fines prosopográficos. Los elementos
biográficos que toman lugar en las prosopografías no son juzgados como históricamente
reveladores tanto como por lo que tienen de aficionado general. No es por azar que los
historiadores de las mentalidades han utilizado la prosopografía sólo mostrando poco interés por la
biografía individual. Michel Vovelle escribió sobre el asunto: “Naturalizando los acercamientos de
la historia social cuantitativa, hemos intentado, en el dominio mismo de la historia de las
mentalidades, proponer esta historia de las masas, de los anónimos, en palabra de aquellos que no
han jamás podido darse el lujo de una confesión, aún así lo poco que sea literario: los excluidos,
por definición, de toda biografía”9.
En el fondo, la relación entre habitus de grupo y habitus individual que desarrolla Pierre
Bourdieu refleja la selección entre lo que es común y mensurable, “el estilo propio de una época o
de una clase” y el que se aparta de “la singularidad de las trayectorias sociales”: “en realidad, es
una relación homóloga, es decir, de diversidad en la homogeneidad característica de sus
condiciones sociales de producción, que une los habitus singulares de diferentes miembros de una
misma clase. Cada sistema de disposiciones individuales es una variante estructural de otras..., el
estilo personal no es jamás más que una diferencia por relación al estilo propio de una época o de
una clase”. La infinidad de las combinaciones posibles a partir de las experiencias estadísticamente
comunes a las personas de un mismo grupo determina así “la infinidad de las diferencias
singulares”, como “la conformidad y la manera “del grupo” 10. Aquí entonces, diferencias y
desviaciones, una vez señaladas, parecen reflejar lo que es estructural y estadísticamente propio al
grupo estudiado. Este acercamiento implica ciertos elementos funcionalistas en la identificación de
las normas y estilos comunes a los miembros del grupo y en el rechazo, como no significativos, de
diferencias y desviaciones. Pierre Bourdieu suscita también la cuestión del determinismo de la
elección consciente, pero la elección consciente es más constatada que definida y el acento parece
llevar más sobre los aspectos deterministas e inconscientes, sobre las “estrategias” que no son el
resultado “de una verdadera intención estratégica”.
Este tipo de biografía, que se podría decir modal en que las biografías individuales no sirven
más que para ilustrar las formas típicas de comportamiento o de estatuto, presenta bien las
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analogías con la prosopografía: de hecho, la biografía no es de una persona singular, sino más bien
de un individuo que concentra todas las características de un grupo. Es, por otra parte, un
procedimiento corriente para enunciar, primeramente, las normas y las reglas estructurales
(estructuras familiares, mecanismos de devolución de bienes y autoridad, formas de estratificación
o de movilidad social...) antes de presentar los ejemplos modales que intervienen en la
demostración a título de pruebas empíricas.
b. Biografía y contexto. En este segundo tipo de utilización, la biografía conserva su
especificidad. No obstante, la época, el medio y entorno son fuertemente puestos en valor como
otros tantos factores capaces de caracterizar una atmósfera que explicaría los destinos en su
singularidad. Pero el contexto reflejado, en realidad, tiene dos perspectivas diferentes. En un caso,
la reconstitución del contexto histórico y social en el cual se desarrollan los hechos autorizados a
comprender lo que parecía inexplicable y desconcertante en el primer acceso. Es lo que Natalie
Zemon Davis definió, haciendo referencia a su trabajo sobre Martin Guerre, como “reemplazar
una práctica cultural o una forma de comportamiento en el cuadro de las prácticas culturales que
son las de la vida en el siglo XVI”11. Así mismo, la interpretación que Daniel Roche propone para
comprende a su héroe, el vidriero Ménétra, que tiende a normalizar los comportamientos que
pierden otro tanto más su carácter del destino individual que se comprueban como típicos de un
medio social (en la ocurrencia de la camaradería y los artesanos franceses del fin del siglo XVIII) y
que contribuye, a fin de cuentas, al retrato de una época o de un grupo 12. No se trata de
restablecer las conductas y los comportamientos tipo, pero de interpretar las vicisitudes biográficas
a la luz de un contexto que las hace posibles y por lo tanto normales.
