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LA HETEROTOPÍA DE PLINIO EL VIEJO: LO BORGEANO EN LA

HISTORIA NATURAL
Carlos Ávila Villamar

Llama heterotopía Michel Foucault al sitio de convergencia que solo existe


en el espacio ambiguo del lenguaje, la contigüidad impensable, distinta de
la utopía, que resulta mera, circunstancialmente inexistente. La utopía es el
lugar que no existe, etimológicamente hablando, y la heterotopía es aquel
que no puede pensarse a causa de las limitaciones de nuestra episteme para
anivelar en pacífica convivencia cada una de sus partes. Foucault basa su
concepto en la referencia de Borges, probablemente apócrifa, a cierta
enciclopedia china que proponía una peculiar clasificación de los animales:
a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d]
lechones,e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en
estaclasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k]
dibujadoscon un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m]que
acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas. La heterotopía
de Borges sacude nuestra percepción del mundo y nos genera en última
instancia una clase peculiar de placer estético que no constituye un interés
inmediato para Foucault, pero que puede servirnos en gran medida para
entender el efecto producido por un texto como Historia Natural, de Plinio.
No nos interesa hacer una arqueología del saber durante la cultura latina,
sino una reivindicación de esa primitiva enciclopedia ante la sensibilidad
del lector moderno.
No cabe duda de que leer a Plinio desde nuestro tiempo enfrenta la
dificultad de situarse en otra concepción del mundo. La frase misma que
aparece en su título (de la que Plinio se excusó en su prefacio
argumentando que él imitaba a pintores y escultores, que dejaban títulos
provisionales a sus obras para resaltar su condición de inconclusas y
enmascarar sus defectos) guarda ahora otro sentido para nosotros, una vez
que se entiende como una expresión literaria que engloba saberes bien
definidos, la geografía, la geología, la biología, mientras que su sentido
auténtico es al contrario literal, una historia no de los seres humanos, de los
emperadores y los pueblos, sino de la naturaleza. La ambición de la
empresa de Plinio solo puede ser entendida por nosotros desde un término
más reciente, una enciclopedia, aunque resulte probablemente tan
incorrecto como el atribuido por Borges al texto chino.
La ciencia es un invento relativamente moderno, y dudar de la
confiabilidad científica de Plinio es tan absurdo como entregarse a ella.
Historia Natural contiene entrelazados minerales que luego serían
separados por nuestra civilización: la mitología, la ciencia, la religión, la
historia y la literatura. Superada su relevancia en el resto de los campos, no
solo perdura la relevancia literaria, al contrario, se engrandece. Lo inexacto
se hace interesante, y lo inconcebible, fantástico. Se puede leer como la
enciclopedia de un mundo ficticio, una heterotopía de cientos de páginas y
(por tanto) una de las más colosales obras de literatura fantástica que hayan
existido.
La referencia a los maclias, pueblo de hombres andróginos dotados de
ambos sexos, que copulaban alternando una u otra naturaleza, será menos
ilustrativa que la referencia de Plinio a los tibios, que tenían dos pupilas en
uno de los ojos y en el otro la efigie de un caballo. Esta última peculiaridad,
anotada con meticulosa exactitud, parece digna, por su rareza, de la
enciclopedia china real o imaginada de la que habla Borges y a su vez
Foucault. El asombro que nos produce yace en casi alcanzar los paisajes de
lo impensable, lo que apenas puede existir más allá del lenguaje en nuestra
imaginación. Y en efecto el afán meticuloso de Plinio en su Historia
Natural constituye un método proclive a la extrañeza. Entre más intenta
Plinio ser exacto, más suele confundirnos.
Junto al lago Vadimón hay un bosque cerrado que ni de día ni de noche se
ve en el mismo lugar, y en el lago Tarquinios, anota, hay dos islas errantes
que llevan árboles a su alrededor, los árboles hacen figuras triangulares y
circulares según el empuje de los vientos, pero nunca cuadradas. Lo
arbitrario de esta última característica no es menos fantástico que el hecho
de que las islas cambien de lugar o de que dibujen formas geométricas con
sus árboles. En realidad es esta característica lo auténticamente monstruoso
del fragmento.
El mundo ficticio descrito por Plinio, de forma esférica, tal y como se
comprobaría siglos después que era el nuestro también, admite la existencia
documentada de dos y hasta de tres soles simultáneos en el cielo (y no más
de tres, según se sabe), y de un sol que puede verse de noche en ciertas
ocasiones, y de pequeñas estrellas en la tierra o el mar, cuya luz se usa
comúnmente en los mástiles de los barcos, estrellas que cree es mejor llevar
por pares, ya que una sola trae mala suerte. Al lado de la ciudad de
Harpaza, anota Plinio, se alza una roca terrible que no se puede mover
usando toda la fuerza del cuerpo, sino usando apenas la de un solo dedo.
Borges escribió que los grandes autores no solo ejercían fuerza en el futuro
literario, sino también en el pasado, puesto que hacían ver influencias suyas
en textos anteriores a ellos. Kafka había hecho que viéramos lo kafkiano en
un cuento de Joseph Conrad o de Herman Melville. Pues bien, Borges ha
hecho que veamos lo borgiano en la erudita obra de Plinio el Viejo.
