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“La opción benedictina”

Cómo ser cristiano en

una sociedad postcristiana

JUAN MIGUEL PRIM GOICOECHEA

Vicario Episcopal de Cultura,

Evangelización y Comunicación

DIÓCESIS DE ALCALÁ

Agradezco la invitación a intervenir en este Congreso, que tiene como finalidad no sólo reflexionar
juntos sobre la misión de la Iglesia y nuestra tarea evangelizadora, sino sobre todo favorecer un
intercambio de experiencias y el nacimiento de propuestas comunitarias en el ámbito de nuestra
diócesis.

“La opción benedictina. Cómo ser cristiano en una sociedad postcristiana”. Este es el título de mi
intervención, que tiene un tiempo asignado de treinta minutos. Se trata de presentar brevemente el
debate suscitado en torno a un libro recientemente publicado en español y ofrecer algunas
sugerencias que puedan iluminar y ayudar al camino que juntos estamos llamados a recorrer, con
la ayuda de Dios.

PRIMERO HAY QUE EDIFICAR EL TEMPLO

Quisiera comenzar con un precioso texto del poeta anglo-americano T.S. Eliot, que seguramente
muchos de ustedes conocerán. Forma parte de su obra de teatro Los Coros de la Roca,
representada por primera vez en 1934:

“La Iglesia debe estar siempre edificando, pues está siempre

derrumbándose por dentro y atacada por fuera;

pues esa es la ley de la vida, y debéis recordar

que mientras haya un tiempo de prosperidad

la gente descuidará el Templo

y en el tiempo de adversidad lo desacreditarán.

¿Qué vida tenéis si no tenéis vida juntos?

No hay vida que no sea en comunidad,

ni comunidad que no se viva en alabanza a Dios.

Hasta el anacoreta que medita solo,

para quien los días y noches repiten la alabanza a Dios,

reza por la Iglesia, el Cuerpo de Cristo encarnado.

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Y ahora vivís dispersos, por caminos paralelos,

y nadie sabe ni le importa quién es su vecino

a no ser que su vecino moleste demasiado,

pero todos corren de un lado para otro en automóviles,

acostumbrados a las carreteras pero sin lugar en el que residir.

Ni la familia siquiera anda por ahí junta,

sino que cada hijo quiere tener su moto

y las hijas se van en cualquier sillín de atrás.

Mucho que destruir, mucho que edificar, mucho que restaurar;

que no se retrase el trabajo, que el tiempo y el brazo no se desperdicien;

sáquese el barro del pozo, corte la sierra la piedra,

no se extinga el fuego en la fragua.

Y si ha de ser derribado el Templo,

primero tenemos que edificar el Templo”.

UN LIBRO QUE HA SUSCITADO MUCHO DEBATE

Si he querido comenzar por este pasaje provocativo de Eliot es porque es de estas cosas de las
que vamos a hablar.

“El libro religioso más discutido e importante de la última década”, así ha sido definido por un
conocido columnista del New York Times el libro de Rod Dreher The Benedict Option (La opción
Benito, o como ha sido traducido en español por ediciones Encuentro, La opción benedictina). Es
interesante el subtítulo del libro, que en su versión original inglesa reza “Una estrategia para los
cristianos en una nación postcristiana”. Esta nación –término que en otras lenguas ha sido
traducido por sociedad o mundo– es la del autor, los Estados Unidos de América.

Rod Dreher, nacido en Luisiana en 1967, es un escritor y periodista norteamericano. Ha sido


corresponsal del New York Post y en la actualidad es editor y bloguero de la revista y portal The
American Conservative. Es autor de varios libros. Crecido en una familia metodista, en 1993 se
convirtió al catolicismo y en 2006 se adhirió a la Iglesia ortodoxa oriental.

“Escribí este libro –dice el autor– pensando en los cristianos conservadores americanos que están
convencidos de que el problema del cristianismo, hoy, es político, y que hay que ganar las
elecciones para llegar al poder y defender el cristianismo. Quería explicarles que las cosas no son
así, que el problema es otro. El problema es que la familia natural pierde posiciones, mientras que
la ideología de género crece, y que nosotros no somos capaces de transmitir la fe a nuestros hijos.
Para afrontar estos problemas hay que poner en primer lugar a Dios, no la política. En un segundo
momento me di cuenta de que mi mensaje podía suscitar interés también fuera de los Estados
Unidos”.