En un segundo caso, el contexto sirve para llenar las lagunas documentales, en medio de
comparaciones con otras personas, en las que la vida presenta alguna analogía, en uno u otro
título, con aquélla del personaje estudiado. Aquí se puede recordar que Franco Venturi, en su
Juventud de Diderot, ha reconstruido los primeros años de la vida de su personaje prácticamente
sin documentación directa. “Sin embargo, en su conjunto, algunos fragmentos que nos quedan
sobre la primera parte de su vida o bien tienen un valor puramente anecdótico o bien se distinguen
mal de los caracteres generales de la época que correspondía a la juventud de Diderot. Para dar
interés a una tentativa de reconstrucción de la biografía de sus primeros años, es indispensable
ensanchar otro tanto posible a su alrededor el número de las personas y los movimientos con los
cuales entró entonces en contacto, reconstruir alrededor de su medio, multiplicar los ejemplos de
otras vidas, más allá de algún paralelismo con la suya, hacer revivir a otros jóvenes a su
alrededor”13.
Esta utilización de la biografía reposa sobre una hipótesis implícita que se puede formular así:
cualquiera sea su originalidad aparente, una vida no puede estar compuesta a través de sus meras
desviaciones o singularidades, sino, por el contrario, restableciendo cada intervalo aparente a las
normas y mostrando que toma lugar en un contexto histórico que lo autoriza. Esta perspectiva ha
dado resultados muy ricos, que generalmente saben mantener el equilibrio entre la especificidad
del destino individual y el conjunto del sistema social. Sin embargo, se puede lamentar que el
contexto sea a menudo pintado como rígido, coherente, y que sirve de telón de fondo inmóvil para
explicar la biografía. Los destinos individuales se arraigan bien aquí en un contexto, pero no se
tratan sobre él, no lo modifican.
c. La biografía y los casos límites. A veces, sin embargo, las biografías son directamente
utilizadas para aclara el contexto. En este caso, el contexto no es percibido en su integridad y en
su exhaustividad estática, sino a través de sus márgenes. Al describir los casos límite, son
precisamente los márgenes del campo social en el interior del cual estos casos son posibles de ser
puestos a la luz. Se puede de nuevo citar aquí el artículo de Michel Vovelle sobre la biografía: “El
estudio de caso representa el retorno necesario a la experiencia individual, en la cual tiene
significado, al mismo momento que puede parecer atípica... El retorno a lo cualitativo por el
medio indirecto del estudio de caso responde a un movimiento dialéctico en el campo de la historia
de las mentalidades. Para mí, mucho más que una retractación de los abordajes seriales
cuantificados, es el complemento, permitiendo este análisis en profundidad, que prefiere a los
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héroes del primer plan de la historia tradicional estos testimonios sobre la normalidad... o los
aportes más ambiguos, pero más ricos aún quizás, el testimonio al límite de un personaje en
situación de ruptura”. (Vovelle regresa aquí a sus estudios sobre Joseph Sec y sobre Théodore
Desorgues14). Más limpiamente todavía, en su biografía de Menocchio, Carlo Guinzburg analiza la
cultura popular a través de un caso extremo, en algún caso modal: “En conclusión, mismo un caso
límite (...) puede revelarse representativo. Sea negativamente –porque ayuda a precisar lo que
hace falta entender, en una situación dada por lo ‘estadísticamente más frecuente’. Sea
positivamente –porque permite circunscribir las posibilidades latentes de algo (la cultura popular)
que no conocemos más que a través de una documentación fragmentaria y deformada”15.