Leyendo la Historia Natural nos vemos obligados a pensar en Tlön, la
heterotopía fabulosamente descrita en el libro Ficciones, en la que no
existía más realidad que aquella percibida por los sujetos (como proponían
Berkeley y Hume) y en la que un hombre podía perder un objeto,
encontrarlo, olvidar que lo había encontrado y el objeto podía luego ser
encontrado por un segundo hombre, que desconocía que ya no seguía
perdido. No existe diferencia entre la literatura fantástica y el tratado de
una doctrina filosófica o científica caducada.
Según Plinio el movimiento de los astros y de la cúpula celeste ocasiona en
la capa superior de la atmósfera las tormentas, los rayos y los vientos. La
intuición de la inteligencia o la sensibilidad capaz de engendrar semejantes
ideas equivale a convencernos de la inescrutable veracidad de las mismas.
Puesto que funcionan en un sistema lógico que no entendemos, no
podemos hacer otra cosa que rendirnos ante ellas, tal y como nos rendimos
ante el pasaje de Borges en el que se nos dice que hay ruinas en Tlön que
han sido salvadas del olvido y la inexistencia al ser vistas por pájaros o
caballos salvajes.
Plinio habla de la ciudad de Siene, en la que durante el mediodía del
solsticio de verano no se proyectaba sombra alguna. Cuenta que abrieron
un pozo en la ciudad para comprobarlo y que el pozo estaba lleno de luz. A
estas regiones víctimas de semejantes rarezas astronómicas se les llamaba
ascios en la India, según él, y en ellas el tiempo no se contaba por horas.
Vale la pena sospechar que tantos fragmentos como el anterior,
intercalados entre otros más verosímiles (si bien no menos extraños), no
pueden salir de la imaginación espontánea de un solo hombre, sino del
consenso de muchos, tal y como se propone en Ficciones que la
enciclopedia que describe Tlön no puede ser la broma de un solo hombre,
sino en todo caso la de todo un congreso de astrónomos, lingüistas,
matemáticos y filósofos.
Y al igual que en el cuento de Borges, resulta difícil pensar que todo ese
conocimiento no ha sido supervisado por una única inteligencia. Plinio
duda, ofrece distintas teorías, y llega a sus propias conclusiones. La
Historia Natural no constituye un compendio, constituye una obra colosal
tras la que se advierte un creador último, para el cual han trabajado
generaciones. En su prefacio Plinio confiesa que los escritores buscan
estudios placenteros. No se puede menospreciar el valor de esa breve
sentencia, en ella también se nos quiere decir que lo que aparece en la
Historia Natural es fruto en algún punto del placer y se propone causar
placer al lector. El gusto estético de Plinio, entonces, ha determinado la
forma del libro y la meticulosa selección de su información.
La forma de la Historia Natural, su índice, la categorización de las especies
animales y vegetales, de la medicina y la mineralogía, surge acaso de una
arbitrariedad de la que se libran las enciclopedias modernas, que usan el
alfabeto para ordenar sus entradas. Plinio comienza por los astros y por el
clima, continúa por las regiones, luego por el hombre, luego por los
animales, luego por las plantas, el orden que busca es menos el orden
histórico que el orden de los textos sagrados, que comienzan con
formidables historias de la creación antes de descender al hombre y a las
bestias.
La selección de aquello que aparece en cada entrada tampoco carece de
cierta y atrapante arbitrariedad, puesto que Plinio lo mismo parte de una
etimología que de la refutación de una tesis que le parece falsa, y lo mismo
menciona nombres famosos que se relacionan con un animal que el precio
justo por el que se debe vender determinada planta. Lo heterotópico de la
Historia Natural sale también del asombro sutil al comprobar la
coexistencia de la descripción del hipopótamo (pezuñas hundidas de buey,
lomo de caballo, colmillos de jabalí, como si se tratara de un grifo o una
quimera, de un animal fantástico hecho de las partes de otros), la
información de sus hábitos y el dato de quién lo presentó por primera vez
en Roma.
Foucault desenmascara una cuidadosa maniobra de Borges para influir en
nuestras expectativas, al referir que la clasificación procede de una
enciclopedia china, es decir, un texto de una de las zonas del mundo que
más relacionamos con lo exótico, lo diferente, y también con lo extenso, lo
jerárquico, lo riguroso. Al leer a Plinio nos encontramos con una maniobra
natural de ajustar nuestras expectativas, se trata de un texto de hace dos mil
años que leemos como si fuera un texto de hace dos mil años, en su caso,
pareciera que realmente nos encontráramos ante tal enciclopedia china,
hecha con espontánea, involuntaria paciencia, como el mar forma la arena
en las costas.