Y así ha sido. El libro ha sido presentado en diversos países, suscitando un gran debate eclesial.
De manera especial en Italia y también en España. En esta misma sala donde ahora nos

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encontramos fue presentada la propuesta de “la opción benedictina” el pasado 24 de enero, en el
marco de los encuentros organizados por el Aula Cultural “Civitas Dei”. El vídeo del acto puede
verse completo en el canal de Youtube del Aula.

QUÉ ES LA OPCIÓN BENEDICTINA

¿En qué consiste la opción benedictina? ¿Cuál es la tesis del autor? Él mismo lo declara en la
introducción al libro: “He escrito La opción benedictina para despertar y animar a la Iglesia a
fortalecerse mientras nos quede tiempo. Si queremos sobrevivir, tenemos que regresar a las raíces
de nuestra fe, tanto en pensamiento como en obra. Vamos a tener que educar nuestro corazón en
hábitos ya olvidados en la Iglesia de Occidente. Vamos a tener que cambiar nuestras vidas y
nuestra perspectiva de forma radical. En definitiva, vamos a tener que ser Iglesia, sin concesiones,
cueste lo que cueste”.

Por tanto, más allá de las reacciones que ha provocado esta propuesta, lo esencial de este libro y
del debate suscitado, es ayudarnos a “ser Iglesia”, a vivir verdaderamente, con seriedad, de la
relación con Cristo, a dejarnos guiar por el Espíritu.

La “opción” que propone Rod Dreher se inspira en la que realizó San Benito en el siglo VI. Parte
del texto del filósofo Alasdair MacIntyre, quien en su obra Tras la virtud –publicada en 1981– criticó
el emotivismo de nuestra cultura y denunció el fracaso del proyecto ilustrado, ya patente en sus
días, afirmando:

“Se dio un giro crucial en la Antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad
abandonaron la tarea de defender el Imperium y dejaron de identificar la continuidad de la
comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese Imperium. En su lugar se pusieron a
buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la
construcción de nuevas formas de comunidad, dentro de las cuales pudieran continuar la
vida moral de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de barbarie y
oscuridad que se avecinaban. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los
horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos enteramente faltos de esperanza. Sin
embargo, en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que
llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta de conciencia de ello constituye
parte de nuestra difícil situación. No estamos esperando a Godot, sino a otro, sin duda muy
diferente, a San Benito”.

San Benito está, sin duda, en la base de la civilización europea. Podemos decir que fue la
respuesta de Dios a la crisis moral y espiritual del mundo antiguo, al hundimiento del Imperio
Romano. Tras las primeras generaciones de cristianos, que convivieron aún con el paganismo en
declive del mundo greco-romano, fueron hombres como san Ambrosio o san Agustín, y luego
estudiosos y monjes como Boecio, Casiodoro y especialmente san Benito –y en Oriente los
grandes apóstoles Cirilo y Metodio–, quienes, por medio de sus comunidades monásticas,

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realizaron la gran tarea de educar a los pueblos bárbaros, cultivando al mismo tiempo las tierras
baldías de Europa y evangelizando los confines del mundo entonces conocido, haciendo con ello
posible que el anuncio de Cristo traspasara siglos más tarde los límites impuestos por los océanos
y llegara a los lejanos confines del extremo Oriente y del Nuevo Mundo.

El dato que nos interesa señalar, porque la historia es maestra de vida, es que, lejos de intentar
apuntalar las ruinas de un paganismo que agonizaba, los monjes benedictinos y otras órdenes que
irían naciendo después, movidos por el único deseo de buscar a Dios –“quaerere Deum”–, se
consagraron a edificar comunidades vivas, centros de cultura, sabiduría y humanidad, lugares
marcados por el estudio de la Palabra de Dios, la oración litúrgica y el trabajo manual. No tenían
“estrategias”, pero sí una “regla de vida”, que permitía que quienes se acercaban a estos “viveros”
de fe se convirtieran, lentamente, en verdaderos discípulos de Cristo.