Aquí también el paralelismo con la literatura es sorprendente. El personaje naturalista
tradicional es progresivamente pasado a segundo plano, mientras que la narración de lo absurdo
aseguraría, como en Beckett por ejemplo, la solución de los casos extremos. “El principal triunfo
del personaje tradicional de la novela salía de su posibilidad o su libertad de comprometerse en un
combate, victorioso o no, contra la amenaza de las situaciones extremas. Esta era la que radicaba
su recurso dramático. Parece que hoy, los legitimadores del ‘hombre–personaje’ no tienen como
último recurso más que el de sustituir las situaciones extremas con situaciones dramáticas... Sus
destinos de aventureros, vagabundos, excéntricos y de coléricos parecen salir de un molino
mecánico que buscaba hacer nacer el movimiento en la fijeza atípica y las situaciones extremas sin
salida“16. Pero dentro de esta óptica también, el contexto social es por lo tanto pintado de manera
muy rígida: diseñando los márgenes de éste, los casos límites ensanchaban la libertad del
movimiento que los actores pueden gozar, pero éstos pierden casi toda atadura con la sociedad
normal (el caso de Pierre Rivière es, en este título, ejemplar).
d. Biografía y hermenéutica. La antropología interpretativa ha, sin ninguna duda, puesto en
relieve el acto dialógico, este intercambio y esta alternancia continuos de preguntas y respuestas
en el interior de una comunidad de comunicación. En esta perspectiva, el material biográfico
deviene intrínsecamente en discursivo, pero no consigue traducir la naturaleza real, la totalidad de
las significaciones de que es susceptible de revertir: puede solamente ser interpretada, de una
manera o de otra. Este es el acto interpretativo mismo que deviene en significativo, es decir el
proceso de transformación al texto, de atribución de sentido a un acto biográfico que podía recibir
una infinidad de otros. Desde entonces, el debate sobre el lugar de la biografía en el seno de la
antropología se ha comprometido con una vía prometedora pero peligrosamente relativista 17. La
historia que se apoya sobre los archivos orales o que busca introducir el psicoanálisis en la
investigación histórico–biográfica no sufrió, sin embargo, la influencia más que con intermitencia y
demasiado débilmente. Aquí también, como en el siglo XVIII, el diálogo se encuentra en el
fundamento del proceso cognitivo: el conocimiento no es el resultado de una simple descripción
objetiva, sino el de un proceso de comunicación entre dos personas o dos culturas.
Al final, este acercamiento hermenéutico parece destapar la imposibilidad de escribir una
biografía. Sugiriendo que es necesario abordar el material biográfico de manera más problemática
rechazando la interpretación unívoca de los destinos individuales, no obstante, ha estimulado la
reflexión de los historiadores. Los ha conducido notablemente a un uso más dominado de las
formas narrativas, los ha orientado hacia las técnicas de comunicación más respetuosas del
carácter abierto y dinámico de la elección y las acciones.
7. Esta tipología de las utilizaciones y los interrogantes que se encuentra hoy a propósito de la
biografía no tiene por ambición agotar el conjunto de las posibilidades y las prácticas: se podría
mencionar otros tipos, la psicobiografía por ejemplo, pero ésta incluye tanto elementos
equivocados o discutibles que no me parece pueda presentar hoy una importancia significativa.
Los grandes tipos de orientación someramente enumerados aquí representan por consiguiente las
nuevas voces que toman prestadas aquellos que buscan utilizar la biografía como instrumento de
conocimiento histórico y reemplazar la tradicional biografía lineal y factual, que continúa no
obstante en existir y en soportarse con fuerza.
No se trata sin embargo más que de soluciones parciales, que presentan todavía los aspectos
más problemáticos. La biografía constituye por consiguiente un tema que hace falta debatir,
1

alejándose, quizás de la tradición de Annales, pero quedándose, por lo tanto, en la encrucijada de


los problemas que nos parecen hoy particularmente importantes: la relación entre normas y
prácticas, entre individuo y grupo, entre determinismo y libertad, o aún entre racionalidad absoluta
y racionalidad limitada. No tengo la intención aquí de hacer otra cosa que someter algunos temas a
este debate y subrayar que las cuatro orientaciones evocadas tienen en común silenciar las
cuestiones fundamentales. Esas que conciernen en particular el rol de las incoherencias entre las
normas mismas (y no sólo las contradicciones entre la norma y su funcionamiento efectivo) en el
interior de cada sistema social; en segundo lugar, el tipo de racionalidad que se le atribuye a los
actores al escribir una biografía; y finalmente, la relación entre un grupo y los individuos que lo
componen.
