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Libertad, individualidad
y progreso
José Benegas
Ante todo, conviene advertir que la acción es obra siempre de seres individuales. Los
entes colectivos operan, ineludiblemente, por mediación de uno o varios individuos,
cuyas actuaciones atribúyense a la colectividad de modo mediato [...] Es el verdugo,
no el Estado, el que materialmente ejecuta al criminal. Sólo el significado atribuido
al acto transforma la acción del verdugo en acción estatal [...] Por lo tanto, el único
camino que conduce al conocimiento de los entes colectivos parte del análisis de la
actuación del individuo.1
Los entes colectivos no pueden ser vistos, enseña Mises. Sólo nos enteramos
de ellos a través del sentido de los actos de determinados individuos. Tales
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Ludwig Von Mises, La acción humana, Unión Editorial, pag. 79
2
Ibid, pág. 80.
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Resumida, esta parábola cristiana cuenta que un señor otorga a sus discípulos distintas cantidades de
talentos (monedas) cuando se aleja de su tierra. Al regresar les pide cuentas. Premia a quien los multiplico y
amonesta a quien sólo los guardó para conservarlos.
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Característica de la ética altruista que Ayn Rand describe: se trata de un juego de normas que no aporta
nada al sujeto, es mero sacrificio y tributo a otro o a todos los otros.
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Ayn Rand, El manantial, Círculo de Lectores, 1970, pág. 805.
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8
http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/noelle_neumann.pdf
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Luego sigue:
El rito es el producto de la represión moral. La fi nalidad del análisis del rito consiste
en re-crear el problema moral “solucionado” por él [...] Al igual que sucede con los
individuos, los grupos prefieren analizar y cambiar a los otros que a sí mismos. Es
más fácil para su propia estimación y al mismo tiempo supone menos problemas.10
El inconformista, el objetor y –en resumen– todo aquel que negaba o rehusaba los
valores dominantes de la sociedad, continuaba siendo el enemigo de dicha sociedad.
El ordenamiento adecuado de esta nueva sociedad ya no se concebía en términos de
Gracia Divina, sino en términos de Salud Pública. De esta manera, a los enemigos
internos se los etiquetaba como locos; y, como la Inquisición anteriormente, apareció
la Institución Psiquiátrica para proteger a la sociedad de esta amenaza.11
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Thomas Szasz, La fabricación de la locura, Kairos 1974, pág. 272. En la nota a este párrafo dice Szasz: “Estoy
convencido de que un autointerés inteligente, un autodominio consciente y una identificación comprensiva
con los otros engendrarían menos inclinación al odio que las enseñanzas religiosas tradicionales basadas en
la promesa de redención a través del sacrificio de víctimas propiciatorias.”
10
Ibid, pág. 278.
11
Ibid, pág. 27.
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los ciudadanos, sino los ciudadanos quienes esperan pureza del gobierno.
Entonces es el público el constructor de sus propios victimarios.
El prohombre, el ser desprendido que se debe a la felicidad popular,
el Mao, el Fidel, el Hitler (puritano como pocos), el Hugo Chávez, son
producto de la búsqueda de un salvador, de alguien que encarne las virtudes
públicas, del fi lósofo-rey de Platón que, “mejor que nosotros”, nos proteja
de nosotros mismos.
Sin llegar a esos extremos, en América Latina estamos llenos de
ejemplos. Las personas se indignan porque un “comisario del comercio”,
como un agente de aduanas, cobre un soborno para dejar a las personas
transportar sus pertenencias. Se sorprenden porque un Estado que absorbe
gran parte de la producción de un país esté lleno de funcionarios que se
enriquecen buscando beneficios propios con sus decisiones políticas. La
solución para muchos es cambiar a esos gobernantes por otros más puros.
Y para empeorar un poco la cosa, aumentar los controles.