San Benito se retiró del “mundo”, de la inmoral y violenta Roma de su tiempo, para buscar la
voluntad de Dios y engendrar una familia que buscara su Rostro. Y así, de manera paradójica, sin
pretenderlo, dio lugar a algo nuevo, a una semilla que se multiplicó y creció, hasta convertirse en
un árbol bajo el que pudieron cobijarse numerosos pueblos, por utilizar la imagen evangélica.

La “opción benedictina” propone “una nueva forma de vivir la tradición en comunidad para que
ésta sobreviva a estos tiempos de prueba”. No postula una única forma de hacerlo, pero ofrece
criterios a tener en cuenta para que, mediante una regla de vida personal y comunitaria, y
distanciándose de los errores y las graves manipulaciones de nuestra sociedad, los cristianos
volvamos a ser sal de la tierra y luz del mundo.

EL DILUVIO Y EL ARCA

El libro de Rod Dreher ha sido acusado de apocalíptico. Creo que no es justo, aunque habla claro
y utiliza imágenes bíblicas como la del “diluvio universal” con la que comienza el primer capítulo.
Citando a Benedicto XVI, que dijo en 1992 que la crisis espiritual que atraviesa Occidente es la
más seria desde la caída del Imperio Romano, Dreher señala la ceguera de muchos cristianos y de
sus dirigentes, que no han sabido ver las señales de una borrasca que llevaba décadas
formándose. El secularismo, el nihilismo, la reducción del cristianismo en el seno de las propias
comunidades, se ha consumado. Dreher, haciéndose eco de los trabajos de dos sociólogos
americanos, da nombre a la “pseudo-religión sentimentaloide” que profesan hoy muchos
adolescentes –y adultos– cristianos norteamericanos, llamándola “deísmo moralista
terapéutico” (DMT), cuyos principios son: “existe un Dios que creó y ordenó el cosmos y que vela
por la vida del hombre en la tierra; Dios quiere que la gente sea buena, amable y justa con los
demás, como la Biblia y la mayoría de las religiones enseñan; el principal objetivo de la vida es ser
feliz y sentirnos bien con nosotros mismos; basta con que acudamos a Dios cuando tenemos un
problema, el resto del tiempo no es necesario contar con él; y la gente buena va al cielo cuando
muere”.

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Por ello, aunque las iglesias no se hayan aún vaciado del todo, constatamos que muchos
cristianos viven ya una fe reducida. El “deísmo moralista terapéutico” es “la religión natural de una
cultura que venera al yo y el bienestar material”. Reduce la fe cristiana a “llevarnos bien con los
demás y elevar nuestra autoestima y felicidad personales”. La suma del individualismo liberal y el
capitalismo consumista, explica Dreher, ha vaciado el cristianismo norteamericano.

Una Iglesia así, ciertamente, no puede hacer frente a los retos provocados por la evolución de
Occidente desde el siglo XIV hasta nuestros días. A ello dedica Dreher el capítulo II, titulado “Las
raíces de la crisis”, un interesante repaso a lo que ha pasado y a cómo hemos llegado hasta aquí.

LA NECESIDAD DE UNA REGLA DE VIDA

Fruto de la conversación con el abad del monasterio de Nursia, la patria de san Benito, en Italia,
Dreher comprende la importancia de una “regla de vida” para el cristiano. A ella está dedicado el
capítulo III. Los monjes benedictinos viven la pobreza y la castidad, pero también la obediencia, la
estabilidad y la conversión de vida, la oración, el trabajo y la hospitalidad. La regla está hecha para
personas normales y débiles, no para limitar la vida, sino para ensanchar el corazón y canalizar las
energías. Y, con las adaptaciones necesarias, es válida también para los laicos, para los padres y
madres de familia, para los jóvenes.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA POLIS Y DE UNA IGLESIA PARA LA ETERNIDAD

Basándose en las propuestas de dos exponentes de la disidencia checa, Vaclav Havel y Benda,
que postulaban una “política apolítica”, y una tenaz resistencia al totalitarismo, Dreher analiza la
situación política americana y hace propuestas para los cristianos que quieren vivir la “opción
benedictina” en el seno del “Imperio” americano (capítulo IV). Pero el punto central es la vivencia
de la Iglesia (cap. V), tal como ha sido querida por Jesucristo. Es necesario detectar la metástasis
que nos corroe, y que se manifiesta en el desconocimiento de la propia tradición, en el olvido de la
adoración eucarística y la vivencia de la liturgia, en el abandono de la vida ascética y la disciplina.
Dreher propone la evangelización a través del bien y la belleza, el arte y la santidad, como la mejor
“apología” del cristianismo, recordando las célebres palabras de Benedicto XVI. Pero también
tendremos que estar dispuesto a la dura experiencia del exilio e incluso al martiro, porque “una
Iglesia que tiene la misma apariencia del mundo y que habla en sus mismos términos no tiene
razón de ser”.