8. Este es ante todo un problema de escalas y de puntos de vista: si pone el acento sobre el
destino de un personaje –y no sobre el conjunto de una situación social– a fin de interpretar la red
de relaciones y obligaciones exteriores dentro de las cuales se inserta, es posible concebir de modo
diferente la cuestión del funcionamiento efectivo de las normas sociales. De manera general, los
historiadores dan por hecho que todo sistema normativo sufre las transformaciones a través del
tiempo, pero que en un momento dado se convierten en plenamente coherente, transparente y
estable. Me parece, por el contrario, que se debería examinar más tiempo sobre la amplitud real de
la libertad de elección. Bien entendida, esta libertad no es absoluta: culturalmente y socialmente
determinada, limitada, pacientemente conquistada, por consiguiente continúa siendo una libertad
consciente que los intersticios inherentes a los sistemas generales de las normas dejan a sus
actores. Ningún sistema normativo es, de hecho, lo bastante estructurado como para eliminar toda
posibilidad de elección consciente, de manipulación o de interpretación de las reglas, de
negociación. Me parece que la biografía constituye, a este título, el lugar ideal para verificar el
carácter intersticial –y no obstante, importante– de la libertad de la cual disponen los agentes,
como para observar la manera en la que funcionan concretamente los sistemas normativos que no
están jamás exentos de contradicciones. Se recuerda así una perspectiva diferente –pero no
contradictoria– de aquellos que eligieron subrayar todavía más los elementos de determinación,
necesarios e inconscientes, como lo hizo, por ejemplo, Pierre Bourdieu. Hay relación permanente
y recíproca entre biografía y contexto; el cambio es precisamente la suma infinita de estas
interrelaciones. El interés de la biografía es el de permitir una descripción de las normas y su
funcionamiento efectivo, éste no siendo más que presentado como el resultado de un desacuerdo
entre reglas y prácticas, sino tanto como el de las incoherencias estructurales e inevitables entre las
normas mismas, incoherencias que autorizan la multiplicación y la diversificación de las prácticas.
Me parece que se evita así abordar la realidad histórica a partir de un esquema único de acciones y
reacciones y que muestran, al contrario, que el desigual reparto del poder, por tan grande y tan
coercitivo que sea, no lo es sin ofrecer un cierto margen de maniobra a los dominados; estos
últimos pueden desde entonces imponer a los dominantes cambios no desdeñables. Se trata,
quizás, de un matiz, pero me parece que no se puede analizar sin embargo el cambio social aquí
donde no se ha previamente reconocido la existencia irreductible de una cierta libertad frente a las
formas rígidas y los orígenes de la reproducción de las estructuras de dominación.
9. Estas consideraciones invitan a reflexionar sobre el tipo de racionalidad que es necesario
imaginar cuando se emprende la descripción de los actores históricos. Es raro, en efecto, que se
aparte de los esquemas funcionalistas o de aquella economía neo–clásica; o aquellos que suponen
a los actores en posesión de una información perfecta y consideran, por convención, que todos los
individuos tienen las mismas disposiciones cognitivas, obedecen a los mismos mecanismos de
decisión y obran en función de un cálculo, socialmente normal y uniforme, de las ganancias y las
pérdidas. Estos esquemas desembocan así en la construcción de un hombre enteramente racional,
que no conoce dudas, ni incertidumbres, ni inercia. La mayor parte de las biografías tomarían, sin
embargo, un semblante totalmente diferente si se imaginara una forma de racionalidad selectiva,
que no busca exclusivamente la maximización de la ganancia, una forma de acción en la cual sería
posible no reducir las individualidades a las coherencias de grupo, sin renunciar a la explicación
dinámica las conductas colectivas como sistema de relación.