Así, también se construyen mitos sobre prohombres del pasado, a
cuyo recuerdo los pueblos puritanos se consagran. Se los compara con
los gobernantes actuales y la desventaja se hace evidente. Es muy posible
que dejen pasar la oportunidad de mejorar su situación recurriendo a
individuos reales que lleven a cabo proyectos menos heroicos, porque nadie
se parece a esos grandes hombres, que se espera que vuelvan. Castigan a
quien les habla con la verdad, como a los héroes randianos, y premian a
quienes los ilusionan.
La causa de la desilusión de los pueblos inmaduros es la ilusión. La
búsqueda de gobernantes salvadores produce demagogos y mentirosos que
exprimen a la gente bajo la ilusión de sus promesas.
Vuelvo al ejemplo cristiano porque, en muchos aspectos, supuso un avance
en las instituciones políticas. El cristianismo original se sostiene en una
forma antipuritana de la ética. Cristo recurre al recaudador de impuestos,
al pescador, a la prostituta, a individuos “humildes”, humildes en relación
con el estándar de santidad, pero personas con falencias reconocidas no
mayores a las de aquellos que no las reconocían. El cristianismo parte de
la falibilidad moral del individuo, no de su pureza.
El liberalismo demostró, desde Adam Smith, que la respuesta a la
pobreza no deriva de intenciones “puras” sino de acciones “egoístas” bien
canalizadas, sobre todo internalizadas a través del derecho de propiedad.
Su principal acierto consiste en que, al igual que el cristianismo original,
no parece premiar valores superiores, trascendentes o modelos humanos
rectos.
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Normalidad y naturalidad
Uno de los criterios de control social es el de “normalidad”. Existen personas
que se comportan de un modo “normal”, y otras, de un modo “anormal”.
Si esto fuera nada más que una descripción objetiva, no presentaría
mayores problemas. Un individuo que mida dos metros con cincuenta no
es normal evidentemente.
El problema se presenta cuando la “normalidad” se defiende como un
deber ser referido a la conducta, los gustos, las elecciones entre múltiples
alternativas. En primer lugar, porque el ser humano en sus acciones no es
normal; es libre.
El diccionario de la Real Academia Española define normal de este modo:
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En este caso se pone el estándar fuera del grupo, como si estuviera por
encima y por lo tanto se tratara de algo indiscutible, y se lo interpreta a
favor de los intereses de quienes lo invocan. Podrían utilizar a Dios como
vocero de sus propios valores. Unos se escudan en él para moldear a los
otros a su gusto, y otros pretenden tener un fundamento más mundano al
apoyarse en la naturaleza.
El problema es que la naturaleza es aún más amplia de criterio que Dios.
Porque natural es todo. Es tan natural el ser humano como las ballenas,
el humo de las fábricas como las plantas de lechuga. Es tan natural comer
papas como inyectarse cocaína. Es tan natural ayudar a una anciana a
cruzar la calle como cometer un homicidio. Son naturales los bosques
y también los desiertos. Pero esa naturalidad no nos agrega nada en el
aspecto moral.
Lo artificial se define como aquello que ocurre previa intervención
humana, dentro, por supuesto, de la naturaleza. En un sentido, lo artificial
también es natural, y el criterio de tener en cuenta si el ser humano provocó
un fenómeno para considerarlo esencialmente distinto del resto de los
fenómenos es antropocéntrico.
Dicho de otro modo, la naturaleza de la que hablan los cultores de que
todo se mantenga natural, al modo del ideal de Rousseau del buen salvaje,
es un capricho como tal. No existe desde el momento en que se la considera.
Porque entonces ya no es natural.
Se puede hablar de qué es mejor, pero siempre con criterios y fines
humanos. Se puede sostener que dejar un paisaje intacto es mejor (tal vez, a
veces) que construir en el lugar una fábrica, pero con criterios humanos.
De hecho, el paisaje como tal es una entidad humana y artificial. Implica
un juicio estético. La naturaleza no provee paisajes. Es la óptica humana
estética la que los concibe como tales.
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