Podemos desconfiar de Borges (más si conocemos su fascinación por
elaborar apócrifos), pero sabemos con certeza que Plinio, historiador
romano, escribió su historia de la naturaleza hace dos mil años. Y leemos
mejor literatura fantástica cuando no sabemos que estamos leyendo
literatura fantástica. Una heterotopía anticipada deja de ser heterotopía. De
haber sencillamente propuesto Borges su clasificación zoológica, sin
advertir que provenía de cierta enciclopedia china, esta nos generaría
mucha menos extrañeza, y de haber propuesto la posibilidad de Tlön, sin
advertir que era una región misteriosa de la que hablaba un tomo suelto de
una enciclopedia perdida, no nos habríamos tomado tan en serio la
gramática y la filosofía de Tlön.
La sensibilidad literaria de Plinio, de la que hemos hablado anteriormente,
no solo se deja ver en el orden del índice (para el cual preparó un tomo
independiente, el primero, y esto nos dice mucho de sus propósitos y
metodologías) o en la selección de la información. Se deja ver por
momentos en el texto, como cuando, en medio de la argumentación de que
Dios no lo puede todo, ya que no puede darse muerte a sí mismo, especula
que ha creado la mortalidad en el hombre para darle el reposo al que aspira
para sí, tras los sufrimientos del mundo, o cuando, hablando de los cuatro
elementos, atribuye a la tierra la cualidad de piadosa, puesto que si produce
larvas y gusanos que devoran los cuerpos humanos es solo para evitar la
humillación al muerto de ser devorado por buitres y bestias. Plinio desde el
principio ha descartado la existencia de una multiplicidad de sujetos
divinos, por tanto cuando llama piadosa a la tierra lo hace en un sentido
estrictamente literario.
Acaso el texto de Borges que más referencias hace a Plinio constituye su
Libro de los seres imaginarios. En el prefacio del mismo dice que las obras
de la magnitud de la Historia Natural no fueron hechas para leerse de
manera ordenada, y que desea que su pequeño manual siga el antiguo
procedimiento. Acercarse a Plinio en nuestros días tiene la ventaja de
hacerse solo desde la curiosidad, y no desde la necesidad, una vez que ha
sido descartado como autoridad científica desde hace siglos. Al hablar de la
influencia de los astros menciona el cambio en el tamaño de las ostras y de
los moluscos en general a causa de la luna, así como el tamaño de los
lóbulos del hígado del ratón de campo. En fragmentos como este la fantasía
se confunde con la ciencia, y no podemos dejar de preguntarnos si posee
alguna base científica. Quizás esa duda nos invada en todo momento
cuando leemos la Historia Natural, la misma duda que nos hace
cuestionarnos las citas de Borges, a menudo apócrifas, o acaso la fiabilidad
de su propia memoria erudita. Ante Borges y ante Plinio nuestra lectura es
exquisitamente desconfiada y por tanto plural.
Borges afirmaba que la imprenta constituía un invento nefasto, propenso a
multiplicar los textos innecesarios. Además, privaba al lector del placer de
lo único, de lo defectuoso, puesto que en otro tiempo los manuscritos eran
infinitamente más valorados (tan solo de imaginar el trabajo que llevaba
hacerlos o conseguir la fuente más original), y en ellos el lector aprendía a
lidiar con las posibles erratas y a comparar con especial dedicación. La
Historia Natural fue un texto bien conocido en la Edad Media, la época por
excelencia de las versiones divergentes, los apócrifos y los textos ocultos.
Leerla es hasta cierto punto reconstruir una atmósfera.
En Ficciones el hombre que lo recordaba todo lo que había visto,
escuchado o leído sin echar a un lado el menor detalle recitó nada más y
nada menos que un fragmento de Plinio para probar su formidable don (o
castigo, según se quiera ver). No hay nada de casual en la elección de
Borges, que probablemente viera en Plinio el arquetipo de la memoria
absoluta. Las desmedidas fuentes que se afirma fueron usadas para la
escritura de la Historia Natural resultarían inútiles sin una capacidad
extraordinaria para la memoria, demostrada en las múltiples asociaciones y
digresiones que se encuentran en el texto. En nuestro tiempo, en el que
Google nos ahorra la mayor parte del trabajo si queremos verificar una
fuente, una fecha, una etimología, una causalidad histórica o una
superstición regional, la tarea de escribir una enciclopedia sin otro
instrumento que la memoria y una biblioteca física va más allá de nuestra
imaginación.
Plinio es una cantera para nuestra imaginación, puesto que muestra las
grietas de nuestro mundo. En la grieta de lo conocido es donde yace la
imaginación y la literatura, es la misma grieta de la filosofía quizás. Plinio
habla de un pueblo indeterminado de la India en el que las mujeres solo
pueden tener un hijo, que encanece justo luego de nacer. Y de los ástomos,
hombres sin boca, con todo el cuerpo cubierto de pelos, que se visten con
las pelusas de las hojas y viven solo del aire que respiran y de los olores
que perciben por las nariz. En la Historia Natural quedan grabadas formas
que han movido algo en el interior de la especie desde hace milenios,
imágenes que por su rareza o su representatividad se anclan a todos los
tiempos y nos pertenecen en silencio, incluso a aquellos que las
desconocen. El caos es infinito y mutable, pero algunas puertas al caos
consiguen perdurar.

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