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10. Además del carácter intersticial de la libertad individual y la cuestión de la racionalidad


limitada, un último punto me parece que debe ser suscitado. Roger Chartier ha sostenido
recientemente que la oposición entre “análisis micro–histórico o estudios de caso” y la historia
socio–económica, entre estudio de la subjetividad de las representaciones y estudio de la
objetividad de las estructuras, podría ser superada, a condición de “tener los sistemas generadores
de los sistemas de clasificación y percepción como legítimas ‘instituciones sociales’, incorporando
bajo la forma de representaciones colectivas las divisiones de la organización social” 18. Esta
advertencia me parece plenamente justificada (con la excepción, quizás, de la asimilación de la
micro–historia a los estudios de caso y al estudio de las representaciones subjetivas), pero
insuficiente: el acento estando puesto sobre el grupo, la relativa estabilidad de las coherencias y las
cohesiones del grupo son consideradas adquiridas, como el hecho de que constituyen el nivel
mínimo donde se puede todavía estudiar con beneficio las representaciones del mundo social y los
conflictos que suscitan. En mi opinión, privilegiando así la importancia del grupo, se subestima el
problema de su construcción, como la apreciación de su solidez, su duración, su amplitud y se
evacuó, por consiguiente, la cuestión de la relación entre individuo y grupo. No es por lo tanto por
azar si, en el texto que acabo de citar, Chartier asimila gustosa y explícitamente representaciones
individuales y colectivas, como si su génesis fuera formalmente semejante.
Sin duda, se abandona así la observación de conjuntos sociales y conceptuales indeterminados
(cultura popular, mentalidades, clases) para construir una sociedad fragmentada y conflictual,
donde las representaciones del mundo devienen de apuesta a la lucha. Pero subsiste una gran parte
de indeterminación: los conglomerados de grupo son considerados como adquiridos y definidos;
se estudian las luchas de poder y los conflictos sociales como si actuaran entre los grupos en los
que la cohesión es presupuesta, como si el análisis de las diferencias individuales, en el límite tan
numerosas como que se convierten en imposibles de interpretar, no podría aportar nada. Aquí
también, se trata quizás sólo de puntos de vista: si se insiste sobre la “génesis social de las
estructuras cognitivas” y sobre el aspecto “de incorporación bajo la forma de disposiciones de una
posición diferencial en el espacio social”, se deja en lo vago la actividad de los actores, concebido
sólo como el resultado “de innumerables operaciones de ordenación a través de las cuales se
reproduce y se transforma continuamente el orden social”19. La noción de apropiación en tanto que
“una historia social de los usos y las interpretaciones, relacionadas a sus determinaciones
fundamentales (que son sociales, institucionales, culturales) e inscriptas en las prácticas específicas
que las producen”20, también importante y útil que sea, deja abierta, ella también, el problema de la
relación entre individuo y grupo. No se puede negar que hay un estilo propio a una época, o
habitus resultante de las experiencias comunes y reiteradas, como, en cada época, hay un estilo
bien propio de un grupo. Pero existe también, para cada individuo, un espacio de libertad
significativo que encuentra precisamente su origen en las incoherencias de los confines sociales y
que dan origen al cambio social. No podemos, por lo tanto, aplicar los mismos procedimientos
cognitivos a los grupos y los individuos; y la especificidad de las acciones de cada individuo no
puede ser considerada como indiferente o privada de pertinencia. Porque el riesgo, no banal, es el
de sustraer a la curiosidad histórica los temas que se juzgarían plenamente dominados aun cuando
quedan aún largamente inexplorados: por ejemplo, la conciencia de clase, o la solidaridad de
grupo, o aún los límites de la dominación y el poder. Los conflictos de las clasificaciones, las
representaciones, interesan también a la empresa del grupo socialmente solidario sobre cada uno
de los miembros que lo componen, de la misma manera que revelan los márgenes de la libertad y
coacción en el interior de los cuales las formas de solidaridad se constituyen y funcionan. Me
imagino que, en esta perspectiva, la biografía podría permitir un examen más en profundidad de
estos problemas.
