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Para el nacionalismo toda nación debe tener su propio Estado. Por ello, las
divisiones establecidas por el Congreso de Viena son contestadas en tanto que resultan
arbitrarias en muchos casos. Es la identidad de un pueblo el elemento que debe primar
al establecer el límite territorial del Estado, frente al derecho dinástico de los monarcas.
El nacionalismo italiano de Mazzini no solo cuestiona las fronteras establecidas
en Viena, sino que además resalta el componente de la voluntad de los miembros de la
nación de pertenecer a la misma. No hay nación sin esa voluntad popular, que es
independiente de cualquier concepto dinástico. El nacionalismo está estrechamente
relacionado con la representación popular.
Para el nacionalismo alemán, en cambio, el espíritu nacional es independiente de
la voluntad de sus miembros, por lo que resulta compatible con la monarquía absoluta.
Tanto Alemania como Italia tendrán durante la segunda mitad del siglo XIX
procesos de unificación fundados en ideologías nacionalistas.
La caída de los precios norteamericanos obligó a los países europeos a bajar los
suyos para hacerlos competitivos y fomentó la política proteccionista en todas las
potencias.
En Alemania, el crecimiento de los años veinte se debía a los préstamos
exteriores de los Estados Unidos. La crisis del 29 hizo que los capitales se fueran
retirando de Alemania, lo que produjo la reducción de la inversión y, por consiguiente,
de la producción industrial en cerca de 58 por 100. El paro afectó a más de 6 millones
de trabajadores y la agricultura quedó al borde del colapso.