LA IDEA DE UNA ALDEA CRISTIANA Y LA EDUCACIÓN EN LA FE

“La idea de una aldea cristiana”, éste es el título del capítulo VI. En él Dreher propone convertir
nuestra casa en un “monasterio” doméstico, ordenando la vida de la familia a la oración, al culto, a
la cultura cristiana, al perdón y la hospitalidad, a la prudencia en el uso de la televisión y de
internet, cuidando las amistades tanto de los hijos como de los padres, no idolatrando la familia,

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sino integrándola en la comunidad, sabiendo que ésta tampoco es perfecta. Y describe diversas
experiencias de vida cristiana comunitaria, como la de los Tipi Loschi ubicados en una pequeña
ciudad de la costa adriática italiana. Además, “la educación es esencial para la supervivencia del
cristianismo” (cap. VII). No basta “intentar mantenerse a flote en la modernidad líquida”, sino que
hace falta una “educación como Dios manda”, creando escuelas cristianas, en las que se enseñe
una antropología adecuada, en las que se pueda conocer también la historia de la Iglesia y de
Occidente, la herencia clásica, el arte, la literatura y la filosofía que han nacido de la fe. Platón y
Homero, Dante, Cervantes y Shakespeare, Lewis o Tolkien. Pero “no te hagas ilusiones con los
colegios cristianos”, advierte Dreher, ampliando también este aviso a las universidades católicas
americanas. Y plantea también la posibilidad de una educación fuera del sistema, la educación en
casa, como posible alternativa cuando se den las condiciones adecuadas. Pero lo más importante
será preparar buenos educadores cristianos.

EL TRABAJO, EL EROS Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS

Los últimos tres capítulos de La opción benedictina están dedicados al trabajo (cap. VIII), a la vida
afectiva y sexual (cap. IX) y al uso de las nuevas tecnologías (cap. X). El trabajo vivido como
vocación, no como ídolo al que se entregan todas las energías, sino como ofrenda a Dios. Y las
dificultades, que cada vez serán más graves, de los cristianos en el mundo laboral, debido a las
presiones de las nuevas leyes en materia de género o en temas de bioética. Habrá que combinar la
prudencia y la audacia, pero sin vender el alma al César. También habrá que apoyar más a los
emprendedores cristianos y forjar redes cooperativas y profesionales en las que tengamos
garantías de libertad. No obstante, hay que prepararse para una cierta marginalidad laboral y
económica cuando resistir a los imperativos del Estado nos obligue en conciencia a renunciar a
ciertas puestos o prácticas. También aquí la comunidad será decisiva para sostener a quienes se
encuentren en esta situación. En cuanto al “eros”, Dreher recuerda la importancia que tiene en la
vida humana el impulso sexual, querido por Dios, y la vida afectiva, rectamente ordenada por
medio de la virtud de la castidad. Analiza la revolución sexual y la ideología de género, la
mentalidad divorcista y contraceptiva y recuerda la insuficiencia de una posición moralista en
estos temas. También señala la necesidad de una buena educación afectivo-sexual y el grave
peligro de la pornografía. Por último, aborda la cuestión de las nuevas tecnologías y de internet,
como “esclusa de la modernidad líquida”. Propone momentos de “ayuno digital” como práctica
ascética y advierte de las consecuencias neurológicas y espirituales del abuso de los móviles y las
tablets. Y termina citando al escritor norteamericano Wendell Berry, quien dice: “Puedo intuir sin
dificultad que la próxima gran división en el mundo se dará entre quienes deseen vivir como seres
humanos y quienes deseen vivir como máquinas”.