Giovanni LEVY
Universidad de la Tuscia, Viterbe.
1
Raymond QUENEAU, “L’histoire dans le roman”, en Front National, 4, 8, 1945.
2
Arnaldo MOMIGLIANO, “Storicismo Revisitato”, en Fondamenti della storia antica, Turin, 1984, p. 464.
3
Arnaldo MOMIGLIANO, Lo sviluppo della biografia greca, Turin, 1974, p. 8.
4
(“L’opposition tout à fait absurde scientifiquement entre individu et société”), Pierre BOURIDEU, “Fieldwork in
Philosophy”, en Choses Dites, Paris, 1987, p. 43.
5
Pierre BOURDIEU, “L’illusion biographique”, en Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 62–63, junio
1986, pp. 69–72.
6
Marcel MAUSS, Sociologie et Enthropologie, “Une catégorie de l’esprit humain: la notion de personne, celle de
‘moi’”, Paris, Presses Universitaires de France, 8ª ed., 1983, p. 335.
7
Sobre la posición de Diderot y de Rousseau en consideración de la biografía y la autobiografía, cf. Jean–Claude
BONNET, “Le fantasme de l’écrivain”, en Poétique, 63, Septiembre 1985, pp. 259–278.
8
Cf. William C. DOWLING, “Boswell and the Problem of Biography”, en Daniel AARON, ed., Studies in
Biography, Cambridge, (Mass.), Cambridge University Press, 1978, pp. 73–93.
9
Michel VOVELLE, “De la Biographie a l’étude du cas”, en Problèmes des Méthodes de la Biographie, Actes du
colloque (mayo 1985), p. 191.
10
Pierre BOURIDEU, Esquisse d’une Théorie de la Pratique, Genève–Paris, 1972, pp. 186–189.
11
Natalie ZEMON DAVIS, “AHR Forum: The Return of Martin Guerre. On the Lame”, en American Historical
Review, 93, 1988, p. 590.
12
Daniel ROCHE, ed., Journal de ma Vie, Jacques–Louis Ménétra, compagnon vitrier au XVIIIème siècle,
Paris, 1982, pp. 9–26 y 287–429.
13
Franco VENTURI, Jeunesse de Diderot (de 1713 à 1753), Paris, 1939, p. 16.
14
Michel VOVELLE, art. cit., p. 197. Referencias a L’irrésistible ascensions de Joseph Sec, bourgeois d’Aix,
suivi de quelques clés pour la lecture des naïfs, Aix–en–Provence, 1975, y a Théodore Desorgues ou la
désorganisation, Paris, 1985.
15
Carlo GUINZBURG, Le fromage et les vers: l’univers d’un meunier du XVIème siècle, Paris, Flammarion,
1988, 220 p.
16
Giacomo DEBENEDETTI, Il personaggio uomo, Milan, 1970, p. 30.
17
Cf. por ejemplo Paul RABINOW, Reflections on Fieldwork in Morocco, Berkeley–Los Ángeles, 1977, o aun
Vincent CRAPANZANO, Tuhami. Portrait of a Moroccan, Chicago–Londres, 1980
18
Roger CHARTIER, “La storia culturale fra rappresentazioni e pratiche”, en La Rappresentazioni del Sociales
Saggi di storia culturale, Turin, 1989, p. 14
19
Pierre BOURDIEU, La noblesse d’’Etat. Grandes écoles et esprit de corps, Paris, Les éditions de Minuit, “Le
Sens Commun”, 1989, 568 p. (p. 9).
20
Roger CHARTIER, op. cit., p. 21.

Traducción; Prof. Mónica Fornaro

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