UN EJÉRCITO DE ESTRELLAS ARROJADAS AL CIELO

Llegamos a la conclusión del libro de Dreher. La opción benedictina no debe nacer del miedo, sino
del amor. No es una huida, ni propone la creación de un “ghetto” cristiano. Se trata, en efecto, de

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construir el arca en la que salvarse del diluvio, pero también de reedificar la ciudad santa de la
que, según la visión de Ezequiel, mana un torrente de agua viva que empapa las tierras baldías y
las hace fecundas.

Las palabras finales de Dreher, hablando de los miembros de la comunidad italiana que antes
hemos mencionado, recuerdan un célebre pasaje de la Didajé, ese conmovedor texto del
cristianismo primitivo:

“Siguen caminando como peregrinos de la vía de san Benito, dejando atrás una ciudad
imperial en ruinas para dirigirse a un lugar en calma en el que puedan aprender a escuchar
la voz de su Maestro. Encontramos a otros como nosotros y construimos comunidades,
escuelas al servicio de Dios. No lo hacemos para salvar el mundo: el único motivo que nos
mueve es el amor a Dios y sabernos necesitados de una comunidad y de una vida
ordenada para entregarnos a Él por completo. Vivimos plenamente la liturgia, narramos el
relato sagrado en el culto y en nuestros cantos. Ayunamos y celebramos. Nos casamos y
casamos a nuestros hijos y, aunque estemos exiliados, contribuimos a que la ciudad viva
en paz. Damos la bienvenida a los recién nacidos y enterramos a nuestros muertos.
Leemos la Biblia y hablamos a nuestros hijos de los santos. Y también de Ulises, Aquiles,
Eneas, Dante, Don Quijote, Frodo y Gandalf, así como de todas las historias que transmiten
el verdadero significado que entraña ser un hombre o una mujer en Occidente. Trabajamos,
rezamos, nos confesamos, mostramos misericordia, acogemos a los forasteros y
cumplimos los mandamientos. Cuando sufrimos, especialmente cuando lo hacemos a
causa de Cristo, damos gracias, porque eso es lo que tiene que hacer un cristiano. ¿Quién
sabe qué hará Dios con nuestra fidelidad? Ciertamente nosotros no. Nuestra misión es, en
palabras del poeta cristiano W.H. Auden, avanzar con gozo entre tropiezos”.

EL FUTURO DE LA IGLESIA, EN PALABRAS DE RATZINGER

Quisiera terminar esta reflexión con unas palabras proféticas que un joven teólogo, llamado
Joseph Ratzinger, pronunció en la radio en el lejano año de 1969, hace exactamente 50 años. Eran
los años de las revueltas estudiantiles y del posconcilio, en los que se percibían ya muchos
síntomas, dentro y fuera de la Iglesia, de lo que hoy son ya hechos consumados y formas
firmemente ancladas en el pensamiento dominante. Preguntándose por el futuro del cristianismo y
de la Iglesia, Ratzinger decía:

“Seamos prudentes con los pronósticos. Aún es válida la palabra de Agustín, según la cual
el ser humano es un abismo; nadie puede observar de antemano lo que se alza de ese
abismo. Y quien cree que la Iglesia no está determinada sólo por ese abismo que es el ser
humano, sino que se fundamenta en el abismo mayor e infinito de Dios, tiene motivos más
que suficientes para abstenerse de unas predicciones cuya ingenuidad en el querer tener
respuestas podría revelar sólo ignorancia histórica.

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El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen
raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo
dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de
quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible. Tampoco
vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe
y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser
humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma
positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado
de nuevo con el sello de los santos.

De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña,
tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios
construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus
privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora,
como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una
decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada
uno de sus miembros.

Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la
determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios
trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará
hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y
experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de
estructura litúrgica.

Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la
izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la
cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre,
la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque
habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad
envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo.

El proceso será largo y laborioso […] Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una
Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán
indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando
Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces
descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como
una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a
tientas.

A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera


crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy
también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya

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exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en
la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y
se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de
la muerte.

La Iglesia católica sobrevivirá, a pesar de los hombres y las mujeres, no necesariamente


gracias a ellos. Y aun así, todavía nos queda trabajo por hacer. Debemos rezar y cultivar el
autosacrificio, la generosidad, la lealtad, la devoción sacramental y una vida centrada en
Cristo”.

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